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Adoración Familiar - J. H. Merle D Aubigné

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La adoración familiar

J. H. Merle D’Aubigné
Contenido
Introducción
1. La historia
2. Los motivos
3. Las directrices
4. La conclusión
Recursos de Chapel Library
© Copyright 2003 Chapel Library. Impreso en los EE.UU. Se otorga permiso expreso para reproducir
este material por cualquier medio, siempre que
1) no se cobre más que un monto nominal por el costo de la duplicación
2) se incluya esta nota de copyright y todo el texto que aparece en esta página.

A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas fueron tomadas de la Santa Biblia, Reina-
Valera 1960.

Publicado originalmente en inglés bajo el título Family Worship. En los Estados Unidos y en Canadá
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La adoración familiar
Motivaciones y directrices para la piedad familiar
“Pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” —Josué 24:15

Introducción
“Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya”
(Nm. 23:10). Hemos dicho, mis hermanos, en ocasiones anteriores, que si
hemos de morir la muerte de los rectos, debemos vivir su vida. Es verdad
que hay casos en los cuales el Señor muestra Su misericordia y Su gloria a
hombres que están en el lecho de muerte, y les dice, como al ladrón en la
cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). El Señor todavía da
a la Iglesia ejemplos similares de tiempo en tiempo, con el propósito de
manifestar Su poder soberano, por el cual, cuando a Él le agrada hacerlo
así, puede quebrantar los corazones más duros y convertir las almas más
apartadas o enajenadas, para mostrar que todo depende de Su gracia y que
Él tiene misericordia de quien quiere tener misericordia (Éx. 33:19). Sin
embargo, estas son raras excepciones en las cuales tu no puedes confiar
absolutamente; y si tu deseas morir la muerte del cristiano, debes vivir la
vida del cristiano. Tu corazón debe estar verdaderamente convertido al
Señor, verdaderamente preparado para el reino, y confiado solo en la
misericordia de Cristo, deseoso de ir a morar con Él.
Ahora, mis hermanos, hay varios medios a través de los cuales ustedes
pueden prepararse, en vida, para poder tener en un día futuro un final
bendito. Es en uno de los más eficaces de estos medios en el cual queremos
detenernos y examinar hoy. Este medio es “la adoración familiar”; esto es,
la edificación diaria que los miembros de una familia cristiana pueden
disfrutar mutuamente. “Pero yo y mi casa”, dijo Josué a Israel, “serviremos
a Jehová” (Jos. 24:15). Deseamos, hermanos, darles las motivaciones que
nos inducirán a tomar esta resolución de Josué, y las directrices necesarias
para llevarla a cabo.
1. La historia
La adoración familiar es la más antigua así como la más santa de las
instituciones. No es una innovación en contra de la cual las personas
fácilmente se predisponen; empezó con el mundo mismo.
Primero: desde el principio
Es evidente que la primera adoración que el primer hombre y sus hijos
ofrecieron a Dios, no pudo ser otra cosa que adoración familiar, ya que ellos
constituían la única familia que entonces existía sobre la faz de la tierra.
“Entonces”, dice la Escritura, “los hombres comenzaron a invocar el
nombre de Jehová” (Gn. 4:26). La adoración familiar debe haber sido por
largo tiempo la única adoración ofrecida a Dios en común; porque como la
tierra todavía no había sido poblada, la cabeza de cada familia se fue a vivir
separadamente; y, como un sumo sacerdote delante de Dios en el lugar que
le fue asignado, él ofrecía delante del Señor de toda la tierra, la honra
debida a Él, junto con su esposa, sus hijos, sus siervos y sus siervas. Fue
gradualmente, cuando el número de hombres se multiplicó grandemente,
que varias familias comenzaron a asentarse cerca una de otra; entonces
surgió la idea de adorar a Dios en común, y comenzó la adoración pública.
Pero la adoración familiar había llegado a ser muy apreciada por las
familias de los hijos de Dios para abandonarla; y si ellos comenzaron a
adorar a Dios con personas que no pertenecían a sus familias, ¡cuánto más
era su deber adorarle con sus propias familias!
Segundo: los patriarcas
Así que, si dejando la cuna de la raza humana nos adentramos en las
tiendas de los patriarcas, nos encontramos nuevamente con esta adoración
familiar. Vamos con los ángeles a las llanuras de Mamre, cuando Abraham
estaba sentado en la puerta de su tienda en el calor del día; entremos con él
y encontraremos que el patriarca, con todos los miembros de su casa,
adoraban juntos al Señor. “Porque yo sé”, dice el Señor acerca del padre de
la fe, “que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el
camino de Jehová, haciendo justicia y juicio” (Gn. 18:19).
