Esto No Es Una Clase (Notas Urgentes) Daniel Castaño Zapata
Esto No Es Una Clase (Notas Urgentes) Daniel Castaño Zapata
Esto No Es Una Clase (Notas Urgentes) Daniel Castaño Zapata
Escribo estas notas con urgencia. Su intención es ponerle orden a una serie de
reflexiones que buscan aportar una clave de lectura al presente colombiano. Y como
siempre se escribe para alguien, diré que quienes se dibujan en mi imaginación
como receptores de estas páginas son mis estudiantes. A ustedes esto. A su belleza
y su energía. También escribo para mí. Porque esto no es una clase, es una
exploración. Un ejercicio de pensamiento in progress.
Uno: la articulación
Comenzaré por el medio. O más bien, por el
momento que algunos leyeron como el final del
paro, pero que aquí interpretamos solo como su
verdadero comienzo: la retirada de la reforma
tributaria por parte del Gobierno colombiano.
Pero no. Un momento. Algo debo contextualizar.
Ahora le escribo entonces a un turista noruego
que acaba de desembarcar (por accidente,
obviamente) en el aeropuerto internacional de
Medellín y encuentra una ciudad sitiada. ¿Qué
pasó aquí? pregunta, llamémosle, Göran.
¿Por dónde empezar apreciado extraño? Acabas
de aterrizar en un país que estima que su
población “oficialmente pobre” asciende al 42.5%.
Eso sería suficiente para explicar una toma
ciudadana de las calles de tu país. Y de casi cualquier país. Pero no de este. ¿Por
dónde comenzar entonces a exponer las razones del descontento?
En algún lugar (la velocidad de este escrito me autoriza a no buscar la fuente, ni de
esta ni de las demás citas. Esa tarea se las delego) Deleuze dice algo así como que
lo difícil no es explicar por qué estalla una rebelión cuando las condiciones de
exclusión son tan extremas, sino que lo difícil es explicar por qué no ha estallado
aún. O en este caso: por qué no lo había hecho.
Tenemos entonces a casi la mitad de la población pobre. En una economía que
decreció el 6,8% en el último año. Lo cual no sería un problema si dicha detención
de la economía hubiese estado acompañada de un proceso redistributivo
equivalente. Pero no. Digamos simplemente que la pobreza aumentó porque, de la
mano de la crisis económica, aumentó el desempleo más del 17%, en una sociedad
en la que el empleo informal está arriba del 49%, y apenas un aproximado al 35%
de la población económicamente activa, tiene un trabajo formal. A todo esto, hay
que agregar que el 70% de la población colombiana tiene un ingreso inferior a los 2
millones de pesos, pero, además, dentro de ese 70%, hay 5 millones de familias
que viven mensualmente con menos de 700 mil pesos. Esos son los pobres. Un
dato más: se trata de una sociedad en la que el 10% más rico gana 60 veces más
que el 10% más pobre. Y los ricos… la verdad, no ganan mucho: el 1% de la
población gana arriba de los 14 millones por familia. Esa cifra, en términos
comparativos con otras economías, no es muy alta. Esto no habla tanto de los ricos
como de los pobres. Porque si el 10% más rico (que ya dije que no son super ricos
como Elon Musk o alguna Kardashian) gana 60 veces más que el 10% más pobre…
lo indignante no resulta entonces el nivel de la riqueza sino el de la pobreza.
Digámoslo simple: la desigualdad en Colombia es una indolencia. Sobre todo,
porque la pobreza se hereda: para que de una familia pobre haya un miembro que
rompa el ciclo de la pobreza deben pasar cerca de 7 generaciones. Naciste pobre,
morirás pobre. A no ser que algo cambie. Que pase algo. Como lo que está
pasando.
En estas condiciones de crisis
socioeconómica el gobierno presentó una
reforma tributaria que… para decirlo rápido,
fue leída por la opinión pública como una
política regresiva. Es decir, se difundió
rápidamente la idea de que, en la tributación
allí postulada, no había equivalencia entre
los impuestos y la riqueza. Un punto álgido
para la opinión fue la afectación con IVA a
distintos productos de la canasta básica. Y la
omisión del gravamen con IVA a productos
tales como las bebidas azucaradas y las
armas.
