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Evolución Histórica Del Concepto de Literatura

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I.E.S.

COLONIA ELISA
PROFESORADO EN LENGUA Y LITERATURA
3°AÑO TEORIA LITERARIA
PROFESORA AQUINO HEIDI
I.E.S. COLONIA ELISA
PROFESORADO EN LENGUA Y LITERATURA
3°AÑO TEORIA LITERARIA
PROFESORA AQUINO HEIDI

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL


CONCEPTO DE LITERATURA
A pesar de los múltiples esfuerzos de la teoría literaria, aún hoy nos
es difícil determinar qué es aquello que llamamos «literatura». Con
el fin de ayudar a desentrañar su significado, en este artículo
revisaremos someramente la evolución histórica del término.

DESARROLLO LÉXICO Y SEMÁNTICO DE LA PALABRA


LITERATURA

El término literatura es un derivado erudito de su par latino


litteratura, y éste, a su vez, una conversión de la voz griega
grammatiké. Ambas palabras contienen respectivamente la voz
latina litterae y la griega gramma, voces que, en tanto términos,
pueden traducirse al español con el vocablo letra. Este hecho da
cuenta, como veremos enseguida, de la íntima relación que se
estableció desde un primer momento entre el concepto de literatura
y el de escritura, pero también de cómo semejante correspondencia
problematizará cualquier futuro intento de diferenciación.

Fijémonos que, para los latinos, el sentido del término literatura —y


en esto también podemos advertir su filiación etimológica—
apuntaba a un dominio del saber, el relacionado con la lectura
(Seneca) o la escritura (Cicerón); pero también a otros significados
diversos, tales como ‘gramática’, ‘alfabeto’ (Tácito); ‘ciencia’,
‘erudición’ (Tertuliano). Estas acepciones, en mayor o menor
medida, se mantuvieron vigentes hasta el siglo XVII. No obstante,
será recién en la segunda mitad del siglo XVIII cuando la palabra
experimentará un profundo cambio en el plano semántico.

En 1759, Lessing define la literatura no ya como un saber


determinado, sino como el conjunto de obras resultantes de las
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inquietudes estéticas de la humanidad. Siguiendo la huella de este


señalamiento, hacia 1775, la palabra literatura pasó a designar el
conjunto de las obras literarias de un país. Pronto, la palabra
comenzó a nombrar al fenómeno literario en términos generales, sin
limitarlo ya a un ámbito nacional. Este camino terminará por
consolidar la idea de literatura como creación estética. En De la
literatura considerada en sus relaciones con las instituciones
sociales, de madame de Staël, obra publicada en el año 1800, la
palabra literatura aparece empleada, precisamente, en esta última
acepción.

Según Manuel Aguiar e Silva, dos circunstancias favorecieron este


vuelco semántico. En primer lugar, la palabra ciencia, como
corolario del intenso desarrollo alcanzado por la ciencia inductiva y
por la ciencia experimental, había adquirido un contorno significativo
muy especializado y, por tanto, dejaba ya de ser posible incluir, en
el campo de la literatura, los escritos rigurosamente científicos; en
segundo lugar, la creciente valorización de géneros y especies
literarios en prosa —desde la novela hasta el periodismo— había
comenzado a reclamar una palabra, un nombre, capaz de incluir a
todas las manifestaciones del arte de la escritura.De esta puja entre
rechazo y exigencia surgiría el nuevo campo semántico del término
literatura, que, más allá de sus variantes e incorporaciones,
continuaría en los siglos XIX y XX.

TENTATIVAS INSUFICIENTES DE DEFINICIÓN

Si intentáramos dar una definición de la literatura a través de la


etimología del vocablo, es decir, basándonos en su vinculación con
la palabra latina litterae, podríamos llegar a una afirmación tan
imprecisa como ésta: «Literatura es todo aquello que está escrito en
letra impresa o de molde». En efecto, una definición de estas
características resultará siempre insuficiente, tanto por exceso
como por defecto. El concepto de literatura gana aquí extensión,
pero pierde especificidad, pues incluye objetos que luego habrá que
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marginar del ámbito literario, a la vez que excluye otros


probablemente imprescindibles.

