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El Distintivo Cristiano

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El Distintivo Cristiano

La nota distintiva del líder, en el concepto tradicional popular, puede asumir distintas formas. La imagen
puede variar de acuerdo con el tiempo, las circunstancias y la historia y la cultura del pueblo.
Imágenes Populares del Líder
Históricamente, la imagen del líder en la cual se piensa con más facilidad es la del hombre excepcional,
dotado con la facultad de mando. Lo primero que nos viene a la mente son los reyes, emperadores, papas,
generales, obispos, presidentes, gobernadores, capitalistas, líderes laborales y otros por el estilo.
Su cargo los inviste de autoridad y su jefatura es la que les concede su posición oficial.
Otra imagen del líder es la del activista. El se gana por derecho propio el puesto de líder porque él es el
que resuelve las cosas. El es el que ve una necesidad y procede a organizar los recursos de que se dispone
para resolverla.
Puede tratarse de una necesidad material ya sea el mejoramiento de relaciones entre las personas, con
libertad y justicia para todos. O la necesidad puede ser moral: hacer depuración de las condiciones que
provocan la delincuencia, la inmoralidad o el crimen También la necesidad puede ser educacional; más
escuelas y mejores y una mayor igualdad de oportunidades educacionales. O pudiera ser que se trate de
necesidades espirituales: de destruir las barreras del pecado y aumentar el amor a Dios y al prójimo. Las
personas que necesitan que haya acción a su al rededor vuelven los ojos a un activista de esta clase para
reconocerlo como su jefe y se convierten en sus seguidores y le brindan su apoyo.
Otra imagen que nos hacemos del líder es la del hombre de superior inteligencia y originalidad. En el
campo de las ideas se le acepta como guía.
En este campo de dirección, cuando pensamos en mentes directoras, recordamos a los filósofos, teólogos,
novelistas, dramaturgos, científicos e inventores, los iniciadores de nuevas maneras de pensar y de creer.
Sus ideas no siempre son aceptadas al principio y frecuentemente se ven perseguidos.
Sin embargo, en último término, si no al principio, atraen un número de seguidores y llegan a ocupar un
lugar en el salón de la fama como guías del pensamiento. Algunas veces el hereje de ayer se convierte en
el pensador ortodoxo del mañana y el innovador de hoy puede ser más tarde rechazado por sus más
afortunados sucesores.
La imagen del líder puede ser la del idealista. La función del idealista es la de conseguir el mejoramiento
de la realidad. El ve lo que los demás ven pero ve más allá. Más allá de la fealdad, él alcanza a percibir la
belleza, por encima del mal, él ve el bien, más allá de la falsedad, él ve la verdad. El puede comunicar su
percepción interior por medio de la literatura, la música, la arquitectura, la pintura, o la oratoria — por
cualquier medio artístico, en fin, en que le sea posible buscar y encontrar expresión. El puede combinar su
percepción interior con su habilidad, de manera que su maestría se hace evidente al oyente y al que le
contempla. Con el tiempo, lo que él produce llega a ser reconocido como “clásico”, es decir: de primera
clase. Hasta puede ser que llegue a ser el fundador de una “escuela” de seguidores que aceptan sus ideales
y se esfuerzan por imitarlos y perpetuarlos.
La imagen del líder puede ser la del hombre que se destaca en el campo espiritual. Su mayor interés se
concentra en las cosas del espíritu, los valores invisibles de la vida, las relaciones entre lo humano y lo
divino. En esta categoría pueden colgarse a los grandes fundadores de las religiones étnicas:
Buda Confucio, Lao-Tse, Mahoma.
Cuando pensamos en los líderes espirituales, incluimos a los patriarcas del Antiguo Testamento: Moisés,
Samuel, David, los videntes y los profetas de Israel. Concedemos el puesto supremo de la lista de los
idealistas a Jesucristo y después de él colocamos en la lista a los apóstoles, especialmente a Pablo. Lalista
entonces se convierte en una larga narración de los guías del espíritu en la historia cristiana, desde el
primer siglo hasta el día de hoy. Se les recuerda porque ellos se esforzaron para que los hombres oyesen y
siguiesen el llamamiento del Señor.
