Botello López-Canti, Jesús-Cervantes, Felipe II y La España Del Siglo de Oro
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Botello López-Canti, Jesús-Cervantes, Felipe II y La España Del Siglo de Oro
Cervantes, Felipe ii
y la España del
Siglo de Oro
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AGRADECIMIENTOS ............................................................................... 9
INTRODUCCIÓN .................................................................................... 11
Capítulo I
OBSESIONES FILIPINAS: LA REPRESENTACIÓN TEXTUAL DE FELIPE II
EN EL CORPUS CERVANTINO ................................................................... 37
Capítulo II
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA ................... 91
Capítulo III
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA ....................................................... 119
Capítulo IV
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II ........................ 141
Capítulo V
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS: EL ESCORIAL
Y LA CUEVA DE MONTESINOS ................................................................. 159
Cervantes, que vivió una larga vida (1547-1616) para las expectativas de
la época, coincidió en su devenir vital con tres reyes Austrias: Carlos V,
Felipe II y Felipe III. Sin embargo, los acontecimientos vitales y políti-
cos más relevantes para Cervantes acaecen sin duda durante el reinado
del Rey Prudente: su viaje a Italia en 1569, la victoria en la batalla de
Lepanto en 1571, el cautiverio en Argel (1575-1580), sus frustraciones
como recaudador de impuestos en Andalucía, o el fracaso de la Armada
Invencible (1588) por citar los más conocidos. Por eso en su reciente
Cervantes, visto por un historiador (2005), Manuel Fernández Álvarez afir-
ma que «el tiempo de Cervantes es, en gran medida, el de Felipe II»1.
Este atenuador «en gran medida», apunta a que no se deben trazar líneas
divisorias tajantes a la hora de examinar qué periodo histórico, político
y cultural influyó en el devenir vital del autor del Quijote. No obstante,
como sugiere dicho historiador, no es casualidad que Jean Canavaggio,
a la hora de señalar una obra clave para entender el contexto histórico
de Cervantes, mencione en su biografía sobre el alcalaíno la monumen-
tal La Méditerranée et le Monde Méditerranéen à l’Epoque de Philippe II de
Fernand Braudel2. Es decir, que el tiempo histórico en el que Cervantes
alcanza su madurez artística coincide con la época del reinado de Felipe
II. Como afirma el historiador I. A. A. Thompson al respecto: «Nuestro
escritor alcanzó la madurez en el momento de máximo esplendor de
esta [la Monarquía Hispana en tiempos de Felipe II]»3.
Nuestro trabajo explora conexiones entre lo literario y lo históri-
co en la obra de Cervantes, centrándonos en el periodo de Felipe II.
Aquí seguimos en parte los principios establecidos por Fredric Jameson,
quien entiende que el discurso literario es un acto social y simbólico
que necesariamente debe ponerse en relación con el contexto histórico,
económico y social en el que aquel se produce. Jameson reacciona con-
tra la condición típica de la modernidad a la que imputa de adolecer de
«historical deafness» y que define como «an exasperating condition [...]
that determines a series of spasmodic and intermittent, but desperate,
attempts at recuperation [del pasado histórico]»4. Nos posicionamos asi-
mismo en la línea hermenéutica neohistoricista del «Cultural poetics»,
cuya figura intelectual más visible es, como es bien sabido, Stephen
1
Fernández Álvarez, 2005, p. 13.
2
Fernández Álvarez, 2005, p. 13.
3
Thompson, 2004, p. 159.
4
Jameson, 1992, p. XI.
INTRODUCCIÓN 13
5
Greenblatt, 1987, p. 13.
14 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
6
Entendemos el término «cultura» en el sentido que le da el antropólogo
Clifford Geertz: «Believing, with Max Weber, that man is an animal suspended in
webs of significance he himself has spun, I take culture to be those webs, and the
analysis of it to be therefore not an experimental science in search of law, but an
interpretative one in search of meaning» (Geertz, 1977, p. 5). Para Geertz por tanto
las expresiones culturales (y por extensión las literarias) en una sociedad dada son
simbólicas y relacionales. Esta es una visión semiótica de los procesos culturales, que
Greenblatt adopta en su exégesis literaria.
7
Braudel, 1972, vol. II, p. 1236.
8
Close, 1977, p. 2.
INTRODUCCIÓN 15
9
Usamos el término «ideología» siempre con el sentido que le da Althusser. En
nuestra opinión, no existe literatura más ideológica que la caballeresca, pues la for-
mación de esta clase guerrera estuvo en gran medida afectada por el roman artúrico,
principal soporte de aquella (Keen, 1984, pp. 2-3; Kaeuper, 2009, pp. 94-115).
10
Rodríguez Velasco, 1993, p. 57.
11
Ver Duby, 1982.
12
Alfonso X, Las Siete Partidas, vol. I, p. 850.
16 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
13
Cuando la formulación teórica de la caballería llega a Castilla ya es un fenó-
meno arcaico en el resto de Europa (Rodríguez Velasco, 1993, pp. 49-50).
14
Como anécdota, Isabel la Católica estimó tanto la obra que la conservaba
en un precioso estuche de terciopelo, decorado con sus símbolos heráldicos (en
Rodríguez Velasco, 1996, p. 132).
15
Ver González Echeverría, 2005 y Byrne, 2012.
16
Riquer, 1967, pp. 86-87; Lucía Megías, 1988, p. 203.
17
Byrne, 2012, p. 56.
18
Byrne, 2012, pp. 56-59.
INTRODUCCIÓN 17
19
Keen, 1984, p. 9. El miles christianus llulliano sin duda debe su entusiasmo
místico al De Laude Novae Militiae de Bernardo de Claraval.
20
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p. 66.
21
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p. 67.
22
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p. 68.
23
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p.74.
24
Keen, 1984, p. 11.
18 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
25
Lucía Megías, 1988, p. 194.
26
El Rey Prudente sintió gran estimación por las obras del autor mallorquín,
hasta el punto de que mandó traer su corpus completo al monasterio de El Escorial
(Woodward, 1992, p. 5).
27
Huizinga, 1999, p. 56.
28
Huizinga, 1999, pp. 57-97.
29
Kilgour, 1937, p. 8. En cuanto a España, se encuentran ejemplos de esta deca-
dencia a partir del siglo XV, periodo en el que aumentan las reflexiones de índole teó-
rico acerca de la naturaleza y el régimen jurídico de la caballería, evidencia sin duda
de una conciencia de crisis entre muchos autores (Gutiérrez García, 2013, p. 3). Así,
INTRODUCCIÓN 19
Diego de Valera, Díaz de Games o Pérez de Guzmán arguyen en sus escritos que la
caballería de la época había decaído, preocupada por el dinero, el afán de ostentación
y las actividades triviales, alejadas de las auténticas virtudes originales de la caballería
(Baranda, 1994, pp. 154-156).
30
Chrétien de Troyes, El Caballero del León, p. 35.
31
Goodman, 1992.
32
Por ejemplo, los Reyes Católicos usaron los motivos caballerescos y de amor
cortés con fines propagandísticos, particularmente durante la campaña de Granada
y la guerra de sucesión con Portugal, donde Fernando se autorretrató de manera
muy efectiva como caballero andante cristiano. Como afirma Cristina Guardiola-
20 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
Griffiths: «[E]ven at the autumn of the middle ages, the value of chivalric and
courtly ideals resonated in the words and deeds of these Iberian princes» (Guardiola-
Griffiths, 2011, p. 60). De hecho, a partir de 1476 los monarcas restringen el acto de
la investidura caballeresca, convirtiéndola en patrimonio regio, incluidos los nobles
(Porro Girardi, 1998, p. 62).
33
Marín Pina, 1996, p. 92.
34
Gómez Moreno, 1999, p. 332.
35
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, vol. I, p. 221.
