Lucio V. Mansilla Por Pérez Gras para Revista Decimonónica
Lucio V. Mansilla Por Pérez Gras para Revista Decimonónica
Lucio V. Mansilla Por Pérez Gras para Revista Decimonónica
2 SUMMER/VERANO 2009
El manuscrito inédito
El diario fue escrito entre los años 1850 y 1851, durante el viaje que Mansilla realizó de
Buenos Aires a la India, Egipto y Europa. Inferimos que se trata del primer cuaderno de
un total de dos, ya que el viaje fue más extenso de lo que figura en él, y que el segundo
realmente se ha perdido. En esta parte inicial, el joven Lucio—tenía entonces 18
años—describe día por día la partida de Buenos Aires, el 25 de agosto de 1850, el cruce
del océano Atlántico a bordo de la embarcación Huma, el desembarco en Calcuta, su
vida social en la exótica ciudad, las aventuras por el interior de la India: en
Chandernagor—actual Chandannagar— y Madrás, la travesía por el Mar Rojo de Adén
a Suez, la interminable caravana hasta el Cairo, la visita a las pirámides y el paso por
algunas de las principales ciudades de Italia (cfr. Apéndice). Florencia es el último destino
mencionado en el manuscrito, el 18 de abril de 1851, pero sabemos, gracias a los escritos
Decimonónica 6.2 (2009): 25-45. Copyright 2009 Decimonónica and Ma. Laura Pérez Gras. All rights
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posteriores de Mansilla, que el viaje por Europa no terminó allí. Sus Causeries de los Jueves
nos hablan de que después de Italia pasó por París, Londres, Edimburgo, y regresó a la
capital británica en busca de tranquilidad.3 El recorrido completo duró poco menos de
un año y medio. Lucio abandonó abruptamente su exilio, temeroso por el futuro de su
familia, debido a los rumores acerca de la probable caída de Rosas. Acababa de cumplir
los veinte años cuando desembarcó en Buenos Aires, en diciembre de 1851, vestido según
la última moda europea. Y aunque pareciera que la experiencia no lo hubiera modificado
más allá de su flamante apariencia de hombre cosmopolita, las vivencias de este viaje
iniciático lo marcarían por el resto de su vida y se convertirían en fuente inagotable de
anécdotas, reflexiones, puntos de vista y comparaciones que nutrirían casi toda su obra
posterior, siempre autobiográfica, intimista y coloquial.
El temor del joven viajero de haber escrito algo poco digno del interés de su padre refleja
la temprana intuición del escritor que, al pasar en limpio el manuscrito, toma conciencia
de lo que repetiría, muchos años más tarde, en el comienzo del relato “Recuerdos de
Egipto”:
Sabemos que esta segunda versión está incompleta porque el manuscrito original abarca
un cuaderno de 250 páginas, con pocas hojas recortadas y perdidas; en cambio, la
transcripción se interrumpe en la 90: desde la primera hasta la 82a se encuentran en un
mismo cuaderno; luego, el texto continúa en hojas sueltas numeradas del 1 al 8, aunque
la octava hoja ya aparece completamente en blanco.
Otra referencia directa de Mansilla a este manuscrito aparece en la causerie “En las
pirámides de Egipto” y dice: “‘Cheops,’ leo en mi libro de viaje en la fecha marzo 14 de
1851” (18). Hemos comprobado que, efectivamente, en el diario aparece, en esa fecha, el
breve relato del ascenso a la pirámide, la misma anécdota que en la causerie se desarrolla
hasta los más pintorescos detalles. Esta mención concreta nos da la certeza de que,
después de más de diez años de haberlo escrito, Mansilla aún tiene a mano al menos el
primer cuaderno de su diario de viajes y que su relectura le resulta valiosa como fuente de
inspiración y de datos fidedignos—que allí se resguardan de los tropiezos de la
memoria—para muchos de sus escritos.
