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Sobre San Jose

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4/10/2020 LE VOCIS

«LE VOCIS...»
SOBRE SAN JOSE
EN LOS DOCUMENTOS DE LOS PONTÍFICES

Exhortación Apostólica del Papa Juan XXIII


promulgada el 19 de Marzo de 1961

Venerables Hermanos y queridos hijos:

1. Las voces que de todos los puntos de la tierra Nos llegan, como expresión de
alegre esperanza y deseos por el feliz éxito del Concilio Ecuménico Vaticano II,
impulsan cada vez más Nuestro ánimo a sacar provecho de la buena disposición
de tantos corazones sencillos y sinceros, que con amable espontaneidad se
vuelven a implorar el auxilio divino para acrecentamiento del fervor religioso, para
clara orientación práctica en todo lo que la celebración conciliar supone y nos
promete incremento de la vida interior y social de la Iglesia y de renovación
espiritual de todo el mundo.

Y ved cómo nos encontramos ahora, al aparecer la nueva primavera de este año y
ante la proximidad de la Sagrada Liturgia Pascual, con la humilde y amable figura
de San José, el augusto esposo de María, tan querido a la intimidad de las almas
más sensibles a los atractivos de la ascética cristiana y de sus manifestaciones
de piedad religiosa, contenidas y modestas, pero tanto más agradables y dulces.

En el culto de la Santa Iglesia, Jesús, Verbo de Dios hecho hombre, pronto tuvo
su adoración incomunicable como esplendor de la substancia de su Padre, que se
irradia en la gloria de los Santos. María, su madre, le siguió muy de cerca ya
desde los primeros siglos, en las representaciones de las catacumbas y de las
basílicas, piadosamente venerada como sancta María mater Dei. En cambio, San
José, fuera de algún brillo de su figura que aparece alguna vez en los escritos de
los Padres, permaneció siglos y siglos en su característico ocultamiento, casi
como una figura decorativa en el cuadro de la vida del Salvador.

Y hubo de pasar algún tiempo antes de que su culto penetrase de los ojos, al
corazón de los fieles y de él sacasen especiales lecciones de oración y confiada
devoción. Estas fueron las alegrías fervorosas, reservadas a las efusiones de la
edad moderna -¡cuán abundantes e impresionantes!-, y entre ellas nos ha
complacido especialmente fijarnos en un aspecto muy característico y
significativo.

SAN JOSÉ EN LOS DOCUMENTOS DE LOS PONTÍFICES DEL SIGLO PASADO

2. Entre los diferentes postulata que los Padres del Concilio Vaticano I, al reunirse
en Roma (1869-1870), presentaron a Pío IX, los dos primeros se referían a San
José. Ante todo, se pedía que su culto ocupase un lugar más preeminente en la
Sagrada Liturgia; llevaba la firma de ciento cincuenta y tres Obispos. El otro,
suscrito por cuarenta y tres Superiores generales de Ordenes religiosas,
suplicaba la proclamación solemne de San José como Patrono de la Iglesia
universal1.

PÍO IX
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3. Pío IX acogió con alegría ambos deseos. Desde el comienzo de su pontificado


(10 de diciembre de 1847) fijó la fiesta y rito del patrocinio de San José en la
dominica III después de Pascua. Ya desde 1854, en una vibrante y devota
alocución, señaló a San José como la más segura esperanza de la Iglesia,
después de la Santísima Virgen; y el 8 de diciembre de 1870, en el Concilio
Vaticano I, interrumpido por los acontecimientos políticos, aprovechó la feliz
coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más solemne y
oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del
19 de marzo a rito doble de primera clase 2.

Fue aquel -el del 8 de diciembre de 1870- un breve pero gracioso y admirable
Decreto "Urbi et Orbi" verdaderamente digno del "Ad perpetuam rei memoriam",
el que abrió un manantial de riquísimas y preciosas inspiraciones a los Sucesores
de Pío IX.

LEÓN XIII

4. Y he aquí, por cierto, al inmortal León XIII, que en la fiesta de la Asunción en


1889 publica la carta Quanquam pluries3, el documento más amplio y denso que
un Papa haya publicado nunca en honor del padre putativo de Jesús, ensalzado
en su luz característica de modelo de los padres de familia y de los trabajadores.
Allí comenzó la hermosa oración: A vos, bienaventurado San José, que impregnó
de tanta dulzura nuestra niñez.

SAN PÍO X

5. El Sumo pontífice Pío X añadió a las manifestaciones del Papa León XIII otras
muchas de devoción y amor a San José, aceptando gustosamente la dedicatoria,
que se le hizo, de un tratado que expone su culto4; multiplicando el tesoro de las
Indulgencias en el rezo de las Letanías, tan queridas y dulces de recitar. ¡Qué bien
suenan las palabras de esta concesión!

