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MARRERO Marca. ON WEBER

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LA SOCIOLOGÍA EXPLICATIVO-COMPRENSIVISTA

DE MAX WEBER

UN REEXAMEN1

Adriana Marrero

Setiembre, 1999.

1
Publicado como: Documentos de Trabajo Nº 48, Depto. de Sociología, FCS, 1999.
INDICE DE CONTENIDOS

INDICE DE CONTENIDOS .................................................................................................................................... 2

I. INTRODUCCIÓN................................................................................................................................................. 3

II. LA SOCIOLOGÍA DE LA ACCIÓN ................................................................................................................. 5

III. LA REFERENCIA AL VALOR Y LA CUESTIÓN DE LA OBJETIVIDAD................................................ 9


La objetividad del conocimiento................................................................................................................. 13

IV. SENTIDO Y ADECUACIÓN CAUSAL: COMPRENSIÓN Y EXPLICACIÓN


EN LA TEORÍA DE LA ACCIÓN SOCIAL....................................................................................................... 18
Motivos y causas: el curso de la acción.................................................................................................... 22

V. EL TIPO IDEAL Y SU LUGAR EN LA SOCIOLOGÍA COMPRENSIVA .................................................. 30

VI. FUENTES Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS....................................................................................... 38

2
I. INTRODUCCIÓN

Referirse a la obra científica de Max Weber como “sociología comprensiva” es en primer lugar, un
atajo; un modo corto y fácil de señalar uno de los aspectos de su vasta obra también histórica y económi-
ca, también explicativa y comparativa. Es además, y sobre todo subrayar aquello que, entre los grandes
clásicos de la sociología, le es peculiar y característico. Es también, no es bueno olvidarlo, el nombre que el
propio Weber eligió para subtitular su última obra, aunque podemos encontrar en ella mucho más que pro-
puestas comprensivistas. Por último y no casualmente, es también el aspecto de su postura metodológica
que han venido reivindicando últimamente corrientes fenomenológicas, etnometodológicas y en general las
que, adscribiéndose a metodologías de tipo cualitativo, sitúan en la singularidad de la perspectiva indiv i-
dual el objeto específico de las ciencias sociales.

A estos enfoques debemos en gran parte el renovado interés que en las últimas déca-
das ha recibido el trabajo de Weber, aunque buena parte de lo escrito tenga como propósito
justamente, discutir y refutar el estrechamiento subjetivista que la perspectiva weberiana ha
venido sufriendo a veces, como efecto de prácticas científicas que, por centrarse en el actor,
renuncian a la tarea sociológica de ir más allá de él. Con esta “apropiación” del pensamiento
de Weber, curiosamente esas corrientes se proponen y terminan por arrebatar su legado nada
más ni nada menos que a aquél contra el cual reaccionan: el positivismo funcionalista, que hasta
entonces y a partir de la supuesta superación parsoniana, se había declarado su heredero legí-
timo y su natural continuador. Desde otras trincheras, el pensamiento posmoderno llega a We-
ber desde Nietzsche, y enarbola el politeísmo de las valoraciones, el desencantamiento del
mundo y la imposibilidad de una explicación global de la historia, para discutir la validez de la
ciencia misma.

El propio Weber no puede decidir ahora a cuál de los dioses en pugna ha de servir.
Pero es cierto que su magnífica obra, construida sobre tensiones de difícil resolución, puede
examinarse según los patrones que él mismo señaló: desde puntos de vista unilaterales alterna-
tivamente posibles y de acuerdo a la significación cultural que hoy cobra para nosotros.

Este artículo se estructura de la siguiente manera. Partiendo de la definición weberiana


de la sociología tal como aparece en Economía y Sociedad, se hará una breve referencia a

3
algunos supuestos de su teoría y de su metodología para detenernos en la tercera parte, en uno
de ellos, el de la “referencia a valores” y su relación con la objetividad del conocimiento. Des-
pués de este rodeo que nos habrá conducido a los escritos metodológicos, volveremos en la
cuarta parte del artículo a Economía y Sociedad, para examinar algunos problemas relaciona-
dos con la comprensión y la explicación de la acción social. Terminaremos con un somero
examen del concepto de tipo ideal y su papel en la sociología weberiana.

4
II. LA SOCIOLOGÍA DE LA ACCIÓN

El capítulo que abre Economía y Sociedad -“Conceptos sociológicos fundamentales”-


es el último trabajo escrito y revisado para su publicación por Weber antes de su muerte en
1920. Porque fue el último, porque a diferencia del resto de esta obra fue revisado por el pro-
pio Weber antes de su publicación, pero sobre todo porque pretendía constituir una sistemati-
zación ordenada y pormenorizada del instrumental conceptual de la sociología, este texto tiene
para nosotros una importancia central. Partiendo de él, abordaremos otros temas y cuestiones
problemáticas del resto de su obra. Sin más, el capítulo se abre de la siguiente manera:

“Debe entenderse por sociología (en el sentido aquí aceptado de esta palabra,
empleada con tan diversos significados): una ciencia que pretende entender, inter-
pretándola, la acción social para de esa manera explicarla causalmente en su de-
sarrollo y efectos. Por “acción” debe entenderse una conducta humana (bien con-
sista en un hacer externo o interno, ya en un omitir o permitir) siempre que el suje-
to o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La “acción so-
cial”, por tanto, es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o suje-
tos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo.”
(ES:5)2
Apenas basta reparar en la primera definición para advertir que el método de la com-
prensión coexiste en la sociología weberiana con la explicación. Ambas refieren a procedi-
mientos y propósitos diferentes y son conjuntamente indispensables y características del traba-
jo sociológico. Antes de abordar estas cuestiones, será necesario realizar algunas precisiones
previas sobre el punto de partida de la sociología así entendida: la acción social.

La acción intencional que un sujeto desarrolla en referencia a otros es, para Weber, la
unidad elemental del análisis sociológico. Fuera de ella no existe otra realidad ontológica de
carácter social. Ni las relaciones sociales más simples, como las de la amistad o el amor entre
dos personas, ni las más complejas como el estado, la iglesia o el mercado, pueden ser pensa-
das como existentes independientemente de la interrelación de acciones singulares y mutua-
mente entrelazadas de individuos, sobre las que se construyen. En sus palabras: “...esas forma-

2
Las abreviaturas de las obras de Weber citadas se encuentran al final del artículo.

5
ciones no son otra cosa que desarrollos o entrelazamientos de acciones específicas de perso-
nas individuales, ya que tan sólo estas pueden ser sujetos de una acción orientada por su senti-
do. (...) En todo caso no existe para (la sociología) una personalidad colectiva en acción”
(ES:12). Evitando los enfoques holísticos de lo social y centrándose en la acción del actor indi-
vidual, Weber evita algunos peligros sobre los que venía insistiendo desde sus primeros traba-
jos: 1. El error de confundir las ideas construidas sobre la realidad social con la realidad mis-
ma, reificando los conceptos y atribuyéndoles una existencia independiente de los sujetos ac-
tuantes; 2. El error de creer que la dirección de la investigación científica se encuentra determi-
nada por objetos o formaciones exteriores reales, previas a la tarea misma de investigación. 3.
El error reduccionista de intentar apoyar una ciencia de lo social en estados sicológicos subje-
tivos no objetivados. Los trataremos a lo largo del artículo.

El riesgo de reificar o hipostasiar los conceptos sociológicos no era improbable a la luz


de la suerte que venían corriendo algunas de más grandes construcciones sociológicas hasta
ese momento: el hecho social como objeto de la sociología en Durkheim, el análisis funcional
del organicismo, y como recalca Weber, varias de las categorías marxistas. Parece fuera de
discusión que la definición durkheimiana del hecho social, fuertemente normativa, como algo
que desde fuera y desde antes de las conciencias individuales (entonces externo), ejerce coer-
ción sobre los sujetos que se acomodan a él; como un fenómeno colectivo que es relativamen-
te independiente de sus manifestaciones individuales, termina por otorgar realidad no sólo a
unos fenómenos sociales que son fruto del relacionamiento entre personas, sino también a las
ideas que intentan representarlos. Igualmente peligrosa es la perspectiva organicista, que por
partir de un “todo” percibido como un organismo complejo, pretende explicar su configuración
y funcionamiento a través del análisis de las funciones que desempeña cada una de las partes.
Esta “consideración funcional de las partes” de utilidad limitada aún en biología, entraña a jui-
cio de Weber, el peligro de un “falso realismo conceptual” (ES:13).

