Soul Food
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SOUL FOOD
UN REPASO HISTÓRICO DE LA
GASTRONOMÍA AFRO DEL SUR
ESTADOUNIDENSE
Introducción
La comida nace de las necesidades de los pueblos. De sus bienaventuranzas y desfortunios.
Se enriquece de sus hábitos culturales y de sus mezclas étnicas. En este proyecto lo que busco
es desentramar la historia y los orígenes de una cocina atravesada por cadenas, crímenes,
guerras y liberación.
El Soul Food es un estilo de cocina norteamericano, muy asociado a la comunidad afro que
reside en el sur de los Estados Unidos. Viajaremos a sus orígenes, conociendo la realidad en la
que nació y cómo fue evolucionando junto a su pueblo. Recetas típicas y cómo se fueron
adaptando sus ingredientes.
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Descripción
Junto a la gastronomía Creole, la “Soul food” fue la primera influencia culinaria que surgió
en el territorio francés de Louisiana. En la década del 1870, los inmigrantes checos, alemanes e
irlandeses llevaron sus propias tradiciones gastronómicas al sur de Estados Unidos, lo cual la
influenció aún más.
El freído de pescado, vegetales y pollo se hace en grasa de cerdo, para luego sazonarlos
con especias picantes. Al mismo tiempo, el arroz y el maíz son las fuentes de carbohidratos
preferidas en la cocina afro suramericana, más que nada éste último por su versatilidad y
multiplicidad de usos posibles al ser usado en su forma de harina o sémola.
Lo que los afroamericanos llaman “Soul food” nace en la década de 1960, y es la mezcla de
tradiciones gastronómicas del oeste africano y europeo, y de los pueblos nativos americanos.
Para Miller (2013), la llamada “soul food” fue una respuesta a los dictados raciales cuando los
afroamericanos reafirmaron su cualidad de seres humanos. La comida era una vía para crear
identidad, infundir orgullo y subrayar una narrativa triunfal. Esos tres ingredientes sentaron las
bases de un saber convencional acerca de la soul food que surgió en los 60 y perdura hasta el
día de hoy. Más allá de la evidente conexión con la esclavitud, todas las temáticas dominantes
de la soul food son la centralidad del cerdo, el bajo estatus social de los negros, el estigma
racial, la inventiva, el ingenio y el espíritu comunitario.
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Historia
Sus orígenes se remontan, quizás, hasta incluso el siglo X A.C., con la conquista de la
península ibérica por los norteafricanos y los celtas, dando paso luego al cruce de culturas
entre moros y españoles, influenciando los primeros la gastronomía de estos últimos con una
gran diversidad de especias (canela, comino, paprika, cúrcuma, sésamo, pimienta negra, clavo
de olor, coriandro, entre otras) así como el uso indiscriminado de cebolla, ajo y suero de leche o
buttermilk y hierbas como menta, perejil, coriandro, mejorana y albahaca (Opie, 2010).
En la Edad Media, escribe Lewicki (2009), La principal fuente de alimento para la mayoría de
los pueblos que habitaban el África occidental era la agricultura. Se practicaba en gran medida
la recolección de alimentos (principalmente el grano de pastos silvestres, y también el fruto de
árboles silvestres), la ganadería (incluida la apicultura), la caza y la pesca, proporcionando,
entre otras cosas, carne, leche y pescado; Sin embargo, los alimentos obtenidos por estos
medios fueron mucho menos significativos en cantidad que aquellos cosechados. Sin embargo,
es evidente que este no es el caso en los países donde las condiciones geográficas o
climáticas no permiten la agricultura o donde las poblaciones están económicamente atrasadas.
En el 1490 los ibéricos (españoles y portugueses) luchaban para sacar provecho de las
tierras americanas, lo cual llevó a la mezcla de culturas europea, amerindia y africana gracias a
la disponibilidad de plantas, peces y animales, y la geografía. Todo esto generó diferencias en
la forma de alimentación.