Sanctissimus Dominus Noster Pius X inclytum patriarcham S. Joseph, divini


Redemptoris patrem putativum, Deiparae Virginis sponsum purissimum et
catholicae Ecclesiae potentem apud Deum Patronum -y observad la delicadeza de
sentimiento personal- cuius glorioso nomine e nativitate decoratur, peculiari
atque constante religione ac pietate complectitur5; y las otras, con que anunció el
motivo de nuevas gracias concedidas: ad augendum cultum erga S. Joseph,
Ecclesiae universalis Patronum 6.

BENEDICTO XV

6. Al estallar la primera gran guerra europea, mientras los ojos de Pío X se


cerraban a la vida de este mundo, he aquí que surge providencialmente el Papa
Benedicto XV y pasa como astro benéfico de consuelo universal por los años
dolorosos de 1914 a 1918. También él se apresuró pronto a promover el culto del
Santo Patriarca.

En efecto, a él se debe la introducción de dos nuevos prefacios en el Canon de la


Misa: el de San José y el de la Misa de Difuntos, uniendo ambos felizmente en dos
decretos del mismo día, 9 de abril de 1919 7, como invitando a una unión y fusión
de dolor y consuelo entre las dos familias: la celestial de Nazaret y la inmensa
familia humana afligida por universal consternación a causa de las innumerables
víctimas de la guera devastadora. ¡Qué triste, pero al mismo tiempo qué dulce y
feliz unión: San José por una parte y el signifer sanctus Michael por otra, ambos
en trance de presentar las almas de los difuntos al Señor in lucem sanctam!

Al año siguiente, 25 de julio de 1920, el Papa Benedicto XV volvía sobre el tema en


el cincuentenario, que se preparaba entonces, de la proclamación -llevada a cabo
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por Pío IX- de San José como Patrono de la Iglesia universal y aún volvió sobre
ello iluminando con doctrina teológica por el "Motu proprio" Bonum sane 8, que
respiraba, todo él, amor y confianza singular. ¡Oh, cómo resplandece la humilde y
benigna figura del Santo, que el pueblo cristiano invoca como protector de la
Iglesia militante, en el momento mismo de brotar sus mejores energías
espirituales e incluso de reconstrucción material después de tantas calamidades
y como consuelo de tantos millones de víctimas humanas abocadas a la agonía y
para las cuales el Papa Benedicto XV quiso recomendar, a los Obispos y a las
numerosas asociaciones piadosas esparcidas por el mundo, implorasen la
intercesión de San José, patrono de los moribundos!

PÍO XI Y PÍO XII

7. Siguiendo las mismas huellas, que recomiendan la fervorosa devoción al Santo


Patriarca, los dos últimos Pontífices, Pío XI y Pío XII -ambos de cara y venerable
memoria- continuaron con viva y edificante fidelidad evocando, exhortando y
elevando.

Cuatro veces por lo menos Pío XI en solemnes alocuciones, al exponer la vida de


nuevos Santos y con frecuencia en las fiestas anuales del 19 de marzo -por
ejemplo en 19289 y luego en 1935 y aun en 1937- aprovechó la oportunidad para
ensalzar las variadas luces que adornan la fisonomía espiritual del Custodio de
Jesús, del castísimo esposo de María, del piadoso y modesto obrero de Nazaret y
patrono de la Iglesia universal, poderoso amparo en la defensa contra los
esfuerzos del ateísmo mundial empeñado en la ruina de las naciones cristianas.

8. También Pío XII, siguiendo a su antecesor, observó la misma línea e igual forma
en numerosas alocuciones, siempre tan hermosas, vibrantes y acertadas; por
ejemplo, cuando el 10 de abril de 194010 invitaba a los recién casados a ponerse
bajo el manto seguro y suave del Esposo de María; y en 194511 invitaba a los
afiliados a las Asociaciones Cristianas de trabajadores a honrarle como a sublime
dechado e invicto defensor de sus filas; y diez años después, en 195512,
anunciaba la institución de la fiesta anual de San José artesano. De hecho, esta
fiesta, de tan reciente institución, fijada para el primero de mayo, viene a suprimir
la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta
tradicional del 19 de marzo señalará de sde hoy en adelante la fecha más solemne
y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.

El mismo Padre Santo, Pío XII, tuvo muy a bien adornar como con una
preciosísima corona el pecho de San José con una fervorosa oración propuesta a
la devoción de los sacerdotes y fieles de todo el mundo, enriqueciendo su rezo
con copiosas indulgencias. Una oración de carácter eminentemente profesional y
social, como conviene a cuantos están sujetos a la ley del trabajo, que para todos
es "ley de honor, de vida pacífica y santa, preludio de la felicidad inmortal". Entre
otras cosas, se dice en ella: "Sednos propicio, ¡oh San José!, en los momentos de
prosperidad, cuando todo nos invita a gustar honradamente los frutos de nuestro
trabajo, pero sednos propicio, sobre todo, y sostenednos en las horas de la
tristeza, cuando parece como si el ci elo se cerrase sobre nosotros y hasta los
instrumentos del trabajo parecen caerse de nuestras manos"13.

