Siringa. Arreando Desde Mojos - Juan B. Coimbra. Rodolfo Pinto Parada
Siringa. Arreando Desde Mojos - Juan B. Coimbra. Rodolfo Pinto Parada
Siringa. Arreando Desde Mojos - Juan B. Coimbra. Rodolfo Pinto Parada
SIRINGA ARREANDO
Memorias de un DESDE MOJOS
colonizador del Beni
Rodolfo Pinto Parada
Juan B. Coímbra
Claudia Bowles Olhagaray | Estudio introductorio
Siringa
Memorias de un colonizador del Beni
hg
hg
1. Bolivia – Novela i. Pinto, Rodolfo ii. García Linera, Álvaro, presentación iii.
Bowles Olhagaray, Claudia, estudio introductorio iv. Vicepresidencia del Estado
Plurinacional, ed. v. Título.
Presentación [9]
Estudio introductorio
La Amazonia en la literatura boliviana
por Claudia Bowles Olhagaray [15]
Siringa
Memorias de un colonizador del Beni
Sobre esta edición [43]
Primera parte
Sugestión de la selva
Reenganches en Santa Cruz [57]
Mauro [63]
Carabelas [70]
Segunda parte
El gran Mojos
La tierra fabulosa [83]
Huacaraje [90]
[5]
6 Siringa | Arreando desde Mojos
La guasca [107]
El mito de la siringa
Villa Bella [121]
El caserío [123]
Cimarrones [131]
La pica [134]
La variolosis [141]
Fanfarrones [145]
Argonautas [150]
La fiebre [160]
Orthon [169]
Riberalta [172]
El Eco [178]
El filibusterismo [187]
Epílogo [189]
Índice 7
U
no de los principales problemas en la formación educativa de los
estudiantes tanto de nivel secundario como universitario es, por
decirlo de alguna manera, su relacionamiento conflictivo con los
libros; es decir, la dificultad que tienen para apropiarse de la información
y el conocimiento universal depositado en el soporte material de los
textos impresos.
A lo largo de mi trabajo académico universitario, he podido detectar
diversos componentes de esta relación conflictiva. Uno de ellos, el débil
hábito de la lectura o, en otras palabras, el rechazo, la negativa o resis-
tencia del estudiante para dedicarle tiempo, esfuerzo, horas y disciplina a
su acercamiento con el conocimiento, de manera sistemática, rigurosa y
planificada. La tendencia a buscar el resumen rápido en vez de esforzarse
por sumergirse en la narrativa del texto, a copiar del compañero en vez
de escudriñar la estructura lógica o los detalles de la argumentación de
la obra, es mayoritaria. Se trata de una ausencia de paciencia y disciplina
mental, y, a la larga, de una falta de aprecio por el trabajo intelectual,
que hace que el estudiante se aproxime al conocimiento universal en
distintas áreas −ciencias naturales, ciencias exactas y ciencias sociales− de
una manera superficial, mediocre y poco rigurosa.
Un segundo problema es la falta de comprensión de lo que se lee, la
carencia de métodos para una lectura que posibilite e ncontrar el núcleo
argumental y sedimentar en el cerebro el conjunto de información, proce-
dimientos y resultados que están presentes en los libros e investigaciones.
Por lo general, la capacidad de comprensión −e incluso de retención− de lo
[9]
10 Siringa | Arreando desde Mojos
leído es bajísima. Eso significa que además del ya reducido esfuerzo que el
estudiante promedio despliega en la lectura, gran parte del mismo resulta
inútil porque ni siquiera consigue aprehender el núcleo argumental de
lo planteado o escrito por el autor.
Estos son problemas estructurales que se arrastran desde la forma-
ción educativa escolar y que, por tanto, requieren de una transformación
igualmente estructural de la formación educativa básica, de la disciplina
educativa, de la facultad para construir lógicamente los conceptos y
de la inculcación de hábitos duraderos de investigación y métodos de
estudio.
Otro problema que también se presenta en la formación educativa
de los colegiales y, en particular, de los universitarios, tiene que ver con el
acceso a la información y documentación, y a la disponibilidad de las publi-
caciones a fin de poder acceder a los conocimientos que nos brindan.
Ciertamente existen libros útiles y libros irrelevantes. Sin embargo,
no cabe duda de que el texto escrito −ya sea bajo el soporte material de
impresión (libro impreso) o de información digitalizada (libro digital)−
representa, en la actualidad, el lugar fundamental de preservación del
conocimiento que los seres humanos han sido capaces de producir en
los últimos cinco mil años de vida social. En todo caso, esto no niega la
presencia de otros soportes de información como el que se encuentra, por
ejemplo, en el cuerpo, en la experiencia; mas, aun así, la única manera
de universalizar y socializar ese conocimiento e información sigue siendo
el texto escrito: el libro.
El conocimiento, en calidad de bien común universal y no única-
mente como sabiduría local, tiene su base material en los libros; desa-
fortunadamente, el acceso a ellos no es siempre universal. Por ejemplo,
en nuestro país, dado que generalmente los textos de mayor referencia
en el campo académico son de edición extranjera, gran parte de ellos
tienen costos elevados o son de difícil acceso para los estudiantes. Adi-
cionalmente, nuestras bibliotecas poseen obras editadas décadas atrás
y, muy excepcionalmente, de relevancia para la formación académica.
Por otro lado, nuestras librerías presentan una limitada disponibilidad
de obras producidas en el extranjero (no más de 20 ejemplares por cada
título), cuyos únicos destinatarios se convierten en un grupo de expertos;
mientras que, en el caso de las obras editadas en Bolivia, aquellas a las
que se tiene acceso no siempre son las más adecuadas o necesarias para
la formación educativa estudiantil. Entonces, las dificultades que tienen
los alumnos para acceder de manera directa a las publicaciones e inves-
tigaciones más relevantes, recientes, sólidas y mejor elaboradas, que les
Presentación 11
Nuestro deseo habría sido que ese objetivo (de acceso fácil, rápido y
barato de los lectores bolivianos y bolivianas a las 200 investigaciones más
importantes del país) abarcara todas las áreas de la formación académica
(desde las ciencias exactas y naturales hasta las ciencias sociales), pero
queda claro que, en las actuales circunstancias, esto resulta imposible.
Por ello, el trabajo de selección tuvo que enmarcarse a un conjunto
de estudios referidos a Bolivia a lo largo de los últimos 400 o 500 años
que, en su mayoría, abarcan la historia social, económica y política boli-
viana, aunque también se orientan al campo de la literatura, la cultura y
las artes, entre otras áreas.
Se trata de textos −muchos de ellos de difícil acceso− publicados años
atrás, pero nunca más reeditados; o publicados en otras partes del mundo,
pero de difícil acceso para el estudiante; o publicados recientemente, pero
con costos elevados y excluyentes. Nuestra tarea consistió en juntarlos e
incorporarlos en una biblioteca a la que estudiosos e investigadores del
país entero, pero, en particular, jóvenes escolares, colegiales y universi-
tarios, puedan acceder de manera sencilla.
Para llevar adelante el proyecto con éxito, se tomó la decisión de reu-
nir a importantes −si no es que a los mejores− investigadores y estudiosos
de las distintas áreas de las ciencias sociales, artes y letras para que, en un
largo debate conjunto, ordenado a través de comisiones temáticas, fueran
seleccionando, a partir de los cientos de títulos disponibles, esos 200 más
importantes para la comprensión de la historia de nuestro país.
Para nosotros fue determinante el hecho de que este proceso de
selección sea realizado con la mayor pluralidad posible. Por ello, los más
de 30 notables estudiosos de la realidad boliviana (la mayor parte de ellos
residentes en territorio nacional y otros en el extranjero) invitados a con-
formar el Comité Editorial de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia,
trabajaron en base a un amplio catálogo (que superó los mil títulos) ela-
borado gracias a sus sugerencias, las de decenas de especialistas invitados
y la participación directa de la ciudadanía a través de la web del proyecto,
en la selección final de las obras.
Este gran esfuerzo colectivo y estatal por brindar a la juventud estudiosa
un material de calidad y decisivo para la comprensión de la formación de
la sociedad, el Estado, la economía y la estructura social boliviana, en los
últimos siglos, queda sintetizado en las siguientes cuatro colecciones que
engloban las 200 obras seleccionadas: 1) Historias y Geografías (69 textos),
2) Letras y Artes (72 textos), 3) Sociedades (49 textos) y 4) Diccionarios y
compendios (10 textos).
Presentación 13
De la capital de Beni o Trinidad de Mojos al pueblo de Reyes, hay 100 leguas por
tierra y agua con caminos cómodos. Existe también otra ruta desde el pueblo
de San Borja en Mojos por la misión Chimanes, hasta Santa Ana de Mosetenes,
situada a la margen del río Beni y a 62 leguas de Reyes, distando asimismo 51
leguas de la Capital de Yungas, ruta que hizo reconocer el Corregidor de San
Borja en compañía de doce chimaneses [sic] que bajaron por el río Beni hasta
Reyes y que no ofrece inconveniente alguno para abrir un buen camino para el
cómodo tráfico de los comerciantes de ambos Departamentos…
De las Exploraciones de José Agustín Palacios Pinto
efectuadas en el año 1844 (citado en Arreando desde Mojos)
[15]
16 Siringa | Arreando desde Mojos
ejemplo–, a Coímbra no le interesa llevar a cabo esa tarea, sino más bien
mostrar la paradigmática hazaña realizada por los futuros colonos. Así,
de manera muy sutil y en escasos pasajes, se referirá a un episodio de la
historia regional muchas veces cuestionado:
No hay para qué detenerse en patentizar el desenvolvimiento de los reen-
ganches que, por los métodos fraudulentos e ignominiosos que emplearon
algunos agentes, llegaron a la más tenebrosa celebridad. Se reclutaba hasta
entre los párvulos y se robaba los sirvientes. Pero esto no era lo malo, sino
la forma violenta y atentatoria con que después se procedía a conducirlos.
Y no queremos describir tales cuadros, pues comprendemos que semejantes
fenómenos sociales se han repetido siempre, donde quiera que habiéndose
descubierto riquezas extraordinarias se haya requerido imperiosamente el
aporte del brazo humano para su explotación (pág. 61).
erguida un minuto antes, empiece a bajar hasta caer junto con la mole de
trescientos kilos de carne ruidosamente al suelo (pág. 206).
Bibliografía citada
Alcázar, Reinaldo
1973 Paisaje y novela en Bolivia. La Paz: Difusión.
Barnadas Josep M. y Juan José Coy
1977 Realidad sociohistórica y expresión literaria en Bolivia. Colección Estu-
dios Críticos. Vol. 11. La Paz: Los Amigos del Libro.
Díaz Machicao, Porfirio
1975 “Mundo cálido y misterioso de Siringa”. Suplemento “Presencia
literaria” del diario Presencia. La Paz, 16 de febrero de 1975.
Hurtado, Óscar
1981 “Sobre literatura beniana”. Suplemento “Presencia literaria” del
diario Presencia. La Paz, 3 de febrero de 1981.
García Pabón, Leonardo y Wilma Torrico (Comps.)
1986 El paseo de los sentidos. Estudios de Literatura Boliviana Contemporá-
nea. La Paz: Instituto Boliviano de Cultura.
Oporto Ordóñez, Luis
2013 “Una biblioteca singular sobre el Oriente y la Amazonia Bolivia-
nas”. Semanario La Época. La Paz: 9 de septiembre de 2013.
Vargas Martínez, Germán
1975 “Los Coímbra y su aporte a la cultura y el arte”. Suplemento
“Presencia literaria” del diario Presencia. La Paz, 15 de enero de
1975.
Villazón Richter, Emma
2014 “Bitácora de una expedición a Siringa”. Prólogo en Coímbra,
Juan B., Siringa. La Paz: Ministerio de Culturas y Turismo.
[39]
Siringa
Memorias de un colonizador del Beni
Sobre esta edición
L
a presente edición de Siringa. Memorias de un colonizador del Beni ha sido
elaborada a partir de la publicación realizada por Ediciones Puerta
del Sol (La Paz, 1974), que incluye un “vocabulario” de términos
locales. Sobre esta versión, se han corregido las erratas y se ha realizado
un trabajo de edición que, respetando la redacción original –rica en tér-
minos locales y usos del español de hace más de 70 años–, la adecue a las
normas editoriales de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (bbb).
Además, se ha visto por conveniente la elaboración de un glosario
que proporcione referencias claras –ya sea en lo concerniente a los
términos locales, ya sea en lo referido a alusiones culturales lejanas en
el tiempo– para una lectura contemporánea. Este glosario, que retoma el
vocabulario ya presente en 1974, se presenta en notas al pie que consignan
la intervención de los editores de la bbb con las iniciales ne (nota de los
editores).
En su elaboración se han considerado fuentes privilegiadas: dicciona-
rios como el de Ciro Bayo que, fechado en 1910, remite específicamente
a la época del auge de la siringa en la frontera boliviano-brasileña, pero
también diccionarios contemporáneos, como el de la Real Academia
Española, o temáticos, como aquel referido a fortificaciones militares de
los siglos xviii y xix.
[43]
Prólogo a la edición de 1942
S
iringa es el nombre que los pobladores de la hoya amazónica dan
al árbol del caucho. Durante medio siglo este vocablo fue una voz
mágica que sonaba a libras esterlinas y sabía a derroche, a poderío,
a fastuosidad, a influencia política y social. La siringa dominaba corazo-
nes y conciencias, era la impunidad, el libertinaje y la audacia. Ante ella
enmudecían los códigos y se doblaban las autoridades, como dominadas
por un sortilegio.
En ese Far West de Bolivia que era el imperio de la goma, encerrado
en el cuadrilátero de aquellas grandes arterias fluviales del Beni –el Madre
de Dios, el Acre y el Madera–, se ha dicho más de una vez que solo regía
el artículo 44, o sea el calibre de la carabina Winchester.
Poblaciones enteras sucumbieron tragadas por la vorágine de la sel-
va gumífera. Primero Mojos, después Chiquitos y Cordillera, por último
Santa Cruz de la Sierra, pagaron su tributo a este Moloc moderno que
es el árbol de la goma. Numerosas e incesantes caravanas de aventure-
ros cruceños cruzaron el ancho territorio de Mojos rumbo a la región del
“oro negro”, en la que, según la conseja popular, se improvisaban fortu-
nas de la noche a la mañana.
El dinero de los grandes potentados de la siringa corría a raudales por
las calles de Santa Cruz de la Sierra, en forma de anticipos y habilitacio-
nes, para sustituir a los obreros desaparecidos. Las bandas de música no
[45]
46 Siringa
Casi nunca veía a su mujer porque, salido a la madrugada sin otros compa-
ñeros que su Collins y su barcino (perro de pobre, uno de esos perros flacos
que a los gritos del amo se levantan despavoridos de entre la ceniza), volvía
de noche, muy cansado y se metía en el mosquitero.
Exactamente al cabo del siguiente año, don Nicanor tuvo otro hijo. La madre
fue Genoveva.
Hacía confeccionar sus trajes de diario con telas que encargaba de ultramar,
finísimos linos flexibles y claros casimires ingleses. Para diferenciarse de “los
otros”, no llevaba el reloj con la cadena de oro pendiente de bolsillo a bolsillo,
sobre el chaleco: lo ajustaba en el ojal de la solapa y lo introducía en el bolsillo
izquierdo del vestón. En su mano derecha, un regio topacio solitario. Durante
las ceremonias oficiales o religiosas –eso sí– no podía prescindir de la levita y
la chistera, reluciente como los cirios en la procesión del viernes santo, y de
todo carácter en las recepciones del 6 de Agosto o en los bailes de la Purísima
Concepción, patrona del pueblo. De cara, era un hidalgo español. Nariz de
conquistador, frente amplia, una barba espesa y bien cuidada, un tanto canosa,
y la nota característica: el birrete. Era algo así como una pequeña gorra vasca,
pero con borla y bordada de perlas, regalo de familia, como él decía. Grande
figura la de este viejo. Muchas veces lo hemos encontrado, posteriormente,
en las páginas de Valle Inclán.
Es que para Coímbra, igual que los hombres y los pueblos, los ríos
poseen su linaje, su jerarquía y su espíritu propios. Así, el Mamoré –“el de
las socavadas, movedizas e inconsistentes orillas” que dijera René More-
no– es un señor Río, el Padre Río “Calle Mayor del Beni”. Y dice de él:
Fue persiguiendo su cauce que llegaron los primeros conquistadores de El
Dorado; a su vera –dicen– hallaron todavía erguido el ruinoso palacio del
Gran Moxo. Toma cuerpo el Mamoré en el centro de la planicie beniana,
auxiliado por muchos tributarios; y cuando la sequía le niega caudal, para
seguir adelante arrastra greda y –colorado, encolerizado– socava la pampa
tremante. Brama con las lluvias y se distiende, deflagrado, anegándolo todo.
Así trasciende implacable su genio potente y maligno.
Acamparon por una de esas márgenes del Iténez, lindas por las arboledas de
tajibos. Encontraron varios mutunes y un jochi, carne rica para el pacumuto;
a la orilla del fuego, charlando y bostezando, se quedaron hasta bien entrada
la noche. Así que a la madrugada –en medio del sueño– aprovecharon los
bárbaros para asaltarlos, lanzando gritos tremendos. Sin atinar a nada –¡ni
siquiera a tomar los rifles!– mozos, patronos y todos corrieron despavoridos,
empujando los batelones y, con más barullo que tiempo, se lanzaron río
adentro.
1 Nota de los editores (ne): Espejismos. Barbarismo del término portugués mira-
gem.
[57]
58 Siringa
Cuantos cruceños retornaban del Norte, de las selvas –el Antisuyo para
los Incas–, todos eran portadores de la buena nueva, encareciendo la ur-
gencia de elemento humano, cuyo concurso era necesario para el éxito
de la naciente industria.
Estos hombres referían las maravillas que habían visto en aquellas
regiones de riqueza incalculable, aparejando sus relatos con la visión
mitológica de sufrimientos y trabajos que confrontaba el viaje a la si-
ringa por largos recorridos a través de caminos donde no se hallaba un
alma cristiana; pampas infinitas y bosques infestados de tribus salvajes
enemigas de los civilizados y prontas al asalto por traición; hablaban de
las panteras y los cocodrilos, animales feroces y potentes; hablaban de
las víboras y de toda suerte de alimañas venenosas que forman la fauna
tropical, aparte de enjambres de insectos transmisores de enfermedades
repugnantes y mortales. Se pintaba la imponencia de los ríos de bravía
corriente y oleajes formidables en cuyo ámbito desaparecían las frágiles
embarcaciones; o bien el misterio de los arroyos ocultos en donde ace-
chaban enormes caimanes o pululaba la sicurí, serpiente que se engullía
los animales después de triturarles los huesos por estrangulación. Se
descubría el poder mortal de las rayas que hieren con flecha ponzoñosa,
y de millares de otros bichos mortificantes, reales, aunque las más de las
veces creados por la fantasía, esa fantasía que señoreaba entre las pocas
ideas de la enorme masa ignorante de entonces. Hasta la falta de alimento
era mentada como un castigo. Pues todavía no se aceptaba como buenos
ciertos comestibles desconocidos, como los huevos de tortuga (tracayá),2
las plantas acuáticas, algunas raíces o tubérculos, una de ellas la yuca, de
donde provenía el refrescante y nutritivo chivé.3
Como está visto, con respecto al Antisuyo en nada había avanzado
el criterio que de él se tenía en los tiempos de Guamán Poma de Ayala. Y
no es de extrañarse. Medio siglo atrás, en las gentes cruceñas, sencillas y
crédulas, todos los recelos florecían y se daba pábulo a todos los fantasmas.
Especialmente al fantasma del “monte”, del fondo del cual, como rodeado
de siniestra aurora, venía surgiendo el mito pánico de la siringa.
2 ne: Tortuga pequeña a orillas de los ríos (Ciro Bayo, Vocabulario de español-criollo
sud-americano, Madrid: Librería de los Sucesores de Hernando, 2010).
3 ne: Harina de yuca entreverada con harina de maíz, o sola mezclada con agua
dulce y dejándola hinchar un poco. Es una bebida muy usual en Mojos y el Brasil
(ibid.).
59
Lanzas y guitarras
4 ne: Gemelos. El autor se refiere a utilizar –como signo de ostentación– las mone-
das de oro inglesas (libras esterlinas) engarzadas como gemelos para cerrar los
puños de las camisas.
60 Siringa
Los conquistadores
Mauro
Dos vías se hallaban habilitadas para viajar de Santa Cruz hacia el Beni.
La más frecuentada tomaba rumbo al Norte pasando por la población de
Portachuelo (capital de la provincia del Sara), el cantón Palometas y varios
establecimientos agropecuarios importantes, hasta dar con Cuatro Ojos,
puerto oficial en el río Piraí, en un recorrido de 30 leguas.
Allí empezaba la navegación que, en ciertas estaciones del año,
dependía de las crecientes de dicho río, tal como ocurre en todas las
precipitadas corrientes que no se detienen hasta estar encauzadas en las
grandes cuencas fluviales.
Las embarcaciones, impulsadas a remo, navegaban dos o tres días
para llegar al río Grande o Guapay, y otros tantos hasta la confluencia del
mismo con el Chapare, desde donde surge imponente el río Mamoré, cuyas
aguas tumultuosas cantan un salmo de vida, haciendo florecer estancias
industriales, pequeños rancheríos y poblaciones.
Quizá esta fue la ruta seguida por los remotos intentos de conquista
inca, como por las empresas de españoles que se alistaron en Charcas,
desde 1539 hasta 1570 (Pedro de Candia, Pedro de Anzures, Gómez de
Tordoya, Juan Nieto, Luján Álvarez Maldonado, entre los pocos que re-
cordamos).
La otra ruta se orientaba al Noroeste por el camino que conduce a las
poblaciones de Chiquitos, misma ruta que desde el siglo xvi vino tragán-
dose vidas no solamente de cruceños, sino de mercenarios contratados en
Lima, Potosí o Buenos Aires. Recuérdese al gobernador Suárez de Figueroa
(1580), a Torres Palomino (1595) y, sobre todo, recuérdese aquella aciaga
64 Siringa
hg
Nicolás Cuéllar
7 ne: Alusión a la fuerte amistad que caracteriza las aventuras de los personajes de
la novela Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas, publicada en 1844.
8 ne: Fue conocido como el “Gran Cometa de 1882” debido a que podía ser ob-
servado incluso de día. Sin embargo, hay una imprecisión –o licencia novelísti-
ca– en la referencia: fue avistado en septiembre de 1882, es decir, durante los
últimos meses del año.
Nicolás Cuéllar 67
hg
12 ne: Batea de piel de vaca que usaban en América para pasar los ríos personas y
cargas (rae).
13 ne: Embarcación menor, de fondo plano, proa aguda y popa cuadrada, que sirve
para transportes de poco fondo (rae).
14 ne: Barricada de troncos atracados al pie de las barrancas en que terminan las
curvas de los ríos (Bayo, op. cit.).
15 ne: Vuelta o codo de un río (ibid.).
Nicolás Cuéllar 69
Carabelas
Grata sorpresa causó a los viajeros la vista del puerto bautizado con el
nombre de San Julián, no sabemos si por el conde de Andalucía que pe-
leó contra el rey Rodrigo, o por el santo obispo de Cuenca. En la margen
derecha del río, hinchado, se destaca la casa de hacienda, perteneciente
entonces al Dr. Guillermo Velasco.
Para vincular los pueblos de la provincia Velasco con los de Ñuflo de
Chávez y las misiones de Guarayos, había desde este puerto un camino
terrestre, mucho más socorrido que el que acabábamos de dejar.
Los viajeros nos sentíamos felices de la travesía. Nos figurábamos
haber llegado al término de nuestra peregrinación y sin experimentar
mayores cambios, es decir, no vislumbrábamos siquiera remotamente los
brutales trabajos que nos esperaban. Coincidiendo con nosotros, llegaron
los batelones16 tripulados fuertemente por neófitos guarayos.
La sola contemplación de esas cáscaras de nuez, en que nunca nos
habríamos atrevido a embarcarnos y que tenían que soportar, a más del
equipaje, el crecido número de los viajeros, produjo en nuestro espíritu
el pavor de lo ignoto. Vino a nuestra imaginación la escena del adiós, allá
en Santa Cruz, cuando nuestras madres con su llanto nos daban la medida
del sacrificio que hacían: los unos que partían y los otros que quedaban
en espera… Sin embargo, igual que en esa dolorosa despedida, serena-
dos los espíritus tras el primer paso, sostenidos por la fe en Dios que da
campo a la esperanza, el corazón se sosegó mezclando a los temores un
imperceptible escozor de curiosidad.
algunos ríos en olas gigantescas, con remolinos al pie que abarcan de un extre-
mo a otro de la orilla en una anchura de centenares de metros. Por esta causa las
embarcaciones se descargan, transportando la carga por tierra hasta reembar-
carla en el punto donde el agua está mansa (Bayo, op. cit.).
21 ne: Guías prácticos de un terreno. El baqueano es hombre que ha debido de
andar mucho y tener buen ojo para reconocer lo andado (Bayo, op. cit.).
74 Siringa
Los bárbaros
Mauro sacó dos flechas del tablón del leme27 y, en seguida, a los lloros
lastimeros de Asunta Languidey y una sirvienta, todos abrimos tamaños
los ojos: otra flecha, traspasando el camarote, había herido con milagrosa
precisión a la sirvienta en la nariz y a la otra en el oído, dejando a ambas
en medio de un temblor entrecortado.
Leoncio Sosa comenzó a lavar a su mujer recogiéndole la sangre
en una tutuma.28 El resto de la mozada, parloteando con desenfado, se
dedicó a remover sacas, calafatear los agujeros, ajustar las guascas y luego
a bañarse la cara y los brazos sudorosos.
—Elay29 lo que sacás vos por meterte a cantor…
—¡Vos, hombre, que has traído la guitarra!
Unos a otros se recriminaban. Y en los comentarios no faltó quien se
adjudicara serenidad y valor, y aun quien afirmara haber visto a los salvajes
por la orilla, saltando entre los pajares. Lo cierto es que hasta los que pelaron
las armas lo hicieron a la buena de Dios, sin puntería, como se hacen las
cosas cuando se está atufado.
Cuatro días después, Leoncio quedó viudo.
Sur30 y chilchi31
30 ne: Viento frío austral, que dura tres o cuatro días y cuya temperatura alcanza
grados muy bajos (Chávez, op. cit).
31 ne: Lluvia fina y ligera, llovizna.
32 ne: En este caso, quiere decir navegar río arriba, contra la corriente.
33 ne: Nombre común a varias plantas acuáticas que abundan en las orillas de ríos
y lagunas (rae).
34 Lugar pantanoso en que crece una capa vegetal que aparenta ser tierra
firme.
Sur y chilchi 79
[83]
84 Siringa
Es un pueblo como todos los del Oriente de Bolivia, por su aspecto urbano
y por las costumbres de sus habitantes. De modo que nosotros verdade-
ramente nos creíamos en “nuestra casa”, como repiten los periódicos
de la capital al saludar el arribo de algún personaje de campanillas. Y es
lógica tal semejanza: desde los días coloniales, y con mayor intensidad
en los tiempos de la República, cruceños fueron los gobernantes, los
párrocos, los maestros de escuela, los administradores de los bienes
del fisco y de la Iglesia; los comerciantes, industriales y artesanos que
figuraron en las primeras planas de fundación de todos estos pueblos.
Influencia cruceña, con todas las virtudes y defectos de la raza, fue la
que se esparció por todo el ámbito de la llanura boliviana, desde el Matto
Grosso hasta los Andes.
Bastaría citar algunos de los nombres de los jefes de familia que en-
contramos a nuestra llegada para saber de lo cruceña que era la sociedad
de Magdalena: don Ángel María Dorado, don Gabriel Ortiz, don Hipólito
Fernando Durán, don José y Andrés Arza, don Alexis Suárez, don José R.
Muñoz, el notable don Pedro Manuel Hurtado, don Simón Dorado, don
Nicómedes Ortiz, los jueces Dr. Manuel María Durán y Soleto, Ángel Sal-
vatierra y Elizardo Pedraza Bravo, el cura José Lorenzo de Velasco, etc.,
todos apellidos solariegos, que dan la idea de un padrón de los tercios
castellanos destacados a las campañas de Flandes.
Los cambas, como se llama generalmente a los indios del Beni, los
cambas itonamas, formaban –como es natural– la gran mayoría del pueblo,
siendo notable la circunstancia de que muchos de ellos hubieran sabido
ya expresarse en castellano para sus relaciones con los carayanas, nombre
que se daba –también de un modo general– a los blancos. Solo dentro de la
86 Siringa
41 ne: Túnica larga, generalmente de lienzo o algodón, con escote cuadrado y man-
gas muy cortas (rae).
42 ne: Tela antigua de algodón, listada o floreada, ancha y muy fina (Rodolfo Oroz,
Diccionario de la lengua castellana, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1989
[1942]).
Santa María Magdalena 87
hg
Los hombres que dirigían nuestra empresa y las tripulaciones nos dis-
tribuimos en los diferentes destinos que nos fueron asignados. Mauro,
Leoncio, Eulogio Suárez y nosotros dos con Nico quedamos en Magdalena.
Más tarde se sumaron a nuestra comitiva Crisóstomo Castedo, el Jaúsi, y
Romelio Ardaya.
43 ne: Danza folclórica de los itonamas, que se baila en ruedas por las calles el 22
de julio en homenaje a la patrona del pueblo, santa María Magdalena (Chávez,
op. cit.).
88 Siringa
44 ne: Palmera de madera muy dura (José Eustasio Rivera, La vorágine, edición críti-
ca de Flor María Rodríguez-Arenas, EE. UU.: Stockcero, 2013).
45 ne: Harina tostada de yuca (Chávez, op. cit.).
Santa María Magdalena 89
hg
De este templo queda hoy, como vestigio, la regia y vetusta torre. Con ella
se mantiene el recuerdo de don Manuel Fernández de Córdova, quien la
mandó a levantar en el corto plazo de tres meses, en 1858, de acuerdo a
documentos fehacientes. Aún cuelgan en ella las campanas que donaron
los Maciel. Se perfeccionó el cuidado de las comunicaciones con difíciles
obras de canalización, terraplenes y puentes, siguiendo la tradición que
venía desde el coloniaje y los primeros gobernadores del lugar.
Para ejemplo de altruismo y largueza, no olvidaremos de consignar
otra vez el nombre de don Ángel María Dorado, veterano que entregó
una hacienda entera para beneficio de los necesitados, a la cual el pueblo
acudía en busca de leche, gratuitamente.
90
Huacaraje
sin razón, pues cayeron 40 variolosos49 en un solo día. Entre ellos, nuestro
patrón. Sin auxilios de ninguna clase, se improvisaban remedios de dudosa
eficacia, que más curaban, al parecer, por sugestión. Se nos hacía beber a todos
cada mañana un endemoniado brebaje preparado con limón y sal. Nunca
olvidaré la cara que ponían esos peones corpulentos de ralos bigotes. Salvó
don José de tan grave enfermedad. Y luego pusimos rumbo a Huacaraje.
Llegamos al pueblo en una hora de desgracia. Todo era sigilo. Caras
pálidas y largas asomadas por las puertas nos mostraban el fatídico rastro
de aquel mal. Solo se veía en la plaza el balsamino50 y una enormidad de
patos y gallinas estudiando botánica por entre las raíces. En grandes maco-
llos crecía el aribibi.51 Detrás de los cerros los perros nos daban con ladridos
su poco cordial bienvenida. Los portones de gruesos batientes de las casas
señoriales estaban cerrados. Don Napoleón Leigue, don Ramón Dorado,
don Jovito Egüez y otros habían sellado su contacto con el mundo.
Mas no por eso las ambiciones se aquietaron. Había marchantes que
seguían el trabajo en ritmo acelerado, acumulando víveres y apresurán-
dose a desplazarlos a los centros de consumo. Por la quimera del oro el
hombre fue siempre capaz de arrostrar hasta a la muerte.
Era Huacaraje el solar privilegiado donde se producía el mejor ta-
baco de la zona, cuya excelencia llegó a convertir el mazo52 en la unidad
monetaria de comercio. Sus habitantes autóctonos pertenecen a la raza
itonama y el sitio donde se asienta el pueblo era el campamento obligado
para todos los viajeros que cruzaban de Magdalena a Baures y viceversa. De
tal modo que guacaraje (y no Huacaraje, como se escribe oficialmente) quiere
decir pascana.
Su fundación data de los primeros años de la República y es atribui-
da a un corregidor de apellido Velarde, el que, para aliviar el largo pere-
grinaje de 14 leguas desiertas que se hacía a pie, llevó a ese sitio las 80
familias de itonamas que originalmente lo poblaron.
De su florecimiento solo quedan vestigios. Un camino recto con te-
rraplén por un lado y canal por el otro, que unía las aguas de su río con
el río Blanco, llamado también Baures.
Los baures
53 ne: Denominación local del árbol de zumaque: arbusto de la familia de las ana-
cardiáceas, de unos tres metros de altura, con tallos leñosos y fruto redondo y
rojizo, y que tiene mucho tanino, que los zurradores emplean como curtiente
(rae).
54 ne: Formación plural de jayase: canasto hecho de hojas de palmera cusi.
55 ne: Calzado a manera de sandalia, hecho de cuero o de filamento vegetal, que
usaban los indios del Perú y de Chile, y que todavía usan los campesinos de algu-
nas regiones de América del Sur (rae).
56 ne: Palmera propia del oriente de Bolivia y sombrero típico que se teje con la
misma (rae).
Los baures 93
57 ne: Especie de argolla de oro, plata u otro metal, usada por las mujeres para
adornar las muñecas, brazos o gargantas de los pies (rae).
94 Siringa
hg
Nos instalamos en Baures, con todos los aperos del negocio. Felices como
un labrantín frente a su campo arado. En aquel lejano tiempo, este era el
pueblo de paz y de trabajo del que hablan los salmos de David. Constaría
de una cuarentena de familias de grandes señores carayanas, unas mil
personas del pueblo medio y unas cuatro mil de indios –todos familiares
y castellanizados– aparte de los individuos de tránsito que en crecido
número animaban con sus noticias y dinero el inquieto colmenar.
Los vestigios de la variolosis eran perceptibles en sitios aislados, en
los que se hacía continua hoguera calcinando huesos de animales. Casi
todas las casas del centro se hallaban animadas por un trabajo febril. En
la sombra de los grandes corredores se embalaba los granos en enormes
zurrones que iban a formar verdaderas pirámides de cargamento.
Luego se veía el desfile de mozos, como se dio en llamar castizamente
a los peones, y de sirvientas, duras y entrenadas, que lo confiaban todo a
los tendones del cuello para cargar sobre la cabeza hasta cuatro arrobas,
carga que transportaban a larga distancia, entre el vibrar de sus cuerpos
jóvenes y un salobre chorro de sudores.
Encontramos en todo su vigor la organización social del trabajo que
impusieron los jesuitas en días de la Colonia. Igual que en Magdalena,
en este pueblo todos los gremios se hallaban distribuidos en cuarteles
Los baures 95
—Amén.
Y el reverendo, con su mano larga, le tocó la cabeza.
Fue el presbítero Núñez quien lo recomendó a su notable vecino don
Arístides Antelo, hombre de pesadilla para el prójimo por la causticidad
de sus juicios, por todas las exigencias que, comenzando en su casa, ha-
cía, apoyado en la rectitud de su vida y en la altura de sus costumbres.
También don Arístides recibió a Nicolás con un sermón.
Pero, hablando que hablando, entró en las razones del muchacho,
no se sabe si simplemente por sus palabras de explicación o por los pun-
teos de la guitarra que, maquinalmente, tomó en uno de los movidos ins-
tantes de la conversación.
