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La Historia Del Curriculum en EEUU Barry Franklin

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LA HISTORIA DEL CURRÍCULUM EN ESTADOS UNIDOS

STATUS Y AGENDA DE INVESTIGACIÓN

BARRY M. FRANKLIN (*)

Pienso que no es fácil concretar un punto de partida exacto para iniciar un tra-
bajo de investigación sobre la historia del currículum en los Estados Unidos. Se po-
dría empezar por uno de los primeros empeños —quizás el primero— de un norte-
americano para escribir la historia del currículum. Tal empresa muy bien pudiera
haber sido la descripción de la evolución del currículum en varias escuelas norte-
americanas que Henry Barnard publicó en su American Journal of Education en
1869 (1). También se podría comenzar en el momento en que parece existir un in-
tento sustancial de los expertos de explorar las cuestiones relacionadas con la histo-
ria del currículum. Habría que situar ese momento en las dos o tres primeras déca-
das del siglo xx (2). Yo me inclino, sin embargo, por prescindir de esos primeros in-
tentos de escribir la historia del currículum, para establecer mi punto de arranque
en el final de la década de 1960 y comienzos de la de 1970. Lo que diferencia este
período de los períodos anteriores mencionados es que, durante esos años, los es-
tudiosos empiezan a comprometerse con un tipo de debates historiográficos que
atañen a las asignaturas, el propósito, la metodología y la agenda de investigación
de la historia del currículum, que ha provisto de un sentido de identidad propia a
esta empresa. La finalidad de este ensayo será el examen de dichos debates histo-
riográficos, considerando todo lo que nos revelan sobre el estado actual y la futu-
ra dirección de la investigación referida a la historia curricular.

Kennesaw State College. Marietta. Georgia, Estados Unidos.


(1) American Journal of Education, 19, 1869, pp. 417-576.
(2) Durante este periodo se han hecho una serie de estudios que analizan aspectos de la historia del
currículum. Véase, por ejemplo, Franldin Spencer Edmonds, «The Central High School of Philadelphia,
1838-1902» (The School Review, 11, 1903, pp. 211-226 ); Alexander Inglis, The Riie of the High School in
Massachusetts (Nueva York, Teachers College Press, 1911); Elbert Stout, The Develo/ment of High School Cu-
rricula in the North Central States from 1860 to 1918 (Chicago, University of Chicago Press, 1921); Emit Dun-
can Grizzell, Origin and Development of/he High School in New England Before 1865 (Nueva York, Macmillan,
1923); Harold Rugg, «A Century of Curriculum Making in American Schools», en H. Rugg (Ed.) Curricu-
lum Making Past and Present: Twenty-Sixth Yearbooh of the National Soctety for the Study of Education, Parte 1
(Bloomington, Public School Publishing Company, 1926).


Revista de Educación. núm. 295119911 ',sigs. 5957. 39
II

Los primeros que abordaron la definición del contenido de la historia del cu-
rrículum, durante los últimos arios de la década de 1960 y los primeros de la de
1970, lo hicieron estableciendo comparaciones entre este nuevo campo y el de la
historia educativa. Los escritos de Arno Bellack en 1969 (probablemente la prime-
ra tentativa de determinar este campo de estudio) identificaron diversos temas de
investigación sobre la historia del currículum. Se incluían entre ellos el desarrollo
de las prácticas curriculares y educativas, la importancia creciente del currículum
como campo de trabajo y de estudio, las carreras de teóricos importantes y las re-
comendaciones de significativos comités nacionales del pasado que fueron consti-
tuidos para estudiar el currículum. Pese a la existencia de esos temas de investiga-
ción potenciales, Bellack no cree que debamos intentar definir un área de investi-
gación nueva y diferenciada del estudio de la historia educativa: «La historia del
pensamiento y la práctica curriculares —sostiene— no se puede asilar de la historia
general de la educación americana que, a su vez, no se puede desgajar de la rama
más amplia que es la historia cultural e intelectual» (3). Desgraciadamente, Bellack
ofrece esta opinión como un comentario posterior a su ensayo, sin explicar por
qué se adhiere a este enfoque.
Davis, editor del Yearbook of ¿he Association for Supervision and Curriculum Develop-
ment (Anuario de la Asociación para la Supervisión y el Desarrollo del Currículum),
está de acuerdo con Bellack sobre la estrecha relación existente entre la historia
del currículum y la historia educativa. Ahora bien, él sostiene que, aparte de «la
historia general de las escuelas», había una materia diferenciada, que era la repre-
sentada por el contenido de la historia curricular (4). Ni Davis ni los demás colabo-
radores en el Anuario identifican explícitamente esa materia; sin embargo, del
contenido de los trabajos incluidos en ese volumen se desprende que Davis y sus
colegas consideran la evolución del curso de estudio o disciplina escolar o asig-
natura como el objeto principal de la historia curricular.
En su crítica del Anuario, Barry Franklin afirmaba que Davis no había logrado
distinguir claramente el contenido de la historia curricular y el contenido de la his-
toria de la educación. En el epílogo del volumen, señala Franklin, Davis identifica
una serie de temas que, según cree, los historiadores del currículum están espe-
cialmente dispuestos a investigar. Algunos de los temas que indica, incluyendo el
papel de los profesores y los padres en el Eight Year Study (*) y la historia de ciertos

(3) Bellack, A. A. «History of Curriculum Thought and Practice» Review of Educational Research, 39,
1969, pp. 284-291.
(4) Davis, D. L. Jr. «Prologue: Curriculum across Two Hundred Years of Independence», en O. L.
Davis (Ed.) Perspectives on Curriculum Development: 1776-1976. 1976 ASCD Yearbook, Washington, D. C. Associa-
tion for Supervision and Curriculum Development, 1976, pp. 3-4.
(*) Proyecto de investigación auspiciado por la Progressive Education Association (Asociación de Educación
Progresiva) en la década de los años treinta, destinado a llevar a cabo una reforma en profundidad del cu
básico de las high 3chools o escuelas secundarias norteamericanas a partir de los principios de la-riculm
enseñanza progresiva («ajuste de la escuela a la vida», «la eficiencia social», etc.). El proyecto se hizo eco de
otros anteriores, igualmente importantes, que sirvieron para articular la enseñanza secundaria norteameri-
cana, al tiempo que hicieron frente a la cuestión dave de la formación y del rendimiento exigible a los

40
proyectos claves de reforma curricular en la década de 1960, parecen especial-
mente adecuados para un campo que se ocupa de la historia del programa esco-
lar. En cambio, otros de los temas que identifica, incluyendo la historia de la junior
high school, la educación vocacional y la historia de las black freedom schools, son asun-
tos que los historiadores de la educación exploran de forma rutinaria. Según
Franklin, Davis nunca explica por qué estos últimos temas eran de la incumbencia
de los historiadores del currículum (5).
Franklin prosigue criticando la aparente selección de Davis del curso de estu-
dio como objeto de la historia del currículum. Tal como Franklin lo ve, los asuntos
de contenido se hallan tan íntimamente ligados a otros aspectos de la escolariza-
ción que el curso de estudio no se justifica, por sí sólo, como objeto de la historia
curricular. Franklin señala que el objeto apropiado de la historia curricular es la
evolución del currículum como campo de estudio y como rol ocupacional en la
universidad y en las escuelas. Piensa que la historia del currículum debería con-
templarse como análoga, en alcance y contenido, a materias tales como la historia
de la medicina, la psicología y la sociología; estudios que centran su atención en la
historia de ciertos ámbitos del saber y de grupos profesionales (6).
La revisión de Franklin precipitó una breve disputa con Davis sobre el ob-
jeto de la historia curricular. En una de las réplicas Davis señaló que el enfoque
de Franklin era excesivamente estrecho y dejaba fuera muchos de los factores
más importantes para la comprensión del desarrollo del currículum. Además,
indicaba que tanto la historia del curso de estudios como la del campo curricu-
lar, son por derecho propio, materias de investigación para el historiador del cu-

