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SÁnchez Cantón, F.J. - Los Arfe - Madrid, 1920

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m i

O L E C CION P O P V L A R
DE A R T E
ItlIllITI

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A «O ^ U ^ v A j t l Z^-r^AA) ^A-lA-Vjl^v-
C O L E C C I Ó N P O P U L A R
D E A R T E
toe .m
F. J. SÁNCHEZ C A N T Ó N

LOS A R F E S
ESCULTORES D E PLATA Y ORO

(1I501-1603)

CON 34 F O T O G R A B A D O S

IDiTOSJAS.-SATURJílNO CALLEJA" S.A

M A D R I D
P R O P I E D A D
DERECHOS RESERVADAS

P A R A T O D O S LOS P A Í S E S

COPYRIGHT i g S O BT

EDITORIAL «SATURNINO C A L L E J A » , S. A.

Imprenta C l á s i c a Espinóla.—MADRID
NOTA PRELIMINAR

Fué España en la segunda mitad del si-


glo xv, tierra de promisión para los artistas
del Norte: pintores, imagineros y arquitectos
de Flandes y Alemania gozaban de la pro-
tección de Reyes, Catedrales y Conventos.
E l arte español «estaba a punto de ger-
manizarse tanto como se había afrancesado
en el siglo de San Fernando».
En el «estilo Isabel», entonces dominan-
te, señoreaban los elementos góticos proce-
dentes de tierras del Rhin; y los apellidos
Colonia, Cueman, Alemán y Arfe confirman
lo que los monumentos declaran.
Mas, antes de finar la centuria décimo-
quinta, comenzó la llegada de obras y artis-
tas de Florencia y Lombardía, nuncios de
un cambio profundo: un arte iba a nacer, y
como dice el Cantar del Cid:

«querían quebrar albores.>

En las páginas que siguen se cuenta la


historia de una familia de artistas que, en
tres generaciones, cifra los estilos que domi-
naron en el arte español durante el si-
glo xvi:
Cuando el primero de los Arfes liega a
nuestra patria, las formas góticas comienzan
a orearse con los aires gentiles de Italia.
Trabaja el segundo en el período de ex-
pansión de los elementos renacientes.
E l tercero, rendido admirador de las obras
«del antiguo», reacciona contra la exuberan-
cia plateresca, y lucha por introducir las se-
veras normas greco-romanas.
Singular interés, por tanto, despierta el
estudio de los Arfes.
Ellos tres compendian las fases de nuestro
arte en el siglo de plenitud de la vida de
España.

Debo manifestar mi gratitud a D . Manuel


Gómez Moreno, por las fotografías y datos
que bondadosamente me ha facilitado. Asi-
mismo he de mencionar agradecido a mis
amigos D . Juan Cabré y D . Ricardo de
Orueta.
Fot. Lacoste.

LÁM. I. — Custodia de la Catedral de Cádiz.

Los A r j e s .
Fot. Lacoste.

LÁM. II. — Custodia del Monasterio de Sahagún.


(León.)
MAESTKE ENRIQUE

Los Arfes.
: i , . . : -..... 4 :
Fots. D . M . G ó m e z Moreno.

LÁM. III. - Detalles de la Custodia del Monasterio


de Sahag-ún. (León.)
MAESTRE ENRIQUE
Z.os Arfes.
o

s
M A E S T R E ENRIQUE D E A R F E (*)

T7n tierras de Alemania, en la ancha llanu-


jL_v ra de Colonia que el Rhin fertiliza, ocho
leguas al noroeste de la vieja ciudad, está el
humilde pueblecito de Harff: su nombre
hubo de naturalizarse en España, dando
apellido a un linaje de insignes orfebres.
La situación de Harff obligaba a encami-
nar a Colonia los pasos de cuantos sintiesen
afán de medro, y tal debió de ocurrirle a un
cierto Enrique—de modesto origen, ya que
por el lugar de su nacimiento o de su oriun-
dez se hacía llamar — , que en el último ter-

(*) Para evitar las interrupciones en la lectura,


las notas y las citas irán al fin sistemáticamente
ordenadas y sin llamadas.
ció del siglo xv era aprendiz de platero en
la capital renana.
Desde antes de mediar aquella centuria,
era Colonia, al decir de nuestro andariego
Pedro Tafur, «la mayor cibdat e la más rica,
e la más fermosa que hay en toda Ale maña;
cibdat muy bien murada... de muy gentiles
calles e muchos artesanos de todas artes
mecánicas».
Entre las artes florecientes en Colonia,
era de antiguo tradicional la maestría en
obras de plata; sus iglesias, a partir del si-
glo xi, guardaron soberbios relicarios, pie-
zas famosas en todo el mundo; dos ejem-
plos bastan para prueba: la caja de los
Reyes Magos, labrada hacia II98, del te-
soro de la Catedral, y la gran urna de los
Macabeos, en da iglesia de San Andrés, obra
del siglo xv.
Aquel aprendiz de platero de Harff largo
tiempo debió de permanecer en Colonia y
en sus talleres formarse y de allí salir ya
hecho maestro; porque, cuando en los pri
meros días del siglo xvi lo encontramos en
León, llámasele Enrique de Colonia.

Por aquellos tiempos rara es la catedral


española que no se siente edificadora; estaba
el mundo en los umbrales de una edad nue-
va, y era general el ansia de enriquecer todo
10
acervo. Faltó a León entonces un gran pre-
lado, al estilo de los Mendozas y Fonsecas;
regía la sede un tal Francisco de Esprats, que
ni en Astorga, ni en Catania, ni cuando Ale-
jandro V I lo vistió de púrpura, dejó me-
moria, de altos hechos. Las obras más nota-
bles trabajadas en la pulchra leonina en la
segunda mitad del siglo xv, fueron: la sille-
ría del coro, labrada en parte por el alemán
maestre Teodorico, y la Librería, hoy Capi-
lla de Santiago, con recuerdos claros del
gótico de Colonia.
Quizá relacionado con esta dirección ar-
tística: «jueves veinte e un días de enero de
mil e quinientos e un años» los señores ca-
pitulares se concertaron con «Enrique de
Colonia, platero, que presente estaba, de le
dar la obra de la custodia de plata que hobo
venido a facer*, «conforme un pilar que tiene
fecho»; entregar la plata para ella la Catedral
de veinte en veinte marcos, y pagarle por la
obra de cada marco 1.950 maravedís; y, pre-
sentados por fiadores, un tejedor y un pla-
tero, se firmó aquel contrato, que abre uno
de los capítulos más interesantes de la his-
toria del arte español.
En 1506 estaba muy atrasada la obra; el 3
de noviembre de 1518 aun se le da plata para
ella, el 15 de octubre de 1522 había dado fin
a su labor. Mas, aunque estos se dicen datos
documentales, deben de estar erróneamente
interpretados: probablemente en 1515 esta-
ba ya terminada. Pesaba ocho arrobas; sus
piezas no eran menos de cinco mil, y su
altura llegaba a diez pies; remataba en un
chapitel de mazonería; en el cuerpo princi-
pal, las estatuas de los cuatro Doctores de
la Iglesia y cuatro ángeles incensando ro-
deaban el viril; en otro cuerpo aparecía la
Flagelación. E l fin de esta joya fué triste: el
8 de abril de 1809, la Junta Suprema del
Reino, para librarla de los franceses, ordenó
se llevase a Sevilla, donde se fundió para ha-
cer moneda...Modernamente se ha sostenido
la especie de que logró salvarse de la decreta-
da destrucción, y que una parte de ella, algo
modificada, se conserva en la catedral de
Cádiz. Se demuestra lo infundado de la idea
leyendo la descripción de la custodia perdi-
da, ante la gaditana (Lám. I), que, desde
luego, es obra de un artista influido por
Enrique de Arfe.

Dos palabras acerca de la fiesta del Cor-


pus: «Reinando en Castilla y León el rey
Don Alonso el Sabio—son frases de Juan de
Arfe — , instituyó el Papa Urbano IV [por
billa del año 1263] que se celebrase la fiesta
del Santo Sacramento el jueves adelante del
domingo de la Trinidad; y para la procesión
general de aquel día fueron ordenadas las
custodias figuradas por el Arca del Sancta
Sanctorum que fabricó Beseleel, de la tribu
de Judá». E l carácter triunfal y alegre de la
fiesta, confirmado por Eugenio IV en mayo
de 1443, tenía ya precedentes en la bula del
siglo xiii, donde se lee que en tal día «cante
la Fe, la Esperanza salte de placer, la Cari-
dad se regocije y cada cual acuda con áni-
mo alegre y presta voluntad.» En España, a
fines del siglo xv, cobró esplendor sin-
gular la procesión del Sacramento de la
Gracia y del Amor en gran parte por obra
de la Reina Católica; desde su origen fué
fiesta distinta de las demás: mascaradas de
monstruos y demonios aherrojados, anima-
das cabalgatas de héroes, danzas, autos sa-
cramentales y burlescos pasos, todo lo bri-
llante y todo lo sonoro acompañando a la
custodia por las calles de las viejas ciudades,
en un día de plena primavera, cuando flores
y aves, como escribió Lope:

«unas se abren y otras cantan;


las aves parecen ñores
entre las hojas las alas;
lasflores,aves que mezclan
con sus colores las ramas.»

Perdida la custodia leonesa, nos falta el


jalón inicial para estudiar el arte de maestre
Enrique, a menos que la deSahagún (Lámi-
nas II a IV) sea, ya que no anterior, contem-
13
poránea. Que es obra del primero de los
Arfes lo declaran su estilo y Juan en la Varia
conmensuración. La simplicidad de estructu-
ra y menor complicación decorativa se ex-
plican, no sólo por anterioridad de fecha con
relación a las custodias de Córdoba y Toledo,
sino también por más modesto destino: el
viejo monasterio, de tan gloriosa historia, no
podía rivalizar con las grandes catedrales.
Sobre planta exagonal se alzan tres pila-
res, formados por haces de columnillas, sos-
tenes de arcos de medio punto con angrela-
dos y conopios, sobre los que se eleva calado
chapitel. E l basamento es más moderno y de
madera; de maestre Enrique todo lo demás,
incluso, a pesar de no ser gótica, la maravillo-
sa decoración que une los pies de los pilares
(Lám. III, fig. i) y es un repujado ya de es-
píritu renaciente; sarmientos y racimos rit-
man la composición, cortada a trechos por
un fauno caprípede, un ánfora con flores y
frutos, una bacante desnuda... y alegres ni-
ños en los ángulos. Un hombre del Norte,
un artista que conserva en la arquitectura las
trazas flamboyantes, y que en las estatuillas
recuerda tenaz su educación en la escuela de
Colonia, traiciona en la decoración repujada
sus principios, y ávidamente respira los ai-
res de fuera, innovadores. Góticos son los
ángeles orantes; gótica la crestería que los
cerca; góticos el viril y las arquerías con
sus cardinas, y los santos de los pilares y
de los arbotantes (Lám. IV, fig. i) y el Cris-
to resucitado que corona la custodia^ todo
ello alemán, renano; pero más gótica, más
pura y delicadamente gótica es la Virgen
con el Niño del interior de la custodia (Lá-
mina IV, fig. 2): hay en la encantadora es-
tatuíta todo el fervor y toda la unción del
tiempo viejo; la graciosa inclinación de la
cabeza es como un dejo de las adorables
Vírgenes del arte francés del siglo xm. No
conozco Virgen alemana que le iguale en es-
piritualidad y gracia; sólo con una, de Fribur-
go, de hacia 1300, se le encuentra un lejano
parentesco. ^
En la separación de elementos góticos y
renacientes, clara en la custodia de Sahagún,
léese una idea que ha de ser recordada: en
los pasos iniciales de toda innovación artís-
tica, apunta tímidamente ésta en las partes
secundarias; sólo después de largos ensayos
se decide a escalar los lugares de honor. Así,
con dominar maestre Enrique tan gentilmen-
te las formas nuevas, relega a humilde puesto
las inspiraciones clásicas, y sigue los trilla-
dos caminos en todo lo principal: ¿Miedo a
la incomprensión? ¿Creencia en la no ade-
cuación de los elementos romanos al espíri-
tu religioso? Tal vez algo menos complicado
y sutil: de un lado, el peso de su formación
tradicional; de otro, quizá un pensamiento
15
clarividente: que para la custodia no había
estructura más apropiada que la gótica. Si
así pensaba, ¿estaba en lo cierto? A l cabo de
las páginas de este libro, el lector habrá
deducido la contestación.