¿Qué nos revelan estas imágenes tradicionales y populares del líder? Engeneral, cinco cosas: Que él (o
ella),
(1) es una persona excepcional;
(2) que posee cualidades de autoridad;
(3) que posee una capacidad y maestría poco comunes;
(4) que exhibe rasgos de personalidad que llaman la atención; y
(5) que ejerce influencia sobre los demás, que los convierte en sus seguidores voluntaria o involuntariamente.
Con mucha frecuencia, si no siempre, se combinan varias de estas características en la misma persona,
aunque una cualidad sea generalmente la predominante. Por regla general, el líder es aceptado porque
ayuda a sus seguidores a conseguir lo que quieren o a ser lo que ellos desean. La medida de su grandeza
se calibra en términos del éxito de sus logros o de sus perfecciones personales o por ambas cosas. Un guía
de esa clase se destaca por encima de los hombres y mujeres ordinarios como un individuo extraordinario,
al cual se debe seguir porque en su posición o en su campo, él va a la cabeza de la multitud.

El Concepto Revolucionario del Cristianismo


Se admite de una manera realista que hay y siempre ha habido personas excepcionales que han asumido la
dirección, unas veces para bendición de sus seguidores y otras para maldición de los mismos. Pero el
concepto de que los únicos líderes son personas excepcionales, personas que son prominentes o que
tienen poderes excepcionales, es un concepto que el cristianismo pone enérgicamente en tela de juicio.
Jesucristo reveló el verdadero distintivo de la dirección cristiana. El reunió a su alrededor un grupo de
hombres ordinarios de los niveles corrientes de la vida. Ellos no desempeñaban cargos; no eran notables
como hombres de acción; no se, destacaban por sus ideas o ideales. Tampoco eran hombres de peso o de
influencia en materia de religión. Evidentemente, ellos eran hombres de buen sentido y de carácter
intachable, con sus mentes abiertas y dispuestos a aprender; hombres que estaban convencidos de que las
pretensiones de Cristo estaban bien fundadas y así se hicieron sus discípulos. Después de una noche de
oración, la cual Jesús pasó indudablemente en conversación con el Padre acerca de las cualidades y
potencialidades de estos hombres seleccionados, él nombró doce “para que estuviesen con él, y para enviarlos
a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Mar. 3:14- 15).
Al mismo tiempo que lo acompañaban, se empaparon de su espíritu, aprendieron su mensaje,
comprendieron su misión redentora y observaron e imitaron su método. Habían abandonado su trabajo, y
consagraron todo su tiempo a su discipulado.
Muy pronto observamos que algo les sucede a estos hombres, que hasta aquel entonces no habían sido
más que individuos ordinarios. Ellos mismos descubrieron que tenían poderes de los cuales no se habían
dado cuenta antes.
Captaron una visión de la restauración del reino de Israel, ocupando ellos los puestos más importantes.
Evidentemente se convirtieron en personas ambiciosas de ser dirigentes a la manera del mundo.
Jacobo y Juan, alentados por su madre, se acercaron reservadamente a Jesús, para solicitar de él los dos
puestos más importantes en su reino, que veían ya cercano, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Reprendiéndolos, Jesús recalcó que él no podía demostrar favoritismo; además, el derecho de decidir no
era suyo, sino del Padre. De alguna manera, los otros diez se enteraron de la treta y se enojaron y en
consecuencia, hubo entre ellos una disputa sobre quién había de ser el más importante.
Este rompimiento de la confraternidad de los doce, por la ambición de la jefatura, le proporcionó a Jesús
la ocasión para establecer el distintivo radical de la dirección cristiana. El les señaló la estructura
piramidal del gobierno bajo el cual vivían — el emperador en el punto cimero y los demás gobernantes en
orden descendente. “Mas entre vosotros no será así”, dijo él. “Sino que el que quiera hacerse grande entre
vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo.” Entonces
él se dio a sí mismo como ejemplo: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para
dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:26-28).
Aquí está, pues, el distintivo cristiano: el guiar o dirigir no es ponerse por encima de los demás en
prestigio o en poder. Es servir, ponerse bajo la carga de las necesidades humanas y llevarla de una manera
sacrificial y redentora.
De acuerdo con esta norma, la medida de la grandeza no es la preeminencia sino la humildad, no es la
excelencia sino la fidelidad, no es la autoridad, sino la obediencia, no es el ser servido sino el rendir
servicio. Con el tiempo, estos hombres y sus sucesores llegaron a aprender que el dirigir es prestar
servicio.
