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Historia Pardos Chicken - Libro Digital

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Willy Wong

Historia y visión del fundador de Pardos Chicken


Willy Wong
Historia y visión del fundador de Pardos Chicken

Primera edición: octubre 2020


Idea original: Arnold Wu Wong

Edición
Servicio de Franquicias Pardo´s S.A.C.
Av. Dos de Mayo Nº 1002, San Isidro, Lima

Investigación, producción periodística y diseño


MU Marketing & Content Lab
www.lavacamu.pe

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú


Registro Nº:
ISBN:

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción parcial o total de esta


obra sin permiso escrito de Servicio de Franquicias Pardo´s S.A.C.
Contenido

Prólogo 7

Los valores de doña Dilia 11

La mesa está servida 23

Sazón y sabor en época de crisis 33

El éxito compartido sabe mejor 49

Eras distintas, una misma visión 63

Las enseñanzas de un líder 73

7
8
Prólogo

Cuando con mi hermano y único socio, Edwin, pensa-


mos en cómo rendirle tributo a Willy, lo primero que
vino a nuestra mente fue contar su historia a todos los
que contribuyeron a construir la marca Pardos Chicken
y a quienes continúan haciéndolo en la actualidad. Us-
tedes se preguntarán, ¿y por qué es necesario contar la
historia de Willy Wong? Si bien hay muchos motivos,
en esta breve introducción trataré de describir algunos.

Primero, contrariamente a como sucede en muchos


escenarios empresariales donde se intenta esconder al
fundador luego de que este vende su participación en el
negocio, nosotros pensamos que nada de esto hubiese
existido sin la valentía, osadía y perseverancia que tuvie-
ron Willy y su socio, Antonio Ortiz.

Segundo, creemos firmemente en nuestra misión de


empresa y misión como personas, que se resumen en
trascender en la vida de los demás. Siempre decimos

9
que trabajar en Pardos, sea por poco o mucho tiempo,
debe ser una experiencia que nos haga ser mejores per-
sonas de lo que éramos cuando entramos por la puerta
el primer día. Trascender en la vida de las personas es
algo que nos motiva día a día a continuar haciéndolo
mejor. Y dar a conocer la historia de Willy es, sin duda,
un aporte más para con los nuestros y con la comuni-
dad peruana.

La historia de Willy encarna la del peruano exitoso. Un


ser humano que, con mucho talento hacia las personas,
gran confianza en sus ideas, perseverancia y entrega to-
tal logró crear un restaurante liderado por él y donde la
calidad se plasma en todas las facetas que importan en
un negocio de este tipo: comida de primera, excelente
servicio, seguridad ante todo y buen ambiente.

Este libro nos acercará a muchas anécdotas y aprendiza-


jes no solo de índole profesional, sino también personal.
Porque así era Willy: una persona que, por donde pasa-
ba dejaba, a pesar de su seriedad, una huella imborrable.

Mi relación con Willy nace cuando, siendo yo el gerente


general de la empresa que formamos con mi hermano,
él decide vendernos la parte mayoritaria de su apreciado
negocio, Pardos Chicken, para que lo convirtiéramos en
una cadena líder a nivel nacional.

La nuestra fue una relación muy buena, aunque no siem-


pre estuvimos de acuerdo con el punto de vista del otro.
Era el año 1999, mi hermano y yo éramos muy jóvenes
y veníamos con ideas propias. Y Willy era también un
entusiasta defensor de sus opiniones. Pero esta vez tuvo
la gran inteligencia de dejarnos avanzar. Nos habíamos

10
trazado el plan de volver a la marca Pardos Chicken en
líder en el Perú. Y para lograrlo, aunque muchas cosas
se tendrían que hacer de modo diferente, era indispen-
sable contar con su apoyo. Era una relación basada en
principios y valores que perduran hasta hoy. Somos una
empresa con una gran cultura organizacional; Willy
sentó las bases, nosotros las enriquecimos con nuestro
propio ADN, pero la cultura Pardos persiste hasta hoy.
Y continúa basada en la perseverancia, la verdad, la leal-
tad, la responsabilidad, el respeto, la cooperación y la
comunicación. Nuestro principal objetivo, heredado de
Willy, es trabajar para ser felices y para hacer felices a
nuestros anfitriones, invitados y comunidad en general.

Si existe una característica de Willy que seguro leerán


en las siguientes páginas y que, debo decir, experimen-
té de manera personal, es que podía ser muy enérgico
cuando estaba en desacuerdo con algo; molesto y hasta
duro. Pero —y esta es una lección que nos dejó—, inclu-
so en esos momentos tensos siempre dejó claro que no
era un tema personal, sino netamente profesional. Prue-
ba de ello es que, días después de alguna de las pocas
discusiones fuertes que tuvimos, estaba como si nada
hubiese pasado.

Sentí siempre un aprecio especial de su parte. Aprendí


que su vehemencia y vocación para dar lo mejor para
Pardos —que era como su hijo— no interfería en ab-
soluto con su trato afable. Porque, además, nos unía el
siempre querer buscar lo mejor para su Pardos Chicken.
Yo supe aprender mucho gracias a la generosidad del
primer mentor que tuve en la industria de restaurantes.

11
Los dejo con este relato que empieza en la niñez de Wi-
lly y llega hasta el momento en que nos vende su marca.
Porque esa es la historia que menos conoce nuestra gen-
te y es con la que hoy le rendimos tributo. Ninguno de
los que estuvo y de los que todavía estamos tendríamos
la oportunidad de trascender en la vida de las personas
y de hacerlas mejores si Willy no hubiera, como todo
emprendedor exitoso, hecho realidad la visión de fun-
dar Pardos Chicken en 1986.

Esta es la historia del Willy fundador, mentor y apa-


sionado emprendedor pero, más importante aún —y
créanme que esto es lo más importante—, es la historia
de un hombre de familia en toda su extensión.

Arnold Wu
Líder de la Cultura Pardos

12
I
L os valores de doña
Dilia

En la mesa solo se comparten alegrías, nunca discusiones.

«Esa frase, que mi madre siempre repetía, mis hermanos


y yo la conocíamos como la ley de la mesa», recuerda
Jorge Wong Luck.

Coco, como lo conocen cariñosamente, es el menor de


cuatro hermanos. Antes que él nacieron Willy, Lita y
Ena. Entre Coco y Willy, el mayor, solo había cinco años
de diferencia, el tiempo suficiente para que los uniera
una relación de cariño y confianza pero, sobre todo, de
mucho respeto.

Quién sabe si la «ley de la mesa» fue la que forjó en Wi-


lly esa motivación para crear, años más tarde, una mar-
ca que continúa llevando alegría a la mesa de miles de
peruanos.

13
Un nexo inigualable

Willy Wong Luck nació en Lima el 7 de diciembre de


1938.

Su madre era Dilia Luck, más conocida por todos como


Lita. El padre de Dilia llegó de China al Perú en 1896
y fundó el que se convertiría en un próspero negocio
en la provincia de Casma: media manzana donde tenía
una mercería, un estanco de sal, una cervecería y una
ferretería con material de construcción, implementos
para tractores y maquinaria agrícola.

Dilia contrajo matrimonio con William Wong, cuyo


padre también nació en China, vivió en Panamá y fi-
nalmente se asentó en el Perú. Era otro reconocido co-
merciante del norte de Lima, con factorías, un hotel en
Huacho y negocios vinculados con la hacienda Chuqui-
zongo, en La Libertad, famosa por su producción de
queso y mantequilla.

Desde pequeño Willy padeció de problemas bronquia-


les y asma, lo que lo hizo ser muy pegado a su madre.
Este rol protector de ella sería, años después, asumido
por él tanto en su vida personal como en sus negocios.

Cuando Willy tenía 9 años, sus padres se separan. «Ante


la ausencia de nuestro padre, él siempre defendió mu-
cho a nuestra madre; siempre estuvo muy atento a ella
y a nosotros. No buscaba suplantar al padre, pero sí asu-
mió el rol de proteger a los hermanos menores», explica
Jorge.

14
Dilia Luck y William Wong con sus pequeños hijos. En
la foto de abajo, Willy es el primero de la izquierda.

15
El vínculo entre Willy y Dilia era tan intenso que ella
abre una farmacia con Augusta, su hermana farmacéuti-
ca, en la calle Las Magnolias, en Lince. «La ligazón entre
ambos era tan fuerte que Willy hasta grande solo se de-
jaba poner inyecciones por mi madre, por nadie más»,
recuerda el benjamín.

Dilia se dedicó enteramente a la farmacia y a sus cuatro


hijos. Era una mujer recta, pero cariñosa. Cuando algu-
no hacía una travesura —usualmente Jorge, el más in-
quieto del grupo—, los castigaba a todos. Willy se que-
jaba. «Quien tiene la obligación de cuidar al hermano
menor son ustedes, los mayores», le respondía su madre.

Hubo otra lección fundamental que les transmitió a sus


hijos: el perdón. Ella siempre les dijo que su separación
de William era un tema exclusivo de ellos dos. «Ustedes
no tienen derecho ni de criticar ni de censurar nada de
su padre», sentenció categórica. Esa capacidad de per-
dón acompañó a Willy durante toda su vida, unida a su
voluntad de olvidar ofensas. Si alguien le hacía alguna
trastada, él siempre decía: «Olvídalo, déjalo ahí», recuer-
da Jorge.

Willy tenía, claramente, objetivos más importantes en


los que enfocarse.

16
La familia Wong Luck cuando vivían en Magdalena.

Los cuatro pequeños en el Parque de La Reserva.

17
La distancia que no los separó

En 1960, Dilia manda a Willy, de 21 años, y a Jorge, de


dieciséis, a estudiar a Argentina. Allá vivía un hermano
de ella y la situación económica estaba mejor que en el
Perú. Jorge cursaría agronomía y Willy medicina. Esta
lejanía con Dilia fortaleció aún más su vínculo con ella.

«Willy era duro conmigo —confiesa Jorge—. Él admi-


nistraba mis propinas y me preguntaba para qué iba a
usar la plata. “Seguro quieres comprar cigarros”, me de-
cía. Pero nunca hubo una discusión, sino supo imponer
su autoridad para cuidarme, porque yo era el rebelde de
la familia. Lo hacía por mi bienestar. Y creo que, años
después, sus trabajadores sintieron lo mismo que sentí
yo en ese momento. El saber que, por más duro que
fuera, Willy hacía las cosas por mi bien». 