En este trabajo, nos proponemos superar el vacío, tanto bibliográfico como documental,
que denuncia Axel Gasquet en su libro de ensayos Oriente al Sur. El orientalismo literario
argentino de Esteban Echeverría a Roberto Arlt cuando escribe, refiriéndose a Mansilla:
Un pionero en Oriente
Los viajes a Oriente eran excepcionales para la sociedad criolla decimonónica. Los
argentinos que llegaron a pasar por el Levante lo hicieron como una escala extraordinaria
en sus recorridos por Europa, que era el destino tradicional. Mansilla fue el primer
escritor argentino en llegar hasta la India. Y este fue su primer destino. También fue el
primero en recorrer extensamente esa parte del globo y documentarlo por escrito. De esta
manera, inauguró el relato de viaje por Oriente, le dio autonomía y un lugar en las letras
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argentinas. Incluso, Mansilla fue un pionero en escalar, hasta cierta altura, algunos picos
del Himalaya.
En rigor, Sarmiento ya había llegado a un destino tan exótico para la época como era
Argelia y fue el primero en hacerlo. Sin embargo, las motivaciones de ambos viajeros
fueron fundamentalmente distintas y esto repercutió en el tipo de testimonio que cada
uno nos dejó. Sarmiento había manifestado su concepción de Oriente en el Facundo,
escrito en 1845, al comparar la barbarie del beduino con la de nuestros gauchos y
establecer un paralelo entre los dos desiertos. Pero viajaría a Argelia recién a fines de
1846, como una escapada ocasional en medio de su recorrido de tres años por Europa,
desde 1845 hasta 1848. El sanjuanino ya tenía una serie de prejuicios sistematizados antes
de ir a “verificarlos” in situ. En cambio, Mansilla no llevaba ningún tipo de información
previa acerca de lo que vería en tierras tan lejanas, ni tampoco buscaba elaborar una
reflexión acerca de aquellos países que llegara más allá de la nota de color o la anécdota.
En los relatos de viajes—que se pueden encontrar imbricados dentro de una crónica, una
novela o una causerie—el escritor habla siempre de su mundo, de su tiempo y de su clase
social. Las reflexiones acerca de lo que se ve y se oye manifiestan el yo del viajero, su
mundo de preconceptos y su bagaje personal: familia, patria, educación, imaginario y
cultura; por este motivo, remiten al sentir colectivo de una clase que elige leer estos textos
porque se encuentra reflejada en ellos. Para David Viñas esta pertenencia a una élite se
puede apreciar claramente en las dedicatorias hechas por Mansilla—siempre ubicadas al
comienzo de cada causerie—a muchos de los personajes de la sociedad de entonces, con
tanto o mayor protagonismo que el mismo Mansilla.
De todos los escritos de Lucio V. Mansilla, podemos nombrar un número importante que
se nutrió de manera directa de las experiencias vividas en su primer viaje. Por este
motivo, el manuscrito se nos presenta como una caja de resonancia cuyos ecos han
vibrado de múltiples maneras.
En primer lugar, nos referiremos a la causerie “¿Porqué . . . ?” (Entre Nos 20-62), ya que
trata acerca de las circunstancias que llevaron a Mansilla a realizar un viaje tan
prolongado con destinos tan remotos. El texto, dirigido al Dr. Carlos Pellegrini, se dilata
en extensas digresiones durante cinco jueves con el evidente propósito de generar
expectativa en el lector antes de revelar los verdaderos motivos del prematuro exilio.
Tanto Mansilla como su más reconocido biógrafo, Enrique Popolizio, coinciden en
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afirmar que se debió a un voraz despertar intelectual, que lo llevó a leer todo tipo de
libros, entre los que se encontraba el Contrato Social de Rousseau (Popolizio 49-56). Su
padre lo encontró in fraganti embebido en su lectura y faltando a algunas obligaciones
laborales. Lucio se había ido a vivir con él y trabajaba por disposición suya en uno de los
saladeros de la familia, ubicado entre Ramallo y San Nicolás. En secreto, le sacaba libros
y cartas personales de la biblioteca.