En poco tiempo este conocimiento se trocó en amistad y simpatía.
Tan rancio de linaje, tan hondo de espíritu, esta relación con el señor
Antelo era para Cuéllar como una carta blanca para su presentación a las
otras familias importantes.
Un condestable criollo era don Arístides Antelo. La gente lo sabía
excéntrico y gruñón. Presumía –y no sin muchísima razón– que, de todo
el pueblo, era únicamente en su mesa donde se presentaban con mejor
gusto las comidas. Se pavoneaba del esmero con que regalaba a sus in-
vitados, en ademán de crítica a las costumbres de los demás, antes que
por ostentación. Las bebidas que consumía eran de lo más calificado que
podía conocerse y, en lo que a su persona se refería, no había quién llevara
lo que él usaba ni quién pisara donde él pisaba; era único –en su propio
concepto– en la selección de las cosas. Hacía confeccionar sus trajes de
diario con telas que encargaba de ultramar, finísimos linos flexibles y
claros casimires ingleses. Para diferenciarse de “los otros”, no llevaba el
reloj con la cadena de oro pendiente de bolsillo a bolsillo, sobre el chaleco:
lo ajustaba en el ojal de la solapa y lo introducía en el bolsillo izquierdo
del vestón. En su mano derecha, un regio topacio solitario. Durante las
ceremonias oficiales o religiosas –eso sí– no podía prescindir de la levita
y la chistera, reluciente como los cirios en la procesión del viernes san-
to, y de todo carácter en las recepciones del 6 de Agosto o en los bailes
de la Purísima Concepción, patrona del pueblo. De cara, era un hidalgo
español. Nariz de conquistador, frente amplia, una barba espesa y bien
cuidada, un tanto canosa, y la nota característica: el birrete. Era algo así
como una pequeña gorra vasca, pero con borla y bordada de perlas, regalo
de familia, como él decía. Grande figura la de este viejo. Muchas veces lo
hemos encontrado, posteriormente, en las páginas de Valle Inclán.
98
San Martín, Santa Rosa, la Estacada de San José y San Joaquín, últimas
fundaciones españolas regidas por los jesuitas, que se disolvieron, pasa-
do un tiempo, tirando sus componentes como las cabras, cada uno a su
trecho en la montaña. Lo mismo pasó con la población de San Miguel en
el río Blanco.
Había, sí, algo más que el instinto de regresión para tales alzamientos.
Y era principalmente la leva forzosa y brutal de trabajadores que
practicaban los portugueses cuyo cuartel general estaba en la fortaleza
del Príncipe de Beira.61 Y esto, aún después del tratado del 13 de enero
de 1750, en Tordesillas, que adjudicó a la corona lusitana todas las tierras
situadas al Oriente del río Iténez.
Son visibles hasta hoy los vestigios de aquellos pueblos aventados
por la usurpación y las guerrillas. Montones de tejas, ladrillos y algunas
paredes esparcidas al acaso, en terreno firme –bajo la jungla– evocan
recuerdos de pasados siglos oscuros y misteriosos.
Además, por cualquier dirección que han seguido los buzos de la
selva en pos de El Dorado han encontrado signos de la fugaz existencia de
grupos humanos, como ser zanjas y bardas, ya para la defensa o ya como
delimitación posesoria, adoberías y muchos documentos de su cultura
(cántaros, vasos, hachas, utensilios de hueso, etc.) aunque, naturalmente,
rudimentarios y primitivos.
Es probable que San Joaquín se mantuviera con escasos habitantes.
Por el testimonio oral de cambas octogenarios –recogido a su vez
de generaciones anteriores– se sabe que una inmensa cantidad de
murciélagos que provenía de los zumacales ganó la ciudad, albergándose
en los techos ruinosos. Tales bichos constituyeron una calamidad, pues
succionaban la sangre de los indefensos moradores que, como hasta hoy,
tienden sus hamacas para dormir al aire libre por imperio del calor.
Vino a salvar la situación el traslado de la ciudad, ordenado por el
gobernador de Mojos, teniente coronel don Miguel Zamora. Con todos
los enseres de su templo y los arreos de pesca, ganadería y labranza, los
habitantes se trastearon, el 20 de agosto de 1795, en numerosas canoas a
través de los ríos, lagos y campos inundados al lugar de Agua Dulce, que
hoy ocupa la margen izquierda del río Machupo.
Engrosaron esta expedición numerosas familias movilizadas de Bau-
res, cuyo dialecto es común para ambos pueblos.
61 ne: Fortificación edificada en 1776 en la margen derecha del río Iténez con el fin
de garantizar el territorio de la corona portuguesa frente a la española. Conside-
rada una de las mayores edificaciones militares del Brasil colonial, actualmente
subsiste como reliquia arquitectónica.
100 Siringa
Fiel a la sangre, el aborigen del nuevo San Joaquín conserva las carac-
terísticas ejemplares de sus progenitores. Son diligentes y limpios. Sienten
tanto deleite por el agua que, aparte de disponer de los ríos en que nadan
como jichis,62 en sus casas la conservan en hormas, tinajones y aljibes.
Cuéntase que una de las flotillas migratorias llevaba la campana más
grande del viejo pueblo y que, cuando la canoa que cargaba con tan pre-
ciosa reliquia atravesaba una laguna extensa y brava, naufragó. Por largo
tiempo hicieron los joaquinianos esfuerzos para recuperarla. Tentativas
iguales fracasaron, por otra parte, de los caciques de Magdalena y Baures.
Sin embargo, constantemente los viajeros y campeadores que conocían
el sitio aseguraban haber visto –en tiempo seco– la oreja de la misteriosa
campana. Pero las cuadrillas organizadas para extraerla decían que, cada
vez que lo intentaban, se desataba un fuerte temporal que encrespaba las
aguas. En pueblos primitivos se desborda la propensión al animismo. En-
tonces, se dijo que la laguna estaba embrujada. No podía ser de otro modo.
La imaginación vio instalado en su seno a un genio maléfico y un pavor
supersticioso y tremebundo empezó a cundir en los ánimos, determinando
no solamente el abandono de la empresa del rescate, sino el alejamiento
de los viandantes de todos los campos que circundan el lugar.
En el año de gracia en que recibimos informes de esta población,
era cura de la parroquia el presbítero Diego Gutríe, destacándose como
señores feudales don Jesús Vásquez, don Miguel Montero, don Ricardo
Hurtado, don Anselmo Sánchez y otros a la par que muchos nativos y
mestizos de respetable posición.
Y ahora nos toca referirnos a San Ramón, contemporáneo del pueblo
de El Carmen.
Un buen gobernador resolvió y llevó a la práctica, con familias de
Magdalena, su edificación en la margen derecha del río Machupo, eligiendo
un lugar equidistante entre Magdalena y Trinidad.
Rodeado el lugar de grandes campos de pastoreo, la riqueza pecuaria
recibió vigoroso impulso. En pocos años eran varios ya los hacendados y
empresarios de consideración, pudiéndose recordar a don Octavio Roca,
don Matías Sanguino, don Vicente y don Benjamín Salvatierra, don Ma-
nuel Melchor Montero y don Nemesio y Avelino Hurtado, entre los más
esforzados.
62 ne: Voz chiquitana. Rey. Nombre que los cruceños dan a todo animal que, siendo
rey de alguna laguna, dicen que alimenta con su presencia o atrae la humedad,
como el caimán, un viborón, una anguila (Bayo, op. cit.).
Otros pueblos indígenas 101
San Ramón ocupa un puesto central entre todos los pueblos de Mojos,
razón por la cual no decae su importancia. A 18 leguas de Magdalena, a
16 de los puertos del Mamoré, a 24 de Trinidad y a seis de San Joaquín,
tiene el privilegio de encontrar todas las redes de comunicación.
La peste virulenta que trajo tanta mortandad, parece que con mayor
ensañamiento, atacó a este pueblo dejando grandes vacíos en su vecinda-
rio. Pero se repobló después con nuevas gentes.
hg
justicia; ni más ni menos que una corte del trabajo, pero con la ausencia
del papeleo de chupatintas, y sí con verdadera eficacia salomónica. Per-
sonalmente, el cacique y sus colaboradores inspeccionaban el orden y la
limpieza en la plaza, los templos, las calles y los cementerios, castigando
sobre el terreno la ociosidad, la mentira y el robo.
En los días de fiesta y particularmente en los del santo patrono de
cada localidad –días en que se quema mucha pólvora y en que, con las
casas blanqueadas, las calles parecen acendrar la luz hasta su más alto
grado de luminosidad– se calaban la arrogante camiseta –también blan-
quísima– con rapacejos y galones de vivos colores, con la que, seguidos
del pueblo, concurrían a la misa mayor.
Terminada la procesión, presidían el banquete de los grandes de su
clase arengándolos con su léxico conciso, y luego asistían a los convites
de los carayanas, risueños, y en los labios el comento del gracejo de los
bailarines (toreros, angelitos, cabitocusiris, chechebecos, uchulos, nicho-
ros, guaroyanes,64 etc.), que pirueteaban en el patio sopados de sudor.
Todos los cabildantes usaban, como símbolo de autoridad, bastones
de chonta65 o de cuerno, con empuñadura de oro y plata, según el gusto
de cada cual; empuñadura que en muchos casos sirvió para hacer adver-
tencias contundentes a borrachos y respondones.
Tales figuras majestuosas y clásicas han ido alejándose del escenario
rural hasta desaparecer completamente, a medida que ha venido cundien-
do la decadencia cultural, reflejo de la decadencia material de los pueblos.
Tal fenómeno determinó, aún más, el menosprecio y la supremacía del
mestizo y del blanco. Ni más ni menos que en los centros aymaras y
quechuas a lo largo de la cordillera de los Andes.
E igual que en esos centros, la Iglesia, que tenía sus centros y estable-
cimientos ganaderos de cuyo rendimiento se servía –bienes que eran todos
administrados por representantes del cacique– poco a poco fue siendo
víctima de despojos, no siempre imputables a los descreídos corregidores
o a los viciosos subprefectos de la última época.
Un capítulo de cultura que es necesario exaltar, a despecho de las
miserias actuales, es el que se refiere a la instrucción pública. No había
sitio en que no hubiera una buena escuela de ambos sexos pagada por
las municipalidades y bajo la regencia de maestros consagrados como
67 ne: Especie de chal o manteleta, de algodón fino, propio del vestido de la chola
(rae).
Los tejidos de algodón 105
68 ne: Espacio limitado por tabiques, para guardar frutos y especialmente cereales
(rae).
69 ne: Suerte de bolsa larga, tejida toscamente con hojas de motacú, que sirve para
portar yuca (Chávez, op. cit.).
70 ne: Voz quichua. Envoltura de paja para huevos, frutas o charque (Bayo, op.
cit.).
71 ne: Farol de alumbrar (rae).
107
La guasca
73 ne: Verdugo que ejecutaba las penas a que eran condenados los reos (rae).
109
El árbol de oro
74 ne: El caucho que brota del tronco de la siringa cuando se realizan cortes en
forma de canales para recogerlo.
111
La fortaleza de Beyra
Un buen día de mayo, después del peregrinaje por todos estos sitios some-
ramente descritos, comenzaron a cargar las embarcaciones. Don José había
resuelto la prosecución del viaje, contando con nuevas freguesías:75 Elías
Pinaicobo, que no se separaba de un monito amarillo cargado al hombro,
Felix Tacaná –el Candirú– José Mopi, Manuel Guacama y cuatro indios
más, apellidados Sisoboco, Omireji, Choquere y Gumersindo Yaune.
Varias monterías y batelones integraban el convoy.
La garita de Magdalena desbordaba de gente de nuestra relación o
simplemente curiosa, aficionada a esos espectáculos tan emocionantes
para los actores.
Cumplidas las despedidas con sus consiguientes palmoteos y reco-
mendaciones, cada cual de nosotros ocupó su sitio en la tripulación. Libres
de amarras, comenzaron a deslizarse las embarcaciones. Un redoble de
tambores y las salvas del 44 –indispensables en estas ocasiones– pusieron
la nota de carácter. Salimos por la tarde, pues –como decía el patrón– lo
difícil era salir, aunque solo fuera para ir a dormir dos tornos abajo.
Lívido el cielo, damasquinaba de oro el poniente.
Los bentones,76 con sus aletas, pasaban quebrando la clara corriente.
hg
75 ne: En este caso, se emplea para designar a los nuevos integrantes del grupo (o
fregueses).
76 ne: Peces de la familia de los gádidos (de forma parecida a la del bacalao).
112 Siringa
77 ne: Planta fruticosa de la familia de las rubiáceas propia de América del Sur. Muy
usada en medicina como emética, tónica, purgante y sudorífica (rae).
78 ne: Estancia provisional construida para albergar a peones, enseres y herramien-
tas en áreas de colonización.
La fortaleza de Beyra 113
hg
86 ne: Esta voz, exclusiva hoy de artillería, para designar el aparato o montaje del
cañón, vino significando hasta los últimos años del siglo xvi, como voz genérica,
la caja de toda arma de fuego pequeña o grande (Almirante, op. cit.).
87 ne: Dícese del individuo torpe, lelo o de reciocinio tardío y desmañado (Sanabria,
op. cit.).
La fortaleza de Beyra 115
Acamparon por una de esas márgenes del Iténez, lindas por las
arboledas de tajibos. Encontraron varios mutunes88 y un jochi,89 carne
rica para el pacumuto;90 a la orilla del fuego, charlando y bostezando, se
quedaron hasta bien entrada la noche. Así que a la madrugada –en medio
del sueño– aprovecharon los bárbaros para asaltarlos, lanzando gritos
tremendos. Sin atinar a nada –¡ni siquiera a tomar los rifles!– mozos,
patronos y todos corrieron despavoridos, empujando los batelones y, con
más barullo que tiempo, se lanzaron río adentro.
Al cabo, el peligro quedó atrás.
Comenzaron entonces a preguntar por doña Adelaida. ¡Nada! La
buena mujer había desaparecido…
Durante muchos años todos estuvieron seguros de que vivía la se-
ñora. Y más seguros todavía de que, algún día, uno de esos jefes de tribu
aparecería heredando sus ojos celestes y su cara blanca y fina.
Las cachuelas
91 ne: Barricadas de troncos atracados al pie de las barrancas en que terminan las
curvas de los ríos (Bayo, op. cit.).
92 ne: Tablita que se pone sobre el borde de la lancha u otra embarcación de remo,
y en cuyo medio está el tolete. Sirve para que no se gaste el borde con el continuo
roce del remo (rae).
93 ne: El cabo que, amarrado por un extremo a un punto fijo, entra a bordo de un
barco y sirve para moverlo.
94 ne: Postura del cuerpo en la cual hay poca firmeza para mantenerse (rae).
Las cachuelas 117
don Manuel y don Memesio Jordán, los tres, con sus fregueses,95 aplicados
a extraer siringa y a desbravar la selva. Era tan inundadiza la región que
empezó a imponerse, en previsión del tiempo de aguas, un sistema de
casas cuyo piso de palmas partidas estaba a una vara del suelo. Cuando se
las abandonaba una semana, las plantas que crecían por debajo horadaban
el piso inundándolo de hormigas.
En la margen opuesta sí que no había nada. Solo las estradas gomeras
ocupadas por los machadiños96 brasileños.
Previa preparación de algunos días, nos dispusimos a afrontar el mis-
terio que teníamos delante. Reconocimientos y tanteos. Encomendados a
todos los santos y con mucho de ese coraje fatalista de los “voluntarios de
la muerte”, nos lanzamos por fin al canal. Estábamos como en medio de
un mar salido de madre por algún capricho sísmico. Las olas se alzaban
contra nosotros, como manada de tigres, de las cuales nos defendíamos
a tajos de remos, como si fueran cuchillos…
Nuestras embarcaciones se deslizaron en vilo a la velocidad del
relámpago.
Y no supimos más…
El monstruo había desaparecido y por unos instantes solo escuchá-
bamos –ya lejano y desdoblado por el eco– el fragoroso rugido de sus
siete fauces… Los mozos tenían la frente inundada de sudor. Las curvadas
espaldas brillaban al sol; tomando el agua, todavía la mano temblorosa,
se sopaban la insolada cabeza.
La siguiente catarata nos halló ya bautizados. No nos impresionó
mayormente. Divisamos la tercera de esta serie, llamada Bananera, don-
de el río se extiende encauzando sus aguas por diferentes brazos –todos
traidores– en los que cientos de navegantes han hallado la tumba.
Una mezcla de espuma y vaho era el horizonte.
Por las cachuelas de Layo y Palo Grande, tuvimos que pasar la carga
por tierra, sosteniendo los batelones vacíos con cables de proa y popa.
Al acercarnos a Villa Bella –término acordado a nuestro viaje– renació
la alegría. Más aún cuando se presentó el dorado caserío enfilado por la
margen izquierda del río, que fue saludado con salvas y aclamaciones, y
la banderola blanca en alto.
95 ne: Voz portuguesa. Feligrés o cliente. Individuo al que el barraquero del Beni
habilita para la pica de goma, dándole víveres y arrendándole estradas, de cuyos
gastos se cobra con la goma que aquél le entrega (Bayo, op. cit.).
96 Forma de referirse a los siringueros brasileños, en alusión al hacha pequeña
(machadinho, en portugués) con la que se realizan los cortes o hendiduras en la
corteza del árbol del caucho para luego recoger la resina.
Tercera parte
El mito de la siringa
Villa Bella
hg
No se sabe con entera exactitud quién o quiénes fueron los primeros ocu-
pantes del “pico de plancha” que deja la confluencia de los grandes ríos de
la zona –el Beni y el Mamoré– que desde ahí forman el Madera, triángulo
[121]
122 Siringa
97 ne: Un conto de reis equivalía a mil escudos, moneda legal en Portugal entre 1910
y 1998.
123
El caserío
98 Palmera tosca, de tallo grueso, cuyas hojas sirven para techar casas en el campo.
De su cogollo se obtiene el palmito.
99 Caña crecida en los bajíos. Delgada y fina, es temblorosa a los vientos. Los choris
construyen sus flechas mitad chuchío y mitad chonta.
124 Siringa
100 ne: Barbacoa, parrilla armada con palos, a manera de tendal. Andamio (Bayo, op.
cit.).
101 ne: Colonia vegetal del arbusto leñoso llamado también “matapasto”, que colo-
niza áreas abiertas en las planicies inundables de la Amazonia y es abundante
a lo largo de los ríos de aguas claras y nutritivas (Pia Parolin, “Pionero en las
planicies inundables amazónicas”, en Ecología aplicada, vol. 4, Lima: Universidad
Nacional Agraria La Molina, 2005).
102 Zapallo silvestre.
103 Madera fuerte. Se aplica en la fabricación de utensilios domésticos y, como la
chonta, sirve a los indios en la preparación de arcos y púas de flecha.
El caserío 125
104 ne: Árbol tropical de cuatro o cinco metros de altura. Tiene un fruto globoso o alar-
gado, de corteza dura y blanquecina, del cual, serrado en dos partes iguales, hacen
los campesinos de América tazas, platos, etc. (rae).
105 Planta bixácea tintórea. Achiote para los quechuas. El fruto da color rojo a las co-
midas y sirve a los nómadas para hacer un unto con el que se libran de la acción
del sol y de los insectos.
106 ne: Árbol de América del Sur también llamado “árbol del perezoso” porque este se
alimenta con preferencia de sus hojas, yemas y frutas. Estas tienen la figura de de-
dos de guante y son de gusto exquisito, parecido al higo (Bayo, op. cit.).
107 ne: Planta comúnmente conocida como ricino de la que se extrae un aceite pur-
gante (rae).
108 ne: Piel delgada que cubre algunas frutas y legumbres (rae).
109 ne: Infección intestinal causada por un gusano parasitario de las especies nema-
todas, ampliamente diseminada en las zonas tropicales húmedas.
110 ne: Los episodios de fiebre y escalofríos de la malaria, o paludismo, se suceden
cada tres o cuatro días. De ahí el nombre de terciana.
111 Pájaro negro, insectívoro, que vive en los barbechos.
112 Palomas muy pequeñas.
126 Siringa
por una parte, de planchas de goma, y por otra, de vacíos cajones de toda
procedencia. Las bardas eran de ladrillo, dejando ver en fila los tinajeros
de la bodega de licores finos que cumplían sus funciones especialmente
por los calurosos meses de agosto y septiembre.
Recio barro colorado y rezumante el de las tinajas, símbolos de
hospitalidad. Sobre la gruesa tabla, que les servía de tapa, el caneco113
de guayacán con bordes de plata, o el simple caneco de fierro enlozado
colgado de una estaquita. Bajo la humedad de las tinajas –si los dejaban
en paz– los perros hacían la siesta, respirando desaforadamente.
Algunas jaulas dejaban ver, por entre la reja, los inquietos saltos del
matico.114
Clavado en las paredes, un reloj de cajón con la palomita del “cucú” y
su péndulo ostentoso. Las hamacas en estas casas tenían ricos rapacejos115
de blonda116 y a sus pies, si no se tendían curtidos cueros de tigre,117 se
veían esteras de esparto traídas desde el Yacuma.
Dentro de los cuartos y arrimadas a las cuatro paredes, una seguida
de ricas petacas cruceñas de buen cordobán,118 baúles de lomo redondo
y clavos dorados y las clásicas “cachas” de itaúba. Guardados en ellos, los
ternos de dril bien estirados y la ropa blanca almidonada.
El pampón de la plaza estaba un poco descuidado. ¡Tanta gallina suelta
y tanto mojotobobo119 por el suelo! Al centro, el kiosko de pachiúba y, cua-
drando el espacio, los terraplenes del paseo. Al nivel de la calle se veía la
casa del intendente, con dos casuarinas120 sombreando la entrada, en donde
conversaba toda la mañana, ordenando a este mozo diez azotes y a aquel
El padre Mamoré
122 Algarrobo. Árbol espinoso. Produce una vaina amarilla que sirve para hacer chi-
cha.
123 ne: Pez del género piaractus, omnívoro y voraz; también se lo llama pacú. Los
ejemplares de aguas cristalinas son casi negros y los de aguas sedimentarias,
claros. Pesan entre cinco y ocho kg (Proyecto tsimane, www.tsimanelodge.com,
consulta: septiembre de 2016).
124 ne: También conocido como pacú blanco, es el mayor carácido del Amazonas;
llega a medir 90 cm y pesar 30 kg. Es herbívoro (www.pecesdebolivia.com, con-
sulta: septiembre de 2016).
El padre Mamoré 129
hg
hombres tirados a valientes que, resistiendo sin disparar ante los apare-
cidos fantásticos, los hacían desaparecer gritándoles. Estos hombres, a la
larga, o se extraviaban o naufragaban o caían en las garras del tigre.
Eran diferentes las formas en que hacía su aparición Añá, o Genio
del Mal. Las más frecuentes se producían en el centro de los bosques so-
litarios hacia los que eran atraídos los hombres. En medio del murmullo
de la floresta se dice que se oían de improviso como golpes de hacha o el
desgajarse de algún árbol corpulento. Al levantar la cabeza el siringuero,
veía al demonio encarnado en un pájaro, en un ciervo cornudo o en un
mono que parecía hacerle señas desde el hueco de algún tronco. No debía
desanimarse el sujeto ni tampoco exaltarse con gritos y amenazas, sino
reducirse a preguntarle lo que quería. Como la aparición de Añá se producía
cuando necesitaba castigar las faltas humanas, no pocos espíritus timoratos
escapaban del bosque, despavoridos… Llegaban al rancho y, como tocados,
se enfrascaban en un obstinado silencio o hablaban consigo mismos reco-
rriendo mentalmente el pasado en un prolijo examen de conciencia.
Para el mojeño, toda acción extraordinaria era debida a los designios
del Tupá: aquel que se enfangaba, el otro que se perdía en la maraña de
la selva, la mujer que tropezaba, en fin, todos los que morían. Hoy esta
deidad, un tanto confusa por el avance de los blancos, está reducida a
sus características fundamentales: su faz benigna y maligna; su poder de
Dios y de Diablo.
Los siringueros tienen un rico acervo mitológico, aunque ya no
puramente nativo, pues la fantasía criolla y europea ha puesto también
su concurso.
Cada invocación, cada plegaria de amor, tiene un origen remoto y
mágico que iremos explicando a lo largo de estas páginas. La historia del
Curupirá125 y el Asahí126 es verdaderamente poética y los viejos baqueanos
de la región, cuando se sientan a narrar “sucedidos” en los anocheceres,
la cuentan a los recién venidos para ejercitarlos en el noviciado de sus
creencias.
Cimarrones
127 ne: El trabajo de entichelar empieza al rayar el alba. La leche se coagula y endurece
al salir el sol, tal, que si prontamente no se lleva al “desfumadero” se moja y pierde
su calidad, convirtiéndose en sernambí o goma inferior (Bayo, op. cit.).
128 ne: Trecho o avenida de 150 árboles gomeros que se confían a un picador o
siringuero. Las estradas varían de extensión según cómo estén agrupados los
árboles. Así, estrada de surco, cuando los gomales forman avenidas rectas; de man-
cha, cuando están dispuestos en semicírculo o círculo entero; de manga, cuando
la línea de los árboles sigue una marcha caprichosa, y serpentina, como la de una
corriente de agua (ibid.).
132 Siringa
todo; los ojos se les hacían redondos y vidriosos, se les erizaban los pelos
y temblaban los huesos al mismo tiempo que una sensación de humedad
les bajaba por la entrepierna convulsa.
Fracasaban.
Apareció entonces la casta de los cimarrones; aquellos individuos
trasplantados a estos parajes desde lejanas circunscripciones del país
que, ya por nostalgia del agro familiar o ya por mal disposición de áni-
mo por los cuentos que volaban agrandados, se tornaban desabridos,
aventajados, tomando por último la deserción como un recurso salvador
para sus vidas.
Y escapaban.
Desesperados, con la moral rebajada y mirándose unos a otros con
mirada de conmiseración, emprendían –reuniendo el resto de su deshi-
lachado entusiasmo– un viaje sin más destino que el de la libertad de
aquel presidio; de aquel presidio con barrotes de pájaros agoreros y seres
fabulosos…
Inmediatamente eran perseguidos por peones más diestros y, si algu-
nos alcanzaban a Loreto o Rurrenabaque, otros –lo más– eran apresados
y entregados al flagelo o a cualquier otro castigo material.
Apresados, insultados, escarnecidos, los cimarrones formaban una
clase al margen de toda confianza.
—¡Elay, qué palanganas!
—¡Ave María!
Y pusilánimes, conformados de mal talante a un destino insuperable,
volvían a la senda, a las sabandijas, al grito del siringuerito, a la aparición
del Diablo en forma de mono, al rastro de tigres, a la piel con manchas
amarillas de la cascabel…
134
La pica133
133 ne: Incisión en los árboles gomeros para obtener leche o goma (Bayo, op. cit.).
134 ne: Causadas por un hongo u otro organismo parásito filamentoso.
135 ne: Voz brasileña aplicable en el Oriente gomero. Pichel o pequeño recipiente
de hoja de lata o peltre, al que desciende el líquido gomal de la siringa en estado
blanquecino y un tanto espeso (Bayo, op. cit.).
136 Pava silvestre. Domesticada, se cruza con las gallinas.
La pica 135
Y caminaba horas de horas vigilado por los ojos asustados de los pá-
jaros y por cientos de otros ojos, misteriosos e invisibles, de los genios y
duendecillos del monte. Había que tener condiciones para esta empresa:
fortaleza física, serenidad, coraje y decisión instantánea.
Llegado al extremo de la estrada, es decir de nuevo a su cabaña y al
“principal” –punto de partida–, el fregués miraba el sol por entre los claros
del monte para saber si eran las dos o las tres de la tarde. Y, limpiando
con una rama la maleza, buscaba leña y calentaba el almuerzo. Con el
jochi despicado en el camino hacía un pacumuto sobre el gran rescoldo
(jenecherú) que desde el día anterior, y desde el mes anterior, allí estaba
prendido, eternamente; comía las pitajayas142 y lúcumas silvestres y –uno
de sus mayores placeres– liaba un cigarro de tabaco negro para fumarlo
entre los eructos y bostezos del hartazgo.
Y luego de un breve descanso, se alzaba, estiraba las piernas y los
brazos, y otra vez andando sobre lo andado.
Pero ahora recogía en su vasija la dolorosa sangría de los pobres árboles
desgarrados. Los vasos lácteos quedaban por mucho tiempo abiertos y rezu-
mantes, dejando sobre la corteza de los árboles hilos amarillentos en que iba
a prenderse la basura o quedaban apresados los insectos. Estos rebalses son
los que van a formar después lo que se llama cuaje, viruta o sernambí.
Canijo, derrengado, sudoroso, ya anochecido, llegaba el peón al
ahumadero de su cabaña. Mas su labor todavía no terminaba. Había que
beneficiar la leche dándole consistencia, para lo cual hacía girar sobre el
escaso calor de una especie de hornillo semisubterráneo –llamado buyón–
un eje de palo sobre el que iba derramando el látex, exponiéndolo al humo.
Crepitaban los húmedos troncos metidos en el buyón. La pequeña tutumita
con la pringue de leche se movía sobre el molde y día tras día el palo se
tornaba en las orejas de una enorme bolacha elástica, que ya concluida
dio en llamarse plancha. A medida que crecía la bolacha el siringuero se
sentía mayormente estimulado. No miraba a su mujer con más amor que
a esas formas mórbidas y esféricas, a esas cuatro arrobas, como cuatro
nalgas, de un gris verdoso. Palmeándolas y ya en la punilla143 de su choza
o bajo el coposo almendro que centraba el patio, las iba reuniendo una a
una, semana tras semana.
Recogía las virutas y chorros coagulados sobre la corteza del árbol y,
liándolos en forma de mazo, preparaba el sernambí.
142 Sale del caracoré. Fruto de color amarillo, hueco por dentro, con semilla negra y
abundante pulpa.
143 Extremo descubierto de paredes en una casa de campo.
La pica 137
Los fregueses que tenían prole crecida, hijos ya jóvenes, se distanciaban del
centro para poder acaparar más estradas. La tapera145 –siempre a la vera
de algún arroyo, de alguna laguna o del mismo río, entre tajibos y cacao-
tales– era siempre una sola con su pequeño ahumadero. Allá pasaba la
familia dos o tres años seguidos, apenas mandando a uno de los muchachos
cada vez para entregar el fábrico y adquirir medicina, ropa y víveres. Así
resultaba fácil que esas gentes ya no supieran más para qué sirve el peine
y, en tren de olvidarlo todo, olvidaran hasta el son de las campanas.
Era una humanidad silvestre y bravía.
Las mujeres, casi desnudas, diariamente lavadas, el pelo aceitado y
aromado, el cuerpo con balsamina y esencias del monte, crecían robustas
y esquivas, rematadamente montaraces. Trabajaban en todo y no temían
a nada. Agarraban los sapos de una pata y aplastaban con el talón a las
tarántulas.
De repente parían un hijo que no se sabía para quién era. Los her-
manos se resentían, los viejos se callaban muy esquivos y amargos. Pero
eso pasaba más o menos pronto.
Nada tiene de extraordinario el mito de las amazonas inventado por
Orellana, según el cual aquellas varonas alimentadas de frutas y peces,
cuyos senos apuntaban como dos pitones, estaban con sus hombres en
el secreto de la alta noche, y de sus partos mataban a los niños, salvando
solo a las mujeres a las que temprano entrenaban en la pelea contra
otras tribus. Eran crueles –dice la leyenda– con sus prisioneros de guerra,
a los que colgaban en los árboles y se los comían entre horribles gritos
145 ne: Voz del quichua. Ruina; rancho destartalado y, por consiguiente, abandona-
do (ibid.). Según la rae, es voz proveniente del guaraní.
Dramas del monte 139
hg
La variolosis
Villa Bella, con vaivenes, fue, en los últimos diez años del siglo xix,
afirmándose como ciudad en la dirección triangular de toda ciudad: como
mercado, como templo y ateneo, y como fuerte.
Frente al puerto, sobre la margen derecha y un poco abajo, se veían
entonces las rústicas construcciones de Villa Murtinho, puesto avanzado
brasileño en que vivían unos cuantos fregueses caucheros. Su autoridad
era designada con el nombre de agente fiscal.
Por el otro lado –sobre el río Beni y antes de su confluencia para for-
mar el Madera– quedaba el floreciente caserío denominado la Gran Cruz,
de propiedad de don Lucio Pérez Velasco, caserío que albergaba plácida-
mente a una colonia de indios dedicados a la construcción de embarca-
ciones y a la conducción de viajeros.
La viruela que –como ya hemos visto– asoló al Sur también cundió
en estas tierras haciendo sus mayores estragos entre las tripulaciones
que venían de San Antonio, término de la navegación por las cachuelas
del Madera. Los varaderos, los barrancos o cualquier playa escogida
al azar eran la tumba de centenares de pilotos y remeros caídos sin
gloria. El río, imperturbable, seguía pasando con su espuma y sus
hervores.
Hubo casos de exterminio total de algunos centros poblados y de casi
todos los navegantes. Solo quedaban, reveladores de la tragedia, los restos
humanos sobre las tundras, semimondados por las hormigas, putrefactos,
diseminados entre el yomomal de la orilla, o esparcidos, bogando en la
ensenada y en los recodos del río.
Nadie contaba con auxilios ni con recursos contra el mal.
Así fueran ingleses, cruceños o cambas.
142 Siringa
El oro de Londres
Fanfarrones
153 ne: Gabán de paño grueso, largo y entallado, pero sin faldas como el levitón
(rae).
146 Siringa
154 ne: Baile agarrado y lento que suele ejecutarse dando tres pasos a la izquierda,
tres a la derecha y vueltas, y que es típico de Madrid (rae).
155 ne: Danza de origen polaco, de movimiento moderado y compás ternario
(rae).
147
hg
Argonautas
160 ne: Voz quichua. Persona o cosa pequeña y petacuda (Bayo, op. cit.).
161 Machete.
162 ne: Bultos de goma ya solidificada que entregan los picadores del Beni a los ba-
rraqueros (Bayo, op. cit.).
163 ne: El barro endurecido (ibid.).
164 Cajón grande en donde se guardan las provisiones para viajes largos.
165 ne: El que se ocupa de llevar cargas a pie de una parte a otra en las ciudades o
pueblos. Para en las esquinas de las calles, con cuerda y bolsa al hombro, y usa
palanca y angarilla, cuando es necesario (Daniel Granada, Vocabulario rioplatense
razonado, Montevideo: Imprenta Rural, 1890).
152 Siringa
hg
Nadie, ni los mismos remeros veteranos, pudo decir nunca que sabía cru-
zar una cachuela. El canal de estas, como el mismo curso del río, variaba
de tiempo en tiempo a capricho del caudal. De Villa Bella a San Antonio
tenían que pasarse 13 cachuelas, aparte de un sinnúmero de torrenteras.
Y la primera, llamada Madera –como el río– se la tenía ahí, con su potente
quijada casi a la vista, a pocos minutos de dejar el puerto.
Pero las cataratas más altas e intrincadas, y que obstruían comple-
tamente el río sin dejar un resquicio para el paso, eran las de Riberón,
Salto Girao y Theotonio.
Tenía que encostarse medio torno antes de llegar a ellas, en sitios
señalados por el rastro de todos los viajeros, transportar por tierra la carga
más delicada hasta muy abajo de la cachuela y pasar los batelones por
vados en que se los arrastraba a pulso.