La adoración pública fue instituida por Moisés; él dio numerosas
ordenanzas; un magnífico templo había de ser erigido. ¿Sería la adoración
familiar abolida? No, al lado de ese templo con toda su magnificencia, la
más humilde casa de un creyente, debe contener la Palabra de Dios. “Y
estas palabras que yo te mando hoy”, dijo el Señor por medio de Moisés,
“estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas
estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te
levantes” (Dt. 6:6-7).
Josué, en nuestro texto, declara al pueblo que ellos podían adorar ídolos
si así lo escogían, pero que él no se uniría a ellos en sus festividades
profanas; y que en su morada, él y su casa servirían solo al Señor (Jos.
24:15). Job “se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al
número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos”
(Job 1:5). David, cuya vida fue una continua adoración a Dios, y para quien
pasar un día en los atrios del Señor era mejor que mil en las moradas de
maldad (Sal. 84:10), no descuidó el altar familiar, porque exclamó: Lo que
nuestros padres nos dijeron no lo encubriremos a nuestros hijos (Sal. 44:1,
78:3-4).
Tercero: la era del Nuevo Testamento
Si pasamos a los tiempos en los cuales apareció nuestro Salvador
encontraremos instrucción doméstica practicada en las familias piadosas de
Israel. Así el apóstol Pablo podía decirle a Timoteo: “Y que desde la niñez
has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la
salvación” (2 Ti. 3:15). “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en
ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy
seguro que en ti también” (2 Ti. 1:5). Jesús, durante Su ministerio, sentó las
bases para la adoración familiar entre los cristianos cuando dijo: “Porque
donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos” (Mt. 18:20). El apóstol Pablo lo recomendó cuando dijo: “Hablando
entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y
alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al
Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 5:19-6:4).
Sí, mis hermanos; si penetramos en la humilde morada de estos
cristianos primitivos, después de visitar las tiendas de los patriarcas,
podemos todavía encontrar la misma adoración familiar ofrecida al Señor.
Oiremos a lo lejos aquellos himnos, que quizás delaten la presencia de los
discípulos del Crucificado a sus perseguidores, y causen su destrucción,
pero que gozosamente suben hasta el trono de su Salvador, porque es mejor
temerle a Él que temerle a los hombres; los veremos reunidos alrededor del
Libro Sagrado, el cual después esconden con cuidado, para preservarlo de
las manos de aquellos que de buena gana lo destruirían.
Cuarto: la iglesia primitiva
Clemente de Alejandría, un ilustre doctor de la iglesia cerca del
comienzo del tercer siglo, aconsejó a los maridos cristianos y a sus esposas
el hacer una práctica diaria de orar y leer la Biblia juntos en la mañana, y
añadió: “La madre es la gloria de los hijos, y la esposa es la gloria de su
marido; todos son la gloria de la esposa; y Dios es la gloria de todos ellos”.
Tertuliano, poco antes, dio una admirable descripción de la vida doméstica
de una pareja cristiana: “Qué unión es esta que existe entre dos creyentes,
que tienen en común la misma esperanza, el mismo deseo, la misma manera
de vivir, el mismo servicio al Señor; como hermano y hermana unidos los
dos en espíritu y carne, se arrodillan juntos, oran y ayunan juntos; ellos se
enseñan, exhortan y sustentan ambos con ternura; van juntos a la casa de
Dios, a la mesa del Señor; comparten sus vicisitudes, persecuciones y
placeres; no ocultan nada el uno del otro; no se rechazan o evitan uno al
otro; visitan al enfermo y ayudan al necesitado; el cantar salmos e himnos
es oído entre ellos; compiten uno con el otro en cantar con el corazón a su
Dios. Cristo se complace de ver y oír estas cosas; Él envía Su paz sobre
ellos. Donde dos o tres se juntan de esta manera Él está con ellos; y donde
Él está, el maligno no puede venir”.
Quinto: la Reforma
Si dejamos la humilde morada de los cristianos primitivos, encontramos
que la práctica de la adoración familiar se hace menos frecuente; ¡pero cuán
gloriosamente reaparece en la época de la Reforma! ¡Cuán grande
influencia ejerció entonces sobre el credo, las costumbres, y el desarrollo
intelectual de todas las naciones que retornaron al cristianismo primitivo!
No hace mucho que esto se podía encontrar en todas las familias
evangélicas. Si nuestros padres fueron privados de su luz, nuestros
antecesores la conocían. Esta floreció especialmente en las provincias
evangélicas de este reino, y confiamos que muchos remanentes preciosos
pueden todavía encontrarse aquí.
Mis hermanos, tal ha sido, en todos los tiempos, la vida de piedad. ¿Y
seremos nosotros cristianos, o no? ¿Inventaremos un nuevo modo de ejercer
la piedad que pueda armonizar con el mundo, o nos asiremos fuertemente a
aquello que Dios nos ha mandado que poseamos? ¿No diremos nosotros,
dando un vistazo a la adoración que pasó de las tiendas de los patriarcas a
las casas de los cristianos primitivos, y que finalmente quedó establecida en
las moradas de nuestros padres, “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová”?