Última foto de William Wong con algunos de sus hijos. A la


izquierda: Willy y Jorge. A la derecha: Ena.

18
Tras más de un año en Argentina, ambos regresan al
Perú por vacaciones. Willy nunca más se fue; Jorge sí
volvió hasta 1964. A Willy, como cuenta su hermano,
«le jaló la sangre ancestral». Pero incluso influyó más
su deseo de apoyar a su madre, pues no le pareció jus-
to que ella, que estaba haciéndose mayor, los siguiera
manteniendo económicamente mientras estudiaban en
el extranjero. Su sentido de responsabilidad lo llamaba.
Y fue algo que trasladó siempre a su familia y negocios,
donde sus trabajadores eran siempre prioridad.

Willy decidió, entonces, aplicar la máxima que siempre


había oído a su padre: «¡Todo lo que uno tiene está en
venta!», les decía William a sus hijos para impulsarlos a
dedicarse al comercio. Así, compró una camioneta sta-
tion wagon y todos los días, a las cinco de la mañana,
partía rumbo a las granjas de Ate Vitarte para comprar
pollos y huevos con los que abastecía a los chifas de la
capital.

Pero su impulso para el ahorro y los negocios venía des-


de mucho atrás. Y una media lo demostraría.

19
Las monedas, el auto y dos lecciones de vida

«De chicos compartíamos una cómoda —cuenta Jor-


ge— y ahí Willy tenía colgada una media de fútbol don-
de juntaba monedas. Yo, como era el menor, de vez en
cuando picaba unas moneditas. Pero él siempre ponía
señales y un día me dice: —Oye, ¿tú has sacado mone-
das de ahí? —¡Noooo! Pero él sabía que sí, y hasta cierto
punto lo consentía».

Unos años después, Willy dejaba su auto en la cochera


que alquilaba a dos cuadras de la casa. Jorge aprendió
a manejar y, a escondidas, sacaba el auto. «Él me decía:
“Oye, a ti te gusta de vez en cuando manejar mi auto,
¿no? Porque yo no recuerdo habértelo prestado”. Pero
luego me lo heredó con una sola condición: que reco-
giera a nuestra mamá todos los días de la farmacia, así
hubiera turno hasta las once de la noche. Siempre pen-
saba en atender a nuestra madre».

20
Cuando el amor toca (literalmente) tu puerta

Una salida a comer tenía que ser lo que uniera a Willy


con Elsa Montoya, su compañera por más de cincuenta
años. Una tarde, ella estaba en su cuarto cuando su her-
mana Rosa, tres años mayor y a quien todos conocen
como Mina, le pide que la acompañe al chifa con dos
amigos que la habían ido a buscar. Como su mamá solo
las dejaba salir acompañadas, y a su amiga no le habían
dado permiso, Rosa acude donde Elsa. «Yo te presto mis
tacos», le dice para intentar convencerla.

«Willy tenía que ser pareja de mi hermana y su amigo


de mí —cuenta Elsa—. Pero él inmediatamente se puso
a mi lado. Y ahí empezó. Era el año 64. Al día siguiente
era la cosecha de palta en una chacrita de su tío que
quedaba en Huampaní. Entonces nos invitó, y desde ahí
ya no nos volvimos a separar nunca más».

Willy tenía 25 años. Elsa solo 16.

Willy y Elsa de novios en el zoológico de


Barranco, el 29 enero de 1968.
«Mi familia me hizo la guerra, decían que no me con-
venía porque había demasiados años de diferencia. Pero
bueno, nosotros seguimos adelante», recuerda Elsa.

Tras cinco años de enamorados, se casan en 1969. Al


poco tiempo, Willy se une al Laboratorio J.E. Benavi-
des como visitador médico, aunque pronto llegaría a
ser gerente de créditos y cobranzas. Elsa, por su parte,
había estudiado educación en la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Pero, como rápidamente nacieron
Laura, Kattia y Susana, para Elsa era complicado asumir
un trabajo a tiempo completo. Sería un aviso en el pe-
riódico, el del traspaso de un negocio, el que cambiaría
la historia de la familia y sembraría la semilla de lo que
años después fue una marca que transformó la historia
de la gastronomía peruana.

Willy y Elsa el día de su matrimonio, en 1969.


Llega un ruiseñor

El parque Andrés Reyes es un punto clave en la vida del


centro financiero de San Isidro. Ejecutivos y oficinistas
circulan ajetreados entre negocios, reuniones y decisio-
nes importantes.

No era distinto a inicios de los ochenta. Si bien con me-


nos gente, la zona fue siempre sede de empresas y, por
tanto, de trabajadores que buscaban un rincón donde
almorzar rico y a buen precio.

«En el gras del parque había enclavada una casita tipo


cuento donde se vendía sándwiches, tortas, café, té y ga-
seosas», recuerda Elsa. Pero la dueña no tenía tiempo
de continuar con el negocio y lo estaba traspasando.
«Nos gustó la idea. Yo pensaba: “Caray, ¿y a las chicas
con quién las dejo?”. Pero de todas maneras entramos».

El local se llamaba El Ruiseñor.

De esos días, Jorge trae a su memoria la siguiente con-


versación con Willy:

—Coco, voy a poner un quiosco.

—¿Vas a vender periódicos?

—¡No, voy a vender comida!

—¿Dónde, en un mercado?

—Nooooo, voy a ponerlo donde está tu oficina, en ple-


no San Isidro, en el parque Andrés Reyes.

23
«El primer día fue la gente de siempre —rememora
Elsa—, pero al segundo lo que hicimos, que fue muy
llamativo, fue llevar una causa tremenda, como un pio-
nono. Dijimos: “Vamos a ver si podemos venderla”. Y
voló en diez minutos».

Sus clientes les piden si pueden vender almuerzo, por-


que la mayoría salía temprano de casa y no regresaba
hasta la noche. Como ahí solo había una plancha para
freír, dos hornillas y el lavadero, Elsa le propone a la co-
cinera de su casa que la ayude a cambio, por supuesto,
de una paga adicional. Todos ganaban.

Elsa y Willy no tenían experiencia en restaurantes, pero


tenían su objetivo claro: ofrecer comida hecha en casa a
los oficinistas de San Isidro. Así que todas las mañanas,
Elsa tomaba un taxi desde su hogar en Pueblo Libre lle-
vando enormes ollas envueltas en papel periódico que
conservaba calientes las preparaciones. Como el menú
se acababa rápido, empezaron a llevar lomo y milanesas
de pollo que podían cocinar a la plancha. Y el arroz lo
preparaban ahí. La amabilidad hacia los comensales y
el ofrecer comida casera fueron imprescindibles desde
el inicio. Además, implementaron algo revolucionario
para la época: el menú ejecutivo. Todos los lunes repar-
tían volantes con los platos de la semana.

El éxito fue total. Las cuatro mesas pequeñas no se da-


ban abasto, así que los comensales —ejecutivos de saco
y corbata— se sentaban a comer en la vereda entre las
mesas, en el jardín e incluso colocaban sus azafates so-
bre el capó de sus autos.

El Ruiseñor volaba alto,así como los sueños de Willy y Elsa.

24
II
L a mesa está servida

«Nosotros hemos aprendido en la mesa de nuestra casa»,


recuerda Elsa.

Son los días previos a Navidad, la primera sin Willy. Elsa,


sentada en el comedor que su esposo mandó a cons-
truir «para que toda la familia comiera junta», recuerda
cómo, sin tener experiencia en restaurantes, fueron con-
siguiendo el éxito y siendo acogidos con entusiasmo
por el público.

En el caso de El Ruiseñor, la fórmula era infalible: ofre-


cer a ejecutivos y oficinistas de San Isidro comida case-
ra elaborada con productos de primera calidad, servida
con cariño y en un ambiente acogedor y de camarade-
ría. Esta misma máxima la trasladarían luego a sus otros
restaurantes y es el germen de la hoy llamada «experien-
cia Pardos».

25
Los hermanos de Elsa apoyaban por las tardes, mientras
ella regresaba a casa a cuidar de sus pequeñas. Willy, por
su parte, continuaba trabajando como gerente de crédi-
tos y cobranzas del Laboratorio J.E. Benavides. Aunque
no sería por mucho tiempo. Una aventura empresarial
más audaz estaba por empezar.

Dos inversionistas tocan a su puerta y les ofrecen asociar-


se para abrir un restaurante en un local grande que se
había desocupado en Juan de Arona, en San Isidro. Para
más señas, estaba estratégicamente ubicado al lado del
enorme edificio del Banco de Crédito del Perú (BCP),
en un espacio que hoy alberga a una notaría, junto a la
oficina de la Superintendencia Nacional de Aduanas y
de Administración Tributaria (SUNAT). Aunque en un
inicio Elsa dudó en embarcarse en este nuevo proyecto
por la gran inversión que representaba, rápidamente se
animó. Juntos ella y Willy, como siempre. Acordaron
que ella pondría dinero para alquilar el local y él pedi-
ría un crédito bancario para implementarlo.

Willy decide renunciar al laboratorio para dedicarse de


lleno a este emprendimiento.

—Pero Willy, ¿con qué vamos a pagar los colegios?

—Va a salir muy bien, vas a ver.

Nunca nadie supo de dónde venían la seguridad de Wi-


lly y su olfato para anticipar el éxito de un negocio.

26
Una playa de Europa… en San Isidro

Deciden nombrar a este nuevo restaurante Orlys, por


una playa llamada así en Europa. Es un nombre que,
decía él, les traería suerte. Y así fue.

En ese momento algunas grandes empresas daban vales


de comida a sus trabajadores. Willy, siempre atento a
las oportunidades, habló con los gerentes para que él
les surtiera de los menús y le pagaran la cuenta a fin de
mes. Además, ofrecían platos a la carta para el desayuno,
el almuerzo y la comida.

«Era un restaurante grandote, sin mucha decoración —


cuenta Laura—. Detrás de la barra estaba mi papá con
una señora que se llamaba Olga, que lo ayudaba. A la
hora del almuerzo veías doscientos jugos, doscientas en-
tradas, doscientos platos de fondo, listos para servirse.
Todo salía rapidísimo de la cocina».

