Invasión A Irak
Invasión A Irak
Invasión A Irak
Capital: Bagdad
Presidente: Barham Salih
Continente: Asia
Población: 39.31 millones (2019) Banco Mundial
Moneda: Dinar iraquí
Idiomas oficiales: Idioma kurdo, Árabe estándar moderno
Desde los años noventa, Irak formaba parte de los denominados estados gamberros.
Durante 12 años, el régimen de Saddam violó 16 resoluciones de Naciones Unidas en
torno al desarme. Sin embargo, durante esos años Irak fue contenido y en ocasiones
castigado por transgredir las disposiciones de la ONU, por ejemplo, a través de
bombardeos aéreos ante la violación iraquí de la zona de exclusión aérea.
El peligro que los rogue states y el terrorismo internacional significan para la seguridad
norteamericana aceleró las prioridades del gobierno norteamericano respecto a Irak.
Incluso antes de que terminara la guerra en Afganistán, Irak se había convertido en el
nuevo objetivo de la política exterior de Estados Unidos. Confirmadas estas suposiciones
en el documento que ya hemos analizado, la cuestión parecía ser sobre la forma en que
el ataque a Bagdad se realizaría: bajo el mandato multilateral de Naciones Unidas o bajo
la nueva doctrina de seguridad norteamericana.
El 20 de Marzo las fuerzas de la coalición, encabezadas por Estados Unidos, Gran Bretaña
y España, iniciaron acciones militares contra el régimen de Saddam Hussein, violando las
normas del derecho internacional que proscriben el uso de la fuerza (Art. 2, 4 de la Carta
de Naciones Unidas). De esta manera, Bush cumplía lo que en enero había prometido
ante el pueblo norteamericano: “Estados Unidos no depende de las decisiones de
otros”. Esta frase coincide con lo sostenido por (Kennedy, P. 2003): “la impresión general
que últimamente da Estados Unidos es que no nos importa lo que piensa el resto del mundo.
Cuando necesitamos ayuda - para perseguir a terroristas, congelar activos financieros y
habilitar bases aéreas a las tropas estadounidenses, jugamos con el resto del equipo; cuando
no nos gustan los planes internacionales, nos damos media vuelta”.
Con o sin aprobación de Naciones Unidas, Estados Unidos de Norteamérica atacaría Irak.
Fundamentalmente por dos razones: Estados Unidos se arrogó el poder de atacar primero
(strike first) de acuerdo a su Estrategia de Seguridad Nacional. Su rol de única
superpotencia mundial le permitió adoptar una política de aún por sobre el Consejo de
Seguridad que es el encargado de reglamentar el derecho de recurrir al uso de la fuerza
armada. Irak era para Estados Unidos uno de los objetivos en la lucha contra el terrorismo
internacional y la proliferación de armas de destrucción masiva. En segundo lugar, porque
Estados Unidos, en su condición hegemónica, busca consolidar su poder y evitar que su
supremacía sea disputada por otros Estados. Como sostiene (Russell, 2003; p.7): “lo que
estamos discutiendo es esencialmente el rol de Estados Unidos de Norteamérica en el
mundo y distintas formas de ejercicio de poder”. Después de todo, la política se define
como la lucha por el poder y por los recursos para aumentar ese poder. La presencia de
Estados Unidos en Medio Oriente es esencial para preservar el actual statu quo y los
intereses norteamericanos en la zona. Así lo indicaba (Brzezinski, 1998; p. 40) hace unos
años, “Eurasia es el tablero en el que la lucha por la primacía sigue jugándose”. Este es el
objetivo estratégico de Estados Unidos de Norteamérica.
Es por eso que la Estrategia de Seguridad Nacional, constituye una política de estado de
tipo unilateral, destinada a mantener el statu quo, y se sustenta en los ataques preventivos
para lograrlo. Ante la imposibilidad de encontrar consenso en el Consejo de Seguridad
para atacar a Irak, Estados Unidos decidió atacar solo.
Tras el inicio de la Invasión de Irak de 2003, las naciones de Europa se vieron divididas en
cuanto a la forma de encarar el terrorismo. Tras el ataque lanzado por Estados Unidos
contra Afganistán (amparado por las resoluciones de la ONU) e Irak, los países europeos
reaccionaron de forma diversa, tanto en el seno de la UE como internamente, ante el
enfoque que había dado Estados Unidos de Norteamérica a la lucha contra el terrorismo.
