Los Perros Escucharon La Conmoción
Los Perros Escucharon La Conmoción
Los Perros Escucharon La Conmoción
Los perros escucharon la conmoción, apenas salían los rayos del sol, sus atentas orejas animales se
percataron del ruido en algún lugar de su entorno cercano. Los hermanos Baco y Luna, un par de
canes enrazados, corrieron por encima del roció rural que permeaba los pastizales y se
aproximaron hacia la fuente del ruido dentro del hábitat de sus dueños.
Conforme se acercaban a la ostentosa casa rural, sus sentidos olfativos captaron la esencia del
terror, sangre, y una pestilencia desagradable que nunca habían conocido en sus vidas. Temieron
que quienes les daban la comida pudieran estar mal, y apuraron la marcha.
Se encontraron con que la puerta escalonada que usualmente les negaría la entrada estaba
entreabierta, el apestoso hedor se intensificaba hacia esa dirección al tiempo que un sonido
carnal, blando, pero intenso, los alertaba de una posible amenaza. Un fluido que no pudieron
diferenciar del piso se escurría por la entrada.
Se detuvieron en la entrada de la puerta, dudando si entrar sin el permiso de sus amos, eran
perros inteligentes pero su obediencia les ganaba, tampoco les llegaba para advertir que sus amos
podrían estar en problemas o haber sufrido alguna herida, y en el momento en el que el macho,
Baco, decidió entrar, no lo hizo por que pudiera unir las piezas en su cabeza de perro, sino por
impulsivo y curioso. Estaba a punto de cruzar el umbral empujando la puerta cuando una voz
femenina, nasal e infantil, les habló desde las hierbas altas.
Los perros de inmediato se giraron hacia esa dirección, y vieron a un par de ojos rojos literalmente
como platos escondidos detrás de las plantas, Luna le ladró, pero la voz volvió a hacerse presente
y la perra callo como si pudiera entender lo que le diría.
Sombra entre la hierba: ¡Perritos! No entren en aquella entrada, un destino terrible les aguarda.
A esa oración le siguió un silencio y luego un ladrido de parte de Luna, los ojos por primera vez
pestañearon, y la voz nasal volvió a decirles algo que no tenían la capacidad de entender.
Sombra entre la hierba: ¡Perritos! ¡Perros! ¡No pasen la puerta! Es un consejo, no una orden, pero
sepan que sus amos han muerto ¡por qué ya no pertenecen a este mundo! Ji ji ji ji.
Los perros miraron al ente sin entender la severidad de sus palabras, sin dejar de tomar su
posición alertada, sabían que se dirigía a ellos, pero no podían entender una sola cosa. Se
preguntaron por el que podría significar. Baco demostró desinterés girando su mirada hacia la casa
de sus amos, y llego a ver el líquido rojizo que se deslizaba hacia el pasto, pero prestó atención a la
cosa que les hablaba, lo volvió hacer.
Sombra entre la hierba: ¡Perritos! ¡Perros! ¡No pasen la puerta! Consejo, no orden, y salten, y
bailen y canten ¡La la la la! Ji ji ji, sus amos han muerto ¡Murieron! ¡Son libres! ¡Libres en libertad!
Ya no más correas, ya no más utensilios de plástico, su devenir destinado es el de las almas libres.
¡Huyan y corran! Desde hoy vivirán de las ratas, no se desanimen ¡Cualquier cosa en la intemperie
es un manjar! ¿No les gusta fornicar? ¡Seguramente les encante! Serán libres de hacer cualquier
cosa que deseen, si no entran en esa puerta.
Antes de que lo escondido en la hierba terminara, los perros ya le habían dado la espalda, no
pareció notarlo pese a sus enormes ojos, porque recito el discurso en su totalidad inalterado.
Volvió a hablar, esperando que esta vez sí le entendieran, pero sus palabras eran solo humanas.
Sombra en la hierba: ¡Perros! ¡Perritos! Atentos al mensaje, sus dueños han muerto, no hay nada
que buscar dentro de esa horrible choza, les imploro que no entren, si saben lo que les conviene
¿No querrán terminar como ellos cierto? Sean libres de ejercer su libertad en cualquier otro lugar
que no sea ese ¡Sean libres! Je ji ji, o aténganse a atenerse a las consecuencias.
Baco miró hacia atrás, comprobando que la voz todavía les dirigía su atención, comprobando que
los ridículos ojos del tamaño de un par de discos seguían clavados en sus espaldas. Si los perros
hubieran entendido lo que les decía, hubieran ignorado sus advertencias, pero no lo hacían, y de
todos modos las ignoraron. Baco intento a abrir la puerta con su cuerpo, y el trozo metálico no
opuso resistencia.