Elsa recuerda: «La gente nos siguió con mucho cari-


ño, ¡hacían cola detrás de cada silla! Willy era amigo
de todo el Banco de Crédito». Para entonces ella deja
El Ruiseñor y toma la concesión de la cafetería de una
empresa reaseguradora ubicada a una cuadra del Orlys.

Les iba estupendamente, aunque el sacrificio era grande.


Incluso ellos mismos compraban los insumos, lo que
implicaba despertarse a las cuatro de la mañana. «Nos
rompíamos el alma, sobre todo Willy».

Y es que, además de ser maniático de la limpieza —fun-


damental para negocios vinculados con comida y ser-
vicio—, Willy no permitía que nadie tocara la caja; él

27
mismo se encargaba de cuadrarla todas las noches. Solo
dejaba que una imagen de San Hilarión la resguarda-
ra. En cada restaurante que Willy abrió siempre colocó
una imagen de este santo, patrono de la abundancia y la
buena fortuna.

Pero, incluso con apoyo divino, levantarse en la madru-


gada y luego quedarse en el restaurante hasta la noche
era demasiado trabajo para una sola persona. Y así lo en-
tendió la tía Luchita, hermana de Dilia y una segunda
madre para Willy. «Yo te voy a ayudar. Voy a ir a tomar
la caja a partir de las siete de la noche hasta cerrar a las
once». Y al sobrino no le quedó más remedio que acatar
lo que, más que un ofrecimiento, era una orden.

28
Un hombre de fe

Adonde fuera, Willy llevaba en su bolsillo una imagen


de bronce del Sagrado Corazón de Jesús. Cuando salía
de casa y cuando regresaba a ella, frotaba el corazón de
la imagen. «Era la única parte de la figura que brillaba
como oro, de tanto que la frotaba», cuenta su hermano
Jorge.

«Mi papá era recontra religioso… ¡Uffff! En su casa


tiene todos los santitos en un mueble que hasta ahora
están ahí», agrega Laura. Y comparte una anécdota de
infancia de Willy y Jorge. «En la pared de su casa había
un Corazón de Jesús. Cada vez que mi papá entraba, lo
agarraba y se persignaba. Un día, su hermano le cambia
el cuadro por el de un payaso. Mi papá entra, se persig-
na y… ¡uy cómo lo correteó!» —cuenta entre risas.

A pesar de su parquedad, las bromas y el buen humor


no eran ajenos a Willy. «Le encantaban las máscaras, las
pelucas, en Halloween se disfrazaba... Un día se puso
una bata con una joroba y una máscara horrorosa de un
viejo con el pelo largo y bajó a la bodega a comprar. ¡Se
mataba de risa! Esas bromas le encantaban», recuerda
Laura.

Porque a la vida, además de trabajo duro hay que poner-


le buen humor.

29
De lo general a lo particular

Si bien por varios años Elsa y Willy compraron ellos


mismos los insumos para sus respectivos negocios, lue-
go optaron por trabajar con «caseros» que los abastecían
cada mañana. Aunque era un poco más caro, les permi-
tía controlar mejor la calidad de los productos y ahorrar
tiempo. Sobre todo porque ofrecían gran variedad de
platos.

Este último detalle será determinante para lo que vendrá.

«Con el Orlys, Willy me dice que es mucho trabajo


comprar tanto para una carta tan grande: pollo, carne,
pescado, chancho.... mucha cosa. “Voy a poner un ne-
gocio donde no se tenga que comprar tantos insumos”.
Y empezamos a pensar en algo más sencillo: el pollo».
Además, se les sumaría otra pieza clave en esta historia:
Antonio Ortiz.

30
Una amistad fuera de serie

«La nuestra fue una relación de amistad y una sociedad


diría yo que envidiable. Pocos socios tienen el grado de
amistad y confianza que nos teníamos».

Antonio Ortiz fue el principal socio de Willy y uno de


sus grandes amigos. Se conocieron en los años setenta
por un compañero de la universidad de Antonio que
luego resultó ser cuñado de Willy. Junto con otros cono-
cidos se juntaban todas las semanas a jugar póker.

Antonio Ortiz y Willy Wong celebrando los veinticinco años de


Pardos Chicken, en 2011.

Willy y Elsa, que seguían viviendo con sus tres hijas en


Pueblo Libre, compran un terreno en La Molina. Inicia-
ba la década de 1980 y este joven distrito, creado veinte
años atrás, empezaba a desarrollarse como zona residen-
cial con gran potencial.

31
«Yo no confío en nadie más que en ti para construir mi
casa», le dijo Willy a Antonio. Para ver los avances del
proyecto se reunían en el Orlys. Vez tras vez Antonio era
testigo del éxito del restaurante. Willy, por su parte, ve-
nía sugiriéndole poner un negocio juntos. Le propuso
importar autos usados de Estados Unidos y venderlos,
pero Antonio se inclinaba por algo de comida que, por
supuesto, no compitiera con el Orlys. «No sabía nada de
restaurantes, pero confiaba en lo que me decía Willy»,
confiesa.

Un tiempo después, Willy le dice que ha encontrado


un local pequeño ubicado en la cuadra cuarenta y tres
de la avenida Alfredo Benavides, en Santiago de Sur-
co. «Como para hacer un negocio de una pollería», le
dice. Ninguno sabía de pollos a la brasa, pero vieron
una oportunidad porque no había restaurantes por la
zona. Además, la propuesta era tener solo tres mesas
pequeñas y que fuera fundamentalmente un lugar de
comprar para llevar.

Sería el germen de una de las marcas más reconocidas y


queridas por los peruanos hasta la fecha.

32
Una pollería sin pollero

El Orlys le demandaba tanto tiempo a Willy que esta-


ban a días de abrir el nuevo negocio, al que llamaron
Chicken’s Hut, y seguían sin tener un maestro pollero.
Decidieron ir al ¡Oh Qué Bueno!, una exitosa fuente
de soda ubicada en Comandante Espinar, en Miraflo-
res. Cuenta Antonio que le preguntaron al pollero si
conocía a alguien que quisiera trabajar con ellos. «¡Mi
hermano Irineo!», les respondió.

Irineo se unió al equipo, Willy puso los precios de la


carta y abrieron el Chicken’s Hut un sábado. A mitad
de la primera mañana ya habían vendido todas las papas
fritas. «Tuve que salir corriendo al mercado de Surqui-
llo a comprar más papas, porque nosotros mismos las
pelábamos y las poníamos en la cortadora —recuerda
Antonio—. Cuando después vimos los costos, resulta
que las estábamos vendiendo a la mitad del precio del
mercado. Bueno, fue una forma de entrar».

La gente de la zona fue pasándose la voz y la clientela


empezó a crecer. Willy y Antonio se turnaban los fines
de semana para encargarse de la administración y de
cerrar caja e inventario. «La confianza entre nosotros
desde ahí siempre fue total. Le dejaba cheques firmados
a él y viceversa», confiesa Antonio.

Esa confianza, que empezó jugando limpio al póker, se


trasladó a los negocios y cimentó su amistad. Porque
Willy era de ideas muy fijas. Pero si a alguien escuchaba
era a Antonio.

33
III
Sazón y sabor en época de
crisis

Era la década de los ochenta y el Perú atravesaba por


no pocos problemas. Al descalabro económico de 1983
debido, fundamentalmente, a los efectos devastadores
del Fenómeno El Niño, se le sumó la toma de armas
del grupo terrorista Sendero Luminoso y, pocos años
después, del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru
(MRTA). El país subsistía con criterios de emergencia
y llegaría a estar casi en bancarrota. La gente vivía con
cada vez menos dinero en el bolsillo y bajo el terror de
la potencial explosión de un coche bomba, un apagón
por la voladura de alguna torre de alta tensión o leyen-
do la noticia de una nueva matanza. Y el sector privado,
afectado por las crisis, limitaba su inversión y la conse-
cuente generación de nuevos puestos de trabajo.

Hacer empresa en esos años era una tarea reservada para


aquellos con un espíritu particular. Gente que no solo
pudiera enfrentar los riesgos económicos o financieros
que suponía un emprendimiento en esas condiciones,

35
sino también las potenciales amenazas a su seguridad, la
de sus negocios y sus familias. En medio de esa parálisis,
en la que muchos incluso optaron por dejar el país, sur-
gir era una mezcla de arrojo, empeño y olfato.

«La filosofía de Willy era que, pese a la crisis, la gen-


te sigue trabajando y tiene que comer. Entonces, va a
buscar comida casera, un menú que no sea caro, en un
local que esté cerca de su trabajo y donde el dueño sea
amigable», explica Elsa. Esta filosofía era la base sobre la
que iban haciendo crecer el Orlys y Chicken’s Hut.

Con el Chicken’s Hut, Willy y Antonio aprendieron del


negocio del pollo a la brasa, aunque a pequeña escala.
Y sabían que, pese a la compleja situación del país, no
quedaba otra que seguir apostando por crecer. En el ca-
mino, Willy continuaba dándole vueltas a la idea de tra-
bajar con una carta más reducida que la del Orlys, que
logísticamente le demandaba mucho trabajo.

36
Los astros se alinean

El Chicken’s Hut llevaba ya cinco años en el mercado.


Raúl Núñez, su tercer socio, les cuenta que están alqui-
lando un terreno en la cuadra cinco de la avenida José
Pardo, en Miraflores. Si bien era propiedad de la Caja
de Pensiones Militar Policial, quien tenía la opción de
alquiler había desarrollado un proyecto que estaba tras-
pasando. Consistía en hacer un drive-in; es decir, un lo-
cal donde los comensales son atendidos sin necesidad
de bajar de sus autos. Pero en esa misma cuadra estaba
un local del Tip-Top, famoso justamente por explotar
exitosamente este concepto.

«Íbamos a ser Raúl Núñez, Willy y yo —cuenta Anto-


nio—. El día antes de cerrar el contrato me puse a pen-
sar: ¿Vamos a hacer un drive-in al terminar la cuadra
en el sentido del tráfico, donde hay un edificio que nos
tapa la vista, y vamos a competir con el Tip-Top? Me
parecía un error. Les dije que quería conversar con ellos
y les compartí mis objeciones. ¿Por qué no hacemos lo
que sabemos hacer, que es pollos? Aunque igual tenía
algunas reservas porque no había pollerías en Miraflo-
res».