alumnos a la hora de acceder a la enseñanza universitaria: El que ideó el llamado Committee of Ten (Comité
de los Diez), presidido en 1892 por el rector de la Universidad de Harvard por encargo de la National Aso-
ciation of Education, la primera organización académica relacionada con la pedagogía que crearon los profe-
sores norteamericanos del ramo, que puso el énfasis en la importancia de las ciencias naturales, la ense-
ñanza vocacional, etc., en la educación secundaria; y el de la Commission on die Reorganization of Secondary
Education (Comisión para la reorganización de la enseñanza secundaria), organizada también por la Asocia-
ción Nacional de Educación, que dio a la luz en 1918 los llamados Cardinal Principies of Secondary Education
(la salud, la integración satisfactoria de los miembros dentro del núcleo familiar, la instrucción cívica, el uso
adecuado del ocio, etc.). El Eighl Year Study se diseñó como un proyecto experimental, en el que las veinti-
nueve escuelas secundarias seleccionadas —que organizaron libremente sus curricula según los principios
de la enseñanza progresiva— fueron contrastadas con otras tantas de currículum convencional a fin de me-
dir el rendimiento de sus alumnos respectivos al final de sus estudios; rendimiento que les daría o no el ac-
ceso a los n'Urge.% universitarios. Como director del proyecto se nombró al entonces joven investigador
Ralph Tyler, que puso todo su empeño en plantear la investigación de tal modo que el primer paso fuera
pedir a los profesores de las escuelas que «formularan sus objetivos educativos», «definiendo claramente
los tipos de conducta que trataran de enseñar». En este orden de cosas, el credo de la escuela progresiva se
vehiculó a través de un enfoque behaviorista, el mismo que años después este autor consolidaría en lo que
se conoce como el «Tyler rationale» (que, a su vez, ejerció una decisiva influencia a partir de finales de los
años cincuenta en formulaciones tan conocidas como las taxonomías de Benjamin Bloom). El estallido de
la Segunda Guerra Mundial contribuyó a eclipsar los resultados del proyecto, publicados finalmente en
1942 y 1943, que, en general, arrojaron rendimientos positivos, pero no espectaculares, en los tests de
aquellos alumnos que habían seguido la experiencia. N de M. A. Pereyra
(5) Franldin, B. M. «Curriculum History-. lis Nature and Boundaries» —extraído de O. L Davis (EcL)Penpecti-
ves on Curriculum Deuelopment 1776-1976— Curriculum Inquiry, 7, 1977, pp. 68-69.
(6) /bid, p. 73.

41
rrículum (7). Respondiendo a Davis, Franklin argumentaba que los historiadores
del currículum no descuidarían el curso de estudio si se centrasen en el desarro-
llo del campo curricular. Por el contrario, tal énfasis los encaminaría directa-
mente hacia los aspectos del curso de estudios que son más importantes para los
estudiosos del currículum (8).
Pese a la polémica entre Davis y Franklin, no han progresado mucho los inten-
tos de los investigadores norteamericanos de determinar el contenido concreto de
la historia del currículum. Como ha observado recientemente Herbert Kliebard,
resulta virtualmente imposible establecer una clara línea divisoria entre estas dos
áreas de estudio. Kliebard considera que, para los investigadores, es mejor estrate-
gia identificar los rasgos característicos de esta rama de la investigación y olvidar-
se de las supuestas fronteras con otras disciplinas (9).
En un trabajo de 1983 Kliebard y Franklin identificaron tres temas de investi-
gación que, según pretendían, caracterizarían el trabajo de los historiadores nor-
teamericanos del currículum. La mayoría —dicen ellos— se centra en la explora-
ción del progreso de los principales esfuerzos reformadores del currículum,
como los del movimiento de eficiencia social y del progresivismo, que han surgido
a lo largo de los años con la intención de transformar completamente el progra-
ma escolar. Un segundo grupo, más reducido, protagoniza el intento de introdu-
cir nuevas áreas de estudio dentro del currículum, incluyendo la educación voca-
cional, la educación sexual y la educación especial, sólo por citar algunas. Un ter-
cer grupo de especialistas, aún más reducido —siguen diciendo Kliebard y Fran-
klin— examina la historia de materias escolares como el inglés, los estudios socia-
les y las ciencias naturales (10). De hecho, al menos hasta ahora, lo que parece
distinguir a los historiadores del currículum norteamericanos de sus colegas de
otros países, sobre todo del Reino Unido, es su falta de interés por la evolución
de las asignaturas escolares (11).

(7) Davis, D. L. Jr. «The Nature and Boundaries of Curriculum History: A Contribution and a Dialo-
gue Over a Yearbook and Its Review». Curriculum /fique, 7, 1977, pp. 162-164.
(8) Franklin, B. M. «Dialogue: Franklin on Davis on Franklin on Davis». Curriculum Inquiry, 8,
1978, pp. 177-178.
(9) Kliebard, H. M. «Constructing a History of the American Curriculum», en Ph.M. Jackson (Ed.)
Handbook on Research on Curriculum, Nueva York, MacMillan, en prensa.
(10) Kliebard, H. M. y Franklin, B. M. «The Course of die Course of Study: History of Curriculum»,
en J. H. Best (Ed.) Historical Inquiry in Education: A Research Agenda, Washington, D. C., American Educatio-
nal Research Association, 1983, p. 138.
(11) Fuera de los Estados Unidos la preocupación central de los historiadores del curriculum ha sido
la historia de las asignaturas. Véase, por ejemplo, la serie de anotaciones sobre la historia del curricu-
lum en varios paises registrada en la International Encyclopedia of Education: Research and Studios, vol. 2
—Th. Husen y T. Neville Postlethwaite (Eds.) Oxford, Pergamon, 1985, pp. I190-1208—. Para la importan-
cia de la historia de las materias escolares desde la perspectiva de un historiador inglés del curriculum,
véase Ivor Goodson, «The Social History of School Subjects», en H. Haft y S. Hopmann (Eds.) Case Studies
in Curriculum Administration History. Londres, The Falmer Press, 1980, pp. 81-90, [véase el primer estu-
dio de este monográfico).

42
III

Según parece, no existe un consenso claro entre los historiadores del currícu-
lum sobre el propósito de su actividad. Lo que parece dividirles es la cuestión del
beneficio práctico —si es que hay alguno— que pueda ofrecer el estudio de la histo-
ria del currículum. Algunos investigadores aducen que se pueden sacar enseñan-
zas del examen de la historia del currículum escolar. Daniel y Laurel Tanner ven
al historiador del currículum como a un «detective» cuyas investigaciones del pasa-
do pueden ayudar a resolver problemas curriculares del presente. Al estudiar las
políticas y las prácticas curriculares del pasado —razonan ellos— el investigador está
capacitado para distinguir los programas fallidos, que habrá que evitar, y los pro-
gramas con mejores resultados, que habrá que adoptar (12).
Otros historiadores del currículum cuestionan la utilidad inmediata de la histo-
ria del currículum. Davis, por ejemplo, sostiene que las investigaciones históricas
nos pueden facilitar una mejor comprensión del desarrollo del campo curricular y
del actual currículum escolar. No obstante —dice—, tales estudios pueden tener, o
no, utilidad práctica:

Si tenemos el conocimiento, podríamos analizar las justificaciones contemporá-


neas, analizar nuevas propuestas y, con información, inventar un currículum más
adecuado, más consistente, más válido. Por otro lado, es posible que no sea así. La
posesión del conocimiento no garantiza que se vaya a utilizar de manera sensata y
prudente. Pero, con seguridad, no tenemos necesidad de garantizar los beneficios
prácticos de la historia curricular para justificarla (13).
Kliebard y Franklin también se muestran cautos respecto a los intentos de apli-
car el estudio de la historia curricular a la resolución de problemas inmediatos.
Nos dicen que no debería sorprendernos que las solicitudes hechas a los especia-
listas del currículum para que resuelvan problemas escolares prácticos les conduz-
can a buscar lecciones en el estudio de la historia del currículum. Ahora bien
—dicen ellos—, caer en esta tentación puede ir en detrimento de la función más im-
portante, posiblemente, del estudio histórico, es decir, el desarrollo de puntos de
vista interesantes y nuevos: «Haciendo que lo familiar resulte extraño, la historia
del currículum podría servir para fortalecer nuestra sensibilidad crítica y, por con-
siguiente, para ayudarnos a reformular nuestros problemas de una manera nueva
y constructiva» (14).