INTRODUCCIÓN 21
36
Esta es la tesis que Lucía Megías ha sostenido con gran solvencia. Cree que la
obra de Cervantes representa el triunfo del modelo de un paradigma caballeresco
basado en el Amadís de Gaula y en la literatura de entretenimiento de su época. «El
Quijote como libro de caballerías» afirma el crítico, «puede calificarse como una
“feliz síntesis” de la tradición caballeresca del siglo XVI; pero al mismo tiempo, nace
partiendo de unas nuevas pautas expresivas, narrativas e ideológicas» (Lucía Megías,
2005, p. 231).
37
McKendrick, 2000, p. 15.
38
En el panorama del pensamiento político español de la época existen dos ten-
dencias hasta cierto punto diferenciadas. En primer lugar, una línea antimaquiavéli-
ca, que tiene a la defensa de la religión católica como el fin último de la monarquía,
y al rey como su máximo defensor. Rivadeneira sería el mejor exponente de esta
postura. En segundo lugar, tenemos el grupo constituido por pensadores más afines
a Maquiavelo y Tácito. A pesar de que no se ponga en duda el carácter religioso de
la monarquía, se considera que el rey debe conservar su república y mantener su
reputación, y para ello, deberá poseer una esmerada educación, conocer las reglas
de la política, y le será lícito fingir y usar el disimulo (no la mentira) con el fin de
conseguir sus propósitos. Para la cuestión de la recepción de Maquiavelo en España,
ver el imprescindible «Maquiavelo y maquiavelismo en España» de Maravall, 1975.
22 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
39
Mayans, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, pp. 174-175.
40
Díaz de Benjumea, La verdad sobre el Quijote, p. 214.
41
Predmore, 1973, p. 15.
42
Predmore, 1973, p. 19.
INTRODUCCIÓN 23
43
Maravall, 1976, p. 207.
44
Maravall, 1976, p. 207.
45
Sánchez Jiménez, 2009, p. 647.
46
Sánchez Jiménez, 2009, p. 647.
47
De Armas, 2006b, p. 113.
24 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
48
De Armas, 2006b, p. 117.
49
De Armas, 2006b, p. 118.
50
De Armas, 2006a, p. 82.
51
Laguna, 2009, p. 96.
52
Laguna, 2009, p. 97.
INTRODUCCIÓN 25
53
Aylward, 1982, p. 80.
54
Osterc, 1999, p. 63.
55
Osterc, 1999, p. 64.
56
Castro, 1967, p. 463.
57
Castro, 1967, p. 455.
26 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
según Castro, «una y otra vez había lanzado visibles dardos contra Felipe
II y su incapacidad política»58. Esto sin duda se debe, según el estudioso,
a «la torpe mezquindad de Felipe II»59. En otro lugar de dicha obra, al
examinar referencias posteriores al monarca, Castro matiza su opinión
previa: «Este Cervantes [el de época ya madura] no era ya como el que
escribía poesías impublicables contra Felipe II (aunque sí continuaba
jactándose de haber compuesto el soneto sobre el regio túmulo)»60. En
definitiva, Castro sugiere una animadversión cervantina hacia Felipe II,
solo suavizada en las obras de la última etapa.
Jean Canavaggio es un poco más moderado en su opinión sobre la
idea que Cervantes pudiera tener del Rey Prudente. Como en otros
muchos aspectos tratados, el hispanista francés reconoce la dificultad de
localizar una única opinión en torno al tema. Apunta que Cervantes «is
not easy on a monarch who has roused admiration and hatred but of
whom it cannot be said that he was equal to his mission»61. «The drama
of Philip II» añade el crítico francés «is the result of a divorce between
the principles on which his action was founded and the results he finally
achieved». Siguiendo la conocida tesis de Fernand Braudel, Canavaggio
sugiere que Cervantes reprochó a Felipe II el abandono del Medite-
rráneo por una política centrada en el Atlántico. ¿Tenía Cervantes una
opinión definitiva sobre Felipe II? «No one knows. But he judged the
king on his actions, and he did so bluntly»62.
Michael Armstrong-Roche resume bien varios de los tópicos nega-
tivos asociados a Felipe II. Este crítico se pregunta en una monografía
reciente sobre el hecho de que Cervantes no citara a Felipe II en el
Persiles, a pesar de que la obra (y la vida del propio Cervantes) esté
situada cronológicamente en su reinado. Armstrong-Roche retoma te-
mas conocidos sobre el reinado de Felipe II: cita la pragmática de 1558
que prohibía la importación de libros extranjeros y la obligación de
que todos los libros llevasen la aprobación del Consejo de Castilla; la
pragmática de 1559 que prohibía a los españoles (aunque en realidad la
prohibición afectó únicamente a castellanos) estudiar en universidades
en el extranjero y la publicación del Índice de Valdés de 1559, en el
58
Castro, 1967, p. 465.
59
Castro, 1967, p. 466.
60
Castro, 1967, p. 463.
61
Canavaggio, 1990, p. 185.
62
Canavaggio, 1990, p. 185.
INTRODUCCIÓN 27
63
Armstrong-Roche, 2009, p. 163.
64
Marín Cepeda, 2015, p. 10.
65
Marín Cepeda, 2015, p. 408.
66
Marín Cepeda, 2015, p. 407.
28 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
67
Marín Cepeda, 2015, p. 409.
68
Eisenberg, 1982, p. 42.
69
Kamen, 1998, p. 206.
INTRODUCCIÓN 29
70
Kamen, 1998, p. 42. El interés del rey por las novelas de caballerías, por emu-
lar a los caballeros andantes, sus batallas y sus aventuras muestran una parte de la
personalidad de Felipe II poco conocida, al tiempo que revelan una diferencia sig-
nificativa con respecto a su padre, Carlos V. Como un caballero andante de la Edad
Media, Carlos V iba en persona al campo de batalla (de ahí el retrato de Tiziano).
Con la excepción de San Quintín (1545), Felipe II nunca puso un pie en los esce-
narios bélicos, demostrando una actitud más cercana a la de un estratega moderno.
Actitud que por cierto no falta en algunos libros de caballerías, por ejemplo Clarián
de Landanís.
71
Kamen, 1998, p. 169.
72
En Kamen, 1998, p. 169.
73
Parker, 1984, p. 35.
30 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
74
Kamen, 1998, p. 42.
75
Parker, 1984, p. 42.
76
Kamen, 1998, p. 58.
77
Kamen, 1998, p. 58.
78
Ruiz, 2012, p. 22.
79
Kamen, 1998, p. 206.
INTRODUCCIÓN 31
80
Lefebvre, 1992, pp. 8-9.
81
Un caso significativo es el del duque de Alba, estudiado en una biografía re-
ciente por Kamen, quien informa acerca de él que en su gobierno de Nápoles no
podía levantar la cabeza de los papeles sino para comer (Kamen, 2005, p. 85).
34 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
82
En Rodríguez de Diego, 1998, p. 530.
83
Elliott, 2005, p. 180.
84
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
85
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
INTRODUCCIÓN 35
1
La crítica cervantina ha tendido a fijarse únicamente en la visión negativa de
las últimas obras. Esta actitud quizá sea debida a que la atención crítica se ha enfo-
cado principalmente en el soneto —sin duda burlesco— dedicado «Al túmulo de
Felipe II en Sevilla». Esto se debe a que un sector importante de la crítica —sobre
todo la norteamericana— ha tendido a proyectar y extrapolar en Cervantes críticas
de la propia cultura contemporánea. De este modo, se suele afirmar continuamente
que Cervantes criticaba el Imperio español y que se mofaba de sus reyes, en par-
ticular de Felipe II. Quizá el caso más claro es el de La Numancia, examinada en el
presente capítulo, donde parte del cervantismo ha buscado con ahínco supuestas
ideologías antiimperialistas por parte de Cervantes. Al hacer esto, se obvia el con-
texto histórico, político y cultural en el que se gestó la obra.
38 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
1. ETAPA LAUDATORIA
2
En Gaos, 1981, p. 325, nota 152.
3
Fitzmaurice-Kelly, «Introduction to the First Part», p. XII.
4
Cervantes, Viaje del Parnaso, p. 54. Cito la poesía de Cervantes según la edición
de Vicente Gaos, Castalia, 1981.
5
Astrana Marín, 1949, vol. II, p. 181.
