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15.LaIglesiaYLaCiencia

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- ¿La Iglesia católica está en contra de la ciencia?

¿Es verdad que cuanto más alguien avanza en la


ciencia menos cree en Dios?
Intentaremos responder a este planteo desde dos enfoques, el histórico y el metodológico. El primero surge a
partir de la pregunta, ¿a lo largo de la historia los científicos han sido en su mayoría ateos o agnósticos? A su
vez el abordaje metodológico lo iniciaremos con la pregunta, ¿el método científico lleva casi necesariamente a
negar la fe o negar a Dios?
Es verdad que en la actualidad existen científicos ateos o agnósticos tales como P. Laplace, S. Hawking, S.
Weinberg, P. Atkins, entre otros. El matemático francés P. Laplace dijo irónicamente: “Dios es una hipótesis
con la que se puede explicar todo pero que no nos permite predecir nada”. O sea, Dios no existe, es una
hipótesis, una idea, un supuesto mental o un sentimiento con el que nada se puede resolver. A su vez el
astrofísico S. Hawking en su libro ‘El Gran diseño’ escribió que Dios no era necesario, y en una entrevista
concedida posteriormente al diario español El Mundo en 2014 dijo: “En el pasado, antes de que
entendiéramos la ciencia, era lógico creer que Dios creó el Universo. Pero ahora la ciencia ofrece una
explicación más convincente (…). No hay ningún Dios. Soy ateo. La religión cree en los milagros, pero éstos no
son compatibles con la ciencia”.
Sin embargo y como contracara de esta actitud, si revisamos la historia podemos comprobar que muchos de
los grandes avances científicos fueron hechos por gente muy creyente. Algunos ejemplos: Mendel, monje e
inventor de las leyes de la genética; Lamaître, sacerdote belga e inventor de la teoría del big-bang; Copérnico,
canónigo (miembro de la iglesia catedral) polaco y quien propuso el sistema heliocéntrico (incluso antes que
Galileo); J. Lejeune, católico practicante y médico, descubridor del cromosoma que causa el Síndrome de
Down); L. Pasteur, católico practicante y descubridor de la actividad de los microorganismos. El mismo A.
Einstein, si bien no practicaba ninguna religión, aseguró que: “Cuanto más estudio la ciencia más creo en
Dios”. Y también dijo: “Dios no juega a los dados”, o sea, que en la naturaleza el azar no existe, como sí existe
en el juego de los dados. Otro ejemplo de amistosa compatibilidad entre la ciencia y la fe lo encontramos en el
alemán Werner Heisenberg, físico nuclear que formuló matemáticamente la teoría unificadora de los campos
energético, gravitatorio, electromagnético y nuclear. Recibió el premio Nobel en 1932. Heisenberg dijo en
Madrid en 1969: “Creo que Dios existe y que de Él viene todo. El orden y la armonía de las partículas atómicas
tienen que haber sido impuestos por alguien. La teoría de un mundo creado es más probable que la contraria”.
Max Planck, otro premio Nobel, dijo: “No encontramos ninguna contradicción entre la ciencia y Dios”. Y por
último (aunque existen otros célebres ejemplos), el ex incrédulo y luego converso al catolicismo, médico y
premio Nobel de Medicina en 1912: Alexis Carrel, quien afirmó: “No encuentro en la verdad de la Iglesia
ninguna oposición con los datos seguros de la ciencia”. De él es también esta otra frase, por demás de
provocadora: “No soy lo suficientemente crédulo como para ser incrédulo”, queriendo expresar con tales
palabras el peligro de ser muy crédulo u obsecuente a los “dogmas irrefutables” de la ciencia, lo cual lleva a la
cerrazón de mente, es decir a la incredulidad.
Que haya científicos creyentes no demuestra que la religión sea verdadera así como tampoco la presencia de
científicos no creyentes demuestra nada en cuanto a la inutilidad o falso de la religión. Pero de algo la Iglesia
está segura: y es que, en sí misma, la ciencia no aleja de la fe ni demuestra la inexistencia de Dios. Más bien
ocurre lo contrario: la ciencia nos lleva a Dios. En efecto, como dijo uno de los pioneros de la microbiología,
Louis Pasteur: “Poca ciencia aleja de Dios; mucha ciencia devuelve a él”. Es decir que la ciencia recta, en