Sin haber puesto fie Enrique de Arfe a la


custodia leonesa, el Cabildo de Salamanca,
el 14 de abril de 1511» acordó prestarle cin-
co marcos de plata «para que dellos faga una
muestra de la forma que ha de ir fecha la
custodia» (la del siglo xv estaría deteriora-
da); el 29 de octubre presentó terminado un
pilarejo, mas de aquí no se pasó; eran los
años de la edificación de la admirable Cate-
dral nueva, y todos los recursos serían pocos
para su perfección y acabamiento.
No se sabe en qué año, pero, desde lue-
go, cuando aun trabajaba en la custodia de
León, recibió el encargo de una para la ca-
tedral de Córdoba. Comenzada en el ponti-
ficado del obispo don Martín Fernández de
Angulo (30 de septiembre de 1510-f 21 ju-
nio 1516), salió por primera vez en la pro-
cesión de Corpus de 3 de junio de 1518. Es
la obra de plenitud de Enrique de Arfe (Lá-
mina V); el siglo xvm puso en ella sus
manos pecadoras, renovándola en 1735 y en
1784; a pesar de ello, es, tal vez, la más her-
mosa custodia de España.
16
I I

LÁM. v. — Custodia de la Catedral de Córdoba.


(1518.)
MAESTRE ENRIQUE

Los Arfes.
n

1
Fot. Alg-uacil.

LÁM. vi. — Custodia de !a Catedral de Toledo.


(1515-1523.)
MAESTRE ENRIQUE

¿ o s Arfe.
Su planta es un dodecágono regular de
un pie de lado; sobre él se forman seis pe-
destales, asiento de los contrafuertes de los
arbotantes y de los basamentos de los haces
de columnas, encima de los que se eleva la
aérea torre erizada de pináculos, que se cie-
rra por un cardo estilizado. Son de las reno-
vaciones posteriores: los relieves del zócalo,
la crestería que lo corona, las esfinges ala-
das que soportan el viril cilindrico, la Asun-
ción de la Virgen en el interior de la custo-
dia, los delfines que unen los pináculos, el
pedestal del Cristo bendiciendo de la corona-
ción, y probablemente la misma estatuíta;
como en la custodia de Sahagún, son de
gusto renaciente las guirnaldas repujadas
del basamento; lo vaciado, gótico y bellísi-
mo; las estatuas que rematan los pináculos
de los contrafuertes tienen singular encan-
to; se ha de señalar el grácil San Jorge alan-
ceando al dragón. Las minucias y primores
del ornato no quitan efecto a las fran-
cas y elegantes líneas de su arquitectura;
todo está en esta obra razonado y subordi-
nado a la unidad de la concepción. La im-
presión que produce es inolvidable. Su co-
lor es una fiesta de los ojos; no está toda
ella dorada, y lá plata y el oro con tal sabi-
duría repartidos, que no se puede imaginar
nada más bello. Es la custodia de Córdoba el
más alto grado a que llegó Enrique de Arfe.
17
L0s Arfes
No todos comparten este juicio, y mu-
chos prefieren la custodia toledana a la cor-
dobesa.

Estaba labrándose la custodia de Córdo.


ba, cuando el gran cardenal Cisneros orde-
nó se hiciese una para la catedral primada-
Hay documento de que dieron trazas Co-
pin de Holanda, escultor, y el pintor Juan
de Borgoña; mas, de ser así, a buen segu-
ro que prescindió de ellas maestre En-
rique, pues en líneas y elementos la nue-
va custodia se relaciona íntimamente con
las anteriores (Lám. VI). Lo que por docu-
mentos consta, es: que el 28 de agosto de
1515 se le pagó a Enrique de Arfe la costa
que hizo en ir a. León y volver a los negocios
de la custodia; el 29 de octubre cobró 50.000
mrs. para comprar siete marcos de plata (*)
para una muestra que hace de un pilar para
la custodia, muestra que estando ausente se
le paga el 17 de diciembre; el 15 de febrero
del año siguiente prosigue trabajando en el
modelo. Ocho años tardó en darla conclui-
da. Bien por que activase el trabajo, o para
que le sirviese de estímulo, el cabildo le dió
de aguinaldo, en la Nochebuena de 1523,

(*) El marco pesaba ocho onzas o sea media


libra equivalente a 232 gramos.
18
treinta pares de gallinas; no sé si debido al
sustancioso regalo, pero es el caso que, po-
cos meses después, el 23 de abril, Hernando
de Ballesteros, ensayador de la Casa de la
Moneda, y los plateros Pero Hernández y
Manzanas pesaron y tasaron la custodia; su
peso total fué de 661 marcos, dos onzas y
seis ochavas y media de plata, a seis duca-
dos y dos reales, pagándole el trabajo a ra-
zón de 2.418 mrs. marco. La cruz del re-
mate hízola un platero llamado Laínez, en
1523. Un año después de terminada la cus-
todia, mandó el arzobispo don Alonso de
Fonseca que se le quitase el hierro de la ar-
mazón y se cambiase por plata, y se supri-
miesen algunos adornos y mejorasen otros;
obra que hizo también el mismo Arfe, y
que, por caso, es la última que se sabe hi-
ciera. En 1594) pareciendo al cardenal Qui-
roga impropio del esplendor de la iglesia de
Toledo que la custodia no fuese dorada, y
estando necesitada de reparación y limpie-
za, encargó de la labor a Diego de Valdi-
vieso, quien, bajo la dirección de Francisco
Merino, y por una Memoria que de mano
de maestre Enrique se conservaba, la des-
armó, doró, añadió escudos y armó de
nuevo.
La silueta de la custodia toledana recuer-
da lá de la cordobesa; es menos elegante y
esbelta, pero más sencilla y clara; presidió
19
en su composición un espíritu menos tradi-
cional; el gótico, en sus postrimerías, retro-
cede ante la avasalladora influencia italiana,
y así, vemos que el basamento, en arquitec-
turá y repujado, es obra romana.
E l número de estatuas—-se cuentan has-
ta 260 — es mayor que en la de Córdoba,
más rica la labor de los pilares, y toda ella
está enjoyada con piedras preciosas; pero la
ordenación es más rigurosa, y a distancia
líneas y masas se destacan, fundiéndose las
minucias que de cerca distraen.
E l Cristo resucitado bendiciendo, que co-
rona las de Sahagún y de Córdoba, pasa en
la de Toledo adentro de la torre; y en ésta
se inicia la separación de cuerpos que en lo
futuro ha de acentuarse. E l viril sigue la for-
ma española; fué comprado por el cardenal
Cisneros en la testamentaría de la Reina Ca-
tólica; se dice hecho con el primer oro que
vino de América, y es una admirable pieza
de orfebrería gótica. Maestre Enrique le
tuvo presente, y en las complicadas trace-
rías de los doseletes de los pilares de la cus-
todia siguió los del pie del ostensorio. L a al-
tura de la custodia toledana es de dos me-
tros y medio; sus piezas son 5.OOO, sujetas
por 12.500 tornillos; datos áe guía de viaje-
ros, indicadores, sin embargo, de algo que
explica muchas cosas; ¡qué firmeza de pulso,
qué agudeza de vista, qué destreza, eran ne-
cesadas para labrar estas maravillas! Sabién-
dolo, no puede extrañarnos que maestre
Enrique más de veinte años antes de su
muerte dejase de trabajar.

Las custodias españolas anteriores al si-


glo xvi son de tipo análogo a los ostenso-
rios del Norte. A l labrar las custodias pro-
cesionales, de andas, se adoptó por maestre
Enrique la forma de tabernáculo que mu-
chos ostensorios tenían (p. e. el de Toledo
Lám. VI) y que la custodia, grande, de
Salamanca anterior a 1446 ya presentaba.
La forma que tenía la leonesa, seguida por
las demás que en España se hicieron, en
poco se parece a las antiguas, que en rea-
lidad pasaron a ser los viriles de las nue-
vas, de líneas arquitectónicas que recuer-
dan las de una torre gótica. Se ha dicho
que la de Córdoba reproduce la del Ayun-
tamiento de Bruselas; Justi, con más acierto,
indicó su semejanza con la de San Romual-
do, de Malinas. Sin embargo, un precedente
más directo e inmediato puede hallarse a las
custodias de Arfe: los altares de madera
que en Flandes destinaban a guardar al San-
tísimo Sacramento, adosados a un pilar la-
teral: su forma, piramidal y como de torre;
véase, por ejemplo, el de San Pedro, de Lo-
vaina, de hacia 14S0; la filiación es patente.
T a b e r n á c u l o de S a n P e d r o de L o v a i n a
(mediados del siglo X V ) .
En España, dos construcciones análogas
pueden citarse: la custodia de madera del
retablo mayor de la catedral de Toledo, y el
altar de la Descensión en la misma catedral,
posterior éste y hecho a imitación de la obra
de Arfe; casi contemporánea de la custodia
leonesa aquélla, pues trabajábase en 1503
y 1504 por Peti Juan, Francisco de Cristiano
y otros entalladores.
Fácil de averiguar es también el origen
del viril cilindrico que Arfe puso en la cus-
todia de Córdoba: es forma acostumbrada
en relicarios de Colonia—nueva prueba, por
lo tanto, de lo vivos que estaban en la me-
moria de Enrique de Arfe los recuerdos de
niñez y mocedad—; viriles iguales al de Cór-
doba abundan en Colonia: uno, de cobre, del
siglo xiv, en San Andrés; otro, muy típico,
en San Heriberto, del siglo xv; y, por no ci-
tar más, uno de Santa Columba, del xiv.
Pero, así como la forma de custodia arraigó
en España con fuerza, el viril cilindrico no
logró fortuna, y sólo conozco algún relicario
claramente importado del Norte.

Alternando con la obra de las tres gran-


des custodias—que en algunos años se tra-
bajaron simultáneamente (ISIS-IS1^)—>
hizo maestre Enrique otras piezas de iglesia;
en especial cruces procesionales.
23
La única documentada es la de la catedral
de León, que estaba terminada el 29 de mar-
zo de 151/! pero ésta corrió la misma suer-
te que la custodia: se amonedó en Sevilla
en 1809. Se le atribuyen tres hoy conserva-
das: las ds Orense, San Isidoro, de León y
Córdoba.
La de Orense es florenzada con doseletes
en los brazos; muy gótica, aunque en el re-
pujado haya «guirnaldas y tallos serpeantes,
que ora entretejen bichas, centauros, trito-
nes, formas humanas al desnudo galopando
sobre caballos; ora monumentales fuentes
de opulentos tazones, simios alrededor de un
fruto tropical...» Este maridaje de lo gótico
con las formas nuevas, tal vez nadie más que
maestre Enrique fuese capaz de lograrlo en
1515 —en noviembre de dicho año la regaló
el conde de Benavente al cabildo orensa-
no—; pero la escasa esbeltez de líneas y las
diferencias que la separan de las indudables
del primero de los Arfes me fuerzan a no
formular juicio definitivo.
Las de San Isidoro, de León (Láms. VII
a IX), y de la catedral de Córdoba son her-
manas; atribúyeselas a Enrique de Arfe don
Manuel Gómez Moreno; su reproducción ex-
cusa todo razonamiento de prueba. Más es-
belta la leonesa y de labor más fina, en traza
y detalles decorativos son iguales; pugna el
renacimiento en guirnaldas y grecas, some-
34
Fot. G ó m e z Moreno.
LÁM. VIL — Cruz procesional de San Isidoro, de León.
MAESTRE ENRIQUE
Los A r f e s .
.... á:;^
%:§••-km:-

F o t . G ó m e z Moreno.

LÁM. IX. — Manzana de la Cruz de San Isidoro, de León.


MAESTRE ENRIQUE

Los A r f e s .
tido en las líneas a la tiranía gótica. E l pie
de la manzana de la de León (Lám. IX) es
un bellísimo lazo vegetal; en ella, los pasos
del martirio de Jesús; niños desnudos en pi-
náculos y enjutas; son maravillas de frescura
los vaciados a la cera, técnica en la que maes-
tre Enrique señorea sin rival;modela los mo-
tivos de la naturaleza con amor y complacen-
cia; y su dominio del vaciado es tan perfecto,
que no precisa retocar; de ahí la impresión
de vida que es el sello de sus obras. Encima
del nudo,ea los frentes, sentados en cátedras
clásicas, un monje y un obispo; y es digna de
nota la diferencia entre el espíritu de estas
estatuas y el que revelan las de las custodias
de Córdoba y Sahagún. La decoración de
plancha repujada que cubre los brazos es re-
naciente y de finura insuperable. No hay vio-
lencia en el enlace de los elementos dispares;
se diría que el gótico acoge complacido la
pujante invasión de los nuevos adornos. Por
camino seguro se marchaba hacia la forma-
ción de un estilo artístico, original y nues-
tro; sin salir de los linderos de este estudio,
le vemos formarse, le admiraremos al flore-
cer y presenciaremos su muerte.
De la cruz de Córdoba no es necesario
hacer especial indicación: tan semejante es
a la leonesa.