(Jos. 24:15).
2. Los motivos
1. Para glorificar a Dios
¿Por qué debemos practicar la adoración familiar? En primer lugar, para
glorificar a Dios. Mis hermanos, si el amor de Dios está en vuestros
corazones, y si sienten que, habiendo sido comprados por precio, deben
glorificar a Dios en vuestros cuerpos y en vuestros espíritus, que son de Él,
¿dónde deben amar más y glorificarlo, sino en medio de vuestras familias y
en vuestras casas? Ustedes aman unirse a vuestros hermanos adorando a
Dios públicamente en la iglesia; ustedes aman derramar delante de Él
vuestras almas en privado. ¿Es solamente en presencia de ese ser con quien
Dios te ha unido de por vida, y delante de tus hijo, que tu no puedes pensar
en Dios? ¿Es entonces únicamente allí que no tienes bendiciones que
atribuirle? ¿Es únicamente allí que no tienes misericordias y protección que
implorar?
Tu puedes hablar de todo cuando estás con ellos, tu conversación es
acerca de mil asuntos diferentes, ¡pero tu lengua y tu corazón no pueden
encontrar cabida para una palabra acerca de Dios! ¡Ustedes no miran como
una familia a Aquel quien es el verdadero Padre de tu familia; no
conversarás con tu esposa y con tus hijos acerca de ese Ser que un día,
quizás, será el único esposo de tu esposa, el único Padre de tus hijos!
Es el Evangelio que ha formado la sociedad doméstica; ésta no existía
antes que este, no existe sin este; por tanto, debería ser el deber de esa
sociedad, el que llena de gratitud al Dios del Evangelio, esté peculiarmente
consagrada a este. Y sin embargo, mis hermanos, ¡cuántas parejas, cuántas
familias hay, nominalmente cristianas, y que aún tienen algún respeto por la
religión, en las que Dios jamás es mencionado! ¡Cuántos casos hay en los
cuales las almas inmortales que han sido unidas no se han preguntado jamás
quién las unió y cuál será su destino y vuestros objetivos futuros! ¡Cuán a
menudo sucede que, mientras se esfuerzan por ayudarse mutuamente en
todo lo demás, no les pasa por la mente ni tan solo por un instante el
ayudarse mutuamente para buscar la única cosa necesaria en la
conversación, en la lectura, en las oraciones, con referencia a vuestros
intereses eternos!
¡Esposos cristianos! ¿Es en la carne, y solo en el tiempo que ustedes
están unidos? ¿No es en el espíritu y por la eternidad también? ¿Son ustedes
seres que se han encontrado por accidente, a quienes otro accidente, la
muerte, va pronto a separar? ¿No desean ustedes estar unidos por Dios, en
Dios y para Dios? ¡La religión unirá vuestras almas con lazos inmortales!
Pero no descuiden esos lazos; háganlos, por el contrario, más estrechos
todos los días, adorando juntos bajo el techo doméstico. Los viajeros en un
barco conversan del sitio al cual se están dirigiendo; ¿Y no hablarán
ustedes, que son compañeros de viaje a un mundo eterno, de ese mundo, del
camino que lleva a él, de vuestros temores y vuestras esperanzas? “Porque
por ahí andan muchos,” dice el apóstol Pablo, “de los cuales os dije muchas
veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo,”
pero “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:18, 20).
2. Para proteger a tus hijos del pecado
Segundo: un motivo para la adoración familiar es proteger a sus hijos del
pecado. Pero si es vuestro deber estar comprometidos en lo referente a Dios
en vuestras casas para vuestro propio bien, ¿no deberían ustedes estar
igualmente comprometidos por el bien de aquellos que habitan en vuestras
casas, cuyas almas han sido encomendadas a vuestro cuidado, y
especialmente por vuestros hijo? Ustedes están grandemente preocupados
por su prosperidad, por su felicidad temporal, pero ¿no hace esta
preocupación que tu negligencia en cuanto a la prosperidad y felicidad
eterna de ellos sea aún más palpable? Tus hijo son árboles jóvenes que te
han sido confiados; tu casa es el vivero donde ellos han de crecer, y tu eres
el jardinero. Pero ¡Oh! ¿Plantarás esos tiernos y preciosos retoños en tierra
arenosa y estéril? Sin embargo, esto es lo que estás haciendo, si no hay nada
en tu hogar que los haga crecer en el conocimiento y en el amor de su Dios
y Salvador. ¿No estás preparando para ellos una tierra favorable de la cual
ellos puedan derivar savia y vida? ¿Qué será de tus hijo en medio de todas
las tentaciones que los rodearán y los arrastrarán al pecado? ¿Qué será de
ellos en estos tiempos problemáticos, en los cuales es tan necesario
fortalecer el alma del hombre joven con el temor de Dios y de esa manera
dar a esa frágil barca el lastre que necesita para lanzarse al vasto océano?
