Un Día en La Playa
Un Día en La Playa
Un Día en La Playa
orilla más meridional, sobre la delgada línea incolora conocida como Estrecho de
desconocido flanqueado por dos moles de verticalidad cenicienta. Los griegos las
llamaron Estelas de Heracles y los romanos las renombraron más tarde como
Columnas de Hércules, cosas de gente antigua empeñada en idealizar dos montes que
ya tenían nombre: Kalpe y Abyla. Ahora los conocemos como Gibraltar y Musa. Al
primero le decimos el Peñón, porque lo es, y muy grande, aunque su nombre viene
Al segundo nuestros vecinos también le ponen delante Jbel, montaña, en este caso de
Moisés. No son más que nombres, aunque cargados de Historia. Cierto es que estos
dos promontorios calizos, idealizados o no, fueron por mucho tiempo límite del
mundo conocido. Desde allí se abría un mar sombrío en donde no osaban penetrar
en la oscuridad de sus fosas abisales. Ahora los peligros son otros y los monstruos
del rumor de unas olas que en intervalos precisos lamían la arena blanca para borrar
las huellas que dejan los paseantes. Disfrutaba también de un buen libro, un disfrute
que , dependiendo del libro, puede ser muy grande. Una afición ésta de la lectura,
fue, sin embargo, efímero, pues apenas unos minutos después de iniciada mi lectura
(La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa) vinieron a instalarse junto a
mí unas personas que con su animada algarabía la frustraron, una pena. El grupo lo
tumbonas, pelotas…), los niños salieron raudos en pos de las olas; lo normal. Hubo
algún grito esporádico de las madres, que de ese modo buscaban prevenir a los más
flotador, a dejarlo… Mientras, las madres, dos mujeres de entre treinta y treinta y
embadurnaban el cuerpo con crema solar de coco. No es que yo sea cotilla, no creo
serlo. Nunca me han interesado especialmente las conversaciones ajenas, máxime si,
como en este caso, las imagino banales y por tanto vacías de contenido. Pero,
privado del placer de la lectura y a falta de otra cosa mejor que hacer, escuché.
suelta de escasa relevancia, las dos mujeres dieron un giro a la charla y empezaron a
quejarse airadamente por el aumento de inmigrantes que en los últimos años estaban
llegando a nuestras costas. Ilegales, puntualizaron. Según decían, los sin papeles
estaban dejando sin trabajo a los autóctonos porque trabajaban por dos duros y sin
cuya intención no dejaba lugar a dudas, sobre todo por la coletilla de una de ellas
que con cada nueva queja no paraba de repetir: —Y si por eso tengo que ser racista,
corriendo con mi libro bajo el brazo, pero no lo hice. En lugar de eso me puse a
Todos tenemos una idea aproximada del significado de estas dos palabras:
racismo y xenofobia, las dos suelen aparecer asociadas entre sí, ambas con unas
con ellas. Para certificar lo que digo transcribiré el significado que el diccionario da
Por fortuna estas acepciones rara vez se utilizan en sentido literal, no digo que
no haya quien las sienta así, y yo, ciertamente, lo siento por ellos. Pero en la
mayoría de los casos usamos estas palabras sin pararnos a pensar, ignorando el
significado que con tanto esmero han elaborado nuestros académicos de la lengua.
Siempre me ha molestado el mal uso que hacemos del lenguaje, aunque en este caso,
debo decir que nunca me alegré tanto por un hecho tan lamentable. ¿Cuál fue la
las dos mujeres resultaron ser falsas, y ellas ni siquiera lo sabían. Me explico: El
Estrecho de Gibraltar separa dos mares lo mismo que dos continentes, y puestos a
decir, diré que separa también promesas, sueños y esperanzas, que por lo general son
una invitación para los que tratan de alcanzar la opuesta y por este motivo el flujo
mundo atraídos por la promesa de una vida mejor, acuden engañados, sin duda, pero
lo siguen haciendo pues la vida de mierda que encuentran aquí sigue siendo mejor
que la mierda de vida que tienen en sus países de origen. Hacinados en frágiles
embarcaciones afrontan una travesía que se intuye corta y a veces, muchas veces,
demasiadas, acaba siendo eterna. No abundaré en detalles, no por eludir una realidad
incómoda para los que estamos al otro lado, mis motivos tienen que ver con el
respeto. Una vez hecha esta aclaración volveré al principio, retomando este relato
playera, ésa que definí como acontecimiento, pudo quedarse en indignada crítica
hacia las dos mujeres si no hubiese pasado lo que a continuación pasó. Un suceso
nuestra posición, justo sobre nuestras cabezas; el ronroneo inicial de sus aspas pasó a
nadie y el motivo del mismo no se hizo esperar. Siguiendo con la mirada lo que
miraban los guardias vimos a lo lejos dos embarcaciones, la primera era una
pesar de las instrucciones de la Guardia Civil, que insistía en espantar a los curiosos,
todos nos acercamos para ver un espectáculo que resultó ser poco alentador. La
patera clavó su quilla en la arena hasta quedar varada. De ella surgieron como
en la playa, los recién llegados temblaban como hojas al viento. Algunos con claros
sol y por el gasoil de los motores en contacto con el agua salada, todos hambrientos:
cubriéndolos con toallas, camisetas, cualquier cosa que les diera calor. Empezaron a
circular botellas de agua, zumos, batidos, bocadillos, patatas fritas, lo que fuese; ante
mujeres: las racistas, una de ellas, la que apenas unos minutos antes se quejaba con
vehemencia de los inmigrantes se fue derechita hacia una chica negra, apenas una
niño lloraba con fuerza y la madre, impotente, aún más. Mi vecina racista, a juzgar
por lo abultado de sus pechos, debía tener a su vez un hijo lactante. Se plantó
decidida delante de un guardia que atendía a la joven madre y sin darle ninguna
posibilidad de réplica le dijo: —Dame al niño, hombre de Dios, no ves que está
desmayao.
Cogió al niño sujetándolo con una mano mientras con la otra se abría un lado
del bikini, a la vista quedó la magnífica teta y con mañas de madre curtida en esas
lides se colgó al niño del pecho. Éste empezó a chupar con fuerza la riquísima leche
figura color caoba del niño en contraste con la refulgente blancura del pecho
las dos con una sonrisa, las dos con lágrimas en los ojos.
Yo, que asistía como espectador al acto, dije para mis adentros: —Y presume