¿Un Mundo Mejor Sin Dios
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Semana de reflexión
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22/4/2020 ¿Un mundo mejor sin Dios? - El Tiempo – Bogotá, 09/04/2020
Más allá de las posiciones escépticas frente a Dios, algunos practican un ‘ateísmo militante’ descrito por el pensador Deepak
Chopra como un desprecio por la espiritualidad. FOTO:
Muchos postulan que en lo más íntimo del ser humanoexisteeldeseo de hacer parte de una gran historia en
la que queremos convertirnos en héroes o heroínas y, con ello, tener un lugar (no tiene que ser el más
importante) en el gran esquema de las cosas.
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Esa es sin duda una aspiración de trascendencia, pero la misma trae aparejados desafíos, desazones e
incertidumbres. No es fácil iniciarse y sostenerse en una búsqueda espiritual en tiempos donde, en medio
de guerras, hambrunas, catástrofes o pandemias resulta válido preguntarse: ¿y dónde está Dios? Esta es,
por lo demás, una época en la que asistimos a enormes avances científicos y descubrimientos que nos
ayudan a comprender mejor nuestra ‘realidad’, al tiempo que las religiones, como sistema organizado,
parecen estar en crisis y franca decadencia.
Así, de conjunto, la existencia de Dios ya no parece ser tan necesaria, resulta poco útil o incluso
irrelevante en la vida de muchas personas (incluidos los momentos de crisis), por lo que no sorprende que
exista una incredulidad extendida.
Creer o no en Dios es una opción personal, de manera que debe guardarse un enorme respeto por quienes
son ateos o, en otros casos, agnósticos. De cualquier manera, mas allá de sus convicciones, también en
ellos están presentes condiciones y atributos que con frecuencia escasean entre muchos que se reclaman
auténticos creyentes. Y para ellos también hay distintos lugares en esta experiencia humana en la que
estamos involucrados todos, más allá de las creencias propias.
Resulta desafortunado que en vez de una búsqueda cooperativa para saldar la brecha entre ciencia y
espiritualidad o entreateísmo y religiosidad, asistamos a una disputa que no solo profundiza la distancia,
sino que enardece el debate. Como es el caso del autoproclamado ‘ateísmo militante’, que no solo rechaza
aDios, sino que, como lo expresa Deepak Chopra en su libro
¿Tiene futuro Dios?, “muestra desprecio por todo tipo de espiritualidad, se burla de nuestras aspiraciones
de conectarnos con una realidad suprema y basa su argumentación en el más simplista de los argumentos:
que el mundo físico es todo lo que existe”.
Respuestas complejas
Como humanidad hemos recorrido un largo camino con el que han llegado impensables descubrimientos y
se han construido nuevos conocimientos, aunque para muchos asuntos cruciales falten respuestas. ¿Algún
día entenderemos, por ejemplo, cómo fue posible que la velocidad inicial de expansión del universo
estuviera por encima del límite crítico en el que las fuerzas de gravedad harían que todo el universo se
agrupara nuevamente como al momento del Big Bang y finalmente colapsara? ¿De qué está realmente
hecho el universo si el 96 por ciento del mismo lo conforman materia y energía oscura? ¿De dónde, cómo
y por qué surgen las constantes que rigen el orden del universo?
Pero para la ciencia hay preguntas incluso más desafiantes: ¿qué hace que la realidad a gran escala pueda
darse como la conocemos si al mismo tiempo hay una realidad en pequeña escala, en el nivel subatómico
(campo cuántico) en donde reinan la ‘incertidumbre’ y las ‘probabilidades’? ¿De dónde surge y a dónde va
un pensamiento más allá de la química cerebral que lo describe? ¿Cómo surge y donde está ubicada la
conciencia? ¿Que no podamos colocar en un tubo de ensayo o bajo un microscopio el amor, la inspiración,
el sentido de la belleza o la compasión hace que no sean reales?
Se le atribuye a Albert Einstein haber dicho, en relación con la forma como conocemos el universo, que
“Dios no juega a los dados, me interesa conocer más bien sus pensamientos, lo demás son detalles”,
advirtiendo también que “la idea de un Dios personal es ajena a mí eincluso me parece ingenua”. Y es
cierto. Para muchos la idea de un Dios personal, de barba blanca, sentado en un trono en las alturas y
dispensando al mismo tiempo recompensas y castigos debe ser reemplazada por nuevas visiones de un
poder superior, que incluya y explique la existencia en todos sus ámbitos, así como la ciencia intenta hacer
lo propio al buscar una ‘teoría del todo’.
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En la reciente biografía de Einstein, escrita por Walter Isaacson, se describe la circunstancia de una cena
en Berlín, en 1929, en la que el gran científico alemán, con evidente humildad y reverencia, dice: “Si
intentas penetrar los secretos de la naturaleza con nuestros medios limitados, encontrarás que detrás de
todas las leyes discernibles y sus conexiones permanece algo sutil, intangible e inexplicable. Mi religión es
la veneración hacia esta fuerza que va más allá de cualquier cosa que podamos comprender y explicar. En
ese sentido soy, de hecho, religioso”.
