Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Esto No Es Una Clase (Notas Urgentes) Daniel Castaño Zapata

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

Esto no es una clase.

Notas para mis estudiantes acerca de la idea de revolución molecular.

Daniel Castaño Zapata

Escribo estas notas con urgencia. Su intención es ponerle orden a una serie de
reflexiones que buscan aportar una clave de lectura al presente colombiano. Y como
siempre se escribe para alguien, diré que quienes se dibujan en mi imaginación
como receptores de estas páginas son mis estudiantes. A ustedes esto. A su belleza
y su energía. También escribo para mí. Porque esto no es una clase, es una
exploración. Un ejercicio de pensamiento in progress.

Uno: la articulación
Comenzaré por el medio. O más bien, por el
momento que algunos leyeron como el final del
paro, pero que aquí interpretamos solo como su
verdadero comienzo: la retirada de la reforma
tributaria por parte del Gobierno colombiano.
Pero no. Un momento. Algo debo contextualizar.
Ahora le escribo entonces a un turista noruego
que acaba de desembarcar (por accidente,
obviamente) en el aeropuerto internacional de
Medellín y encuentra una ciudad sitiada. ¿Qué
pasó aquí? pregunta, llamémosle, Göran.
¿Por dónde empezar apreciado extraño? Acabas
de aterrizar en un país que estima que su
población “oficialmente pobre” asciende al 42.5%.
Eso sería suficiente para explicar una toma
ciudadana de las calles de tu país. Y de casi cualquier país. Pero no de este. ¿Por
dónde comenzar entonces a exponer las razones del descontento?
En algún lugar (la velocidad de este escrito me autoriza a no buscar la fuente, ni de
esta ni de las demás citas. Esa tarea se las delego) Deleuze dice algo así como que
lo difícil no es explicar por qué estalla una rebelión cuando las condiciones de
exclusión son tan extremas, sino que lo difícil es explicar por qué no ha estallado
aún. O en este caso: por qué no lo había hecho.
Tenemos entonces a casi la mitad de la población pobre. En una economía que
decreció el 6,8% en el último año. Lo cual no sería un problema si dicha detención
de la economía hubiese estado acompañada de un proceso redistributivo
equivalente. Pero no. Digamos simplemente que la pobreza aumentó porque, de la
mano de la crisis económica, aumentó el desempleo más del 17%, en una sociedad
en la que el empleo informal está arriba del 49%, y apenas un aproximado al 35%
de la población económicamente activa, tiene un trabajo formal. A todo esto, hay
que agregar que el 70% de la población colombiana tiene un ingreso inferior a los 2
millones de pesos, pero, además, dentro de ese 70%, hay 5 millones de familias
que viven mensualmente con menos de 700 mil pesos. Esos son los pobres. Un
dato más: se trata de una sociedad en la que el 10% más rico gana 60 veces más
que el 10% más pobre. Y los ricos… la verdad, no ganan mucho: el 1% de la
población gana arriba de los 14 millones por familia. Esa cifra, en términos
comparativos con otras economías, no es muy alta. Esto no habla tanto de los ricos
como de los pobres. Porque si el 10% más rico (que ya dije que no son super ricos
como Elon Musk o alguna Kardashian) gana 60 veces más que el 10% más pobre…
lo indignante no resulta entonces el nivel de la riqueza sino el de la pobreza.
Digámoslo simple: la desigualdad en Colombia es una indolencia. Sobre todo,
porque la pobreza se hereda: para que de una familia pobre haya un miembro que
rompa el ciclo de la pobreza deben pasar cerca de 7 generaciones. Naciste pobre,
morirás pobre. A no ser que algo cambie. Que pase algo. Como lo que está
pasando.
En estas condiciones de crisis
socioeconómica el gobierno presentó una
reforma tributaria que… para decirlo rápido,
fue leída por la opinión pública como una
política regresiva. Es decir, se difundió
rápidamente la idea de que, en la tributación
allí postulada, no había equivalencia entre
los impuestos y la riqueza. Un punto álgido
para la opinión fue la afectación con IVA a
distintos productos de la canasta básica. Y la
omisión del gravamen con IVA a productos
tales como las bebidas azucaradas y las
armas.
¿Vamos bien Göran? ¿Se entiende? Te resumo: el problema es que, aunque duele
más el IVA para quienes menos ganan, todos pagamos el mismo IVA: el 10% de
arriba, el 10% de abajo y nosotros: metidos en el medio. Preguntas ¿por qué no nos
habíamos rebelado antes? Sí lo hemos hecho querido noruego. Pero digamos que
aquel que se levanta contra el poder económico en Colombia, muere. Para ello
basta un dato: de los pocos que tienen trabajo en Colombia solo el 4,5% tiene la
protección de un sindicato. Es decir, es parte de un cuerpo colectivo de trabajadores
que se protege mutuamente. ¿Por qué tan bajo? Porque los líderes sindicales en
Colombia han sido sistemáticamente asesinados. Y te cuento algo más: en menos
de 5 años, aquí, en el país en el que el riesgo es que te quieras quedar, han matado
a más de 900 líderes sociales. Líderes sociales, Göran. Novecientos. En menos de