35
Jalón en este estilo nuevo es el arca de San
Froilán en la Catedral de León (Láms. X y
XI); tan claro término definitivo de la evolu-
ción del arte del maestre Enrique, no se le
atribuía antes, y aun ahora, documentada, se
le pretende explicar por fantásticas reformas
esenciales; nada hay más seguro de su mano;
hízola entre el 18 de noviembre de 1518 y el
9 de enero de 1520. La arquitectura es por
completo del renacimiento; platerescos, en
absoluto, los adornos; los santos, góticos.
Riquísima decoración floral, más prolija que
acusada, invade pilastras, frisos y enjutas;
en la coronación, grifos y esfinges; bajo las
arquerías, admirables estatuas, de fuerte
carácter germánico declaran el ya lejano
aprendizaje de maestre Enrique.El contraste
entre las esculturas de bulto redondo y la ta-
lla decorativa es, en verdad, violento, y comu-
nica al arca de San Froilán cierta acre origina-
lidad. A l idearla quizá recordara Enrique de
Arfe una famosa de Colonia: la caja de San
Maurino en Santa María de Schnurgasse,
hecha de cobre en el siglo xn, e inspirada se-
guramente en la de Aquisgrán que guarda
las cenizas de Carlomagno; origen al que ha-
brán de referirse la mayor parte de las ca-
jas de esta forma, por la celebridad de la
urna imperial, ya que no por ser la primera
de tal guisa construida. Precedentes de las
estatuitas que rodean el arca leonesa no son
26
raros en Colonia en retablos y son típicos
los apóstoles de madera de encina de la igle-
sia de los Santos Apóstoles: proporciones,
plegado de paños, hasta actitudes, las recuer-
dan; el acento alemán se percibe tan firme,
que, por ejemplo, el Santiago del arca está
muy próximo al busto del mismo Apóstol,
obra del contemporáneo de Arfe, Erasmo
Graesser, conservado en una iglesia de Mu-
nich.

En 1520 había terminado unos cetros para


la catedral de León, hoy perdidos.
E l Sr. Gómez Moreno le atribuye la cruz
de Villamuñío (León), es de gajos y mide
66 cms., y la manzana de la de Destriana, de
plata blanca y bellísima.
Tales son las obras de Enrique de Arfe
de que se tiene noticia; su nieto Juan escri-
bió que hizo otras muchas, como «portapa-
ces, incensarios y blandones... repartidas por
toda España». Cean se contentó con copiar a
Juan de Arfe, y Sentenach añadió que pasan
por suyas «otras piezas sagradas muy nota-
bles» que es lástima grande no mencione.
En Orense se cree suyo un cáliz regalado,
como la cruz, en 1515 por el Conde de Be-
navente.
En los versos del licenciado Andrés Gó-
mez de Arce, que van en los preliminares de
27
la Varia conmensuración, sólo se citan como
de Enrique las custodias de León, Córdoba
y Toledo, y la cruz de la catedral leonesa,
añadiendo:
«... c a e t e r a m i t t o
Quaque o l i m cedro praecellens digna reliquit>;

noticia que nos lleva a tenerle por escultor


en madera, en su mocedad; cosa nada im-
probable en quien de tal maestría plástica
hacía gala en las obras de plata.
Era Enrique de Arfe, tan escultor, aun
cuando modelaba hojas y flores, que les in-
fundía rara vida; al verlas siéntese como cier-
ta apetencia táctil; aparte del valor decora-
tivo, cada elemento de por sí goza de vir-
tud emotiva; artista siempre, con tanto de-
recho como su nieto pudo hacerse llamar
escultor de oro y plata.

Las noticias de la vida íntima de Maestro


Enrique caben en cortos renglones.
Fué de continuo vecino de León, bien
que sus trabajos en Córdoba y Toledo cau-
saron ausencias dilatadas, motivo de fre-
cuentes protestas de los señores capitulares,
porque desde ]52I tenía en su guarda la
plata de la catedral, y disfrutaba con su pri-
mera mujer, Gertruda Rodríguez Carreño,
salario de por vida; en 1516 moraba en el
28
sitio de las Boticas; en 15 24 pasó a la calle
de Cardiles, y sobre la casa que habitaba
tuvo «dares e tomares». Tuvo pleito tam-
bién sobre un huerto del arrabal. En 1532
se le dió una recompensa por el derribo de
su casa (1.500 mrs. y seis gallinas), y en
23 de noviembre de 1543 da licencia el ca-
bildo a maestre Enrique y a su mujer Ger-
truda para vender una casa. Demuestran es-
tos datos que era hombre, si no adinerado,
por lo menos en disfrute de dorada medianía.
Nótese que de 1524 son los últimos docu-
mentos de sus obras; veinte años después
se casa en segundas nupcias con Velluda de
Ver, y en 1545 aun vivía; ^cómo explicar in-
actividad tan prolongada? Prescindiendo de
que afortunadas rebuscas aumenten el cau-
dal de noticias documentales de obras suyas,
quedará siempre un ancho margen de años
sin labor; y hay que pensar que para los tra-
bajos de platería se precisan vista perfecta y
pulso firme, que el andar del tiempo, y el
ejercicio sin descanso, aminora y hace va-
cilantes. Hacia 1540 comienza a destacarse
como platero Antonio, hijo del primer matri-
monio. En los años que median entre 1524 y
1540 ¿estuvo cerrado el taller leonés?

Fué Enrique de Arfe un gran artista.


Maestro de la técnica de su arte, abrió sur-
29
co perdurable en España — puede decirse
que todas las custodias procesionales de las
suyas vienen, y la forma de la custodia espa-
ñola es sólo nuestra—. Fué de los primeros
que vieron claro el derrotero cierto del arte
español; que había de ser amalgama de con-
trarios elementos, no mero secuaz sin ca-
rácter propio bajo una dirección extraña.
Con Lorenzo Vázquez, Covarrubias y Siloe,
sembró el que estaba llamado a ser fron-
doso bosque, vario y diverso, de nuestro
Renacimiento; las generaciones que vinieron
después podaron, implacables, la selva pu-
jante llena de posibilidades; arreglaron nues-
tro arte; casi sin lucha vencieron; E l Esco-.
rial fué el frío monumento de su triunfo.
En pocos orfebres se dieron reunidas las
cualidades artísticas que adornaron a maes-
tre Enrique: ponderación y claridad en el
trazado de las arquitecturas, sentido de la
plástica, singular gusto en la decoración, y
aquel raro sentimiento del color que hizo
una maravilla de la custodia cordobesa: el
alternar del oro con la plata, ya bruñida,
ya mate.
Hermanó en gracioso contraste las líneas
constructivas del Norte y el ideal gótico en
la estatuaria, con el alegre tropel de centau-
ros y bacantes por entre pámpanos y hiedras
en la labor repujada...
¿Dónde pudo aprender las exquisiteces de
30
la labra renaciente, de sello lombardo, que
prodigó en sus obras? Sin adelantar inéditos
descubrimientos, puede afirmarse que la en-
trada del arte nuevo en España fué antes de
lo que se supone; por ello no es necesario
pensar en una estancia de Arfe en Italia, ni
siquiera en la colaboración de un platero
italiano. Sin salir de la Península pudo maes-
tre Enrique conocer los adornos «del roma-
no», mas no en León, donde hasta hacia
1512 no se comenzó a labrar «del antiguo»
por Juan de Badajoz en obras por lo demás
de carácter artístico muy diferente del que
muestran las producciones de Arfe; pero si
quizá en Salamanca, donde había desde co-
mienzos del siglo ricas decoraciones rena-
cientes; la fachada de la Universidad, por
ejemplo; y dicho queda, cuándo maestre
Enrique pudo admirarlas e inspirarse en
ellas.
No es empeño de patriotismo pretender
explicar así la formación de Arfe como cul-
tivador de las formas nuevas, sino el pensar
que tal vez en ningún otro país que no fuese
España, crisol de razas y de artes, hubieran
podido maridarse dos estilos tan encontra-
dos, como en el arca de San Froilán, en
unión que resultó fecunda.
¿Se españolizó maestre Enrique? Nos fal-
tan los jalones iniciales y finales de su obra;
pero su españolismo artístico diríase que está
. 31
patente en el consorcio logrado de for-
mas de arte contrapuestas. En gótico si-
guieron trabajando, hasta muy entrado el
siglo xvi, sus compañeros de aprendizaje en
Colonia.
u

al a


t8
\4j

ñ - W ' m

Fot. Lacoste.

LÁM. xii. — Custodia de la Catedral de Santiago


de Compostela. (1539 - 1545.)
ANTONIO DE ARFE

Los A r f e s .
C3
2

SI


3
J

Fot.]. C a b r é .

LÁM. XIV. — Detalle de la Custodia de'Rioseco.


ANTONIO DE ARFE

¿ o s Arfes.
II

ANTONIO D E A R F E

F u é hijo de maestre Enrique y de Gertru-


da Rodríguez Carreño; nació probable-
mente en León; ^cuándo?: falta toda suerte
de datos; pero, a juzgar por ulteriores fechas
de su vida, no parece aventurado presumir
que vino al mundo hacia 1510.
Su aprendizaje en el taller paterno es na-
tural deducción, y lógica, aunque no segura,
la ayuda prestada al maestre Enrique; pues
ya se ha dicho que desconocemos en qué
tareas se empleó el taller de los Arfes des-
pués de 1524, año en el que Antonio ape-
nas habría salido de la niñez.
Hacia 1530 casó con María de Betanzos,
hija de Juan de Betanzos y Catalina Villafa-
ña; fueron frutos de este matrimonio Juan
Antonio (¿el grabador?), y tal vez un Enrique
33
Los Arfes 3
Nada se sabe de sus trabajos anteriores
a 1539-
Quizá haya que atribuirle en estos prime-
ros tiempos—cuando labraría la plata según
consejos paternos y tal vez bajo la maestría
de un hoy desconocido orfebre—la custodia
de Fuente-Ovejuna (Córdoba), sin razón pu-
blicada como obra de su hijo Juan. Su rela-
ción con la de Santiago es indudable: es de
planta cuadrada; el basamento, de un solo
cuerpo con relieves; las torres que flanquean
el templete, iguales a las de la custodia galle-
ga. Falta en el cuerpo principal el después
acostumbrado grupo escultórico; el segun-
do, es más lujoso que en Santiago, y de ar-
cos geminados, bajo los que aparecen sen-
das estatuas; y el Cristo resucitado de siem-
pre con una bandera, remata la custodia,
más airosa que las otras de Antonio, pero
menos proporcionada. A mi juicio, es el ex-
tremo plateresco a que llegó el arte de Arfe;
el límite de la exageración en el decorado.
¿Es obra personal del segundo de los Arfes?
Sorprende que trabajo de tal importancia no
lo cite su hijo; el que esto escribe no la co-
noce sino por deficiente fotograbado; pero
sobre que la traza sea suya, no parece pueda
caber duda alguna.
El 24 de abril de este año contrata con
el cabildo de Compostela la hechura de una
custodia de plata, para la que había presen-
34
tado una muestra «debuxada en pergamino
de cuero»; puso fianza por tres mil ducados
en bienes en la ciudad de León, y por cono-
cimiento a tres vecinos de Orense—circuns-
tancia que habría que relacionar, tal vez,
con alguna obra que allí hubiera trabajado;
pero no con la cruz procesional, como al-
guien pensó, muy anterior en fecha—. Ha-
bía de pesar la custodia ciento cincuenta
marcos, y se comenzaría la obra en el pró-
ximo junio. Bien calculó el tiempo de la la-
bor, puesto que se comprometió con un pla-
tero de Monforte a tenerle cuatro años en
el taller, dándole «de comer, vestir y calza-
do», y al fin del trabajo «un vestido de capa,
sayo e calzas de paño negro honesto», y
en 1543 teníala ya terminada en blanco, y
pedía al cabildo el oro necesario «para po-
nerla en toda perfección».
Los canónigos de Santiago contestaron,
que antes había que comprobar si el plate-
ro se ajustara en todos los detalles a la tra-
za aprobada. No era de blando genio Anto-
nio de Arfe, sino dado a pleitos y traba-
cuentas, y con dureza contestó que no daba
ai cabildo la muestra para el examen, y sólo
estaba «presto—decía—de para un día que
señalen los Señores, mostrarles en mi casa y
no en otra parte la dicha muestra, para que
la cotejen y vean cómo la custodia está aca-
bada... y que después desto... se torne don-