Willy era muy intuitivo para los negocios, y más impul-


sivo y arriesgado en sus decisiones, pero sabía escuchar
a Antonio, que es más reflexivo, tranquilo y ordenado.
Antonio era su contraparte racional. Pero lo que ambos
tenían en común era que compartían los mismos valo-
res: honestidad, apego al trabajo, fiel cumplimiento de
sus obligaciones y trato correcto con todos.

37
Elsa recuerda que la gente le decía a Willy: «¡Chino
loco, no puede ser que te vas a endeudar para vender
pollos!». Pero él estaba seguro de que el negocio iría
bien. Así que alquilaron el terreno, en menos de una
semana tuvieron el diseño del local, lo presentaron al
municipio y lo construyeron en seis meses. Todo mien-
tras el Chicken’s Hut y el Orlys seguían operando. 

Estaban tan enfocados resolviendo el día a día para


sacar adelante este nuevo proyecto, que no se habían
planteado cómo llamar a este nuevo restaurante. An-
tonio cuenta: «Fue tan apresurado que dijimos: “¿Qué
nombre le ponemos? Si estamos en Pardos, pongámosle
Pardos Chicken”. Y Willy prácticamente se metió a vivir
ahí, porque era obsesivo con la limpieza y la calidad de
la comida. El esfuerzo grande del manejo del negocio
lo ponía él. Él siempre me decía que si dábamos buena
comida, la gente vendría».

Su yerno, Jorge Bermejo, coincide: «Era una persona


muy pulcra, exigente con el tema del servicio. Lo veías
que caminaba por el restaurante viendo que el piso esté
limpio, que el producto esté bien».

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De la mina a las brasas

En la cocina del Orlys trabajaba Victoria de la Cruz. Un


día, ella debe hacer un viaje de emergencia y le pide a
su esposo Manuel que la reemplace. «Al señor Willy le
gustó mi trabajo y me dijo que me quedara a trabajar
con él», cuenta Manuel. Concluido el «cachuelo», acor-
daron que cuando hubiera una nueva oportunidad lo
llamaría.

Manuel partió a trabajar a una mina ubicada a cuatro


mil seiscientos metros sobre el nivel del mar. Estando
allá, Willy lo contacta.

—Manuel, vente a trabajar conmigo que voy a abrir una


pollería grande.

—Pero don Willy, yo no sé nada de pollo a la brasa.

—Manuel, tú tienes buen toque, tienes buena sazón,


contigo no hay pierde. Yo sé que vas a aprender rápido.

—Gracias por la confianza, don Willy.

Manuel estuvo tres días en el Chicken’s Hut aprendien-


do de Irineo. El primero era cocinero; el segundo, parri-
llero. Manuel concluyó que el secreto de un buen pollo
a la brasa radica en su tamaño, en saberlo aderezar ade-
cuadamente, y en controlar la temperatura del carbón y
el tiempo de cocción.

«Vamos a ver, Manuel, tú vas a probar el sabor que ha


sacado Irineo, pero tú lo puedes mejorar», le dijo Willy.
Juntos se pusieron a probar sabores, hicieron varios días

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de marcha blanca, se decidieron por una fórmula y con
ella siguen hasta hoy.

La receta de Pardos, como la conocemos, había nacido.

Primer local de Pardos Chicken, en la avenida Pardo. Foto de 1986.

El 6 de diciembre de 1986, Pardos Chicken abre sus


puertas en pleno corazón de Miraflores. Y si bien es el
inicio de una era en la gastronomía peruana que, in-
cluso, ha llevado el pollo a la brasa al mundo, el despe-
gue fue duro. Pero todos ponían el hombro. Incluso los
meseros, superando sus tareas diarias, salían a repartir
volantes de casa en casa para impulsar las ventas.

«Había tan poca gente al principio que los mozos se pe-


leaban por los clientes. Cuando llegaba uno, un mozo
lo recibía en la puerta e, inmediatamente, otro jalaba
la silla. El ruido hacía que el cliente se fuera hacia esa
mesa automáticamente. Nosotros estábamos preocupa-
dos en la cocina: ahora cómo nos pagará, qué pasará
—recuerda Manuel—. Pero don Willy nos decía: “No se

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preocupen, muchachos, ustedes saquen las cosas nada
más, su sueldo está asegurado”. Y así fue poco a poco. Yo
estaba ahí a las siete de la mañana llenando carbón en
los hornos, y me quedaba hasta las once de la noche. El
señor Willy siempre me decía: “Cualquier cosa, Manue-
lito, lo que necesites, ahí está la puerta de mi oficina,
tocas nomás”. Había una confianza tremenda, y por eso
yo me comprometí tanto con el negocio, le tenía que
demostrar mi responsabilidad». 

Victoria, la esposa de Manuel, se incorporó al área de


ensaladas de Pardos Chicken. Eran, como dice Manuel,
una familia. Y, como tal, tenían también momentos de
distención: «En esas épocas difíciles, un domingo, don
Willy viene con un ramo de ruda y lo pasa por todo el
salón. “¡Alguien está con mala vibra!”. Y les pasó ruda
a todos los trabajadores. “¡Ahora sí!”. Don Willy tenía
cara de serio, pero era buena onda», recuerda Manuel
divertido.

En medio de la exigencia y rigurosidad de Willy para


que todo estuviera siempre limpio y perfecto, de su am-
plia generosidad y preocupación por el bienestar de sus
trabajadores y por la satisfacción de sus clientes, empe-
zó a nacer una cultura de servicio, complicidad, buen
clima y apoyo entre todos.

Y el crecimiento llegó más rápido de lo esperado. Elsa y


Willy vendieron el Orlys y el Chicken’s Hut para dedi-
carse de lleno a Pardos. «Lo que siempre me llamaba la
atención de mi papá es que nunca tenía miedo, de nada
—cuenta Laura—. Él se mandaba, con plata o sin plata,
endeudadísimo, pero igual se tiraba a la piscina».

41
El inconfundible sabor Pardos

Aunque Irineo fue el iniciador de la famosa receta del


pollo Pardos, Manuel la mejoró y estandarizó las can-
tidades de los ingredientes para que fueran exactas, ya
no «al ojo». Esto gracias a que ingresó a estudiar Alta
Cocina en el Centro de Formación en Turismo (CEN-
FOTUR). Las clases eran todas las mañana, de nueve a
doce.

—Pero Manuel, el negocio lo abrimos a las doce, ¿quién


va a hacer los pollos?—, le pregunta Willy.

—No se preocupe don Willy, yo lo voy a organizar con


los ayudantes.

«Esa confianza me tenía. Sin ningún problema, ningu-


na queja», recuerda con emoción.

Willy estaba siempre probando la calidad de los pro-


ductos que vendían. A uno de sus mozos más antiguos,
apellidado Vílchez, regularmente le pedía que le llevara
medio pollo a su oficina, pero sin decirle a Manuel que
era para él.

Un día hace llamar a Manuel. Él sube preocupado. Wi-


lly lo recibe muy serio y, acto seguido, le muestra el pla-
to que había escondido.

—Mira, Manuelito, ¡vacío! Sigue así.

—Así va a ser don Willy.

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Nunca se metía en la receta. Solo probaba y decía: «Está
en su punto». Sazón y sabor.

Jorge coincide con que su hermano estaba detrás de to-


dos los productos que vendían, y que ese era el secreto
para darle el toque casero. «El éxito de Pardos es porque
Willy empezó a investigar el mercado de los pollos a la
brasa, él preparaba las salsas, las hacía con la cocinera
que trabajaba en su casa, las probaba todas y decía: “Esta
sí, esta no”. Lo mismo con la famosa chicha morada de
Pardos».

Y esa tradición se preserva hasta hoy: la importancia de


una cocción casera y hecha al momento. Muestra de
ello es que los productos icónicos de Pardos se hacen
artesanalmente: el Pardos Brasa, la chicha morada, el ají
y mayonesa Pardos, por mencionar algunos, son produ-
cidos diariamente para asegurar su frescura, sabor y ca-
lidad. La premisa de nunca perder la esencia Pardos de
ser una comida familiar, como hecha en casa, prevalece.
Disminuir la calidad está fuera de toda discusión.

En cuanto al pollo, se sigue aderezando veinticuatro


horas antes, a mano y acariciándolo para potenciar su
sabor. El secreto del inconfundible sabor Pardos es co-
cinar con cariño.

Ese cariño se sintió desde el inicio. A mediados de los


ochenta, Pardos Chicken se consolidó rápidamente
como un restaurante que acogía a la gente. Su gran esta-
cionamiento ofrecía seguridad a los comensales en mo-
mentos de particular vulnerabilidad, sus porciones eran
generosas —otros restaurantes de la zona cobraban el
doble por ofrecer la mitad— y cuidaban de mantener el

43
toque de comida casera. Además, todos se hacían ami-
gos de Willy. Y sus hijas lo iban a visitar.

Cuenta Elsa: «Como él, con tanto trabajo, no tenía mu-


cho tiempo, yo llevaba a las chicas al restaurante para
que estén ahí con su papá. Estábamos todos ahí. Para las
chicas era bien gracioso. Hasta ahora recuerdan que un
día Vílchez estaba trapeando y una de ellas, chiquita, se
subió encima del trapo, se agarró de la escoba e iba por
todo el restaurante. Y también que iban corriendo a la
caja y le decían: “Papá, yo voy a cobrar!”». Y suena a un
vaticinio, porque Laura, la mayor de ellas, sería luego la
segunda al mando y quien asumiría la gerencia general
del principal local miraflorino, en la avenida Alfredo
Benavides.

Tarjeta de Navidad del primer local de Pardos Chicken.

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Pardos deja Pardo

Cuatro años después, el alquiler vence. Como la Caja de


Pensiones Militar Policial tenía planes de ejecutar un
proyecto hotelero en ese terreno, les ofrecen otro ubi-
cado en la esquina de las avenidas Alcanfores y Alfredo
Benavides. Pardos Chicken deja la calle que le dio su
nombre, pero se va siendo ya una marca consolidada en
el mercado.