IV

Durante las dos últimas décadas los historiadores norteamericanos del currícu-
lum han seguido unos planes de investigación sumamente limitados, centrándose

(12) Tanner, D. y Tanner L Hútory of the School Curriculum. Nueva York, MacMillan Publishing Com•
pany, 1990, pp. 6-17.
(13) Davis O. L op. cit, p. 159.
(14) Kliebard, H. M. y Franklin, B. M. op. cit., p. 153.

43
en la evolución de las ideas curriculares. Han escrito, sobre todo, acerca de las ca-
rreras de importantes teóricos del curriculum, en especial sobre John Dewey,
Franklin Bobbitt y Ralph Tyler, y sobre las recomendaciones para el cambio de cu-
rriculum preconizadas por diversos comités, incluyendo el Committee of Ten y la
Commission on the Reorganization of Second,ary Education. Entre 1966 y el momento
presente ha habido cuatro grandes estudios de este tipo.
El primero de ellos fue la historia del desarrollo del campo del curriculum,
desde sus orígenes decimonónicos hasta finales de los años treinta, cuya autoría se
debe a Louise Seguel en 1966. Su aproximación consistió en observar, cronológi-
camente, los escritos publicados por siete individuos que ella identifica como los
pioneros del campo curricular. Comenzando por Charles y Franklin McMurry, los
proponentes norteamericanos del «herbartismo», sigue considerando, por turno, a
John Dewey, Franklin Bobbitt, W. W. Charters, Harold Rugg y Hollis Caswell. Se-
gún cuenta la autora, cada uno de estos individuos fue edificando su propia cons-
trucción sobre las contribuciones de los predecesores, hasta llegar, finalmente, a
sentar los principios, los métodos y el contenido de lo que hoy denominamos
campo del curriculum:
Si a los McMurry se debe el haber alertado a la profesión sobre la necesidad de
un método para seleccionar y organizar el contenido, la visión que Dewey tiene de
una escuela democrática se puede considerar como la aportación de una dirección
de la que carecían los «herbartianos». Bobbitt y Charles; después, contribuyeron a
la primera búsqueda de método, formulando el suyo. Rugg, a su vez, aparece como
el profeta que pone de relieve las limitaciones del valor del mero método, y a Cas-
well se debe el intento de hacer el método más operativo (15).

Seguel cree que el estudio de esta historia puede ayudar a los estudiosos del
curriculum contemporáneos a comprender la naturaleza de los problemas habi-
tuales del curriculum y a predecir futuras tendencias curriculares (16).
Trazando la evolución del currículum, desde el movimiento por una escue-
la pública de mediados del siglo xix hasta la actualidad, Daniel y Laurel Tan-
ner han llegado a una postura muy similar a la de Seguel. Según los Tanner, la
evolución del curriculum americano moderno se inició cuando, a principios
del siglo pasado, los reformadores de la educación se dieron cuenta de que las
escuelas de la nación necesitaban un curso de estudios más práctico. De ahí se
siguió una serie de «batallas» en las que estos reformadores derrotaron unas
huestes de oponentes reaccionarios. El resultado fue la realización de un siste-
ma de escolarización más accesible y un programa escolar más utilitario. Cada
cual a su manera, tal como los Tanner lo ven, Dewey, Bobbitt, Tyler y los de-
más teóricos fundadores del campo del currículum contribuyeron a una reva-
lorización y una transformación progresivas del currículum escolar. Lo que a media-
dos del siglo xix empezó siendo un curso de estudio excesivamente acadé-
mico y a remota distancia de las vidas de los niños, en los comienzos del siglo

(15)Seguel, M. L. The Curriculum Field- Ils Formative Years. Nueva York, Teachers College Press,
1966,
pp. 179-180.
(16) ¡bid, p. 2.

44
xx se convirtió en un currículum más directamente funcional y más relaciona-
do con las preocupaciones de la juventud (17). El propósito de su libro, tal
como explican, es «seguir los pasos de la gran batalla por una más completa
verificación del potencial democrático de la sociedad americana mediante la
transformación de la escuela y la reforma del currículum» (18).
Para Herbert Kliebard, el desarrollo del currículum escolar norteamericano
durante la primera mitad de este siglo representa una lucha entre cuatro «grupos
de intereses» diferentes. Los humanistas, cuya visión del currículum predominó en
el pensamiento y la práctica educativas al comenzar el siglo xx, defendían el currí-
culum clásico y la doctrina de las «disciplinas mentales». Durante la primera mitad
del siglo otros tres grupos se oponían a los humanistas. Estaban los «evolucionis-
tas», como el psicólogo G. Stanley Hall, quien abogaba por utilizar el estudio del
niño como medio para desarrollar un currículum más adecuado. Había un conjun-
to de personas que compartían el punto de vista «meliorista» del sociólogo Lester
Frank Ward y consideraban el currículum como un instrumento para enmendar
las desigualdades de la sociedad moderna. Y había también educadores que pro-
pugnaban la doctrina de la eficiencia social y eran partidarios de un currículum
que socializase a la juventud en los roles de adulto trabajador y ciudadano. No
hubo —dice Kliebard— vencedor en este combate (19). En cambio, lo que apareció a
finales de la década de 1950 fue un currículum que contenía elementos promovi-
dos por cada uno de los grupos:
Al mismo tiempo, el currículum en el siglo xx ha llegado a representar una
reflexión, razonablemente fiel, de los recursos intelectuales de nuestra cultura y
también de sus tendencias anti-intelectuales; sirve para liberar el espíritu humano.
y para confinarlo; se armoniza para el bienestar de niños y jóvenes, pero también
contribuye a su alienación y desafección del cauce principal de la vida social; y
significa un vehículo para la reforma social y política, al igual que una fuerza para
perpetuar las estructuras de clase y para la reproducción de las desigualdades so-
ciales (20).
Barry Franklin, por otro lado, afirma que los educadores que abrazaron el
ideal de la eficiencia social fueron los que llegaron a dominar en el pensamiento y
en la práctica del currículum durante la primera mitad de este siglo. La transfor-
mación de la nación en una sociedad urbana, industrializada, fue la preocupación
central de los educadores que se identificaban profesionalmente con temas del
currículum durante los primeros años de este siglo. Al igual que otros intelectua-
les de su tiempo, afirma Franklin, estos primitivos laborantes del currículum
atribuyeron las dislocaciones y disfunciones sociales de la América fmisecular al
doble impacto del crecimiento de las urbes y al auge de las corporaciones. Y al
igual también que sus semejantes en otros órdenes de la vida, estos educadores

(17) Tanner, D. y Tanner, L. op. cit., pp. 5-6, 9-10, 133-134.