35
de estaba en poder de los señores Goberna-
dor y oidores, pues allí por todas partes está
segura», y añade: <paresce que [los capitu-
lares] habiéndome sacado de mi casa y tie-
rra... procuran maneras para hacerme gas-
tar mi trabajo y hacienda en pleitos y mo-
lestias... y si esto adelante fuese, con razón
temería cualquiera de servir esta Santa Igle-
sia ».
Por fin, el 14 de noviembre logró el cabil-
do convencer al orfebre. Mas no acabaron
aquí las diferencias; cuando se trató del
nombramiento de tasadores, rechazó Arfe al
designado por la Catedral, y comenzó a an-
dar las inacabables estaciones de un pleito,
que por dicha resolvióse en un acuerdo—sa-
liéndose con la suya el platero—que se fir-
mó el 24 de marzo de 1545) Por el que se
le pagaron ocho ducados y medio por la la-
bor de cada marco de plata sin dorar; verifi-
cándose la entrega de la custodia el 29 del
mismo mes, quedando amigos el cabildo y
Arfe, por cuanto el 16 de febrero de 1546
le dieron diez y seis ducados de gratifica-
ción por las muestras para las rejas del pres-
biterio que contrataran en II de julio de
I539) y terminaron, en 16 de enero de 1542,
un maestre Guillen, vecino de Santiago, y
maestre Pedro Flamenco, de León.
Mide la custodia compostelana (Lám. XII)
1,37 m- de alto. Sobre planta exagonal, se
36
eleva un severo basamento ornado por bellos
relieves: L a pesca milagrosa—que parece
inspirado en el famoso cartón de Rafael—,
L a transfiguración. E l embarco del cuerpo
de Santiago en Jafa, E l milagro del joven
ahorcado y la gallina que cantó después de
asada, de Santo Domingo de la Calzada, que
ignoro por qué rara asociación de ideas figu-
ra en la custodia de Santiago, y hace sospe-
char la utilización de un repujado hecho para
muy otro destino. Sobre este basamento se
yergue el templete de cuatro cuerpos, con
pilastras y arcos platerescos, flanqueado por
seis torrecillas de columnas abalaustradas,
relieves en las estilobatas, y estatuas en el
interior y en el remate. Dentro del templete,
en el primer cuerpo, seis Apóstoles senta-
dos, en medio un ángel con el viril; en el
segundo, Santiago peregrino; en el tercero,
E l buen Pastor; en la cima, Cristo resucitado,
estatua, como las demás de la custodia, muy
movida, pero bella y bien resuelta.
Claro ejemplo del arte plateresco en pla-
ta es la custodia compostelana: gentil de lí-
neas, armónica de proporciones, cuidado el
modelado, graciosa la decoración. E l arte
había hallado bellas formas de expresión; y,
si se echa de menos el sentimiento, la maes-
tría técnica llega al ápice; ya no es la custo-
dia de Santiago una torre, es la custodia
tipo; sus líneas sólo para tal objeto se com-
37
binaron; iqué lejos estamos ya de los sagra-
rios del Nortel La devoción española había
encontrado, por fin, la más perfecta y plásti-
ca manera de condensar su amor a Dios y
su gusto por la magnificencia y la suntuosi-
dad; no era solamente la riqueza del mate-
rial empleado, era la profusión de adornos
que no dejaba superficie lisa, era la repug-
nancia al paramento desnudo, heredada de
los árabes; era, en suma, el hallazgo de una
forma artística nueva, original, española.

A l regreso de Santiago, tal vez Antonio


vió morir en León a su padre y maestro; y
pronto hubo de abrir taller de platería en
Valladolid, sin cerrar el de León. Consta
que en I552 era vecino de la entonces villa
del Pisuerga; un pleito, a que era tan aficio-
nado, nos da curiosas noticias suyas.
En 23 de setiembre de este año, el pla-
tero Francisco de Isla le reclamó tres duca-
dos por cada uno de los cuarenta y un días
que empleó en ir a tasar la custodia de San-
tiago; extraña reclamación a los siete años
cumplidos del viaje, motivada seguramente
por cualquier contarriña del oficio. Contes-
tó Arfe, con la acostumbrada acritud, que si
se detuvo tantos días no sería por haberlo
ocupado ese tiempo, «sino que se andaron
holgando de pueblo en pueblo, viendo e vi-
38
sitando amigos e parientes»; que en el viaje
a Galicia tardaron sólo siete días, y allá Isla
no pasó más que cuatro o cinco, dándole
Arfe de comer y pagándole la bestia; ade-
más de que merecía sólo dos reales por día
de ausencia, que sería su ganancia trabajan-
do. Como si todo esto fuera poco, le echa
en cara los siguientes regalos:
«un debuxo para una custodia, que Isla
pretendía hacer para la iglesia de la A n -
tigua desta villa... que valía doce duca-
dos.
una medalla de plata... sincelada, donde
estaba un San Jerónimo, que valdría... cinco
ducados.
una chapa de plata sincelada... una Quin-
ta Angustia, la cual era para la condesa de
Benavente, que valía doce ducados.
dos chapas de plata para una custodia
que hizo para la Antigua, IO ducados.
dos paños de narices de oró.
dos chapas para el sillón de la condesa
de Benavente, que la una era el Robo de Ele-
na, con treinta figuras y unos sátiros aba-
xo..., y la otra la historia de Horacio con
treinta figuras, en lo cual había diecisiete
marcos de plata que merescía cada marco de
plata ocho ducados la hechura.»
Se sentenció el pleito el 22 de abril de
I553> condenando a Arfe a abonar a Isla los
cuarenta y un días a ducado y medio, pre-
via devolución de la medalla y de la Quinta
Angustia; como es natural, no se conformó
Arfe. Por fin, el 20 de diciembre de 1555 se
acabó el litigio, reduciéndose a veinticinco
los días que había de pagar Arfe.
No sólo es precioso el documento extrac-
tado para conocer el alma de Antonio de
Arfe, bien poco generosa, sino que, ade-
más, nos da noticia de obras suyas hoy per-
didas, y de la manera como colaboraban en
aquel tiempo los hombres de un mismo arte.

Quizá de 1552 a I554> Y residiendo en Va-


lladolid, construyó Antonio de Arfe la cus-
todia de Santa María de Medina de Ríoseco-
(Láms. XIII a XVII) no ha de comparar-
se en grandeza con la de Santiago, ni en exu-
berancia decorativa con la de Fuente-Oveju:
na. Coincidió con la modestia del encargo la
acentuación del proceso simplificador de for-
mas a que sometió su arte el gran orfebre:
de planta cuadrada con cuatro torrecillas en
las esquinas; cuatro grandes relieves en el
basamento del templete: L a serpiente de me-'
tal, la zarza ardiente, el sacrificio de Isaac y
L a Transfiguración; y cuatro menores en la
base de cada torre: cuatro los cuerpos del
templete, con pilastras, dóricas el primero;
jónicas con estípites adosadas, el segundo;
corintias el tercero, y abalaustradas el cuar-
40
Fot. J . C a b r é .

LÁM. XVI. — Grupo central de la Custodia de Rioseco.


ANTONIO DE ARFE

¿ o s Ar/es.
Fot. J . C a b r é .

LÁM. XVII. — Grupo central de la Custodia de Rioseco.


ANTONIO DE ARFE

Los A r f e s .
\ T4

, I l\ I Vi í

i V )

Fot. O r u e t a .

LÁM. XVIII. — Dibujo de la Col. del Instituto Jovellanos.


de Gijón.
JUAN DE ARFE

i o s Arjes.
to. En el primero aparece un singular grupo
escultórico: el Arca de la Alianza llevada por
cuatro Levitas, y delante el Rey David, tocan-
do el arpa y cantando: en el segundo cuerpo
el viril,rodeado de santos; el último, como los
de las torrecillas, con campanas. Las torres,
de tres cuerpos, rematan en lindas estatuítas;
en el interior, los Padres de la Iglesia lati-
na. La complicada y fea peana y la cruz del
remate son muy posteriores adiciones.
Suprema elegancia en la distribución de
los adornos y gracia en las proporciones
son las notas de la custodia de Ríoseco,
afeada por el vacío gesticular del grupo cen-
tral, tan sobrado de movimiento aborrasca-
do como falto de emoción. Diríase que el
furor, no la inspiración divina, llena el espí-
ritu del Rey salmista; descompuestas son,
asimismo, las actitudes de los sacerdotes
portadores del Arca Santa (Lám. XVI). Tam-
poco en los relieves hay tranquilidad de
líneas: (Lám. XVII) no parecen de la misma
mano de quien repujó con serena sencillez
L a pesca milagrosa en la custodia compos-
telana.
La violencia que notamos en las obras
de Arfe es la misma que acusa la escultura
española del tiempo. Berruguete, con un
fuerte dinamismo espiritual, alargó las pro-
porciones, contorsionó las figuras; barbas y
ropajes parecen movidos por viento tempes-
41
tuoso; pero estas maneras eran expresión de
verdaderas conmociones interiores, de in-
quietudes espirituales; los imitadores capta-
ron sólo lo externo, y he aquí el David de
la custodia de Medina, (Lám. XVII) las ropas
agitadas, la cabeza diminuta, violento el ade-
mán, temible el gesto: es una escultura de
Berruguete... sin alma; la mueca sustituye a
la expresión, el salmo que con el arpa se
acompaña debe de ser una serie de alaridos.
La falsedad había abierto brecha en el arte:
la exaltación llevaba al paroxismo; la frialdad
escurialense sería la reacción.
La historia de siempre: el arte plateresco
moría por excesos de sus propios cultivado-
res. La custodia de Ríoseco marca, en ar-
quitectura, la dirección simplificadora hacia
lo clásico; en escultura, el límite de exage-
ración alcanzado en movimiento sin sentido.
Aquellos tímidos ensayos, tan bellos, de de-
coración a lo romano de Enrique de Arfe,
habían llegado a invadirlo todo; las propor-
ciones gallardas de lo gótico se conserva-
ban; los santos de los remates de las torres
guardaban el grácil encanto de los pinácu-
los; los balaustres animaban con los quie-
bros de sus líneas la masa viva y fervorosa;
los ojos fatigados con las minucias de la fron-
da decorativa descansaban en la gracia de
las siluetas. Un arte al que tal vez sólo so-
braba facilidad, había nacido: era el arte de
42
la custodia compostelana. Corta fué su du-
ración; en la de Ríoseco la decadencia es ya
un hecho; y ya el empeño de Juan de Arfe
no fué otro que continuar la dirección pa-
terna.