«Cuando pasamos a Benavides, mi cuñado Raymundo


era sus ojos», cuenta Manuel. Porque otra característica
de Willy es que se rodeaba de personas de confianza, de
buenas personas a las que genuinamente hacía sentir
parte de una familia y que respondían con lealtad.

Cuenta Elsa: «Willy me decía: “Si Dios me ha dado tan-


to es producto de mi trabajo, pero también tengo que
agradecer y que compartir con personas que realmente
lo necesitan”. Ayudó a mucha gente sin que yo sepa, y
no sabré nunca de muchas de ellas. Inclusive sus mis-
mos trabajadores lo querían mucho y le pedían muchos
consejos».

Hoy Manuel vive en Maryland, Estados Unidos. Trabaja


como jefe de cocina en un restaurante peruano, y en
Lima sus hijos administran un restaurante suyo. «El se-
ñor Willy para mí ha sido como un segundo padre. Me
dio muchos consejos en lo personal, sobre cómo llevar
la vida. Yo tengo un negocio en el Perú porque él me
aconsejó. Lo que yo aprendí es la lealtad al trabajo, leal-
tad a la empresa, sus grandes consejos y la familiaridad
que me dio».

45
El terror toca la puerta

El jueves 16 de julio de 1992, el distrito de Miraflores vi-


vió uno de los peores atentados registrados en la capital
peruana. A las nueve de la noche, en la segunda cuadra
de la calle Tarata, Sendero Luminoso hizo detonar dos
coches bomba cargados con quinientos kilos de dina-
mita. Veinticinco personas murieron y doscientas vein-
tinueve resultaron heridas. Esto ocurrió a pocos metros
del local de Pardos Chicken.

Laura recuerda cuando llamaron a su casa tras el atenta-


do. «La cajera pensó que la bomba la habían puesto en
Pardos, porque se reventaron todos los vidrios del pri-
mer piso. Arriba teníamos un grupo electrógeno para
los apagones. Por eso mi papá se quedó sordo, porque
lo tenía cerquita y estaba dale que dale con todos los
apagones que había. Esa falta de miedo le hizo seguir.
Tenía sus negocios, sus hijas chicas, nunca pensó en irse
del país».

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En el camino… un casino

Sus socios eran, siempre, buenos amigos suyos. Con


Antonio «eran uña y mugre», dice Laura. Y cuenta que
entre las mayores aficiones de su papá estaban el casino
y los caballos. No sorprenderá, entonces, que se haya
embarcado en algún negocio vinculado con estos pasa-
tiempos.

Willy con uno de sus caballos en el Hipódromo de Monterrico,


luego de ganar una carrera. Lo acompaña su concuñado,
Jorge Bonilla.

Cuando el gerente comercial de la Caja de Pensiones


Militar Policial les cuenta que tiene disponible para al-
quiler un terreno de mil quinientos metros cuadrados
en la cuadra once de la avenida José Larco, en Miraflo-
res, Willy y Antonio empiezan a pensar en qué nuevo
emprendimiento podrían iniciar. Y es así como, junto
con Guillermo Chanján, amigo de Willy que estaba en
el negocio de los bingos, deciden montar un bingo en-
tre los tres. Lo llamaron Bingo Latino y resultó ser un
negocio excelente.
47
Pero Guillermo tenía ya un bingo en la avenida José
Pardo. Y, dado que estaban cerca, Bingo Latino empezó
a quitarle público. Para evitar perjudicar a Guillermo,
Willy y Antonio decidieron vender su participación en
el negocio.

«Todo lo hacíamos los dos juntos. Él me dejaba la parte


financiera y yo le dejaba la parte de cocina; cada uno
confiaba en el otro. Siempre nuestra relación de nego-
cios estuvo basada en la amistad. Yo era el reflexivo y él
el impulsivo porque seguía su intuición, y las cosas ge-
neralmente salían. Realmente éramos un complemen-
to», recuerda Antonio sentado en el escritorio de quien
fuera su socio y amigo por casi cuarenta años.

48
Tercera parada

Elsa le insistía a Willy que, como sea, tenían que com-


prar un espacio propio porque no podían seguir gastan-
do miles de dólares para implementar un restaurante y
que luego los arrendatarios del terreno se queden con
esa inversión. «Buscamos y buscamos y encontramos el
local donde está el Pardos de Benavides ahora. La dueña
era muy cariñosa, parece que Willy le cayó muy bien
y aceptó venderle a él. Pero mientras tanto Willy tenía
que buscar la plata». Era 1995.

El banco aceptó otorgarles el préstamo. Elsa recuerda


cómo ella y la esposa de Antonio, Chela Ortiz, se sen-
taron a firmar más de cien letras de cambio. ¡Dios mío,
en qué nos estamos metiendo!, pensaban. Pero sabían
que había que empujar el coche y que, pese a lo adverso
del contexto nacional, todo saldría bien —como ya iba
siendo costumbre—.

En medio de un edificio y de una típica casa miraflori-


na, en el número 730 de la avenida Alfredo Benavides,
abrió las puertas el local donde Pardos sigue hasta hoy.
Luego comprarían el terreno colindante para ampliar
el espacio.

49
50
IV
El éxito compartido sabe
mejor

Laura, la hija mayor de Willy y Elsa, estudiaba adminis-


tración de empresas en la universidad cuando, en uno
de sus cursos, les asignan la tarea de entrevistar a un
empresario. Jorge Bermejo, compañero suyo de clase, le
pide si puede entrevistar a Willy.

Ella gestiona el encuentro y Jorge, de diecinueve años,


llega al local de Pardo con su casetera para grabar la
conversación. Willy lo recibe en su oficina: un espacio
muy reducido, lleno de papeles e inundado por la bulla
del extractor de humo. Fue su primer acercamiento con
quien, años después, sería su suegro y socio.

«Tenía una personalidad muy fuerte. Te inspiraba mu-


cho respeto. Lo primero que pensabas era: “Qué miedo”.
Era alto, imponente, parco. Por eso después me sorpren-
dieron sus otras facetas más familiares», cuenta Jorge. Y
reitera la filosofía de Willy, que por supuesto comparte
51
ahora que es gerente general del Pardos de Santa Cruz.
«Él me decía: “No hay negocio malo, sino mal llevado.
Si tú pones un buen plato de comida a un precio razo-
nable con productos de calidad y un buen servicio, ahí
está la fórmula; no tiene por qué ir mal”. Él estaba con-
vencido de eso. Y es la esencia del negocio».

Willy y Antonio con Raúl


Núñez (al centro), quien
fue su socio hasta que se
mudaron a la avenida
Alfredo Benavides.

Recorte publicitario de 1992.

52
Empieza la modernización

Un día de 1994, cuando Pardos Chicken ya se había


mudado a su segundo local, en la avenida Alcanfores,
llega Willy a su casa y dice: «Vamos a poner motos para
que repartan pollos». Laura cuenta que lo miró y pensó
que su papá había enloquecido. «Hoy parece increíble,
pero en aquellos años nadie hacía delivery. Empezaron
con dos motos y una chica, Betsabé, sentada al lado del
teléfono con un talonario de boletas para escribir los
pedidos. Al principio nadie llamaba, pero rápidamente
la idea prendió», recuerda Laura.

Ese mismo año, Laura trabajaba para una empresa que


daba seguridad a funcionarios extranjeros contratados
por la Embajada de Estados Unidos en Lima. Pero cuan-
do la asistente administrativa de Pardos Chicken deja
el puesto, Willy le pregunta a su hija si quiere unirse al
equipo. Y aceptó. Tenía solo veinticuatro años.

«Entré y no había una sola computadora, todo se paga-


ba en efectivo. Recuerdo que en esa época mi papá cua-
draba la venta y las monedas las guardaba en un vasito.
Todo se hacía a mano y en mi anterior trabajo todo era
a computadora. Así que me llevé la de mi casa y poco a
poco fuimos modernizándonos. Ahora se deposita has-
ta el último centavo, porque tiene que cuadrar la con-
tabilidad».

Y es que, a inicios de los noventa, el sistema financiero


peruano se había reducido dramáticamente por la hi-
perinflación que el país arrastraba de la década pasada.
El grado de bancarización de la economía era de solo
cinco por ciento en una época en la que los atentados

53
terroristas con coches bomba tenían a las agencias ban-
carias y las comisarías entre sus blancos favoritos. De
hecho, muchos transeúntes cruzaban de vereda cuando
debían pasar frente a un banco o preferían no llevar a
sus hijos si tenían que realizar una operación.

Laura entró al Pardos Chicken con perfil bajo, pero con


los años se convirtió en la mano derecha de su papá y en
la segunda al mando de la empresa. Él le hacía caso en
todo. Era ella quien giraba los cheques. Incluso guarda-
ba las chequeras en su cajón. Nadie las podía tocar. Ni
siquiera Willy.

—Mi papá era fregado, pero era llevadero. Conmigo sí


era dócil, a mí sí me tenía ley—, confiesa Laura.

—¡Tu papá te tenía miedo!—, dice divertida Milagros


Paredes, secretaria de Willy durante veinticinco años y
ahora de Laura.

Elsa, madre orgullosa, agrega: «A Laura, Willy le tenía


una confianza ciega».

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Generosidad a toda costa

Willy era sencillo, humilde. Adonde iba cargaba consi-


go su calculadora eléctrica en el bolsillo de la camisa y
unos billetes doblados, porque no usaba billetera.

Todos quienes lo conocieron destacan su generosidad y


su sentido de la corrección. «Una de las cosas que a mí más
orgullo me da es que no hay persona alguna que, luego
de preguntarme qué soy del Willy Wong del Pardos Chic-
ken, no me haya dicho: “Es un caballero su hermano”. To-
dos quienes lo conocieron me lo decían», cuenta Jorge.

Pero la otra cara de la moneda en la generosidad de Wi-


lly es que no sabía decir que no, sobre todo a sus amis-
tades. Si le llevaban algo para venderle, él lo compraba.

«Le traían huacos que eran “bamba”, por supuesto. Ve-


nía otro a empeñarle una caja con cubiertos dorados,
ni siquiera de oro, y ahí los tenía metidos en el baño.
Otra vez encontramos el almacén lleno de chupetes que
algún conocido le vendió. Le gustaba mucho ayudar a
la gente, pero había quienes ya abusaban, y eso a mí me
daba cólera. Pero es que su naturaleza era ayudar».