Este concepto radical de la jefatura lleva consigo implicaciones con largas raíces, especialmente para la
solución de los problemas de la dirección en la iglesia.

Implicaciones que Atañen a la Iglesia


En todas las comunidades se pueden encontrar personas excepcionales. Estas personas pueden estar
desempeñando cargos públicos o tal vez se destacan en diversos campos de actividad, de pensamientos,
de ideales, de religión. Si estas personas no son cristianas, debe buscárselas con afán para ganarlas: para
Cristo; si son nominalmente cristianas, pero inactivas en su iglesia, se las debe alistar en su servicio. Esas
personas clave pueden abrir muchas puertas para la iglesia, que de otra manera permanecerían cerradas.
Moisés en el Antiguo
Testamento Pablo en el Nuevo son ejemplos del uso que Dios hace poderosamente de los hombres
estratégicos.
En las listas de miembros de casi todas las iglesias hay directores potenciales a los cuales no se les está
prestando atención. Tal vez ellos mismos nunca han pensado que podrían ocupar puestos de
responsabilidad y la iglesia probablemente ha dado por sentado que esas personas no pueden o no están
dispuestas a servir. Sin embargo, si con previa oración alguien se pone en comunicación con ellos y
solicita su cooperación, puede suceder que rindan su vida, sus talentos y sus servicios a Cristo y a su
iglesia.
La condición básica para ejercer una dirección cristiana es la plena
aceptación del concepto de Jesucristo de que el director ha de estar dispuesto
a servir. Este es el distintivo cristiano. Si se pierde de vista, habrá dificultades.
Muchos, si no la mayoría de los fracasos de la iglesia tienen como origen
directo o indirecto, la falta de reconocer y practicar este distintivo.
Violaciones Históricas de este Distintivo
Al principio de la historia cristiana empezó la lucha por la preeminencia. A
medida que el cristianismo creció y se propagó, se constituyeron grandes
iglesias en las principales ciudades de Europa y de Asia Menor. Los pastores
metropolitanos se convirtieron en “obispos” y asumieron autoridad sobre sus
diócesis. A causa de su posición, obtuvieron autoridad sobre los pastores de
menor categoría. Al finalizar el Siglo V, había cinco centros metropolitanos o
“patriarcados” que estaban reconocidos: Roma, Antioquia, Alejandría,
Constantinopla y Jerusalén. En la lucha por la supremacía, Roma salió
triunfante; y el obispo de Roma se hizo “papa” de la cristiandad. La ambición
de poder, inherente al género humano, encontró expresión en las
descompasadas reclamaciones de mayor poder incrementadas constantemente
por los obispos o papas de Roma. Después de la caída de Roma (A.D. 410) el
caos se extendió por una gran parte del Imperio. Las que un día fueron
poderosas legiones romanas eran impotentes para contener a los bárbaros
invasores. Sobrecogidos éstos ante las pretensiones y los ritos de los
sacerdotes, muchos de los jefes bárbaros se sometieron al bautismo y a su vez
obligaron a sus súbditos a bautizarse.
De esta manera, la iglesia llegó a ejercer una gran parte del poder que
anteriormente había pertenecido al emperador y a la curia romana o senado. El
papa asumió el título de Pontifey maximus (Custodio de Puente) título por el
cual el emperador había sido conocido. El papa pretendió ser el sucesor de
Pedro, el vicario de Jesucristo, el Santo Padre, el supremo gobernante de la
iglesia sobre la tierra. Le seguían los cardenales; después venían los arzobispos
y obispos; después, en orden descendente, distintas clases de sacerdotes. En el
plano más inferior estaba el pueblo, sosteniendo y obedeciendo a la jerarquía.
La pirámide de Jesús había sido invertida — el hombre grande era uno a quien
servir y el pequeño y humilde el que tenía que servir.
