La Patente
La Patente
La Patente
LA PATENTE
José Luis Adrados
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1. La oficina.
Un manotazo certero sobre la mesilla de noche y todo lo que está encima empieza a temblar,
todo. Un cenicero hasta arriba de colillas, unas pilas de las medianas, un vaso con agua que tiene
algo flotando a media altura. Varios objetos más bailan en círculos, o elipses, o lo que sea, sobre el
despertador y su desquiciante zumbido lo que me molesta. El ingeniero que diseñó este trasto,
porque habrá sido un ingeniero, puede estar contento, ha realizado un excelente trabajo, tanto que no
pasa una sola mañana sin que le dedique un recuerdo, a él y a toda su familia.
Al grano, son las siete, las siete en punto, buena hora para levantarse si vives en el Trópico y te
vas a coger olas a una playa de arena blanca, conste que yo no me levantaría ni para eso, pero aquí lo
hago para ir a trabajar. Las siete, buena hora para que los fracasados se vayan preparando, empieza
Estoy con todo esto en la cabeza, pero al final y como todos los días, decido apagar el
despertador, eso sí, dejándolo sonar un poco más a pesar de lo mucho que me molesta, sé que mis
vecinos también lo oyen. Ya sufro yo bastante su reiterado fornicio, su dormitorio está pared con
pared con el mío. ¡Qué se jodan los vecinos! (en rigor, ya lo hacen)
Una vez restregadas las legañas que me impiden enfocar correctamente la visión, lo paro
apretando el botón, el de parar el zumbido, está en inglés pero debe poner algo así como: “Parar
zumbido”. Mucho manotazo, pero al final lo paro apretando el botón porque el despertador en
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cuestión me costó un dineral y no es plan, desde luego no en mi caso, de andar por ahí dando
manotazos a un cacharro que por su elevado precio ha de durar muchos años. Así lo espero y no
porque se encuentre entre mis aspiraciones el seguir madrugando. ¡Qué asco de vida!
De la ducha al metro (entre medias hay unas cuantas cosas, lo sé, pero dudo que nadie tenga
interés en ellas: vestirse, desayunar…). Yo soy de desayunar en casa, no es por ahorrar, aunque
también, es sobre todo porque a las siete sólo encuentro abiertos bares con gente como yo y eso me
deprime, me deprime muchísimo. En realidad es la gente la que me deprime, toda la gente, no sólo
los que se levantan a las siete y, la verdad, más que depresión es animadversión.
Después de desayunar en casa un café con un bollo haciendo caso omiso de la dieta
mediterránea, bajo a la calle para dirigirme a la boca del metro, palabra que ha pasado de homónima
a análoga y que no dudo que algún poetastro del antiarte utilice incluso como metáfora, porque
efectivamente entrar allí es como meterse enterito en una boca: suciedad, restos de comida y halitosis
crónica. ¡Esto sí que es deprimente! Aunque no sean las siete, aunque vayas leyendo lo último del
Para evadirme de tan lúgubres pensamientos me entretengo viendo pasar las estaciones, un
montón de estaciones abarrotadas de gente, una detrás de otra, y otra, y en cada estación una
desagradable vocecita enlatada te recuerda dónde estás y que tengas cuidado al salir del andén. Así,
si metes la pata ni siquiera les puedes denunciar. Una detrás de otra y tú, o yo, disimulando con el
Kenfolet porque leer lo que se dice leer, a las siete y a base de empujones, se lee poco, poco y mal,
que llegas a "Sol" y de las dos páginas que has leído entre empujón y empujón no te acuerdas de
nada. Y es que a las siete hay mucho fracasado empujando. Yo empujo todo lo que puedo, con
Aquí todos vamos a la oficina que es como vulgarmente se dice que vas a trabajar. Antes ir a la
oficina era como para gente destacada, con estudios, ahora todo el mundo va a la oficina; aunque
trabajes en una obra poniendo ladrillos, yo preferiría poner ladrillos si supiera ponerlos, que no sé.
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Lo cierto es que aunque todo el mundo diga que va a la oficina yo voy de verdad. Debo ser el único
fracasado que va a la oficina de verdad, ni siquiera lo puedo omitir sin que pierda una parte de su
significado porque uno puede trabajar en una oficina en Hacienda y dices: trabajo en Hacienda, o en
el Ministerio, o como lo quieras decir, pero yo trabajo en la Oficina de Patentes y por fuerza tienes
que decir oficina te pongas como te pongas. Yo a veces digo que trabajo en una obra aunque no sepa
poner ladrillos.
Después de varios transbordos salgo del metro. Salgo como esas marmotas de los
documentales, documentales americanos supongo. Son unos bichos del tamaño de un perro pequeño,
pero que parecen una rata grande, la cuestión es que son una plaga y lo llenan todo de agujeros, así
que los granjeros de allí, que serán como los de aquí, se dedican a pegarles un tiro según salen de las
madrigueras, yo salgo igual, mirando al cielo primero y luego a los lados para ver si veo de dónde
me va a venir el tiro.
Sigo andando por la acera con cara de no saber por dónde me vienen los tiros. Preferiría hacer
Al entrar en el edificio: modernista, que no tiene nada que ver con moderno aunque algún
capullo crea que sí, lo primero que uno encuentra aparte de desidia es una amplia sala que hace de
vestíbulo. Pasado el vestíbulo se levanta una escalera central que en el primer rellano se hace doble
pudiendo subir indistintamente por el lado izquierdo o por el derecho, normalmente usamos un lado
ignorando la otra posibilidad, es una extraña fidelidad a un itinerario, como los ratones que usan
siempre el mismo camino y si les pones un obstáculo delante se chocan con él. Supongo que lo he
El itinerario escogido me conduce inexorablemente a una sala llena de mesas con ordenadores.
No son las mesas ni los ordenadores lo que me molesta de mi trabajo, ni siquiera es el edificio,
algunos en particular. Aquí trabajamos unas veinte personas. Con una parte de mis compañeros,
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vamos a llamarlos así, directamente no me trato por lo que a pesar de mi aversión hacia los de mi
misma especie no suelen ocasionarme mayores problemas, éstos vienen con los que por desgracia
tengo que tratar quiera o no, media docena como mucho y de esos a López es al que menos soporto.
Me resulta especialmente insoportable, su presencia me produce tanta satisfacción como una hernia
de hiato en plena ebullición. El tipo llega todos los días sonriendo a la oficina, ¡cómo si se alegrara
de venir a trabajar! Saluda a todo el mundo con un: buenos días, que suena falsísimo acompañado de
un gesto con la mano, todo como muy exagerado, y si es lunes, ¡joder, cómo odio los lunes!, además
nos suelta lo que ha hecho durante el fin de semana con pelos y señales. Casi siempre que ha estado
en Tarifa haciendo guinsurfin con unas olas, o un viento, o un no sé qué, pero que siempre implica
que ha sido dificilísimo y que no es apto para todo el mundo. Hay que estar fuerte, eso no lo dice él,
lo dice una que se llama Lola, pero él asiente así como con modestia. Es que tú estás superfuerte,
insiste la tal Lola. Y él contesta que no, que es sólo técnica y práctica. Y lo dice poniendo una
posturita como si se agarrara a algo. A mí el tipo más que fuerte me parece que está gordo, pero será
cosa mía. Tampoco le encuentro parecido al Raselcraun. Lola le dice que se parece a Raselcraun. Es
que con el pelo así y con ese cuerpo te pareces a Raselcraun, y él contesta: no exageres, es sólo que
me cuido. Yo sigo pensando que está gordo, también creo que lo está el Raselcraun ése de los
cojones. Será porque mis carnes recubren con escaso entusiasmo un esqueleto de por sí escurridizo.
El caso es que López se pone a saludar y no para. A mí también me saluda igual de sonriente.
Estoy seguro que lo hace sólo por fastidiar, sabe perfectamente que me molesta. El tipo se queda
quieto antes de sentarse en su silla mirando hacia mi mesa, esperando agazapado como una fiera
devuelve mi propia imagen como si fuera un espejo. Aprovecho esos instantes para ajustarme el
nudo de la corbata hasta que mi reflejo se transforma en el icono de Microsoft acompañando a una
musiquita infame. Es precisamente en ese momento que al levantar la vista de la pantalla, ahí está él.
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Un segundo, menos incluso, una fracción de segundo, es todo lo que necesita, lo justo para que
López lance su saludo como un zarpazo certero que me acierta en plena cara. Sonríe y dice: buenos
días. Yo le contesto con una especie de mueca que se parece un poco a un saludo, eso es lo más
parecido que soy capaz de esbozar. Tampoco lo haría mejor aunque quisiera, que no quiero.
Por fin me siento. Lo hago protegido por el parapeto que me he ido preparando
meticulosamente tras años de eficiente funcionariado: el ordenador, diferentes útiles de oficina, una
pila considerable de papeles sin archivar y un marco con una foto. La foto es de un suricato. No
tengo parientes, ni novia, ni nadie que quiera ver cada vez que giro la cabeza. En realidad no quiero
un marco con foto, pero me pareció que cubría un buen pedazo del espacio que quiero cubrir.
soledad relativa. Suelo disfrutar de estos sesenta minutos detrás de mi parapeto haciendo que trabajo,
por desgracia a las nueve y unos minutillos la gente entra en mis dominios sin ningún respeto. No
puedo decir que lo hacen atropelladamente porque lo cierto es que no hay mucha gente que quiera
patentar cosas, pero los que hay son por lo general unos tíos muy raros. La mayoría se creen
inventores a punto de cambiar el curso de la Historia con algo que normalmente ya está inventado o
es tan inútil como su creador. Casi siempre es gente reincidente que en intervalos de uno o dos años
se presentan aquí con algún nuevo engendro. Todo esto no me importaría demasiado si el registro lo
hiciera otro, pero por desgracia ése es mi cometido en esta sacrosanta oficina.
absoluto de cosas que rara vez despiertan en mí el más mínimo interés. Así ha sido día tras día mi
Como siempre me sitúo con la cabeza baja oculto tras mi parapeto, fingiendo que hago alguna
cosa, evitando tener que mirar a los que entran hasta el último momento. No es mucho, pero a mí me
vale y en esas estoy cuando por el rabillo del ojo veo cómo se acerca un hombre de mediana edad, o
sea de unos cuarenta y cinco o cincuenta años, en realidad su edad me da lo mismo, además dentro
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de un rato le pediré su fecha de nacimiento durante el registro de la estupidez que venga a patentar.
Cuando ya no tengo más remedio que mirar lo miro (suelo mirar más o menos a la altura del pecho,
nunca miro a la gente a la cara y mucho menos a los ojos, no soporto mirar a la gente a los ojos) y
veo que el personaje en cuestión es más raro que de costumbre. La mayoría de los que vienen aquí
con la intención de patentar algo son jubilados aburridos que pierden su tiempo y lo que es peor,
hacen que pierda el mío. Éste es diferente, no sólo por ser más joven, su aspecto también es
diferente. Es un tipo con gafas de pasta gruesas, o anchas, o ambas cosas, no sé, como pasadas de
moda, o quizá estén ahora a la última. La verdad es que no tengo la costumbre de hacer un
seguimiento de esas tendencias. A pesar de mi total ignorancia en esos temas me parece que el tipo
absoluto el prototipo de fracasado que se cree un genio. Lo cierto es que este personaje, diferente o
no, está a punto de cambiar mi vida para siempre de una forma radical. Yo aún no lo sé (aunque lo
esté contando), él tampoco como es lógico, pero en unos minutos esta persona me va a presentar un
invento que no sólo despertará mi interés, despertará el interés de mucha gente y por primera vez en
todos los años que llevo aquí aprovecharé mi posición para beneficiar a la única persona que me
2. El invento.
Vuelvo a casa después de una dura jornada, siete horas de trabajo, monótono por lo general,
aburrido siempre, e irritante en la mayoría de los casos. Esta vez el regreso se torna extraño.
Normalmente sólo es una molestia, quiero decir que volver a casa supone más gente, más
empujones… todo esto me molesta y mucho, pero esta vez además es insólito, sigo pensando en el
Entrar en el metro de nuevo es como hacerlo en las catacumbas, cada vez que lo hago, y lo
hago dos veces al día, me viene una imagen distinta y nunca es agradable. El aire está tan viciado y
espeso que se puede masticar. Afortunadamente en este lugar todos van a lo suyo y rara vez la gente
me mira. No soporto que la gente me mire, para evitarlo llevo gafas de sol, yo nunca uso gafas de
sol, excepto aquí. Al principio tenía ciertas dificultades para moverme por los pasillos menos
iluminados, pero mis ojos se han ido adaptando poco a poco a la penumbra, si a esto le añadimos que
realizo el mismo recorrido día tras día desde hace años y que conozco el trazado de memoria, se
podría decir que soy una especie de mutante, el perfecto habitante de este submundo maloliente y
masificado.
Me sorprendo a mí mismo con la cabeza en otros asuntos tan desconocidos y nuevos que me
producen cierto vértigo, quizá favorecido a esta hora por la falta de oxigeno, devorado más que
consumido por la multitud. En cualquier caso y para mi sorpresa no me desagradan los asuntos que
No convencido del todo (no suelo estar convencido de nada) me arrastro como cada día hasta
mi morada dejando todo en estambai. Ya en la calle me dirijo caminando hacia la seguridad del
hogar acompañado de un sonido rítmico e intermitente de pies arrastrándose, los míos. Una vez en
casa a salvo de influencias externas que me cuido mucho de mantener a raya, comienzo con el ritual
diario de preparar la comida. Nunca como nada durante la jornada laboral, soy de comer poco, la
escasez de mi cuerpo no invita a los excesos y mi pragmatismo aún menos. Eso quiere decir que las
paradas habituales que hacen mis “compañeros” para tomar café y bollos por aquello de engañar el
hambre, yo las evito gustoso ya que estas paradas suponen minutos adicionales de tranquilidad de los
que puedo disfrutar durante dicha jornada y aunque insisto, tanto en lo de que lo hago gustoso como
en lo de mi parca ingesta, lo cierto es que cuando llego a casa pasadas las cuatro el ruido insistente
de mis tripas me obliga a ponerle remedio perentoriamente, por más que disfrutar lo que se dice
Es tal el poco entusiasmo que en esto como en otras cosas pongo, que mi frigorífico podría
servir de armario ropero. De hecho me sirve ocasionalmente, pues tengo la costumbre de utilizarlo
para ese fin cuando llega el verano y en esta maldita ciudad los cuarenta grados forman parte del
cómoda a las rejillas del frigorífico en un salto vertical descendente de treinta y cinco grados
centígrados. De manera que esta parte del para algunos preciado electrodoméstico es para mí inútil y
se ve abocada al mayor de los desprecios durante al menos nueve meses al año, volviendo a cobrar
La parte del frigorífico que realmente me interesa, la que sirve a mis propósitos culinarios es la
superior, superior en este modelo, el mío. Los modernos frigoríficos con congeladores a ras del suelo
me producen un lumbago reincidente que trato de evitar a toda costa. Todo congelado listo para ser
Nada que tarde más de cinco minutos en estar preparado es objeto de mi atención. Por otra
parte me es indiferente comer callos, lasaña o caracoles a la riojana, con tal de que el proceso de
elaboración no exceda de esos cinco minutos establecidos. Todo debe estar debidamente aliñado, eso
sí, con una buena cantidad de kétchup, ingrediente fundamental en todo aquello que merezca la pena
ser consumido y éste, el kétchup, es el único alimento que durante la época estival cuando el calor
hace temblar el asfalto y los ánimos, comparte espacio con la ropa más íntima que el Carrefour es
capaz de ofrecerme.
Una vez sofocado el pertinaz sonido intestinal vuelvo a prestar atención a lo acontecido
durante esta jornada, peculiar si tenemos en cuenta que no recuerdo ninguna que despertara en mí ni
atención, ni nada, a lo largo de años de trabajo en la mencionada oficina. Este curioso personaje ha
Dada mi prudencia casi obsesiva y teniendo en cuenta que soy desconfiado por naturaleza, no
me hago demasiadas ilusiones sobre la fiabilidad del invento, esperaré pacientemente hasta ver de
forma tangible lo que me traerá el tipo de las gafas de pasta. Sé por experiencia que del estado de
catarsis que tiene el inventor al contemplar su invento, similar al que tienen algunos al contemplar
una obra de arte, una puesta de sol, la sonrisa de un niño (conste que yo no tengo nada de eso), se
pasa a un estado de depresión que es justo lo contrario a la euforia inicial. Esta metamorfosis, literal
a juzgar por los cambios faciales bien visibles, se debe principalmente a la solicitud por parte de la
Oficina de Patentes al interesado de una enorme cantidad de documentación, necesaria para dar curso
a su petición. Esto sin contar, dicho sea de paso, de las recomendaciones expresas de replantearse tan
magna empresa y de mi aportación personal que suele dejar de manifiesto no sólo mi opinión sobre
lo allí presentado, también procuro dejar claro lo mucho que me incomoda que me hagan perder el
tiempo. Con todo esto, apreciaciones kafkianas aparte, el contacto con la cruda realidad suele ser
violento y rara vez vuelvo a ver a la mayoría de los entusiasmados inventores, que claramente
abrumados desaparecen sin dejar rastro. No obstante debo reconocer que este tipo lejos de
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desanimarse, apuntó todo el rosario de peticiones en una agenda y salió con una sonrisa y un
Después de comer un reflujo intestinal me obliga a buscar el bote de antiácidos. Una tarea que
no me resulta complicada ya que sufro con tal asiduidad esta dolencia, que guardo botes
prácticamente en todos los cajones de la casa. Desde el armario de encima del lavabo, lugar habitual
con dos cuerpos y espejo incorporado, hasta el cajón de los calcetines donde guardo además de los
antiácidos otros medicamentos de uso diario. Los calcetines que en principio sólo pasaban los meses
estivales en el frigorífico, han pasado a ocupar de forma permanente las rejillas del mismo para
contrarrestar el cada vez más incómodo calentamiento de mis pies, quizá provocado por los nuevos y
razonablemente económicos zapatos que acabo de comprar. Este exceso de sudoración ha provocado
que ahora en el cajón de los calcetines, junto a los antiácidos, tenga cremas y desodorantes de uso
podológico. El cajón de la mesita del salón es otro de los lugares donde se acumulan mis preciadas
píldoras. Tras unos tanteos agitando botes cerca del oído derecho un tintineo delata que queda alguna
píldora en uno de ellos, la saco del bote girando el tapón de rosca y me la trago tal cual, sin agua.
Prefiero los tapones de rosca a los que se encajan a presión que por lo general están diseñados para
humillar a todos los que no frecuentamos el gimnasio. Odio los esfuerzos inútiles y sudar, pero sobre
Después de ingerir una pastilla que frene el volcán de mis entrañas enciendo el televisor para
depredadores o depredados, con tal de ser animales todo me vale. Todo me vale siempre que no
tengan un fulano explicándome lo que hacen los bichos en el mismo momento que nos lo muestran
las imágenes. No soporto que me traten como a un idiota: “El león se dispone a comerse una gacela”,
dice un fulano colocado a una distancia prudencial delante de un león a punto de comerse una gacela,
cosa que voy a ver en unos segundos y que en cualquier caso me puedo imaginar, los leones no se
Otra de mis escasas aficiones consiste en jugar al ajedrez, que junto al consumo compulsivo de
documentales forman parte de mis momentos de ocio. Los otros momentos que podríamos
denominar obligaciones serían los quehaceres domésticos: limpiar y ordenar, y rara vez me ocupan
más de cinco minutos. Tiempo que casualmente coincide con el dedicado a cocinar. Es decir, si
descontamos estos cinco minutos, los cinco de la comida y otros cinco para la cena, de las ocho horas
que me quedan después de descontar las siete que dedico a dormir, el resto, unas siete horas y
cuarenta y cinco minutos las reparto entre el ajedrez, los documentales y algunas lecturas selectas,
huelga decir que las horas que completan las veinticuatro que tiene el día no merecen mención
alguna.
Mi casa es grande, un viejo piso heredado. Para poder mantenerlo limpio y ordenado en tan
escaso tiempo todo debe estar debidamente despejado, tanto que de los ciento veinte metros
cuadrados útiles que tiene según rezan las escrituras, apenas quince están ocupados por algún tipo de
mobiliario. Dos se reparten entre la cama y la mesilla. La cama de noventa por ciento ochenta cubre
sobradamente las necesidades de espacio que mi cuerpo requiere. El armario apenas ocupa un metro,
siempre he pensado que tener más de tres pantalones es una frivolidad. El sofá, una mesita baja y el
mueble para la tele suman un total de cuatro metros cuadrados. Un pequeño armario en el baño y lo
mínimo imprescindible para equipar una cocina hacen que todo sume trece metros, los dos restantes;
más o menos, están ocupados por una estantería repleta de deuvedés de documentales. El resto es un
páramo yermo por el que de vez en cuando circulan libremente bolas de pelusa que escapan a mis
cinco minutos de limpieza diaria. No soy maniático, así que las tolero con cierto esnobismo.
Poseo una importante colección de deuvedés, casi todos adquiridos en mercadillos ambulantes
donde no es necesario hablar con el vendedor para realizar la transacción. Un rápido vistazo me basta
para saber si su contenido se ajusta a mis preferencias. La colección crece a un ritmo constante de
cuatro deuvedés a la semana, comprados el sábado por la mañana en un rastrillo que se instala en mi
barrio. No soporto las aglomeraciones, eso me obliga a salir a primera hora cuando los vendedores
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ambulantes montan sus precarios tenderetes. Los cuatro deuvedés van a parar a una bolsa junto a la
media docena de churros calientes y grasientos que forman parte del desayuno sabatino, único
capricho que me concedo a pesar de la exasperante simpatía del churrero a quien ignoro sin disimulo.
Juego al ajedrez desde hace años, el reparto de tiempo con el resto de aficiones-obligaciones
me deja un buen número de horas para su práctica. Juego bien, juego bastante bien, nunca he jugado
contra una persona, pero eso no me impide hacer una valoración objetiva de mi juego. Sentarme en
una mesa delante de otra persona durante horas de forma voluntaria me parece sencillamente
impensable, hacerlo durante el trabajo ya supone suficiente tortura de manera que mi afición a tan
ilustre juego se desarrolla en la intimidad de mi casa con una pantalla de ordenador como digno
contrincante. Tengo el programa más potente del mercado, uno de esos al que es imposible ganar si
no eres un genio. Sé que soy bueno, pero no un genio. Ajustando el nivel de la máquina a uno acorde
con el mío puedo jugar durante horas sin las incomodidades propias de un contrincante humano.
Toses, carraspeos y comentarios por lo general absurdos: buena jugada o estoy contra las cuerdas.
No lo soporto. Si además la persona suda… ¡cómo odio que la gente sude! Si hay algo que no
soporto, además de las toses, los carraspeos y los comentarios absurdos, es que la gente sude. Yo
mismo trato de evitar tan abyecta función fisiológica consumiendo con adicción todo tipo de cremas
éstas suelen constituir una sorpresa: desagradable en la mayoría de los casos. Me acerco hasta la
puerta con sigilo para no delatar mi presencia y así si lo creo oportuno ignorar al intruso. Al acercar
el ojo a la mirilla veo una cara deformada por el angular de la pequeña lente. La cara ya de por sí
deformada por un acné que parece haberse cebado en ella con entusiasmo, me trae a la memoria el
motivo de tan inoportuna visita. El chaval, el de la cara doblemente deformada, es el repartidor del
supermercado. Hago la compra por internet. Esta práctica que rechacé inicialmente se volvió
sumamente útil cuando descubrí que podía comprar sin tener que deambular por los pasillos
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empujando un ridículo carrito y aguantar colas en las que casi siempre hay un niño llorando, o
gritando, o dando golpecitos, o todo esto simultáneamente, mientras la madre, o el padre, o ambos,
parecen haber recibido algún tipo de antídoto que les hace inmunes al coñazo que da su insoportable
vástago.
Después de unos segundos decido abrir la puerta. No tanto por evitarle la espera al muchacho
del acné conglobata, lo hago sobre todo pensando en el suministro de congelados que trae y que no
admiten demora.
Aunque viene dos veces al mes insiste en preguntar mi nombre en un incomprensible sentido
del deber.
Rara vez hablo con los repartidores, pero hoy tengo ganas de conversación así que le contesto
de molde familiar... —insiste en intervalos periódicos destinados a recordar lo que tiene que decir
con una voz que pasa de un tono exageradamente grave a gallos que me ponen los pelos como
escarpias.
—En la sección de congela... —al cerrar la puerta con chirrido incluido la charla del muchacho
—…dos tenemos los... gracias, señor. Hasta el próximo pedido —el golpeteo metálico de los
cerrojos interiores parece acallar por fin la perorata que a pesar del efecto sordina de la puerta
Puedo escuchar el taconeo sobre los viejos escalones de madera, eso me indica que se marcha,
lo hace mascullando entre dientes algo sobre mi madre que no consigo entender, pero que me puedo
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imaginar. Aprovecho para mirar la factura y contrastarla con el contenido de la bolsa, labor que me
lleva apenas unos segundos puesto que la oferta de este mes sobre el braseado de verduras con
gambas hace que los demás productos, aunque puedan resultar seductores, se hayan visto abocados al
mayor de los desprecios frente al reducido precio de este sabroso y nutritivo braseado en cuestión.
Verificado el número exacto de bolsas, treinta, necesarias para cubrir una quincena de otras tantas
comidas y cenas, las introduzco en el congelador, del mismo modo los dos botes de kétchup
incluidos en el pedido pasan al estante del frigorífico junto a una fila de calcetines debidamente
doblados sobre sí mismos. La factura pasa directamente al cajón de las facturas, allí se amontonan
una cantidad indeterminada de éstas en espera de ser archivadas. Suelo pensar a menudo en esto, en
lo de archivar las facturas, también en otras tareas de índole similar como clasificar mi colección de
deuvedés. Todas ellas y mientras no decida lo contrario se encuentran en espera del momento
oportuno. Otras tareas como pintar la cocina, fijar el rodapié suelto del pasillo, o engrasar las
bisagras de la puerta, hace tiempo que dejaron de formar parte de mis pensamientos al ser
plenamente consciente de que nunca las realizaré. Siento cierta aversión hacia los trabajos manuales,
o sea, lo que ahora llama todo el mundo bricolaje que siempre se han llamado trabajos manuales, o
trabajos a secas y ahora por alguna razón que desconozco se empeñan en llamar bricolaje, como si el
uso del galicismo hiciera esta labor más divertida, ¡cómo odio el bricolaje!
transferencia bancaria al supermercado. Esto que también fue objeto de susceptibilidades por mi
parte pasó a ser una práctica habitual al comprobar no sólo su eficacia, también y sobre todo para
evitar la incomodidad de entregar el dinero del suministro al repartidor que ineludiblemente espera
Compruebo que el nombre, el mío, esté escrito correctamente. Apreciación nada gratuita si
tenemos en cuenta que en un ochenta por ciento de los casos mi nombre aparece mal escrito.
Abandio, Alundio, Acacio o Ambrosio son algunos de los nombres que con mayor asiduidad
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aparecen en lugar del nombre correcto que para ser sincero nunca me ha gustado ya que durante toda
mi infancia sólo sirvió para ser objeto de mofa y escarnio, y aún hoy consigue soltar sonrisitas en el
descerebrado de turno. Lejos de hacer reproches anacrónicos a mis progenitores pudiera ser cierto
que este hecho, el de mi nombre, mellara unas relaciones familiares que de por sí estaban condenadas
al fracaso.
Una vez superada la interrupción me dispongo para pasar el resto de la tarde jugando una
partida de ajedrez. Tras varias horas de enconada lucha la máquina vence. No soy derrotista, la sola
idea de perder me provoca urticaria, no obstante, el hecho de ser vencido por un programa
informático diseñado expresamente para vencer no hace sino minimizar la sensación amarga de la
derrota. De todo esto saco la satisfacción de ser un digno contrincante que durante horas ha
mantenido un altísimo nivel de juego. La ventaja de perder así, la única ventaja, es no tener que dar
la mano al vencedor y encima soportar los comentarios condescendientes que sólo tratan de hundirte
más en la miseria. El PC vence, sí, pero aprietas un botón y en un segundo está sumido en la
oscuridad, en la profunda negrura de su pantalla de plasma. Vence, sí, pero le privas de cualquier
Tras dar buena cuenta del braseado de verduras con gambas doy por finalizado el día con un
documental. El escogido trata sobre el apareamiento de la ballena jorobada. Magnífico animal que
haciendo gala de un descomunal miembro viril se esfuerza en montar a una hembra que no le facilita
en nada las cosas, si a esto le añadimos el hecho nada baladí de hacerlo en un fluido, no es raro que
esta especie esté en peligro de extinción. Una vez más la naturaleza se equivoca no dotando al macho
de algún elemento con el que asir firmemente a tan escurridiza hembra. En esta ocasión el
documental que he visto al menos cuatro veces no me evade de mis pensamientos. Por primera vez
en toda mi vida me voy a la cama esperando que amanezca para ir a trabajar y aunque el responsable
de tan inusual comportamiento sea el fulano del invento, esto me sorprende y me preocupa a partes
iguales. Estoy sumido en un mar de dudas que espero se despejen a lo largo de la que será de todas
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formas una tediosa jornada, no porque desee que ésta lo sea, más bien se trata de ser consecuente con
A las nueve y unos minutillos empieza el desfile de personajes por la oficina. Como ya he
mencionado anteriormente no se trata de una avalancha de fulanos, no, no son muchos los que tienen
el tiempo suficiente para dedicarse a estos menesteres, los que lo tienen suelen ser físicos o químicos
o algo parecido. La mayoría de estos profesionales traen temas relacionados con fórmulas,
farmacopea, droguería y un sin fin de potingues para uso agrícola y ganadero. Casi todos destinados
exceptuamos eso sí las mejoras en los antiácidos y desodorantes de los que creo haber mencionado
Estos inventores, los de verdad, se apresuran a patentar sus más que rentables fórmulas, pero
estos, los rentables, no suelen pasar por mi mesa, ese tipo de patentes se registran en otro
departamento contiguo. Para mi pesar aquí sólo acuden aquellos inclasificables que tienen como
Como siempre procuro colaborar lo mínimo posible con los que van llegando, a la espera del
que espero sea el aliciente del día. En realidad es el único aliciente que recuerdo haber tenido nunca,
la llegada de mi apuesta particular todavía dudosa: el fulano de las gafas con el invento.
Después de un par de horas interminables, siempre lo son para que nos vamos a engañar, veo
por el rabillo del ojo el caminar cansino de mi esperado “amigo”, no sé por qué pero el corazón se
me acelera. Se acerca despacio, muy despacio, demasiado despacio. Espero que el muy cretino no se
vaya a otra mesa. No recuerdo haberle dicho que volviera a mi mesa, claro que nunca lo hago con la
esperanza de que los reincidentes vayan donde López (¡qué rarito eres, López!) a darle el coñazo a
él. Despejada mi incertidumbre por fin se para delante de mi mesa. Levanto la vista por encima del
parapeto y con un gesto le indico que me entregue la documentación. Decido no mostrar un excesivo
entusiasmo, es fácil si nunca lo has mostrado, pero no puedo evitar echar una miradita sesgada al
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tiempo que recojo el fajo de papeles. Su aspecto no parece haber cambiado y aunque sigo sin saber si
la anchura de sus gafas está motivada por la moda o por una profunda miopía, su ropa no deja lugar a
dudas, el tipo es pulcro, muy pulcro y elegante. En un primer vistazo determinó que por lo abultado
del fajo la descripción del invento debe ser exhaustiva, bien. En ese mismo primer vistazo alcanzo a
ver el nombre de mi interlocutor, bueno, lo sería si hubiésemos cruzado alguna palabra: Jacinto
Víguenot, el nombre me gusta. Cualquier nombre que se salga un poco de lo normal me gusta. No
porque la antroponimia me seduzca, más bien se trata de la constatación de que nadie con un nombre
así hará bromas con el mío. Mientras el tal Jacinto se queda de pie esperando yo examino
meticulosamente el contenido de la documentación. Hace tiempo que quité las sillas que flanqueaban
mi mesa. No me molesta que la gente espere sentada, pero así evito tener que ofrecer esta
expuesto. Esta documentación debe ser lo suficientemente clara para que el técnico lo ratifique, pero
no obliga a mostrar todos los detalles para evitar temas de espionaje. Esa premisa siempre me ha
parecido una auténtica gilipollez tratándose de lo que se suele tratar, pero en este caso me alegro de
tan cautelosa medida. La prisa me estresa y el estrés me provoca acidez y aunque dispongo de un
buen arsenal de antiácidos en el archivador procuro no forzar mi organismo en horas de trabajo, así
que me tomo mi tiempo con todo el papeleo. Jacinto Víguenot aguanta estoicamente mi veredicto.
Después de varios minutos de lectura llego al apartado en donde se describe la funcionalidad del
invento, lo allí descrito no sólo alienta todas mis expectativas, me hace sonreír de oreja a oreja y por
3. El ingeniero.
El joven bajó las escaleras de tres en tres ajustando su zancada con precisión para no acabar
empotrado en el rellano junto a un poto medio seco. Al salir a la calle vio el Dodge negro aparcado
enfrente. Dentro su ocupante daba muestras de impaciencia, se notaba por el golpeteo insistente
sobre la puerta y los claxonazos que dejaron a la mitad del vecindario con medio cuerpo colgando de
las ventanas profiriendo gritos recriminatorios que el otro ignoraba sin darse por aludido.
—Ya voy. Sólo son y cuarto, tranquilo —bordeando el coche por delante el joven entró en él
Por dentro el coche no decepcionaba, es decir, que aquel modelo: el Dodge Dart 370, era
grande, muy grande, lo más parecido a los coches americanos y aunque efectivamente lo era, éste
además lo parecía. Era el coche que utilizaron en su día los ministros del antiguo Régimen y el
propio dictador. No era lo que se dice un coche corriente. Grande por fuera y grande por dentro. El
coche tenía la tapicería desgastada, casi se transparentaba la goma espuma que recubría el armazón,
los plásticos del salpicadero que también habían sufrido el paso del tiempo estaban ligeramente
cuarteados por el sol. Su aspecto general era de cierta decadencia, pero no estaba mal, no demasiado.
—Vamos a pasar un momento por el hipódromo para coger unas facturas —dijo mientras
Llegar a tiempo significaba hacerlo antes de las diez que era cuando emitían el programa de
radio favorito de Amador. Amador era como su coche, grande y poco corriente, tanto que trabajar
con él se estaba convirtiendo en todo un reto para Deni, el joven que ocupaba el asiento del copiloto
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y que se agarraba como podía a las partes del coche que aún no habían sido arrancadas. La
conducción de Amador era por así decirlo deportiva, si tenemos en cuenta que se jactaba de ser
piloto de rallyes, o de haberlo sido, se podía entender la aprensión del chaval. Claro que no debió
serlo con un cacharro de esas dimensiones que pesaba varias toneladas y cuyo parecido con un coche
Amador hacía chirriar las ruedas en cada curva ignorando las leyes que dictaban la física y el
código de circulación, ante el estupor de Deni que cerraba los ojos temiendo seriamente por su vida.
Desde Miraflores se tardaba un buen rato en llegar a Madrid. Hacer una paradita en el
hipódromo era un pequeño alivio, sobre todo al llegar a la zona donde el tráfico se volvía imposible y
la conducción de Amador pasaba a ser aún más temeraria. No es que aquel trasto corriera mucho
pero con su tamaño los continuos volantazos de un carril a otro hacían que el desayuno campara a
sus anchas por todo el aparato digestivo, y todo para recuperar unos metros en el colapso mañanero
del acceso norte. Unos acelerones intimidatorios era todo lo que se podía conseguir dentro de aquel
caos, a pesar de todo y en contra de lo que pudiera parecer Amador parecía disfrutar al volante.
Probablemente era el único individuo en todo Madrid que disfrutaba conduciendo en un atasco.
Amador era ingeniero, o al menos eso decía él, ingeniero mecánico. Tenía un taller a la entrada
de Madrid cerca de las facultades. Una zona tranquila con la Dehesa de la Villa como telón de fondo.
Un poco de campo, todo un lujo en una ciudad como ésta. Todas las mañanas salían de Miraflores de
la Sierra para ir a trabajar, bueno, trabajar trabajar, no se trabajaba mucho. Mucho trabajo no había,
Deni, Dionisio en realidad, decidió dar un giro a su vida o quizá fue la vida la que le giró a él
trescientos sesenta grados, seguidos de otros tantos y así hasta dar tantas vueltas que para entonces
había perdido el norte, el sur y cualquier referencia espacial. Lo suyo eran los cambios. De chaval,
todavía lo era, se le conocía en el pueblo por Dioni, en su barrio “el Dioni”. Se cambió de nombre
desde aquello del otro, el del furgón y el correspondiente cachondeo. Por lo que, de el Dioni pasó a
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Deni. Unos meses después se encontró con un tocayo en una serie venezolana de máxima audiencia;
el Deni, claro está, era el tonto de la serie. A pesar de todo decidió dejar las cosas como estaban
sabedor de que lo suyo no tenía remedio y tarde o temprano la serie caería en el olvido.
Tras unos meses como vendedor de fruta ambulante aceptó la oferta que le hizo Amador,
cliente habitual de la frutería, para trabajar con él. Amador era un cliente fiel con una afición por las
manzanas que rayaba en lo obsesivo, era difícil encontrar a alguien que comiera tantas manzanas
como él. Con el trajín de la fruta trabó una amistad con Deni que acabó desembocando en aquella
oferta de trabajo, una oferta formal, eso es lo que creyó Deni. La formalidad laboral era un concepto
difícilmente definible cuando se trataba de Amador. Al final la oferta se quedó en ser un simple
ayudante, una especie de chico para todo. Cobraba poco y cualquier atisbo de legalidad brillaba por
su ausencia, como contrapartida no había mucho que hacer y aquello era mejor que andar dando
tumbos de pueblo en pueblo en una furgoneta atestada con fruta a punto de pasarse de madura.
aparcado el Dodge se podía ver parte de la pista. Allí los caballos entrenaban como atletas: series,
resistencia..., todo lo necesario para que los jacos en cuestión ganaran todo lo ganable. Se les veía
corriendo con la cabeza gacha, como con desgana, pero era evidente que corrían rápido. Los jinetes
también daban muestras de aburrimiento dando vueltas a una pista de tierra que rodeaba otra de
hierba reservada para las carreras del fin de semana. Aquellos bichos eran enormes. Al principio,
parecía que era por la diferencia con los joqueis que suelen ser más bien pequeñitos, pero no, esos
Deni ignoraba qué clase de facturas tenía que recoger Amador, alguien que se dedicaba a
falsificarlas sistemáticamente cada vez que llegaba la declaración del IVA. Lo cierto es que fuera lo
que fuese que estuviera haciendo allí no le importaba lo más mínimo, hacía tiempo que no echaba
cuenta de las rarezas de su jefe y aquella parada con vistas panorámicas en horas de trabajo era un
Amador tardó unos cinco minutos en volver. Al entrar en el coche tiró una carpeta de cartón
azul al asiento trasero sin hacer ningún comentario. Arrancó el Dodge y salió derrapando del parquin
de tierra situado frente a una de las cuadras del hipódromo. Daba la impresión que la salida estaba
provocada por una prisa nerviosa, como una huida precipitada, pero no, en realidad Amador salía
derrapando de todos los sitios, desde un semáforo en rojo en mitad de la Gran Vía hasta el garaje de
su casa. Aquel tipo debía gastar más dinero en ruedas que en gasolina. Y aquel trasto gastaba mucha
disparataba era difícil calcular el tiempo. Esa mañana no fue de las peores y pronto se encontraron
subiendo por delante del paraninfo de la Complutense en dirección al pinar de la Dehesa. Allí, en lo
que había sido un chiringuito de platos combinados estaba el taller. Aquel local escapó
milagrosamente de los planes urbanísticos y se libró del derribo. Desde hacía unos años en la parte
trasera se acumulaban hierros y maderas donde en otro tiempo se apilaron cajas de Mirinda y
Trinaranjus. Todavía conservaba parte del letrero, “Restaurante las Delicias”; aunque sólo podía
leerse “urante a icias”, el resto de las letras fueron cayendo víctimas del abandono y las que
Amador aparcó el Dodge en la parte trasera, lejos de miradas indiscretas. Según su particular y
paranoide visión del mundo había mucha gente que codiciaba un coche como el suyo y siempre
El antiguo restaurante tenía una puerta trasera por lo que el acceso desde el pequeño parquin
era directo. Nada más entrar Amador cogió una manzana de una caja, siempre mantenía una buena
provisión de la preciada fruta a su alcance. Su afición por las manzanas era conocida por todos, él
mismo se encargaba de decirlo siempre que tenía ocasión para promocionar su libro, un libro que
aunque no tenía como tema central la fruta y sus bondades, sí tenía, sin embargo, una relación directa
sabiduría que le condujo a predicar con el ejemplo y ya de paso a dejarlo por escrito con la
incomprensible complicidad de una editorial que por cierto nadie conocía. El libro en cuestión se
titulaba: “De la nicotina a la pectina” y explicaba con todo lujo de detalles los pasos a seguir para
dejar tan incívico vicio y a cambio pasarse el día masticando diferentes clases de manzanas: Golden
delicious, Royal Gala, Fuji de Japón, Grany Smith, Reineta de Canadá… incluso una variedad
llamada Macintosh, como los ordenadores. Todas eran aceptadas en tan particular terapia con tal de
El taller era caótico, tanto que al entrar cualquier persona pensaba que se había equivocado de
sitio. Esta sensación era lógica si tenemos en cuenta que al margen de los restos del antiguo y
destartalado cartel del restaurante, la empresa se hacía llamar “Aplicaciones Avanzadas de Alta
Tecnología AMSA”, como anunciaba otro cartel con todas las letras, pero apoyado en el suelo dando
igualmente muestras de abandono. A pesar de lo que pudiera sugerir el rótulo la empresa AMSA
(Amador Mostacho Sociedad Anónima) carecía de todo referente tecnológico si exceptuamos un par
de viejos ordenadores, más una serie de máquinas que parecían salidas de una película de
—Enciende la radio que está a punto de comenzar el programa —dijo Amador mientras se
recolocaba la dentadura postiza después de dar buena cuenta de una reineta más dura de lo habitual.
Mientras Deni enchufaba el aparato de radio Amador apretó la tecla del contestador telefónico
dejando salir una voz metálica previamente programada: “Este es el contestador automático de
contactado con la empresa que hará sus sueños realidad. Deje su mensaje después de la señal
acústica”. La voz femenina dejó paso a un prolongado y estridente pitido, un segundo después fueron
entrando los diferentes mensajes acumulados. Como cada día estos resultaron ser de proveedores a
los que se debía dinero, antiguos trabajadores a los que se debía dinero, incluida la propietaria de la
voz enlatada y gente en general a la que se debía dinero. Todo estaba dentro de la normalidad de no
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ser por el último mensaje que estuvo a punto de pasar desapercibido al coincidir éste con el
comienzo del programa radiofónico de las diez: “El libro de los récords”, de media hora de duración
sobre el mundo de los Guinness. Tan absurdo como los propios récords que se describían y que, sin
embargo, hacía las delicias de Amador hasta tal punto que lo grababa a diario para después hacer
copias en casete y regalar a sus amigos más allegados. La colección era ya tan abultada que ocupaba
varios cajones de lo que en otro tiempo fue depósito de exquisitas variedades de café.
De forma casi simultánea a la musiquilla que tarareaba el locutor de radio entró el mensaje
número cinco del contestador: “Buenos días, mi nombre es Jacinto Víguenot. He encontrado su
teléfono en las páginas amarillas y me dirijo a ustedes para proponerles la fabricación de un aparato
de mi invención que estoy en trámites de patentar. Para entrar en detalles sobre el mismo pasaré esta
4. Los preparativos.
Galindo es uno de los que pululan cada día por la oficina. Trabaja aquí claro, pero no todos los
que trabajan aquí se dedican a pasearse por toda la planta. Galindo sí. Es más bien pequeño de
estatura, yo no soy muy grande, pero comparado con Galindo soy un tipo aparente. Al margen de su
escasa estatura Galindo es un tipo normal. Tiene una barriga prominente de esas que llamamos
cervecera, no sé muy bien por qué. Supongo que habrá que beber mucha cerveza para que se te
ponga una barriga como esa. En cualquier caso dudo mucho que la de Galindo haya adquirido esas
dimensiones a golpe de cebada fermentada, no le pega. Su barriga es de las que llaman la atención y
Galindo es muy correcto en el vestir, el problema está básicamente en el diseño de sus camisas.
Como en la mayoría de los casos las medidas de esta prenda mantienen unas proporciones de esas
que llaman estándar, dado que las proporciones de Galindo son las que son: brazos cortos y estrecho
de hombros, sólo tenía dos opciones, o llevar mangas y hombros en su sitio o cubrir dignamente su
oronda barriga. Optó por la primera de manera que la camisa le queda impecable por arriba, pero no
alcanza para abarcar todo su perímetro por abajo y se sale continuamente del pantalón. Él intenta
evitarlo remetiéndola cada vez que se pone de pie. Pero la camisa se empeña en salir de nuevo. Este
gesto, el de remeter la camisa es uno de los variados tics de Galindo. En cuanto da dos pasos un trozo
de camisa asoma por debajo del chaleco. Galindo siempre lleva chaleco, además de chaqueta,
chico que andará ya por los cuarenta. Me consta que en el instituto era un empollón de esos que dan
grima, pequeñito, con menos barriga, aunque ésta también apuntaba maneras, pelo rizado
domesticado a base de toneladas de gomina y unas gafitas obstinadas en resbalar por la nariz para
que a intervalos de un minuto más o menos, Galindo las suba una y otra vez al lugar adecuado, es
decir centradas frente a sus ojos, éste constituye otro de los ya mencionados tics de Galindo. Todo
esto lo hace ahora, cuando apuntaba maneras lo haría igualmente, supongo. Estos hábitos suelen
La cuestión es que yo a Galindo no lo conocí de joven, cuando no tenía tanta barriga, pero sí el
pelo rizado y unas gafas que se podía haber ajustado con una simple visita al óptico y evitar así el
repetitivo y absurdo gesto, pero es que Galindo es así: especial. No es que me caiga mal, vamos no
tan mal como otros de la oficina. Es sólo que un tipo como éste que apuntaba maneras se pasa la vida
evaluando expedientes de inventores que por lo general no inventan nada, y lo peor de todo es que a
Galindo le gusta su trabajo, ¡cómo te puede gustar este trabajo, Galindo! Es más, ¿cómo le puede
Galindo ya no apunta ni maneras ni nada, pero tonto no es, así que después de meditar
detenidamente ésta y otras cuestiones que no vienen al caso he decidido desviar la atención de
Galindo sobre el expediente que me ha presentado la persona que en este momento es el centro de mi
atención, Jacinto Víguenot. Su invento cumplirá con todos los trámites establecidos por esta bendita
oficina para que el proceso continúe, pero cuidándome muy mucho de que el contenido de dicho
expediente no traspase la frontera existente entre mi mesa y la suya. Vamos que no quiero que
Galindo lo vea.
Para evitarlo lo único que tengo que hacer es cambiar el apartado referente a la descripción
técnica. Afortunadamente conservo la mayoría de las descripciones que son presentadas y que se
quedan en el camino atrapadas en el farragoso entramado administrativo. No las guardo por gusto, lo
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hago por acumular una cantidad de papeles lo suficientemente grande para evitar ver y ser visto. De
esta creciente montaña de mampuestos de papel que conforman mi parapeto he cogido un expediente
al azar. El candidato a suplir la descripción del señor Víguenot es un tostador que tuesta por los dos
lados con temporizador, aparato que hubiera resultado muy útil de no ser por un pequeño detalle que
Esta descripción mantendrá entretenido a Galindo que sabiendo como sé lo mucho que se
empeña en sus funciones, lo desmenuzará hasta asegurarse de que dicho invento cumple los
requisitos mínimos establecidos para ser considerado un nuevo invento. El tostador en cuestión tenía
según recuerdo un sistema de expulsión un tanto peculiar, inútil, pero suficiente en cualquier caso
para ser valorado como novedoso. En su momento el inventor, un tal Guzmán, desechó la idea de
continuar el trámite por los costes de fabricación —el muy capullo pretendía hacer la carcasa del
aparato en piedra artificial en lugar del plástico habitual—. Su argumento era la originalidad de tener
influyera algún que otro comentario despectivo por mi parte. Rara vez hablo con la gente, pero
Galindo. Cuando esté hecha dar el cambiazo será un juego de niños. En cualquier caso la aprobación
de Galindo no estará lista hasta dentro de unas semanas, tiempo que espero sea suficiente para que el
señor Víguenot ponga en marcha la segunda parte del proceso, es decir: el prototipo. Todo buen
invento, incluso todo mal invento, debe ir acompañado de un prototipo para que de darse el caso se
pueda demostrar sin ningún género de duda su funcionalidad. Es en este punto donde la mayoría de
los avezados inventores pierden el interés por continuar dadas las complicaciones que suelen darse
salvo en este caso que de manera excepcional he animado y apremiado al señor Víguenot para la
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ejecución del mismo. Con cierto disimulo eso sí, para que no pueda pensar que mi empeño va mas
engaño, la planificación…todo esto que antes podía ser considerado en mí como normal y que en los
últimos años ha pasado a un segundo plano. A pesar de este hecho debo reconocer que empiezo a
sonrisa dibujándose en mi rostro. Esto me asusta un poco, la sonrisa no forma parte de mi repertorio
Una vez controlada la situación en la oficina debo concentrarme en la siguiente parte del plan y
para eso, desgraciadamente, tengo que realizar un viaje. Viajar no está dentro de mis aficiones. No
alcanzo a comprender qué extraño placer encuentra la gente en pasarse horas metidos en un medio de
transporte, el que sea, y acabar en un lugar que a buen seguro ser: caro, incómodo, ruidoso y
abarrotado de otros sujetos con el entusiasmo propio de los que creen estar pasándoselo genial.
Aunque la realidad es siempre bien distinta, pocos son los que se atreven a decir abiertamente que
viajar es una mierda. Yo soy de esos pocos y lo diría abiertamente de haber alguien a quien se lo
Lo cierto es que para conseguir mi objetivo tengo que realizar el viaje lo quiera o no. No es un
viaje muy largo, apenas tres horas de coche, al menos eso creo recordar. Hace años que no voy al
pueblo. El pueblo en cuestión es Villanubla del Pedregoso, patria chica de mis progenitores. Tan
pequeño que no aparece ni en los mapas y que según creo en la actualidad está totalmente
abandonado. Tan sólo unas pocas casas se mantienen en pie, aunque su estado debe ser del todo
inhabitable. Dudo mucho que la casa de mis antecesores goce de mejores condiciones, sobre todo si
tenemos en cuenta que incluso en su mejor momento nunca fue lo que se dice habitable. Siempre
desde el punto de vista de alguien que recordar lo que se dice recordar no recuerda mucho, o sea yo.