Lucio temía que la reprimenda le llegara por no haber pedido el permiso correspondiente
para leer los libros y, sobre todo, las cartas. Sin embargo, la preocupación creciente del
Coronel Mansilla se debía a que su hijo no podría seguir viviendo en la Argentina bajo el
gobierno de Rosas, nada más ni menos que su propio tío, si leía libros como aquellos. Por
este motivo, tomó la decisión de enviarlo lo más lejos posible, con la esperanza de que
regresara saciado de conocimiento y con una buena predisposición para el trabajo. Como
sabemos, ninguna de las dos cosas ocurrió. Mansilla fue un ávido lector durante toda su
vida y esto lo llevó a desarrollar el gusto por el oficio de escribir. Por otra parte, siguió
viajando hasta el final de sus días.
Pasados los meses, todos creyeron que su pasión por Pepita se había adormecido, motivo
por el cual le permitieron regresar a la casa. Pero cuando Lucio se enteró de que la joven
había sido obligada a contraer matrimonio para salvaguardar su honor, se enfureció y
quiso recuperarla. Fue entonces cuando doña Agustina lo envió a donde estaba asentado
su padre.
Lanuza 5). Hasta el propio Mansilla, en algunas de sus causeries, dice que tenía diecisiete al
comenzar el viaje, como veremos más abajo (Cfr. Horror 173). De todos modos, el
hallazgo de su diario de viajes elimina cualquier duda al respecto.
En el manuscrito que estudiamos, no hay ni una sola alusión directa a los motivos del
viaje; pero el tono melancólico, la reflexión tenazmente repetida de la importancia de
recordar o amar a la familia por sobre todas las cosas y la angustia por la distancia
impuesta a causa de silenciadas imprudencias son una constante y llegan a establecer una
atmósfera, una monotonía difícil de quebrar, sobre todo a lo largo de las ciento veintidós
páginas que ocupa la crónica de la travesía transatlántica hasta la India. Creemos que el
tono general de esta parte del relato se debe al pesar que Mansilla sentía por saberse
desterrado de su casa y de su patria. En ningún momento, se muestra entusiasmado por
la aventura que está emprendiendo, ni ávido de nuevas experiencias. Por el contrario,
lamenta la distancia con sus seres queridos y los malestares físicos—náuseas y dolores de
cabeza—lo perturban de tal manera que a veces le impiden realizar lo único que parece
disfrutar durante el viaje: leer libros y escribir en su diario.
Tras llegar a la India, el diario nos revela que este sentimiento no se ha desvanecido.
Después de una extensa descripción de la ciudad de Calcuta y de las costumbres y usos de
sus habitantes, Mansilla, mortificado por un futuro incierto, escribe:
Los dias mas aciágos y tristes de [sic] vida los he pasado en Calcuta. Hoi
hace mui cerca de seis meses que nada sé de mi madre, de mi padre y
amigos. Jamas se ha pasado tanto tiempo sin que sepa de mi familia; mui
cruel y agitado estado es la incertidumbre! Mi único consuelo es pensar en
aquellas agradables horas que rodeado de todo lo que me era querido, he
pasado, y que solo dios sabe si volveran. (167)
En segundo lugar, nos interesa analizar la relación entre el manuscrito y una secuencia de
cuatro causeries: “En Chandernagor,” “El hombre de Chandernagor,” “La noche de
Chandernagor” y “Los canis anthus de Chandernagor” (Horror al vacío 164-186), que
relatan los sucesos de una misma noche.
El diálogo que se establece entre el francés y Mansilla nos interesa por ser revelador.
Monsieur Vignety se sorprende de ver a Lucio en un lugar tan distante de su patria y lo
interroga acerca de los motivos por los que había emprendido semejante viaje. Mansilla le
contesta que ha venido para hacer un cargamento de mercaderías de la India y de la
China, que luego venderá en Buenos Aires. De hecho, éste fue el motivo del viaje que
dejaron trascender los Mansilla tanto en casa como en las antípodas, pero el cargamento
nunca se llevó a cabo. Y Lucio intenta dar aquí una explicación al respecto:
Luego, con ironía, hace una advertencia a los padres en general, y un reproche indirecto
a los suyos: “Y manden ustedes después muchachos de diecisiete años a la India a hacer
cargamentos, como ya lo he dicho” (173).