cinco años. Por eso no nos rebelamos. Porque nos matan.
Bien. Despacho a Göran, que no entendía el contexto, y regreso a ustedes. Que sí
lo hacen. Estábamos en que retiraron la reforma. No, aún no. Antes de eso. Con los
datos económicos que puse arriba resulta entendible que esa clase media a la cual
la pandemia le mostró con crudeza la frágil estabilidad en que vive, tuvo temor de
que la reforma fuese ese infortunado ventarrón que tumba a quien camina por una
cuerda floja. Como cuando haces equilibrio, un empujoncito con un dedo te hace
caer. Bueno, eso era la reforma tributaria para las clases medias. Es decir, para
ustedes y para mí. Entonces salimos a la calle un 28 de abril. ¿Quiénes? Nosotros.
Y decir esto es decir que el paro que tumbó la reforma fue un paro de las clases
medias. De allí su rápido escalamiento mediático. Los ricos no protestan en la calle,
son más sutiles: amenazan con cerrar sus empresas o irse del país. Y los pobres
apenas tienen tiempo para sobrevivir, así que no protestan, porque, además, si lo
hacen, nadie los escucha. Salimos a la calle entonces.
¿Quiénes salimos a las calles? Muchos
actores muy distintos. Ustedes salieron a
marchar, los taxistas salieron en plan
tortuga y la Liendra salió, y lo transmitió en
vivo. Preguntémonos: ¿qué tenemos en
común nosotros (académicos) con la
Liendra y los taxistas? En otro contexto
diríamos que nada, pero en el contexto de
las marchas nos vimos compartiendo algo:
nuestra común queja al gobierno. “No a la
reforma tributaria”. Nos unió una común
oposición.
Cuando se entiende poco del poder suele creerse que es este una cosa que se
posee. Y la manera de poseerlo, sus fuentes, son tres: poder es tener plata, armas
o información. La economía, la violencia y los medios de comunicación. Digo esto
porque, aunque resulte increíble, ahora debo decir que nuestras máximas
autoridades entienden poco del poder. Creen que se posee. Pero no, el poder no
se posee: circula. Ya vamos a aclarar esto último. Digamos que la cosa se empezó
a poner cada vez más intensa: más gente en la calle, más información en las redes
sociales, su tía se creó una cuenta de Twitter para enterarse de lo que está pasando,
yo volví a Instagram, Julito Sanchez Cristo se mostraba indignado por la tozudez
del presidente en reconocer inviable la reforma, así como estaba planteada, pero
negarse a retirarla confiando en que era preferible mejorarla antes que aceptar la
derrota. (Perdón por esa frase tan larga, pero hay que entenderla así, todo eso
junto). En fin. Se creció el enano. Y Duque salió a hablar en su programa (haciendo
uso de su poder de información) pero no calmó la común indignación; entonces salió
a hablar, apelando al recurso de la fuente económica del poder, con el ministro de
hacienda a su lado para explicar la urgencia de recoger plata. “Hay caja para 7
semanas”, había dicho, apocalíptico, el hoy exministro en una entrevista.
(“Agárrense que viene la ruina si no me aceptan como salvador”, era el mensaje
subliminal de su vaticinio.) Pero tampoco funcionó. Afuera la consigna seguía siendo
la misma: ¡No a la reforma tributaria! En términos de teoría del poder for dummies
¿Qué recurso le faltaba emplear? Exacto: la fuerza. Y entonces salió otra vez a
hablar, pero ahora acompañado por las fuerzas armadas y amenazó. Y cumplió su
amenaza: se reprimió la protesta social.
Si la primera escena de la obra fue la articulación de actores muy diversos respecto
de una común necesidad y el inicio del paro y las marchas. La segunda escena
comienza cuando se transmite el primer exceso de fuerza por parte de la policía. Y
entonces todo cambió de tono. Imágenes ya conocidas volvieron como en la
recurrencia de un loop histórico. Policía golpeando civiles desarmados, gases
lacrimógenos estallando en marchas pacíficas (que a partir de dicho estallido
dejaron de ser pacíficas y marchas), frentes chorreando sangre, el grito de “hay un
herido, hay un herido” acompañado de manos que se levantan en alto indicando
indefensión, heridos de cuyo estado sólo tenemos conocimiento mediante
fragmentadas publicaciones en redes sociales, ojos que fueron el blanco de balas
de goma y que ya no volverán a ver, publicaciones preguntando si alguien sabe
dónde está la persona de la foto, y el grito compartido de un lado y del otro:
¡Hijueputas!. Hijueputas los reprimidos
para quienes reprimen, hijueputas los
represores para los reprimidos. Mirados
desde un grupo los del otro grupo son
todos iguales: “en toda marcha hay
vándalos” dicen los de un lado,
“A(ll).C(ops).A(re).B(astards)” dicen los
del otro. Hasta que cayó (y calló) el
primer joven. El primer muerto. Y luego el
segundo. Y después el tercero. Y aunque
la reforma no se retiró, el mensaje de la
marcha sí cambió: paso de “No a la reforma” a “Duque pare la masacre”. Pero no la
paró. “Nos están matando” empezaron a gritar los marchantes. “Eso no es protestar,
eso es vandalismo” empezaron a susurrar los medios y los grupos familiares de
Whatsapp. Hubo más muertos. 1