Claro que había la senda, y no solo una sino muchas, entre un sitio y
otro. Pero el trabajo resultaba agotador. Espantando con el sombrero nubes
de puquillas,167 de tábanos y marigüises168 bajo un calor de 39 grados en
que era preferible no llevar más ropa que una baticola,169 con las cuatro
o seis arrobas de cada bolacha encima, la cabeza agachada y los brazos
en alto, iban y venían los remeros por entre aguadas que acababan de
convertirse en charcos y tremedales que eran focos apestosos, sudando,
escupiendo y maldiciendo. Con las piernas abiertas equilibraban la plancha
que buscaba resbalarse por entre el canal de los lomos; la atravesaban
con un palo y así quedaba fija sobre el hombro; en cambio este sufría las
llagas que le producía el palo.
Cada cuadra que se andaba, atormentados los oídos con el zumbar
de sabandijas, parecía tanto como andar una legua. El anopheles170 hacía su
grito de los loros y los manechis, los bejucos que trababan el paso, el calor,
todo enloquecía a esa pobre humanidad dentro de aquella viripotente
selva, siniestra y bella a la vez…
Para aplacar la sed, buscaban sin ir muy lejos un hueco de agua
tranquila.
Y no reparaban en renacuajos. Algunos atinaban a las pitajayas que
exprimían con avidez sobre la lengua gruesa y fatigada…
Y duraba días este trabajito.
Al atardecer, derrengados, magullados, se juntaban los trabajado-
res; tomaban silenciosamente un gran poro174 de chivé, se lavaban las
úlceras en el río, bañaban el cuerpo, comían dos o tres platos de locro,
sacaban una chala y, con el tabaco negro que siempre tenían picado
en la bolsita, liaban un cigarro. Y fumando y eructando se tumbaban
como troncos bajo el mosquitero, durmiéndose de un tirón hasta el
amanecer.
Entonces era cuando comenzaban a sentir dolores.
Algunos se levantaban apenas, delirantes, lopopudos,175 con el prin-
cipio de la fiebre en las venas. Otros se curaban las heridas con manteca
de caimán o simplemente con un emplasto de tabaco y saliva. Y todos
–hubieran o no debido– tomaban la dosis de quinina prescrita por la ex-
periencia y, sobreponiéndose a las miserias de la carne, resignadamente,
tornaban al monte…
Se reiniciaba la navegación hasta la siguiente cachuela. Pero esta
jornada siempre dejaba el saldo de varios peones que tiritaban al sol todo
el día y que no tenían ganas de probar bocado.
Pasada la cachuela de Theotonio, ya podía procederse en las otras
como lo hicimos nosotros en Quayará. Al amparo de la poca corriente
–momentáneamente remansadas las aguas por la barrera de piedras–, se
atracaba a poca distancia. Se llevaba a hombro hasta el campamento de
abajo la carga de privilegio en tanto que el piloto y capitán, con auxilio
de los proeros que eran expertos, se ponían de acuerdo sobre la posición
del canal.
Se daba instrucciones precisas a la tripulación, se decidía el momento y,
una por una, las embarcaciones tenían que hacer la travesía ineluctable.
Era una visión angustiosa y trepidante…
174 ne: Calabaza en forma de pera y con cuello, que sirve para diversos usos, espe-
cialmente para cebar mate (rae).
175 Con los párpados hinchados.
Argonautas 155
176 ne: La vaca marina que citan los geógrafos antiguos al hablar del Amazonas. Es un
pez enorme de 180 a 200 kilos; su boca, como la del esturión, labio superior hoci-
cudo, con dientes muy finos. Su carne es poca y hedionda, pero de ella se extrae
aceite para el alumbrado. Se le encuentra en el Madera y en todos los tributarios del
Amazonas que no están obstruidos por rápidos o cachuelas (Bayo, op. cit.).
177 ne: Odioso, execrable (rae).
156
San Antonio
Dieciocho días mortales eran los de ese viaje, hasta dar con San Anto-
nio.
Este puerto contaría entonces con unas tres o cuatro mil almas, de
las cuales –como en Villa Bella– la mitad era gente de paso. Unos años
atrás, apenas si era un campamento. Calles anchas, rectas, dos casas bajas
y sombreadas, todo sosiego por fuera, con algunos mangos y totaíses (así
se hace en el Beni el plural de totaí) que se alzaban sobre el monte. El
monte traía, cuando soplaba el viento, un lejano rumor de mar y, al pelar
el sol, un inquietante olor afrodisiaco.
Tierra gruesa y rezumante. Tierra de platanales y de almendrales.
Don Ascencio S. Dorado, a la cabeza de su tripulación, henchía el pecho
a su sola vista.
Los fleteros buscaban la fonda o el galpón. Tomaban su tutuma
de chivé. Abrían la maleta. Asentaban la navaja pasándola por la lonja de
cuero sobado y, como matarifes, comenzaban a rasurar con ruido de lija
esa barba tupida y negra. Luego se bañaban, se cortaban las uñas y se
cambiaban la ropa.
En diez días, entre el buen comer y el mejor beber, entre animadas ter-
tulias, trasnochadas, madrugones (fuerza de la costumbre) y largas siestas
en que el vientre atosigado empezaba a digerir, los hombres se reponían.
Y luego se daban al cúmulo de diligencias que informaba su oficio.
Entregaban la goma a los capitanes de las lanchas que venían de
Portho Velo, Santarén y Pará; recogían la carga de retorno; buscaban los
mejores comercios para adquirir los encargos de la casa, o de los amigos,
o de las queridas (sortijas con rubíes o esmeraldas, bordados, agua florida),
San Antonio 157
hg
181 Se dice de las cosas que, con la humedad, crían una capa musgosa blanca.
San Antonio 159
La fiebre
182 ne: Enfermedad caracterizada por polineuritis, debilidad general y rigidez dolo-
rosa de los miembros, causada por una deficiencia de vitamina B (rae).
183 ne: Sarpullido producido por el calor que suele ocasionar inflamación por peque-
ñas pápulas eritematosas localizadas en los pliegues cutáneos.
La fiebre 161
escoriaciones por las orejas, tenía todo el cuerpo cubierto de llagas infectas.
Siempre estaba malhayando al somó186 que, allá en su casa de San Javier,
hacían sus hermanas todos los viernes para invitar a sus amistades.
A veces –y no pocas– nosotros acompañábamos a Gutiérrez y al Ja-
putamos en sus sandungas por lo de la Refusilo; de vuelta, Gutiérrez, que
era vehemente, entraba hasta la cama del leproso.
—¡Enciendan el lampión!
—¡Sch!…
Los chulupis escapaban de la luz.
Facundo, todo sapirá,187 abría perezosamente sus ojos verdes.
A su lado, en la violenta posición de aquel que lucha, aparecía rígido el
cuerpo de algún compañero, todo inundado de mosquitos y de hormigas.
Facundo lo miraba sin desesperación. Le importaba un garbanzo… Ya había
muerto Erasmo y él habría de morir un día de esos… Su cara alargada por la
luz del kerosene, los delgados labios desabridos, entreabiertos, su rala barba
sudorosa, se movía en un levísimo temblor. Solo le faltaba la sigla cristiana
del inri, pero transformada así: frs, Facundo, Rey de los Siringueros.
Se oían algunos ayes lejanos, muy lejanos, y muy profundos. Eran los
de la sirvienta del rincón que sufrió la picada de una serpiente venenosa.
Apenas si respiraba…
Nos imaginábamos a la Descarnada en su trono, con una guadaña
por cetro…
Nada, no había caso: solo con agua no se curan los malignos achaques
de la selva.
Sin protesta, todo aquello contribuía a robustecer en los hombres
un sentido fatalista de la vida. Ante semejantes miserias el estupor era
inútil; era ridículo el pasmo.
Los patrones pasaban todo el tiempo en tertulia, rodeados de cerveza
y whisky o concurriendo a los babilónicos festines de sus amistades. Si
los dueños de tripulación confiaban el deber que tenían a los capataces,
estos a su vez lo confiaban a otro que no se creía obligado a nada. Ninguno
se movía del centro –de los hoteles, de las cantinas– con alimentación,
con medicamentos o siquiera con una palabra de consuelo. ¡Tanta era
la desesperación que daba el dinero! Doña Encarnación, nuestra vecina,
compadecida, era la única que mandaba a los enfermos algún sinapismo,
o simplemente borraja con sal.
Río arriba
vuelto rico y más bien faltaban varios, entre otros, Ceferino Ardaya, que
murió en San Antonio, y Omireji, Choquere y Yaune, que se enterraron en
Cuayará; y como al volver de tantas penurias experimentadas los itonamas
se creían cerca de la casa que tanto añoraban, de sus hermanos y de sus
hijos de los que no sabían ni una palabra, cundió de un modo natural
la obsesión de la fuga y la cimarronería. Y en el plazo de una semana se
hicieron humo Félix Tacaná –el Candirú, que se marchó el primero–, José
Mopi, Pinaicobo y después Guacama.
No obstante estos contratiempos, en enero de 1898 un batelón de
800 arrobas había sido reparado para resistir la larga navegación por los
barrancones de río arriba, del Beni.
Cargado de mercaderías, del más rico surtido extranjero y con algunos
productos del país, debía ir en busca de siringa. Los Vásquez eran expertos
en esta clase de negocios y todo lo dispusieron minuciosamente. Por otro
lado, la tripulación estaba encabezada por remeros cayubabas veteranos.
La integraban otros indios y el resto que aún quedaba del personal de
don José.
Mauro desempeñaba el papel principal. Y con esto queda dicho
que nosotros teníamos todas las garantías, aunque no una situación
definida.
Con Nicolás trabajábamos al lado de los chimoris188 hasta más no
poder, comprendiendo que de otro modo nos habríamos atraído la ani-
mosidad de la ruda gente que –por su misma condición– desconocía todo
valor que no fuera el del músculo.
Cielo de aluminio.
Ya dijimos que era enero.
Oscurecidas las aguas y deslucida la fronda, zarpamos en gesto vo-
luntarioso tras de las claras linfas del Beni que debíamos ganar la misma
tarde.
Al brillar las primeras estrellas, las aguas se tornaron celestes. Los
barqueros, dorados de sudor, embarcaron los remos y se hicieron la señal
de la cruz. No hay nada más sugestivo en los grandes ríos que esta hora.
Hasta las gaviotas, en nostálgica fuga, parece que tocando el agua con las
alas se persignaran…
En la chacra en que pasamos la noche pudimos al siguiente día
admirar la tierra en toda su opulencia. Enormes bosques de lluvia (higro-
drymium). Los racimos de plátanos, como hasta entonces no habíamos
188 Nombre que se da a los aborígenes de la provincia de Velasco, en Santa Cruz. Son
parientes de los guarayos.
Río arriba 165
189 ne: También denominado jacarandá. Árbol ornamental de gran porte, con follaje
caedizo y flores tubulares de color azul violáceo (rae).
166
Cachuela Esperanza
190 ne: La cachuela más importante del río Beni es “La Esperanza”, que tiene las
proporciones de una verdadera cascada (Bayo, op. cit.).
Cachuela Esperanza 167
Parecía acostumbrado a mirar y “ver”. Parecía que, para él, era en las cosas
insignificantes en las que encontraba la significación. ¡La experiencia! Su
bigote de húsar no escondía el labio resuelto, como tanto bigotudo del
siglo xix.
Fueron seis estos Suárez que, abandonando la tierra cruceña en
1880, vinieron, como todos nosotros, a probar fortuna en el Beni: don
Francisco, Rómulo, Antonio, Gregorio, José y Nicolás. Ya don Gregorio,
en uno de los viajes más macabros de esta etapa, había rendido el tributo
de su vida en manos de los araonas, sin que se hubiese podido rescatar su
cuerpo. Los bárbaros se llevaron su cabeza, cercenada del cuello, como
un trofeo precioso.
Cachuela Esperanza –llamada así por el explorador norteamericano
Edwin Heath que la avistó después del ilustre viajero paceño don José
Agustín Palacios, bajando el río Beni en 1880– había pasado a ser posesión
de los Suárez dos años después de que don Nicolás, luego de trasponerla,
dejara establecido a su vera un pequeño grupo de sus empleados. Aquella
vez (1882) se había embarcado don Nicolás en Rurrenabaque, utilizando
balsas para transportar hasta el Mamoré un cargamento de goma. Fue don
Nicolás Suárez el primer colonizador que unió la selva con los caminos
del Madera y el Amazonas, aprovechando la experiencia de Heath.
No faltó quién nos invitara a la mesa general de empleados y, pese
a la fama del derroche de productos de ultramar –caviares, carnes ahu-
madas, quesos–, fuimos servidos con los platos preferidos por toda esa
gente criolla: el buen majao con pimientos morrones y azafrán, el caldo
de gallina o de tracayá y la yuca con tasajos de cecina.
Los patios interiores de las casas se veían siempre cubiertos de
planchas de goma, todas del mismo tamaño. Ochocientas, mil, dos mil
bolachas. Cada una de seis arrobas, representaba cada arroba seis libras
esterlinas. En tiempo de aguas se las conservaba al aire libre, lo cual no
podía hacerse en tiempo seco porque el sol las derretía. Así, estaban listas
para ser entregadas por lotes a los numerosos fleteros.
Sobre esta extensa capa elástica y movediza no era posible caminar.
Era como la cuerda floja. No olvidamos lo que le ocurrió a Andrés Guas-
tovara, un fregués picado por la viruela que siempre andaba en el más
ominoso estado alcohólico, estado en el cual se excedía en manoteos y
vociferaciones. Con su mala chispa, no dejaba en paz ni al mismo ad-
ministrador. Un día, un empleado se quitó de malas pulgas y –como no
había calabozo– ordenó que se hiciera un espacio en medio de la extensa
superficie de bolachas que había en el patio principal. Allí condujeron
por la fuerza al borracho que se defendía furioso, dándonos enseguida un
168 Siringa
estupendo cuadro bufo: cada vez que trataba de salir y daba un paso, caía
como un toborochi.191 Allí, desde su “celda”, maldijo, insultó, suplicó, ame-
nazó, lloró, hasta que al fin quedó dormido. El correctivo fue eficaz.
Los pilotos de Cachuela Esperanza eran los más famosos de toda la
región, hasta el Amazonas, no solo por la precisión de sus pronósticos y
la seguridad infalible de la mano en el timón, cuanto por esa “ciencia”
maravillosa que en ciertos seres pone la intuición.
Había un hombre llamado José Gutiérrez que a estas cualidades unía
otras no menos sorprendentes. Conocía en distintas estaciones la profun-
didad de determinadas piedras, de fama siniestra por los naufragios que
habían ocasionado; sabía por dónde habrían de desviarse las corrientes
en las cachuelas, según el caudal de las últimas lluvias; se jactaba, y no
sin razón, de ser el único que podía llevar a término tal o cual empresa
erizada de riesgos. Los gomeros lo miraban con toda consideración y los
patrones le llamaban el doctor fluvial.
Analfabeto absoluto, Gutiérrez lucía –atuendo barbárico– los dientes
cortados en punta como los de palometa;192 pero también, al igual que los
marinos amazónicos, ostentaba en los brazos tatuajes azules de anclas
y corazones.
En él hablaban claro las dos levaduras de la raza: la de los mestizos
cruceños y la de los cambas mojos.
En San Antonio, era él quien recibía el correo para su distrito –correo
sin valija– y cargaba con paquetes y cartas sin guía, casi dispersos.
—¿Hay algo para mí, doctor? –le salía al paso algún jefe de barraca
donde encostaba.
—Sí, este despacho de Liverpool.
Los sellos postales, la disposición de los rótulos, la letra, nada más
que estas cosas daban a Gutiérrez la clave de la correspondencia.
191 ne: Árbol que también se llama “palo borracho” o “luchán” (en el Chaco). Figura
en el escudo de Santa Cruz porque en su panza excavada los guerrilleros cruce-
ños ocultaban sus municiones.
192 ne: Pez mediano, de colores amarillos, con doble hilera de dientes en forma de
pirámide, con los que corta la presa e incluso los dedos de los caimanes […] los
dientes de palometa han sido, desde los tiempos más remotos, las tijeras de los
indígenas del Oriente, y aun de los tejedores primitivos, para recortar los hilos
(Bayo, op. cit.).
169
Orthon
hg
193 Ave nocturna de grito estridente, de la familia de la lechuza, pero más pequeña
y colorida.
170 Siringa
194 ne: Persona vagabunda, abandonada, que vive de variados recursos (rae).
195 ne: Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido (1852-1911) fue un músico y
violinista cubano. Conocido como el Paganini negro, fue considerado el mejor vio-
linista de su época.
172
Riberalta
Dos nuevas jornadas y una mañana brillante nos pusieron a las puertas
de Riberalta que, con el canto de los gallos, nos daba la bienvenida.
—¡Fuerza, muchachos! –dijo el piloto.
Los remos roncaron y la rancia población, que vivía en nuestras
charlas desde hacía dos años, se hizo visible por entre el azuloso vapor
fugitivo. Allá a lo lejos, los cuerpos se alejaban de su materialización,
convertidos en alas abiertas…
Ingrávido el volumen de los árboles, se diría que “desincorporados”
se transformaban en nubes, manumitidos por la melodiosa atmósfera de
todas las leyes físicas de la gravedad.
Los dorados techos y las arquerías enjalbegadas, la alegre gente ma-
drugadora y la impotencia de la montaña en perspectiva pronto ganaron
el corazón ya rendido de tanta cabaña primitiva, de tanto mosquitero
sucio…
El puerto al que arribamos daba frente al pomposo Madre de Dios.
¿Quién bautizaría con este nombre al torrente tan fornido del viejo
Amarumayo?
Los compra-venteros de productos se atropellaron reclamando pre-
ferencias.
Esa misma mañana, el intendente de la Delegación Nacional ordenó
el comparendo de patrones y de mozos. Se informó de que todo estaba
en orden y no existía queja de ninguna clase. Pero reparando en Nicolás
y algo extrañado, preguntó:
—¿Y ese chico, en qué condiciones va?
—Como auxiliar del capataz que soy, señor –contestó Mauro, correcto
y serio.
Riberalta 173
—¿Su contrato?
—No lo tengo aquí a la mano.
—Aquí está –dijo Nico, que siempre lo llevaba consigo como si fuera
un detente. Era un viejo papel doblado en ocho. La autoridad, después de
darle vueltas, ordenó sencillamente:
—Este muchacho se queda.
Y como Mauro intentara protestar.
—No, amigo –replicó vivamente–, se le está dando falsa aplicación
al compromiso –y no admitía más excusas.
Rafael Araúz, que espectaba la audiencia, estuvo gozoso, nos abrazó
a todos y fue con el chico al puerto para traer su equipaje, es decir, su
sapicuá, o bolsa de lienzo engomado. Y consiguió más tarde que nosotros
también nos quedáramos.
Gozando al reencuentro del espejo y del peine, ¡qué impresión sutil
de felicidad y de belleza la que se tiene! La satisfacción del orden, dentro
de un cuarto de paredes blancas, nos hacía recordar –por contraste– aquel
desparramo de hamacas en el monte y por debajo los botines, duros de
barro, con las suelas levantadas.
Cambiados de ropa, nos dimos cuenta de que, según la propia apa-
riencia, nace la confianza o el recelo, por más que se diga que el traje no
hace al monje.
Estimulados por los amigos –y aún por el mismo Mauro, siempre tan
generoso y entero– nos presentamos a don Juan Alberdi que gerentaba
la casa comercial G. Saravia, hijos y Cía. Caballero de pueblo, atildado y
cenceño, pero digno y, en todo caso, noble. ¡Ojalá los hubiera hoy como
aquel viejo!
Nicolás habló, pero su atolondramiento y su escasa decisión para
exponer y pedir casi embarraron la entrevista. Felizmente el señor Alberdi
siempre atendía, de quien fuera, las continuas demandas de habilitación
y de empleo. En el momento en que nos hizo pasar se hallaban en su
despacho el Dr. Domingo Vargas y el coronel don Pastor Baldivieso.
—¿En qué podría ocuparlos? –dijo, como si hablara consigo mis-
mo.
—He vencido la secundaria…
—Tengo buena caligrafía…
En aquel tiempo no había máquinas de escribir y la buena caligrafía
lo era todo.
—Pero es que están completos los cuadros correspondientes a escri-
torio, almacenes y venta…
174 Siringa
hg
196 ne: Cosa o persona sucia en extremo. Derivado de cuchi o cucho (Bayo, op.
cit.).
197 ne: También caluyo. Baile tradicional de la región andina (rae).
176
Rafael llegó con una noticia de calibre: le habían hecho saber que una
persona comisionada por don Lucio Pérez Velasco traía el propósito de
llevarnos a los tres para que nos hiciésemos cargo de la tipografía que
acababa de llegar a ese puerto. Y como había prometido contestar esa
misma tarde, vino volando a consultarnos.
—¡Pero, che, decíle que nos vamos!
(No obstante la respuesta, Nico estaba ya encariñado con Riberalta.
Y una sonora mañana del mes de mayo, fragante a malva y jacarandá,
nos ubicamos, casi como patrones, en el camarote de hojas tejidas de una
embarcación de mil arrobas.
No podíamos ocultar el gozo de sabernos en el futuro no ya metidos
como un gorgojo entre las bolachas y en aquella vasta feria de todos los
humanos apetitos, sino puestos en situación tal que nos era perfectamente
dado seguir los encuentros y desencuentros de todos los colonizadores,
desde el ambiente mismo de todos ellos.
El bajar sin gran esfuerzo al impulso de la corriente, la tranquilidad
del camino que nos permitía disparar contra los patos, almorzar aquí o allá
y abordar a las freguesías de las barracas, nos hizo –ya desde el comienzo–
distinta de antes esa vida en el corazón de Mojos.
Pensamos también en el placer de ver otra vez a Mauro.
Las historias que Rafael nos contaba llevaban nuestra mente a re-
giones fabulosas y remotas. En Buen Retiro, viendo junto al cerco de los
canchones una planta en la que una hoja grande, de venas rosadas, iba
siempre unida a otra tierna y pequeñita, nos dijo que nació de la tumba
de un indio que, después de vagar y vagar por la selva llevando en brazos
el cuerpo de su amada muerta, se enterró vivo con ella… Rafael arrancó
Otra vez a Villa Bella 177
El Eco
hg
Vida social
hg
Vida social 183
hg
Oro y sangre
Como ya hemos visto, frente a frente con nuestro puerto de Villa Bella,
aunque un poco más abajo, sobre la orilla oriental del Mamoré, se per-
filaban las casas de Villa Murtinho, naciente población brasileña regida
por una autoridad que llevaba el nombre de agente fiscal. Era un cargo
semejante al de alcalde de campo en la organización política boliviana,
aunque con facultades policiarias y, sobre todo, con mejores recursos
económicos.
Los pocos vecinos de Murtinho cubrían sus necesidades con el comer-
cio fronterizo, pues aún no se había terminado de explotar su rica tierra
litoral. Solo estaban habilitadas pequeñas estradas gomeras y los colonos
más se daban a la caza y a la pesca que a la pica. Abundaba en sus aguas
mucho pescado, especialmente aquel de la familia de los gádidos, del que
se saca grasa medicinal.
En cierta ocasión el agente fiscal, llamado Lorenzo de Oliveira
–hombre elemental, alma de chonta, oscura montaraz– exagerando sus
derechos, dispuso que toda embarcación que arribaba a Santo Antaon
(San Antonio) debía encostar en su puerto para recabar una visación.
Los comandantes no tenían inconveniente en cumplir esta orden,
máxime si eran tan cordiales las relaciones con el país vecino. De paso,
se tenía noticia de que el tal Oliveira era un maniático insoportable que
más valía tenerlo satisfecho así con tan poco esfuerzo.
Eso, sin embargo, no duró.
Viniendo don Miguel Antonio Chávez en uno de sus muchos viajes,
harto retrasado y sobre eso enfermo, resolvió pasar de largo por Murtinho
con la intención de explicar posteriormente su conducta al agente Sr.
Oliveira. Como que así lo hizo. Y fue para su mal.
Oro y sangre 185
El filibusterismo
Epílogo
E
sta edición de Arreando desde Mojos ha sido transcrita de la primera
(1983), alentada por la Fundación Serafín Rivero Carvalho del Beni e
impresa por Editorial Serrano Ltda. en la ciudad de Cochabamba. Se
han corregido erratas, aspectos de puntuación y algunas imprecisiones en
la presentación de diálogos en el armado gráfico de la primera edición.
Además, se ha adecuado el texto a la norma de estilo de la Biblioteca
del Bicentenario de Bolivia (bbb) mediante cambios en la forma de tildar
los adjetivos determinantes relativos (este, ese, aquel) siguiendo la norma
actual dictada por la Real Academia de la Lengua (rae). Finalmente, se ha
elaborado un glosario de palabras y expresiones locales que se ha añadido
a la obra, a pie de página, con el afán de garantizar su comprensión por
un público amplio. Este trabajo lo ha llevado a cabo el equipo editorial
de la bbb.
[195]
Arreando desde Mojos
(Novela histórica)
A mi madre,
mi primera maestra.
Primera parte
1931 - 1935
Datos históricos
El R.P. Cipriano Barace fue el primero que introdujo en Trinidad y Loreto de Mojos
el ganado vacuno, caballar y mular, después de una odisea de 500 kilómetros,
frecuentemente con el lodo hasta las rodillas y por las rutas más extrañas para
evitar ser robado. Creyó así asegurar la vida de aquellos centros de población y le
parecieron los animales más adaptados a aquellas latitudes. Las doscientas cabezas
de ganado conseguidas por él con la generosidad de las buenas familias de Santa
Cruz de la Sierra, iban pereciendo una a una, en aquella terrorífica caminata de 54
días; pero lograron llegar 86, conducidas por Barace, vuelto por caridad mayoral
y vaquero.
Del folleto “Barace de Isaba” escrito por Valeriano
Ordoñez, octubre de 1682.
De la capital de Beni o Trinidad de Mojos al pueblo de Reyes hay 100 leguas por
tierra y agua con caminos cómodos. Existe también otra ruta desde el pueblo de
San Borja en Mojos por la misión Chimanes, hasta Santa Ana de Mosetenes, situa-
da a la margen del río Beni y a 62 leguas de Reyes, distando asimismo 51 leguas
de la Capital de Yungas, ruta que hice reconocer con el Corregidor de San Borja
en compañía de doce chimaneses que bajaron por el río Beni hasta Reyes y que no
ofrece inconveniente alguno para abrir un buen camino para el cómodo tráfico de
los comerciantes de ambos Departamentos…
De las Exploraciones de José Agustín Palacios Pinto
efectuadas el año 1844.
[203]
204 Arreando desde Mojos
1 Nota de los editores (ne): Lugar improvisado para comer y descansar, haciendo
parada durante los viajes prolongados (César Chávez Taborga, Expresión poética del
Beni, La Paz: Plural editores, 2005).
206 Arreando desde Mojos
—Sí, pero ya vieron que nos costó un caballo y casi se llevó a Julio
por delante –comenta el capataz.
Con los cueros conseguidos y las cuatro vaquillas que van mancorna-
das de dos en dos, los vaqueros regresan a la estancia. En ancas va Julio Teco
después de dispararle un tiro a la cabeza de su fiel caballo para acelerar
su muerte. Todo ese día se caminó, y al atardecer, ya se encuentran en
terreno conocido, por lo que los caballos apuran el paso.
El ladrido de los perros se escucha cuando todavía falta media legua
para llegar a la casa; sin embargo, las mujeres y los muchachos ya saben
que los seres queridos están volviendo al hogar después de cinco días de
ausencia.
210
Datos históricos
En Mayo de 1896, fui nombrado Diputado por Ayopaya. Aprobadas mis credenciales
sin observación e incorporado en la Cámara de Diputados comencé por gestionar
se arreglen los caminos en todo el Departamento, principalmente los que van de
Quillacollo hasta Morochata y de aquí a Independencia. Conseguí una subvención
para que el infatigable industrial Don Elías Sainz trabaje el camino desde Cotacajes,
donde lo dejé el año anterior, hasta Huachi y se trabaje también, por las autoridades
del Beni, de San Borja a Huachi. De este modo en Mayo de 1898 cuando gobernaba
el país el Dr. Severo Fernández Alonso, los industriales Elías Sainz, Botelho, Palma
y otros hicieron llegar ganado de San Borja, en buenas condiciones a la plaza de
Quillacollo y lo vendieron a 80 y 100 pesos febles cada cabeza. En Agosto, Septiem-
bre y Octubre de ese mismo año siguieron llegando partidas de ganado y al mismo
tiempo se llevaban toda clase de mercaderías de Cochabamba en recuas de mulas a
San Borja, Rurrenabaque, Santa Ana, Riberalta, etc., estableciéndose un comercio
activo entre ambos departamentos.
En este estado sobrevino la Revolución Federal, subió al Poder el Partido Liberal
y se abandonó la conservación del camino quedando cerrado el tráfico al siguiente
año, porque es sabido que en regiones boscosas, los caminos desaparecen en menos
de un año si no se los repara continuamente…
Del informe del Dr. Damián Z. Rejas, exministro de
Fomento y Comunicaciones de Bolivia.
Primera parte (1931-1935) 211
al anterior, sin hacer caso al grito angustioso del animal al ser torturado
en esa forma.
Ya más tranquilo por la operación exclama sonriente:
—Hay que calentar más el fierro, Juanito, pa’ que la marca quede bien
visible y sea difícil que los abigeatistas traten de cambiar la figura.
Los peones tienen que esperar hasta que el fierro esté bien caliente
para proceder a la misma operación con los otros tres animales.
Después los sueltan en el corral a que esperen la vaqueada y se junten
con las vacas mansas para que les enseñen dónde es su nuevo hogar.
Cumplida esa tarea se encaminan a la orilla del río a cortar leña para
almacenarla en la cocina.
Cuando el sol se encuentra en el cenit, el mayordomo da la orden de
volver a la casa a buscar almuerzo:
—¡Vamos, muchachos! Es hora de llenar el buche pa’ poder continuar
las labores esta tarde.
Todos, hacha al hombro, siguen a don Marcial y en fila india salen
hasta el sendero que seguramente se formó por el pisoteo constante del
ganado.
Al llegar a la estancia ven que el patrón ha regresado después de casi
tres meses de ausencia y que los está esperando en la punilla7 de la casa
principal. Al verlos, se levanta de la hamaca, donde está descansando
después de una semana de viaje desde Trinidad.
—Buenas tardes, patrón –dice el mayordomo agarrando su sombrero
a la altura de su pecho–, nos alegra verlo de nuevo por la estancia. Cómo
le ha ido por Trinidad.
—Buenas tardes, Marcial –contesta Alfredo Añez, propietario de la
estancia El Chiverío–, espero que todo haya marchado bien durante mi
ausencia.
Y dirigiéndose a los peones, que lo escuchaban en silencio, les
dice:
—Buenas tardes, muchachos.
—Buenas tardes, patrón –se escucha en coro general.
—Después de la siesta –continúa Alfredo Añez– quiero que Marcial me
entere de todas las novedades que han sucedido en estos días.
—’Ta bien, patrón. Con su permiso, vamos a buscar algo de comida.
—Sigan nomás, nos vemos más tarde.
Todos se dirigen al comedor, donde doña Eduviges los espera con la
mesa lista y los platos servidos.
—¡A caballo, muchachos! –se oye la voz del mayordomo–, ¡nos vamos
a vaquear!8 Vayan yendo delante, que yo los alcanzo después de conversar
con el patrón.
Y dirigiéndose a Ricardo le dice:
—El ganao nuevo se está aquerenciando en aquella rinconada.
Hay algunas paridas que deben arrearlas pa’ señalar los guachas.9 Si
encuentran alguno recién nacido lo traen alzao pa’ que no se canse.
—No se aflija, don Marcial –responde el peón–, vaya tranquilo, que
ya le estamos hallando al trabajo. Nos vemos allá. Y dando un apretón
de talones a su caballo sale al pasitrote rumbo a la pampa tratando de
alcanzar a los demás.
El mayordomo los mira un rato mientras se alejan y luego se dirige
hacia la casa del patrón.
Como la estancia recién se está formando, la vivienda principal es
rústica, igual que la de los peones, casa con horcones de tajibo, techada con
canales de palma negra, con un cuarto de paredes embarradas de tabique y
una punilla donde hay una mesa que sirve de comedor y de escritorio.
Alfredo Añez tiene grandes planes, y uno de ellos es construir una
casa grande, con techo de teja para cuando la familia vaya creciendo.
El problema será la educación escolar de los hijos, pero siempre hay la
solución de dejarlos pensionados en alguna casa de familia honorable y
verlos solamente durante las vacaciones. Su esposa, que también ha sufrido
la incomodidad de viajar, durante una semana, unos ratos en carretón y
otros a pie, se encuentra en cama, después de que doña Eduviges le hizo
masajes y le colocó fomentos y cataplasmas en la espalda.
Miriam de Añez, patrona de la estancia, tiene a su cargo todo lo
que es control de víveres, cocina y principalmente dirigir y almacenar la
producción de los derivados de la leche. El cuidado de las aves de corral
está bajo su control. Ella reparte cada semana lo necesario para que a los
peones no les falte buena alimentación.
Después de un restablecedor descanso, se levanta y se dirige a la cocina
para averiguar cómo se ha desarrollado la actividad durante su ausencia.
—Aquí todos los días el sol amanece por el mismo lao y las cosas
suceden porque así Dios dispuso que sucedan –explica doña Eduviges,
con un conformismo contagioso.
—No sea tan fatalista, doña Eduviges –dice la patrona–, ya vamos a ir
ayudando a que esto cambie poco a poco porque así nos enseñó el Señor
ganado cerril es ajeno, pero como está junto con el de su padre igual se
señala y marca el que cae en manos de sus ágiles laceros.
—Patrón –empieza don Marcial– ya estoy por aquí.
—Adelante, Marcial –le invita Añez–, pasá nomás y tomá asiento.
¿Qué novedades ha habido en este tiempo?
—Bueno, la verdad es que no ha ocurrido nada fuera de lo normal. He-
mos enlazado ya ochenta y seis vaquillas sin marca y cuarenta y siete vacas
paridas con la marca del patrón Juan Manuel. Los toros que hemos hallado con
marca ajena han servido pa’ hacer lazos y guascas10 con el cuero, en cambio,
los que tienen marca Añez están salados y secos, listos pa’ venderlos.
—Muy bien, Marcial –contesta entusiasmado Alfredo–, veo que no
se han dormido por aquí.
—Además –continúa el mayordomo– ya tenemos casi todos los esta-
cones pa’ hacer de nuevo el corral, pero esta vez de madera dura pa’ que
aguante unos veinte años, por lo menos. Este trabajo se está haciendo
por las mañanas y por las tardes seguimos vaqueando el ganao pa’ que se
amanse junto con el que ya estaba aquerenciao.11
—Te felicito, Marcial –le dice el patrón–, y cuando esté listo el nuevo
corral comenzaremos a chaquear toda la orillera del río pa’ sembrar arroz
y maíz en cantidad. También tengo la intención de sembrar caña y, si Dios
quiere, el próximo año tendremos molienda pa’ proveer de azúcar a todos
los pueblitos cercanos y tal vez hasta a Trinidad.
El mayordomo sigue explicando todo lo que había sucedido en la
estancia, con esa sencillez de campesino al que no se le escapa detalle de
lo que sucede a su alrededor, y después de despedirse del patrón sale a
encontrarse con su gente.
Antes de que el mayordomo se retire, el patrón le dice:
—Mañana, yo los acompañaré a todas las actividades. Por ahora quiero
desembalar las cosas que he traído.
—Hasta luego, patrón –dice el mayordomo–, me voy a vaquear. A la
tardecita estaré de vuelta con todo el ganao pa’ señalar y carimbar12 los
terneros nuevos.
—Muy bien, entonces la actividad va a ser bien movida mañana…
Estaremos listos.
El mayordomo ensilla su caballo color castaño y a paso tranquilo sale
a dar alcance a los peones.
10 ne: Cintos.
11 ne: Amansado, domesticado.
12 ne: Marcar con hierro a las reses.