OBSESIONES FILIPINAS 39
6
Fernández Travieso, 2007, p.18.
7
Fernández Travieso, 2007, p. 23.
8
Fernández Travieso, 2007, p. 18.
9
Édouard, 2009, p. 8. Es mía la traducción del francés.
10
Canavaggio, 1990, p. 39.
40 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
11
Astrana Marín, 1949, vol. II, p. 157.
12
Cervantes, Poesías completas, vol. II, pp. 325-326.
13
Canavaggio, 1990, p. 44.
14
Rey Hazas, 1998, p. 438.
OBSESIONES FILIPINAS 41
15
Fernández Travieso, 2007, p. 20.
16
Édouard, 2009, p. 194.
42 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
17
Rey Hazas, 1998, p. 440.
18
Gaos, 1981, p. 329, nota 156.
19
En Parker, 1999, p. 72.
20
Kamen, 1998, p. 118.
21
Kamen, 1998, p. 134.
OBSESIONES FILIPINAS 43
22
Kamen, 1998, p. 228.
23
Rey Hazas, 1998, p. 439.
24
Rey Hazas, 1998, p. 438.
25
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 329.
26
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 330.
44 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
27
Jiménez Patón, Elocuencia española en arte, p. 203.
28
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 330.
29
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 334.
30
Fernández Álvarez, 2005, p. 55.
31
Rey Hazas, 1998, p. 440.
32
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 335.
OBSESIONES FILIPINAS 45
33
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 334.
34
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 334.
35
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 335.
36
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 198.
46 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
37
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 335.
38
Stagg, 2003, p. 202. Curiosamente, el conflicto bélico entre España y
Marruecos, conocido como la Guerra de África, había estallado solo cuatro años
antes (1859). Se saldó con victoria española, y la firma del tratado de Wad-Ras
en 1860, que reconocía la pertenencia a España de Ceuta y Melilla, entre otras
concesiones. ¿Es simple casualidad el descubrimiento del poema de Cervantes y el
reciente conflicto con el país africano? No parece probable.
39
Canavaggio, 1990, p. 92.
OBSESIONES FILIPINAS 47
40
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010.
41
Fernández Álvarez, 2005, p. 171.
42
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 185.
43
De nuevo resulta significativo que Cervantes haga destinatario de su epístola
a un secretario cuya principal función, entre otras, consistía en leer y en escribir
todo tipo de documentación concerniente a la Corona, para aliviar así —solo en
parte— a Felipe II del peso de la burocracia que lo abrumaba.
44
Fernández Álvarez, 2005, p. 171.
45
Fernández Álvarez, 2005, p. 172.
48 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
46
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 196.
47
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, pp. 196-197.
48
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 197.
49
Rodríguez Marín, 1923, p. 85. Además, Gonzalo Sánchez-Molero ofrece las
siguientes pruebas: «En un inventario de su biblioteca [de Vázquez], realizado en
1579, podemos encontrar una “Historia y relación de la enfermedad de la Reina
doña Isabel”, obra que en un segundo inventario, fechado en 1581, figura como la
publicada por el maestro López de Hoyos diez años atrás [...] No olvidemos tampo-
co a este respecto que en el mismo volumen de “Diversos de Curiosidad” Vázquez
había reunido la “Epístola” cervantina y el Epicedion de López de Hoyos a la muerte
del cardenal Espinosa» (Gonzalo Sánchez Molero, 2010, pp. 198-199).
50
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, pp. 191-192.
OBSESIONES FILIPINAS 49
La epístola comienza con dos tercetos que funcionan como una cap-
tatio benevolentiae que sirven para enmarcar el tono general del poe-
ma, de reivindicación en clave autobiográfica. Se trata de un magnífico
comienzo que anticipa posteriores comienzos cervantinos ya clásicos,
como el prólogo de las Novelas ejemplares o el del Quijote51. Cervantes se
disculpa ante Vázquez por su largo silencio, en principio desde su salida
de España en 1568. Esta era una fórmula típica del estilo epistolar de
la época52, pero en Cervantes no es mera retórica de la sinceridad, sino
verdadero trasunto de los cinco largos años de cautiverio en Argel:
51
Estos comienzos cervantinos pueden relacionarse con lo expresado por
Edward Said: «Every writer knows that the choice of a beginning for what he
will write is crucial not only because it determines much of what follows but also
because a work’s beginning is, practically speaking, the main entrance to what it
offers» (Said, 1975, p. 3).
52
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 186.
53
Cervantes, Poesías completas, vol. II, pp. 337-338.
54
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 341.
50 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
55
En Astrana Marín, 1949, vol. II, p. 325, nota 2.
56
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 342.
57
Braudel, 1972, vol. II, p. 1103.
OBSESIONES FILIPINAS 51
58
Canavaggio, 1990, p. 77. La flotilla en la que iban Cervantes y sus compañeros
había partido de Nápoles rumbo al norte, mediante el cabotaje, para no desviarse de
las costas del Tirreno. De este modo estaban protegidos en esa fase de la navegación,
ya que estaban al abrigo de las costas de Toscana y de los presidios españoles que
Felipe II había establecido en 1557 por la zona. Al pasar por el golfo de León, una
tormenta dispersó a la flotilla, con la mala fortuna de que la galera El Sol quedó
descolgada (Fernández Álvarez, 2005, p. 136).
59
Wolf, 1979, pp. 97-98.
60
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 344.
61
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 344.
62
En 1541 Carlos V organizó una expedición contra Argel con el fin principal
de derrocar a Barbarroja. Fue hundida en su mayor parte (unas 150 naves y 14 ga-
leras) por una gran tormenta el 28 de octubre.
63
Para el cautiverio de Cervantes como trauma creativo, ver Garcés, 2002.
52 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
64
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 346.
65
Esta es la opinión tradicional, cuya formulación clásica la encontramos en
Díaz de Benjumea: «El eco de la voz de Cervantes no llegó a oídos del monarca
que consumía sus tesoros en levantar soberbias basílicas, en dar regio albergue a
una comunidad y en dotarla con pingües rentas para celebrar exequias por su alma.
Los flamencos eran mucho para Felipe y nada los cristianos de Argel, y por rescatar
almas que creía perdidas por la reforma protestante, dejaba perder cuerpos de cris-
tianos, por la secta de Mahoma» (Díaz de Benjumea, La verdad sobre el Quijote, p. 68).
En una línea parecida se sitúa Astrana Marín: «Excelente ocasión aquella para que
el infatuado Vázquez hiciese algo por el infeliz cautivo que tan bella “Epístola” le
dirigiera. Pero vengar la muerte de Escobedo (no por satisfacer a la justicia, sino por
destruir a su adversario Pérez) valía más que devolver la vida a Cervantes» (Astrana
Marín, 1951, vol. III, p. 18).
66
En Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 236.
67
Gonzalo Sánchez-Molero, p. 239.
OBSESIONES FILIPINAS 53
***
68
De todos modos, aunque Cervantes albergara alguna crítica contra el monar-
ca, no lo habría expresado tan libremente, y por supuesto, menos aún en un poema
dirigido al secretario real.
69
Cervantes recordará a fray Juan Gil en la última jornada de El trato de Argel:
«un fraile trinitario cristianísimo, / amigo de hacer bien, y conocido, / porque ha
54 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
estado otra vez en esta tierra / rescatando cristianos, y dio ejemplo / de mucha
cristiandad y gran prudencia. / Su nombre es fray Juan Gil» (Cervantes, El trato de
Argel, vv. 2465-2470).
70
Fernández Álvarez, 2005, p. 178.
71
En Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 16.
72
En Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 16.
73
En Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 18.
74
El Memorial se conserva en el Archivo sevillano de Indias. Astrana Marín lo
reproduce y comenta (Astrana Marín, 1952, vol. IV, pp. 455-456).
75
Sliwa, 2005, p. 210.
OBSESIONES FILIPINAS 55
76
Cervantes, Don Quijote, p. 459. Cito según la versión de Francisco Rico, 1998.
77
Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 140.
78
Canavaggio, 1990, p. 100.
