03
03
03
El sentido de la vida es entendido como el acto de vivir en uno mismo, a través de reflexionar el
cómo experimentamos cada experiencia a través de nuestros años, meses, días, de las horas.
Moldeando poco a poco, el propósito de nuestra existencia. Y este, a su vez, es el responsable del
sentimiento de plenitud.
Estereotipos de asesinos.
En ocasiones, la violencia, es un tema recurrente, como lo hemos visto en las dos anteriores
películas.
Estas experiencias han sido irremediablemente alteradas por el dominio que los medios de
comunicación ejercen sobre las sociedades contemporáneas.
Si deseamos, hoy en día, dirigirnos a un ciudadano estadunidense promedio, que suele estar
influenciado por esta industria del entretenimiento, y realizar la siguiente pregunta.
¿Cuál es la diferencia entre ser testigo de un asalto a mano armada, ver imágenes de una guerra
en un noticiario o contemplar la representación de un estallido en una película de acción?
Seguramente, nos mirará con desprecio por la obviedad insultante de nuestra pregunta, un insulto
al sentido común, y no se tomará la molestia de responder.
Quizás comprenda que estas experiencias están delimitadas, pero su capacidad de ser sensible a
cada una de ellas de manera distinta, ha sido irremediablemente alterada por el dominio que los
medios de comunicación que ejercen sobre las sociedades contemporáneas.
La caza de culpables se ha convertido en uno de los debates más encarnizados de los últimos años
entre sociólogos y estudiosos de los medios. Uno de los argumentos sostiene, que la frecuente
representación de la violencia en el cine repercute en la realidad. Este punto de la discusión, casi
risible, está prácticamente agotado; las conclusiones son incómodas porque obligan a los
debatientes, el asumir el simplismo de este mecanismo asociativo. Es claro que sí, un espectador
tiene tendencias psicópatas, incluso, una película infantil como Bambi, le inspiraría a cometer una
masacre.
Otra conclusión, menos determinante y más atractiva, es la que respecta a la insensibilización del
espectador, el cual, es muy distinto al argumento de incitación o estimulación. Este fenómeno
obliga a invertir los términos. Lo importante ya no es descubrir los efectos de los medios sobre la
realidad, sino observar cómo esta realidad es representada a través de una pantalla.
Una distinción importante, es la de los dos principales medios audiovisuales, la televisión y el cine,
y los dos tipos de violencia que proyectan. En el cine, ésta es parte de una ficción (salvo en los
casos en los cuales una película utilice imágenes de violencia real). En la televisión, exceptuando
los programas de acción, la violencia representada corresponde al mundo real. Los noticiarios, y
últimamente los reality shows, se han ocupado de concederle cierto formato a la brutalidad.
El resultado es una siniestra homogeneización de los hechos violentos, sobre una Superficie que
no rebasa las medidas de una pantalla de televisión, una guerra, un atentado terrorista, un asalto
callejero y un secuestro adquieren magnitudes similares. Esto no sería tan grave si, por lo menos,
esta magnitud correspondiera al nivel de catástrofe que al menos uno de ellos representa, pero un
segmento televisivo precede, sin reparos por parte de los productores ni de los presentadores, a
un segmento de eventos sociales, al pronóstico del clima, a una cápsula de sabiduría popular o a
un comercial de Saba.
El lúcido ensayo de Giovanni Sartori, Homo videns: la sociedad teledirigida, culpa a la televisión de
atrofiar la capacidad humana de abstracción, esencial en el entendimiento. Así, dice Sartori, las
imágenes violentas que pasan por el filtro de una pantalla televisiva están desprovistas -en la
mente del espectador- de la noción de violencia que debiera acompañarlas. Si a esto se le añade la
superficialización del formato televisivo, los efectos en su conciencia son nulos. Ya que un número
todavía importante de personas no hemos tenido un contacto extremo con la violencia, nuestra
percepción suele ser de segunda mano, algo que no estaría nada mal, si encima no fuera
distorsionada por los sonrientes comunicadores.