En el marxismo, el riesgo de reificación surge cuando el investigador cae en la confu-


sión entre teoría e historia. Las construcciones teóricas secuenciales que se elaboran para ex-

6
plicar hechos históricos sucesivos a los cuales se les atribuye una conexión causal, pueden lle-
gar a veces a tomar preeminencia sobre los hechos mismos, de modo que “el saber histórico
aparece como servidor de la teoría en lugar de ser al revés” (OC:77). El peligro de reificación
en el marxismo, cuyas construcciones tienen para Weber un indudable valor heurístico, apare-
ce “tan pronto como se les confiere validez empírica o se les imagina como “tendencias” o
“fuerzas activas” reales (lo que en verdad significa “metafísicas”)” (OC:78). Weber niega la
posibilidad de formular una teoría ominicomprensiva de la historia, pero rechaza sobre todo y
de modo terminante la posibilidad de asignarle una dirección racional global, y considera este
intento marxista tan ilegítimo como el de la filosofía hegeliana en la que se inspira3. Corolario
de esta concepción global del devenir histórico es el compromiso marxista con una ética de
fines últimos, según la cual cualquier acontecimiento en el mundo social puede ser explicado,
interpretado y evaluado en términos de su correspondencia con la direccionalidad de dicho
proceso. Esto no puede aceptarlo Weber, quien apoyado en la epistemología neokantiana que
postula la separación radical entre juicios de hecho y de valor, sostiene la imposibilidad de
derivar prescripciones normativas a partir del estudio de la realidad empírica: “El destino de
una época cultural que ha degustado el árbol del conocimiento, es el de tener que saber que no
podemos deducir el sentido de los acontecimientos mundiales del resultado de su estudio, por
muy completo que éste sea. Por el contrario, debemos ser capaces de crearlo por nosotros
mismos.” (OC:15) A diferencia de Marx, Weber cree, con Tolstoi que “la ciencia no tiene
sentido4 porque no responde a nuestro problema, el único que tiene importancia para nosotros:
¿Qué debemos hacer y cómo debemos vivir?”(CV:97)

3
Giddens, A., [1977:315]
4
Esto no debe ser interpretado sosteniendo que para Weber la ciencia no tiene ningún valor: una claridad
acrecentada sobre el mundo social y las posibles formas de orientarse en él y actuar sobre él (CV:107ss)
no es un propósito poco ambicioso. Mucho menos quiere decir que la actividad científica no tenga ca-
rácter intencional, que por supuesto tiene. Weber se refiere a la dirección vital de nuestra existencia, y no
porque no podamos dar a nuestra vida, como sentido, el propósito de servir a la verdad científica, sino
porque esta es una elección que no resulta de la actividad científica misma ni debe buscarse en ella. No
podemos, en todo caso, procurar enderezar el curso de nuestra existencia de acuerdo a una supuesta d i-
reccionalidad histórica “verdadera” o “moralemente ascendente”.

7
Situando la acción social en la base de la sociología comprensiva y anclando el princi-
pal procedimiento metodológico a la captación del sentido subjetivo de agentes singulares,
Weber se resguarda de que sus construcciones conceptuales más elaboradas o más rendido-
ras, corten por ello el hilo conductor que las vincula a la infinita complejidad de lo real y ad-
quieran existencia y autonomía propias, sustituyéndolo. En último término, y siempre en el te-
rreno conceptual, cualquier fenómeno social significativo puede ser referido al sentido de la
acción de sujetos individuales, aunque no necesariamente deba serlo, y esto alcanza también,
como veremos, a la actividad científica como tal. Pero ambas instancias, la empírica y la con-
ceptual, aunque conectadas entre sí a través de la atribución de significado y de la imputación
causal realizada por el investigador, son de diversa índole, no deben confundirse y mucho me-
nos deberíamos permitir que la segunda tome el lugar de la primera. Porque “los campos de
trabajo de las ciencias no están basados en las relaciones “materiales” de los “objetos”, sino en
las relaciones conceptuales de los problemas” (OC:30).

8
III. LA REFERENCIA AL VALOR Y LA CUESTIÓN DE LA OBJETIVIDAD

La dirección de la investigación científica no puede estar determinada por la realidad,


porque la realidad es infinita, compleja, e intrínsecamente desprovista de sentido: “tan pronto
como intentamos tener conciencia del modo como se nos presenta la vida, ésta nos ofrece una
casi infinita diversidad de acontecimientos sucesivos y simultáneos, que aparecen y desapare-
cen “en” y “fuera de” nosotros. Y la infinidad absoluta de dicha diversidad subsiste de forma
no aminorada incluso cuando nos fijamos aisladamente en un único “objeto” -acaso una tran-
sacción concreta.” (OC:36) El avance científico en la formulación de leyes explicativas de la
realidad no puede tampoco servir de auxilio para orientarnos en la infinitud, complejidad e in-
determinación de lo real: “Incluso con el más amplio conocimiento de todas las “leyes”, queda-
ríamos perplejos ante la pregunta de cómo es posible una explicación causal de un hecho indi-
vidual, ya que ni tan sólo puede pensarse de manera exhaustiva la mera descripción del más
mínimo fragmento de la realidad. Porque el número y la naturaleza de las causas que han de-
terminado algún acontecimiento individual, siempre son infinitos, y no existe en las cosas mis-
mas ningún rasgo que permita elegir entre ellas aquellas que interesan.” (OC:44)

Si la realidad es infinita, difusa y diversa, si nada de lo que existe puede por sí mismo
prevalecer sobre lo demás, si las cosas del mundo no brillan con luz propia guiando con ella el
rumbo de la investigación, entonces la fuente de orientación debe buscarse fuera del mundo de
lo real, en el mundo de las significaciones y valores culturales, al cual pertenece el investigador.
Es la referencia de los hechos reales a juicios de valor, lo que los convierte en objetos singula-
rizados e interesantes, dignos de ser estudiados y conocidos. La “referencia al valor” -idea que
Weber toma directamente de Rickert- sirve de orientación al investigador en el mundo com-
plejo de la realidad social: algo en el mundo adquiere valor en la medida en que un o unos su-
jetos refieren a él juicios de valor, nunca antes. Las cosas del mundo no brillan con luz propia,
pero pueden brillar como objetos culturales bajo el haz de luz valorativo que los sujetos y el
investigador mismo, dirigen hacia ellas. La referencia al valor es lo que le permite al científico
social desbrozar, desenmarañar, elegir, descartar y construir: le permite situarse en una pers-

9
pectiva de entre otras posibles, construir su objeto de estudio de un modo determinado y es-
tablecer posibles vínculos y relaciones causales con otros fenómenos también convertidos, por
referencia a valores, en significativos.

La cuestión de la “referencia al valor” gana en complejidad si tomamos en cuenta que


el científico no construye su objeto ni formula sus problemas proyectando su interés valorativo
sobre una realidad no interpretada previamente. Los problemas sobre los que se interroga el
investigador son ya de tipo cultural, vienen ya preinterpretados por la época a la que pertene-
ce, y esa atribución de significado es una condición previa para la constitución de una ciencia
de lo sociocultural. “La premisa trascendental de cualquier ciencia de la cultura no es el hecho
de que nosotros concedamos valor a una “cultura” determinada o a la cultura en general, sino
la circunstancia de que nosotros seamos seres civilizados, dotados con la capacidad y la vo-
luntad de tomar una actitud consciente frente al mundo y conferirle un sentido.” (OC: 48) Aho-
ra bien, dado que “todo individuo histórico está arraigado de forma lógicamente necesaria en
unas “ideas de valor”(OC: 48), ¿son estas ideas de valor que la cultura confiere a los hechos,
lo que los convierte en dignos de ser conocidos y construidos como objeto?

Esta pregunta encierra varios problemas y merece varias respuestas.

En primer lugar, es claro que la distinción radical entre juicios de hecho y juicios de
valor (y su correlato, la separación de la verdad científica de la valoración ética) que Weber
hereda del neokantismo y sobre la que insiste permanentemente, obliga a descartar de plano la
posibilidad de que el científico estudie su objeto bajo idénticos criterios valorativos que los que
la cultura le atribuye. Al estudiarlos, los despoja de su validez normativa culturalmente acepta-
da y busca interpretarlos y explicarlos en su facticidad. “Cuando algo normativamente válido
se convierte en objeto de estudios empíricos, como tal objeto pierde su carácter de norma”
(LV:148).

En segundo término es conveniente distinguir la significación cultural de un fenómeno y


la resignificación de ese fenómeno como objeto de estudio. El científico no convierte a los

10
hechos culturales en objetos científicos simplemente despojándolos de su significado cultural
convencional; “limpiándolos”, por decirlo así, del valor que su cultura les confiere, sea éste de
tipo ético, estético o de cualquier otra índole. El científico los resignifica bajo una nueva luz, los
construye pero desde la perspectiva de su interés cognoscitivo. Hoy aceptamos que el científi-
co social se enfrenta a un mundo preinterpretado de objetos y fenómenos culturales al cual
pertenece, y sobre los cuales proyecta a su vez un interés cognoscitivo que los transforma, les
confiere un nuevo valor como objetos de investigación y de interpretación y como tales, los
constituye. Esta reinterpretación de lo ya culturalmente interpretado constituye, tal como lo
muestra Giddens, una tarea doblemente hermenéutica, característica de las ciencias de lo so-
cial.5 ¿Hay algo de esto en los escritos metodológicos de Weber?

Es claro que Weber distingue entre el fenómeno culturalmente definido, la valoración


personal que de él pueda hacer el científico como individuo, y sobre todo, la redefinición del
mismo como objeto de estudio. Dejemos de lado la separación entre la tarea de estudiar un
fenómeno y valorarlo que ya tratamos someramente. La diferencia entre la definición cultural
de un fenómeno y la instancia posterior de resignificación por parte del científico, se produce
(además de por la distancia valorativa) por la variabilidad y contingencia de los puntos de
partida, del enfoque y de los intereses del investigador en cada estudio concreto, los que pue-
den, en cada caso, hacer emerger como significativos ciertas hechos en vez de otros, y realizar
ciertas imputaciones causales, en vez de otras:

“La calidad de un acontecimiento, la cual nos lo hace aparecer como un fenómeno


“socio-económico”, no es precisamente algo que le sea inherente de forma “obje-
tiva”. Por el contrario, está condicionado por el enfoque de nuestro interés de co-
nocimiento, tal como resulta de la importancia cultural específica que conferimos
en cada caso al acontecimiento en cuestión.” (OC:24-5); “...resulta decisivo sa-
ber a qué tipo de causas deben atribuirse aquellos elementos específicos del fe-
nómeno en cuestión que nos importa, a los que concedemos importancia en un
caso particular (OC:35)”6

5
Ver Giddens, A., [1987]
6
Las cursivas son nuestras

11
De todos modos, no es claro hasta qué punto Weber fue capaz de reconocer una nue-
va instancia hermenéutica en la relación que existe entre la referencia al valor que guía la inves-
tigación y la preinterpretación del fenómeno que hereda el investigador como miembro de una
comunidad histórica7. De modo no sistemático se refiere a ambas, pero se echa en falta una
mayor explicitación del tipo de vínculo que el científico social establece entre ellas en el proce-
so de investigación. En todo caso, es posible que el propósito que llevó a Rickert a proponer
la categoría de la “referencia al valor” como trascendental a la constitución de las ciencias de la
cultura a fin de diferenciarlas de las ciencias naturales, dificultara a Weber percibir con más
nitidez lo que estaba delante de sus ojos y bajo su pluma: el que el científico comparte las sign-
ficaciones culturales de su época y que éstas pueden guiarlo en parte, pero que debe reinter-
pretarlas nuevamente para tratarlas como objeto del conocer.