218 Arreando desde Mojos
Datos históricos
20 ne: Pantano o lodazal lleno de arbustos, originado por “ojos de agua”, brazos de
ríos, arroyos o lagunas (Chávez, op. cit.).
21 ne: Crecen desnutridos.
22 ne: Sogas para amarrar a las reses
23 ne: Perros de caza.
Primera parte (1931-1935) 223
24 ne: Utensilio hecho de calabazas grandes que se abren por un lado para transpor-
tar agua o guardar miel.
224 Arreando desde Mojos
hg
años, nos pagan para llevar al Brasil o a Santa Cruz apenas 20 Bs pues-
to en San Ignacio o sus alrededores. Según lo que contaban en Trinidad,
a los arreadores se les paga 20 Bs por cada cabeza que llega a Chuluma-
ni y allí cuesta 5 Bs el “inverne” de cada novillo, más otros 5 Bs la arrea-
da hasta La Paz. Resulta que, si se lleva con cuidado, el ganado vale 50 Bs
puesto en La Paz.
El mayordomo le interrumpe:
—Oiga, patrón, o sea que, por lo que me cuenta, muy pronto ya no
vamos a depender solo de vender cueros dejando la carne pa’ banquete
de los suchas.30
—Así es –dice Alfredo– siempre que los encargados de la construcción
de caminos tengan el presupuesto necesario y cumplan con su trabajo
eficientemente. Lo malo es que la experiencia nos ha enseñado que eso
va a ser muy difícil de ver… pero, ahora que me acuerdo, he traído un
periódico que leí en Trinidad donde se habla de llevar carne en avión.
—¿En avión? –exclama absorto don Marcial.
—Sí, en avión –responde Añez– y aunque es un proyecto muy audaz
yo creo que podría ser una solución, aunque un poco más cara que llevar
el ganado arreando… Esperá un poco, voy a buscar ese periódico que lo
tengo en el cajón de mi mesa.
Y mientras Alfredo Añez se levanta para buscar el documento pro-
metido, don Marcial se queda pensando en qué cosas más se inventarán
para acortar las distancias entre los pueblos. No se puede explicar cómo
podían hacer para que un aparato de fierro pueda volar igual que los pá-
jaros. Una vez, cuando estuvo en Trinidad, se dio el gusto de acercarse a
una de esas máquinas volantes, incluso se permitió tocarla para ver si era
de fierro como decían. ¡No encontraba una respuesta! “Son cosas de los
gringos”, le habían dicho. Y pensar que ahora quieren llevar carne en uno
de esos aparatos. ¡Es algo increíble! ¡Qué cosas más irán apareciendo!
Alfredo le cortó el vuelo de su imaginación:
—Aquí está… es un número del periódico La Patria del 16 de marzo
de 1932… y este es el artículo que te decía. Está firmado por mi amigo
Nataniel García Chávez y se titula: “El porvenir del Beni está en la ganade-
ría y en su agricultura. El factor mercado es la incógnita a resolver”.
“La crisis producida por la baja en el precio de la goma, sin ninguna
posibilidad de reacción, ocasionó que el mercado brasileño para la gana-
dería beniana se cierre por completo…
…”La mirada se debe volcar hacia la comercialización en los mercados
del altiplano boliviano. Pero, ¿por dónde llevar ese producto si la montaña
aún no está vencida, con caminos transitables? La senda que existe entre
Chulumani y San Borja, para unir La Paz con el Beni ocasiona la pérdida de
más del 50% del ganado que algún audaz se atreve a arrear por esa vía.
”Es por este motivo que los industriales ganaderos del Yacuma tratan
de establecer un Sindicato, bajo sólidas bases de solidaridad y de recursos,
con el propósito de formular un contrato con el Lloyd Aéreo Boliviano,
para establecer un intercambio de productos con las plazas del interior
de Bolivia, en las siguientes condiciones:
”1º. Los ganaderos del Yacuma se comprometen a pagar al Lloyd, Bs 1.000
por cada viaje de un avión trimotor con capacidad de 4.000 kg.
”2º. El contrato sería firmado por 200 viajes anuales, que si calculamos
en 160 kg el peso de cada novillo, tendríamos 25 cabezas por viaje o
sea 5.000 anuales.
”3º. El aparato debe estar provisto de cajas frigoríficas necesarias para la
conservación de las carnes.
”4º. El Lloyd tendría a su favor el servicio de carga y pasajeros en los
vuelos de retorno, dejando solamente 20 viajes anuales para uso de
los ganaderos.
”Haciendo cálculos aproximados vemos que la empresa aérea, traba-
jando en condiciones normales, tendrá una utilidad líquida de Bs 41.000
anuales, fuera de los vuelos de retorno, como sigue:
Debe Haber
cuenta anterior, por lo que los peones quedaban hipotecados de por vida
y, cuando morían, la cuenta era heredada por el hijo mayor o dividida
entre todos los hijos.
Y la sierra sin fin continuaba cortando con sus afilados dientes los
sueños de progreso de quien se atrevía a querer cambiar la forma de vida
que habían llevado sus padres y abuelos.
233
Datos históricos
Camino San Borja - Inquisivi. Sensiblemente, esta obra ha sido paralizada debido a la
inesperada muerte de uno de los contratistas, que obligó al otro a rescindir el contrato
que tenían suscrito con el Gobierno, después de haber trabajado 216 kilómetros. Sin
embargo, este contratiempo no debe postergar indefinidamente la realización de
la obra emprendida, cuya trascendencia es aún mayor si tenemos en cuenta que los
pueblos del interior de la República, especialmente los del Departamento de La Paz,
necesitan de ella para proveerse de ganado vacuno en vista de las restricciones que
ha puesto el Perú a la internación de su ganado a Bolivia. No dudo que el Gobierno
y, sobre todo, los representantes del Beni, buscarán los recursos que requiere la
ejecución de esta obra, cuya conclusión no debe ser preterida por más tiempo.
Del informe que presentó el señor Lucas Saucedo
Sevilla, prefecto del Beni el año 1929.
234 Arreando desde Mojos
Han pasado dos semanas y el trajín diario ha sido casi el mismo. Unos
ratos a cortar madera para los nuevos corrales, vaquea por la tarde, or-
deña de madrugada, enlazada de ganado cerril, cacería de algún tigre31
que osadamente se ha acercado hasta las goteras de la casa, marcación
de ganado y señalización de terneros, construcción de galpones y, en fin,
que cuando finaliza el día la gente solo ansía descansar después de estar
todo el día con los riñones molidos, corriendo de un lado a otro sobre
sus cabalgaduras.
Ese día se ha programado capar a los torillos destinados a vivir ungi-
dos al yugo del carretón. Toda la noche anterior se ha escuchado el bra-
mido de los toros, que encerrados en el corral hacen alarde de fuerza
delante de las vaquillas casaderas. La luna llena ha brillado con todo su
esplendor, tratando de igualar a la luz solar.
Todavía es de noche cuando se siente movimiento en la estancia. La
actividad empieza con la ordeña. En el corral, la novedad es que se está
estrenando el galpón de ordeña que se ha construido en el chiquero a fin
de dar sombra a los terneritos que se quedan durante el día y para poder
continuar ordeñando aunque amanezca lloviendo.
—¡Separen a las vacas que se han estado ordeñando durante estas dos
semanas pasadas!… ¡Suéltenlas porque ya sus guachas fueron señalados y
carimbados!… ¡Que se vayan con sus hijos! –ordena el capataz.
Carreras en el corral, sustos que dan las vacas más bravas, resbalones
al tratar de eludir las embestidas, risotadas de los demás, acción y trabajo
conjunto.
—¡Atájeme a este ternero porque tengo que caparlo ahora!… ¡Al
hijo de la cariblanca, hombre!… –y siguen las órdenes–. ¡También vamos
a capar a ese hosco grande!… ¡Juanito, alistá las tacuaras pa’ encender
el fuego y me traés la marca, el carimbo y mi cuchillo señalador que lo
tengo colgado en la pared junto a mi hamaca!
En la estancia El Chiverío el único autorizado para capar los animales
es don Marcial, que tiene mano de santo para esa faena.
—¡Ricardo!… –grita el mayordomo.
—Sí, don Marcial –contesta el peón, mientras se acerca a la zona de
operaciones.
—¡Alistate pa’ capar un guacha!… es necesario probar pa’ saber si
tenés buena mano. Vas a mirar cuando yo lo cape al cariblanco y vos le
brincás al hosco. No sé si el patrón querrá que preparemos algunos otros
novillos más.
Y mientras van saliendo las vacas que están fuera de turno, acom-
pañadas de sus hijos por la tranquera del chiquero, los mozos ya tienen
completamente inmovilizado en el suelo al ternero escogido y don Marcial
procede a operar como si fuera el mejor cirujano de la región.
—¡Patrón! –grita don Marcial, dirigiéndose a Alfredo Añez que ab-
sorto observa el ajetreo subido sobre el corral– ¿vamos a capar a algún
otro torillo?
—Sí, Marcial –contesta el patrón, bajando del sitio en que se en-
cuentra y encaminándose donde Ricardo se ensaya como aprendiz de
cirujano– tenemos que preparar diez más pa’ escoger después entre los
que se desarrollen mejor.
—En ese caso, hay que escoger los más grandes –dice el mayordomo, y
dirigiéndose a los otros peones ordena–. ¡A ver, muchachos!… ¡Agárrenme
a ese bayo, a ese overo negro, al patas blancas, al colorao!…
Y los va eligiendo por su nombre o distintivo, ya que a todos los co-
noce de esa forma. Son como sus hijos adoptivos, ha asistido al bautizo
de cada uno de ellos.
—¡Juanito! –ordena el patrón–. Andá, traé una olla pa’ juntar todos
los huevos de toro y se los llevás a doña Eduviges pa’ que los prepare.
Ya todos saben que cuando hay capadura en la estancia el plato
del día es huevos de toro asados al palo. Esa es una costumbre que aún
perdura en todas las estancias y que se efectúa casi como una ceremonia
tradicional, tal vez con la creencia de que así se está consiguiendo el vigor
y la fuerza de los toros.
Cumplidas las labores con el manipuleo del ganado, la orden ha sido
buscar y cortar los árboles de la madera más dura que se encuentre para
preparar un corral que aguante más tiempo, ya que el que tienen está
hecho de palma partida y es sabido que ese material no dura mucho.
Una vez ubicado el árbol adecuado, se lo abate a golpe de hacha y
en ese mismo lugar, usando una azuela, se labra en forma lo más regular
posible, luego se le hacen seis agujeros cuadrados para incrustar los tra-
vesaños que formarán el corral.
La ventaja que tienen es que la elevación de terreno donde han
ubicado el establecimiento está junto al río Apere y en toda la orillera
hay madera para escoger sin necesidad de alejarse mucho. Concluido el
estacón, se lo traslada en carretón hasta el corral.
Ricardo Guayacuma y el mayordomo se encuentran frente a un fron-
doso árbol de masaranduba.32 Después de mirarlo de abajo hacia arriba,
alistan sus herramientas para iniciar la tarea por turnos. Cada diez hacha-
zos cambian de lugar hasta que después de debilitar lo suficiente el tronco
ven que el peso de las ramas acelera la caída estrepitosa del árbol.
Sudorosos, se sientan sobre el tronco vencido y el mayordomo
comenta:
—¿Has visto anoche el grosor de la luna?
—No, don Marcial, no me fijé –contesta Ricardo, extrañado por la
pregunta.
—Siempre que salgás a cortar madera o cuando tengás que capar a
algún animal, lo primero que tenés que fijarte es que no sea luna nueva
porque a esa madera le entra el turiro33 rápidamente o, si no, se pudre, y
cuando se capa un torillo o un potro estando delgada la luna, seguro que
el animal se desangra y muere.
—Yo no sabía eso –dice Ricardo, y después de callar un rato, continúa–.
Oiga, don Marcial, me gusta charlar con usted porque uno va aprendien-
do tantas cosas de la vida en el campo que algún día me van a servir pa’
poder mejorar de situación.
El mayordomo adopta un aire paternal y dice:
—El cambio de luna es muy importante pa’l que vive en contacto
directo con la naturaleza. No se debe lavar ropa en esos días porque se
pica y rápidamente se vuelve chirapas.34
Y continúa entusiasmado:
—Si la luna está con ruedo y aparece daleada35 un poco hacia el Norte
es señal de que caerán mangones,36 en cambio, cuando está completa-
mente daleada al Norte se dice cántaro lleno y es señal segura que al día
siguiente amanece lloviendo fuerte. También llueve cuando hay luna nue-
va, salvo que sea una sequía extraordinaria en los meses de julio o agosto,
pero en los otros meses del año la luna nueva es esperada para favorecer
los chacarismos37 con buen riego. Y hablando de chacos… trasplantar o
sembrar sin fijarse en el cambio de luna, seguro que es trabajo en vano.
¡La luna tiene mucha influencia en nuestra vida!
Ricardo lo escucha con la atención de un alumno que admira las enseñan-
zas de su maestro. Y es que las cosas de la vida campesina no están escritas en
ningún libro, se enseñan de padres a hijos, desde tiempos muy remotos.
33 ne: Termita.
34 ne: Prenda de vestir muy gastada.
35 ne: Uso coloquial del adjetivo ladeada.
36 ne: Lluvias pasajeras, de verano.
37 ne: Sembradíos.
Primera parte (1931-1935) 237
hg
—¡Jía, jía! –se oye la voz del carretero, mientras azota con su largo chicote
al buey madrina38 para que haga girar el carretón hacia la derecha.
—¡Utsa, utsa! –dice al azotar al buey novillero39 para que empuje a su
compañero de yugo obligando a torcer hacia la izquierda, evitando así
38 ne: Buey ya amansado para tirar del carretón; se lo unce al yugo al lado de otro
todavía no acostumbrado a esta labor (Ciro Bayo, Vocabulario de español-criollo sud-
americano, Madrid: Librería de los Sucesores de Hernando, 1910).
39 ne: Buey atado recientemente al yugo; va a la izquierda del Buey Madrina
(ibid.).
Primera parte (1931-1935) 239
Las mujeres bajan del carretón quejándose del dolor de espalda des-
pués de un día de vaivén en los hormigueros de la pampa que hicieron
bambolear peligrosamente el carretón con riesgo de volcar en cualquier
momento.
—¡Qué tal el viaje! –les dice el mayordomo a manera de saludo.
—¡Ay, don Marcial, ya no siento la espalda! –se lamenta la mujer de
Moye.
—No se quejen tanto y vengan a comer un locrito caliente pa’ reponer
las energías –le corta don Marcial.
—Y esto más –dice Rosita– que durante todo el día solo hemos comido
pazoca (harina de yuca con charque) y agua pa’ no perder tiempo y llegar
de día, pero había sido bien lejos el sitio que escogieron.
—Lo único que hay que ver es que, gracias a Dios, llegaron sin
ninguna novedad –comenta don Marcial, mientras amarra su hamaca
entre dos árboles–. Mañana nos espera una gran actividad, tenemos que
estar descansaditos, así que apenas terminen de comer y después que me
inviten un cafecito, este angelito se dormirá como picao de la víbora.
—Enseguida le preparo un café bien caliente y tinto como a usted le
gusta, don Marcial –se ofrece Rosita.
Después de haber comido su locro carretero y de servirse su cafeci-
to bien cargado, don Marcial da las buenas noches y se acomoda en su
hamaca mientras los demás se instalan como pueden, unos en hamaca y
otros sobre el cuero del carretón, protegidos de la voracidad de los mos-
quitos por sus mosquiteros de lienzo.
Al rato, haciendo coro al ronquido de los vaqueros, se escucha el
insistente croar de las ranas y el canto lúgubre de las aves nocturnas que,
en el silencio de la noche, parece más lastimero y tétrico.
Temprano empieza la faena del desbosque a fin de tener espacio
libre para los corrales. El lugar es seleccionado después de observar las
señales en los árboles, para saber si alguna vez la inundación había lle-
gado hasta allí.
Como en la zona no hay palma para las construcciones, los corrales
se preparan con tacuaras amarradas con bejucos de los más flexibles. Los
estacones para las tranqueras se cortan de cuta,44 madera dura que abunda
en la región.
44 ne: Especie arbórea de los bosques secos muy poco conocida. Alcanza los 20
metros de altura.
246 Arreando desde Mojos
45 ne: Arbustos y árboles pequeños abundantes en los llanos del Beni, pero de esca-
so valor comercial.
46 ne: Palmera tosca, de tallo grueso, cuyas hojas sirven para techar casas campesi-
nas (Chávez, op. cit.).
47 ne: Suramina sódica, un antiparasitario para animales.
48 ne: Roedor de gran tamaño que vive en la proximidad de los cursos de agua en
los bosques tropicales; pesa hasta 12 kilos.
49 ne: Acorralado en las ramas (palcas) de un árbol.
50 ne: Higuera de cuya corteza macerada se extraen fibras para tejidos indígenas.
Crece envolviendo generalmente a la palmera llamada motacú.
Primera parte (1931-1935) 247
hg
Datos históricos
hg
dirigidos desde Río de Janeiro trataron de ampliar las fronteras del Brasil.
En ambos casos el valor del mojeño se hizo sentir y no permitió…
En ese momento una fuerte indisposición de las cuerdas vocales le
impidió seguir con su alocución, porque le privó momentáneamente de
la voz. Para solucionar el problema y a una señal disimulada, la banda
de músicos empezó a tocar una marcha y todo el contingente inició el des-
file ante el altar patrio instalado frente a la Prefectura del Departamento.
Nutridos aplausos acompañaron a los futuros defensores de la patria que
muy pronto marcharían al campo de batalla.
En el Norte del Beni, la Casa Suárez Hermanos dispuso que el vapor
Rodolfo Araúz traslade a todo el contingente que se formó a partir de la
Séptima División de Ejército acantonada en Riberalta.
El 22 de noviembre llegó la noticia de que los reservistas de Riberalta
estaban en el puerto y entrarían a Trinidad a las seis de la tarde. El pueblo
se reunió desde temprano junto al tanque de agua, al final de la calle 6
de Agosto, a esperar a los soldados que marchaban a defender la patria.
También estaban en perfecta formación los conscriptos que se habían
presentado en Trinidad.
Ya había oscurecido cuando se oyó el clarín que, rompiendo el
silencio de la noche, daba con sus notas la señal de que estaban pre-
sentes, desde las alejadas regiones gomeras del noroeste, los valientes
voluntarios riberalteños. Algarabía y gritos eufóricos contestaron la
clarinada.
—¡Viva Bolivia! ¡Viva el Beni! ¡Honor a los voluntarios del Regimiento
Beni!
Por el terraplén que une Trinidad con la laguna Loras aparecieron
perfectamente formados los soldados de la patria que habían desembarcado
en Puerto Ballivián, a dos leguas de Trinidad y que atravesando la pampa
llegaban sin perder su espíritu marcial. Encabezaba el regimiento su co-
mandante, el teniente coronel Bravo. Seguidos del pueblo trinitario que
los aclamaba llegaron a la plaza principal y se instalaron frente al Hotel
Oriental, donde el Prefecto, don Samuel de Ugarte, a nombre del gobierno
nacional, les dio la bienvenida. El joven reservista Félix Bascopé, a nombre
de sus camaradas y con palabras eufóricas y llenas de civismo, agradeció al
pueblo y a sus autoridades por la bienvenida que se les había brindado.
Después del acto, los 255 soldados riberalteños se instalaron en el
local de la escuela de niños, que había sido improvisado como cuartel.
Cuando pasaron revista a toda la tropa, entre riberalteños y trinitarios
sumaban más de 500 efectivos.
Primera parte (1931-1935) 255
Datos históricos
59 ne: Soldados paraguayos, quienes muchas veces iban descalzos durante la Guerra
del Chaco (en tierras bajas se dice “patapila” a quienes caminan descalzos).
262 Arreando desde Mojos
hg
“Radiograma 574/33
”La Paz, 6 de octubre de 1933
”Jefe Plaza - Trinidad
”Ceg. I/2997.- Convocatoria reservistas años 1921 y 22 exceptúa De-
partamento Beni quedando contingentes dichos llamamientos postergados
hasta nueva orden. Comunique resolución autoridades civiles provincias
para conocimiento interesados.- Acuse recibo (fdo.) Gral. González Flor
Esmayorino.”
hg
—La comida está bien sabrosa, así que cuando tengan hambre me
avisan nomás –continúa la joven, entusiasmando a los clientes que apenas
si le miran preocupados por el problema actual: la guerra.
—Según las últimas noticias llegadas del Chaco –explica un joven–
parece que el problema más serio es que los indios que han llevado de
los cerros no se acostumbran al calor y se mueren de insolación, más
aún con lo que no hay agua en esa zona. La situación es bien peligrosa
porque esos pilas están decididos a entrarse hasta Santa Cruz.
—Y se van a entrar si no se los para a tiempo –añade otro–. Yo creo
que debe decretarse la movilización general en Bolivia y llevar principal-
mente a la gente del Beni y del norte, que son los que conocen el monte
y saben cómo encontrar agua en las raíces de los árboles o en algunas
plantas parásitas.
—Yo quiero que nos movilicen de una vez pa’ irme a la línea de fuego
y meterle bala a esos pilas.
—Estás hablando así porque estás con tragos en la cabeza –interviene
otro.
La charla continúa sobre el mismo tema, pero el entusiasmo aumenta
a medida que se van consumiendo los licores y cuando comienzan los
¡viva Bolivia! y ¡abajo el Paraguay! se decide suspender la atención al
público.
265
Datos históricos
Camino intercantonal a San Ignacio y San Borja.- Los contribuyentes de Palma Sola
se encargarán de la construcción del Puente del Arroyo San Gregorio. Los contribu-
yentes del Puerto del Almacén y demás comprendidos entre el río Ibare y margen
derecha del Mamoré, limpiarán y ensancharán este camino y trabajarán los puertos
de acceso al río Ibare.
Los contribuyentes de la margen izquierda del Mamoré, Puerto Manuel Julio,
Loma de Kiusío y circunvecinos de la laguna de San Mateo, limpiarán el camino
hasta la Loma de Kiusío y construirán los puentes de este camino. Dirigirá el trabajo
el Guarda de dicho puerto.
Los contribuyentes de los lugares San Andrés, San Pedro, Concepción, San
Pablo, Las Abras y el Buri, limpiarán el corte del arroyo Nachacha, reconstruyendo
el galpón y los corrales del Puerto del Tijamuchí y arreglarán los puertos de acceso
en ambas márgenes del río. Dirigirá estos trabajos el Guarda de dicho puerto.
La limpieza y canalización de la zanja del Recreo, se hará efectiva mediante
llamamiento a propuesta conforme se tiene acordado en la Junta Central de Ca-
minos.
Los contribuyentes de los lugares San Antonio, El Triunfo y demás circunvecinos,
refaccionarán los corrales y galpón de San Lucas, verificando además la limpieza
del camino que conduce a San Ignacio.
Con el personal de La Casualidad y otras estancias vecinas de Rivero Hermanos,
se limpiará la zanja de Altagracia, Corte del Sénero, la zanja de Tumareco sobre
el mismo Sénero, asimismo la limpieza del monte Sicopure y se arreglará y calzará
este camino.
Con parte de los contribuyentes del pueblo de San Ignacio se limpiará la zan-
ja del pueblo que larga al Sénero. Igualmente la parte montuosa del camino que
viene a esta capital. El Corregidor cantonal se hará cargo de la dirección de estos
trabajos.
266 Arreando desde Mojos
diez días, según la época del año. El pasaje cuesta 300 bolivianos, más
o menos el valor de doce novillos, y así Trinidad se ha vinculado con el
interior de la República y muy pronto se construirán los caminos pa’
llevar el ganado hasta los mercados de La Paz… ¡La verdad es que ya se
nota progreso!…
La charla continúa hasta muy entrada la noche. Luego don Julio se
despide y solo queda el rumor nocturno haciendo compañía a los pensa-
mientos del nuevo soldado de la patria.
hg
—Don Alfredo, buenas tardes –le dice–, qué suerte que usted ha
llegado porque ya llevamos seis días esperando aquí sin animarnos a
continuar viaje.
—Buenas tardes, señores –contesta Alfredo, observando con aten-
ción al que lo saludó tan familiarmente sin acordarse de dónde lo había
conocido, y al ver que una mujer sale de la choza exclama–: ¡señora!,
disculpe que no la vi.
—Buenas tardes, caballero –contesta la mujer.
—Don Alfredo –dice nuevamente el viajero–, creo que usted no me
está reconociendo, yo soy el maestro de la escuela de San Ignacio, mi
nombre es Evaristo Méndez.
—¡Ah! –exclama Alfredo, golpeándose la frente con la mano–, ya sabía
yo que en alguna parte lo había visto. ¿Cómo le va en su escuela?
—Bueno, como estamos de vacaciones aproveché pa’ darme una
vueltita por Trinidad. Ahora estoy volviendo antes de que empiecen las
lluvias y todo esto se inunde.
—Ha tenido suerte, porque este año se atrasaron las lluvias –con-
tinúa Alfredo– y, pasando a otro tema, ¿se animan a seguir viaje ahora
mismo?
—Claro –contesta la mujer, que ha estado escuchando atenta la con-
versación–, si salimos ahurita podemos ir a dormir a la pascana de Ñiacha.
Más bien no perdamos tiempo y alistemos las cosas.
La mujer lleva mercadería para vender en San Ignacio. Una mula que
estuvo pastoreando tranquilamente cerca del lugar soporta con paciencia
el peso de la carga. No tardan ni media hora en ensillar la mula, cargar
los bultos de ropa y emprender la marcha.
Alfredo encabeza la caravana montado a caballo, les siguen los cinco
viajeros a pie y cerrando la fila va la mula jalada por su propietaria. El fusil,
bala en boca, preparado para cualquier ataque de los feroces toros cerriles,
es llevado por Alfredo quien mantiene una posición de alerta mientras
avanzan entre el ganado que come tranquilamente cabizbajo. La mayoría de
los animales, al ver acercarse a los intrusos, se retira con precipitación.
Habían avanzado apenas un kilómetro cuando, al cruzarse con otro
hato de ganado, observan que un macho overo negro levanta la cabeza,
bufa estrepitosamente, escarba el suelo con las patas delanteras y se lanza
al ataque. Alfredo lo ve venir y apunta con el fusil. El disparo asusta un
poco a su caballo, que aunque está acostumbrado a esos ruidos no deja
de advertir el momento de peligro. La bala atraviesa el ojo del toro enfu-
recido que, al sentir el impacto, da un brinco y cambia la dirección de su
carrera para caer agonizante unos diez metros más adelante. El resto del
Primera parte (1931-1935) 277
63 ne: Fruto silvestre de dos semillas con pulpa comestible, de color blanco, con
sabor agridulce y cáscara de color amarillo apergaminado.
278 Arreando desde Mojos
tiene que estar siempre en estado atlético. A propósito, al pasar por Tri-
nidad me encontré con un tropero al que le aconsejé que se venga con
su tropa de caballos hasta San Ignacio y yo creo que va a hacer buenos
negocios en esta zona.
Don Lino, dueño de la estancia San Andrés, había estado escuchando
callado pero atento toda la charla del visitante. Él también es aficionado
a las carreras y cada vez se juega sus billetitos y sus buenos novillos apos-
tando a las patas de sus caballos, solo que últimamente no tiene un buen
caballo, por lo que interviene en la charla y pregunta:
—Oiga, amigo, ¿y entre esa tropa no se fijó usted si el tropero trae
algún buen caballo cuadrero?
—A mi juego me llamaron –exclama el aludido–. Claro que me fijé
porque cuando yo encuentro una tropa no puedo con mi carácter y eso es
lo primero que hago. Hay dos, uno blanco brillante que tiene una buena
estampa y puede servir pa’ su lujo en el pueblo con una buena montura y
riendas con argollas de plata, o si no lo puede preparar pa’ las carreras por-
que tiene todas las cualidades necesarias. Pero hay otro colorao cariblanco
que no necesita disciplina porque ese debe ser su tapao64 del tropero.
—Gracias por el dato, amigo –dice satisfecho don Lino, mientras se
frota los espesos bigotes–. Y a propósito, ¿cuál es su gracia?
—Mi nombre es Lorgio Antelo pa’ servirlo, señor.
—Mucho gusto, amigo Antelo, es una satisfacción tenerlo en mi
casa.
Ha sido un rato agradable el que ha pasado Alfredo escuchando al
cruceño, mientras saboreaba una taza de aromático café ignaciano, tostado
en casa a gusto del patrón. Después de agradecer la hospitalidad continúa
su viaje hacia Dolores. Ha aprovechado para dejar la notificación a todos
los peones de San Andrés para que se presenten en Trinidad a fin de en-
rolarse en el Ejército y servir a la patria en guerra. Calcula que deben ser
cerca de las nueve de la noche y apura el paso porque aún le falta andar
casi una legua para poder descansar.
En Dolores ya todos duermen, cuando el alboroto de los perros
obliga al capataz a levantarse y recibir al viajero. Reconoce al sobrino de
la patrona y le ayuda a desensillar su caballo mientras Alfredo se dirige
a la casa grande a buscar alojamiento.
—A ver, Julia, levantate y hacé un cafecito pa’ invitarle a Alfredito,
traé de ese horneao que hicieron esta tarde…
—No se preocupe, tía –le corta Alfredo–, que en San Andrés ya tomé
café hace apenas una hora.
—Si no es por el café, hombre –dice la tía Dolores–, sino por saber
las novedades de Trinidad, ya que con el asunto de la guerra eso debe
estar que arde de actividad.
—Así es, tía, y esa es la razón principal para que yo esté aquí. Es ne-
cesario que envíe a todos sus mozos a Trinidad pa’ que se incorporen al
Ejército si no quieren ser declarados remisos o desertores.
—¡Pero, hijo! –exclama la señora Dolores–, ¿y quién se va a encargar
de las estancias si los hombres se van a la guerra? El ganado que tanto
trabajo ha costado amansar se volverá cerril otra vez.
—Mire, tía, usted mande nomás a su gente y si puede acompañarlos
hasta Trinidad va a ser mejor. Allá usted le explica al general Román
el problema y le pide que a uno de cada cuatro de sus mozos se lo
declare en comisión pa’ que le ayude a mantener la estancia. Yo he
sabido que otros ganaderos con establecimientos grandes así lo han
hecho, incluso a la Casa Suárez le han permitido dejar un 25 por ciento
de su personal en comisión. En una semana yo estaré de vuelta y la
puedo acompañar.
—Gracias –le dice la patrona de la estancia–, esperaremos tu vuelta
y nos iremos todos juntos –y después de meditar un rato continúa–. Esta
guerra será un desastre pa’ la ganadería… con lo que cuesta luchar contra
las inundaciones, las sequías y últimamente dicen que se ha presentado
en algunas estancias la peste de caderas pa’ completar los problemas. Yo
creo que de aquí no levantamos cabeza… en fin, que Dios y la Virgen nos
amparen de tanta catástrofe…
—Señora, el café ya está servido –le interrumpe la sirvienta.
—¡Oh! –exclama doña Dolores como despertando de un sueño–, me
había olvidado del café. Pasemos, Alfredito, olvidémonos un rato de las
cosas malas y contame algo de los amigos, y de lo que haya cambiado en
Trinidad, si siguen realizándose esos hermosos bailes a todo lujo, porque
lo que es yo, hace como diez años que no salgo de aquí… ya me he olvi-
dado de todo eso.
Casi una hora duró la charla porque doña Dolores quería saber todas
las novedades y preguntaba una cosa y otra. Por fin, al ver que los bostezos
de su sobrino son cada rato más seguidos, le dice:
—Bueno, Alfredito, quedamos en que en una semana nos vamos a
Trinidad. Yo creo que madrugarás mañana pa’ continuar tu viaje.
—Así es, tía –le contesta Alfredo–, con su permiso me voy a acostar
porque estoy un poco cansadito. ¡Que pase buenas noches!
280 Arreando desde Mojos
hg
A las cinco de la mañana ya es de día en esa época del año. Alfredo em-
prende la travesía nuevamente. Pasa por San Pedro, Las Abras, San Lucas,
Sipocure, Samayairi y desvía su camino para entrar al establecimiento
agrícola ganadero La Casualidad.
Don Francisco Rivero, en persona, sale a recibirlo con un fuerte abra-
zo. Es cerca del mediodía y la jornada ha sido bien aprovechada. Ha reco-
rrido cinco leguas en toda la mañana. Su caballo se nota cansado. Decide
quedarse hasta que baje el sol para continuar viaje al atardecer y vencer
las tres leguas que le faltan. Alguna vez, cuando era muchacho, había vi-
sitado el establecimiento acompañado de su padre y se había quedado
varios días impulsado por la hospitalidad que le brindaban los dueños de
La Casualidad.
—Pasá, Alfredito –le dice paternalmente el señor Rivero–. Vení a to-
mar un aperitivo antes de servirnos el almuerzo.
El edificio principal de la hacienda tenía techo de teja, cosa rara
en la región donde casi todas las casas se techaban con hoja de palmera
Primera parte (1931-1935) 281
66 ne: Árbol de madera muy dura y resistente, que se usa sobre todo en construc-
ción.
67 ne: Pueblo de tierras bajas, emplazado originalmente en la orilla derecha del río
Mamoré.
68 ne: Grupo étnico de la familia lingüística de los arawak que, juntamente con
otros, formaron parte de la misión jesuita llamada San Ignacio de Mojos fundada
en 1689.
69 ne: Árbol que constituye una variedad de palma espinosa y cuya madera, fuerte
y dura, se emplea en bastones y otros objetos de adorno por su color oscuro y
jaspeado (rae).
Primera parte (1931-1935) 283
por formar una estancia se va a perder por falta de brazos para vaquear el
ganado y que va a tener que ver cómo día a día sus vaquitas se irán alejando
hasta volverse cerriles nuevamente. Con sus dos ancianos ayudantes y algunas
mujeres podrán mantener solamente unas lecheras para proveerse de alimen-
to. Mientras dure la guerra, no habrá quién vaya hasta Trinidad. Habrá que
economizar la pólvora y los perdigones de su vieja escopeta porque va a ser
difícil reponer las municiones. Y de los trapos para la ropa habrá que cuidar y
remendar lo que tienen hasta que se pueda conseguir algo en San Ignacio.
—Mañana temprano saldrá el primer contingente. Caminando rápido,
en tres días pueden estar en Trinidad. Hay que repartir entre sus familiares
los víveres necesarios pa’ que aguanten hasta la primera cosecha. Yo saldré
pasado mañana a caballo y los alcanzaré por el camino.
En el viaje de retorno va empujando a la gente movilizada y haciendo
enviar víveres para el Ejército. Al llegar a San Andrés se encuentra con
don Lino, que está estrenando un hermoso caballo blanco con montura
mexicana y riendas con argollas de plata. ¡Todo un lujo!
—Felicidades, don Lino –dice Alfredo después de los saludos–. Veo que
los arrieros cruceños hicieron negocio al pasar por aquí.
—Claro que hicieron negocio los muy pillos –le contesta el ganadero–.
Tuve que pagar cien novillos gordos por el cuadrero y después me enteré
de que el tal Antelo había sido socio de ellos, que se había adelantado pa’
ir haciéndole propaganda a los caballos. Por un lado, el caballito es lindo
y tiene buena estampa, pero creo que pagué mucho por él y había que es-
cucharlos a los muy sinvergüenzas cuando les pregunté si lo vendían:
—No podemos –me dijeron– porque lo estamos reservando pa’ nues-
tro regresero. Usted no puede pagar el precio que vale.
Y cosas así por el estilo, hasta que yo me empeciné y pagué lo que
me pidieron.
—No se queje, don Lino –dice riendo Alfredo–. ¡A lo hecho, pecho!