¿Vamos bien Göran? ¿Se entiende? Te resumo: el problema es que, aunque duele
más el IVA para quienes menos ganan, todos pagamos el mismo IVA: el 10% de
arriba, el 10% de abajo y nosotros: metidos en el medio. Preguntas ¿por qué no nos
habíamos rebelado antes? Sí lo hemos hecho querido noruego. Pero digamos que
aquel que se levanta contra el poder económico en Colombia, muere. Para ello
basta un dato: de los pocos que tienen trabajo en Colombia solo el 4,5% tiene la
protección de un sindicato. Es decir, es parte de un cuerpo colectivo de trabajadores
que se protege mutuamente. ¿Por qué tan bajo? Porque los líderes sindicales en
Colombia han sido sistemáticamente asesinados. Y te cuento algo más: en menos
de 5 años, aquí, en el país en el que el riesgo es que te quieras quedar, han matado
a más de 900 líderes sociales. Líderes sociales, Göran. Novecientos. En menos de
cinco años. Por eso no nos rebelamos. Porque nos matan.
Bien. Despacho a Göran, que no entendía el contexto, y regreso a ustedes. Que sí
lo hacen. Estábamos en que retiraron la reforma. No, aún no. Antes de eso. Con los
datos económicos que puse arriba resulta entendible que esa clase media a la cual
la pandemia le mostró con crudeza la frágil estabilidad en que vive, tuvo temor de
que la reforma fuese ese infortunado ventarrón que tumba a quien camina por una
cuerda floja. Como cuando haces equilibrio, un empujoncito con un dedo te hace
caer. Bueno, eso era la reforma tributaria para las clases medias. Es decir, para
ustedes y para mí. Entonces salimos a la calle un 28 de abril. ¿Quiénes? Nosotros.
Y decir esto es decir que el paro que tumbó la reforma fue un paro de las clases
medias. De allí su rápido escalamiento mediático. Los ricos no protestan en la calle,
son más sutiles: amenazan con cerrar sus empresas o irse del país. Y los pobres
apenas tienen tiempo para sobrevivir, así que no protestan, porque, además, si lo
hacen, nadie los escucha. Salimos a la calle entonces.
¿Quiénes salimos a las calles? Muchos
actores muy distintos. Ustedes salieron a
marchar, los taxistas salieron en plan
tortuga y la Liendra salió, y lo transmitió en
vivo. Preguntémonos: ¿qué tenemos en
común nosotros (académicos) con la
Liendra y los taxistas? En otro contexto
diríamos que nada, pero en el contexto de
las marchas nos vimos compartiendo algo:
nuestra común queja al gobierno. “No a la
reforma tributaria”. Nos unió una común
oposición.
Cuando se entiende poco del poder suele creerse que es este una cosa que se
posee. Y la manera de poseerlo, sus fuentes, son tres: poder es tener plata, armas
o información. La economía, la violencia y los medios de comunicación. Digo esto
porque, aunque resulte increíble, ahora debo decir que nuestras máximas
autoridades entienden poco del poder. Creen que se posee. Pero no, el poder no
se posee: circula. Ya vamos a aclarar esto último. Digamos que la cosa se empezó
a poner cada vez más intensa: más gente en la calle, más información en las redes
sociales, su tía se creó una cuenta de Twitter para enterarse de lo que está pasando,
yo volví a Instagram, Julito Sanchez Cristo se mostraba indignado por la tozudez
del presidente en reconocer inviable la reforma, así como estaba planteada, pero
negarse a retirarla confiando en que era preferible mejorarla antes que aceptar la
derrota. (Perdón por esa frase tan larga, pero hay que entenderla así, todo eso
junto). En fin. Se creció el enano. Y Duque salió a hablar en su programa (haciendo
uso de su poder de información) pero no calmó la común indignación; entonces salió
a hablar, apelando al recurso de la fuente económica del poder, con el ministro de
hacienda a su lado para explicar la urgencia de recoger plata. “Hay caja para 7
semanas”, había dicho, apocalíptico, el hoy exministro en una entrevista.
(“Agárrense que viene la ruina si no me aceptan como salvador”, era el mensaje
subliminal de su vaticinio.) Pero tampoco funcionó. Afuera la consigna seguía siendo
la misma: ¡No a la reforma tributaria! En términos de teoría del poder for dummies
¿Qué recurso le faltaba emplear? Exacto: la fuerza. Y entonces salió otra vez a
hablar, pero ahora acompañado por las fuerzas armadas y amenazó. Y cumplió su
amenaza: se reprimió la protesta social.