cuanto que estudia los fenómenos visibles, o los efectos o las causas segundas o derivadas, bien puede llevar
al estudioso a concluir en la existencia de un origen no visible, o Causa de todos los efectos y fenómenos
visibles. La razón y la ciencia son importantes, también para alguien que profesa la fe. Y según Pasteur, es tan
peligrosa tanto la idolatría de la ciencia y de la razón como su ausencia.
Pero entonces, si no hay conflicto entre la fe y la ciencia, ¿por qué muchos científicos no son creyentes?; ¿se
debe eso a la ciencia? Unido al prejuicio de que la ciencia nos aparta de la fe existe otro muy similar según el
cual la gente inteligente, por lo general, no es religiosa y, en cambio, son las personas más ignorantes o
intelectualmente más limitadas o más “cortas” las que necesitan aferrarse a Algo o hallar en ese Algo o
Alguien las respuestas a sus preguntas. Respuestas que la gente inteligente (ej., los científicos) encontrarían sin
necesidad de recurrir a la religión. Este prejuicio está muy instalado en la actualidad y –como cualquier
prejuicio humano- no es nada fácil desmontarlo. Bien lo dijo Einstein: “Es más fácil destruir un átomo que un
prejuicio”.
El Premio Nobel de Física de 1954, Max Born, dijo: “Solo la gente boba dice que el estudio de la ciencia lleva al
ateísmo”. Lo que equivale a decir que, si un estudioso no tiene fe o no acepta una religión, ello no se debe a la
ciencia como tal ya que ésta, de suyo, acerca a Dios. El origen del ateísmo, por tanto, habrá que buscarlo en
otro lugar, en otros factores. ¿Cuáles son esos factores o condicionamientos? En mi opinión, en muchos casos
no es tanto la inteligencia sino el mundo afectivo y sentimental del científico el que influye e interfiere en sus
conclusiones racionales. Y ello porque, lo queramos o no, nuestros afectos y emociones siempre repercuten y
condicionan nuestros juicios. Situación humana a la que no está exento nadie, ni siquiera el científico. El
Premio Nobel de Física de 1979, S. Weinberg, dijo en 1999 que una de las razones de su ateísmo es el mal
ejemplo de la gente religiosa. Es decir, una experiencia personal de decepción. En concreto, él se refirió a
personas “religiosas” pero defensoras de la esclavitud desde el momento en que se convirtieron a la fe. A lo
que concluyó diciendo que la religión es falsa o inútil ya que permite que la gente buena se haga mala y
justifique cualquier atrocidad. No dudo que nuestro mal ejemplo empaña la existencia de Dios ante los demás
pero tampoco me parece justo que esa existencia la hagamos depender de nuestra conducta o de cuestiones
coyunturales. Si Dios existe, deberá existir con independencia de nuestras elecciones cotidianas.
Otra razón que lleva a lagunas personas al ateísmo es la realidad del dolor humano. Una vez me dijo un
muchacho universitario que él era ateo porque, si Dios existiera, “no podría haber tantos niños enfermos y
necesitados” (sic). Más allá de la indudable existencia de personas creyentes malas o del dolor de tantos niños
inocentes, sinceramente, no veo muy claro cómo es que podamos concluir en la negación de Dios dado que
estos casos no demuestran que Dios no existe. ¿Y si todos los creyentes fuésemos buenas personas, entonces
Dios existiría?; ¿y si ya no hubiese más dolor en la humanidad, entonces Dios sí existiría?
- “Dios no existe, porque si existiera no tendría que haber maldad en el mundo”. Este razonamiento parte de
algo que es verdadero (la existencia del mal y del dolor) pero concluye equivocadamente ya que esas
situaciones se explican no a partir de la ausencia de Dios sino de la presencia de la libertad humana, la cual –
por el hecho ser libre- es capaz también de elegir el mal, lamentablemente. Pero también para ese respetuoso
y comprensible planteo el Cristianismo encuentra una respuesta. ¿Cuál es? La respuesta es la fe en un Dios
sufriente y muerto en la cruz pero que, al resucitar un domingo a la madrugada, ha dado una explicación y un
sentido al dolor humano. Ese sentido radica en lo pasajero del dolor cuyo fin no es el dolor mismo sino la Vida,