Durante los siglos XVIII y XIX, los españoles introdujeron el maíz y la mandioca en la cultura
de los pueblos africanos, lo cual impulsó el uso de aves de corral y cerdo en la cocina africana.
Ésto provocó en estas sociedades la asimilación y utilización de nuevas hortalizas como el maíz
dulce, la batata, piña, guayaba y maní. Antes de la llegada de esta última, la mayoría de los
africanos del oeste usaban ñame, y los comerciantes indonesios introdujeron bananas, plátanos
y el taro (o malanga) del sureste asiático.
Antes de la llegada de los africanos a América, su vida religiosa incluía comidas que se
consumían de manera ritualística. Ésto iba estrechamente de la mano con la concepción que
ellos tenían del alma, como el amor, el trabajo y la paciencia. Opie (2010) refiere que las
religiones de África occidental honraban y reconocían a Dios y a la relación de la comunidad
con el mundo espiritual en las actividades diarias y en ocasiones especiales. Los africanos
creían que una persona honorable mostraba reverencia a Dios, a los líderes comunitarios, a los
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amigos y a la familia mediante el uso de la música y la comida. Como resultado, los
antepasados de África Occidental incorporaron la música y la comida en sus rituales y
celebraciones religiosas. Progresivamente, las tradiciones y el aspecto espiritual de las tribus
africanas del este derivarían en lo que con los años se llamaría “soul food” o “comida para el
alma”.
Según este mismo autor, en el siglo XVIII los esclavos africanos eran obligados a comer
alimentos con ingredientes tanto del Viejo y del Nuevo Mundo a bordo de barcos esclavistas
con destino a las Américas: una especie de pulpa, compuesta de arroz y habas, con ñame,
hervido y espesado a una consistencia adecuada, que se llamaba “Dab-a-Dab”, a veces con
carne en él. A esto se le agrega una salsa, llamada ”salsa flabber” por los marineros, hecha de
aceite de palma, mezclada con harina y pimienta. Por su lado, Miller (2013) relata la faceta
trágica de éstos viajes por el Atlántico, donde los esclavistas obligaban a los esclavos a
alimentarse con una dieta europea. Destaca la presencia de una mezcla nauseabunda de
habas con carne podrida que llamaron "salsa slabber" (no confundir con la salsa flabber
descrita más arriba). Demasiados esclavos murieron, por lo que los esclavistas decidieron
alimentarlos con platos más familiares (principalmente sus almidones favoritos) y así aumentar
la tasa de supervivencia.
Él estima que aproximadamente 12,5 millones de personas fueron sacadas por la fuerza de
África occidental y África sudoriental, reubicadas luego en América. De ellos, casi 2,5 millones
murieron en algún momento durante el traslado sobre el Océano Atlántico. Aproximadamente
380.000 africanos occidentales fueron importados directamente a las colonias británicas de
América del Norte. Podemos añadir a ese número otros 50.000 más o menos que fueron
traídos por primera vez al Caribe británico para las temporadas arduas en las plantaciones de
azúcar antes de llegar a los actuales Estados Unidos. Eso significa que aproximadamente el 4
por ciento de la población total de la trata de esclavos del Atlántico llegó directamente a los
Estados Unidos. En este libro cita a George Rawick, un académico en la temática de la
esclavitud, el cual relataen su libro From Sundown to Sunup: “De la noche a la mañana se
transformaron de comerciantes, eruditos árabes, artesanos, campesinos o ganaderos en
esclavos estadounidenses. Comían lo que les daban, no lo que querían”.