¡Padres! si vuestros hijos no encuentran un espíritu de piedad en vuestros
hogares, si, por el contrario, vuestro orgullo consiste en rodearlos de regalos
externos, introduciéndolos en la sociedad mundana, siendo indulgentes con
todos sus caprichos, dejándolos que sigan su propio camino, ¡ustedes los
verán crecer vanos, orgullosos, holgazanes, desobedientes, desvergonzados,
insolentes y extravagantes! Ellos los tratarán con desprecio; y mientras más
estén vuestros corazones envueltos en ellos, menos pensarán ellos en
ustedes. Este es muy frecuentemente el caso. Pero pregúntense si no son
ustedes los responsables de sus malos hábitos y prácticas, y sus conciencias
les responderán que así es; que ahora ustedes están comiendo el pan de
amargura que ustedes mismos se han preparado. ¡Que puedan ustedes
aprender con esto cuán grande ha sido vuestro pecado contra Dios, siendo
negligentes con los medios que estaban en vuestro poder para influenciar
los corazones de ellos, y que puedan otros ser advertidos por vuestro
infortunio, y críen a sus hijos en el Señor! Nada es más efectivo para hacer
esto que un ejemplo de piedad en el hogar.
La adoración pública es a menudo muy vaga y general para los niños, y
no les interesa lo suficiente. Con respecto a la adoración en secreto, ellos
todavía no la entienden. Una lección aprendida mecánicamente, si no está
acompañada de algo más, puede llevarles a ver la religión como un estudio
más, como el de idiomas extranjeros o de historia. Aquí, como en todo
lugar, y más que en otras partes, el ejemplo es más efectivo que el precepto.
No deben ser meramente enseñados con algún libro elemental que ellos
tienen que amar a Dios, sino que tienen que mostrarles que Dios es amado
por vosotros. Si ellos observan que ninguna adoración es ofrecida a ese
Dios del que ellos oyen, la mejor instrucción probará ser inútil. Pero por
medio de la adoración familiar, estas jóvenes plantas crecerán “como árbol
plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja
no cae” (Sal. 1:3). Vuestros hijos han de dejar el techo paterno, pero
recordarán en tierras extrañas las oraciones del techo paterno, y esas
oraciones los protegerán. Dice la Escritura: “Pero si alguna viuda tiene
hijos, o nietos, aprendan estos primero a ser piadosos para con su propia
familia... Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los
de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Ti. 5:4, 8).
3. Producir verdadera alegría en el hogar
Tercero: un motivo para la adoración familiar es producir verdadera
alegría en el hogar. ¡Y qué deleite, qué paz, qué verdadera felicidad
encontrará una familia cristiana erigiendo un altar familiar en medio de
ellos, y uniéndose para ofrecer sacrificios al Señor! Esa es la ocupación de
los ángeles en el cielo, y, ¡bienaventurados son aquellos que anticipan
aquellas puras e inmortales alegrías! “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso
es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la
cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el
borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los
montes de Sión; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna” (Sal.
133).
¡Oh, qué nueva gracia y vida da la piedad a la familia! En una casa
donde Dios es olvidado, hay rudeza, mal humor y perturbación de espíritu.
Sin el conocimiento y el amor de Dios, una familia no es más que un
conjunto de individuos que pueden tener más o menos afecto natural uno
por el otro; el vínculo real, el amor de Dios nuestro Padre en Jesucristo
nuestro Señor, hace falta. Los poetas hacen muchas bellas descripciones de
la vida doméstica; pero ¡Ay! ¡Cuán diferente son a veces las imágenes de la
realidad! Algunas veces hay amor a las riquezas; otras veces una diferencia
de carácter; en otras ocasiones, principios opuestos. ¡Oh, cuántas
aflicciones, cuántos desasosiegos hay en el seno de las familias! La piedad
doméstica prevendrá todos estos males. Dará perfecta confianza en ese Dios
que da alimento a las aves del cielo. Dará amor verdadero para aquellos con
quienes nos ha tocado vivir. No un amor metódico y según los sentidos,
sino un amor misericordioso, que disculpa y perdona, como el amor de Dios
mismo; no un amor orgulloso, sino un amor humilde, acompañado de un
sentido de nuestras propias faltas y debilidades; no un amor voluble, sino un
amor que no cambia, como es la caridad eterna. “Voz de júbilo y de
salvación hay en las tiendas de los justos” (Sal. 118:15).