Después de la custodia de Ríoseco, hizo


Antonio de Arfe las andas para la de León,
obra de plata loada por Ambrosio de Mo-
rales, fundida quizá cuando la custodia. De
1556 a 1560 figura su nombre en las cuen-
tas de la catedral leonesa.
Por aquellos años volvió a Galicia, a tra-
tar de las obras que se habían de hacer en
el antiquísimo altar de plata de Santiago.
En 1562 está de nuevo en Valladolid, don-
de a la sazón se casa su hijo Juan; en 1567-69
trabaja para el duque de Medina de Ríose-
co; y en 1571 Ia duquesa de Alba—la mu-
jer del gran Duque—le paga la hechura de
una arquilla de ébano, jaspe y plata. En
íS/S) 74 Y 75 vuelve a aparecer su nombre
en las cuentas de León.
Por estos años, buscando tal vez más an-
cho campo a sus negocios, se establece en
Madrid. El 17 de septiembre de 1574, A n -
tonio de Arfe el viejo, y su hijo Antonio,
andantes en la corte, pagan 50 reales por la
«tercera tienda que está en la parte de arri-
ba de las tiendas, en la calle nueva de San
43
Pedro, con la bóveda que tiene dicha tienda
y otra bóveda más adelante, grande, con su
pozo y escalera, para las vivir y morar». E l
12 de julio siguiente arregla sus cuentas con
la marquesa del Cénete.
Tres años después, el 20 de noviembre
de 1578, un mozo que quiere ser platero se
asienta por dos años con Antonio de Arfe:
¿era éste el que labró la custodia de Santia-
go o su hijo Antonio, el grabador que por
los años de 1570 a 1602 firma estam-
pas? Si aun es Antonio de Aríe el viejos al
igual que vimos en su padre, tampoco co-
nocemos las obras de los últimos veinte años
de su vida: ¿Consumó el cambio de estilo
anunciado en la custodia de Ríoseco? ¿Per-
maneció fiel a las fantasías platerescas} ¿La
perlesía, o la pérdida de vista le inutilizaron
para los primores del oficio?...
De él escribió su hijo Juan:
«Aunque la architectura \romana\ estaba
en los edificios y templos casi introducida
en España, jamás en las obras de plata se
había seguido enteramente hasta que mi pa-
dre la comenzó a usar en la custodia de San-
tiago de Galicia y en la de Medina de Río-
seco y en las andas de León, aunque con
columnas balaustrales y monstruosas por
preceptos voluntarios.»
Olvida aquí Juan de Arfe—¿a sabiendas?—
que en el estilo nuevo que a su padre atri-
44
buye estaba hecha desde 1533 Ia custodia
de Jaén; del mismo modo que calla, al citar
los introductores del Renacimiento en la ar-
quitectura española, el papel de Zarza y su
escuela en Avila, que no podía desconocer
el autor de la custodia de aquella catedral.
¡Cuán poco de fiar es la historia hecha por
los contemporáneos! Cuando no el delibera-
do silencio de lo que no conviene declarar,
la falta de perspectiva, esencial para el recto
juicio.
Bien dotado por la naturaleza, nacido en
el más favorable medio y en el período cen-
tral de la evolución del arte nuevo, no po-
demos juzgar de un modo entusiasta a A n -
tonio de Arfe por sus obras conservadas; la
custodia de Fuente-Ovejuna—si es suya—
es un ensayo; la de Santiago era la más bri-
llante esperanza; la de Ríoseco es una des-
orientación. Pero ¿no es esta, después de
todo, la historia triste del arte plateresco?
Promesas que quedaron incumplidas, cami-
no glorioso interrumpido cuando ni la mitad
se había andado. La invasión clásica, fría y
extraña, se impuso al gusto nacional,tan bien
hallado con las fantasías platerescas: fué un
movimiento que en la corte de Felipe II tu-
vo su centro; la pedantería humanista fué
su portavoz; los reveses políticos y las tris-
tezas nacionales enseñaron al pueblo a ver
en las severas líneas arquitectónicas greco-

45
romanas, rígidas y desnudas, un ideal de
austeridad.
Mas una duda se ocurre: si el arte pla-
teresco hubiese tenido un alma propia, un
sentido nuevo, un fondo, ¿habría vivido lo
poco que vivió? ¿No fué, sobre todo en sus
postrimerías, un virtuosismo formal, cubrien-
do jirones de sentimientos góticos casi muer-
tos, con ideas nuevas mal comprendidas?
III

J U A N D E A R F E VILLAFAÑE

D e Antonio de Arfe y de María de Be-


tanzos nació Juan en León el año 1535!
en el taller familiar daría los primeros pasos
en el arte; niño aún, ocurrió el traslado de sus
padres a Valladolid, donde se abrieron a su
espíritu amplios horizontes; y muy pronto
se mostró ávido de novedades, preocupán-
dole el estudio de los fundamentos de su
arte, y, más que nada, un capítulo: el de las
proporciones del cuerpo humano.
Tal vez pensaba, como Frotágoras, que
el hombre es la medida de todas las cosas,
y quiso conocer las medidas de este canon:
con fruición se dedicó a la Anatomía, y hubo
de encaminarse a Salamanca, «donde a la
sazón \se explicaba] por un catedrático... que
llamaban Cosme de Medina—el mismo Arfe
47
nos lo cuenta—, y vimos desollar por las
partes del cuerpo algunos hombres y muje-

Autorretrato, en la Varia Conmensuración (1585).

res justiciados y pobres, y demás de ser


cosa horrenda y cruel, vimos no ser cosa
muy decente [emplease aquí en el sentido de
«.conveniente-»] para el fin que pretendíamos,
porque los músculos del rostro nunca se si-
guen en la Escultura sino por unos bultos
redondos... y los de los brazos y piernas en
48
Fot. Liado.

LÁM. XIX. — Custodia de la Catedral de Avila.


(1554 - 1571.)
JUAN DE ARFE
í-os Arfes.
el natural se ven en los vivos casi determi-
nada y distintamente».
Esta ahincada determinación de estudiar
el natural—donde aparece claro el españo-
lismo de Juan de Arfe—se prueba también
por sus dibujos: admirable es el que publica-
mos de la colección del Instituto Jovellanos;
(Lám. XVIII) la Biblioteca Nacional guar-
da otro de menor interés que grabó en la
Varia conmensuración. Antes de lo que fue-
ra de desear perdió Arfe el contacto con el
natural, y se echó por los estériles campos
del manierismo.
Además de la arquitectura del cuerpo hu-
mano, trató nuestro artista de conocer la
Aritmética, la Geometría, la Astrología y la
Grafidia: se formó así una cultura propia, de
especialista, diríamos. De lo cual fácilmente
se deduce su carácter, reflexivo, cauto, suje-
to el vuelo de la imaginación, la fantasía de
cortas alas. No hay que esperar de él rasgos
geniales, ni saltos en el estilo o en la técni-
ca: su marcha es seguida; su andar, pausa-
do; su evolución, lógica. Tipo, en suma, muy
poco común entre los artistas españoles.

Su primera obra conocida, de ser auténti-


ca, data de los veinticinco años: es una cruz
de plata repujada y cincelada que, en IQIO,
adquirió a un chamarilero el Museo de Bar-
49
Les Arfes 4
celona; se dice procede, al parecer sin fun-
damento alguno, de la catedral de Vallado-
lid; está fechada en 1560 y firmada así: Ivan
de Arphe Villafagna. En ella hay varios re-
lieves y caladas cresterías; la manzana es de
dos cuerpos, decorados con columnitas y
hornacinas que cobijan figuras de apóstoles.
En 1562 casó en Valladolid con Ana
Martínez de Carrión, como él hija y nieta de
plateros. Fué dotada la novia en mil duca-
dos y el novio llevó doscientos; pero unos
y otros nominales en buena parte, pues no los
acabaron de recibir hasta enero de 1564,
cuando ya los familiares gastos estaban acre-
centados con una hija, Germana, nacida en
agosto del año anterior.

A aliviar las cargas matrimoniales vino


pronto un encargo de importancia: una cus-
todia para la catedral de Avila; (Láms. X I X a
X X I V ) tal vez contaba ya entonces con taller
independiente del paterno, pues por aque-
llos años aun estaba Antonio en la plenitud
de su fama. Se hizo la escritura en Vallado-
lid el 8 de noviembre de 1564) y la obra se
acababa el 30 de mayo de I57I- Mide 1,70
de altura, pesó 63,912 ks. y se valuó en
1.907.403 mrs. y medio. Una estrella de
seis puntas es la planta; el templete cons-
ta de seis cuerpos, y está cercado por

seis torres, como en las custodias de Anto-
nio. Los relieves del basamento son más co-
rrectos que sentidos, tratados de manera
más pictórica que plástica, dando importan-
cia al paisaje; son todos de escenas de la Ley
Vieja. (Lám. X X ) Jónico, el primer cuerpo;
estriadas, las columnas de las torres; sus pe-
destales, cilindricos, exornados con grutes-
cos; decorados los fustes de los pilares del
templete con sarmientos, racimos y pámpa-
nos, en ritmo salomónico, y sobre plintos
prismáticos. Dentro de las torres, estatuas
irías, clásicas, de las Virtudes; (Láms. X X I
y XXII) poco graciosos el entablamento, el
segundo cuerpo y el remate.
Dentro del templete, siguiendo las nor-
mas de Antonio de Arfe, puso Juan un gru-
po escultórico: el sacrificio de Isaac—su
composición recuerda extrañamente la de
un cuadro del Sodoma—; las actitudes, más
movidas que expresivas. ¡A qué distancia
estamos del tormentoso brío personal con
que Berruguete esculpió la misma escenal...
(Lám. XXIII) Nacieron, quizas, estos grupos
de figuras del interior de las custodias, inspi-
rados en escenas de los autos sacramentales,
y tal vez dieron origen a los pasos de Semana
Santa, que en el siglo xvn arraigaron en toda
España.
Profusa es la decoración de la cúpula re-
bajada y de los arcos y enjutas de este pri-

mer cuerpo de la custodia abulense, franca-
mente plateresco. Doce columnas, estriadas
unas y estriadas en su tercio medio, y de
grutescos los extremos, otras, forman el
cuerpo (Lám. X X I V ) donde va el ostensorio
adorado por los Apóstoles; alrededor, senta-
dos, los Padres de la Iglesia y ángeles niños;
arcos en esquina, columnas pareadas, niños
tenantes de escudos y la Transfiguración en
el tercer cuerpo; con estípites el cuarto, y
con balaustres el quinto, cerrado por una
cúpula que rompe extemporáneamente el
sexto, sencillísimo, coronado, como el cuar-
to y las torrecillas, por bolas; el conjunto se
remata con la cruz. Está firmada.
Hay que señalar que la decoración plate-
resca, aunque en decadencia, triunfa en la
custodia de Avila de la arquitectura clásica,
variada y mezquina a la vez, pues está tan
mal compuesta, que sobran tres cuerpos al
alzado por el empeño de conseguir la forma
piramidal. La mesura en la innovación de es-
tilo, que caracteriza a Antonio de Arfe en sus
últimas obras, se violenta aquí por el impul-
so juvenil de su hijo, quien, queriendo ha-
cer una construcción nueva y ordenada, con-
sigue edificar un conjunto falto de unidad y
de armonía. La reñexión y los años corrigie-
ren esta desapoderada ansia de convertir las
custodias en muestrarios de especies de
columnas.
52
Hizo dos cetros para la misma Catedral
que se conservan.

En los años que van desde I571 hasta


1580, no tenemos noticia de que Juan de
Arfe trabajase en cosas de plata. O no se
han encontrado los documentos de esta épo-
ca, o, lo que es más probable, quizá, poco
satisfecho de la custodia abulense, dedicó
estos años al estudio, a las letras y al gra-
bado.
En 1572 publicó en Valladolid el libro in-
titulado: Quilatador de la plata, oro... escri-
to puramente técnico para ensayadores y
contrastes; su frontis, grabado y firmado
/. A., reproduce dos mujeres—muy pareci-
das a las Virtudes de la custodia de Avila—
tenantes de las armas del cardenal Espino-
sa, a quien va dedicado el libro. En el pró-
logo se nos muestra Juan de Arfe apasiona-
do de su arte: «No hay ninguna—dice—que
mayor perfección pueda rescebir.» En la
página I I se ve un curioso grabadito: el en-
sayador, en su taller, ante el horno. De esta
obra se hizo edición en Madrid en 1598,
con grandes aumentos.
E l P. Burriel, copiado por Cean^ dijo que
eran obras de Juan de Arfe las láminas que
adornan la edición de Salamanca, de I573j
de E l Caballero determinado por Oliver de la
53
Marche, que puso en verso castellano don
Hernando de Acuña — versificando una tra-
ducción hecha en prosa por Carlos V —;
don Isidoro Rossell vió las láminas y leyó el
monograma de Arfe: el dicho de Burriel
quedó por verdad averiguada. Y , sin embar-
go, no pasa de ser un craso error, pero ex-
plicable. Las veinte láminas de la edición
salmantina son, según uso, reproducción,
con variantes ligeras, de las que figuran en
las anteriores antuerpienses de 1555 y íSSS
— fecha esta última en que Juan de Arfe
contaba diez y ocho años—; son estampas
de acentuado carácter flamenco; diez y seis
de ellas están firmadas con el monograma
A^I?; la primera del libro, además de este
monograma, lleva un complicado enlace, en
el que con algo de buena voluntad y a pri-
mera vista, pudiera leerse A R F E , pero don-
de un examen menos superficial distingue
las siguientes letras: S, R, A , T, E , ¿H? ¿If
Lo que sí grabó Juan de Arfe fué el retra-
to de Alonso de Ercilla para la edición de
L a Araucana de 1578, reproducido en la
de 1590.