La pareja de hermanos lo invita a cenar y, aunque Lucio se resiste al principio, hacen una
comida frugal en la que Vignety manifiesta sus dudas acerca de que Lucio fuera un
comerciante, sino más bien un hijo descarriado en el destierro. “Pero su benevolencia
genial podía más que su espíritu de desconfianza” (174), explica el visitante, aliviado. Se
retira temprano escoltado por un sirviente de la casa—el propio Lucio tenía seis indios a
su servicio—porque debe cruzar el río y el bosque hasta su hotel. Pero esa noche no se
puede dormir, preso del miedo producido por la oscuridad en aquel exótico paraje. Y el
insomnio, mezclado con la excitación del recuerdo de los ojos de Mademoiselle Vignety,
lo motiva a salir de su habitación y buscar la casa donde había cenado más temprano.
del Ganges hacia la casa de Vignety. Se remonta a los miedos de la infancia y hace un
análisis acerca de la vigencia de la pedagogía del terror, aplicada por nodrizas, criados,
maestros y padres, tan presente en la literatura fantástica. Tenemos que pasar a la cuarta
causerie, “Los canis anthus de Chandernagor,” para que la acción se desarrolle. El relato es
moroso e hiperbólico. Todo el camino siente que una presencia lo acecha y lo retiene,
impidiéndole avanzar. Hasta que otro peligro se presenta: Lucio es víctima de un
terrorífico encuentro con perros o chacales típicos de la India—cuyo nombre científico es
justamente canis anthus—: “Pude verlos mejor… serían unos cien, colocados en fila uno
tras otro, como atados de sus colas peludas de zorro. [. . .] Me atacarán irremisiblemente,
y son tantos que me devorarán” (185). Mansilla se envuelve en la capa del héroe que debe
superar pruebas en medio de un territorio desconocido y desafiante, enfrentar bestias
exóticas y feroces, en la bruma más espesa y la hora más oscura de la noche. Un vigilante
aparece como el auxiliar mágico que resuelve felizmente el conflicto al ahuyentar a los
chacales. Así, nuestro héroe logra llegar hasta la casa de su amada, quien lo espera,
“shakespeareanamente,” pensativa en su balcón. Aquí aparece el estilo personal de
Mansilla: un tono que se ubica entre la ironía y la confesión, que en ocasiones lo muestra
vulnerable, y hasta expuesto a la ridiculez: al llegar a ver al objeto de su deseo, sin poder
decirle una palabra, se desmaya, presa del cansancio físico y el agotamiento psicológico
provocados por aquella noche de pesadilla. La imagen es grotesca: ha arrastrado una
sábana enganchada en sus pantalones desde el cuarto del hotel hasta el balcón de
Mademoiselle Vignety. Por este motivo, había estado sintiendo que alguien—en este
caso, algo—lo perseguía y lo demoraba en su agitado andar por la selva. El miedo ha
vencido al héroe: el relato de sus aventuras se ha transformado en una sátira menipea,
donde el joven amante, hermoso y osado, resulta ser un medroso y atolondrado
muchachito.
En el relato de viajes que nos ocupa, no se narran estos acontecimientos. Por ello, sólo
gracias a este extenso relato, contenido en las cuatro causeries que analizamos,
comprendemos el siguiente pasaje del manuscrito, prácticamente onírico, que Mansilla
escribe antes de embarcar en Chandernagor de regreso a Calcuta:
Las impresiones del joven Lucio, arrojado a las antípodas, inmerso en un mundo tan
diferente del propio, no pueden evadirse de la presencia de la muerte: lo desconocido
siempre encierra una amenaza. Aquí no hay lugar para el sello personal de humor que el
escritor adulto sí logra imprimirles a los textos que rememoran esos momentos de la
adolescencia, incluso a los que tratan las situaciones más intensas o dramáticas.