Si la primera escena de la obra fue la articulación de actores muy diversos respecto
de una común necesidad y el inicio del paro y las marchas. La segunda escena
comienza cuando se transmite el primer exceso de fuerza por parte de la policía. Y
entonces todo cambió de tono. Imágenes ya conocidas volvieron como en la
recurrencia de un loop histórico. Policía golpeando civiles desarmados, gases
lacrimógenos estallando en marchas pacíficas (que a partir de dicho estallido
dejaron de ser pacíficas y marchas), frentes chorreando sangre, el grito de “hay un
herido, hay un herido” acompañado de manos que se levantan en alto indicando
indefensión, heridos de cuyo estado sólo tenemos conocimiento mediante
fragmentadas publicaciones en redes sociales, ojos que fueron el blanco de balas
de goma y que ya no volverán a ver, publicaciones preguntando si alguien sabe
dónde está la persona de la foto, y el grito compartido de un lado y del otro:
¡Hijueputas!. Hijueputas los reprimidos
para quienes reprimen, hijueputas los
represores para los reprimidos. Mirados
desde un grupo los del otro grupo son
todos iguales: “en toda marcha hay
vándalos” dicen los de un lado,
“A(ll).C(ops).A(re).B(astards)” dicen los
del otro. Hasta que cayó (y calló) el
primer joven. El primer muerto. Y luego el
segundo. Y después el tercero. Y aunque
la reforma no se retiró, el mensaje de la
marcha sí cambió: paso de “No a la reforma” a “Duque pare la masacre”. Pero no la
paró. “Nos están matando” empezaron a gritar los marchantes. “Eso no es protestar,
eso es vandalismo” empezaron a susurrar los medios y los grupos familiares de
Whatsapp. Hubo más muertos. 1
1
Al momento de escribir estas líneas, 9 de mayo a las 1:35 am, y luego de 11 días de protestas las cifras
aproximadas de la violencia estatal son: 47 personas asesinadas de las cuales 39 han sido por violencia
policial, 973 detenciones arbitrarias, 12 casos de violencia sexual, 548 desaparecidos, 28 víctimas de heridas
en los ojos, 278 agresiones por la policía.
Y siendo ya demasiado tarde, el 2 de mayo, el proyecto de reforma tributaria
también murió. Tercera escena. Entonces nos miramos. ¿Y ahora qué? Ahora
nada. “El paro no para”. Dijeron las redes sociales y todo se volvió más confuso y
violento.
¿Qué es lo que “para” un paro? Quiero decir… no pregunto por aquello que evita
que un paro continúe, sino por aquello que se detiene por el acontecer de un paro.
Lo que se detiene (parcialmente) es la normalidad. La continuidad de los flujos de
trabajo, de circulación, de comercio, de educación, etc. Trabajo, circulación,
comercio y educación son instituciones sociales cuya normalidad define también el
desarrollo previsible de la vida cotidiana. Son, incorporemos una noción necesaria:
segmentaciones de la vida. Los segmentos son rígidos: tienen normas definidas,
horarios, jerarquías. La protesta rompe con dicha segmentación de la normalidad y
se mueve en un plano que no es el de los segmentos duros sino de la flexibilidad y
la molecularidad. Es exterior al aparato del Estado y no puede reducirse a él.
¿Recuerdan cuando el actual ministro de defensa propuso la creación de un
protestódromo? Es decir, la creación de un espacio regulado para que los
ciudadanos hicieran uso de su derecho a decir “No” sin salirse de la normalidad
estatal. ¿Lo recuerdan? Bien, porque eso es suficiente para diagnosticar que el
ministro de defensa entiende poco de conflicto social.
Pongamos un ejemplo: un dibujo puede hacerse en una hoja cuadriculada y
copiando a escala un modelo. O un dibujo también puede hacerse en una hoja en
blanco, no mirando un modelo sino imaginando lo que quiere componerse, y si
resulta deseable, saliéndose de la hoja e incorporando el escritorio, el piso y las
paredes como superficie de expresión. Esa es la diferencia entre un protestódromo
y una protesta. Nosotros diremos que la protesta crea un espacio liso donde había
uno estratificado.
