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La Tierra de Los Bastardos

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La tierra de

los bastardos
Lucas Gutiérrez Durán
La tierra de los bastardos Lucas Gutiérrez Durán

A todo aquel que reciba esta historia, de un viejo chiflado ya consumido por la
edad. ¿Quién soy? Ni yo lo sé; ¿De dónde vengo? ¿Acaso importa? ¿Por qué escribo
esto? La pobre mente depravada de un viejo insensato que necesita contarle su
historia a alguien. ¿Quién lo leerá? Nadie me supongo yo, precisamente por eso me
tomaré las libertades que me sean oportunas para contar esta historia. ¿Y desde
donde comienzo? ¿Por el principio…? No… Una mente demasiado nublada tengo como
para intentar recordar aquellos días en los que nada interesante o destacable pasó…

Me remitiré a comenzar esta historia, mi historia, por lo que yo considero el


comienzo… Todo empezó con un viaje. Un viaje que tenía origen conocido, pero
destino desconocido ya que el propósito del viaje era huir de una vida en la cual nada
ocurría. De modo que decidí armarme de valor e ir al puerto de la ciudad donde no
sabía lo que me depararía, pero que una vez allí, no había vuelta atrás.

El puerto no era un lugar agradable; viejos piratas de mar, marineros perdidos,


extranjeros vagando sin un destino fijo, mercaderes… Los asuntos que podrían traer a
alguien al puerto eran los habituales; bien el comercio, negocios, o, en algunos
extraños casos como el mío, la necesidad de salir de aquella provincia. Así que allí
estaba yo, cargado del valor del que decidí armarme. Entré en la taberna sin rodeos y
allí empecé a tantear a todos aquellos maleantes que estaban rodeaos de cerveza,
mujeres y viejos tesoros y reliquias. Sin embargo, un pequeño grupo de mercaderes
llamo mi atención. Era una tripulación de lo más curiosa, algo rara comparándola con
los mercaderes que solían frecuentar el puerto. ¿Cómo sabía que eran mercaderes,
alguna mente hábil se preguntara? Y si no, yo te lo cuento. Todos los que tenían alguna
relación con el negocio del mar tienen marcas, todos excepto los piratas. El símbolo
que tienen los pesqueros no es otro que un pez. Es sencillo sí, pero era lo mejor para
esa pobre gente que no tenía ninguna clase de formación. El símbolo de los petroleros
era una gran mancha oscura con forma de una delicada gota de agua. Los petroleros
frecuentaban poco la provincia, ya que el petróleo no había funcionado bien allí y,
¿quién quiere invertir allí donde no se generan ganancias? El símbolo de los
mercaderes era cuanto menos exótico, era un barco. Pero no cualquier barco, sino que
era la primera nave marítima utilizada por el primer grupo de mercantes conocido.
Este era el símbolo que tenía este curioso grupo de mercantes. Generalmente estos
símbolos que marcaban de forma permanente en alguna parte visible del cuerpo,
aunque algunos preferían simplemente bordársela en las ropas, pero no era lo común,
pues no recibías el mismo respeto de tus compañeros de mar.

La razón por la que este grupo me llamo la atención fue por sus ropas, no eran
las comunes que solían traer las gentes de lugares cercanos. Eran ropas extravagantes,
ropas con colores llamativos, extrovertidos y brillantes. No estaba seguro, pero hasta
los materiales de sus ropas parecían muy distintos a las telas usadas en la provincia.

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Además, se les oía balbucear y su acento no me resultaba muy familiar. Era lo que
estaba buscando… Me acerqué a ellos y pensé que no me recibirían con agrado, pero
tal fue mi sorpresa que si lo hicieron. Me integré rápido en aquel grupo de extraños
mercantes y lo más rápido posible les conté mis intenciones de dejar la provincia. Me
contaron que tenían pensado volver a casa después de una larga temporada fuera de
sus hogares, trabajando sin permitirse el lujo de descansar en este su negocio de la
mercadería marítima. No les pregunte ni cuál era el camino, ni si estaba lejos; ni
siquiera les pregunte que de dónde venían. En mi mente solo había una pregunta y un
objetivo. La pregunta era si me dejarían viajar con ellos hasta su desconocido hogar y
mi objetivo, claramente, montar en ese barco y huir de mi cansada vida. La tripulación,
después de debatirlo asintió orgullosa de poder tener un invitado a bordo de su nave
mercante “Velas de plata”. Me dijeron que esa noche mismo zarpaban, pero que antes
tenían que atender unos negocios importantes que nunca me interesé por averiguar,
tampoco importaron mucho…