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Uno de los viajes que me llevaron al pueblo, y no por gusto, fue para asistir al entierro de mis
padres. Para entonces y han pasado casi quince años, (catorce para ser exactos, los he contado)
apenas quedaban ya media docena de habitantes. Todos octogenarios y cuya existencia consistía en
joderse los unos a los otros. Eso parecía mantenerles vivos. Mis padres que al llegarles el deceso
contaban unos setenta años, eran sin ningún género de duda los más jóvenes y los que más
fastidiaban al personal allí reunido. Me preguntaba si la asistencia al sepelio por parte de aquel grupo
de vejestorios sería una forma de proclamar su triunfo o simplemente estaban allí para asegurarse de
que estaban realmente muertos. Pero no, incomprensiblemente los viejos lloraban como magdalenas
con una carga emotiva difícil de fingir. Aquella sinceridad sólo podía deberse a la visión de su propia
muerte ya cercana o simplemente a la más que probable demencia senil. Al margen de estas
apreciaciones mi presencia en aquel lugar distaba mucho de estar relacionada con los sentimientos de
los que buscan dar un último adiós. Mis motivos eran otros.
La muerte de mis padres fue accidental. Volviendo a casa tras un breve paseo se vieron
sorprendidos por un camión sin frenos que los empotró literalmente en la vivienda. El camión hizo
A pesar de no tener buenas relaciones con ellos, hacía años que no nos hablábamos, mi
presencia estaba perfectamente justificada de manera que recibí el pésame de los allí presentes con
temple esperando que aquello acabara pronto. Una vez finalizadas las exequias un abogado que no sé
de dónde salió, se dirigió a mí para poner en orden algunos asuntos legales. Como era de esperar no
dejaron testamento por lo que el Estado se llevaría un buen pellizco de su legado. Traté de explicar al
letrado, un hombre tan gris como su traje, que allí había poco que rascar. La casa estaba en estado
ruinoso, más ahora, después de que veinte toneladas de remolachas abrieran una nueva entrada en el
inmueble y los terrenos que completaban la propiedad, que rondarían los diez mil metros, no debían
valer gran cosa ya que eran un pedregal del que no brotaban ni las malas hierbas. Aun sabiendo esto
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confiaba en poder sacar algún dinero de todo aquello y no volver por allí en lo que me quedara de
mayúscula cuando el abogado de marras me explicó que desde hacía unos meses llevaba los asuntos
de mis padres. Al principio no sabía a qué asuntos se refería hasta que con mucha parsimonia el
hombre me explicó que los difuntos, además de la casa con las tierras de Villanubla y una casa en
tenían una fortuna de unos doscientos millones de pesetas canjeables previo trámite en el Banco de
Cuando me recuperé de shock inicial el abogado, que se presentó como don Mauro Cifuentes
según creo recordar, me estaba ya poniendo en antecedentes sobre un pequeño problema. A saber. Al
dinero de mis padres él, a pesar de ser su albacea, no tenía acceso. Eran conocidas las desavenencias
en mi familia por lo que supuso con buen criterio que yo tampoco lo tendría. No se equivocaba,
sobre todo si tenemos en cuenta mi total ignorancia sobre el tema. Me explicó con parsimonia, con
mucha parsimonia, que teniendo en cuenta la falta de datos sobre esos millones el Estado no podía
reclamar nada, exceptuando eso sí, las dos propiedades ya mencionadas que como es lógico al estar
los fallecidos intestados reclamaría el porcentaje que marca la ley. Maldije para mis adentros y ya un
poco cansado de tanta parsimonia le solté un: —¡Al grano, coño!—, que pudo sonar como un
exabrupto aunque él, muy diplomático, me disculpó entendiendo la tensión en un momento tan
emotivo. Yo emotivo estaba más bien poco, era más una mezcla de sorpresa y cabreo. Descubrir que
tus padres te han ocultado que son ricos y cuando lo descubres resulta que no sólo no puedes acceder
a sus bienes, además y según me acabaría de explicar el abogado de los cojones, tendría que correr
con todos los gastos derivados del proceso legal si quería conservar las dos propiedades escrituradas.
En un principio pensé vender lo de Villanubla para al menos quedarme con la casa de Madrid que me
vendría de perlas, ya que desde que me marché del pueblo con apenas veinte años había vivido en
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pensiones de mala muerte. Don Mauro no obstante me desaconsejó vender la propiedad del pueblo.
Al principio no entendí su insistencia, pero al final me confesó que como ya era viejo, don Mauro
pasaba fácilmente de los setenta y cinco años, ya no tenía ni ánimos ni fuerzas para ponerse a cavar.
Aquello, lo de cavar, lo interpreté en un principio como una clara muestra de demencia, ¡joder,
estaba rodeado de viejos seniles! Pero una vez más me equivocaba. Me explicó, y bajó tanto la voz
que apenas podía escuchar lo que iba a decirme, que la razón por la que desconocía el paradero del
susodicho legado era porque mis padres no se fiaban ni de él ni de nadie, pero de una forma
—Hace apenas unos días que su padre de usted había mezclado la copita de anís que solía
tomar por las tardes con la medicación para la gota, algo totalmente desaconsejado por la
Medicina…—hizo una pausa para coger aire y continuó—. Lo cierto es que como resultado de
aquella mezcla se le soltó la lengua y comentó lo del enterramiento. Por desgracia la mezcla le soltó
también el vientre por lo que tuvo que acudir con cierta premura al escusado sin llegar a decir el
lugar exacto del enterramiento —y terminó diciendo—. Aunque algunos de mis colegas tengan mala
prensa yo no soy un ladrón, es cierto que se me pasó por la cabeza sonsacarle lo del dinero por si
podía embolsarme algo, cosa que habría hecho de buena gana porque sus padres de usted, y siempre
según mi criterio profesional, eran unos auténticos cabrones. Sin ánimo de ofender y dicho esto
Después de todo esto como es lógico no me quedó más remedio que conservar la propiedad.
Esto me obligó a pedir un préstamo para pagar los correspondientes impuestos al Estado. Por si esto
fuera poco, el fulano del camión no tenía seguro y aunque se le condenó por lo ocurrido, su
declaración de insolvencia me dejó sin un duro. Más tarde y para colmo me enteraría que a través del
Consorcio de Seguros podría haber recibido una indemnización, pero debido a la mala gestión de mi
abogado perdí toda opción de cobrarla. Cometí el error de dejar el asunto en manos de don Mauro
que al margen de su senectud resultó ser un pésimo letrado. Hasta los gastos del entierro tuve que
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pagar. Al menos he podido disfrutar del piso de Madrid. Pero después de quince años (catorce) sigo
pagando el maldito préstamo y de la fortuna escondida nada de nada ya que tras varios meses y
decenas de agujeros, los diez mil metros de pedregal se convirtieron en un erial inmenso y poco a
poco fui cayendo en el desánimo. Había tirado la toalla hasta este momento en el que renovadas
esperanzas se ciernen sobre mí, por eso aunque odie viajar, que lo odio, vuelvo a Villanubla.
Teniendo en cuenta que está abandonado y ruinoso no me quedará más remedio que alojarme en un
hotel. El pueblo más cercano está a unos ocho kilómetros al norte, aunque he olvidado su nombre sus
dimensiones eran según recuerdo suficientes como para suponer que allí encontraré algún tipo de
establecimiento hostelero.
Dada la naturaleza del viaje he decidido tomarme unos días de asuntos propios y planificar
todo debidamente. Algo así no debe dejarse al azar. Cualquier desplazamiento fuera de un entorno
controlado me desborda. La idea de tener que pasar alguna noche fuera de dicho entorno me
enferma. Con los años me vuelvo más inseguro. Necesito seguridad. Y eso es justo lo que conseguiré
5. El prototipo.
Jacinto Víguenot se presentó a las 17,00 horas. Su puntualidad previamente anunciada rayaba
la acrobacia, pues consiguió de manera sorprendente aparcar el taxi en la puerta coincidiendo con las
señales horarias de Radio Nacional. Todo un logro teniendo en cuenta que había cruzado medio
Madrid para acudir a la cita. Este hecho que podía ser atribuido a la casualidad fue una constante,
como se demostró en las sucesivas entrevistas que tuvieron lugar a posteriori. Jacinto Víguenot era
de una pulcritud extrema, tanto en su aspecto como en sus modales, esto fue sin duda lo que hizo que
no saliera corriendo con el proyecto bajo el brazo a las primeras de cambio. Cuando aquel día se bajó
del taxi delante de lo que parecía, y de hecho era, un restaurante abandonado, su primera impresión
fue que se había equivocado de lugar. —Carretera de la Dehesa, km. 9— repasó leyendo el papel
donde tenía anotada la dirección. No tuvo tiempo de corroborar el dato con el taxista porque éste
A pesar del convencimiento de estar en una dirección errónea, llamó esperando que al menos el
lugar estuviera habitado y alguien pudiera orientarle sobre el paradero de la empresa AMSA. Deni
abrió la puerta y saludó al recién llegado con un escueto: pase. Jacinto Víguenot intentó preguntar
algo que le sirviera de orientación, pero no pudo porque Deni se adentraba ya en aquella especie de
taller-almacén-desguace…
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—Perdone, estoy buscando la empresa AMSA —dijo casi gritando al joven que se adentraba
en un interior laberíntico dominado por cajas de cartón presumiblemente vacías a juzgar por su
aspecto y disposición.
—¡Perdone! —insistió.
—Bienvenido. ¿El señor Víguenot, supongo? —dijo Amador Mostacho surgiendo de entre las
Jacinto Víguenot cambió de lado la carpeta que llevaba bajo el brazo y le estrechó la mano,
formidable extremidad.
—Veo que ha encontrado sin problemas nuestra empresa —el vaivén de la mano continuaba
con cierta intensidad—, disculpe el desorden, pero estamos aquí provisionalmente y aún no nos
hecho, no pudo evitar, eso sí, soltar un ligero suspiro de alivio cuando Amador dejó de sacudirle la
mano y vio cómo aunque blanquecina por la falta de riego ésta recuperaba color y movilidad.
—Amador Mostacho, gerente de AMSA, empresa líder del sector tecnológico que nos ocupa
—dijo sin cortarse ni un pelo—. Por lo que hemos hablado por teléfono su interés radica en la
construcción de un prototipo, ¿no es cierto? —dijo Amador en alusión a la llamada que le hizo para
—Cierto. Aquí traigo los planos y la memoria descriptiva, he preferido hacerlo físicamente
carpeta que sujetaba bajo el brazo. Amador recibió la carpeta y empezó a ojearla deslizando los
—Por favor, siéntese —retiró algo, no estaba claro qué, dejando libre un asiento.
Amador se sentó detrás de una mesa sorprendentemente despejada y empezó a examinar los
papeles. Jacinto Víguenot se quedó callado observando a la persona que delante de él no paraba de
gesticular de una forma exagerada. Movía la mandíbula describiendo círculos, como recolocándose
la dentadura, más tarde supo que efectivamente se la estaba recolocando, un gesto nada agradable de
ver pero por lo visto inevitable. Según le explicó Amador, que hablaba por los codos, le habían
vendido una dentadura postiza de pésima factura. La dentadura fue adquirida en un viaje a Paraguay,
su país de nacimiento.
—Los protésicos dentales dejan mucho que desear por allí —le dijo—, y eso que se la compré
a un amigo.
En esa primera visita el inventor pudo comprobar que Amador tenía unas manos
desproporcionadas y una dentadura también desproporcionada aunque por otras razones, su aspecto
se completaba con unas gafas que corregían la hipermetropía actuando como lupas, eso le dejaba
unos ojos que aunque normales, también parecían desproporcionados. La primera impresión que
causaba Amador Mostacho era cualquier cosa menos normal, cuando se le iba conociendo se llegaba
—Veo por sus papeles que se trata de un aparato complejo —comentó levantando la vista—,
necesitaré algún tiempo para analizar toda la memoria y establecer unas pautas de fabricación.
—Verá, señor Mostacho… —Jacinto Víguenot se revolvía inquieto en la silla—. Tengo cierta
prisa por la presentación del prototipo por lo que he pensado que si a usted le parece bien…
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Jacinto Víguenot seguía inquieto sobre la silla, su habitual compostura se estaba viendo
comprometida sin saber muy bien por qué, aún así continuó.
—Me gustaría estar presente durante el proceso. Esto obviamente facilitaría su trabajo puesto
que yo personalmente le daría el despiece y le ayudaría con los cálculos que fuesen necesarios —
dicho esto esperó a que Amador Mostacho terminara de mesarse las sienes mientras seguía ojeando
el contenido de la carpeta.
Mientras esperaba pudo constatar dos cosas más que añadir a las ya constatadas: que Amador
Mostacho tenía mucha caspa y que la causa de su incomodidad estaba provocada por algo húmedo y
viscoso que cubría parcialmente su asiento, con la excusa de llevar sentado toda la mañana se
levantó.
—Bueno, no veo problema en que colabore… —dijo al rato cerrando la carpeta—. Pero
tendremos que dejar claro que yo trabajo sin un horario fijo y que incluso dedicándome en exclusiva
—El dinero no es problema y si es necesario me trasladaré a algún hotel cercano para estar a su
Jacinto Víguenot dejó claras unas cuantas cosas más en el transcurso de la entrevista para
evitar cualquier tipo de confusión. Quedaron en elaborar un contrato que firmarían ambos fijando las
condiciones del trabajo. Amador le dijo que no era necesario, que él era un hombre de palabra, que
aquello era un pacto entre caballeros y que jamás había dejado colgado a un cliente con un trabajo.
Jacinto Víguenot le aseguró que la confianza era mutua y que tendría el contrato listo al día
siguiente.
Desde que aquel proyecto había empezado a materializarse Jacinto Víguenot vivía con una
dedicación casi exclusiva al mismo. Su vida transcurría entre su casa, donde además trabajaba, y la
Procedía de una familia adinerada de empresarios, gracias a eso su situación económica era
más que holgada. En su juventud tuvo algunas discrepancias con sus progenitores por no querer
seguir la tradición familiar de enriquecerse con negocios de la más diversa índole, en lugar de
estudiar Empresariales o Derecho o algo directamente vinculado con la actividad familiar, Jacinto se
volcó en todo aquello que estuviera relacionado con la Ciencia y fue tal su empeño y su talento que a
los treinta y cinco años tenía las licenciaturas en Física, Ingeniería Informática e Ingeniería
Mecánica, un doctorado y dos másteres. Era un hombre taciturno cuya pasión por la Ciencia le había
hecho permanecer alejado de todo lo mundano, sobre todo en los últimos años.
Aunque su situación económica le hubiera permitido dedicarse sólo a sus aficiones, lo cierto es
que le apasionaba enseñar y en cuanto tuvo un respiro entre carreras y doctorados se preparó unas
oposiciones que aprobó sin problemas para entrar como profesor en la Universidad. Habían pasado
ya trece años y seguía ejerciendo como docente con la misma pasión del primer día.
Era bien parecido, elegante y de trato agradable, a pesar de ello no se le conocía compañera ni
ningún tipo de relación presente o pasada. Esto desataba ciertos rumores sobre su persona, rumores
de los que era plenamente consciente y a los que parecía no dar ninguna importancia. Lo que menos
preocupaba a Jacinto Víguenot era que lo tildaran de friki, trucha, o cualquier otra cosa que el
gracejo popular pudiera atribuirle, concentrado como estaba en asuntos de una importancia que
Cuando el inventor abandonó el local de AMSA, Amador se quedó pensativo repasando los
papeles con cara de no entender nada. Sus conocimientos sobre la materia eran limitados, tenía un
licenciatura que no había conseguido convalidar en España por lo que sus trabajos se limitaban a
chapucillas más o menos sencillas que realizaba casi siempre delegando en algún taller
especializado. Aquello definitivamente le venía grande. Su situación económica era de una solvencia
escasa, siendo más precisos se podría decir sin temor a equivocarse que estaba en la ruina. Este
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trabajo podía suponer un respiro y serviría para tapar algún que otro agujero en sus finanzas. Desde
hacía tiempo se planteaba sacar su segundo libro, si bien era cierto que del primero: “De la nicotina a
la pectina”, tan sólo se habían vendido ocho ejemplares, seis a miembros de su familia y dos que no
Amador no era de los que se amilanaban y se rendían fácilmente. El hecho de tener cerca de
mil ejemplares, novecientos noventa y dos para ser exactos, almacenados en el local no era óbice
para alguien como él. —Su segundo libro se vendería mejor que el primero—, esto es lo que decía a
todo aquél que quisiera escuchar, incluso los que no querían escuchar recibían la información
igualmente. El error —solía decir— ha estado en el enfoque del libro. Es poco agresivo, la gente
Ése era su principal argumento, un argumento que podía sonar tan absurdo como cualquier
otro. El único que le escuchaba era Deni y no lo hacía por gusto, lo cierto es que todo lo que decía
Amador le entraba por un oído y le salía por el otro, habilidad que había ido desarrollando en el
transcurso de su relación. En el tiempo que llevaba trabajando con él había tenido tiempo de sobra
para acostumbrarse a sus rarezas, sus aires de visionario y sus extrañas aficiones que nada tenían que
ver con la tecnología. Nada de lo que se realizaba allí se podía considerar tecnológico, exceptuando
el manejo de un viejo magnetofón para grabar los ridículos programas radiofónicos de los records.
—Deni, este trabajo es muy importante, tienes que estar muy alerta para que todo salga según
lo acordado.
Deni asintió con un ligero movimiento de cabeza. No sabía a qué se refería con eso de estar
alerta, pero acostumbrado como estaba a las manías de su jefe se podía esperar cualquier cosa. Aún
recordaba cómo unos meses después de la publicación de su libro para dejar de fumar —de
autoayuda—, como le gustaba definirlo, hizo un viaje de negocios a Canarias. Al volver trajo
consigo un cartón de tabaco rubio como regalo para su cuñado, uno que supuestamente había
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comprado su libro. Resultaba cuanto menos sorprendente regalar cigarrillos si vas de gurú
Durante dos semanas el cartón de tabaco estuvo dando tumbos por el local sin que el regalo
llegara a su destinatario, o sea, el cuñado. Una mañana Deni descubrió que el cartón estaba abierto y
faltaban un par de cajetillas. Su primera reacción fue de sorpresa, luego de temor por si pensaba que
él se las había llevado y por último de indiferencia —a mí qué coño me importa— pensó. Tres días
después encontró el cartón vacío y al acercarse a Amador descubrió con estupor que apestaba a
tabaco, le preguntó si se había fumado todo el cartón en tres días, Amador se puso a la defensiva y
contestó que últimamente estaba muy estresado y que no había sido en tres días sino en cuatro. Acto
seguido le dijo que sacara alguna de las cajas con sus libros porque quería promocionarlos
El caso es que la posibilidad de tener algún ingreso desataba en Amador una euforia creativa
sin parangón e ignorando por completo su incongruente obra literaria había decidido poner en
marcha la siguiente: “Del arma al Karma”, sobre la influencia de la violencia en nuestras vidas
futuras.
Amador era miembro fundador del Asram Rapahasmuti, dirigido por su mujer Purificación
Martínez cuyo nombre había cambiado por el de Laksmi, venerada diosa del Hinduismo, paradigma
de la abundancia y la prosperidad. Un nombre más acorde con la filosofía oriental en la que basaba
sus enseñanzas.
Siendo como era, o como él decía que era, experto conocedor de las técnicas más sofisticadas
en: Hatha Yoga, Bhakti Yoga, Jnana Yoga, Karma Yoga, Pranayama y un sinfín de nombres,
algunos impronunciables, sobre la transición de nuestras almas en la interminable rueda del Samsara,
pensaba que era su deber difundir sus conocimientos, ya que era algo del todo egoísta guardárselos
pudiendo como podía aportar algo de luz a los que vivían en la más absoluta de las tinieblas.
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Lo cierto es que con todo esto dándole vueltas por la cabeza la posibilidad de perder el trabajo
ordenar el local para causar una buena impresión al señor Víguenot que había prometido presentarse
actividades tecnológicas era una ardua tarea por no decir una quimera, tanto que como era de esperar,
bastaron unos minutos moviendo cajas para que cogiera el teléfono y llamara a una empresa de
mudanzas. Ellos se encargarían de sacar todas las cajas de allí y llevarlas al garaje de algún amigo
Deni, que en condiciones normales hubiese tenido que realizar él solito esa labor, agradeció la
premura de su jefe y la ayuda en forma de camión de mudanzas que estaba a punto de llegar.
Esperaba eso sí, que la empresa contratada no tuviera la costumbre de cobrar por adelantado, porque
las posibilidades de recibir alguna compensación económica por descajonar aquel local eran más que
improbables, remotas.
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La preparación de este viaje por más que no sea un gran viaje, requiere por mi parte de una
En primer lugar debo utilizar un vehículo, después de meditar mucho sobre esta cuestión, he
decidido hacer uso de mi propio vehículo, sí, de mi vehículo, a pesar de lo que pudiera parecer poseo
un auto, un automóvil en perfecto estado que descansa junto a mi casa, en la calle. No tengo garaje.
Allí está desde hace años cubierto con un toldo que, aun siendo víctima de vandalismo con una cierta
periodicidad, ¡malditos niñatos!, lo mantiene en un más que considerable buen estado. Se trata de un
Clío, un Renault Clío del 90 que adquirí en el 92 en perfecto estado con la promesa del vendedor de
tener un kilometraje inalterado y recambios originales. Había sido coche del año el anterior (el
anterior año, se entiende), y un dato así era más que suficiente para avalar una máquina cuya
En aquella época tener coche era sinónimo de estatus elevado y yo entonces, aunque pueda
parecer sorprendente, me dejé engatusar por la corriente social. Aquello no duró mucho y los
Fundamentalmente lo usaba para el mismo cometido que busco ahora, o sea desplazarme hasta el
pueblo, curiosidades de la vida, salvo que en esta ocasión la pala que a buen seguro seguirá en el
maletero (nadie roba una pala) no saldrá de ahí. Juré no volver a cavar en mi vida.
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Una vez decidido el cómo del desplazamiento me he de centrar en cuestiones que me obligan a
una profunda reflexión, reflexiono sobre todo en la forma de alimentarme durante esta salida ya que
mi dieta es simple por práctica, pero en ningún caso baladí. Después de meditarlo decido pasar
olímpicamente del tema y comer lo que sea, ¡por un par de días, qué más da!
trabajo, que es trabajo así que da igual, y el tiempo de ocio. Teniendo en cuenta las horas que pasaré
al volante y el tiempo que se irá en las labores que pienso desarrollar in situ, o sea en el puto
pedregal, no creo que quede mucho tiempo para más aficiones. En el peor de los casos el hotel que
espero encontrar fácilmente tendrá televisión y es posible que dentro de la lamentable programación
que a buen seguro ofrecerán las distintas cadenas televisivas, habrá alguna que dé algún tipo de
vestir, en un viaje me apañaré con lo mínimo: un par de pantalones, un par de camisas y el mismo
número de calzoncillos y calcetines, para cuatro días más que suficiente. No suelo sudar como ya he
El único punto que puede llegar a preocuparme es el que concierne a mis ardores estomacales,
la puñetera acidez me aflora en los momentos de cierta tensión y un viaje, por más que lo voy
controlando, me genera tensión y mucha. Para evitar imprevistos llevaré conmigo un depósito de
Aclarados los pormenores del viaje lo emprendo. Dicho así pudiera parecer que es fácil, pero
nada más alejado de la realidad. Salir de esta maldita ciudad es una empresa titánica que no me
esperaba en absoluto, es evidente que los años transcurridos desde la última vez que realicé este viaje
han hecho en esta urbe un daño irreparable: zanjas y calles cortadas aparecen por doquier, máquinas
y operarios afanados en levantar aceras, desmontar plazas, mostrar en definitiva y sin ningún tipo de
escrúpulo las entrañas de la ciudad y quién sabe qué atrocidades más que no he alcanzado a ver
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estando como estoy concentrado en la conducción, conducción siempre comedida y respetuosa con
mis conciudadanos.
varias horas. Este contratiempo hace que todos mis cálculos en cuanto a horarios se refiere se vayan
a hacer puñetas y desde este momento no me queda más remedio que improvisar.
La circulación es fluida, la elección del lunes como día de salida ha sido buena y puedo
comprobar con cierta indiferencia cómo otros conductores se meten en un monumental atasco hacia
el otro lado contrario al mío. Todo empieza a rodar según mis deseos. No quiero, pero si quisiera
sonreír lo haría.
Una vez superados los primeros kilómetros los demás se suceden sin demasiadas
ronronea como un gatito cuando piso el acelerador dejando en evidencia a otros vehículos más
modernos y seguramente superiores en precio que como he podido comprobar cuando me adelantan
a gran velocidad, sus motores apenas se escuchan y quedan totalmente anulados ante el rugir de mi
Clío. Es por esto entre otras cosas que no alcanzo a entender el motivo por el cual he sido detenido
—Pare el coche y retire las llaves del contacto —me dice el guardia con algo de tos subrayando
sus palabras, es posible que el humo que emite el Clío pueda influir en este hecho.
—Documentación.
—Verá usted, agente, no utilizo mucho el auto, pero todo está en regla sin ninguna duda —
lateralmente el torso y doblando el cuello para sin cambiar de postura volver a mirar los papeles y al
—El carné.
Yo echo mano a la cartera y con impavidez se lo tiendo al tiempo que le pregunto —¿Todo en
El tamborilear la puerta con los dedos es otra estrategia que uso para ponerle nervioso.
—Tiene usted el carné caducado desde hace más de diez años, la ITV sin pasar lo menos en
quince, carece de seguro y a juzgar por la velocidad a la que circulaba sospecho que hace mucho que
no coge un coche. Se puede ser prudente, incluso muy prudente, pero circular en una autovía a 50
Siempre he preferido ser parco en palabras, pero en esta ocasión la locuacidad me parece fuera
de lugar así que me callo, mi silencio no sirve de mucho porque en seguida el agente me pide que me
—Apóyese en el coche.
Después de un cacheo breve pero igualmente humillante me asegura que el vehículo quedará
inmovilizado y que me vaya preparando para una multa monumental. Yo le pregunto si este asunto
se puede solucionar de otra forma, pero enseguida me doy cuenta que airear un billete de 10€ no ha
sido la mejor idea. Al menos he conseguido que me lleven hasta el siguiente pueblo como les pedí,
aunque he de reconocer que es bastante incómodo viajar con las manos esposadas en la espalda.
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promesa explícita, eso sí, de solucionar todo el papeleo a la mayor brevedad. La diosa Fortuna se
manifiesta de formas caprichosas y esta vez lo hace bajo un espeso bigote y dos estrellas prendidas
abnegada labor dentro del funcionariado. Me explica que sus aficiones fuera del Cuerpo van más allá
de las comunes entre la ciudadanía: futbol, mus, realitis televisivos… él pasa su tiempo libre
entregado en cuerpo y alma a lo que encumbró a Da Vinci, a Edison, a Graham Bell y a otros de
currículo igualmente abultado: mi teniente es inventor. Así se define él y yo le felicito por ello, acto
seguido me dice lo difícil que le está resultando patentar su último invento: un desatascador de botes
sinfónicos (léase sifónicos), y aunque me lo pone a huevo yo no le corrijo por si acaso. Los
siguientes minutos me los paso diciéndole lo mucho que me gustaría ayudarle con su invento y lo
poco que me costaría hacerlo si pudiera llegar a tiempo a una cita importantísima a la que me dirigía
El incidente se ha saldado con el pago de la grúa que me trajo el coche desde el arcén donde
Gracias a este inesperado golpe de suerte puedo continuar el viaje, eso sí, con el horario
previsto totalmente destrozado y los nervios a flor de piel. Además tengo que apretar el acelerador si
quiero llegar a mi destino con la luz del día. Los guardias comprobaron que las luces tampoco
funcionan. Me alegro de mi decisión de salir temprano, y aun habiendo perdido tontamente casi
Tras consultar el mapa y situarme —¡esto ha cambiado una barbaridad!— llego al pueblo
vecino de Villanubla, éste es el lugar donde pienso alojarme ya que los 8 km que separan ambos
pueblos se me antojan una distancia razonable para ir y venir hasta el hotel. La noche está a punto de
caer. Éste ha sido sin duda un viaje terrible, así que espero poder acomodarme pronto en una
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habitación con las mínimas comodidades que una persona de mi talante necesita, máxime si tenemos
Por la mañana veo las cosas de otro modo, nunca he confiado en que el sueño sea tan reparador
como dicen, pero reconozco que hoy me siento más animado. El día es soleado, la temperatura es
buena y todo apunta a que se mantendrá así a lo largo de toda la jornada. Esto que en realidad me
tiene sin cuidado es, sin embargo, motivo de alborozo para mis vecinos, los de la habitación de al
lado, que desde que asomaron las primeras luces no han parado de deambular de un lado a otro del
cuarto arrastrando objetos, golpeando, tosiendo y carraspeando. Cuando por fin salen estoy
totalmente desvelado, así que decido ponerme en marcha a pesar de lo poco que me gusta madrugar
y aprovechar el día. Al bajar al comedor para desayunar me encuentro con el ruidoso grupo, son
cuatro adultos con pinta de pensionistas ataviados con botas, mochilas y bastones en ambas manos.
Deduzco por su atuendo que se preparan para una excursión, ignoraba por completo que este lugar
tuviera algún interés paisajístico relacionado con el turismo activo. Es cierto que nunca he prestado
demasiada atención a estos temas. También es cierto que no me había fijado en la decoración de este
digno hotel en el que me alojo, pero ahora que me fijo veo con sorpresa que sí, algún interés tiene.
Según puedo apreciar en los carteles que adornan el comedor este lugar es bonito, algo que yo
ignoraba. Al parecer la naturaleza, siempre caprichosa, tuvo a bien hacer surgir por aquí cerca un
caño de agua de considerable caudal que entre rocas y raíces forma el nacimiento de un río, que a su
vez forma cascadas y cañones y no sé cuántos accidentes geográficos más que por lo visto despiertan
el interés de senderistas de todo el mundo, como compruebo para mi desgracia con los de al lado que
Ignorando por completo a los jubilados de las narices me dispongo a desayunar. El hotel, que
por cierto no está mal, tiene buffet libre, nunca había estado en un buffet libre, claro que nunca había
estado en un hotel. Compruebo observando a los senderistas cómo funciona este concepto. Al
parecer uno se sirve lo que le da la gana en forma y cantidad. Nadie controla las vituallas, quizá por
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lo temprano de la hora o por ahorrar personal, el caso es que aprovechando esta circunstancia
acumulo suficiente comida para el resto del día: pan, embutidos, pasteles… esto compensa el
madrugón y aunque me aseguro de que mis músculos faciales no se inmuten, por dentro sonrío.
Al salir del hotel el frescor de la mañana me espabila. Ya en el coche dejo la comida sobre el
asiento debidamente empaquetada con periódicos de los que también se puede disponer libremente.
Arranco el auto y pongo rumbo a Villanubla por la que según creo es la carretera correcta, no
hay carteles que indiquen cómo llegar al pueblo y aunque ya se deja ver algún paisano por la calle
con la gente del lugar, no tanto por el hecho en sí de las relaciones humanas, es sobre todo porque
El mapa que llevo en la guantera quizá me ayude a orientarme un poco, en seguida compruebo
que no mucho, en él tampoco aparece Villanubla y los escasos recuerdos que tengo de los viajes
realizados hace años no me ayudan demasiado. No entiendo por qué todo el mundo se ha dedicado a
construir casas, rotondas, naves industriales y todo aquello que supuestamente es una contribución al
progreso.
Al cabo de un rato descubro que la carretera que conduce a Villanubla no es una carretera,
ahora es un camino de albero más o menos ancho debidamente señalizado con unos cartelitos de
madera que indican todos los puntos de interés con sus horarios estimados: "Al Salto del Pastor: 1,30
h". “Al barranco hondo: 2,45 h”. Son varias las indicaciones que aparecen grabadas en las tablillas
pintadas hábilmente con llamativos colores, excepto la que a mí me interesa, la de Villanubla que
sigue sin aparecer. Guiado por la intuición enfilo por el camino apremiado por la visión que me
lo rápido que quisiera. Lo acepto a regañadientes y en esta ocasión no pongo el Clío a todo lo que
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puede dar. Al avanzar voy dejando una nube de humo y polvo que oculta totalmente el paisaje,
paisaje del que no acabo de ver su atractivo, a mí me parece más bien insulso.
Los 8 km que separan un pueblo del otro se completan sin que aparezcan indicios de nada que
pudiera dar muestras de una antigua ocupación. Vuelvo a consultar el mapa con la cada vez mayor
certeza de haberme perdido. De pronto veo gente al otro lado de una gran chopera, unos chopos que
Avanzo hacia los arboles y al bordearlos allí está Villanubla, o lo que queda de Villanubla que
es más de lo que esperaba, de hecho es mucho más de lo que esperaba. Lo que recordaba de mi
última visita no era sino un montón de escombros y ahora, para mi sorpresa, aparecen unas casas,
Con una mezcla de desconfianza e incredulidad me dirijo hacia la que según creo, es difícil
estar seguro, era mi casa. La ruina se ha convertido en una vivienda de piedra con un porche
apergolado del que cuelgan unos racimos de uvas, pocos y de tamaño reducido ya que no es la época
Me abro paso entre una jauría de perros esqueléticos no muy grandes y afortunadamente
mansos, y unos cuantos niños de tamaños parecidos, pero bastante más agresivos que los canes. En
cuanto creo controlada la situación con los niños llamo a la puerta accionando un extraño artilugio
con campanitas y espero. Del interior de la vivienda sale una mujer joven con una barriga de
—¿Puedo ayudarte? —pregunta la mujer tuteándome sin mi permiso, pero con cortesía.
—Estoy buscando una casa que me pertenece y que según todos los indicios es ésta en la que
—¿Ves al hombre que está trabajando en el huerto?, pues habla con él —me dice y acto
Según avanzo por la estrecha vereda veo con sorpresa, puede que incluso con fascinación, que
el estéril pedregal, mi pedregal, se ha convertido en una gran huerta salpicada de árboles frutales y
arado (de eso también me enteraré más tarde), ayudado por un caballo o un mulo, no sé. Al
acercarme el hombre se detiene gritando y emitiendo sonidos extraños dirigidos al caballo o mulo o
lo que sea ese bicho, y parece surtir efecto ya que el animal se detiene en seco cesando toda
actividad.
—Mire usted, joven —me cuesta precisar si es joven o no entre el amasijo de pelos enredados
y la barba que cubre su cara—, creo que aquí se está cometiendo un acto de ocupación ilegal ya que
la propiedad en la que nos encontramos me pertenece como podré acreditar en el momento que sea
oportuno —le lanzo sin más preámbulos y dando más explicaciones de las que suelo dar.
—Cierto —contesta él sin inmutarse—, hace años que recuperamos estas casas abandonadas
inunda todo.
situación lo requiere.
El hombre me mira muy serio al principio, al poco su cara parece esbozar una sonrisa, o al
menos eso creo, para acabar soltando una sonora carcajada que me desconcierta al tiempo que me
7. La construcción.
Cuando Jacinto Víguenot regresó a las instalaciones de AMSA puntual como siempre, el local
estaba aparentemente limpio, se podía incluso vislumbrar algún indicio de actividad relacionada con
algún tipo de industria a juzgar por la fila de estantes con diverso aparataje: cables, circuitos
Amador echó un vistazo a los documentos donde estaban redactados los términos contractuales
de la futura relación laboral, después de leer por encima dichos términos dijo que estaba de acuerdo y
—Si le parece empezaremos hoy mismo con el trabajo. Soy un hombre ocupado y por las
mañanas doy clases en la universidad, por lo tanto trabajaremos conjuntamente por las tardes.
—No hay problema, aunque supongo que querrá tener el presupuesto antes de comenzar.
—Cada cosa a su tiempo, estoy seguro que en la parte económica nos entenderemos pero el
Amador miró con disimulo el contrato para ver a qué plazos se estaba refiriendo, como no
—Por supuesto, estamos entre profesionales, así que cuando usted quiera empezamos.
Jacinto Víguenot sacó un portátil de la bolsa que colgaba de su hombro y colocándolo sobre
una mesa despejada lo encendió. En unos segundos el Mac Book Pro se puso en marcha dejando ver
una serie de iconos en la pantalla. Con unos movimientos de ratón fue abriendo carpetas hasta dejar a
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la vista los planos correspondientes a la primera de una serie de carpetas, cada una con su memoria
descriptiva anexa.
—He preferido traer mi propio soporte informático por resultar más cómodo a la hora de
localizar los diferentes planos —mientras hablaba, seguía con la mirada fija en la pantalla hasta que
Sobre el primer dibujo, Jacinto Víguenot explicó a un despistado Amador los pormenores de lo
allí representado. Amador no paraba de mirar hacia otro lado como buscando algo, moviendo con
Deni se acercó sin demasiada prisa arrastrando los pies con desgana, cuando estuvo a su lado y
no antes contestó.
—¿Qué?
—Atiende al señor Víguenot y le ayudas en todo lo que necesite. Yo tengo que salir
urgentemente para dejar unos bafles que tengo en el coche, son para la conferencia de
Kristanapamurti. Les he prometido que me encargaría del montaje del audio. Es que llevamos un
centro de yoga y solemos traer a personalidades destacadas para los cursos, conferencias… ya sabe
—dijo dirigiéndose a Jacinto Víguenot que algo desconcertado asentía con leves movimientos de
cabeza.
—Creo que lo dejaré para otra ocasión, pero se lo agradezco igualmente —le dijo rechazando
—Como quiera. Si cambia de idea llámeme y le haremos un sitio. Deni, atiende al caballero
Deni asintió con un gesto casi inapreciable, como indicando que daba por sentado que no
Deni era un joven poco ambicioso, a sus veintitantos años se conformaba con el trabajo que
tenía a pesar del futuro más que dudoso que le esperaba allí. Su aspecto era bastante normal si
exceptuamos el pearcing que lucía en la ceja derecha y que no paraba de rascarse: delgado, moreno y
El todavía confundido Jacinto Víguenot se giró hacia Deni y con su corrección habitual le
invitó a tomar asiento para explicarle los planos que aparecían en la pantalla del Mac.
Deni a pesar de lo que pudiera parecer, es decir: lento, desidioso y aparentemente lelo, era
Durante algo más de una hora le estuvo explicando el desarrollo del módulo central de su
invento, no dijo su función ni pensaba decirlo, así figuraba en el contrato. Tenía un aspecto parecido
a un triturador de residuos pero dotado de una serie de pantallas LCD para recibir las lecturas
pertinentes que el aparato debería enviar. Jacinto Víguenot dejó muy claro a Deni que él se
encargaría de todo lo relacionado con la informática del invento, que su misión, la de AMSA, era la
parte mecánica, construir carcasas, soportes, cableados y todo lo que suponía la parte visible del
aparato. Él, a pesar de su formación era incapaz de hacer ese tipo de trabajos ya que como le explicó
era torpe de cojones, o ésa fue la traducción que hizo Deni cuando dijo: —carezco de las dotes
El proceso de trabajo se puso en marcha según lo previsto, en las siguientes semanas Jacinto
Víguenot acudiría a las instalaciones de AMSA para supervisar, corregir y desarrollar los entresijos
de su complicada creación. Durante ese tiempo Amador aparecía y desaparecía con la habilidad de
un prestidigitador, cualquier excusa le valía para escaquearse, a veces éstas eran tan inverosímiles
que Deni miraba divertido a Jacinto Víguenot, el inventor aceptaba la ausencia permanente del
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supuesto cerebro de la empresa y más que molesto se sentía aliviado de que Amador se mantuviera
Pese a esta circunstancia o gracias a ella, el trabajo iba progresando. El tándem que formaba
con Deni funcionaba, éste demostró ser un alumno aplicado que asimilaba las enseñanzas de un
Jacinto Víguenot cada vez más ilusionado, sus planos se materializaban, los guarismos de sus
formulas matemáticas cobraban vida asomando tímidamente en las pantallas del aparato.
El esqueleto tenía una apariencia extraña, era una especie de cortacésped futurista, se deslizaba
sobre unos pequeños carriles que le dotaban de una movilidad lateral mayor o menor en función de la
longitud de los mismos, que como los de un trávelin debían ser de una precisión milimétrica para
evitar temblores inoportunos, todo el conjunto se montaría sobre unas ruedas que le darían el aspecto
de un pequeño vehículo.
Jacinto Víguenot no desveló en ningún momento cuál era la finalidad del invento. Los burdos
intentos de Amador por sacar alguna información acababan siempre de la misma forma, una amplia
sonrisa y una palmadita en la espalda. Eso era todo lo que conseguía. Por otro lado Deni que
participaba activamente en la creación, se conformaba con ver cómo todo aquello que en un principio
no eran más que líneas y números se convertía en un trasto con soldaduras perfectas, piezas bien
mecanizadas que encajaban con precisión y sistemas eléctricos que le dotaban, gracias a un grupo de
pequeños motores, de una movilidad propia de la más sofisticada robótica. Todo bajo las directrices
del profesor. Disfrutaba con el trabajo en la misma medida que lo hacía enseñando y aunque su
seriedad y corrección le conferían una imagen de sieso, lo cierto es que era divertido, jovial e incluso
Esta relación de confianza entre ambos dio lugar a una complicidad que animaba a Jacinto a
explicar ciertos aspectos del funcionamiento de la máquina, su pasión por la enseñanza superaba a la
desconfianza propia del creador de manera que poco a poco y sin que Deni se lo pidiera le fue
—Éste será el corazón de la máquina —le decía indicando el receptáculo central de acero
—Aquí se alojará el proyector de ultrasonidos, que es la parte más complicada y que nos
llevará algún tiempo construir. El ultrasonido es una onda sonora mecánica inaudible al oído humano
ya que su frecuencia es altísima, más de 20.000 hertz. Se genera por la vibración de los cristales de
un transductor que colocaremos aquí —dijo indicando con la punta de un boli el lugar exacto— y
que excitaremos con electricidad, con efecto piezoeléctrico inverso capaz de viajar por una masa
sólida.
Jacinto Víguenot se lanzó con una serie de explicaciones farragosas que para Deni eran ciencia
ficción, pero que escuchaba atento, absorto por la vehemencia desplegada por el profesor.
—A su paso… —continuó mientras limpiaba los cristales de sus gafas de pasta con un pañuelo
que siempre llevaba a punto en el bolsillo—, la onda se atenúa por absorción, se refracta y se refleja
—¿Qué es una interface? —se atrevió a preguntar Deni, más por cortesía que porque realmente
fuera a entenderlo.
—Me alegro de que me hagas esa pregunta, verás, la interface es la diferencia de impedancia
acústica originada por cambios de efecto de la recepción de onda que generan electricidad. Ahora el
imagen que se percibe por un efecto estroboscopio al hacerse de forma secuencial. Estas imágenes
varían según sea el tipo de ultrasonido. Con el multiplicador tendremos la obtención simultánea de
cortes en los tres planos después de realizar un barrido del objetivo a estudiar con el transductor del
aparato, algo parecido al funcionamiento de los ecógrafos —le aclaró como si ese dato facilitara
forma artificial.
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Deni escuchaba atentamente sus explicaciones que aun sonándole a chino empezaban a
despertar en él cierta curiosidad, porque aunque el aparato cogía forma a buen ritmo su verdadera
—El único problema que tenemos es la intensidad de onda, para que mi invento funcione ésta
debe ser superior a los 1.000mwatt/cm2 lo que generará: calor intenso, desnaturalización enzimática,
ruptura cromosómica… las medidas de seguridad para operar con ella tienen que ser extremas.
En su rostro apareció por primera vez una ligera sombra de duda, o preocupación, no estaba
claro, pero Deni lo notó y según su experiencia la combinación de algo potencialmente peligroso y
Amador Mostacho podía ser explosiva. No sabía cómo pero Amador tendría que mantenerse al
margen.
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8. El proyecto de vida.
Una vez finalizada mi entrevista con el…del proyecto de vida, decido volver al hotel. Es un
regreso incómodo que realizo meditabundo, lo que en un principio iba a ser una inspección y
posterior control del terreno (mi idea inicial era el vallado de la propiedad) se ha convertido en un
escollo en forma de comuna hippy que no sé muy bien cómo sortear. La primera impresión fue de
fastidio, he de reconocer que también de sorpresa, más tarde la cosa se planteaba como un ¡a la
mierda, con los hippies! Pero en última instancia y como consecuencia de lo que he podido hablar
con el tipo de las rastas, el tema está algo más complicado de lo que parecía inicialmente.
Resumiendo: este primer encuentro se ha saldado con una digna retirada por mi parte en
espera de adoptar medidas contundentes, medidas que por otra parte se me antojan difíciles de
abordar. Necesito un abogado, pero dada mi nefasta experiencia en anteriores litigios no confío
mucho en los abogados, es más, el tener que enfrentarme a uno de ellos me provoca una desazón
Cuando haciendo uso de mi autoridad como propietario de la finca insté a estos individuos a
largarse por donde habían venido, su primera reacción como ya he mencionado fue la risa, la
carcajada para ser precisos. Si bien es cierto que su hilarante reacción no auguraba nada bueno, pensé
que quizá no me había expresado con claridad, a primera vista el tipo no parecía muy listo, pero no,
el tipo era listo de hecho el tipo ha resultado ser demasiado listo, tanto que cuando volví al ataque
algo más claro y un poco menos cortés el de las rastas se puso serio y me explicó cómo estaba la
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situación. Me explicó que él y sus compañeros, de los que no precisó número, llevaban en el
proyecto ese de vida más de diez años, o sea más o menos desde que yo no había vuelto por allí, y
que habían trabajado mucho para dejar aquello en condiciones; yo le di las gracias por ello y le dije
que por qué se habían molestado, no pareció escucharme y siguió: después de quitar todas las piedras
del terreno, que eran muchas, las utilizaron para restaurar las casas y los muros colindantes;
plantaron la chopera para proteger la propiedad de los vientos dominantes, del este, precisó, yo le
dije que tenían un tamaño estupendo y que me había sorprendido lo rápido que crecían esos árboles,
hortalizas, abrieron veredas, quitaron zarzales y recuperaron el pozo que por cierto daba un agua
abundante y pura; le dije que desconocía la existencia de un pozo y que estaba deseando probar ese
agua tan rica. Esta vez, sí pareció escucharme a juzgar por su mirada, pero siguió: —resumiendo —
me dijo—, al tratarse de una propiedad abandonada a todas luces y con el vacío legal existente en
cuanto a propiedades rurales se refiere, mis compañeros y yo decidimos —seguía sin precisar de
cuantos compañeros estábamos hablando— cubrirnos las espaldas ante una eventual visita, de
manera que durante todos estos años hemos sacado todos los primeros de mes una cantidad de dinero
exacta, subiendo el IPC correspondiente cada año y dejando claro a los empleados del banco que era
para el alquiler de la propiedad. Este alquiler se ha realizado a nombre de Abundio Buendía, que
supongo eres tú —me dijo insistiendo en el tuteo—, y como es lógico conservamos todos los recibos
firmados. Estos recibos aun siendo falsos servirían sin duda en un hipotético juicio para demostrar
que se nos alquiló la propiedad sin contrato y sin que nuestro arrendatario, o sea tú, declarase al fisco
dicha actividad. Resumiendo... —volvió a decir, y me resumió en pocas palabras que su padre le
había proporcionado mis datos incluida una firma mía que por lo visto era muy fácil de falsificar,
algo de lo que yo no era consciente. Su padre le preparó todos los documentos que acreditarían
nuestra relación ficticia y le puso al corriente de algunos secretillos que se ocultaban en la propiedad.
Me dijo que un padre como es lógico quiere lo mejor para sus hijos y que su conocimiento de las
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leyes era bastante preciso ya que, como su padre, él también era abogado. Quién lo diría viendo esas
greñas. Acabó el resumen diciendo que como ya habría adivinado su padre era el difunto don Mauro
Cifuentes, que descansaba en paz y del que yo guardaría un grato recuerdo. Dadas las circunstancias
no me recomendaba recurrir a las autoridades pertinentes para intentar el desalojo, del mismo modo
tampoco me recomendaba hacer uso de la fuerza ya que, y me miró de arriba abajo, no parecía yo un
hombre muy dado a la violencia, además seguía sin decirme de cuántos compañeros estábamos
hablando.
Con todo esto en la cabeza el regreso al hotel por el polvoriento camino se me hace largo y
tedioso. Una vez acomodado en la habitación y aprovechando que los senderistas eslovenos, porque
eran eslovenos, no habían regresado, aproveché para elaborar una estrategia contra los hippies. No lo
tenía nada fácil, si bien los años dedicados al ajedrez me habían forjado como un gran estratega la
realidad era bien distinta y aquí las piezas que tenía que eliminar me tenían cogido por los huevos.
