El Treball de Les Faules
El Treball de Les Faules
El Treball de Les Faules
Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia
su casa soñando despierta. "Como esta leche es muy buena", se decía, "dará mucha
nata. Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y
sabrosa, que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré un
canasto de huevos y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán
el verano piando en el corral. Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y
con el dinero que saque me compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras
bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean, todas las chicas del pueblo se
morirán de envidia. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y seguro que el hijo del
molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa. Pero no voy a decirle que sí de
buenas a primeras. Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no
con la cabeza. Eso es, le diré que no: "¡así!"
La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de leche
cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que la lechera se quedó sin nada: sin
vestido, sin pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y, sobre todo, sin leche: sin la
blanca leche que le había incitado a soñar.
Otra vez estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio de esta manera:
-Patronio, un hombre me ha propuesto una cosa y también me ha dicho la forma de
conseguirla. Os aseguro que tiene tantas ventajas que, si con la ayuda de Dios pudiera
salir bien, me sería de gran utilidad y provecho, pues los beneficios se ligan unos con
otros, de tal forma que al final serán muy grandes.
Y entonces le contó a Patronio cuanto él sabía. Al oírlo Patronio, contestó al conde:
-Señor Conde Lucanor, siempre oí decir que el prudente se atiene a las realidades y
desdeña las fantasías, pues muchas veces a quienes viven de ellas les suele ocurrir lo
que a doña Truhana.
El conde le preguntó lo que le había pasado a esta.
-Señor conde -dijo Patronio-, había una mujer que se llamaba doña Truhana, que era
más pobre que rica, la cual, yendo un día al mercado, llevaba una olla de miel en la
cabeza. Mientras iba por el camino, empezó a pensar que vendería la miel y que, con
lo que le diesen, compraría una partida de huevos, de los cuales nacerían gallinas, y
que luego, con el dinero que le diesen por las gallinas, compraría ovejas, y así fue
comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta que se vio más rica que
ninguna de sus vecinas.
»Luego pensó que, siendo tan rica, podría casar bien a sus hijos e hijas, y que iría
acompañada por la calle de yernos y nueras y, pensó también que todos comentarían
su buena suerte pues había llegado a tener tantos bienes aunque había nacido muy
pobre.
Así, pensando en esto, comenzó a reír con mucha alegría por su buena suerte y,
riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cayó al suelo y se rompió en mil
pedazos. Doña Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida por el suelo,
empezó a llorar y a lamentarse muy amargamente porque había perdido todas las
riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera roto. Así, porque puso toda
su confianza en fantasías, no pudo hacer nada de lo que esperaba y deseaba tanto.
Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún
día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones
dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún negocio, no arriesguéis algo muy
vuestro, cuya pérdida os pueda ocasionar dolor, por conseguir un provecho basado tan
sólo en la imaginación.
Al conde le agradó mucho esto que le contó Patronio, actuó de acuerdo con la historia
y, así, le fue muy bien.
Y como a don Juan le gustó este cuento, lo hizo escribir en este libro y compuso estos
versos:
En realidades ciertas os podéis confiar,
mas de las fantasías os debéis alejar
Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la
cabeza.
Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posible a la ciudad, a
donde iba para vender la leche que llevaba.
Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la
leche.
-Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!
La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su
imaginación iba cada vez más y más lejos.
-Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate
algunos, seguro que tengo suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y
cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. Entonces compraré una vaca, y a su
ternero también….
Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la
ternera, la vaca, el cerdo y los pollos.
FIN
Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña.»
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.