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Una Hora Santa Por La Vida

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Una hora santa por la

vida
PROCESIÓN

Reunida la asamblea, se entona un canto mientras el sacerdote o el diácono,


revestido de capa pluvial y acompañado por unos ministros asistentes, entra
al presbiterio.  Toda la asamblea se arrodilla mientras el celebrante se pone
el velo humeral y camina hacia el Sagrario.  Luego, trae el Santísimo
Sacramento, lo pone en la custodia y lo expone sobre el altar.
El celebrante se arrodilla delante del altar e inciensa el Santísimo
Sacramento.  Cuando se termina la canción de entrada, se hace un momento
de oración en silencio.
ORACIÓN INICIAL
Después el celebrante se va a su sede y desde allí hace la Oración Inicial,
usando uno de los siguientes formularios:
(Oración Colecta, Misa de Corpus Christi)
Señor nuestro Jesucristo,
que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de tu pasión,
concédenos venerar de tal modo
los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de tu rendición.
Tú que vives y reinas con el Padre
en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios
por los siglos de los siglos.
o bien:
(Santa Comunión y la Adoración de la Eucaristía fuera de la Misa, núm. 224)
Señor, Dios nuestro,
que a través de este gran sacramento
llegamos a la presencia de Jesucristo, tu Hijo,
nacido de la Virgen María
y crucificado para nuestra salvación.
Que nosotros, quienes declaramos nuestra fe
en esta fuente de amor y misericordia,
bebamos del agua de la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos:Amén.
Se hace un momento de silencio.  Sigue la liturgia de la Palabra.
LITURGIA DE LA PALABRA
Primera Lectura:
Génesis 9, 1-7
Al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano.

Lectura del libro de Génesis

En aquel tiempo, Dios bendijo a Noé a sus hijos, diciéndoles: “Crezcan y


multiplíquense y llenen la tierra.  Todos los animales los temerán y los
respetarán a ustedes; les aves del cielo, los reptiles de la tierra, los peces del
mar están sujetos a ustedes.  Todo lo que vive y se mueve les servirá a ustedes
de alimento; se lo entrego a ustedes, lo mismo que los vegetales.

Pero no coman carne con sangre, pues en la sangre está la vida.  Por eso yo
pediré cuentas de la sangre de ustedes, que es su vida; se las pediré a cualquier
animal; y al hombre también le pediré cuentas de la vida de su hermano.  Si
alguien derrama la sangre de un hombre, otro derramará la suya; porque Dios
hizo al hombre a su imagen.  Ustedes crezcan y multiplíquense, extiéndanse
por la tierra y domínenla”.
Palabra de Dios.

Todos: Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial:
Salmo 138

R.  Guíame, Señor, por el camino eterno.


Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

R.  Guíame, Señor, por el camino eterno.

Tú has creado mis entrañas,


me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras.

R.  Guíame, Señor, por el camino eterno.

Sondéame, Señor, y penetra mi interior;


examíname y conoce lo que pienso;
observa si estoy en un camino falso
y llévame por el camino eterno.

R.  Guíame, Señor, por el camino eterno.


Oración en silencio.
Aclamación Antes del Evangelio:
Juan 6, 51

R.  Aleluya, aleluya.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor;


el que coma de este pan vivirá para siempre.

R.  Aleluya.
Evangelio:
Juan 6, 51-58
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

+ Lectura del santo Evangelio según san Juan

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado
del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.  Y el pan que yo les
voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos
a comer su carne?”

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no
beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.  El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.  El que come


mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.  Como el Padre, que
me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come
vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus
padres, pues murieron.  El que come de este pan vivirá para siempre”.

Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.


Homilía
Luego, el sacerdote o diácono dice la homilía seguido por un periodo de
oración en silencio.
Plegaria Universal  
Puesto de pie, el sacerdote o diácono invita al pueblo a rezar:
Celebrante: Dios es el autor de la vida.  En Él, ponemos nuestra confianza y
esperanza y elevamos nuestras peticiones:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
El diácono u otro ministro: Que la justicia, la verdad y el amor por el don de
la vida, pueda inspiran a todos los legisladores, gobernadores y a nuestro
Presidente, roguemos al Señor:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
El diácono u otro ministro: Por todos aquellos que no apoyan los derechos de
los no-nacidos, para que, en amor, ellos puedan llegar a conocer la dignidad
de cada persona en los ojos de Dios, roguemos al Señor:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
El diácono u otro ministro: Por todos aquellos que se preparan para recibir el
Sacramento del Matrimonio, para que puedan abrazar su papel como co-
responsables en el amor creativo de Dios, roguemos al Señor:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
El diácono u otro ministro: Por todos aquellos que llegan a las vidas de los
condenados, de los ancianos y de los olvidados, que puedan tener compasión,
respeto y aprecio por la dignidad de toda vida humana, roguemos al Señor:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
El diácono u otro ministro: Por los moribundos, que a través del amor, el
cuidado y la devoción de otros, puedan conocer la belleza de la vida en estos
momentos, roguemos al Señor:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
El diácono u otro ministro: Por todas las víctimas de la cultura de muerte, que
al igual que Lázaro, olvidado y pobre, ellos puedan ser bienvenidos a la paz
eterna de Dios, roguemos al Señor:
Todos: Señor, escucha nuestra oración.
Se hace un momento de oración en silencio.
LECTURA:
Evangelium Vitæ, núm. 25
Papa Juan Pablo II
Se puede leer un ministro.
La sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del Padre,
manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es
el valor de su vida.  Nos lo recuerda el apóstol Pedro: « Sabéis que habéis sido
rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo
caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y
sin mancilla, Cristo » (1 Pe 1, 18-19).  Precisamente contemplando la sangre
preciosa de Cristo, signo de su entrega de amor (cf. Jn13, 1), el creyente
aprende a reconocer y apreciar la dignidad casi divina de todo hombre y puede
exclamar con nuevo y grato estupor: « ¡Qué valor debe tener el hombre a los
ojos del Creador, si ha “merecido tener tan gran Redentor”
(Himno Exsultet de la Vigilia pascual), si “Dios ha dado a su Hijo”, a fin de
que él, el hombre, "no muera sino que tenga la vida eterna" (cf. Jn3, 16)! ».