Por un lado, algunos países europeos, encabezados por Alemania y Francia, se opusieron
al nuevo concepto de "guerra preventiva" y rechazaron participar en el ataque a
Irak. Otros países europeos, encabezados por Italia, España y Polonia, respaldaron la
iniciativa de Estados Unidos de Norteamérica y enviaron efectivos militares. Sin embargo,
debido al cuestionable objetivo de la operación, a cambios políticos internos y a las
numerosas críticas desde diversos sectores sociales, España ha aproximado sus posturas
a las tesis del eje franco-alemán, mientras que Polonia e Italia han dado un perfil más
discreto a su posición.
El nuevo Gobierno es el primero en ser elegido por vía democrática en medio siglo, y el
primero en estar dominado por la mayoría chií. También es la primera vez que los kurdos
ocupan aproximadamente el 25% de los cargos más importantes.
Para aproximarse a la comprensión del mundo iraquí, desde un enfoque religioso, los
chiítas son mayoría, son el 60% de una población de 26 millones, completada por sunnitas
-a los que pertenecía Saddam Hussein- y kurdos, musulmanes también pero no árabes.
Si los religiosos chiítas rearman su actual coalición tras las elecciones de marzo de 2010,
(marcadas por alta violencia), seguirán afinando lazos con Irán. Mientras los religiosos
chiítas tengan influencia, la geopolítica norteamericana tendrá motivos para preocuparse.
Desde un punto de vista geopolítico, esta historia fue un gran error de Estados Unidos de
Norteamérica. Ayudó a Irán, no a Israel. La invasión y ocupación convirtió a Irak en un
Líbano.
Hay una imagen creada en Occidente que identifica a Irán con la inestabilidad y cree que
la busca en sí misma, ya sea en Irak o en el Líbano. Y lo cierto es que a Irán no le conviene
la inestabilidad en Irak porque no quiere tener bases estadounidenses en su frontera y
sabe que la inestabilidad en Irak podría favorecer este desenlace.
Lo que está claro es que los ataques terroristas en 2001, han proporcionado una nueva
oportunidad de carácter cualitativo para que EEUU, actuando en nombre de las
compañías petrolíferas, atrinchere sus tropas en las repúblicas centroasiáticas de la ex-
Unión Soviética, así como en la región transcaucásica, donde se encuentran las segundas
reservas petrolíferas en importancia del planeta. El camino ha quedado abierto para que
comiencen a acelerarse los proyectos de construcción de oleoductos y gaseoductos a
través de Afganistán y Pakistán hacia Karachi: es la ruta mejor y más barata para
transportar el combustible hacia el mercado. Afganistán cuenta también con
considerables recursos de gas y petróleo, al igual que Pakistán.
Hay quien dice que Washington se ve motivado por la necesidad de garantizar que el
petróleo siga llegando a los consumidores norteamericanos, lo cual explicaría su interés
en Asia Central, el Próximo Oriente, y otras regiones del globo. En realidad, Norteamérica
depende en gran medida de sus fuentes de energía doméstica y de Venezuela, principal
fuente de importaciones petrolíferas de Estados Unidos de Norteamérica. El 15% del
petróleo importado procede de África. De lo que trata todo esto es de cómo los beneficios
de las grandes corporaciones pueden verse aumentados enormemente vendiendo
energía a quienes carecen de ella (el Sur y el Sureste asiático) y de vencer a China y a
Rusia en la carrera por hacerse con el control de las reservas de gas y petróleo de Asia
Central y la cuenca del Mar Caspio. Las recientemente descubiertas reservas de petróleo
de Kazajistán podrían ser fácilmente canalizadas a través de Rusia. Dejar a un lado las vías
rusas y de paso obstaculizar las operaciones petrolíferas rusas (que dependen en gran
medida de sus clientes europeos), proporcionaría aún más beneficios a las corporaciones
occidentales. Ganarían un acceso mayor al mercado europeo. Construir un oleoducto en
Afganistán significaría también abrir una ruta aún más directa hacia el Golfo Pérsico a
través de Irán, al tiempo que se frustraría la creciente cooperación entre Rusia e Irán. Es
el "Gran Juego" del petróleo.
Irán está enriqueciendo uranio que podría llevarle a ser potencia nuclear en Oriente
Medio y eso a Israel no le agrada nada. Allí es donde Obama está entre la espada y la
pared. Sabido es que Israel tiene poder de decisión en USA a través de los lobbys o grupos
de presión, por lo tanto, la presidencia Obama necesitaría la ayuda de la comunidad
internacional para solucionar este grave problema.