Más allá del derecho de argumentar y defender sus puntos de vista, el ‘ateísmo militante’ se ha declarado
en una especie de cruzada para desacreditar las posturas (también a las personas) que desde distintos
campos (filosofía, física, biología, cosmología, medicina, artes, entre otros) postulan la existencia de otra
realidad ‘trascendente’ que cuestiona la interpretación material vigente como la única válida.
Un flanco preferido de estos ataques es el que emprende contra las religiones. En una entrevista para EL
TIEMPO, el célebre biólogo y genetista Richard Dawkins dijo, entre otras cosas, que “la religión es un
delirio que sufren millones de personas… Las creencias religiosas están en el mismo campo que los
cuentos de hadas o las historias de unicornios rosados”. Y luego de atribuirles la responsabilidad por
muchos males, pasados y presentes, dice con arrogancia que “un mundo sin Dios ni religiones sería un
mundo mucho mejor en el cual vivir”.
Lo que expresa Dawkins, y otros que lo secundan como Daniel Dennet, Christopher Hitchens y Sam
Harris,para mencionar algunos de los más destacados ateos militantes, va más allá de los argumentos para
convertirse en una diatriba en la que la descalificación arbitraria, la ofensa y la virulencia constituyen sus
armas predilectas.
Es innecesario cuestionar las contribuciones de Dawkins a campos como la biología, la genética y asuntos
como la evolución de las especies, aunque dentro de la misma comunidad científica él y sus colegas han
sido refutados por otros científicos (no muchos, pero sí todos absolutamente respetables) para quienes ni la
selección natural ni la aleatoriedad o la casualidad resultan ser respuestas satisfactorias para explicar la
realidad.
Al margen de la discusión eneste y otros campos de debate, y retomando el asunto de sus ataques a las
religiones y la creencia en un Dios cuya existencia ‘no se puede probar’, Dawkins utiliza argumentos que
son construidos con medias verdades y abiertas tergiversaciones y manipulaciones.
Para reforzar su campaña de desprestigio, Dawkins cita, por ejemplo, al Jehová del Antiguo Testamento al
cual, desconociendo contextos históricos yculturales particulares, califica como “abominable modelo por
seguir: celoso, anormal, mezquino, rencoroso, vengativo, sanguinario, pestilente y caprichoso”. Pero al
mismo tiempo omite citar la extensa predica de amor y misericordia hacia la que se evoluciona por cuenta
del mensaje de Jesús y que está consignada en el Nuevo Testamento, especialmente en los evangelios.
Asimismo, elude la mención oreferencia a los nobles mandatos que sirven de guía e inspiración a otras
grandes religiones y tradiciones espirituales, tanto de Oriente como de Occidente.
Por supuesto, en lo que sí hay que concordar con Dawkins es en su cuestionamiento al extremismo
religioso, que además lleva a la violencia. Sin ser ateos, la mayoría podemos estar de acuerdo en que por
cuenta de las religiones se han desatado muchas guerras, se ha derramado una enorme cantidad de sangre,
perdido incontables vidas y se han cometido injusticias.
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Sin embargo, no pueden ser desconocidas sus enormes contribuciones en una gran diversidad de
actividades humanas y los avances que eso ha conllevado; así como el papel decisivo que han jugado para
transformar positivamente realidades tanto individuales como colectivas.
A modo de epílogo
Nose puede culpar a lasreligiones o a Dios por el hecho de que este no sea un mundo mejor ni por todos
los males actuales, incluyendo las guerras, la desigualdad o las catástrofes del planeta. Al fin y al cabo se
trata, en buena parte de los casos, de elecciones humanas, y por cuenta de un enfoque distorsionado, sería
válido entonces argumentar que la ciencia es mala porque habida cuenta de sus descubrimientos se
desarrolló la bomba atómica. Nada más equivocado, por supuesto.
Es cierto que las religiones en general están en crisis y es posible que muchas personas las estén
abandonando en un intento por encontrar nuevas y mejores respuestas a preguntas esenciales como: ¿quién
realmente soy? ¿De dónde vengo y adónde me dirijo? ¿Tiene propósito la existencia? ¿Hay un más allá?
¿Por qué a la gente buena le ocurren cosas malas? ¿Nos regimos por cierto determinismo o existe el libre
albedrío? ¿Existe la reencarnación? ¿Cómo termina la lucha entre el bien y el mal?
Pero que la gente abandone en muchos casos la religión sin abandonar a Dios, o inicien su propia
búsqueda sobre lo trascendente, es a mi entender la prueba de que la campaña de los ateos militantes no ha
tenido éxito, o al menos está mal enfocada.
“Resulta desafortunado que en vez de una búsqueda cooperativa para saldar la brecha entre ciencia y
espiritualidad o entre ateísmo y religiosidad, asistamos a una disputa que no solo profundiza la distancia, sino
que enardece el debate”.
“Creer o no en Dios es una opción personal de manera que debe guardarse un enorme respeto por quienes son
ateos o, en otros casos, agnósticos”.
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