4. Para consolar durante tiempos de prueba
Cuarto: un motivo para la adoración familiar es consolar durante los
momentos de prueba. Y cuando venga la hora de la prueba, esa hora que
tarde o temprano vendrá, y que algunas veces visita los hogares de los
hombres más de una vez, ¡qué consolación proporcionará la piedad
doméstica! ¿Dónde ocurren las pruebas sino en el seno de las familias?
¿Dónde, entonces, se deben administrar los remedios para esas pruebas,
sino en el seno de las familias? ¡Cuánta compasión debemos sentir por una
familia donde hay aflicción si no tiene esa consolación! Los varios
miembros que la compone aumentan la tristeza los unos de los otros. Pero si
por el contrario, esa familia ama a Dios, si tiene el hábito de reunirse para
invocar el santo nombre de Dios, de quien vienen todas las pruebas así
como también toda buena dádiva, ¿Cómo no serán entonces levantadas esas
almas que están caídas? Los miembros de la familia que todavía
permanecen alrededor de la mesa sobre la cual yace el Libro de Dios,
encuentran en aquel Libro palabras de resurrección, vida e inmortalidad,
seguras y confiables promesas sobre la felicidad del ser querido que no está
ya más entre ellos, así como la garantía de su propia esperanza. El Señor se
complace en enviarles el Consolador; el Espíritu de gloria y de Dios
descansa sobre ellos; un inefable bálsamo es derramado sobre sus heridas, y
les da mucha consolación; la paz se comunica de un corazón a otro. Ellos
disfrutan de momentos de bienaventuranza celestial. “Aunque ande en valle
de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo; tu
vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal. 23:4). “Oh Jehová, hiciste
subir mi alma del Seol;… porque un momento será Su ira, pero Su favor
dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la
alegría” (Sal. 30:3, 5).
5. Influir en la sociedad
Quinto: un motivo para la adoración familiar es influir en la sociedad.
¿Y quién puede decir, mis hermanos, cuánta influencia podría la piedad
doméstica ejercer sobre la sociedad misma? ¡Qué aliento tendrían todos los
hombres haciendo sus deberes, desde el hombre de estado hasta el más
pobre de los mecánicos! ¡Cómo se acostumbrarían todos a actuar con
respeto, no solo a la opinión de los hombres sino también al juicio de Dios!
¡Cómo aprendería cada uno a estar satisfecho con la posición en la cual ha
sido colocado! Buenos hábitos serían adoptados; la poderosa voz de la
conciencia se fortalecería; prudencia, propiedad, talento y virtudes sociales
serían desarrolladas con renovado vigor. Esto es lo que podríamos esperar
tanto para nosotros mismos como para la sociedad. “Pero la piedad para
todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”
(1 Ti. 4:8).
3. Las directrices
1. Con verdadera espiritualidad
Si tu deseas sacar provecho de todas las bendiciones que conlleva la
adoración familiar, ¿qué debes tu hacer? ¿Qué medidas has de tomar?
Nosotros tenemos todavía, mis hermanos, que darles algunas.
Y primero, hasta donde esté en tu poder, no hagas que estos ejercicios de
piedad doméstica carezcan de espiritualidad, verdad y vida; que estos no
consistan meramente en leer ciertos pasajes, y repetir ciertas formas de
oración, en las cuales el corazón no se encuentra involucrado. Sería, quizás,
mejor no tener adoración familiar que tener algo como esto. Estas formas
muertas se encuentran todavía en algunas familias. Pero el día de hoy,
cuando la iglesia está en todas partes luchando por levantarse de sus ruinas,
y cuando el viento de que habló Ezequiel sopla por todas partes sobre los
huesos secos para impartirles vida (Ez. 37:1-14), debemos retornar al
devocional familiar y revivirlo, no en un estado de muerte y languidez, sino
en un estado de vida y fortaleza. ¿Cómo alcanzaremos este objetivo? Vamos
a hacer el ejercicio de la piedad familiar no meramente como una buena
obra que debe llevarse a cabo, porque podríamos caer en el error que hemos
señalado antes, o en orgullo; si no hagámoslo más bien como seres
miserables que desean riquezas; como criaturas hambrientas que desean
alimento para nutrir aquello que en ellos es lo más noble. Hazlo como un
deber, si lo prefieres, pero hazlo más bien porque lo deseas. El niño
pequeño sabe cómo pedir un pedazo de pan, o aun la leche de su madre; y,
¿no sabremos nosotros cómo ir a Dios para pedirle de Su leche pura y
espiritual? “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados” (Mt. 5:6).
2. Con flexibilidad
Te daremos otra regla, mi hermano; no te adhieras demasiado
exclusivamente, demasiado servilmente a ninguna forma en particular.