Me dieron la localización del barco por medio de unas notas bien redactadas
por el escriba de la tripulación, así que, mientras ellos atendían esos asuntos, yo me
dirigí a inspeccionar la nave en la que me embarcaría hacia un futuro ciertamente
desconocido para mí. La nave por fuera hacia honor a su nombre. Tres mástiles se
alzaban en el barco cuyas velas eran como la plata más fina. El barco era mucho más
largo que ancho y me sorprendió ver que no tenía remos. Era común que los barcos
tuvieran remeros que eran contratados y bien pagados por sus servicios, aunque se
cuenta de los piratas que ellos emplean esclavos, prisionero o pobres almas que
buscan un trabajo en el puerto, pero no saben dónde se han metido al aceptar ese
trabajo con las esperanzas de ganarse pan para comer… Como decía, este barco no
funcionaba con remos, sino que tenía un sistema para mi desconocido en aquel
entonces. Tenía una máquina que generaba la energía que los remeros generaban
mover el barco por el mar, pero lo hacía por medio del uso de combustibles
desconocidos para mí. Estaba asombrado… Pude también observar un poco de la carga
que llevaban, materiales exóticos y nunca vistos en la provincia donde vivía, minerales
con colores vivos, piedras preciosas, y algún que otro animal del que apenas había oído
hablar en rumores.

Hice tiempo hasta la noche, y cuando llego la hora, la tripulación que estaba en
tierra empezó a subir, de uno en uno fueron subiendo hasta que, cuando subió el
ultimo, dio una señal y empezaron a moverse todos como rayos. Cada uno tenía su
función especifica en el barco y sabían lo que tenían que hacer. Eran rápidos y eficaces.
En un santiamén la nave estaba zarpando rumbo a lo que para ellos era su hogar, pero
que para mí era un destino desconocido. Para ellos, era la merecida vuelta a casa
después de meses de trabajo duro y sin descanso, para mí era la búsqueda de una
nueva vida, sin embargo, ninguno de nosotros se podía imaginar la desgracia que

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ocurriría en aquel viaje. Es aquí donde comienza mi historia, la historia de la tierra de


los bastardos.

Si mal no recuerdo, pasaron unos 10 o 11 días antes de aquella terrible


tormenta que solo me dejaría a mí, por fortuna o por desgracia, la verdad es que no
estoy muy seguro…, con vida. Sin embargo, esos días a bordo del Velas de plata y
rodeado de aquella sublime tripulación son dignos de mención. Además, es mi
responsabilidad hacer un homenaje a aquellos mercantes ya que, si yo no lo hago en
mi relato, ¿quién lo hará?

Como digo, eran formidables. Tenían una organización excepcional y cada uno
tenía una función casi única. Por ejemplo, estaba el maestre, encargado de la
supervisión del barco antes de partir y de los aspectos más económicos; el piloto,
encargado de la navegación de la nave mercante y del uso de las cartas de navegación
y de los instrumentos náuticos; el contramaestre, encargado de dirigir las maniobras…
Era una jerarquía muy bien estructurada que pocas tripulaciones eran capaces de
llevar a cabo debido al egoísmo y a la pereza del marinero común. Esta tripulación, a
diferencia de otras, hacía con gusto su oficio en el mar y se podía notar como ellos
disfrutaban cada momento. Además, a diferencia de lo que se solía escuchar en el
puerto de la provincia sobre la comida de los barcos, en mi breve estancia en el barco
comí de fábula. Tenían algunas comidas, para mí exóticas, de su tierra y sabían igual de
bien que se veían, por cierto. Era increíble lo rápido que pasaban los días en ese barco,
sin embargo, el día menos esperado llego una tormenta a priori normal, como
cualquier otra, pero a veces la confianza puede jugarte malas pasadas…

Afrontaron la tormenta como a otra cualquiera, todos se movían como rayos


mientras yo me quedé de piedra viendo como las gigantes olas empezaban a
zarandear el barco de un lado para otro, pero a ellos aquello no les asustaba ya que
eran gajes del oficio. Pasaban las horas y la tormenta no amainaba y la tripulación
empezaba a cansarse de llevar adelante el barco, pero he de decir, para mi sorpresa,
que ellos no pararon hasta el último momento, cuando sus cuerpos dejaron de
reaccionar por el gran cansancio generado por luchar contra la madre naturaleza
durante horas.