Antes de iniciar mi retirada pude comprobar que efectivamente don Mauro había contado a su
hijo lo del enterramiento del dinero, porque los hippies además de cavar para plantar patatas,
zanahorias y cebollinos se habían dedicado a realizar una cuadrícula en la finca, en ella fueron
practicando de manera selectiva unos agujeros de unos dos metros de profundidad, confiando en que
esa profundidad fuese suficiente para detectar lo que hubiese que detectar, ya que de lo contrario
todo sería una pérdida de tiempo. El método, similar al utilizado en excavaciones arqueológicas,
tenía sus inconvenientes pues resultaba lento y costoso. Según me contó el hippy que hablaba como
una cotorra, en más de una ocasión había pensado contratar una excavadora y poner todo patas
arriba, pero siempre lo descartaba por la dificultad de convencer al maquinista de que volteaba la
tierra para favorecer el crecimiento de las lechugas, eso sin contar el riesgo que suponía usar
maquinaria pesada para encontrar algo que no sería excesivamente grande, se podría destrozar el
paquete, o volver a enterrarlo más profundo junto con la palada de tierra en otro sitio. En definitiva:
tanto esfuerzo sólo compensaba si se aseguraba el éxito y los métodos rápidos eran demasiado
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arriesgados. Todos estos inconvenientes que me contó el de las rastas ya los calculé yo en su
Al contrario de lo que me pasó a mí él no tiró la toalla, si bien es cierto que como me confesó
el muy hijo de… don Mauro en los años que llevaba en el proyecto de vida ¡joder, con el proyecto de
vida! sólo había excavado un 50% de la propiedad. La idea de estar otro montón de años cavando no
le seducía, pero reconocía que se había acostumbrado a esa forma de vivir, el rollo ese del naturismo
le gustaba así que no tenía mucha prisa. Yo, con toda esta información lo único que puedo hacer es
sacar los aspectos positivos, es decir, si estos cretinos han cavado ya la mitad del terreno significa
que en cuanto pase a la acción sólo tendré la mitad de trabajo. El problema está fundamentalmente en
Mi vida ha cambiado mucho en todos estos años y aunque nunca dejé de pensar que en algún
rincón de aquel pedregal, bueno que ya no lo es pero que sí lo era cuando yo lo pensaba; en
definitiva que allí en alguna parte se escondía una fortuna que me pertenecía.
fueron unos años de continuo contacto con la gente, los suficientes para saber lo ingenuas que
pueden ser algunas personas y lo fácil que resulta convencerlas de cualquier cosa. Después de esos
años de continuo contacto con la gente no quería tener más contacto con nadie, evidentemente no lo
pude conseguir al cien por cien, pero el cambio de puesto de trabajo me ayudó bastante.
menudo a repasar mi vida, más por aburrimiento que por que realmente quiera hacer examen de
conciencia. A mi edad la gente se pregunta si ha merecido la pena todo lo pasado y mira el futuro
que lo pasado ha sido una mierda y el futuro lo será igualmente si no consigo lo que busco, o sea mi
Cuando vendía seguros la situación era bien distinta, me relacionaba fácilmente con las
personas, tenía amigos, tuve incluso novia, trabajaba y utilizaba mi tiempo de ocio como cualquier
persona, iba al futbol, de copas… lo normal, puede parecer que todo aquello me gustaba, que lo
añoro, pero no, nada más lejos de la realidad. Ya en aquellos años empezaron a asquearme muchas
cosas, casi todas relacionadas con los de mi especie, digamos que ya por aquel entonces se
ingenuos, claro que yo los buscaba así deliberadamente porque de lo contrario no me compraban los
seguros que aunque dentro de la legalidad, digamos que solían tener una letra endiabladamente
pequeña, ésa que nadie lee y que como es lógico no se explica. Cosas como: seguros de vida que sólo
te cubren si te mueres accidentalmente, pero que excluyen la mayor parte de los accidentes; o
seguros del hogar que te cobran un plus por cubrir algo que nunca sucede, como que tu casa sea
arrollada por un tren que tendría que atravesar media ciudad para estrellarse precisamente contra tu
sala de estar. Estas cosas hacían de mí una especie de diestro esmerado en hacer una buena faena
antes de entrar a matar, con la diferencia de que aquí el morlaco es alguien al que hay que aguantar
con una sonrisa hasta el estoque final, rubricando con maestría en los espacios en blanco marcados
con una cruz, cruz cuyo tamaño solía ser inversamente proporcional a la inteligencia del susodicho o
susodicha.
Si hay algo que se me da bien, realmente bien, es pensar. Pensar no supone un esfuerzo físico,
no hay transpiración, no hay contacto con otros individuos, puedo hacerlo donde y cuando me
plazca. Es un acto íntimo que se desarrolla en situaciones propicias y se culmina sin depender de
agentes externos, una masturbación perfecta cuyo órgano protagonista no obedece a una caprichosa
combinación entre psicología y fisiología. Pensar es fácil y puede ser además muy placentero, me río
yo de los orgasmos.
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Voy a quedarme en el hotel confiando en que los eslovenos tarden en volver y pensar, pensar
en la manera de echar a esos hippies trasnochados para recuperar mi propiedad, que por cierto y
gracias a ellos ahora tendrá más valor. Eso me gusta porque está claro que en cuanto consiga el
dinero que según dijo el difunto don Mauro está en algún rincón del antiguo pedregal, pienso
venderlo todo y no volver aquí en lo que me quede de vida. He de reconocer que hace años di todo
por perdido, ahora recuperada la ilusión esto está volviendo a formar parte de mi atribulada
existencia. Gracias a la inesperada aparición del señor Víguenot que con su invento (quién iba a
decirme a mí que alguien inventaría algo útil) va a revolucionar el campo de la… bueno, el campo
que sea que va a revolucionar, ignoro dónde se encuadra el aparato que presentó para la patente. En
cualquier caso el campo que sin duda va a revolucionar es el mío, el de Villanubla del Pedregoso.
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9. Jacinto Víguenot.
Jacinto Víguenot vivía en una urbanización a las afueras de Madrid, en una zona cercana al
circuito del Jarama. Era una urbanización de lujo con seguridad privada, zonas comunes privadas,
colegios privados y casi todo privado, resultaba curioso cómo esa palabra podía significar cosas tan
dispares. Vivir allí no era una elección personal. A pesar de las discrepancias que tuvo en su día con
el clan familiar estaba predestinado a vivir cerca de ese clan, el chalet que ocupaba estaba frente al
chalet de sus padres, al lado del de su hermano mayor y dos chalets más abajo del de su hermano
pequeño. A Jacinto esto le daba igual, su carácter conformista le impedía enfrentarse a su familia de
manera reiterada, ya lo hizo en el pasado con lo que realmente le importaba, su trabajo, ceder en algo
tan trivial como el lugar de residencia se le antojaba algo completamente inocuo, así que vivía entre
Eso significaba que desplazarse a la Autónoma para impartir sus clases le suponía un tiempo
precioso. La distancia era considerable y en hora punta llegar a su hora se convertía en una auténtica
odisea.
Para tan homérica empresa se desplazaba utilizando el transporte público, por conciencia
ciudadana y por aprovechar ese tiempo para leer, leía cualquier cosa, desde libros científicos
relacionados con su labor docente hasta entretenidos “betseleres” de dudosa calidad. Lo devoraba
todo.
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Durante años, los últimos al menos, su vida se repartía entre sus clases y sus aficiones,
adoraba enseñar, eso le situaba entre unos pocos privilegiados que disfrutaban con su trabajo. En
cuanto a sus aficiones Jacinto ocupaba su tiempo de ocio con las artes, las plásticas y las marciales.
En las primeras, las plásticas, no pasaba de ser un pintor aficionado. En las marciales buscaba
canalizar tensiones a través del ejercicio físico. Su aspecto y sus modales sugerían una personalidad
débil y apocada y así lo era en efecto, por eso mismo desde pequeño sus padres le pusieron un
profesor de Karate para según ellos forjar su personalidad. La personalidad se quedó más o menos
como estaba, pero su cuerpo se fue moldeando por el esfuerzo y el tesón que ponía en esto como en
todo. Llegó a cinturón negro aunque para su padre seguía siendo una nenaza, claro que para su padre
Su afición por los inventos llegó más tarde y fue por casualidad ya que en realidad no tenía
ninguna intención de inventar nada. Su invento, puesto que sólo tenía éste, no fue concebido como
tal, es decir, Jacinto simplemente quería fabricar una máquina capaz de hacer algo que hasta ese
momento no se podía hacer. Entonces se dio cuenta que en eso consistía precisamente lo de inventar
Todo esto no se habría producido de no ser por el motivo que le llevó a hacerlo, siempre hay
un motivo es lógico, pero en el caso de Jacinto lo sorprendente es que ese motivo fuese el amor.
Relacionar un invento ciertamente revolucionario con el amor resultaba poco habitual, sobre todo si
acción de Cupido. Su estado emocional le producía cierta desazón, intranquilidad y una ligera
sensación de vacío en el estómago, es cierto, pero por lo demás todo era normal, controlable y
normal. Acudía puntual a su trabajo, en sus clases seguía siendo el profesor entregado y accesible
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que había sido siempre, y en su vida privada no daba muestras de estar atravesando ningún mal
El grado de afectación era suficiente, sin embargo, como para meterse en el lío en el que se
había metido, un lío en el que tendría que invertir muchas horas y mucho dinero, aunque esto último
no le preocupaba demasiado. Y todo para llamar la atención de una mujer. La mujer en cuestión, la
que le privaba de su acostumbrada cordura, era una colega, no de su misma facultad pero colega a fin
prestigio y codirectora además de una de las excavaciones arqueológicas más importantes del país.
personalidad le impresionó, era lista y lo sabía y daba la sensación de estar por encima de la mayoría
de sus colegas, probablemente lo estaba. Jacinto Víguenot encajaba su presencia con nerviosismo, de
alguna manera se sentía anulado por aquella mujer y aunque al principio no acertaba a entender la
razón de su estado, pronto analizó pormenorizadamente la situación, como hacía siempre, estudiando
sus síntomas hasta realizar un diagnóstico que le satisficiera —a través del sistema nervioso—,
pensó, —el hipotálamo envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo, ordenando a las
neurotransmisores eran los encargados de comunicar entre sí a las células nerviosas—. Había leído
algo al respecto así que pronto empezó a darse cuenta de que tenía las suprarrenales fatal.
Jacinto había tenido algunas relaciones a lo largo de su vida, ya no era un hombre joven pero
seguía siendo bien parecido, elegante y rico, a pesar de estas cualidades ninguna mujer logró sacarle
Arsuaga, pero a medida que aumentaba su amistad también aumentaban sus sentimientos hacía ella
así que hizo lo que mejor sabía hacer, poner todo su potencial al servicio de la fémina de forma que
no se notara, por supuesto, y con la esperanza de llamar su atención discretamente y pasar de amigos
En eso estaba cuando empezó a desarrollar lo que ya, casi un año después, se perfilaba como
una realidad, en ese tiempo tan sólo había visto a Silvia, así se llamaba la chica, en media docena de
ocasiones, siempre en eventos relacionados con sus labores como docentes y sin que en ninguno de
esos encuentros se pudiera esperar otra cosa más que charlar animadamente sobre sus respectivas
carreras profesionales, nunca hubo ocasión para el flirteo ni a él se le hubiera ocurrido hacer tal cosa
Todo empezó en una de esas reuniones. La charla se animó algo más de lo habitual, Jacinto
escuchaba con atención las descripciones que Silvia hacía de la excavación en la que estaba
trabajando, un importante yacimiento que por desgracia se estaba viendo afectado por problemas
presupuestarios por lo que les resultaba difícil avanzar, la orografía del terreno y las malas
condiciones del mismo encarecían notablemente las campañas y se encontraban en un círculo vicioso
de complicada solución. Uno de los presentes, un profesor de Historia Medieval petulante y simplón,
ataviado con chaqueta de espiguilla y pajarita a juego, le sugirió que contratara los servicios de un
georadar, un aparato que podía detectar diferencias de densidad en el terreno sin necesidad de
realizar grandes inversiones. Silvia contestó al de la pajarita que ya había barajado esa opción, pero
por desgracia el aparato en cuestión no contaba con la capacidad suficiente para diferenciar los
posibles fósiles de piedras vulgares, amén de otros inconvenientes relacionados principalmente con
Aquello no dejó indiferente a Jacinto, atento a la más mínima reacción de su colega pudo
constatar dos cosas: que tenía que ayudarla y que no sabía cómo. Con la primera se lanzó ignorando
—No te preocupes, yo solucionaré ese problema —apenas hubo pronunciado esas palabras
notó cómo se le agolpaba una cantidad inusualmente alta de sangre en su cara, también notó las
miradas perplejas de todos los presentes sobre su persona, de los que no le conocían y más aún de los
que sí le conocían.
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En un esfuerzo por controlar su primer impulso que no era otro que el de arrojarse por la
—Pues todavía no puedo concretar nada, pero hace tiempo que tengo entre manos un
proyecto relacionado precisamente con la mejora de ciertas limitaciones del georadar —mintió.
Si lo que pretendía era impresionarla sin duda lo había conseguido, Jacinto era conocido por
su rectitud y desde luego la arrogancia no se encontraba entre sus defectos, claro que reaccionar con
coherencia ante la subida de adrenalina y noradrenalina tampoco estaba entre sus virtudes.
El problema se centraba básicamente en que sus conocimientos sobre esa materia eran
escasos, es cierto que había leído algo al respecto, más por deformación profesional al tener relación
con la física que porque se hubiera planteado nada serio, en cualquier caso se acababa de meter en un
jardín del que tendría que salir como fuera si no quería pasar de causar buena impresión a causar un
ridículo impresionante.
Silvia comentó su disposición a ayudarle en todo lo que estuviera en su mano dada la enorme
ventaja que los avances tecnológicos podían suponer para su trabajo. Abrumado como estaba sólo
acertó a decir que en cuanto estuviera en disposición de mostrarle algo no dudaría en aceptar su
colaboración. Ésta era una oportunidad de tener un trato especial con ella, aunque dadas las
Al despedirse Jacinto tenía la certeza de haber cambiado su relación con la arqueóloga, ahora
bien, en qué grado y con qué consecuencias resultaba difícil de precisar. Si en ese momento había
algo de lo que podía estar seguro era que su vida se complicaría considerablemente, claro que no se
posición y cultura no podía comportarse como un adolescente así que se sirvió un Brandy, o un
Coñac, la verdad es que no los distinguía, ni siquiera sabía quién había dejado allí esa botella. Él no
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bebía habitualmente, pero era evidente que si alguna vez había necesitado una copa era en ese
momento. Lo mejor, pensó, sería ponerse inmediatamente a trabajar en eso que supuestamente estaba
mejorando. Era consciente, muy consciente, del berenjenal en el que se había metido así que echó
Unas horas más tarde tenía suficiente información como para dedicarse a la venta ambulante
del aparato, pero obviamente ése no era su objetivo. Repasó los pros y los contras y analizó
emisión de un pulso electromagnético de corta duración, con una frecuencia nominal característica
que oscilaba entre los 10 MHz y los 2,5 GHz. Para su correcto uso era necesaria la aplicación de una
antena especial. Jacinto repasaba mentalmente sus apuntes con el fin de encontrar algún punto
mejorable. Según la antena seleccionada se obtenían unos radargramas que se acercaban a una
sección transversal del subsuelo bajo la línea por la que se desplazaban las antenas. Los
condiciones adversas, los terrenos excesivamente húmedos o muy removidos daban unos perfiles de
baja calidad, los terrenos arcillosos y los que incluían gravas de diferentes tamaños arrojaban
igualmente resultados poco resolutivos. Del mismo modo se podían producir interferencias con
algunos aparatos eléctricos en determinadas circunstancias. Todo esto era meticulosamente apuntado
por Jacinto que a medida que avanzaba en el estudio se empezaba a encontrar en su salsa. No en
vano era considerado una autoridad en todo lo que estuviera relacionado con la Física y la
capacidad. Todo lo que leía pasaba inmediatamente a su ordenador. Empezó a meter datos en un
programa que le iba dando una serie de lecturas que interpretaba con precisión.
Dedicó una semana al estudio del georadar y al finalizar ésta, concluyó que el aparato aun
siendo mejorable no le terminaba de convencer así que puestos a ser osados y metido hasta el cuello
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como estaba, decidió crear a partir de unos principios similares un aparato que no tuviera las
desventajas del GRP. Su opción no tendría problemas de interpretación puesto que la pantalla
mostraría una imagen de alta resolución en 3D. Sería válido para todo tipo de terrenos y puestos a
mejorar se centró en lo más importante, si quería impresionar a Silvia, su criatura, como él mismo
empezó a denominarlo, sería capaz de diferenciar entre un fósil petrificado y una simple piedra, algo
La decisión estaba tomada. Ahora le esperaban meses de duro trabajo para materializarlo.
Jacinto Víguenot no era de los que se acobardaban, no en temas relacionados con su intelecto, esto
sólo supondría dejar de lado algunas de sus aficiones y dedicar todo ese tiempo al invento.
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Amador Mostacho había hecho de su vida una cruzada. Si bien la suya no tenía como
objetivo el devolver Tierra Santa a la Cristiandad, sus métodos, como en el caso de los cruzados,
eran expeditivos. Siendo precisos los suyos eran al mismo tiempo expeditivos y torpes, esta
contradicción sólo era entendible observando con detenimiento su forma de proceder. Primero se
empeñó en mostrar al mundo los peligros del tabaco y lo hizo a su manera, acosando a los pobres y
perplejos fumadores a golpe de palabra, oral y escrita, disertando con vehemencia mientras blandía
su libro amenazadoramente para después intentar vendérselo, sin éxito claro. Cansado de esta lucha
que en algún momento tachó de causa perdida dado el escaso interés de los fumadores por dejarse
aleccionar, se centró en algo diferente pero que se relacionaba con lo anterior, su interés en mejorar
la salud y por ende la vida de sus congéneres. A fuerza de empeñarse en solucionar los asuntos
terrenales, se fue alejando poco a poco de los mismos. Se fue enganchado a pseudoreligiones que
prometían salud y misticismo todo en uno. Probó por probar (lo probaba todo) varias. De algunas y
siendo fiel a su costumbre se erigió como gurú rápidamente, en otras pasó sin pena ni gloria más por
impaciencia que por antagonismo. En todo lo que detrás de un nombrajo impronunciable aparecía la
palabra yoga, Amador encontró una concomitancia inmediata así que ni corto ni perezoso se abrazó a
estas nuevas deidades y lo hizo con tal ímpetu que recién abrazado a su nueva realidad espiritual
montó junto a su mujer un centro para la práctica del yoga. Al poco tiempo no había en todo Madrid
ningún practicante de tan laxa técnica que no lo conociera, para bien o para mal.
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y el centro de Yoga, actividades claramente opuestas cuya conexión sólo tenía cabida en su ecléctica
forma de ver la vida. El apoyo que recibía de su mujer era sincero e incondicional, ella se encargaba
de todo lo relacionado con el centro de yoga: daba clases y dirigía retiros. Se podía decir sin temor a
equivocarse que vivía en una permanente ausencia de la realidad. Este comportamiento sería
preocupante en otras circunstancias, curiosamente en esta actividad se interpretaba como una clara
muestra de espiritualidad por lo que el negocio que lo era a fin de cuentas, no iba mal. En cuanto a su
otra actividad, la tecnológica AMSA, funcionaba por inercia, con un movimiento tan leve que su
Aunque sus obligaciones se parecían bastante a lo que para otros son aficiones, últimamente
Amador estaba consagrado devotamente a su otra afición: los extraterrestres, que pronto pasarían a
formar parte de sus obligaciones. Dicho así podría parecer que Amador era un tipo raro, incluso muy
raro y que su rareza estaba muy por encima de la media. Lo cierto es que si se intentaba buscar una
explicación a su comportamiento no parecía tan raro, todo estaba íntimamente relacionado. Amador
Mostacho solía explicar cómo los visitantes de otras galaxias llevaban miles de años organizándonos
la vida, algo que según los expertos en este campo demostraba su condición de auténticos dioses, de
manera que Amador se limitaba a compaginar unas deidades con otras, las orientales y las estelares.
Para conocer el origen de esta afición había que remontarse algunos años atrás,
concretamente a un verano del recientemente estrenado tercer milenio, cuando por una serie de
que en un terreno sito en las Alpujarras almerienses iba a celebrarse un encuentro sin precedentes
entre un selecto grupo de alienigistas y otro selecto grupo de alienígenas. Los primeros procedían de
los más variados puntos del planeta, de este planeta, mientras que los segundos viajaban
directamente desde Mintaka, una estrella situada a novecientos quince años luz de nuestro Sistema
Solar. En aquella parte de la galaxia los alienígenas estaban preocupados por la extinción de su
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mundo. Al parecer su estrella principal, una gigante azul-blanca de magnitud 2.2 se moría, y claro,
andaban algo impacientes buscando otro planeta para instalarse. Según el selecto grupo de
alienigistas habían escogido el nuestro para la mudanza por lo que en aquel desolado campo
raza murciana, adaptadas a ese duro terreno y cuya leche se encontraba entre las mejores para la
elaboración de queso. La intención de los alienigistas era dar la bienvenida a los extraterrestres como
Dios manda. Entre el selecto grupo se encontraba Amador que desde aquel día y como no podía ser
de otro modo pasó a formar parte de un grupo aún más selecto dentro de ese primer grupo.
Los alienígenas no aparecieron, no porque no quisieran, por lo visto se produjo algún error de
cálculo entre los expertos que debían determinar la fecha del contacto. A pesar de este inconveniente
la fiesta de bienvenida se celebró sin los invitados principales, ante la mirada atónita del cabrero que
entre las pancartas desplegadas en varios idiomas para asegurar el entendimiento, no paraba de
contar el rebaño temiendo que en un descuido una de las murcianas pudiera acabar ensartada en un
espetón.
Este fracaso no fue considerado como tal por los organizadores del evento, sabedores todos
los presentes de la dificultad que entrañaba acertar un pronóstico de tal magnitud. No obstante su fe
en el encuentro no mermó un ápice y todos quedaron en reunirse en el futuro para otro encuentro,
cuando tocara.
A partir de aquel contacto frustrado Amador, que hacía gala de un gran carisma y
personalidad, pasó a ser cabeza visible en cuantos eventos tuvieran a bien organizarse, haciéndose
portavoz del grupo ante los posibles medios de comunicación que sus actividades ufológicas
pudieran convocar. No era raro que un informativo o un periódico que no encontrara nada mejor que
contar se pusiera en contacto con Amador para entrevistarle sobre el devenir de los esquivos
mintakianos.
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Fueron varios los intentos de llegar a nuestro planeta por parte de los de Mintaka, siempre
según los cálculos hechos por los miembros alienigistas de mayor solvencia. En cuanto a este tipo de
cálculos se refiere el hecho de no haber acertado en ninguno de ellos se debía, siempre según los de
los cálculos, a errores ajenos a sus ecuaciones, algunos tenían que ver con reformulaciones basadas
en cambios horarios y ajustes entre las diferentes unidades de medida, que, aunque mínimas, en
De los 915 años luz con respecto a Mintaka que tenían que recorrer y puesto que un año luz
equivale a 9.46 por 10^12 km. significarían 8.2 por 10^15 km. con una velocidad de crucero de
T= d/v= 8.2 por 10^15 km. / 4.5 por 104 km/h= 1.82 por 1011 h.
Teniendo en cuenta que en un año hay 8760 h. la nave estaría viajando por las diferentes
galaxias 20,78 millones de años. Si a estos datos le añadimos, la discrepancia existente entre algunos
miembros del grupo sobre la velocidad exacta de crucero y el uso o no de agujeros de gusano para
atajar saltándose alguna galaxia, y todo eso sin contar con el calentamiento global provocado por el
cambio climático, un hecho que tenía que estar afectándoles sin ninguna duda. La conclusión a la que
llegaron fue: que como no se podía saber a ciencia cierta la fecha exacta del encuentro, las
concentraciones se celebrarían en unas fechas escogidas al azar y que los extraterrestres, gracias a su
inteligencia superior, ya les encontrarían a ellos. Su misión a partir de ese momento sería la de
El selecto grupo formado por Amador y sus colegas hacía un seguimiento exhaustivo de toda
la información relacionada con el tema de manera que casi nada escapaba a su control, así fue como
revisando, revisando, dieron con una noticia aparecida en un diario local, “El Farolillo” de Villa
Novilla, en la que se podía leer: “Un campesino asegura recibir interferencias en su aparato de radio
cuando estando rotulando sus tierras con el tractor, un John Deere 9430 de 425 caballos, pasa por un
punto concreto, una hondonada en el terreno de unos mil metros cuadrados. El campesino asegura
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que aquello no es normal, además el tractor, una auténtica bestia según la fuente, se viene abajo
como si le faltara potencia”. La noticia que podía pasar desapercibida para la mayoría de la gente
llamó poderosamente la atención de los miembros del grupo que en primera instancia y antes de
realizar una visita a Villa Novilla realizaron un estudio detallado del terreno haciendo uso de
11. El químico.
Volver a la oficina después de mi viaje a Villanubla ha sido duro, siempre lo es. Esta vez no
tiene nada que ver con los motivos habituales, aversiones de sobra conocidas. No, en este caso y
considerando el cambio claro en mi forma de actuar la vuelta a la oficina es dura simple y llanamente
porque no he conseguido lo que quería. Tengo mal perder, siempre lo he tenido, pero a pesar de
haber perdido el primer asalto la guerra no ha hecho más que empezar. Lo que suele ser un dejar
pasar las horas se ha convertido en un: tengo que elaborar un plan. Tengo el tiempo y tengo los
medios. La oficina es todo lo que necesito. Mantengo mis hábitos, el aislamiento que siempre utilizo
para escapar a posibles conversaciones no deseadas es ahora un arma que pienso esgrimir para otros
fines. Este aislamiento me va a permitir hacer uso de una herramienta que hasta ahora he obviado
porque me era indiferente. Para entenderlo bastará con saber que esta oficina posee sistemas
informáticos de gran potencia, con ordenadores interconectados a otros organismos oficiales. Estos
ordenadores tienen a su vez una base de datos impresionante, algo necesario en un organismo estatal
como éste y que me van a permitir acceder a diferentes departamentos de la Administración Pública
con rapidez. Pienso que si el hijo de don Mauro Cifuentes, abogado colegiado, es además de hijo
colega de su padre, aparecerá en la base de datos que tengo a mi alcance, así que entre inventor e
inventor a los que nunca hice mucho caso y ahora voy a hacer mucho menos, buscaré algo, cualquier
cosa que pueda utilizar en su contra. Es imposible que un tipo con esa pinta sea trigo limpio.
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Después de comprobar que hay más de quinientos abogados con el apellido Cifuentes (a mí
también me sorprende) me veo forzado a utilizar una fuente de información adicional. En nuestro
encuentro Cifuentes hijo no tuvo a bien facilitarme su nombre de pila, no obstante este dato que me
facilitaría bastante las cosas puede ser pasado por alto gracias a otro que espero sea decisivo o al
pertenece tenía aunque algo destartalada, una matrícula que si no recuerdo mal y no lo hago porque
la apunté, el siguiente código alfa numérico: CR-0032-AB; concretamente una Fiat Ducato sobre-
elevada cuyo color original pudo ser el blanco por mantenerse más o menos inalterado en el techo de
la misma, el resto era una especie de lienzo atacado con saña por un caterva de adictos al LSD.
Introduciendo la matrícula en el lugar adecuado y tras una breve espera la pantalla me revela
el nombre del propietario, en este caso y para mi fastidio propietaria, una tal Almudena de Cortes
paisana de Trebujena en la base de datos de Tráfico, no porque sienta curiosidad que desde luego no
la siento, pero tendré que ver la relación de esta señora con el ocupa (léase okupa). Entro entonces en
la página de la DGT, unos ruiditos más tarde acompañados de un icono con forma de reloj de arena y
al momento se abre una pantalla con una serie de datos. La tal Almudena tiene pendientes algunas
multas, todas ellas recurridas y por lo tanto en trámite administrativo. La dirección actual según estos
—¿Diga?
—Mire, le llamamos de la Dirección General de Tráfico por una denuncia sobre el vehículo
—Eso no puede ser porque yo la vendí hace más de tres años —la voz de la mujer parece
—Verá, es posible que usted la vendiera, pero es indudable que no se realizó la pertinente
transferencia porque según nuestros datos usted sigue figurando como titular.
—Mira, tío, a mí eso me da igual, yo la vendí y punto —me dice perdiendo un poco las
formas.
compró el vehículo podremos evitar la denuncia contra usted y dar salida a todo el papeleo, así usted
—La hija de puta que me compró la furgo se llama Maribel y todavía estoy esperando que me
—Bien, ya tenemos algo —le sigo el juego—. ¿Le importaría darnos el apellido de la tal
—Yo no sé el apellido tronco, si lo supiera le habría metido una denuncia que se iba a cagar
—oigo como resopla la tal Almudena al otro lado del teléfono perfectamente integrada en la
conversación.
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—Pero tendrá usted alguna forma de localizarla —pregunto esperando una contestación
subida de tono.
—¿Pero tú te crees que si supiera dónde está no le abría roto las piernas a la muy hija puta,
tronco? Qué son tres mil euros. Qué para mí eso es mucha pasta.
—Bueno, serénese, en primer lugar me dijo dos mil, aunque eso es lo de menos. Piense cómo
podemos dar con ella —tengo que insistir, quizá Maribel no esté vinculada al hijo de don Mauro pero
de momento es la única pista que puedo seguir, además la llamada la paga el contribuyente.
—Mmmm… no sé —dice por fin—. Tengo un número suyo, pero me harté de llamar. Como
sabe que soy yo no me lo coge la muy… —puedo oír unas toses al otro lado que le hacen omitir el
insulto, no es que a mí me moleste el lenguaje de la buena señora, deja claro que no le tiene mucha
—Bien, si es tan amable de darnos ese número nosotros nos aseguraremos de contactar con
ella.
—Espera —más que dejar el teléfono parece que lo ha tirado a juzgar por el ruido que recibo
por el auricular, se oyen unos pasos alejándose, más ruidos que atenuados por la distancia suenan
ligeramente sordos y de nuevo unos pasos que van aumentando en potencia según se acerca.
Yo apunto el teléfono en un papel y acto seguido cuelgo sin despedirme. No creo que mi
Me dispongo a realizar la segunda llamada cuando al alzar la vista veo a un hombre parado
delante de mi mesa. Apenas sobresale unos centímetros por encima de mi parapeto de papeles, a la
altura considerable del montón hay que sumar la escasa estatura del señor. A duras penas pasará del
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metro y medio, mayor, con sus gafitas y su escaso pelo rizado formando unos bucles blancos algo
largos para un hombre de su edad. Parece un abuelito encantador de no ser porque viene
—Nooo. Termine usted con lo que esté haciendo que yo no tengo prisa, ya sabe usted que a
mi edad tenemos todo el tiempo del mundo, pero ustedes los jóvenes tienen que…
—Siéntese en aquella silla y enseguida le atiendo —le corto en vista de la facilidad de palabra
Observo al abuelo por el rabillo del ojo y cuando aposenta su escaso cuerpo en la silla de
López que ha salido a desayunar continuo con lo que estaba haciendo, o sea, llamar a la del teléfono.
Marco los nueve dígitos de rigor y espero el tono, después de cuatro o cinco tonos o pitidos o
chaaooo… —la voz es femenina, no porque suene sensual o algo así, quiero decir que la del teléfono
es una mujer, de todas formas maldigo mi suerte por no poder hablar con ella.
Ignorando la invitación del contestador no dejo ningún mensaje y cuelgo. No puedo dejar mi
nombre y esperar tranquilamente a que me llame, tengo que engañarla, cosa que no me resultará muy
Miro hacía la mesa de López que sigue desayunando, y veo al abuelete balanceando las
piernas que le cuelgan sin tocar el suelo ¡Joder, qué pequeño es¡ —pienso. No sólo pienso eso,
Un par de minutos después vuelvo a llamar. De nuevo los cuatro o cinco tonos, o pitidos y de
—Buenos días, soy Arturo García Valle, notario. Tengo que anunciarle el fallecimiento de
doña Almudena de Cortes Sanchidrían, según hemos podido constatar usted tiene en su haber un
vehículo sin la debida transferencia. La fallecida ha dejado todos los papeles firmados para hacerla
efecto pasando así el vehículo a ser de su única propiedad. Si es tan amable llame al siguiente
Una vez detallado el número por dos veces cuelgo. El número es la extensión de mi mesa en
la oficina, teniendo en cuenta que la centralita es automática la llamada entrará directamente si como
De momento no puedo hacer nada más, al menos hasta confirmar el vínculo de la tal Maribel
con la furgoneta de los hippies, así que decido darle una oportunidad al abuelo. Con la mano le hago
un gesto para que se acerque, él lo ve y a su vez me hace un gesto señalándose a sí mismo con el
dedo en el pecho. Yo repito el gesto al tiempo que le confirmo que sí con un movimiento de cabeza,
todo esto no es del todo necesario ya que apenas nos separan cuatro metros y bastaría con decirle que
venga. Según se acerca el hombre dando muestras de una buena forma física a pesar de su edad,
compruebo mirando el reloj que López sigue desayunando por lo que a pesar de su exasperante
—¿En qué puedo ayudarle? —le pregunto cuando casi de puntillas asoma por encima de mis
papeles.
—Mi nombre es Veneroso Padilla, de Agropadilla, la empresa que regento desde hace
cuarenta años. Bueno, yo ya estoy jubilado como usted comprenderá, la empresa la lleva ahora mi
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yerno, no muy bien para que nos vamos a engañar, pero uno ya parece que no pinta nada y mi niña…
pues ya sabe —el hombre parece lanzado y tras una pausa para coger aire sigue.
—La cosa es que nos dedicamos a los productos de uso agrícola. El negocio lo fundó mi
padre que en gloria esté, luego estuve yo y desde hace unos años pues está mi yerno. Ya le digo, un
inútil, pero en fin, la cuestión es que yo aunque estoy jubilado como ya le he dicho, sigo enredando
por ahí. Mi niña dice que me quede en casa o que me vaya a jugar al mus con la gente de mi edad
que ya se ocupa su marido de todo. Claro yo no le digo nada, cómo le voy a decir, pero es que yo a
mi yerno no le dejo solo porque me hunde el negocio en cuatro días. Con lo que le costó a mi pobre
Le veo coger más aire justo cuando la cara adquiría un tono azulado. Yo en este momento no
tengo nada mejor que hacer así que le dejo que siga con lo suyo mientras yo pienso en lo mío.
—La cosa es que como gracias a Dios estoy bien de salud y la cabeza todavía me funciona,
pues sigo con el negocio y aunque a mi yerno le gustaría meterme en un asilo, ¡Yo aquí, al pie del
cañón! La cosa es que como tengo bastante tiempo libre, porque por lo menos Joaquín, mi yerno, el
tema de los papeles sí que me los lleva bien, y yo pues me dedico a otras cosas…
A pesar de no ver más que un trozo de su cara detrás de los papeles la charla me llega fuerte y
clara. Estoy tentado de cortar su interminable perorata, pero al final le dejo que siga con: “la cosa…”.
—Como le decía a mí siempre me ha gustado enredar con la química, no como afición, no,
esto es una cosa muy seria. Yo soy químico de profesión, de carrera vamos, y tengo algunas cosillas
hechas en la industria agrícola: pesticidas y cosas así, con sus patentes y todo eso. Ahora, como
tengo mucho tiempo —para de nuevo a coger aire y sigue— he estado trabajando en un herbicida
que funciona muy bien y aunque yo no quiero más líos de patentes, mi niña erre que erre, que sí, que
si no eso se acaba perdiendo o te lo copian y te quedas sin nada, que piense en mis nietos. Total que
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aquí estoy a ver qué tengo que hacer con esto, porque antes de las otras patentes se ocupaba mi
hermano que en gloria esté, que también era químico y estos temas de papeleos se le daban mejor
que a mí —espero pensando que ha terminado, pero al poco y como sigo sin verle más que los ojos,
—La fórmula está ensayada y su eficacia empíricamente demostrada, por lo que usted me
dirá qué tengo que hacer ahora. Le diré que este herbicida es capaz de acabar con todo tipo de
vegetación, por resistente que sea. En menos de doce horas no queda nada —en ese momento se
calla y aunque parezca mentira es en ese momento cuando quiero que continúe.
—Lo que sea, tallo blando, tallo duro, con hoja, sin hoja, lo que sea.
—Verá, don Veneroso —decido apartar un poco los papeles para que podamos vernos mejor,
gesto que no reconozco como mío, pero últimamente todo anda un poco alterado en mi cabeza,
incluso he estado a punto de decirle que tome asiento, claro que no tengo ninguna silla que ofrecerle.
—Su invento necesita una confirmación por parte de nuestros técnicos para que en caso
afirmativo podamos continuar con el trámite —ignoro cómo una patente de este tipo ha acabado en
mi mesa, supongo que el encargado de las patentes de fórmulas químicas estará de vacaciones, el
—Necesito que me traiga una muestra del herbicida para que hagamos nosotros los debidos
ensayos, no es que no nos fiemos de sus demostraciones, empíricas o no, pero comprenderá que es el
procedimiento habitual —miento descaradamente, sé que me arriesgo mucho al hacer una petición de
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ese tipo, me juego el puesto si el abuelo se va de la lengua así que no me queda más remedio que
—Verá, don Veneroso. Como creo que su relación con su yerno de usted no es del todo
fluida, le recomiendo a título personal y sin querer yo, por supuesto, meterme en asuntos de familia,
que no le diga nada ni a su yerno ni a su hija ya que en estas cosas de patentes que puede haber
dinero de por medio la cautela nunca sobra —le miro esperando que el argumento sea suficiente y
—No se preocupe que mañana mismo tiene usted aquí una garrafita del producto para que
hagan sus pruebas y tranquilo que yo no digo nada a nadie, pero ojo que es un producto fortísimo y
altamente tóxico.
En ese mismo momento suena el teléfono así que descuelgo mientras don Veneroso se aleja
andando hacia atrás y dejando en el aire una serie de movimientos de manos, una mímica que se
pueden traducir como: coja el teléfono, yo ya me voy, volveré con la garrafa, o algo así.
Éste parece ser un día fructífero, si no fuese por mi alejamiento sistemático de cualquier tipo
Miro mi reflejo en la pantalla del PC y de nuevo me sorprendo esbozando una leve sonrisa,
Jacinto Víguenot acudió a los talleres AMSA como cada tarde. Después de sus clases en la
Universidad Autónoma que solían prolongarse hasta la hora de comer, se acercaba dando un paseo
hasta un pequeño restaurante donde daba cuenta de una frugal comida. Fiel a sus costumbres
gastronómicas tomaba una ensalada y algo de carne o pescado a la plancha, evitaba fritos y cualquier
alimento con un exceso de grasa, no lo hacía por cuestiones relacionadas con la línea, sus
motivaciones eran fundamentalmente salubres y teniendo en cuenta que el trabajo que realizaba por
primordiales. Al terminar el café que sí tomaba con moderación, llamaba un taxi para que le acercara
Deni se encontraba en uno de los extremos del local con la careta de soldar en la cabeza, al
ver entrar a Jacinto le devolvió el saludo con un movimiento de cabeza que impulsó la careta para
que cayera justo cuando el fogonazo de la soldadura lo iluminaba todo. Jacinto esperó a que acabara
el trabajo girando la cabeza para evitar el resplandor de la soldadura en sus ojos, al girar la cabeza
pudo ver a Amador sentado en su despacho mesándose los cabellos, toqueteándose las gafas y
moviendo en círculos la mandíbula inferior después de comerse una manzana, todo ello al mismo
tiempo. Con la otra mano estiraba sobre la mesa unos papeles que no alcanzaba a ver. Se había
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vespertina Amador no paraba ni un momento, siempre andaba acelerado buscando cosas, sacando
papeles, llamando por teléfono…, en más de una ocasión le había visto falsificar burdamente alguna
factura sin importarle lo más mínimo que le estuviera mirando, Deni solía hacer algún gesto como
dándole a entender que le ignorara. A Jacinto lo único que le importaba a esas alturas era la buena
marcha del prototipo y eso no era precisamente gracias a Amador. Todo se estaba desarrollando
según lo previsto gracias a su propia dedicación y a la de Deni, cada vez más entregado y que día a
día demostraba estar altamente capacitado para cualquier tarea. Su relación con él se había vuelto
muy estrecha, se sentía cómodo trabajando a su lado, a veces le explicaba detalladamente las cosas,
más por deformación profesional que porque realmente Deni lo necesitara, por la diferencia de edad
podía ser casi su hijo y esto propiciaba un sentimiento de afecto que no disimulaba.
—Veo que has terminado el soporte para las ruedas —mientras hablaba se agachó para
examinar el estado de las soldaduras y la posición de los diferentes anclajes—, tiene muy buena
pinta.
—Estoy terminando de montar los circuitos de alimentación del LCD, en cuanto tengas
instalado el motor de tracción de las ruedas podremos hacer las primeras pruebas de campo.
—¡Guay! —contestó Deni alejándose unos pasos para ver el aparato con un poco más de
perspectiva.
—Nos está quedando genial el… ¿cómo ha dicho que se llama el prototipo? —dijo Amador
que apareció con lo que parecía un mapa bajo el brazo y una botella con una especie de tubérculo
ramificado en su interior.
—Pues lo cierto es que no tiene nombre, supongo que acabará denominándose por el
—Pues… tengo que poner a punto el monitor y Deni aún tiene que terminar el sistema
locomotriz, es posible que entonces se puedan hacer las primeras lecturas sobre el terreno, en
cualquier caso a partir de ese momento y si no se registran fallos empezaría con el programa
informático que habrá que instalar y desarrollar, estamos hablando de algunos días más. Quizá para
—Bien, la semana que viene. Ajustaré mi agenda. Por cierto, he estado mirando las
especificaciones pero no me aclaro con el alcance en vertical y si puede verse afectado por
—Precisamente —estiró las arrugas en un punto concreto—, aquí tengo un sitio perfecto para
probar el aparato, está a unos trescientos kilómetros, es algo de una grandísima importancia que
usted sin duda encontrará fascinante. Ahora no puedo adelantarle nada más, ya le explicaré los
pormenores a su debido tiempo, pero ya le anticipo que esto puede suponer un hito en la
investigación ufológica.
aparato, le miro sin saber muy bien qué contestar y tras mirar a Deni, concluyó:
—Bueno, ya hablaremos, no podemos precipitarnos en hacer pruebas hasta que todas las
verificaciones estén realizadas, ahora mismo estamos sometidos a una gran tensión…
—Precisamente tengo la solución para ese asunto —se adelantó a decir Amador echando
—Deni, trae un par de vasos que el señor Víguenot va a probar un remedio que es mano de
santo —Deni que ya sabía de qué iba la cosa se fue en busca de los vasos sin mediar palabra, lo
—Éste es un remedio casero. Bueno, en realidad es algo que lleva miles de años tomándose,
pero yo he mejorado un poco la formula. ¡Ginseng! ¿Le suena? —sin esperar a que el otro contestara
—El Ginseng como usted sabrá se lleva utilizando en la medicina tradicional china desde
siempre aumentando las prestaciones físicas en todos los aspectos, ya sabe a qué me refiero, y con
las intelectuales qué le voy a contar, para personas como usted y como yo que andamos todo el día
con números en la cabeza resulta fundamental, aumenta la capacidad de reacción y las funciones
hemoglobina, diabetes, hipotermia, fiebre… —mientras soltaba el vademécum cogió los vasos que
Deni había dejado sobre la mesa y sirvió un líquido ocre-amarillento algo viscoso —alteraciones
Le acercó uno de los vasos y Jacinto que se estaba acostumbrando a seguirle la corriente lo
—Huela, huela. Mano de santo, yo en vez de preparar una infusión lo dejo macerando en
coñac durante un año, entra mejor y además el alcohol tonifica la sangre —de un trago se bebió el
contenido y le dio indicaciones a Deni para que rellenara la botella con el coñac que había en su
despacho. Jacinto se mojó un poco los labios para no hacerle un feo y dejando el vaso sobre la mesa
—Como le decía tenemos que ser cautos con las pruebas preliminares ya que los ajustes entre
longitud de onda y frecuencia son decisivos en la interpretación que el software tiene que hacer.
—Claro, claro, tranquilo que me hago cargo, pero le estoy ofreciendo una oportunidad única
de hacer un descubrimiento sin precedentes. Usted acabe todos esos ajustes y ya hablaremos. ¿Qué?
¿Nota ya los efectos del ginseng? Esto le da una energía y unas ganas de trabajar que es una
maravilla —se levantó recogiendo el mapa que no habían llegado a mirar y concluyó—, bueno yo
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me tengo que ir a una reunión, precisamente con el equipo de expertos que está llevando este asunto
personas la existencia del prototipo, pero se lo pensó mejor y dejó que se marchara. Ya solucionaría
eso en su momento, ahora sólo quería centrarse en terminar su invento que pronto estaría en
disposición de ser utilizado y entonces, y sólo entonces, llamaría a Silvia para mostrárselo con la
Al acabar la jornada laboral a eso de las tres tengo cierta dosis de optimismo. Las cosas no
están como para tirar cohetes, pero se va perfilando lo que a buen seguro será un plan. Todavía es
pronto para las manifestaciones de júbilo, todo a su debido tiempo. La llamada de teléfono me ha
revelado cierta información, aún escasa para un contraataque efectivo, sí, pero suficiente en cualquier
caso para que ese plan en ciernes se vaya fraguando. Maribel Cantalejo no ha tardado mucho en
varias cosas, entre otras algunas que no tienen nada que ver con este asunto y que aunque yo insistí
en no querer escuchar he tenido que escuchar. Después de algunos desvaríos, por fin empezó con lo
que realmente me interesa: que la furgoneta se la quedó el cabrón de su ex, que perdonara por lo de
“cabrón”, qué iba yo a pensar; que estaba muy susceptible porque la dejó con los niños y no le
pasaba ni un duro, que se había ido con la guarra de la Pragnati, que perdonara por lo de “guarra”;
que estaba tomando una medicación muy fuerte para los nervios y no controlaba mucho lo que decía,
que ya me haría cargo; que la Pragnati en realidad se llamaba Lourdes, pero que se había cambiado
el nombre. Viendo que aquello parecía no tener fin y todavía con la retahíla del químico jubilado en
la cabeza decidí recurrir al apremio; le dije que o me daba el nombre de su… lo que fuese o le
embargaba la casa. Yo no sabía si tenía una casa que embargar, pero la amenaza tuvo su efecto, bien
porque sí tenía casa, bien porque efectivamente se automedicaba. Me dijo que el tipo respondía al
nombre de Gopala, más tarde me aclaró que también se había cambiado de nombre, en realidad se
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llamaba Paolo, era italiano, guapísimo (ella lo dijo prolongando mucho la primera “i”, pero yo lo
omito), que no sabía el apellido pero tenía un bar en Madrid, en la calle Huertas, Los Vedas se
llamaba, que significa verdad o conocimiento o ambas cosas en sánscrito. Al final, la buena mujer
me preguntó que dónde podía recoger los papeles. Yo por preguntar le pregunté que para qué quería
los papeles si no tenía la furgoneta, me contestó que no se le había ocurrido, que la dejara en paz y
Con esta información y saltándome mis propias normas no he dudado, o quizá un poco sí, en
coger el metro y en lugar del recorrido habitual que me conduce cada día hasta mi casa, variarlo con
la intención de llegar a la calle Huertas en la que dicho sea de paso, no he estado jamás.
Barajo varios itinerarios que me puedan conducir a esa calle, a pesar de llevar muchos años
me movía principalmente por la periferia, desde Fuenlabrada a Pinto pasando por Móstoles y
Alcorcón. Del centro conozco más bien poco y con los años mi alejamiento sistemático del bullicio y
la masificación han hecho de esta parte de la ciudad un territorio vedado a mis escasas incursiones
por la urbe. Consulto un mapa del metro con callejero incluido y compruebo que el recorrido más
corto es desde Antón Martín subiendo por la Calle Atocha para después cruzar por León hasta
Huertas, la otra opción, algo más larga sale de Sol, de ahí se sube a la Plaza de Jacinto Benavente y
desde ésta a la del Ángel, en ese punto comienza la calle Huertas, como desconozco a qué altura se
sitúa el bar del tal Paolo opto por este recorrido que a pesar de ser más largo ofrece mayores
garantías de éxito.
No puedo ocultar siendo honesto que el día soleado acompaña y que un paseo por el centro
no me causa ningún mal, además es la hora de comer y si bien no soy dado a los gastos superfluos
me puedo permitir algún dispendio extra ya que tras años de ahorrar la mayor parte del sueldo mi
cuenta corriente arroja unos números vamos a decir que razonables. Escojo una terraza en la plaza de
Santa Ana, próxima a la del Ángel y por tanto al lado mismo de mi objetivo, la elección de esta plaza
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que a pesar de su cercanía se sale del trazado previamente escogido, no es otra que el evitar las obras
de una casa en proceso de rehabilitación. Además de un ruido ensordecedor sale de allí tal cantidad
de polvo que llamar a aquello demolición controlada resulta más que una ironía, una falacia. Con la
suficiente distancia del descomunal polverío me acomodo justo enfrente de un teatro, no soy yo dado
a las farándulas así que aun pudiendo leer la cartelera, porque puedo, gozo de una visión excelente,
no lo hago por falta de interés. Veo acercarse al camarero que portando una carta en la mano me
pregunta:
—¿Y de beber?
Toma nota no sé muy bien de qué y se marcha. Para cuando vuelve blandiendo libreta y lápiz
ya he decidido.
—¿Algo más?
—Entonces tráigame más —de nuevo toma nota, supongo que del extra de kétchup y se
marcha. Mientras el camarero llega con la comida puedo observar a una pareja, chica y chico,
ataviados con ponchos a rayas y sendos instrumentos musicales tocando a ritmo de algo
sudamericano.
Me pregunto si estará el Paolo, Gopala o como se llame en el bar, también me pregunto cómo
es posible que la del teléfono no sepa el apellido del italiano por muy italiano que sea siendo al
parecer expareja y padre de sus hijos, pero con tanto cambio de nombre, tanto sánscrito y tanta
Serán las cuatro más o menos cuando me levanto de la mesa, no puedo decir que después de
disfrutar de una buena comida, ni de la música de fondo, que no es tan de fondo porque los muy
jodidos se han puesto a tocar en un banco a unos cinco metros de donde yo estoy, de la comida ni
hablamos, he pagado porque es mi obligación y porque el camarero parece estar en muy buena
forma. Ignorando a la chica del poncho que agita compulsivamente una gorra delante de mí enfilo
Esta calle no es demasiado larga así que espero encontrar el local sin mucha demora. Se
posiciona cuesta abajo, algo que me facilita las cosas sobre todo después de una comida que aunque
A media calle puedo apreciar cómo una fachada destaca ostensiblemente del resto aun
estando yo situado a una veintena de metros y con una visión en pronunciado escorzo. Sus colores,
con predominio del naranja, me recuerdan casualmente a la furgoneta del hippy. Al acercarme más
se va perfilando el diseño de la fachada, varios arcoíris se cruzan de lado a lado en una sinfonía de
colores, con flores, unicornios y algún que otro miembro más de una fauna extinta, o inventada
directamente. Dominando sobre todo aquello un símbolo parecido a un tres con unos rabitos y un
gancho a la derecha, más tarde me enteraré que aquello se llama Om y es parte de un mantra o algo
parecido. Coronando todo aquel mural y con un gusto que incluso a mí me parece hortera, el letrero:
Los Vedas, en un neón intermitente de color rosa fuerte que invita a cualquier cosa menos a la vida
eterna.
decoración previsible y el olor una mezcla muy equilibrada entre iglesia y dormitorio cuartelero. No
veo a nadie, ni dentro ni fuera de la barra, echo un vistazo por la sala contigua: vacía. Decido
sentarme en uno de los bancos pensando que quizá el camarero está en el baño o ha salido a por un
limón o a por lo que quiera que salgan los camareros cuando dejan un bar en semejante desamparo.