Total, ahora que es suyo mándese la parte porque el animal es más ele-
gante y de repente puede desquitar algo de lo que pagó si lo mantiene
con entrenamiento y lo lleva a las carreras.
—Eso pienso hacer –dice don Lino–. Y, en cuanto a la gente que ha
estado llegando, no te preocupés, Alfredito, que yo te los voy a empujar
y junto con ellos enviaré los víveres que se me han solicitado.
Luego pampa, monte, pampa, río y el azul del horizonte que Alfredo
trata de grabárselos en la memoria para que cuando se encuentre entre
los espinales del Chaco esa visión sea un motivo más para defender con
ahínco su vida, pensando en su hermosa tierra que lo estará esperando
Primera parte (1931-1935) 285
9:00
Es un espectáculo impresionante y emotivo el que se ve en el puerto
Esquina Barrios del arroyo San Juan, donde estamos embarcando en dis-
tintas canoas para partir rumbo al Gran Chaco a defender la patria. Una
multitud de gente que forma una sola masa se confunde con nosotros en
cariñosos abrazos y llantos de despedida.
Cuando se dio la orden de salida, las novias y esposas de muchos
de los compañeros, con el agua a la cintura, no querían soltarse de las
canoas. Luego se vio infinidad de pañuelos que flotaban en las aguas en
señal del último adiós.
El viaje en canoa por el arroyo San Juan duró cinco horas hasta la
desembocadura en el río Ibare. Desde una de las canoas se escuchan las
notas de la banda de músicos “Oriental” mientras una botella de alcohol
rebajado con agua circula de mano en mano para disipar, o por lo menos
adormecer, en esta forma la profunda tristeza y emoción que embarga
nuestros corazones al alejarnos de nuestras familias, de los seres tan
queridos, de nuestra tierra amada y de todo lo que hasta hoy fue la razón
de nuestra existencia.
14:00
En la boca del arroyo nos espera el vapor Luis Antonio para trasbor-
darnos y seguir la marcha. Desembarcamos en la orilla y, después de
que nos hicieron formar en círculo, el señor Prefecto del Departamento,
don Carlos F. Garret, se intercaló entre nosotros y emocionado hizo un
discurso de felicitación y despedida. Le agradeció a nombre de la Com-
pañía 21 nuestro comandante, doctor Zenón Sandi. El teniente coronel
Crespo también habló para darnos con sus palabras un poco de valor y
resignación, exaltando el espíritu patriótico de los soldados. De entre la
Primera parte (1931-1935) 287
15:30
Embarcamos, largaron cables y empezó la navegación por el tranquilo
río Ibare. Los ánimos ya se han calmado un poco, la charla es animosa y
cada uno desahoga un poco su tensión de nervios recordando o contando
anécdotas de su vida y de sus hijos. Nadie quiere hacer mención de la
guerra.
24:00
En la oscuridad de la noche, al encostar, se escucharon los lamentos
de los habitantes del puerto de San Antonio de Loras al despedir a algu-
nos movilizados. Luego, aunque un poco incómodos, pudimos dormir un
rato después de que nuestros oídos se acostumbraron al golpeteo de las
olas del caudaloso río Mamoré sobre el casco metálico de la lancha.
Día 5 de febrero
10:15
Tenemos a la vista el puerto de Limoquije, donde el señor Mariano
Méndez Roca tiene amarrado un hermoso novillo que ha obsequiado a
la Compañía 21. Bajamos a tierra donde el señor Méndez nos espera con
caballos y carretones para invitarnos a visitar su hacienda. En todo el tra-
yecto vamos atropellando agua y barro. Unos van a pie y otros a caballo.
Los carretones se han quedado en el puerto. En la casa, la señora de don
Mariano nos invitó un rico cóctel como aperitivo mientras esperábamos
el almuerzo que resultó excelente. Había carne en abundancia. Comimos
y retornamos al barco inmediatamente.
14:30
El señor Méndez nos acompañó durante una media hora y luego
se regresó en su canoa, que venía de remolque de la lancha. Cariñosa
288 Arreando desde Mojos
17:30
Al llegar al puerto de Torno Largo nos esperaba su propietario, el señor
Manuel Melgar, con una mamona que inmediatamente fue embarcada
para tener reserva de carne. Fuimos invitados a bajar y a visitar su casa,
donde nos servimos un refresco de tamarindo. Nos llamó la atención que
haya podido conservar el tamarindo desde agosto. Algún día, si vuelvo, le
preguntaré cuál es el secreto. También nos regalaron una tablilla de leche71 a
cada uno. Permanecimos una hora y media en la casa y luego nuevamente
emprendimos el viaje. La noche era sumamente oscura y tempestuosa.
A lo lejos se veía la tormenta con sus relámpagos cual si fuera una fiesta
con luces de bengala. Se oyen los gritos de los marineros y la campana
de marcha y contramarcha suena insistentemente. Nos hemos salido
del cauce y estamos en una laguna donde la vegetación acuática no deja
avanzar al barco. Hemos dado vuelta, retrocedemos y por fin volvemos
al Mamoré.
Día 6 de febrero
10:30
Nuevamente la lancha ha encostado, esta vez en el puerto de la
barraca del señor José María Vásquez donde se carga más leña. Aprove-
chamos para bañarnos mientras otros juegan a la taba en la orilla. Todos
están entusiasmados con el viaje como si no quisieran acordarse del sitio
a donde hemos sido destinados. Después de una hora de descanso, suena
la corneta llamando a formación y a continuar la navegación.
12:30
El río Grande, que tanto da que hablar en el camino a Santa Cruz
por Guarayos, aquí se lo ve tan tranquilo que parece un arroyuelo al
71 ne: Postre tradicional del oriente boliviano, hecho a partir de leche, harina, azú-
car y canela en polvo.
Primera parte (1931-1935) 289
14:15
El viaje continúa rumbo al Sur.
17:00
En una curva del río nos encontramos con la lancha Estrella del Oriente
que viene de Todos Santos. Los dos vapores encostan y aprovechamos para
comprar algunas cositas en el almacén de a bordo. Saludamos a algunos
amigos y conocidos. A poco de reanudar la marcha encostamos en Puerto
Alegre para alzar un poco de leña.
Nuevamente aumenta la presión del caldero para mover las paletas
que impulsan el barco.
21:00
Llegamos a la boca del río Chapare y continuamos la navegación por
el río Chimoré. Mientras tanto, nosotros aprovechamos para descansar
un poco. Los que dirigen el derrotero continúan firmes en su puesto del
deber, toda la noche.
Día 7 de febrero
10:00
Encostamos para aprovisionarnos de leña. Mientras cargan las as-
tillas, ha ido disminuyendo la lluvia. Continuamos viaje y el día se va
componiendo.
17:30
Tenemos al frente la desembocadura del arroyo Muiva. En la orilla
nos invita a hacerle compañía el vapor Rodolfo Araúz que retorna del cam-
pamento Ichoa, después de haber dejado contingentes movilizados.
290 Arreando desde Mojos
Día 8 de febrero
17:30
Después de un día monótono llegamos a la boca del río Sacta y con-
tinuamos arribando.72
Día 9 de febrero
7:00
Formamos en cubierta y nos pasan revista por si alguien se hubiera
caído mientras dormía. Y eso no es nada raro, porque en el vapor Rodolfo
Araúz estaban llevando con la pierna rota al viejo Sosa que se había caído
en el viaje de ida del mismo barco mientras dormía y al caer se rompió la
pierna, pero aun así pudo nadar hasta la orilla donde lo habían encontrado
para llevarlo a Trinidad y poder avisar por radio a San Carlos, ya que en
la Compañía 11 lo habían declarado desertor.
9:00
Hemos llegado al campamento Isarzama en la desembocadura
del río del mismo nombre. No teníamos nada que hacer en ese cam-
pamento por lo que se continuó la marcha. El río Ichilo, que es el
que estamos arribando, tiene bastante agua con un turbión que acaba
de llegarle.
15:45
Estamos pasando frente a Puerto Dorado y desde la orilla nos saludan
cinco soldados que por suerte han conseguido quedarse en retaguardia,
aunque sus conciencias de patriotas les estén martillando para que con-
tinúen viaje hacia el campo de batalla.
16:45
El campamento Víbora está a la vista, pero como tenemos leña sufi-
ciente seguimos de largo.
22:00
La lancha se ha detenido en el campamento que está en la desembo-
cadura de un río que resultó ser el Ichoa. Hemos aprovechado para lanzar
la liñada73 y pescar un poco. No es mentira la fama que tiene el río Ichilo
y su gran riqueza en peces. Hemos sacado en cantidad suficiente como
para comer pescado por tres días.
Día 10 de febrero
14:00
La alegría de ver caras conocidas indujo a Serafín Rivero a gastarle
una broma a su amigo el Comandante de Puerto, subteniente Heraclio
Melgar, que consistió en ponernos a todos de acuerdo en omitir el saludo
militar y simplemente darle la mano. No le gustó el chiste y nos castigó.
Inclusive quería despacharnos adelante esa misma tarde. Nuestro coman-
dante, doctor Zandi, ha intervenido en el asunto y, calmados los ánimos,
saldremos recién mañana.
Día 11 de febrero
73 ne: Conjunto de hilo de pesca, plomada, anzuelo y una lata vacía. La “línea” se
enrolla en la lata y forma la “lineada”.
292 Arreando desde Mojos
Día 12 de febrero
Día 13 de febrero
Día 14 de febrero
Día 15 de febrero
Día 16 de febrero
Día 17 de febrero
Día 18 de febrero
Día 19 de febrero
Continuó la instrucción.
Día 20 de febrero
Día 21 de febrero
El río estaba lleno, tuvimos que cruzar a nado. A las ocho de la ma-
ñana llegamos a Santa Rosa y estuvimos haciendo averiguaciones para
294 Arreando desde Mojos
saber dónde conseguir víveres para la tropa. Yo seguí viaje hasta Taca a
saludar a una hermana que vive en esas regiones.
Día 22 de febrero
Día 25 de febrero
Día 26 de febrero
Día 17 de abril
Día 22 de abril
Día 28 de abril
—¡Alto! ¡De dónde viene! –fue la voz que escuché a mis espaldas. Yo
primero no atinaba a responder por el susto, pero luego me animé y le
conté que era un prisionero que por abusos del teniente Hurtado iba a
ser fusilado sin proceso. Seguramente vio en mi cara la desesperación,
porque me dijo: –Le creo, yo no he visto nada así que desaparezca antes
de que venga alguien.
No esperé la segunda invitación y fui a refugiarme a la última casita
del pueblo, donde una anciana me invitó un mate que parecía de té o paja
cedrón endulzado con empanizado. No me animé a caminar de noche por
la selva por lo que le pedí hospitalidad por esa noche. Me acomodé en un
rincón y con unos trapos que me prestó la viejita para que me sirvan de
almohada me dormí inmediatamente.
Día 29 de abril
Día 30 de abril
Día 1 de mayo
Día 2 de mayo
Día 3 de mayo
Día 18 de mayo
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supuse al principio. Espero que pronto termine esta guerra pa’ volver o
tal vez antes pueda escaparme…
—¡Calla! –le interrumpe la señora Ana Rosa, al ver acercarse al guar-
dia–. Estos remedios son para sus soldados –continúa, cambiando el tema–.
Cualquier cosa que necesiten yo procuraré volver antes de fin de mes.
—Gracias, señora, Dios se lo pague –responde el subteniente
Añez.
La entrevista concluye y en el ánimo de Alfredo se anida el gusanillo
de la fuga. Uno de los prisioneros había conseguido unas tijeras para cor-
tar fierro, que se mantuvieron bien ocultas hasta que fuese el momento
oportuno. Tres noches después, mientras la lluvia caía torrencialmente,
después de cortar los alambres, Alfredo y cuatro amigos inician la fuga
pasando por dos puestos de guardia. Los centinelas, protegidos de la lluvia
con sus frazadas, gritan la contraseña sin mirar a su alrededor.
Toda la noche caminan por el bosque tratando de seguir rumbo al
Norte, guiados por el resplandor que la luna llena mostraba, rompiendo
la barrera del cielo cubierto. Los fugitivos tienen que poner distancia de
por medio antes que se den cuenta de la fuga. La ventaja es que cinco
compañeros de prisión tienen la misión de contestar por ellos cuando
se pase la lista.
Como arma solo llevan un puñal, ya que las tijeras, después de corta-
dos los alambres, fueron regresadas al campo de prisioneros para ayudar
a otras fugas. Al amanecer encuentran una ternera que inmediatamente
es degollada y su carne, rociada con jugo de limón de una planta que había
en ese lugar, resulta exquisita después de tanto tiempo sin probar carne
vacuna. Cortan unos trozos, que son preparados al limón, y esperan en
ese lugar que llegue la noche para continuar el viaje.
La segunda noche nuevamente la lluvia cae torrencialmente, mientras
los fugitivos siguen caminando hacia el Norte. Al acercarse a las estancias
ganaderas les llama la atención que todas mantienen la luz toda la noche,
obligando a efectuar rodeos en cada uno de esos ranchos para evitar ser
denunciados. Si hubieran sabido que se trataba de los famosos jenecherús
o amanecedores, troncos que mantienen el fuego encendido toda la noche,
hubieran podido acortar distancias.
Al empezar la tercera noche se encuentran con una pampa, de unos
cinco kilómetros de largo, desde donde se divisa a lo lejos unas ondula-
ciones montañosas donde los fugitivos calculan que se halla el río Para-
guay. A medida que avanzan, lo que creyeron que era una simple pampa
pantanosa resulta ser el lago Ipoá, donde la gente dice que viven enormes
Primera parte (1931-1935) 301
hg
estribos donde apoyar los pies ni riendas para controlar la dirección del
aparato.
Al principio, los turbulentos vientos andinos no le permiten al capitán
de la nave ni un momento de distracción y tanto él como el copiloto man-
tienen tensos los músculos de los brazos tratando de controlar el avión.
Recién cuando se observa abajo la selva amazónica de la región del Chapare,
la turbulencia del aire deja lugar a una suave brisa del Norte que permite
a los tripulantes y pasajeros respirar más tranquilos y calmar un poco la
indisposición estomacal.
El capitán, tratando de levantar el ánimo de sus pasajeros, busca
conversación con Alfredo Añez, de quien tiene buenas referencias como
próspero ganadero del Beni.
—¿Contento de volver a casa? –le pregunta.
—Sí –dice Añez–, hace casi año y medio que salí y muy pocas noticias
he tenido durante ese tiempo… no sé cómo estará mi casa.
—Pero ¿en su estancia quedó alguien cuidando las vacas? –vuelve a
preguntar el piloto.
—Allá quedó el capataz, que por su edad no pudo ser movilizado,
pero de nada sirve si no tiene peones que le ayuden a vaquear el ganado.
Yo pienso que todo el trabajo que hice antes de esta guerra pa’ amansar
mis vacas ha sido en vano. Ahora hay que comenzar de nuevo.
—¿Y es muy sacrificada la vida del ganadero? –insiste el capitán, ya
con los nervios más calmados.
—Con decirle que la felicidad del ganadero radica en la seguridad de
que al día siguiente tendrá igual trabajo que el día anterior, se explica lo
difícil que es la vida en el campo –contesta Añez sonriendo.
Con los pasajeros ya más tranquilos, Añez continúa su explicación
al capitán de la aeronave.
—En realidad, la falta de mercado seguro pa’ la carne beniana no
permite mejorar los métodos antiguos, y el ganadero tiene que diversificar
su economía pa’ poder vivir tranquilo. Una temporada siembra caña,
arroz, maíz, yuca y plátanos. Luego se empieza la molienda pa’ tener el
dulce necesario, un poco pa’l consumo de la gente y otro poco pa’ llevar
a vender al pueblo y tener con qué comprar ropa, herramientas, armas
y municiones. Lo malo es que cada día se hace más difícil aumentar la
cantidad de animales porque con las inundaciones y las sequías muere
mucho ganado, ya sea ahogado, por sed, por hambre cuando se pudre el
pasto o por último porque se le ablandan las pezuñas al estar todo el día
en el agua y no tener un sitio seco donde dormir. A todo esto hay que
aumentar el problema de la peste de caderas, que ha llegado parece que
306 Arreando desde Mojos
Datos históricos
Camino San Borja a Huachi.- El contratista señor Belarmino Gutiérrez asegura que en
cuatro meses más, será puesto al servicio público la parte que le corresponde trabajar.
Consiguió que el Jefe de Reclutamiento le deje todo su personal y la autorización de
enganchar para su trabajo a los remisos y desertores al servicio militar.
Firmado: Rodolfo Ibáñez. Subprefecto de la Provincia Yacuma
San Borja - Huachi.-
En 1941 con la eficaz colaboración del Representante Nacional Sr. Miguel Mercado
Moreira y otros Senadores y Diputados a quienes comprometí, se dictó la Ley del 17
de abril de 1941 que declara Camino Nacional el que va de Tahua Cruz - Huachi a
San Borja y vota la suma de dos millones anuales durante diez años.
Con estos fondos, en 1942 se han consolidados los anteriores trabajos desde
Tahua Cruz y continuado hasta el Chorito, en una extensión de 70 kilómetros.
El año 1944 se han construido 10 km hasta Chacompampa, que dista dos
leguas de Cocapata.
Este camino que de Cochabamba va por Huachi hasta San Borja no solo tiene
la ventaja de comunicarse con el Beni intensificando el comercio entre los dos de-
partamentos y hacernos llegar al Atlántico, sino también incrementa la agricultura
en esas tierras fértiles y facilita la extracción de ganado para proveernos de carne,
necesidad harto sentida principalmente en los tiempos actuales en que el precio del
ganado es ya fantástico.
A fin de abaratar el precio de la carne he propuesto la idea de construir un
matadero en Chacompampa u otro punto adecuado para que el ganado a la salida
del bosque sea carneado y conducida la carne en camión a esta ciudad en el tiem-
po de cuatro horas cuando más, es así, saliendo el camión del matadero a horas
cuatro de la mañana, estaría en la ciudad a horas ocho para poder pasar inmedia-
tamente a Oruro y La Paz, así se evitará que el ganado al atravesar la Cordillera
del Tunari hasta llegar al llano de Quillacollo y Cochabamba, se despee, se enferme y
enflaquezca perdiendo en calidad y consiguientemente en precio. Algo más, el ganado
del Beni, acostumbrado al pasto solamente, a su llegada al llano de Cochabamba
no quiere comer ni alfa-alfa, ni cebada y se enflaquece necesitándose algún tiempo
para entrenarlo y habituarlo poco a poco a comer alfa-alfa poniendo gran cuidado
en que no sufra hinchazones y se muera, lo que aumenta el costo de la carne. Se
evitará todo esto con un matadero en la cima de la Cordillera, de tal modo que la
construcción del matadero, es condición complementaria a la extracción del ganado
por esta ruta…
Del informe del doctor Damián Z. Rejas, ex ministro
de Fomento y Comunicaciones de Bolivia.
[311]
312 Arreando desde Mojos
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construyan caminos que nos vinculen con el altiplano o con algún centro
de consumo, el ganadero no puede invertir dinero en hacer potreros de
engorde debidamente alambrados, si no puede comercializar su producto.
Mientras tanto, seguirá necesitando por lo menos cinco hectáreas por
cabeza de ganado y el latifundismo continuará.
—Eso lo sabemos nosotros –añade Azebedo a la opinión de Añez–
pero en La Paz los que manejan el gobierno solo conocen al Beni en el
mapa y no se imaginan lo que es criar ganado.
—Y eso pasa no solo con los ganaderos porque el agricultor tiene
los mismos problemas, ya que no puede ampliar sus sembradíos si no
tiene en qué trasladar sus productos hasta el mercado. Y aumentemos el
problema de la falta de gente que se dedique a la agricultura porque hasta
ahora no se puede reponer todo ese potencial humano que se movilizó
a defender el Chaco Boreal y que murió por la patria o se quedó en otras
ciudades donde encontró mejores condiciones de vida. ¡Con decirle que
este año se ha tenido que comprar arroz del Chapare!
Es algo monótono arrear ganado por esas pampas sin horizonte
definido, donde el caballo tiene que avanzar lentamente siguiendo el
paso de los novillos. Y cuando llega la hora del descanso, mientras los
animales se alimentan, la gente piensa en el despoblamiento de ese rico
y extenso territorio, piensa en su familia, sueña con ver llegar el pro-
greso al Beni y por donde se mire ver los tractores roturando la tierra,
con caminos o con surcos donde la semilla germine para que no haya
hambre en el mundo.
Ya por la noche, a la luz de una fogata y mientras hierve la olla con
el café batido, los dos amigos continúan su conversación.
—Al ver la inmensidad de esta tierra –empieza Añez, acomodando su
frazada como cabecera y las caronas del ensillado como mullido colchón–,
conociendo su fertilidad y sabiendo que nuestro problema principal es la
falta de brazos, se debería pensar en mecanizar la agricultura. Y aquí viene
el pero de siempre: ¡cómo hacemos pa’ llevar esos productos al mercado
del altiplano! Faltan caminos, miles de kilómetros pa’ llegar hasta las
fronteras. Además, hay que preparar a la gente mediante la enseñanza
en alguna escuela de agricultura.
—Lo malo es que no sabemos apreciar lo que tenemos –añade Azebe-
do– porque ya hubo una escuela así en la Loma Suárez, cerca de Trinidad
y tuvo que cerrarse por falta de profesores y de alumnos.
—Yo conocí esa escuela –le corta Añez–. Por esa época había regresado
del Chaco y me encontraba en Trinidad. En realidad funcionó durante
tres años pero sin presupuesto pa’ pagar los sueldos y la Casa Suárez trató
Segunda parte (1945-1965) 319
Datos históricos
Decreto Supremo
Art. 1º.- Acéptase la oferta formulada por el Sr. Medardo Solares en representación
de la Casa Suárez Hermanos, Sucesores, del Beni, para el establecimiento de una
Escuela de Agricultura y Ganadería, de acuerdo a las siguientes cláusulas:
a) El representante de la Casa Suárez, cede al Supremo Gobierno, gratuitamente
y por el término de seis años, un terreno de tres leguas cuadradas, situadas
dentro de las propiedades de la Casa entre las haciendas “La Loma” y “San
Borja” debiendo el proponente edificar por su cuenta un edificio destinado a
Escuela de Agricultura y Ganadería, en el citado terreno, distante de la ciudad
de Trinidad, tres leguas sobre la margen derecha del río Ibare.
b) Los terrenos apropiados para el desarrollo de la Agricultura, serán destinados
en su totalidad a estudios experimentales poniendo igualmente a disposición de
la Escuela, los ejemplares seleccionados del ganado equino y vacuno existente
actualmente en la propiedad, y los establos instalados.
c) El representante de la Casa Suárez Hermanos, Sucesores, pone igualmente
al servicio de la Escuela, y en carácter gratuito implementos agrícolas, como
arados, rastras de discos, cultivadores, abridoras de zanjas y arranca cepas
en número suficiente, así como el elemento de fuerza animal, necesario para
el manejo de las maquinarias industriales.
d) El Estado por su parte contribuye al funcionamiento de la Escuela de Agricul-
tura y Ganadería proporcionando los muebles, útiles y material de escritorio,
instrumentos de agrimensura e instalación de un laboratorio para el estudio de
las enfermedades animales y productos agrícolas, así como para la preparación
de medicamentos veterinarios.
e) El Estado dotará con fondos propios al personal docente, el que estará consti-
tuido por un Director Agrónomo-Veterinario, y dos ayudantes expertos en la
materia, cuyos haberes serán señalados oportunamente. El plan de estudio y
programa será materia de un decreto complementario.
f ) El Estado concederá ocho becas gratuitas, para los distritos provinciales del
Beni, número susceptible de aumentarse de acuerdo con la capacidad económica
Segunda parte (1945-1965) 321
del Tesoro Nacional, debiendo por su parte la Casa Suárez Hermanos Sucesores
sostener de seis a diez estudiantes seleccionados del personal de la casa.
g) A la terminación de los seis años del funcionamiento de la Escuela, y graduados
cuatro grupos de estudiantes, Suárez Hermanos Sucesores obtendrá el control y
dominio de los terrenos, edificios e implementos entregados por ella, quedando
de propiedad del Estado el mobiliario, útiles y enseres que hubiera aportado el
Supremo Gobierno.
Art. 2º.- Los fondos necesarios a que se refieren las cláusulas d), e) y f), serán
proporcionados del Superávit del Tesoro Nacional, mediante traspaso y decreto
especial.
El Señor Ministro de Estado en el despacho de Agricultura, queda encargado
de la ejecución del presente decreto.
En La Paz, a los 16 días de mayo de 1935.
322 Arreando desde Mojos
La tropa llega a Santa Ana cuando ya los últimos reflejos del sol se pierden
en el horizonte y se da la orden de descansar en una estancia a orillas
del río Rapulo. Al día siguiente llevan a pastorear al ganado sin alejarse
mucho de las casas.
El señor Azebedo cruza el río y en Santa Ana va directamente a
buscar a un conductor con quien ya ha viajado anteriormente: don
Serapio Vaca.
—¡Señora! –grita desde la calle, sin bajarse del caballo por miedo a los
perros tigreros que ladran furiosos a su alrededor–. ¿Está su marido?
—Sí, señor –contesta desde adentro la dueña de la casa–. ¡Serapio, te bus-
can! —grita dirigiendo la voz hacia el patio de la casa donde en una hamaca,
a la sombra de unos frondosos árboles de mangos, descansa el marido.
Al escuchar las voces y el ladrido de los perros, don Serapio sale a la
calle y se encuentra con el comprador de ganado.
—Buenos días, patrón –le dice al reconocer a quien en otra oportu-
nidad lo había contratado.
—Buen día, Serapio –contesta Azebedo–. Tengo un trabajito pa’ vos
y quisiera saber si estás libre como pa’ empezar ahora mismo.
—La verdad, patrón, es que mañana yo tenía que ir a hacer unos
corrales donde don Rómulo Parada, pero si el contrato es pa’ arrear ga-
nado al Acre me voy ahurita mismo, y arreglo la cosa de modo que otro
se encargue de los corrales y yo me dedico a buscar a mis arreadores.
—De eso mismo se trata –exclama Azebedo–. Tenés que contratar
unos veinticinco buenos peones porque los que me han acompañado hasta
aquí son de la estancia de Alfredo Añez y se regresan apenas entreguen
la tropa. Me tenés que conseguir unos diez caballos que me faltan y dos
carretones pa’ llevar los víveres y las camas.
—¿Y ya consiguió mulas, patrón? –pregunta don Serapio–. Porque,
si no, acaban de ofrecerme cuatro animales silloneros bien alimentaos
que se podrían comprar baratos.
—Aunque ya tengo algunas, si vos ves que sirven también las po-
demos llevar y además necesito ensillaos pa’ los caballos que se van a
comprar.
—Tiene suerte, patrón, porque hace una semana don Rómulo ha
traído unos lindos ensillaos de Santa Cruz.
Después de algunas otras órdenes e indicaciones se despiden. Don
Serapio inmediatamente empieza a recorrer el pueblo buscando a sus
arreadores ya conocidos.
La noticia circula rápidamente y por la tarde algunos jóvenes están
esperando para ver si consiguen contratarse. Aunque esos días no falta
Segunda parte (1945-1965) 323
hg
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El octavo día de viaje se recorre hasta Palma Flor a hacer mediodía y a dormir
a Siringalito. El paisaje va cambiando y la pampa ya no se ve tan amplia
81 ne: Quema anual de los restos de la cosecha o de arbustos, con el fin de habilitar
tierras para el cultivo.
Segunda parte (1945-1965) 329
En Cavador tienen que abrir una senda entre el follaje tupido para
llegar a las pozas que todavía mantienen agua en el cauce del arroyo
escondido en la floresta. El ganado ya está manso y puede ser arreado de
veinte en veinte cabezas a tomar agua.
La jornada continúa hasta Marimonos, donde nuevamente hay que
repetir el juego del rodeo durante toda la noche.
Con el ganado ya en tren de viaje, el arreo por la noche se vuelve
monótono y no es raro que alguno se duerma mientras su caballo avanza
para despertar en el suelo después de chocar contra una rama atravesada
en la senda.
Al mediodía la tropa está llegando a Pailón, sobre un afluente del
río Viata, y por la noche entrando a San Juan, la última estancia ubicada
a orillas del río Viata. Hay buen pasto, agua abundante y se decide dejar a
los animales en recuperación por un día.
—Oiga, don Jacinto –le dice Alfredo Añez al dueño de la casa–,
¿y a usted no le da miedo vivir en estos parajes tan alejados de la
civilización?
—Amigo Añez –le contesta–, el hombre se acostumbra a todo y la
verdad es que yo vivo más feliz cuando ya no pasan las tropas de arrieros,
ya sea en época seca o en tiempo de lluvias. Aquí no me falta nada, hay
cacería en abundancia pa’ escoger la carne que uno desee, no faltan ce-
reales porque las tierras son muy fértiles. Con proveerse abundantemente
de pólvora y munición, lo demás viene del cielo.
—Pero ¿y las ventajas de la ciudad no le atraen?, ¿las diversiones, los
bailes en sociedad, la política y tanta cosa diferente que hay por allá?
—No envidio ni extraño nada porque toda mi vida la he vivido aquí,
salvo algunas veces que he viajado a Río Branco. Allá he asistido a las casas
de diversión donde las mujeres le sacan a uno todas las ganancias por un
rato de placer, pero ni eso extraño porque, cuando mi mujer no puede
atenderme, aquí tengo varias criadas que solucionan mi problema y los
muchachos que nacen, bueno, son mis hijos y tienen todos los derechos
de la casa. En cuanto a la política, me da lo mismo si el presidente es Pe-
ñaranda, Busch o Villarroel porque yo no tengo ningún cargo público.
Alfredo Añez se queda un buen rato pensando en la felicidad de don
Jacinto, que no ansía mejorar porque lo tiene todo.
Pero aún no se ha avanzado ni la mitad del camino. Después de
despedirse del dueño de San Juan, los viajeros salen rumbo a Vera Cruz.
Antes de llegar se atraviesa una lengua de monte de una legua de ancho,
acortando el camino antiguo en unas cinco leguas. Se cruza el arroyo Vera
Cruz y se espera que baje un poco el sol.
Segunda parte (1945-1965) 331
82 ne: Dicho de una persona o de un animal, maltratarse los pies por haber camina-
do mucho (rae).
83 ne: Buey amansado para ensillarse y que se maneja con riendas. Hace las veces
de burro para atravesar terrenos fangosos (Bayo, op. cit.).
Segunda parte (1945-1965) 333
En realidad, para apurar el cruce del ganado, los troperos que venían
por detrás y que se instalaban en las diferentes pascanas esperando turno
enviaban de a dos peones por grupo, con lo que se facilitaba la tarea del
que estaba cruzando su tropa en el río.
En Copacabana se dejan los caballos para recogerlos a la vuelta pa-
gando pastaje por adelantado.
—De aquí pa’ adelante cada hombre se encargará de arrear 20 no-
villos –ordena el conductor–. Se les entregará cada día, después de su
desayuno, una porción de chivé y su pedazo de empanizao. Las jornadas
serán continuas y no hay parada al mediodía. Tienen que tener mucho
cuidado con las sendas gomeras que atraviesan el camino porque por ahí
se les pueden escapar las reses. Cuando eso les ocurra tienen que correr
por el monte pa’ salirles adelante. Van a tener mucho cuidado porque es
fácil desorientarse en la carrera. Pa’ llegar a Jenechiquía se tardan doce
horas, así que ya pueden salir, siguiendo al marucho.84
Las tropas van saliendo y por delante un muchacho con su corneta
de cuerno vacuno va guiando la marcha. Ese es el marucho.
Al llegar al río Madre de Dios se arrea el ganado una legua aguas
arriba para que al ser arrastrado por la corriente pueda encostar en Loreto
frente a Jenechiquía. Las tropas cruzan de 20 en 20, siempre guiadas por
un manso buey-caballo. Dos días se tarda en cruzar todo el ganado.
—Llevamos 21 días de viaje –dice Añez que, aburrido ya de tanto
andar, lamenta el momento en que decidió acompañar a la caravana–.
¿Cuántos días faltan?
—A ver –contesta Azebedo–, vamos a hacer un cálculo: en Maravilla
dos días, al río Orthon dos días más, a Nacebe otros dos días, luego a
Curichón y a Santa Rosa del Abuná, en total ocho días. Ahí se pierden
normalmente dos días en trámites e invitaciones a los aduaneros. A San
Francisco sobre el río Rapirrán otro día, y después de pasar la frontera
tres días más y estamos en Río Branco. O sea que aún nos faltan 14 días
pa’ llegar a destino.
—La verdad es que ya estoy cansado del viaje, yo no sirvo pa’ este
negocio, así que mejor me dedico a criar mis terneritos y que otro gane
la plata con los viajes al Acre.
Al ver que Serapio Vaca ha llamado a los arreadores, los dos ganaderos
se acercan al grupo a escuchar:
—El tramo que vamos a pasar hoy día –explica el conductor– es el
más difícil porque hay que cruzar el curiche del Sama que mantiene agua
todo el año y con el paso del ganado tiene el piso puro escalones. Hay
que medir bien el paso pa’ no caerse y llenarse las manos con espinas de
marayaú,85 planta que abunda en esta región.
—Don Serapio –pregunta un arriero– ¿y qué hacemos si algún novillo
se separa de la tropa?
—Lo dejan nomás, porque esta misma noche regresarán algunos a
buscar las reses perdidas mientras los demás esperan en Maravilla, solo
un día, ya que el ganado no tiene pasto pa’ comer. Hay una hierba que
se llama bella unión, que si a algún novillo se le ocurre comer se muere
en pocas horas, así que cada uno tiene que vigilar su tropa pa’ evitar
accidentes.
Y el viaje sigue con todas sus penurias. Tanto el dueño como los
arreadores se sacrifican en su alimentación y en su forma de dormir por
ganar unos billetes que no compensan tan terrible odisea de treinta y
cinco fatigosos días.
En Río Branco se entrega el ganado en las estancias Maya y Cía y
después de darle un adelanto al personal se les da permiso para divertirse
o emborracharse.
—Vamos a estar tres días –conversa Azebedo con Añez– y después
nos regresamos. El último día recorreremos todos los sitios de diversión
pa’ recoger a nuestros arrieros. Los pagos se entregarán cuatro horas antes
del retorno pa’ que puedan comprarse algo y no lleguen con las manos
vacías a sus casas.
—¿Y qué se puede llevar de aquí? –pregunta Añez.
—Cualquier mercadería que usted lleve de aquí es canjeable por
ganado y pa’ que se dé una idea le voy a hacer una relación de los precios
en el Beni: un sombrero de curi se cambia por un buey; una camisa con su
pantalón valen una vaca, lo mismo le pagan por una hamaca; por una caja
de alcohol le dan una yunta de bueyes grandes; por tres bolsas de sal de
treinta kilos le dan una vaca gorda, y si quiere mandarse la parte en Trini-
dad, llévese unos tres sacos de harina de trigo pa’ hacer pan de trigo.
—Si es así no hay razón pa’ llevar dinero y que lo asalten en el camino
–dice Añez, pensando en el degollado que encontraron en La Señorita.
—Como ese es mi negocio yo siempre vuelvo con mercadería y gano
por partida doble –responde Azebedo.
—Yo sigo pensando que este trabajo es muy sacrificado y la ganancia
no compensa el riesgo.
hg
86 ne: El enganche era un sistema de servidumbre por deudas que resultaba del
anticipo de pago en bienes o dinero, y originaba un endeudamiento creciente
para retener a los trabajadores.
336 Arreando desde Mojos
padre ni el hijo dieron señales de ser los dueños del ganado y la charla
fue sobre noticias que don Marcial había escuchado en su último viaje a
Trinidad, relacionadas con la política del momento.