19 DE MARZO: FECHA DEFINITIVA PARA LA FIESTA DEL PATROCINIO

9. Venerables Hermanos y queridos hijos: Estos recuerdos de historia y piedad


religiosa Nos pareció oportuno proponerlos a la devota consideración de vuestras
almas formadas en la delicadeza del sentir y vivir cristiano y católico,
precisamente en esta coyuntura del 19 de marzo, en que la festividad de San José
coincide con el comienzo del tiempo de Pasión y nos prepara a una intensa

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familiaridad con los misterios más conmovedores y saludables de la Sagrada


Liturgia.

Las prescripciones, que mandan velar las imágenes de Jesús Crucificado, de


María y de los Santos durante las dos semanas que preparan la Pascua, son una
invitación a un recogimiento íntimo y sagrado en las comunicaciones con el
Señor por la oración, que debe ser meditación y súplica frecuente y viva. El Señor,
la Santísima Virgen y los Santos esperan nuestras confidencias; y es muy natural
que éstas se inclinen hacia lo que mejor conviene a las solicitudes de la Iglesia
católica universal.

EXPECTACIÓN DEL CONCILIO ECUMÉNICO

10. En el centro y en el lugar preeminente de estas solicitudes está, sin duda, el


Concilio Ecuménico Vaticano, cuya expectación está ya en los corazones de
cuantos creen en Jesús Redentor, pertenecen a la Iglesia Católica nuestra Madre
o a alguna de las diferentes confesiones separadas de ella, aunque deseosas -por
parte de muchos- de volver a la unidad y a la paz, según la enseñanza y oración
de Cristo al Padre celestial.

Es muy natural que esta evocación de las palabras de los Papas del siglo pasado
esté encaminada a promover la cooperación del mundo católico en el feliz éxito
del gran propósito de orden, de elevación espiritual y de paz a que está llamado
un Concilio Ecuménico.

EL CONCILIO, AL SERVICIO DE TODAS LAS ALMAS

11. Todo es grande y digno de ser destacado en la Iglesia, tal y como la instituyó
Jesús. En la celebración de un Concilio se reúnen en torno a los Padres las más
distinguidas personalidades del mundo eclesiástico, que atesoran excelsos
dones de doctrina teológica y jurídica, de capacidad de organización y de elevado
espíritu apostólico. Esto es el Concilio: el Papa en la cumbre; en torno suyo y con
él, los Cardenales, Obispos de todo rito y país, doctores y maetros
competentísimos en los diferentes grados y en sus especialidades.

Pero el Concilio está destinado a todo el pueblo cristiano, que está interesado en
él en virtud de aquella circulación más perfecta de gracia, de vitalidad cristiana,
que haga más fácil y libre la adquisición de los bienes verdaderamente preciosos
de la vida presente, y asegure las riquezas de los siglos eternos.

Todos, pues, están interesados en el Concilio: eclesiásticos, y seglares, grandes y


pequeños de todas las partes del mundo, de todas las clases, razas y colores; y si
se piensa en un protector celestial para impetrar de lo alto, en su preparación y
desarrollo, esa virtus divina, que parece destinado a marcar una época en la
historia de la Iglesia contemporánea, a ninguno de los celestiales patronos puede
confiársele mejor que a San José, cabeza augusta de la Familia de Nazaret y
protector de la Santa Iglesia.

12. Escuchando de nuevo, como un eco, las palabras de los Papas de este último
siglo de nuestra historia, como nos ocurre a Nos, ¡cómo Nos conmueven todavía
los acentos característicos de Pío XI, incluso por aquella manera suya reflexiva y
tranquila de expresarse! Tales palabras nos vienen al oído, precisamente de un
discurso pronunciado el 19 de marzo de 1928 con una alusión que no supo, no
quiso silenciar en honor de San José querido y bendito, como le gustaba en
invocarle.

"Es sugestivo -decía- contemplar de cerca y ver cómo resplandecen una junto a
otra dos magníficas figuras que aparecen unidas en los comienzos de la Iglesia:
en primer lugar, San Juan Bautista, que se presenta desde el desierto unas veces
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con voz de trueno, otras con humilde afabilidad y otras como león rugiente o
como amigo que se goza con la gloria del esposo y ofrece a la faz del mundo la
grandeza de su martirio. Luego, la robustísima figura de Pedro, que oye del
Maestro Divino las magníficas palabras: Id y enseñad a todo el mundo, y a él
personalmente: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Misión
grande, divinamente fastuosa y clamorosa".