Hubo reformadores antes de la Reforma, pero el siglo dieciséis presenció una
revuelta más o menos triunfante contra el sistema autoritario de la Iglesia
Romana. Las iglesias reformadas corrigieron muchos abusos en asuntos de
doctrina y práctica, pero no consiguieron liberarse sino de una manera parcial
del concepto secular de la jefatura. “Las Ordenes del Ministerio” se retuvieron
en muchos casos. Las iglesias territorial fueron puestas bajo la jurisdicción de
los obispos y éstos mantuvieron un cierto dominio sobre las congregaciones y
los pastores; y los pastores a su vez, a menudo ejercían autoridad sobre los que
estaban a su cargo y sobre los oficiales locales. Nunca ha sido fácil el
desarraigar este concepto profundamente de mentado de que la jefatura
confiere el derecho de mandar.
Esfuerzos para Reestablecer el Distintivo
El movimiento democrático que sopló por toda Europa por los siglos diecisiete
y dieciocho viró hacia el oeste llegando hasta el Nuevo Mundo. Su proposición
básica fue la de que los hombres tienen el derecho a ser libres y de gobernarse
a sí mismos. La revolución encontró oposición por parte de las iglesias de tipo
jerárquico y episcopal, pero fue aprobada y promovida por las de tipo
congregacional. En distintos grados y con diferentes proporciones de éxito,
estos cuerpos eclesiásticos procuraron delegar autoridad y responsabilidad en
manos de la congregación. En principio, cada iglesia debería poseer el derecho
de administrar sus propios asuntos y seleccionar sus propios dirigentes.
Idealmente, ese derecho se extendía a cada miembro activo de la congregación.
La separación entre los “clérigos” y los “laicos” fue teóricamente rechazada.
Las palabras de Jesús se tomaron en serio:
“Ni seáis llamados maestros, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que
es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mat. 23:10-12).
De acuerdo con esto, estas iglesias ordenaron o dieron su aprobación a quienes
después de examinados, juzgaban que eran llamados por Dios para el
ministerio o para el diaconado. Cada iglesia tenía la facultad de llamar o de
declarar terminados los servicios del pastor y de los miembros del cuerpo
ejecutivo. Bajo la dirección de un comité, la congregación elegía a los que
habían de desempeñar los distintos cargos en la dirección de la iglesia y en sus
organizaciones. Cuando se solicitaba ingreso en la membresía del cuerpo
eclesiástico, la congregación votaba su aprobación o denegación. Una iglesia
de esa clase tenía justificado orgullo en designarse a si misma como una
democracia espiritual. En principio, una iglesia así, estaba procurando
restablecer el distintivo cristiano de la dirección como un servicio.
Pocas y pequeñas en número, al principio, estas iglesias han ido hasta hacerse
numerosas y a menudo grandes y prósperas. Sus problemas de escasez se han
convertido en problemas de abundancia. La sencillez de su organización ha
cedido el puesto en muchas ocasiones a la complejidad. La necesidad de
delegar las atribuciones de la dirección tiende a hacer el dominio
congregacional nominal antes que real. Surge, pues, la cuestión de si el
principio cristiano de dirección puede sobrevivir.
El Distintivo Cristiano en Peligro
El distintivo cristiano de considerar la jefatura como un servicio ha sido puesto
en peligro por el deseo absorbente y muy extendido de abarcar muchas cosas.
Muchos, si no la mayoría de los miembros de las iglesias, ceden hasta cierto
punto al deseo de “cosas mejores para vivir mejor” — una residencia moderna
con comodidades automáticas, un automóvil (tal vez dos o más), radio y
televisión, gas o calefacción eléctrica para el invierno y aire acondicionado
para el verano. En los negocios y en la industria, las operaciones que un día se
hicieron a mano, hoy se ejecutan a máquina. Ciertamente, no queremos decir
que esto sea malo sino que tiende a descontar la idea del servicio personal.
“Con el sudor de tu rostro comerás pan” suena hoy de una manera muy poco
realista en los oídos del Adán moderno. Si en todas las demás áreas del
esfuerzo humano se busca la línea del menor esfuerzo, ¿por qué no hacer lo
mismo en la iglesia? La jefatura demanda dedicación de tiempo y esfuerzo, lo
cual ya muchos se han acostumbrado a evitar.