—¿Y qué hacen por estos trechos? –preguntó el jefe de la pandilla.
—Hemos sido contratados por don Jesús Chávez pa’ arrear un ganado
desde su estancia hasta Trinidad y vamos a ayudarle a sus mozos.
—Lo que son las cosas –dijo riendo el ladrón–, mientras ustedes van
a traer ganado, nosotros llevamos hacia Santa Cruz esta tropa que hemos
comprado.
Por la noche, cuando todos se fueron a dormir, don Marcial se ofre-
ció acompañar al que iba a hacer la primera guardia. Conversó un rato
mientras preparaba y fumaba un cigarro y, cuando escuchó los ronqui-
dos de los demás, sacó su machete y de un solo tajo le cortó la cabeza al
atónito guardia que no pudo dar ninguna alarma. El hijo, que observaba
los movimientos de su padre, se levantó y degolló a los dos que estaban
durmiendo a su lado. Sigilosamente, padre e hijo se acercaron donde el jefe
de la pandilla y su segundo descansaban tranquilamente y, colocándose
cada uno al lado de cada ladrón, hicieron ruido para despertarlos. Estos
despertaron bruscamente y buscaron automáticamente sus revólveres sin
encontrar nada, por lo que el abigeatista principal exclamó:
—¡Qué pasa!
—No pasa nada –contestó pausadamente don Marcial–, simplemente
que queremos hacer unas pequeñas preguntas pa’ tranquilizar nuestras
conciencias.
—¿Dónde están los demás? –preguntó, presintiendo la respuesta.
—Están muertos.
—Pero, ¿por qué? –dijo asustado el ladrón de ganado.
—¿Recuerdan a la mujer que salió a defender su ganado? ¿Y recuerdan
a la muchacha que violaron y mataron ustedes en la estancia de donde
sacaron este ganado cuya marca está desfigurada?
Los dos hombres, paralizados por el miedo antes que por los cuchillos
cerca de sus cuellos, no dijeron nada pero sus rostros hablaron por ellos.
—No necesitan declarar nada, porque nosotros sabemos lo que pasó
sin necesidad de haber estado ahí y por el descanso del alma de mi mujer
y de mi hija ustedes deben morir.
Un solo tajo simultáneo y las cabezas cayeron mientras un borbotón
de sangre brotó de las yugulares, lavando así el crimen cometido contra
las indefensas mujeres. Padre e hijo esperaron que la claridad matinal
ilumine un poco el lugar y enterraron a los muertos aprovechando una
zanja, cavando la tierra con sus machetes. Luego juntaron el ganado y
338 Arreando desde Mojos
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primer surazo aumentan los lamentos, porque por cada cabeza de gana-
do caída por la inundación caen ocho o diez por el frío y el viento.
¡Cuando pasa el desastre hay que empezar de nuevo!
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empiecen con los bultos y aparecidos, que en estas soledades deben vivir
muy tranquilos. De todos modos me fregan la noche porque me hacen
dormir a sobresaltos.
—No seas miedoso, hombre –le corta Severiano– que nadie se muere
la víspera, salvo el chancho que muere la víspera del cumpleaños.
—No –contesta Julio–, si no tengo miedo de morir, lo que pasa es
que con los desvelos al día siguiente no puedo aguantar la caminata y hay
ratos que siento que siento que voy durmiendo en andando y cualquier
rato me daré un buen porrazo.
El río Quiquibé, con sus límpidas aguas saltando entre las rocas, des-
pide a los viajeros con su rumor de torrente. La marcha continúa hasta La
Cascada, una legua más allá, donde se encuentran con un derrumbe que
obstruye completamente el paso. Sobre la mula, entre las ollas y víveres,
se tienen algunas herramientas de zapa.
—Traigan las palas y las picotas –ordena Severiano– y empiecen a
limpiar la tierra. Los demás sacaremos las piedras grandes y los árboles
caídos. Pedro y Ramón se quedan a cuidar la tropa desde ese lado. Encien-
dan una fogata en medio camino.
—Con esto yo creo que vamos a perder un día –opina Alfredo
Añez.
—Así es, don Alfredo –contesta Severiano, sin dejar de arrojar piedras
hacia el barranco–, si no hubiera sido por el derrumbe, esta noche nos
tocaba dormir en Palos Blancos y tenemos que sudar fuerte si no quere-
mos perder dos días.
—¡Ojalá que no haya más derrumbes!
Todo el día duró la faena y cuando la noche fue borrando el color del
paisaje los agotados arrieros tenían una angosta senda para que pueda
pasar la tropa, con mucha precaución, apenas amanezca.
—Que cada uno se prepare un bastón resistente porque vamos a
servir de brete pa’ que los novillos vayan pasando por la brecha –ordena
Severiano, mientras con su afilado machete va preparando su bastón–.
Háblenle al ganado pa’ que no se asuste, pero no le griten porque puede
espantarse.
—¡Vamos chico! ¡Arre, arre! ¡Cuidao con ese que es bravo!
Cada uno, con su bastón listo para descargar el golpe en la frente
del animal, formando un brete humano, ayuda en la peligrosa tarea de
vencer el paso difícil. Al final no se pudo evitar la caída de tres novillos
al barranco. No pueden retrasar más el viaje y los dejan abandonados a
su suerte y a su muerte segura.
Segunda parte (1945-1965) 347
Al medio día pasan por el río Inícua y por la tarde, sin más percances,
llegan a Palos Blancos a orillas del río Alto Beni, donde hay un rancherío
con corral para las tropas de ganado que llegan desde Mojos. Se pastorea
a los animales en los alrededores donde hay unas manchas de capín,91
pasto que se ha ido extendiendo de alguna plantita llevada por algún
arriero.
Esa noche varía la rutina porque con el ganado encerrado los viajeros
pueden dormir tranquilos en el alojamiento-pensión de Félix Huanca.
—Este asado en olla lo venía deseando durante todo el viaje –dice Pe-
dro, mientras se sirve su cena con todos los condimentos de la región.
—Cuando la carne está bien preparada es difícil saber de qué animal
se trata –añade Severiano.
—A mi paladar no lo engañan así nomás –interviene Julio– porque
si esto no es ciervo seguro que es anta, pero por el gusto a hoja se trata
de carne de monte.
—Es anta –contesta Huanca– porque en estas regiones no se come
carne de vaca, aunque por aquí pasa el ganado en viaje a La Paz, donde
pagan mejor precio.
Al escuchar al dueño de la pensión, José Botelho se levanta y le dice
en voz baja a Severiano:
—Jefe, por qué no le ofrece al colla los tres novillos que se quedaron
en La Cascada.
—Tenés razón –y dirigiéndose a Huanca le dice–, oye, Félix, quiero
hacer un negocio con vos. Tengo tres novillos que se quedaron en La
Cascada y pensaba regresar mañana a traerlos, pero si te interesan te los
vendo bien baratos.
—¿Y cuánto vas a pedir? –pregunta Huanca, tratando de no mostrar
ningún interés.
—Mirá, por habernos atendido bien te los voy a dar a mil doscien-
tos bolivianos cada novillo, o sea al precio que se paga en San Borja, sin
contar el arreo.
—Pero es mucho problema el sacarlos del barranco y tal vez estén
muertos –dice Huanca–, mejor es que vayas nomás mañana y cuando yo
los vea te los compro.
—En ese caso los llevo hasta Santa Ana y me pagan el doble –se calla
un rato y continúa–. Está bien, te voy a rebajar a mil cien bolivianos, pero
ni un peso menos porque son novillos gordos y seleccionados.
—Te pago ochocientos –ofrece Huanca.
—Ni que los hubiera robao –contesta Severiano–. En ese caso, dentro
de tres días vuelvo por aquí y los saco, ya sin el problema de cuidar la
tropa.
Después de ofertas y contraofertas se firma el certificado de venta
por 1.000 Bs cada novillo, con documento para descargo ante el dueño
de la tropa.
La última jornada de seis leguas, por un camino que va paralelo al río
Alto Beni, conduce la tropa hasta Santa Ana de Huachi. Don Belarmino
Gutiérrez los estaba esperando rodeado de 12 compradores a los que se
les entregó el ganado.
El día diez los mozos descansan, lavan su ropa y con el valor del arreo
compran peinetas, perfumes, algún corte de saraza para el tipoy de su
mujer, collares, abalorios u otros regalos a fin de no llegar con las manos
vacías, pero siempre buscando cosas que no sean muy pesadas porque el
viaje de vuelta es largo.
De madrugada se reparten los víveres. A cada uno le dan tres latas
de sardina, un empanizado, un kilo de chivé, 20 panes de harina de trigo
y 12 tortas de carne.
Ni Pérez ni José Botelho aparecieron para salir junto a los demás. Con
las alforjas al hombro, tienen que hacer ahora doble jornada por día, ya
que no hay que andar al paso del ganado.
Se llega al atardecer al río Quiquibé y, como ya no hay motivo para
tocar la corneta del marucho, se debe encender fogatas y atizar constan-
temente el fuego para ahuyentar a las fieras de la selva.
—Pedro hace la primera guardia –ordena Severiano– y a medianoche
lo releva Julio. Mañana me toca el turno a mí con Ramón.
—¿Qué habrá pasao con José Botelho y con Pérez? –pregunta Seve-
riano.
—Seguro que se pusieron a beber toda la noche y el sueño les agarró
de madrugada. A esta hora deben estar lamentándose.
—Lo malo es que es peligroso andar solos por este camino, pero no
les queda más que afrontar la situación porque tienen que regresar de
todos modos.
Al día siguiente, mientras caminan por el sitio donde se quedó el novi-
llo overo negro, deciden bajar a buscarlo. No encuentran ni los huesos.
Sigue la caminata hasta llegar al río Yucumo.
—Ya me hallaba comiendo un asado con la carne del novillo –co-
menta Julio.
—Yo también –dice Pedro.
Segunda parte (1945-1965) 349
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92 ne: El rastro.
Segunda parte (1945-1965) 351
Ávila, Orlando Moro, Carlos Arteaga y Alfredo Añez. Dos días antes había
amanecido un hombre muerto en la plaza principal, con evidentes señales
de haber sido victimado con algún garrote o cosa similar.
—…y el cojudo de Cayo Muñoz –les comenta exaltado Álvarez– se
permitió sentar denuncia en la Policía de que yo había matado al camba
que amaneció tendido en la plaza. Yo podía demostrar que esa noche
estuve chupando en Puerto Almacén y que me había quedado a dormir
allá, pero decidí ir a hacerle una visita y a eso de las nueve de la mañana
toqué su puerta y me entré a la sala con el revólver amartillado. Apenas
apareció, todavía con piyamas, se lo puse al pecho y le dije que iría a la
cárcel pero por un motivo noble, o sea, por haber matado a un perro
socialero. Ahí nomás se me hincó, negó haber hecho la denuncia y se
comprometió a arreglar el asunto inmediatamente. En efecto, por la tarde
supe que había retirado la acusación.
—¡Cómo cambia la gente cuando consigue un cargo importante!
–comenta Ávila–. Antes, cuando era empleado público, andaba tras de
nosotros.
—Que porque juntan un poco de plata ya no lo conocen a uno, pero
ni falta que me hace la amistad de cierta gente –dice Álvarez.
—¡No somos todos! –le corta Ávila– porque yo tengo harta plata y no
por eso voy a cambiar de lo que he sido siempre.
—No lo dije por vos, hombre –contesta Álvarez, palmeándole la
espalda–. Pero es que hay gente que me enferma con sus ínfulas de gran-
deza, que porque nos ganaron las elecciones del 47 con sus trampas y
sus “Lucas Gómez”.
—¿Y quién es ese? –pregunta Alfredo Añez, que hasta ese momento
había estado escuchando la charla silenciosamente.
—¡Ah! –responde Álvarez–. Seguro que vos estabas en el campo pa’
las elecciones y por eso no supiste que los socialistas, pa’ poder ganar las
elecciones, trajeron a todos sus mozos y como ninguno sabía leer ni es-
cribir les enseñaron solamente a firmar. Había un camba que se llamaba
Lucas Gómez al que lo habían hecho ensayar su firma durante varios días,
pero al llegar a la mesa electoral se había olvidado y en su nerviosismo
escribió “Laca Gamos”, lo que anuló su voto.
—Pero, aún con todas esas trampas, el pir [Partido de Izquierda
Revolucionaria] mandó sus parlamentarios, por mayoría, en la represen-
tación beniana –añade Moro–. Aunque a nivel nacional el purs [Partido
Unión Republicana Socialista] nos ganó por menos de trescientos votos
en ochenta mil votantes.
352 Arreando desde Mojos
—De todos modos nos ganaron las elecciones –dice Álvarez– y a no-
sotros nos meten presos cada jueves y domingo, pero no nos van a hacer
cambiar de opinión, seguiremos siendo piristas93 aunque en el interior los
collas quieran disolver el partido sin consultarnos siquiera.
—Como pa’ demostrar que hubo trampas en las elecciones generales
–se anima a intervenir Carlos Arteaga, dirigiéndose a su amigo Añez–, pa’
las elecciones municipales, a fines de ese mismo año y con todo el poder
político en contra, el pir logró que sus munícipes elegidos puedan frenar
un poco el saqueo de la plata del pueblo, pero los pursistas94 no los dejaban
tranquilos y cada vez que había reunión teníamos que ir a defenderlos de
las peleas que se armaban en la puerta de la Alcaldía. Esto fue así hasta
que el peluquero Tordoya decidió salir adelante con su navaja de afeitar
abriendo cancha, corte a quien corte.
—Pero pudo degollar a algún inocente –dice Añez.
—Claro que pudo –le contesta Arteaga–. Pero de los que estaban en
la puerta ninguno era inocente y el que más o el que menos tenía un
palo pa’ defenderse.
La conversación fue interrumpida con la llegada de un joven que,
sofocado por la carrera, apenas podía hablar.
—¡Don Orlando! –balbucea dirigiéndose a Orlando Álvarez–. ¡La
Policía está atacando el cuartel general!
—¡Otra vez los pursistas y sus pacos! –dice Álvarez, levantándose
y saliendo del local seguido por todos–. ¡Vamos! ¡Anotá la cuenta, te pa-
garemos mañana! –le grita al cantinero que, absorto, los mira mientras
salen corriendo.
—¿Y dónde es el cuartel general? –pregunta Añez.
—Al final de la calle 6 de Agosto, frente al tanque de agua, en la casa
de doña Justa Gil –le contesta Ávila.
Al llegar a la esquina 6 de Agosto y Prefecto Carrasco ven que los poli-
cías, a caballo, vienen persiguiendo a un grupo de hombres y mujeres. Un
carretón está estacionado casi en la esquina. Álvarez y Añez, que tienen
revólveres calibre 38, se han instalado debajo del carretón, mientras otros
cruzan al frente para intervenir si fuese necesario. Dejan que pase el grupo
en retirada y comienza la balacera porque al ver que un caballo cae heri-
do los pocos oficiales también sacan revólver, mientras los policías rasos
retroceden inmediatamente al galope. El lugar está iluminado solamente
por el resplandor de la luna, que por la densa humareda de las pampas
no se deja ver. El servicio de luz eléctrica ya ha apagado sus generadores
a las diez de la noche, por lo que es difícil hacer blanco. Con el ruido van
llegando refuerzos gobiernistas y los piristas se van replegando hacia el ba-
rrio de Rancho Chico ubicado sobre el cementerio viejo, desde el Portal del
Centenario hasta el arroyuelo que lo separa del cementerio nuevo. Muchas
tumbas construidas de ladrillo y cemento, por la erosión del tiempo, han
sufrido deterioros dejando ver en su interior espacios vacíos que sirven a los
fugitivos como escondites provisionales. Además, la Policía evita ingresar a
ese barrio porque es peligroso para los encargados del orden público.
—¡Vamos donde mi compadre Ponciano! –dice Álvarez, después
de reunir el grupo nuevamente– y de ahí podemos mandar a alguien a
comprar una botella de alcohol pa’ rebajarlo.
Cada uno carga por costumbre una linterna en el bolsillo trasero,
así que no les cuesta llegar a la casa indicada. Una luz de lampión ilumina
la sala. Debido al calor sofocante la gente está en el corredor tratando de
averiguar el motivo de los balazos que se oían en el silencio nocturno.
—¡Buenas noches, compadre! –dice Álvarez al llegar.
—Buenas noches –contesta don Ponciano, tratando de ver en la
oscuridad de la calle quiénes son los visitantes.
—¡Soy su compadre Cuchillo Álvarez! ¿No me reconoce? –continúa
Álvarez.
—Hola compadre, pero usted siempre es bienvenido –dice el dueño
de la casa haciéndolos pasar–. ¡Seguro que eran ustedes los que estaban
haciendo un poco de bulla y dándoles trabajo a los pacos!
—Era solo pa’ que justifiquen el sueldo que ganan por mantener el
orden público –amplía Añez.
—Hace un rato –continúa don Ponciano– comentábamos con mi ve-
cino y yo le dije: “¡seguro que es mi compadre el de los balazos!”… pero
no se queden aquí, vámonos al corredor de adentro por si se les ocurre
pasar a los de la ronda más tarde.
—Oiga, compadre –dice Álvarez–, no tiene alguien a quien podamos
mandar a comprar una botellita de alcohol pa’ acompañarlo esta noche,
porque usted disculpará pero hemos venido a visitarlo y va a ser hasta
la madrugada.
—Faltaba más, compadre, ya sabe usted que esta es su casa y aquí
está su compadre pa’ acompañarlo.
—Lo único que no podremos hacer es traer la banda de música porque
se nos vienen los perros socialeros95 y ya por hoy tuvimos bastante.
—Eso es algo difícil –contesta Ávila– porque todavía hay harto ganado,
aunque sea arisco, que a lazo se puede agarrar. Lo de la cantidad puede
solucionarse con importación de ganado hembra, pero lo que hay que
cuidar es la calidad mediante el mejoramiento de razas, vacunaciones
periódicas, pastos cultivados para engorde, aguadas para tiempo seco y
alturas para época de inundación. Y en fin, que en eso tienen razón los
periodistas, pero ya sabemos que el gobierno no dará créditos al Beni
porque nosotros tenemos muy pocos votos para las elecciones.
—Hace poco –habla Moro– los senadores benianos interpelaron al
gobierno sobre las cantidades de divisas en dólares americanos que se
han entregado a los dueños de los frigoríficos y resultó la danza de los
millones… dicen que todo se ha hecho por conseguir dólares a cuarenta
y dos bolivianos y venderlos a cien. ¡Bonito el negocio!
—Pa’ los que son ganaderos –interviene don Ponciano con voz pau-
sada– esto de los frigoríficos va a resultar directa o indirectamente un
beneficio, pero pa’ nosotros los pobres y tal como he venido escuchando,
si se comienza a matar en forma indiscriminada, el ganado va a escasear
y muy pronto el kilo de la carne se irá por las nubes. La comida en el Beni
es a base de carne y arroz, no se olviden de eso, por lo que yo creo que
los frigoríficos serán la ruina de los benianos.
—Don Ponciano tiene razón –dice Álvarez– y por eso en los postulados
del pir se contempla siempre que hay que tomar en cuenta la opinión del
pueblo antes de proceder a hacer algo que perjudique a la economía popular,
pero… esto está muy conversado así que… ¡salud!
—¡Salud! ¡Y viva el pir! –grita Arteaga que ya estaba dormitando con
la charla de sus amigos.
—Hay algo más –empieza nuevamente Ávila– como ventaja de la insta-
lación de los frigoríficos y es la compra de aviones para el traslado de carne,
que a su vuelta nos traerán productos del altiplano a mitad de precio.
—Bueno, carajo –dice Álvarez– ya me cansaron con eso de los frigorí-
ficos… mejor nos vamos a comer una patasca96 donde doña Severa porque
ya me dio hambre… supongo que los pacos ya se habrán ido a dormir.
—¡Vamos, don Ponciano! –dice Añez desde la puerta.
Datos históricos
Petición de informe de los senadores por el Departamento del Beni a los Ministros
de Hacienda, Economía y Agricultura sobre los siguientes puntos:
1) ¿Qué cantidad de divisas se ha otorgado para la implantación de la industria
de frigoríficos en el país y a qué empresas, indicando las cantidades concedidas
a cada una de ellas?
2) ¿Cuál es la capacidad financiera de las firmas concesionarias?
3) ¿Cuál el estado de las instalaciones industriales realizadas hasta el presente
por esas mismas empresas?
4) ¿Cuál la capacidad de producción diaria de carne refrigerada en el Beni, de cada
una de esas empresas y cuál la relación con la cantidad de divisas otorgadas
a cada una de ellas?
5) ¿Qué maquinarias se han adquirido en el exterior con las divisas concedidas y
cuáles las importaciones efectuadas a la fecha?
6) ¿Está en relación la concesión de divisas para la importación de aviones con la
capacidad de producción de carne de cada una de las empresas?
7) ¿Cuál es el plan de las empresas frigoríficas para el fomento de la ganadería
del Beni?
8) ¿Cuáles son las condiciones en que se han suscrito los respectivos contratos con
las firmas industriales de los frigoríficos y término de su cumplimiento?
9) ¿En qué forma ha asegurado el Gobierno el cumplimiento de las cláusulas de
estos contratos y si las firmas concesionarias están obligadas a la devolución
de las divisas recibidas en caso de incumplimiento?
10) ¿En qué condiciones se desenvuelve el proyecto de Reyes de la Corporación
Boliviana de Fomento y cuál es la producción diaria actual de carne para el
abastecimiento de los mercados de consumo y a qué costo?
11) ¿Con cuántos aviones cuenta la Corporación Boliviana de Fomento, para el
transporte de carne de Reyes a los centros de consumo y cuál es el costo mensual
de su mantenimiento?
Segunda parte (1945-1965) 357
12) ¿Cuáles son las existencias de ganado con que cuenta actualmente la Corpo-
ración Boliviana de Fomento para el abastecimiento de carne a los centros de
consumo?
13) ¿Cuál es el programa o Plan del Ejecutivo para la defensa y fomento de la
industria pecuaria de la República de Bolivia y del Beni en particular?
Transcríbase al Poder Ejecutivo.
358
Datos históricos
Informe del Ministerio de Hacienda sobre monto de divisas a los Frigoríficos “Balli-
vián”, “Los Andes” y “Suárez Hermanos”
Nº 4/53/50 - La Paz, 4 de mayo de 1950
Al Señor:
Presente.-
Tengo el agrado de referirme a su atento Oficio Nº 66/50, de fecha 15 de
abril último, mediante el que se ha servido transcribirme solicitud del Delegado
por Pando, H. Ismael Zuazo Rioja, pidiendo informe detallado sobre las divisas
concedidas a los frigoríficos: “Ballivián”, “Los Andes” y “Suárez Hnos.”.
En respuesta, me cumple consignar los siguientes datos proporcionados por el
Banco Central de Bolivia:
Frigorífico “Los Andes”
Para adquisición de tres aviones $us 155.000.-
Complemento del anterior $us 25.520.-
Diseños, planos, complemento de los anteriores $us 21.980.-
Para adquisición de un equipo de refrigeración y
de radio comunicaciones $us 490.000.-
Total $us 692.500.-
Frigorífico “Ballivián”
Para adquisición de aviones, gasolina, repuestos
y cámaras frigoríficas $us 224.545,70.-
Total $us 224.545,70.-
Datos históricos
Informe del Gerente del Banco Central sobre los créditos en moneda nacional con-
cedidos a las Empresas Frigoríficas
La Paz, 3 de mayo de 1950
Al señor:
Presidente de la Comisión Legislativa
De la H. Cámara de Diputados
Presente.-
Señor:
Nos cumple referirnos a su atento Oficio Nº 74/50 de fecha de 21 de abril último,
dirigido a nuestro señor Presidente, en el cual mencionando haberse aprobado una
moción presentada por el H. Ismael Zuazo Rioja, Representante Nacional por Pando,
se sirve Usted solicitarnos una información sobre los créditos en moneda nacional
concedidos por el Banco Central a las empresas frigoríficas, para la explotación de
la industria ganadera del país.
Sobre el particular, nos cabe hacer conocer a Usted a continuación un informe
que absuelve los puntos enunciados en su citada nota.
1º. Frigoríficos Ballivián Ltda.- Por resolución del Directorio del 23 de diciembre de
1949, se otorgó a esta entidad un préstamo comercial de Bs. 3.000.000.- a 90
días de plazo, con un interés del 10% anual y con la garantía de la firma social
Johansson y Cía S.A. Este crédito tiene un saldo actual de Bs. 2.875.000.- con
vencimiento al 21 de mayo en curso.
2º. Frigoríficos Los Andes A.A.- Esta entidad no ha obtenido crédito en el Banco,
para los fines en cuestión.
3º. Suárez Hnos. Soc. Resp. Ltda.- Mediante resoluciones del Directorio de fechas
12 y 25 de agosto de 1949, se concedió a esta firma social:
a) Un préstamo comercial por Bs. 10.000.000, a 90 días plazo, con el interés del
10% anual y con la garantía de sus propiedades en Cachuela Esperanza y su
establecimiento “Ivon”, consistentes en edificaciones, terrenos, maquinaria
Segunda parte (1945-1965) 361
hg
Ingeniería, que por motivos especiales no han querido firmar en los registros
del partido gobernante y que, entusiasmados por los exorbitantes sueldos que
ofrece el Punto Cuarto, se han contratado para estudiar una posible ruta desde
Caranavi hasta el río Alto Beni. Esta institución caminera mixta, boliviano-
norteamericana, tratando de facilitar el ingreso hacia la colonización de las
fértiles tierras de los Yungas paceños, se ha propuesto vencer los obstáculos
que la montaña pone a quien trata de modificar el paisaje natural.
Frente a ellos, imponentes, se alzan los farallones que forman en el
fondo de su precipicio el famoso río Coroico. Absortos miran la masa de
granito que hasta esa fecha no pudo ser vencida y está ahí, como un freno
al paso de la civilización.
—Hasta aquí, como han visto –explica el ingeniero norteameri-
cano Gordon Dabney, director del Punto Cuarto–, se pudo llegar con
camino, que aunque le falta mucho para llevar ese nombre, permite
por lo menos llegar sobre cuatro ruedas. El trabajo de ustedes, como
ya se les explicó, consiste en salir a Caranavi y de allí organizar la
exploración hasta encontrar el río Alto Beni.
Al observar que la senda de herradura va orillando el río, con mucho
riesgo de vidas y cabalgaduras, uno de los militares observa:
—Ingeniero Dabney, una simple pregunta, ¿hay todavía turbiones en
este río, pensando que ya estamos en el mes de junio?
—Este río es peligroso todo el año –contesta el aludido– y esa ha
sido una de las razones por la que nunca antes se pudo continuar con la
construcción de este camino.
Ese día, 10 de junio de 1953, se encuentran en El Choro, punto fi-
nal del camino que una década antes construyera la Empresa Cristian y
Nielsen. Las cristalinas aguas del río dan una sensación de paz y tranqui-
lidad al lugar. De arriba cae una tenue llovizna producida por el choque
de las innumerables cascadas, que cual trajes de novia van transforman-
do con su rocío la tétrica montaña en un panorama lleno de vida y es-
plendor con la densa vegetación que cubre completamente la roca.
—Yo les aconsejo –vuelve a decir Dabney– que apenas lleguen los
topógrafos y los soldados que completan el grupo, todos se trasladen uno
o dos kilómetros más adelante, o sea detrás de los farallones, por si acaso
llegue la riada esta noche. Mientras tanto, que las mulas con el mulero
vayan vadeando el río para ganar tiempo.
—La idea es buena –dice el doctor Max Sheir, Jefe de la Comisión
de Exploradores–. Así que antes de que nos agarre el cansancio nos pon-
dremos en movimiento y, como ustedes van a retornar con la vagoneta,
368 Arreando desde Mojos
cuando se crucen con el camión de los topógrafos, por favor, les explican
el sitio donde estaremos acampados esperándolos.
—Si es así –comenta Antonio Bazoberry, poniéndose la mochila al
hombro y empezando la caminata– yo me voy adelantando para instalar
mi carpa temprano. ¡Vamos, muchachos!
Después de despedirse del director del Punto Cuarto, inician el vadeo
del río Coroico. Adelante, haciendo equilibrio entre las resbalosas pie-
dras de la orilla camina Bazoberry seguido de cerca por Enrique Vargas
Guzmán, pisándole los talones sigue Hugo Ortiz Matos, guiando con sus
pisadas al doctor Sheir, y cerrando la marcha, René Adriázola y José Luis
Belmonte. Todos ostentan el flamante grado de capitanes del Ejército de
Bolivia y el título de ingenieros militares.
—Todavía sigo dolorido de tanta inyección y vacunas que me han
metido –comenta Vargas Guzmán.
—Yo estoy igual –le responde Bazoberry–. He quedado inmunizado
para toda la vida y contra todo virus o peste que se presente en la zona.
Así voy a llegar a viejo sin enfermarme.
—Si no te atacan los salvajes que hay en esa zona a donde estamos
yendo –comenta Vargas queriendo asustar a su compañero, pero sin estar
muy seguro de no sentir un escalofrío por la espalda.
—Claro que también hay la posibilidad de un encuentro con un
tigre, un oso, un puma o cualquier otra fiera de la selva, sin descontar
a las víboras o a los mosquitos que nos puedan dejar para siempre como
cruces al costado del camino –completa Bazoberry.
—Mejor nos callamos –le corta Vargas–, no vaya a ser que seamos
boca-calientes97 y después tengamos que lamentarlo.
Y la verdad es que cuando los contrataron les habían explicado
que si pagaban un buen sueldo era porque el trabajo no estaba libre
de peligros. Les habían dicho que la zona de Caranavi, donde no había
más que una hacienda aislada, era considerada insana, por lo que antes
de iniciar el viaje fueron obligados a vacunarse contra la fiebre amari-
lla, la malaria, el paratifus, la viruela y otras enfermedades tropicales
que figuraban en las listas de la Sanidad de La Paz. Además, se les
había entregado copias de los únicos mapas de la región a estudiarse,
que habían sido dibujados por los jesuitas o por los franciscanos, dos
siglos atrás.
Días antes, a fin de reconocer el terreno, los llevaron en un avión
militar DC-3 a sobrevolar la zona para que puedan grabar en la memoria
mejorar sus curvas, sus rectas y sus pendientes, a fin de permitir la cons-
trucción a breve plazo.
Cuando el alboroto pasó, empiezan las órdenes para iniciar la
travesía.
—Revisen bien que los instrumentos topográficos y el papel se distri-
buyan sobre varias mulas por si tenemos la mala suerte de perder alguna
otra –ordena el doctor Scheir.
—En ese caso, que se haga también una buena distribución de los víveres
–añade Vargas, mientras dobla cuidadosamente su carpa de campaña.
Los soldaditos distribuyen las innumerables latas de alimentos al
mando de un topógrafo que ostenta el grado de sargento. La cantidad de
alimentos es tal que si no tuvieran a disposición las siete mulas restantes
hubiera sido muy difícil emprender la marcha con esa carga sobre las
espaldas.
Cuando todo estuvo en orden y después de tomar desayuno empieza
la marcha. Las mulas van delante con un grupo de soldaditos que son los
encargados de preparar el nuevo campamento unos diez kilómetros más
adelante. Para el mediodía cada uno lleva en su mochila la ración enlatada
suficiente, y recién al caer la tarde podrán probar una comida caliente.
Con brújula, eclímetro y midiendo las distancias con pasos se van com-
pletando los planos existentes para que sirvan de base a los topógrafos
que se encargarán del estudio posteriormente.
—Mira –le dice Belmonte a Bazoberry–, según estos planos, desde La
Paz hasta El Choro hay 140 kilómetros que seguramente los han medido
cuando construyeron el camino, pero de aquí hasta Caranavi la distancia
marcada de 35 km. Yo creo que es aproximada y si trabajamos con pasos
seguirá siendo un dato malo. Lo interesante hubiera sido que hubiéramos
traído una huincha para medir las distancias.
Belmonte es un militar tan callado que con todo lo que dijo ese rato
ha cumplido con su cupo de palabras al día.
—Oye, Luchito –le responde Bazoberry–, en realidad a nosotros nos
están pagando por explorar de Caranavi en adelante y esto que estamos
haciendo es solo para recabar información básica, ya que vendrán otros
a completar este trabajo. Yo pienso que sería interesante si alguno de
nosotros vuelve para continuar esta labor. Tal vez yo me anime a volver
el próximo año.
—¡Yo no vuelvo! –es la escueta respuesta de Belmonte para dar por
concluida la conversación, mientras se dedica a calcular ángulos y dis-
tancias para anotarlos en la libreta de campo. ¡Ironías del destino! Al año
siguiente volvió Belmonte a recorrer esas regiones como topógrafo del
372 Arreando desde Mojos
aventura de llevar sus productos en callapos, a través del río Coroico, para
venderlos a los mineros de Teoponte, Guanay e inclusive de Tipuani.
Los naufragios acobardaron a los colonos españoles que uno a uno
fueron saliendo hacia La Paz, donde trabajaron como albañiles, carpinteros
y varios otros oficios.
—Señor Gracia –le dice el doctor Scheir al español que era a la vez
Alcalde de Alcoche, Jefe de Policía, notario, profesor y vecino notable–,
necesitamos su colaboración para conseguir algunos peones a fin de
cumplir nuestro objetivo.
—Pues bien –contesta entusiasmado el español–, faltaba más. Aquí yo
soy un simple inmigrante, pero si ustedes han venido a estudiar el camino
es una obligación de todos los habitantes colaborar en ese trabajo. Ahora
que, si aparte les pagan un salario, no va a ser difícil conseguir la gente.
—Preferimos que sean jóvenes y estén sanos –añade el doctor Scheir
recordando a la gente de Caranavi–, mejor si alguna vez, como cazadores,
han recorrido la zona que queremos explorar –y mostrando sus anticuados
mapas continúa–. Nos interesa llegar a Teoponte y luego seguir el curso
del río Kaka hasta algún punto para de allí separarnos hasta encontrar
el río Alto Beni.
El español escucha atento y lamenta que ese trabajo no se haya
efectuado unos años antes de que sus compatriotas hayan desertado
precisamente por falta de caminos. Luego, como haciendo un poco de
memoria, exclama:
—En Teoponte van a encontrar a algunos jóvenes que trabajaron con
la Empresa Bolinca haciendo prospecciones auríferas, precisamente en
el río Kaka, que tenía su campamento en un sitio llamado Sipiapo, por
donde ustedes tienen que pasar. Ellos les van a servir de guías porque
conocen bien la región.
La conversación dura un largo rato y la permanencia en Alcoche dura
otros tres días más.
En ese tiempo las otras seis mulas se han infectado con un gusano
conocido con el nombre de boro,98 agravada la situación con el problema
de que cada noche los vampiros99 han ido consumiendo la sangre de los
animales, al punto que, cuando las comisiones quisieron partir, las mulas
ya no pudieron estar en pie y tuvieron que ser abandonadas.
98 ne: Larva parásita de climas cálidos, que a veces alcanza a introducirse en la piel
humana.
99 ne: Murciélago vampiro común. Ataca al ganado y a ungulados salvajes; muy
raramente a los perros y al hombre.
Segunda parte (1945-1965) 375
sin animarse a darle el tiro de gracia pensando tal vez en sus hijos o en
sus sobrinos. Desde ese día se suprime la carne de mono en el menú.
El bosque se torna cada día más denso y los árboles más altos y
coposos no dejan pasar ni un halo de luz solar. El suelo, cubierto por la
hojarasca, da la sensación de andar sobre una mullida alfombra, pero se
tiene que ir con cuidado porque el rato menos pensado algún agujero ta-
pado por las hojas puede producir una fractura de pierna o por lo menos
un tobillo luxado.
—Para evitar sorpresas en el suelo –dice Bazoberry– que cada uno
lleve a manera de bastón una varilla y vaya tanteando el terreno.