Por último, el que la cultura sea trascendente a la ciencia, no significa que lo científica-
mente relevante en las ciencias de la cultura coincida con lo culturalmente relevante en una
época determinada. La ciencia, convertida en un saber especializado, tiene su propia lógica de
desarrollo y sus propios criterios “valorativos” sobre la pertinencia o no de convertir un fenó-
meno cualquiera en objeto de estudio: “La expresión “referencia al valor” únicamente se refiere
a la interpretación filosófica del “interés” específicamente científico8 que domina la selección
y la formación del objeto de un estudio empírico” (LV:123). La ciencia padece también sus
propias inercias: “En una época de especialización, todo trabajo realizado en el marco de las
ciencias de la cultura, después de haberse orientado hacia determinada materia gracias a unos

7
Dice Habermas: “Rickert no había reconocido en esta mediación un problema hermenéutico. Max Weber
lo analiza a medias y le hace después frente con el postulado de la neutralidad valorativa. En las ciencias
naturales el marco teorético en que se efectúa una investigación queda sujeto a control por los result a-
dos de la investigación misma: se revela heurísticamente fecundo o en nada contribuye a la deducción de
hipótesis interesantes. Por el contrario, en las ciencias de la cultura las referencias valorativas metodoló-
gicamente rectoras resultan trascendentes a la investigación. (...) En las ciencias sociales las teorías d e-
penden de interpretaciones generales que por su parte no pueden comprobarse o refutarseconforme a
criterios inmanentes a una ciencia experimental. Bien es verdad que esos presupuestos pueden explic i-
tarse. Las referencias valorativas son metodológicamente inevitables, pero objetivamente no vinculantes.
De ahí que las ciencias sociales estén obligadas a hacer explícita la dependencia de los supuestos teoré-
ticos básicos respecto de tales presupuestos normativos. A ello se refiere el postulado de la neutralidad
valorativa.” Habermas, [1988:95]
8
Las cursivas son nuestras.

12
planteamiento concretos, y una vez adquiridos sus principios metodológicos, verá en la elabo-
ración de esta materia un fin en sí mismo” (OC:90).

Pero también es cierto que la relevancia sociohistórica de algunos fenómenos sirven


para orientar no sólo el trabajo del investigador aislado, sino la dirección y el instrumental del
trabajo científico en general en un área del conocimiento. El cambio cultural no sólo obliga al
cambio de los puntos de vista desde los cuales la cultura es observada, sino también a la for-
mulación de nuevos problemas y a la generación de nuevos conceptos: “los mayores progresos
en el campo de las ciencias sociales están ligados positivamente al desplazamiento de los pro-
blemas prácticos de la cultura, y adoptan la forma de una crítica de la construcción de concep-
tos.”(OC:82) No en vano estamos hablando de ciencias que toman a lo cultural como su obje-
to de estudio: “Pero en alguna ocasión, se presentará un cambio: el significado de los puntos
de vista será entonces incierto, el camino se desvanecerá en el crepúsculo. La luz de los gran-
des problemas culturales se ha desplazado más allá. Entonces la ciencia se prepara a su vez
para modificar su posición y su aparato conceptual, para observar el flujo del acontecer desde
la altura del pensamiento”.(OC:91)9

La objetividad del conocimiento

Si la construcción de objetos de estudio, y la perspectiva teórica desde la cual se los


aborda y analiza dependen de instancias valorativas del científico, entonces no puede existir
una perspectiva única y universalmente válida desde la cual examinar los fenómenos conside-
rados significativos: “No existe ningún análisis científico “objetivo” de la vida cultural o bien de
los “fenómenos sociales” que fuese independiente de unas perspectivas especiales y “parcia-
les” que de forma expresa o tácita, consciente o inconsciente, las eligiese, analizase y articulase
plásticamente.” (OC:36)

9
Dirk Käsler ha querido ver aquí una anticipación de la teoría del cambio paradigmático: “Decades before
the formulation of the concept of “paradigmatic change” in the sociology of science, Weber recognized
the fundamental importance of fixing knowledge to “value ideas” and “epistemological interests”, and of
their permanent “revolutionizing”. [1988:196]

13
Ahora bien. El científico construye su objeto y delinea su estrategia sobre las bases de
una significación que decide atribuir a unos hechos en el mundo10; la referencia de esos hechos
a unos valores determinados entre otros posibles y a un interés cognoscitivo individual depen-
diente del tipo y alcance del estudio que se proponga, dan por resultado unas perspectivas y
estrategias que son parciales y arbitrarias y con las cuales otros podrían no estar de acuerdo.
Desde otros puntos de vista diferentes pero igualmente explicitados, otros científicos podrían
enfocar los mismos problemas de modos totalmente divergentes. Para usar un ejemplo de
Weber, materialismo y espiritualismo pueden constituir puntos de partida alternativos e igual-
mente válidos para encarar el estudio de la relación entre el protestantismo calvinista y el capi-
talismo (EP: 226).

Sobre estas bases ¿cómo es posible una ciencia objetiva? Weber da respuesta a esta
(legítima) interrogante descomponiendo el proceso de investigación científica en instancias lógi-
camente discontinuas: una, donde rige la elección según intereses y valores del investigador, la
otra, regida por la formalización lógica y el pensamiento racional. En un lenguaje que no es el
suyo pero que puede describir este quiebre, en dos contextos distintos, regidos por distintas
lógicas: el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación, el momento “extracientífi-
co” y el “científico”11. En sus palabras:

“cuáles son el objeto de estudio y la profundidad del estudio en la infinidad de las conexi o-
nes causales sólo lo determinan las ideas de valor que dominan al investigador y a su época.
En lo referente al método de la investigación -el cómo - es cierto que el punto de vista domi-
nante determina -como aún veremos- la formación de los conceptos auxiliares que utiliza. Pe-
ro en lo referente a la manera de utilizarlos, el investigador se halla ligado evidentemente a las
normas de nuestro pensamiento. Porque sólo es una verdad científica aquello que pretende
tener validez para todos quienes quieren la verdad.” (OC:52) Y antes: “Porque es y seguirá
siendo cierto que en el campo de las ciencias sociales toda demostración científica metodo-
lógicamente correcta, si pretende haber logrado su finalidad, tiene que ser admitida como co-
rrecta incluso por un chino. (OC:17)

No sin razón, este es un aspecto especialmente discutido de la perspectiva metodoló-


gica de Weber. Y no porque se pretenda negar -ante la simple evidencia del modo como se

10
Dado que nos referimos a ciencias socioculturales damos por sentado el carácter interpretado de ese
mundo y dejamos de lado ahora el problema de la reinterpretación.
11
Estas últimas expresiones (“científico” y “extracientífico”) son de Marianne Weber [1995:907]

14
han venido desarrollando las ciencias sociales hasta hoy- el hecho de que es posible y frecuen-
te adoptar puntos de vista divergentes para estudiar los mismos fenómenos; sino porque es
difícil sostener al mismo tiempo, que esas divergencias en nada van a afectar el curso ulterior
del trabajo científico, y que el resultado de este puede reclamar para sí un reconocimiento uni-
versal de su validez. Runciman12 se refiere en forma terminante a este respecto:

“No puede simplemente admitirse la arbitrariedad en la elección original de los términos y


añadir que después de esa elección, con esa sola limitación, la investigación puede hacerse
en términos valorativamente neutrales. No puede admitirse la infección valorativa a la hora
de plantear las preguntas y suponer que las respuestas que se dan pueden mantenerse in-
munes a ella. Los términos evaluativos tendrán que ser usados en investigaciones dentro de
las cuales -y esto es lo que quiero subrayar- por muy rigurosas que sean las técnicas de v a-
lidación que se apliquen, siempre quedará un buen margen de interpretación (...) Pero el
hecho de que, como Weber vio muy bien, tengamos que hacer frente a una elección de tér-
minos, ya sea en la discusión sociológica o en la filosófica, no es menester comporte la ult e-
rior implicación de que tal elección no es en principio susceptible de crítica. Es este ulterior
supuesto de Max Weber el que me importa poner en tela de juicio. Pues de hecho es posible
atacar o defender la aplicación de determinados términos a un caso dado, de tal suerte que
una u otra de las partes en la disputa pueda verse inducida a cambiar de opinión”

Guy Oakes13 por su parte, subraya esta dificultad entre muchas otras “ambivalencias”
que encuentra en la metodología weberiana. Weber postula por una parte, un “pluralismo con-
ceptual” que concibe la multiplicidad e irreductibilidad de perspectivas metateóricas y de es-
quemas conceptuales como una propiedad específica y definitoria de las ciencias sociales. Pe-
ro simultáneamente sostendría una especie de “monismo metodológico”, según el cual existe un
único criterio de verdad, prueba y validación, cultural e históricamente invariable. Como bien
señala Oakes14, esta dualidad conduce a Weber a dificultades irresolubles. Por ejemplo, no le
permite ver hasta qué punto el mismo planteo de cierto tipo de problemas requiere una meto-