Los hábitos que se formaron en la parte sur de Estados Unidos alrededor de la comida de
comunidades afroamericanas estuvieron inspirados enormemente por las costumbres que ya
existían en el oeste Africano. Aún así, algunos de estos se mantuvieron en el nuevo continente,
como la ingesta de ñame asado, y el esclavismo expusieron a los pueblos Igbo y Mande a
nuevos métodos de cocción. De todos modos, las mujeres africanas ya habían comenzado a
utilizar nuevas hortalizas provenientes de América, tales como el choclo, la mandioca y las
calabazas.
Para Opie (2010), una de las prácticas que influenciaron a la gastronomía afro del sur
americano, es la barbacoa o barbecue, que proviene de la palabra “brabacots”. Los brabacots
eran parrillas hechas de madera verde donde asaban la carne. En consecuencia, los europeos
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aprendieran cómo ahumar y asar la carne de cerdos que importaron junto a gallinas y algunos
cultivos.
En éste mismo libro, el autor registra cómo en las colonias británicas de lo que hoy es
Estados Unidos, los africanos adaptaron la cultura culinaria (particularmente la afición inglesa
por los pasteles) de los ingleses mientras preparaban comida para los colonos ubicados en las
Américas. Además de esta predilección, los británicos le transmitieron a los africanos la visión
de que la comida significaba esencialmente carne, particularmente carne roja. Ésto contrastaba
con las tradiciones Igbo y Mande, donde la ingesta calórica principalmente venía de los
vegetales y cereales integrales, teniendo la carne más un papel de sazonador que del centro de
un plato.
Mientras, en la Bahía Chesapeake (un estuario en la costa este que incluye Maryland,
Virginia y Delaware), los nativos ya tenían hábitos que incluían al maíz como grano principal, al
cual salaban, secaban, cocinaban al vapor, molían, tostaban, horneaban, remojaban,
machacaban y fermentaban para cambiar su digestibilidad, sabor, textura y valor nutricional.
También eran conocidos por su competencia en cocinar carne de venado, tanto en sopas,
guisados con maíz, barbacoas y elaborando carne seca, hasta que llegaron los cerdos
domésticos. Los amerindios de Virginia disfrutaban tanto el pavo asado como otras aves,
mapaches, conejos, nutrias, tortugas y ardillas. También asaban y secaban ostras, usándolas
en guisos. Fue en Chesapeake que los británicos instalaron sus primeras colonias entre el final
del Siglo XVI y principios del XVII, y sus esclavos africanos ya sabían cómo cazar los animales
que existían allí, así como cocer los vegetales de la zona. Los esclavos en la región de la bahía
de Chesapeake también cazaban, pescaban por la noche y criaban aves de corral para
complementar sus dietas. Aparte de ésto, Opie (2008) cita el libro America Before the
Revolution, 1725–1775 y añade también que los africanos esclavizados en ciertas plantaciones
cultivaban sus propias hortalizas, como papas y legumbres, en pequeñas parcelas asignadas
por sus amos.
Los esclavos de Chesapeake, como los de otras partes del sur, experimentaron tanto la
abundancia como las hambrunas, dependiendo de la época del año. En épocas de escasez, los
esclavos sobrevivían a pan de maíz (cornbread), batatas, algunas hortalizas, con un poco de
melaza y sal, junto a algún otro insumo que pudieran conseguir. Diciembre era la época de la
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matanza de cerdos, cuando los esclavos recibían las
partes del cerdo que el amo y su familia se negaban a
comer: chinchulines, pezuña, hocico, papada,
despojos, el revestimiento de la boca, garganta o
estómago y chicharrones, un subproducto de la grasa
de cerdo.
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Al principio del siglo XIX, la desmotadora de algodón había acelerado el procesamiento del
algodón, lo que a su vez requirió más esclavos para cosecharlo. Como resultado, la mano de
obra africana dominó gradualmente el sur, creando una franja de tierra donde los negros
constituían la mayoría de la población. La revolución industrial y la invención de la máquina de
vapor aumentaron los viajes por toda la nueva república. Gran parte de lo que sabemos sobre
las tradiciones alimentarias afroamericanas en el cinturón negro del siglo XIX proviene de
personas que recorrían la región en barcos de vapor y trenes.