Y habrá también que referir a esta década


los trabajos preparatorios, y quizá la redac-
ción de su obra más importante. L a varia
conmensuración, que no publicó hasta 1585.
54
La base de la obra daríasela hecha su ex-
periencia y la tradición familiar, y el aparato
científico., una librería, no copiosa, pero sí
escogida. ¿Cuáles eran los libros predilectos
de Juan de Arfe? ¿Qué autores leía? No era
hombre dado a citar, y en casos, hasta ce-
laba cuidadosamente la fuente de sus noti-
cias; mas, a veces, escapábansele nombres,
frases o alusiones claras, por donde pode-
mos averiguar cuáles eran los libros que
tenía en el estante más próximo a la mano.
De bellas artes no estaba mal provisto:
Los cuatro libros de la proporción del cuer-
po humano, de Alberto Durero; el hoy rarí-
simo De Sculptura, de Pomponio Gauri-
co; L'Architettura, de León Bautista Alber-
t¡, puesta en lengua toscana, tal vez en la
bella edición de Florencia de 155°; de los
mismos lugar y año, las Vite, de Giorgio
Vasari; no carecía tampoco de las Medidas
del Romano, de nuestro Diego de Sagredo,
aunque nunca las nombra en sus escritos;
pero de ellas tomó seguramente las medidas
del cuerpo, halladas por Felipe de Borgoña.
Venían después de los libros de arte, los
tratados de anatomía, y ya estaba muy so-
bada por las repetidas consultas la Historia
de la composición del cuerpo humano, del
doctor Juan Valverde de Amusco, ilustrada
con dibujos atribuidos al escultor Gaspar
Becerra, en la edición de Roma de 1556;
55
también solía traer entre manos el Libro
de la Anatomía del Hombre., de Bernardino
Montaña de Monserrat, impreso en 1557-
Las matemáticas estarían representadas por
los elegantes Fragmentos matemáticos, que
el bachiller Juan Pérez de Moya publicó en
1568, y la Geometría práctica, de Diego Pé-
rez de Mesa. De otras disciplinas tenía Arfe
escritos del maestro Antonio de Nebrija; no
faltaría el libro De Re metallica, de Bernal
Pérez de Vargas (1569), y después de los
acostumbrados libros de devoción, en últi-
mo término y muy resobados, Las trescien-
tas, de Juan de Mena, quizá en la edición
anotada del Brócense de 154°; Los prover-
bios, del marqués de Santillana, y otros añe-
jos y venerables tomos de versos, pues se
daba en Juan de Arfe el vulgar contrasentido
de ser tan avanzado en arte cuanto atrasado
en poesía.
En estos años de plena madurez men-
tal, más que las memorias de lo que había
hecho en la primera mitad de su vida, hizo
acopio de conocimientos y energías para los
que había de realizar en la segunda mitad,
incomparablemente más fructífera y glo-
riosa.

El 19 de junio de 1579) el cabildo sevilla-


no acuerda se haga una custodia para la pro-
56
Fot-. L i a d o .
LÁM. XXI. — Primer cuerpo,de una torre
de la Custodia de Avila.
JUAN DE A R F E
Los A r f e s .
."O

U
LÁM. xxin. — E l sacrificio de Isaac.
Grupo del interior del primer cuerpo de la Custodia
de Avila.
JUAN DE ARFE

¿os Arfes.
LÁM. XXIV. — Secundo cuerpo de la Custodia de Avila.
JUAN DE ARIE

Los Arfes.
cesión del Corpus. Presentaron trazas Fran-
cisco Merino y Juan de Arfe; a fines del año
llegó éste a Sevilla, y el cabildo le paga la
casa donde trabaja la muestra. E l miércoles
6 de julio de 1580 se decidió el encargo a
favor de nuestro <escultor de plata y oro»,
y el 28 de agosto se firmó el contrato. E l
4 de diciembre de 1587 se acabó de pagar
la magna obra, pero meses antes ya estaba
terminada.
A 20 de mayo firma Juan de Arfe la
Descripción dé la traza y ornato de la custo-
dia de plata de la Santa Iglesia de Sevilla
(en casa de Juan León, 1587) 8.°, 16 hjs.),
curiosísimo escrito en el que aprendemos
que la dirección ideal de la custodia túvola
el Ldo. Francisco Pacheco, debiéndosele la
invención y reparto por toda ella de «histo-
rias, figuras y hieroglíficos». Eran aquellos
tiempos sszón de tales colaboraciones; aun
artistas nada legos recibían detallados pro-
gramas para desarrollar moralidades, sím-
bolos y alegorías; así los tapiceros de Flan-
des tejían asuntos que les escribían los retó-
ricos de la corte de la Regente Margot, y los
fresquistas de la Biblioteca del Escorial pin-
taban al dictado del Padrl bigüenza.
Mide la custodia sevillana (Lám. X X V )
unas tres varas de alto, y consta de «cuatro
cuerpos proporcionados, de manera que el
segundo es dos quintos menor que el prime-
57
ro, y el tercero hace la misma corresponsión
al segundo, y el cuarto al tercero; fundado
cada uno sobre 24 columnas»;las doce mayo-
res labradas de relieve. Dentro del primer
cuerpo (hoy alterado) puso Juan de Arfe a la
Fe, sentada en trono como reina; en los ni-
chos, la rodean seis sacramentos, y sentados
entre las columnas los doctores de la Iglesia,
Santo Tomás de Aquino y Urbano IV, el Papa
que instituyó la fiesta del Corpus. En el se-
gundo cuerpo, el viril adorado por los san-
tos sevillanos; en el tercero, la Iglesia triun-
fante, figurada en el cordero entronizado, y
los cuatro animales llenos de ojos del Apo-
calipsis; en el cuarto, la Trinidad; rematába-
se en un obelisco egypciano; angeles músicos
y candelabros coronaban los cuerpos se-
gundo y tercero. Todo decorado muy rica-
mente con sarmientos, racimos y espigas —
eucarísticos símbolos—y rótulos latinos de-
clarando las teológicas alegorías. Ni la Inma-
culada Concepción que ocupa el lugar de la
Fe, ni los desproporcionados ángeles con li-
rios que coronan el segundo cuerpo, ni la
barroca y desmesurada estatua con su pe-
destal, a manera de otro cuerpo, que susti-
tuye al obelisco; ^ los florones del basa-
mento, pueden ponerse en la cuenta de
Juan de Arfe; son desaguisados cometidos
por un tal Segura en 1668 a petición del
cabildo.
58
En la custodia hispalense apuró Juan de
Arfe los quilates de su ingenio; con orgullo
escribió de ella: es «la mayor y mejor pieza
de plata que deste género se sabe». Conser-
vando la forma piramidal estatuida por maes-
tre Enrique, supo Juan de Arfe combinar
con sabiduría los elementos, logrando cierta
unidad de composición, perdida desde que
las formas arquitectónicas renacientes se ha-
bían introducido en la hechura de las custo-
dias. Por una feliz inconsecuencia con sus
propios principios, invadió fustes y entabla-
mentos «de pimpollos de hojas y racimos
de parras, hojas y flores de jazmines y de
yedra», con desnudos niños entremezclados
y cartelas con rótulos, haciendo grato jue-
go; y ni prescinde de las odiadas «columnas
balaustrales».
Mas estas transgresiones de su rígido cre-
do, no sólo las ocultaba, sino que con toda
lisura escribía en la Descripción de ¡a traza
estas palabras, que hacen sonreir:
Hablando de la obra de E l Escorial, elo-
gia de que en ella se abandonasen «.por va-
nas y de ningún momento las menudencias
y resaltillos, estípites, mutiles, cartelas y
otras burlerías que, por verse en los papeles
y estampas flamencas y francesas, siguen
los inconsiderados y atrevidos artífices, y,
nombrándolas invención, adornan o, por
mejor decir, destruyen más obras, sin guar-
59
dar proporción y significado. De lo cual,
como cosa mendosa y reprobada, he huí-
do siempre, siguiendo la antigua observan-
cia del arte que Vitrubio y otros excelen-
tes autores enseñaron... principalmente en
la fábrica de la custodia de plata que
por mandado de V . S. he hecho y aca-
bado».
Patente el divorcio entre la teoría y la
práctica, ha de achacarse, no a insinceridad
de artista, sino a dos causas: es la primera
que, por la tradición familiar, el clasicismo
en Juan de Arfe era más templado que el
escurialense; y la segunda, que la sequedad
de líneas del orden toscano no se adecuaba
al objeto de las custodias, donde toda sun-
tuosidad debía tener asiento.

La dilatada estancia de Arfe en Sevilla


—ciudad la más poblada y culta de España
en aquellos días, y donde la producción de
libros era acaso mayor—, y el trato íntimo
con el erudito canónigo Francisco Pacheco
—tío del pintor—, fueron, a buen seguro,
acicates que le determinaron a poner en
prensa su Varia conmensuración para la Es-
cultura y Arquitectura, preparada, según
creo, desde muchos años antes; salió de
casa de Andrés Pescioni y luán de León en
1585, mas sólo en sus dos primeros libros;
60
pues por haberse quemado las planchas del
tercero, hubo de repetirlas, y en 1587, aun-
que con la primera fecha, se vendieron ya
los ejemplares completos. He aquí el conte-
nido de la obra:

Lib. L—De las líneas, figuras y propor-


ciones.—De los cuerpos re-
gulares e irregulares.
Lib. II.—De la medida y proporción del
cuerpo humano. — De los
huesos.—De los morcillos.
De los escorzos.
Lib. III.—De los animales de cuatro pies.
De las aves.
Lib. IV.—De los cinco órdenes de edifi-
car los antiguos. — De las
piezas de iglesia y servicio
del culto divino.

Y a se ha dicho que no es este un libro


erudito y vario como los que en aquel tiem-
po solían escribirse: es la obra de un espe-
cialista, donde, si se estudian los principios
de la Arquitectura y de la Escultura, es para
mejor dominar la orfebrería; en el último
capítulo se recoge toda la enseñanza, apli-
cándola a las piezas de plata de las iglesias.
Y a en el prólogo dedica la obra a los hom-
bres de su arte, y en la portada se hace lla-
mar «Escultor de oro y plata». Los mismos
61
versos, las ramplonas octavas reales donde
se resumen los preceptos, no fueron escri-
tas aspirando al lauro, sino por saber que se
prenden mejor en la memoria los renglones
medidos y concertados; y Arfe, pensando
en talleres de plateros y broncistas, no en
Academias, las compuso. La prosa es suel-
ta, pero sin primores. Los grabados, lim-
pios, mas pocas veces bellos; curiosas las
noticias; nada originales las ideas: un trata-
do, en suma, útil en su tiempo; más que de-
leitable, en el nuestro.
Quien tenga curiosidad por apreciar las
dotes poéticas de Arfe, lea estas tres octavas,
que no me atrevo a llamar las mejores:

\Sobre el dibujar de una hermosa figura


de mujer.]
Frente espaciosa y bien proporcionada;
O j o s distantes, g r a n d e s y rasgados;
N a r i z q u e n i sea r o m a n i afilada;
L o s l a b i o s n o m u y gruesos n i apretados;
B o c a que, c o n d e s c u i d o , e s t é c e r r a d a ;
L o s carrillos redondos, bien formados;
Pechos que disten con p e q u e ñ a altura,
H a c e n una perfecta fermosura.

La que describe el caballo no se puede,


en verdad^ confundir con las inmortales de
Céspedes:
E s el caballo hermoso y agraciado;
D e gentil m o v i m i e n t o y altiveza;

62
T i e n e l a a n c a p a r t i d a , el p i e c a v a d o ;
A n c h o e l p e c h o y p e q u e ñ a l a cabeza;
D e cola y crines, largo y b i e n poblado.
M u e s t r a s i e m p r e e n sus ojos g r a n v i v e z a ,
Y t i e n e p u n t i a g u d a s las orejas,
Y las n a r i c e s anchas y parejas.

Y , por fin, véase con qué elevación lírica


cantaba a la custodia:
C u s t o d i a es T e m p l o r i c o , f a b r i c a d o
Para triunfo de Cristo verdadero,
D o n d e se m u e s t r a e n pan t r a n s u b s t a n c i a d o
E n q u e e s t á D i o s y H o m b r e t o d o entero;
D e l gran Sancta Sanctorum fabricado,
Q u e Beseleel, artífice tan vero,
E s c o g i d o p o r D i o s , p a r a este efecto.
F a b r i c ó , d á n d o l e É l el intelecto.