Entre ambas invasiones, se presentan cinco grandes diferencias que hacen mucho más
difícil aplicar una estrategia contrainsurgente en Afganistán:
1.- Los talibanes no son Al Qaeda. La clave en la estabilización de Irak conseguida por
EEUU fue la separación de las diferentes facciones que formaban la insurgencia, y muy
especialmente Al Qaeda, de sus elementos nacionalistas. Aquello fue posible porque Al
Qaeda era visto como un cuerpo ajeno a la sociedad iraquí que se excedió en su voluntad
hegemónica. De hecho, bajo el régimen de Sadam, la organización de Bin Laden no existía
en Irak. En cambio, los talibanes forman parte del tejido social afgano, por lo que será
imposible extirparlos de la sociedad afgana.
2.- Afganistán, un país sin tradición estatal. Irak poseía bajo Sadam un Estado central
fuerte, y se puede argumentar que su tradición de un gobierno central se remonta a la
civilización babilónica. En cambio, en Afganistán, incluso en las épocas de estabilidad, el
gobierno central ha sido muy débil, capaz de controlar los alrededores de Kabul y poco
más. En las provincias, las tribus eran quienes aportaban orden, y no existe una clase
funcionarial, como si sucede en Irak. Así pues, la tarea de construir un Estado legítimo,
clave en todo esfuerzo contrainsurgente, es mucho más difícil en Afganistán que en el
país árabe.
Los pashtunes suponen el 40% de la población afgana. El resto del país nunca
aceptaría pacíficamente un control total de la vida política por ese grupo. No hay más
que ver dónde se producen los combates entre EEUU y sus aliados de la OTAN: siempre
en zonas pashtunes o, al menos, mixtas. En los 90, sólo la ayuda militar pakistaní y saudí
(y la complicidad de EEUU) permitió a los talibanes tener cierto control sobre Afganistán,
aunque con numerosos focos de resistencia en las áreas no pashtunes
3.- Fraude electoral. Aunque las diversas elecciones iraquíes no hayan sido un modelo
de democracia liberal, el nivel de fraude ha sido mucho menor que en Afganistán, o
al menos ésa es la percepción de la población, que es lo que realmente cuenta. El
gobierno iraquí tiene una mayor legitimidad que el afgano, lo que ha permitido que se
haya ganado la lealtad de buena parte de la población en detrimento de las milicias. Por
desgracia, no parece que lo mismo vaya a suceder pronto con el gobierno de Karzai.
4.- El santuario pakistaní. Es cierto que los países vecinos de Irak, Siria y sobre todo Irán,
han ayudado a la insurgencia, proporcionándole armas, o al menos haciendo la vista
gorda respecto a su entrada en territorio iraquí. Sin embargo, no se puede decir que los
insurgentes dispusieran de un santuario allí en el que replegarse y recuperarse ante el
acoso estadounidense, antes de planear nuevas ofensivas. Pues bien, esto es lo que
sucede en Pakistán, y no parece que Islamabad pueda -o quiera- neutralizarlo
ocupando las zonas tribales pastunes.
5.- Territorio rugoso. El territorio montañoso de Afganistán es ideal para llevar a cabo
una guerra de guerrillas, mucho menos propicia en un territorio desértico como el iraquí.
El recién anunciado plan para Afganistán del presidente Barack Obama se parece más a
la estrategia de salida de George W. Bush que a la de Lyndon Johnson en Vietnam. O al
menos está diseñada según la mitología de Washington de que Irak fue convertido de un
pantano en un éxito salvador por la voluntad indomable y una “escalada” de tropas de
último momento. Pero Afganistán no se parece mucho a Irak, y el consenso de
Washington sobre su supuesto éxito allí es equivocado en aspectos claves.
Con respecto a las dos invasiones, las narraciones de los veteranos de Irak y Afganistán
ponen de manifiesto el gran estrés al que están sometidos los soldados en una “guerra
de guerrillas”, en la que el enemigo está escondido entre la población civil, y puede
golpear en cualquier momento.
Desde 2003, unos 34.000 soldados han sido diagnosticados con esta enfermedad.
Ahora bien, se teme que la cifra real sea muy superior, pues durante años, la cultura de la
organización ha disuadido a los soldados de reconocer este tipo de enfermedad al
estigmatizarlo como un signo de debilidad.