12
Cf. Habermas, J., [1988:96-97]
13
Oakes, G., [1982:592-93]
14
1. “...if values are variable, and if criteria for truth depend upon values, it follows that the criteria for truth
on which sociocultural investigations are based will also vary with changes in values, a conclusion
which in obviously inconsistent with Weber’s methodological monism. 2. ...inquiry into certain kinds of
sociocultural questions may require a methodology that is committed to a specific criterion for truth.
Some ethnomethodological problems, for example, presuppose a methodology based on the assumption
that the honest avowals of the native are the ultimate criterion for sociological proof. These problems
cannot be solved -indeed, they cannot even arise- within the limits of a methodolgy which rejects this
assumption. Therefore the component of a methodology which defines what qualifies as truth, proof, or
validity may vary with the kinds of questions that are regarded as significant. (This) commits him (...) to
the position that criteria for truth may vary in the same way, a conclusion which is, of course,
inconsistent with his methodological monism.” Op. cit., p. 613

15
dología específica que implica a su vez, criterios de validación y verdad también específicos.
En su ejemplo, “algunos problemas etnometodológicos (...) presuponen una metodología ba-
sada en la suposición de que las declaraciones honestas de los nativos constituyen el criterio
último para la prueba sociológica”. ¿Aceptaría ese criterio de verdad alguien que no aceptara
los presupuestos de la etnometodología? El criterio para dar por bueno un procedimiento de
validación, depende entonces también de la pregunta de investigación y de la perspectiva me-
todológica adoptada por el investigador, lo que le da entonces, un carácter de variabilidad que
Weber, desde su “monismo” metodológico, no puede aceptar. Pero además,

“Weber concibe las ciencias sociales como un campo de batalla en el cual méto-
dos, conceptos y presupuestos antitéticos, luchan por predominar.(...) los conflic-
tos entre esquemas conceptuales en las ciencias socioculturales representan sim-
plemente un aspecto del politeísmo de las valoraciones que es característico de la
modernidad: la implacable lucha entre los dioses y demonios opuestos de la cultu-
ra moderna. La elección entre los dioses en lucha no puede ser resuelta ni empíri-
ca ni lógicamente. (...) Tal elección requiere un compromiso axiológico: una deci-
sión entre valores alternativos y antagónicos. Si el compromiso con una perspecti-
va teorética requiere una elección entre diferentes dioses y sus valores, y si uno de
esos valores es un criterio de verdad, ¿no se sigue que tal compromiso también
requiere una elección entre criterios de verdad alternativos? ¿No se sigue que los
criterios de verdad varían desde un esquema conceptual a otro? Puesto de otro
modo, el pluralismo conceptual que se funda en la axiología de Weber ¿implica un
relativismo metodológico en el cual los criterios de verdad son dependientes de
valores y varían con los cambios de valores? (...) Esta es precisamente la conclu-
sión que Weber se niega a delinear, por lo cual su posición es ambivalente. (...)
No es posible aceptar el pluralismo conceptual fundado axiológicamente y al mis-
mo tiempo rechazar el relativismo metodológico”15
Los críticos de Weber parecen estar acertados en este punto. Por lo pronto, aún de-
ntro de la estricta lógica weberiana, el propósito de convencer a “un chino” siguiendo una
“demostración científica metodológicamente correcta”, sólo se logrará si el chino en cuestión
es él mismo científico, o por lo menos hace suyos los supuestos de la ciencia, ya que: “Ninguna
ciencia se halla totalmente libre de presuposiciones, y ninguna ciencia puede demostrar su valor
fundamental a quien las rechaza” (CV:111) y “no podemos ofrecer nada con los medios de

15
Ibid., p. 614. La traducción es nuestra.

16
nuestra ciencia a aquel que considere que dicha verdad no tiene valor, dado que la creencia en
el valor de la verdad científica es producto de determinadas civilizaciones y no es dado por la
naturaleza.” (OC: 88-89). Pero acordemos además, con sus críticos, en que por más correc-
ción metodológica que exista, a Weber le será mucho más difícil convencer a ese chino, si no
es, al mismo tiempo que chino y que científico, un weberiano convencido.

17
IV. SENTIDO Y ADECUACIÓN CAUSAL: COMPRENSIÓN Y EXPLICACIÓN
EN LA TEORÍA DE LA ACCIÓN SOCIAL

En la teoría de la acción nos encontramos nuevamente ante uno de los rasgos más ca-
racterísticos de la sociología weberiana y sobre el que ya hemos insistido suficientemente: la
conciencia de la infinita complejidad de lo que nos rodea. Lo único irreductible, el mínimo
átomo de lo social, decíamos más arriba, es la acción social: una conducta humana, de cual-
quier tipo que ella sea, siempre que se refiera a otro y tenga un sentido para el actor. Pero tras
esta aparente simplicidad, las manifestaciones concretas de acciones que podemos encontrar
en el mundo, los tipos de sentidos que pueda darle el actor a su acción, los diferentes sentidos
que el observador les puede atribuir, los motivos subyacentes, los modos posibles de explicar
y comprender, todo puede ser tan diverso, mezclado, oculto y complejo, que casi nada se
puede afirmar a priori.

Las infinitas posibilidades de lo social vuelven necesaria una reducción de la compleji-


dad. Pero una ciencia de lo empírico no puede proceder a esa reducción de complejidad ni a
través de especulaciones abstractas que lleven a conceptos reificados, ni a través de la cons-
trucción y aplicación de criterios normativos o valorativos (como hace el derecho o la ética) a
la conducta real de las personas concretas (ES:6). Es por ello que en primer lugar, Weber le
da la palabra al actor mismo. Lo que la sociología comprensiva debe comprender es el sentido
subjetivo que el propio actor enlaza a su acción de modo expreso16. La multiplicidad e inde-
terminación de los sentidos posibles de una acción observada, se resuelve cuando el actor ma-
nifiesta el sentido subjetivo que él mismo quiso dar a su acción. Pero el trabajo sociológico no
depende de que el sentido mentado que cada actor atribuye a su acción se encuentre disponi-
ble de modo “actual” o inmediato. La aproximación a través de “promedios” para grandes
números de personas, o la construcción de sentidos “típico-ideales” son modos igualmente
válidos de acercarse al sentido subjetivo de la acción (ES: 6).

18
Esta forma de “individualismo metodológico” no conduce a un psicologicismo subjeti-
vista, ya que no impide a Weber plantear desde el principio la posibilidad ir más allá del senti-
do subjetivo del agente despegándose de él. El énfasis en la subjetividad del actor no debe
hacer olvidar la propia acción. Si bien el actor tiene una especie de “privilegio epistemológico”,
en cuanto a que el sentido que él mismo atribuye a su acción es lo primero a tomar en cuenta,
lo que realmente hace, el curso que en los hechos sigue su comportamiento, no es menos signi-
ficativo. Porque no existe una relación simple, directa, unívoca y transparente entre sentido
subjetivo y direccionalidad de la acción. Acciones que desde fuera pueden parecer iguales o
semejantes, pueden tener su origen en los más diversos motivos y tener sentidos muy diferen-
tes para los actores; igualmente, idénticos sentidos mentados pueden llevar a diversos cursos
de acción. Una vez más, Weber no desconoce las complejidades que se esconden detrás de
la aparente claridad del comportamiento individual:

“Con frecuencia, “motivos” pretextados y “represiones” (es decir, motivos no


aceptados) encubren, aún para el mismo actor, la conexión real de la trama de
su acción,17 de manera que el propio testimonio subjetivo, aún sincero, sólo tiene
un valor relativo. En este caso, la tarea que incumbe a la sociología es averiguar e
interpretar esa conexión, aunque no haya sido elevada a conciencia o, lo que ocu-
rre las más de las veces no lo haya sido con toda la plenitud con que fue mentada
en concreto: un caso límite de la conexión de sentido.(...) En situaciones dadas los
hombres están sometidos en su acción a la pugna de impulsos contrarios, todos
ellos “comprensibles”. Cuál sea la intensidad relativa con que se manifiestan en
la acción18 las distintas referencias significativas subyacentes en al “lucha de moti-
vos” para nosotros igualmente comprensibles, es cosa que, según la experiencia,
no se puede apreciar nunca con toda seguridad y en la mayor parte de los casos
ni siguiera de un modo aproximado.” (ES:9-10)

¿Dónde debe buscar entonces la sociología comprensiva? Si el actor sólo parcialmente


y de modo indicativo puede hablar sobre el sentido de su acción, y en sus motivos se mezclan
impulsos diferentes ¿dónde se debe buscar el material a ser interpretado? La respuesta (implí-

16
El sentido es constitutivo a la acción como objeto de comprensión sociológica. Si no hay sentido, la ac-
ción es incomprensible y queda fuera del alcande de la sociología, la cual sólo podrá considerar ese
comportamiento como “ocasión, resultado, estímulo u obstáculo” de otra acción (ES:7).
17
Las cursivas son nuestras.
18
Las cursivas son nuestras.

19
cita en la cita anterior) la da Weber en seguida de modo claro: “Como en toda hipótesis es
indispensable el control de la interpretación comprensiva de sentidos por los resultados: la di-
rección que manifieste la realidad” (ES:10). Aunque el sentido subjetivo del agente sea consti-
tutivo a la acción de tipo social (si no hay sentido, no hay acción comprensible) sus motivacio-
nes reales a menudo quedan ocultas no sólo para el sociólogo sino para el agente mismo, y en
este caso, es la acción la que tiene la palabra. A diferencia de lo que afirma Habermas, la in-
terpretación del sentido subjetivo del agente a través del modo como aparece objetivado en
acciones concretas, sí tiene un lugar en la sociología weberiana. Es probable, como sostiene
este autor, que Weber no haya distinguido “con la suficiente consecuencia entre la compren-
sión de la motivación que reconstruye el sentido que subjetivamente el actor atribuye a su ac-
ción, y una comprensión hermenéutica del sentido, que se apropia un significado objetivado en
obras o en acontecimientos”19. Pero de la lectura del texto anterior, parece resultar que ni des-
conoció el problema, ni se limitó a construir su método interpretativo del sentido sobre los mo-
vedizos fundamentos de “una teoría intencionalista de la conciencia” de un actor “al que en
principio se lo concibe como un sujeto aislado”20. Volveremos sobre este punto.