El distintivo de la dirección cristiana se ve en peligro por la precipitación de la
vida moderna. Por todas partes, la gente anda de prisa. No hay más que fijarse
en la velocidad del transporte en las carreteras y en el aire. A pesar de la ayuda
de los aparatos para ahorrar tiempo y trabajo, la vida de las personas está
atropellada como nunca antes. Cuando se las presiona para que tomen una
posición de responsabilidad en la iglesia, la respuesta acuñada es: “No tenemos
tiempo.” A menudo, el que dirige se pone en pie ante su grupo con la tenue
excusa:
“Siento que no estoy preparado, no he tenido tiempo.” Si el papel que se
desempeña es verdaderamente el de siervo de Jesucristo, su servicio debe ser
lo primero. De lo contrario, el distintivo cristiano se ha frustrado.
El distintivo de la dirección cristiana se ve obstaculizado por el interés
personal. “¿Qué es lo que voy a sacar de eso?” se convierte en la pregunta
usual en esta sociedad que no se piensa más que en adquirir para sí. Y el
cristiano que vive en esa atmósfera, se inclina inconscientemente a adoptar
esta actitud. El trabajo de la iglesia no es un trabajo carente de su rica
recompensa, pero si el motivo impulsor es el interés personal, el resultado será
el fracaso. Cuando se trata del servicio de Cristo y de su iglesia, el interés
personal debe quedar sumergido. No desconocemos que algunos miembros de
la iglesia se conducen en desacuerdo con esta filosofía y cuando así sucede,
queda vulnerado el principio cristiano de dirección.
Podríamos sugerir otros peligros que se oponen a este principio:
“Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gal. 5:19-21).
La lista de Pablo es larga y desagradable, pero se debe recordar que él escribía
para poner en guardia a los cristianos que podrían ser tentados a seguir las
“obras de la carne”. Es muy cierto que esa clase de miembros indignos, que
caen en pecados de esta clase, no pueden reunir las condiciones para ser
siervos de Jesucristo y de sus hermanos.
El Ejemplo del Distintivo Cristiano
Hemos de considerar el lado brillante de este cuadro. Desde los tiempos de los
apóstoles hasta ahora, siempre ha habido cristianos servidores que se han
destacado por las cosas notables que han hecho como líderes. No podemos
menos que recordar la lista de “los héroes de la fe” en Hebreos 11, de eruditos
como Justino Mártir, quien sufrió la muerte por la defensa del evangelio; y los
heroicos hombres y mujeres que dieron sus vidas por amor a Cristo durante el
período de la persecución romana.
La Reforma tuvo sus siervos sufrientes, tales como Wycliff, Huss, Félix Manz,
Latimer, Crammer, Hubmaier, Lutero, Melancton, Juan Knox, y otros de
menos renombre pero no menos nobles en su servicio sin tenerse en cuenta a sí
mismos para nada, hombres “que no contaron el precio de su vida como algo
costoso”.
Los bautistas han tenido su cuota completa de hombres de esa clase: William
Carey, Andrew Fuller, Robert Hall, Charles Spurgeon; en América Roger
Williams, John Clark, Obadiah Holmes, John Peck, Adoniram Hudson, Luther
Rice, Richard Furman, Jesse Mercer, Jeremiah Jeter … la lista se hace más
larga a medida que la causa bautista se hace más vigorosa. (Y no hemos de
olvidar a Penzotti en la Argentina, al doctor Moisés M. N. McCall en Cuba, a
Vicente Mendoza y a la familia Barocio en México.)
Solamente “el Libro de la Vida del Cordero” será suficiente para nombrarlos
todos hasta este día, todos los que por medio de su ejemplo han hecho vivo el
principio de la dirección como servicio.
Miremos a nuestro alrededor y veremos este principios demostrado en la
práctica en nuestra comunidad y en nuestra iglesia. Pensad en los pastores y
miembros del comité ejecutivo que han servido aun sacrificándose. En los
diáconos, en los oficiales de la iglesia, los maestros y oficiales de la escuela
dominical, los líderes de la Unión de Preparación, la Unión Femenil
Misionera, la Asociación Bautista de Hombres, los Ministros de la Música y
otros en diversas actividades de la iglesia, personas que, sin regatear, han dado
su tiempo y su energía, sin pensar en recibir remuneración alguna. Recuerden a
los hombres y mujeres cuya ambición en el servicio público ha sido la de usar
sus energías y ser usados por amor a los demás.
Tal vez los más notables en la demostración de este principio son los
misioneros en el territorio nacional y en el extranjero que han perdido su vida
para volverlas a encontrar en su puesto de dirección en la misión cristiana.