Al invertir el debate sobre medios y sus efectos sobre el espectador, y convertirlo en uno sobre
cómo la violencia es reflejada en los medios, el recuento de su huella en el cine es imprescindible.
Una película calificada de violenta lo es por su tono y no porque su género la delimite (aunque el
thriller, el cine negro, el western, el horror y el gore sean sus semilleros habituales).
Como se comentó, a partir de la Naranja mecánica, de Stanley Kubrick, se inaugura la era de la
llamada ultraviolencia en el cine comercial estadounidense -éste, producto de una sociedad
gravemente teledirigida, a partir de películas como Masacre en cadena (Tobe Hooper, 74), El
asesino del taladro (Abel Ferrara, 79), Henry: retrato de un asesino serial (John McNaughton, 86) o
Crash (David Cronenberg, 96), establecen en el imaginario colectivo, representaciones
concentradas de violencia, de distinto tipo, y destacan entre cientos de otras imposibles de
enumerar.
La cantidad de películas sobre estos temas es tan amplia, que ha dado lugar a un subgénero de
autorreferencia. Cintas en las que el tema a desarrollar es la violencia tal y como aparece
El ejemplo perfecto, a estas películas que referencian, es la de Asesinos por naturaleza, de Oliver
Stone, en 1994. Está narra la historia de una pareja de asesinos en serie, a quienes los medios han
convertido en estrellas de televisión idolatradas. Esta película pretende ser una parodia que revela
el estatus de celebrities que la sociedad estadounidense suele darles a sus asesinos en particular y
a sus freaks en general. La parodia de Stone contiene una contradicción difícilmente perdonable: a
la vez que el discurso moralista del director se filtra durante toda la película (el asesino llama "Dr.
Frankestein" al periodista, después lo mata), la cinta es el despliegue audiovisual más ostentoso -y
esto ya es decir mucho- en la carrera de Stone. Filmada en color, blanco y negro; en 35 mm y en
Super 8; combinando animación, parodia de programas de tv y extractos de noticiarios;
musicalizada hasta el cansancio y con la cámara puesta desde todos los puntos de vista
imaginables y posibles.
Asesinos por naturaleza es una película que se regodea en su cualidad cinematográfica. Cualquier
tema que en ella se planteará, perdería de inmediato su nexo con la realidad. Al ser el tema la
violencia, el resultado es una glamorización irreconciliable con el discurso del director. El caso de
Asesinos por naturaleza, es un ejemplo ilustrativo del tratamiento que se le da a la agresión
extrema en cintas contemporáneas, agrupadas todas bajo la influencia de Tarantino, cineasta
reconocido y alabado, cuya filmografía se compone de historias intensas, en las cuales el humor y
la brutalidad comparten el mismo valor, lo que deriva, de acuerdo a sus detractores, en una
alarmante trivialización de los hechos, sin embargo, la diferencia con Stone es que Tarantino no
predica sobre el tema en sus películas. Cuando Gale, el periodista de Asesinos por naturaleza, le
dice a su productora que, "la repetición funciona", enuncia con precisión involuntaria, el principio
por el cual la violencia en el cine ha perdido todo efecto, incluso en la propia película. La repetición
incesante de muertes, accidentes y golpizas, ha resultado en la pérdida de su valor. La audiencia,
entonces, actúa con indiferencia hacia su propio contenido, el contenido aquí es la noción del
acto violento.
Quizá la pérdida de este valor haya generado la necesidad de recuperarlo, y dado lugar a uno de
los mitos más difundidos de la cinematografía clandestina contemporánea: la existencia, hasta el
momento no comprobada, de videos snuff, en los cuales una persona es torturada y asesinada
frente a una cámara. Lo importante ya no es saber si existe o no una cinta de éstas en la realidad,
sino que ocupan un sitio en la imaginería colectiva como símbolo extremo de violencia filmada con
fines de entretenimiento.