TEMA 41 - Mapas y Textos
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“En general, cada día me convenzo más de que el único remedio que se puede oponer a este mal (la propagación de
las ideas liberales) que amenaza la tranquilidad interior de todos los estados, no puede encontrarse más que en un
acuerdo perfecto entre todas las potencias, que deben reunir francamente todos sus medios y esfuerzos para ahogar
por todas partes ese espíritu revolucionario, que los tres últimos del reinado de Napoleón en Francia han desarrollado
con más fuerza y peligros que en los primeros años de la Revolución Francesa.”
Metternich al general Vicent (junio de 1817). Extraído de Bertier de Sauvigny: La Sainte Alliance.
EL CONGRESO DE AQUISGRÁN, también denominado de Aix-la-Chapelle (topónimo en francés de
Aquisgrán) fue celebrado en la ciudad del mismo nombre entre el 1 de octubre y el 15 de noviembre de 1818
entre las naciones victoriosas de las Guerras napoleónicas.
En 1815, tras la derrota de Napoleón y después del Congreso de Viena, los gobernantes de las principales
naciones victoriosas decidieron formar una coalición constituida por Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia,
conocida como la Cuádruple Alianza, con el fin de garantizar el mantenimiento del orden absolutista y
reprimir cualquier intento de alterar la situación política de la Europa de la Restauración. De esta forma surge
la llamada Europa de los Congresos, que preveía la celebración periódica de conferencias tendentes a
mantener la paz y hacer respetar los intereses comunes de los signatarios.
En el Congreso de Aquisgrán, primero tras el de Viena, la coalición decide retirar sus tropas de Francia e
incorporarla a la misma, formando la denominada pentarquía. Al de Aquisgrán le siguieron los congresos de
Troppau (1820), Liubliana (1821) (que autorizó la intervención austriaca en Italia) y Verona (1822) (que
supuso la intervención en España de un ejército denominado los Cien Mil Hijos de San Luis con el fin de
terminar con el Trienio liberal y restaurar en el absolutismo a Fernando VII).
Los hombres que después de las tormentas de la Convención imaginaron aquella especie de República, no estaban
muy convecidos de la excelencia y solidez de su obra; pero al salir del régimen sanguinario por donde habían pasado,
érales difícil obrar de otra manera o con más acierto. En efecto, no había que pensar en los Borbones, porque el
sentimiento universal los repudiaba; no era posible arrojarse a los brazos de un general ilustre, porque en aquella
época ninguno de ellos había alcanzado gloria bastante para subyugar los ánimos; por otra parte, no había aun
desvanecido la experiencia todas las ilusiones… quedaba hacer un postrero ensayo, el de una República moderada en
que los poderes estuviesen sabiamente repartidos y cuya administración se confiase a hombres nuevos,
completamente extraños a los excesos que habían consternado. Adolphe Thiers
“Españoles: Cuando vuestros heroicos esfuerzos lograron poner término al cautiverio en que me retuvo la más
inaudita perfidia, todo cuanto vi y escuché, apenas pisé el suelo patrio, se reunió para persuadirme que la nación
deseaba ver resucitada su anterior forma de gobierno (...) Me habéis hecho entender vuestro anhelo de que
restableciese aquella constitución que entre el estruendo de las armas hostiles fue promulgada en Cádiz el año de
1812 (...) He jurado esa Constitución por la que suspirabais y seré siempre su más firme apoyo (...) Marchemos
francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional (...)” Manifiesto Fernandino, 10 de marzo de 1820.
Las órdenes de un rey ingrato que asfixiaba a su pueblo con onerosos impuestos , intentaba además llevar a miles
de jóvenes a una guerra estéril , sumiendo en la miseria y en el luto a sus familias. Ante esta situación he resuelto
negar obediencia a esa inicua orden y declarar la constitución de 1812 como válida para salvar la Patria y para
apaciguar a nuestros hermanos de América y hacer felices a nuestros compatriotas. ¡Viva la Constitución!»