La cosa entre el pasto no se dio cuenta sino después de unos segundos de que los perros no
habían hecho como dictaba, y ante ningún público, comento su opinión sobre lo que acababa de
suceder.
Sombra en la hierba: Perros ineptos, idiotas perros, canes caninos, han desobedecido mis
consejos, morirán, llegarán a estar muertos, malditos sean, no sean de este mundo, caerán,
morirán, malditos perros, malditos, malditos, malditos, malditos…
La voz duro repitiendo la palabra “malditos” una determinada cantidad de tiempo, llego a acabar,
cuando el sonido de chapoteo descarnado que la acompañaba terminó. La fuente había sido
descubierta por los perros, tras al cuerpo de su amo que caído de pecho escurría sangre desde un
corte vulgar en el cuello empapando todo el pasillo, una pequeña figura humanoide sostenía lo
que parecía ser un pavo de navidad en su entrepierna, parado sobre un sofá.
Los perros le ladraron, la figura los miraba con una sonrisa tal que les helo la sangre, Luna le ladró,
Baco, al borde de atacar, analizó por un momento la cosa que no se encontraba a más de 10
metros.
Era como uno de sus amos, pero significativamente más pequeño, Baco lo entendería como una
“cría de humano” por la ausencia total de pelo, de no ser por los pliegues y arrugas que recorrían
su desproporcionada cabeza y cuerpo, de no ser por su cara apenas simétrica que le mandaba una
enorme sonrisa, de no ser por su delgada contextura que desentonaba con su exuberante barriga.
La nariz del desgraciado también era importante, casi tan larga como sus orejas, y el color de su
piel definitivamente era anormal, lo viera un humano sería verde, y para el perro era
inquietantemente pálido.
No era ninguna cosa de bien, Baco concluyo, y Luna llego al mismo entendimiento, pero sin la
necesidad de examinar anatomías, porque el olor de la sangre de su amo se podía diferenciar en
los huesudos dedos del intruso, filosos como garras, que habían muy probablemente cercenado la
garganta del hombre que los alimentaba.
La voz inalterada de la cosa vacilo incoherencias en variedad de tonos distintos, y luego eligió uno
preferencial, en el que no dijo nada mejor.
Luna aun le ladraba con ánimos violentos, Baco le gruñía, al ser no le importaba.
El dato que compartió, el de su nombre, no iba a cambiar su destino, incluso si los perros supieran
su lengua, porque para ese punto ya tenía a Baco en su yugular, o bueno, faltaban segundos.
Alcanzó a decir una cosa más, en vano.
Causa y efecto, Baco, en un movimiento fluido tumbó al bicho tomándolo por el cuello, este dejo
caer el pedazo de carne que sostenía y libero su sexo a la vista del mundo. El can lo dejo ir por un
momento solo para propinarle una mordida en su piernecilla. El duende gritó desgarradamente y
aterrado pidió ayuda.
Comparada con su voz anterior, la presente dejaba salir las muestras de pánico y dolor que se
esperaría de alguien en esa condición.
Habiendo llamado a quien sea sin recibir respuesta, y viendo que se las tendría que arreglar por su
cuenta, en un ataque de ira el hombrecillo tomo su taparrabos y lo uso para agobiar a Baco en una
moción estranguladora. El intento fue patético e inútil, porque si bien poseía aun la fuerza
suficiente para lograrlo, la posición en la que acercó la ropa que haría de cuerda de ahorcamiento
le impedía concluir un nudo mediante el que pudiera hacerle daño, tan solo logrando empujar
levemente la cabeza del cuadrúpedo hacia el suelo, este no cesó su empeño.
Los perros continuaron intentando romperlo en dos partes, su esfuerzo consumaba fruto, las
frágiles pieles del hombrecillo comenzaron a ceder, el rojo liquido de sus entrañas curtió todas las
direcciones sumándose con el prexistente del dueño del hogar en el momento en que las
mascotas quedaron con sus extremidades en la boca. Le supo muy mal su carne, la escupieron.
Miraron con hostilidad como Capricornio convulsionaba, y decía sus últimas palabras.
Los perros descansaron viendo al duende muerto, pero en un par de segundos notaron que el olor
desagradable no venía de ese bicho, aunque la similitud era alarmante, pensaron que podría ser
de otro muy parecido, y como emanaba desde las escaleras hacia las habitaciones, las subieron,
también preocupados por los hijos y la esposa del muerto que una vez los alimentó.