1
Al momento de escribir estas líneas, 9 de mayo a las 1:35 am, y luego de 11 días de protestas las cifras
aproximadas de la violencia estatal son: 47 personas asesinadas de las cuales 39 han sido por violencia
policial, 973 detenciones arbitrarias, 12 casos de violencia sexual, 548 desaparecidos, 28 víctimas de heridas
en los ojos, 278 agresiones por la policía.
Y siendo ya demasiado tarde, el 2 de mayo, el proyecto de reforma tributaria
también murió. Tercera escena. Entonces nos miramos. ¿Y ahora qué? Ahora
nada. “El paro no para”. Dijeron las redes sociales y todo se volvió más confuso y
violento.

Dos: la multiplicidad en protesta


Antes de este triunfo de los y las marchantes la pregunta por la razón de compartir
la calle no era necesaria. Su respuesta flotaba en el aire. La estructura del paro
(hasta retirada la reforma) tenía la forma de una medusa: una cabeza viscosa y
borrosa (la oposición a la reforma) que servía de punto común a varias líneas
(ideológicas) de las que a su vez se desprendían múltiples capilares (como grupos
y sujetos). Pero luego de retirada la reforma ¿qué une a los marchantes?
Sin cabeza ¿qué queda de la medusa? Un conjunto desordenado de tentáculos y
capilares flotando dispersos y sin centro común organizador. La expectativa estatal
fue que los y las marchantes, ya sin referente o causa común compartida, se
retirarían a sus casas. Pero eso no fue lo que ocurrió. Los múltiples actores que
inicialmente se reconocieron en el “No a la reforma”, ahora se reconocía en otras
tantas exclusiones como actores había en la calle. Y de manera más potente
(aunque más imprecisa) se comenzaron a reconocer en un común agotamiento
frente al maltrato (económico, político, policial, sexual y cultural). “Ya no más” fue
trending topic. Pero ¿Ya no más qué? otro significante en disputa. Y las marchas
empezaron a caminar en virtud de sí mismas. Ya sin un centro articulador, el río de
personas que antes llamamos “paro contra la reforma tributaria” se transformó en
una multiplicidad en protesta.
“Ya está bueno del paro. ¿Qué más quieren si ya retiraron la reforma?” se
preguntaba una reconocida periodista, revelando la dificultad de mirar un fenómeno
que no habla el lenguaje del Estado. Digámoslo en otros términos: el sentido común
(periodístico y político) solo puede pensar en términos de La política, demostrando
su impotencia frente a Lo político. Por la política entenderemos el lenguaje estatal.
Por lo político entenderemos el suelo sobre el que se erige la política, el fundamento
y origen de la sociedad: los comunes acuerdos y la base de la idea misma de la
comunidad política. Y es a ese nivel primario que, tal vez sin saberlo, los marchantes
mudaron el paro cuando prescindieron de un centro común y permanecieron como
una multiplicidad que aún no se dispersa.
En un diagnóstico sorprendente por su agudeza teórica y su irresponsabilidad
política (por las consecuencias que dicha consigna mal interpretada puede
provocar), el (ex)presidente Álvaro Uribe señaló la necesidad de “Resistir