Cuando me quise dar cuenta, yo ya estaba fuera del barco, intentando flotar
como podía entre aquellas olas terribles. Poco a poco vi alejarse al barco y yo, sin saber
qué hacer, terminé por dejarme llevar por el enfadado mar. A la deriva yo, sin saber
cómo, sobreviví.

No soy consciente de cuánto tiempo pasé en ese mar sin un destino aparente.
Pero sí sé que una mañana calurosa de verano naufrague en una isla. Estaba

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inconsciente cuando dos figuras extrañas me avistaron y vinieron aprisa a por mí, fue
entonces cuando empecé a recobrar el sentido ya que me cogieron de una forma muy
brusca, además de que no paraban de darse voces al uno al otro, pero no era capaz de
entender ni una sola palabra debido a mi estado. Lo único que recuerdo después de
aquello es que me golpearon de forma agresiva con el objetivo de volverme a dejar
inconsciente, cosa que consiguieron debido a mi frágil estado. Lo siguiente que
recuerdo, es despertar en una oscura mazmorra. Solo tenía una enanísima ventana por
la cual entraba la luz de la luna, por lo cual podía saber al menos, si era de día o de
noche, que ya era algo. Era incapaz de reconocer algo en aquella mazmorra, no sabía si
había una cama o una mesa, si a eso le sumamos que la luna brillaba poco aquella
noche. No tenía mucho sueño, de modo que lo único que podía hacer era sentarme a
espera que ocurría.

Pude recapacitar en todo lo ocurrido en los días pasados, en porque me


encontraba en aquella mazmorra. Quería una nueva vida, pero exactamente no me
refería a esto. Sin embargo, asumí el hecho de que si estaba allí era porque
precisamente salí de la provincia por voluntad propia buscando algo nuevo fuera lo
que fuese. Pasaron horas hasta que oí un sonido de metal chirriante, estaban abriendo
la puerta de la mazmorra.

Lo primero que pude apreciar cuando se abrió la puerta eran caras de asco
hacia mi persona. Una especie de soldados me agarraron con mucha fuerza por ambos
brazos y me taparon la cara con un saco, de modo que no podía ver nada, pero si oír.
Mientras me llevaban fuera de las mazmorras podía escuchar gritos de agonía que no
podía percibir desde mi celda debido al gran grosor de las paredes y de la puerta.
Gritaban cosas como: ¡Injusticia, injusticia!, ¡Sacadme de aquí, no soy uno de ellos!, o,
¡Lo pagareis caro, ya lo veréis! No era capaz de entender la situación, además,
empezaba a notar como me brotaba sangre por los brazos debido a la brutalidad de
aquellos soldados. Noté el cambio de luz cuando salimos de las mazmorras y pude
notar que me subían a un carro para llevarme a algún lugar aparentemente lejos de
allí, sino ¿porque usarlo y no ir andando?

Pues estaba en lo cierto, tardamos un buen rato hasta que el carro paró y me
bajaron de allí con brutalidad. Puede que te preguntes qué porque no me resistí, o
porque no gritaba de dolor… Y lo hacía, pero cuando lo hacía, ellos me agarraban con
más fuerza aún, de modo que desde el principio aprendí la lección. Pude notar mucho
estruendo de personas yendo y viniendo, gente comprando en mercados,
conversaciones… me habían llevado a una ciudad. Para mi sorpresa, cuando llegamos a
cierto punto del trayecto, empecé a escuchar más murmullos que conversaciones,
estaban murmurando acerca de mí, sobre mi identidad… Acto seguido, esos murmullos
pasaron a ser falsas acusaciones en voz alta hacia mi persona, diciendo cosas que no

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tenían sentido para mí como que me lo tenía ganado, o que no sabían qué hacía con
vida aún. Era sorprendente escuchar aquellas sandeces y acusaciones hacia mi…

Note que la temperatura cambio de forma brusca, del calor de la calle a un frio
templado. Entramos en un edificio aparentemente muy grande, lo digo por el eco que
había en aquel lugar. Aun dentro del lugar podía escuchar murmullos y acusaciones
hacia mi persona. Era incapaz de entender la situación, de modo que seguí aguantando
todo aquello, hasta que, por fin, me sentaron en una silla y me quitaron el saco de la
cabeza.