Ateniéndonos a esta definición, un tratado de astronomía, una


crónica periodística, el , de René Descartes, y , de William
Shakespeare, serían igualmente obras literarias. Nuestra
experiencia nos muestra, sin embargo, que sólo el último de estos
ejemplos lo es, más allá de que los cuatro cumplan con la exigencia
de la letra impresa.

Resulta innegable, por consiguiente, que esta particular


caracterización de la literatura presenta una amplitud que excede
los más elementales límites teóricos.

Pero esta definición tiene otra falla. Al considerar determinante la


exigencia de la letra impresa, una inmensa cantidad de objetos, que
con justicia podemos tener por literarios, quedarían fuera del mundo
de la palabra escrita. Basta pensar en obras que tuvieron una
primera forma de vida oral (y en otras que aún hoy la tienen) para
entender que limitar la literatura a una sola de sus posibles formas
de manifestación sería mutilarla gravemente. La definición
etimológica, en este caso, peca por defecto.

Si lo que pretendemos es lograr una caracterización más sólida, tal


vez convenga pensar la literatura como el resultado de una
actividad particularmente estética. Desde esta perspectiva,
podemos proponer una nueva definición: «La literatura es una
creación de belleza que se realiza por medio del lenguaje».

Frente a la definición etimológica, esta otra aporta dos rasgos


nuevos: en primer lugar, pone su acento en la belleza del objeto; en
segundo lugar, prescinde de su forma de manifestación.
Naturalmente, esta caracterización, al marginar la etimología del
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término, no crea ninguna incompatibilidad entre el hecho literario y


su manifestación oral. Es indudable que, cuando hablamos de
literatura oral, eximimos al vocablo literatura de esa suerte de
subordinación a la letra que le viene dada por su origen.

Sin embargo, conviene advertir que una caracterización de la


literatura como creación de belleza por medio del lenguaje puede
resultar asimismo excesiva, pues apela a un concepto un tanto
nebuloso, el de belleza. Pero aun prescindiendo de este
«inconveniente», la definición propuesta se ve también
obstaculizada por la existencia de prestigiosas obras literarias que
no tuvieron intención de plasmar belleza alguna (al menos, no en el
sentido que se le da en este caso al término).

HACIA UN CONCEPTO ESPECÍFICO DE LA LITERATURA

Fidelino de Figueiredo,Las limitaciones semánticas hasta aquí


esbozadas plantean la histórica incompatibilidad entre un concepto
amplio de literatura, vinculado a toda actividad cultural, y otro más
reducido vinculado a la actividad eminentemente estética. Estas dos
vertientes empiezan a unirse en una muy interesante definición de
Antônio Soares Amora: «Literatura es expresión por la palabra,
hablada o escrita, de cultura espiritual»

. En este postulado pueden advertirse claras referencias al


instrumento expresivo (la palabra), a su doble posibilidad de
manifestación (palabra hablada o palabra escrita) y al contenido
temático (cultura espiritual). No obstante, todavía falta algo.

Veamos ahora la caracterización que propone Fidelino de


Figueiredo:

«Literatura es creación, por medio de la palabra sugestiva, de una


suprarrealidad (o realidad aparencial), construida con los datos
profundos y singulares provenientes de la intuición y de las
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vivencias del creador, elaborados por medio de una técnica,


exteriorizados con fuerza expresiva»

La riqueza y diversidad de los conceptos vertidos en esta definición


nos obligan a desmontarla en procura de una comprensión más
cabal:

Literatura es creación…: El objeto literario no es un objeto natural,


sino un producto de la actividad del hombre, razón por la cual
integra el ámbito de los objetos culturales y, dentro de éstos, de los
objetos artísticos.

… por medio de la palabra sugestiva…: La palabra es el


instrumento expresivo de la literatura. No basta con decir que la
palabra es el medio del que se vale el creador; el adjetivo con que
Figueiredo califica a la palabra-instrumento alude al especial poder
connotativo que ésta asume en el lenguaje literario. De algún modo,
las palabras que alimentan la comunicación cotidiana son las
mismas que fundan el universo literario, pero aquí su poder de
irradiación es mucho mayor.