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Mientras espero me entretengo escuchando la música que suena por unos enormes altavoces.
Siguiendo el cableado con la vista llego hasta un giradiscos con pinta de bueno, pero algo pasado de
moda si lo comparamos con los modernos mptreses, mpcuatros y tanta cacharrería digital existente
hoy en día. Sonar suena bien de no ser por lo que suena, una serie de estridentes acordes con un
repiqueteo constante de percusión, el autor es un tal Ravi Shankar según veo en la carátula de la
Después de un rato de espera y en vista de que allí no aparece nadie y que la música empieza
a gustarme, me preocupo, creo que lo mejor es marcharse y probar suerte otro día. Ya estoy saliendo
por la puerta cuando una chica sentada en el local de enfrente, una especie de portal lleno hasta
—¿Qué querías?
Como es lógico dudo unos segundos sobre si decirle directamente cuál es el motivo de mi
—Un café.
—No tenemos café —se queda callada y yo también, al cabo de medio minuto me dice.
—El café es muy excitante —noto por su aptitud que no se refería a nada sexual así que
—Te puedo hacer una infusión… tenemos muchas infusiones —acepto el ofrecimiento, ya
La chica cruza la calle, entra directamente por un lateral y se sitúa detrás de la barra. Empieza
—Tengo rooibos de… —coloca todos los frascos con la etiqueta mirando hacia ella y
continúa:
Habana, rooibos con banana, con canela, con limoncillo, con manzanas asadas y… rooibos natural.
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respuesta.
—Pues ése.
Durante la preparación puedo constatar que el proceso no tiene nada raro, se mete una dosis,
—¿El Gopala?... No creo que tarde en llegar —mira un reloj de pared y añade—, tardará unos
diez minutos porque yo tengo que salir y no le gusta dejar el Vedas solo.
—¿Te gusta...? Es una pasada… Viene de Sudáfrica, de las montañas de Cedar, se saca de
una especie de pino muy rara, yo se lo doy a los niños en el biberón, vale para todo, para el estrés,
Su vehemente disertación no hace sino aumentar mis dudas, pero al final me arriesgo a
probarlo. Está dulce y la verdad es que no sabe mal, aun poniendo en duda sus beneficios reconozco
Entre sorbo y sorbo aparece el italiano, su pinta no difiere mucho de la chica del rooibos, ni
de la del hijo de don Mauro y sospecho que la del teléfono no sería muy diferente ¡Joder, son todos
Sin decir nada veo cómo se va directamente al giradiscos, cambia el de Ravi Shankar por otro
que no puedo ver pero que suena parecido y empieza a abrir y cerrar cajones, no me saluda ni a mí ni
a la otra.
—Gopala, yo me abro.
—Mira, es que he visto un anuncio en internet de una furgoneta, sólo aparece un teléfono
—Yo no sé nada de una furgoneta —habla un español perfecto con apenas un ligero acento
casi imperceptible.
—Pues el caso es que con la matrícula he localizado a una chica que me ha dicho que la
—Pues parece que tu amigo la ha puesto en venta —lanzo el cebo para ver si pica.
—En el anuncio pone seis mil euros —le doy un precio tentador para animarle, a ver si entra
—Parece que tu amigo te la ha querido jugar —decido meter algo de cizaña para ver hasta
dónde llega.
—Ya hablaré yo con ése, en cuanto vaya a por la furgoneta voy a tener unas palabritas con el
santurrón de mierda.
—Agustín Cifuentes, encima pone su antiguo nombre, claro como hay pasta de por medio
reniega de su nombre espiritual, es peor que… —se le ve afectado, o lo parece, tengo la sensación de
estar asistiendo a una obra de teatro conmigo de protagonista y con el camarero de actor secundario.
tipo que pretende quedarse con lo mío, pero cuanta más información tenga mejor que mejor.
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—Basmathi —me dice cabizbajo intentando sin éxito meter sus dedos entre la maraña de pelo
—Ahhh… Basmati, perdona… ¿Y estos nombres que os ponéis son por alguna religión o
algo así?
—Mira, tío, nosotros no estamos en nada y estamos en todo, seguimos las enseñanzas de
Buda. No tiene nada que ver con la religión, nuestra movida está por encima de todo lo terrenal, el
dinero, los placeres…, para nosotros el mantra lo ilumina todo: OM MANI PADME HUM, esta es
nuestra única verdad. Respetamos al Dalai Lama por ser la reencarnación de Avalokiteshvara, por
eso lo veneramos, pero no es nuestro líder. Nosotros no tenemos líderes, sólo el mantra y la no
violencia, entiendes tío, nuestra filosofía es la de los Vedas, con eso te lo digo todo.
Me quedo dudando si seguir el rollo al tarado este y tirar un poco más de la manta, por si le
saco algo que pueda luego utilizar contra el Basmati. La decisión está tomada, un poco más de
dimensiones bíblicas. A pesar de la modorra que se le va instalando y de unos ojillos cada vez más
pequeños, me cuenta con pelos y señales algunos secretillos de Agustín Cifuentes, Basmati para los
amigos. Entre otras lindezas me dice que tiene un par de detenciones por tenencia de estupefacientes
y una orden de alejamiento por el allanamiento de una carnicería y ahí está precisamente lo más
sustancioso, en un hecho aparentemente fútil. ¿Cómo es posible que entrar ilegalmente en una
14. La arqueóloga.
Todo se iba desarrollando según lo previsto. Para alguien como Jacinto Víguenot, metódico y
calculador, no podía ser de otro modo. Su criatura comenzaba a dar los primeros pasos. La parte
las cuatro ruedas colocadas de dos en dos con un sistema diferencial que detectaba si alguna de ellas
se quedaba sin tracción para repartir la fuerza en las restantes, simultáneamente, un sistema de
contrapesos se desplazaba para aumentar el agarre de las ruedas, el generoso diámetro de éstas
sumado al diseño del taqueado más la composición extrablanda de la goma, otorgaban a la máquina
una increíble capacidad para moverse por terrenos muy accidentados, sus prestaciones eran similares
soldando y mecanizando todas las piezas a partir de una aleación de duraluminio ligera y resistente
resultó decisiva. El acople de motores correas y engranajes hacían que el funcionamiento fuera suave
y preciso. Todo el movimiento se controlaba desde un control remoto, la versatilidad del invento y su
Después de probar la parte mecánica había que verificar todo el sistema informático.
Ajustando los parámetros en combinación con el GPS se podían mandar todos los datos en tiempo
real a cualquier ordenador programado a tal efecto. Mientras Jacinto hacía los últimos ajustes
tecleando sobre un pequeño ordenador portátil incorporado, Deni colocó en el sótano del local una
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primordial así que Deni echó mano de todo lo que había por allí, desde televisores viejos a barras de
Jacinto miró su reloj y le indicó haciendo un gesto con las manos que esperarían un poco más.
Aunque Jacinto no era dado a la ostentación sabía disfrutar de los placeres de la vida, si la
ocasión lo requería podía ser un auténtico sibarita, la botella de Dom Pérignon que esperaba en el
frigorífico era prueba de ello, trescientos euros de champagne francés que descorcharía si todo salía
bien. La celebración lo merecía y metidos en gastos no reparó en éste, que comparado con la
pequeña fortuna que había invertido en el proyecto resultaba una nimiedad. Podía permitírselo y
aunque en principio lo que menos le preocupaba era la cuestión económica, lo cierto es que un
Silvia llegó a las instalaciones de AMSA algo acalorada y disculpándose por el retraso.
—Siento llegar tarde pero no encontraba esta dirección, de hecho he tenido que preguntar a
unos policías municipales, al final uno de ellos conocía el sitio y me han traído personalmente. He
—Tranquila, todo está bien y a punto para empezar… perdona, te presento a mi ayudante,
Silvia dio dos besos a Deni que no pudo disimular su sonrojo, en parte por el comentario de
Jacinto, pero también por lo tímido que solía ser con las mujeres y ésta según su opinión era toda una
mujer.
100
—Bueno, veamos qué me tienes preparado. Reconozco que desde que me llamaste por
teléfono para pedirme los topográficos del yacimiento estoy en ascuas —Silvia se mostraba con su
simpatía habitual.
A sus treinta y siete años Silvia estaba considerada una de las mejores en su terreno. Llegar
hasta allí en un mundo dominado por hombres no había sido fácil. Siendo además una mujer
especialmente atractiva sus logros eran juzgados por los más mezquinos como consecuencia de su
condición de mujer. Lo cierto es que su profesionalidad era incuestionable y los que la conocían bien
ya sabían de su valía y le profesaban un gran respeto. Entre sus mayores admiradores estaba Jacinto
que a pesar de moverse en otros círculos su natural curiosidad y su ansia de conocimiento, le habían
llevado a interesarse por la carrera de su amiga, era cierto, sin embargo, que su interés iba más allá
de lo puramente académico.
Algo nervioso por lo que se jugaba Jacinto preparó el prototipo, conectó la alimentación y
con el control remoto empezó a moverlo por la sala. Al principio se limitó a rodar de un lado a otro
como si estuviera calentando neumáticos, incluso se atrevió a bromear sobre su juguete haciendo
alguna derrapada. Cuando estuvo totalmente seguro de controlarlo dirigió el invento hacia el lugar
donde estaban colocados los diferentes objetos para la prueba en el piso inferior. Pidió a sus dos
amigos que se acercaran y encendió el monitor de siete pulgadas incorporado al control remoto.
Pronto empezaron a mostrarse las primeras imágenes, la nitidez no era perfecta pero la figura de un
televisor se distinguía sin problemas, avanzando un metro y medio apareció otro objeto, esta vez se
—¡Asombroso! —exclamó Silvia. Detrás de ella mirando por encima de su hombro, Deni
—¡Cómo mola!
—Ahora fijaros —Jacinto pulsó las teclas adecuadas en el pequeño teclado y en el monitor
del objeto cincuenta por setenta por cuarenta y cinco de alto, composición plástico termoestable por
—Cómo puedes… no sé, todo —Silvia se quedó sin palabras ante lo que acababa de
presenciar.
similar al que se usa en los espectrómetros, funciona con un campo eléctrico-magnético que afecta la
trayectoria y la velocidad de las partículas cargadas de una manera determinada. Esta fuerza se
define como de Lorentz, es la que ejercen los campos eléctricos y magnéticos… en fin, no quiero
—¡Deni, el champán!
Descorcharon la botella y brindaron por el éxito del proyecto, durante la celebración Jacinto
explicó que aún quedaban algunos detalles de programación, pero básicamente el prototipo se podía
considerar terminado. Todo aquello no se habría materializado de no ser por el interés de Jacinto en
complacer a Silvia, ella evidentemente no sospechaba cuál era el verdadero motivo que movía a su
amigo.
—Tenemos que meter algunos datos en el programa del… tendríamos que ir pensando en un
nombre, bueno lo que quería decirte es que si queremos que el invento se pueda utilizar para facilitar
tu trabajo en el yacimiento es necesario sentarnos un rato para que los levantamientos topográficos
Jacinto dejó caer el comentario algo nervioso como si fuera la petición de una cita, no podía
evitar sentirse intimidado por la presencia de Silvia, pero un par de copas de Dom Pérignon podían
hacer milagros.
102
Silvia celebró como propio el éxito de Jacinto, en parte porque era consciente de que un
invento como ése podía suponer un increíble avance en las excavaciones que codirigía. También se
alegraba sinceramente por él, Jacinto era un hombre amable, educado y a todas luces inteligente, esos
atributos eran suficientes para que una mujer como ella sintiera una gran simpatía por él.
Les preguntó si tenían planes para esa noche y propuso invitarles a cenar, después ya se
ocuparían del trabajo. Deni se disculpó diciendo que esa noche no podía, además quería recoger todo
lo que estaba repartido por el sótano antes de que volviera Amador, no porque el orden formara parte
de sus prioridades, más bien era por evitar que asociara esa disposición de objetos con las pruebas
del prototipo, puesto que no había aparecido en todo el día y no era cuestión de tentar a la suerte.
—De manera que nos quedamos solos. Supongo que no me dejarás en la estacada, además
Jacinto preguntó si tenía alguna preferencia para cenar, él no era mucho de salir, pero conocía algún
—Soy buena cocinera aunque no lo parezca, además estoy en deuda contigo, todavía no
puedo creer que hayas creado algo tan… increíble, te aseguro que cuando me dijiste que estabas
Jacinto balbuceó alguna cosa casi ininteligible dejando claro que ciertamente se comportó de
forma arrogante, se disculpó y dijo estar abochornado por aquello. En realidad estaba encantado, la
Tardaron media hora aproximadamente en llegar, su apartamento era amplio, tipo loft,
moderno y funcional. Cenaron comida precocinada, pero de calidad como ella se adelantó a decir,
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todo acompañado de un buen vino que tomaron con moderación. La velada, porque había velas, no
Al terminar Jacinto sacó el portátil dispuesto a continuar con el trabajo, no era muy tarde y
—¿Empezamos?
Jacinto cerró la tapa, se levantó, se estiró las mangas de la camisa tirando suavemente de los
puños y dijo:
—Cuando quieras.
104
15. La metamorfosis.
Como cada día me instalo cómodamente en mi puesto de trabajo dispuesto a dejar pasar las
horas. Podría decir que de la forma más amena posible, pero las palabras horas y amena son
antagónicas por definición, y si no lo son por definición sí lo son por lógica. De los últimos años
apenas tengo vagos recuerdos, tal ha sido el empeño que he puesto en borrar todo este tiempo de mi
memoria. Memoria selectiva, mecanismo de autoprotección, se llame como se llame estos días no
pienso olvidarlos.
Estos días están siendo especialmente provechosos ya que de mi átona existencia apenas
queda nada. Estoy experimentando una metamorfosis mental sin precedentes, me siento vivo, activo,
audaz, incluso malicioso, ¡no!, ¡malicioso no!, ¡directamente malo!: L’enfant terrible. Disfrutando de
Esta mañana al llegar a la oficina me he permitido el lujo de pasar por delante de todos en
lugar de rodearlos como suelo hacer, sin saludar claro, tampoco es cuestión de romper mis defensas
de la noche a la mañana.
Una vez acoplado al asiento de mi mesa, no todo lo cómodo que sería de desear por cierto,
me dispongo a esperar la llegada de los habituales creadores. No todos son unos genios desde luego,
pero tampoco pretendo denostarlos gratuitamente sobre todo si tenemos en cuenta sus meritorias
nombre, que tras su jubilación se ha tomado la molestia de facilitarnos el exterminio de ese reino
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paralelo al nuestro: el vegetal. Su herbicida promete dejar una tierra yerma y desolada, algo
conveniente si se pretende buscar en un huerto una enorme suma de dinero metida en… en donde
quiera que esté metida, ese dato lo tendré en el mismo momento en que lo encuentre y para entonces
Tengo sobrados motivos para estar contento, ya no me sorprendo al verme sonreír, no puedo
decir lo mismo de mis compañeros de trabajo que después de tantos años de trabajar con un huraño,
o sea yo, empeñándose en una pretendida cordialidad, en un intento vano de empatía aludiendo al
corporativismo y chorradas por el estilo, y ahora que me dirijo a ellos sin acritud resulta que me
siento rechazado. Creo que este cambio les asusta. Pudiera parecer que me importa, en absoluto, las
probabilidades de mantener esta actitud por mucho tiempo son escasas, las de mantener este trabajo
remotas, siempre y cuando como es lógico encuentre el dinero y para eso tengo dos razones que
invitan al optimismo: la primera es que Agustín Cifuentes es, o mejor dicho será historia y no de la
que se estudia en los libros precisamente, la segunda es sin ninguna duda una buena razón. Mi buen
amigo, porque desde este momento así lo considero, Jacinto Víguenot me ha llamado esta mañana
para comunicarme que el prototipo de su invento está terminado, probado y listo para el proceso de
comercialización en cuanto ultimemos toda la documentación relativa a patentes. Por si esto fuera
poco el señor Víguenot me ha pedido que me encargue personalmente de tramitar las que
corresponden a los diferentes países de la Unión. Este trabajo normalmente se encarga en agencias
privadas preparadas a tal fin, lo que demuestra la confianza que el inventor ha puesto en mi persona.
la Administración, he aceptado gustoso con la promesa de ayudarle en todo aquello que esté en mi
coincidencia de su jornada laboral con el horario de esta oficina, lo que le obliga según sus propias
Aprovecho la relativa tranquilidad para ver a Galindo que se afana con el papeleo para
—Jacinto Víguenot… —Galindo teclea y unos segundos después aparecen unos datos en su
pantalla.
—El del tostador, ¿verdad? —me mira por encima de las gafas que resbalan por su nariz y al
—Según su expediente todo está correcto, por cierto si este señor saca al mercado el tostador
dile que yo le compro uno, la idea de la carcasa a juego con la encimera es genial.
—No te preocupes que yo se lo digo —¡qué rarito eres, Galindo!, pienso para mis adentros—.
Con la carpeta bajo el brazo y el informe que ya estará almacenado en la base de datos me
vuelvo a mi mesa, allí veo a un señor bajito con una garrafa de cinco litros que contiene un liquido
verdoso.
—Mire, aquí le traigo la garrafita con el producto para sus pruebas —dice a buena voz al
acercarme.
—Don… ¡cuánto bueno por esta oficina!, pero baje un poco la voz que aquí el personal es
muy quisquilloso y se molestan con cualquier tontería. Deme, deme, que yo guardo la garrafa en este
armario.
—Le traigo también la documentación con la fórmula, el protocolo y todo eso. Un rollo pero
—Pero hombre, don… —en un rápido vistazo a los papeles veo el nombre del abuelo—
Veneroso, no hacía falta meter al abogado por medio que hay confianza. ¿No le habrá dicho nada de
la garrafa?
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—No, no. Sólo de los papeles, verá usted, como el hombre ha llevado siempre lo de las
patentes de la empresa, pues lo hace por pura rutina, por echarme una mano, es buena gente. Yo,
gracias a Dios de la cabeza estoy bien, pero me lío un poco con estas cosas.
Para disimular cojo los papeles y empiezo a leer la parte correspondiente al resumen:
”LA COMPOSICIÓN HERBICIDA DE LA PRESENTE INVENCION CONTIENE, COMO INGREDIENTES ACTIVOS: N - BENCIL -
MENOS UN COMPUESTO SELECCIONADO ENTRE UN COMPUESTO NITRILO, QUE TIENE ACTIVIDAD HERBICIDA, UN
DE CICLOHEXANDIONA QUE TIENE ACTIVIDAD CONTROLADA CONTRA LAS MALAS HIERBAS GRAMINEAS, UN
ACTIVIDAD HERBICIDA.”
—No se preocupe que esto va a ser coser y cantar. Ande, vaya tranquilo que nosotros le
llamamos en cuanto estén los ensayos, unos quince días más o menos.
Si la cosa sale bien espero que ese margen de tiempo sea suficiente.
Don Veneroso se aleja como un chiquillo con su caramelo, saludando afable a todo el mundo.
Me hundo todo lo que puedo en el asiento para quedar por debajo de mi parapeto,
Al incorporarme aparece ante mí por encima de la montaña de papeles la figura que he estado
está listo y esto ya no es más que seguir los canales administrativos, algo lentos, pero necesarios para
Después de estrecharle la mano y como sigo sin tener sillas para ofrecerle asiento decido
quedarme yo también de pie. Él me devuelve el saludo con un sucinto, qué tal, y me dice:
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—Antes de venir aquí me he pasado por las instalaciones donde se ha construido el prototipo
del ELME —me aclara que el nombre dado viene de Eco Localizador de Material Enterrado.
—Tenía que recoger de allí unos planos y verificar un par de cosas que quedaron pendientes
—Por lo que me ha dicho por teléfono las pruebas han sido un éxito —le digo yo por intentar
mantener un ligero diálogo que en realidad me sobra, pero no es cuestión de apremiarle que es justo
—Sí, todo ha ido perfectamente —se queda callado un momento mientras limpia los cristales
de las gafas con un pañuelo pulcramente doblado que acaba de sacar del bolsillo.
—Hay un pequeño problema —me dice, yo le miro y con un ligero movimiento de cabeza le
Me abstengo de repetir la frase ya que basta con ver la cara de idiota que se me ha quedado,
cierro la boca para no acentuarla aún más y pienso o digo, o puede que ambas cosas.
16. El robo.
El frenazo hizo saltar la grava suelta del aparcamiento. Por el ventanal del restaurante los
clientes podían ver las evoluciones del Dodge Dart maniobrando pesadamente hasta quedar situado
entre dos vehículos. El tamaño del coche hacía que sobresaliera del resto, utilitarios modernos y
Amador se bajó del coche buscando con la mirada la vieja autocaravana con motor Mercedes
Benz, inconfundible por la capuchina que coronaba la cabina en la que se podía ver una extraña
figura antropomorfa de color verde oliva con una gran cabeza y unos enormes ojos completamente
negros.
Cuando al fin la localizó al final del aparcamiento junto a unos contenedores de basura, se
—Soy yo —dijo llamando con los nudillos a la puerta, algo amarillenta por el efecto que el
escalón plegable.
Al subir al vehículo tuvo que girar su corpachón para adaptarlo a las dimensiones del mismo.
Delante de él sentado en un pequeño sofá de dos plazas estaba Germán: hombre gordo de hechuras,
calvo hasta la coronilla pero con el resto del pelo de un largo considerable cayendo lacio por la
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espalda, lucía también una barba rala con algunas canas asomando entre su color natural, un castaño
suave, se parecía a un conocido actor de cine con la excepción de las gafas de culo de vaso que
llevaba para contrarrestar su miopía y que le dejaban unos ojillos con apariencia de canicas. A su
lado, de pie frente a una pequeñísima cocina, Marcel: francés, renegado y apátrida. Preparaba unas
tazas de café midiendo sus movimientos en el reducido espacio. Marcel vivió muchos años en
Argelia, se quedó allí como maestro después de los Acuerdos de Evian de 1962. Cuando Francia
reconoció la independencia del país magrebí, Marcel se negó a volver con el resto de los europeos
residentes a pesar de las recomendaciones hechas por las autoridades galas. Vivió durante más de
veinte años en el paso de Arak, al norte de Tamanrasat. Al final tuvo que abandonar su casa en el
desierto por la presión cada vez mayor del integrismo en aquel país. Desde entonces vivía en España
instalado en su vieja autocaravana. A sus setenta y cuatro años y arrugado como una pasa, viajaba
Tomaron café sobre la pequeña mesa utilizando como posavasos un mapa escala 1:25.000 del
—Cuidado con los vasos que este mapa cuesta una pasta —dijo Germán apartando el suyo de
la zona central—, está hecho a partir de ortofotos digitales en color con un metro de resolución
mosaicadas y realzadas. Cuadrícula UTM, vértices geodésicos, escala gráfica… una maravilla.
Germán dudó unos instantes realizando una pasada con el dedo índice a modo de puntero
—Aquí, saliendo desde la comarcal 3203 por este camino de tierra a unos ocho kilómetros del
cruce —el mapa mostraba con detalle toda la zona, un gran campo cerealista rodeado de montes en
—¿Cuándo nos vas a enseñar el artefacto? —preguntó Marcel con su meloso acento francés.
—Cuando queráis.
Al abrir el maletero el ELME apareció cubierto con una manta, llenando casi por completo el
Deni estaba recogiendo algunas herramientas desperdigadas por el taller. Apenas habían
pasado unas horas desde que oficialmente terminara su trabajo. Le costaba hacerse a la idea de no
seguir con el proyecto, se sentía como un niño al que le habían quitado su juguete favorito.
—¿El qué?
De repente los dos se quedaron en silencio, poco a poco sus caras iban reflejando una
creciente preocupación.
—Pero cómo no se me ha ocurrido. Amador es el tío más previsible del mundo, tenía que
haberme dado cuenta cuando mencionó el rollo ese que tiene con lo de los ovnis —dijo Deni
mientras Jacinto daba vueltas en pequeños círculos llevándose las manos a la cabeza impotente.
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—A ver, hay que pensar a dónde se lo puede haber llevado. Habló de un lugar a doscientos o
alturas.
El móvil de Deni empezó a sonar, lo cogió de encima de la mesa donde se movía por efecto
del vibrador.
—Deni, chaval, necesito que me hagas un favor —al otro lado de la línea estaba Amador, se
—¿El qué?
—El… ¡el prototipo, joder! —dijo Deni delante del cada vez más desesperado Jacinto.
—¿Pero te das cuenta de lo que has hecho? Está aquí el señor Víguenot a punto de darle un
infarto.
—Quiere hablar contigo —atónito le pasó el móvil, sabía que su jefe no estaba bien de la
—Le voy a poner una denuncia del copón si no me devuelve ahora mismo el prototipo —
—¿Qué renuncia a qué…? Oiga…, le oigo fatal. Esto va a ser por las interferencias, estamos
en la zona cero, necesito que venga para acá. Yo no sé cómo funciona este trasto.
—¿Qué vaya a dónde? Oiga… se ha cortado —dijo devolviéndole el móvil a Deni— ¡Esto es
increíble!
Deni intentó llamar de nuevo, pero una voz enlatada repetía que el abonado estaba apagado o
fuera de cobertura.
Jacinto miró su reloj y dijo que tenía que irse, había quedado en la Oficina de Patentes para
firmar los papeles, ¿cómo iba a explicar al funcionario que su aparato había desaparecido?
Deni le prometió que seguiría intentando llamar y en cuanto supiera algo le avisaría.
—Ya sé que esto pinta muy mal, Amador está como un cencerro pero estoy seguro de que
Deni acompañó hasta la puerta a Jacinto que caminaba desolado sin decir nada. En la calle le
esperaba un taxi, el mismo que le había traído, se subió y le dio la dirección de la Oficina de
—Tranquilo, yo me encargo.
Tenía dos opciones, esperar a que Amador volviera a llamar o averiguar dónde estaba. No
quería esperar, conocía bien a su jefe y su enorme capacidad para la dispersión así que cerró el taller
y se fue andando hasta la parada del autobús. Pensó que quizá Puri, la mujer de Amador, supiera
dónde estaba su marido. El centro de yoga que dirigía estaba cerca de la plaza Mayor. Tardaría un
Después de casi una hora entre autobuses y metros llegó a “Sol”, en pleno centro, salió a la
calle frente al reloj del ayuntamiento y en seguida comenzó a caminar. El centro de yoga no quedaba
lejos de allí. Sólo había estado una vez allí ayudando a Amador con una tarima de madera, pero
recordaba bien el lugar. Enfiló por la calle Mayor entre el bullicio de gente que llenaba las aceras a
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esa hora de la mañana, aunque en esa parte de la ciudad el bullicio era constante y daba igual la hora.
Los turistas y los lugareños se mezclaban a partes iguales en las calles atestadas.
Deni fue dejando la plaza Mayor a su izquierda. A medida que se alejaba de ésta el gentío
disminuía. Dobló a la izquierda para coger por la calle de la Pasa, una de esas calles angostas del
Madrid de los Austrias con más solera que esplendor y más cagadas de perro que adoquines. Casi al
final de la calle cerca de Casa Paco estaba el centro, el Asram, como lo llamaban ellos. Entró en el
portal y recibió en plena cara el tufo a viejo del edificio, una mezcla entre húmedo y rancio, miró en
La escalera tenía los escalones de madera desgastados, pulidos y resbaladizos, con la altura
justa para no acoplarse a la zancada. Resultaba igual de incómodo subir los escalones de uno en uno
que de dos en dos. Al llegar al rellano un letrero naranja con letras blancas no dejaba lugar a dudas:
Asram Rapahasmuti. Llamó y al rato le abrió una chica vestida con ropa blanca, una especie de
pijama, como el que usan en los hospitales pero mucho más amplio.
—¿Está Puri?
—Un momento —la chica se fue por el largo pasillo, a pesar de la amplitud del vestuario
Deni pudo intuir algunas curvas, pensó que tendría un buen culo.
La casa era la típica del casco antiguo, con techos altos y ventanas estrechas con tapaluces.
—¡Deni! —la mujer hizo como que gritaba el nombre, pero de tal manera que apenas pudo
oírse.
—¡Qué sorpresa!, ¿qué haces tú por aquí? —seguía hablando muy bajito y al hacerlo indicaba
—Espero que no sea nada serio… no, seguro que no. Hay que ser positivos, si somos
positivos todo se transforma, nuestro microcosmos se une en un único e infinito cosmos de sabiduría.
—No te lo he dicho, eso es justo lo que quiero saber. Esta mañana me llamó desde algún sitio
fuera de Madrid, pero se cortó y no tiene cobertura —le explicó procurando de nuevo evitar los
detalles.
—Esos teléfonos… si hicierais como yo que no tengo viviríais en perfecta armonía, sin
tensiones, sin malas vibraciones. Esos aparatos nos roban la energía, yo se lo digo a Amador, pero
claro con su trabajo, el pobre no puede prescindir de la tecnología. Vaya, vaya. Y bueno… ¿qué es lo
que querías?
—Me gustaría saber dónde está Amador —dijo subiendo un poco la voz a punto de perder los
nervios.
Entonces Puri, o Laskmi, se colocó el índice delante de la boca para indicarle que mantuviera
un volumen adecuado, le dijo que tenía un grupo dentro en plena meditación y el ruido enturbiaba
sus auras.
—Espera un momento, tengo que guiarles un poco que si no se me duermen —le dijo
Deni empezaba a desesperarse. Laksmi, o Puri, tenía esa capacidad, la de sacar de quicio a
Tardó cinco minutos en volver a salir. Para entonces Deni se había sentado en el suelo, allí no
había sillas, con la del pijama, intentando entablar algún tipo de conversación. Como no tenía éxito
—Parvathi, ¿te importa dirigirles un rato, bonita? Llévate una barrita de incienso que hay uno
Al cabo de media hora aproximadamente Deni consiguió sacarle algo de información. Le dijo
que Amador había salido de casa muy temprano, no supo decirle exactamente a qué hora, también le
dijo que Amador comentó que tenía que pasar por el taller a recoger una cosa, que había quedado
con sus amigos los de los ovnis para hacer un trabajo de campo, en el campo, que no sabía en qué
campo. Al final, después de divagar lo suyo recordó muy divertida que le había apuntado en un papel
la dirección del lugar al que iba por si tenía que localizarlo por alguna razón. Se levantó con una
sorprendente agilidad para una mujer de su edad y dimensiones. Rondaría los sesenta años y
difícilmente bajaría de los noventa kilos repartidos en un metro ochenta de personalidad. Al rato
Deni tuvo que esperar unos segundos a que sus ojos se adaptaran a la luz del mediodía
después de estar en la semipenumbra del Asram, cogió su teléfono y marcó un número. Esperó unos
segundos y dijo:
—Lo tengo.
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17. El contraataque.
Por segunda vez en poco tiempo me veo al volante de mi Clío en dirección a Villanubla. A
pesar del varapalo comunicado por el inventor me centro en el asunto del hippy, de lo otro ya
veremos. La experiencia es un grado y en este caso la adquirida en el anterior viaje me sirve para
subsanar algunos errores fundamentales. En esta ocasión viajo con la documentación en regla y una
velocidad de crucero más acorde a lo que se espera de un conductor del siglo XXI, todo indica que
Descubro con satisfacción que el viaje, aunque incómodo, se puede realizar en menos tiempo
del previsto como consecuencia de esa velocidad superior; en poco más de dos horas, me encuentro
La idea es alojarme en el mismo hotel que utilicé en mi anterior viaje. El hecho de no haber
otro ratifica esta decisión. En la recepción me aseguro de no coincidir con más senderistas. El
recepcionista me confirma que ningún caminante se encuentra entre la clientela, entre otras cosas
porque se acaba de abrir la veda de caza y no resulta muy recomendable andar alegremente por los
caminos. El hotel está copado por un grupo de cazadores franceses que armados hasta los dientes se
disponen a dar buena cuenta de las famosas perdices de la comarca, de las que yo desconocía su
existencia. Aunque no puedo asegurar que el cambio me favorezca, espero que los cazadores sean
Después de instalarme bajo al comedor para cenar. Al entrar comprendo lo equivocado que
estoy en lo referente al cambio, comprendo también lo mucho que voy a echar de menos a los
senderistas de esa bella república que otrora formara parte del Imperio Austro-Húngaro.
Por lo que puedo observar los cazadores no dan muestras de cansancio a pesar de pasarse
gran parte del día pateando el monte con la escopeta al hombro —supongo yo— en pos de las
desafortunadas perdices. Su aspecto es más bien alegre, su alegría más bien sospechosa y su caminar
errático más bien…errático, ¡están borrachos como cubas! Resulta sorprendente que en ese estado no
se hayan pegado un tiro los unos a los otros. El camarero me explica sin yo pedir explicaciones, que
—Cazar, cazan poco y de lo otro… en este pueblo hay más putas que perdices, pero putas en
plan de locales nocturnos y todo eso, no vaya usted a pensar —saca una libreta del bolsillo y
Por fortuna los franceses se mantienen inermes durante la cena y todo lo que puede hacer
peligrar mi integridad física es algún pisotón propinado por los miembros del grupo más
perjudicados.
Al terminar el plato de perdices —muy buenas, por cierto— decido dar un ligero paseo para
bajar la cena. El hotel está situado en uno de los extremos del pueblo. Hacia un lado se pueden ver
los neones que anuncian los clubes. El camarero tenía razón, desde aquí puedo distinguir al menos
tres. Parecen rivalizar por el luminoso más luminoso y el nombre más sugerente, que yo omito por
vergüenza ajena y más por ridículo que por obsceno. Si miro en la otra dirección, la opuesta, se abre
un oscuro trayecto hasta las primeras casas. A partir de allí las farolas dispuestas en hilera a
intervalos de unos veinte metros garantizan una visibilidad perfecta. Opto por este itinerario ya que
del otro lado se corre un riesgo innecesario de acabar entre las meretrices y los cazadores del país
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vecino, que en su estado podrían intentar confraternizar y hacerlo además en un idioma del que, lo
Alejándome de esa posibilidad continúo con el paseo sin mayores pretensiones que el de
ayudar a la digestión, lo realizo tranquilo aprovechando para fumar un cigarrillo. Este vicio me
somete únicamente después de cenar, podría decirse que fumo con nocturnidad aunque sin alevosía.
Al peligro explícitamente amenazador impreso en las cajetillas hay que añadir en mi caso el de poder
incendiar involuntariamente las sábanas, ya que fumar en la cama es una de mis peores costumbres,
lo admito.
Llego casi sin darme cuenta al final de la calle, como mi proceso digestivo parece marchar
correctamente me dispongo a dar media vuelta y regresar al hotel. En este punto y haciendo esquina
se encuentran las oficinas de una Caja de Ahorros, me pregunto si será en esta entidad donde los
ocupas hacen el paripé del arrendamiento, lo sea o no a partir de mañana podrán prescindir del
engaño ya que en cuanto aparezca por la que es y seguirá siendo mi casa, las cosas van a cambiar
considerablemente.
A las siete de la mañana ya estoy en pie. Esta hora intempestiva para ir a trabajar lo es más si,
como en este caso, lo que a uno le espera no es una jornada laboral, tampoco puede decirse que ésta
será una jornada de ocio, lo dejaremos en jornada, pero las siete es igualmente una hora inadecuada.
¿Por qué entonces el madrugón? (Se preguntarán) La razón no es otra que la llegada en masa o tropel
de las hordas procedentes del prostíbulo o prostíbulos, y aunque llegan agotados buscando el sueño
reparador su llegada es aparatosa: golpes, risas y tropezones, si bien es cierto que a los cinco minutos
el silencio reina de nuevo en los enmoquetados pasillos. En este punto ya estoy desvelado y
pensando con frialdad me viene a la cabeza el recuerdo de mi última estancia en el hotel, el buffet
libre y su generoso concepto. Así pues ésta puede considerarse una segunda razón que me hace
abandonar el calor del lecho y preparar la fiambrera que en esta ocasión forma parte de mi equipaje.
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bien por aquello del concepto, subo de nuevo a la habitación por el efecto que los kiwis, de los que
también he tomado una buena cantidad. Aliviado me preparo un refrigerio en condiciones con los
productos dispuestos amablemente por el hotel y por último pongo rumbo a mi destino (dicho así
trayecto es corto pero la estrechez del camino no me permite hacer alardes en la conducción.
Todo lo narrado da una suma de tiempo que podría oscilar en torno a la hora y media, por lo
que para cuando llego a Villanubla son ya las ocho y media más o menos.
Me pregunto si entre las costumbres de estos hippies estará la de madrugar. Ignoro en qué
consisten los proyectos de vida, los Centros de Revirding y cuantas actividades relacionadas con la
salud física y mental se quieran practicar aquí. Madruguen o no voy a tener una entrevista con el
Basmati para dejar unas cuantas cosas claras, así que aparco el Clío frente a la casa principal y me lío
a dar bocinazos con la esperanza, o más bien con la certeza, de ser escuchado.
Al cabo de unos segundos aparece por la puerta el primero de los rastas que me pregunta
cordialmente.
Yo le pregunto a mi vez mientras se ajusta los pantalones, si me puede indicar el paradero del
Basmati.
—¿El Basmathi?
—Estará en el huerto —me indica la dirección a seguir y se mete de nuevo en la casa a seguir
Caminando por la vereda que atraviesa el huerto puedo distinguir entre tomateras, berenjenas
y otra suerte de hortalizas que no consigo identificar, un agujero de unos dos por dos y por un metro
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de profundidad con herramientas en su interior, picos y palas, eso significa que no se considera
terminado. Lo sé porque como pude comprobar en mi anterior visita cuando los hippies llegan a la
profundidad estipulada, inmediatamente vuelven a llenarlo con la misma tierra dejando el lugar
aparentemente intacto. Eso indica que el trabajo ha sido en vano, claro está. Al término de la
prospección aprovechan para abonar la tierra y plantar lo que determine la estación y las preferencias
gastronómicas de la comunidad.
Casi al final del huerto me encuentro al Basmati con otros dos lo que sean, los tres se miran
—Verá usted, don Basmati, después de nuestra última conversación y teniendo en cuenta la
falta de entendimiento que hubo en la misma, me preguntaba si no sería posible tratar este asunto de
—Es nuestro querido casero —contesta el Basmati provocando una risa que parece
Mientras se ríen los hippies me pregunto si lo de la hilaridad formará parte de las terapias que
aquí se practican, también me pregunto si se comprarán la ropa al peso ya que todos llevan pijamas
naranjas. No pongo en duda su comodidad, pero fuera de este entorno su vestimenta debe resultar
especialmente llamativa.
—Me preguntaba —le digo— si sería posible hablar en privado. No es que yo crea que sus
compañeros no estén capacitados para mantener una conversación coherente, no, pero ya que el
tendrá secretos para con ellos —hago una pausa, más por ver su cara que porque necesite hacerla—,
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creo que tratándose de su pasado, oscuro a todas luces valga la contradicción, preferirá usted que
Tras una pausa larga pero dentro de la normalidad para alguien con las neuronas en presunta
—Vale —manda a los otros dos a lo de los rabanitos y cuando se alejan lo suficiente se pone
—Más te vale tener algo interesante que decirme —su tono suena amenazador, algo impropio
—Verá usted, hasta mí han llegado rumores de ciertas actividades poco edificantes que al
parecer le son atribuidas. Si se trata de infundios nadie mejor que usted, letrado, sabrá cómo
proceder.
—¿Me estás vacilando, tronco? —pregunta él yo creo que captando la fina ironía.
Le explico de la forma más clara posible que su colega del “Vedas” me ha contado lo de la
orden de alejamiento con el carnicero. Me contesta que eso es agua pasada y que mientras no se
incumpliera no tenía nada contra él. Eso yo ya lo sé, pero insisto, más por fastidiar que por otra cosa.
Le digo lo original que me había parecido su ocurrencia: meter en una carnicería por el método del
butrón a quince perros hambrientos procedentes de la perrera municipal. Los efectos de esa jauría
hambrienta fueron los esperados: devastadores; y claro, de las viandas allí dispuestas no quedaron
más que algunos huesos que por sus dimensiones no pudieron ser arrastrados por los canes, que eran
Aunque él conoce la historia mejor que nadie se la cuento igualmente para que sepa que estoy
Después del acto vandálico propio del activismo de la época, sorprendentemente el carnicero
no presentó ninguna denuncia a pesar de las sustanciosas, nunca mejor dicho, pérdidas que en kilos
de carne de primera le fueron cuantificadas. Es más, la orden de alejamiento impuesta por el juez
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para compensar al de las chacinas se derivó de la denuncia presentada por el municipio por la
liberación ilegal de los perros. Paradójicamente el hippy salió absuelto de esa demanda ya que se
consideró como atenuante el buen trato dispensado a los animales cuya alimentación durante los
hechos narrados fue considerada por todos como excelente. El juez, hombre chapado a la antigua,
acabó dictando la orden de alejamiento, porque no se iba a ir de rositas el hippy de los cojones,
La historia podría acabar aquí pero no acaba. Su afición a las drogas, algo evidente a juzgar
por su aspecto y por los dos cargos por posesión que tenía, le colocaban en una posición muy
ventajosa para mí, aunque lo más interesante viene ahora: lo del carnicero que era como mínimo
sospechoso acabó siendo un secreto a voces. Su reiterada negativa a presentar la denuncia por el
asalto a la carnicería se debía al uso de la misma como tapadera y aunque la venta de carne en este
país sea un negocio rentable, salvo por cuatro vegetarianos, el verdadero negocio, el que hacía del
carnicero un hombre respetado era otro: el tráfico de drogas. Entre la mercadería propia de un
establecimiento de estas características tenía una buena cantidad de cocaína que ocultaba hábilmente
entre el surtido de ibéricos. Los perros, no habituados a ese tipo de consumo, dejaron los paquetes
intactos, unos cinco kilos, lo que fue aprovechado por el de las rastas para reubicar la farlopa.
—Resumiendo —le resumo—, el carnicero y sus amigos rusos te están buscando desde
entonces y he pensado que quizá el conservar las piernas fuera motivo suficiente para que a cambio
vamos que se ve claramente que está acojonado. El soplo del Gopala ha funcionado a la perfección
—Tengo algo que te puede interesar —dice echándome el brazo por encima del hombro,
huelga decir lo mucho que me molesta esta muestra de confianza, pero dejo que siga—, creo que
del top manta. No le gustaba quedar mal con nadie, independientemente de si era un buen amigo o un
perfecto desconocido. El funcionario que le había atendido desde el primer momento se mostró
abatido después de darle la mala noticia. Jacinto no pudo evitar sentirse fatal. Qué pensaría el señor
Tenía el resto de la mañana libre, así que decidió dar un paseo. Caminar era una buena terapia
que utilizaba cuando necesitaba aclarar las ideas. La pérdida del prototipo le suponía un golpe
importante, pero el verdadero motivo de su desasosiego era su relación con Silvia, recién iniciada y
ahora sin el aparato la continuidad de la misma se tambaleaba. O al menos eso pensaba él.
Su sentido del deber prevalecía a su sentido del ridículo. Definitivamente ésta no era la mejor
circunstancia, no la que él hubiera deseado, pero tenía que llamarla. Se detuvo en una terraza para
tomar un café, descafeinado, ya estaba bastante nervioso, sacó el móvil y buscó en la agenda el
número de la arqueóloga. Justo en ese momento el teléfono empezó a sonar. Sobresaltado apretó la
tecla de descolgar.
—Lo tengo —se oyó al otro lado de la línea, en seguida reconoció la voz de Deni.
—Prepárate que nos vamos de viaje —de pronto Deni parecía llevar las riendas del asunto.
—¿Pero, a dónde?, y ¿Mi trabajo? ¿Estás seguro de saber lo que haces? —Jacinto no era un
hombre dado a la aventura. Su vida era monótona y previsible. Por fortuna para él Deni estaba
—Nos vamos a un pueblo de Albacete. Con tu trabajo, tú sabrás, di que estás enfermo, coge
vacaciones o lo que sea que hagáis los profesores cuando no queréis ir al curro. ¡Ah! Por cierto,
llama a la chica de ayer y le dices que se venga, vamos a hacer unas prácticas sobre el terreno.
Jacinto tardó unos segundos en asimilar la información, sobre todo lo referente a la última
parte.
—No creo que sea buena idea involucrarla en un acto delictivo. Además, tendrá cosas que
maquinista, así que no seas tonto y aprovecha que no hay mal que por bien no venga.
—Vale, lo intentaré —dijo tras meditarlo— pero dudo que pueda venir. La verdad, ni siquiera
sé como planteárselo. Dame unos minutos y te vuelvo a llamar…por cierto, gracias por todo.
quemándose el paladar y con un —maldita sea—, que no llegó a salir de su boca, retomó la búsqueda
del número. Unos segundos después apareció en la pantalla de su iPhone el nombre que buscaba. Dio
un toquecito con el dedo sobre la pantalla y se llevó el aparato a la oreja. Se estaba pasando la lengua
—¿Diga?
—Silvia, soy yo, Jacinto Víguenot —en seguida se arrepintió de haber dicho su apellido,
acababa de pasar la noche con ella. Pensaría que era un estirado, o peor aún, un memo.
—Bien… verás, te llamaba para comentarte una cosa, no es muy importante pero creo que te
podría interesar… bueno en realidad no sé si te interesa, pero había pensado que si tienes tiempo…
—Termino dentro de una hora. Si quieres podemos vernos para comer, hoy te dejo elegir.
Al colgar Jacinto se percató del tembleque que tenía en las manos. Intentó relajarse y tras
pagar el descafeinado puso rumbo a Casa Lucio. Desde donde estaba tenía una buena tirada hasta el
restaurante, pero calculó la distancia y el tiempo del que disponía. Sacó su teléfono, se conectó a
internet y entró en el callejero de la capital. Fue ampliando y midiendo la distancia exacta. Buscó la
ruta desde Nuevos Ministerios hasta Cibeles… tres kilómetros, de Cibeles subiendo por la calle de
Alcalá hasta Sol… novecientos metros, desde allí hasta el cruce con la Cava de San Miguel…
quinientos metros y otros tantos hasta la mitad de la Cava Baja. Total unos cinco kilómetros. Si
andaba a un ritmo de doce minutos el kilómetro tardaría en recorrer esa distancia una hora, eso le
dejaba tiempo suficiente para hacer el recorrido con tranquilidad. Cerró la conexión y se puso a
caminar. Cuando apenas había recorrido un centenar de metros recordó que quedó en llamar a Deni,
también quería llamar a la Oficina de Patentes para que el funcionario siguiera con los trámites. Sacó
—Deni —dijo al descolgar— voy a comer con Silvia. Vete preparando todo, salimos esta
Cuando llegó a la puerta del conocido restaurador aún quedaban unos minutos para su cita
con Silvia. Se asomó al interior del local para comprobar que ella efectivamente no había llegado y
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que el número de comensales no requería realizar una reserva. Decidió prolongar su paseo unos
minutos más. Jacinto Víguenot no improvisaba jamás. Todos sus actos eran fruto de profundas
deliberaciones, siempre había sido así, y ahora, en el mediodía de su vida estaba a punto de lanzarse
a una aventura que resultaba difícil de prever. En realidad no se imaginaba hasta qué punto.
Después de dar buena cuenta de los sempiternos huevos rotos salieron del restaurante.
Durante la comida Jacinto se limitó a hablar de trivialidades lo que despertó cierta suspicacia en su
—Supongo que piensas decirme algo más aparte de tus métodos de enseñanza y del buen día
que hace para pasear. Si consideramos que hemos pasado la noche juntos y que acabas de terminar
un invento espectacular y, en fin, como no has hecho ni la más mínima mención a ninguna de estas
dos cuestiones eso quiere decir que hay un problema. Me lo vas a decir o tenemos que esperar a la
cena.
Jacinto tenía sentimientos encontrados por un lado le encantaba que su amiga fuese tan
perspicaz, por el otro hubiese preferido que lo fuese en otra ocasión, en cualquier caso tenía que
decírselo.
—Silvia —dijo por fin— me gustaría que vinieras conmigo a un pueblo de Albacete.
—¿A un pueblo?, ¿a qué pueblo? —preguntó con más sorpresa que curiosidad.
—Mira yo no estoy acostumbrado a estas cosas, así que me centraré en los hechos —sabía
que no sonaba muy romántico, pero tampoco tenía claro si ése era el mejor momento para serlo.
—¿Qué?
—Pues eso, que lo han robado. Bueno, no exactamente. La persona que se lo ha llevado tiene
la extraña convicción de estar haciendo algo por el bien de la humanidad, de manera que lo ha
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tomado prestado. Todo esto es difícil de explicar y supongo que más difícil aún de entender.
Tenemos que ir a recuperarlo antes de que ese lunático le pueda causar daños, y he pensado que
—Y ¿cuándo se supone que nos vamos? —la expresión de su cara dejaba ver una sonrisa un
tanto malévola.
—Ya.
A última hora de la tarde apenas les quedaban unos kilómetros para llegar al lugar donde,
desplazamiento y lo precipitado del mismo. Después de la comida en casa Lucio, Silvia hizo unas
llamadas para poder ausentarse de Madrid durante un par de días. La campaña de excavaciones aún
no había comenzado por lo que gozaba de cierta libertad para los imprevistos. Por su parte, Jacinto
también dejó sus asuntos resueltos antes de realizar el viaje. De manera que recogieron a Deni que no
tenía nada mejor que hacer y pusieron rumbo a tierras albaceteñas a bordo del flamante Audi Q7 de
Jacinto.
—Menudo carro —dijo Deni cuando pasaron a recogerlo. Para un hombre que utilizaba
sistemáticamente el transporte público y prefería caminar largas distancias antes que coger un taxi,
no le pegaba tener un coche como aquel. Una vez más la presión familiar le había hecho claudicar.
Tuvo que cambiar su Ibiza por ese monstruo para que el clan familiar mantuviera su estatus en una
urbanización donde no bastaba con ser rico, además había que parecerlo.
—Ni nombres, ni hoteles, ni pueblos, sólo esto. Como ya estamos llegando enseguida
saldremos de dudas.
La comarcal era como suelen ser las comarcales, estrecha, mal asfaltada y con los mojones
que indican los puntos kilométricos en un estado lamentable. Cuando llegaron al cruce con la
comarcal 313 la carretera dio un cambio radical, seguía siendo estrecha pero el asfalto estaba en
perfecto estado y su color oscuro indicaba que era algo reciente, desde ese punto quedaban unos
quince kilómetros, pronto empezaron a ver pintadas en la carretera, nombres, fechas y alguna que
otra reivindicación política totalmente fuera de lugar, sin duda el reasfaltado se debía a alguna prueba
ciclista importante a juzgar por los nombres allí inscritos, todos ellos deportistas de primer nivel.