Primero establece un servicio de acuerdo a tus propias necesidades y
aquellas de tu familia; deja que haya entera libertad, deja que sea conducido
un día de una manera, y el otro de diferente manera, si tu así lo dispones;
deja que sea largo una vez y corto otra. Quizás sería mejor que este
ejercicio no incluya, al principio, a todos los miembros de la familia, sino
que sea hecho en una esfera más reducida y más íntima; esto lo hará más
fácil y edificante. Sigue estas sugerencias diversas; el asunto principal es
que Dios no sea olvidado bajo tu techo. “Estad, pues, firmes en la libertad
con que Cristo os hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de
esclavitud” (Gá. 5:1).
3. Con la Palabra de Dios
Pero ¿cómo deben ser ocupados estos momentos consagrados a Dios?
En primer lugar, la Palabra de Dios debe, sin lugar a dudas, ser leída, y
algunas veces, quizás, otros libros cristianos. ¡En cuántas familias este
Libro admirable, ese Libro de las naciones, ha sido en todas las épocas, y es
todavía el más precioso de los tesoros! ¡En cuántas moradas la Biblia ha
impartido justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, y sumisión a todas
aquellas autoridades instituidas por Dios! Los varios libros que componen
la Biblia son casi todos de una naturaleza distinta uno del otro; sería difícil
tener una variedad más grande en un volumen, aunque el mismo Espíritu de
Dios está en cada uno. Esta circunstancia la hace extraordinariamente
apropiada para la nutrición de las familias; y de ahí que tantas familias
pobres e ignoradas en países protestantes, poseyendo este libro, se las
arreglan sin otro y por este ha llegado a adquirir no solamente la vida
eterna, sino también notable desarrollo intelectual. El niño, el anciano, la
mujer y el hombre maduro, todos ellos por igual encuentran allí algo que les
interese y que los lleve a Dios. Allí hay algo para cada situación de la vida.
¡Qué abundante consolación han sacado siempre todas las apesadumbradas
y afligidas, pero fieles almas, de los Salmos del profeta real!
Es bueno leer completo algún libro de las Escrituras, pero no es
necesario seguir el orden en el cual los diferentes libros han sido colocados
en el Sagrado Volumen. Por el contrario, es mejor, quizás, volverse del
Nuevo Testamento al Antiguo, y del Antiguo al Nuevo; de uno de los
profetas, a una de las epístolas de los apóstoles, y luego a uno de los libros
históricos del Antiguo Testamento. Es deseable que la persona que lea haga
algunos comentarios sobre el pasaje que lee. Tu sabes cómo hablar sobre
cualquier otro libro que lees; ¿es solamente aquí que los pensamientos y las
palabras te faltan? ¿No encuentras nada allí que sea aplicable al estado de tu
corazón, a la situación de tu familia, al carácter de alguno de tus hijo? Lee
siempre este Libro, no como una historia de los tiempos pasados, sino como
un libro escrito para ti, dirigido a ti ahora. Prontamente encontrarás
circunstancias y ocasiones en las cuales se puede aplicar. Sin embargo, si
nada te ha sido dado, conténtate con pedirle al Espíritu Santo que imparta a
cada corazón los frutos que Él ha prometido en Su Palabra. “Porque como
desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega
la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al
que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía,
sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la
envié” (Is. 55:10-11).
4. Con oración
Otro acto de adoración es la oración en común, o el orar juntos. Es
verdad que hay buenas oraciones escritas; pero, ¿no puedes orarle a Dios
por ti mismo en voz alta? Tu sabes muy bien cómo hablarle a un amigo;
¿por qué entonces no vas a saber cómo hablarle a Dios? ¿No es Él tu más
grande y más íntimo Amigo? ¡Cuán fácil es acercársele cuando es en el
nombre del Cristo crucificado que venimos a Él! “Cercano estás tu, oh
Jehová,” dice David (Sal. 119:151). “Mientras ellos estén hablando aún”, ha
dicho Dios, “yo oiré”. Si tu puedes orar en secreto, ¿no puedes orar en voz
alta? No estés ansioso por lo que vas a decirle; “La oración requiere más del
corazón que de la lengua, más fe que razonamiento.” ¿Cómo no podrá ser
saludable, cuando, por ejemplo, un padre o una madre ora en voz alta por
los hijos que están presentes, y entran en detalles con respecto a sus
pecados delante de Dios, pidiéndole que dé Su ayuda y Su gracia a ellos?
¡Y cuán a menudo una familia está en una situación tal que le demanda
acudir a Dios en oración para que los preserve de un mal, por asistencia, por
consolación! “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo
vuestro corazón”, dice el Señor (Jer. 29:13).