Revolución Molecular Disipada: impide normalidad, escala y copa”. Es decir,
dispersar y romper los filamentos que, una vez eliminada la cabeza, devinieron una
entidad diferente e indefinible: una multiplicidad en protesta.
Explicar esto último es tal vez lo más difícil de este ejercicio. En el escenario actual
estamos ante (inmersos en) dos lógicas con dos lenguajes diferentes. Dos
entidades en oposición: el aparato de Estado y la multiplicidad en protesta.
El Estado funciona a partir de distinciones
duras y binarias: hombre y mujer, legal e
ilegal, el bien y el mal. Mientras la
multiplicidad construye sentidos nuevos
porque ella misma es indefinida, no
centralizada. Es un espacio de creación
de afectos que no corresponden a las
propiedades del lenguaje y la moral. Por
eso el Estado y sus cajas de resonancia
(Vicky, Salud Hernandez, Julito, su tío y el
mío, algún compañero de estudio, etc.)
son incapaces de hablar con propiedad de lo que hoy es la protesta. Preguntémonos
una cosa: ¿quién manda en las marchas? ¿son la expresión de un partido político,
de una línea ideológica? ¿Cuál es la identidad de los y las marchantes? O más bien
¿aquello que une a los marchantes también los iguala?
Lo que vemos hoy en las calles, desplegándose en cada marcha y en el flujo de
publicaciones en redes, es una multitud cuestionando Lo político: buscando
desarmar el lenguaje binario del aparato de Estado: la política. En este sentido el
(ex)presidente Uribe tiene razón: lo que hay en ciernes es una revolución molecular.
No estratificada jerárquicamente sino desplegada en un plano de intensidad afectiva
y a altísima velocidad de expansión. Si yo fuera él, también estaría preocupado.
Porque más allá de la ya inminente
cooptación del paro por parte de la lógica
estatal (¿A quién representan las
diferentes coaliciones que hablan en
nombre del paro? ¿Quién es el Comité del
paro y cuál es su legitimidad?) el paro
liderado por ustedes y al que
progresivamente se articularon la casi
totalidad de actores sociales, es un
diagnóstico de agotamiento de un modelo
sociopolítico y económico.

Tres: la molecularidad y después:


En este punto, y sin caer en una romantización de la máquina que (tal vez sin
saberlo, como el aprendiz de brujo) ustedes han puesto a andar, haremos un
análisis de los potenciales escenarios que los y las marchantes tienen en frente
luego de retirada la reforma tributaria.
La marcha está construyendo nuevos afectos, generando nuevas relaciones. Todo
ello dada su ubicación actual en una zona de indistinción. De allí su imprevisibilidad,
y de allí también la esperanza y el miedo que genera. Pues tanto puede derivar
hacia la construcción de un nuevo sentido común más inclusivo, como hacia una
máquina fascista incapaz de incorporar posiciones divergentes en su composición,
como puede también ser cooptada por el Estado y funcionalizada como plataforma
política.
Debemos evaluar entonces lo que el paro actualmente es y analizar las diferentes
posibilidades de aquello en lo que puede transformarse. Esos ya mencionados son
tres posibles escenarios:

- El comité del paro.