Yo Rafael de Riego, preso y estando en la capilla de la Real Cárcel de Corte, publico el sentimiento que me asiste por
la parte que he tenido en el sistema llamado constitucional en la revolución y en sus fatales consecuencias , por todo
lo cual, así como he pedido y pido perdón a Dios de todos mis crímenes igualmente pido la clemencia de mi santa
religión, de mi rey y de todos los pueblos e individuos de la nación a quienes haya ofendido en vida, honra y
hacienda. Suplicando como suplico a la Iglesia al Trono y a todos los españoles, que no se acuerden tanto de mis
excesos como de esta exposición sucinta y verdadera, la cual solicita por último, los auxilios de la caridad española
para mi alma”
El 31 de octubre de 1835 promulgó un real decreto cuya parte dispositiva rezaba así: «Por tanto, en nombre de mi
augusta hija la reina Doña Isabel II decreto lo siguiente:
Artículo 1.º El difunto general Don Rafael del Riego es repuesto en su buen nombre, fama y memoria. Artículo
2.º Su familia gozará de la pensión de viudedad que le corresponda según las leyes. Artículo
3.º Esta familia queda bajo la protección especial de mi amada hija Doña Isabel II, y durante su menor edad bajo la
mía.»
La divina Providencia, al llamarnos de nuevo en nuestros Estados después de una larga ausencia, nos ha impuesto
grandes obligaciones. La paz era la primera necesidad de nuestros súbditos: nos hemos ocupado de ello sin descanso;
y esta paz tan necesaria a Francia como al resto de Europa, ha sido firmada. Una Carta constitucional había sido
solicitada por el estado actual del reino, la prometimos y ahora la publicamos.
Hemos considerado que, aunque la autoridad entera residiera en Francia en la persona del rey, sus predecesores no
dudaron en modificar el ejercicio de ésta siguiendo la evolución de los tiempos; que así es como los municipios
debieron a Luís "El Gordo" su liberación, la confirmación y la extensión de sus derechos a San Luís y a Felipe "el
Bello" ; que el orden judicial fue establecido y desarrollado por las leyes de Luís XI, de Enrique II y de Carlos IX; en
fin, que Luís XVI reguló casi todos los aspectos de la administración pública con diversas ordenanzas cuya sabiduría
no había sido todavía superada.
Hemos tenido que apreciar, a ejemplo de los reyes que nos han precedido, los efectos de los progresos siempre
crecientes de las Luces, las nuevas relaciones que esos progresos han introducido en la sociedad, la dirección que han
tomado los espíritus desde hace medio siglo, y las graves alteraciones que de ello han resultado: hemos reconocido
que el deseo de nuestros súbditos de tener una Carta constitucional era la expresión de una necesidad real; pero al
ceder a esta voluntad, hemos tomado todas las precauciones para que esta Carta fuera digna de nosotros y del pueblo
a quien estamos orgullosos de gobernar. Hombres sabios escogidos dentro de los primeros cuerpos del Estado, se han
sumado a las comisiones de nuestro Consejo para trabajar en esta obra tan importante.
Al mismo tiempo que reconocemos que una Constitución libre y monárquica debería llenar la espera de la Europa
iluminada, hemos tenido que recordar también que nuestro primer deber hacia nuestros pueblos era el de conservar,
para su propio interés, los derechos y prerrogativas de nuestra corona. Hemos tenido la esperanza de que, instruidos
por la experiencia, se convencerían de que la autoridad suprema es la única que puede dar a las instituciones que
establezca la fuerza, la permanencia y la majestad de que ella misma está revestida; que así, cuando la sabiduría de
los reyes concuerda libremente con la voluntad de los pueblos, una Carta constitucional puede ser duradera; pero que,
cuando la violencia arranca concesiones a la debilidad del gobierno, la libertad pública no está menos en peligro que
el trono mismo.
Finalmente, hemos buscado los principios de la Carta constitucional en el carácter francés, y en los monumentos
venerables de los siglos pasados. Así, hemos visto en la renovación de la pagaduría una institución verdaderamente
nacional, y que debe unir todos los recuerdos a todas las esperanzas, al reunir los tiempos antiguos y los tiempos
modernos. Hemos substituido por la Cámara de los diputados, esas antiguas Asamblea de los Champs de Mars y de
Mai, y esas Cámaras del tercer estado, que han dado tantas veces pruebas tanto de celo hacia los intereses del pueblo,
como de fidelidad y respeto por la autoridad de los reyes. Buscando así renovar la cadena de los tiempos, que
funestas desviaciones habían interrumpido, hemos borrado de nuestro recuerdo, como querríamos que pudieran ser
borrados de la historia, todos los males que han afligido a la patria durante nuestra ausencia.