A su vez, el relato original de la travesía por el Mar Rojo de Adén a Suez en el diario de
viajes ocupa cinco páginas: 88-192. En este pasaje, Mansilla se muestra excepcionalmente
interesado por lo que observa y la descripción de los lugares resulta más que referencial:
Estos breves fragmentos del diario más los imperfectos recuerdos de la experiencia en sí
son todo el material con que Mansilla elabora “De Adén a Suez,” que abarca desde la
página 85 hasta la 96, en formato de doble columna, en el tomo IV de la revista El Plata
científico y literario. El subtítulo del texto reza: “Impresiones de viaje,” por lo que podemos
anticipar que el autor no se dedica a narrar los sucesos de la travesía, sino a describir las
huellas que esta singular experiencia iba dejando en él a medida que cruzaba el Mar
Rojo, e intentar traducir al lenguaje verbal, con una alta conciencia estética, las imágenes
de los paisajes que se desplegaban a ambos lados de la embarcación.
El artículo se divide en tres partes. La primera se refiere a la India como colonia inglesa y
trata acerca del imperialismo británico. Una mentalidad fiel al concepto de progreso de la
generación del ‘80 lleva a Mansilla a tomar esta situación de dominio como natural en un
mundo en el que los “civilizados”—extranjeros o colonos—deben someter a los
“bárbaros”—los indómitos musulmanes, porque su transformación es poco factible. Está
claro que el mismo discurso generacional sustentó las expediciones al desierto argentino.
Pero estas teorías no tenían otro objeto que la apropiación de territorios y rutas
marítimas. En rigor, Mansilla explica que Adén es una pequeña península situada en el
golfo homónimo al sudeste de Arabia y también colonizada por los ingleses. Su suelo no
contiene riquezas, pero su ubicación geográfica, a la entrada del Mar Rojo, es estratégica
para la dominación de los mares.
Como se puede apreciar por los repetidos encuentros de Mansilla con personas que ya lo
conocían—o, al menos, a su familia—y lo distinguían de la multitud en un lugar tan
remoto como la India, la colonia era una extensión de Occidente en muchos aspectos y
las personalidades relevantes pertenecían a un mismo círculo cerrado y, paradójicamente,
cosmopolita. Mansilla, en cierto modo, se sentía cómodo en Calcuta, entre los extranjeros
que habitaban allí de manera temporal o permanente. La vida fastuosa y las actividades
sociales le ocupaban el tiempo y lo ayudaban a evitar el aburrimiento y la melancolía. Se
decide a salir de la ciudad y aventurarse al interior de la India gracias a la insistencia de
otro viajero, James Foster Rodgers, un comerciante de Boston que se convierte en su
compañero de viajes desde Calcuta hasta Inglaterra. No obstante, antes de llegar a
Europa, destino preferido de los jóvenes criollos de clase alta, todavía visitará otro país
único y tan exótico como la India: Egipto.
La segunda parte del artículo relata la navegación por el Mar Rojo. Los párrafos que
describen los puertos y las ciudades de Adén, Moka y Suez, y los que reviven la visión del
Monte Sinaí presentan el estilo característico del tardío romanticismo americano, que se
encuentra mezclado con el cientificismo progresista propio del Siglo de las Luces. Se
exalta la subjetividad de viajero en las descripciones, pero a la vez se dan precisiones
geográficas a través de un lenguaje técnico y erudito. Un claro ejemplo es el pasaje que
habla del Monte Sinaí: el autor cita el Génesis y, a continuación, nos remite a las teorías
de Buffon y Humboldt. Más tarde se detiene en extensas descripciones sumamente
estéticas para terminar en la transcripción de un pasaje del Éxodo y la exclamación de
“¡Hosana! ¡Hosana!” (94) debido a la exaltación religiosa inspirada por la presencia del
monte en cuya cima Dios promulgó el Decálogo a los judíos.
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La tercera parte se refiere a Suez, lugar de paso hacia el Gran Cairo. La descripción del
puerto de Suez parece extraída de un libro de geografía. Pero luego Mansilla nos aclara:
“Allí fue donde las aguas del Mar Rojo, se dividieron para dar libre paso á los
descendientes de Abraham y de Jacob” (94) y transcribe un extenso pasaje del Éxodo.