… de la suprarrealidad (o realidad aparencial)…: La obra literaria


puede hundir sus raíces en la realidad, pero el mundo que ella erige
es ficticio, es supraterrenal, un mundo que nos depara una realidad
sólo aparente, ilusoria, hecha simplemente de palabras.

… construida con los datos profundos y singulares


provenientes de la intuición y de las vivencias del creador…:
Por muy heterogénea que sea su procedencia, todos los materiales
que sustentan la creación de la ya mencionada suprarrealidad (la
realidad objetiva, la propia intimidad, el saber, la literatura misma,
etc.), deben ineludiblemente convertirse primero en materia
psíquica del escritor.

… elaborados por medio de una técnica…: Hablar de elaboración


supone hacer referencia al aspecto artesanal de la creación,
adquirida a través del esfuerzo y la disciplina. Para procesar
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cualquiera de los datos mencionados se requiere una técnica, una


destreza, un arte (en el sentido griego de tejné). Todas las personas
tienen intuiciones y vivencias de intensidad y variedad diversas,
pero no todas son escritores; para serlo, hay que saber convertir
esas intuiciones y vivencias en materia literaria, y ello exige,
naturalmente, una habilidad especial, sin la cual no hay
construcción posible.

… exteriorizados con fuerza expresiva: A esa aptitud especial


que se requiere para operar con los datos provenientes de la
realidad, hay que sumarle otra igualmente inevitable: la de plasmar
en palabras la construcción elaborada a partir de los datos. Sin su
exteriorización a través de la palabra, no hay obra literaria más que
en potencia. La obra literaria sólo puedo darse en el ámbito de las
palabras, por tanto, éstas han de asumir en el acto creativo todo su
poder de expresión.

Por su multiplicidad de perspectivas, la caracterización de la


literatura propuesta por Fidelino de Figueiredo constituye una
tentativa de conceptualización bastante satisfactoria,
conceptualización que, por cierto, no abandona en absoluto la
búsqueda de especificidad. Con respecto a esto, vale la pena
resaltar dos rasgos que el crítico portugués introduce en su
postulado: el carácter irreal del objeto y la importancia concedida al
lenguaje. Estos elementos se convertirán en los fundamentos más
importantes de la teoría literaria moderna.

RENE WELLEKRENE WELLEK

La influencia de Figueiredo puede comprobarse en la obra de René


Wellek y Austin Warren, de quienes quisiera compartir algunas
líneas:
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El núcleo central del arte literario ha de buscarse, evidentemente,


en los géneros tradicionales de la lírica, la épica y el drama, en
todos los cuales se remite a un mundo de fantasía, de ficción. Las
manifestaciones hechas en una novela, en una poesía o en un
drama no son literalmente ciertas; no son proposiciones lógicas.
Existe una diferencia medular y que reviste importancia entre una
manifestación hecha incluso en una novela histórica o en una
novela de Balzac, que parece dar «información» sobre sucesos
reales, y la misma información si aparece en un libro de historia o
de sociología. Hasta en la lírica subjetiva, el «yo» del poeta es un yo
ficticio, dramático. Un personaje de novela es distinto de una figura
histórica o de una persona en la vida real. Sólo está hecho de las
frases que lo retratan o que el autor pone en su boca. No tiene
pasado ni futuro, y a veces carece de continuidad de vida

Es evidente que ese «mundo de fantasía, de ficción», al que remite


la obra literaria, es, de algún modo, la «suprarrealidad (o realidad
aparencial)» de la que habla Figueiredo. Wellek y Warren coinciden
también con Figueiredo en la valoración del lenguaje como
instrumento de expresión de la obra literaria y como componente
decisivo para una justa demarcación del concepto de literatura:
Figueiredo habla de la «palabra sugestiva» y de una exteriorización
«con fuerza expresiva»; Wellek y Warren, de establecer distinciones
entre el uso científico, el uso literario y el uso cotidiano de la lengua.
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