Como veremos luego, buena parte de la tarea sociológica no es interpretativa sino ex-
plicativa. Con vistas a la explicación de acciones singulares, el procedimiento empírico implica
-antes que intentar reconstruir el sentido subjetivo de un agente silenciado por la distancia física
o histórica- realizar imputaciones de motivos posibles, sobre la base de la interpretación de los
cursos reales de acción. El que esas imputaciones de motivos coincidan o no con el sentido
subjetivo mentado es, en todo caso, un problema empírico, al que Weber prefiere enfrentar
con tal de no descuidar la cuestión conceptual de la conexión de los fenómenos sociales con
los sujetos que les dan origen. Muy poco podría hacer la sociología y la historia si dependieran
fundamentalmente de la comprensión “actual” de las intencionalidades de los agentes individua-
les:

19
Habermas, J., [1988:94] Las cursivas son nuestras.
20
Habermas, J., [1987: 359]

20
“La acción real sucede en la mayor parte de los casos con oscura semiconscien-
cia o plena inconsciencia de su “sentido mentado”. El agente más bien “siente” de
un modo indeterminado que “sabe” o tiene clara idea; actúa en la mayor parte de
los casos por instinto o costumbre. Sólo ocasionalmente -y en una masa de accio-
nes análogas únicamente en algunos individuos, se eleva a conciencia un sentido
(sea racional o irracional) de la acción. Una acción con sentido efectivamente tal,
es decir, clara y con absoluta conciencia es, en la realidad, un caso límite. Toda
consideración histórica o sociológica tiene que tener en cuenta este hecho en sus
análisis de la realidad. Pero esto no debe impedir que la sociología construya sus
conceptos mediante una clasificación de de los posibles “sentidos mentados” y
como si la acción real transcurriera orientada conscientemente según sentido.”
(ES: 18)
Aunque no puede soslayar la tarea que le es específica y que la distingue de las cien-
cias naturales, como es la interpretación del comportamiento humano, la sociología tampoco
puede limitarse a ella. Como toda ciencia de lo general, y a diferencia de la historia (una cien-
cia de lo individual), tiende a la búsqueda de regularidades empíricas y a la formulación de
conceptualizaciones y leyes generales que permitan explicar. Recordemos que para Weber la
sociología es la ciencia que busca comprender, interpretándola, la acción social para de esa
manera explicarla en su desarrollo y efectos. Comprensión y explicación van juntas, ocupan
un lugar igualmente privilegiado como métodos de la sociología, y se encuentran indisoluble-
mente ligadas.

Es importante recalcar que Weber no propone la utilización paralela de procedimientos


comprensivistas y explicativos para la posterior comparación de resultados, ni tampoco un
simple juego de alternancias entre unos y otros, sino que busca integrarlos en una única pro-
puesta a la que no le falta complejidad ni, por momentos, una considerable opacidad. En los
primeros parágrafos de Economía y Sociedad, asistimos a una increíble proliferación de expre-
siones que de modo simple o combinado se refieren a los dos procedimientos metodológicos
de la sociología, a saber: comprensión, comprensión interpretativa, interpretación comprensiva,
comprensión explicativa, explicación interpretativa, interpretación causal, significación causal,
explicación causal; sin contar los adjetivos y adverbios que suelen acompañar estas expresio-
nes, tales como “actual”, “típica”, “por motivos”, “racional” o “irracional”, etc. Excede con

21
mucho el propósito de este artículo el pretender esclarecer cada una de estas diferentes expre-
siones21, pero intentaremos arrojar luz sobre al menos algunas de ellas, con el solo fin de dejar
planteada la cuestión del papel de dichos procedimientos en la última sociología weberiana.

Motivos y causas: el curso de la acción

Usualmente le damos a la palabra “explicación” el sentido que desde la filosofía de la


ciencia ha sido elaborado para servir a los propósitos de las ciencias naturales. Desde esa
perspectiva, explicamos cuando es posible deducir necesariamente una proposición descriptiva
del fenómeno observado, de un conjunto de proposiciones que explicitan tanto sus condicio-
nes antecedentes como las leyes generales que lo comprenden. En términos más simples, ex-
plicamos si podemos dar cuenta del fenómeno en cuestión, incluyéndolo como un caso parti-
cular dentro de una ley general. ¿Es éste el sentido que le da Weber a la palabra?

En principio parecería que la explicación no tiene por qué ir ligada necesariamente a la


previa formulación de leyes generales. Al menos en algunos casos, se puede explicar una ac-
ción simplemente por sus motivos. Si “llamamos “motivo” a la conexión de sentido que para el
actor o el observador aparece como el “fundamento” con sentido de una conducta” (ES:10), y
“explicar significa (...) captación de la conexión de sentido en que se incluye una acción ya
comprendida de modo actual a tenor de su sentido subjetivamente mentado” (ES:9) se sigue
que explicamos, si podemos conectar el sentido subjetivo de una acción con un motivo que le
sirve de fundamento. Visto así, no aparece expresamente formulada la necesidad de la refe-
rencia a leyes o a generalizaciones de lo social.

Sin embargo, se podría afirmar, con razón, que los motivos tienen un carácter social,
ya que de otra manera no podrían aparecer al observador como fundamento de ninguna con-
ducta. Weber está suponiendo, efectivamente, que los motivos pueden alegarse, pueden invo-
carse y pueden ser intersubjetivamente aceptados como fundamento válido de comportamien-

21
Un anáisis semejante, que por otra parte exigiría una detallada exégesis de la versión original del texto, es
curiosamente difícil de encontrar en la bibliografía secundaria especializada.

22
tos individuales22. Weber está suponiendo, en definitiva, la existencia de un repertorio limitado
de motivos que pueden, de un modo socialmente comprensible, dar lugar a unas determinadas
acciones y no a otras, y así ser invocados ante los demás. Ahora bien, si el repertorio de moti-
vos es limitado y entonces, recurrente, puede servir de base a la formulación de proposiciones
de alcance más o menos general. ¿Acaso no podrían los motivos ser tratados simplemente
como causas de la acción? ¿No podría, como se ha propuesto desde el positivismo, utilizar el
mismo esquema hipotético deductivo de la explicación causal para la explicación de acciones
intencionales?

La respuesta es por ahora, negativa. Porque el razonamiento anterior nos ha conduci-


do de un extremo al otro de la cadena de conexión del sentido. Si representamos la relación
entre sentido subjetivo, motivo y curso real de la acción, en términos lineales, Weber todavía
está preocupado por establecer el modo en que es posible vincular los dos primeros términos
(sentido y motivo), para lo cual incluye al tercero (la acción real). Luego podrá centrarse en las
regularidades externas de la acción y su relación con los motivos, pero no quiere alejarse del
actor sin dejar resuelta la cuestión de la ligazón entre sentido subjetivo y motivación: cómo es
posible imputar un sentido subjetivo (relativamente ignorado, complejo, incluso parcial o total-
mente inconsciente) a un motivo socialmente interpretable. Es esta preocupación por el sentido
subjetivo, que lleva a Weber a usar todavía la palabra “comprensión” junto con la “explica-
ción”: la “comprensión explicativa” sería sinónimo de “comprender por motivos” (ES:8-9).
Dicho en términos más positivistas, comprendemos explicativamente una acción, si podemos
incluir el caso del sentido subjetivo de esa acción concreta dentro de un repertorio general de
motivos que sea comprensible aún para un observador externo. Aún así, la imputación de mo-
tivos conservaría la apariencia formal de una imputación de tipo causal. ¿Es posible realizar
dichas imputaciones de motivos sin recurrir a leyes generales? En ese caso ¿sobre qué bases?
¿cómo se hace para captar el motivo (intersubjetivamente comprensible) dentro del cual po-

22
Para usar la expresión de Ch. Wright Mills habría un “vocabulario de motivos” que sería posible asociar a
las acciones socialmente imputables a él.

23
damos “comprender” un sentido (subjetivo y sólo parcialmente consciente) atribuido por el
agente a su acción?

La tarea generalizadora de la sociología no comienza con la formulación de leyes del


acaecer sino construyendo, primero, conceptos que también son generales y abstractos, y por
lo tanto “relativamente vacíos frente a la realidad concreta”. En la sociología de la acción, esa
“vacuidad” es compensada por la “univocidad”: los conceptos sociológicos se construyen bus-
cando acrecentar la univocidad del sentido de la acción, buscando definir el “óptimo en la ade-
cuación de sentido”(ES:16-17). La definición de un “óptimo” en la adecuación del sentido de
determinados géneros de acciones, no consiste en abstraer lo que es general y común en todas
ellas, sino en llevar a su máxima expresión, la lógica que subyace a su sentido. Se logran así
conceptos abstractos, pero no construidos por simple abstracción, sino por “depuración”: son
los “tipos” puros o “ideales” de comportamiento. Por ejemplo, el supuesto de una acción
óptimamente racional -lo que sólo puede ser una construcción conceptual- permite compren-
der el sentido de acciones concretas en que el actor busca (aunque no logre) comportarse de
un modo racional, y permite al mismo tiempo explicar el curso de la acción. El motivo inter-
pretado coincide con el fin de la acción y podemos imputar a ese motivo el sentido subjetivo
del agente, de modo que la conexión de sentido alcanza aquí su grado máximo de inteligibili-
dad. No subsumimos el caso particular del sentido subjetivo de un actor concreto en un mo-
mento dado dentro de ninguna ley general, sino dentro de un concepto construido en el que
ese sentido se define como “típicamente puro”.