79
Fernández Álvarez, 2005, p. 204.
80
Astrana Marín, 1952, vol. IV, p. 455.
56 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
81
La cédula en la que se estipula que se pague cincuenta ducados a Cervantes es
el primer documento filipino cuyo protagonista es el propio Cervantes. Cotarelo y
Mori pensaba que la misión tenía por fin alejar a Cervantes de la Corte (Cotarelo
y Mori, 1905, p. 99). Astrana Marín difiere, ya que «para alejar a pretendientes, no
se les da recados de confianza» (1952, vol. III, p. 143). Fernández Álvarez destaca la
poca claridad del documento en cuanto dónde debía comenzar a cobrar la ayuda
de costa: «Confuso comportamiento de la burocracia filipina que podría achacarse
al poco interés del Rey por aquella misión encomendada a Cervantes y no digamos
por su figura» (Fernández Álvarez, 2005, p. 205).
82
Hess, 1978, p. 43.
OBSESIONES FILIPINAS 57
83
Sin embargo, «este tratado no incluía la liberación de quienes estaban cautivos
en Argel y otras ciudades bajo el control del imperio turco» (Fernández, 2001, p. 8).
84
Hess, 1978, p. 99.
85
Durante la época de mayor actividad de la piratería magrebí durante el siglo
XVI, había en Argel unos 25.000 cautivos, en Túnez 15.000 y en Trípoli unos 4.000,
de acuerdo con los cálculos de Diego de Haedo y el padre Dan (García Arenal,
1992, p. 212).
86
Pérez, 1999, p. 307.
87
Como afirma Braudel, Lisboa era «an excellent headquarters from which to
rule the Hispanic world, certainly better placed and better equipped than Madrid in
the wilds of Castile, particularly when the king chief ’s concern was the new battle
for control of the ocean» (Braudel, 1972, vol. II, pp. 1184-1185).
88
«Todo indica que Los tratos de Argel se escribió a principios de la década de
1580» (Fernández, 2001, p. 8). Es decir, que debe datarse sobre la primera etapa
del teatro cervantino, como así lo nota el propio autor en el prólogo de sus Ocho
comedias y ocho entremeses.
58 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
hacia la figura del monarca, sí que podemos entrever una actitud crítica
hacia determinadas decisiones políticas por parte del gobierno español.
En concreto, Rey Hazas sugiere que Cervantes critica la decisión de
Felipe II de anexionar Portugal y abandonar en cambio el proyecto
de ocupar Argel mediante el envío de una expedición armada89. No
obstante, esta actitud crítica no exime que al mismo tiempo Cervantes
exhiba una visión profundamente patriótica, hecho que a nuestro pare-
cer la crítica no ha destacado lo suficiente. La obra es rotundamente na-
cionalista90. Esto se observa bien en un pasaje de la cuarta jornada.Yzuf,
renegado español, entrega al rey de Argel un esclavo español que acaba
de intentar huir. El rey le pregunta su procedencia, y el joven esclavo le
responde que «En Málaga nacido»91. Para el rey el ser español es sinóni-
mo de arrogancia: «Bien lo mu[e]stras en ser ansí atrevido»92, por lo que
89
«El significado político de la obra, en consecuencia, no por indirecto dejaba
de estar menos claro: su reproche crítico se proyectaba sin paliativos sobre el inmen-
so poderío guerrero español que amenazaba Portugal, y cuya gloria se veía menos-
cabada por la absoluta indefensión en que, al mismo tiempo, dejaba a los cautivos
de la ciudad norteafricana» (Rey Hazas, 1998, p. 446). Ante esto cabe preguntarse
cómo o por qué iba Cervantes a criticar el derecho de Felipe II al trono de Portugal,
cuando se trataba del candidato con más derechos.
90
Por cuestiones de espacio nos vemos obligados a soslayar la cuestión de
si es posible hablar de sentimiento nacional o nacionalismo antes de la Edad
Contemporánea, la elegida por trabajos como los de Benedict Anderson (1991) o
Eric J. Hobsbawm (1990), que son los que marcan la pauta de los actuales estudios
sobre nacionalismo. A favor de utilizar, como hacemos, estos términos («creación
nacional», «nacionalismo») más comúnmente usados en contextos decimonónicos
o posteriores, está en primer lugar el hecho de que, desde Van Horne (1927), toda
la crítica que trata el tema en El Bernardo habla de patriotismo o nacionalismo. En
segundo lugar, están los argumentos aportados por varias escuelas de pensamiento,
entre la que destaca la etnosimbolista, y que Veronika Ryjik ha resumido y aplicado
admirablemente al estudio del Siglo de Oro español (Ryjik, 2011). En la tradición
hispánica, ya Maravall habló de «nación» o «protonación» (Maravall, 1972, vol. I, pp.
471-473).
91
Cervantes, El trato de Argel, v. 2344. Cito según la versión de Sevilla Arroyo y
Rey Hazas, 1987. A partir de ahora solo se indicará los números de versos.
92
Cervantes, El trato de Argel, v. 2345. Era lugar común en la época decir que el
español era arrogante (Défourneaux, 1971, p. 23). Lope de Vega, en sus obras sobre
Flandes, comenta también acerca de este vicio de los españoles. En una de estas, un
personaje holandés afirma que «es natural la arrogancia en el ánimo español» (Lope
de Vega, Don Juan de Austria en Flandes, p. 382). En El soldado amante, la reina holan-
desa comenta que su pretendiente español parece arrogante incluso en pinturas (en
Rodríguez Pérez, 2008, p. 131).
OBSESIONES FILIPINAS 59
93
«El nacionalismo de Los tratos no es castellanista, sino directa y claramente
español» (Rey Hazas, 1998, p. 443). Se trata de una actitud que, como se verá, con-
trasta con La Numancia, donde se identifica a Castilla con España.
94
Cervantes, El trato de Argel, vv. 2354-2365.
95
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 344.
96
Cervantes, El trato de Argel, vv. 415-419.
60 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
97
Cervantes, El trato de Argel vv. 381-389.
98
El propio deseo del monarca jugó un papel relevante en la decisión de ac-
ceder al trono portugués. No hay que olvidar que su madre era portuguesa y la
primera lengua que habló era el portugués, ya que portuguesas fueron sus primeras
damas de compañía.
99
En Parker, 1999, p. 168.
100
Sobre este tema ver Bouza, 1987.
101
En La Numancia, como se estudiará más adelante, Cervantes se muestra de
acuerdo con la invasión de Portugal.
OBSESIONES FILIPINAS 61
Hispánica, deja indemne la figura del Rey Prudente. Solo debe recor-
darse la siguiente escena de El trato de Argel. En la tercera jornada, «dos
muchachillos moros» se mofan de dos esclavos cristianos, recordándoles
que el héroe de Lepanto, don Juan de Austria, no podrá rescatarlos:
«¡Don Juan no venir; acá morir!». A esto responden los esclavos:
102
Cervantes, El trato de Argel, vv. 1527-1531.
103
En Parker, 1999, p. 230.
104
Bennassar, 2001, p. 200.
62 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
La Galatea (1585)
105
Fernández Álvarez, 2005, p. 226.
106
Cervantes, La Galatea, p. 523. Cito según la versión de López Estrada y López
García-Berdoy, 1999.
107
Cervantes, La Galatea, p. 453.
108
Cervantes, Don Quijote, p. 86.
109
Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, p. 206.
OBSESIONES FILIPINAS 63
110
Astrana Marín, vol. III, p. 225. Según Astrana Marín, Cervantes «conocía
aquellos acontecimientos a fondo». Por eso, en el Coloquio de los perros, la dama de
Nicolás el Romo comenta que «el gran pastor de Fílida, único pintor de un retrato,
había sido más confiado que dichoso», aludiendo quizás a los desafortunados amores
de Gálvez de Montalvo y Girón (Astrana Marín, vol. III, p. 226). Estas ideas, aunque
sugerentes, no están corroboradas por la documentación.
111
Astrana Marín, vol. III, p. 229.
112
Cervantes, La Galatea, p. 156.