Debajo de la arboleda muy pocos arbustos sobreviven, por lo que el
trabajo del machete ha disminuido. Bazoberry ha cortado una rama bas-
tante recta y para que se vea más elegante le ha quitado completamente la
corteza con su puñal, quedando al final convertida en un hermoso bastón
blanco. No se sabe qué resina tendría la varilla, pero el resultado es que
en contacto con la piel de las manos comienza a producirle una alergia
tan violenta que el sanitario tiene que efectuarle una sangría tratando de
aliviar la situación.
Llevan ya dos meses de caminata y cada día se encuentran con nuevos
ríos y arroyos que no figuran en sus primitivos mapas y que son bautizados
con los nombres de los integrantes de la comisión. Después tienen que
usar nombres de aves, de animales o de lo que se les ocurre. Los expertos
conocedores se han fugado una noche después de que la senda se separó
de las márgenes del río Kaka.
—Yo creo, mi capitán –opina un sargento– que debemos retornar por
el mismo camino por donde hemos venido, porque me da la impresión de
que vamos caminando paralelamente al río y ya nos hemos alejado bastante
del sitio que teníamos que encontrar…
—No, es más fácil continuar –le interrumpe el capitán Vargas– y si
seguimos con rumbo Este clavado llegaremos al río Alto Beni.
Temprano comienza la caminata ese día, no obstante la persistente
llovizna que ha empezado a caer en la zona. El cansancio se ve no solamente
en los rostros de los exploradores, sino al levantar los pies para evitar los
innumerables bejucos que cual serpientes obstaculizan el paso, provocando
a cada rato la caída de los agotados viajeros. Las plantas espinosas aumentan
el malestar general cuando alguien trata de aferrarse a ellas para evitar la
caída. Ejércitos de insectos de las más variadas especies y tamaños inyectan
con sus afiladas agujas un poco de ácido a la piel y succionan sangre, como
si en toda esa región no tuvieran otra fuente de alimentos.
Segunda parte (1945-1965) 377
hg
Datos históricos
hg
Igual que todos los años, los preparativos para salir a San Ignacio a pasar
la fiesta comienzan dos semanas antes. Hay que dejar todo en orden. En
el puesto La Bellacada se quedará como cuidador Carmelo Ichu, un mu-
chacho que trabaja junto a Juanito Nojune, quien a la sazón ya frisa los
45 años. Rosita, su mujer, ha envejecido más rápido y aparenta ser mayor
que su marido, tal vez porque después de ocho embarazos ha quedado
bastante rellena de carnes. De sus hijos solo han sobrevivido cuatro, los
demás no llegaron al primer año de vida.
Después de diez días de ausencia y de fiestas, Juanito decide quedarse
un día más en la estancia principal, antes de seguir viaje de vuelta a su
rancho.
De los que batallaron junto al patrón desde el principio, solo queda
Francisco Semo, actual mayordomo. Los otros mozos son gente nueva.
Por la noche, y con esa confianza que le otorga el haber trabajado
con Alfredo Añez durante casi treinta años, apenas termina de cenar,
Juanito le informa:
—Patrón, por fin pude averiguar por qué se le fueron los peones que
tenía usted el año pasao.
—Algo yo supe –lo interrumpe Añez– de que se fueron a buscar la
Loma Santa100 o algo por el estilo.
100 ne: El auge de la explotación del caucho, a fines del siglo xix, trajo a tierras mo-
jeñas una oleada de criollo-mestizos ávidos de riqueza. Entonces, la población
indígena de la región fue conducida a las barracas caucheras en condiciones de
esclavitud que produjeron un drástico descenso demográfico. Ante tales circuns-
tancias, empezó a revivir la ancestral idea de retornar a los parajes de donde
habían sido sacados por los misioneros. Así se inició el movimiento de la “Loma
Santa”, un mito que en varios momentos volvería a recorrer las comunidades
indígenas del Oriente, haciendo que los indígenas dejen los pueblos. En la Loma
Santa esperaban encontrar aquello que los invasores les quitaron: libertad y se-
guridad material (Jürgen Riester, En busca de la Loma Santa, La Paz: Amigos del
Libro, 1976, pp. 48 y 311-339).
Segunda parte (1945-1965) 393
—Así es –le dice Juanito–, pero los detalles nadie los sabe y los que
volvieron este año no quieren contar nada, porque tienen vergüenza de
lo que les sucedió.
—¿Y vos cómo lo supiste?
—Por pura casualidad, patrón –contesta Juanito– pura casualidad…
sucede que en la víspera de la fiesta del Santo San Ignacio me fui a Belén,
o sea, al Cabildo, a tomar unos vasitos de chicha y allí me encontré con mi
compadre Cándido Malale, que el día anterior había regresao después de
más de un año que salió del pueblo. Durante un tiempo había estao bus-
cando la Loma Santa y al final se quedó en Pueblo Nuevo a hacer chacos.
Al principio no quería contar nada, pero cuando la chicha se le subió a la
cabeza empezó a llorar y a pedir perdón al Santo San Ignacio por haber
abandonao su pueblo… Al fin se armó de coraje y en un rincón apartao
me contó a mí solamente todas sus penurias…
Transcurría el año del señor de 1958. En la apacible capital de la
provincia Moxos todo era tranquilidad y bienestar. El tiempo no valía
nada. San Ignacio hasta entonces era una población aislada del resto del
departamento porque, por no estar a la orilla de un río navegable, no tenía
comunicación fluvial. Para llegar por tierra a través de la senda que existía
hasta Trinidad se necesitaban cinco días en carretón o tres a caballo, bien
andados. Y la vía aérea atendida por el Lloyd Aéreo Boliviano con sus aviones
DC-3 solo tenía como itinerario un vuelo semanal, el día miércoles, con
la agravante de que, cuando llovía y la pista de aterrizaje se ponía inope-
rable, el vuelo se postergaba hasta la siguiente semana. Sin embargo, este
aislamiento no influía para nada en la tranquila vida de los ignacianos que
solo se preocupaban del tiempo para saber cuándo era la fiesta patronal y
cuándo había que ir al campo a marcar la parición del año.
El sábado 5 de julio llega a San Ignacio un personaje que dio mucho que
hablar entre los vecinos. Como una maldición para este pueblo aparece el
indígena guarayo José Vaca Iva, junto con un ignaciano que, a la vez que le
sirve de intérprete, actúa como su lugarteniente: Paulino Chimo Temo.
El guarayo es de regular estatura pero de anchas espaldas y cuerpo
fornido y musculoso, mientras que su ayudante, más bajo, tiene una no-
toria obesidad.
Al llegar piden audiencia al corregidor de entonces, don Carmelo
Taraune, quien es la máxima autoridad entre los indígenas.
Bastante gente acude a la sede de Belén, al llamado de su jefe, sin ima-
ginarse el motivo de la reunión. El corregidor, al ver que muchos extraños
están parados junto a las puertas y ventanas del local, ordena que se retire
394 Arreando desde Mojos
101 ne: Palmera que crece a orillas de ríos y arroyos, de la cual se aprovechan los
frutos y los cogollos, así como la madera para la fabricación de utensilios.
102 ne: Apelativo que dan al criollo los indígenas de tierras bajas.
103 ne: Regordete.
Segunda parte (1945-1965) 395
paraíso terrenal que Guayocho les había prometido. Mucha gente había
muerto en la travesía. Las noticias que trajeron los pocos que pudieron
regresar eran muy vagas; unos decían que el Santo San Miguel cuida las
vacas para sus hijos indígenas en una pampa muy hermosa rodeada de
yomomos104 y que, cuando la caravana llegue e ingrese, el Santo soltará
todas las fieras de la tierra para acabar con el hombre blanco. Otros de-
cían que la Loma Santa se encuentra en un valle rodeado de montañas
donde los jucumaris105 no dejan pasar a los viajeros solitarios y que solo
yendo juntos podrán penetrar a ese paraíso semiterrenal. Y no faltaba
otro más imaginativo que al no encontrar nada en su peregrinación
decía que la Loma Santa se encuentra encantada por ahora para evitar
que los carayanas se lleven el ganado y les quiten la tierra.
El guarayo sigue su exposición con una admirable elocuencia. Mien-
tras habla, su cara va cambiando de acuerdo al énfasis de sus palabras. Su
mirada es hipnótica y el tono de su voz subyuga y adormece los cerebros
de los oyentes, que lo miran extasiados y absortos.
Su poder de convicción es muy grande y él lo sabe. Esta, tal vez, es la
razón por la que se ha lanzado a la aventura de imitar la labor de Moisés
y los israelitas en busca de la tierra prometida donde reine la paz de la
raza indígena oprimida por el blanco durante tantos años.
Mientras habla va observando los rostros de los presentes y sabe que
los tiene a todos convencidos.
—…Y pa’ poder llegar a Loma Santa todos tendrán que ir vestidos de
blanco. Ninguno podrá ir si no está casao por la Iglesia. Antes de viajar yo
tengo que tener una mujer pa’ mi compañera y en Loma Santa el Santo
San Miguel nos va a casar. A mí me ha dao toda la potestad, en el camino
santificaré a todas las mujeres…
El calor en el atestado local es sofocante y en el ambiente reina cierta
tensión por saber la opinión del corregidor, quien al final decide negar
su colaboración hasta averiguar la veracidad de los ofrecimientos hechos
por el guarayo.
Entre los asistentes se encuentra el taita106 Avelino Nálema y la mama
Victoria Guachurne acompañados de su hija Emilia, una niña de once
años de edad.
108 Instrumento musical de viento, antecesor del fagot, usado especialmente para
interpretar música sacra (rae).
398 Arreando desde Mojos
de no quedarse sin llegar a destino. Han traído sus marcas para señalar el
ganado que les entregarán en la Loma Santa, pero después de conocer que
ninguno podrá llegar artículos de fierro, con resignación las abandonan
en San Ignacio.
El subprefecto de la provincia Moxos, don Demetrio Ruiz Cambará,
al enterarse de las noticias que circulan en el pueblo se presenta a sus
oficinas y llama al único carabinero, Gualberto Guamayo. Al recibir el
consabido “¡la guardia sin novedad, mi subprefecto!”, estalla:
—¡Qué guardia sin novedad ni qué niño muerto! ¡Ahora sí que hay
novedades y usted ni se entera!
El soldado lo mira asustado sin atinar a responder y permanece en
posición firme con la mano pegada al costado de la gorra.
—¡Inmediatamente agarra su fusil y me trae preso a ese guarayo que
está revolucionando la tranquilidad de este pueblo! ¡No podemos permitir
que se vayan todos los cambas y dejen las estancias sin gente!
Y bajando el tono de voz, dice para sí mismo:
—Sobre que todos tienen sus cuentas adelantadas con sus patrones,
ya siento los problemas que se me vienen encima.
Al ver a su ayudante esperando órdenes, exclama:
—¡Si necesita ayuda llévese a su compadre Vicente Yomeye con el
otro fusil!
El soldado y su compadre buscan infructuosamente por todo el
pueblo sin poder localizar el paradero del guarayo, quien contaba con la
protección y complicidad de todos los indígenas ignacianos.
El párroco, R.P. Andrés Sáenz de Vicuña, el sábado por la mañana,
llama a misa con campana grande y dos redoblantes al estilo de la fiesta
patronal. Solo unos cuantos feligreses asisten. El nerviosismo se nota en-
tre los concurrentes como si sus conciencias les martillaran haciéndoles
ver que no pueden quedar en paz con el Santo San Ignacio y marchar
en éxodo hacia la Loma Santa abandonando a su pueblo. El sermón del
cura denota su impotencia para atajar ese desbande de gente con rumbo
desconocido, y trata inútilmente de aconsejarles:
—San Ignacio es el pueblo de ustedes, no lo abandonen. No se dan
cuenta que lo que quieren hacer es una aventura temeraria y peor aún si
llevan a sus hijos, que no podrán aguantar el hambre ni la sed ni afrontar
los peligros de la selva. Aquí viven ustedes felices… ¡para qué van a buscar
algo que no existe!
El escepticismo que reflejan los rostros de los asistentes parece decir:
“¡Este cura no quiere que seamos ricos!”.
En su desesperación, el párroco invoca en nombre de Dios que de-
sistan de su propósito, hace recuerdo de los castigos que el cielo puede
Segunda parte (1945-1965) 399
hg
109 ne: Construcciones que hacen las familias campesinas para guardar y conservar
alimentos de larga duración.
400 Arreando desde Mojos
han pedido que efectúe un matrimonio entre José Vaca y Emilia Nálema.
Lo que me extraña es que a esta gente que dice ser tan católica no les
preocupa el matrimonio religioso… dicen que en Loma Santa los casará
el Santo San Miguel. Y otra cosa, padre, he escuchado que están esperan-
do a que una nube baje del cielo y los lleve a Loma Santa sin tener que
caminar mucho. Todo el día cantan y rezan.
—Profesor Egüez –dice el sacerdote después de escucharlo aten-
tamente y viendo en él a un posible aliado en su obra de convicción–,
usted tiene que ayudarme, no es posible que esta gente se interne a la
selva, donde se morirán los niños primero y luego los demás. Ayúdeme a
convencerlos de que deben regresar a San Ignacio, que es absurdo lo que
está sucediendo y que…
—¡Cálmese, padre! –le interrumpe el profesor, a quien los años le
han enseñado que no hay que perder la serenidad para encarar un pro-
blema–. Cálmese un poco… más bien venga a mi casa, tomaremos un
cafecito y estudiaremos la mejor forma de convencer a la gente para que
vuelva a sus casas.
El padre Andrés lo sigue dócilmente. Lleva el ánimo abatido y cada
rato que pasa ve que su lucha es estéril. ¡Nadie lo escucha!
Después de tomar el café, sin sentirle gusto, le explica al profesor
sus planes de celebrar la santa misa en la plazuelita, para lo cual solicita
que le preste una mesa con su mantel blanco o una sábana y que le sirva
de ayudante.
Cuando ve que la gente acude a su llamado, frente al altar improvi-
sado, el sacerdote comienza la celebración de la misa.
Aún no ha concluido el santo oficio cuando se le acerca un grupo.
—Padre –dice uno de ellos–, este joven se llama Carlos Pariqui y su
novia es Ignacia Álvarez, quieren pedirle su bendición y que los junte en
matrimonio en nombre de Dios.
En su desesperación por evitar el éxodo, el sacerdote comete la gran
imprudencia de poner como condición para efectuar ese matrimonio que
estos jóvenes no sigan adelante y regresen a su pueblo.
¡Como respuesta silenciosa, la gente abandona el lugar!
El padre Andrés Sáenz de Vicuña conversa entonces con cada uno
de los peregrinos. Conoce a casi todos por su nombre y habla su dialecto,
pero después de un día de súplicas y ruegos, abatido física y moralmente,
solo le queda darles su bendición y regresar a su parroquia vacía.
Los caminantes abandonan Pueblo Nuevo y se dirigen a Puerto Noco
sobre el arroyo Cabito. Allí forman un campamento grande y limpio.
Este puerto había sido fundado por Aniceto Noco, nieto del famoso
cacique de los trinitarios: José Santos Noco Guaji. Su población estaba
Segunda parte (1945-1965) 401
hg
esa carta aunque yo iba a ir más tarde al correo porque tenía la seguridad
de que había carta de mi hijo.
—No es ninguna molestia. ¡Faltaba más!
—¡A ver, Camila! –grita Miriam dirigiéndose a la sirvienta–, ¡traé un
cafecito!
—Ya voy, señora –contesta la empleada–, ya estaba preparándolo,
enseguida lo llevo.
—Disculpame, Zobeida, pero quiero saber si mi hijo está bien así que
voy a leer la carta.
“Queridos papás:
”Seguramente esta carta llegará cuando ya estén ustedes en Trinidad,
tal como me decían en la carta anterior y ruego a Dios que los conserve
con buena salud. Por suerte yo aquí no tengo problemas fuera de algunos
catarros debido a mi rinitis alérgica.
”El trabajo continúa adelante y este año ya han comenzado a llegar
los colonos que se instalarán en la zona. El programa de colonización es
muy interesante y bien organizado. Cuando el Beni tenga caminos yo creo
que se harán programas similares allá donde hay tanta tierra apta para la
agricultura. Aquí, le entregan a cada familia 12 hectáreas de terreno cul-
tivable y en cada parcela el Programa de Colonización manda a construir,
previamente, una casa con techo de motacú para que los colonos tengan
dónde vivir a su llegada. Además se les entrega dos hectáreas ya cultivadas
con maíz, arroz, plátanos y yuca como ayuda inicial y se les facilitan plan-
tines de cacao, café y cítricos para que tengan plantaciones perennes en
su parcela. Durante seis meses les proveen de víveres para su subsistencia.
Todos estos gastos deben ser pagados con las cosechas en un plazo de diez
años. ¡Da gusto ver cómo está progresando esta región solamente con la
construcción del camino! Como por arte de magia van apareciendo escuelas,
postas sanitarias y hasta un moderno hospital.
”Todos estos datos, más el estado actual de la construcción del camino,
le estoy mandando en carta aparte a Malaco Méndez Roca para que a través
de la Juventud Progresista del Beni solicite que el camino continúe por lo
menos hasta San Borja y no se quede solamente en Caranavi.
”Y ustedes reciban el cariño de su hijo que los quiere y extraña:
Fernando.”
404
Datos históricos
—¿Y qué pasará con nuestra rústica y endeble balsa si se nos viene
un turbión de este río? –pregunta Taborga.
—Tendremos que abandonarla nomás y salvar el pellejo nadando
hasta la orilla –contesta Dalenz.
—Lo malo es que yo no sé nadar –dice el salvadoreño.
—¿Y se ha animado a subir a esta balsa sin saber nadar? –pregunta
Taborga.
—Bueno –dice balbuceando el aludido–, no había otra salida y por eso
no me animé a contarles mi problema y, aunque aún sigo con miedo, me
reconforta saber que todavía no se ha desarmado la balsa y ya llevamos
tres días de navegación.
—Sí, pero en cualquier momento podemos chocar con una piedra
que no se vea o con un tronco semisumergido o puede llegarnos el turbión
porque anoche ha debido llover fuerte aguas arriba. Se veían relámpagos
a cada segundo –le explica Balderrama.
—En ese caso me agarro de uno de los troncos de la balsa y que me
arrastre la corriente –dice resignado el salvadoreño–. Quizá más allá pueda
acercarme a la orilla.
No pudieron seguir la conversación porque, al dar la vuelta en un
torno del río, divisaron una solitaria cabaña.
—¡Cacique Chinari! –grita Balderrama–, queremos caminar un poco.
Después de acercar la balsa a la orilla y mientras los viajeros se ade-
lantan, el cacique Chinari le dice:
—Espérennos en esa casa porque ahí vamos a almorzar.
—Conforme –contesta Balderrama–. Mientras tanto vamos a estirar
un poco las piernas y a mover los tendones caminando porque de tanto
estar quieto me estoy entumeciendo en la balsa.
Al llegar a la solitaria vivienda ven junto a la puerta un tímido mu-
chacho de unos diez años de edad que los observa asustado. La madre,
al sentir la llegada de gente extraña, obliga a su hijo a entrar a la casa y
cierra bruscamente la rústica puerta.
En vano los viajeros llaman a la asustada mujer. Se estaban retirando
para buscar otro lugar donde asar el pescado cuando Taborga le dice, en
queshua, a Balderrama:
—¡Jacu ripuna! (Vámonos).
Al escuchar ese idioma, se abre la puerta y una mujer, muy pobre-
mente vestida, pregunta tímidamente también en queshua:
—¿Ustedes son cochabambinos?
—Sí –le contesta Taborga.
Segunda parte (1945-1965) 411
—Yo también soy del valle –dice la mujer– pero hace muchos años que
me vine a vivir aquí. Pasen, no hay mucha comodidad, ustedes disculpen,
aquí pueden sentarse, mi marido está carpiendo el chaco –y dirigiéndose al
muchacho que observa atento en un rincón le dice–: ¡Andrés, anda y llama
a tu padre! ¡Dile que tenemos visitas que han llegado de Cochabamba!
El muchacho sale a la carrera, pero aunque los viajeros se quedaron
casi dos horas no pudieron conocer al extraño agricultor.
La mujer les contó que en la época de la Guerra del Chaco ella traba-
jaba como cocinera en uno de los campamentos de la empresa que estaba
construyendo el camino de Cochabamba al Chapare, por la cumbre, y
que como mano de obra usaban prisioneros paraguayos. Se enamoró de
uno de ellos y huyeron, sin camino, hasta llegar a estos remotos parajes
donde se instalaron desde entonces.
Recién tres o cuatro años después de que terminó la guerra el para-
guayo lo supo, pero ya no quiso regresar a su país.
Después de almorzar el pescado sin sal, al que ya se estaban acos-
tumbrando, pregunta Balderrama:
—¿Y cuánto falta para llegar a Covendo?
—Solo dos vueltas del río –le contesta el cacique.
—¿Y caminando en qué tiempo lo haríamos? –continúa la pregunta.
—Poco más de una hora –responde Chinari.
—En ese caso, dejamos la balsa aquí junto a la casa del pila, se la
pueden encargar a la mujer, y nos vamos caminando.
Dos horas después, la misión de Covendo se presenta a la vista en
un hermoso valle rodeado de cerros cubiertos de vegetación. Se huele la
fertilidad de la tierra.
El cacique Chinari se adelanta a buscar al administrador, don Federico
Helena, quien en ese momento se encuentra en su huerta preparando
unos tablones para sembrar verduras.
—Patrón, he traído unos señores que me han mandado a buscarlo.
—¿Y no te han dicho quiénes son? –pregunta el administrador.
—Dicen que son ingenieros –dice pensativo el cacique Chinari– pero
yo lo dudo porque ni sal siquiera tienen.
Sonriendo por la deducción del cacique, don Federico Helena lo sigue
y se encuentra con los viajeros, a los que hace pasar al convento, donde los
instala mientras llama por radio a La Paz para que envíen alguna avioneta
a recogerlos. Esa noche el cielo vacía sus negros nubarrones y el diluvio
se desata cuando ya todos se encuentran bajo techo y con frazadas.
412 Arreando desde Mojos
110 ne: Árbol cubierto de espinas, cuya sabia resulta tóxica para los seres humanos. De
gran tamaño, constituye una especie maderable con alto valor económico.
111 ne: Caña crecida en los bajíos, delgada y fina.
414 Arreando desde Mojos
—No sabemos por qué, pero la verdad es que hay regiones con mucha
más población que la que tenemos aquí, con sus caminos abiertos, y sin
embargo no tienen sacerdote.
—Eso es cierto –añade Milardovich– y una cosa parecida sucede en
la zona de Yapacaní, al norte de Santa Cruz, donde los pastores protes-
tantes se han instalado con escuela e iglesia. ¡Ahora por allá todos son
evangelistas!
Los trabajos topográficos son seguidos por el ruido de los motores a
diesel de los envejecidos tractores que a punta de cuchilla van apartando
la granítica montaña para dar paso a la nueva ruta que se abre.
Por esa época el Batallón de Ingenieros “General Román”, con su
comandante Sigfredo Montero, solicitó a la empresa Bartos que le ceda
10 kilómetros del contrato suscrito para construir los 76 kilómetros entre
Caranavi y el río Alto Beni. Una comisión de ingenieros militares recorrió
toda la ruta buscando un tramo donde no fuera necesaria mucha excavación
en roca porque sus compresoras estaban en mal estado.
Se decide que el batallón trabaje entre el kilómetro 50 y el 60, pero
cuando los contratos ya están firmados se encuentra que hay zonas delez-
nables y lodosas que precisan muchas toneladas de piedra como relleno.
Las volquetas van y vienen desde la cantera hasta el sitio conocido como
Abra de las Brujas, sin poder nunca llenar las zonas hasta la plataforma
diseñada. Los derrumbes y los hundimientos del camino ya preparado son
permanentes. El enfangamiento de los tractores obliga a estar todo el día
en jaloneos en vez de avanzar con la construcción.
Pero también la empresa Bartos tiene zonas difíciles como el kiló-
metro 21, donde por querer hacer una media galería se les derrumbó el
cerro, aumentando el trabajo programado.
Sin embargo, la visión que se presenta desde los sitios elevados de
la región obliga a los que otean el horizonte a soñar y a trabajar con más
ahínco para unirse muy pronto con ese infinito que se ve y que siempre
atrajo como un embrujo a los que contemplaron el paisaje: el Imperio
del Gran Paitití.
La inmensidad de la llanura es un acicate para los soñadores que
construyen ese camino para no desmayar en su empeño, sin pensar en
las dificultades de cada día, en los insectos ni en las fieras de la selva, sino
en la integración de Bolivia.
416
Datos históricos
[419]
420 Arreando desde Mojos
sirvieron para rellenar con tierra algunos barriales de las calles, y en 1943
el Lloyd Aéreo Boliviano trasladó dos tractores con traílla y una motonive-
ladora para construir las pistas de aterrizaje en Trinidad y otros pueblos
benianos. Pero esa maquinaria muy pronto quedó paralizada, primero
por falta de repuestos y luego por la acción del clima y del tiempo.
Con la llegada del nuevo tractor se organiza una oficina para que se
dedique exclusivamente a la construcción de caminos. Hay que contratar
dos operadores de equipo pesado porque ya se tiene noticias de la llegada
de otro tractor, comprado por el Servicio de Caminos. Se piden fondos
para refaccionar el derruido caserón, que antes perteneció a la familia
del doctor Joaquín de Sierra y que fue adquirido con fondos de la cuenta
de Obras Públicas. Se inician los estudios del camino Trinidad - Casarabe
y, como no se dispone de ningún material de escritorio ni de topografía,
el pedido a la oficina central es bastante extenso: equipo de radio, teodo-
litos, niveles, muebles, formularios y tanta otra cosa que se necesita para
comenzar a trabajar. Además, para transporte de combustible y provisión
de agua al campamento se compra un carretón con una yunta de bueyes,
y para uso de la brigada topográfica se amplía el equipo de transporte con
dos caballos.
Y mientras el ingeniero distrital organiza su oficina y el estudio topo-
gráfico avanza hacia Casarabe, el tractor de la Prefectura, con número in-
terno D7-6P, se encarga de arreglar algunas calles cuando las lluvias lo per-
miten, con beneplácito de todo el vecindario. Como operador se contrata al
súbdito brasileño Dionisio Fabro y a Hilario Jimenéz como ayudante.
El 4 de mayo llega a Trinidad el otro tractor con el número interno
D7-5 y se contratan los servicios de Rubén Robles como operador y Napo-
león Heredia como ayudante.
hg
cincuenta metros de camino y si los días siguen así, con sol fuerte, antes
del 18 estaremos en la Loma Suárez.
—Mire, ingeniero –los interrumpe el ayudante del tractorista–, estas
dos hermosas sicurices que encontramos.
—¡No las vayan a matar! –interviene Alfredo, al ver las anacondas– esos
son los jichis112 de este lugar y si las matan se seca el curiche.
—Pero si eso es lo que queremos –dice el ingeniero– para poder faci-
litar el tránsito de vehículos.
—Sí, pero el ganado también necesita agua en tiempo seco –contesta
Alfredo.
—Mejor las matamos nomás –concluye el ingeniero–. No vaya a ser
que alguna de estas se coma un ternero y el dueño lo achaque a los tra-
bajadores del Servicio de Caminos, pero antes vamos a sacarnos una foto
para la posteridad. Esperen un rato –y se dirige a donde dejó su máquina
fotográfica–. A ver, don Alfredo, acomódese usted también delante de los
tractores. Llamen a los otros para que salgan todos en la fotografía.
Después de posar, Matsumoto dice:
—Ingeniero, yo queriendo invitar cena, ¿pudiendo quedarse? A usted,
señor, también invitando.
—Está bien, Matsumoto –contesta el ingeniero–, ¿y qué cosa tan
especial has preparado para la cena?
—Siendo sorpresa –dice Matsumoto mientras se dirige a su tractor a
concluir la tarea del día.
Cuando llega la hora de salida todos se dirigen al campamento para
observar las habilidades culinarias del japonés quien, después de sazonar
unas gruesas anguilas con salsa soya, las pone al fuego ensartadas en un
alambre.
Es la primera vez que se prepara un plato así en la zona, por lo que
Napoleón Heredia tiene que ofrecerse como voluntario para servir de
conejillo de indias y, después de su aprobación, todos saborean lo que
resultó una comida deliciosa.
El trabajo se hace ameno, hay mucho compañerismo y, aunque las
dificultades e incomodidades son muchas, las cosas se hacen con patrio-
tismo, sabiendo que lo que el Beni necesita son caminos para salir del
atraso en que vive.
La brigada topográfica cumple su trabajo y el 2 de septiembre se envían
a La Paz los planos, dibujados a tinta, del camino Trinidad - Loma Suárez.
112 ne: Seres mitológicos relacionados tradicionalmente con los cuerpos de agua.
Aunque se los asocia con anacondas, se cree que pueden asumir otras formas.
Detentan poder sobre ríos y lagunas, necesarias para la supervivencia humana y
animal.
Tercera parte (1967-1976) 425
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letrero que declara zona militar y una tranca que no permite el tránsito
libre de personas ni vehículos. Eso nos sucedió el sábado pasado a los in-
tegrantes del Club de Caza y Pesca que tuvimos la mala suerte de encostar
con nuestra embarcación en ese puerto y se nos decomisó la escopeta y
el rifle salón,115 armas necesarias cuando uno se adentra en la selva.
La mesa redonda se prolonga en tiempo y no se llega a ninguna
conclusión porque se anuncia la llegada del ingeniero Ernesto Méndez,
subdirector del Servicio de Caminos. Luego se programa una expedición
desde Loma Suárez al Mamoré y otra de Trinidad a Puerto Manuel Julio
pasando por Puerto Almacén.
Una senda abierta para los estudios topográficos, desde Loma Suárez,
sirve de vía para los expedicionarios que tienen que atravesar varias caña-
das y arroyos pasando sobre los árboles tumbados a manera de puentes
provisionales para llegar a Río Viejo, pequeña población agrícola ubica-
da a orillas de una laguna que años atrás fue cauce del río Mamoré. De
ahí hasta el río son tres kilómetros que en esa época del año (mayo) hay
que recorrerlos con el agua a la cintura. Decepción de los viajeros y más
puntos a favor de la ruta por Puerto Almacén.
—Voy a referirme al tema que han tomado como punto de partida
ciertos señores para lanzar sus ataques –explica en conferencia de prensa
el teniente de fragata Avelino Rivero, comandante de la Escuela de Mari-
nería–. Se trata de una tranca y un letrero colocados al finalizar de la ca-
rretera en construcción a Loma Suárez. El letrero en cuestión dice: “Zona
militar - 5 km por hora”. Esta inscripción, similar a la que se coloca cerca
de una escuela, determina que en los alrededores funciona un local militar
y el límite de velocidad es para precautelar la vida de numerosos niños que
salen o entran del local escolar de Loma Suárez. El letrero no prohíbe el
tránsito de personas ni vehículos por el camino a cualquier hora del día o
de la noche. Si se hace la revisión de carga y pasajeros es por la seguridad
del Instituto Militar, para tener la nómina de personas, carga o vehículos
por si alguna autoridad policial o de tránsito lo solicita y por último para
conservar el camino en buen estado en época de lluvias.
Como todos los oradores que intervinieron en la mesa redonda tenían
parte de razón en sus argumentaciones, el Directorio del Comité decide
dejar el fallo final en manos de las autoridades. Los comunicados para
influir en el resultado oficial dan trabajo tanto a las emisoras locales como
al diario El Heraldo.
La comisión –formada por el ingeniero del Servicio de Caminos, el pre-
fecto del departamento, el comandante de la Novena División de Ejército
y el presidente del Comité Cívico del Beni– coincide con sus opiniones y
hace una declaración en sentido que: “la voluntad del pueblo emitida en
la mesa redonda será cumplida y el camino se construirá primero hacia el
río Mamoré, faltando solamente decidir cuál de las dos rutas a seguir”.
El domingo 12 de mayo, en un acto oficial en la Capitanía de Puerto
Almacén, a orillas del río Ibare, se da la última palabra y el primero de junio
ya los tractores están con su cuchilla orientada rumbo a ese puerto.
Lo demás es tarea de rutina: sol, tierra, trabajo duro, sudor, diesel,
aceite y la esperanza de ver pronto concluido el terraplén. A ratos, cuando
el ardiente sol calienta mucho los cerebros de los operadores, ven pasar
raudamente autos de carrera sobre la plataforma pavimentada y al fondo
el verde retoño del infinito de la pampa.
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432 Arreando desde Mojos
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Alfredo Añez sale satisfecho de la oficina del gerente del Banco Central de
Bolivia, agencia Trinidad, donde acaba de firmar un documento de crédito
para la compra de 250 vaquillas cebú para mejorar su hato ganadero y
se dirige al cafetín situado al lado del Cine Beni, sitio donde se efectúan
los mejores negocios, especialmente de compra y venta de ganado y es-
tancias.
—¿Y a cómo te sale cada vaquilla? –le pregunta un amigo.
—Todavía no he calculado el precio con todos los papeleos, pero se-
gún me explicó el Gerente del banco el precio es de 55 dólares por cabeza
puesta en Trinidad, y si uno se arriesga a arrear desde Puerto Paila en Santa
Cruz le cuesta 50 dólares. Lo malo es que es mucho riesgo esa caminata y
yo prefiero que me entreguen el ganado aquí.
—¿Y los plazos? –sigue la consulta.
—El crédito es a ocho años y con el doce por ciento anual, pero los
dos primeros años se paga solo intereses por semestre vencido y recién a
partir del tercer año se amortiza el capital. Lo interesante hubiera sido que
el banco consiga un financiamiento con menor interés pa’ que nos pueda
dar el crédito al ocho por ciento anual, pero parece que la Sociedad Rural
que ahora se llama Federación de Ganaderos del Beni no ha conseguido
nada. También se pidió que durante los cuatro primeros años se amortice
capital y que los intereses se acumulen hasta que se puedan vender los
novillos, igual como se hace en Santa Cruz con los créditos pa’ algodón y
arroz, que recién se empiezan a pagar después de la cosecha. Por lo menos
el pago de intereses no debería ser semestral, porque la marcación se hace
una vez al año y lo obliga a uno a vender ganado que no tiene la edad ni
el peso necesarios.
—¿Y pa’ cuándo llegarán las vaquillas? –sigue preguntando el
amigo.
—Me han asegurado que antes de Navidad podré recoger mis vaquillas,
pero me da miedo que por algún motivo se atrasen y pa’ venir de Santa
Cruz hay que cruzar varios arroyos a nado… aunque ese es problema del
banco.
—La intención de repoblamiento ganadero es importante –comenta
otro que escuchó atentamente la explicación– pero mientras, por un
lado, se dan créditos para incrementar la cría de ganado, por otro otorgan
permisos pa’ importar novillos argentinos, como pasó en el mes de enero
Tercera parte (1967-1976) 435
Datos históricos
No se puede hacer nada hasta que las aguas bajen de nivel. Al construir
el camino a Loma Suárez (10 kilómetros), mejorar las calles de Trinidad
y comenzar el camino a Puerto Almacén (parcial 4 kilómetros), mucha
gente ha encontrado una fuente de trabajo en el transporte y se ha endeu-
dado al comprar a plazos camiones y camionetas que necesitan un mayor
campo de acción para pagar los compromisos económicos contraídos. Y
el 5 de mayo de 1969 se produce la primera marcha de protesta por la
mala conservación de las carreteras a La Loma y a Puerto Almacén.
—Los que no van a volver son los operadores –se oye una voz agorera
entre el grupo.
La tarea diaria en Magdalena es efectivamente peligrosa, en especial
para el ayudante, quien junto a las mujeres y los niños se dedica garrote
en mano a exterminar a los roedores al paso del tractor.