En base a los motivos, comprendemos el sentido subjetivo y explicamos el curso de


acción. Comprendemos por sus motivos, por ejemplo, al leñador que corta madera para ga-
nar el sustento, o al que dispara un arma para defenderse de su enemigo (ES:9) porque sus
motivos son suficientes para impulsar la acción. Al mismo tiempo explicamos por motivos los
mismos cursos de acción, porque la búsqueda del sustento en el primer caso o la defensa del
agresor en el segundo, son motivos que coinciden en sus fines con el curso de las acciones
referidas. Es obvio que no todas las acciones humanas pueden ser comprendidas y explicadas

24
en términos racionales. Un estallido de cólera puede igualmente ser explicado por sus motivos
si los conocemos, al igual que podemos comprender por sus motivos al que lo protagoniza.
“Todas estas representan conexiones de sentido comprensibles, la comprensión de las cuales
tenemos por una explicación del desarrollo real de la acción.” (ES:9) Si Weber no recurre a la
comprensión hermenéutica del sentido, no es porque crea que es sencillo captar el sentido
subjetivo del actor, y mucho menos contentarse con sus motivos invocados, sino porque la
objetivación del sentido se expresa en una acción que es menester explicar por sus motivos.
Weber está distinguiendo entre la intención del agente, los motivos invocables, y lo que real-
mente hace; cuanta mayor correspondencia entre esos tres aspectos, mayor posibilidad de
comprender al actor y explicar la acción.

Explicar una acción por motivos no es igual que explicar un fenómeno por sus causas.
“La explicación causal significa (...) que de acuerdo con una determinada regla de probabilidad
(...) a un determinado proceso (interno o externo) observado sigue otro proceso determinado
(o aparece juntamente con él)”(ES:11) En la explicación causal no tienen lugar ni los motivos,
ni el sentido, ni la comprensión; con cierta probabilidad a un fenómeno o proceso le sigue otro,
de modo que podemos afirmar que el primero es causa del segundo. Una vez más, la sociolo-
gía que se autodesigna “comprensiva” no puede conformarse con semejante esquema explica-
tivo para dar cuenta de la causa de acciones significativas de agentes sociales. El propósito
interpretativo de la comprensión del sentido vuelve una vez más a reclamar su papel específico
en la ciencia de lo social: “Una interpretación causal correcta de una acción concreta signifi-
ca: que el desarrollo externo y el motivo han sido conocidos de un modo certero y al mismo
tiempo comprendidos con sentido en su conexión. Una interpretación causal correcta de una
acción típica (...) significa: que el acaecer considerado típico se ofrece con adecuación de sen-
tido (...) y puede también ser comprobado como causalmente adecuado (...) Tan sólo aquellas
regularidades estadísticas que corresponden al sentido mentado “comprensible” de una acción
constituyen tipos de acción susceptibles de comprensión (...) es decir, son: “leyes sociológicas”
(ES: 11)”. Ambos componentes, sentido y probabilidad, comprensión y causalidad, son im-

25
prescindibles para la formulación de leyes sociológicas. Sin posibilidad de comprender la co-
nexión de sentido de la acción, por más regular que sea el comportamiento observable, sólo
podremos hablar de recurrencia; pero si no hay recurrencia ni probabilidad, por más diáfano
que sea el sentido, no podremos realizar imputaciones causales válidas. Como dice Habermas:

“Pero la comprensibilidad óptima de un comportamiento social en condiciones


dadas no constituye por sí sola una prueba de la hipótesis de que en efecto se da
tal o cual nexo causal. La hipótesis ha de poder acreditarse también con indepen-
dencia de la plausibilidad de la interpretación que, en términos de “comprensión”,
hayamos hecho de la motivación subyacente. La relación lógica entre explicación
y comprensión puede reducirse, por tanto, a la relación general entre proyección
de una hipótesis y comprobación empírica. Por vía de comprensión interpolamos
en un comportamiento observable un fin racionalmente perseguido, considerándo-
lo un motivo suficiente. Pero sólo cuando la hipótesis que así obtenemos acerca
de un comportamiento regular en circunstancias dadas queda fiablemente com-
probada empíricamente, conduce la comprensión de la motivación a la explicación
de una acción social.”23

Si en última instancia explicamos causalmente a través la formulación de leyes apoya-


das en regularidades estadísticas, ¿por qué seguir ligados a la comprensión de sentido? Si lo
que se quiere es evitar el afán “correlacionista” de una estadística desvinculada de un marco
interpretativo general (afán que además es tan nocivo en las ciencias sociales como en las natu-
rales), bastaría simplemente con sostener que las regularidades estadísticas observadas deben
poder referir a una teoría general plausible. Por otro lado, tampoco sería necesario recurrir a la
interpretación del sentido con el limitado propósito de formular hipótesis que luego han de ser,
de todos modos, contrastadas en la experiencia. Bien se podría tratar a esas hipótesis como
simples “conjeturas” al estilo popperiano, cuyo origen es del todo indiferente con tal de que la
lógica de la investigación se encamine a su contrastación. Weber sabía muy bien que “las ideas
se presentan cuando les place, no cuando lo deseamos”, “mientras fumamos un cigarrillo en el

23
Habermas, J., [1988:91] Habermas analiza la relación entre explicación y comprensión en Weber distin-
guiendo entre “procedimientos”, “fines” y “presupuestos” de las ciencias sociales, postulando que se
trataría de una relación diferente en cada uno de estos casos. Recurre, para ello, a diferentes textos en
especial a los escritos metodológicos y a Economía y Sociedad. Tal vez ello suponga atribuir a la obra de
Weber una unidad un tanto artificial. Sobre todo, porque entre los primeros escritos metodológicos y

26
sofá” o “al pasear por una calle ligeramente ascendente” y que “científicamente, una idea de un
diletante puede tener tanta, o incluso mayor importancia para la ciencia que la de un especialis-
ta”(CV:88), aunque aquel carece de lo que sí es importante y sólo tiene este último: el método
para ponerla a prueba.

Pero Weber no quiso prescindir de la comprensión convirtiendo las regularidades de la


acción en correlaciones entre variables comportamentales, actitudinales o de cualquier otro
tipo. Quiso seguir vinculando los fenómenos con las intencionalidades de los actores. Porque
cualquiera de las opciones anteriores hubiera puesto a Weber en el camino de la formulación
de un programa unificado de la ciencia. La sociología es una ciencia de la acción humana y
como tal, radicalmente diferente de las ciencias de la naturaleza. Lo específico de las ciencias
sociales es la captación del sentido de las acciones, ya sea en su individualidad histórica o en
su generalidad sociológica o económica. Formular sistemas de hipotésis a ser contrastados
luego mediante datos estadísticos, ignorando la significación que los sujetos individuales pudie-
ron dar a su comportamiento, hubiera colocado a Weber tras los pasos del Durkheim de “El
suicidio”, por ejemplo. La teoría y las hipótesis están allí, las principales variables de base tam-
bién; el tratamiento estadístico no merece crítica alguna, pero parece quedar poco lugar para la
agencia. El énfasis en la estructura convierte a las correlaciones estadísticas en unas “corrientes
suicidógenas” que terminan por resultar reificadas y difícilmente vinculables con las vivencias e
interpretaciones de sujetos concretos ante circunstancias también concretas: los actores son
vistos ante todo como “portadores” de cualidades que los vuelven más o menos proclives a
aparecer en las estadísticas de suicidios del distrito donde viven24. Una breve ojeada al trata-
miento weberiano de los efectos económicos de la interiorización y puesta en práctica de las

Economía y Sociedad, no sólo transcurren varios lustros, sino también un importante cambio en la pers-
pectiva y en las preocupaciones teóricas de Weber.
24
No es que Weber renegara de los métodos llamados “cuantitativos” o de la técnica de la encuesta, a la
que recurrió a menudo, sino que no consideraba que estos procedimientos debieran suplir a la tarea in-
terpretativa propia de las ciencias de lo humano. Nos cuenta Marianne Weber el escrupuloso cuidado
que ponía su esposo en la preparación de los cuestionarios y el modo minucioso en que cuidaba detalles
tales como adjuntar, con cada formulario, un sobre que ya incluyera los datos completos donde debía ser
devuelto.

27
ideas protestantes por parte de sujetos actuantes, nos ponen en la pista de las diferencias de
enfoque que separa a una y otra propuesta.

Por último, cerremos este capítulo sobre la problemática de la comprensión del sentido
de la acción individual recordando, junto con Rex25 que toda esta discusión en la primera parte
de Economía y Sociedad, es en buena medida preparatoria a una más profunda sobre las rela-
ciones sociales, en lo que realmente se centrará Weber. Como dice Rex, es este interés central
lo que lo distingue “de sus sucesores de la escuela fenomenológica que parecen estar interesa-
dos solamente en el sentido subjetivo o en la definición de la situación por parte del actor” y le
posibilita “no trivializar la sociología y ocuparse de las cuestiones más importantes de la historia
económica y social”26. Al ser definida en términos de sentido y probabilidad, la relación social
queda referida no sólo a individuos que se comportan intencionalmente, sino además y sobre
todo, a agentes que se conciben como capaces de superar constricciones de tipo estructural;
el que efectivamente sea posible esperar una conducta y no otra, el que la expectativa recípro-
ca se cumpla o no, no es más que una cuestión de probabilidad.27 De esta manera, se evita la
reificación de los grandes complejos de relaciones sociales en los que realmente Weber está
interesado.