¿Qué es lo que “para” un paro? Quiero decir… no pregunto por aquello que evita
que un paro continúe, sino por aquello que se detiene por el acontecer de un paro.
Lo que se detiene (parcialmente) es la normalidad. La continuidad de los flujos de
trabajo, de circulación, de comercio, de educación, etc. Trabajo, circulación,
comercio y educación son instituciones sociales cuya normalidad define también el
desarrollo previsible de la vida cotidiana. Son, incorporemos una noción necesaria:
segmentaciones de la vida. Los segmentos son rígidos: tienen normas definidas,
horarios, jerarquías. La protesta rompe con dicha segmentación de la normalidad y
se mueve en un plano que no es el de los segmentos duros sino de la flexibilidad y
la molecularidad. Es exterior al aparato del Estado y no puede reducirse a él.
¿Recuerdan cuando el actual ministro de defensa propuso la creación de un
protestódromo? Es decir, la creación de un espacio regulado para que los
ciudadanos hicieran uso de su derecho a decir “No” sin salirse de la normalidad
estatal. ¿Lo recuerdan? Bien, porque eso es suficiente para diagnosticar que el
ministro de defensa entiende poco de conflicto social.
Pongamos un ejemplo: un dibujo puede hacerse en una hoja cuadriculada y
copiando a escala un modelo. O un dibujo también puede hacerse en una hoja en
blanco, no mirando un modelo sino imaginando lo que quiere componerse, y si
resulta deseable, saliéndose de la hoja e incorporando el escritorio, el piso y las
paredes como superficie de expresión. Esa es la diferencia entre un protestódromo
y una protesta. Nosotros diremos que la protesta crea un espacio liso donde había
uno estratificado.
Una dificultad similar surgió cuando el Gobierno
nacional instaló una mesa de diálogo nacional. Los
y las marchantes tuvieron que mirarse y responder
a la pregunta ¿quién habla en nombre de nosotros?
Más difícil de responder aún ¿esto que somos los
marchantes es un “nosotros” o es más bien una
reunión de muchos sin llegar a componer un
nosotros? La propuesta gubernamental era (y es
porque la mesa aún no se concreta) un mensaje
envenenado.
“El Gobierno quiere dialogar y llegar a acuerdos” fue el mensaje institucional. Pero
el problema de dicha propuesta es que obliga a la protesta a abandonar su territorio
flexible para entrar al campo del segmento duro de la política representacional.
Rápidamente comenzaron a emerger líderes del paro. ¿Quién representa a los
estudiantes? ¿Quién a los indígenas? ¿Quién a cada una de las múltiples
identidades en marcha? La consigna otra vez cambió, sin dejar de gritar por el
respeto a la vida, sin dejar de reclamar por justicia social, los marchantes
comenzaron a anunciar que la mesa del paro no los representa.
El “Ya no más” que fue pronunciado en contra de la violencia policial ahora comenzó
a decirse del paro mismo.
El miedo es una de las pasiones que más fuertemente afectan a las clases medias.
Clases, como ya vimos, en amenaza constante de desaparición. El miedo es,
también una de las pasiones que nos hacen huir en busca de la seguridad Estatal.
Y el aparato estatal lo sabe, y dispone para ello sus recursos
de persuasión (léase “captura”) de sus hijos nómadas. “A mí
sí me representa la coalición de la esperanza”, “Petro, usted
es el líder de este paro”, “Jenifer Pedraza es la
representante de los y las estudiantes”, “hagan lo que sea
necesario para parar el paro”. El comité del paro tiene la
capacidad de ser interlocutor del Gobierno, pero al costo de
anular el carácter múltiple del paro y transformarlo en una
composición jerárquica. En un espacio regulado, con
demandas escritas y representantes que se sientan en las elegantes salas del
soberano.
Dos preguntas surgen aquí: ¿Qué gana y qué pierde el paro al detener su marcha
(nómada) y hablar el lenguaje del Estado?
Como ya dijimos, el paro es un momento de levantamiento de muchas certezas, de
suspensión de lo normal y migración hacia espacios nuevos en los que se
establecen nuevas relaciones e interacciones. Pero preguntemos: Aquellos que
tienen miedo de perder ¿están más cómodos en la belleza del acontecimiento que
(tal vez) transformará la realidad o en las seguridades que le ofrece el viejo y
conocido mundo del Estado con sus identidades y sus interacciones reguladas?
Dos son las estrategias de seducción que el
Estado despliega en estos casos: la captura
mágica (ofreciendo la recuperación de la
identidad: “eres clase media, no pierdas tus
privilegios, colaborando conmigo algún día
podrás ser como yo”) y la captura jurídica
(ofreciendo la recuperación de la certeza: “el
mundo que te ofrezco es previsible, sin riesgo
inminente de que pierdas tu posición, tendrás
seguridades escritas, derechos y una vida
regulada”). Lo que era fluido deviene duro, lo que
era una hoja en blanco se marca con cuadrículas
y márgenes. El mundo otra vez es previsible
¿Quién puede resistirse?
En esta estrategia de captura son fundamentales
los medios de comunicación y todas las cajas de
resonancia del miedo y su llamado a la
recuperación de la normalidad perdida. Y su
mensaje es funcional a lo estatal porque los
medios, la política y el sentido común no tienen
conceptos para hablar de lo que escapa a la
categorización binaria y la representación estatal.
Para estas cajas de resonancia, el paro es su
comité (representación) y si las protestas no cesan
con la negociación entonces no son ciudadanas
sino vandálicas (pensamiento binario). Todo se
reduce a ser función del Uno. Uno es el pueblo, uno
es su comité, uno es el Estado, así como uno es el
déspota.
El primer escenario potencial es entonces la captura estatal: el paro es representado
por mensajeros que no nombró pero que hablan en su nombre. Capitalizan
políticamente su liderazgo y lo que fue el inicio del fin de un modelo, termina siendo
funcional a ese mundo que se buscó transformar.
Las tribus nómadas pasan a formar parte del Estado. Fin.
- El paro no para.