—Kilómetro 42 —dijo Jacinto al pasar por el punto kilométrico— aquí lo único que hay es
Deni estaba un poco desconcertado, pero conociendo a su jefe se podía esperar cualquier
cosa. Entrando ya en el aparcamiento Deni se fijó en un coche que destacaba del resto.
—Al menos lo tenemos controlado, si os parece podemos entrar a tomar algo y de paso
Al entrar comprobaron que Amador no se encontraba entre los parroquianos. La mayoría eran
trabajadores del campo enfundados en monos variopintos con logotipos de diferentes marcas
relacionadas con el sector primario, desde marcas de tractores a piensos compuestos, pasando por
abonos químicos y orgánicos, todos parecían haber terminado su jornada laboral y se acodaban
cansinos en la barra con sus cubatas, debatiendo vehementemente sobre los resultados de la jornada
liguera recién pasada y vaticinando sobre los de la siguiente. Todos los presentes se giraron para
hostelería, camisa blanca y pantalón negro, el conjunto incluía un trapo con lamparones colgando del
—Dos cafés con leche y uno solo —contestó Silvia después de consultar con sus compañeros
de viaje la comanda.
Se sentaron en una de las mesas frente al ventanal para no perder de vista el vehículo de
Amador.
Apenas habían pasado diez minutos cuando una autocaravana entró en el aparcamiento
recorriéndolo hasta el final, su aspecto un tanto destartalado no les llamó especialmente la atención,
si lo hizo, sin embargo, el hombrecillo verde que decoraba la parte superior de la misma y las
Los tres se levantaron de sus asientos pegándose al cristal para alcanzar con la vista el
extremo del aparcamiento en donde finalmente se detuvo, difuminada por una nube de polvo que se
fue asentando lentamente. Esperaron unos minutos para comprobar si se producía algún movimiento
sospechoso o no.
disimulaba, realmente divertida con aquella situación. Durante el viaje le habían explicado los
pormenores de todo lo acontecido y le resultaba tan surrealista que estaba disfrutando como una
chiquilla.
Deni escrutó las inmediaciones en busca de algo reseñable y cuando estuvo seguro de que no
había nada raro llamó a la puerta de la autocaravana, desde el bar sus compañeros esperaban
expectantes. La puerta se abrió ocultando tanto al que se encontraba en el interior como al propio
Deni, al cabo de unos pocos segundos la puerta se cerró, Deni estaba dentro.
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—No tenía que haberle dejado ir solo —se empezó a lamentar Jacinto en un vano intento de
—No crees que estás exagerando, esperemos un rato y si no sale vamos nosotros, no creo que
se trate de una banda de secuestradores y de ser abducido ni hablamos —dijo ella con sarcasmo.
Al rato y según lo acordado salieron del bar para investigar, Jacinto se situó delante de la
puerta indicando a Silvia que se mantuviera a una distancia prudencial en un gesto tan caballeroso
como innecesario.
Llamó con dos golpes de nudillo y retrocedió unos pasos colocándose instintivamente a la
defensiva, al instante la puerta se abrió, un hombre de cierta edad con la piel arrugada como
pergamino y unas gafas redondas extremadamente pequeñas se volvió hacia el interior y dijo con un
—Tenemos visita.
El viejo se apartó y dejó pasar al hombre que sin mediar palabra se bajó y abrazó al incrédulo
Jacinto, que desapareció literalmente envuelto por el corpachón del afable Amador Mostacho.
19. Socios.
El giro que están dando los acontecimientos es digno del más volatinero miembro del Circo
del Sol. El que hasta hace apenas unos minutos era mi peor pesadilla está a punto de convertirse
como por arte de magia en mi socio, aunque dudo mucho que el carácter de esta sociedad se
por partida doble en un hombre potencialmente rico. Me pide encarecidamente que no emita juicios
de valor hasta no haber terminado su historia, le pregunto si la cosa va para largo, él me contesta que
sí así que le pregunto amablemente si tiene algún rooibos en la despensa, para amenizar la que será
Me invita a tomar asiento en la casa mientras una de las mujeres de la comunidad, la misma
que apareció la primera vez rodeada de niños y perros, prepara la empalagosa infusión. Cuando la
chica cuyo nombre me es completamente indiferente nos sirve la bebida, ya estamos cómodamente
instalados en una especie de tatami con profusión de cojines de arpillera, algo rasposos pero
confortables, le comento al hippy el buen trabajo de restauración que han hecho en la casa, él
claramente agradecido por la observación me indica que no es para tanto y que con más medios se
podría mejorar. Se sienta al fin frente a mí con las piernas cruzadas en una posición que denomina
del Loto, me explica que en alusión a la flor y no a las apuestas, le comento que me parece muy
apertura de los chakras, yo le digo que lo intentaré en otra ocasión, pues temo que semejante torsión
deje los ligamentos de mis rodillas en un estado de laxitud permanente, además no sé qué coño es
Sentado él en su postura y yo en la mía, o sea repantingado cuan largo soy sobre varios de los
cojines, procede al fin a relatarme lo que me tiene que relatar, he de reconocer que estoy expectante.
El ir contra la carnicería formaba parte de una maniobra hábilmente orquestada por los
miembros de un conocido grupo ecologista que obviamente desconocían los negocios paralelos del
ecologistas, a la sazón, le dejaron más colgado que los chorizos de Cantimpalos, los mismos que
acabaron en las fauces de la dispar jauría. Los ecologistas le aseguraron que el tal Cosme, así se
llamaba el carnicero, era además de un asesino de indefensos animales un delincuente contra la salud
pública porque utilizaba sistemáticamente carne engordada con drogas, refiriéndose al clembuterol,
La acción debía llevarse a cabo en perfecta coordinación con los miembros del grupo, con
Los de la tele declinaron la invitación porque se terció un famoso futbolista que pasaba el fin
de semana en un pueblo cercano y los reporteros acudieron allí como las moscas a la miel en busca
de alguna primicia, romances, cuernos, detenciones, lo habitual entre la gente del famoseo y la
farándula. Los del grupo ecologista decidieron a última hora que sin la tele, que para qué, y se fueron
a salvar a un delfín mular atrapado en las redes de un pescador o varado en alguna playa, daba lo
Agustín según dijo de sí mismo era joven, vegetariano y a pesar de haberse licenciado en
derecho, algo tonto. Se metió el solo en aquel follón aludiendo cuestiones éticas, morales y
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filosóficas. Al encontrar el alijo por pura casualidad, se dio cuenta de la gravedad del asunto, pero
pensó que serviría de escarmiento al carnicero así que sin pensarlo, esto resultaba obvio, cogió los
Al ser detenido por la policía como imputado en un delito de maltrato animal, injustamente
como se vería más tarde, los agentes no mencionaron en ningún caso lo del polvo de ángel sustraído
Conocedor de esta parte de los acontecimientos y aunque estoy bastante cómodo sobre los
Al salir de los calabozos, Cosme “El Carnicero” y unos tipos con pinta de armarios le
esperaban al otro lado de la calle, aunque joven y algo memo, no lo era tanto como para no
percatarse de sus intenciones así que se tiró al suelo de las dependencias boca arriba, convulsionando
descompasadamente y echando espumarajos por la boca, truco que le funcionó a las mil maravillas
cuando fue llamado a filas y que no tenía porque fallar en ese momento. No falló. Al cabo de diez
minutos hizo acto de presencia una ambulancia con todo el repertorio de luces y sirenas, los servicios
sanitarios fueron acuciados para actuar con la mayor brevedad mientras los de las fuerzas públicas
insistían en asegurar que no le habían tocado ni un pelo y que si se moría no lo hiciera allí. De esa
guisa, amarrado a una camilla y con un trozo de trapo en la boca para evitar autolesionarse, salió de
allí bajo la mirada atenta y un tanto incrédula de los mafiosos que para cuando quisieron reaccionar
vieron como la ambulancia se alejaba a toda velocidad hacia el hospital más cercano.
Aprovechando un pequeño atasco y la falta de personal sanitario que le dejó solo en la parte
trasera del vehículo, saltó para escabullirse entre el gentío, no muy abundante a esa hora pero
Consciente del lío en el que estaba metido y de la incongruente decisión del juez sobre quién
debía alejarse de quién, recogió la droga que había ocultado hábilmente antes de la detención y se
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perdió durante algún tiempo, fue entonces cuando se acordó de la finca de Villanubla del Pedregoso,
había estado en un par de ocasiones con su padre y pensó que sería un escondite perfecto.
—A los pocos meses de estar aquí mi padre me contó lo del dinero y que tú parecías haber
desistido de su búsqueda. Yo por mi parte aproveché el escondite para montar el centro alternativo,
—De vida —le espeto algo cansado de tanta charla—. Mira, todavía no sé que tienes tú que
—La coca.
—¿Cómo… la coca?
—Pues eso, es evidente que el carnicero y los rusos me siguen buscando, pero más por
principios que por los paquetes que después de tantos años creerán extintos, además sospecho que
cinco kilos son calderilla para esa gente. Pero para nosotros este material bien cortado vale una
fortuna.
—Tengo pinta de narco o algo parecido —mi sorpresa va en aumento, a la par que mi
indignación.
—No es eso, tu quieres lo de tus viejos y yo hace tiempo que vengo dándole vueltas al asunto
y estoy harto de cavar… lo que quiero es quedarme aquí al menos un mes, necesito este sitio, si en
todos estos años no he tenido problemas no tendría por qué tenerlos ahora. Con lo de la coca tengo
de sobra, yo me quedo el tiempo necesario para cortar y distribuir la droga, a cambio te quedas un
porcentaje, te ayudo a buscar tus millones y ambos guardamos silencio, te recuerdo que ese dinero
está intestado y ya sabes lo que puede pasar si llegase a oídos de las autoridades.
—Ellos no saben nada, creen que los agujeros los hacemos para buscar las ruinas de una
antigua civilización, mi hermana se encargó de dejar algunas pistas falsas, lo preparé todo con ella.
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—Pues coge la garrafa de herbicida que está en mi coche y empieza a fumigar, quiero ver este
Dejo a mi nuevo socio consagrado a un trabajo que pensaba realizar yo mismo, este cambio
no estaba previsto pero ya puestos lo acojo con agrado, no soy partidario del uso de productos
De todo lo acontecido sacó diferentes conclusiones que a priori necesito asimilar, así pues el
camino hasta el hotel se torna esta vez ameno, diría incluso que entretenido.
Recapitulando: aunque el invento del señor Víguenot está desaparecido es cierto que todo
apunta a una rápida recuperación, su efímera ausencia es fruto del desequilibrio mental de una
persona que no tengo el gusto de conocer, según me señaló ayer mismo el propio Jacinto Víguenot
El coqueteo con el mundo del hampa no es algo que me satisfaga especialmente. El hecho de
no vivir al margen de la ley no significa que en alguna ocasión me pueda haber planteado traspasar
esa delgada línea. Es posible que este sea el momento, aunque sospecho que la persona que me va a
llevar al otro lado no es la más adecuada. Dudo mucho que el de las rastas sepa cortar ese material,
venta entre cuatro colgados como él, para colmo al muy cretino le han trincado en dos ocasiones por
Mientras mi estulto amigo, socio o lo que sea acaba con cualquier atisbo de vida vegetal, yo
iré allanando el terreno, metafóricamente hablando, para cuando pueda traer hasta aquí el esquivo
En el hotel no parece haber cambiado nada, los galos continúan con su peculiar periplo y a
esta hora aún no han vuelto de su actividad cinegética, la calma que reina en el hotel es pues
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transitoria, circunstancia que aprovecho para realizar una llamada de teléfono, fútil sí, pero gratis
gracias al contrato que acabo de firmar con una firma (valga la redundancia) de telefonía que me
ofrece llamadas sin coste a partir de las seis de la tarde, antes de esa hora evito como es lógico su
uso. La llamada servirá en cualquier caso para mantener ese imaginario cordón umbilical que me une
—¿Si?
—Señor Víguenot. Espero no molestar. Llamaba para saber cómo va el problemilla que me
—Le agradezco su interés, le diré que aunque todavía estoy fuera de Madrid espero estar de
buscando un poco de intimidad, tarea harto difícil dadas las exiguas medidas del interior de la
vivienda rodante, por lo que se vio obligado a bajar la voz al límite de lo inteligible.
—Bien, bien, usted tranquilo que yo sigo con el trámite, lo importante ahora es que lo
Al colgar noto su agradecimiento sincero por mi disposición y entrega que van más allá de
mis funciones.
En ese mismo momento no muy lejos de Villaplana, en Villanubla, Agustín cogía su teléfono
—Soy yo, acabo de estar con nuestro amigo…, de momento seguimos con el plan…sí, he
Al acabar colgó, se fue a buscar la mochila de fumigar a un cobertizo y empezó a llenarla con
20. La detención.
Jacinto apagó su iPhone y regresó junto al grupo, no tuvo que andar mucho ya que para
recorrer los apenas cuatro metros que separaban la parte trasera del vehículo del lugar donde se
Después del feliz reencuentro con Amador y su aplastante efusividad, tuvieron a bien conocer
a sus colegas ufólogos. Marcel, adusto por naturaleza y estoico por bagaje quien directamente no
saludó al ser presentado, por el contrario Germán se mostró tal cual era, por un lado desconfiado y
por otro abierto al dialogo, esta dualidad que podría parecer incongruente definía muy bien su
personalidad. Se levantó del asiento obligando a los demás a desplazarse en aquel reducido espacio:
su cuerpo redondo se comprimía en unos desgastados pantalones de cuero que llevaban años sin ser
de su talla, la camiseta con la consigna escrita “Salvad nuestro planeta” se estiraba deformando la
frase y la chaqueta de pana que no se quitaba nunca, carecía de botones por inútiles; el conjunto lo
Les besó en la mejilla prolongando con Silvia el contacto más allá de lo que dictan las buenas
maneras, su actitud podría tacharse de oportunista, pero como hizo lo mismo con Jacinto y después
con Deni, ante la sorpresa de uno y el estupor del otro, quedó descartaba la primera apreciación. A
pesar de su tendencia al ósculo prolongado Germán no era precisamente cariñoso, su radical visión
del mundo y la defensa a ultranza de sus ideas lo llevaban a menudo al enfrentamiento, por lo
general dialéctico, entendiendo por diálogo el mensaje escrito, ya que lo hacía a través de algún chat
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o en foros de debate de internet. Si por alguna circunstancia se encontraba frente a frente con alguien
que le contrariaba no dudaba en resolver sus diferencias a puñetazos, en más de una ocasión acabó en
el dispensario con magulladuras de escasa gravedad, a excepción de una vez que le fracturaron el
Como la hora avanzaba conforme a lo establecido por las leyes que rigen el universo y la
autocaravana de Marcel parecía el camarote de los hermanos Marx, Jacinto propuso a sus amigos
buscar un hotel para pasar la noche. La idea fue acogida con entusiasmo por Germán, con
agradecimiento por Amador y con desprecio por Marcel que dejó claro su rechazo aludiendo: que él
no se movería de la que calificó como su casa. Jacinto se vio obligado a matizar lo dicho
anteriormente: se refería exclusivamente a sus compañeros de viaje y para nada quería interferir en
sus hábitos, Amador puso cara de entender el matiz, Germán puso cara de pocos amigos y Marcel se
giró para seguir con sus cosas, por lo que no pudieron ver la cara que puso.
Quedaron en verse al día siguiente para acercarse hasta el campo donde se habían detectado
las interferencias, esperaban que el análisis exhaustivo del terreno arrojara alguna información sobre
el origen de las mismas, un origen que para los ufólogos no tenía duda, su procedencia no era de este
planeta, ni siquiera de esta galaxia. En ese punto se quedaron los tres ufólogos discutiendo sobre esa
cuestión que dependiendo de la expansión del universo, sobre la que no terminaban de ponerse de
acuerdo, podía variar considerablemente. Quedaron en salir por la mañana hacia el punto de
encuentro, como insistieron en llamarlo después de descartar lo de Zona Cero. Jacinto, Silvia y Deni
pasaron la noche en un hotel situado a unos quince kilómetros, el más cercano de los alrededores,
para Jacinto todos los inconvenientes que suponía ese viaje se vieron compensados por la compañía
de Silvia, pasar la noche con ella era suficiente para que su rostro reflejara un ánimo que no podía
disimular.
Con las primeras luces se pusieron en marcha, aparcaron en el mismo lugar que el día
anterior, pegado al coche de Amador que afortunadamente seguía allí, lo mismo que la autocaravana
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que se situaba al fondo junto a los cubos de basura, este hecho generaba ciertas desavenencias entre
Marcel y Germán, el francés insistía en situarse lejos del bar para pasar desapercibidos y por la
amplitud de espacio que le eximía de realizar pesadas maniobras al aparcar, por su parte Germán le
recriminaba que su ubicación apestaba, eso sin contar el ruido del camión de la basura que a la una
de la mañana recogía las inmundicias allí depositadas con un interminable subir, bajar, acelerar,
golpear.
Desayunaron por separado, los recién llegados lo hicieron en el bar, algo en lo que insistió
Jacinto para no molestar, los otros por su parte lo hicieron en el vehículo, algo en lo que insistió
Marcel para que no le molestaran. Después de terminar sus respectivas pitanzas se reunieron bajo el
toldo de la autocaravana en una mesa de camping con cuatro sillas, faltaban dos asientos que
sustituyeron por dos cajas de Pepsi cola que cogieron prestadas de entre las que se apilaban en la
parte trasera del bar. El mapa quedó desplegado sobre la mesa a pesar de las quejas de Germán.
—No entiendo por qué no podemos tener la reunión en el bar como la gente normal, sólo
porque al viejo de los cojones se le antoje estar aquí con la peste a basura.
—Más apestas tú y no me quejo. Sabes perfectamente que nos pueden estar vigilando, aquí
estamos a salvo. El toldo está recubierto de una capa de aluminio —dijo dirigiéndose a los nuevos
Jacinto y Silvia prefirieron no hacer ningún comentario al respecto, no así Deni que
—¿Lo de la teoría de la conspiración no se había superado ya? Lo digo porque aquí el colega
—Señores, por favor, centrémonos en el asunto que nos concierne o no acabaremos nunca —
intervino Amador en tono conciliador. Acto seguido hizo un gesto a Germán para que comenzara.
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—Veamos, he estado estudiando el Punto de encuentro y según los datos de que dispongo el
llano es un depósito de derrubios bastante antiguo, lo que significa que sea lo que sea que nos
vayamos a encontrar se situará a una profundidad considerable —Germán miró a Jacinto esperando
—El terreno es calizo, todo apunta a unos clastos irregulares en disposición y tamaño
situados en el fondo, a medida que ganamos la superficie se suavizan para rematar en una capa de
tierra fértil que como todos sabéis se utiliza para el cultivo de cereal, la rotación es bianual lo que en
principio nos deja el campo de barbecho para nuestras investigaciones, si llegado el caso tuviéramos
que entrar en el campo cultivado contaríamos con el beneplácito del agricultor que dio la noticia, he
—¿Cómo es posible que el paisano no se diera cuenta de las interferencias hasta ahora?,
según tengo entendido lleva años trabajando esa tierra —la pregunta de Silvia pareció satisfacer a
cuando me entrevisté con él en el bar, con una cervecita y unos caracoles buenísimos que preparan
muy picantes. Su respuesta no sugiere nada raro, me consta que dice la verdad. Hasta hace un par de
meses realizaba su trabajo con un viejo tractor, el caso es que el viejo tractor no tenía radio y su
potencia era ya tan escasa que no se podía apreciar diferencia alguna, fue precisamente al cambiar a
un tractor de tecnología punta cuando noto algo raro, cuenta entre otras mejoras con la incorporación
de radio con mp3, aire acondicionado y no sé cuantas cosas más que no recuerdo porque me
parecieron irrelevantes para el caso, no, sin embargo, lo relativo al motor del tractor, de gran
caballaje y cuya potencia hace palidecer de envidia a sus vecinos, según me dijo subiendo la voz para
que los de al lado pudieran oírlo. Por lo que he podido averiguar estos tractores tienen inyección
electrónica, control electrónico de tracción y un montón de cosas que están relacionadas con los
microchips, parece que todo ha petado por la acción de lo que se oculta bajo la tierra.
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La explicación satisfizo a todos, a unos porque confirmaba su hipótesis y a otros porque les
daba igual lo que dijera y querían acabar cuanto antes para marcharse a casa con el prototipo.
Pusieron en marcha la comitiva con los tres vehículos, encabezados por el de Marcel que al mejor
estilo de los caza fantasmas conectó un puente beta 1200 mm. de ambulancia que llevaba instalado
Llegaron al Punto de encuentro en menos de media hora, Marcel conducía prudentemente por
la carretera, pero al llegar al camino aceleró de forma ostensible a pesar de la plétora de baches que
lo adornaban, porque decía que le recordaba su estancia en tierras argelinas donde la conducción se
realizaba siempre a toda velocidad por caminos similares. La nube de polvo se podía ver a varios
kilómetros, esto irritaba a Germán que insistía en llevar el asunto con la máxima discreción.
Aparcaron a un lado del camino para no entorpecer el paso ocasional de algún vehículo, en su
mayoría relacionado con las labores agrarias. Bajaron el ELME del maletero del Dodge sin que
Jacinto pudiera evitar un pequeño vuelco en su corazón, temía los daños que el traqueteo del camino
le pudieran haber causado. Una vez revisado el prototipo montó las diferentes piezas con ayuda de
Deni y la atenta mirada de Silvia que no perdía detalle, los demás se adentraban en el terreno
llevando una serie de aparatos de medición, desde la radioactividad, a las ondas de radio, una
minúscula antena parabólica conectada a un transmisor al que Marcel enchufó el minijack de los
auriculares para escuchar frecuencias de origen extraterrestre, por su parte Germán y Amador
registraban cualquier variación en una especie de sismógrafo que funcionaba conectado a la batería
de un coche.
—Señores, el ELME está en marcha —dijo Jacinto con una leve reverencia— acabemos con
El aparato se movía con soltura por el terreno rotulado sorteando algunas piedras de
considerable tamaño.
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—Parece que no tiene problemas de tracción —dijo Deni orgulloso del trabajo que había
realizado.
Jacinto guió el ELME hasta el centro del campo con ayuda del control remoto y una vez allí
realizó los ajustes en el ordenador para empezar el estudio, encendió el monitor y dijo:
Todos se arremolinaron alrededor de Jacinto, con la excepción Marcel que seguía con los
El prototipo fue avanzando con lentitud por el terreno mientras almacenaba la información en
el disco duro, con cada pasada se recogían nuevos datos que más tarde analizarían, de momento sólo
les interesaba ver lo que el monitor iba mostrando, piedras y más piedras, de diferentes tamaños y
formas, con barridos a diferente profundidad llegando a unos considerables diez metros, a partir de
esa profundidad el margen de error de los datos aumentaba, dejando de ser fiables a partir de los
veinte metros.
A medida que pasaba el tiempo el desánimo se iba apoderando de los ufólogos que veían
como sus expectativas no se estaban cumpliendo, Amador y Germán con el gesto cetrino y Marcel
que acabó dormido en un talud con los auriculares tapándole parte de la cara.
—Señores —dijo Jacinto al cabo de un rato— me temo que aquí no hay nada, al menos que
se pueda apreciar, en cualquier caso esperaremos hasta revisar los datos almacenados.
Trajo el ELME al lugar donde se encontraban y tras unos ajustes empezó a descargar los
—Magnetita —dijo Germán claramente decepcionado— maldita sea, eso lo explica todo. Es
Jacinto que había llegado a la misma conclusión se sorprendió de la rapidez con la que el
pasado muchos años trabajando para empresas mineras por todo el mundo, así conocí a Marcel, vivía
cerca de un yacimiento de uranio que descubrió la empresa Sueca para la que trabajaba, ese fue uno
de los motivos por los que decidió marcharse de ese país, claro que sus opiniones sobre el Islam
también ayudaron, digamos que no eran del agrado del creciente integrismo que se estaba gestando.
—Las interferencias en la radio detectadas por el agricultor están relacionadas con los
campos magnéticos, en algunos puntos son realmente fuertes —dijo Jacinto señalando uno de los
gráficos donde podía apreciarse como la beta se situaba cerca de la superficie—, lo mismo sucede
—Más vale que el paisano vuelva a usar el viejo tractor. En fin desmontemos el chiringuito
que aquí no tenemos nada que hacer —Germán se volvía ya un tanto consternado cuando añadió—.
aproximaba, delante de ella, provocándola, un todoterreno avanzaba a gran velocidad con unos
—Mierda, el Seprona —dijo Amador que no parecía ser la primera vez que se topaba con
ellos.
Tras detener el vehículo, bajarse del mismo y realizar el saludo que les exigía el reglamento,
—A ver, documentación.
Para empezar los de la Benemérita les comunicaron: que era completamente ilegal prospectar sin la
debida autorización, que les solicitaron y de la que carecían; que los aparatos allí utilizados
necesitaban un permiso expreso, que les solicitaron y del que también carecían; el puente de señales
luminosas que todavía estaba encendido sobre el techo de la autocaravana necesitaba un permiso,
145
que no se molestaron en pedir porque era evidente que no lo tenían. Cuando por fin consiguieron
despertar a Marcel descubrieron que su visado estaba caducado, a pesar de ser francés de nacimiento
se nacionalizó argelino y por diferentes causas que no venían al caso conservaba pasaporte del país
magrebí. Con todo esto y haciendo caso omiso de sus reiteradas protestas fueron amablemente
invitados a acompañarles hasta el cuartelillo sito en Ayna, principal localidad de la zona y lugar
La comitiva salió de la hondonada con el único alarde luminotécnico sobre el Nissan Patrol
del Seprona, el resto les seguía a la distancia de seguridad que marcaba el código de circulación por
si acaso.
Varias horas después el entuerto quedó resuelto gracias a la intervención de Jacinto y Silvia,
que acreditaron sus respectivas posiciones como científicos y parte de la documentación relativa al
trámite de la patente que afortunadamente llevaban encima. El no haber realizado ningún agujero
sobre el terreno y el no ostentar usufructo alguno derivado de la prospección, ayudo a que los agentes
zanjaran el asunto sin mayores consecuencias, los intentos de Marcel por desacreditar a la Guardia
Civil como parte de una cédula de la CIA en concomitancia directa con el gobierno no cuajó, no por
inverosímil, sino porque a su edad Marcel empezaba a ser ignorado por todos.
siguiente volverían a Madrid sacando el aspecto positivo de todo lo acontecido: el ELME funcionaba
ni frio, ni sentido del ridículo, se acerco a su coche y abrió el maletero para sacar el ELME.
—¡No está!
después de que éste se la quedara al separarse de la que le debía el dinero a la que aún tenía los
papeles a su nombre. Lo cierto es que todo eso a Agustín le importaba más bien poco, si las cosas
cambiaban y seguro que cambiarían, dejaría la mierda de furgoneta y se compraría un deportivo que
Estaba harto de comer coles de Bruselas, de llevar el pelo como el mocho de una fregona y de
vestir a la última moda de los Hare Krishna, todo se le había complicado tanto que ya apenas
después se fue montando todo el rollo del revirding, del proyecto de vida y todas esas tonterías. Para
su sorpresa había gente dispuesta a dejar sus predecibles vidas para abrazar los nuevos modelos de
convivencia, así y casi sin darse cuenta se encontró con un buen puñado de incondicionales; adláteres
dispuestos a renunciar a todos sus bienes materiales para seguirle. Al principio no fue consciente de
la repercusión que eso podía tener, pero pronto lo vio claro: ser un líder cuesta.
Llevaba apenas seis meses en su escondite de Villanubla cuando comprendió que aquello era
un filón, sus acólitos le entregaban voluntariamente sus ahorros para que él los administrara, de la
noche a la mañana se vio con una cantidad de dinero nada desdeñable, pero insuficiente en cualquier
Se dedicó a invertir el dinero con la esperanza de aumentar los dividendos y así acumular
Andaba concentrado en esos asuntos cuando su padre, que ya barruntaba el final, le contó lo
del dinero enterrado y el plan que debía llevar a cabo para quitar de en medio al heredero, a quien en
un momento de debilidad le contó todo. Eso explicaba dos cosas: que su progenitor mostrara tanto
interés por aquel lugar desde que fallecieran sus dueños y que el terreno estuviera lleno de agujeros
En aquel momento hizo una valoración estimativa de sus finanzas, tenía los ahorros de un
grupo de personas que le veneraban como líder de un nuevo movimiento pseudoreligioso, pero no
podía disponer de ese dinero libremente, también contaba con una cantidad muy importante
enterrada en algún rincón de aquel pedregal, de momento sólo podía dedicarse a quitar las piedras y
por último estaba el alijo de cinco kilos de cocaína, intocable si no quería acabar en el fondo de un
recuperando casas y huertos, plantando árboles y abriendo pozos, se convirtió en un sofista con el
beneplácito de su comunidad que ignoraba su verdadera condición. Cuando el centro funcionó por si
solo decidió fiarse de la palabra de su viejo, que a su vez se fió de la del otro viejo y empezó a buscar
el dinero enterrado, de manera selectiva pero consciente de lo complicado que iba a resultar una
Todos los años transcurridos parecían ahora un suspiro, una breve interferencia en el devenir
de una existencia cercana a la bienaventuranza. Eso pensaba, influenciado sin duda por sus
redundantes soflamas. Tras aparcar delante de la casa se estiró como un gato para que sus vertebras
recuperaran el alineamiento que se espera de un santón oriental, éstas andaban algo descolocadas
después de pasar varias horas conduciendo. Entró en la casa justo para asistir al ritual del desayuno.
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El grupo estaba formado por una docena de personas: seis niños, que no paraban de enredar
alrededor de la mesa; un matrimonio de León, que hartos de una insulsa existencia decidieron
abandonar lo del mundanal para entregarse de lleno a la espiritualidad, con la promesa de recibir a
lo largo de una vida de sacrificio, aportaban además cuatro críos, uno que vino con ellos siendo un
bebe y los tres restantes nacidos en el seno de la comunidad con modernas técnicas naturales. Los
responsables de los otros dos niños, nacidos en similares circunstancias y tan molestos como un
grano en el culo, eran una pareja que decidió juntar sus almas tras haber hecho lo propio con sus
cuerpos, formando algo parecido a una familia, que aumentaría en cuanto completara ella su ya
avanzado estado de gestación. Lo que aportaron en su día por el bien de la causa no era mucho, pero
Agustín los aceptó por que trabajaban como mulos sin protestar. El grupo lo culminaban dos
mujeres, solteras y ya entraditas en años que por separado acudieron a la llamada: una de ellas, la
mayor, inglesa de Bristol para más señas, que aburrida de plantar rododendros en su ciudad natal se
instaló en España buscando un clima más proclive a sus aficiones, después de pasar varios años en
una comunidad nudista de la Costa Brava acabó en Villanubla. A pesar de tener las carnes flojas y
algo voladizas todavía gustaba de andar en cueros cuando los rigores del clima se lo permitían. La
última componente del grupo era Kamali, que significa espíritu guía en hindú, se daba la paradoja de
ser ese su verdadero nombre. Sus padres, ya venerables ancianos, se lo pusieron después de un viaje
a la India donde al parecer fue concebida, ese nombre le condicionó de tal forma que había dedicado
toda su vida a la búsqueda del Nirvana, sin éxito, pero con inquebrantable firmeza. Su aportación
Centro de Revirding, técnica que lleva a quien se presta a ello a retrotraerse hasta el vientre materno
aportando esta experiencia el alimento esencial para la psique y una sensación de bienestar
curvas, algo escandalosas pero por aquel entonces todavía estables y bien definidas, su relación duró
unos años sin que la ruptura ocasionara trauma en ninguno de los dos.
Hubo otros que se acercaron con resultados dispares en cuanto a permanencia, pero todos
En esa época del año coincidiendo con los fines de semana, solían tener invitados, eufemismo
que utilizaban para referirse a los incautos que pagaban sumas considerables para vivir en comunión
con la Naturaleza, esa comunión implicaba trabajar en el huerto, trabajar en la casa, trabajar con los
animales y disfrutar de unas comidas tan espirituales como insulsas a base de apios, lechugas y
demás especies que la horticultura pudiera aportar, algún que otro huevo de las gallinas, y la leche
que ellos mismos ordeñaban de cuatro cabras resabiadas. Recibían diversas enseñanzas sobre cómo
hacerse lavativas, auto masajearse y limpiarse las fosas nasales introduciéndose por la nariz una gasa
de medio metro hasta que les salía por la boca; tirando por los dos extremos simultáneamente se
dejaban esa parte del aparato respiratorio como una patena, los que conseguían contener las nauseas
acababan encantados con la experiencia. El colofón solía ser el asistir a una sesión de revirding
Todo este montaje dejaba a Agustín unos ingresos, que una vez cubiertas las necesidades
perentorias del grupo, iban a parar a distintos frentes inversionistas, con el conocimiento de los
miembros del grupo, pero ignorando en grado sumo las intenciones reales de su líder que no pasaban
por crear un centro de acogida para budistas tibetanos como ellos creían.
Durante el desayuno los del grupo preguntaron a su líder el motivo de la fumigación del
huerto, él les dijo que era un nuevo fertilizante que venía de la India, totalmente ecológico y que
estaba causando furor entre los horticultores biológicos de toda Europa. Mintió para ganar tiempo, ya
Al término del ágape dialogaron unos minutos sobre temas trascendentales, mientras los
niños sobre todo los más pequeños se dedicaban a tironear a los perros de las orejas y a vociferar
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descontroladamente hasta la hora de ir a clase, la escuela se situaba allí mismo con la inglesa como
maestra, lo había sido en su juventud y además era la única lo suficientemente sorda para soportar el
Cuando Agustín consideró que ya se habían tratado con el rigor necesario los temas que
engrandecían el alma al tiempo que mantenían el ego a raya, se dirigió al más joven de sus
discípulos:
Salieron fuera mientras los demás se repartían las labores cotidianas: fregar, cocinar, fumigar,
etc.…
—Es una hidrosembradora, he pensado aumentar la producción de la huerta, quizá pueda ser
—Lo dejaremos en el cobertizo con el candado echado, ya sé que las barreras no deben existir
entre nosotros, pero del mismo modo que protegemos nuestras almas puras del acoso de las
—Lo han robado durante la noche —dijo Jacinto al agente que le tomaba declaración en el
cuartel de la Guardia Civil, el mismo que el día anterior visitaron por motivos bien distintos.
—Y dicen que el aparato ha sido sustraído del maletero del vehículo —el agente hablaba al
mismo tiempo que aporreaba con dos dedos el teclado del ordenador en una transición no culminada
Todos sospechaban que la denuncia iba para largo por lo que decidieron ir a tomar algo a un
bar cercano, no habían desayunado aún cuando se empeñaron en acompañar a Jacinto hasta el pueblo
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para denunciar el robo, de nada sirvió la oposición de éste, no por evitarles la molestia sino porque
empezaba a estar de los ufólogos hasta las narices, aún así y por no discutir más accedió.
vano la comarca era conocida como la suiza manchega. De camino al bar el grupo, excepto Jacinto
que se quedó en el cuartelillo, no paraba de lucubrar sobre los posibles motivos del robo. Para
Amador los ladrones sólo estaban interesados en su coche, pero al no conseguir arrancarlo se
llevaron el ELME por despecho; Germán pensaba que su amigo deliraba si pensaba que alguien en
su sano juicio iba querer llevarse ese trasto. Para él la causa, sin duda, era el escándalo formado con
la detención que había alertado a los buscatesoros de la zona y habrían pensado que el prototipo sería
un moderno detector de metales. —Este sitio tiene que estar atestado de objetos antiguos enterrados,
De lo que pensaba Marcel no opinaron, sus tesis oscilaban entre Moncloa, la Casa Blanca y el
Foreign Office, de manera que le dejaron con sus argumentaciones procurando no soliviantarle
mucho para que al final desistiera de puro aburrimiento. Deni y Silvia apenas hablaron durante el
Entraron en un bar del centro, un cartel anunciaba que en ese pueblo se rodó “Amanece que
no es poco”, de José Luis Cuerda, Silvia recordaba el film con agrado, le dio la impresión de que
todo lo sucedido era tan surrealista como el argumento de aquella película, icono de lo absurdo.
Jacinto apareció por el bar una hora más tarde, a tiempo para pagar los cafés con tostadas.
—Ya está, dudo que sirva de algo, pero la denuncia está hecha —dijo abatido y
desesperanzado—. Mientras terminábamos el cuestionario llegaron dos agentes que han estado
interrogando a los posibles testigos, lo único que les ha parecido sospechoso es una furgoneta que
estuvo merodeando por la gasolinera a última hora de la noche, nadie ha visto la matrícula, pero
según unos testigos era vieja y estaba pintada de colorines, con esa descripción esperan encontrarla
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fácilmente, aunque no pueden estar seguros de que esté implicada en el robo. En fin, sólo podemos
esperar.
22. El hacker.
De nuevo a bordo de mi automóvil. Vuelvo a Madrid. Tengo que coger unos días de
vacaciones. Me veo forzado a ello. No es que me incomode ausentarme del trabajo, al contrario, mi
nexo es únicamente coyuntural como creo haber dejado claro en más de una ocasión y seguiré
haciéndolo aun a riesgo de ser pesado, lo que me preocupa es la complicación derivada de esa
ausencia. Como mis asuntos acostumbran a ser pocos, al menos aquellos que revisten cierta
importancia, espero poder solucionarlos con presteza. Estableciendo un orden de prioridades diré que
el estado de mis finanzas puede fácilmente encabezar esta lista, por lo tanto en cuanto llegue a casa
consultaré mi saldo para destinar una parte al desembolso que supondrá pasar un tiempo al amparo
de un establecimiento hostelero. No soy de los que dilapidan su patrimonio de manera que este
dispendio extra será considerado como inversión en una empresa, que de simple ha pasado a magna
Siguiendo con la lista de prioridades diré que una ausencia prolongada requiere algunos
ajustes en lo doméstico. Empezaré vaciando el congelador para poder dejar el suministro eléctrico
debidamente cortado, la misma suerte correrá agua y gas ciudad. Para pedir unos días de vacaciones
tendré que pasar por la oficina, ya que como es preceptivo en el funcionariado la solicitud ha de
hacerse por los cauces ordinarios, vamos que tengo que avisar con tiempo.
Imbuido en mis pensamientos veo pasar los kilómetros con una celeridad endiablada, llevo
una velocidad constante, o de crucero como la denominan algunos, desde mi punto de vista la justa
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para evitar que las rayas discontinuas pintadas sobre el asfalto me causen mareo. A pesar de lo
adecuado de mi conducción veo con estupor cómo otros conductores más temerarios e
irresponsables, me adelantan como una exhalación desdeñando su propia seguridad y lo que es peor,
la mía, tal es el caso de dos vehículos que en actitud del todo reprobable parecen competir por
alcanzar una imaginaria meta: una vieja autocaravana seguida a escasos centímetros por un enorme
coche, antiguo, de los que utilizaban los correligionarios del dictadorzuelo que atenazó durante años
a este país.
La humareda que van dejando los dos vehículos es tal que me veo obligado
además de inútil era contraproducente, ya que según les expresó el sargento de la Benemérita su
presencia, que estaba lejos de ser discreta, podría alertar a los ladrones haciéndolos huir. El
argumento era tan absurdo como cualquier otro, pero la necesidad de volver a Madrid hizo que la
partida no se demorara. El asunto del robo quedó por lo tanto en manos de las autoridades
competentes.
Jacinto y Silvia por un lado regresaban para poner en orden sus asuntos. Amador y Deni por
el otro regresaban simplemente, mientras que los dos alienigistas al no tener nada mejor que hacer
Una vez en la oficina recojo cuatro cosas de mi mesa, no es mucho y no es que lo necesite
precisamente, lo que trato de evitar es que desaparezca, dicho así pudiera parecer que desconfío de
mis compañeros, pero no lo hago, en todos estos años me he asegurado de no poseer nada que les
pueda interesar, ese es precisamente el problema. Cada vez que mi ausencia se prolonga varios días
por el motivo que sea, el personal de limpieza invade mi territorio, ordena, clasifica y elimina, todo
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ello sin mi consentimiento y con el resultado que ellos esperan pero no yo. Con el fin de evitarlo
guardo mis pertenencias bajo llave para que a mi regreso pueda restablecer el orden, el mío, algo
Oficialmente mis anticipadas vacaciones no empiezan hasta mañana, eso me deja con una
jornada por delante para realizar llamadas, establecer algunos contactos y con ayuda de la base de
datos realizar consultas que en este momento me pueden ser muy útiles. Me entrego a esta tarea tan
El día puede ser más útil de lo que yo imaginaba si la persona que está entrando en la oficina
—Señor Víguenot, me alegro mucho de verle —se para delante de mí y su silencio me hace
insistir.
—Sí, ya sé…, me lo dijo la última vez que hablamos —le digo algo confuso.
—Quiero decir que lo han robado, otra vez —expone cabizbajo pero sereno.
—¿Otra vez? —repetir lo último que mi interlocutor dice me resulta tan estúpido como a
—La Guardia Civil está detrás de una pista, una furgoneta sospechosa, aunque sinceramente
no creo que sirva para nada. Esto empieza a ser realmente extraño. ¿Quién puede estar interesado en
el ELME? Sobre todo teniendo en cuenta que quien lo tenga no podrá utilizarlo, el sistema está
—Reconozco que estoy consternado por usted, no es que yo tenga un interés personal en su
invento, pero claro soy de esos funcionarios que se involucran, fallo mío, y ahora me encuentro en
una situación un tanto embarazosa, toda la documentación entregada, he movido algunos hilos… me
—Imposible, la complejidad del aparato es tal que necesitaría varias semanas y sinceramente
no tengo ánimos para volver a empezar. Si no aparece, abandono —su tono aun siendo algo
—Le entiendo perfectamente, yo en su caso haría lo mismo. Cuando las cosas no están de
Esto más que un contratiempo es una auténtica putada, tengo al hippy entregado en la tarea de
arrasar el huerto y por si fuera poco está el asunto de la coca, que podría acabar con los de narcóticos
aporreando mi puerta.
—Tranquilo señor Víguenot, que si puedo hacer algo por ayudarle lo haré gustoso —le digo
Tras agradecer mi gesto se va con el suyo torcido. Parece que tendré que hacer algún cambio
en los planes iniciales, pienso mientras le veo alejarse camino de las escaleras. De ninguna manera
voy a renunciar a mi objetivo ahora que después de tantos años tengo esperanzas de encontrar mi
herencia. Cogeré las vacaciones, el Clío y saldré de nuevo para Villanubla, y lo haré tan pronto como
Agustín salió del cobertizo malhumorado, cerró de un portazo y tras echar el candado se fue
hacia la casa, los niños acababan de terminar sus clases con la inglesa, lejos de parecer educados, que
es lo que se espera en un proceso llamado educación, éstos salían de la clase como entraron, es decir
como borregos. Su discrepancia sobre los métodos de la maestra para acercar a los niños al mundo de
la cultura era bien sabida, pero lo aceptaba para parecer tolerante, cosa que suele encumbrar a los
líderes y así hacer lo que les venga en gana sin parecer autoritarios. En esos momentos el que los
niños fueran de otros ayudaba bastante y el pensar que su futuro no pasaba por compartirlo con ellos
aún más.
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Dejó que salieran a la calle vociferando y dando patadas a todo lo que se ponía por delante,
incluyendo sus espinillas si no lograba ponerlas fuera de su alcance a tiempo. Cuando tuvo la
—¿Se puede saber cómo funciona este trasto? —dijo conteniendo a duras penas el tono de su
voz, y sin esperar a que contestaran al otro lado cerró toda posibilidad de diálogo—. Más vale que
vengas aquí ahora mismo y lo pongas en marcha, si no cojo este chisme y lo tiro por un barranco, me
la estoy jugando para nada —le hubiese gustado colgar dando un golpe con el auricular, pero lo más
que pudo hacer fue apretar el botón rojo con saña—. ¡Putos móviles!
Al salir de la casa con cara de pocos amigos vio como se acercaba uno de sus acólitos.
—Basmathi el campo está fertilizado, el producto será muy natural, pero apesta como un
calcetín usado, hemos gastado toda la garrafa, como sobraba un poco hemos aprovechado para
—Muy bien, pues nada a seguir con lo vuestro que yo tengo cosas que hacer.
En unas horas el huerto se empezaría a secar. Los rododendros los plantó la inglesa fuera del
reducido espacio que dejaban libre el resto de cachivaches apilados, Amador tenía la habilidad de ir
acumulando cosas inservibles con la esperanza, decía, de que algo pudiera utilizarse en el futuro.
—¿Esto aguanta? —preguntó Marcel presionando la parte superior del mueble y rascando
—A lo que estamos, hemos perdido un aparato muy costoso y que puede ser de gran ayuda en
Germán asintió sin demasiado entusiasmo, Marcel comentó que a esas alturas el aparato
estaría en manos de alguna potencia extranjera y Deni, que estaba muy afligido por todo lo que había
pasado, se limitó a expresar sus dudas sobre el entusiasmo que mostraría Jacinto Víguenot al conocer
su desinteresada ayuda.
—Bien, pues si estamos todos de acuerdo empezaremos por escanear todas las
conversaciones de la policía por si sale algo relevante al caso. Deni, tú empezarás el primer turno.
Para Deni aquello no era más que otra pérdida de tiempo, se levantó de la mesa y se fue
detrás de unas estanterías en donde Amador tenía camuflado un escáner totalmente ilegal para
escuchas de radiofrecuencia, se colocó los auriculares, sintonizó una frecuencia usada por la policía y
se dispuso a echar una siestecita arrullado por las idas y venidas de las conversaciones ajenas.
—Creo que lo más indicado en un caso como éste es mantener vigilado al inventor, si la
Guardia Civil se pone en contacto con él no nos enteraremos. Intentaré colarme en su ordenador para
ver si recibe o envía algún correo relacionado con el tema —dijo Germán.
Entre sus variadas aficiones, Germán tenía la de jugar con los ordenadores, si éstos eran de
otros el juego era más divertido. Cuando dejó su trabajo como geólogo estuvo una temporada
dedicado a la seguridad informática para empresas de distinta índole, un samurái en la jerga utilizada
por los hackers. Empezó a moverse por esa subcultura sin demasiado entusiasmo, pero era un
inconformista y todo lo que tuviera que ver con fastidiar a ciertas instituciones sin hacer esfuerzos le
gustaba, siempre había ido a su aire y en La Red todo se etiquetaba amparándose en el anonimato. Al
final su relación con el mundo empresarial se deterioró de tal manera que de White hats, o sea de los
buenos, pasó a Grey hats, de moral más ambigua pero sin llegar a ser un chico malo. Su visión de los
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hackers era ecléctica y con el tiempo dejó de relacionarse con ellos para ir por libre, claro que
mantenía algunos contactos. —Nunca se sabe a quién puedes necesitar— solía decir.
Pasaba de los hacklab, hackmeeting y de todos los espacios autónomos que promovían el
dialogo, todo ese rollo de conciencia colectiva, justicia social, libertad de conocimientos, apropiarse
de tecnología para compartirla con todos…, para Germán lo único importante era sacar algún
beneficio, pero sin arriesgar demasiado. No quería acabar en la cárcel con algunos ilustres activistas
como Kimble, Mitnick o John Draper “Capitán Crunch” el phreaker más famoso de todos los
tiempos, al único que admiraba, inventor del blue boxes, un sistema para realizar llamadas
telefónicas gratis. Lo mismo que él mantenía una guerra abierta con las compañías telefónicas, las
—Tosi y yo nos encargamos —Tosi era su portátil, un Toshiba Tecra M5 una de las
máquinas más potentes del mercado que además contaba con algún tuneo personalizado que
La vida de Germán era simple dentro de lo que cabe, vivía de una pensión de invalidez
conseguida con la ayuda de sus habilidades. Entrar en la Seguridad Social no le resultó fácil, pero
cuando lo consiguió hizo algunos cambios oportunos en los expedientes y pasó a ser un humilde
pensionista con una incapacidad en una pierna, no recordaba en cual, que le impedía ejercer su
trabajo con normalidad. La pensión que se asignó era suficiente para no tener que preocuparse de
—Bueno, pues si todo está claro seguiremos con el plan, en cuanto tengamos algo,
Marcel por su parte no dijo nada, su carácter agrio chocaba con todos, pero en contra de lo
que pudiera parecer en lo tocante a sus funciones dentro del grupo asumía mansamente cualquier
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Estaba a punto de ponerse el sol cuando un vehículo se acercó lentamente hasta la casa
principal, el cielo despejado dejaba una franja anaranjada sobre el horizonte, este hecho, aunque
cotidiano, era de incuestionable belleza, pero quedaba eclipsado por el profundo malestar que se
tocó el claxon un par de veces y al instante la cortina de la ventana se movió levemente, no había
—Hombre, hermanita, por fin —Agustín se acercó al coche que acababa de aparcar junto al
macizo de rododendros.
—Sabes perfectamente que he tenido que hacer un gran esfuerzo para venir así que menos
—Aquí todos estamos haciendo muchos esfuerzos. Venga, no te enfades que cada vez
estamos más cerca —se acercó y le dio un abrazo afectuoso. Siempre se habían llevado bien, pero la
situación era realmente grave. Una vez deshecho el fraternal abrazo se quedaron unos segundos
Silvia estaba al borde de una crisis de ansiedad, además de estar cometiendo un delito, hecho
grave y de luctuosas consecuencias todavía no calculadas, se sentía fatal por traicionar a Jacinto. De
alguna manera se sentía responsable de su hermano, sobre todo desde que se metió en el monumental
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enredo que era su vida, Silvia era apenas dos años mayor que él, pero siempre se había comportado
como una madre desde que ésta les faltara siendo niños. Más tarde, al morir su padre, sintió la
obligación de ayudar a su hermano pequeño cuando éste tuviera problemas, o sea, casi siempre.
Agustín tenía la extraña habilidad de meterse en los líos más insólitos sin pretenderlo y una vez
envuelto en ellos los enredaba hasta límites insospechados, lo que tenían en este momento era difícil
de calificar, estrambótico siendo suaves, y ella estaba involucrada irremediablemente, por voluntad
propia derivada del afecto que le profesaba pero también por interés, nunca negó su deseo de
encontrar el dinero enterrado, estaba harta de mendigar subvenciones para financiar sus excavaciones
mientras algunos de sus colegas se convertían en estrellas mediáticas con fondos casi ilimitados.