Las visitas periódicas de las autoridades departamentales dan un
poco de ánimo a los sobrevivientes, pero nada es comparable a la ve-
neración que se le tiene al tractor, considerado como la única tabla de
salvación.
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Por decisión del Consejo de Delegados, con 56 votos contra 10, se cons-
truirá la carretera a Casarabe pasando por Sachojere, firmado a los 25
días del mes de enero de 1970 años –informa el secretario de Actas del
Comité Cívico del Beni.
—Y con las dos mototraíllas autocargantes de once yardas cúbicas de
capacidad que nos están llegando podemos afirmar –dice el informe del
ingeniero de caminos en la reunión del Comité Cívico– que el camino a
Sachojere se terminará a fines de 1970 y hasta Casarabe se llegará con
una primera fase en 1971.
Al retornar a su oficina le sale al encuentro el radio operador Arturo
Padilla.
—Ingeniero, ha llegado este radiograma: “Mientras cumplía funcio-
nes de gobierno ha fallecido en Washington el subdirector del Servicio
Nacional de Caminos, ingeniero Ernesto Méndez Guevara”.
—Es lamentable –comenta el ingeniero distrital– ya que antes que
un jefe era un amigo. Quiso mucho al Beni y por eso nos ayudó en todo
lo que estuvo a su alcance, como con la ley que se promulgó donde se da
prioridad al camino Covendo - San Ignacio de Moxos - Trinidad con ramal
Oromomo - Puerto Patiño para vincular el Beni con La Paz y Cochabamba…
Hay que enviar condolencias a sus familiares –y subiendo nuevamente en
la camioneta que hace unos días le ha llegado continúa–. Si alguien me
llama, indique que volveré a las cinco de la tarde porque tengo que ir a
ver el trabajo hacia Puerto Almacén.
Al llegar a la punta del camino se encuentra con su fiscal permanente,
Alfredo Añez, quien se deleita mirando el trabajo del tractor.
—No me canso de admirar la fuerza de esta máquina –le dice Alfredo
después de saludarlo–. Si tuviéramos unos diez de estos tractores podría-
mos transformar al Beni.
Tercera parte (1967-1976) 445
—Ya van a seguir llegando máquinas como esta y más grandes, don
Alfredo –contesta el ingeniero–. Además, apenas los caminos se vayan
construyendo llegarán empresas con maquinaria agrícola pa’ sembrar en
forma mecanizada y después de la cosecha aprovechar pa’ sembrar pasto
y formar potreros de engorde pa’ la ganadería.
—Eso sería lo ideal, pero no hay créditos como pa’ hacer una empresa
así y pasarán muchos años antes de que algún gringo traiga maquinaria
pa’ trabajar en esa forma.
—No sea pesimista, don Alfredo, ya verá cómo va a comenzar el
progreso de esta zona en poco tiempo.
—Si fuera así yo me animaría a alquilar equipo, no a comprar porque
no le entiendo a las máquinas y es pa’ que los mecánicos me cuenten el
cuento del tío.
—Oiga, don Alfredo –pregunta el ingeniero–, y usted ya no vive
mucho tiempo en su estancia, ¿no?
—La verdad es que con las avionetas, aunque cobran caro, hemos aho-
rrado tiempo pa’ vigilar la estancia porque antes perdíamos cinco días de ida
y cinco días de vuelta pa’ cargar en el carretón la mitad de lo que lleva la avio-
neta, y no tenemos que preocuparnos de cuidar los bueyes en el pueblo.
—No le dé tanta vuelta y diga nomás que usted se ha convertido en
un ganadero de cafetín.
—Esa es la verdad. Y usted, ingeniero, ¿no tiene intenciones de de-
dicarse a la ganadería? –pregunta Alfredo.
—No sé todavía, aunque la verdad es que no me entusiasma ser ga-
nadero porque pienso seguir trabajando en mi profesión, construyendo
los caminos que el Beni necesita, y si uno no vigila su ganado, el único
que sale ganando es el capataz o tal vez los abigeatistas.
—Por eso fue que alguien dijo que “el ojo del amo engorda el caballo”,
pero podría comprar ganado y entregarlo al partido o en alquiler.
—Perdone que sea tan pesimista, don Alfredo, pero he charlado con
mucha gente que entregó ganado al partido y lo único que sacó fue un
bonito pleito al concluir el período del partidazgo.
—En todas partes hay pillos –insiste Alfredo–. Pero cuando uno en-
trega su ganado tiene que ver primero si el partidario es responsable y
si tiene un buen lugar porque la mayoría de las veces los pleitos ocurren
debido a que los terrenos son muy inundadizos y no tienen alturas para
salvar el ganado o, por el contrario, son muy secos y las plagas están en
forma permanente.
—Oiga don Alfredo, cuénteme cómo son sus campos –pregunta el
ingeniero, interesado en la conversación, mientras las máquinas atropellan
446 Arreando desde Mojos
—Bonita frase –contesta Añez con una sonrisa–, pero nadie le quita
la satisfacción de haber contribuido en algo al progreso de esta tierra.
—Lo malo es que todos los que dirigen las instituciones del Estado
terminan siempre echados del trabajo y tildados de ladrones –concluye
el ingeniero.
En julio de 1970, después de muchas reuniones en el Directorio del
Comité de Obras Públicas, se resolvió llamar a una mesa redonda a nivel
departamental con el tema “Vinculación caminera del Beni”.
En su exposición el ingeniero Hans Schlink, Gerente técnico del
Comité, explicaba:
—El carácter monoproductor del país ha gravitado fuertemente en
la concepción de la política vial de la República de Bolivia, haciendo que
los caminos se proyecten y se ejecuten en las áreas occidentales de la
nación, dejando sin medios de comunicación y transporte a casi el 50%
del territorio nacional… todo ha quedado en promesas y proyectos. Han
sido innumerables las gestiones ante las autoridades responsables para
resolver el problema, que para los benianos viene a ser el problema nú-
mero uno… Estas razones han motivado a que, en el seno del Comité de
Obras Públicas del Beni, se estudie la forma de resolver esta situación. En
base a la ley de 24 de enero de 1969 esta mesa redonda debe apoyar la
prioridad del camino Trinidad - San Ignacio - Oromomo - Puerto Patiño para
unirnos con Cochabamba y del ramal a Covendo para llegar a La Paz.
Y después de una amplia justificación económica concluye:
—Y propongo buscar los canales crediticios para que el Comité de
Obras Públicas adquiera equipo caminero por valor de un millón y me-
dio de dólares americanos con la garantía de sus recursos permanentes.
Los fondos de operación de este equipo estarán a cargo del Servicio de
Caminos.
La aprobación fue unánime y los trámites ante el gobierno permi-
tieron, después de muchos decretos, resoluciones, huelgas y peleas, la
compra del equipo que recién pudo llegar al Beni a fines de 1973.
Mientras tanto, la construcción de terraplenes continúa, esta vez hacia
Sachojere, población agrícola ubicada a 23 km al sur de Trinidad.
—¿Cuál es su plan de trabajos para comenzar el camino a Sachojere,
ingeniero? –pregunta el prefecto.
—Como ya tenemos un acceso transitable hasta el kilómetro 4, o sea
hasta la Laguna Suárez. De ahí llevamos el combustible por agua hasta
el kilómetro 7, luego con camioneta power wagon doble tracción hasta el
kilómetro 10, que es donde se ha iniciado la construcción, considerando
que el campamento está en el kilómetro 14. Cuando seque la parte de la
448 Arreando desde Mojos
cola de la laguna recién podremos trabajar con las dos mototraíllas, que
por ahora están colaborando en el relleno de calles.
Barro, sol, tierra, inspecciones.
—Tenemos el plan de iniciar el camino de Trinidad a Cochabamba y
La Paz, aunque sea con nuestro propio equipo –dice el ingeniero Alfonso
Balderrama, Director Nacional del Servicio de Caminos en una de sus
visitas al Beni–. Vamos a hacer lo posible para que durante esta época de
lluvias que viene se trasladen cuatro tractores D7 que ya cumplieron su
trabajo en otro proyecto y uno o dos tractores D6 del equipo nuevo que nos
está llegando como reposición.
El 15 de mayo de 1971, en una hermosa y soleada mañana a orillas
del majestuoso río Mamoré y ante una selecta concurrencia, el ministro de
Transportes hace sonar el silbato inicial para la carrera contra el tiempo,
la selva, la pampa, el río y los problemas económicos, vinculando después
de casi 130 años a la capital del Beni y al río Mamoré, columna vertebral
de la región, con la red nacional de carreteras.
—Gracias al esfuerzo de la brigada topográfica, que no ha vacilado
ante la lluvia ni la inundación para preparar tanto el trabajo de campo
como los planos de este camino, es que hoy podemos ver cumplido el
anhelo del Beni de salir hacia el exterior con su vinculación caminera.
Rendimos nuestro agradecimiento al director del Servicio de Caminos por
el apoyo que hemos recibido, a las autoridades nacionales y sobre todo al
Comité de Obras Públicas del Beni que ha ofrecido hipotecar sus recursos
por varios años a fin de trabajar junto a nosotros para materializar este
proyecto.
Después de las emotivas palabras del ingeniero distrital siguieron
otros discursos, más promesas, felicitaciones, compromisos y el deseo de
que pronto cambie el panorama natural de la selva.
Quince días después el gobierno dicta el Decreto Supremo autori-
zando al Comité de Obras Públicas conseguir equipo caminero por valor
de un millón quinientos mil dólares americanos. ¡Lo demás fue trámite
y papeleo! Mientras tanto el avance del camino es lento porque los terra-
plenes son muy altos y el equipo escaso. Sin embargo, se va rotulando la
selva y rellenando curiches con la fe inquebrantable de llegar a destino.
—Para evitar abusos con las movilidades –ordena por radio a todos los
distritos el Director del Servicio de Caminos– deben enviarlas al campo,
dejando solo lo mínimo indispensable en las ciudades.
La orden se debe a que ha estallado una revolución en el país dirigida
por el coronel Hugo Banzer. En Trinidad queda solamente una camioneta
para uso de la oficina durante el día y del Ejército durante la noche. Una
Tercera parte (1967-1976) 449
novillos diarios. El primero se instalará en 7 meses y los demás durante el año 1973.
Para el financiamiento de estos frigoríficos se tiene el aval del Banco do Brasil.
El presidente de becasa, Sr. Edwin Bruckner, recalca la gran importancia que
tienen estas instalaciones para nuestro departamento, pues eso permitirá, en un
futuro cercano, la industrialización de la ganadería beniana.
452 Arreando desde Mojos
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—¡Ocho al tonto!
—¡Falta Generala para ganar!
—¡Generala de ases!
—¡Salud! ¡Ese tiro valió plata!
—Propongo que dejemos el juego y nos vayamos a bailar.
—Buena idea. ¡Vamos!
Estuvieron jugando toda la noche y, cuando quisieron arreglar la cuen-
ta por el consumo, se enteraron de que Pablito había pagado todo.
Música suave, bebidas más fuertes, ambiente especial, donde las
horas de la noche pasan sin sentirse. Las chicas también toman bebidas
alcohólicas.
—Propongo que rematemos en mi casa –dice Álex, hijo único de una
familia adinerada–, allá tengo bebida suficiente.
—¡Vamos! ¡Distribúyanse en los autos para hacer una carrera y el que
llegue último pagará dos botellas de whisky!
Salen del local haciendo notar su presencia y, apenas suben a los
carros, estos parten como bólidos por las silenciosas calles paceñas. Son
las tres de la mañana, nadie detiene a los veloces coches que se dirigen
hacia Sopocachi Alto haciendo rugir los motores.
Nuevamente el ambiente acondicionado.
—Oye, Álex –dice Pablito ya bastante mareado–, no me siento bien
y quisiera retirarme.
—No seas tonto –contesta el dueño de casa–, yo te voy a curar. ¡Ven
conmigo al baño!
Pablito lo sigue dócilmente.
—Ponte este polvo blanco en cada una de las fosas nasales e inhala
profundamente, ya verás que en un momento se te pasa la borrachera.
Además, te fumarás este cigarrillo especial y así te sentirás mejor y muy
contento.
Después de eso las cosas cambiaron y Pablito se sintió volar por los
aires junto a sus amigos, en una orgía total que duró cinco días.
—Para variar un poco –dice Jimmy hastiado de comer, beber, hacer
el amor y volar en alas de la imaginación narcotizada– propongo que
vayamos a la casa de doña Chepa a jugar a los dados. Siempre van pa-
vos forrados de plata, que con un poco de habilidad y un par de dados
cargados pueden ser desplumados fácilmente.
Ambiente cerrado, densa humareda, rostros que se desfiguran al ver
que los puntitos negros de los cubitos de hueso hacen cambiar de dueño
los arrugados billetes de banco, ilusión de convertirse en millonario en
un golpe de suerte, tensión de nervios, ansias de ganar.
456 Arreando desde Mojos
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—Solo el ojo del amo engorda al caballo –sentencia Néstor que había
estado escuchando atento–. Por suerte yo tengo mi estancia cerca y me
voy a caballo.
—Pues como ganadero casi pueblero –le corta Rubén– deberías vender
carne a la Alcaldía pa’ que no falte en el mercado porque es el colmo que
estemos llevando carne a La Paz, a las minas y hasta exportando a Chile,
y en la casa del ganadero estemos comiendo pollo. Lo que el alcalde debe
hacer es lanzar una ordenanza municipal reteniendo un porcentaje de
la carne pa’ que quede en cada pueblo del Beni.
—No vayas a creer que es una ganga tener estancia cerca del pueblo
–contesta Néstor–. Aquí cerca salen los tigres de cabeza negra, o sea los
abigeatistas puebleros, que cada día se comen un ternero o un novillo, y
ha habido casos en que han exterminado estancias, como esa vez en que
el intendente municipal era el jefe de la banda de abigeatistas que acabó
con la lechería de don Horacio.
—Hablando de abigeatistas –dice Alfredo– no sé si ya se enteraron
de que al famoso Carmelo Montaño lo mataron ayer en Santa Ana. Me lo
contó Toñito y de paso pude averiguar parte de su interesante vida.
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—El primer vuelo del avión Hércules –instruye por radio el jefe de la Di-
visión de Equipos al ingeniero distrital– llegará a las ocho de la mañana
y luego hará un segundo vuelo a medio día. Deben tener listo todo lo
necesario para colaborar en el desembarco.
—No habrá problemas –contesta–, ya tenemos todo listo porque desde
hace dos días está con nosotros un gringo de la tripulación del avión Hér-
cules que ya ha inspeccionado la pista metro a metro, ha puesto señales
con banderines y ha dado sus opiniones por radio.
Gran acontecimiento en Trinidad porque con esta maquinaria que
llega se podrá cumplir el sueño de tantos pioneros que dieron sus me-
jores años en explorar y abrir a machete las sendas camineras. Se podrá
conocer, colonizar y hacer producir la fértil tierra abandonada durante
tantos años.
Desde tempranas horas de la mañana del 13 de diciembre de 1973 la
actividad en la oficina de caminos es grande. La pista de tierra endurecida
con cascotes de ladrillos está operable mientras que en la faja paralela
la maquinaria de la empresa Bartos continúa con los trabajos previos a la
pavimentación.
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116 ne: Impulso violento con que se mueve a alguien o algo (rae).
Tercera parte (1967-1976) 463
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464 Arreando desde Mojos
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—Vamos a pasarle el dato al médico pa’ que pueda sanar a sus enfer-
mos de reumatismo –contesta el ingeniero antes de alejarse para continuar
su inspección.
Con motivo de la fiesta patronal de San Ignacio, el 31 de julio de
1974, con las máquinas ingresando al pueblo, se efectúa la ceremonia
de estilo:
—Y de aquí a dos años estaremos efectuando este mismo acto de
inauguración en la localidad de San Borja –expresa el ingeniero Alfonso
Balderrama, director del Servicio de Caminos, en el momento en que el
grupo de máquinas pesadas se acerca hacia el sitio en que las autoridades
se han congregado para dar por inaugurada la comunicación entre San
Ignacio de Moxos y Trinidad.
—La obra realizada por el Servicio de Caminos –dice el coronel Velas-
co, presidente del Comité de Obras Públicas– será muy beneficiosa para
la región por los diversos aspectos que acarrea y por la manera cómo ha
de influir en la existencia y el desarrollo del pueblo. Para hacer realidad
el crédito con el que se adquirieron las máquinas ha sido preciso com-
prometer casi todos los recursos del comité, pero estamos satisfechos de
haberlo hecho porque vemos que estamos dando a nuestros pueblos obras
como esta, que estarán para el servicio y la superación de sus habitantes
y para el engrandecimiento de la patria.
El padre Alfonso Elorriaga, párroco de San Ignacio, se encarga de
repartir bendiciones y pedir a Dios que proteja este camino contra la
destrucción de las fuerzas naturales y el abandono de las autoridades de
turno.
El subsecretario de Transportes, licenciado Federico Salces Paz, corta
la cinta mientras las palabras le salen entrecortadas, embargado por la
emoción de ver progresar su pueblo.
Mientras tanto, en Trinidad, el Comité Cívico del Beni organiza una
huelga general y declara “enemigos del progreso” a todos los que asistieron
a la inauguración del camino, especialmente al presidente del Comité de
Obras Públicas, a su jefe de Relaciones Públicas y al ingeniero del Servicio
de Caminos. ¡Ironías del progreso!
Con la llegada de las máquinas San Ignacio se transforma y muy
pronto sus calles, que hasta entonces se mantenían alfombradas con la
menuda grama de la región, sienten el paso de la cuchilla de las moto-
niveladoras y el continuo atronar de los camiones que dejan a su paso
un polvoriento espectáculo que obliga a los vecinos a añorar los tiempos
de tranquilidad provinciana en que se vivía antes.
468 Arreando desde Mojos
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Datos históricos
calor con una bebida de alcohol rebajado con agua o con una taza de café
acompañado de maldiciones para los organizadores de la ceremonia.
Al día siguiente, en el Club de La Paz se realiza una cena de desagravio
a los periodistas.
Como el año 1974 no se pudo gastar todo lo presupuestado por la
falta de provisión oportuna de combustible, repuestos y las dificultades
para transporte, cuando se aprobó el presupuesto de 1975, los magos del
Ministerio de Finanzas no tuvieron inconveniente en reducir el presu-
puesto, aduciendo falta de capacidad de gasto, cuando ya se tenía todo
organizado para avanzar aceleradamente la construcción. Para colmo de
males, por instrucciones del Ministerio de Transportes, el año 1974 se
tuvo que desviar el equipo a construir del tramo Remolinos - Covendo,
que se dirige hacia el Sur, cuando el rumbo para llegar al departamento
del Beni es hacia el Noreste. Ese año se hubiesen podido construir los 18
kilómetros con un ancho de 4,5 metros que se necesitaban.
Como la brigada topográfica, a cargo de Fernando Añez, tenía que
continuar con su trabajo desde Palos Blancos hacia San Borja, se tuvo
que organizar otro grupo topográfico para hacer el replanteo de la ruta
a Covendo.
El topógrafo Ángel Vásquez, de 28 años, se presenta en la oficina
principal del Proyecto Sapecho, ubicada en la ciudad de La Paz, para
ofrecer sus servicios de acuerdo a un llamamiento que se hiciera por la
prensa nacional.
—Antes que ganar unos billetes me interesa sobre todo servir a mi
patria en un proyecto tan importante como este –dice mientras llena su
solicitud de empleo.
—¿De dónde es usted? –le pregunta el ingeniero.
—De Potosí –contesta rápidamente el joven postulante.
—Muy bien, que le preparen el contrato, le esperamos mañana a las
seis de la mañana para trasladarlo al lugar de su funciones.
Todavía no se ha levantado el manto de neblina cuando sale el jeep
del ingeniero Camacho llevando al nuevo topógrafo. El camino va serpen-
teando, tras las curvas de nivel, ganando poco a poco altura hasta llegar
a la cumbre. Al alejarse, miran atrás y ven a la ciudad con su techo de
nubes como si fuera algodón extendido en el aire.
Desde la cumbre hasta Caranavi el descenso se efectúa durante todo
el día, y el ingeniero aprovecha para ir explicando al nuevo funcionario
en qué consiste su trabajo. Toda clase de preguntas hace el joven sobre los
animales que encontrará en la selva, si hay salvajes todavía, cada qué tiempo
474 Arreando desde Mojos
—¡Está viendo, señor Añez, los problemas que ocasiona una impru-
dencia! –le dice el ingeniero al visitante–. ¡Como si los que tenemos no
fueran suficientes!
—Es el precio del progreso –dice Alfredo– y aún falta mucho todavía
porque cuando el camino esté construido comenzarán los accidentes
automovilísticos.
—Lo malo es que con este ya son cuatro los que se han ahogado y,
como no hemos podido recuperar ninguno de los cadáveres, se me pro-
duce un problema al explicar a los familiares, que deben hacer entierros
simbólicos porque el río no devuelve los cuerpos –calla un instante y con-
tinúa–. Ahora he pedido que me envíen dinero para construir una piscina
en el campamento para que los trabajadores practiquen la natación sin
riesgo. ¡Ojalá me autoricen!
Todos se dirigen al río a colaborar en la ubicación del cadáver y allí
dice Alfredo:
—En mi tierra, cuando ocurre una desgracia así, se larga una tutu-
ma con una vela de sebo encendida a la corriente del río y, cuando se ve
que empieza a dar vueltas en un solo sitio, es seguro que debajo está el
ahogado.
Ni con la vela en la tutuma ni con la vara larga con el gancho se pudo
encontrar el cuerpo de Gómez, por lo que a medianoche abandonan la
búsqueda y regresan al campamento.
—Papá, te presento a mi amigo Sergio Medrano. Es el sanitario del
campamento –indica Fernando.
—Mucho gusto, señor Añez, ¿qué le ha parecido la zona y el trabajo
que hacemos? –pregunta Medrano.
—La región es muy linda y creo que el camino que ustedes están
construyendo es muy importante tanto pa’ La Paz como pa’l Beni –res-
ponde Alfredo.
—¿Y usted se quedará unos días con nosotros?
—No, aunque me gustaría. Pero mis obligaciones no me permiten
quedarme más tiempo.
—Permiso, señor Añez, me están llamando… que tenga buen viaje.
—Gracias.
—Este muchacho –explica Fernando a su padre– era estudiante
de medicina y ya había vencido el segundo año cuando se vino a pasar
vacaciones aprovechando que su padre trabajaba por acá como capataz
de uno de los campamentos. Cada tarde al terminar la faena se iba de
visita a casa de unos amigos. Ella, una muchacha joven, y él, un caba-
llero entrado en años que trabajaba en una oficina dependiente del
Tercera parte (1967-1976) 477
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por lo que me pide que regrese aunque no tenga trabajo. Ella tiene un
puesto en el mercado y al principio iré a ayudarla hasta poner mi propio
taller, pero la cuestión es estar cerca de la casa para rescatar algo de mi
antiguo hogar.
—Comprendo tu situación, Quintín –le contesta emocionado el
ingeniero–, y creo que esto o cosa parecida debe sucederles a todos los
trabajadores camineros que, por cumplir su deber para que progrese
nuestra patria, tienen que abandonar la educación y el cuidado de sus
hijos. Dame unos diez días de plazo hasta que consiga un reemplazante
y te pasaré tu carta de retiro. ¡Ya buscaremos el motivo para que figure
en el memorándum!
—Gracias, ingeniero, en estos días completaremos el arreglo de todo
el equipo para que el nuevo jefe de maestranza empiece su trabajo sin
máquinas paradas.
—El agradecimiento es para vos, Quintín, y para todos los demás
que sacrificando la felicidad de sus hogares han venido a ayudarnos en
la tarea de vincular este territorio abandonado por los gobiernos durante
tantos años.
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Las aguas en su lento caminar hacia el Norte van inundando los campos
ganaderos, dejando a su paso el pasto muerto por exceso de humedad.
El ganado que se salvó de ahogarse ahora sufre por falta de alimento y los
animales más débiles mueren de hambre. Pero, apenas aparece el color de
la tierra, los tractores reanudan su labor de transformar el paisaje. Hasta
el 3 de agosto se tiene un avance total de 40 kilómetros y el ingeniero de
caminos informa en conferencia de prensa:
—Tenemos el plan de construir dos kilómetros por día hasta com-
pletar los cien que faltan para llegar a San Borja. Como la zona es alta
solamente haremos un mínimo terraplén y el próximo año lo comple-
taremos a rasante; inclusive, si las condiciones económicas mejoran, se
puede ripiar y hasta pavimentar el camino.
—O sea –dice un periodista– que, si se cumple su plan, antes de la
fiesta de San Borja se completará el trabajo.
—Así es –responde el ingeniero–. Lo único que nos preocupa es que
los tractores del Batallón de Ingenieros General Román también avancen
con el mismo ritmo y se puedan unir los dos caminos el 10 de octubre.
Ya nos hemos puesto en contacto con el general Hugo Bretel y se nos ha
garantizado que los trabajos del batallón van a ser acelerados con dos
turnos.
El 3 de octubre los tractores del Servicio de Caminos rugen a orillas del
río Maniqui, frente a San Borja, después de haber cumplido su parte.
Los extremos en Mojos ahora muestran un panorama de tierra partida
por la espantosa sequía que afecta principalmente al sector ganadero. En
los mismos campos que cinco meses atrás estuvieron inundados ahora
no se encuentra alimento vegetal para el ganado y el trabajo del peón de
estancia se ve aumentado con la obligación de arrear diariamente todo
el hato a su cargo en busca de alguna laguna que permita calmar la sed
de esos pobres animales.
—La sequía va a continuar –le dice Alfredo Añez a su capataz, mientras
cabalgan arreando el ganado– porque, si te fijás en el color del atardecer,
le darás la razón al que dijo alguna vez: “cielo rojo al poniente, buen
tiempo al día siguiente”.
—Eso lo sabemos todos aquí, patrón –contesta el mayordomo–, así
que tendremos que seguir nomás arreando el ganado cada día hasta la
Laguna de los Ciervos.
En El Chiverío, para completar el panorama de la sequía, se ha pre-
sentado la fiebre aftosa.
—Nunca se puede tener la seguridad de que las vacunas no están
pasadas –se lamenta Alfredo Añez al ver los estragos que van mermando
484 Arreando desde Mojos
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puede explicar y hay que conocer esta región para poder decir que uno
conoce Bolivia. ¡Esto es algo diferente!
Los comentarios son expresados mientras se sirven el almuerzo ofreci-
do por los pobladores de San Borja, que alborozados no saben cómo demos-
trar la alegría de sentirse parte de Bolivia después de haber permanecido
aislados por tantos años, al igual que los demás habitantes del Beni.
Mientras tanto, en el puerto sobre el río Maniquí, dos kilómetros
adelante, bajo el sol candente, la actividad es intensa para conseguir cru-
zar los 83 vehículos por un puente flotante hecho con troncos de madera
balsa. El problema se complica porque algunos choferes irresponsables
han venido consumiendo bebidas alcohólicas durante el viaje y no están
en condiciones de manejar sus vehículos.
—Haga el favor de entregar la llave de su carro –ordena el ingeniero
distrital de caminos que está dirigiendo las operaciones de trasbordo en
el río– porque en esas condiciones lo único que conseguirá es hundir el
jeep y paralizar toda esta operación.
Algunos comprenden la difícil situación y entregan las llaves, pero
es necesario utilizar la fuerza militar para convencer a otros.
A las dos y media de la tarde empieza la carrera porque, al ver la
plataforma del camino bien nivelada, nadie se priva del placer de pisar
el acelerador y los 140 kilómetros hasta San Ignacio son vencidos en algo
más de dos horas.
A orillas del río Apere, los alumnos de la escuela agitan sus pequeñas
banderitas tricolores al paso de los vehículos. El general Banzer detiene
su carro y desciende para saludar a su amigo, el ganadero Alfredo Añez,
que desde su estancia ha venido a esperar el paso de la caravana.
—Bienvenido, señor Presidente –dice al estrecharle la mano.
—Muchas gracias, don Alfredo –le contesta el general Banzer–. Por
fin pudimos venir a visitar sus propiedades.
—Le agradezco, señor Presidente –continúa Añez–. Primero, por el
honor de parar su caravana solo por saludar a este humilde ganadero y,
después, y a nombre de todo el Beni, por el camino que durante tantos
años hemos estado esperando.
—Esa era una tarea que nos impusimos hace tiempo –dice el general
Banzer– y que recién ahora hemos podido cumplir. Espero que de aquí
en adelante el Beni pueda comercializar, con un mínimo de costo de
transporte, su carne hasta los mercados de consumo. ¿A usted cómo le
ha ido con su ganadería?
—Señor Presidente, en realidad la situación no es muy buena –dice
Añez mientras busca las palabras adecuadas para expresar su opinión–.
490 Arreando desde Mojos
Este camino que durante tantos años se nos prometió ha llegado un poco
tarde. De los ganaderos que soportamos todas las calamidades sin ninguna
ayuda del gobierno ya no quedan muchos, la mayoría ha muerto esperan-
do esta vinculación. La Guerra del Chaco, el cuereaje, los abigeatistas, las
enfermedades del ganado sin atención oportuna de vacunas y remedios,
las inundaciones, las sequías y por último los intereses de los bancos nos
han llevado a la ruina. Yo creo que hoy termina la época en que el gana-
dero podía hacer su actividad sin mucho capital y autoabasteciéndose de
productos agrícolas con ayuda de su familia y sus peones solamente. Ese
ganadero ya no podrá gozar de las ventajas que traerá este camino. De
todos modos, esta es una obra que para el Beni es de vital importancia y
ya vendrán nuevos capitales, llegarán profesionales, se hará un repobla-
miento ganadero, se darán facilidades mediantes créditos a largo plazo
y bajo interés, las instituciones correspondientes facilitarán la sanidad
animal con la fabricación de vacunas en el Beni y, en fin, que será otra
época para la ganadería. Así muy pronto veremos, o mejor dicho verán
mis hijos o mis nietos, nuevamente las pampas llenas de ganado, como
era antes. Vea, señor Presidente, cómo son las cosas en otros países… Hace
cuarenta años fuimos a pelear contra el Paraguay y, si bien es cierto que
defendimos la zona petrolera, perdimos un inmenso territorio que para
nosotros siempre fue inútil, pero que ahora alberga más de siete millones
de cabezas de ganado de raza. Mientras que en las pampas del Beni, por
falta de incentivo estatal, apenas pasamos del millón. ¡Si este camino se
hubiera construido hace cuarenta años otro panorama se tuviera hoy!
—Oiga, don Alfredo –le corta el Presidente–, por qué no se acopla a nuestra
caravana y en Trinidad me sigue explicando todo esto con más calma.
—No es necesario, señor Presidente –contesta Añez–, porque allá los
técnicos de la Federación de Ganaderos le mostrarán con cifras todo el
panorama. De todos modos, gracias por la invitación.
—Don Alfredo –concluye Banzer despidiéndose–, el rato que usted
pueda viajar a La Paz no dude de presentarse en el Palacio de Gobierno.
Aquí le dejo esta tarjeta especial para facilitarle el pase.
—Muchas gracias, señor Presidente, que tenga buen viaje.
—Hasta luego, don Alfredo.
Y los viajeros continúan mientras Alfredo se queda a la vera del
camino esperando a su hijo Fernando, que llega en un jeep del Servicio
de Caminos.
—¿Pero no llegarás hasta Trinidad? –le pregunta el ingeniero Cama-
cho, al ver que el jefe de la brigada topográfica baja con su maletín de
viaje.
Tercera parte (1967-1976) 491
—No, ingeniero, aquí está mi padre y como tengo unos días de va-
cación quiero quedarme con él.
—Buenas tardes, señor Añez –dice Camacho, bajando del carro al
encuentro de Alfredo que se ha acercado al jeep–. Aquí le dejo a su hijo
sano y salvo.
—Ingeniero Camacho, me alegra verlo por estos trechos y lo felicito
por haber culminado con la construcción de este camino tan importante
para el Beni.
—Gracias, don Alfredo –contesta–. A la vuelta retornaré por esta mis-
ma ruta. Deseo quedarme unos dos días en su estancia y, como Fernando
me ha invitado, le ruego me considere su huésped.
—Es un honor para mí, ingeniero, que se quede en mi casa por unos
días. Lo estaré esperando con caballos en este mismo lugar.
Y mientras padre e hijo continúan el viaje a caballo hacia la estancia
El Chiverío, los carros van llegando a San Ignacio, donde se ha preparado
una fiesta general con bailes folclóricos.
—Como justo agradecimiento del pueblo ignaciano –expresa en
su discurso la Alcaldesa de San Ignacio de Moxos, señora Nelly Vélez de
Abularach– hacia el único Presidente de Bolivia que quiso unir a los bo-
livianos mediante la construcción de caminos, por voluntad de todos los
habitantes de este pueblo, hemos resuelto que la plaza principal lleve el
nombre del general Hugo Banzer Suárez.
Emocionado, el Presidente agradece la distinción. Luego, todos buscan
su alojamiento.
—Ingeniero, perdimos el control de las tarjetas para alojamiento.
—¿Pero qué ha pasado? –pregunta el ingeniero de caminos–. Si todo
estaba bien organizado.
—Así era, pero llegó el ministro de Urbanismo y no quiso el aloja-
miento que le habíamos preparado y se fue donde su compadre Rivero, y
el ministro de Transportes ha ordenado que todos los militares vayan al
campamento y se les busque otra ubicación a los empleados del Servicio
de Caminos.
—Bueno, traten de solucionar las cosas hasta donde se pueda, y a los
que queden sin cama prométanles que esta noche durante el baile se les
indicará el lugar de alojamiento.
—¡Qué te parece! –dice Martínez–. Cuando todo estaba perfectamente
organizado se produce el desastre. Hay casas donde están sobrando camas,
pero ya no sabemos cuáles son.
—Calma, calma, Carlitos –le contesta el ingeniero distrital–. Ya una
vez le sucedió una cosa similar a don Fadrique Muñoz cuando dirigía el
492 Arreando desde Mojos
Aviso de remate
El Juez Instructor… seguido por el Banco… contra Alfredo Añez, garante
de… remata las propiedades ganaderas llamadas El Chiverío, La Bellacada y
La Chacotera con setecientas cincuenta cabezas de ganado, corrales, casas
de hacienda, etc. al precio base de… El remate se verificará el día…
Fin
En el marco de la celebración de los 200 años de la Independencia de Bolivia, en 2025, la Vicepresidencia
del Estado Plurinacional, a través de su Centro de Investigaciones Sociales (cis), determinó la creación de la
Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (bbb), cuyo propósito principal es seleccionar, publicar y difundir 200
de las más representativas obras del pensamiento y conocimiento de nuestro país para promover la lectura,
el estudio y la investigación de lo boliviano, fortalecer el sistema educativo y la reflexión sobre la identidad
plural de Bolivia.
La bbb es un proyecto editorial que toma en cuenta aspectos cronológicos, históricos, geográficos,
étnicos, culturales, lingüísticos, etc., con la intención de conformar una colección de obras representativas
de y para la historia de nuestro país en cuatro colecciones: historias y geografías; letras y artes; sociedades; y
diccionarios y compendios.
COORDINACIÓN GENERAL
Víctor Orduna Sánchez: Editor general
Claudia Dorado Sánchez, Kurmi Soto Velasco, Alfredo Ballerstaedt Gonzales,
Wilmer Urrelo Zárate e Iván Barba Sanjinez: Editores
Juan Carlos Tapia Quino, Marcos Flores Reynoso
y Oscar Claros Troche: Responsables de diseño e imprenta
Ana Lucía Velasco: Responsable del Proyecto
Francisco Bueno Ayala: Asesor jurídico
Andrés Claros Chavarría: Asistente general