Cuando la captura mágica y jurídica son poco efectivas y la multitud en protesta no


se repliega, el trabajo recae en la policía: máquina encargada para lograr, con
violencia, el encauzamiento del flujo de la protesta. Eso fue lo que ocurrió en días
recientes. Las fuerzas policiales salieron, en su condición de máquinas de guerra
estatales, a romper el espacio ocupado por las marchas. O apenas marcado con la
presencia de algunos pequeños grupos de personas protestando (o no). La
intención estatal ha sido clara: ocupar todo el espacio social, no dejar nada sin
codificar. Ningún espacio oscuro, ningún punto ciego. Ningún ladrillo que no sea
Estado. En este caso, de manera literal.

El Estado se comporta como el soberano imperial: propietario de todo.


Sobrecodificando todo espacio con su marca, como un perro que orina sobre las
marcas territoriales de otros, el soberano defiende un territorio apropiándose de
toda su producción. Ordenando el espacio, la información y los intercambios que
se busca estructurar por violencia (ya que no por identidad ni por juridicidad) toda
expresión de protesta. Se borra lo que no rinde homenaje al soberano: se borran
las paredes tanto como se borran las personas: se las asesina, desaparecen,
pierden alguno de sus ojos, son abusadas, etc.
Este carácter aterrador de las fuerzas debocadas de la violencia estatal tiene una
explicación: la no unificación de un paro enloquece al Estado. O más bien al
soberano: lo vuelve un rey loco. Este es el problema que enfrenta la multiplicidad
en protesta que no se sienta a una mesa de diálogo, que, en defensa de su
condición molecular, rehúsa entrar en la lógica de 1 a 1. Se niega a la captura
identitaria de las representaciones y a jugar las cartas (jurídicas) en el escenario de
la política. El Estado requiere un portavoz para hablar en términos de la política. Y
si no lo consigue desata su propia máquina flexible, desregulada: la policía
antidisturbios.
Según dijimos, el problema de entrar en la lógica del Estado es la desnaturalización
de la condición misma de la protesta. Su muerte como flujo deseante no regulado.
Ahora vemos el problema de no hacerlo: el Estado se vuelve imperio (¿creíamos
que los imperios eran cosa del pasado?). Ocupando todo el espacio social al
sobrecodificarlo (con identidades, con el discurso jurídico, con violencia).
Haciéndolo suyo. Su obra.
La razón de este movimiento imperial del Estado es la permanencia de la protesta
que no negocia, el paro que no para, pues este ocupa un espacio del que ninguna
cartografía puede dar cuenta. Un territorio en el que habita una multitud que no
tiende al uno (nadie la representa) y que no es un centro de resonancia estatal.
Jaque mate para la axiomática estatal.
Pero conservar esa libertad de multiplicidad externa al Estado es un reto gigantesco
en una sociedad como la colombiana, con niveles de violencia estatal y paraestatal
apenas imaginables. “El paro no para” es la consigna multitudinaria. Su riesgo
evidente es que, ante el no acoplamiento a la negociación y al Comité del paro, la
protesta sea construida performativamente como vandalismo y se agudice la
eliminación de los y las marchantes a manos
del Estado. A eso apuntan directrices político-
militares como la de “resistir Revolución
Molecular Disipada” ya mencionada.
Pero hay otro riesgo latente en “el paro no
para”: que la protesta se convierta en un fin en
sí misma y, en su defensa, la multiplicidad en
protesta se radicalice y aquello que
inicialmente fue una articulación libre de
afectos, se transforme en una agrupación
excluyente: fascista.
¿Por qué se descomponen las multiplicidades
cuando duran más que el fulgor de sus
primeros días? Porque la mera perspectiva de convertirse en Estado las desarticula
y diluye. Pero también porque una vez empezada una fuga ya no hay como
detenerla. La fuga se convierte en un fin en sí misma. Desconociendo las
necesidades de subjetivación (territoriales y afectivas) de las personas que la
componen. Fin.