El pasaje del análisis de la acción al de los complejos de relaciones, permite a Weber


encarar una doble transición: desde la acción a la estructura, y desde el contenido hacia la for-
ma de lo social. En primer lugar, la acción se vincula a la estructura a través de la creencia sub-
jetiva del actor en la existencia de un orden y en particular, en un orden legítimo28. De nuevo,
nada de lo social tiene una existencia independiente, previa y exterior al actor mismo. Es la
creencia que los agentes individuales depositan en la vigencia o validez de ese orden lo que le
otorga existencia y eficacia como estructurador de la acción y como base para la predicción

25
Rex, J., [1974]
26
Op. cit. p. 42
27
“Por “relación” social debe entenderse una conducta plural -de varios- que pr el sentido que encierra, se
presenta como recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad. La relación social consiste,
pues, plena y exclusivamente, en la probabilidad de que se actuará socialmente en una forma (con senti-
do) indicable; siendo indiferente por ahora, aquello en que la probabilidad descansa” (ES:21)
28
Kalbergh, S., [1994:31ss]; Rex, J., [1974:45].

28
de comportamientos probables. La convicción de las personas de que determinada forma de
comportamiento es la debida o la esperada, constituye la amalgama que, vinculando expectati-
vas recíprocas, evita que la probabilidad de su cumplimiento descanse en el simple azar.

Por otro lado, la trayectoria intelectual de Weber impulsada en buena medida por sus
intereses en cuestiones de política práctica, se fue desarrollando en el sentido de un paulatino
privilegio de las posibilidades comparativas y abarcadoras de la sociología en detrimento de un
enfoque más bien individualizador e histórico, como el que es posible apreciar en sus primeros
trabajos empíricos. A medida que va profundizando en sus estudios sobre el protestantismo,
más interés le despiertan las grandes religiones mundiales; cuanta más irritación le produce el
creciente peso de técnicos y burócratas en la política alemana, mayor necesidad de profundi-
zar en la burocracia y su papel en las distintas formas de organización política; ante el páramo
en que queda convertida la clase dirigente tras Bismarck, se plantea el problema de la rutiniza-
ción y sucesión de las dominaciones carismáticas; y como trasfondo de todo ello, su vivo y
permanente interés en el macro proceso de la racionalización occidental. Si desde la sociología
queremos comprender y explicar casos concretos y coyunturas específicas, poniéndolos en
relación a otros similares en otras partes y momentos, será necesario construir un conjunto
sistemático de conceptos abstractos que nos permita referirnos a los mismos fenómenos ob-
servados en diferentes circunstancias. Conceptos que serán, como decíamos antes, relativa-
mente “vacíos” pero “unívocos”. Esa es la tarea que se propone al redactar Economía y So-
ciedad: la elaboración de un sistema conceptual abstracto, altamente formalizado con el cual
hacer frente a las particulares formas de manifestación de los fenómenos sociales. Por otros
caminos, de un modo no expresamente formulado y al final de su trabajo intelectual, Weber
llega así a reconocer la necesidad de una sociología formalizada, cuyos propósitos no difieren
de los que había atacado en Simmel varios años atrás. Pero lo que sí es peculiar en la formali-
zación weberiana, es su procedimiento: la formulación de tipos puros o ideales. Y esto nos
conduce a la última de las cuestiones que nos proponíamos plantear.

29
V. EL TIPO IDEAL Y SU LUGAR EN LA SOCIOLOGÍA COMPRENSIVA

A lo largo de este artículo hemos aludido ya varias veces a la noción de “tipo ideal”
pero sin tratarlo expresamente. Lo haremos ahora brevemente, sólo para no dejar descuidado
este instrumento de análisis que ocupa un lugar privilegiado en el método weberiano. Aunque
no es un concepto de su invención, ya que venía formando parte de propuestas historicistas y
neokantianas como alternativa metodológica de las ciencias de la cultura frente a los propósi-
tos generalizadores de las ciencias físicas y naturales, son las sucesivas y sistemáticas formula-
ciones de Max Weber las que le han dado a los “tipos puros” o “ideales” su peculiar status en
la sociología contemporánea. Una vez más, hemos de distinguir entre las primeras explicitacio-
nes sobre el uso de “tipos”, tal como aparecen principalmente en los escritos metodológicos,
cuando Weber estaba aún interesado por la explicación e interpretación de grandes fenómenos
históricos singulares, y la que luego, ya más orientado hacia la sociología, formula en Economía
y Sociedad.

El concepto de tipo ideal que Weber delinea en “La objetividad del conocimiento”
puede comprenderse mejor en relación con el trabajo de investigación empírica en el que esta-
ba ocupado en ese mismo momento: el estudio de las relaciones entre el protestantismo ascéti-
co y el impulso del capitalismo en occidente. Tratando de vincular fenómenos de tal enverga-
dura, se enfrenta al desafío de construir conceptos suficientemente abstractos como para abar-
car la pluralidad de prácticas locales y singularizadas asociadas a ellos, y tan unívocos como
fuera posible, a fin de utilizarlos como parámetros distintivos de otros fenómenos, a primera
vista similares, pero analíticamente discernibles. Así, por ejemplo, procede a distinguir el pro-
testantismo calvinista de otras formas de cristianismo primero y de protestantismo después,
construyendo una descripción de esa doctrina religiosa, que pretende ganar en univocidad,
coherencia y comparabilidad respecto a las conceptualizaciones históricas genéricas (contra las
que reacciona Weber) que sólo refieren al fenómeno designándolo. Igual procede con el con-
cepto de capitalismo, sobre la base de los consejos de Franklin a un joven comerciante, pro-
curando distinguirlo del mero afán de lucro y en particular, de otras formas de capitalismo co-

30
mo el “capitalismo aventurero”. Mientras se extiende largamente sobre el tipo ideal en “La ob-
jetividad del conocimiento”, Weber está pensando simultáneamente en estas mismas constela-
ciones históricas, en los problemas concretos que le están planteando y en el modo cómo los
va resolviendo, lo que se percibe claramente en su ejemplificación. El tipo ideal aparece así
como “una construcción mental para la medición y la caracterización sistemática de relaciones
individuales, esto es, significativas por su singularidad, tales como el cristianismo, el capitalis-
mo, etcétera”(OC:74). Porque recordemos que, en concordancia con su postura epistemoló-
gica, además, los tipos ideales han de ser definidos principalmente en función de los intereses
concretos de cada investigación: el tipo “se elabora acentuando “distintos rasgos difusos de la
vida cultural moderna, material y espiritual, para reunirlos en un cuadro ideal, no contradictorio
para nuestra investigación.” (OC:62)29.

Visto desde la perspectiva de sus intereses intelectuales del momento, es fácil com-
prender que Weber sostenga, en esta primera formulación, que “el tipo ideal es ante todo el
intento de expresar individuos históricos o sus distintos elementos mediante conceptos genéti-
cos”(OC:65), con el propósito de “formar el juicio de atribución” (OC:60)30. Preocupado
por vincular fenómenos históricos singulares pero de difícil aprehensión, busca las bases sobre
las cuales realizar imputaciones causales plausibles, en aquellos rasgos de cada uno de esos
fenómenos que son artificialmente acentuados a fin de dotarlos de univocidad. Weber podría
haber intentado fundamentar la conexión causal en proposiciones legaliformes o en “leyes so-
ciológicas” como las designa luego en Economía y Sociedad, pero su principal interés en este
ensayo es todavía mantener la especificidad de lo “ideográfico” sin renunciar por ello a un en-
foque científico objetivo. La imputación causal no puede ser nomológica del mismo modo que
lo es la explicación causal en la física, por ejemplo. Los fenómenos históricos son únicos y sin-
gulares y deben conectarse causalmente, pero a nivel de sentido; su conexión debe ser “com-
prendida”. Es por eso que el tipo ideal tiene aquí un carácter “genético”. Importa atender a la
génesis del fenómeno a fin de delinear aquello que es visto como originariamente específico y

29
Las cursivas son nuestras

31
distintivo en él, de modo de conectarlo con lo que es visto como característico o típico del
fenómeno al cual se lo desea imputar como efecto o consecuencia. Es pertinente recordar nue-
vamente aquí, la cuestión de la “referencia al valor” a partir de la cual el investigador construye
sus conceptos y establece relaciones entre ellos, a la vez que se evita el riesgo de reificación.
No son los fenómenos mismos los que se conectan “realmente” entre sí, sino los conceptos
construidos como tipos ideales, desde unos puntos de vista parciales y alternativamente váli-
dos: “Se trata de la construcción de relaciones que a nuestra fantasía le parecen suficientemen-
te motivadas y, en consecuencia, objetivamente posibles y que a nuestro saber nomológico le
parecen adecuadas.” (OC:63) Sobre estas bases, aparentemente tan subjetivas, ¿cómo eva-
luar la corrección de los constructos y la pertinencia de la relación que se les imputa?: “aquí
hay sólo una escala: la de la eficacia para el conocimiento de fenómenos culturales concretos,
tanto en su relación, como en su condicionalidad causal y su significado. Por lo tanto, la cons-
trucción de tipos ideales abstractos no interesa como fin, sino exclusivamente como medio.”
(OC:63)

En Economía y Sociedad, los intereses de Weber se han desplazado considerablemen-


te, hacia una visión más generalizadora de lo social. El enfoque estrictamente sociológico lo
obliga a delinear el concepto de tipo ideal de un modo diferente, más bien como tipo “puro”,
como ahora lo denomina casi siempre, atribuyéndole como veíamos antes, funciones explicati-
vas. Los tipos puros se construyen aquí tanto para conceptualizar grandes fenómenos históri-
cos y las relaciones entre ellos, como para dar cuenta de las particularidades de los compor-
tamientos sociales de sujetos concretos. Su tipologización de la acción social, construida sobre
la máxima depuración del sentido subyacente a cada uno de los tipos (racional con arreglo a
fines, racional valorativa, afectiva y tradicional) es, en este sentido, ejemplar de este método
constructivo. Dentro de ella, destaca el papel de la acción puramente racional con arreglo a
fines como parámetro en relación al cual interpretar las conductas concretas influidas por irra-