(18) lbíci., p. 13.
(19) Kliebard, H. M. The Struggle for the American Curriculum, 1893-1958. Boston, Routledge and Ke.
gan Paul, 1986, pp. 27-29.
(20) Ibid, p. 270.

45
procuraban que las instituciones en las que trabajaban contribuyeran a restaurar
el orden y la estabilidad en la sociedad. Aun cuando las escuelas fueran capaces
de jugar su papel en este proceso, estos trabajadores del currículum pensaban
que el programa escolar existente, con su énfasis académico y su devoción por
la doctrina de las disciplinas mentales, debía ser reconstruido (21). Debía llegar a
ser, como dice Franklin, «un instrumento de control social para restaurar el sen-
tido de la comunidad en la sociedad». Franklin cree que durante este siglo los re-
formadores orientados hacia la eficiencia fueron quienes mejor lograron articu-
lar esta visión del programa escolar (22).

A pesar de la inclinación de los historiadores del currículum norteamerica-


nos a escribir historia intelectual, ha habido siempre un reducido grupo de investi-
gadores que se han centrado en el programa escolar del momento. Emprendie-
ron estudios casuísticos con ejemplos reales de reforma curricular para determi-
nar el efecto, en el caso de que lo hubiera, que habían tenido en el curso de es-
tudios de la escuela las anteriores recomendaciones para la modificación del cu-
rrículum. En un ensayo de 1975 W. Lynn McKinney y Ian Wesbury revisaron
tres intentos de reforma curricular que tuvieron lugat en Gary, Indiana, entre
1940 y 1970: la introducción de la educación intercultural a mediados de los
años 40, el intento de enriquecer el currículum científico de la ciudad durante
los años 50 y 60 y la expansión, también durante los años 50 y 60, de la educa-
ción vocacional. McKinney y Westbury señalan que, en cada una de las instan-
cias, las demandas en favor de una reforma curricular en Gary y la aparición en
el panorama nacional de propuestas para la innovación educativa crearon un cli-
ma favorable al cambio. Ahora bien, los tres intentos de reforma que los auto-
res describen sólo produjeron modificaciones de poca importancia y corta dura-
ción para el programa escolar de la ciudad. La oposición a la educación intercul-
tural por parte de la mayoría de los administradores y profesores de Gary impi-
dió la plena realización de la reforma. La falta de recursos financieros durante
las décadas de 1950 y 1960 imposibilitó en Gary la ejecución del tipo de currícu-
lum científico enriquecido que ya entonces se había popularizado en el panora-
ma nacional. Durante este mismo período el inadecuado equipamiento material
de Gary impidió la ampliación del programa vocacional en la dirección que la
Administración deseaba. McKinney y Westbury llegan, pues, a la conclusión de
que las condiciones locales de Gary, incluyendo la motivación de los dirigentes,
los recursos financieros y la calidad de los servicios materiales existentes, actua-
ron limitando el impacto de los esfuerzos por reformar el currículum (23).

(21) Franklin, B. M. Building the American Community: The School Curriculum and the Search [or Social Con-
trol Londres, The Falmer Press, 1986, pp. 1-13.
(22) Ibig, xii, pp. 89-90, 112-114.
(23) McKinney, W. L. y Westbury, I. «Stability and Change: The Public Schools of Gary, Indiana,
1940 . 1970», en W. Reid y D. Walter (Eds ) Case Studies in Curriculum Change, Londres, Routledge and Ke-
gan Paul, 1975, pp. 1-53.

46
Seis años más tarde, en 1981, Wayne Urban examinó la introducción de la
educación vocacional en las escuelas de Georgia, Atlanta, durante las dos primeras
décadas del siglo xx. De manera semejante a la de otras ciudades del norte, preo-
cupadas por la eficacia, los reformadores escolares de Atlanta proclamaron con
frecuencia la retórica del «vocacionalismo». No obstante, sus esfuerzos por impri-
mir un carácter vocacional al currículum escolar nunca lograron el éxito obtenido
en las escuelas urbanas del norte. Urban atribuye esta ausencia de cambios a tres
factores. En primer lugar, el principal defensor de la educación vocacional de la
ciudad, Hoke Smith, Presidente de la Junta de Educación y más tarde gobernador
y senador, nunca favoreció el tipo de preparación laboral especializada que preco-
nizaban los defensores de la educación vocacional en otras partes. Favoreció, en
cambio, la introducción de elementos de adiestramiento manual en un programa
escolar de naturaleza esencialmente académica y preparatoria.
En segundo lugar, el intento de los reformadores escolares de Atlanta de in-
troducir la educación vocacional tenía más relación con sus ambiciones políticas
que con la reforma educativa. Los que apoyaban la educación vocacional, Smith
y Robert Guinn, quien también actuaba como Presidente de la Junta de Educa-
ción, se definían como reformadores progresistas que se enfrentaban a los conser-
vadores, defensores del currículum tradicional; especialmente, al superintendente
escolar Willian M. Slaton. En realidad el enfrentamiento se inscribía en un marco
más amplio: el control del aparato político de Atlanta y, en definitiva, del Partido
Democrático de Georgia por los que se alineaban con Smith o por quienes se ali-
neaban con Slaton. Urban considera que Smith y Guinn no abogaban por la edu-
cación vocacional y otras reformas similares porque deseaban la transformación
de las escuelas. Promovían tales reformas con el propósito de obtener ventaja po-
lítica sobre Slaton, dando una imagen más reformista.
En tercer lugar, según Urban, estaba la cuestión racial. Aunque los reformado-
res escolares de Atlanta se mostraban reacios a promover la preparación laboral
especializada en las escuelas municipales para blancos, no daban muestras de
duda cuando se trataba de escuelas para negros. Con cierta regularidad hacían
propuestas para subsistir los cursos académicos en las escuelas de negros por pro-
gramas de formación vocacional. Urban sostiene que los educadores y políticos de
Atlanta, reflejando las actitudes raciales del momento en esa zona, pensaban que
la población negra siempre estaba dispuesta a ser canalizada hacia la condición de
las clases trabajadoras. En consecuencia, según Urban, los reformadores escolares
de Atlanta no veían la necesidad de introducir programas de formación vocacio-
nal en las escuelas municipales para blancos (24).

Al examinar la reforma del currículum en las escuelas de Minneapolis duran-


te el medio siglo que sigue a la Primera Guerra Mundial, Barry Franklin exploró
también el impacto del movimiento de la eficacia social en el programa escolar.
A lo largo de este período, arguye Franklin, la Administración escolar municipal

(24) Urban, W. «Educational Reform in a New South City: Atlanta, 1890-1925», en R. Goodenow y A.
O. White (Eds.)Education and ¡he &se of the New South, Boston, G. K. Hall and Co., 1981, pp. 114-128.