- Play the game.

Los escenarios anteriores muestran riesgos y posibilidades de la multiplicidad


extendida en el tiempo y el espacio. Ahora es pertinente pensar la posibilidad de
movimientos de protesta que enfrenten las capturas estatales (mágicas, jurídicas y
violentas), pero que, al hacerlo, se alejen de convertirse en máquinas de
(auto)abolición. Es necesario reflexionar sobre las posibilidades de que el futuro de
la actual protesta sea la conquista de derechos, la emergencia de contrapoderes, y
la desregulación parcial del espacio social a fin de abrirlo a formas de existencia
divergentes, protegiéndolas (tanto jurídica como representacionalmente). Protestas
en las que el enemigo sea el soberano imperial sobrecodificador, más que la
institucionalidad en sí misma.
Un territorio de especial importancia, y del que
hemos hecho varias referencias como territorio
de protesta, es el digital. Los algoritmos son
imperiales: duplican digitalmente la realidad a fin
de controlarla. En las jornadas de protesta que
estamos viviendo hemos visto surgir otro tipo de
multiplicidad: una máquina de protesta semiótica
y mediática dedicada a registrar y publicar la
violencia policial, y a atacar las capturas
identitarias y jurídicas. Contraconsignas,
resistencias a la censura, desmitologización del
discurso estatal, han sido algunas acciones
conducentes a la destrucción de la capacidad de
captura estatal. Ridiculizar y desmantelar el
discurso
desesperado
del soberano es una forma de que el miedo que
la versión policial de la realidad difunde, no sea
el afecto que domine y capture a los temerosos.
Transmisiones en streaming de abusos
policiales, verificación de datos e ironía se
vuelven armas más efectivas que algunos acting
out que pueden ser leídos como vandalismo y
cuyo corolario es el sometimiendo del cuerpo de
quien protesta.
Esa es una función necesaria de la protesta no jerarquizada: vencer el miedo. Y
nunca producirlo. Hay que darle miedo al Estado, pero no a los demás (marchantes
o no). Porque cuando eso ocurre, la protesta misma es quien construye las
condiciones para que el Estado capture a través del miedo: “Ya no más”, decían
Julio Sánchez Cristo y Salud Hernandez. Cajas de resonancia supremas del
discurso estatal.
Otra resistencia por vencer es la resistencia por estructurar representaciones y
negociar con el Estado. Las luchas que estamos emprendiendo se pueden resumir
en el reclamo por más y mejores derechos civiles: allí ya hay una identidad jurídica
que estamos defendiendo: la de la ciudadanía. Creer que la protesta nunca puede
expresarse en el lenguaje estatal es desconocer que su demanda es una
reivindicación de derechos, y que, en muchos casos, la única forma de protegerse
contra la captura estatal es la propia constitución: derecho de reunión, habeas
corpus, derecho a la protesta, etc.
Entonces, si no podemos sustraernos de la existencia efectiva del Estado, pero
tampoco queremos renunciar a ganar más y más territorio en la redefinición de lo
político, hay que ser muy analíticos y lograr identificar el momento en el que ya no
se puede ganar más territorio y negociar. Extender la lucha es arriesgarse a su
abolición, y entregarla rápidamente es arriesgarse a que nada de lo peleado se
materializase finalmente en derechos.
A su vez, la condición de multiplicidad de la protesta
puede no perderse. Para ello pueden definirse
modelos de representación que no anulen el potencial
nomadismo de la protesta tales como las asambleas
barriales, y la designación de representantes
abstractos (que no puedan redituar políticamente su
