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Resumen Ética para Amador

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Resumen:"Ética para Amador, Cap.

1 al 5", Savater  

Capítulo primero: De que va la ética

Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender
una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y
ganarse la vida.

Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie
es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho
que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber
leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Se puede vivir de muchos modos pero
hay modos que no dejan vivir.

En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de
que ciertas cosas nos convienen y otras no. Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir
entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir por cuenta que
nos trae.

Sin embargo, a veces las cosas no son tan sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan
nuestro brío o producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo.
En unos aspectos son buenas, pero en otras malas: nos convienen y a la vez no nos
convienes. La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra y
enemista a las personas, pero a veces parece que puede ser útil o beneficioso mentir para
obtener alguna ventajilla.

Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a que
debemos hacer. Algunas aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan
que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas opiniones lo que cuenta
es ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre,
afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada.

En su medio natural, cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es
malo para él, sin discusiones ni dudas.

Diferencia entre hombre y animales. Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este
embrollo: libertad los animales no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que
están programados naturalmente para hacer. Los hombres también estamos programados por
la naturaleza. Estamos hechos para beber agua, no lejía, y a pesar de todas nuestras
precauciones debemos morir antes o después. Y de modo menos imperioso pero parecido,
nuestro programa cultural es determinante: nuestro pensamiento viene condicionado por el
lenguaje que le da forma. Somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de
comportamiento, leyendas...; en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas
fidelidades y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles.

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Cierto que no podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también cierto que no
estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones
respecto a la libertad:

Primera: no somos libres de elegir lo que nos pasa, sino libres para responder a lo que nos
pasa de tal o cual modo.

Segunda: ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente.
No es lo mismo la libertad que la omnipotencia. Por ello, cuanta más capacidad de acción
tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Hay cosas que
dependen de mi voluntad (y eso es ser libres) pero no todo depende de mi voluntad (sería
omnipotente), porque en el mundo hay otras voluntades y otras necesidades que no controlo a
mi gusto.

En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad. Pero también nuestra
libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza.

A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética. De ello, si tienes
paciencia, seguiremos hablando en las siguientes páginas de este libro.

La libertas no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que


nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Si o No. En su brevedad
instantánea, como a luz de relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza
humana.

Capítulo Segundo: Órdenes, costumbres y caprichos.

Vamos a detallar la serie de diferentes motivos que tienes ara tus comportamientos matutinos.
Ya sabes lo que es un motivo: es la razón que tienes o al menos crees tener para hacer algo,
la explicación más aceptables de tu conducta cuando reflexionas un poco sobre ella. La mejor
respuesta que se te ocurre a la pregunta ¿Por qué hago eso? Pues bien, uno de los tipos de
motivación que reconoces es el de que yo te mando que hagas tal o cual cosa. A estos
motivos les llamaremos órdenes. O también el ver que tú alrededor todo el mundo se
comporta así habitualmente: llamaremos costumbres a este tipo de motivos. Los puntapiés a
la lata, por ej., el motivo parece ser la ausencia de motivo, el que apetece sin más, la pura
gana, llamado capricho. Dejo de lado los motivos más crudamente funcionales, es decir los
que te inducen a aquellos gestos que haces como puro y directo instrumento para conseguir
algo.

Cada uno de esos motivos inclina tu conducta en una dirección u otra, explica más o menos tu
preferencia por hacer lo que haces frente a las otras muchas cosas que podrías hacer.

Levantarte para ir al colegio es más obligatorio que lavarte los dientes o ducharte. Cada tipo
de motivo tiene su propio peso y condiciona a su modo. Las órdenes sacan su fuerza del
miedo, el afecto, la confianza, por tu bien. Las costumbres en cambio vienen más de la
comodidad no contraria a otros, y a las modas. Las órdenes y las costumbres tienen una cosa

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en común: parece que vienen de fuera, que se imponen sin pedirte permiso, los caprichos te
salen de dentro.

Solo disponemos de cuatro principios de moral:

1. El filosófico: haz el bien por el bien mismo, por respeto a la ley.

2. El religioso: hazlo porque es la voluntad de Dios, por amor a Dios.

3. El humano: hazlo porque tu bienestar lo requiere, por amor propio.

4. El político: hazlo porque lo requiere la prosperidad de la sociedad, por amor


a la sociedad y por consideración a ti.

Capítulo Tercero: Haz lo que quieras.

Todo esto tiene que ver con la cuestión de la libertad, que es el asunto del que se ocupa
propiamente la ética. Libertad es poder decir sí o no; lo hago o no lo hago, digan lo que digan
mis jefes o lo demás; esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y no lo quiero.
Libertad es decidir, y darte cuenta de que estas decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar.

Nunca una acción es buena sólo por ser una orden, una costumbre o un capricho. Nadie
puede ser libre en mi lugar, es decir: nadie puede dispensarme de elegir y de buscar por sí
mismo. Luego hay que hacerse adulto, es decir, capaz de inventar en cierto modo la propia
vida y no simplemente de vivir la que otros han inventado para uno.