47
fue la campeona de la introducción de la reforma curricular orientada hacia la
eficacia. Estaban especialmente entusiasmados con los esquemas para transfor-
mar el currículum existente, organizado en torno a las materias escolares tradi-
cionales, en un currículum integrado y organizado en torno a los intereses y las
inquietudes de la juventud.
A continuación Franklin considera dos instancias en las que la Administra-
ción escolar trató de introducir un currículum integrado. En 1939 la Administra-
ción estableció un curso de un año sobre «problemas modernos», en el grado
duodécimo, para substituir un programa compuesto por un curso semestral obli-
gatorio sobre el gobierno de Norteamérica y un curso semestral facultativo, con-
sistente en materias sociológicas, económicas y derecho mercantil. Al introducir
este curso, el municipio se enfrentó de inmediato con la probabilidad de que el
Departamento de Educación de Minnesota se negase a aceptar que el curso de
«problemas modernos» satisficiera los requisitos del Estado para la graduación
en las high schools, en vez de lo del estudio sobre el gobierno norteamericano. Se-
gún parece, los funcionarios del Departamento de Estado no estaban convenci-
dos de que este nuevo curso integrado incorporase el contenido suficiente sobre
el gobierno americano. Las dificultades del municipio se hicieron aún más com-
plicadas por el hecho de que no todos los estudiante,s podían seguir un curso de
un año de estudios sociales en el duodécimo grado. Los que estaban inscritos en
programas vocacionales tenían unos horarios que sólo dejaban espacio a un
curso semestral de estudios sociales. Si querían cumplir los requisitos del Estado
para alcanzar la graduación, era necesario cubrir en un semestre el curso sobre
el gobierno americano. Sin embargo, condensando en un semestre los estudios
cívicos y políticos, se imposibilitaba toda integración. En realidad, el primer se-
mestre de «problemas modernos» resultaba ser prácticamente el mismo curso
que el del semestre sobre el gobierno norteamericano, que venía a substituir. La
Administración se las arregló para conseguir cierta integración en el segundo se-
mestre de «problemas modernos», organizando el curso en torno a una serie de
materias de actualidad, incluyendo el alojamiento y asuntos relacionados con el
consumo, el trabajo y la familia. Pero estos mismos problemas ya se venían tra-
tando en los tres cursos electivos, pretendidamente reemplazados por el de
«problemas modernos».
Pese a las insignificantes modificaciones introducidas por el curso de «proble-
mas modernos», la mayor parte de los profesores de Minneapolis se opuso a la re-
forma. Alegaban que no sabían cómo realizar el tipo de integración que, supuesta-
mente, se pretendía lograr con los «problemas modernos». De manera rutinaria
los encargados de impartir este curso enseñaban, en realidad, materias tradiciona-
les como la historia, la organización política y la economía. Incapaz de ganarse el
apoyo de los profesores, la Administración fue modificando el curso gradualmen-
te, eliminando toda integración que se hubiera alcanzado, en favor de la enseñan-
za de las materias de psicología, política norteamericana y economía. En 1976 la
Administración ya había suprimido el curso.
De modo similar, también acabó en fracaso la segunda tentativa de integra-
ción del currículum en Minneapolis. En 1945 la municipalidad introdujo un cur-

48
so de dos horas de «estudios comunes», organizado en torno a problemas y
asuntos de interés para los jóvenes, que substituía los cursos de inglés y estudios
sociales de la high school, la junior school y la senior school. Un gran número de pa-
dres se opuso a este cambio. Sostenían que si se substituían los cursos separados
de inglés y estudios sociales por un curso para examinar los intereses y las preocu-
paciones de la juventud, la calidad académica del currículum resultaría menosca-
bada. Pensaban también que unos cursos dirigidos a temas de cohesión social
vulneraban los derechos de los padres a educar a sus hijos como creyeran conve-
niente. La oposición de un grupo influyente, el Consejo de Padres, obligó a la
Junta de Educación, en febrero de 1950, a restablecer los cursos separados de in-
glés y estudios sociales, haciendo optativos los «estudios comunes». Pero esta
modificación no redujo la oposición de las familias a los «estudios comunes». In-
tentando hacer frente a esa hostilidad, la Administración procuró disimular la na-
turaleza del curso cambiando su denominación. En 1957 se rebautizó como el
«doble período» y en 1960 esta designación se abandonó en favor del título «es-
tudios sociales y de inglés». Aún así, incapaz de apaciguar la oposición paterna a
la integración curricular, la Administración comenzó a eliminar el curso en las
high schools, a principios del decenio de 1960, y en las junior high schools, al iniciarse el
de 1970. Franklin concluye afirmando que en Minneapolis y, sin lugar a dudas,
en cualquier otra parte, la presencia de múltiples factores locales, incluyendo la
presión de las familias, la resistencia del profesorado y las políticas del Estado,
sólo por citar algunos, limitó gravemente la capacidad de los reformadores esco-
lares con orientación a la eficacia para alterar el currículum existente (25).

VI

En un ensayo de 1987 David Labaree señaló la preferencia de los historiadores


del currículum por el examen de las propuestas de lo que se debía enseñar o,
como él decía, el «currículum retórico». Expresa que tales estudios no han arroja-
do —al menos hasta ahora— explicaciones que puedan dar cuenta del desarrollo
del actual programa escolar. Lo que hace falta es que los investigadores, prosigue
él, dirijan estudios de casos de cambio curricular que aporten una serie de inter-
pretaciones más profundas y perfiladas que las que hoy existen (26).
El propio Labaree elaboró su interpretación de la evolución del currículum en
un estudio de la historia de la Central High School de Filadelfia desde su fundación,
en 1838, hasta 1939. La high school americana, dice Labaree, se ha visto atrapada
entre dos propósitos contradictorios desde sus comienzos, a mitad del siglo xix.
Por un lado, sus promotores habían previsto que esta institución cumpliera una
función pública o, como él dice, una función «política» al preparar a la juventud

(25) Franklin, B. M. Building Me American..., op. cit., pp. 138-165.


(26) Labaree, D. F. «Politics, Markets and ihr Compromised Curriculum» —revisión de H. M. Klie.
bard, The Struggle for the American Curriculum: 1893-1958, y B. M. Franklin, «Building the American Com.
munity: The School Curriculum and the Search for Social Control»—. Harvard Educalional Revino, 57,
1987, p. 493.

49
para los roles de ciudadanos adultos en una sociedad democrática. Por otro lado,
sin embargo, los promotores también habían procurado utilizar la high school para
cumplir una función privada o, como expresa Labaree, un rol «mercantil», ayu-
dando a los hijos de la clase media (su inicial y más poderosa clientela electoral) a
mejorar económicamente en una sociedad capitalista.
Al designar como «central» el curso inicial de estudio, observa Labaree, el
claustro parece estar intentando cumplir los compromisos contradictorios de la es-
cuela. Su decisión de ofrecer un currículum único, indiferenciado, que prepare a
los estudiantes para ser buenos ciudadanos y personas de moralidad, indica su de-
seo de utilizar la escuela para alcanzar fines «políticos». De igual manera, su deci-
sión de que el currículum común de la escuela sea final y no preparatorio y de
que ponga el acento en asignaturas tales como las ciencias y las lenguas extranje-
ras modernas indica el deseo del claustro de utilizar la escuela para cumplir pro-
pósitos «mercantiles».
Según Labaree, desde el final del siglo XIX en adelante los cambios de currícu-
lum de la Central implicaron una serie de oscilaciones entre los compromisos pú-
blicos y privados de la escuela. En 1889 la Central abandonó su currículum prácti-
co y único en favor de dos cursos: uno preparatorio para la educación superior y
otro terminal. Labaree interpreta esta modificación como una indicación del de-
seo del claustro de la Central de servir a su clientela (ostensiblemente de la clase
media) mediante el reconocimiento de la creciente importancia que el acceso a la
educación superior iba a tener para la promoción económica individual. No obs-
tante, queriendo dar respuesta a la conflictiva demanda del público, en general,
de una educación secundaria accesible, el claustro de la Central introdujo un curso
de estudio comercial en 1898, un programa de manualidades en 1912 y un
programa industrial-vocacional en 1919. A finales del segundo decenio del si-
glo xx, tal como Labaree lo ve, la Central parecía servir al mismo tiempo su meta
«política» de ser fácilmente accesible para estudiantes de diversos intereses y pro-
cedencias y asumir sus responsabilidades «mercantiles» con la clase media.
Pero sería tan sólo una solución temporal. Durante los diez años siguientes el
claustro de la Central iba a alterar este equilibrio entre los fines de la escuela, al
cambiar sus programas vocacionales por cursos técnicos que preparaban a los es-
tudiantes para superar los requisitos de ingreso en la educación superior. Hacia
1930, según Labaree, la Central High School se había convertido en una institución
cuyos diversos programas le daban la apariencia de ser accesible a todos los estu-
diantes, pero cuya devoción al propósito de preparar para la educación superior la
hacían parecer más orientada a las necesidades de los hijos de la clase media. Esta
complicada situación, concluye Labaree, ha sido nociva, por lo general, para la
high school central y norteamericana hasta el día de hoy (27).
Jeffrey Mire! y David Angus han desarrollado una interpretación del curso de
la reforma curricular del siglo XX, con un estudio de las modificaciones en los pro.