Apenas encontrarse con el pasillo dieron con otro espectáculo similar, su protagonista era uno
como Capricornio, puede ser que tuviera una menor estatura, una cabeza de disminuida
proporción, orejas más filosas y un verdor más oscuro. Se encontraba ensimismado con la
voluptuosa desnudes de la esposa del hombre del hogar, no supo percatarse de los furiosos
animales sino hasta que se le lanzaron encima. Baco puso entre sus mandíbulas la cabeza del
incauto, Luna le proporciono un par de hendiduras en su pierna, hasta que se decidió a agarrarla
por completo, pasando sobre la mujer más como un obstáculo que como la persona que en otras
ocasiones solía pedirle la pata.
La criatura soltó chillidos cual rata, golpeteo el piso y lloró sabiendo que obtendría su muerte a
manos del par de hermanos. Comenzaron con la misma estrategia, pero fueron interrumpidos por
el singular sonido de una voz rasposa y lerda, provenía de un tercer sujeto verde, empapado de
sangre desde su boca, era más robusto que los demás, también más breve en las palabras.
Se apresuró a darle un golpe en el hocico a Baco, logrando que soltara la cabeza del duende
enano, hizo lo mismo con Luna, pero ella resistió dos puños más hasta soltarle la pierna el
duendecillo no sin desgarrarle algo de piel.
Los duendes retrocedieron, los perros hicieron lo mismo, Luna les ladraba salvajemente. El gordo
se preocupó por el estado del enano.
Maltariano no respondió en palabras, hizo un ruido que el gordo asumió por afirmativo. El par se
coordinó para contratacar a las rabiosas bestias que los encaraban, por su parte, Maltariano tomo
de las piernas delanteras a Baco con la intención de tirarlo por las escaleras. El panzón se propuso
someter a puños a Luna. La perra respondía tratando de morderle el brazo, pero fallaba, el
hombrecillo robusto siempre era capaz de propinarle golpes suficientemente rápido como para
escapar de sus colmillos.
El oponente de Baco usó el propio peso del animal en su contra y logró ganarle en un concurso de
fuerza, el pequeño era capaz de lanzar al perro por las escaleras, pero Baco fue más astuto e
inadvertidamente le quito la nariz de un solo mordisco, los chillidos de dolor no se hicieron
esperar. Maltariano comprobó la ausencia de su alargada protuberancia nasal al tocar las gotitas
de sangre que le cayeron en los dedos. Baco se aseguró de que no volviera a respirar inutilizándole
el cuello con un brutal mordisco que acabó en un salto. El obeso se dio cuenta y se distrajo por un
momento, en el cual Luna pudo introducir sus colmillos en su pierna.
El duende grande pudo liberarse maltratando el hocico de la perra, y se puso en guardia ahora que
se encontraba contra los dos completamente solo. Sin meditarlo entrecruzo sus puños para
azotarlos contra la cabeza de Baco, mandándolo hacia la pared. En el tiempo de gracia en el que
Luna movía su cuerpo hacia él, aprovechó para darle un gancho en la mandíbula y volcarla en unos
35 grados, desorientándola por unos segundos, él se le acerco cojeando para comenzar a patearla.
Después de la segunda patada Luna pudo recuperar su altura, y de una embestida rápida logro
tumbar al elfo, dejándolo sentado en el suelo, y a disposición de los ataques de Baco, que le
jaloneaba el brazo con la esperanza de desgarrar la piel a la que sus dientes firmemente se
aferraban. En un movimiento desesperado, el viejo verde movió el brazo que le mordían para
ponerse de nuevo de pie, pero no tuvo la suficiente fuerza.
Luna se le acerco con furiosa intención, comenzó a escarbar el estómago del desagradable como si
se tratase de un tesoro oculto en la arena, el sufrimiento del obeso se expresó en gritos.
Eventualmente reventó, el gordo no tuvo la fuerza de voluntad como para continuar con el
conflicto, tripas indistinguibles unas de otras salieron, con un olor muy fétido que el sentido
rastreador de los hijos de la misma perra pudo distinguir similar al que los perseguía desde afuera,
pero no era tan cercano.
En realidad, el olor que los había traído hasta ahí no venía de ningún otra parte sino del último
cuarto del segundo piso, que pertenecía a la hija de su amo. Lo conocían de memoria. Sin chistar,
movieron sus ahora adoloridos cuerpos hasta la puerta de madera, esperando encontrar más
criaturas verdes detrás. Lo que vieron estuvo de acuerdo a sus expectativas.
Dos de ellos se encontraban manoseando a la pequeña hija del amo sobre su propia cama
mediante rotos en su vestimenta, tenía un trozo de tela que le impedía el habla. Sus ojos llorosos
miraron hacia atrás, sorprendidos al ver a sus mascotas, hicieron igual los ojos de los dos duendes
cuando notaron la presencia de los canes.