Estuve cegado durante un rato debido a que la sala estaba muy bien iluminada
de luz natural que entraba por unas enormes vidrieras. Cuando pude recuperar la vista
intenté comprender lo que ocurría, pero era incapaz. Lo único que entendí es que se
me iba a juzgar de algo que ni siquiera sabía, de modo que solo me quedaba esperar
hasta que algo nuevo ocurriera. Mientras el tiempo pasaba la gente iba cada vez
subiendo más y más el tono de voz, así que se formó un jaleo impresionante que
parecía imparable, pero, de repente todo el mundo enmudeció cuando se abrió una
puerta que había en la sala de la que salió el que sería el juez que tenía mi caso.
Avanzó hasta el estrado y se sentó en una silla. No hizo falta que pidiese quietud o
silencio, la gente calló de repente y estaba expectante a las palabras de aquel juez.

Se abre la sesión. Buenos días a todos. El caso que atañe hoy es la acusación contra
este hombre de ser un espía de los enemigos del estado y entrar de forma ilegal en
nuestra frontera sin papeles ni documentación alguna. La sentencia ante estas
acusaciones es de pena capital, de modo que, si nadie tiene pruebas en contra de las
acusaciones dichas previamente, el acusado será condenado mañana mismo. – Dijo el
juez

¡PERO QUE SIGNIFICA ESTO! – Dije yo sin llegar a comprender realmente la magnitud
de la situación. Sin embargo, no pude ni terminar de quejarme cuando uno de los
guardias me golpeo bruscamente.

Bien, si nadie tiene algo que objetar se cierra la sesión. – Terminó el juez.

Acto seguido me volvieron a tapar y me sacaron de allí con rapidez. Mientras me


llevaban podía escuchar a la gente maldiciéndome, golpeándome, escupiéndome… En
ese momento pensé en lo realmente bien que vivía antes de embarcarme en aquel
condenado barco…

Perdí la noción del tiempo, no sé cuánto tiempo pasó, pero os puedo decir que me
volvieron a llevar a la mazmorra en la que me encerraron al llegar a aquel sitio. En mi
cabeza había mil pensamientos que intentaba organizar, pero era imposible. Mi cabeza
estaba revolucionada pensando en que, sin saber ni cuándo, ni donde, ni como, me

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iban a matar por la sentencia injusta de un juez… Habían lanzado esas falsas
acusaciones contra mí, pero ¿cómo podía ser aquello, espía enemigo, inmigrante
ilegal? Soy un desconocido para cualquier persona de aquel territorio del que
desconocía hasta el nombre, es imposible que alguien me conozca y, mucho peor, que
encima me quiera acusar y matar… Sea como fuere, me sentía totalmente impotente
en aquella mazmorra, encerrado, sin nada que hacer, sin poder defenderme… Podía
sentir mi fin muy cerca…

¿Me equivoque al huir de mi hogar, de mi antigua vida? ¿He sido incapaz durante toda
mi vida de valorar la tranquila vida que vivía en mi provincia natal? ¿Tantas ansias de
comerme el mundo para terminar en una oscura mazmorra con una sentencia de
muerte bajo mi cabeza? Estas eran las preguntas que rondaban mi cabeza junto a la
idea de que me iban a matar. La culpa me pudo. Culpa, no por haber sido sentenciado
por acusaciones injustas, sino culpa por haber dejado mi hogar en busca de una nueva
vida que iba a terminar ahí mismo… Culpa por hacerme ilusiones, por buscar aventuras
y morir por ello… Claramente no era justo, pero parece ser que lo que era justo o
injusto daba lo mismo ya que la justicia se ejercía según el criterio subjetivo de un juez
que creyó en falsas acusaciones sin pruebas contra mi persona. Envuelto en dudas,
culpabilidad y terror, solo me quedaba esperar a que la puerta de la mazmorra se
abriese para mi ejecución, todo estaba perdido…

El tiempo pasaba muy despacio y poco a poco el sol se iba moviendo y bajando cada
vez más hasta que por fin anocheció. No conseguí pegar ojo aquella noche como es
normal, de modo que seguí perdido en mis pensamientos hasta que, por fin, igual que
la anterior vez, escuché el ruido de las puertas de mi mazmorra abriéndose. Las figuras
de dos hombres corpulentos se acercaron hacia mi de nuevo. Era de noche y no pude
verlos, sin embargo, puedo garantizar que eran los soldados de antes por la fuerza con
la que me agarraron. Me volvieron a tapar la cabeza y me volvieron a sacar de allí para
llevarme de vuelta a el carro. Intenté hablar con ellos, razonar, pero era imposible. No
solo me ignoraban, sino que me trataban con más brutalidad cuanto más hablaba.
Cuando me subieron al carro, para mi sorpresa, pude escuchar más voces que exigían
justicia, que se quejaban por el trato y declaraban que eran inocentes. Deduje que
ellos también habían sido condenados a muerte.