(27)Labaree, D. F. The Malting of an American High Schook The Credentials Market and the Central High
School of Philadelphia: 1838-1939. New Haven, Yale University Press, 1988,
pp. 134-172.

50
gramas de la high school de Detroit entre los años 1928 y 1940. Mirel y Angus so s.
tienen que los educadores de la época daban por sentado que el gran incremento
de las inscripciones en la high school durante la primera parte de este siglo se debía,
como resultado directo, a los esfuerzos por expandir y diversificar el currículum.
Durante la depresión de los años treinta, según Mirel y Angus, el colapso eco-
nómico forzó a los jóvenes a permanecer en la escuela, en vez de salir de la high
school para integrarse en el mercado laboral. En Detroit se duplicó el alumnado de
la high school de la ciudad. Sin embargo, no se hizo ningún esfuerzo por expandir el
currículum. Por el contrario, enfrentándose a la necesidad de reducir el presu-
puesto, incluido en el recorte general de gastos de la municipalidad, la Junta de
Educación redujo los salarios del profesorado y los servicios para los estudiantes y
paralizó las construcciones. Por su parte, lo que hizo la Administración fue modifi-
car el currículum de las high schools para acomodarlo a un cuerpo estudiantil más
amplio y diverso.
Desde los años veinte, Detroit venía ofreciendo cuatro cursos de estudio en sus
hzgh schools: preparatoriopara la enseñanza universitaria, técnico, comercial y gene-
ral. La Administración consideró que de estos cuatro programas el menos exigen-
te, desde el punto de vista académico, era el general y, por tanto, constituía el cu-
rrículum más adecuado para el tipo de estudiantes que el sistema parecía estar re-
teniendo. Lo que hizo la Administración fue modificar el programa general de ma-
nera que pudieran permanecer en la escuela más estudiantes y cumplir los requi-
sitos de graduación. Suprimieron el requisito de laboratorio, para la química, de la
high school, creando así un curso en ciencia descriptiva. Asimismo introdujeron ma-
terial, que parecía interesante (como una unidad en seguridad vial), en los cursos
de estudios sociales y crearon algunas optativas más nuevas y prácticas, incluyen-
do un curso de preparación personal. Ante todo, la Administración hizo el currícu-
lum más práctico con la esperanza de retener la más amplia y diversa clientela es.
tudiantil. No era un currículum ampliado la fuerza motriz del incremento de las
matrículas en el siglo xx. Lo que hacía aumentar la matriculación eran las trans-
formaciones en las posibilidades de empleo para los jóvenes, que, al mismo tiem-
po, hacían necesarios los ajustes en el currículum (28).
Uno de los temas predilectos de los investigadores que utilizaron estudios de
casos ha sido la tentativa de los reformadores escolares de principios del siglo xx
de diferenciar el currículum mediante el establecimiento de escuelas y clases espe-
ciales para niños con retraso mental o con bajo rendimiento. E. Anne Bennison,
en su estudio sobre la Escuela para Niños Especiales de Milwaukee, Wisconsin, e Irving
Hendrick y Donald MacMillan, en su examen de las clases no graduadas de la ciu-
dad de Nueva York, atribuyen esta reforma a una doble meta: el control social y el
humanitarismo. Según estos especialistas, el establecimiento de clases y escuelas
especiales permitiría sacar a los estudiantes con bajo rendimiento de las aulas,
donde su presencia dificultaba la labor del profesor con los niños de intelecto flor-

(28) Mirel, J. E. y Augus, D. L. «The Rising Tide of Custodialism: Enrrollment Increases and Curricu-
Iwn Reform in Detroit, 1928-1940». limes zn Education, 2, 1986, pp. 101.102.

51
mal, y proporcionaría un marco separado en el que unos profesores con especial
preparación pudieran trabajar eficazmente con esos niños difíciles de enseñar. De
estas dos metas, los reformadores escolares de principios de siglo siempre se ocu-
paron más —según los investigadores mencionados— en controlar la supuesta in-
fluencia trastornadora de los niños con bajos rendimientos en el aula regular que
en respaldar el progreso educativo de los niños con problemas (29).
Joseph Tropea y Barry Franklin utilizan estudios de casos para demostrar
cómo el establecimiento de clases especiales capacitó a los administradores docen-
tes de principios de siglo para controlar a los estudiantes cuyos problemas de
aprendizaje y comportamiento se consideraban un obstáculo para la buena mar-
cha de las actividades en el aula. Tropea considera que el orden y la eficiencia en
el aula decimonónica articulaban la facultad de los administradores y profesores
para excluir fácilmente a los niños con malos resultados escolares. Tras el examen
de las escuelas de Baltimore, Maryland, entre 1890 y 1940, Tropea sostiene que la
aprobación de leyes que hacían obligatoria la asistencia impidió a las autoridades
escolares utilizar la exclusión como medio de controlar a los niños conflictivos. Al
autorizarse la segregación de estos niños, las clases especiales ofrecieron a los ad-
ministradores escolares de Baltimore una estrategia hueva y más conveniente
para evitar la desorganización. Franklin dice que el incremento de inscripciones
en Atlanta, Georgia, entre 1898 y 1923 introducía en las escuelas un mayor núme-
ro de niños con bajo rendimiento. El aparente fracaso de los profesores en acomo-
dar a estos estudiantes —prosigue Franklin— amenazaba la capacidad de los admi-
nistradores de la enseñanza de la ciudad para mantenerse fieles a su compromiso
con el ideal de accesibilidad de la escuela pública. No obstante, las clases especia-
les resolvieron el problema al permitir a las escuelas admitir a cualquier niño que
deseara ingresar y, luego, segregar a aquellos cuya presencia en el aula regular se
considerase perturbadora en alto grado (30).

VII

Lo que ha atraído a los historiadores del currículum hacia el estudio de casos


es su convicción de la eficacia de este método para informarnos sobre el des-
arrollo del programa escolar. En otras palabras, creen que podemos obtener un
panorama más detallado del impacto de la reforma escolar orientada a la efica-
cia, por ejemplo, mediante el examen de pasadas instancias del cambio curricu-
lar en Atlanta, Milwaukee o Filadelfia, que con la perspectiva que se podría ob-

(29) Bennison, E. A. «Creating Categories of Competence: The Education of Exceptional Children in 4

the Milwaukee Public Schools, 1908 . 1917», tesis doctoral, Madison, Universidad de Wisconsin, 1988, pp.
142-181; Hendrick, J. G. y MacMillan, D. L. «Selecting Children for Special Education in New York City:
William Maxwell, Elizabeth Farrell and the Development of Ung-raded Classes, 1900 . 1920», The Journal
of Sprcial Education, 22, 1989, pp. 359-417.
(30) Tropea, J. L. «Bureaucratic Order and Special Children: Urban Schools, 1890s-1940s», His-
tory of Education Quarterly, 27, 1987, pp. 29-53; Franklin, B. M. «Progressivism and Curriculum Diffe-
rentiation: Special Classes in the Atlanta Public Schools, 1893-1923», History of Education Quarteriy,
29, 1989, pp. 571-593.