Así habló Pío XI y luego proseguía muy acertadamente: "Entre estos grandes
personajes, entre estas dos misiones, ved aparecer la persona y la misión de San
José, que pasa, en cambio, recogida, callada, como inadvertida e ignorada en la
humildad, en el silencio; silencio, que sólo debía romperse más tarde, silencio al
que debía suceder el grito, verdaderamente fuerte, la voz y la gloria por los
siglos"14.

¡Oh San José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico
Vaticano II!

Venerables Hermanos e hijos de Roma, Hermanos e hijos queridos de todo el


mundo: Aquí es donde deseábamos llevaros, al enviaros esta Carta apostólica
precisamente el 19 de marzo, cuando con la celebración de San José, Patrono de
la Iglesia universal, vuestras almas podían sentirse movidas a mayor fervor por
una participación más intensa de oración, ardiente y perseverante por las
solicitudes de la Iglesia maestra y madre, docente y directora de este
extraordinario acontecimiento del Concilio Ecuménico XXI y Vaticano II, del que
se ocupa la prensa pública mundial con vivo interés y respetuosa atención.

Sabéis muy bien que se trabaja activamente en la primera fase de la organización


del Concilio con tranquilidad operante y consoladora. Por centenares se suceden
en la Urbe prelados y eclesiásticos distinguidísimos, procedentes de todos los
países del mundo, distribuidos en diversas secciones muy ordenadas, cada una
entregada a su noble trabajo siguiendo las valiosas indicaciones contenidas en
una serie de imponentes volúmenes que encierran el pensamiento, la experiencia,
las sugerencias recogidas por la inteligencia, la prudencia, el vibrante fervor
apostólico de lo que constituye la verdadera riqueza de la Iglesia católica en lo
pasado, en lo presente y en lo futuro. El Concilio Ecuménico sólo exige para su
realización y éxito, luz de ver dad y de gracia, disciplinado estudio y silencio,
serena paz de las mentes y corazones. Esto, en lo que toca a nuestra parte
humana.

De lo alto viene el auxilio divino que el pueblo cristiano debe pedir cooperando
intensamente con la oración, con un esfuerzo de vida ejemplar que preludie y sea
prueba de la disposición bien decidida, por parte de cada uno, de aplicar,
después, las enseñanzas y directrices que serán proclamadas cuando felizmente
termine el gran acontecimiento que ahora lleva ya un camino prometedor y feliz.

Venerables Hermanos y queridos hijos: El pensamiento luminoso del Papa Pío XI,
del 19 de marzo de 1928, nos acompaña todavía. Aquí, en Roma la sacrosanta
Catedral de Letrán resplandece siempre con la gloria del Bautista; pero en el
templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la
Cristiandad, también hay un altar para San José, y Nos proponemos con fecha de
hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor,
más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para
cada alma, y para innumerables muchedumbres. Bajo estas celestes bóvedas del
templo Vaticano, es donde se reunirán en torno a la Cabeza de la Iglesia las filas
que componen el Colegio Apostólico provenientes de todos los puntos del orbe,
incluso los más remotos, para el Concilio Ecuménico.

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¡Oh, San José! Aquí, aquí está tu puesto de Protector universalis Ecclesiae.
Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de Nuestros
inmediatos Predecesores del último siglo, desde Pío IX a Pío XII, una corona de
honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas
las Naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro
protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de buen trabajo y de oración,
para servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu
Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y dulce
amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo de 1961, tercer año de Nuestro
Pontificado.

[1] Acta et Decreta Sacrorum Conciliorum recentiorum.- Collectio Lacensis 7, 856-857.

[2] Decr. Quemadmodum Deus 8 dec. 1870 Acta Pii IX P. M. 5 (Roma, 1873) 282.

[3] Acta Leonis XIII P. M. (Roma, 1880), 178-180.

[4] Epístola ad R. P. A. Lépicier O. S. M., 12 febr. 1908: Acta Pii X P. M. (Roma, 1914), 168-169.

[5] A. A. S. 1 (1909), 220.

[6] Decr. S. Congr. Rit. 24 iul. 1911 A. A. S. 3 (1911), 351.

[7] A. A. S. 11 (1919), 190-191.

[8] 25 iul. 1920 A. A. S. 12 (1920), 213.

[9] Discorsi de Pio XI. S. E. I. 1 (1922-1928) 779-780.

[10] Disc. e Rad, 2, 65-69.

[11] Ibid. 7, 5-10.

[12] Ibid. 17, 71-76.

[13] Ibid. 20, 535.

[14] Discorsi di Pio XI, 1, 780.

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