Agustín abrió el candado y empujó una puerta de goznes oxidados soltando el previsible
chirrido al abrirse, entornó la hoja hasta dejar el paso suficiente para entrar. El cuartucho abarrotado
de trastos sólo tenía un ventanuco que apenas permitía el paso de la luz a esa hora tardía, así que
buscó el interruptor a tientas para encender una escuálida bombilla de pocos vatios y menos luxes.
—Aquí lo tienes —dijo retirando un toldo azul que lo cubría por completo.
—Espero recordar cómo funciona, he visto a Jacinto un par de veces cómo lo ponía en
marcha y discretamente le pedí que me lo explicara con detalle, pero es complicado de configurar.
Silvia dedicó un buen rato a poner en marcha la alimentación con la batería de litio, accionar
interruptores y conectar manguitos, por suerte su trabajo como arqueóloga implicaba en muchas
—No va —sabía la respuesta, pero de todas formas preguntó— ¿El qué no va?
—Ya he probado tres veces, es evidente que ha cambiado la contraseña, no puedo acceder al
—¡No me jodas! O sea que, ¿estamos como al principio? —Agustín empezó a mesarse
—Mira, no sé lo que vamos a hacer, de momento necesito descansar, ahora no puedo pensar
con claridad —miró el reloj y añadió—. Es tarde, vamos a cenar y ya veremos lo que hacemos.
Cuando salieron del cobertizo era noche cerrada, cerraron la puerta y se encaminaron hacia la
—¡Pero, qué demonios es esto! —dijeron casi a la par entre alarmados y perplejos.
realidad suena como siempre, pero cuando uno está a punto de acostarse a la hora que suele hacerse
esto, es decir tarde, el sonido siempre resulta insistente y desagradable por lo inoportuno. Estoy a
puede y ante la nada desdeñable oportunidad de soltar algún improperio al causante del equívoco
decido cogerlo.
—¿Pero se puede saber qué has metido en la puñetera garrafa? —me sueltan sin mayores
—¡Pues claro que soy yo, quién si no! ¡Qué mierda me has dado para fumigar, tenemos el
—A ver, respira hondo y explícate porque no entiendo nada, ¿de qué me estás hablando? —la
pregunta me parece lógica aunque al formularla voy atando cabos y barrunto el motivo de su
—Hemos fumigado el huerto con el producto que me dejaste y no sólo no se han secado las
plantas, podríamos decir que ahora lucen mejor que nunca, y no lo digo en sentido figurado, lucen
literalmente; vamos, que brillan con una intensidad fosforescente verde azulada. Precioso si no fuera
—No tengo ni idea de lo que puede haber pasado, aunque sospecho que podría estar
relacionado con un químico octogenario, es probable que dada su vetustez haya confundido la
fórmula del herbicida, en todo caso y dadas las circunstancias ya es demasiado tarde para
lamentaciones, esperemos que esos efectos que me describes desaparezcan con la misma presteza
que se han manifestado. Huelga decir que por lo circunspecto del caso que nos ocupa habrá que
súbita luminiscencia ha llamado a varias televisiones locales pensando que se trataba de una fuga
realizando sus interviús a todos los curiosos que se están concentrando junto al huerto, en este
La explicación del Basmati lejos de tranquilizarme, cosa que no creo que pretenda, me deja
que por la mañana cogeré el auto y pondré rumbo a Villanubla, que no se ponga nervioso y trate de
lidiar lo mejor posible a los periodistas. Para minimizar el impacto visual le sugiero que tape la finca
con toldos, paja o lo que tenga más a mano, como me ha colgado después de mandarme a la mierda
entiendo que no dispone ni de toldos, ni de paja. Procuraré descansar un poco antes de encaminarme
de nuevo hacia allí. —Alea jacta est— pienso mientras me acuesto de nuevo, por alguna razón los
latinajos me salen solos al verme sometido a tanta presión, de mi acidez estomacal prefiero no
hablar.
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—Amador, prepara tus cosas que salimos de viaje —dijo Germán en cuanto éste se puso al
—¿Tú sabes qué hora es? —preguntó adormilado intentando bajar el tono para no despertar a
—Lo sé perfectamente. Acabamos de ver en televisión una noticia relacionada con una
posible manifestación extraterrestre, un campo de hortalizas iluminado con una luz fluorescente de
origen desconocido, puede proceder de la radiación de una nave alienígena, ya hemos oído hablar de
casos similares. En cuanto amanezca nos ponemos en marcha —sentenció sin darle ninguna opción.
Amador miró el reloj y pensó que si no era tarde para que le despertaran a él tampoco lo sería
para despertar a Deni, así que buscó el número de su ayudante y le llamó para ponerle en
antecedentes.
A las siete de la mañana el Dodge Dart aparcó dando un frenazo frente a la casa de Deni. Al
ventana para cerciorarse de que su jefe le esperaba abajo, a pesar de lo temprano los bocinazos no se
hicieron esperan. Cuando Deni subió al coche, Amador arrancó de un acelerón con derrapaje
En el camino hasta el taller le explicó con más detalle a dónde iban y por qué, normalmente
Deni no viajaba con él a sus disparatadas reuniones con los alienigistas, pero en esta ocasión su
presencia se hacía indispensable, según le dijo tenía que ayudarles por lo extenso del terreno, por la
necesidad de tomar muestras y porque no tenían nada de trabajo en el taller desde que concluyeran el
prototipo del señor Víguenot. Aparcaron junto a la autocaravana de Marcel, que insistió en quedarse
allí para ahorrarse ir a un camping. Habían tirado un cable desde el lugar donde la tenían aparcada
hasta el taller para disponer de electricidad. A pesar de ser un vehículo viejo y destartalado Marcel y
Germán disfrutaban de un cierto confort, gracias a los ingenios de Germán disponían de televisión
por satélite, internet, teléfono y un sofisticado equipo de radioescucha, todo ello pirateado con
166
maestría por el hacker, el interior estaba repleto de aparatos fabricados en su mayoría por él, varios
ordenadores, además de su “Tosi”, y un impresionante equipo de audio dotado con unos “Dionisios”
los Catanzaro Acoustics Dl 253 / Lpa 1133, ideales para percibir cualquier variación de sonido en su
se completaba con dos parabólicas y una antena de radio telescópica acopladas al techo, las luces de
emergencia que llevaban junto a las parabólicas fueron confiscadas por la Guardia Civil de Ayna,
Tocó varias veces a la puerta hasta que ésta se abrió, Marcel hizo un ademán de saludo y les
indicó que entraran, dentro se encontraron a Germán, por su indumentaria resultaba evidente que se
acababan de levantar. La visión de los dos hombres en calzoncillos minaba cualquier interés por
—Sentaos, hay tostadas y café de sobra —dijo Marcel mientras abrasaba unas indefensas
rebanadas de pan al mismo tiempo que se rascaba una nalga blanquecina que le asomaba por debajo
Dejó caer las tostadas sobre una bandeja mostrando sus escasas aptitudes culinarias y la
mugre renegrida de la sartén. Al sentarse por fin en torno a la pequeña mesa discutieron sobre el
itinerario a seguir y el equipo necesario para el trabajo de campo que llevarían a cabo, sobre el
vehículo no cabía discusión posible, Marcel no dejaría su casa rodante, además la mayor parte del
equipo se hallaba instalado en la misma, así pues, estaba decidido, irían con el viejo con el
idea de dormir los cuatro en ese cuchitril le seducía tanto como un forúnculo en el culo.
Recogieron los restos del condumio y tras vestirse los dos que lucían aún sus carnes, enjutas
las unas, rollizas las otras, se pusieron en marcha. Marcel insistió en conducir a pesar del malestar
que manifestó Amador, siempre que tenía ocasión sacaba a colación su pasado como piloto de rallyes
y por lo tanto en ser el más apropiado para la conducción. Mientras los dos seguían discutiendo sobre
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su dilatada experiencia al volante, cosa que nadie dudaba en el caso de Marcel, Germán programó el
GPS para que el itinerario fuese apareciendo en un monitor con indicaciones personalizadas sobre
cruces y desvíos.
—Los aparatos convencionales son muy aburridos —dijo girando el pequeño monitor para
que sus amigos vieran los ajustes que había realizado, la consabida voz femenina que anuncia los
preceptivos cambios en la ruta venía acompañada de la sensual figurita de una fémina que se
24. La reunión.
Hace rato que el sol salió, el tiempo parece bueno y el fresquito de la mañana agradable. Es
cierto que la persistente niebla no permite gozar de una perfecta visibilidad, pero es igualmente cierto
que este meteoro lejos de ser molesto deja en el paisaje unos retazos adheridos al camino que le
confieren una belleza fantasmagórica. Hasta yo, que no suelo apreciar estas cosas, lo aprecio.
Conduciendo con alguna precaución extra debido precisamente a la niebla, que aunque bella merma
la correcta visión del camino, llego a la chopera fácilmente reconocible por las altas copas que
asoman por encima de lo que la niebla difumina por debajo. Detrás las casas restauradas se intuyen
lo mismo que el huerto, motivo de mis más recientes preocupaciones. Al acercarme veo, no sin
pesar, que el hippy tiene razón, son varios los vehículos que se encuentran estacionados en las
inmediaciones, destacando sobre todos ellos uno de proporciones superiores, del tipo casa con ruedas
puedo dejar el Clío debidamente estacionado, como ignoro la naturaleza del evento y el personal que
como moscas en la miel revolotea por aquí, decido buscar una entrada más discreta por la parte
trasera del edificio. Sorteando una pequeña jungla de plantas entre las que me parece distinguir un
lilo; no es que yo que soy más bien urbanita distinga las diferentes especies que cuelgan de la
pérgola, pero los racimos de flores del color que define esa planta y su olor empalagoso me han dado
la pista definitiva. Pues bien, sorteando hojas y racimos encuentro lo que busco, una puerta, trasera
por definición ya que se encuentra en la parte de atrás. Entro sin llamar porque hacerlo me parece
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fuera de lugar, pensando que esta entrada dará a una estancia secundaria como la cocina. Me
equivoco, al entrar me encuentro de golpe en un salón con un nutrido grupo de personas dialogando,
En eso se acerca el Basmati, me coge del brazo en un visaje de complicidad que no entiendo
ni comparto y me desplaza unos metros del centro de la reunión, su intención, supongo, es decirme
—Por si no tuviéramos bastante con la prensa ha venido un grupo de ufólogos a meter las
narices, dicen que estamos ante una manifestación extraterrestre, he intentado explicarles que esto no
tiene nada que ver con los marcianos, pero no me hacen ni puto caso.
—No perdamos la calma, ¿cómo está el huerto? —pregunto para ir entrando en materia.
—Al amanecer ha dejado de brillar, pensábamos que se habrían pasado los efectos pero al
coger una planta y meterla en una zona oscura de la casa se ha encendido como una bombilla.
Reaccionan en la oscuridad.
—Parece que se trata de alguna respuesta bioquímica similar a la que se produce en las
luciérnagas —le digo, dejando de manifiesto que mis años de ver documentales no han sido en vano
—. El que preparó el herbicida debió cometer algún error en la fórmula causando el tan casual como
inoportuno incidente.
avisar al químico para que arregle el desaguisado, dice también, creo que con sorna, que si ésta es mi
idea de hacer las cosas con discreción. Unos momentos después que me sirven para reflexionar, no
mucho pero algo es algo, le digo que conociendo a don Veneroso y le explico quién es don
Veneroso, no me parece buena idea, pero después de meditarlo pienso que quizá el abuelete tenga un
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herbicida que funcione de verdad y el efecto se disipe con el fenecimiento definitivo de las
hortalizas.
Con la promesa explícita de contactar con don Veneroso nos reintegramos al grupo, no tengo
ningún interés en conocerlos, pero dado el curso de los hechos me abstengo de expresar mis
misantrópicas opiniones.
—¿Quién es éste? —pregunta el más viejo de todos, un fulano todo pellejo con acento de
gabacho.
—Verán ustedes, ya les he dicho que todo es un error, este señor se encargará de explicárselo
con todo lujo de detalles —el hippy me pasa con descaro la patata caliente, por lo que no me queda
—Señores, el fenómeno que han visto todos ha sido producido por una extraña concatenación
de elementos, químicos para ser exactos, que sumados a un capricho de los astros, y de eso los
señores aquí presentes sabrán más que yo, ha derivado en algo tan espectacular como baladí.
—Tú flipas, tío —me suelta un orondo personaje embutido en unos ridículos pantalones de
cuero, el resto de su indumentaria no hace sino empeorar la primera impresión que me ha causado.
Después de ese comentario siguen a lo suyo discutiendo sobre sus disparatadas teorías, una
vez más me siento ignorado sin yo pretenderlo. Cuando todo parece seguir sin remedio un curso
falible llaman a la puerta, al abrir aparece una chica. No le presto demasiada atención, no soy muy
dado a dejarme seducir por el sexo opuesto, pero en este caso pronto me veo obligado a prestarle la
—¡Silvia!, ¿qué haces tú aquí? —preguntan dos de los que se identificaron como ufólogos,
mientras que los otros dos expresan igualmente su sorpresa. Deduzco sin esfuerzo que se conocen,
del mismo modo veo un posible parentesco con Agustín Cifuentes, en parte por el parecido
Unas explicaciones pertinentes que escucho sin pretenderlo, pero con una lógica curiosidad, y
me entero que la hermana del hippy conoce a los ufólogos por su relación con el inventor de una
extraterrestre, aunque fueron más explícitos omito los detalles por inconsistentes y absurdos, la
cuestión es que por razones que me son desconocidas el inventor del que hablan es mi inventor y el
aparato desaparecido, mi aparato. ¿Qué hace toda esta gente aquí? y ¿cuál es su relación con Jacinto
Víguenot? Estas son por ahora cuestiones para las que no tengo respuestas, a su debido tiempo y con
Aprovecho la escasa atención de la que soy objeto para dar una vuelta de reconocimiento, he
estado aquí varias veces en las últimas semanas, pero aún desconozco ciertos aspectos sobre esta
comunidad que parece vincularse a lo religioso, adalid de lo dogmático, próxima al sofismo en sus
alrededor de otro de los ufólogos, el más alto de ellos, un tipo desgarbado con insistentes
movimientos espasmódicos de carácter nervioso. Ver este circo mediático me produce consternación,
pueden torcer más las cosas, la respuesta viene sola al ver a este personaje que se ha erigido como
periodista acercando a la cara de Amador un micrófono con el logotipo de una conocida cadena de
televisión.
—En nuestra opinión, este fenómeno podría estar relacionado con la luminiscencia marina,
una rareza que se conoce desde los tiempos de Cristóbal Colón, el propio Julio Verne lo describe en
su libro “20.000 Leguas de viaje submarino”. La Ciencia ha intentado sin éxito demostrar su origen,
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se dice que puede haber una relación con unas bacterias y unas algas. Nada concluyente. Lo cierto es
que hay numerosos avistamientos de ovnis saliendo de las profundidades marinas acompañadas de
luminiscencias sobre la superficie del agua, aunque no sabemos aún qué las produce todo apunta a la
reacción de sus combustibles en contacto con la idiosincrasia de nuestra biología, tan ajena para ellos
como lo es la suya para nosotros. En este huerto creemos que se ha producido la aproximación de
una nave, es posible que con la intención de efectuar un aterrizaje, al aproximarse y ver los
caballones perfectamente alineados, no han querido perjudicar las hortalizas plantadas, de manera
que han abortado la maniobra, no olvidemos que vienen para ayudarnos no para acabar con nuestro
sustento, y si bien es cierto que en alguna ocasión han aterrizado en campos de cereales dejando unas
marcas circulares bien visibles, tomates y berenjenas parece infundirles un mayor respeto que el trigo
y la cebada.
Amador argumentó con vehemente autoridad sobre éste y otros asuntos relacionados con
manifestaciones de origen extraterrestre ante la sorpresa de los periodistas más serios que fueron
perdiendo interés a medida que las explicaciones se volvían más disparatadas, quedando al final tan
Dentro de la casa las cosas no estaban mucho mejor. Silvia se acercó a su hermano, la
arqueóloga estaba cada vez más angustiada por el cariz que tomaban los acontecimientos, la noche
anterior después de contemplar con estupefacción los efectos del herbicida decidió irse a un hotel a
descansar, en parte para alejarse de las preocupaciones, en parte porque no aguantaba el papel
—El joven que ha venido con los ufólogos es el que construyó el prototipo con Jacinto, es
posible que él conozca la contraseña para ponerlo en marcha, pero eso implicaría revelar que lo
—A estas alturas me tiene sin cuidado que se entere, eso sin contar que tenemos aquí al
Abundio tocándonos las pelotas, cuando sepa que existe un aparato capaz de encontrar el dinero
—Deni tiene una relación muy estrecha con Jacinto, no será fácil convencerle de que nos lo
hemos llevado prestado y que lo pensábamos devolver, pero supongo que tendrá un precio, no parece
—Genial, a este paso no nos va a sobrar a ninguno —sentenció Agustín que no paraba de
Silvia fue hacia el rincón donde sesteaba Deni intentando paliar los efectos del madrugón,
aprovechó la aparente calma después de que todos salieran a atender a los medios y se sentó junto a
él. La arqueóloga le explicó con determinación los pormenores del asunto, desde la distancia Agustín
no podía escuchar la conversación, pero a juzgar por los gestos del muchacho su reacción pasó de la
—Tres mil euros —anunció—. En cuanto se vayan los periodistas y esto se calme un poco
vamos al cobertizo, tú encárgate de tus acólitos, Amador y los otros van a estar muy ocupados
tomando muestras del herbicida, en cuanto al dueño de la finca habrá que ponerle al corriente de
todo.
Agustín aceptó las condiciones y se fue a comprobar las evoluciones de los diferentes grupos
congregados. Los periodistas más sensatos se habían batido en retirada después de las
manifestaciones de Amador, los demás tuvieron que ser coaccionados mediante la amenaza de soltar
a los perros que aunque famélicos, podían resultar intimidadores si llegaba el caso.
A sus seguidores los mandó a recoger tomates, con la recomendación expresa de que no se
los comieran hasta determinar la causa de su fulgor. Una vez alcanzada cierta normalidad se
metieron sigilosamente en el cobertizo para intentar por segunda vez que el aparato funcionara. Deni
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realizó las operaciones oportunas con mayor celeridad y maestría que anteriormente lo hiciera Silvia
Agustín lanzó algunas maldiciones para terminar cayendo abatido sobre un saco de pienso
para gallinas, Deni con cara de circunstancia apuntó una posibilidad aludiendo a los conocimientos
de Germán en el campo de las aplicaciones tecnológicas, la idea no fue acogida con entusiasmo por
los hermanos que veían otro desembolso en ciernes, pero acabaron aceptando ante las nulas
—Veamos qué tenemos aquí —dijo Germán una vez puesto al corriente, no le interesaban las
razones de unos y de otros, sus motivos eran simples, le fascinaba el prototipo y todo lo relativo a él.
—Este tío es realmente bueno —comentó sin girarse, inmerso ya en los datos que aparecían
en la pantalla—. Me temo que encontrar la entrada me va a llevar bastante tiempo —les miró de
soslayo y con un escueto, trabajo solo, y un movimiento con la mano apuntando hacia la puerta dio a
entender que salieran para no ser molestado. Agustín estuvo a punto de protestar, pero al final se
resignó y dejó al hacker haciendo lo que mejor sabía hacer. Se disponían a salir del cobertizo cuando
en la puerta apoyado sobre el bastidor se encontraron a Abundio, que por su expresión parecía llevar
Han sido necesarias muchas y profundas explicaciones para que acepte la actual situación.
Dejar el prototipo, motivo de tantos desvelos, en manos de un tipo que cree en platillos volantes me
parece un desatino, el que sea un experto en el campo del intrusismo informático, hecho punible y
judicialmente perseguido, no hace sino aumentar mis recelos, pero he de reconocer no obstante que
en este momento el fulano en cuestión nos puede ser muy útil, así pues le dejaremos trabajar si es
Salimos uno por uno del cobertizo, un cuartucho de madera sin apenas ventilación con olor a
humedad y a orines de roedor, que el de los pantalones apretados aguante aquí sin marearse no me
sorprende, él mismo desprende un olor similar. Yo por mi parte necesito un aire menos viciado para
respirar, a los otros la idea les parece igualmente plausible por lo que abandonamos el lugar en busca
de otro más confortable donde poder seguir cavilando sobre el tema que nos ocupa.
Volvemos a la casa, cómoda y restaurada con gusto como ya pude apreciar en mi anterior
visita. Una mujer, a la que todos llaman la inglesa, amablemente nos sirve unas humeantes y
dulzonas tazas de rooibos en un juego de porcelana fina que según nos cuenta ella misma aportó
intentamos dejar algunas cosas claras. Para empezar expreso mi descontento al comprobar lo mucho
que ha aumentado el grupo. En un principio ya me parecía excesivo compartir sociedad con el de las
rastas, que ahora estén involucrados los ufólogos y la hermana me parece un despropósito que no
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puedo dejar de comentar. Agustín me aclara apartándonos ligeramente del resto, que en realidad sólo
su hermana está en el ajo, los ufólogos no saben nada y únicamente han ofrecido una pequeña
cantidad al tal Deni, que por cierto no ha abierto la boca en todo el tiempo, lo que me hace dudar si
es de naturaleza callada o algo corto de luces. Todo esto me lo comenta bajando ostensiblemente la
voz para que el chaval no se entere, de nuevo me coge del brazo para decírmelo, gesto que además
de no gustarme en absoluto hace que derrame un poco del preciado néctar sobre el sofá, o el tatami o
Hecha esta aclaración y dejando a un lado las tazas, seguimos con el problema que por ahora
nos atañe, el huerto. Agustín me pregunta si he localizado a don Veneroso, al que se refiere como el
viejo incompetente, aun compartiendo yo mismo este punto de vista, me abstengo de descalificarle
públicamente no por respeto a sus canas, que me dan igual, si no porque sometido a un riguroso
control todavía puede sernos útil. Le digo que más tarde le llamaré, no me parece necesario explicar
que prefiero esperar a las seis de la tarde para que la llamada se encuentre en horario de tarifa plana,
Por la puerta aparece el gordo, al que todos llaman Germán, porque será ése su nombre. Al
tratarse de una puerta de doble hoja partida al centro horizontalmente, éste sólo abre la parte de
arriba dejando los pestillos echados en la de abajo, de manera que la parte fija le sirve para apoyarse
con galbana como si de la barra de un bar se tratara. Nos dice que tiene hambre y que cuándo se
come, la pregunta no me parece fuera de lugar si tenemos en cuenta que el sol se sitúa en su punto
más alto y que dejando al margen los diferentes usos horarios hace horas que amaneció, sea la hora
que sea. El gordo nos pide pizza y añade que con mucho queso, Agustín le pregunta si ha conseguido
algo, el gordo contesta que si cree que es tan fácil que lo haga él mismo, por lo que entendemos que
no ha conseguido nada. Tras dar las órdenes oportunas a uno de los que se afanan en la cocina pide
El cocinero pregunta de qué queremos las pizzas, como respuesta surgen descoordinados
varios: ¿de qué las tienes?, por lo que el Basmati levantándose de un brinco mientras desenreda sus
piernas entrelazadas se adelanta y dice malhumorado: ¡de cebolla y berenjena para todos, esto no es
un restaurante!, el gordo vuelve a insistir que con mucho queso y añade que le lleven un vinito, que
si puede ser en copa de cristal y que va a seguir con lo suyo. Como nadie objeta nada damos por
tomada la comanda.
En eso estábamos cuando entraron los que faltaban, el gabacho y el tipo grande de los tics.
Sin mediar palabra se dirigen a la cocina en donde ya se empieza a oler a cebolla fresca recién
picada, al salir con las manos húmedas deducimos que se las han lavado y también que no se las han
secado, el Basmati comenta visiblemente molesto que para lavarse las manos está el baño, después
de algunas sacudidas para librarse del líquido elemento el más alto afirma categóricamente que lo
que impregna las plantas es una porquería con un punto de viscosidad más parecido a un ectoplasma
que al combustible utilizado por los mintakianos, que ellos después de analizar varias muestras
consideran todo aquello un fraude puesto que como todo el mundo sabe eso de los ectoplasmas es un
cuento chino y los parapsicólogos, oportunistas y mendaces y que tendrían que estar encerrados por
estudiar fenómenos carentes de toda base científica, y apostilla: no como nosotros que somos gente
seria. Insiste en que nos han tomado el pelo y que de dónde hemos sacado que allí se ha producido
un “encuentro”. Antes de que pueda salir de mi asombro, no porque no comparta parte de sus
Como nadie quiere decir dónde está, o más concretamente, qué está haciendo, recibe la
callada por respuesta. Cualquier otro hubiera repetido la pregunta, quizá con mayor empeño en la
vocalización, máxime tratándose de alguien que aunque con corrección lingüística habla un poco
raro, pero él ajeno a todo y sin ningún atisbo de susceptibilidad parece darse por satisfecho. Se gira,
mira hacia la cocina visible desde esta estancia y se dirige al lugar donde está la inglesa, que acaba
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de entrar cargada con unos troncos cortados en trozos de parecido tamaño y que deben tener como
fin último el proporcionar al horno la temperatura adecuada para la correcta cocción de las pizzas.
habitual aspereza. Desde mi posición puedo ver cómo recogiéndolos del suelo le alcanza algunos de
los trozos ya dispuestos. La pareja, cuya edad no debe distar demasiado la una de la otra, se entrega
en animada charla a la labor de encender el horno, por el momento nos hemos librado de preguntas
inoportunas, es cierto que aquello no dura mucho porque el tipo grande después de mirar varias
—Germán no está.
El otro no sólo se conforma, para sorpresa de todos y con un discreto, bien, da por zanjada la
—¿Basmati?
Él se presenta a sí mismo como Amador, Amador Mostacho le dice tendiéndole una tarjeta de
visita, le dice también que se ha dado cuenta por su forma de sentarse que sin duda practica yoga,
después de decir el otro que sí, el tal Amador le dice que él también, que su nombre adoptado es una
deidad del hinduismo llamado Ganesha, pero que habitualmente no lo usa ya que alguien como él,
vinculado estrechamente a la Ciencia, tiene que dar una imagen de seriedad, que lo de Ganesha es
cosa de su mujer, profesora de yoga y directora de un centro en la capital que no puede dejar de
visitar y le da otra tarjeta esta vez del mencionado centro de yoga. Sigue con la arenga ya convertida
en tabarra y a pesar del nulo interés que despiertan en mí ese tipo de alternativas por más sanas que
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puedan resultar, admito que empieza a ser entretenido a falta de otro pasatiempo más afín a mis
preferencias. Me entero por ejemplo que el tal Ganesha es un Dios con cuerpo de elefante que
responde igualmente por Ganapati, supongo que cuando se le reza, invoca u ofrece algún tipo de
sacrificio, ignoro la forma correcta de adoración que se prescribe en estos casos siendo como soy de
natural ateo en cualquiera de las modalidades reconocidas, incluyendo la que aquí se practica.
Al rato y precedido por un aroma agradable aparece el cocinero, un fulano calvo, no muy alto
con un pronunciado hoyuelo en el mentón que se aprecia gracias a un rasurado impecable. Pasamos
todos a un lateral de la sala en donde se asienta una gran mesa de madera que nos servirá para
degustar la comida, la mesa tiene buena factura y la madera parece ser noble: palosanto, según nos
ilustra el hippy.
corresponde con el estándar del mundo occidental, es mucho más baja, especialmente diseñada para
comer sentados en el suelo sobre unas esterillas, en una postura que facilita la digestión y la artritis.
Sin dar muestras de queja, ni por mi parte, ni por la del resto de comensales, nos abalanzamos sobre
unas pizzas bien horneadas que sorprendentemente están deliciosas. Como el Germán ha pedido que
le lleven la suya al cobertizo para seguir trabajando no sabemos las evoluciones de éste en la
solución del desbloqueo, hecho que nos ha concentrado aquí y que con cierto grado de relajación,
Pasadas las seis de la tarde me dispongo a llamar al químico, después de varias horas de
mi móvil, un Nokia con cámara de fotos que se incluía en la oferta y que está resultando ser práctico
y funcional.
La charla con don Veneroso, aun siendo sin coste por mi parte no se prolonga demasiado,
evito los detalles para no extenderme pues tengo el convencimiento de que el viejo no se entera de la
mitad de las cosas que le digo. Para aumentar mi desconcierto anuncia que se va a trasladar
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personalmente hasta Villanubla para comprobar in situ la naturaleza del problema, a mi petición de
traer un herbicida que funcione no pone objeción, ya que cuenta con varios en su almacén. Tengo,
eso sí, que decirle ante su insistencia que no es necesario que traiga un fertilizante por muy bueno
que sea, con el herbicida bastará. A mi pregunta de cómo piensa venir, me contesta: que en su coche,
que es un excelente conductor, que dónde he dicho que está el pueblo y que para qué quiero el
fertilizante. Algunas explicaciones después cuelgo con un más que justificado recelo.
Les anuncio la inminente llegada del químico, la primicia es acogida con desgana, no me
Las horas pasan lentamente sin que de momento haya noticias que nos hagan albergar algún
tipo de esperanza. En la espera cada uno se entretiene como puede: Amador y Agustín debaten
francés pelando la pava con la inglesa dejando de lado las históricas rencillas entre sus
correspondientes naciones. Mientras, los diferentes miembros de esta comunidad siguen entregados a
sus faenas cotidianas ajenos a nuestras idas y venidas. La hermana de Agustín está con el chaval
practicando algún tipo de juego que desde aquí no alcanzo a distinguir. Al acercarme veo con cierta
dificultad por su diseño que se trata de un ajedrez, a mi pregunta de qué clase de ajedrez es ese, me
responde el chaval que es su ajedrez, a una nueva pregunta de qué clase de figuras son esas, me
responde que los extraños muñecos que sustituyen a las habituales y reconocibles piezas del ilustre
juego son los Simpson, unos personajes televisivos de cuestionable catadura moral de los que es
ferviente admirador, al preguntar yo si sabe jugar al ajedrez, él me mira con una mezcla de insolencia
familiarizándome con las figuras de tan peculiares personajes. Al cabo de unos minutos el tal Deni
—¡Eres bueno! —le dice la chica tendiéndole la mano en un gesto tan típico como fariseo.
—¿Quieres jugar? —me pregunta de repente el chaval. No sé qué contestar, nunca he jugado
—¿Juegas o qué?
debidamente, y acepto, aunque temiendo la incomodidad de su mirada y de mi espalda por tener que
jugar sentado en el suelo, ¿es que esta gente no conoce el uso de las sillas?
Comenzamos la partida con algún tanteo previo, el no conocernos como rivales hace que
nuestros movimientos sean comedidos. Nunca he subestimado a las máquinas como rivales, del
mismo modo no lo hago con quien se sienta ahora frente a mí por más que su aspecto no me
intimide.
Escojo la apertura Reti, el ataque indio de rey en su variante francesa, eso me sirve para
comprobar, viendo su defensa, que el tal Deni sabe moverlas. Muevo caballo a f3 a lo que él
responde con su peón a d5, yo peón g3 y él a c5, mi alfil a g2 para mover él su caballo a c6; me
enroco, Deni responde con peón a e6, de d3 él pasa a caballo f6, yo muevo el caballo, responde con
alfil, yo peón, se enroca, mi torre se mueve hasta e1. En ese punto nos miramos y aunque procuro
evitar sus ojos me parece ver un brillo que no presagia nada bueno. Sabe jugar, pienso con una
miedo a la derrota me sube por la garganta en forma de reflujo gástrico. Necesito concentrarme, no
sólo por enfrentarme a un oponente cualificado, para mi asombro, también necesito acostumbrarme a
estas figuras: el caballo es un payaso embutido en un flotador con cabeza de équido y el rey un tipo
barrigón llamado Homer que porta una cerveza en la mano. Es cierto que a lo largo de la historia las
figuras han sufrido cambios importantes, sin ir más lejos el alfil fue originalmente un elefante, pero
Pasan los minutos con presteza, las jugadas se suceden con un ritmo casi vertiginoso, la
partida parece estar predispuesta a dilatarse en el tiempo cuando de forma inesperada irrumpe el
Germán anunciando lo que todos estamos esperando (ya sé que es contradictorio que algo que
—¡Estoy dentro! —dice retirándose las gruesas gafas para poder frotarse los ojillos, agotados
por la reacción que puede tener el recién llegado al que suponemos algo molesto, por lo del robo y
todo eso.
—¿Pero cómo se ha enterado este tío de dónde estamos? —pregunta Agustín tan inquieto
—Le he avisado yo —todos nos giramos hacia Deni que sin inmutarse continúa:
ocurren otros adjetivos que me callo por el reciente e inesperado respeto que su juego me produce.
El sonido del vehículo aparcando se oye duplicado por otro que se acerca en ese momento.
—Creo que ya estamos todos —digo muy bajito porque no espero contestación.
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Desde hacía varias horas todos esperaban pacientemente una resolución por parte de Germán,
cuando por fin logró desbloquear el ELME, su alegría, que apenas duró unos minutos, mudó en
incertidumbre al aparecer en escena el enorme todoterreno del inventor. Jacinto Víguenot se bajó del
coche con cara de circunstancia, la que había, tirando a mala. Aunque no tenía todos los datos, Deni
le había adelantado lo suficiente como para sentirse traicionado, esperó de pie junto a los
rododendros y poco a poco los de dentro fueron asomando. El primero en salir fue Abundio que se
dirigió a él decidido y serio, en parte por la situación, en parte por tener que abandonar la partida de
ajedrez sin concluirla, no le gustaba dejar esas cosas a medias, ni siquiera jugando contra otra
persona, que a pesar de ser novedoso no estaba resultando tan malo como pudiera haber pensado en
un principio. Saludó con corrección y después de comentarle lo bien que iba el trámite de su patente
se excusó porque tenía que atender a don Veneroso que aparcaba en ese mismo momento y cuya
Los demás salieron a continuación, con la excepción de Marcel que ocupado en otros
menesteres no se enteró de la reciente visita. Amador se mostró como si no hubiera pasado nada, en
realidad él pensaba que no había pasado nada, por lo que su reacción fue de sorpresa por lo
imprevisto de la visita, Germán por su parte no sabía muy bien que decir así que improvisó.
puta contraseña, he tenido que recurrir a todo lo que tenía, te lo juro, tío. Bueno y ¿para qué has
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venido exactamente? —formuló la pregunta sabedor de lo estúpida que resultaba, por lo que no
esperó respuesta. Como efectivamente no contestó, dio por bueno su silencio y se retiró dejando paso
a Deni que le saludó con un sucinto: hola, al tiempo que apoyaba su mano en el hombro, un gesto de
complicidad que Jacinto le devolvió sin decir nada, tan sólo un leve movimiento de cabeza
En último lugar salió Silvia, de los demás no se supo nada, sobre todo de Agustín que se
quitó de en medio hasta que las cosas se calmaran un poco, a fin de cuentas él era el autor material
del robo y su historial delictivo no le permitía muchas alegrías. Silvia se acercó con la boca seca y
—Lo siento muchísimo, no espero que me perdones, pero al menos déjame que te lo
explique.
—No creo que haya nada que explicar —dijo él mirando hacia el huerto, algo extrañado ya
que a pesar del inminente ocaso le pareció ver que las plantas brillaban.
—Ya sé que todo esto es muy raro, pero necesito explicártelo, después si no quieres volver a
hablarme lo entenderé.
—Di lo que tengas que decir —terminó diciendo claramente afectado y entregado al
melodrama.
discreción, Jacinto se dejó arrastrar con la sumisión propia del derrotado, así se sentía. Desde fuera
—En serio tío, muy bueno, cuando quieras te puedo explicar un par de truquitos de mi
cosecha —como seguía sin contestarle se encogió de hombros y se fue en busca de Marcel, no había
En uno de los dormitorios de la casa que se utilizaban para alojar a los clientes del revirding,
decorados con sobriedad pero no exentos de gusto, Silvia encontró la privacidad que buscaba. No
sabía por dónde empezar, notaba que su amigo estaba más que enfadado, decepcionado. Si ya se
sentía fatal su sentimiento de culpa no hacía sino aumentar. Se armó de valor y empezó desde el
principio, le contó la relación que tenía con su hermano y todo el follón que se estaba montando con
el asunto del dinero, le habló de sus propios problemas, y aunque no pretendía justificarlos
aprovechó para utilizar unos argumentos que siempre había rechazado, lo difícil que resultaba para
una mujer triunfar en su trabajo y todo lo concerniente a las desigualdades que ella misma no
compartía en la mayoría de los casos, sobre todo cuando hablaba con otras mujeres sobre el tema.
Siempre se había considerado una luchadora y odiaba entrar en valoraciones sexistas. Estuvo más de
una hora hablando, en todo ese tiempo Jacinto no dijo ni una palabra, se limitó a escuchar
pacientemente sin ocultar su mirada, ella la sostenía durante unos segundos para luego seguir con el
soliloquio, bajando la cabeza o mirando hacía la ventana, viendo como la noche avanzaba y un
rápido de lo calculado.
—¿Cómo está, don Veneroso? —le digo educadamente al bajar éste de la furgoneta, una
Berlingo blanca con el logotipo de su empresa y más abollones de los que se pueden reparar—. No le
—Vera usted, yo en casa ya no pinto nada así que he cogido unas mudas y me he venido para
acá, total por unos días no creo que me hundan el negocio —mientras hablo con el viejo puedo ver
como se acerca Agustín saliendo a hurtadillas de la parte trasera de la casa. Cuando llega a nuestra
—Don Veneroso, este es Agustín Cifuentes, encargado del huerto que hemos utilizado para
las pruebas de control de calidad y cuyos resultados ya le he adelantado a usted por teléfono.
confianza y menos aún para una persona que ya calza una edad. Por su parte Agustín le mira de
—Veamos esas plantas, no puede ser que no se hayan secado ya. ¿Dónde está el huerto? —le
digo que lo tiene justo detrás de la casa, se gira y dando pasitos cortos, supongo que no los puede dar
—Pues yo creo que sí veremos algo, está muy bien iluminado —le contesta el hippy con una
Nos plantamos en el huerto en pocos segundos puesto que apenas nos separan unos metros.
La iluminación empieza a ser notoria, a medida que el sol se hunde en el horizonte y la oscuridad
Esto, que hubiese sido para muchos motivo de conmiseración y que, debidamente adornado
con una oportuna aparición virginal podría haber provocado peregrinaciones masivas de marianistas
ávidos por postrarse de hinojos como muestra de devoción, es para nuestra causa una contrariedad
que queremos evitar a toda costa. Don Veneroso insiste en verlo para buscar una explicación a
semejante fenómeno, le dejamos hacer con la convicción de que aquello no tiene remedio. A no ser
que viene a ser lo mismo. El abuelo se mete entre unas matas, de tomates según me explica el
cocinero que también anda por allí y que teme por la integridad del químico, por ser aquello con
seguridad tóxico y por lo chiquitillo que se ve al hombre, que apenas sobresale de entre las plantas
más altas. De ahí pasa a las de calabacines, estas bien visibles ya que siendo como son rastreras sus
frutos, aunque algo mermados por lo avanzado de la temporada, se distinguen con facilidad de otros
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productos hortícolas, aquí don Veneroso se mueve con mayor soltura examinando con ojos expertos
Después de un rato toqueteándolo todo lanza su veredicto, categórico, como no puede ser de
—No tengo ni idea de lo que ha pasado —dice, y añade—, ¿Han notado ustedes esta baba
viscosa?
—Pues sí, pero aparte de que brillen como el “alumbrao” de la feria de Sevilla y de que
tengan esa porquería, que por cierto no para de crecer, no, no hemos notado nada raro —el sarcasmo
sin ser malo resulta excesivo y fuera de lugar, así se lo hago notar al hippy que muestra signos
evidentes de nerviosismo, le sugiero que me deje hacer ya que la experiencia acumulada en años de
tratar a personas como don Veneroso no es baladí ni cosa de echar en balde. Como es tarde y, —
habrá que cenar— le digo dejando caer el comentario, se va de mala gana a preparar algo con el
cocinero, el tipo del rasurado perfecto que resulta ser un cirujano plástico de León que harto de ganar
dinero se ha retirado aquí con su familia para vivir en comunión con la naturaleza, al margen de
maestro.
Al quedarme solo con don Veneroso le explico lo mucho que agradecemos su colaboración.
Le digo también que como andamos un poco apurados de tiempo nos sería de gran ayuda que
acabara de una vez y de forma expedita con las plantas, usando algún producto destinado a tal fin, no
importa que no sea de su invención, incluso le recalco que quizá es mejor que no lo sea. Me dice que
tiene en la furgoneta un herbicida muy potente que lleva años vendiéndose muy bien sin queja alguna
por parte de los que lo han utilizado y añade excusándose que es posible que cometiera algún error
en la fórmula del primero, le digo que sí, que es posible, él dice que procurará revisar la
composición, le digo que la revise y por fin me dice que tiene que ir al baño y ahí, ya no le digo
nada.
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Como es tarde decidimos dejar la nueva fumigación para el día siguiente, la excusa es que
estamos nerviosos y cansados, ha sido una jornada muy larga. Lo más fácil habría sido decir que lo
dejábamos por falta de luz, pero seguramente y tal como están los ánimos se habría malinterpretado.
Silvia terminó su relato, por un momento ambos permanecieron en silencio, roto tan sólo por
el sonido de los grillos que a esa hora empezaba a ser considerable y molesto. Al cabo de un rato
Jacinto se puso en pie, se asomó a la ventana y le dijo sin volverse que había perdido todo su interés
en el prototipo, en realidad su único interés radicaba en utilizarlo como pretexto para acercarse a ella,
de alguna manera y de una forma no premeditada se estaba declarando, aquello no suponía una
sorpresa para Silvia, que algo sospechaba, pero no pensaba que el tímido inventor llegara a decir
nada y menos en esas circunstancias, ahora, era ella la que permanecía en silencio mientras él
hablaba.
—A pesar de todo reconozco que he llegado a entusiasmarme con el invento, cómo se ha ido
desarrollando, cómo se iban solucionando los problemas según surgían, durante todo el proceso de
fabricación pensaba en la reacción que tendrías al verlo funcionar —las pausas se prolongaban, como
si no encontrara las palabras adecuadas o estas se resistieran a salir de su boca. Jacinto se armó de
valor y concluyó:
—El prototipo es tuyo, siempre lo ha sido, puedes hacer con él lo que quieras, si os ayuda a
conseguir lo que estáis buscando de alguna manera habré logrado mi objetivo —ahora Silvia sí que
estaba estaba sorprendida, tan sorprendida como conmovida, su amigo además de ser un caballero
demostraba tener unos sentimientos muy fuertes hacia ella. En ese momento se dio cuenta de sus
propios sentimientos y tuvo miedo de perderlo, incluso le pareció realmente atractivo con ese brillo
verde azulado reflejándose en su pelo, había cometido un error, pero aún podía solucionarlo así que
empleó todo su talento en convencerlo para que dejara a un lado su corrección y se uniera a ellos en
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la búsqueda del dinero. Compartiría su parte con él y así costearía el ELME, aunque empezaba a
haber mucha gente en ese asunto todavía quedaría un buen pellizco para sus excavaciones, además
Jacinto miró por la ventana y bajo la tenue luz que arrojaba el huerto vio al hombre de la
oficina de patentes con el anciano bajito, se preguntaba que haría él allí y qué relación tendría con
toda esta gente, tenía muchas preguntas sin respuesta, tenía de nuevo el prototipo y un lugar donde
probarlo en condiciones de mayor exigencia que en la primera ocasión y además, tenía a la chica.
Oyó algunos ruidos provenientes de la casa, por lo avanzado de la hora supuso que todo el mundo
Con las primeras luces del orto empezaron a deambular por la finca algunos miembros de la
comunidad, a esa hora la persistente niebla se pegaba a la tierra como un manto algodonoso hasta
que el calor del sol era capaz de disolverla. Los valores inculcados por Agustín en todo lo
concerniente al trabajo y a las prácticas saludables eran acogidas por ellos con entusiasmo, el hecho
de que el propio Agustín no les acompañara en los madrugones estaba relacionado, según les
aseguraba, con sus propias meditaciones, que realizaba en la intimidad de su alcoba, en la cama y
La actividad matutina se centró en repetir la fumigación con la esperanza de que esta vez
fuera definitiva, con el nuevo herbicida dispuesto por don Veneroso se pusieron manos a la obra. Si
en la primera ocasión Agustín tuvo que recurrir al embuste para que la actividad no resultara
sospechosa, ahora todos estaban de acuerdo en acabar con unas plantas tan fosforitas como
insalubres.
Los primeros visitantes en levantarse fueron los que pernoctaban en la autocaravana, más por
el hacinamiento y sus consecuencias que por el hábito de madrugar. Al salir del vehículo se
encontraron a los hippies en plena exterminación. Tras los bostezos y estiramientos de rigor, Amador
y Deni se encaminaron al edificio principal para entregarse a su aseo personal, Marcel prefería
hacerlo en el minúsculo cuarto de baño de su casa rodante, de manera que en cuanto se levantó inició
el ritual diario de ducharse con agua fría, una costumbre adquirida desde sus tiempos en Argelia. Era
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una actividad que realizaba con gusto, porque era más sano y por carecer de agua caliente en la
autocaravana. Germán que tratándose de higiene era reticente al abuso, se quedó remoloneando un
poco más en la cama arrullado por el sonido del agua y los resoplidos entrecortados del viejo.
Para cuando se levantaron los demás el huerto estaba debidamente fumigado, don Veneroso
les advirtió que ese herbicida era potente, pero sensiblemente más lento, así que para proceder al
arrancado de las plantas habría que esperar unos días, tres o cuatro, dijo sin poder precisarlo con más
exactitud. En vista del obligado receso Jacinto y Silvia decidieron regresar a Madrid para dejar
algunos asuntos resueltos, parecían haber dirimido sus diferencias y un transformado Jacinto
prometió volver. En su promesa iba implícito su deseo de ayudar en la búsqueda del botín, por
agradar a Silvia, por el morbo que suponía buscar un tesoro enterrado y porque no pensaba dejar el
Por su parte los ufólogos lejos de angustiarse por el fiasco de la luminiscencia pusieron
rumbo a Sierra Nevada para aprovechar la altitud del Veleta, una montaña con acceso por carretera
que les serviría de observatorio improvisado para captar ondas de radio de procedencia extraterrestre,
no era la primera vez que acudían a esa cita en las alturas y a pesar de no haber recibido nunca el más
mínimo indicio de lo que buscaban, el fracaso no parecía minar su ánimo, así que prepararon el viaje
con aparente entusiasmo, con la excepción de Deni que le parecía una pérdida de tiempo y puestos a
no hacer nada hubiese preferido quedarse en su casa. También prometieron volver en unos días, ante
el estupor de Agustín que interpretó aquello más que como promesa, como amenaza.
Al parecer una buena parte de los aquí presentes tiene la intención de ausentarse, no es que
me importe, en todo caso me aflige saber que piensan volver. Esta adversidad no incluye al señor
Víguenot, su presencia se hace indispensable ya que después de lo visto las probabilidades de poner
en marcha el invento sin su ayuda se me antojan nulas. Por azares del destino mis maquinaciones se
están viendo cumplidas, tengo invento e inventor en el lugar de los hechos y dispuesto a colaborar en
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la prospección, tan sólo debo admitir el hecho de tener una multitud involucrada en algo que en un
principio tenía que desarrollarse en la más absoluta soledad, una contrariedad que confío poder
solventar.
Aprovechando las ausencias me reúno con el hippy para tratar asuntos que nos conciernen a
ambos. Al estar éstos en el ámbito de lo ilegal es necesario actuar con la máxima cautela. Habida
cuenta de que sus incondicionales, aunque ensimismados en los quehaceres diarios, pueden suponer
un problema, nos reunimos en el cuartucho maloliente donde se guarda el invento. Otro que se ha
quedado es don Veneroso, que insiste en hacer un seguimiento de su producto (el nuevo). Como es
hombre de edad avanzada y sospecho que los años de inhalar productos químicos le han dejado las
neuronas algo maltrechas, le he convencido para que colabore en el negocio de la coca asegurándole
que se trata de un proyecto relacionado con la industria farmacéutica. Convencer al hippy será otro
tema, aunque su delicada situación no invita al optimismo y no creo que ponga objeciones.
—¡Tú estás loco! —me dice dándome a entender que la idea no le acaba de convencer—. El
abuelo cortando la coca y luego qué, ¿se la damos a los hijos del cocinero para que la distribuyan?
Aunque debo reconocer la facilidad que tiene el hippy para la ironía procuro desdeñarla sin
más.
—Don Veneroso es perfecto si lo piensas con calma, tenemos que ser objetivos. El hombre
quiere ayudar, sus conocimientos en química, aun estando mermados por la senectud, son suficientes
Tras variados y contundentes argumentos necesarios para convencerlo, al final accede, mis
años de vendedor de seguros me siguen dando fruto después de todo, del mismo modo que uno no se
Una vez convencido vamos en busca del abuelo, sin demoras puesto que el tiempo apremia,
ignoro cuanto tiempo se necesita para preparar los paquetes, pero al menos dejaremos dispuesto todo
—¿Dónde vamos a cocinarla? —la pregunta nos sorprende un poco, no por no tener lógica
que la tiene, sino por el hecho de manejarse el abuelo en términos tan afines al mundo del hampa.
—Pues una de las casas abandonadas sería perfecta, está deteriorada pero conserva puertas y
ventanas con cerrojos y pestillos, ocasionalmente la utilizamos de almacén —contesta el otro con
—Pues venga, se montan unas mesas y unos ventiladores que yo voy a preparar una lista con
—Está enterrada. Puedo sacarla en un par de horas —le responde el hippy sin salir de su
asombro, yo mismo no entiendo la soltura que tiene este hombre en un tema que doy por supuesto es
Don Veneroso le da las últimas instrucciones con el aplomo del que está de vuelta de todo,
como digo, ignoro de donde ha sacado el abuelo este temple, pero lejos de hacerle ascos creo que
resulta providencial en un negocio que requiere la aportación de un químico, sea octogenario o no.
En cualquier caso y teniendo en cuenta sus antecedentes, es de obligada responsabilidad por mi parte
controlar las evoluciones del proceso, evoluciones que desconozco por no ser yo ducho en esta
materia, pero después de un herbicida que estimula la bioluminiscencia sería cuanto menos
inadecuado suministrar unas papelinas que dejen un rastro de narices fosforescentes, por muy
Llegados a este punto tengo a todo el mundo ocupado en los más diversos preparativos.