Felices de estar de nuevo en el seno de la gran familia, sólo hemos sabido responder al amor del que tantas pruebas
recibimos, pronunciando palabras de paz y de consuelo. Lo que nuestro corazón más desea es que todos los Franceses
vivan como hermanos, y que nunca ningún recuerdo amargo venga a enturbiar la seguridad que tiene que seguir al
acto solemne que hoy les concedemos. Seguros de nuestras intenciones, con la fuerza que nuestra conciencia nos
encomienda, nos comprometemos, delante de la Asamblea que nos escucha, a ser fieles a esta Carta constitucional, y
nos reservamos la posibilidad de juzgar sobre su mantenimiento, con una nueva solemnidad, delante de los altares de
aquél que pesa en la misma balanza a los reyes y a las naciones. - POR ESTAS CAUSAS - VOLUNTARIAMENTE,
y en el libre ejercicio de nuestra autoridad real, HEMOS CONCEDIDO Y CONCEDEMOS, HACEMOS
CONCESION Y OTORGAMIENTO a nuestros súbditos, tanto para nosotros como para nuestros sucesores, y para
siempre, de la Carta constitucional.
"Quien habia nacido dentro del ámbito de la lengua alemana era considerado ciudadano por partida doble; por una
parte, era ciudadano del Estado en que había nacido, a cuya protección era encomendado; por otra, era ciudadano de
toda la patria común de la nación alemana. [. .. ] De la misma manera que, sin lugar a duda, es cierto que, allí donde
hay una lengua específica, debe existir también una nación especifica con derecho a ocuparse de sus asuntos con
autonomía y a gobernarse ella misma, puede a su vez decirse que un pueblo que ha dejado de gobernarse a sí mismo
tiene también que renunciar a su lengua y confundirse con el vencedor a fin de que surjan la unidad y la paz interior
(..)" Johann Gottlieb Fichte. Discursos a la nación alemana. 1808.
Me ha alegrado saber que V.M. había reconocido que el resumen de los puntos acordados en Plombières era exacto
(…). V.M. cree conveniente retrasar la época ya fijada para el inicio de las hostilidades, aplazándolo, si es posible, a
la primavera de 1860 (…). Este punto ha llamado sobre todo la atención del rey, que me ha encarga-do transmitirle
las siguientes consideraciones. El aplazamiento de la guerra (…) ten-dría a los ojos del rey grandes inconvenientes.
En efecto, es incontestable que gracias a la habilidad y la sagacidad de V.M. Europa está en este momento
favorablemente dispuesta para facilitar la ejecución de los proyectos (…), mientras que en Italia los ánimos están
admirablemente dispuestos por la preparación que hemos tenido desde hace veinte años para los acontecimientos a
los que deben dar lugar. El retraso de un año podría modificar, y modificaría probablemente en perjuicio nuestra tal
situación. El acercamiento de Austria a Rusia o a Prusia no es imposible. (…) Por lo que se refiere a Italia, un
prolongado retraso no puede ser sino desastroso para nuestros designios. Hoy todo está dispuesto en un sentido que le
es favorable. La influencia del partido revolucionario, gracias a la confianza que inspira el Piamonte, si no destruida,
al menos reducida a proporciones insignificantes. Si Mazzini conserva todavía algunos adeptos en las capas bajas de
la sociedad, con la ayuda de las ideas socialistas que él ha acabado adoptando, ha perdido todo prestigio entre las
clases medias y altas, que han sido casi enteramente captadas por los principios de orden y de moderación, los únicos
que pueden conseguir la emancipación de la patria (…). CONDE DE CAVOUR: Carta a Napoleón III. 1858.