la Pascua, la Resurrección. Por eso, en mi opinión, los argumentos en contra de la existencia de Dios y de lo
inútil de la Religión muchas veces están abonados por experiencias personales de dolor de parte de quienes
defienden tales argumentos.
Es para mí bastante claro que el mundo sentimental de cada uno de nosotros influye en nuestros juicios,
también en materia religiosa. Como dice la sabiduría popular: “algunos ven el vaso medio lleno y otros lo ven
medio vacío”. Lo que significa que, así como hay cristianos y católicos de mala conducta también los hay de
buena; y que así como hay niños que sufren enfermedades, abandono, abuso, hambre también hay otros que
no. Y estos últimos existen en mayor número que los primeros. Todo depende qué parte del vaso vemos o nos
conviene ver.
Ni la fe ni la Iglesia se opone, de suyo, a la investigación científica. Solo refuta a aquellos científicos que
pretenden dogmatizar acerca de todo, incluso lo que trasciende su objeto de estudio. Fe y razón no pueden
oponerse porque ambas son las fuentes del conocimiento humano y ambas proceden de una misma fuente,
que es Dios Creador. Si la verdad religiosa chocase o entrase en conflicto contra la verdad de la ciencia habría
una lucha de verdades y, como en toda lucha, una de las partes estaría destinada a perder; es decir estaría
destinada a dejar de existir como verdad. La verdad (si es realmente verdad) no puede en absoluto estar en
contra de la verdad. ¡Pues sería una contradicción!
A lo que sí se opone la Iglesia es a la pretendida neutralidad ética de la ciencia, a un desarrollo científico sin
límites, al proyecto cientificista por el cual todo lo científicamente posible es moralmente aceptable. La
ciencia, por ser humana, tiene el límite de todo aquello que es humano. ¿Y cuáles son esos límites? La religión
y la ética son quienes marcan esos límites, que son: el respeto del prójimo y del medio ambiente, el cuidado
del más débil, la paz social, la resistencia contra toda forma de violencia. Por ej., si la ciencia genera violencia o
mata, ya deja de ser ciencia humana. Lo mismo si ella se rige por parámetros mercantiles o intereses ligados
no al servicio sino a la construcción de poder.
Además del dolor y de los malos ejemplos de algunos creyentes, existe una tercera razón del por qué un
científico quita validez la Religión, aún cuando por el camino de la ciencia es imposible demostrar que Dios no
existe. Está muy ligada a la anterior, y es la razón moral. En efecto, muchas veces “conviene” negar la fe no
porque ella presenta misterios inaccesibles a la sola razón sino porque ella exige determinadas conductas que,
por diversos motivos, no estamos dispuestos a asumir para la propia vida. Notemos que si aceptamos que Dios
existe debemos aceptar necesariamente que Dios es la suma Verdad, el sumo Legislador, con lo cual también
nos veremos obligados a tener que aceptar sus leyes y sus mandatos. En cambio, para ahorrarnos ese esfuerzo
moral una “buena razón” podría ser directamente negar la existencia de ese sumo Creador y Legislador, ¿no
les parece?
Al respecto, escribió el sacerdote jesuita J. Loring: “Lo que muchos científicos tienen contra la Religión no son
dificultades científicas sino prejuicios y dificultades morales. Si la Religión no tuviera a raya o no disciplinara las
pasiones, nadie tendría dificultades contra la Religión. Y si los preceptos morales dependieran de las verdades
de la Física muchos negarían la Física en lugar de negar la Religión. Así, los misterios no son exclusivos de la
Religión [ya que en la vida humana hay misterios] ni son obstáculos para creer. En la Física hay cosas
inexplicables y no por eso el físico reniega de la Física; y en la Medicina hay casos que no tienen solución y no
por eso el médico reniega de la Medicina”. Muy cierto. Tener “a raya” las pasiones significa, en muchos casos,
reprimir nuestro apetito desordenado (el deseo de tener, de poder, de placer), algo para lo cual no está
dispuesto quien no desea un cambio moral de vida, un freno pasional, o un cierto grado de represión.