A Milagros, su secretaria, Willy le decía: «Esto dáselo a


tal y a tal, pero no digas nada». Pero a veces cuando la
llamaba para pedirle discreción por alguna ayuda que
estaba dando, Laura estaba a su costado y, como cono-
cía a su papá a la perfección, intuía rápidamente lo que
estaba pasando. «¡Todo cuentas!», le recriminaba luego
Willy a Milagros con una media sonrisa. Y ella solo ati-
naba a reírse porque sabía que su jefe había hecho algo
bueno por alguien.

55
Antonio Ortiz, su socio y amigo entrañable, tiene histo-
rias similares. Iba alguno de los trabajadores más anti-
guos a pedirle apoyo a Willy y él le decía: «Ya, tú no vas
a decir nada, pero yo te voy a dar tanto a fin de mes».
Luego Willy iba donde Antonio a contarle del monto
que iban a desembolsar. «¡Y yo cómo le decía que no!
“Por último lo doy de mi bolsillo”, me decía. “¡No pues,
no lo vas a dar de tu bolsillo!”. Pero no es por eso —le ex-
plicaba Antonio—, sino que necesitamos ser ordenados
en nuestros gastos”. Pero él en su impulso por ayudar
no pensaba en esas cosas. Y así fue con muchos de los
trabajadores acá».

Ayudar era su forma de demostrar cariño. Incluso a


desconocidos. En Navidad mandaba a hacer panetones
chiquitos, los ponía en su carro e iba regalándolos a los
niños de la calle.

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La familia como prioridad

Para Willy, la familia estaba por encima de todo. A sus


hermanos les dijo que él asumiría todos los gastos de su
madre y de sus tías hasta viejitas, que ellos solo debían
preocuparse de visitarlas y atenderlas.

Cuando sus tres hijas eran pequeñas, siempre hacían


planes y viajes en ruta juntos. Porque a Willy le encanta-
ba manejar y era fanático de los autos. «Cambiaba de ca-
rro a cada rato. Mi mamá renegaba —recuerda Laura—.
Pero nunca lo ibas a ver con lujos. ¡Mi mamá menos!
Yo creo que también por eso lograron lo que lograron,
porque crecieron sin lujos y nunca han sido gastadores.
Nosotras hemos salido igual. Era todo muy normal».

Sus tres hijas se casaron y fueron madres, pero la unión


familiar continuó más fuerte que nunca. Tanto que vi-
ven todos en un mismo edificio, cada uno en un piso.
A Willy le gustaba estar siempre rodeado de su fami-
lia. Por eso mandó a hacer una mesa de madera para
doce personas alrededor de la cual siempre se reunían.
Y tenía especial «chochera» por sus cinco nietos, todos
hombres. «Él podía estar leyendo y tener a todos los
nietos gritando alrededor, tirándose todo, pero él estaba
feliz ahí en el medio de ellos», cuenta Laura.

Con sus nietos continuó una costumbre que adquirió


de pequeño: juntar monedas. Esta vez ya no lo hacía
en medias, sino en alcancías en forma de chanchitos.
Al inicio de cada verano se iba a Mala, al sur de Lima,
y compraba una para cada nieto y una para él. Duran-
te todo el año iban llenándolas. Y la tradición familiar
mandaba que en diciembre, cuando estaban todos re-

57
unidos, colocaban periódicos en el piso, agarraban un
martillo y cada uno iba rompiendo su chanchito.

Además, con el pasar de los años le fue tomando mayor


afición a cocinar. Los pavos de Navidad los aderezaba él
—tendría, sin duda, alguna fórmula secreta heredada de
Irineo y Manuel—. También hacía parrilla, caja china,
ceviche todos los domingos de verano… Comida casera
y familia unida, como siempre.

Antonio Ortiz, Chela Ortiz, Elsa Wong y Willy Wong cele-


brando los 25 años de Pardos Chicken, en 2011.

58
La familia Pardos

Esa misma cultura familiar de apego, responsabilidad


y diversión la trasladó a Pardos Chicken. Hasta hoy a
todos los miembros de Pardos se les insiste en que, así
como hay que trabajar duro, hay que divertirse. Al mis-
mo nivel. Porque el centro de trabajo debe ser un lugar
donde formar los mejores amigos y sentirse como en su
segundo hogar.

Willy le ponía cariño a su negocio. Sobre todo a quienes


trabajan con él. Aunque tenía genio fuerte y era explo-
sivo, se le pasaba muy rápido y se ponía a bromear. «Era
perfeccionista, quería que todo esté impecable, sobre
todo en la cocina —cuenta Milagros—. A veces grita-
ba, por ejemplo, porque traían unas papas muy aguadas
o porque el pollo no lo habían dorado bien». Y Laura
agrega: «Era bien renegón, fosforito, gritón, malhumo-
rado… Lo veías un señor serio, acá todo el mundo le
tenía terror. Pero a la vez era bien gracioso. Lo veías y
decías: “Pucha, este señor tan amargo”, pero luego cuan-
do lo tratabas te caía simpaticón».

Parte de la familia Pardos en celebración de marzo


de 2009.
Los trabajadores más antiguos, los que más se ganaron
el cariño y reconocimiento de Willy, siempre lo tenían
presente porque se formaron juntos. Fueron todos
aprendiendo de la mano. Y ese es un toque especial que
hace que la comida de Pardos tenga un valor añadido
intangible imposible de copiar.

Willy, además, engreía a los comensales, a quienes tra-


taba como sus invitados. Incluso muchos de ellos eran
asiduos —Antonio recuerda a un dentista que tenía su
consultorio cerca y que todos los días iba a almorzar
con su esposa—. A todos ellos Willy les tenía siempre
algún regalito: lapiceros con el logo de Pardos, toallas
de playa, maletines…

60
Hacer las cosas bien

Otro rasgo distintivo de Willy que se trasladó a la cul-


tura Pardos son los valores; el hacer las cosas bien. «So-
mos súper estrictos con los impuestos, con los pagos, al
centavo. Nunca hacer una cosa “trucha” para ganar más.
¡Jamás! Nunca he visto eso. Y eso siempre ha sido así.
Para nosotros siempre ha sido prioridad el personal»,
subraya Laura.

Jorge señala que el éxito de su hermano Willy era «ser


como era: un caballero. Además de la visión de nego-
cios, su gran virtud era ser correcto y humilde, detestaba
la viveza, la “criollada”».

Willy y Jorge al año de haber llegado a Buenos


Aires. Foto de 1961.

Otra gran virtud es que sabía rodearse de las personas


correctas, con quienes establecía lazos de completa leal-
tad. Porque así como daba, recibía. Como dice Antonio,
la amistad y la confianza no son gratis; se ganan con
61
el comportamiento. «La confianza abre las puertas de
muchísimas cosas. Ese es el legado que hemos tenido
juntos hasta el final».

Igual fue con Milagros, su incondicional. Teniendo vein-


titrés años y una hija pequeñita a la que mantener, se
entera de que Willy está buscando una secretaria. Quien
se lo cuenta es Elena, tía de Willy y mamá de Lucho, un
primo mucho menor que él que, coincidentemente, era
amigo de Milagros. Ella recuerda ese momento: «Yo lo
había visto algunas veces en la casa de Lucho, pero no
lo recordaba muy bien. Y bueno, me dio una cita, vine a
conversar con él y me contrató. Era en Alcanfores. Yo es-
tudié turismo y en ese momento necesitaba trabajo. Lo
acepté sin pensar que me iba a quedar tanto tiempo».

Lo mismo les pasó a muchos colaboradores de aquella


época. La mayoría de los más antiguos se quedaron has-
ta jubilarse.

Y es que Pardos Chicken era —y continúa siéndolo—


una familia donde se ayuda a todos en la medida de
lo posible y se fomenta un excelente ambiente de tra-
bajo. Desde el principio se apostó por la gente. Willy
decía siempre: «Al que nunca le puedes fallar es a tus
empleados, a tu personal. Ellos son tu prioridad». Eso lo
tenía clarísimo. Además, mantenía una política de puer-
tas abiertas con todo el personal. Sabían que podían ir
directamente a hablar con él. Con don Willy, como lo
llamaban todos.

Esta camaradería se vive claramente en las celebraciones


institucionales. Una de las clásicas se da cada seis de di-
ciembre, aniversario de Pardos Chicken. El cumpleaños

62
de Willy era un día después. Cuando estaba por cumplir
setenta y ocho años, a Laura se le ocurre comprar cuatro
enormes piñatas de colores para festejar ambos even-
tos juntos. «Les metimos plata, polos… ¡pesaban una
tonelada! Y el primero que les pegó fue mi papá; esas
niñerías le encantaban. Con algo tan simple estábamos
todos felices y todos juntos. Todo el mundo lo respeta-
ba muchísimo, le temían un poco, pero también cono-
cían su otro lado. Porque a la hora del vacilón estaba ahí
él primero».

A este buen ambiente interno se le sumaba la cada vez


mayor concurrencia de comensales. El local reventaba
de gente, sobre todo los domingos, y la pregunta de
cuándo abrirían más locales la empezaron a recibir con
mayor insistencia. Surge así la idea de franquiciar la
marca para impulsar su expansión. Era el inicio de una
nueva era.

63
64
V
Eras distintas, una
misma visión

Abrir más locales de Pardos Chicken era impostergable


—y, cómo no, el sueño de todo empresario restauran-
tero—. Pero, dado que Willy y Antonio carecían de la
palanca financiera necesaria para asumir esta expansión,
hacia 1996 dan los primeros pasos para franquiciar la
marca. La propuesta fue hacerlo considerando los distri-
tos de Lima: un local en cada uno. «Creímos que sería
algo fácil de manejar y no lo hicimos bien», reconoce
hoy Antonio. Se requería otro know-how.