Teniendo en cuenta que estoy de vacaciones y con unos días de asueto por delante, me voy, no se
trata de una ausencia prolongada, ni mucho menos definitiva. He pasado muchos años viendo
documentales que han despertado en mí un creciente interés por la ornitología, viviendo en una gran
ciudad los únicos miembros de la avifauna que puedo ver suelen estar enjaulados, con la excepción
de las palomas que por avatares del destino lejos de disfrutar sufro como la mayoría de los
ciudadanos. Salvo un grupo de desalmados que ceban impunemente a tan indignos pájaros a base de
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pan, pipas y alpistes varios, los demás mandaríamos a esas ratas voladoras al infierno. Bien
alimentados esos bichos se reproducen a sus anchas tapizando la ciudad con sus excrementos. Un
abonado que, con la excepción de algunos tiestos de geranios beneficiados por este hecho, resulta
completamente inútil.
Dejando a un lado los molestos columbidos urbanitas, en las Tablas de Daimiel, humedal no
muy distante de aquí, se puede hacer un avistamiento de aves de las más diversas especies. Como no
tengo nada mejor que hacer y las aves acuáticas son de naturaleza esquiva, su observación requiere
de la máxima discreción, por lo que me parece un pasatiempo muy acorde con mis preferencias, al
menos antes lo era. Unos días dedicado a estos menesteres pueden suponerme un ahorro considerable
en el consumo de antiácidos, que en los últimos días devoro con avidez. A mi regreso espero
encontrar todo en condiciones para abordar esta empresa con un mínimo de garantías.
La vieja casa escogida para la transformación de la droga formaba parte de lo que un día fue
el pueblo de Villanubla, antes de que quedara abandonado como otros pueblos de la zona por sus
habitantes, que poco a poco fueron engrosando las listas de obituarios sin mostrar sus herederos
interés alguno por una villa, que además de nubla era del pedregoso. Al abandono de los escasos
vecinos le siguió el asentamiento de Agustín y los suyos que habilitaron algunas casas para
provenientes de las ruinas para otros menesteres. La casa que les iba a servir de improvisada y
clandestina “cocina” aguantó con entereza la ruina por estar al parecer muy bien construida, aunque
no se rehabilitó en su día como vivienda por su alejamiento del núcleo principal. Este hándicap era
ahora ventaja así que su elección resultaba lógica, también influyó el hecho de no tener otro sitio
donde hacerlo.
Agustín organizó todo para la transformación de la droga, mandó limpiar y ordenar la vieja
casa y dispuso unos tableros sobre caballetes a modo de mesas. En eso estaba cuando apareció don
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Veneroso con su andar de paticorto y su expresiva cordialidad, después de saludar le tendió un papel
con la lista de productos necesarios según su criterio para la elaboración del polvo. Miraba a su
alrededor haciendo gestos de aprobación sobre el lugar escogido, techos altos perfectos para
contribuir a la disipación de posibles gases, ventanas para la ventilación; la casa era además fresca
para mitigar el aumento de temperatura que se deriva de la mezcla de ciertos ingredientes. Recorrió
con calma los apenas cincuenta metros cuadrados de la casa distribuidos en dos espacios,
originalmente tenía más, pero se derribaron los tabiques divisorios para darle un uso más apropiado
como almacén. Cuando el químico terminó la inspección y regresó junto a Agustín éste ya había
leído la lista. Repitió todo delante de él para que le corroborase lo que estaba apuntado, en parte por
no entender muy bien su letra, en parte porque seguía sin fiarse demasiado del criterio de una
persona de esa edad y condición, aunque en el fondo él mismo era un chico de clase media con buena
educación, en ese momento hubiera preferido codearse con alguien de contrastado historial delictivo.
—Acetona, éter, ácido clorhídrico, amoníaco —hizo una pausa para descifrar las siguientes
palabras alternando su mirada entre el papel y la cara de don Veneroso que no perdía su sonrisa
mientras asentía con cada ingrediente repetido—, telas de urdimbre media para colar la mezcla,
permanganato de potasio, pantalla de gas —se paró y en seguida le aclaró el viejo que para el secado,
—Una prensa si piensas hacer paquetes para soltar el jaco al por mayor, si lo que piensas es
sacar papelinas en pequeñas dosis habrá que cortarla más —le aclaró resuelto para seguir—, se puede
cortar con otros polvos inocuos, pero sinceramente no te compliques la vida, la maizena no da sabor,
—Cortarla mucho es más trabajo, pero se le saca mucho más rendimiento. En papelinas de un
gramo la mezcla se puede hacer al treinta y cinco por cien y no se entera nadie. ¿De qué cantidad
—O sea, cinco kilos de pasta base que una vez procesada se quedará en…más el corte en
papelinas… —don Veneroso fue haciendo cuentas mentalmente mientras hablaba para al final
concluir—. No quiero precipitarme pero estamos hablando de por lo menos quince kilos, kilo arriba
kilo abajo.
Agustín se quedó con la boca abierta hasta que pudo reaccionar, si ya pensaba que cinco kilos
era una locura que quería ocultar a toda costa por las consecuencias que le podía acarrear, ahora se
encontraba con una cantidad potencialmente disparatada, definitivamente si no le mataban los rusos
acabaría en el trullo para el resto de su vida. Estuvo tentado de olvidarse de todo, dejar la coca
enterrada y centrarse sólo en el dinero de Abundio, pero los últimos acontecimientos le colocaban en
una difícil tesitura, por un lado la fortuna que buscaban empezaba a estar muy repartida, eso
suponiendo que acabaran encontrándola. La cantidad que se podía sacar con la droga era muy
superior a lo que había calculado inicialmente y su ambición resultaba mayor que su cobardía,
además su situación económica empezaba a ser desesperada, desde hacía unos meses estaba
totalmente arruinado, ni siquiera su hermana conocía los detalles. Todas las aportaciones que habían
hecho los diferentes miembros de su comunidad y que supuestamente él guardaba celosamente para
objetivos altruistas, acabaron convertidas en sellos con la promesa expresa por parte de la filatélica
de triplicar el capital en poco tiempo, lo que le reportaría el beneficio suficiente como para asegurar
su retiro, y no espiritual precisamente. El tema de los sellos resultó ser un timo que más que
salpicarle le pilló de lleno, no sólo perdió todo el dinero de sus acólitos, perdió también su propio
dinero procedente de una pequeña herencia familiar. Resultaba evidente que la fortuna le era esquiva,
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cuanto más cerca estaba de conseguir algo más pronto recibía un revés que le dejaba en una situación
peor a la inicial.
—¿Dónde están las chicas para el trabajo? —preguntó don Veneroso algo más colorado de lo
normal.
28. El regreso.
Un par de días no es mucho, pero sí suficiente para devolver a mis ácidos gástricos la
normalidad que se espera de ellos. La convivencia con somormujos, zampullines, garzas y martinetes
incluso siendo pasiva me conforta, a éstos debo sumar el avistamiento a cierta distancia pero
avistamiento a fin de cuentas de: avefrías, sisones, alcaravanes, canasteras y avetorillos. Eso sin
contar, aunque los cuento, con numerosos grupos de: garcetas, ánades y patos colorados (que sirven
de emblema a este parque nacional) y creo haber visto un avetoro (botaurus stellaris) que nidifica
ocasionalmente por estos humedales y cuya visión me satisface mucho más que la de cualquier
miembro de otra especie, incluida la mía. No he podido ver, sin embargo, avutardas, fochas o
urogallos por no ser habituales de estas tierras manchegas, no importa, si lo del cambio climático
llega a lo prometido por algunos pronto veremos por aquí frailecillos, avestruces y hasta pingüinos
De regreso a Villanubla con las retinas ahítas del colorido insultante de los pájaros, me topo
saliendo de un cruce con una autocaravana que me resulta familiar, quisiera equivocarme, pero no lo
hago, el viejo enjuto que la conduce y que además me increpa no sé muy bien por qué, es sin ninguna
duda el mayor de los cazamarcianos, los otros estarán en la parte trasera cavilando algo que
irremisiblemente acabará afectándome. Procuro ignorarlos, al menos hasta llegar al pueblo del que
Como el viejo se coloca delante le dejo una distancia de seguridad más amplia que la
recomendada por el código de circulación para evitar que me llene de polvo y para no escuchar sus
dislates, que grita voz en cuello con medio cuerpo asomando fuera de la ventanilla. Del mismo modo
me parece importante tener un margen de maniobra suficiente para reaccionar a sus cabriolas al
volante, que temo en la misma medida que admiro, pues resulta insólito ver un vehículo de estas
dimensiones esquivando baches en la forma que éste lo hace. Al llegar, aparco junto a la casa, no he
terminado de bajarme del Clío cuando el viejo al que llaman Marcel me vuelve a increpar. Su
vocabulario es abundante para alguien cuya lengua vernácula es otra, su acento resulta algo
empalagoso, pero entendible, es quizá el contenido lo que no acaba de gustarme por ser
excesivamente soez. En otras circunstancias le ignoraría sin más, pero siendo yo el destinatario de
los improperios me veo obligado a escucharle. Al parecer he cometido una infracción al no cederle el
paso en el cruce por lo que según me grita, se ha visto forzado a dar un volantazo, uno más, no veo la
diferencia con los que ya daba voluntariamente. En cualquier caso y estando yo, lo reconozco,
absorto en mis cosas no puedo negar la mayor y reculo. No acostumbro a discutir sobre temas
insultos que van desde lo aceptado por la Real Academia a lo inaceptable por cualquiera que tenga
madre. Como no es mi caso lo dejo correr. Va a ser complicado que el gabacho y yo trabemos algún
tipo amistad, camaradería o vínculo si insiste en tener una actitud tan incívica.
Dejando a un lado al galo y a sus colegas me dirijo al interior de la casa para que el hippy me
ponga al día en lo que concierne al cocinado, cortado o como se diga eso que están haciendo con la
droga, un negocio que hay que llevar con la máxima discreción por ser incompatible con el orden
En la casa me encuentro con la mujer del cocinero, del cocinero de verdad, señora de muy
buen ver gracias presumiblemente a la intervención de su marido, que antes de dedicarse a levantar
masa para pizzas levantaba nalgas, bustos y papadas, contradiciendo a Newton a base de silicona. La
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señora me dice que el Basmati está en la casa que usan de almacén con el señor mayor y el resto de
los miembros de la comunidad. Al entrar en el lugar indicado me encuentro de sopetón con la inglesa
como su madre la trajo al mundo hace ya, y eso resulta evidente, muchos muchos años. Al verme el
hippy se viene hacia mí y cogiéndome del brazo, manía que sigue sin gustarme, me saca fuera con la
intención de comunicarme algo, por su brusquedad intuyo que no muy bueno. Como ya empiezo a
estar acostumbrado a los imprevistos echo mano del bote de antiácidos con la seguridad de tener que
Antes de que pueda yo pedirle una explicación por el numerito de la inglesa, me dice que ya
sabe de dónde ha sacado don Veneroso sus conocimientos en el campo de los narcóticos, como se
queda callado deduzco que espera que le pregunte qué de dónde, así que lo hago:
—Pues de las películas, el abuelete ha sacado todo lo que sabe del cine. Todo parecía dentro
de la normalidad hasta que insistió en que tenía que haber chicas manipulando la droga, le pregunté
el por qué y me dijo que el trabajo lo tienen que hacer las mujeres y además en pelotas para que no
puedan ocultar las papelinas, cuando he insistido de nuevo en el por qué, me ha salido con que eso es
así en todas las películas que ha visto, que ha visto muchas y que habrá que hacer las cosas bien.
—Y por lo demás, ¿cómo va la cosa? —le pregunto sintiendo las punzadas del reflujo
Como se va sin contestar me procuro la información por otra fuente, el propio don Veneroso
me dice que todo va bien, que conoce de sobra los productos y como mezclarlos, sólo lamenta que
las otras chicas no hayan accedido a desnudarse y no responde si luego falta alguna papelina. Se gira
sobre sus talones y vuelve dentro para seguir con el proceso, que a pesar de no ser muy complicado,
Al cumplirse el cuarto día desde la fumigación la tierra había pasado de feraz a estéril, un
campo agostado y ajado. El proceso no era necesariamente irreversible si bien es cierto que en ese
momento no estaba en el ánimo de nadie volver a plantar pimientos y borrajas en un terreno tan
vapuleado por la química. Sobre el lindero Agustín observaba las plantas lacias y menguadas, sin
indicios de vida ni de luminosidad, listas para ser arrancadas de raíz permitiendo por fin el paso de la
máquina del inventor sin la maraña de hortalizas, tan sólo los árboles frutales de cierto porte se
libraron del exterminio pudiendo, según explicó Jacinto, sortearlos fácilmente en la prospección.
coca estaba en marcha, don Veneroso controlaba la transformación de la pasta al clorhidrato con
autoridad a pesar del escaso crédito que se le otorgó inicialmente, tan sólo se vio enturbiado su buen
hacer por la intervención de Marcel, que montó en cólera al enterarse de que la inglesa se paseaba en
cueros delante de todos, cosa que hacía habitualmente, por cierto, pero que él interpretó como una
ofensa porque pensaba que entre los dos había surgido algo. Para complicar más las cosas don
Veneroso en lo del surgimiento interpretó lo mismo y de la noche a la mañana lo que surgió con la
fuerza de un geiser, fue un triangulo amoroso que la edad lejos de servir de paliativo, agudizó. El
disenso se zanjó, al menos por el momento, con los dos ancianos deambulando todo el día desnudos,
de mutuo acuerdo y para estar en igualdad de condiciones, ignorando las consecuencias más que
Sobre las ocho de la tarde el todoterreno de Jacinto apareció por detrás de la chopera, Jacinto
se bajó primero saludando con su natural corrección, por su parte Silvia al ver el huerto
desmantelado tras un duro día de trabajo arrancando matas, no pudo evitar soltar un grito de júbilo al
tiempo que se abrazaba a Agustín en un gesto que llevaba incluido el cariño y la aprobación.
Los dos hermanos tenían un carácter parecido que chocaba diametralmente con el de su
padre, don Mauro, que era todo mansedumbre. La responsable de tan atávico comportamiento era la
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madre que durante años manejó a su antojo al marido, cuando murió víctima de un colapso, los hijos
siguieron la tradición materna de controlar al bueno de don Mauro hasta que éste ya en edad
avanzada falleció también, dejándoles algo de dinero (del suyo y no mucho) y el secreto que ahora
les había llevado hasta allí, junto a un nutrido grupo de personas de desigual procedencia a la caza de
Al arrebol de las escasas nubes había que añadir el de sus mejillas que la excitación del
momento teñía confiriéndole una belleza natural que no pasaba desapercibida para Jacinto, estaba
enamorado como un colegial, su vida siempre había estado dedicada al estudio y ahora gracias a ella
descubría un mundo lleno de sorpresas, nunca se había divertido tanto y al verse involucrado en esa
especie de sainete esperpéntico en lugar de preocuparse, que hubiese sido lo normal, se animaba.
—Todo está preparado, mañana a primera hora comenzaremos la búsqueda —les anunció
Despuntando el día todos se fueron levantando con un nerviosismo similar al que siente un
niño antes de una excursión, como en la casa había espacio suficiente la opción de alojarse en un
hotel, barajada inicialmente, se descartó. Al principio Agustín protestó airadamente, pero después
consideró que por unos días más no merecía la pena discutir, después de todo Abundio era su
“socio”, Jacinto el novio de su hermana y don Veneroso el químico. Al menos el grupo de ufólogos,
de los que parecía no poder librarse, dormían en la autocaravana y se alimentaban con sus propias
existencias.
entregados al empaquetado de pequeñas dosis de cocaína mezclada con maizena. Agustín, que temía
alguna reacción contraria del grupo al realizar un trabajo tan indigno, se sorprendió viendo como
daban por bueno el argumento de que gracias a unos yupis dispuestos a meterse por la nariz esa
mierda, construirían su anhelado centro de acogida para monjes tibetanos. Por si fuera poco, el
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excirujano plástico y su mujer habían sido habituales en ese tipo de ambientes y garantizaron los
contactos entre sus antiguos parroquianos para una venta lenta pero segura de las papelinas.
Los dos abuelos insistían en la desnudez, aunque accedieron a ponerse al menos unas
zapatillas para mitigar el frio de la mañana, que subiendo por los pies podía ser fatal para su salud.
Ocupados cada cual en sus respectivas obligaciones los restantes se fueron al cobertizo para preparar
el ELME, en los días que habían pasado en Madrid Jacinto y Silvia atendieron sus asuntos personales
con la misma premura que las urgencias de la carne que en esos primeros momentos de la relación
eran tan apremiantes como reiterados. También terminaron de desarrollar el software definitivo para
que la máquina reconociera algunos materiales nuevos que no hubo tiempo de programar en un
primer momento, como ciertos tejidos y los polímeros menos utilizados. Mientras las baterías de litio
terminaban de recargarse Jacinto introdujo los nuevos datos en el disco duro ante la atenta mirada de
Germán, que insistió en estar presente aludiendo a su formación. En algún momento podía serles útil.
razonablemente despejada. Deni colaboró en el trabajo por aburrimiento más que por altruismo y
aclaró que con retirar las ramas más gruesas y de mayor altura era suficiente, dejando claro en todo
momento las virtudes de cuatro por cuatro del prototipo, una parte de su trabajo de la que se sentía
especialmente orgulloso.
Para Abundio este momento era poco menos que un sueño, después de tantos años desde la
trágica muerte de sus padres, de la sorpresa del descubrimiento revelado por el abogado, de los
intentos frustrados de encontrar el dinero y por último del plan que le había llevado de nuevo hasta
allí; y ahora, por fin podía retomar la búsqueda. Lo hacía, eso sí, con todas las complicaciones
acaecidas desde entonces en ese extraño juego en el que se habían visto envueltos todos los
Jacinto introdujo la contraseña, que había vuelto a cambiar colocando un intrincado sistema
de barreras contra el hacker, el propio Germán le felicitó dándole una palmadita en la espalda y
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asegurándole que aquello era insalvable. Desde el muro de piedra que delimitaba el huerto se tenía
una visión global de toda la superficie a cubrir, el ELME arrancó ronroneando como un gatito,
manejando el control remoto Jacinto lo condujo hasta un extremo del huerto, justo donde antes
crecían coliflores y repollos. Desde ese punto empezaría a hacer pasadas a lo ancho procurando
solapar cada una con la siguiente de manera que fuese imposible dejar un solo milímetro sin visionar,
Deni que conocía el funcionamiento a la perfección les anunció que la cosa iba para rato ya que a
pesar de poder desarrollar un velocidad considerable, era necesario hacer las pasadas lentamente para
que el sofisticado sistema pudiera leer los datos. Las pasadas se fueron sucediendo con la lentitud
anunciada, teniendo en cuenta las dimensiones del huerto podían tardar varios días en completarlo,
así que de la euforia inicial se fue pasando a la apatía y al cabo de unas horas cada uno fue buscando
entretenimientos adicionales viendo que éste resultaba un poco monótono. Agustín se fue a la casa
almacén para seguir de cerca el trabajo de don Veneroso, a pesar del nefasto comienzo tenía que
reconocer que el químico estaba haciendo un buen trabajo, de forma incompresible el cine
proporcionaba una información fiable a juzgar por los resultados que se estaban consiguiendo. Una
vez acostumbrado al nudismo del trío de mayor edad, comprobó que todos cumplían de sobra con su
cometido, incluido Marcel, que en condiciones normales no habría accedido a colaborar en algo que
no estuviera relacionado con los extraterrestres y ahora componía paquetitos con maestría con tal de
no dejar a la inglesa a solas con el químico. Por su parte Amador se volcó en la preparación de su
próximo libro aprovechando la tranquilidad del lugar, prometió dejar en el centro regentado por
Agustín un buen número de ejemplares en cuanto salieran de la imprenta. Abundio y Deni retomaron
el ajedrez superada la aversión del primero a los enfrentamientos con humanos, resultó que su nivel
era parejo, por lo que las partidas se dilataban en una apasionante lucha que no dejaba indiferentes a
ninguno de los dos y aunque se negaban a reconocerlo, disfrutaban con la misma pasión de victorias
y derrotas. Jacinto se quedó con la única compañía de Silvia, se turnaban en el manejo del ELME, la
arqueóloga aprendió a utilizarlo sin problemas dando un respiro al inventor, si bien el manejo no era
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complicado si lo era la exigencia de mantenerse atentos al monitor, con el riesgo de perder alguna de
Durante todo el día estuvo el invento en sus idas y venidas de un lado al otro del huerto,
quitando las paradas necesarias para comer y beber, los dos mantuvieron su trabajo absortos con la
conversación, en ese momento no encontraban mejor excusa para estar juntos que examinar cada
palmo de tierra. El que no hubiese aparecido nada que pudiera ser considerado sospechoso no restaba
ni un ápice el interés de Jacinto, pues con cada pasada recogía datos útiles para la configuración del
Un pilotito rojo empezó a parpadear anunciando el estado de la batería: requería una recarga
sin demora. Justo cuando Jacinto se disponía a dar la sesión por finalizada algo apareció en el
monitor.
Silvia se acercó todo lo que pudo para mirar la pantalla mientras Jacinto movía los mandos
con sumo cuidado para afinar la colocación del aparato y así recibir una visión más nítida.
—Parece un maletín —dijo Silvia sin poder ocultar un deje de entusiasmo en su voz—. Voy a
avisar a Agustín.
Al rato aparecieron todos los demás respondiendo a la llamada de la arqueóloga, que empezó
El grupo se arremolinó junto al inventor intentando asomarse lo suficiente para ver algo.
—Desde luego es un maletín… metálico, tengo que ajustar el programa para ver si hay algo
—¿Qué es eso que asoma en la parte del asa? —Preguntó Silvia que estaba pegada a la
—Espera yo también lo veo, voy a mover un poco más el ELME —con un levísimo giro en
uno de los mandos las ruedas se movieron apenas unos centímetros—, ahora está mejor, espera un
—¿Eso es lo que parece que es? —preguntaron casi al unísono todos los que alcanzaban a ver
el monitor.
Jacinto tecleó algo, esperó unos instantes bajo un tenso silencio del grupo que repentinamente
29. El muerto.
Al shock inicial le siguió un aluvión de preguntas que nadie supo responder, algunas tenían
que ver con el muerto. ¿Quién era? ¿Cómo había llegado hasta allí? Pero en seguida se pasó del
muerto al maletín.
—Que le den al muerto, ¿y el dinero, está o no está? —dijo Agustín que fue el primero en
reaccionar.
—Un momento… —Jacinto volvió a los ajustes necesarios para ver dentro del maletín y
poder contestar al interrogante, cuando los tuvo siguió hablando sin dejar de mirar la pantalla.
—Desde luego hay papeles dentro, pero por la forma y cantidad no creo que sea dinero, sólo
—Desenterrarlo.
—¡Un momento! —soltó Abundio que aún no había terciado en el asunto—, si tenemos un
muerto aquí quiere decir que en algún lugar hay un cenotafio, eso sin contar con la complicación que
supone un levantamiento de cadáver, tarea de competencia exclusiva de un juez y que nos podría
suponer una investigación con las consecuencias que eso acarrearía, definitivamente hay que
—Tienes toda la razón —intervino Deni demostrando cierta empatía con su adversario en el
ajedrez, aunque su verdadero motivo era el temor a ser él uno de los encargados de la exhumación—.
—Justo lo contrario de lo que tenemos aquí —dijo Silvia tomando la palabra—, si tenemos
un cadáver en la finca y teniendo en cuenta que porta un maletín en la mano, quiere decir que muy
antiguo no será, por lo tanto si Agustín no sabe quién es —hizo una pausa mirando a su hermano en
espera de un gesto de confirmación, en cuanto éste se produjo continuó—, entonces nos queda saber
si el señor Buendía, que a fin de cuentas es el dueño del terreno y el hijo de los qué vivieron aquí…
—Alto, alto… a ver, yo no tengo ni idea de quién está enterrado aquí y en el hipotético caso
de que mis padres tuvieran algo que ver, no sólo no es asunto mío, además me importa un carajo.
—Tranquilos señores —intentó tranquilizar los ánimos Jacinto que parecía encantado con los
acontecimientos—, es cierto que tenemos un cadáver, pero no hay por qué acusar a nadie, sin datos
fiables es imposible determinar cuánto tiempo lleva aquí, ni si lo está por algo que sea vinculable a
un hecho delictivo, creo que si todos mantenemos el secreto la única forma de aclarar algo este
asunto es desenterrarlo, con el ELME como mucho puedo analizar los tejidos de la ropa y calcular el
tamaño del cuerpo. Para realizar un estudio más detallado hay que sacarlo.
—Jacinto tiene razón, yo tengo suficientes conocimientos anatómicos para realizar algo
parecido a una autopsia —dijo Silvia marcando con sus dedos unas comillas imaginarias en el aire al
decir la última palabra—, es posible que con eso podamos arrojar algo de luz, en cualquier caso si
tiene los años que parece tener y nadie lo ha reclamado, no tenemos porqué desenterrar nosotros el
hermano.
Cuando regresó del cobertizo no traía una pala, sino dos, y un pico, era evidente que no
pensaba cavar solo, de hecho él no pensaba cavar ya que se apresuró a repartir la herramienta entre
los más dispuestos que empezaron a trabajar con el ahínco de quienes no tienen nada que perder y sí
Tardaron dos horas aproximadamente en sacar al interfecto, en la parte final Silvia asumió el
mando de la operación con la autoridad que le confería su profesión. Sustituyeron las palas por una
paleta de albañil y unas brochas que guardaban desde la última vez que pintaron las ventanas, con la
herramienta acorde a esa labor fue dejando el esqueleto al descubierto. Conservaba la ropa, algo de
pelo y una mínima parte de los tejidos, tiesos cual mojama. Aparte de la ropa lo único no orgánico
era el maletín que desenterró con el mismo cuidado que el resto, esta parte le llevó casi tanto tiempo
como la primera. Como la noche se les había echado encima y la oscuridad era total, con la
excepción de los rododendros de la entrada que habían escapado a la segunda fumigación y todavía
mantenían la luminiscencia, tuvieron que improvisar unos focos para poder continuar.
Con ayuda de una manta levantaron por fin el cadáver, tenían preparada una improvisada
mesa de autopsias en la casa almacén, retirando previamente los productos químicos acumulados por
don Veneroso, quien insistió en poner el máximo cuidado refiriendo lo volátiles e inflamables que
podían resultar.
descansar, ella se quedaría para realizar el examen forense del desconocido. En realidad prefería
hacerlo sola consintiendo únicamente la presencia de Jacinto que no aceptó un no por respuesta. Los
demás se fueron a dormir una vez confirmaron que efectivamente el maletín no contenía ni dinero, ni
Silvia comenzó a examinar al individuo, o lo que quedaba de él, manteniendo una distancia
de un metro y medio daba vueltas alrededor de la mesa sin perder detalle, Jacinto observaba callado,
con la curiosidad y la admiración de un neófito. Del bolso sacó unos guantes de látex, siempre
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llevaba un par, más por deformación profesional que como medida profiláctica, se puso las gafas que
sólo utilizaba para trabajar y fue comentando todo lo que hacía. Normalmente utilizaba una cámara
de video para documentar el procedimiento, en un trabajo como el suyo un error podía ser fatal, los
fósiles que manejaba eran en muchos casos únicos y requerían un cuidado exquisito. En este proceso,
y aun siendo consciente de que se trataba de intrusismo profesional, utilizó un protocolo similar para
sentirse más cómoda. Hablar sola le hacía parecer ridícula, así que la presencia de Jacinto como
traje en aparente buen estado... —miró el forro para ver si tenía algún distintivo—. ¡De Armani! —
Cuando se cercioró de que no llevaba encima nada le dijo a Jacinto que fuese mirando los
papeles del maletín por ver si les sacaba de dudas. Con unas tijeras fue cortando el traje hasta dejar el
esqueleto al descubierto, dejó toda la ropa en una caja por si tenían que revisarla más tarde y
—Por el tamaño del fémur y la forma de la cadera se trata de un barón…de un metro setenta
huesos, de ahí pasó a la boca, la abrió con sumo cuidado para mirar la dentadura—, el desgaste que
presentan los molares y los caninos indican que se trata de un adulto, tiene un puente en la mandíbula
superior que ha perdido el ajuste, por su aspecto tiene bastantes años, teniendo en cuenta el desgaste
de los dientes y los cabellos adheridos al cráneo, predominantemente canosos, esta persona rondaría
Silvia seguía hablando mientras trabajaba, por su parte Jacinto examinaba los papeles, gracias
a lo hermético del maletín estaban intactos, se trataba de folletos de unas urbanizaciones, unos planos
catastrales y algunos contratos de compra venta que por desgracia tenían la parte de los datos en
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blanco, no encontró nada anormal ni significativo, pero tratándose de alguien tan meticuloso como él
no cejó en su empeño.
—Aquí tenemos algo que nos puede ayudar —dijo Silvia sin levantar la vista del cuerpo, el
que sí levantó la vista fue Jacinto, se acercó para ver a qué se refería su compañera y para darle un
—Mira esta marca en la clavícula, ha estado rota recientemente, es decir reciente de antes de
morirse, todavía no sabemos cuánto tiempo lleva muerto, pero la fractura no está operada, algo muy
normal hoy en día ya que evita tener que poner una escayola de grandes dimensiones con el engorro
que eso supone, además es una operación bastante simple y el hueso cura rápido, lo que podría
significar que por alguna razón no se pudo operar —dijo demostrando que sus conocimientos iban
—¿En qué estás pensando exactamente? —preguntó Jacinto serio, pero mostrando una leve
sonrisa.
—Este hombre estaba muy gordo —dijo indicando con el dedo las rodillas—. Si te fijas en la
articulación verás que tiene una deformación típica de las personas obesas, además antes he visto la
talla del traje, una XXL, con esto y siendo de una edad algo avanzada podría estar en un grupo de
riesgo, es posible que descartaran la operación para evitar riesgos innecesarios en algo que no se
consideraba vital.
—Pues no, a tanto no llego, pero puedo saber de que no murió. El cráneo está intacto por lo
que no sufrió un traumatismo craneal, no aparecen marcas en ningún hueso que pudieran indicar
heridas de bala o de arma blanca. Todo esto es muy somero, ya lo sé, pero con estos medios no hay
mucho más que pueda saber, y por cierto antes de que me lo preguntes te diré que previamente a
—No iba a decir nada —le dijo dándole un beso en la boca—, bueno sí, quería decirte que yo
—¿Qué?
—En uno de los folletos de casas, bastante feas según mi opinión, hay un membrete. Está casi
borrado, pero creo que si lo escaneo y lo trato con photoshop podría conseguir leer lo que pone.
Parece un sello de empresa, es posible que por ahí podamos averiguar algo sobre el difunto.
Silvia se colgó de su cuello lo besó largamente y le sugirió que dieran por concluida la sesión
Por la mañana todos esperaban expectantes las conclusiones de la pareja sobre el fiambre.
Durante el desayuno, Jacinto les puso al corriente de todo lo que habían averiguado, excusó a Silvia
que se había quedado un poco más en la cama después del justificado trasnoche y convocó a Germán
para que le ayudara con el asunto del membrete. El alienigista dijo estar a su entera disposición.
Germán solía ser díscolo y antisocial, sin embargo, simpatizaba con el inventor, por lo general su
carácter difícil repelía cualquier intento de acercamiento, pero en el caso de Jacinto la cosa era bien
distinta.
—¿Qué necesitas, colega? —le preguntó utilizando la palabra no como sinónimo de amigo,
—Tengo que escanear y tratar posteriormente una foto, me preguntaba si tienes el equipo
necesario —sabía que en la autocaravana disponía de algunas máquinas aunque no de qué tipo
exactamente.
—Por el escáner no hay problema y para tratar la foto dime que programa necesitas y si no lo
tengo me lo descargo en un momento, tengo conexión permanente a internet vía satélite —le dijo
—Con el photoshop me basta. Mira, ésta es la imagen que tenemos que tratar —Germán
escrutó con sus ojillos de ratón el catálogo donde se podía ver en una esquina el desdibujado
membrete.
—Es lo único que tenemos, tengo la sensación de que alguien sacó del maletín todo lo que
pudiera asociarse al muerto, precisamente esto se le pasó por que apenas se distingue.
—Bueno, si es fácil no me motiva, vamos a ver que sacamos de aquí —se metió en la
Dentro del vehículo no había signos de tecnología, al contrario la sensación era la de estar
habitada por unos neandertales, restos de comida, platos sucios y ropa tirada por el suelo en una
—Perdona el desorden, pero llevamos varios días viviendo cuatro personas aquí dentro y esto
empieza a parecer una leonera —retiró de dos manotazos lo que más estorbaba y abrió un armario
grande que parecía una cama empotrada. Al dejar su interior a la vista Jacinto no pudo reprimir una
—Aquí están mis juguetes —dijo Germán con orgullo—. Empecemos, vete escaneando el
—Cualquiera, para lo que es, la que tengas más a mano —le dijo descubriendo un escáner de
—Cualquiera… —repitió navegando por internet a una velocidad endiablada—, pues ésta
misma, creo que es la última, CS4, ¿La quieres con todos los aditivos? —dijo refiriéndose a parches
y complementos.
Mientras esperaban la descarga Germán le puso al corriente de sus “apaños”, tenía una
configuración rapidísima gracias a una sofisticada red de antenas que recibían la señal de diferentes
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dijo mientras le ofrecía su móvil para que llamara también gratis. Jacinto no estaba acostumbrado a
—No te cortes, si ellos te roban sistemáticamente, esto es sólo un acto de justicia social.
A pesar de los argumentos del otro eludió la oferta, con su palabra de que si necesitaba llamar
a alguien se lo pediría.
30. Valdepeñas.
Es una sorpresa y no diré que grata, saber que mis progenitores se hallan envueltos en un
turbio asunto: una “desaparición”, eufemismo utilizado a veces para referirse a los muertos. En el
caso que nos ocupa: “un muerto”, que ha visto la luz previa exhumación (no autorizada dicho sea de
paso) y cuyas consecuencias aún son difíciles de calcular. No me gustan los eufemismos, pero sin
tener datos fehacientes sobre cómo se ha producido el deceso no me parece apropiado denominarlo
de forma más explícita. Debo decir que me he visto envuelto en este desagradable suceso sin yo
pretenderlo y a pesar de la escasa relación que tenía con mis padres, me siento en cierta medida
responsable, cosa que no me explico. Dejando de lado su carácter morboso, ésta es una contrariedad
que dificulta en gran medida la búsqueda del dinero. El destino se empecina en hacerme partícipe
El nombre aparecido en el membrete nos ha permitido al menos confirmar que dinero había,
Para llegar a esta conclusión ha sido necesario hacer una serie de averiguaciones que sin la
ayuda del señor Víguenot y del otro tipo, el gordo de los pantalones erróneos, no hubiese sido
posible. Una vez consiguieron hacer legible lo ilegible la propia grafía hizo el resto, esta vez la
intervención del gordo ha sido fundamental, lo admito. Empezó a enredar en la red con autoridad,
quiero decir que lo que este tipo hace no se parece en nada a lo que hacemos el resto de los mortales
cuando queremos buscar algo en internet. Ni Google, ni Yahoo, ni nada parecido, éste entró
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paso. Al cabo de una hora sabíamos que el tal Francisco Basto Antón era promotor inmobiliario, eso
ya lo ponía el membrete, lo que no ponía era que el fulano estaba buscado por la Interpol por haberse
largado presuntamente con doscientos millones de pesetas de entonces, un millón ciento noventa mil
euros de ahora, aproximadamente. Teniendo en cuenta que la cantidad coincide con la que nosotros
estamos buscando y que el fulano de la promotora puede ser el que está compartiendo mesa con el
clorhidrato, y por lo tanto no ha ido muy lejos, ya sabemos la posible procedencia del dinero. Si mi
padre bajo los efluvios del Anís Castellana, única marca que tomaba, comunicó al llorado don Mauro
la existencia de una fortuna enterrada es porque efectivamente dinero había, si está enterrado como
dijo no lo está aquí, según ha podido confirmar el señor Viguenot una vez concluida la prospección
de lo que restaba de huerto. Para salir de este atolladero me dispongo una vez más a demostrar mis
recuperadas dotes de vendedor y lanzarme a la ingrata tarea de averiguar dónde está la pasta.
Con los datos conseguidos vía internet tengo algo por dónde empezar, dirección del muerto,
nombres de socios y familiares y algunos datos irrelevantes sobre sus aficiones. Pasaré un par de días
en Valdepeñas, región de excelentes caldos. Aun siendo yo de natural abstemio eso no implica
necesariamente que no pueda probar alguno de los productos que esta tierra y sus enólogos me
ofertan, la opción no me desagrada así que no veo motivo alguno para demorar este viaje.
paupérrimo que debió conocer tiempos mejores y al lado de una cafetería del mismo nombre, todo
apunta a que ambos negocios son regentados por la misma familia. Aprovechando esta circunstancia
entro primero en el bar para tantear el terreno y para tomarme un café, que a esta hora me sube el
ánimo y las pulsaciones. Pido un café con un poco de leche insistiendo en que la leche sea del
tiempo, como al rato escucho el ensordecedor ruido del vaporizador sacando chispas a la lechera
vuelvo a insistir en lo de: “del tiempo”, la chica, porque es una chica la que me atiende, me dice que
si no la calienta no me puede echar espumita y que si el café no tiene espumita su jefe le regaña, le
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digo que no pienso decir nada de la espumita a su jefe, pero sí lo haré si me achicharro la lengua, me
mira largamente con esa cara que ponen los que piensan que eres raro, incluso muy raro y por fin me
sirve el café con la leche directamente del tetra brik. Esta primera toma de contacto me sirve para
determinar que la chica no es de la familia, en parte por referirse al propietario como: su jefe, y no
como su padre o como su tío y porque, aunque no soy antropólogo, adivino por sus rasgos faciales
Aprovechando que el bar está vacío le pregunto por la familia que lo regenta.
hermano, pero lo lleva otro hijo —me aclara sin profundizar en el tema.
Echo en falta la locuacidad de los manchegos así que me veo obligado a insistir.
—Y los primos, ¿se llevan bien? —le digo apurando el último trago de café.
Su respuesta me deja como estaba así que doy la entrevista por concluida y me preparo para
el siguiente asalto, la analogía con el pugilismo me parece acertada ya que esto se ha convertido en
Desde fuera y fingiendo mirar las ofertas inmobiliarias del escaparate, echo una mirada al
interior. El aspecto del local es bueno, sin alardes, pero con detalles de cierto nivel: suelo de mármol,
molduras de escayola y columnas forradas de madera presuntamente noble. Son visibles igualmente
adornos acordes a la tipología del establecimiento: algunas maquetas sobre mesas representando las
promociones a una escala manejable y sobre las paredes fotografías de casas, planos de planta y
alzados debidamente enmarcados. Una mujer se emplaza detrás de una mesa de oficina, su edad es
incierta, el excesivo maquillaje y los reflejos del escaparate me impiden hacer un examen fisonómico
más detallado.
—Buenos días —le digo mirando un reloj en la pared y comprobando que aún no son las
doce.
Tomo asiento sin esperar a que me invite a hacerlo y le digo con mi mejor sonrisa que estoy
buscando una casa para comprar, dejando claro y para que me tome más en serio, que ha de ser
Tras una profunda inspiración se levanta con una sonrisa que supera con creces a la mía y se
dirige a un mueble archivador, durante el recorrido de apenas cinco metros aprovecha para estirarse
la falda, airearse los cabellos y subirse el pecho hasta el mentón para acto seguido dejar que éste
—Precisamente tenemos un chalecito que cumple de sobra con lo que usted quiere, precioso
y muy bien de precio —me dice buscando el fichero en los cajones—. ¡Aquí está!
Vuelve a la mesa deshaciendo lo andado con una carpeta en la mano mientras con la otra se
—Es una casa estupenda, yo misma he estado a punto de quitarla del listado para quedármela,
pero mi marido dice que dónde vamos con otra hipoteca y… en fin, no quiero aburrirle, pero al final
nada, que conste que mi casa es monísima y muy céntrica, pero ésta tiene una luz… es que le da el
sol todo el día y eso se nota, porque en invierno gastas la mitad en calefacción.
Cuando creo que no se va a callar nunca, se calla, despliega una docena de fotos como si de
un abanico se tratara y tras recuperar un poco el aliento continúa con una descripción exhaustiva de
salones, cuartos de baño, cocina, etc. Los minutos siguientes los pasamos entre memorias de
calidades, planos de situación y cálculos estimativos de créditos hipotecarios. Empiezo a pensar que
no ha sido buena idea lo del chalet, quizá hubiese bastado con decir que buscaba un garaje en
alquiler.
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Al finalizar le digo que me gusta mucho, que lo tengo que pensar y que si no tiene algo más
para comparar, en este punto es cuando pierde fuelle y se entrega con profesionalidad, pero sin
entusiasmo a enseñar otras casas que como ella misma dice: ya son otra calidad.
Mientras busca en el archivador aprovecho para indagar sobre lo que me interesa. Usando los
datos de los que dispongo puedo empezar algo parecido a una conversación. El hielo hace rato que
—Sí, ya sé —su laconismo me dice que habrá que apretar un poco más.
—No se puede decir que tenga un buen recuerdo de él, la verdad es que me hizo perder un
buen dinero.
—¿A usted también? Desde luego… con lo formal que parecía y a su edad, que ya estaba
para sopitas —por su comentario sospecho que se irá soltando poco a poco.
—Verá, yo llevo una empresa de seguros y su suegro contrató con nosotros un seguro de vida
—Ah sí, ¿y quién es el beneficiario? Lo digo por si tiene la decencia de morirse —lo que dice
me confirma que no sabe nada del muerto, y en su cara veo que se va despertando en ella un interés
creciente por el tema y con él sus ganas de hablar, de manera que sigo tirando de la manta.
—¿El beneficiario? Pues ahora mismo no recuerdo ese dato, tendría que mirar los archivos.
—Supongo que será mi Paco, sólo faltaba, después de lo que nos hizo sería una
—Si no recuerdo mal cien millones de entonces, claro que como dejó de pagar no sé en qué
situación quedaría.
—Digo yo que eso se podrá arreglar, si llegara el caso y mi suegro apareciese, difunto quiero
—Pues, no sé... ¿No saben dónde está? —le digo para que empiece a contar lo que sepa.
—Si lo supiéramos ya estaría aquí, eso se lo aseguro yo. Estará en Brasil el muy…
revolcándose con las mulatas mientras nosotros hemos tenido que salir adelante hipotecándolo todo,
trabajando como negros para poder pagar el pufo que nos dejó, doscientos millones que se llevó el
muy sinvergüenza. Con lo mal que estaba de salud, claro que con ese dineral se habrá curado a base
de bien.
—¿El socio?, el hombre casi se muere del disgusto, pero eso sí, le faltó tiempo para
declararse insolvente y quitarse de en medio. Se fue a vivir a Madrid con un sobrino, a estas alturas
estará en un asilo, tiene que ser muy mayor porque le llevaba unos años a mi suegro, tendrá... unos
ochenta y pico. Muerto no está porque todos los días miro los obituarios por si acaso, no por él, por
mi suegro claro.
—Parece mentira, justo cuando los negocios les iban tan bien —lanzo ese comentario a
bocajarro confiando en poder sacar algo más de información. La buena señora canta como un
ruiseñor.
—¿Bien? Iban de maravilla, estábamos a punto de cerrar un negocio inmobiliario que nos
habría hecho ganar una fortuna, todo legal, no vaya usted a pensar. Una urbanización de lujo con
campo de golf incluido en un pueblo perdido en mitad de la nada. A mí el sitio no me gustaba, pero
aquella zona se estaba poniendo de moda con el tema de la caza y empezó a venir gente de dinero.
Ya teníamos todos los permisos para construir, sólo faltaba cerrar la compra de los terrenos, todos los
propietarios estaban de acuerdo menos unos viejos muy antipáticos que no querían vender. Ésa fue
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precisamente la última vez que le vimos, les ofreció más dinero y cuando pensaba cerrar el trato se
ve que se vio con todo el dinero en las manos, se le cruzaron los cables y se largo, el muy
sinvergüenza.
—Villanubla de no sé qué, un villorrio de mala muerte. Lo más gracioso es que ahora allí no
se puede hacer nada porque lo hicieron todo Parque Natural por algo que había por la zona, que yo
no digo que no sea bonito y tendrá interés por los pajaritos y todo eso, pero vamos que al lado están
—Vaya por Dios —le digo fingiendo ser condescendiente, no me parece necesario preguntar
—Pues no, y menudo como se pusieron todos, hechos una furia. El pueblucho ese era una
pedanía del pueblo de al lado y el alcalde, el arquitecto municipal, el concejal de urbanismo, todos
estaban en el ajo, se iban a llevar un dineral en comisiones y claro, no cobraron ni un duro. Llegaron
a amenazar a mi Paco con cerrarle el negocio si no les pagaba porque eran del mismo partido que el
alcalde de aquí, pero mi Paco se puso en sus trece y no cobró nadie. Al final toda esa gente acabó en
la cárcel por unos chanchullos con unos hoteles que ni eran hoteles, ni nada, eran casas de putas, un
Dejo que siga largando, más por curiosidad que por poder aportarme algo relevante. A parte
de lo del lupanar que ya conocía de mis anteriores visitas, me entero de varios chismes que enseguida
soltable para consolidar la confianza que está depositando en mi y así poder sacarle el último dato
que necesito, la dirección del exsocio. Cabe la posibilidad de que él, que estuvo implicado
de reconocer que aunque la señora de Basto hijo me ha facilitado una buena información, ésta es
insuficiente para la resolución de este entuerto. Cuando cesa su furibundo ataque contra los del
consistorio, me facilita la última dirección del exsocio sin poner objeciones. Con este dato en mi
poder doy por terminada nuestra conversación, ya que según estoy comprobando su facilidad de
Decido con cierta pereza que volver a Madrid sería lo más conveniente dado el cariz que
están tomando las cosas y porque la dirección facilitada pertenece a esta gran ciudad.
Antes de partir hacia la capital del reino debo pasar por Villanubla para recoger algunos
enseres. Aprovecharé para ver las evoluciones de todos los que sin quererlo yo, están implicándose
de forma activa en mis asuntos. Cuando les dejé en el pueblo todos parecían muy entretenidos con la
transformación de la droga, algo que me parece inaudito. He dedicado muchos años a ignorar a mis
congéneres, pero cada vez que les dedico un mínimo de atención me sorprenden con extravagancias
31. La visita.
Sin prisa, porque no la hay, me levanto. Decidí alojarme en un hotel modesto pero agradable,
no he cambiado de opinión en lo que respecta a los gastos superfluos, pero habida cuenta del ahorro
que me ha supuesto alojarme estos días con los hippies me puedo permitir este exceso. La pasada
noche además disfruté de una excelente cena bien regada con un vino tinto reserva con
denominación de origen incluido en el precio, de buen paladar, afrutado, con toques de vainilla y
roble y que no era cosa de dejar a medias. Las consecuencias derivadas del abuso, moderado, pero
abuso a fin de cuentas, me hicieron llegar a la cama en un estado de embriaguez lamentable. Aunque
contento.
Al bajar a la recepción pido la cuenta y un par de aspirinas que confío pongan fin a una
persistente cefalea que me atenaza las sienes. El encargado de la recepción, algo afeminado para mi
gusto, me atiende con esmero deseándome un feliz viaje y esperando que mi estancia haya sido de mi
agrado, todo ello después de haber hecho yo efectivo el pago correspondiente. Como no me molesto
en contestar, en parte porque pagar no me gusta, en parte porque la cabeza me estalla y no estoy para
zalamerías, el de la pluma me dice escuetamente que espera que regrese pronto, o mi pronto regreso,
no sé.
A medida que me alejo de la ciudad el dolor de cabeza remite, puede ser que la distancia con
las bodegas me influyan de forma favorable o que el ácido acetilsalicílico lo mitigue como es su
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deber, en cualquier caso pongo kilómetros de por medio con la suficiente concentración al volante
comité de bienvenida, pero es extraño tanto recogimiento, también es extraño ver un vehículo de lujo
Cuando Abundio Buendía partió con destino a Valdepeñas el grupo se quedó afanado en la
elaboración de las papelinas. No todos participaban activamente, Agustín con buen criterio prefirió
dejar al margen de la operación a su hermana y a Jacinto, éstos a su vez también preferían quedarse
Todos estaban a lo suyo cuando se acercó un coche, que oculto por la fila de chopos no se
hizo visible hasta que estuvo a la altura de la casa. Del vehículo, un Mercedes CL 600 de gran
cilindrada se bajaron cuatro individuos, uno que por su aspecto pasaba desapercibido y tres que por
lo mismo no lo pasaban en absoluto. Por fuerza, parecían recién salidos del gimnasio después de
haberse tragado un frasco entero de anabolizantes. Aun llevando traje con chaqueta y corbata, la
vestimenta no conseguía ocultar una musculatura poderosa que chocaba con su elegancia, más propia
de predicadores sectarios que de unos fornidos deportistas. Estaba claro que no lo eran, ni lo uno ni
lo otro. Como acompañaban al primero que sin ser delgado su porte cumplía sobradamente con los
estándares del españolito medio, todo hacía suponer que eran guardaespaldas, sicarios o algo
Alertados por el ruido del vehículo que aunque silencioso como corresponde a un auto de alta
gama, hizo el suficiente como para llamar la atención, salieron por este orden: Germán lo hizo desde
la autocaravana, Amador desde la cocina y Agustín no se sabía de dónde venía. Los dos primeros se
acercaron al ver a los desconocidos con la lógica curiosidad, mientras que Agustín al verlos además
de palidecer intento huir, sin lograrlo puesto que uno de los tipos se había situado detrás y apenas
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éste dio dos pasos el otro lo levantó en vilo sin esfuerzo cogiéndolo por las asilas como a un niño
pillado tras una travesura. Al jaleo resultante se unieron el resto de comunitarios más los invitados,
pronto todos se concentraron alrededor de los recién llegados que mantenían en volandas al pobre
Agustín, que de tener el rostro blanco había pasado a tenerlo algo azulado, quizá por la falta de riego
que le producía el apretón del tipo grandote. Como consecuencia del incidente se produjeron las
lógicas preguntas: ¿quiénes son estos tíos?, ¿qué es lo que andan buscando? y cosas por el estilo, la
única que se dirigió a los desconocidos de forma directa exigiendo la liberación de Agustín fue Silvia
que los increpó entre asustada y confundida. A sus quejas los otros respondieron con una risotada y
un...