52
tener estudiando los escritos de Franklin Bobbitt o W. W. Charters. Herbert Klie-
bard, sin embargo, ha hecho recientemente la advertencia de que puede ser in-
merecida la fe que tenemos en esta metodología de la investigación. Los estu-
dios de casos, observa, son especialmente útiles al permitirnos valorar el impac-
to que han tenido las propuestas del currículum en la práctica escolar. Y nos
pueden ofrecer datos para promover nuevas interpretaciones del cambio curri-
cular. Sin embargo, estos estudios no aportan, sin más, respuestas definitivas a
nuestros interrogantes. Por el contrario, Kliebard sostiene que una revisión de la
literatura contemporánea mostraría que los estudios de casos, al igual que otras
formas de investigación, plantean nuevas preguntas y crean nuevas controver-
sias entre los estudiosos (31).
Tras haber identificado este problema en la investigación del estudio de casos,
Kliebard centra su atención en el hallazgo de nuevas y, conceptualmente, más ri-
cas maneras de investigar la historia de las ideas del currículum. En un trabajo re-
ciente explora el impacto simbólico de las primitivas propuestas del siglo xix de in-
troducir la educación vocacional en el programa escolar. Kliebard sostiene que el
esfuerzo por imprimir un carácter vocacional al currículum jamás llevó a la prácti-
ca las promesas de preparar a los estudiantes para incorporarse a la fuerza laboral
y mejorar la competitividad de la economía norteamericana. El gran éxito de los
proponentes de la educación vocacional —según Kliebard— fue su capacidad para
manipular el lenguaje del «vocacionalismo» con el fin de crear ciertas creencias y
determinadas impresiones.
Como observa Kliebard, los administradores escolares orientados hacia la
eficacia promovieron la educación vocacional sobre la base de que esta innova-
ción iba a crear un programa escolar más atractivo que, a su vez, induciría a los
niños a permanecer en la escuela. En otras palabras, se trataba de una reforma
que corregiría uno de los problemas más graves de las escuelas públicas de prin-
cipios del siglo xx: una tasa creciente de abandonos, de desistimiento. Sin em-
bargo, al esgrimir este argumento, los administradores escolares hacían algo
más que ofrecer una base lógica para una determinada política educativa; esta-
ban creando una ideología que exaltaba su pericia técnica para resolver un pro-
blema acuciante de escolarización pública y, al hacerlo, estaban justificando la
posición alcanzada por su profesión en las escuelas. La promoción de la educa-
ción vocacional —argumenta Kliebard— revistió a estos educadores de la ornamen-
tación simbólica del profesionalismo incipiente.
La tentativa de imprimir un carácter vocacional al curriculum, según Kliebard,
ocurrió en el preciso momento en que, con las reformas de la industria, se esta-
ban reduciendo las cualificaciones exigidas a los trabajadores y, por consiguiente,
su necesidad de formación. Kliebard dice que para explicar esta aparente paradoja
puede ser útil considerar la educación vocacional como una forma de acción sim-
bólica. Las características del trabajo industrial de principios de este siglo (largas
jornadas, bajos salarios y condiciones de trabajo peligrosas) actuaron socavando la
ética laboral histórica de la nación. Resultaba virtualmente imposible trabajar día

(31) Kliebard, H. M. «Constructing a History...», op. cit., pp. 61-63.

53
tras día en la cadena de montaje y aceptar los dogmas de la ética laboral; especial-
mente, que el trabajo era siempre más digno que la indolencia o que los obreros
de la industria eran artesanos cualificados. Para Kliebard, la introducción de la
educación vocacional ofreció los símbolos requeridos para redefinir la ética del
trabajo de manera que se adecuase a esta realidad industrial. Proclamando que
harían el currículum más funcional, los promotores de la educación vocacional es-
taban diciendo que la escuela pública había suplantado el sistema de aprendizaje
como instrumento de creación de artesanos cualificados. Y al promocionar las vir-
tudes del trabajo de equipo y de la cooperación, los proponentes de la educación
vocacional estaban indicando que el trabajo en cadena representaba un avance
respecto a las viejas formas de trabajo artesanal (32).
Thomas Popkewitz es otro de los especialistas que ha procurado revitalizar el
estudio de la historia de las ideas del currículum. Popkewitz sostiene que el exa-
men del discurso educativo, incluyendo las propuestas para el cambio en el currí-
culum, nos puede dar información acerca de unos temas con mayor alcance,
como el poder social y la reglamentación. Aunando las perspectivas de una serie
de teóricos franceses de la sociología (incluyendo las de Emile Durkheim, Michel
Foucault, Pierre Bourdieu y los historiadores de la escuda analista), Popkewitz arti-
cula una aproximación a la investigación del lenguaje educativo como problema
de «epistemología social» (33). Es una aproximación —dice— que descubre la rela-
ción entre el discurso educativo y el poder.
El examen, por ejemplo, del discurso de los reformadores del currículum
centrados en la disciplina, en el decenio de 1960, nos dice muchas cosas sobre lo
que pensaban esos educadores respecto a la asignación y la distribución del po-
der en la sociedad norteamericana. Según Popkewitz, la tarea de reformar el cu-
rrículum, para estos educadores, consistía en incorporar a las materias escolares
las generalizaciones más recientes y los métodos de investigación de las discipli-
nas del saber tradicional tal como eran definidas por los especialistas académi-
cos. Para Popkewitz, esta confianza en el saber de los expertos tuvo dos conse-
cuencias importantes:
En primer lugar, se establecieron estas disciplinas como fuentes autorizadas del
saber acerca de la sociedad; la creencia firme de que el progreso social se define
por medio de una ciencia positiva organizada por la observación, la metodología ri-
gurosa y la valoración de la neutralidad se fue acentuando cada vez más en el currí-
culum. En segundo lugar, se llegó a considerar el profesionalismo como una cate-
goría epistemológica que hizo de la forma y el contenido particulares del conoci-
miento científico social una fuente autorizada para considerar la relación entre los
individuos y la sociedad (34).
Popkewitz cuestiona, a continuación, la conveniencia, en una sociedad demo-
crática, de conceder semejantes autoridad y objetividad a las contribuciones de los

(32) Kliebard, H. M. «Vocational Education as Symbolic Action: Connecting Schooling with the
Workplace». A merican Educational Research Journal, 27, 1990, pp. 9-26.
(33) Popkewitz, Th. S. A Political Sociology of Educational Reform: PowerIKnowledge in Teaching, Teacher
Education and Research Nueva York, Teachers College Press, 1991, vix, pp. 1-4.
(34)Ibid, p. 115.

54
expertos académicos. Según él, estudiando la historia de las ideas del currículum
como problemas de epistemología social se pueden identificar los intereses políti-
cos más amplios que, a lo largo del tiempo, han estado involucrados en los esfuer-
zos por desarrollar una reforma curricular (35).