La palabra moral etimológicamente tiene que ver con las costumbres, pues eso precisamente
es lo que significa la voz latina y también con las órdenes, pues la mayoría de los preceptos
morales suena así como debes “hacer tal cosa” o “ni se te ocurra hacer la otra”, que pueden
ser malas o sea “inmorales”. Si queremos profundizar en la moral de verdad, si queremos
aprender en serio como emplear bien la libertad que tenemos, más vale dejarse de órdenes,
costumbres y caprichos. Lo primero que hay que dejar claro es que la ética de un hombre libre
nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea,
autoridad humana o divina, para el caso es igual.

Moral es el conjunto de comportamientos y normas que se suelen aceptar como válidos; ética
es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras morales
que tienen personas diferentes.

Soy en el buen sentido de la palabra bueno… Se refiere a que, en muchos casos, llamarle a
uno bueno no indica más que docilidad, tendencia a no llevar la contraria o a no causar
problemas; para otros bueno… significa ser resignado y paciente, pero otros llamarán bueno a
la persona emprendedora, original, que no se acobarda a la hora de decir lo que piensa
aunque pueda molestar a alguien.

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No es sencillo decir cuando un ser humano es bueno, porque cuando se considera a los
humanos en general, la cosa no está tan clara, porque no hay un único reglamento para ser
buen humano ni el hombre es instrumento para conseguir nada. Uno es bueno a su modo y
depende de las intenciones que muevan a cada uno.

Pero si ya hemos dicho que ni órdenes, ni costumbres ni caprichos bastan para guiarnos en
esto de la ética y ahora resulta que no hay un claro reglamente que enseñe a ser hombre
bueno y a funcionar siempre como tal.

Capítulo Cuarto: Date la Buena Vida

¿Qué significa Haz lo que quieras? Significa plantearte todo desde ti mismo, desde el fuero
interno de tu voluntad; preguntártelo a ti mismo. Significa interrogarse uno mismo sobre el uso
de su libertad, la libertad misma.

Si alguien nos dice “Haz lo que quieras” se esta generando una contradicción, porque nos
están indicando que hacer, más allá de que sea lo que uno quiera. Igualmente hacer lo que
uno quiere no se trata de pasar el tiempo, sino de vivirlo bien. Esta contradicción nos indica el
problema esencial de la libertad misma: que no somos libres de no ser libres, o sea que no
podemos elegir libremente no ser libres; sino que no tenemos más remedio que serlo.

En otras palabras estamos condenados a ser libres, y a elegir. Ya sea elegir que es lo que uno
quiere, o como quiere o cuando lo quiere, uno siempre esta eligiendo. Es entonces cuando
aparece una responsabilidad creadora de elegir nuestro camino, y queramos o no, tenemos
que querer.

No hay que confundir el “Haz lo que quieras” con un capricho de turno, o lo que primero nos
dé la gana. Uno puede tener caprichos o elegir lo primero que nos dé la gana por ejemplo a la
hora de elegir un plato en un restaurante, como un pantalón para ponernos.

El autor da un ejemplo contando una historia de dos hermanos de la Biblia, en el que uno es
el primogénito y el otro se dedicaba a hacer cosas varias, entre ellas cocinar muy bien. Un día
el primogénito llega con mucha hambre y le pide a su hermano que le dé un poco de lo que
había cocinado que tenía un olor riquísimo. El mismo le contesta que le dará un poco de lo
que cocinó si renuncia a ser el primogénito y por ende pasaba a manos de él. El primogénito
después de pensar “Algún día me voy a morir, y quizás me muera antes que él y realmente
tengo muchas ganas de comer lo que cocino mi hermano”, y así mismo aceptó el trato del que
después se arrepiente. Entonces pensamos en si es lo que realmente quería o es lo que
quería en ese momento.

A veces los hombres queremos cosas contradictorias que entran en conflicto unas con otras.
Es importante ser capaz de establecer prioridades y de imponer una cierta jerarquía ente lo
que de pronto queremos y lo que realmente, en el fondo y a la larga queremos.

En ese momento el primogénito fue invadido por la certeza de la muerte, y lo que hace que
todo de igual es la muerte y no la vida. La vida está hecha de tiempo, recuerdos, esperanzas,

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y más que nada está hecha de relaciones con los demás. La muerte en este ejemplo estropeó
el “querer” del primogénito.

Debemos a atrevernos a “darnos la buena vida”. La ética no es más que el intento racional de
averiguar cómo vivir mejor. Y cuando hablamos de darnos la buena vida hablamos de la
buena vida humana; por que ser humano consiste en tener relaciones con otros seres
humanos. Muchas veces queremos cosas a costas de las relaciones con humanos, (quiero
plata, y cago a mi mejor amigo en el negocio).

La buena vida humana es entre seres humanos, sino puede ser vida, pero no va a ser ni
buena ni humana. La humanidad depende de lo que unos hacemos con los otros.