30
Las cursivas son nuestras.

32
cionalidades de todo tipo. Veamos por ejemplo cómo Weber explicita la utilización del tipo de
acción racional para la explicación de acciones individuales:

“Aquellas construcciones típico-ideales de la acción social, como las preferidas


por la teoría económica, son “extrañas a la realidad” en el sentido en que (...) se
preguntan sin excepción: 1) cómo se procedería en el caso ideal de una pura ra-
cionalidad económica con arreglo a fines, con el propósito de poder comprender
la acción codeterminada por obstáculos tradicionales, errores, afectos, propósitos
y consideraciones de carácter no económico, en la medida en que también estu-
vo determinada en el caso concreto por una consideración racional de fines o sue-
le estarlo en promedio; y también 2) con le propósito de facilitar el conocimiento
de sus motivos reales por medio de la distancia existente entre la construcción
ideal y el desarrollo real. (...) Cuanto con más precisión y univocidad se constru-
yan estos tipos ideales y sean más extraños en este sentido, al mundo, su utilidad
será también mayor tanto terminológica, clasificatoria como heurísticamente.”
(ES:17)

Ahora bien. En tanto constructos los tipos pertenecen al mundo de las ideas y no de
las cosas y en ese sentido ya se distancian del mundo. Pero eso no es suficiente para Weber,
quien nos dice que además, debemos construir los tipos con “precisión y univocidad”, como si
el fenómeno en relación al cual se elabora se presentara idealmente “puro”, de modo que
cuanto más extraño a las manifestaciones concretas del fenómeno, más fecundo resultará. Pero
¿cómo puede resultar rendidor heurística y clasificatoriamente un concepto construido de tal
modo que sea (casi) imposible encontrar un caso en la realidad concreta? La respuesta, una
vez más, la da el propio Weber: “Para que con estas palabras se exprese algo unívoco la so-
ciología debe formar, por su parte, tipos puros (ideales) de esas estructuras, que muestren en
sí la unidad más consecuente de una adecuación de sentido lo más plena posible; siendo por
eso mismo tan poco frecuente quizá en la realidad -en la forma pura absolutamente ideal del
tipo- como una reacción física calculada sobre el supuesto de un espacio absolutamente va-
cío”. (ES:17) O sea que en Economía y Sociedad, un tipo puro puede ser rendidor en el mis-
mo sentido en que es rendidora una ley física que aísla la variable “atmósfera”, aún cuando no
podamos observar el fenómeno que se describe en las condiciones naturales en las que no
existe el vacío.

33
Si el tipo puro o ideal puede ser comparado con los modelos que las ciencias naturales
utilizan para explicar y predecir fenómenos en el mundo, entonces, como se ha señalado repe-
tidas veces, podría ser visto como un modelo en el mismo sentido en que se usa el término en
estas ciencias. Específicamente, los tipos ideales podrían ser vistos como un “modelo hipotéti-
co” o un modelo “como si”: “Este tipo de modelos enfatizan qué pasaría si un cierto sistema
natural o socioeconómico dado, consistiera sólo en un número limitado de parámetros”31, co-
mo es son los casos de un agente puramente racional en la economía o, en la física newtoniana,
el movimiento de un objeto sobre un plano inclinado en el que no existe fricción. El hecho de
que sea virtualmente imposible encontrar en el mundo acciones económicas perfectamente
racionales, no devalúa el valor hipotético del modelo, como tampoco hace caer la primera ley
del movimiento del Newton el que no existan en la naturaleza sistemas físicos en los que no
interfieran otros factores extraños al modelo.

Esta posibilidad es tanto más interesante en la medida en que recordamos que, tal co-
mo los concibió Weber, los tipos puros no tenían el simple propósito de conceptualizar fenó-
menos o proponer relaciones entre ellos; su valor iba mucho más allá de un simple rendimiento
heurístico. El tipo ideal debía ser contrastado con la realidad, a fin de comparar los fenómenos
concretos con el tipo construido y medir la distancia entre ellos. En sus palabras, es “un con-
cepto límite puramente ideal, con el cual se mide32 la realidad a fin de esclarecer determinados
elementos importantes de su contenido empírico, con el cual se la compara” (OC:65) y con
respecto a la acción social, ayuda a conocer los motivos del agente “por medio de la distancia
existente entre la construcción ideal y el desarrollo real.” (ES:17) Al fin y al cabo, podríamos
decir, eso es lo que hace la ciencia natural cuando utiliza sus modelos igualmente ideales. Sin
embargo, este es el aspecto más controvertido de la posible utilización de los tipos ideales co-
mo modelos.

31
Weinert, F., [1996:88] La traducción es nuestra.
32
Estas cursivas son nuestras

34
Aunque no tengamos reparos en aceptar que los tipos ideales, igual que los modelos
hipotéticos no existen en la realidad, y que siempre es posible encontrar en el mundo físico o
sociocultural factores ajenos al modelo que afectan nuestra capacidad de explicar y predecir
directamente a partir de él, no podremos evitar reparar en una importante diferencia entre am-
bos. En los modelos de las ciencias físicas y naturales es posible introducir como nuevos “da-
tos” los factores extraños y mejorar así nuestra capacidad de predicción; más aún, es posible
calcular de modo muy exacto, mediante la introducción de estos otros factores, la distancia
esperada entre el funcionamiento de los objetos en el mundo y las predicciones del modelo.
Esto no es posible en el caso de los tipos ideales, en los cuales ni siquiera se puede especificar
con relativa precisión el grado de aproximación con la realidad en casos concretos33. Y ello
no se debe, como en principio podríamos suponer, solamente porque existan dificultades en de
cuantificación de los factores extraños. También puede ser difícil determinar de un modo indis-
cutible cuáles otros factores deben ser introducidos en el tipo ideal pensado como modelo
hipotético, a fin de aumentar su rendimiento predictivo en casos concretos. Y en caso de que
ello sea posible, resta aún determinar cuántas incorporaciones son necesarias, y de qué entidad
antes de que el modelo resulte, simplemente refutado. Como señala Weinert,

“Las desviaciones o las excepciones empíricas de los modelos deben ser explica-
bles en términos de factores independientes o incluso de regularidades legalifor-
mes. En otras palabras, debe saberse si la excepción es sólo aparente y se puede
dar cuenta de ella apelando a condiciones límite adicionales o si la excepción es
genuina y constituye una “refutación” del modelo. Más aún, el modelo debe ser
sensible a mejoras por la vía de poner algunos de sus parámetros en una mayor
aproximación con parámetros en el sistema real que está siendo modelado. En
otras palabras, tiene que haber un aumento en la susceptibilidad del “output” a va-
riaciones en el error del “input”.34

Los tipos ideales weberianos no satisfacen estas condiciones. No nos es posible de-
terminar la distancia que guardan nuestras grandes organizaciones con el modelo de organiza-
ción burocrática que delineó Weber, o la que separa nuestras propias decisiones económicas

33
La crítica es de David Papineau, cf. Weinert, F., [1996:90)
34
Op. cit, p. 93. La traducción es nuestra.

35
de una acción puramente racional enderezada a fines, por ejemplo. No nos es posible determi-
nar tampoco a priori qué otros factores y en qué medida deberíamos introducir en nuestros
tipos ideales, para lograr una capacidad acrecentada de comprensión de comportamientos y
de predicción de fenómenos. Tampoco aquí cabe esperar avances derivados del “desarrollo”
de las ciencias humanas. No parece haber dudas de que los tipos ideales o puros seguirán ca-
reciendo en el futuro de la potencia que Weber quiso darles como medios de medición y con-
trastación empírica. Pero no es posible negar, al mismo tiempo, el indudable valor científico
que para los hombres y las mujeres dedicados al estudio de lo social, han tenido desde enton-
ces los tipos ideales que él mismo se encargara de delinear. La formulación weberiana de tipos
como la burocracia, el capitalismo occidental, el protestantismo ascético, las formas de domi-
nación, el estado moderno, las formas de acción social, y tantos otros, nos sirven aún hoy para
pensar y reconocer fenómenos y tendencias en la compleja infinitud de lo social de la que él
era tan dolorosamente consciente.

***

El pensamiento weberiano conforma un impresionante cosmos que admite múltiples


lecturas. Puede ser leído en clave de sus partículas más elementales, como la simple acción, o
de sus más complejas constelaciones de fenómenos, como la racionalización occidental; puede
ser entendido tanto en sus relaciones internas, como en su vinculación con las preocupaciones
vitales del hombre que lo generó; puede ser visto como fruto de una época, pero penetra con
asombrosa lucidez en la nuestra; puede, en fin, ser objeto de escrutiño intelectual pero también
¿por qué no? de apreciación estética. Pero al igual que en el mismo cosmos del que formamos
parte, las fuerzas y tensiones que contribuyeron a su formación, permanecen todavía, sin resol-
verse por completo, dando lugar a interpretaciones nuevas, mostrando procesos inacabados,
lugares oscuros o equilibrios inestables. La obra de Weber no está perfectamente acabada y
tal vez por eso está viva todavía. Cuenta Marianne Weber que poco antes de morir su esposo
se sentía verdaderamente entusiasmado por la agudeza con la que estaba logrando pensar las

36
categorías sociológicas que abrirían “Economía y Sociedad”. Cuando lean esto, decía, “la gen-
te sacudirá la cabeza”35 Ochenta años más tarde, lo seguimos haciendo.

35
Weber, M., [1995:905]

37
VI. FUENTES Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

OBRAS DE MAX WEBER CITADAS

“Economía y Sociedad” (ES), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992.


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