representación) para la negociación, en los cuales no
importe el sujeto, sino la figura o condición misma de
negociador (el cual puede incluso cambiar con
frecuencia). Por ello mismo, la ausencia de un centro
articulador de la protesta hoy no puede impedirnos
identificar demandas comunes: por ejemplo, el cese del fascismo policial, y la renta
básica como una forma de que la vida no dependa del mercado, son reclamos
altamente compartidos y pueden ser núcleos discursivos del paro. Además de servir
de contrapoderes a la irracionalidad de la sociedad de mercado.
Una vez negociados algunos derechos y desactivada la protesta activa y constante,
será necesario no caer en la seducción del Estado como garantía dura y
permanente y renunciar a estar mapeando, cartografiando constantemente, los
posibles devenires fascistas del movimiento que ustedes pusieron en marcha. Por
ejemplo, hay que evitar la reproducción de discursos que apelen a los límites de la
democracia, discursos para los cuales el reconocimiento de derechos “excesivo”
desvirtúa la idea misma de deberes ciudadanos. La noción de democracia que debe
surgir de un movimiento que ha logrado articular tan distintos actores sociales en
torno a tan graves y profundas precariedades, no puede ser más que radical: allí
donde haya una necesidad nacerá un derecho. Esto quiere decir que otra
consecuencia política deseable en un futuro escenario de la protesta es la lucha por
nunca hipostasiar la seguridad jurídica sobre las necesidades humanas. Sobre todo,
para movimientos que apelan a la recuperación de la dignidad en contextos tan
desoladores como los descritos al inicio de este texto.
Finalmente, y ante la tergiversación peligrosa de la idea de “revolución molecular”
solo me queda por decir que ojalá lo que estamos viviendo sea una expresión de tal
cosa: una articulación de creencias y deseos que no obedece más que a su propio
pulso. Porque la molecularidad implica que la revolución no está construida de arriba
hacia abajo, sino que nace del cuerpo mismo de quienes marchan. Nace de su
potencia que busca encontrarse con aquello que les conviene. Que les hace bien.
Según vimos, lo que no entienden quienes buscan atacar (con violencia) este tipo
de procesos es que su captura es como tratar de cazar mariposas a balazos. No se
puede parar un flujo de deseo sino es capturando ese deseo. Es decir, seduciéndolo
o anulándolo. De allí la efectividad del miedo como estrategia de captura y, de allí
también, que toda la impotencia soberana se transforme en violencia.
Ojalá que lo que está ocurriendo sea una
revolución molecular, porque derivará en
transformaciones culturales. En nuevos flujos de
creencias y deseos más solidarios y libres. Y eso
es a lo que más teme el viejo poder.
A cuerpos erotizados en la calle. Cuerpos que
componen un horizonte de posibilidad a medida
que se alían. Los y las marchantes no saben para
dónde va la marcha, de ahí su molestia con
quienes se atribuyen su representación y quieren
capitalizar políticamente una potencia expansiva
que busca componer un nuevo mundo. Ojalá que
se trate de una revolución molecular porque su
afán no es la destrucción, sino la construcción de
nuevas realidades.
Eso es lo que les molesta a aquellos para quienes el poder es represión y violencia:
que la marcha está desnudando su vileza, su adicción por la tristeza. Ojalá que lo
que esté dándose sea una revolución molecular. Un torrente de nuevas creencias y
deseos que se juntan para ir andando. Para componer algo más bello que lo que
hay.
Envigado, 9 de mayo de 2021

También podría gustarte