Reseña de La Ponencia Amor Pedagogico
Reseña de La Ponencia Amor Pedagogico
Reseña de La Ponencia Amor Pedagogico
“La formación educativa del siglo XXI debe invitar al estudiante a alcanzar un mayor nivel de descubrimiento
de la identidad personal, vinculada con la producción de formas constructivas de vida, a través de las
relaciones sociales”, explica el doctor Gilvic Carmona De Jesús, psicólogo en consejería, consultor y
diseñador de programas académicos.
Es muy importante que un docente al graduarse de las normales siempre tenga un principio
importante que es el amor y continúe con él durante toda su trayectoria docente, más en este
tiempo en el que estamos viviendo de confinamiento, son tiempos muy difíciles tanto para los
profesores como para los alumnos(as). En educación es imposible ser efectivo sin ser afectivo. No
es posible calidad sin calidez. Ningún método, ninguna técnica, ningún currículo por abultado que
sea, puede reemplazar al afecto que se tenga durante el trayecto de la educación. Amor se escribe
con “A” de ayuda, apoyo, ánimo, aliento, asombro, acompañamiento, amistad. El educador es un
amigo que ayuda a cada alumno, especialmente a los más carentes y necesitados, a superarse, a
crecer, a ser mejores.
Amar significa aceptar al alumno(a) como es, siempre original y distinto(a) a mí y a los demás
alumnos(as), más allá de si me cae bien o mal, de si lo encuentro simpático(a) o antipático(a), de si
es inteligente o lento en su aprendizaje, de si se muestra interesado o desinteresado. El amor
genera confianza y seguridad. Es muy importante que el niño(a) se sienta en la escuela, desde el
primer día, aceptado(a), valorado(a) y seguro(a). Sólo en una atmósfera de seguridad, alegría y
confianza podrá florecer la sensibilidad, el respeto mutuo y la motivación, tan esenciales para un
aprendizaje autónomo. Hacer niños felices es levantar personas buenas. Educar es un acto de
amor mutuo. Es muy difícil crear un clima propicio al aprendizaje si no hay relaciones cordiales y
afectuosas entre el profesor y el alumno, si uno rechaza o no acepta al otro.
El amor es también paciente y sabe esperar. Por eso, respeta los ritmos y modos de aprender de
cada alumno(a) y siempre está dispuesto a brindar una nueva oportunidad. La educación es una
siembra a largo plazo y no siempre se ven los frutos. De ahí que la paciencia se alimenta de
esperanza, de una fe imperecedera en las posibilidades de superación de cada persona. La
paciencia esperanzada impide el desánimo y la contaminación de esa cultura del pesimismo y la
resignación que parecen haberse instalado en tantos centros educativos.
Para ser paciente, uno debe tener tranquilidad, paz, paciencia, empatía. Sólo así será capaz de
comprender, sin perder los estribos, situaciones inesperadas o conductas inapropiadas, y podrá
asumir las situaciones conflictivas como verdaderas oportunidades para educar. La paciencia evita
las agresiones, insultos o descalificaciones, tan comunes en el proceso educativo cuando uno
“pierde la paciencia”. El amor paciente no etiqueta a las personas, respeta siempre, no guarda
rencores, no promueve venganzas; perdona sin condiciones, motiva y anima, no pierde nunca la
esperanza.
Amar no es consentir, sobreproteger, regalar notas, dejar hacer. El amor no se fija en las carencias
del alumno sino más bien, en sus talentos y potencialidades. El amor no crea dependencia, sino
que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no sólo el bienestar de los
demás. Ama el maestro que cree en cada alumno y lo acepta y valora como es, con su cultura, su
familia, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su lenguaje, sus sueños, miedos e
ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada uno, aunque sean parciales; y siempre está
dispuesto a ayudarle para que llegue tan lejos como le sea posible en su crecimiento y desarrollo
integral. Por ello, se esfuerza por conocer la realidad familiar y social de cada alumno para, a partir
de ella, y a poder ser con la alianza de la familia, poder brindarle un mejor servicio educativo.
Es una pedagogía que evita herir, comparar, discriminar por motivos religiosos, raciales, físicos,
sociales o culturales. La pedagogía de la ternura se opone a la pedagogía de la violencia y en vez
de aceptar el dicho de que “la letra con sangre entra”, propone más bien el de “la letra con cariño
entra”; en vez de “quien bien te quiere te hará llorar”, “quien bien te quiere te hará feliz”.
Pedagogía del amor es reconocimiento de diferencias, capacidad para comprender y tolerar, para
dialogar y llegar a acuerdos, para soñar y reír, para enfrentar la adversidad y aprender de las
derrotas y de los fracasos, tanto como de los aciertos y los éxitos. La ternura es encariñamiento
con lo que hacemos y lo que somos, es deseo de transformarnos y ser cada vez más grandes y
mejores. Por esto, ternura también es exigencia, compromiso, responsabilidad, rigor, cumplimiento,
trabajo sistemático, dedicación y esfuerzo, crítica permanente y fraterna. En consecuencia, no
promueve el dejar hacer o deja pasar, ni el caos, el desorden o la indisciplina; por el contrario,
promueve la construcción de normas de manera colectiva, que partan de las convicciones y
sentimientos y que suponen la motivación necesaria para que se cumplan.