Las regiones de Virginia, Georgia, Alabama y Carolina, aunque cada una es única, se
unieron en sus cocinas mediante el uso de tres fuentes principales de alimentos: carne de
cerdo, verduras y harina de maíz. Dos hábitos también conectaron las diferentes regiones:
cocinar carnes de mala calidad durante mucho tiempo para romper el tejido conectivo y el uso
de carne de cerdo salada para sazonar las verduras fibrosas, que requirieron una cocción
extensa para hacerlas tiernas y fáciles de digerir.
En este siglo, los cocineros afroamericanos continuaron cultivando y cocinando con ñame y
batatas. Usaron estos alimentos básicos como el pan, tal como lo habían hecho sus
descendientes en África Occidental. A mediados de siglo, los esclavos de Virginia habían
influido en sus amos para que comieran los tubérculos de la misma forma. En vísperas de la
Guerra Civil, los cocineros afroamericanos de Carolina del Sur y Virginia habían conservado
muchas tradiciones alimentarias africanas y habían creado otras nuevas. Los blancos que
vivían y trabajaban muy cerca de los afroamericanos esclavizados por lo general comían estos
mismos platos baratos, deliciosos y abundantes. De los británicos, los afroamericanos
adquirieron el gusto de hacer pasteles y budines, que hicieron tanto con el ñame africano como
con la batata americana. También llevaron la elaboración de pasteles a otro nivel con la cocción
de tartas de frutas a partir de frutas desechadas y recolectadas y los restos de masa que
sobraban de la elaboración de pasteles hechos en la cocina de la casa grande.
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las fiestas de la cosecha, Navidad, Año Nuevo, el 4 de julio, avivamientos religiosos y
domingos. En estos días, a los esclavos se les daba tiempo para cocinar y cultivar el jardín,
comida adicional y la posibilidad de comer dulces. Miller (2013), acota en su libro Soul Food
que los domingos, a los esclavos se les permitía preparar alimentos que incluían ingredientes
como leche entera, azúcar blanca, harina blanca y harina de maíz blanca. Con estos
ingredientes y el acceso a un horno y equipo para hornear, los cocineros negros elaboraban
artículos como bizcochos, panecillos, tortas, pollo frito, jamones, tartas y spoonbread, que no
podían hacer el resto de la semana. Así, en la esclavitud, la cena del domingo era un momento
de cierta anticipación. La mayoría de los afroamericanos esclavizados comían porciones mucho
más pequeñas y muy poca carne durante la semana, realizando labores físicas intensas desde
el amanecer hasta el anochecer seis días a la semana en un clima extremadamente caluroso.
La obesidad, por lo tanto, no fue el problema que es hoy entre los afroamericanos.
Durante la esclavitud, los alimentos cocinados los domingos y ocasiones especiales jugaron
un papel importante en las tradiciones religiosas afroamericanas del sur. La mayoría de los
esclavos consideraban especial el domingo porque podían visitar a los parientes en diferentes
plantaciones y preparar comidas especiales que expresaban su amor por la familia y los
amigos. Las tradiciones orales les permitieron transmitir instrucciones a la siguiente generación
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sobre la intrincada preparación de los alimentos que se comen en los días religiosos: pollo frito,
carne de res y cerdo a la parrilla, galletas, pasteles y tartas.
Ya entrados en el siglo XIX, los afroamericanos adquirieron una marcada inclinación por el
maíz, el arroz, los vegetales, la carne de cerdo junto a alimentos condimentados con cerdo, y
alimentos fritos. Con el tiempo, los colonos se deleitaron mucho con los platos que sus esclavos
elaboraban, como los chinchulines de cerdo; hojas de nabo, col y kale o col rizada a fuego lento
con diversas partes de cerdo ahumado; ñame tostado; gumbo; hoppin’ John (izquierda), pan de
maíz solo o con chicharrón y cobblers ( preparación dulce que recuerda al crumble y consiste en
frutas como manzana o frutos rojos macerados con azúcar y cubiertos con galletas ya cocidas o
bizcochos en forma de pequeños círculos, masa batida o masa de crumble); y diversas
preparaciones de caza y pescado.