Además, la sangre de Cristo manifiesta al hombre que su grandeza, y por tanto


su vocación, consiste en el don sincero de sí mismo.  Precisamente porque se
derrama como don de vida, la sangre de Cristo ya no es signo de muerte, de
separación definitiva de los hermanos, sino instrumento de una comunión que
es riqueza de vida para todos. Quien bebe esta sangre en el sacramento de la
Eucaristía y permanece en Jesús (cf. Jn6, 56) queda comprometido en su
mismo dinamismo de amor y de entrega de la vida, para llevar a plenitud la
vocación originaria al amor, propia de todo hombre (cf. Jn1, 27; 2, 18-24).

Es en la sangre de Cristo donde todos los hombres encuentran la fuerza para


comprometerse en favor de la vida.  Esta sangre es justamente el motivo más
grande de esperanza, más aún, es el fundamento de la absoluta certeza de que
según el designio divino la vida vencerá.  « No habrá ya muerte », exclama la
voz potente que sale del trono de Dios en la Jerusalén celestial (Ap21, 4).  Y
san Pablo nos asegura que la victoria actual sobre el pecado es signo y
anticipo de la victoria definitiva sobre la muerte, cuando « se cumplirá la
palabra que está escrita: “La muerte ha sido devorada en la victoria.  ¿Dónde
está, oh muerte, tu victoria?  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” » (1 Cor15,
54-55).

Se hace un momento de oración en silencio.  A continuación, el celebrante


dice las Letanías por la Vida.
LETANÍAS POR LA VIDA

Señor, ten piedad.

R.  Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad.

R.  Cristo, ten piedad.

Señor, ten piedad.

R.  Señor, ten piedad.


Tú diste vida a Adán. (Gn 2, 7)
R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú formaste a Eva de la carne. (Gn 2, 22)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú escuchaste el llanto de la sangre inocente. (Gn 9, 5-6)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú salvaste la vida de Caín. (Gn 4, 16)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú salvaste a Noe del diluvio. (Gn 8, 16)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú llenaste el vientre estéril de Sara. (Gn 21, 2)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú diste a Abraham un hijo. (Gn 21, 3)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú preservaste la vida de Jacob. (Gn 32, 31)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú castigaste aquellos que tomaron la vida de otros. (Núm 35, 31)


R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú pones delante de nosotros la vida y la muerte. (Dt 30, 19)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú restauraste la vida perdida. (Rt 4, 14)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú nutres al anciano y al débil. (Rt 4, 14)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú liberaste a Saúl de David. (1 Sam 26, 22-24)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú redimiste la vida de David. (2 Sam  4, 9)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú diste a Salomón largos días. (1 Ke 3, 14)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú resucitaste al niño por el clamor de Elías. (1 Ke 17, 21:22)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!


Tú eres la vida que es la luz de los hombres. (Jn 1, 14)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú eres el pan de Vida. (Jn 6, 35)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú tienes las palabras de eterna vida. (Jn 6, 68)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú eres la resurrección y la vida. (Jn 11, 25)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. (Jn 14, 6)

R.  ¡Señor, Tú nos das vida!

PADRENUESTRO
El celebrante dice o canta:

Oremos juntos como Cristo nos enseñó:


Todos: Padre nuestro…
BENDICIÓN DEL SANTÍSIMO
Después del Padrenuestro, el  celebrante se arrodilla enfrente del altar,
delante del Santísimo Sacramento.  Mientras se arrodilla se entona el
canto Tantum Ergo (o cualquier otro himno Eucarístico apropiado) mientras
se inciensa el Santísimo Sacramento.  Cuando se termina el himno, el
celebrante se pone de pie y canta o dice:
Oremos.
Después de una pausa, el celebrante prosigue diciendo:
Señor, Dios nuestro,
enséñanos a vivir en nuestros corazones
el misterio de la Pascua de tu Hijo,
por el cual, Tú redimiste al mundo.
Cuida amorosamente los regalos de gracia
que por tu amor hemos recibido
y llévalos a su culminación
en la gloria del cielo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Una vez dicha la oración, el celebrante toma el velo humeral, hace
genuflexión, toma la custodia y, sin decir nada, traza la señal de la cruz con
la custodia.
RESERVA DEL SANTÍSIMO
Después se saca el Santísimo Sacramento de la custodia y se reserva en el
sagrario.  Reservado el Santísimo, el celebrante dice las Alabanzas al
Santísimo Sacramento, que a  la vez son repetidas por la asamblea.
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su sacratísimo Corazón.
Bendita sea su preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su santa e inmaculada concepción.
Bendita sea su gloriosa asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.
Dichas las Alabanzas al Santísimo Sacramento, se entona un canto o himno. 
Terminado el canto o himno, el celebrante y los ministros asistentes, mirando
al altar, inclinan la cabeza y se retiran.

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