En 1998, Jorge Bermejo, ya comprometido con Laura,


le dice a su futuro suegro que le interesa abrir un local
de Pardos Chicken pero pequeño, porque tiene poco
presupuesto. «Ya, ábrete un local satélite para delivery en
Surco», le dice Willy. Jorge adquiere la licencia para el
uso de la marca y Laura encuentra un espacio ideal en
la cuadra tres de la avenida Caminos del Inca. Jorge se
asocia con un amigo suyo —que continúa con él hasta
65
la actualidad— y empiezan a implementar el espacio.
Tendría solo tres mesas pequeñas, porque sería funda-
mentalmente para llevar.

Ese mismo año, Jorge y Laura se casan. A su regreso de


la luna de miel, y estando próximos a inaugurar el local,
surge un imprevisto. Resulta que en este proceso prác-
ticamente autodidacta de franquiciar la marca de Par-
dos Chicken, la licencia para el distrito de Santiago de
Surco ya había sido otorgada. Jorge cuenta la historia:
«Contractualmente estaba todo bien. Pero, cuando está-
bamos por abrir, se acercan los señores Silva. Felizmen-
te, como son buenas personas, nos sentamos a conversar
y terminamos haciendo un traspaso de ese local a ellos,
que era su zona. Con ese dinero y un préstamo bancario
vimos qué zona estaba libre. Y Miraflores lo estaba. Esa
misma noche me llama mi suegro y me dice que ha en-
contrado un local en la cuadra ocho de la Avenida Santa
Cruz. “Este es”, me dijo».

Al día siguiente, Jorge fue a ver el espacio y empezó


las conversaciones con el propietario. Este le pide que
Willy sea su aval, «porque nosotros éramos pichones».
Su suegro, por supuesto, acepta. Al negocio se suman
dos socios más considerando que, al ser un local gran-
de, requería de una inversión mayor. Y tal fue la visión
de Willy que el local sigue funcionando hasta hoy. «Las
cuatro personas que atienden en hornos, entre brasa y
parrilla, son las mismas que tengo hace veinte años»,
cuenta Jorge.

En este proceso, recuerda que su suegro daba su visto


bueno al sabor del pollo, pero se preocupaba mucho
por no invadir o influir en las decisiones del negocio.

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«Venía, miraba, si algo no le parecía lo decía, pero siem-
pre de manera proactiva, constructiva. A veces me decía
que era un amigo suyo quien le había hecho un comen-
tario sobre el servicio, lo cual no era del todo cierto.
Siempre cuidó mucho de no hacerme sentir que me
estaba “chequeando”. Podía ser una persona muy explo-
siva, pero conmigo era súper delicado».

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Dos hermanos emprendedores

En esta misma época, entran en escena dos jóvenes pro-


venientes de una familia empresarial ligada a la indus-
tria logística y de consumo masivo. Ambos, a su vez, ha-
bían sido formados como emprendedores por su padre,
Enrique Wu.

Edwin, de 32 años, trabajaba en la empresa familiar,


mientras que Arnold, de 28 años y con experiencia en
la industria del consumo masivo, buscaba emprender
algo propio. Buscó a su hermano mayor para asociarse
porque sabía que juntos se complementaban perfecta-
mente y potenciaban sus fortalezas. Ambos habían sido
testigos de la exitosa relación societaria que su padre
tuvo con sus propios hermanos basada en el respeto y la
entrega por el trabajo. Una sociedad que fortaleció aún
más los lazos familiares.

En esta búsqueda por qué negocio emprender juntos,


Edwin le comenta a Arnold de un exitoso restaurante
de pollos a la brasa ubicado en Miraflores. A los pocos
meses, compran la franquicia para abrir Pardos Chicken
en el distrito de San Isidro. Y, como todos los franquicia-
dos de aquella época, pasan por un periodo de entrena-
miento de un mes en el local de Benavides.

Pero, aunque la expansión parecía auspiciosa, fueron meses


complejos para Antonio y Willy. Para el primero era claro
que franquiciar era un negocio distinto que manejar un
restaurante, y así se lo decía a Willy. «Esa fue nuestra úni-
ca discusión», confiesa. Willy estuvo renuente al principio
pero, como siempre, lo escuchaba. Y terminó por darle la
razón. Era momento de vender la marca Pardos Chicken.

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De la creación a la expansión

Willy era amigo de la familia Wu y conocía su trayecto-


ria empresarial. Y él, que valoraba tanto la lealtad, sabía
que podía confiar en los jóvenes hermanos para hacer
crecer aquello que con tanto esfuerzo y cariño había
fundado. Así que junto con Antonio acuerdan vender-
les la parte mayoritaria de la marca.

«Sabíamos que una oportunidad así no se daría nueva-


mente —cuenta Arnold—. Y lo comprobamos en las
numerosas muestras de cariño de los clientes hacia la
marca Pardos que Willy había creado». Además, Willy
se convirtió en su primer mentor en la industria de los
restaurantes. «Si hay algo que siempre me asombró de
Willy es que, cada vez que lo veía, aprendía algo de él.
En todas las historias que él contaba había muchas lec-
ciones», recuerda.

Jorge coincide con que ese era el momento en que su


suegro debía dar un paso al costado: «Willy manejó su
negocio como lo creyó conveniente, fue sumamente
exitoso y hasta ese momento estuvo bien. Pero para la
expansión necesitaba otro tipo de gestión. En su orgullo
supo que tenía que dar un paso al costado, supo soltar
las riendas. Y para mí eso refuerza lo inteligente que fue.
Creo que primó su cariño por la marca».

Laura comparte su visión como hija y como profesional


del negocio de restaurantes. «A mí me parece increíble
que mi papá haya hecho esto prácticamente solo y que
seamos una marca tan grande. Para mí, Pardos es la nú-
mero uno del país. Y la construyó con sus ideas, sin co-
piarse de nadie. Con su gente hicieron sus recetas, con

69
su creatividad, a su forma... Ahora toda ha cambiado:
contratas al megachef y te hace tu carta, te hace el restau-
rante lindo. Pero en esa época ni siquiera había marke-
ting, ¡nada! Él solito».

Cuando Willy se planteó vender la marca, Laura, que


era pieza fundamental del equipo, estuvo de acuerdo.
Tenía claro que empezaba otra etapa y que los Wu esta-
ban preparados para afrontarla. Para hacer crecer aque-
llo que con tanto cariño y esfuerzo habían creado.

Porque lo más importante era, y continúa siéndolo, Par-


dos Chicken, su gente y su futuro.

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Willy sigue bromeando

«Tenía mucha intuición, mucho feeling para los nego-


cios. Y lo que a mí me sorprende hasta ahora es que tuve
la suerte de viajar con él muchas veces y siempre estaba
viendo una oportunidad de negocio —recuerda su yer-
no Jorge—. La última vez fue cuando tenía setenta y
ocho años. Estábamos en Brasil y de repente vimos una
churrasquería, y me dice: “Jorge, mira qué interesante
el flujo, ¡tómale foto! ¿Allá en Pardos cómo hacemos
con esto? A ver cómo lo podemos optimizar”. Era un
aprendizaje constante. En la última conversación que
tuve con él me dijo que, aunque su cuerpo no estaba
bien, su mente sí, que estaba pensando en todo».

Willy falleció en mayo de 2019. Y tras su partida fue


evidente la marca que dejó en quienes lo conocieron.
En el velorio, su hermano Jorge cuenta que se le acercó
uno de los trabajadores más antiguos. «Se echaba en mi
hombro a llorar y yo me quebraba. Yo lo trataba de tran-
quilizar, y llorando me decía: “Se fue mi papito”. Ese era
el respeto y cariño que generaba».

Similar experiencia tuvo Laura: quien fue chofer de Wi-


lly se le acercó y le dijo: «Señora Laura, yo nunca me voy
a olvidar de su papá, lo que me ha ayudado, lo que me
ha enseñado».

Y, como, con el pasar de los años Willy fue volviéndo-


se más devoto, lo enterraron con el Corazón de Jesús
que desde muy joven llevaba siempre en su bolsillo. «Yo
hasta ahora no puedo asimilar que se fue. Pero ahí está,
le hablo siempre. Imagino que con el tiempo irá pasan-
do», confiesa Elsa.

71
Pero, como Willy era bromista, y seguro no estaría có-
modo con ver a sus seres queridos tristes por su partida,
no sorprenderá que pueda haber hecho algunas «juga-
das», como las llama Laura. «Yo tenía un collarcito un
día, llegué a mi casa a las cinco de la tarde, me bañé y lo
colgué en su sitio. No había nadie en mi cuarto. Al día
siguiente me lo quise poner y no estaba. Le pregunté
a mi esposo. “Para qué voy a agarrar tu collar”. “Ah mi
papá me lo ha escondido”, me dije. Como a los cinco
días apareció colgado en su sitio. Ha sido él, de todas
maneras, estoy segura. Porque era bromista».

Cuenta que otra vez estaba en su casa arreglando unas co-


sas y, digna hija de su padre, es maniática de la limpieza y
constantemente se lava las manos. «Yo tenía un jabón que
ya estaba chiquito, redondito. Cuando regresé a lavarme
las manos, ese mismo día, “¡Oye!, ¿quién ha agarrado mi
jabón?”. Nadie pues, estábamos solamente mis hijos, mi
esposo y yo en la casa y era un domingo. Se hizo humo
el jabón. Y tengo un vasito donde pongo los dos cepillos
de dientes con la pasta. Y al día siguiente lo muevo para
sacar la pasta y el jabón estaba al fondo del vaso con las
cosas encima. ¡No había forma! Ha sido él también».

Y como no hay segunda sin tercera, cuenta que su papá


amaba los perros. Ella y su hermana tienen perros gran-
des. Laura tiene un macho llamado Enzo y Susana tie-
ne una hembra llamada Mila. Como viven todos en el
mismo edificio familiar, cuenta que una madrugada la
empleada de su hermana escuchó claramente la voz de
Willy diciendo «¡Mila, tu pelota!». Salió del cuarto y se
encontró con la perra moviendo la cola toda agitada
mirando a la nada. «Lo ha estado mirando a él», dice
convencida Laura.

72
Por supuesto que a su incondicional Milagros no podía
dejarla atrás en estas bromas. «Él fallece un sábado. Ese
lunes que vine a trabajar me pasaron cosas graciosas.
Por ejemplo, tenía un papel en la mesa, se me cayó y no
lo encontré nunca. Ni siquiera estaba prendido el aire
acondicionado, pero de pronto el papel voló y desapa-
reció. Yo sentí que era él. Y otra cosa fue que se trabó la
caja fuerte, no se podía abrir, se había movido».