—Díselo tú, amante de los animales —la respuesta que era a su vez imperativa se produjo
zarandeando aún más si cabe al polícromo Agustín, cuya cara ahora adquiría tintes verdosos.
En un principio Agustín guardó silencio, todos pensaban que era debido a la congoja del
momento, pero pronto se dieron cuenta que era por la presión del brazo hercúleo alrededor de su
cuello, al aflojar la constricción carraspeó y tosió largamente y a medida que iba recuperando su
color natural pudo articular una sola palabra, dos para ser exactos:
—El carnicero.
desconocer la historia de aquel fulano, el oficio mencionado podía ser interpretado con un doble
sentido, algo que resultaba inquietante, si a eso le sumaban la presencia de los culturistas la inquietud
se tornaba en terror.
—¿El carnicero...carnicero? —preguntó Silvia que era la única que conocía el pasado de su
—El carnicero y los rusos —contestó Agustín con la voz entrecortada por el miedo y porque
Los rusos en realidad no tenían nada que ver con la tierra de Gorbachov, ni de Putin, ni de
ningún descendiente directo o indirecto de varegos, mongoles o cualquier etnia que pudo poblar
aquellas gélidas tierras. Los rusos eran en realidad tres hermanos de Vigo que por su tamaño y rasgos
recibieron ese mote desde su más tierna infancia, suponiendo que alguien así haya sido tierno alguna
vez. El pelo rubio cortado a cepillo muy corto y los ojos azules como el cielo contribuían al equívoco
de forma notable, siendo además parcos en palabras, de escasa cultura y marcado acento gallego, lo
poco que hablaban era tan incomprensible que podían haber pasado igualmente por suecos, daneses o
lituanos.
Como todos los presentes, excepto Silvia, ignoraban los antecedentes de los matones, en un
primer momento hicieron un amago de enfrentamiento, sobre todo los acólitos que se sentían en el
deber de defender a su líder. El bofetón que recibió el más joven y también más osado, fue de tal
sonoridad del tortazo para contrarrestar otro conato de agresión los rusos sacaron unas pistolas, que
sin ser excesivamente grandes intimidaban lo suficiente como para mantener a todos a una distancia
prudencial.
—Bueno, vale ya de tonterías, dime dónde está la coca o te retuerzo el pescuezo como…
como a una gallina —dijo el carnicero simultaneando con la mirada tanto a Agustín como a una
gallina que casualmente picoteaba por allí, lo que evidenciaba su profesión y su falta de imaginación
—En la casa del fondo, allí está lo que buscáis —dijo alguien del grupo que empezaba a ser
El carnicero con un gesto mandó a uno de los rusos a mirar, al cabo de unos minutos éste
regresó y asintiendo con una inclinación de cabeza confirmó que el alijo estaba donde le habían
indicado.
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Don Veneroso, que seguía manteniendo la desnudez por pura cabezonería lo mismo que
Marcel, se adelantó para decirles que la mercancía todavía no estaba lista. Al carnicero le costó unos
segundos reaccionar, el viejo se veía insignificante al lado de uno de los hermanos, el más grande de
ellos, y sin ropa difícilmente se le podía tomar en serio, fue Agustín quien intervino en ese momento
para corroborar que el abuelo era el químico y que decía la verdad, aprovechó también para pedir
Pasando por alto la petición ordenó que todos se dirigieran a la casa para ver la mercancía y
para tener controlado al grupo, que a pesar de no resultar una amenaza para unos avezados
delincuentes como ellos, por su número no era cuestión de correr riesgos innecesarios. Así lo
hicieron entre las protestas de unos, los sollozos de otros y las risas y el alborozo de los niños que
Siempre he sido desconfiado, con los años esta cualidad que creo positiva se ha acentuado.
Como no me cuadra la presencia de un lujoso coche y también me extraña el no ver por aquí a la
caterva con la que me estoy viendo obligado a convivir, me preparo para cualquier eventualidad que
Con cautela entro en la casa. No encuentro a nadie, tan sólo el alboroto del gato que
aprovechando la falta de vigilancia revuelve entre estantes y alacenas en busca de algo comestible
que robar, ¡como odio a los gatos! Al verme, el felino pega un acrobático brinco, espectacular, pero
derriba un jarrón que consigo atrapar por los pelos antes de que se estrelle contra el suelo, no lo hago
porque le tenga aprecio al jarrón que es horrible, sino por precaución ya que el ruido puede poner en
sobre aviso a alguien. Un sexto sentido que me acabo de descubrir me dice que algo va mal.
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Después de inspeccionar el resto de la casa y no descubrir presencia alguna decido salir, cada
vez más receloso. Me dirijo al cobertizo que tiene el candado de la puerta echado, como no puedo
razón si su función es la de ventilar. Con ayuda de unos troncos apilados y haciendo unos equilibrios
impropios de alguien como yo que aborrece los deportes en general y los de riesgo en particular,
consigo alcanzarlo. Compruebo que el esfuerzo ha sido en vano puesto que allí a parte de los trastos
habituales no hay nada. El ELME se guardó en un lugar más apropiado una vez concluida la
búsqueda en el huerto.
Una comezón me sube, podría sumarse a la lista de dolencias que me asaltan cuando estoy
nervioso, pero en este caso además estoy preocupado, en la casa aparte del jodido gato había un grifo
abierto y también al pasar frente a la autocaravana he visto la puerta de par en par, todo indica que
mis temores no son infundados. En condiciones normales cogería mi Clío y saldría como alma que
lleva el diablo, acostumbro a huir de los problemas, si estos pueden estar relacionados con ciertos
asuntos (turbios de necesidad), la huida suele ser además rauda, pero esta vez no lo hago.
Incomprensiblemente me quedo y aun siendo el cobarde que soy me encamino a la casa de trapicheo
que es la única que me resta por inspeccionar. Acojonado, sí, pero decidido me acerco hasta la parte
trasera; por alguna razón siempre que queremos sorprender a alguien o que no nos sorprendan a
nosotros lo hacemos así, no tiene mucha lógica pues si todos pensamos lo mismo ésta debería ser la
zona que vigilaríamos con mayor ahínco, como a pesar del razonamiento sigo confuso lo hago
igualmente.
La casa está en aparente calma, nada hace sospechar que algo anormal esté sucediendo. Me
acerco a una ventana cerrada a cal y canto por razones obvias dada la actividad que allí se desarrolla,
contraventana tiene una madera que el paso del tiempo no ha dejado indemne y una pronunciada
grieta recorre de arriba a abajo una de las hojas, lo suficientemente grande como para ver sin ser
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visto, cosa muy interesante siempre y fundamental en este caso. Al colocar la cara bien pegada a la
madera mi ojo se abre camino entre la penumbra del hueco y alcanzo a ver una buena porción del
recinto, con ciertas limitaciones, pero con un ángulo que abarca unos noventa grados, grado más,
grado menos. Lo primero que veo es a los nudistas en plena faena, a su lado la pareja de León con lo
mismo, hasta aquí todo normal, respiro profundamente. A punto estoy de seguir respirarando
tranquilo cuando forzando un poco más mi limitado ángulo de visión me parece ver una mano
portando algo que de momento no distingo, como las tablas, además de agrietadas, están ligeramente
sueltas las fuerzo haciendo palanca con lo primero que pillo, la llave del coche me parece una
herramienta adecuada, así que la uso, el resultado no se hace esperar. Al forzar la crujiente madera
puedo ver la mano y el objeto, al identificarlo doy un paso atrás por la sorpresa y puede que también
por el pánico. ¡Joder es una pistola!, pienso, igualita a la que en este mismo momento me está
apuntando a la cara y cuyo propietario malcarado me insta para que le acompañe sin oponer
resistencia. La única resistencia que le ofrezco es la de mi propio peso ya que después de la flojera
que siento en las piernas no siento nada más, creo casi con total seguridad que me he desmayado.
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32. El carnicero.
Al recuperar la consciencia Abundio se encontró con tres tipos armados y otro inerme, pero
igualmente intimidador. El vahído le había dejado algo aturdido de manera que le costó algún tiempo
El carnicero se paseaba por la casa con la suficiencia de saberse con la sartén por el mango,
su aspecto era el de un tipo normal, ni muy alto, ni muy bajo, ni gordo, ni flaco; normal. Pero había
algo en él que amedrentaba, el bagaje de quien lleva años cómodamente instalado en la mala vida.
Desde hacía más de veinte años, y a pesar de no haber cumplido aún los cuarenta, compaginaba la
Empezó en el negocio de la carne por una tía materna de Alcobendas que le empleó como
aprendiz a los dieciséis años en vista de su nulo interés por los estudios, paradójicamente el chaval
estaba especialmente dotado para los negocios y pronto la carnicería de la tía empezó a remontar de
una notable ruina, provocada principalmente por el Pryca que habían montado a escasas dos calles de
su establecimiento.
Su nombre era Cosme Prieto, “el Coronado”, como todos le llamaban antes de quedarse
definitivamente con el apodo de "el Carnicero", apodo que le gustaba más que el anterior heredado
del padre por los aferes de la madre con medio barrio. Se relacionó desde muy chico con lo más
florido de la bribonería del pueblo. Esas selectas amistades pronto le reportarían beneficios
importantes gracias a la venta de productos cárnicos procedentes de unos almacenes situados a dos
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calles y que casualmente pertenecían a la gran superficie que había arruinado a la tía. La proximidad
existencias de forma continuada y a un precio muy competitivo, algo que en un barrio obrero como
A pesar de lo floreciente del negocio el carnicero era ambicioso y del Toyota Celica que se
compró recién cumplidos los dieciocho quiso pasar a un Cheroki que había visto en una película de
mafiosos y que uno de sus conocidos importaba directamente de los Estados Unidos a un precio
excelente y con garantía de piezas originales. —Mira que si me engañas te marco la cara con el
hacha de deshuesar—, le dijo al amigo cuando ultimaban el trámite. Como una cosa llevaba a la otra
en menos de tres años disponía de una flotilla de furgonetas que utilizaba para subir a Galicia a por
terneras de primera calidad y aprovechando el viaje se traía algún que otro paquete metido entre los
costillares.
En uno de esos viajes conoció a los rusos que por entonces ya andaban metidos en trapicheos.
Los rusos tenían fama de peligrosos, pero les faltaba sesera para embarcarse en negocios más
suculentos, la asociación con el carnicero resultó simbiótica, con los contactos de unos y la habilidad
del otro pronto montaron un pequeño imperio con la carnicería de Alcobendas como centro de
distribución. La tía, ignorante de esas actividades, le dejó definitivamente al frente del negocio, ya
tenía edad para jubilarse y gracias a su sobrino se pasó los últimos años de su vida en una residencia
de lujo sin más preocupaciones que no pasarse mucho con los rayos uva.
En una ampliación del negocio que le llevó a viajar a Colombia, el carnicero se trajo una
partida de carne de cebú, un toro africano muy común en aquellas tierras, con una giba prominente
capaz de albergar sin problemas un par de kilos de cocaína entre la grasa del animal. Lo hizo para
probar. Como la prueba salió bien siguió con la importación de carne procedente de aquel país. Con
todos los papeles en regla la carne llegaba regularmente al puerto de Vigo, allí los rusos se
encargaban del resto. En uno de los envíos su socio al otro lado del charco le mandó cinco kilos de
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pasta base sin procesar, para conseguir mayores beneficios, según le dijo, pero el carnicero fiel a sus
principios de no meter a más gente en el negocio rechazó la idea y la pasta base acabó arrumbada en
un rincón de la carnicería. Fue entonces cuando en una encrucijada difícilmente definible Agustín
acabó con los perros en el local y los paquetes en la mochila, el resto de la historia se desarrolló
como ya conocían los artífices del entuerto. Agustín con el alijo enterrado durante todos esos años
sin saber qué hacer con él y el carnicero con los rusos, que pasado un tiempo dejaron de buscarle
para centrarse en su rutina ya que de todas formas la pasta base no les interesaba demasiado, aunque
prometieron darle un buen repaso si algún día le encontraban. Para ello guardaba en su finca de
Toledo una piara de cerdos montunos que por su calidad lo mismo valían para jamones y chorizos
distribuían papelinas a buen precio el carnicero mandó a uno de sus camellos a echar un vistazo y
descubrió por pura casualidad a su antiguo "amigo” en competencia desleal y por si fuera poco con
—Joder, Agustín, te veo genial. Por ti no pasan los años, el mismo pelo de estropajo y la
misma cara de gilipollas —le dijo el carnicero sin dejar de pasearse de arriba a abajo mientras los
—¿Que piensan hacer con nosotros? —preguntó desafiante Silvia que siempre había tenido
—Ya veremos —contestó sonriendo de oreja a oreja mirando a los rusos que le devolvieron
la mueca.
—Supongo que se habrán percatado de que somos muchos y pronto alguien nos echara de
Aunque no sabían muy bien a qué se refería, los rusos se empezaron a reír de buena gana con
la consiguiente desconfianza que este hecho provocó en el inventor, que esperaba otra reacción a su
comentario.
El codazo que recibió en el costado por parte de Silvia le indicó que mejor se abstuviera de
el polvo que está preparando el viejo... ¿Alguien me puede decir por qué cojones están en pelotas
estos tres? ¡Joder, qué grima! —dijo refiriéndose a los nudistas, como nadie contestó hizo un gesto
desdeñoso y continuó—. Cuando todo esté listo se guarda como Dios manda en el maletero de mi
coche. De lo que vamos a hacer con vosotros… la verdad es que todavía no lo he pensado, realmente
al único que le tengo ganas es aquí al colega —dijo dando una palmadita en el hombro de Agustín
que aunque suave, le pareció un mazazo por la flojera de piernas que le provocaba el miedo—, con
los demás... tenemos un problema. No tengo por costumbre ocuparme de estas cosas y mucho menos
con niños de por medio, no soy mala gente, pero algo habrá que hacer para que no os vayáis de la
lengua, como os podéis imaginar en mi trabajo todas las precauciones son pocas —sus palabras
tuvieron un efecto demoledor entre algunos de los miembros del grupo que no pudieron contener los
sollozos.
—Estoy seguro que ninguno de nosotros va a decir ni una palabra de todo esto, creo que
estamos entre caballeros —en el mismo momento de decirlo Agustín se dio cuenta de la tontería que
acababa de soltar así que intento enmendarlo—, quiero decir que podemos ofrecer garantías de que
esto sea así sin tener que llegar a algo de lo que puedan arrepentirse... Arrepentirse a los ojos de Dios
quiero decir, me parece usted una persona religiosa y con un alto sentido de la justicia —dijo
inducido por los nervios y por los crucifijos de oro que colgaban del cuello de el carnicero con
pesadas cadenas, además de otras baratijas como dientes de tiburón engarzadas hábilmente entre
piezas del preciado metal, algo exagerado y que le hacía caminar ligeramente encorvado por el peso.
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El carnicero escuchó divertido los comentarios de Agustín sopesando con la mano los
crucifijos apoyados sobre su incipiente barriga, que lucía sin reparos con los botones de la camisa
Dadas las circunstancias, todos prefirieron no hacer demasiados comentarios, tan sólo
Germán se atrevió a romper el silencio, estaba tan asustado como los demás, pero su insolencia
habitual le hacía actuar en cualquier situación con naturalidad. Comentó la necesidad de realizar
actividades tan fundamentales como comer, ir al baño o dormir, en vista de que aquello parecía ir
para largo. El carnicero agradeció la puntualización y, aunque le dijo que por él se podían cagar allí
mismo y comerse después la mierda, acabó reconociendo que tenía razón así que mandó al cocinero
a preparar algo de comer para todos con la compañía de uno de los rusos, para el resto se bastaban
ellos solos y si alguien tenía que ir al baño lo harían por turnos siempre acompañados por uno de los
hermanos. Para dormir trajeron las colchonetas que utilizaban en las sesiones de revirding y las
extendieron allí mismo con la confirmación del carnicero de que si todos colaboraban no estarían
mucho tiempo en esas condiciones, sin puntualizar si habría otras y como serían éstas.
A esas alturas todos eran conscientes del peligro que corrían. La casa no disponía de rincones
donde tener algo de intimidad, aún así Jacinto se las arregló para hablar entre susurros con Silvia sin
—Tengo el presentimiento de que esta gente va muy en serio y que de aquí no salimos vivos,
no quiero asustarte, lo que digo es que tenemos que hacer algo si no queremos acabar como ese —
terminó la frase mirando el esqueleto desenterrado, que permanecía en un rincón ajeno a todos los
acontecimientos y al que los mafiosos acostumbrados a ver cadáveres apenas habían prestado
atención.
—Lo sé, pero que podemos hacer, sería un suicidio intentar algo con esos mastodontes
armados.
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—El que más me preocupa es el que lleva la voz cantante, los otros no parecen muy listos,
pero es cierto que su aspecto no invita al optimismo, nos podrían aplastar con una sola mano.
Realmente no se le ocurría nada coherente que poder hacer, la intención de Jacinto era
En ese momento aparecieron procedentes de la cocina el cirujano plástico con unas pizzas,
podido hacerlas de queso con champiñones, esos tan ricos que compraste por internet —dijo mirando
a Agustín con una intensidad anormal. Nadie se percató del comentario del cocinero y mucho menos
A la banalidad del comentario le siguió el olisqueo del carnicero que confirmó todo lo dicho.
—Pues va a ser verdad que los vegetarianos comen bien, esto huele que alimenta, aunque con
unas buenas salchichas ya estaría que te cagas —dijo soltando una risotada que helaría la sangre al
más valiente.
—Dejadlas sobre la mesa con cuidado de no manchar el polvo, y ya podéis ir comiendo que
os queda un rato de estar aquí —ordenó con una autoridad que nadie pensaba cuestionar.
Los únicos que notaron algo raro al oír el comentario del cocinero fueron Jacinto y Silvia, ella
porque conocía a su hermano y él porque notó la reacción de su novia. Aprovechando que seguían
—Hay algo relacionado con los champiñones que nos quieren hacer notar —dijo Silvia.
—Ya me he dado cuenta, tenemos que conseguir que nos diga lo que pasa —Jacinto miró
fijamente a Agustín y trazó una línea imaginaria en el aire con la forma esquematizada de la seta en
cuestión.
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Agustín alcanzó a ver el trazo y le devolvió el dibujo sobre el aire, seguido de un movimiento
—Trata de decirnos que no nos comamos los champiñones —dijo Jacinto—, tenemos que
Sabía que no era fácil, pero con paciencia fueron paseándose con la mirada de uno a otro
procurando no ser vistos por los rusos, el carnicero ya estaba dando buena cuenta de una pizza.
—Comer, comer... está cojonuda, este tío sabe lo que hace —le indicó al cocinero levantando
Para entonces Abundio ya sabía que algo pasaba y aunque no podía precisar que era, se
abstuvo de comer argumentando que los nervios le habían quitado el hambre, el resto no pareció
enterarse porque al rato todos comían con fruición, fue entonces cuando uno de los rusos dijo que a
él no le gustaban los champiñones y empezó a retirarlos con la punta de una navaja de dimensiones
acordes a su tamaño.
La suerte estaba echada, todos habían comido con la excepción de Jacinto, Silvia, Abundio,
Agustín y el cocinero, para su desgracia uno de los rusos tampoco lo había hecho.
Al cabo de unos minutos los niños empezaron a comportarse de una manera extraña, al
principio resultó divertido hasta que el carnicero se cansó y advirtió a los padres que les controlaran
o de lo contrario los metería en un armario. Apenas transcurrieron un par de minutos más cuando
todos empezaron a experimentar una especie de sopor seguido de una sensación de euforia, lo último
que pudieron recordar es que la casa daba tantas vueltas que pensaron que se trataba de un terremoto.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con nerviosismo el gigantón zarandeando a uno de
fingió estar en el mismo estado y como los otros sabían que no había comido le imitaron de manera
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que aparentemente todos dormían a pierna suelta, todos menos el ruso, que no paraba de ir de uno a
Agustín que estaba apostado hombro con hombro con el cocinero en aptitud inerte, abrió el
rabillo del ojo para controlar al matón y al verlo a cierta distancia vociferando a los otros le dijo en
—¿Son los hongos mejicanos? —el cocinero asintió con un leve movimiento de cabeza.
—La dosis normal como alucinógeno es un hongo por persona. ¿Cuántos has echado?
33. La pelea.
La situación aunque no se podía considerar bajo control había dado un giro importante. La
balanza se inclinaba ligeramente a favor del grupo, con cinco de ellos en perfecto estado, contra uno
de los mafiosos, que estaba solo y claramente conmocionado, por desgracia éste seguía siendo un
El gigantón no paraba de llamar a sus hermanos y al carnicero, mientras los otros fingían
estar dormidos oyeron como les decía a sus compañeros, como si estos pudieran oírle, que iba a
buscar agua para reanimarlos. Cuando se fue los que estaban conscientes se levantaron como un
resorte y con gran nerviosismo empezaron a repetir atropelladamente que necesitaban un plan.
Mientras Jacinto trataba de explicarles dónde podían estar los puntos débiles de su enemigo,
Abundio se plantó delante de ellos portando las armas que había quitado a los que estaban dormidos
en el suelo.
—Creo que esto os puede ser de gran ayuda —dijo como si la cosa no fuera con él.
—Con las armas podemos amenazar al que queda en pie y reducirlo —justo en ese momento
escucharon al ruso que volvía con el agua, se colocaron detrás de la puerta y al entrar éste con un
cubo en la mano le dijeron que se diera la vuelta muy despacio y sin hacer tonterías.
La reacción no se hizo esperar, si bien es cierto que no era exactamente la que ellos
esperaban. El ruso que no se había forjado la fama que tenía por ser un tipo previsible, tiró el cubo
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del agua al suelo y se lanzó con una rapidez inusitada para un hombre de su tamaño contra ellos, por
suerte para el grupo no llevaba en la mano su pistola que probablemente guardó para llenar el cubo o
Al verlo venir como un miura sin picar, los que tenían las armas se quedaron paralizados,
apretaron el gatillo el seguro estaba puesto y sólo consiguieron enfurecer más si cabe al que se les
venía encima. En un abrir y cerrar de ojos el ruso les tumbó como a los bolos en una bolera, aunque
le llovieron patadas y puñetazos no parecía inmutarse y la primera que soltó él fue a parar a la cara
de Agustín, que quedó tendido en el suelo sin sentido y con los ojos en blanco. Jacinto consiguió
zafarse del brutal abrazo y cogiendo un par de metros de distancia sacó todo el repertorio de golpes
que como experimentado karateka tenía en su haber, era la primera vez en su vida que empleaba las
artes marciales contra alguien, sus principios se lo impedían y su carácter algo pusilánime aún más,
pero en esta situación no le quedaba otra alternativa, en lo único que podía pensar era en defenderse
y por si fuera poco la mujer que amaba estaba debajo de aquel monstruo. Consiguió una patada
certera en la cara del ruso, para su sorpresa éste apenas se tambaleó, aquello en lugar de asustarle le
motivó y casi sin darse cuenta comenzó a soltar una secuencia de golpes que dejaron a su oponente si
aparentemente ilesa, cogió una olla a presión que habían utilizado para mezclar los ingredientes con
la coca y le golpeó en la nuca a dos manos con una fuerza que ni ella misma se esperaba, el sonido
del impacto retumbó en toda la casa reverberando por los rincones, el tipo detuvo su intentos de parar
los golpes de Jacinto y en unos segundos que se hicieron eternos, cayó pesadamente sobre el suelo de
losas de barro, con tanta contundencia que algunas se partieron bajo su peso.
Todo había pasado muy deprisa, tanto que apenas podían asimilar lo ocurrido, al subidón de
adrenalina le siguió una caída en picado y todos se derrumbaron junto al gigantón porque las piernas
no les sostenían, en esa posición se quedaron unos instantes recuperándose con las espaldas apoyadas
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en la pared, excepto Agustín, que permanecía inconsciente en mitad de la sala con una postura de
contorsionista beodo.
blanca que la pared—, de momento tenemos a todos noqueados, pero no sabemos por cuánto tiempo.
—Los que han comido los hongos tienen para rato, pero su efecto depende de la fortaleza de
cada persona, en principio su efecto es alucinógeno, en dosis altas pasa lo que habéis visto, es como
una borrachera monumental, pero por si acaso y viendo lo animales que son estos tipos lo mejor sería
atarles inmediatamente —el argumento del cocinero-cirujano fue suficiente para que los demás se
levantaran, después de unos segundos cogiendo aire y color en las mejillas se fueron a buscar un
Al cabo de una hora empezaron a despertar los primeros, como ya se esperaban los rusos
fueron los que más rápido se recuperaron, menos el de la pelea que, o bien por los golpes de Jacinto,
el ollazo de Silvia, o su propio porrazo en la caída, permaneció inconsciente un buen rato más. Los
que acababan de despertar tardaron en recuperar la noción de la realidad, el efecto de los hongos
siguieron otros que de todas formas no entendieron por la forma de hablar de los ruso-gallegos, lo
que si entendieron al final fue una retahíla de insultos y amenazas que por un momento les hicieron
dudar de la fortaleza de las cuerdas utilizadas. Por fortuna las ataduras aguantaron y después de unos
minutos de forcejeo cesaron en sus intentos de zafarse, aunque no en los insultos y amenazas que
Progresivamente todos se fueron recuperando, sus primeras reacciones fueron de sorpresa por
el vuelco de los acontecimientos seguido todo ello de un quejumbroso malestar rematado por un
intenso dolor de cabeza, los niños que fueron los primeros en caer drogados por los hongos se
recuperaron bien ya que la cantidad ingerida fue pequeña y no llegó a causarles daños que a su edad
El último en recuperarse fue el carnicero que había comido más que nadie y cuyo dolor de
cabeza le dejó encogido como un cachorrillo abandonado en plena calle en un día lluvioso, incapaz
de decir nada, lo único que acertaba a repetir con un hilo de voz una y otra vez al verse atado lo
mismo que sus compañeros fue: estáis muertos, estáis todos muertos. Sus amenazas eran tan inútiles
como las que antes les habían proferido los otros, pero en su boca resultaban convincentes por lo que
Agustín, que ya se había recuperado del puñetazo de la pelea, le sacudió con la misma olla utilizada
A partir de ese momento todos empezaron a mirarse y a esbozar las primeras sonrisas, tímidas
en primera instancia, al momento se tornaron en gritos de júbilo soltando de golpe toda la tensión
acumulada durante las horas que duró la desagradable experiencia del secuestro. Recuperada la
que tenían que lejos de ser fútil seguía siendo de una gravedad considerable.
—¿Qué vamos a hacer con estos tipos? —dijo Amador que había permanecido
—Llamar a la policía, por supuesto —dijo la inglesa que no parecía muy recuperada de la
sobredosis de hongos.
—Y cómo les explicamos que tenemos a unos traficantes y asesinos atados de pies y manos
junto a un alijo de cocaína, eso sin contar con el esqueleto del señor Basto, que digo yo que les
—Es evidente que no podemos llamar a la policía, ni dejar a estos malnacidos atados
eternamente. Además sugiero que nos deshagamos de la droga y del esqueleto, lo más prudente sería
volver a enterrarlo todo —a la exposición de Jacinto nadie puso objeción, ni siquiera Agustín que
pese a su ruina y sus ambiciones se había dado por vencido y empezaba a plantearse seriamente
retomar la abogacía (estuvo trabajando unos meses en el bufete de su padre recién acabada la
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carrera), así al menos tendría contactos en el gremio judicial, porque sospechaba que tarde o
Valoraron diferentes opciones, entre otras la de dejarles allí y que la policía les trincara con
todo el marrón encima, ya que como argumentó el cirujano sería difícil que pudieran convencer a un
juez de la implicación de unos humildes ciudadanos vinculados a fines relacionados con el naturismo
y la espiritualidad, pero Agustín no quiso arriesgarse con sus antecedentes y el propio Abundio
objetó que como propietario de la finca aquel incidente le supondría a buen seguro un sinfín de
problemas. Decidieron que lo más sensato sería enterrar la coca y el esqueleto como había sugerido
Jacinto, en cuanto al tema de los cuatro mafiosos que permanecían atados, la cosa resultaba más
complicada. Si les soltaban se vengarían como no paraba de repetir el carnicero, que había vuelto a
recobrar la consciencia y no paraba de recordarles lo hambrientos que estaban los cerdos de su finca.
Si se las arreglaban para entregarles a la policía las garantías de que entraran en prisión no eran
totales y de hacerlo pensaron que gente así tendría contactos suficientes como para hacer cumplir sus
En ese momento, entre deliberaciones e incertidumbres, entró Deni con un ordenador portátil
en las manos.
—Mirad lo que he encontrado en el carro de estos fulanos —dijo mientras lo elevaba por
encima de su cabeza como si se tratara de un trofeo para dar mayor énfasis a su hallazgo.
El carnicero lanzó una mirada reprobatoria a uno de los rusos, probablemente el conductor y
Después se volvió hacia el grupo y dijo desafiante y burlón, que si querían unas clases de
—No creo que sea necesario —contestó Jacinto—, nuestro amigo sabrá echar un vistazo a lo
que tienes ahí —se refería a Germán, quien agradeció el gesto de su colega que de forma clara le
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estaba atribuyendo unos conocimientos que incluso a él, todo un profesor universitario, se le
escapaban.
—Venga, capullo, haber si eres capaz de encontrar algo, bueno haber si eres capaz de
encenderlo —dijo jocundo el mafioso evidenciando que desconocía las cualidades del hacker.
Germán se sentó, levantó la tapa y tras pulsar el interruptor, esperó unos segundos a que se
iluminara, mientras se susurró a sí mismo el modelo del PC: un Acer del doble núcleo.
—No está mal el cacharrillo —dijo ajustando la inclinación de la pantalla para optimizar la
—Veo que tiene unas barreritas interesantes, esto no creo que lo hallas instalado tú, ¿verdad?
El carnicero seguía con su actitud desafiante, le dijo con prepotencia que tenía a los mejores
—Bueno, no creo que necesite descifrar nada. Estoy dentro —dijo escuetamente anunciando
a sus amigos que tenía acceso al disco duro—, yo que tú iba preparando el finiquito al que te ha
—Juro que lo mato —masculló entre dientes, la amenaza esta vez parecía ir dirigida al
porque además de bajar su tono de voz y su arrogancia, volvió a mirar al ruso para decirle muy bajito
El otro intentó balbucear alguna disculpa. Aunque era un hombretón de aspecto imponente el
En cuestión de minutos Germán tenía abiertas unas cuantas carpetas que revisaba con
—Amigos creo que esto puede ser muy interesante, este tío tiene aquí toda la contabilidad de
sus negocios, es curioso porque hasta los narcos pueden manipular sus cuentas, está claro que tiene
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ciertos chanchullos con sus socios que no quiere que éstos conozcan —dijo mirando a los rusos que
—Vuestro socio os está robando descaradamente —les dijo claramente en vista de que estos
contabilidad que se refleja aquí implica que también está robando a un tal, supongo que será un
mote, Jaguar. Y por lo que veo debe ser su proveedor colombiano y también socio mayoritario, si no
me equivoco debe ser el jefe de algún Cártel de por allí y estará encantado de conocer como ha
La cara del carnicero empezó a cambiar, reflejaba que esa información no sólo era cierta,
además era de una importancia vital para él, entendiendo por vital que su vida podía depender de que
no llegara al interesado. Aparte de su elocuente mutismo desvió la mirada para no encontrar la de los
rusos que en este momento le atravesaban con los ojos al saberse engañados. Es cierto que no eran
muy inteligentes y que el carnicero ejercía una influencia importante sobre ellos, pero no habían
llegado hasta donde estaban por dejarse mangonear y el que lo intentaba acababa en el fondo de una
Maldijo para sí mismo la decisión de llevar el portátil en el coche, tenía la intención de visitar
a su contable para actualizar el estado de sus cuentas en cuanto acabara con aquellos aficionados. Les
—Venga, para que veáis que soy buena gente podéis quedaros con la coca y os prometo que
nadie va a tocaros ni un pelo mientras yo viva, éste ha sido un desagradable incidente que estoy
dispuesto a olvidar —aunque su situación era grave mantenía la chulería típica del perdonavidas de
barrio que seguía siendo—. En cuanto a vosotros —dijo dirigiéndose por primera vez a los rusos—,
os habéis hecho ricos gracias a mi. De todas formas si he desviado alguna partida a mi favor se puede
solucionar, estoy dispuesto a compensaros, después de todo seguimos estando a bordo del mismo
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barco —en sus palabras se notaba su temor, sus socios por muy lerdos y fáciles de manejar podían
muerto, apestaba, pero para eliminarlo había que acercarse más a él.
—Bien —dijo Silvia tomando por primera vez la voz cantante—, está claro que tus promesas
no valen nada, pero nos aseguraremos de que las cumplas aunque no quieras. Con los datos que
tenemos —hablaba mirando de reojo el ordenador donde Germán comprobaba números, nombres y
direcciones—, te tenemos cogido por los huevos, así que todo esto como es lógico se queda con
tiene el más mínimo problema inmediatamente le llegará toda la información en cuestión de minutos
por obra y gracia de la tecnología, rápida y eficaz. Con los de aquí —dijo refiriéndose a los rusos—,
Ante su exposición de los hechos el carnicero no tuvo más remedio que claudicar, asentir y
jurar para sus adentros. El Jaguar era un tipo de esos con los que es mejor no tener ningún roce, si el
hormigas bala, un insecto bastante común en las selvas colombianas, era conocido con ese nombre
por el dolor que produce su picadura, comparable al impacto de una bala, la experiencia debía
Germán le explicó lo fácil que le resultaría, además, enviar todo eso a la policía quedándose
drogas que ningún juez dudaría de su culpabilidad. Se pasaría una buena temporada a la sombra. Y
en el trullo, le recordó, sería muy fácil para su socio colombiano darle un repasito.
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Vietnam, para describir las diferentes patologías que experimentaron los veteranos de esa guerra al
volver a sus hogares. Este síndrome no es exclusivo de los conflictos bélicos, se puede dar también
El síndrome de Estocolmo se describe como una situación de confusión en la que se que llega
tiempo que dura la retención forzosa llegando a un entendimiento de las circunstancias en las que se
suceden los hechos, todo ello en unos términos descritos ampliamente por eminentes científicos
Después del secuestro, retención, homicidio frustrado o síndrome de la clase y nombre que a
cada cual le apetezca, lo cierto es que nosotros salimos por los pelos, pero indemnes física y
psíquicamente, hablo por mí y aunque no puedo ni quiero estar en la cabeza de los demás, sospecho
que todos piensan de un modo parecido a juzgar por lo que allí aconteció posteriormente.
La resolución del caso, si es que se le puede llamar así, fue fruto de la casualidad, ya que he
descartado directamente la intervención divina, no por ateo sino porque después de la chapuza que
hizo en nuestro mundo, el todopoderoso se debió marchar a probar suerte en otra parte, quizá al
Mintaka ese de las narices del que tanto hablan los tarados que me acompañan.
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apodado “el Carnicero” claudicó; apelativo que no pretendo usar en términos peyorativos ya que
simpatizo con los que ejercen tan digno oficio. Como digo, el Carnicero comprendió que era mejor
dejar las cosas correr, muy a su pesar, pero feliz, si es que semejante energúmeno es capaz de
albergar ese sentimiento. Contento porque sabía que las cosas podían haber sido mucho peor para él,
aunque el modo en que nos despedimos no creo que fuese totalmente de su agrado.
La idea fue del tal Germán, un tipo que me desagradó en un principio, no consiguió
agradarme posteriormente, y acabó por resultarme indiferente, que es lo más cercano al aprecio que
puedo llegar a sentir por alguien. Reconociendo su valía, porque la reconozco, y envidiando
completamente desnudos, emulando a nuestros nudistas que acabaron desistiendo de su empeño, más
por las consecuencias que el enfriamiento les producía a su edad que por ceder en la cabezonada.
Los mafiosos se quedaron allí de esa guisa, embadurnados hasta los ojos en una mezcla
apareciera en algún momento para atender a sus animales, la sorpresa del ganadero habría de ser
mayúscula, lo mismo que la de los propios gorrinos que a pesar de no tener la agresividad de la que
tanto presumía el carnicero al referirse a los suyos, éstos, curiosos por naturaleza no dejaban de
prioridades fue deshacerse de la droga, la inicial y unánime decisión de enterrarla acabó por
descartarse por pensar que el futuro es imprevisible y las reacciones humanas aún más. Decidimos
quemarla. La fogata sin ser excesiva, porque la cantidad no daba para competir con las fallas, si lo
fue para producir una densa humareda que nos obligó a buscar el barlovento si no queríamos acabar
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con un colocón comparable al de cualquier estrella del Rock, Rap, Hip hop o la disciplina musical
pero también se descartó, esto no quiere decir que seamos de carácter voluble, estos cambios había
que atribuirlos a unos avatares excepcionales que en aquel momento no nos permitían pensar con la
claridad necesaria. Pues bien, meditado el asunto con la mesura que se espera de algo tan relevante,
decidimos dejar el esqueleto en un lugar que no fuese demasiado visible, pero si lo suficiente como
para ser encontrado por alguien que en un momento dado se llevaría un susto de muerte, sí, sin duda,
pero le reportaría a cambio una historia que podría contar a sus nietos o a quien fuese hasta el
aburrimiento.
Antes de soltar lo que quedaba de don Paco en una acequia, que es donde suelen aparecer los
cadáveres, la hermana del hippy se aseguró de no dejar ninguna pista en los restos que nos pudiera
Por fin nos vemos libres de unas cargas que pesan lo suyo en las conciencias, más si cabe que
en las espaldas, y aunque no producen lesiones musculares pueden ocasionar otras que requieren de
tratamientos complicados y cuyos facultativos cobran un dineral por aliviarlas, en la mayoría de los
Todo indicaba que allí nos separábamos. El señor Víguenot y Silvia, su reciente novia y
hermana del que brevemente fuera mi “socio”, volvieron a sus respectivas y respetables
obligaciones. Con la máquina llamada ELME y la fortuna familiar del primero, la pareja parecía no
El hippy, a quien no auguré nunca un porvenir muy próspero volvió a Madrid para intentar
retomar su carrera de abogado. Los ufólogos siguieron con lo suyo, que no sé muy bien qué es y que
además me tiene sin cuidado. Los demás, a los que apenas tuve ocasión de tratar, supongo que
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Yo por mi parte he recuperado la finca con la que no sé qué hacer. Venderla puede ser una
opción, aunque como ya fui informado en su momento, la declaración de Parque Natural de aquel
paraje deja los terrenos sin el valor que los especuladores más avezados buscan para engrosar sus
fortunas, además todo indica a que la burbuja inmobiliaria seguirá pinchada y perdiendo aire a una
velocidad preocupante. Siempre queda la posibilidad de montar un negocio de turismo rural, muy de
Lo cierto es que perpetuar mi estancia aquí no tiene sentido, así que me vuelvo a Madrid, me
quedan algunos días de vacaciones que puedo disfrutar en la certidumbre de mi hogar retomando mis
rutinas que tanto echo de menos. Debo reconocer con algo de congoja que los últimos días han sido
no sólo los más extraños de mi vida, también han sido en los que durante más tiempo y con mayor
intensidad me he relacionado con otras personas, la experiencia una vez meditada me deja en
suspenso, si bien no puedo hablar de amistad porque ser lo que se dice ser: no somos amigos, algún
EPÍLOGO
Volver a Madrid estaba decidido incluso antes de los recientes acontecimientos, ya que desde
que estuve en la promotora de los Basto la idea de visitar al antiguo socio de don Paco, más que
rondarme por la cabeza, me parecía algo imperativo. Así lo hago. Narrar los pormenores del viaje de
Tengo la intención de dejar este asunto zanjado cuanto antes, así pues decido pasarme
directamente por la calle Primavera número 25, muy cercana a la plaza de Lavapiés, probablemente
uno de los iconos del casticismo de esta ciudad. He llegado sin problemas a la dirección que con
tanta diligencia me proporcionó la señora del otro don Paco, que heredó además de las deudas, el
nombre y el “don”. La dirección es del sobrino, ése del que no tengo demasiada información, pero
que por lo visto acogió al tío tras los sucesos acaecidos y que espero ahora me puedan aclarar.
Al llamar a la puerta noto que el inmueble tiene la solera propia del barrio, es decir: tufo a
personalmente me imagino que se trata del socio, por si acaso le pregunto si es don Federico
Malaespina, me contesta que sí con voz queda, algo que atribuyo a los estragos de la edad más que a
salvaguardar la tranquilidad del edificio, que de tranquilo no tiene nada. Como permanece inmutable
le digo que soy amigo de don Francisco Basto y si puedo hablar con él un momento. Le veo dudar un
—¿Qué quería?
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Aunque mi primera intención era la de tantearle con alguna mentira, empiezo a estar cansado
de dar rodeos, así que le cuento directamente quien soy y lo que quiero.
—Vera, soy el hijo de los Buendía, de Villanubla del Pedregoso y quería saber que pasó allí
El viejo, que como me dijo la nuera del exsocio tendrá ochenta y tantos muy mal llevados
tarda en reaccionar, no se puede decir que sea muy expresivo, pero parece sorpresa lo poco que se
refleja en su rostro, se aparta un poco y me dice que pase. Aceptando su invitación lo hago.
La casa está en un estado lamentable, sucia, sin ventilar y con muestras evidentes de
abandono, a pesar de no ser asunto mío le pregunto si vive solo a lo que contesta que sí, le pregunto
entonces si no vive el sobrino con él y aquí ya es algo más expresivo aun sin decir ni una palabra, lo
—Pregunte lo que quiera a estas alturas ya me da todo igual, yo tengo un pie en el otro barrio
La respuesta me deja atónito, tanto que tardo un buen rato en respirar, lo que hago pasados
—Se murió él solito, vamos a dejar las cosas claras, no soy un asesino… bueno, casi.
Como no sé qué decir le invito a seguir con mi silencio, cosa que hace:
—Pero, por qué no llamó a una ambulancia, o la Guardia Civil, o a quien se llame en estos
casos.
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—¿Con mis padres? ¿Qué pasa con mis padres? —se le ve nervioso, pero después de un
—Sus padres no murieron accidentalmente, bueno o no del todo —ahí, me callo yo, pero no
él.
—Sus padres, que eran de cuidado, no querían vender, Paco no era mala persona, pero a
veces podía ser muy bruto, era un hombre de campo que un día se vio con unas perras y se volvió
ambicioso. Total, como sus padres querían más dinero Paco intentó convencerles de que vendieran
con métodos poco ortodoxos y mandó a uno del pueblo, más bruto que él, a darles un susto. En ese
lapso de tiempo sus padres se lo debieron pensar mejor, o les convencerían los otros vecinos del
pueblo, que se llevaban a matar. El caso es que llamaron para decir que aceptaban la oferta y allí nos
fuimos Paco y yo con doscientos millones que era el dinero acordado. A pesar de estar todo hablado
y aparentemente claro, durante la entrega y el papeleo posterior con el resto de los vecinos se
calentaron los ánimos más de la cuenta y a Paco le dio el síncope que resultó mortal. Al quedar allí
tendido el cadáver, los vecinos que eran gente mayor y asustadiza, se espantaron y huyeron como
conejos dejándome con el muerto, y nunca mejor dicho. Yo me vi de pronto con el maletín, hacía
años que estaba un poco harto de Paco que me robaba sistemáticamente, él pensaba que yo me
chupaba el dedo, pero siempre fui de poco carácter y lo dejé estar, hasta ese día. Mi socio estaba
muerto, los de Villanubla metidos en sus casas esperando a que pasase el temporal… se me fue la
cabeza y me dije que ya era hora de que las cosas cambiasen. Con gran esfuerzo, yo por entonces ya
tenía una edad, le enterré. Me llevé todo lo que me pudiera involucrar, saque los papeles de la
promotora para no dejar rastros y el dinero. Abandoné sudoroso el lugar, con los riñones doloridos y
la conciencia peor aún. A sus padres les dije que había enterrado el cadáver y el dinero juntos, sin
precisar dónde y les asusté diciéndoles que lo de Paco era culpa suya con la esperanza de que no se
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atrevieran a buscarlo. Conociéndolos sabía que en cuanto se les pasara el susto empezarían a buscar
el dinero, pero entonces mis temores se borraron de golpe, tras el impacto tremendo de un camión
contra la casa, con sus padres entre medias de vehículo e inmueble. Cuando me contaron los
pormenores del suceso me enteré de que el conductor del camión era el tipo que había contratado
Paco para lo del susto, con todo el lío del infarto se me olvidó avisarle para que suspendiera el tema.
Pasados unos días tuve ocasión de hablar con él y me dijo que sólo quería asustarlos un poco, pero le
fallaron los frenos porque el camión era muy viejo y el resto creo que usted ya lo sabe.
Al conocer este dato sobre el óbito de mis padres me han venido de golpe sentimientos
encontrados, de los recuerdos que aún conservo hay uno que los resume todos. Contar esta breve
historia ahora no parece tener lógica, pero servirá para entender lo que siento al saber que el
homicidio fue premeditado y no involuntario como he creído todos estos años. Bueno, en realidad, y
por lo que cuenta este hombre tampoco fue del todo premeditado, en fin, lo que siento no va a
Siendo yo muy niño tuve meningitis, dolencia grave hoy en día y de extrema gravedad
entonces. Mi madre era devota de una virgen cuyo nombre no recuerdo y cuya representación en
plástico fino veneraba a diario con los más variados rezos colocada sobre el frigorífico a modo de
altar. Al contraer yo la enfermedad le hizo una promesa: si salvaba mi vida, como así fue y prueba de
ello es que lo estoy contando, recorrería de rodillas la distancia que separaba nuestro pueblo de un
santuario cercano de la no mencionada virgen. Cumplió su promesa con una única salvedad, dicha
promesa no le comprometía a ella, sino a mí. Intentó pasarle la pelota a mi padre que como era de
esperar se negó. Para agradecer a la santa de plástico mi milagrosa recuperación me hizo cumplir la
promesa como si de una subrogación se tratara. El resultado fue otro mes de hospitalización por los
derrames de líquido sinovial procedente de mis rodillas, que me obligaron a llevar muletas durante
varios meses hasta que curaron las lesiones, lesiones de las que todavía me resiento en los días
A pesar de todo al escuchar de este anciano lo que acabo de escuchar y que no me podía
imaginar, tengo una lógica conmoción, cierto es que no dura mucho y al recuperarme le hago una
pregunta obligada.
—¿Y el dinero?
—Una cosa era lo de Paco, que a fin de cuentas fue fortuito, y otra bien distinta lo de sus
padres. Yo desaparecí todo lo rápido que pude, lógicamente me llevé el dinero que había tenido
Aunque la respuesta me parece obvia, viendo dónde y cómo vive el viejo, está claro que la
historia no acaba aquí. Como mi silencio es una invitación a seguir el viejo sigue:
—Me vine para Madrid —me cuenta enjugándose con la mano los ojos llorosos, no llora de
coches y se ofreció a esconderme en su casa. Cuando se enteró de todos los detalles lo primero que
hizo fue preparar una declaración de insolvencia para evitar que legalmente me pudieran pillar, ya
que los doscientos millones eran de la promotora y del banco que nos hizo el prestado. Mi sobrino
preparó todo el plan para que pareciera que Paco se había largado con el dinero, de manera que al
poco tiempo y con el lío de lo de sus padres se olvidaron del tema, el hijo de Paco y sobre todo la
nuera removieron Roma con Santiago para que la policía le buscase, pero ya sabe usted como son
estas cosas, les dijeron que estaría en el Caribe, o en Brasil, o en algún sitio por el estilo y que lo más
que podían hacer era pasárselo a la Interpol. Todo salió a pedir de boca excepto por una cosa, mi
sobrino que era mi única familia, salió más listo de lo esperado y se quedó con todo el dinero. Me
pasa una pensión todos los meses que apenas me llega para vivir y él mientras se pega la gran vida,
de vez en cuando viene por aquí para recoger el correo porque mantiene esta casa como dirección
amenazó con contarlo todo si decía algo. Lo de sus padres, me dijo, se podía considerar asesinato en
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no sé qué grado, pero asesinato a fin de cuentas, así que me callé más por los remordimientos que
tenía que por creer realmente sus amenazas y aquí estoy, viejo, tonto y más solo que la una.
Cuando el anciano termina su relato yo tengo dos cosas muy claras: primero que me puedo
despedir de la pasta y segundo que odio a muerte a alguien a quien no he visto en mi vida, ni siquiera
sé su nombre. Hay una tercera que me cuesta admitir: siento lastima por el pobre viejo, de manera
que voy a hacer algo que nunca imaginé que podría hacer. Llamar a Germán.
Lo que ha pasado después se puede extender gratuitamente, pero esta historia empieza a ser
un poco tediosa así que trataré de resumirla en lo que esencialmente interesa, algo que no hubiera
El capullo del sobrino efectivamente recibía el correo en esa dirección, hurgando entre la
correspondencia encontré los extractos del banco con el balance de sus cuentas, una visa recién
llegada por correo, facturas de teléfono, electricidad y otras cosas que daban igual, pero que miré por
curiosidad. Con todo eso y las habilidades del hacker, que se prestó gustoso a ayudarnos una vez
conocida la historia, el resultado fue que el dinero, el mismo que me ha sido esquivo durante tantos
años y responsable de todos los acontecimientos que han sido narrados, estaba al alcance de su ratón.
Para mi sorpresa el sobrino en lugar de dilapidar la fortuna en bacanales como hubiera sido de
esperar, lo invirtió sabiamente multiplicándolo. En diferentes cuentas repartidas por paraísos fiscales
de los que nunca había oído hablar, el sobrino acumulaba cifras sorprendentes. De ese modo y con la
inestimable ayuda de Germán, cuya pericia con los ordenadores no dejaré nunca de admirar, todo ese
montante pasó como por arte de magia, de unas cuentas a otras dejando al sobrino más tieso que la
mojama y al bueno de don Federico con las atenciones adecuadas en la mejor residencia de la ciudad.
necesitaba, con su renta se podía permitir seguir buscando marcianitos el resto de su vida, y… ya sé
que cuesta creerlo, ni yo mismo lo creo, pero todos los partícipes de esta historia sobre todo los más
necesitados y que insisto: no son mis amigos, recibieron una cantidad de dinero más que generosa.
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Sobra decir que mi cuenta corriente tiene ahora más ceros de los que podía imaginar, y aunque estas
historias suelen acabar mal para que sean creíbles, éste no es el caso.
FIN.