El carro se puso en marcha. En ese momento se produjo un silencio sepulcral. Solo se


escuchaba el ruido del carro. En aquel momento no sabía cuántas personas había junto
a mí, pero podía escuchar diferentes voces susurrando: “No quiero morir, no me lo
merezco, soy inocente”, “Malditos… Esto no quedará así, la venganza será
inminente…”, “Vendrán… Lo sé, van a venir…”, esto era algunas de las cosas que oí. Yo
no dije nada, preferí permanecer en silencio y esperar, total, ya todo estaba perdido, o
eso parecía…

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De repente el carro paro en seco, todos los prisioneros que emitían balbuceos y
murmullos pararon también e intentamos prestar atención a lo que ocurría. ¡Una voz
ruda producía gritos descontrolados de furia!

¡No es posible! – dijo la voz - ¡Pasamos ayer por este camino y estaba perfecto! ¿Cómo
puede ser que de la noche a la mañana se haya estropeado de tal forma?

No ha habido ninguna tormenta ni viento posible para arrancar estos árboles, y menos
de la noche a la mañana. – dijo otra voz – Fíjate bien… Los han talado, los han cortado
a propósito… Y los que lo hayan hecho son demasiado inteligentes, han procurado que
no se notará en los cortes, pero te digo yo que los han cortado, de pequeño fui
aprendiz de carpintero en el viejo aserradero que mi tío tenia en la capital.

¡Entonces no cabe duda de que nos han tendido una emboscada, una trampa! – dijo el
otro compañero – ¡Esos malditos bastardos pretenden hacer un rescate de los
prisioneros! ¡Atención, a las armas!

Después de ese grito yo me asusté mucho, no sabía que iba a ocurrir. Mis compañeros
tampoco emitieron ninguna palabra o sonido. Los soldados también permanecieron en
silencio y así se mantuvo la situación, aunque el silencio no duró mucho.

Un sonido se escuchó en el silencio, no sabía que era, pero después se escucharon dos
golpes muy fuertes y un jaleo muy intenso que duró unos minutos. Después de esto,
silencio otra vez… El silencio se rompió cuando el carro volvió a retomar la marcha.
¿Cómo? ¿No había arboles obstaculizando el camino? ¿Qué ocurrió con los soldados?
Todas esas dudas rondaron mi cabeza hasta que volví a recordar el destino del carro…
Mi injusta sentencia a muerte.

El viaje duró mucho más de lo que me esperaba, pude notar como el sol empezaba a
salir, de modo que duró varias horas por lo menos. En ese momento me empecé a
plantear si algo estaba saliendo mal, ¿Por qué llevar a cabo la sentencia a muerte tan
lejos? No tenía sentido para mí, pero tampoco podía hacer mucho más que esperar en
aquel carro.

Otra vez, el carro paro de nuevo y se escucho una clara y potente voz: “Bienvenido a la
frontera entre la nación y la zona cero, de media vuelta, gracias”.

Buenos días por la mañana caballero, mire usted, estos prisioneros deben llegar a la
zona cero por orden del mismísimo general Talion, son asuntos del estado
importantes, y confidenciales, todo sea dicho de paso. – Dijo una voz alegre
procedente del carro – Aquí le muestro la orden buen hombre.

¿Asuntos del estado importantes dices? Es extraño que no se me haya notificado nada,
pero… por lo que veo, estos papeles parecen estar escritos de su puño y letra y con su

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firma. Supongo que, si algo se trama en la zona cero, es un asunto de gran importancia
para el transcurso de la guerra y la nación y no puedo interponerme bajo ningún
concepto. Adelante, siga su paso y lleve extremo cuidado con esos malditos bastardos,
acampan por toda la zona cero esperando encontrar alguna oportunidad para cambiar
las tornas del asunto. – Dijo el señor que se ocupaba de la frontera.

No se preocupe, ¡larga vida al estado y al general! Buen día caballero – Se despidió la


voz que estaba en el carro y se volvió a retomar la marcha.

En ese momento mi corazón dio un vuelco… El carro no paró desde aquel incidente en
el bosque, y claramente había una diferencia notable. En aquel momento había dos
soldados al cargo del carro, sin embargo, ahora parecía haber un solo hombre, y su voz
no se parecía en nada a la de los dos condenados soldados… Mis compañeros también
empezaron a inquietarse murmurando cosas acerca de esa “zona cero”.

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