En el final de la tercera parte, menciona la plazoleta desde donde saldrán en carruajes y
caravana hacia el Gran Cairo. Esta misma postal se retomará luego en “Recuerdos de
Egipto” como punto de partida para ese relato, pero tiene sus raíces en el diario de viajes,
como veremos luego.
Las maneras de ver al otro y su mundo reflejan la visión que se tiene de uno mismo y de
lo propio. En otras palabras, la mirada en el otro es el espejo de la propia imagen:
Mansilla se siente despreciado por el mahometano porque en el fondo él es quien lo
desprecia. La cuestión de la mirada podría analizarse como leit motiv a lo largo de todo el
diario de viajes y de sus secuelas literarias. Pero este será el objeto de estudio de un
próximo trabajo.
Nos parece relevante señalar que este fue el primer texto de Mansilla editado y publicado,
por encargo de Miguel Navarro Viola, director de la revista El Plata científico y literario en
aquel momento. Nos interesa destacar particularmente que esta primera publicación no
podía dejar de referirse a las vivencias en Oriente, ni de tener como punto de partida el
diario de viajes que aquí analizamos.
El cuarto texto que se nutre del manuscrito es “Recuerdos de Egipto,” que apareció en La
Revista de Buenos Aires, en 1864. Está dividido en dos publicaciones y ambas se encuentran
en el Tomo III: la primera tiene dos partes—pp. 257-271—; la segunda abarca desde la
tercera parte hasta la novena—pp. 465-477. Aquí el relato se concentra en el cruce del
Pérez Gras 36
desierto que separa Suez del Cairo. Y, como señalamos antes, se inicia con la
escena—descrita ya en el diario de viajes y en el artículo “De Adén a Suez”—en que los
carruajes esperan a los viajeros alrededor de una plazoleta, listos para partir. Pero antes
de la descripción de esta larga e incómoda travesía por tierras inhóspitas, que comienza
recién en la segunda parte, Mansilla hará una serie de advertencias al lector, como suele
hacer en su rol de causeur.
En el párrafo inicial, hace la referencia al manuscrito que tratamos y que fue señalada y
citada en la primera parte de este trabajo. Lamenta la pérdida de la mayor parte de sus
notas de viajes y aclara que tendrá que valerse, en parte, de su memoria y, en parte, de las
“pájinas incompletas de un diario insulso é imperfecto” (257).
A partir de la cuarta parte, no hace más que dar algunas pinceladas del paisaje, la escasa
vegetación, las otras estaciones y sus impresiones del viaje. De hecho, tras firmar y fechar
su escrito—Rojas, junio 21 de 1863—, Mansilla aclara en un post scriptum que no ha
podido terminarlo como esperaba hacerlo: “En el momento de terminar estas plumadas
el ejército recibe órden de moverse sobre Córdoba, de manera que no sé si podré cumplir
el compromiso que he contraído de continuar. Es mas que probable” (477).
– marzo 6 –
Hoi á las 2 de la mañana llegamos al gran Cairo habiendo atravesado el
desierto en 16 horas—La distancia de Suez al Cairo es 56 millas, los
carruages son pequeños é incomodos, y siendo mas de seis personas
difícilmente, pueda uno moverse—son tirados por 4 caballos o mulas, hai
quince postas, 3 de ellas estan provistas de fiambres, frutas y algunos
refrescos, destinados para los pasageros, para quienes despues de haber
estado tres ó cuatro horas encajonado y recibiendo el mas infernal polvo,
es una mansion agradable y llena de todo aquello que el buen gusto
clasifica con el nombre de confort. La monotonia y tranquilidad que reina
en esta desierta region no carece enteramente de alguna sublimidad––.