113
López Estrada, 1948, p. 3.
114
Avalle-Arce, 1961, vol. I, p. XXX.
115
López Estrada, 1948, p. 157.
64 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
116
Cervantes, La Galatea, p. 158.
117
Tirso de Molina, El castigo del penseque, vv. 764-773.
118
Fernández Álvarez, 2005, p. 244.
119
Cervantes, La Galatea, p. 409.
OBSESIONES FILIPINAS 65
No le levanta el brío
saber que el gran monarca invicto vive
bien cerca de su aldea;
y, aunque su bien desea,
poco disgusto en no verle recibe;
[...]
No le veréis que pene
de temor que un descuido, una nonada,
en el ingrato pecho
del señor el derecho
borre de sus servicios, y sea dada
de breve despedida la sentencia121.
120
Cervantes, La Galatea, pp. 410-411.
121
Cervantes, La Galatea, p. 412.
122
Bouza, 2000, p. 164.
66 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
La Numancia (1582)
123
En su edición del texto, el estudioso señala la escasa información que te-
nemos sobre la puesta en escena y representación de la obra, y recuerda un pasaje
del Quijote donde se apunta que dicha pieza y otras obras «de algunos entendidos
poetas han sido compuestas para fama y renombre suyo, y para ganancia de los
que la han representado». Esto hace suponer, según dicho crítico, que la obra «fue
presentada en el corral y dio dinero a quien la llevó a las tablas» (Hermenegildo,
1994, p. 10).
124
Hermenegildo, 1994, p. 10.
125
Hermenegildo, 1994, p. 15.
OBSESIONES FILIPINAS 67
126
King, 1979.
127
Gibson, «Introduction», p. XI.
128
Ynduráin, 1964, p. 24.
129
Doménech, 1967, p. 14.
130
Marrast, 1961, p. 20. En otra obra, el erudito señala que «Pour les sujets de
Philippe II, qui en vérité se trouvaient alors plus souvent dans la situation des soldats
de Scipion que dans celle des Numantins, elle est aussi une leçon de gloire posthu-
me, que seule la justice de Dieu peut accorder» (Marrast, 1957, p. 31).
131
Gaos, 1979, p. 134.
68 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
132
De Armas, 1998, p. 52.
133
Hermenegildo, 1994, p. 23.
134
Cervantes, La Numancia, vv. 513-520. Cito según la edición de Hermenegildo,
1994.
OBSESIONES FILIPINAS 69
135
Cervantes, La Numancia, vv. 521-528.
136
Elliott, 1977, p. 14.
137
Elliott, 1991, p. 51.
138
En Bouza, 1998, p. 76. Por supuesto que no sugerimos que Cervantes tuviese
acceso a dicho documento. Si lo traemos a colación es porque se trata de una buena
muestra del tipo de pruebas esgrimidas por los partidarios de Felipe II en la sucesión
portuguesa, y que incluía un fuerte componente mesiánico.
70 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
En uno de dichos jeroglíficos aparece una mano con todos los dedos
extendidos excepto el corazón. Bouza comenta que la mano representa
a España, y cada uno de los dedos corresponde a los cinco antiguos rei-
nos cristianos: Castilla, Aragón, Navarra, y Portugal. A esta última «le ha
caído en suerte ser el dedo corazón de esa peculiar mano de reinos»139.
Solo falta que Portugal reconozca a Felipe II para que dicho dedo se
extienda y quede la palma de la mano abierta, como símbolo «de la
prosperidad y de la liberalidad» que la anexión del país lusitano traería
para Castilla y por extensión, España140. No es casualidad que una de las
acepciones para el término «mano» sea la de «dominio, imperio, señorío
y mando que se tiene sobre alguna cosa»141.
La mano es un símbolo asociado al poder, y parte de este significa-
do simbólico adscrito a esta puede percibirse en la acotación que sirve
para introducir el personaje de España y el río Duero casi al principio
de la obra. El autor hace salir a escena a una doncella que representa a
España: «Vanse y sale España, coronada con unas torres, y trae un castillo
en la mano, que significa España»142. Fernández Álvarez interpreta que
«para Cervantes, Castilla personificaba España»143. Esta es una explica-
ción muy lógica, pero que no agota otras muy posibles, porque desde
un punto de vista gramatical, podría argüirse que el antecedente de
«España» puede ser «mano», con lo que la alegoría cervantina guardaría
una semejanza casi exacta al mencionado emblema de la monarquía de
España, de Lorenzo de San Pedro. Esta alusión a la «mano» como em-
blema de la monarquía aparece insinuada otra vez en los últimos versos
del discurso, cuando el Duero realice una pomposa laudatio de Felipe
II, del que se dice que llevará a la Monarquía Hispánica a su máximo
esplendor:
139
Bouza, 1998, p. 74.
140
Bouza, 1998, p. 74.
141
Aut, s.v. «mano». Relacionado con esto, Cirlot recuerda que para los romanos,
el término latino manus podía simbolizar «la autoridad del pater familias y la del em-
perador; por ello aparece rematando algunos signa de las legiones en vez del águila»
(Cirlot, 2006, p. 304).
142
Cervantes, La Numancia, p. 72.
143
Fernández Álvarez, 2005, p. 261.
72 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
144
Cervantes, La Numancia, vv. 505-512.
145
Cervantes, La Numancia, vv. 469-472.
146
Cervantes, La Numancia, vv. 477-478.
147
Cervantes, La Numancia, vv. 493-496. Cervantes se refiere aquí a los sucesos
de 1556. El recién nombrado papa Pablo IV criticó reiteradamente la política y las
acciones del emperador Carlos V, y comenzó en Roma una persecución de varias
familias nobles, incluyendo los Colonna, de quien el Emperador era aliado. Enrique
II de Francia estimó que era una coyuntura óptima para establecer una alianza
con Roma, que se firmó en octubre de 1555. En respuesta, Carlos V envió a Alba
a Roma al frente de un ejército, que invadió los Estados Pontificios pero que no
entró en Roma, pues el Sumo Pontífice pidió una tregua de cuarenta días, que le
fue concedida por el duque. Kamen comenta: «La posibilidad de conflicto con el
papado fue una de las pruebas más duras a las que Alba tuvo que enfrentarse. Iba
en contra de todos sus principios de incuestionable lealtad a la autoridad y cabeza
visible de la cristiandad» (Kamen, 2005, p. 90). La mención de Cervantes al duque
OBSESIONES FILIPINAS 73
de Alba es significativa, pues las acciones de este, en el caso concreto aquí comenta-
do, supusieron la supeditación de la esfera religiosa (Papa/Roma) al poder temporal
(Felipe II/España).
148
Braudel, 1972, vol. II, p. 1068.
149
Parker, 1984, p. 161.
150
Felipe II encargó a su secretario real Antonio Pérez que le mantuviera infor-
mado de los movimientos del vencedor de Lepanto, aunque el secretario y don Juan
acabaron por entenderse bien (Parker, 1984, pp. 161-162).
151
Para las doctrinas de Alba y su sistema de entrenamientos, ver González de
León, 2009, especialmente pp. 49-88.
152
El adjetivo «fabiano» hace referencia al general romano Fabio Máximo
Cunctator, que consiguió notables éxitos militares contra los cartagineses gracias a
la táctica de evitar el combate, con el fin de desgastar al enemigo y desalentarlo. Estas
tácticas fabianas fueron usadas por Alba a lo largo de su carrera. Tradicionalmente,
los Habsburgo habían confiado en la estrategia de acumular una fuerza militar
enorme con el fin de vencer a sus enemigos con rapidez. Esta táctica se empleó en
74 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
Este tipo de guerra, poco vistosa pero altamente eficaz, solo puede
llevarse a cabo gracias a la organización, orden y disciplina impuestos
por un gran estratega. Por eso Escipión recalca que
las campañas contra los protestantes, Francia o Guillermo de Orange. Alba, además,
combinó esta táctica con la guerra de desgaste, con la que obtuvo notables victo-
rias, como en el asedio de Perpiñán (1542) en la campaña del Danubio (1546) en
Muhlberg (1547) o contra Guillermo de Orange en 1572, cuando este decidió in-
vadir los Países Bajos. Es importante señalar que, al igual que las tácticas de Escipión
son criticadas por los numantinos, el tipo de estrategias usadas por el duque de
Alba fueron motivo de controversia en su época. Para algunos, como Luis de Ávila
y Zúñiga, cronista de las guerras de Alemania, esta era una táctica adecuada. Para
Karl Brandi, en cambio, esta estrategia rayaba en lo pusilánime. Maltby opta por un
juicio intermedio, pues cree que lo que hizo él fue adaptarse a las circunstancias de
cada batalla, implementando «pragmatic responses to specific situations» (Maltby,
1983, p. 55).