5. Con canto
Un tercer acto de adoración que debería, si es posible, formar parte de la
devoción familiar, es cantar. En la actualidad el hombre ha asociado el
cantar con sus ocupaciones, y especialmente con sus placeres, pero el alabar
a Dios fue ciertamente su objetivo primario. Es a esto a lo que el profeta
real lo consagró, y, ¿no debemos nosotros hacer lo mismo? Si tantas cosas
profanas son cantadas en algunas casas, ¿por qué no debemos nosotros
cantar para el honor del Dios que nos ha creado y nos ha redimido? Mas
aún, si los himnos sagrados son a veces cantados solo por razón de la
belleza del sonido, ¿no deberían ser estos cantados con humildad y fervor
para celebrar al Señor? “Exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y
cánticos espirituales” (Col. 3:16).
6. En el momento más conveniente
Pero alguno quizás dirá, “¿A qué hora debemos pensar así en Dios y
acercarnos a Él juntos?” Yo respondo, cuando quiera que escojas, a la hora
más conveniente, cuando estés lo menos perturbado en tus otros negocios.
Esto es generalmente al anochecer; quizás sería mejor, tomando en
consideración la fatiga del día, que sea en la mañana; y mejor que todo,
mañana y noche. Cuando hayas comido tu desayuno o aún mientras estés
comiendo, ¿no podrías usar este tiempo que usualmente gastas ya sea en
estar callado o hablando de cosas superfluas, para leer algunas palabras que
elevarían tus pensamientos hacia Dios, o en oírlas cuando son leídas? Yo
estoy a punto de empezar el día haciendo la función primaria de un hombre;
pero ¿no harás tu, oh alma mía espiritual e inmortal, algunas cosas o
recibirás algo ahora? Yo estoy a punto de nutrir mi cuerpo con aquello que
Dios ha creado; pero tu, oh alma mía, ¡despierta y recibe tu alimento del
Creador! ¡Oh Dios, Tu eres mi porción para siempre! “¡Oh Dios, Dios mío
eres tu; de madrugada te buscaré!” (Sal. 63:1). ¡Qué bendición, mi
hermano, traerá un comienzo así sobre el día entero, y qué feliz disposición
de mente te dará!
Y para ustedes, padres cristianos, dejen que el atardecer del día del
Señor, este tiempo cuando los hijos de los padres no cristianos corren a
sitios de disipación, sea particularmente precioso y sagrado. Instruye a los
miembros de tu familia en los caminos del Señor, y tus instrucciones en ese
tiempo serán particularmente bendecidas, siempre y cuando tus hijo vean
que eres realmente ferviente en el trabajo que estás haciendo.
7. Con soltería de corazón
A todo esto, mi hermano, añade la cosa más esencial. Una vida que esté
en conformidad con el carácter sagrado de la adoración que ofreces a Dios.
No seas un hombre delante del altar de Dios y otro en el mundo, sino sé
verdaderamente un mismo hombre todo el tiempo. Haz que tu
comportamiento durante el día sea un comentario viviente de lo que has
leído, oído o dicho durante el tiempo de tu devocional.
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos”, porque, “El sacrificio de los impíos es
abominación a Jehová... Más él ama al que sigue justicia” (Stg. 1:22; Pr.
15:8-9).
4. La conclusión
Tal es la adoración familiar. Les recordamos todas las motivaciones que
deben apresurar el establecimiento de ésta en vuestras familias, y les
rogamos particularmente a aquellos de ustedes que son maridos o esposas,
padres o madres, que pongan su mano en el arado.
Pero, ¿dices tú, “Esto es algo muy extraño”? ¡Qué, mi hermano! ¿No es
más extraño que una familia profesando ser cristiana, profesando tener una
esperanza firme para la eternidad, avance hacia esa eternidad sin dar
ninguna señal de esa esperanza, sin ninguna preparación, sin ninguna
conversación, quizás, ¡ay!, sin ningún pensamiento acerca de esta? ¡Ah,
esto es muy extraño!
¿Dicés tú, “Esto es algo que tiene poca estima y gloria, y a lo cual está
ligado un grado de vergüenza”? ¿Y quién, entonces, es el más grande: este
padre quien en días pasados y más felices, fue el sumo sacerdote de Dios en
su propia casa, y quien incrementó su autoridad paternal y le dio a ésta una
unción divina arrodillándose con sus hijos ante su Padre y el Padre de todos
los Cristianos; o el hombre mundano de nuestros días, cuya mente está
comprometida únicamente en perseguir lo vano, quien olvida su destino
eterno y el de sus hijos, y en cuya casa no está Dios? ¡Oh, qué vergüenza es
esto!