El método científico

A continuación y para finalizar nos referimos al método del estudio científico y al método filosófico y teológico,
los cuales son todos distintos. Aquí las preguntas son: ¿Qué estudian estas disciplinas, que es lo propio de
ellas?; ¿y cómo estudian o abordan sus objetos de estudio? ¿Puede o le compete a la ciencia hablarnos de
Dios?; ¿o pueden la Filosofía, la Teología o la Religión enseñarnos acerca de cuestiones estadísticas, de leyes
naturales (biológicas, físicas, químicas, cosmológicas) o de datos sensoriales?
Para el científico ateo S. Weinberg la Religión y la ciencia son tan pero tan distintas que no tiene sentido
intentar algún tipo de cercanía o amistad. Según él, Dios no tiene nada que ver con la realidad, con la
naturaleza: “D-I-O-S es un conjunto de letras del alfabeto, y podemos adjudicarle el significado que se desee
(…). Históricamente la palabra “Dios” no ha significado las leyes de la naturaleza. Ha significado una
personalidad que se interesa. Y éso es algo que no estamos encontrando científicamente. No es algo para lo
cual observo alguna evidencia”. Aquí Weinberg se equivoca en cuanto al método de estudio, al modo de
dedicarse a la ciencia. ¿Por qué? Porque a la Religión no se la puede juzgar en base a parámetros científicos. Si
así ocurriera, la Religión dejaría de ser Religión y se transformaría en evidencia, cálculo, demostración tangible.
O sea, en ciencia: ni más ni menos.
El desconocimiento de los distintos métodos de estudio es lo que ha dado lugar a grandes malentendidos
históricos, ora porque algunos teólogos u hombres de Iglesia han querido inmiscuirse en un terreno que les
era ajeno, ora porque algunos científicos han intentado hacer lo mismo, por ej., negando la existencia de Dios
y su intervención en la historia humana. Sobre Dios y los milagros el científico nada podrá decir en sentido
negativo; no podrá negar. Y la razón de esa imposibilidad es que tanto su objeto de estudio (‘lo que’ estudia)
como el modo de hacer (el ‘como’) son ajenos a la Religión y al método de la Teología.

¿Cuál es la diferencia metodológica entre Ciencia y Religión? Ciencia es el conocimiento de las leyes que Dios
ha puesto en la naturaleza y Religión es el conocimiento de las verdades que Dios ha revelado (verdades que
están contenidas en la Palabra de Dios). La Ciencia estudia los efectos visibles, las incontables causas segundas
que podemos constatar en la realidad, los fenómenos comprobables de manera empírica, tangible. A su vez la
Religión estudia esos mismos fenómenos (el hombre, la vida social, la naturaleza, la historia, la creación en
general) pero teniendo en cuenta, además de los datos científicos, la enseñanza de la filosofía y de la Palabra
de Dios. También estudia los misterios divinos con la ayuda de una luz distinta a la luz racional: la luz de la fe.
Lo que sí existe entre Ciencia y Religión es un abordaje distinto, una mirada distinta del objeto de estudio (los
fenómenos naturales presentes en la creación), un punto de vista distinto pero no por eso contradictorio con
otro saber.