Sigamos hablando de las obras de plata


de Juan de Arfe, para quien tan esquivas
fueron las Musas.
Mientras residía en Sevilla, recibió el en-
cargo de una custodia para Valladolid, su
segunda patria; el 11 de septiembre de 1587,
en la collación hispalense de Santa María,
otorga poder a un platero valisoletano para
que trate con el cabildo; el 3 de octubre
queda firmado el concierto; son condicio-
nes: trabajarla en Valladolid y darla hecha
un mes antes del Corpus de 1590. La carta
de pago la firmó en Valladolid, llamándose
vecino de Sevilla, el 3 de agosto de este
último año.
63
Mucho menor y más sencilla que la cus-
todia sevillana, la de Valladolid repite el
modelo conocido: cuatro cuerpos y obelisco
en el remate. E l grupo central del primer
cuerpo, Adán y Eva a los lados del árbol
de la ciencia del bien y del mal; menos exu-
berancia de fronda decorativa; y arcos de
medio punto doblados por la mitad en las
cuatro esquinas, que había usado ya en Avila.
En Sevilla también comenzó a tratar la
hechura de las custodias de Segovia y de
Burgos—la primera no llegó a hacerse—; el
contrato para la segunda se firmó el 4 de
mayo de 1588; estaban terminados sus cua-
tro cuerpos, y en el primero el Cordero Pas-
cual con doce figuras, el 17 de julio de I592:
se perdió cuando la francesada.
Un mes después se aprobó por el cabildo
de Burgos un diseño de Juan de Arfe para
la cruz procesional con las insignias de me-
tropolitana—dobles brazos—. Se supone es
la hoy conservada. (Lám. X X V I ) Extraña la
libertad de su traza, sin la menor línea recta;
diríase de treinta años antes. Y extraña más
si se la compara con la cruz procesional mo-
delo que aparece en la Varia conmensura-
ción. Como si esto fuera poco, árbol y brazos
están cubiertos por chapa recortada, técnica
de que no conocemos muestra en las obras
de Juan de Arfe. El Cristo sí es clásico y muy
bello, perfectamente de los fines del siglo y
64
en relación ya con las esculturas de Pompe-
yo Leoni. La decoración y la arquitectura, de
todo punto inconciliables, no sólo con las
teorías, sino con la práctica, aun de mu-
chos años antes, de su pretendido autor.
¿Explicación? No la encuentro. Quizás el en-
cargo no pasó de tal, e hizo la cruz un pla-
tero apegado a la tradición plateresca, y el
Cristo, Arfe; pues si no es suyo, merece ser-
lo; porque no se ha de pensar que la cruz
sea anterior en fecha; no parece lógico que,
poseyendo la catedral tan hermosa joya, en-
cargase otra.
En Burgos permanecía cuando recibió la
petición de que fabricase una custodia para
el convento del Carmen, extramuros de Va-
lladolid; se firmó la escritura el 13 de mar-
zo de 1592. Esta obra, que sería modesta,
pues sólo pesaba treinta marcos, ha desapa-
recido.

La estancia de Arfe en Burgos, prolonga-


da después de acabar la custodia, tiempo en
el que tuviera obligación de residencia—loa-
ble costumbre de la época, con la que se
conseguía directa vigilancia sobre el trabajo,
a la vez que una suerte de proteccionismo a
los obreros del país—, le ocasionó moles-
tias curialescas; el único pleito que sabemos
litigó Juan de Arfe tuvo regocijado origen y
65
Las Arfes 5
cómica tramitación; en sus folios podemos
recoger donosas noticias acerca del carácter
de la época y del modo de ser de nuestro
mazonero.
Los plateros de Burgos formaban, según
uso, una cofradía bajo la advocación del
obispo merovingio, monje y orfebre, San
Eloy. A la solemne procesión del Corpus
concurría el gremio detrás de su pendón,
que era llevado por un platero elegido cada
año entre los casados que hasta entonces no
lo habían conducido. En junta eligieron por-
tador del guión para el Corpus de 1593 a
Juan de Arfe; lo que para otros fuera suspi-
rado honor, tomólo como ultraje a su cali-
dad el leonés, y dijo «que no lo había de lle-
var; antes se iría e ausentaría de la ciudad»,
alegando que no era vecino de Burgos ni
cofrade. Absuelto Arfe en primera instan-
cia, apelaron sus contrarios a la Chancille-
ría, y ante ella adujo Juan de Arfe como ar-
gumento aplastante para no llevar el pen-
dón que... no era platero, «sino escultor de
oro e plata e arquitecto..., oficios muy dis-
tintos del oficio de platero», rasgo de infan-
til vanidad que acrecentó añadiendo que
«era hidalgo e persona principal e de muy
honrados deudos e parientes e de los más
eminentes hombres de España de su arte».
(Claro que todo esto dicho por boca de su
procurador...) Confirma la Chancillería la
66
anterior sentencia; mas el gremio burgalés
suplica de ella, arguyendo contra la novedad
de hacerse llamar escultor, con textos del
propio Juan de Arfe; y con socarrona zum-
ba alegan que «llamarse plateros, no era
porque hiciesen platos, sino porque labra-
ban en plata...» Terminó el pintoresco litigio
eximiendo a Arfe de la carga de llevar el
pendón, siempre y cuando no abriese tienda
en Burgos.

Quizá este pleito con sus compañeros


aumentó las molestias del trato de vecindad;
pues, a pesar de sus humos nobiliarios y ar-
tísticos, vivía Arfe en la calle Tenebregosa,
residencia obligada de los plateros en Bur-
gos, desde una cédula de los Reyes Católi-
cos; y pretextando que acababa de casar a
su hija Germana con Lesmes Fernández del
Moral, tallador y contraste de la Casa de la
Moneda, edificio muy distante de la dicha
calle, y habérsele hundido la habitación, pide
al rey licencia para mudarse de calle; infor-
ma el Consejo en contra de lo pedido, y el
31 de marzo de 1595 decreta al margen Fe-
lipe II con sü enérgica y horrenda letra:
«Está bien lo que parece.»
El pleito, la denegación de mudanza, el
haber terminado los encargos, hicieron que
Juan de Arfe abandonase Burgos; y, nom-
67
brado ensayador de la Casa de la Moneda
de Segovia, a esta ciudad vino a establecer-
se. La proximidad a Madrid favorecíale para
los negocios del oficio. El 28 de septiembre
de 1596 devuelve lo que había recibido a
cuenta de una custodia que, terminada, no
quisieron aceptar los vecinos de San Sebas-
tián de los Reyes; quizá esta custodia sea la
misma que a la muerte de Arfe figura entre
sus bienes; y no fuera imposible que la mis-
ma sea la que, regalada como obra suya por
el obispo don Diego de Castejón en 1636,
sirve hoy en la catedral de Lugo.

El 30 de noviembre de 1596 le ordena el


rey venga a Madrid a repasar las estatuas de
bronce que se hacen para los entierros de
E l Escorial. El 6 de mayo de 1597 se obliga
a hacer sesenta y cuatro bustos—él, años
después, dijo que ochenta—, relicarios de
chapa de cobre para San Lorenzo el Real,
que fueron encarnados y pintados por Fa-
bricio Gástelo; ha de pensarse que para estos
bustos haría Arfe solamente algunos mode-
los, y en su taller repujarían la cansada serie.
En 1598 el cabildo de Osma trató de la
fábrica de una custodia; el 7 de octubre
acepta Arfe, y anuncia desde Madrid que
enviará la traza por su yerno Lesmes Fer-
nández del Moral, «que es lo mismo que
68
yo», escribe. E l 16 de mayo de 1602 estaba
acabada; en el segundo cuerpo aparecía la
imagen de San Frutos, circunstancia que
lleva a sospechar utilizó en ella elementos
trabajados para la fracasada custodia segó-
viana; la de Osma se perdió en la guerra de
la Independencia; quizá suerte parecida co-
rrieron unos ciriales del convento del Car-
men, de Valladolid, y la custodia de San
Martín, de Madrid; obras en las que colabo-
ró también Lesmes.
Sirvió Juan de Arfe a Felipe III, quien en
IO de enero de 1599 mandó pagarle una
fuente y un aguamanil de plata dorada y
esmaltada, con figuras de dioses en realce.

A pesar de los años, la actividad del gran


orfebre no menguaba; si ya en 1585 la vis-
ta, cansada, le obligaba a usar lentes, (vid. su
retrato pág. 48) diez y doce años después
prosigue modelando y repujando primoro-
sas minucias; sin embargo, al entrar el si-
glo xvii faltan datos de obras de plata, y
comienza la confusa documentación de un
negocio tan interesante como embrollado;
veremos de poner algún concierto en la par-
te que tuvo en él nuestro artista: aludimos
a las estatuas de los Lermas.
Estaba el duque de Lerma en la cima de
su poder, y, queriendo emular al rey — su
69
juguete —, dispuso en su convento de San
Pablo, de Valladolid, la labra de un grandio-
so panteón familiar; encargó los trabajos al
mismo escultor de los entierros de E l Esco-
rial, Pompeyo Leoni; cuatro habían de ser
las orantes estatuas sepulcrales: las del du-
que y de la duquesa, y las de los tíos del
privado, don Francisco, cardenal-arzobispo
de Toledo, y don Cristóbal, arzobispo de
Sevilla; en los proyectos y modelos se tra-
bajaba, en 1601, en Valladolid; en fin de no-
viembre se llevaron a Madrid, para fundirse
en los talleres de Jacome Trezo, los vaciados
en yeso y sus «hembras» de las estatuas de
los duques. Todo seguía los usuales pasos,
cuando en los primeros días de marzo si-
guiente, Juan de Arfe, el 7) y Leoni, el Q,
presentan sendas escrituras con las condi-
ciones para ejecutar las estatuas. Dice Pom-
peyo que están hechos los vaciados de las
estatuas de los Duques en tamaño natural, y
en pequeño un modelo para la del arzobispo
primado; nada dice de la del hispalense. Pide
por paga 25.000 ducados, y lo que el duque
quiera darle por la maestría—que se había
de computar en unos 5-000 más—. Arfe se
compromete a hacerlas en total por 26.600
ducados, y si le dejan utilizar los modelos de
Leoni para las estatuas de los duques, reba-
jaría el pico de los 600. ¿A qué se debió esta
especie de concurso, anulación, al parecer,
70
del encargo a Leoni? No se encuentra expli-
cación satisfactoria; el hecho es que, pare-
ciendo más ventajosa al duque la propuesta
de Arfe, la aceptó con ciertas variantes; y
rebajando del total pedido 3.000 ducados,
se firmó la escritura en E l Escorial el 15 de
junio de 1602.
Pronto Juan de Arfe se pondría a traba-
jar en las esculturas. ¿En cuáles? Desde lue-
go, en las de los arzobispos, en espera, segu-
ramente, de que Leoni accediese a entregar
los modelos de las de los duques. E l caso es
que el 7 de diciembre del mismo año escri-
be, de su puño y letra, al tesorero del duque:
«Los retratos de los señores cardenal y
arzobispo y manos de ellos, con los ornatos
de la capa pluvial, que son historia, y após-
toles de la cenefa y borlas y bordaduras de
las almohadas, de mi parte tengo hecho todo
de cera, y por estas manos pecadoras, sin
necesidad de italiano ni español, mas de sólo
mi yerno.,.; y todo va bien, sea Dios alaba-
do..., y porque salgo de los límites de mi
condición, que es ser más largo de manos
que de lengua, no seré más largo...»
Así escribía un hombre que cumpliera los
sesenta y siete años, con la santa alegría de
espíritu que da el trabajo bien logrado; mas,
actividad tan prodigiosa, alegre y juvenil,
pronto había de agotarse. Segurámente con-
sumió sus últimas fuerzas la estatua de don
71
Cristóbal de Rojas, el arzobispo de Sevilla,
aquella para la que ni el modelo en pequeño
había hecho Pompeyo Leoni; la que, por lo
tanto, con mayor afán e ilusión trabajaría el
viejo «escultor de oro y plata», que en sus
postrimerías alcanzaba el ansiado título de
escultor de verdad... pese a los plateros bur-
galeses (Láms. X X V I I y XVIII).
Su yerno, Lesmes Fernández del Moral,
bajo la personal dirección de Leoni, acabó
el encargo ducal en 1608; nada se sabe de
la estatua del cardenal de Toledo, ni si llegó
a fundirse; las de los duques están en el Mu-
seo de Valladolid; la del arzobispo de Sevi-
lla, tan fina y elegante como las obras de
Leoni, y más realista, —como convenía a un
español que de viejo recordaría haber dibu-
jado del natural en Salamanca haciendo ana-
tomías—muestra en la colegiata de Lerma
el límite alcanzado por el arte de Juan de
Arfe.