Pero quizás tu digas: “Los tiempos diferentes tienen costumbres
diferentes; esas cosas eran buenas para aquel entonces, pero ahora todo ha
cambiado”. Es precisamente porque todo ha cambiado que debemos actuar
con diligencia para levantar el altar familiar en medio de las familias, no sea
que los débiles lazos que tienen todavía unidas a estas familias se rompan y
arrastren tanto a la iglesia como al estado hacia la ruina. ¿No es cuando la
enfermedad se ha extendido con gran violencia que los remedios se hacen
ineficaces? ¿Y no es antes de que la vida de un hombre se encuentre sin
esperanza que los medicamentos preventivos más poderosos le son
suministrados? Entonces, tu, que por la gracia de Dios estás en mejor
disposición, y que has hecho buenas resoluciones, haz un esfuerzo y no te
desanimes; haz aún algo más, recurre a la oración, ruégale a Dios que te
guíe, que te sostenga y te provea de éxito; pídele a Jesucristo que esté
contigo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).
Pero mi hermano, si tú deseas erigir un altar para Dios en tu casa, tú
debes, primero que todo, erigir uno dentro de tu propio corazón. Y, ¿hay
uno allí? Yo te pregunto, mi hermano, ¿hay allí uno? ¡Ah! Si yo pudiera
descorrer el velo, si pudiera ahora penetrar en los corazones de aquellos que
me están escuchando, ¿qué vería yo? O, más bien, ¡oh Señor! ¿Qué verás
Tu en nuestros corazones, Tu, para quien nada está velado, y delante de
quien todas las cosas están desnudas y abiertas? (He. 4:13).
En tu corazón, mi querido oyente, veo un altar erigido al placer y a la
mundanalidad; allí ofreces tu sacrificio matinal, allí tú sacrificas al
atardecer; y el incienso que sube de ello te intoxica y te extravía del camino
aún durante la noche.
En tu corazón, mi querido oyente, veo un altar erigido a las buenas
dádivas de este mundo, a las riquezas, a Mamón.
Dentro de ti, mi querido oyente, veo un altar consagrado a ti mismo. Tú
eres el ídolo a quien tú adoras, a quien tú exaltas sobre todos los demás,
para quien tú deseas todas las cosas, y a los pies de quien te encantaría ver a
todo el mundo arrodillarse.
Mi hermano, ¿Hay en tu corazón un altar erigido al único Dios vivo y
verdadero? ¿Eres tú templo de Dios y mora el Espíritu de Dios dentro de ti?
En tanto no haya en tu alma un altar erigido a Dios, no podrá haber ninguno
en tu casa. “Porque, ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?
¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con
Belial?... ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Co.
6:14-16).
¡Conviértete, entonces, en tu corazón! Muere al mundo, al pecado, aún a
ti mismo, y vive para Dios en Cristo Jesús nuestro Señor. ¡Alma inmortal,
Cristo te ha redimido a un gran precio! Él dio Su vida entera por ti en la
cruz. Aprende, entonces, que Él “por todos murió, para que los que viven,
ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co.
5:15). “Por lo cual, salid de en medio de ellos [los ídolos] y apartaos, dice el
Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por
Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2
Co. 6:17-18).
Oh, ¡feliz es aquella familia, mis hermanos, que ha abrazado aquel Dios
que dice: “Y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo
estará con ellos como su Dios”! (Ap. 21:3). ¡Feliz en este tiempo y feliz
para toda la eternidad! ¿Cómo puedes tener la esperanza de encontrarte con
aquellos a quienes amas, cerca de Cristo en el cielo, a menos que con ellos
tú busques a Cristo en la tierra? ¿Cómo se congregarán como una familia
allá, si como una familia no prestaron atención a las cosas celestiales aquí?
Pero en cuanto a la familia cristiana que ha estado unida en Jesús, ésta será,
sin lugar a dudas, reunida alrededor del trono de la gloria de Aquel a quien
ha amado sin haberle visto. Esto solamente cambiará su miserable y
perecedera morada por las vastas y eternas mansiones de Dios. En lugar de
ser una humilde familia de la tierra, unida a toda la familia del cielo por los
mismos lazos, habrá llegado a ser una innumerable y gloriosa familia.
Rodeará el trono de Dios conjuntamente con los ciento cuarenta y cuatro
mil, y dirán, como se dice en la tierra, pero con alegría y gloria: “Señor,
digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder” (Ap. 4:11).
¡Oh, mis hermanos, si sólo un padre o una madre resolviera ahora
reunirse en la presencia del Señor, si una sola persona no ligada todavía por
lazos familiares hiciera hoy la resolución de que ha de levantar un altar a
Dios en su hogar cuando esté ligada por estos lazos, y de que actuará, en un
día futuro, de tal manera que abundantes bendiciones descendieran sobre él
y los suyos, yo daría gracias a Dios por haber hablado!
¡Querido oyente! ¡Que el Señor afecte de tal manera tu corazón que tú
exclames ahora: “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová!” (Jos. 24:15).
Amén.
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