153
Cervantes, La Numancia, vv. 319-320.
154
Cervantes, La Numancia, vv. 13-14.
155
Cervantes, La Numancia, vv. 333-336.
OBSESIONES FILIPINAS 75
156
Cervantes, La Numancia, vv. 339-344.
157
Cervantes, La Numancia, vv. 1193-1194. Escipión se muestra orgulloso por
obtener la victoria con un escaso número de bajas, «sin quitar de su lugar la espada»:
«Bien sé que lo habrán dicho, mas yo fío / que los que fueron pláticos soldados /
dirán que es de tener en mayor cuenta / la victoria que menos ensangrienta. / ¿Qué
gloria puede haber más levantada, / en las cosas de guerra que aquí digo, / que, sin
quitar de su lugar la espada, / vencer y sujetar al enemigo? / Que, cuando la victoria
es granjeada / con la sangre vertida del amigo, / el gusto mengua que causar pudiera
/ la que sin sangre tal ganada fuera (Cervantes, La Numancia, vv. 1125-1136).
158
Maltby, 1983, p. 55.
76 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
señala que Alba fue uno de los primeros en percatarse de que, hasta que
no se idease un nuevo tipo de táctica ofensiva, este tipo de guerra, basada
en un alto número de bajas, era algo que se debía evitar a toda costa. Por
esa razón, durante toda su carrera militar, Alba «would accept battle only if
he possessed an overwhelming advantage»159. Además de las mencionadas
tácticas fabianas o de desgaste, existen otros paralelismos entre Escipión y
el duque de Alba. En primer lugar, ambos dominaron el arte del asedio y
de la construcción de cercos (que Alba aprendió durante las campañas en
Italia en la década de los cuarenta). Asimismo, los dos basaron su estrategia
en una perfecta conjunción de fuerza, orden y disciplina. Por último, am-
bos se preocuparon por obtener victorias con el menor número de bajas
posibles, lo que demuestra, al margen de preocupaciones económicas, un
genuino interés por el bienestar de sus soldados160. Por último, Escipión en
La Numancia parece representar una línea de gobierno «dura», análoga a la
que el duque de Alba había seguido durante la rebelión de los Países Bajos
(1566-1609)161. Sin embargo, hay que recordar que, en enero de 1573, me-
nos de una década antes de redactar La Numancia, Felipe II había decidido
deponer al duque como gobernador, substituyéndolo por don Luis de
Requeséns, partidario, a grandes rasgos, de una línea más conciliatoria162.
159
Maltby, 1983, p. 56.
160
En sus respectivas biografías sobre el duque de Alba, Maltby y Kamen inci-
den en este punto. El segundo, a propósito de los dos meses en la frontera catalana
de 1542, comenta que «demostraron su capacidad de liderazgo y su infalible instinto
militar» (Kamen, 2005, p. 53).
161
En La Numancia «parece preferirse la fortitudo, pero no dogmáticamente, sino
invitando al debate y a la reflexión y dejando la resolución en la ambigüedad»
(Sánchez Jiménez, 2011, p. 482).
162
Para entender el contexto político en el cual Cervantes redacta La Numancia,
es importante señalar que en la Corte filipina había dos grupos o partidos bien di-
ferenciados, alrededor de Felipe II, de tendencias ideológicas dispares. El primero, el
partido ebolista (al que pertenecía Requeséns), tenía como cabeza visible al portu-
gués Ruy Gómez da Silva, «Rey Gómez», como era conocido popularmente, debi-
do a su gran ascendencia sobre Felipe II. Gracias a su amistad con el monarca (llegó
a la Corte en 1526, como paje de la Emperatriz Isabel de Portugal) la ascensión de
Ruy Gómez en la Corte fue meteórica. Primero sumiller de corps; posteriormente,
cuando Felipe II asciende al trono en 1556, lo hace consejero de Estado, le concede
el principado de Éboli, una pequeña villa en Nápoles, y finalmente, le otorga el ran-
go de Grande de España. El segundo grupo, de tendencia más castellanista, giraba en
torno al duque de Alba. Joseph Pérez explica las diferencias: los ebolistas «semblent
plus jeunes, plus ouverts et plus cosmopolites, alors que les hommes qui entourent
le duc d’Albe passent pour traditionalistes et intransigeants» (Pérez, 1999, p. 70).
OBSESIONES FILIPINAS 77
Por tanto, cabe preguntarse por qué Cervantes inserta tan señalada laudatio
al duque de Alba. Resalta su actuación en Italia pero omite su actuación
como gobernador en Flandes, cargo del que fue depuesto por Felipe II en
enero de 1573163.
Una posible explicación es que al tratarse La Numancia de una obra
de tipo nacionalista-castellano, Cervantes encontró en el duque de Alba
un excelente paralelo castellano de la figura de Escipión164. Hay que re-
cordar que Alba fue considerado un general «castellano desde la raíz del
cabello hasta la punta de sus botas»165, y cuya fama solo era sobrepasada
quizá por la del célebre Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Ca-
pitán. Además, dos hechos significativos ocurren casi al mismo tiempo,
de índole inversa, uno textualizado y otro a nivel simbólico, que sirven
para explicar el fuerte nacionalismo castellanista de La Numancia. Por
una parte, como ya se ha señalado, en 1580 se produce la incorpora-
ción de Portugal a la Monarquía Hispánica166. Esto se ejemplifica en
la alocución profética del río Duero, donde se unen los destinos de la
Roma imperial y de la Monarquía Hispánica, y se celebran la reunión
de los antiguos cinco reinos peninsulares y a su artífice, Felipe II167. El
segundo tiene lugar en los Países Bajos en 1581, tan solo un año des-
pués de la incorporación de Portugal. Se trata de un hecho político
sin precedentes en la historia de la Monarquía Hispánica. Los Estados
Generales de las provincias del norte declaran la independencia formal
de España y de su rey, mediante el Acta de Abjuración, firmada el 26 de
julio de 1581, que suponía un punto de inflexión y de no retorno en
la guerra contra los rebeldes holandeses. La imagen de Felipe II desapa-
rece de las monedas de la Unión General, se suprimen los escudos de
armas de los Habsburgo de los edificios públicos y gubernamentales, y
no hay referencia alguna al rey de España, ni a ninguno de sus títulos,
en tribunales y cortes de justicia. El Acta de Abjuración incluía como
requisito que todo funcionario y magistrado tomase un nuevo jura-
mento, que incluía el rechazo de los antiguos lazos de lealtad al rey de
España y «swear further to be true and obedient to the States against the
king of Spain and his followers»168. No resulta aventurado presuponer
que, para un amplio sector de la sociedad castellana, esto supusiera una
auténtica humillación.Y es que como Malveena McKendrick recuerda,
a medida que la hegemonía militar española fue contestada por poderes
foráneos y su poderío económico declinaba, el teatro nacional español
«responded with a national drama of epic achievement and individual
self-assertion»169. La metáfora de Numancia, su exaltado nacionalismo
castellano, su laudatio a Felipe II y al duque de Alba, su alabanza a la
anexión de Portugal y su loa profética sobre el poderío futuro de la Mo-
narquía Hispánica, deben ser leídos como una respuesta cervantina de
tipo escapista a los recientes desafíos a los que se enfrentó la monarquía
filipina, en particular, a la humillación nacional sufrida por la secesión
unilateral de las Provincias Unidas de 1581.