En Madrid, el 2 de abril de 1603, Ana


Martínez de Carrión, viuda de Juan de Arfe
Villafafíe, pide se haga inventario de los bie-
nes de su marido, que había muerto la vís-
pera. Vivían en la parroquia de San Martín,
en las casas de Jacome Trezo en la Red de
San Luis.
E l inventario revela un ajuar pobre, que
73
LÁM. xxv. — Custodia de la Catedral de Sevilla.
(1580-1587.)
JUAN DE ARFE

Los Arfes.
Fot. Lacoste.

LÁM. XXVI. — Cruz procesional de la Catedral


de Burgos. ¿1592?
¿JUAN DE ARFE t

L o s Arfes.
LÁM. XXVIII. — Busto de la estatua de D . Cristóbal
de Rojas.
JUAN DE ARFE

Los Arfes.
no estaba en relación con los ducados gana-
dos en la larga y gloriosa carrera. Tásase el
conjunto en 50000 reales, aun contando
con un plazo por cobrar de la custodia del
Burgo de Osma. Apunta el inventario: una
custodia de plata—^la de Lugo?—, los mol-
des de bronce de las de Osma y San Mar-
tín, una gargantilla de oro, un Cristo de
plomo y otro de madera, libros y varios ins-
trumentos del oficio...
Un hombre que, como Arfe, trabajó en
su larga vida sin descanso, dejaba al morir
por toda herencia, su memoria, su ejemplo
y los instrumentos de su oficio. Su existen-
cia completa; una sola palabra la define: tra-
bajo.

Constante defensor de un ideal artístico;


anhelando establecer los principios del arte
clásico, severo, sin hojarasca decorativa;
preocupado siempre en la imitación razona-
da «del antiguo», en la vida de Juan de Arfe
—hermosa vida de laboriosidad y esfuer-
zo—vemos: de un lado, las continuas y do-
lorosas concesiones que sus ideas tenían que
hacer a la imposición del ambiente, que re-
pugnaba en las custodias y piezas del culto
la sequedad escurialense, que él tanto admi-
raba; de otro, que el empeño clasicista de
Arfe, acompañado y seguido por otros, des-
73
españolizando una vez más nuestro arte en
formación, logró acabar con el plateresco:
¡este incesante tejer y destejer de la historia
artística de España; este desasosegado cam-
biar de estilos, no por evolución transfor-
madora y progresiva, sino por violentas in-
vasiones extrañas!... Mas no maldigamos de
este no dejar que un estilo termine su ca-
mino, de estos radicales cambios: ¡quién
sabe si a ellos se deberá el fuerte carácter
que singulariza nuestro arte!
E l 21 de enero de 1501 firma maestre
Enrique de Arfe el contrato de la custodia
de León; el I.0 de abril de 1603 muere en
Madrid Juan de Arfe Villafañe. E l siglo que
estas dos fechas encierran fué el gran siglo
de España, mas no el gran siglo del arte
castizo. Durante aquella centuria nos pusi-
mos en contacto con toda Europa; de todos
recibimos influencias; nuestro arte fué con-
tinua ebullición de formas: era la desbor-
dante vitalidad de nuestra plétora; Enri-
que, Antonio y Juan de Arfe personifican
los tres momentos del arte español en el
siglo xvi. Y si se quiere, ya en la estatua del
arzobispo de Sevilla anuncia Juan lo que ha-
bía de ser el arte español del siglo xvn; en
ella vemos el vivo realismo nuestro, vencien-
do la falsedad elegante y fría de la escultura
italiana de fines del xvi.
No hay ejemplo en nuestra historia artís-
tica de una familia que, como la de los Ar-
fes, compendie y cifre los términos de un
siglo, y personifique dentro de un arte los
momentos sucesivos de su mayor esplendor.

M a d r i d , j u n i o 1919.
ÍNDICE Y NOTAS
Páginas.

NOTA PRELIMINAR 7
ENRIQUE BE ARFE:
Nadmimto.—Cean, Diccionario, I, 55, lo cree
alemán y nacido hacia 1470-80. Justi, Los A r -
fes (Miscellaneen, Estudios de Arte español,
I, 233) recuerda es Harf apellido vulgar en
el bajo Rhin 9
L a orfebrería en Colonia.—Pedro Tafur, A n -
dangas e viajes (1435-1439). Madrid, 1874,
240-243, t.0 V I L «Colección de libros raros o
curiosos». Les tresors sacres de Cologne, por
Franz Bock. París, 1862, con láminas 9-10
Llegada a España.—Sentenach, Bosquejo histó-
rico sobre la orfebrería española, Madrid, 1909,
dice qué obras de Arfe fueron donadas por
la Reina Católica a la Capilla Rea! de Grana-
da. Bertaux (Histoire de P A r t á t Michel, I V ,
830) se hace eco de la inexacta noticia de la
venida de Arfe en el séquito de Felipe el
Hermoso 10
Custodia de León.—Publicó la documentación
E . Díaz Jiménez, Revista castellana, febrero
19:6; vid. a d e m á s D . de los Ríos, L a Cate-
dral de León, y Agapito Revilla, Boletín de la
Sociedad castellana de Excursiones, Vallado-
lid, 1903, I, 56-8. Sentenach, ob. cit, defiende
la idea de que el «cogollo» de la Catedral de
Cádiz es parte de la custodia leonesa 10-12
L a fiesta del Corpus.—En la cédula de los R e -
yes Católicos sobre la fiesta se decía que la
alegría fuese «como de locos» 12-13
Custodia de S a h a g ú n . — Agapito y Revilla,

76
Pág-inai.

B o l . cit., I, 62-4. Hasta hoy, sólo se habían


publicado fots, de conjunto. Sobre escul-
turas alemanas Dehio y Bezold, D i e denkma-
ler der deutschen BUdhauerktmtt. 13-15
Custodia de Salamanca.— Noticia-comunicado
por el Sr. Gómez Moreno a Agapito y Revi-
lla, Bol. c i t , II, 136-41. L a del siglo X V se
conserva muy modificada; debía de ser en
forma de tabernáculo grande y de andas.... 16
Ctistodia de Córdoba.—Justi y Sentenach, obras
citadas. Luis M.a Ramírez de las Casas-Deza,
Indicador cordobés, 1837, 147-8, y Descripción
de la Iglesia C. de C , 16-18
Custodia de Toledo.—Documentación en P é r e z
S e d a ñ o , Noticias del Archivo de l a Catedral
de T., Centro de Estudios Históricos, Madrid,
1914, 42, 44, 46, y del mismo Centro, Docu-
mentos de l a C. de T., col. Zarco del Valle;
publicación y notas de F . J. Sánchez Cantón,
1916, I, 133-9, Y H) 271-84. Descripción:
Parro, Toledo en l a mano, I. Hay a d e m á s un
lolleto de E . Carmena, Toledo, 1916, sin
nada de interés i§-ai
L a custodia española 21-23
Cruz de León.—Díaz Jiménez. Loe. cit 24
Cruz de Orense.—Sánchez Arteaga y C i d Rodrí-
guez, Apuntes histórico-artíst. de la C. de O.
Orense, 1916, 189 24
Cruces de San Isidoro y Córdoba 24-25
Arca de San Froilán.—Díaz Jiménez. Loe. cit.. 27-28
Vida íntima de Maestre Enrique.—Ceán y Ríos,
obs. cits., y Martí Monsó, Estudios histórico-
artísticos, Valladolid, 286-7, 293 28-29
Su arte 29-31
ANTONIO DE ARFE:
Nacimiento y educación. — Ceán, I, 54. Ríos,
ob. cit., II, 204. Justi 33
Custodia de Fuente-Ovejuna.—«Bética», Sevilla,
5 junio 1914, publicó un fotograb.de esta cus-
todia diciendo es obra de Juan de Arfe y
regalada por Carlos V estando en Yuste . . . . 34

77
Custodia de Santiago.—López Ferreiro, Histo-
r i a d i la S. I. C. de S., VIII, 184 y ss. y 122-8
de los apéndices documentación y descrip-
ción; publica dos relieves del basamento.
Pleito con el Cabildo: P. Constanti, Castilla
artística e histórica, julio, 1918. Pleito con Isla
Martí Monsó, ob. cit, 287-8 35-4°
Custodia de Medina de Rioseco. — Sentenach,
ob. cit. Agapito y Revilla, Bol. cit, I, 269-74,
y Castilla artística e histórica, \\iX\o 1918; has-
ta hoy, sólo se habían publicado fots, de
conjunto 40'43
Otras obras.—Andas de León: las describe A m -
brosio de Morales, Viaje santo. Intervención
en el retablo de Santiago: Balsa de la Vega,
Boletín de la Sociedad española de Excursiones,
X X , 116. Arquilla de la duquesa de A l b a :
vid. Discurso de recepción del duque de A .
en la Academia de la Historia, 1919 43-44
Estancia en Madrid.—Pérez Pastor, Memorias
de l a R. A . Española, X I , 16, 20, 22, 27 43-44
Su arte 44-46
JUAN DE ARFE:
Nacimiento y crianza.—Ceán, I, 59. Martí M o n -
só, ob. c i t , 290 47
Estudios anatómicos 47-49
Cruz de Barcelona.—Agapito y Revilla, B o l . cit.,
v, 266,1911 49-50
Custodia de Avila.—Agapito, B o l . cit., I V , 144.
y Tormo, Cartilla excursionista; inéditas hasta
hoy las fots, de detalles 50-52
E l Quilatador, y u a n de Arfe,grabador.—Llagu-
no, III, 332-4, y Pérez Pastor, L a imprenta en
Madrid. 53-54
L a librería de J u a n de Arfe 54-55
Custodia de Sevilla.—La Descripción del propio
Arfe se publicó en E l Arte en España, III,
174. L a documentación por Gestoso, Sevilla
monumental, II, vid. a d e m á s Sentenach,
Justi, obs. cits., y Rossell, Museo español de
Antigüedades, V I I I 56-60
78
Páginai.

Zrt varia conmensuración.—i.* ed., Sevilla, 1585;


2.', Madrid, i675j 3.a, Madrid, 1736. Escribió
además de heráldica, cita el M . S. Nicolás A n -
tonio, B i b . Nova, se publicó en el <XVIII?
Melchor García anunció al núm. 134-6 de su
catálogo: Apéndice a las obras de y . de A . , ett
el qual se trata de la ciencia heráldica o del bla-
són... Madrid, 4.0 mayor, con láminas. Prepa-
ció a d e m á s un tratado de Perspectiva y se le
atribuyen las láminas de la Nobleza de Anda-
lucia 60-63
Custodia de Valladolid.—Martí Monsó, ob. cit,
2Q4, contrato y reproducción 63-64
Custodias de Burgos y Segovia.—Marti Monsó,
ob. cit., 296, y Martínez Sanz, Historia del
templo Cat. de Burgos, 1866 64
L a Cruz de Burgos.—Martínez Sanz, ob. c i t . . . 64-66
Custodia del Carmen, de Valladolid. — Martí
Monsó, ob. cit 65
Pleito con los plateros de Burgos.—Martí M o n s ó ,
B o l . cit., III, 189 y 208 65-67
F i n de l a estancia en Burgos.—Consultas de
gracia. Archivo Histórico Nacional 67
Arfe en Segovia.—Revista de Archivos, abril-
mayo 1902 67-68
Custodia de San Sebastián de los Reyes 68
Custodia de Lugo.—Se la atribuye a Arfe Ceán
en nota a Llaguno 68
Servicios a Pelipe I I y Felipe III.—Llaguno, III,
330 y ss 68-69
Custodia de Osma.—Bol. de la española de excur-
siones, 1911-16; estudio documental, por S. de
la Cantolla 68-69
Estatuas de los Lermas.—J. Paz, E l Monasterio
de San Pablo de Valladolid, 1897; Martí M o n -
só, ob. cit.; Pérez Pastor, Revista de Archivos,
1901, 281-89; id., Memorias de la R A . Espa-
ñola, t. X I 69-72
Muerte de J u a n de Arfe.—Pérez Pastor, Revista
de Archivos cit 72"74
NOTA FINAL 75
INDICE Y NOTAS 76

79 2193018
COLECCIÓN POPULAR
DE ARTE

P R I M E R O S V O L Ú M E N E S
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Ángel Sánchez Rivero

LOS GRABADOS DE G OY A

j. Moreno Villa

V E L Á Z Q U E Z

Vicente Lampérez Romea

LOS GRANDES MONASTERIOS


E S P A Ñ O L E S

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