El hombre es una realidad cultural, una realidad cultural que heredamos y aprendemos de
otros hombres. La humanización es un proceso recíproco. Entonces darse la buena vida es
también dar la buena vida.

Capítulo Quinto: Despierta Baby!

¿En qué consiste darse la buena vida? Querer la buena vida debe incluir la perspectiva de
conjunto.

No debemos basarnos en las cosas que tenemos, por que terminamos sin darnos cuenta que
las cosas que tenemos nos tienen a nosotros. Debemos darnos cuenta de que como no
somos puras cosas, sino humanos, necesitamos cosas que las cosas mismas no tienen. No
conseguiremos sin esto amistad, respeto, ni amor entre otros. Por eso es que la complicidad y
el trato son fundamentales.

Contaremos entonces con el respeto de una persona, aunque no sea más que una: nosotros
mismos, es decir; por lo menos defendemos nuestro derecho de no ser cosas para los otros.

Ninguna buena vida puede prescindir de las cosas (sabemos que nos hacen falta algunas,
como un buen plato de comida) y no debe faltar el trato con las personas. Si uno vive de las
cosas y para las cosas carece de autenticidad, del autentico amor, y de un amigo autentico.

En resumen, nos referimos a vivir humanamente, y vivir humanamente tiene una condición
ética que es la de no vivir de cualquier modo, y tener una moral. Vivir humanamente es
comprender el por qué, cómo va la vida que llevamos, y que es lo que nos puede ayudar a
hacerla buena. Nadie puede ser libre por nosotros.

(Acá faltan unas hojas, por eso por ahí va medio cortado el tema)

Lo contrario de ser moralmente imbécil es tener conciencia. Para tener conciencia hacen falta
algunas cualidades innatas, ciertos requisitos sociales y económicos lo cual depende del
esfuerzo y atención de cada cual. La conciencia depende fundamentalmente de los siguientes
rasgos:

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1. Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir
bien, humanamente bien.

2. Estar dispuestos a evaluar si lo que hacemos es realmente lo que queremos


o no.

3. Ir desarrollando un buen gusto moral, de forma que ciertas cosas no nos


repugnen espontáneamente hacer (como mentir, por ejemplo en vez de mear
algo que nos vamos a comer).

4. Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por lo tanto
razonablemente ser responsables de las consecuencias de nuestros actos.

¿Por qué esta mal lo que llamamos “malo”? Es porque no le deja vivir a uno la buena vida que
quiere.

Deberíamos llamar egoísta al que sabe de verdad lo que le conviene para vivir bien y se
esfuerza por conseguirlo. El egoísta se ama a sí mismo, y el que no es un poco egoísta pasa
a ser un imbécil que necesita conciencia para poder aprender a amarse a sí mismo.

El que no aprende lo anterior pasa a ser un enemigo de sí mismo, a estropear su verdadera


posibilidad de ser amado y respetado por el resto de sus compañeros humanos.

Si uno se hubiera amado de verdad a sí mismo, debería haber intentado exteriorizar por
medio de su conducta ese interior limpio y recto, su verdadero Yo.

El remordimiento aparece cuando uno es consciente. Si no uno fuese consciente no tendría


por qué sentir remordimientos de su conciencia. No hay peor castigo que darse cuenta de que
uno está boicoteando con sus actos lo que en realidad quiere ser. Los remordimientos vienen
de nuestra libertad. Si no fuésemos libres no podríamos sentirnos culpables de nada y
evitaríamos los remordimientos.

Siempre queremos ser libres para atribuirnos el mérito de lo que logramos, pero preferimos
confesarnos “esclavos de las circunstancias” cuanto nuestros actos no son precisamente
gloriosos.

Lo serio de la libertad es que tiene efectos indudables, cada acto libre que hago limita mis
posibilidades al elegir y realizar una de ellas. Entonces lo que llamamos remordimiento no es
más que el descontento que sentimos con nosotros mismos cuando hemos empleado mal la
libertad, es decir, cuando la hemos usado en contradicción con lo que de veras queremos
como seres humanos.

Ser responsable es saberse auténticamente libre, para bien y para mal. Todos los que quieren
dimitir de su responsabilidad creen en lo irresistible. Aquello que avasalla sin remedio, sea
propaganda, droga, apetito, soborno, amenaza, forma de ser. En cuanto aparece lo irresistible
deja uno de ser libre y se convierte en marioneta a la que no se le deben pedir cuentas. Lo

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irresistible no es más que una superstición inventada de los que le tienen miedo a la libertad.
Por más que se nos vigile en todo sentido, siempre vamos a poder obrar mal, si es que
queremos.

El tipo responsable es consciente de lo real de su libertad y el empleo de lo real en doble


sentido de lo “autentico” o “verdadero” pero también de “propio de un rey”. Responsabilidad es
saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando.
Al elegir lo que quiero hacer voy transformándome poco a poco.

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