Ellos, mejor que los políticos, o los militaristas, son los capaces de dirigir al
mundo para sacarlo de la oscuridad y conflicto, y guiarlo a la luz y a la paz.
El Llamamiento a Dirigir es un Llamamiento para Servir
El servicio no implica la idea de un nivel muerto de mediocridad. No significa
la conformidad con la inferioridad, la rendición del deseo de superarse o la
renunciación a la esperanza de alcanzar altas metas. Por el contrario, el
servicio cristiano es el medio más seguro de alcanzar la legítima superioridad.
Vivir una vida plena de significación y la realización de las más altas
esperanzas y los más nobles sueños. El servicio cristiano es la garantía más
segura contra el vacío de la vida que experimentan inevitablemente las
personas que han vivido para sí y para las satisfacciones que giraban alrededor
de sí mismos.
Cuando Jesús se estaba preparando para dejar a sus discípulos, dijo a aquel
pequeño grupo de hombres sencillos, congregados a su alrededor:
“De cierto, de cierto os digo: el que en mí cree, las obras que yo hago, él las
hará también, y aun mayores hará, porque yo voy al Padre (Juan. 14:12).
El los consoló prometiéndoles que iría a preparar un lugar para ellos, para que
donde él estuviese, ellos estuvieran también. Les ofreció el incalculable
privilegio de la oración, de acuerdo con el cual habrían de obtener todo lo que
pidiesen en su nombre. Así mismo les aseguró la presencia y el poder del
Espíritu Santo, que permanecería con ellos para siempre.
Al llegar a este punto Judas (no el Iscariote) interrumpió, como asombrado de
que Jesús les hablase en esa forma a ellos — que no eran más que una pequeña
banda de hombres humildes. “¿Cómo es” preguntó él, “que te manifestarás a
nosotros, y no al mundo?” (Juan. 14:22). Ellos se preguntaban por qué no
estaba él haciendo estas promesas y revelaciones a los grandes y poderosos
antes que a ellos que no eran más que unos hombres desconocidos e
insignificantes.
A esta pregunta Jesús respondió:
“El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada con él.” (Juan. 14:23).
¡Esto quiere decir que no hay persona que crea en Jesucristo y se convierta en
su siervo que pueda ser ordinaria, insignificante y sin importancia! La historia
demuestra la verdad de las palabras de Cristo, porque estos hombres sencillos
llegaron a ser los directores del movimiento que cambió la faz del mundo. Sus
nombres aún son recordados cuando los llamados grandes de su tiempo están
enterrados en el polvo del olvido.
La promesa es para usted y para cualquier otro cristiano que esté dispuesto a
cumplir con la condición: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será
vuestro servidor” (Mat. 20:26).
Esta es la oración de M. Woolsy Stryker;
Que nuestros corazones sean gobernados
Y nuestros espíritus enseñados
A buscar solamente cuál es tu voluntad.
Y cuando hayan descubierto tu propósito bendito
Instruye nuestros labios al hablar.
Algo para Pensar y por lo Cual Orar
¿He crecido con el concepto de que un gran hombre es un dirigente
excepcional, lleno de actividad, de pensamientos, de ideales y de espíritu? ¿Por
qué?
¿Qué tienen en común estos distintos conceptos del líder?
¿Qué concepto revolucionario acerca del que dirige introdujo Jesús? ¿Hasta
dónde estoy preparado para aceptarlo?
Si el concepto de Jesús acerca del que dirige fuera plenamente aceptado ¿qué
significaría
(1) para mí personalmente,
(2) para la iglesia y la comunidad?
¿Cómo fue que surgieron en el cristianismo primitivo los conceptos erróneos
acerca de la categoría de los líderes? ¿Cuáles fueron las consecuencias?
¿En qué fracasó la Reforma al no recobrar el distintivo del que ha de dirigir?
¿Hasta qué punto se ha perpetuado este fracaso hasta llegar a las iglesias de
hoy?
¿De qué maneras se está viendo en peligro el distintivo de la dirección
cristiana en su iglesia y en su denominación? ¿O en su propia vida?
¿Cuál es el lado brillante del cuadro? ¿Qué ejemplos puede usted traer a la
mente de líderes que han demostrado estar impulsados por este distintivo?
¿Está usted decidido a seguir en sus pasos?

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