Milagros cuenta que Willy siempre carraspeaba cuando


entraba a la oficina. Y que hasta ahora siente que en
cualquier momento va a sentir esa carraspeada. «Se hace
extrañar. Acá parece que en cualquier momento fuera a
llegar, porque en su escritorio está todo igual y lo segui-
mos usando, pero ya no hay alguien que esté sentado
ahí todo el día. Cuando él se iba de viaje me dejaba
apuntadito todo lo que tenía que hacer. Guardé dos de
esos papeles de recuerdo».

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Legado vivo

«Nosotros, como yo siempre les digo a los chicos cuan-


do nos reunimos, somos una familia —señala Laura—.
Ahora ya no hay antiguos, todos somos antiguos. Y
mantenemos la misma preocupación que mi papá tenía
por su gente. Yo creo que los chicos nuevos que entran
ven eso».

Laura y Jorge continúan con el legado de Willy, en el


Pardos de Benavides y de Santa Cruz, respectivamente,
pero de la mano de Arnold y Edwin Wu, que han sabido
sistematizar y potenciar lo que se había construido. Es
una nueva era, pero la filosofía de llevar felicidad a las
familias peruanas continúa cada vez con más fuerza. En
el escritorio de la que era su oficina aún descansa una
vieja calculadora. En una etiqueta, perfectamente enmi-
cada, se puede leer el nombre del dueño: Willy Wong
Luck. Quizás ese pequeño artefacto está esperando que
su dueño vuelva.

Aunque, según lo que todos cuentan, nunca se ha ido.

74
VI
L as enseñanzas de un
líder

Sin tener formación empresarial, Willy Wong


Luck fundó una de las marcas más queridas
del Perú. Lo suyo fue instinto puro, perseve-
rancia y valores. Porque las cosas se hacen bien.

De entonces derivan los valores y buenas prácticas que


Pardos Chicken mantiene hasta hoy. Una cultura que se
fortalece cada día y que es fiel reflejo del fundador.

A modo de tributo, en este capítulo repasa-


mos las enseñanzas de Willy, una guía dia-
ria para quienes trabajamos en Pardos Chicken.

75
Emprendimiento

Ser perseverante, ir siempre hacia adelante.

Al igual que fundar un negocio, cumplir con tus sueños


demanda mucho trabajo. Deberás sacrificar horas de
sueño y de tiempo con tu familia y amigos. Requerirás
de mucha determinación para sortear inconvenientes y
llegar adonde te has propuesto.

Actuar correctamente. Nada de trampa. Nada de


«criolladas». Las cosas se hacen bien.

El líder de una organización es, a la vez, su modelo a


seguir. Es quien marca la pauta. Aquel que se conduzca
respetando los principios éticos atraerá gente igualmen-
te correcta (y dormirá mejor por las noches).

Toda decisión tiene un impacto, aunque sea pequeño,


en tu familia, tus compañeros de trabajo, clientes, em-
pleados, proveedores, accionistas y en la comunidad en
su conjunto. Generar riqueza a cualquier costo es, sen-
cillamente, inadmisible e inmoral.

Ser arriesgado, soñar en grande.

En palabras del reconocido empresario británico Ri-


chard Branson: «Los valientes pueden no vivir para
siempre, ¡pero los cautelosos no viven para nada!». Es
una cita fundamental no solo para los negocios, sino
para la vida en general.

76
Dos consejos en este punto: aprende a escuchar tu in-
tuición y ten siempre claro que a veces será necesario
modificar tu plan inicial.

Ser perfeccionista rinde sus frutos.

Busca la excelencia y la mejora continua. Que tu propó-


sito sea siempre superar tus expectativas, las de tus pares
y las de tus clientes.

Estar siempre atento a nuevas oportunidades y dis-


puesto a hacer las cosas de una manera distinta.

Mantén tu mente siempre abierta a nuevas ideas y po-


tenciales retos. Nunca dejes de lado la curiosidad por
aprender y emprender.

Creer en tu idea de negocio y en la calidad de tu producto.

¿Estás convencido de que tu producto es excepcional y


que supera lo que se ofrece en el mercado? De lo con-
trario, ¿cómo esperas sobrellevar todo el esfuerzo que
un emprendimiento implica? Y, más importante aún,
¿cómo pretendes que otros crean en tu negocio si tú no
lo haces?

No hay negocio malo, sino mal llevado.

De buenas ideas está lleno el mundo empresarial, pero


no todas llegan a ser exitosas. De hecho, un gran por-
centaje nunca llega a despegar. ¿Por qué? Porque lo fun-
damental no es la idea en sí, sino cómo se ejecuta; cómo
se gestiona su crecimiento a medida que va tomando
forma.

77
Errores frecuentes a evitar: creer que emprender es tarea
fácil; no trazarse objetivos y metas claros; carecer de ha-
bilidades para dirigir al personal; no levantar suficien-
te capital; gastar mucho y sin planificación por querer
crecer muy rápido; instalarse en un local mal ubicado;
tener mala atención al cliente, entre un largo etcétera.

Estudiar siempre al mercado y a la competencia.

Tus ojos deberán estar siempre atentos a lo que está


haciendo (o dejando de hacer) tu competencia. Esto te
permitirá mantenerte actualizado de lo que está pasan-
do en tu sector, identificar posibles problemas o debili-
dades en tu negocio, y conocer requerimientos de los
consumidores que puedes no tener en el radar o que no
están siendo cubiertos por otros.

78
Trabajo en equipo

Conocer tus propias limitaciones te permitirá formar


un buen equipo de trabajo.

Rodéate de personas que potencien tus habilidades y


complementen tus carencias. Ten seguridad en tus deci-
siones para que puedas transmitírsela a tu equipo.

Saber priorizar, delegar y escuchar.


escuchar

Quien mucho abarca, poco aprieta. Querer encargarte


de todo y creer que así lo tienes «bajo control» solo te
llevará a ser ineficiente y cometer errores.

Comparte opiniones siempre constructivas. Y escucha


atentamente a tus colegas.

Valorar la lealtad y la confianza por encima de todo.

La lealtad es crucial. Nunca la subestimes. Cultivarla sa-


namente implica, por ejemplo, que si se presenta alguna
diferencia, esta se discute con transparencia y se resuelve
en ese momento. No arrastres rencores ni permitas que
estos se potencien por no zanjarlos a tiempo. Entiende
que a veces es mejor olvidar un episodio desagradable y
pasar la página.

Todo debe poder ser discutido entre quienes forman


parte de tu empresa, al margen de su cargo. Que quie-
nes lideran equipos mantengan una política de puertas
abiertas con ellos. Y que todos sepan que son una fami-
lia cuyos integrantes se apoyan entre sí.

79
Generar un buen ambiente laboral.

Nunca le falles a tu personal. Y preocúpate por generar


espacios de distención. Porque tan importante como
trabajar duro es darle cabida al sentido del humor y a
cultivar vínculos. Un equipo contento será más eficien-
te y productivo.

Saber cuándo es momento de ceder y compartir respon-


sabilidades.

Cuando sientas que no puedes cumplir con una tarea


o una responsabilidad, deja tu orgullo de lado y busca
ayuda.

80
Clientes

El éxito depende de los clientes.

Trata a todos tus clientes como a los invitados que re-


cibes en casa. Nuestro éxito depende de ellos y de la
buena publicidad boca a boca que generen.

Nunca sacrifiques la calidad del producto por ganar un


poco más de dinero. El precio que pagarás, con clientes
descontentos y decepcionados, será mucho más alto.

El cariño que uno le pone a su negocio se traslada al


cliente.

Los clientes asiduos a un negocio que se comanda con


cariño recibirán un producto con un valor agregado in-
tangible imposible de imitar por la competencia.

81
Crecimiento personal

El valor de la unión familiar.

Ninguna persona es exitosa si no valora a su familia y


pasa tiempo con ella. Porque el verdadero éxito no im-
plica la abundancia económica, sino ser ricos en salud,
unión familiar y tiempo para disfrutarlos.

No dejarse obnubilar por el éxito.

¿De qué te habrá servido alcanzar el éxito si en el camino


dejaste de ser tú mismo? Mantén siempre la humildad
y la autenticidad, y cultiva valores como la generosidad,
la solidaridad y el sentido de justicia.

Nunca perder el don de gente.

Ningún éxito económico compensará dejar de ser res-


petado por tus amigos, familiares, pares y por la socie-
dad en general.

Eso siempre lo supo Willy Wong Luck. Todos quienes


lo conocieron coinciden en que fue un caballero.

82
Valores Pardos

COOPERACIÓN

RESPETO COMUNICACIÓN

RESPONSABILIDAD LEALTAD

VERDAD

83
Misión y visión de Pardos Chicken

Misión

Ser y hacer felices a nuestros anfitriones, invitados


y comunidad a través de la «experiencia Pardos»:
productos de alta calidad servidos con una gran
vocación de servicio y un ambiente acogedor.

Visión

Ser una cadena de restaurantes líder que difunda


la gastronomía peruana generando orgullo, iden-
tidad y compromiso.

84
Rankings
• En el ranking CompuTrabajo Best WorkPlaces 2019,
que evaluó más de quince mil empresas, ocupó el
puesto ocho entre las mejores empresas para traba-
jar en Perú.

• Pardos Chicken obtuvo el puesto once en el Great


Place to Work del año 2019 en la categoría más de
mil colaboradores.

• En el ranking CompuTrabajo Best Work Places 2020,


se situó en el puesto tres entre las mejores empresas
para trabajar en Perú en la categoría Hoteles y Res-
taurantes.

• En el ranking Great Place to Work Millennials 2020


obtuvo el puesto seis.

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En la década de 2000, Pardos Chicken fue considerada como una de las
marcas más vitales y con mayor impacto sobre la sociedad peruana, según
en libro “Imagen de marca en el Perú”, editado por El Comercio.

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87
Durante su visita al Perú en 2008, Philip Kotler hizo referencia a Par-
dos Chicken como un caso de éxito empresarial. «Las mejores marcas son
las que saben adaptarse al gusto de las personas», aseguró el gurú del
marketing.

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