(196-197)
El quinto y último escrito que nos interesa analizar en función de su intertextualidad con
el diario de viajes de Mansilla es su causerie “En las pirámides de Egipto,” que narra
principalmente la visita a Giza y el ascenso de nuestro viajero a la pirámide de Keops.
compañero de viaje James Foster Rodgers, que pagó la mitad del precio:
“Eres libre, puedes hacer de tu cuerpo lo que quieras.” Y ¿saben ustedes lo
que esta costilla nuestra hizo? Se vendió a sí misma; porque, según el
truchimán explicó, prefería ser esclava algún tiempo, y no libre, sin tener
qué comer, porque para hacerlo, tendría que traficar con su cuerpo, y era,
según ella lo afirmaba, si no pura, honesta. (Entre Nos 12-13)
Mansilla se aloja en el Hôtel de Russie en El Cairo. De allí parte a lomo de burro con su
compañero de viajes y un drogman para cada uno. Estos hombres, que solían ser
empleados por un consulado, hacían a la vez de guías e intérpretes pero también asistían
en los trabajos domésticos, y sus servicios resultaban imprescindibles para los turistas. Es
evidente por estos datos que el turismo en las pirámides era ya muy popular. En este caso,
Lucio y James visitan el grupo de las de Giza porque son las más cercanas al Cairo y
ascienden en particular a la más alta: la de Keops.
Para escribir sobre las pirámides, Mansilla se apoyará en dos textos. Uno es su propio
diario de viajes, como explica en una de las más directas referencias que hace de él, y que
ya citamos al comienzo de este trabajo. En él encontramos datos geográficos concretos,
cifras y estadísticas acerca de las pirámides, descripciones detalladas. El otro le sirve para
buscar la información que no anotó en el manuscrito y que su memoria no ha
conservado: se trata de la obra del coronel Vyse, The Pyramids of Ghizeh.5 El causeur quiere
darle una idea clara al lector acerca de la magnitud de lo que sus ojos de adolescente
vieron en esa excursión pero sin abrumarlo con detalles: “Tengo barruntos de que todo
esto, no lo entretiene mucho, que digamos, al lector. Me apresuro entonces a decir cómo
están construidas las Pirámides” (20).
Otro ejemplo de esta concepción del mundo es el modo en que los viajeros suben a la
pirámide de Keops: transportados por tres o cuatro beduinos que los cargarán a lo largo
de 183 metros escalonados de manera irregular—los doscientos tres escalones varían
entre los 70 cm y el metro y medio de altura—en un plano inclinado de 51º. Sin
embargo, será Lucio quien, tras describir el ascenso como una verdadera odisea para los
turistas, se quejará: “Finalmente, llegamos maltrechos” (22), sin reparar en el trabajo
inhumano y el cansancio de los beduinos.
Pérez Gras 39
En el final del texto, Mansilla demostrará una vez más que se reconoce como parte de
una élite que goza de la “civilización” de la cultura occidental cuando, al llegar a la cima
de la pirámide, un contingente norteamericano que ya descansaba allí recibe con
algarabía a su compatriota James Foster Rodgers y Mansilla se siente incluido en la
bienvenida por ser “americano”: “Allí nos encontramos con veinte y tres prójimos,
rodeados de setenta y seis demonios que se habían quedado en el último escalón” (22). Y
remarca su sentimiento de distancia con la cultura oriental al expresar descontento ante
la presencia de un intruso en el grupo: “Entre nosotros los americanos—los veinticinco,
¡oh sorpresa, y oh contrariedad, descubrimos un musulmán” (23). Resultará luego ser un
yankee disfrazado y eso aliviará la situación.
El 14 de marzo de 1851, como consta en su diario, fue el día en que Mansilla subió a la
pirámide de Keops. Y en el manuscrito lo relata de la siguiente manera:
Las otras dos Pirámides son pocas veces visitadas por los viageros; pues su
interior es casi igual al de la primera. Una de ellas es poco mas 100 pies
alta—Inmediato esta una colosal Esfinge de piedra cuya altura es 60 pies;
la mitad esta enterrada en la arena.