***
170
En su magistral obra sobre el tema, Fernández Duro afirma que la palabra
invencible no aparece «ni en documentos oficiales, ni en escrito de los cronistas, o
historiadores del tiempo». Parece que se trató de una invención de ciertos escritores
de la Iglesia católica (Fernández Duro, La Armada invencible, vol. I, p. 53).
171
«Que el rey de España no tenía ideas de conquista ni aspiración al ensanche
de sus dilatados dominios, se prueba con la embajada que envió al de Escocia ofre-
ciéndole, con la ocasión de vengar la muerte de su madre, la corona de Inglaterra,
y sobre todo, con la instrucción secreta para gobierno de Alejandro Farnesio, de-
clarando daba por bien empleados los gastos y fatigas si se conseguía en Inglaterra,
cuando menos, el libre ejercicio de la religión católica» (Fernández Duro, La Armada
invencible, vol. I, pp. 53-54).
172
Fernández Álvarez, 2005, pp. 288-289.
173
Fernández Álvarez, 2005, p. 289. Hasta tal punto llegó la euforia que, según
algunos, «ni el mismo Cristo se hallaba seguro en el Paraíso, pues el marqués podría
ir allí para traerlo y volverlo a crucificar» (en Parker, 1999, p. 283). Anteriormente,
tras la anexión de Portugal, se acuñó una moneda conmemorativa con el lema Non
sufficit orbis (Parker, 1999, p. 283). Tras el éxito de las Azores, se creó un diseño que
representaba a Santiago con su espada desenvainada, pero en lugar de atacar a infie-
les, esta apunta hacia las aguas de la Mar Océana (Parker, 1999, p. 284).
80 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
174
Parker, 1999, pp. 296-298.
175
Parker, 1999, p. 297. Esta fue la razón que don Diego Pimentel, oficial de la
Invencible, dio a sus captores ingleses: «las razones por las que el rey emprendió esta
guerra [contra Inglaterra] eran que no podía tolerar el hecho de que Drake, con dos
o tres barcos podridos, invadiera los puertos de España siempre que se le antojase
y se apoderara de sus mejores ciudades para saquearlas» (en Parker, 1999, p. 297).
176
Parker, 1999, p. 302.
177
Astrana Marín, 1952, vol. IV, p. 158.
178
Entwistle, 1947, p. 254.
179
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 362.
OBSESIONES FILIPINAS 81
...un verdadero
retrato del católico monarca,
[...] verán de David la voz y el pecho183
180
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 362.
181
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 363.
182
De nuevo, el propósito principal de la Armada no era invadir Inglaterra, sino
deponer a Isabel I y substituirla por un mandatario católico, quizá casándolo con su
hija Catalina Micaela.
183
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 363.
184
Parker, 1999, p. 314.
185
Fernández Álvarez, 2005, p. 304.
82 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
carga las tintas contra Medina Sidonia y sobre todo, contra la indecisión
de Felipe II, por no haber puesto en ejecución el plan en 1584, cuando
el marqués de Santa Cruz quería186. Para Thompson, los problemas de la
Armada derivaban fundamentalmente de la «incomplete transition from
Mediterranean to Atlantic modes of warfare», que provocaron una serie
de problemas concretizados en la mentalidad de caballería, los conflic-
tos entre soldados y marineros, o los problemas derivados de los con-
flictos entre las diferentes nacionalidades (castellanos-andaluces frente
a vascos-cántabros)187. Para Parker, finalmente, el problema de fondo
residía en que, a pesar de todos sus éxitos militares previos, Felipe II
continuaba siendo un estratega de salón. Parker cita, entre otros, la deci-
sión de reunir previamente las flotas o el rechazo a desplazarse a Lisboa
para verificar más de cerca los avances de la operación188. No obstante,
Cervantes no tenía por qué estar al corriente de esta serie de problemas.
Por eso, tras el desastre de la Invencible, Cervantes dedicó una segunda
canción al tema, en la que culpa de la derrota no a los ingleses, sino a los
consabidos elementos:
186
Astrana Marín, 1952, vol. IV, p. 140.
187
Thompson, 1992, IX, p. 84.
188
Parker, 1999, pp. 314-315.
189
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 364.
190
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 367.
OBSESIONES FILIPINAS 83
...todo aquello
que tus vasallos tienen...191
191
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 366.
192
Parker, 1999, p. 315.
193
El padre Sigüenza fue portavoz de este sentimiento: «Perdióse la reputación
de España, porque quedamos hechos risas de nuestros enemigos [...] Fue la mayor
pérdida que ha padecido España de más de seiscientos años a esta parte» (Sigüenza,
Cómo vivió y murió Felipe II, p. 90).
194
Había cuatro puestos disponibles: en Nueva Granada, en Cartagena, en
Soconusco y en la ciudad de la Paz. Para Astrana Marín, el favoritismo y la corrup-
ción del Consejo fueron los responsables de que no le diesen el puesto requerido,
aunque de nuevo cabe preguntarse por qué Cervantes, a pesar de sus méritos mili-
tares, debería merecer una atención especial. El Memorial puede leerse en Astrana
Marín, 1952, vol. IV, pp. 454-456.
84 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
los tejemanejes de los dos, hasta el punto de que supo lo suficiente como
para poder chantajear y arruinar la carrera de Pérez. Aprovechando que las
relaciones entre Felipe II y su hermanastro don Juan no pasaban por un
buen momento, debido a su deficiente gestión en los Países Bajos, Pérez
no tuvo demasiados problemas en persuadir al monarca de la necesidad de
eliminar a Escobedo. Su asesinato tiene finalmente lugar el 31 de marzo de
1578. Parece que la anuencia de Felipe II en el asesinato hizo creer a Pérez
que el monarca excusaría sus intrigas. Las cosas no sucedieron como el se-
cretario imaginara. Los amigos de Escobedo llevaron el asunto ante Mateo
Vázquez, quien ejerció presión ante Felipe II para que enjuiciara a Pérez.
El 28 de junio de 1579 este y la princesa de Éboli fueron detenidos. Pérez
pasó diez años en prisión, hasta que en 1590 se fugó de la cárcel y se fue a
Zaragoza, donde los fueros de Aragón le protegían de la justicia real. Felipe
II tuvo que acudir a la Inquisición (que tenía jurisdicción en Aragón) para
sacar a Pérez de su encierro, pero este logró soliviantar a la ciudad, que se
levantó en armas contra el rey. Finalmente, el monarca mandó un ejército
y la ciudad se rindió195. No obstante, Pérez logró escapar hacia Francia,
donde fue protegido por Enrique de Navarra196. Estos hechos seguramente
contribuyeron a cambiar la opinión de Cervantes sobre Felipe II. De la
ideología patriótica y triunfalista de sus primeras obras, se pasa a la burla y
el desengaño que culminarán en el Quijote. Pueden por tanto distinguirse
dos etapas en la obra cervantina con respecto a la representación de Felipe
II, e incluso fecharse con exactitud el cambio de orientación respecto al
Rey Prudente y la Monarquía Hispánica197.
195
Tras la rebelión, Felipe II se mostró moderado con el Reino de Aragón. Se
limitó a cambiar la regla de la unanimidad de voto en las Cortes (ahora una simple
mayoría bastaba) y el cargo de justicia dejó de ser vitalicio y privativo a la familia
Lanuza. Los cronistas y las noticias de la época hicieron recaer la culpa sobre la ciu-
dad. A partir del siglo XIX, los escritores liberales comenzaron a hablar sobre la opre-
sión de Felipe II sobre las libertades de Aragón (Pérez, 1999, p. 355). No obstante,
Fernández Álvarez, siguiendo lo expuesto por el cronista de la Corte, Jerónimo de
Quintana, argumenta que la opinión pública aprobó la conducta de la esposa de
Antonio Pérez, que ayudó a su marido a fugarse de la prisión en que estaba con-
finado (Fernández Álvarez, 2005, p. 313). Durante el resto de su vida en el exilio,
Pérez se dedicó a publicar desde Francia e Inglaterra libelos contra Felipe II, el más
famoso de ellos las Relaciones (1598) una serie de ataques personales contra el rey y
contra los castellanos, publicado en París y traducido al holandés.