Una dificultad similar surgió cuando el Gobierno
nacional instaló una mesa de diálogo nacional. Los
y las marchantes tuvieron que mirarse y responder
a la pregunta ¿quién habla en nombre de nosotros?
Más difícil de responder aún ¿esto que somos los
marchantes es un “nosotros” o es más bien una
reunión de muchos sin llegar a componer un
nosotros? La propuesta gubernamental era (y es
porque la mesa aún no se concreta) un mensaje
envenenado.
“El Gobierno quiere dialogar y llegar a acuerdos” fue el mensaje institucional. Pero
el problema de dicha propuesta es que obliga a la protesta a abandonar su territorio
flexible para entrar al campo del segmento duro de la política representacional.
Rápidamente comenzaron a emerger líderes del paro. ¿Quién representa a los
estudiantes? ¿Quién a los indígenas? ¿Quién a cada una de las múltiples
identidades en marcha? La consigna otra vez cambió, sin dejar de gritar por el
respeto a la vida, sin dejar de reclamar por justicia social, los marchantes
comenzaron a anunciar que la mesa del paro no los representa.
El “Ya no más” que fue pronunciado en contra de la violencia policial ahora comenzó
a decirse del paro mismo.
El miedo es una de las pasiones que más fuertemente afectan a las clases medias.
Clases, como ya vimos, en amenaza constante de desaparición. El miedo es,
también una de las pasiones que nos hacen huir en busca de la seguridad Estatal.
Y el aparato estatal lo sabe, y dispone para ello sus recursos
de persuasión (léase “captura”) de sus hijos nómadas. “A mí
sí me representa la coalición de la esperanza”, “Petro, usted
es el líder de este paro”, “Jenifer Pedraza es la
representante de los y las estudiantes”, “hagan lo que sea
necesario para parar el paro”. El comité del paro tiene la
capacidad de ser interlocutor del Gobierno, pero al costo de
anular el carácter múltiple del paro y transformarlo en una
composición jerárquica. En un espacio regulado, con
demandas escritas y representantes que se sientan en las elegantes salas del
soberano.
Dos preguntas surgen aquí: ¿Qué gana y qué pierde el paro al detener su marcha
(nómada) y hablar el lenguaje del Estado?
Como ya dijimos, el paro es un momento de levantamiento de muchas certezas, de
suspensión de lo normal y migración hacia espacios nuevos en los que se
establecen nuevas relaciones e interacciones. Pero preguntemos: Aquellos que
tienen miedo de perder ¿están más cómodos en la belleza del acontecimiento que
(tal vez) transformará la realidad o en las seguridades que le ofrece el viejo y
conocido mundo del Estado con sus identidades y sus interacciones reguladas?
Dos son las estrategias de seducción que el
Estado despliega en estos casos: la captura
mágica (ofreciendo la recuperación de la
identidad: “eres clase media, no pierdas tus
privilegios, colaborando conmigo algún día
podrás ser como yo”) y la captura jurídica
(ofreciendo la recuperación de la certeza: “el
mundo que te ofrezco es previsible, sin riesgo
inminente de que pierdas tu posición, tendrás
seguridades escritas, derechos y una vida
regulada”). Lo que era fluido deviene duro, lo que
era una hoja en blanco se marca con cuadrículas
y márgenes. El mundo otra vez es previsible
¿Quién puede resistirse?
En esta estrategia de captura son fundamentales
los medios de comunicación y todas las cajas de
resonancia del miedo y su llamado a la
recuperación de la normalidad perdida. Y su
mensaje es funcional a lo estatal porque los
medios, la política y el sentido común no tienen
conceptos para hablar de lo que escapa a la
categorización binaria y la representación estatal.
Para estas cajas de resonancia, el paro es su
comité (representación) y si las protestas no cesan
con la negociación entonces no son ciudadanas
sino vandálicas (pensamiento binario). Todo se
reduce a ser función del Uno. Uno es el pueblo, uno
es su comité, uno es el Estado, así como uno es el
déspota.
El primer escenario potencial es entonces la captura estatal: el paro es representado
por mensajeros que no nombró pero que hablan en su nombre. Capitalizan
políticamente su liderazgo y lo que fue el inicio del fin de un modelo, termina siendo
funcional a ese mundo que se buscó transformar.
Las tribus nómadas pasan a formar parte del Estado. Fin.
- El paro no para.