VIII

Aunque los investigadores americanos han escrito sobre la historia de las asig-
naturas, tales estudios, corno antes señalé, no han constituido una de las preocupa-
ciones centrales de los historiadores del currículum (36). No obstante, hay indicios
de que la situación puede estar cambiando. En 1987 Thomas Popkewitz publicó
una recopilación de ensayos editados que examinaban la historia de varias asigna-
turas. En la introducción Popkewitz señala que el propósito de la obra es explicar
la historia de las asignaturas como «invenciones sociales de personas que luchan
en un mundo de intereses en competencia y contradicciones (37). Los que partici-
pan en la obra pretenden analizar los motivos y compromisos contradictorios que
han intervenido en el desarrollo de diversas asignaturas.
Dentro de este volumen, el ensayo de George Stanic se dedica a examinar la
respuesta de los docentes matemáticos a las transformaciones sociales que, se-
gún creían, iban asociadas a la transición de Norteamérica, en los comienzos del
siglo xx, hacia una sociedad urbana e industrial. Stanic sostiene que, para estos
educadores, tuvieron especial interés los cambios demográficos que estaba intro-
duciendo en las escuelas una población estudiantil más numerosa y diversa. Tal
como estos educadores finiseculares veían la situación, muchos de los niños, so-
bre todo los de la clase obrera y los de familias de inmigrantes, no estaban pre-
parados para el currículum matemático existente, que ponía el acento en el
adiestramiento mental y en la preparación para la universidad. Utilizando la no-
ción de Kliebard de grupos de interés curricular, Stanic prosigue descubriendo el
conflicto surgido entre los educadores en matemáticas cuando quisieron adaptar
el currículum a esta nueva categoría de alumnos. De un lado estaban los llama-
dos educadores humanistas, que veían en las matemáticas un vehículo para el
desarrollo intelectual y para perpetuar las tradiciones culturales de la civilización
occidental. En contraposición, había un grupo de profesores de matemáticas
cuya ideología combinaba elementos de las tradiciones de la eficacia social y del
evolucionismo. Pensaban que el contenido del currículum matemático existente
debía transformarse de manera que resultase interesante y atractivo para unos
niños con un amplio espectro de capacidades y aspiraciones y los preparara así,
para el trabajo adulto y el rol de ciudadanos. Stanic pasó revista a este conflicto
de la educación en matemáticas desde sus comienzos, en torno a 1900, hasta

(35) Ibd, pp. 83-133.


(36) Kliebard, H. M. y Franklin, B. M. «The Course of the Course...», op. cit., pp. 143-146.
(37) Popkewitz, Th. S. «The Formation of School Subjects and the Political Context of Schooling», en
Th. S. Popkewitz The Formation of School Subjecti The Struggle for Creating an American Institution, Londres,
The Falmer Press, 1988, p. 2.

55
1940. Durante este período ninguno de los grupos obtuvo un control absoluto
sobre el currículum. De manera muy semejante a lo que sucedió con el currícu-
lum en general, se llegó a un compromiso incompleto que reflejaba elementos
de todas esas tradiciones. Según Stanic, fue un compromiso que siguió influyen-
do en el currículum matemático de la escuela pública (38).
Kerry Freedman, en su contribución al volumen de Popkewitz, señala que el
avance de la educación en artes de las escuelas públicas norteamericanas tam-
bién se vio impulsado por las motivaciones conflictivas de sus promotores. Los
primeros programas de arte en la escuela pública consistieron en cursos de dibu-
jo industrial, establecidos durante las tres últimas décadas del siglo xlx a instan-
cias de los industriales de Nueva Inglaterra. Pensaban que la introducción del di-
bujo en el currículum daría a los trabajadores norteamericanos una capacitación
para el diseño, que era entonces la razón de la preeminencia de la mano de
obra industrial de Inglaterra y Europa. Estableciendo esos cursos, los fabricantes
americanos podrían superar la ventaja competitiva de la que gozaban entonces
sus competidores europeos.
Al comenzar el siglo xx, esta base lógica para la presencia de la educación ar-
tística en el currículum empezó a dejar el paso a otros compromisos muy distin-
tos. Los reformadores de la clase superior y de la clase media, que defendían el
movimiento llamado «progresivo», según Freedman, veían que la educación artísti-
ca convenía a sus propios intereses e igualmente a un interés público más general.
Los cursos de arte proporcionarían a los niños de la clase alta y de la clase media
el tipo de enriquecimiento cultural que consolidaría su posición en la sociedad
norteamericana. Y estos cursos enseriarían a los hijos de la clase trabajadora cómo
utilizar el tiempo libre, cada vez más considerable, que la industrialización les ha-
bía facilitado; así quedaría mitigada gran parte de la insatisfacción provocada por
el sistema fabril. Freedman pasa, luego, a describir cómo, durante el medio siglo
siguiente, los intereses de esos patrocinadores de la educación artística siguieron
desplazándose, primero, hacia un compromiso de utilizar el arte como instrumen-
to de la educación moral y, más recientemente, como instrumento para promover
la autoexpresión. Freedman sostiene que las cambiantes bases lógicas ofrecidas
por los promotores de la educación artística eran reflejo de unas transformacio-
nes, culturales y políticas, más profundas de la sociedad norteamericana (39). En su
trabajo actual Freedman continúa explorando las vinculaciones entre la evolución
del currículum artístico y unas transformaciones sociales de mayor alcance, consi-
derando especialmente el impacto de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra
Fría en la educación artística (40).

(38) Stanic, G. M. A. «Mathematics Education in the United States at the Beginning of the Twentieth
Century», en ibid, pp. 145-175.
(39) Freedman, K. «Art Education as Social Production: Culture, Society and Politics in the Forma-
non of Curriculum», en ibid, pp. 63-84.
(40) Freedman, K. «Art Education and Changing Political Agendas: An Analysis of Curriculum Con-
cerns of the 1940s and 1950s», Studies in Art Education, 29, 1987, pp. 17-29; Freedman, K. «The Philanth-
ropic Vision: The Owatonna Art Education Project as an Example of «Private» Interests in Public Schoo-
ling», Studies in Art Education, 31, 1989, pp. 15-26.

56
IX

Según parece, los historiadores norteamericanos del currículum nunca han te-
nido mucho que decir sobre los profesores y la enseñanza. En los textos de Klie-
bard, Seguel y Tanner se hace una breve mención de la implicación de los profe-
sores en una serie de proyectos reformistas del curriculum en el siglo xx (41 ). En
su disertación sobre la reforma curricular en Minneapolis, Franklin destaca cómo
quedó condenada al fracaso esta reforma orientada a la eficacia por la oposición
de los profesores a la integración curricular (42). Sin embargo, los historiadores del
currículum no han hecho examen alguno de la relación entre el desarrollo de la
enseñanza como profesión del currículum.

En estos últimos arios los historiadores de la educación han mostrado un inte-


rés creciente por la historia de la docencia. No obstante, han tenido tan poco que
decir sobre el currículum como los historiadores del currículum sobre la docen-
cia (43). Así, pues, si existe un tema que requiera la atención de los historiadores
del currículum, éste es el de la vinculación entre la historia del currículum y la his-
toria de la enseñanza y de la educación del enseñante.
Es difícil predecir cómo definirán los historiadores norteamericanos del
currículum su agenda de investigación en arios futuros. De todo lo expuesto en
este trabajo se desprendería que tal programa de investigación incluiría, como
mínimo, estudios históricos de casos de instancias de modificación curricular,
la revitalización del estudio de nuestra historia de las ideas sobre el currícu-
lum, investigaciones de la historia de las asignaturas y el estudio sobre las rela-
ciones a lo largo del tiempo entre la historia de la enseñanza y el desarrollo
del currículum. Queda por ver, no obstante, si los historiadores norteamerica-
nos del currículum abordarán todos estos temas o sólo alguno al proseguir con
sus futuras investigaciones.

(41) Kliebard, H. M. The Struggle for the American op. cit., pp. 212-213; Seguel, M. L. op. cit., pp. 98-107;
Tanner, D. y L., op. cit., pp. 303•307.
(42) Franklin, B. M. Building thz American..., o. cit., pp. 150-152, 161-162.
(43) Véase, por ejemplo, Larry Cuban, How Teachers Taught: Constancy and Change in American
Classrooms, 1890-1940 (Nueva York, Longmans, 1984); Jürgen Herbst, And Sadly Teach: Teacher Edu-
cation and Professionalization in American Culture (Madison, University of Wisconsin Press, 1989); Do.
nald Warren (Ed.), American Teachers: Histories of a Profession at Work (Nueva York, MacMillan Publis-
hing Company, 1989).

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