“¿Somos una gran potencia o solamente un miembro de la Confederación Germánica? ¿Debemos ser gobernados
monárquicamente como una gran potencia o por profesores, jueces y charlatanes de pequeñas ciudades, como sería
admisible en el caso de un pequeño Estado federal? La persecución del fantasma de la popularidad ‘por Alemania’
que hemos hecho desde 1840 nos ha costado nuestra posición en Alemania y en Europa, y no la recuperaremos
dejándonos llevar por la corriente con la esperanza de dirigirla; por el contrario, no la recuperaremos más que
manteniéndonos firmes sobre nuestras propias piernas; tenemos que ser una gran potencia en primera línea y luego,
Estado confederado. Es lo que Austria, en nuestro detrimento, siempre ha reconocido como verdad para sí misma y la
comedia que representa haciendo alarde de las simpatías alemanas no la hará renunciar a sus alianzas europeas...
Creéis que hay en ‘la opinión pública alemana’, en las Cámaras, en los diarios, etcétera, algo que podría darnos ayuda
y apoyo con vistas a una política de unión o de hegemonía. Veo en ello un error radical, una quimera. Nuestro
crecimiento no puede surgir de una política parlamentaria y de prensa, sino solamente de una política militar de gran
potencia”. Carta de Bismarck a Von der Goltz, embajador en París, 24 de diciembre de 1863.
La ilimitada soberanía de las dinastías, de los nobles, de las ciudades y villas imperiales fue una adquisición
revolucionaria a expensas de la nación y de su unidad. Me ha parecido siempre algo monstruoso el hecho de que la
frontera que separa al habitante sajón de Salzwedel, del sajón de Brunswick, cerca de Lûchow, frontera difícil de
reconocer a causa de sus pantanos y páramos, obligue a aquellos dos sajones a pertenecer a dos diferentes entidades
nacionales, quizá enemiga la una de la otra, de las cuales una fue regida desde Berlín, la otra desde Londres, y más
tarde desde Hannover.” Bismarck. Pensamientos y recuerdos.
Mapa 1: Confederación Germánica (1815-1866) Mapa 2: Confederación Alemana del Norte (1867-1871) Mapa
3: Imperio alemán (1871-1918)
Informe del consejero privado Abeken
Al canciller federal, conde Bismarck.
Su Majestad el Rey me escribe:
«M. Benedetti me interceptó en el paseo a fin de exigirme, insistiendo en forma inoportuna, que yo le autorizara a
telegrafiar de inmediato a París, que me comprometería, de ahora en adelante, a abstenerme de dar mi aprobación
para que se renueve la candidatura de los Hohenzollern. Rehusé hacer esto, la última vez con cierta severidad,
informándole que no sería posible ni correcto asumir tales obligaciones (para siempre jamás). Naturalmente, le
informé que no había recibido ninguna noticia aún y, ya que él había sido informado antes que yo por la vía de París
y Madrid, él podía fácilmente entender por qué mi gobierno estaba otra vez fuera de la discusión.
Desde entonces, Su Majestad ha recibido noticias del príncipe (padre del candidato Hohenzollern al trono español).
Su Majestad ya había informado al conde Benedetti que estaba esperando este mensaje; mas, en vista de la exigencia
arriba mencionada y en consonancia con el consejo del conde Eulenburg y mío, decidió no recibir de nuevo al
enviado francés, sino informarle a través de un ayudante, que Su Majestad había recibido, ahora, confirmación de las
noticias que Benedetti ya había recibido de París y que él no tenía nada más que decir al embajador.
Su Majestad deja a juicio de Su Excelencia comunicar o no, de manera inmediata, a nuestros embajadores y a la
prensa, la nueva exigencia de Benedetti y el rechazo de la misma». (13 de julio de 1870)
Versión editada por Bismarck
«Después de que los informes acerca de la renuncia del príncipe heredero de Hohenzollern fueran oficialmente
transmitidos por el Gobierno Real de España al Gobierno Imperial de Francia, el embajador francés presentó ante Su
Majestad el Rey, en Ems, la exigencia de autorizarle a telegrafiar a París que Su Majestad el Rey habría de
comprometerse a abstenerse de dar su aprobación para que la candidatura de los Hohenzollern se renueve.
Su Majestad el Rey, por lo tanto, rechazó recibir de nuevo al enviado francés y le informó a través de su ayudante que
Su Majestad no tenía nada más que decir al embajador».
La mengua del imperio en los Balcanes: la situación en 1856 tras la guerra de Crimea, con territorios autónomos, y en
1878, tras el Congreso de Berlín, en el que varios se independizaron, otros obtuvieron una amplia autonomía y
algunos fueron ocupados.