La austera admiración expresada en estas líneas nos remite al cierre de la causerie que
analizamos, donde Mansilla vuelve a recalcar que la ignorancia acerca de lo que veía no
le permitió apreciarlo en su justa medida: “¡Respetables padres de familia!, permitidme
daros un consejo: no mandéis vuestros hijos a viajar, [. . .]. Mandadlos recién cuando
estén preparados para poder ver los cuarenta siglos esos de las pirámides de Egipto, sin
ayuda de vecino, sin anteojos, con sus propios ojos” (25).
Así lo demuestra Popolizio, en su biografía, cuando cuenta que no bien había bajado del
barco, después de su viaje por Oriente y Europa, Mansilla ya despertaba la curiosidad de
los que lo veían vestido a la europea, extravagante y sofisticado, pero sin haber perdido la
informalidad y los modismos propios del porteño, después de un año y medio en el
extranjero.
Quizá con la esperanza de superar esta contradicción tan característica del argentino, que
quiere tener una identidad propia pero que no puede dejar de forjarla a partir de la
imagen que la mirada del extranjero culto (europeos y norteamericanos) refleja de él,
Mansilla será el autor de una de las obras más representativas del sentir criollo, “Una
excursión a los indios ranqueles,” y también de los textos—analizados en este
trabajo—que despliegan la mayor experiencia internacional de un escritor argentino en el
siglo XIX, donde la mirada está puesta en los otros:
Como se puede apreciar por lo expuesto, los diversos y breves episodios que se suceden
en el diario a lo largo del viaje se encuentran posteriormente amplificados en relatos
anecdóticos, siempre interrumpidos por extensas digresiones que no hacen más que
mostrarnos las opiniones del escritor maduro sobre las remotas aventuras del adolescente.
instituciones, y mucho menos a referir aventuras” (“En las pirámides” 14). El escritor ya
consolidado—como hijo del héroe de Obligado—dentro del círculo de patricios más
selecto, diestro en el uso de la pluma y de la espada, como era característico de los
hombres perteneciente a la generación del ‘80, sólo busca desplegar su experiencia de
viajero: esa que lo distinguió desde la juventud como un privilegiado, incluso dentro de la
élite a la que pertenecía; la misma que lo convirtió en un conversador cautivante y
renombrado en todas las tertulias:
Notas
emplea para denominar el género intimista y coloquial que Mansilla cultivó y publicó
como folletín de los jueves en Sud América, desde el 16 de agosto de 1888 hasta el 28 de
agosto de 1890. Eventualmente, sus causeries también se publicaron otros días de la
semana y, de manera excepcional, en otros medios gráficos como La Tribuna Nacional y
Fígaro. Entre 1889 y 1890, Mansilla compiló ochenta y cinco charlas en cinco
volúmenes con el título Entre-nos. Causeries del jueves.
4 En esta y todas las citas se respetan las grafías del original.
5 Vyse, Richard William Howard. Operations carried on at the Pyramids of Ghizeh in 1837.
Obras citadas
Carrizo Rueda, Sofía. Poética del relato de viajes. Kassel: Edition Reichenberger, 1997.
Gasquet, Axel. Los escritores argentinos en París. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral,
2007.
--- Oriente al Sur. El orientalismo literario argentino de Esteban Echeverría a Roberto Arlt. Buenos
Aires: Universidad de Buenos Aires, 2007.
Jitrik, Noé. Los viajeros. Buenos Aires: Editorial Jorge Álvarez, 1969.
Lanuza, José Luis. “Prólogo.” Lucio V. Mansilla. Entre Nos. Causeries de los jueves.
Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964.
Mansilla, Lucio V. Entre Nos. Causeries de los jueves. Buenos Aires: Editorial Universitaria de
Buenos Aires, 1964.
--- Entre Nos. Causeries de los jueves. Buenos Aires: El elefante blanco, 2000.
---“De Adén a Suez.” El Plata científico y literario. T. IV. Enero, 1855. 85-96.
---Horror al vacío y otras charlas. Buenos Aires: Biblos, 1995.
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Pérez Gras 44
Apéndice
20-30
14-19 5; 6
12; 13 7
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