Las espantosas formas eran excepcionales incluso comparándolos con el resto de su progenie, la
una era básicamente un cono, con unas piernas imposiblemente angostas y cortas, y una cabeza
pequeñísima en la que apenas se podían distinguir rasgos faciales. Su rasgo más desagradable eran
sus brazos, uno corto e inmóvil, grosor de lápiz, y el otro, como un joven árbol, que en ese
momento se oprimía sobre la espalda de la indefensa niña, impidiéndole el escape.
El otro deforme era como Capricornio sino más alto y con nariz y orejas más habituales. La
peculiaridad de su cuerpo recaía en la protuberancia en su espalda, que a apariencias primarias
pasaría como joroba, sin embargo, siendo meticulosos, era posible inferir que se trataba de una
especie grano, pulsante y escurrido, que en cualquier momento podría llegar a expulsar sus
interiores. Los perros casi vomitan al concluir que de ahí venia el olor que se extendía por toda la
zona. Les parecía un sacrilegio que el poseedor de esa masa posara sus inmundas manos en el
cuerpo de su humana. Los atacarían en venganza.
El par de seres no entendió esto a primera vista, pretendieron mediar con el par de hermanos,
pero ellos no estaban interesados.
No querían unirse, se mandaron en contra de las dos cosas, Baco fue por el que recordaba un
cono, intento morderlo, pero, aunque alcanzo a clavar, no encontró un buen agarre. Luna se
acercó al del grano, el olor le quito las ganas, se limitó a gruñirle y ladrarle, disgustada.
Oír está voz haría que cualquiera llegara a comprender sensiblemente la metafórica idea del
sonido que generaría un material de textura como el poliestireno expandido lo suficientemente
duro rayando una placa de metal oxidado.
El cono le envió una manotada a Baco, él la esquivo en un salto, solo faltaron centímetros para
que le alcanzara. Un “thump” se pudo escuchar fuerte en toda la casa en el momento que la
extremidad llegó al suelo. Luna se animó a morder el del grano justo en la rodilla, este no llego a
oponer resistencia, sin embargo, al tener en su boca la carne de esa cosa su reflejo del vomito la
obligó a soltarlo.
El duende alzo su pierna del dolor, y dio un movimiento en falso que lo precipito de la cama en
donde se hallaba hacia el suelo, lugar en el que todos los contenidos de su espalda finalmente
supuraron. Era un líquido blancuzco con pequeños trozos de bichos que se movían como
paracitos, pero eran demasiado deformes como para ser gusanos. Luna vomitó, Baco retrocedió
en disgusto.
Viendo como su amigo quedaba inmóvil en el suelo, el espíritu vengativo del duende cono salió a
flote, y con un gruñido se aventó hacia los perros hermanos apalancándose con el uso de su brazo.
La palanca no consiguió dar con una superficie seca, los grumos y el líquido del ahora muerto
duende-grano lo hicieron resbalar y caer sobre la pata de un Baco que intento esquivar sin éxito.
Hubiera podido pararse sin problema si no hubiera sido por Luna, que, con la esperanza de
permitirle el movimiento a su hermano, mordió el pequeño brazo del humanoide cónico con la
voluntad de jalarlo, proporcionándole un increíble dolor.
El elfo deforme abandono su idea de levantarse para mover su contundente izquierdo hacia la
dirección general de Luna, y acabar con el dolor que le generaba. Demostró no tener ni una pizca
de inteligencia espacial al aplastar su escuálido bracito en el proceso, el pasillo hizo eco de la
grotesca onomatopeya. Su enorme palma dio con el piso, Luna la avisto y la evitó. La pata de Baco
quedo libre, y el par de perros pudo presenciar los movimientos anormales dentro del torso
cónico, que terminaron con la salida de un pedazo de metal de su centro. El duende cónico fue el
último en morir, y cuando se giró por su propio peso, dejo ver el lugar en donde se encontraba su
pequeño brazo, de una forma u otra se había internado dentro de sus órganos y todo lo que
quedaba de él era una tosca hendidura por la que apenas salía sangre.
El par de hermanos fueron conscientes de la violencia que habían provocado después del
momentum que los empujo hacia esos actos se hubiera disipado en el ambiente, cuando vieron
que su ama escapaba y caminaba hasta ellos, la esperaron, para seguirla a donde quiera fuera.
Pararon unos segundos tras de ella, para esperar que desocupara su estómago, luego continuaron
la marcha. Baco, cojeando, Luna, con porciones de la piel de su hocico faltantes, y la pequeña,
cambiada para siempre. Salieron de aquel lugar, y caminaron hacia la casa más cercana buscando
ayuda. La encontraron.