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Historia de La Cerveza

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HISTORIA DE LA CERVEZA

Desde hace 11 mil años, la cerveza viene acompañándonos en la construcción de una


sociedad más amable, generando compañerismo, alegría, salud y gastronomía.

Hay autores que ubican los orígenes de la cerveza luego del comienzo de la
agricultura, en el año 11.000 a. C. No en vano, era conocida como “pan líquido”, su
fabricación se consideraba exclusiva de las mujeres; mientras el hombre cazaba y
hacía la guerra, las mujeres se dedicaban al delicado oficio de la cocina donde las
primeras cervezas vieron la luz.

Según el historiador belga Marcel Gocar, “hubo una época en que la cerveza se
consumía en los templos, preparada y servida por las sacerdotisas”. Testimonio de lo
anterior se dio en el Imperio Inca en donde las vírgenes del sol (Inti) eran las
encargadas de preparar la cerveza de maíz del Inca, generando la fermentación del
grano con su propia saliva. Asimismo, los héroes escandinavos muertos acceden al
“Walhalla” (cielo) tras beber cerveza del caldero de las “Valkirias”.

Su cuna más plausible se ubica en Sumer y Mesopotamia, tablillas de arcilla con la


famosa escritura cuneiforme, que datan aproximadamente del 4.000 a. C., testifican,
desde entonces, que se fabricaba el Sikaru a partir del pan de cebada fermentado. El
rey Hammourabi en su célebre código estableció las primeras leyes sobre la cerveza:
“Los taberneros que engañen con el precio o con la calidad de la cerveza, morirán
ahogados”. Para esta época los babilonios elaboraban 20 estilos de cerveza diferentes.
Robert Graves, en su obra sobre los mitos griegos, nos habla de un Dios conocido
como “Dioniso Sabacio”, considerado como la deidad que introduce las bebidas de
grano fermentado en el Peloponeso.

En el siglo II a. C., el emperador de China producía cerveza a partir del mijo y arroz; en
Japón, por aquella época, sólo se fabricaba cerveza obtenida de arroz, llamada hasta
nuestros días: Sake.

Pasando a Egipto, el historiador más conocido de la antigüedad: Herodoto -siglo V a.


C.- dice en el libro II de sus nueve libros de historia: “El vino que beben de ordinario es
una especie de vino hecho de cebada, pues ellos no tienen viñas en su país”. También
nos cuenta el mismo historiador que las mujeres elegantes de Egipto utilizaban la
espuma de la cerveza para ungirse y así conservar el frescor natural de la piel.
Los egipcios atribuyeron a la cerveza un origen divino, habría sido un regalo de Osiris,
hijo del cielo y de la tierra, primer rey de las orillas del Nilo: “Señor de la cerveza en la
inundación y señor del jolgorio en la festividad” reza una inscripción de los antiguos
templos. El famoso imperio fue el epicentro de las bebidas procedente de cereales
fermentados, esto se puede constatar por el análisis de restos cerveceros encontrados
en el interior de las tumbas faraónicas.

Los celtas y los germanos, hacia el 300 a. C. bebían fermentados de cebada. La


cerveza era la bebida sagrada de estas tribus porque salía de la espuma del Dios Lug.
Los celtas conmemoraban un gran rito religioso el primer día de noviembre, la fiesta del
“Samahaim”, o fiesta de los muertos -que pasó al calendario cristiano-. El que no bebía
cerveza corría el riesgo de caer en la locura. Tomar cerveza era la manera más
sensata de integrarse en el grupo y la posibilidad de mantenerse cuerdo en sociedad.

En el siglo V d. C. la cerveza, al igual que el vino, comenzó a ser producida por los
monasterios europeos. Órdenes como la benedictina fueron abanderadas en la
fabricación de cervezas, proceso que algunas abadías de Holanda y Bélgica mantienen
hasta nuestros días (cerveza Trapense). Los monjes preparaban tres cervezas
diferentes: la mejor, llamada “prima melior”, a base de cebada, reservada para los
huéspedes distinguidos y autoridades de alto rango; la segunda, llamada “cervisia”
hecha con avena, se reservaba para el consumo interno de los frailes y, finalmente la
tercera, conocida como la “tertia”, se entregaba a los peregrinos y gente del común.

Entre el siglo XI y XIII aparecen las primeras fábricas de cerveza artesanal en las
ciudades europeas, mientras que la fabricación casera sigue en manos de las mujeres.
En Estrasburgo, documentos de 1.259, hablan de un personaje conocido como Arnoldo
el cervecero, quien ejercía un oficio respetable y lucrativo, y en el año 1267 se inauguró
la “calle de la cerveza” en la misma ciudad. La cerveza se convirtió en un negocio
rentable e impulsó todo tipo de prácticas para su producción, que incluían la utilización
de productos “non santos” para su elaboración, lo que generó una alerta en los
fabricantes y una reacción importante de la comunidad para la conservación de su
calidad.

Un reglamento que data del año 1.550, en la ciudad de Artois, prohibía la utilización de
cal y jabón en la fabricación de la cerveza. No obstante, la norma más conocida en este
aspecto la dictó Guillermo IV, el príncipe elector de Baviera, quien aprobó la famosa ley
de la pureza o “Reinheitsgebot”, la cual restringía a los fabricantes de cerveza a utilizar
solo agua, cebada y lúpulo, reglamento que ha preservado la pureza del precioso
líquido hasta la fecha.

A comienzos del siglo XIX la manera de hacer cerveza no difería mucho de los tiempos
medievales, tuvieron que llegar los descubrimientos científicos y los avances
tecnológicos para que el rumbo de la cerveza cambiara drásticamente. Mientras que la
cerveza tradicional conocida como de alta fermentación se fabricaba a temperaturas de
entre 15 y 20 °C, los checos de la ciudad de Pilsen inventaron en 1.842 una cerveza de
baja fermentación elaborada entre 7 y 12 °C, especialmente dorada y limpia. Esta
cerveza comenzó a ser llamada pilsner o lager y con el paso del tiempo se convirtió en
la favorita del público por su carácter refrescante, color, brillo y espuma, hasta llegar a
ser la referencia mundial para la cerveza en los siglos XX y XXI.

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