Tradicionalmente, la zarigüeya era uno de los varios alimentos que los esclavos obtenían
por su cuenta para complementar sus lamentablemente inadecuadas raciones de esclavos. Del
mismo modo, los ñames anteriores al siglo XIX formaban parte de lo que los plantadores
distribuían como raciones de esclavos. Pero a mediados del siglo XIX, los plantadores del sur
ya no consideraban la batata ni el ñame como alimento de esclavos. La gran queja de los
esclavos era la monotonía de su dieta asignada de cerdo en gran parte salado y harina de
maíz. Además de la cría de pollos y cerdos y la caza menor, también respondieron cultivando
frijoles y verduras.
Durante la Guerra Civil (1861–1865), tanto los soldados confederados como los de la Unión
dependían muy a menudo de los cocineros afroamericanos en el campo de batalla. Los
oficiales del ejército del norte pusieron a los negros nacidos libres y a los fugitivos en
regimientos separados, les pagaron menos que a los soldados blancos y les dieron de comer
comida de calidad inferior. Los ejércitos del sur también utilizaron el trabajo de esclavos y
negros libres para tareas domésticas como cocinar. El presidente Jefferson Davis ordenó a los
hacendados entregar uno de cada diez esclavos para trabajos de guerra voluntarios. Estos
"sirvientes negros", como los llamaban los confederados, limpiaban y cocinaban todo lo que los
soldados capturaban, disparaban y recolectaban como comida. El pan de cerdo y maíz, las
batatas y los dulces representaron los alimentos más solicitados entre las tropas del Sur, tanto
negros como blancos. Una de las explicaciones más duraderas de por qué los negros y los
blancos en el sur han compartido tradiciones alimentarias es que sus patrones de alimentación
se fusionaron durante el trauma de la Guerra Civil.
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civiles. Los soldados que luchaban a lo largo de la costa atlántica también pescaban. Tanto la
Unión como los ejércitos confederados comenzaron a confiscar los suministros de alimentos
cuando se encontraron con las plantaciones, lo que agravó la escasez. En las ciudades del sur,
los precios se dispararon, en parte debido a las fuerzas del mercado, pero también debido al
aumento de precios por parte de comerciantes sin escrúpulos. Las ciudades del sur se vieron
empañadas por frecuentes disturbios por alimentos. Solo por pura desesperación y hambre los
blancos comerían "comida negra".
Antes de la Guerra Civil, la mayoría de los estadounidenses —los dueños de esclavos, los
esclavizados, los abolicionistas, los blancos pobres y los espectadores culturales— trazaban
límites entre lo que comían los esclavistas y los esclavos en el sur. En su opinión, los blancos
comían bien en la Casa Grande, y en los barrios de esclavos los negros comían una dieta
pobre propia de una clase trabajadora. Ese pensamiento era una ficción útil: tanto los alimentos
de prestigio como los estigmatizados cruzaban las fronteras raciales y de clase en cada
dirección. Para aquellos comprometidos con el mantenimiento del sistema de castas raciales de
esa época, la ilusión de que los negros y los blancos comían de manera diferente reforzó su
sentido de superioridad racial.
Era imposible mantener esta ilusión después de la Guerra Civil. El efecto acumulativo de las
bajas humanas de la guerra, la fría eficiencia de las estrategias de bloqueo del norte y la toma
de tierras habían convertido al sur en un lugar muy pobre. Lo que a menudo se pierde es cuán
generalizada estaba el hambre en el sur, bajo la sombra de la Guerra Civil.
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