Si vemos una silla o un juego de cocina hecho de madera y quisiéramos determinar su origen, ¿qué diríamos?
Algunos dirían que el origen fueron las herramientas que construyeron esos muebles (sierra, lija, torno,
serrucho); otros dirán que el origen es, sobre todo, el árbol que abasteció de madera; otros finalmente dirán
que el origen fue una persona, el carpintero. ¿Todos tienen razón? Sí, todos tienen razón. ¿Todos están
parcialmente equivocados? Sí, en la medida que consideren que su respuesta es la única absoluta o en la
medida que no distingan los distintos enfoques, formalidades o miradas desde las cuales se estudia el objeto
en cuestión (la silla o el juego de cocina). Siguiendo con el ejemplo, está muy bien que existan las ciencias que
estudien el árbol, los tipos de madera, y los tipos de herramientas pero siempre y cuando no se niegue que,
además de esos elementos visibles y demostrables, existe una persona, es decir alguien que razona, que
ordena, que proyecta, que elige. Aplicado en un sentido más total o universal, esta “persona” o Ser que
dispone toda la realidad visible con sabiduría y amor se llama Dios. Lo llamamos Dios.

Si queremos definir a una persona de sexo femenino y la definimos diciendo “alguien que pesa 70 kg, que
mide 1,80, que es mujer y que tiene una antigüedad de 36 años” no estaríamos, ciertamente, mintiendo o
diciendo falsedades. Pero tampoco estaríamos siendo justos si solamente la definiéramos en base a esas
características cuantificables. La persona es mucho más que eso; entre otras razones, porque la persona tiene
un origen que va más allá de sus propios padres y un destino final que va más allá de la propia muerte.

La ciencia mide, calcula, pesa, elabora teorías a partir de lo que experimentan nuestros sentidos. Y está muy
bien que así lo haga pero siempre y cuando esa misma ciencia no reduzca la realidad a sus únicos parámetros.
El hacerlo se llama ‘cientificismo’: una parodia de la ciencia, una exageración o absolutización: la
absolutización del método científico. Es la exageración de un solo punto de vista o abordaje que desoye otras
miradas. ¿Cuáles? La mirada que ofrece el saber filosófico y el saber teológico. Contrariamente al cientificismo,
lo que la Iglesia Católica defiende es la complementariedad entre Ciencia, Filosofía y Teología o Religión. Un
diálogo de saberes, distintos enfoques, ayuda recíproca. Y ello sin perjuicio de que la fe y la Teología juzguen
cuál hipótesis científica sea más acertada y cuál no. ¿Juzgar, elegir, corregir, condenar hipótesis científicas? Sí,
y no debe asombrarnos que la Iglesia se reserve ese derecho, sobre todo si tenemos en cuenta que entre los
mismos científicos existen retractaciones, reformulaciones, e incluso oposiciones. Que la Iglesia sea amiga de
la Ciencia no quiere decir que Ella tenga que casarse o deba adoptar rápidamente cualquier teoría científica,
máxime si ésta aparece en los medios masivos de comunicación. No porque los medios sean de suyo malos
sino porque éstos, con harta frecuencia, buscan la noticia, la novedad, el impacto mediático más que la
verdad, la cual suele descubrirse de a poco, silenciosamente y con esfuerzo.

El conflicto o enfrentamiento entre Ciencia y fe es falso y nace tanto de una Religión deficiente y temerosa
(temerosa de la razón) como de una ciencia soberbia (porque no atiende a otros saberes) e igualmente
miedosa del aporte que pueda brindar la fe. Lo dijo Paul Sabatier, Premio Nobel de Química: “Contraponer
Ciencia y Religión es cosa de gente poca experta en uno y otro campo”.

P. Gabino Tabossi (Octubre 2017)

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