196
Sigo la información de Elliott, 2005, pp. 286-290 y 300-306.
197
Merece la pena, a este respecto, citar las elocuentes palabras de Sevilla Arroyo
y Rey Hazas en su edición del Quijote: «hay que decir que el Cervantes que escribe
OBSESIONES FILIPINAS 85
Y luego, encontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada199.
199
Cervantes, Poesías completas, vol. II, pp. 376-378.
200
Gerónimo Collado, Descripción, p. 2.
201
Gerónimo Collado, Descripción, p. 15.
202
Gerónimo Collado, Descripción, p. 4.
203
Gerónimo Collado, Descripción, p. 16.
204
Gerónimo Collado, Descripción, p. 113. El laurel simboliza la victoria. En
cuanto a la palma, Collado explica que se asociaba desde antiguo con el ave fénix, y
que simbolizaba por tanto continuidad y justicia (Descripción, p. 116).
OBSESIONES FILIPINAS 87
205
Gerónimo Collado, Descripción, p. 119.
206
Todos alumbrados por 1.190 antorchas, 900 cirios, 6.144 velas, 6 velas blancas
de una libra y 6 enormes cirios blancos, de media arroba cada uno. En total 575
arrobas y 8 libras. En peso actual, un total de 6.617 kg.
207
Gerónimo Collado, Descripción, p. 37.
208
Gerónimo Collado, Descripción, p. 49.
209
Elliott, 2004, p. 43.
210
Debe mencionarse la conocida devoción de los Habsburgo por la cruz. Marie
Tanner ha estudiado el motivo de la Santa Cruz y su relación con los Habsburgo,
en particular durante el reinado de Felipe II. Señala que una de las principales
manifestaciones en la que la ideología teocrática de los Habsburgo se exteriorizaba
principalmente fue a través de su devoción a la Eucaristía y su fe en la Santa Cruz
(Tanner, 1993, p. 183). Significativamente, la veneración de la Santa Cruz se incre-
mentó bajo Carlos V, quien atribuyó sus victorias contra los turcos y protestantes a
«an image of Christ’s Cross that was affixed to his arms» (Tanner, 1993, p. 191). En
cuanto a Felipe II, esta investigadora sostiene que «lived and battled with the Cross»,
hasta el punto de que tomó como lema familiar «In Hoc Signo Vinces», «which at
88 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
one time belonged to Constantine the Great and with which he triumphed over
his enemies» (Tanner, 1993, p. 202).
211
Esta última ciertamente preciada del monarca, relacionada con la idea del
ocultamiento real.Ver el capítulo sobre El Escorial.
212
Gerónimo Collado, Descripción, p. 90.
213
Elliott, 2004, p. 44.
214
Elliott, 2004, pp. 44-45.
215
Aut, s.v. «valentón».
OBSESIONES FILIPINAS 89
216
Cov., p. 1232.
217
Cov., p. 1232.
218
Según Sigüenza, el monarca pasó 53 días de agonía postrado en la cama en
El Escorial, durante los cuales, cuenta el cronista, se le llenó el cuerpo de llagas que
«de noche y de día, le estaban atormentando» (Sigüenza, Historia primitiva y exacta
del Monasterio del Escorial, p. 209).
219
Cov., p. 1093.
220
Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 240.
II
1
Una versión de este capítulo fue publicada en la revista Cervantes. Agradezco
a la revista la amabilidad de permitir la reproducción de partes de dicho estudio.
2
Bakhtin, 1981, p. 324.
3
Parr, 1991, p. 171.
4
Rivers, 1983, p. 113.
92 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
5
Martín Morán, 1997, p. 338.
6
Cervantes, Don Quijote, p. 208.
7
De acuerdo con Zumthor: «Interpelar al auditorio es una de las reglas del
juego performativo [...] Lo más corriente, la intervención se articula sobre un verbo
que denota la audición, como escuchar, oír, de preferencia en el imperativo, o a veces
en el condicional» (Zumthor, 1987, p. 251).
8
Cervantes, Don Quijote, p. 212.
9
Moner, 1988, p. 121.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 93
«[Torralba] era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna, por-
que tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo»10. Es sabido
que en las narraciones orales como esta, el enunciador se sitúa como
«testigo» de la historia, para conferirle a esta mayor credibilidad frente al
receptor. La respuesta de don Quijote deja claro que ha caído presa de la
estrategia retórica urdida por Sancho: «—Luego ¿conocístela tú? —dijo
don Quijote. —No la conocí yo —respondió Sancho—, pero quien me
contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que podía
bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había visto todo»11.
Sancho emplea un mecanismo típico de las sociedades orales, donde los
individuos aprenden escuchando y repitiendo el material oral legado por
las generaciones que les precedieron, y si recuerda la historia de Torralba
es porque lo que le contaron tiene relevancia para él, ya que tiene una
aplicación práctica inmediata en un marco referencial concreto, en este
caso, retener a don Quijote a su lado. A esta característica, típica de los
pueblos orales, se le ha dado el nombre de «homeostasis»12.
Por otra parte, sabemos que, idealmente, el producto verbal de San-
cho es una historia infinita. Esta hiperabundancia de la palabra hablada
se relaciona con lo que Marcel Jousse denominó «culturas verbomo-
toras», que son aquellas en las que las acciones y las actitudes hacia el
mundo están fuertemente asociadas a la palabra hablada y a la inte-
racción humana13. Para que esto suceda, el juglar/Sancho debe contar
con la participación de su interlocutor: debe invocar la atención de su
audiencia, excitar su curiosidad y confrontar su horizonte de expectati-
vas. En este caso, don Quijote requiere originalidad y Sancho rehúye la
innovación: ambos se comportan de acuerdo a las estructuras cognitivas
condicionadas por la exposición o no a la nueva tecnología de la escri-
tura14. Pero la estructura tradicional que vertebra este episodio exige la
10
Cervantes, Don Quijote, p. 213.
11
Cervantes, Don Quijote, p. 213.
12
«Oral societies live very much in a present which keeps itself in equilibrium
or homeostasis by sloughing off memories which no longer have present relevance»
(Ong, 1988, p. 46).
13
Jousse, 2015.
14
Una característica de las culturas letradas que las distingue de las tradicionales
es «its enormous bulk and its vast historical depth» (Goody y Watt, 1968, p. 57).Ya
se tenía esa percepción en la época de Cervantes; Covarrubias afirma que «hanse
dado tantos a escribir que ya no hay donde quepan los libros [...] ni hay cabeza
que pueda comprehender ni aun los títulos de ellos» (Cov., p. 817). Este enorme y
94 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
variado caudal de conocimientos —que solo pueden poseer las culturas alfabetiza-
das— podría aclarar el afán de innovación de don Quijote, actitud impensable en
sociedades como la de Sancho que viven en un eterno presente.
15
Cervantes, Don Quijote, p. 215.
16
Cervantes, Don Quijote, p. 296.
17
Alonso, 1948, p. 10.
18
Lord, 1960, p. 99.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 95
19
Podría aquí citarse el fenómeno de la transposición, ocasionada con frecuen-
cia por asociaciones verbales automáticas, según Jousse. Esto provoca en ocasiones
que haya inserciones inconscientes de elementos parásitos (Jousse, 2015, p. 215). En
el caso de Sancho, obviamente, con intención burlesca.
20
Cervantes, Don Quijote, p. 296.
21
Ong, 1988, p. 67. Énfasis mío.
22
Cervantes, Don Quijote, p. 296. Énfasis mío.
96 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
23
«There can be little doubt, all in all, that in oral cultures generally, by far most
of the oral recitation tends toward the flexible» (Ong, 1988, p. 65).
24
Rychner, 1955, p. 69.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 97
25
Rychner, 1955, p. 48.
26
«Interruptions are perhaps the most unambiguous linguistic strategy which
achieves dominance, since to interrupt someone is to deprive them [...] of the right
to speak» (Coates, 1998, p. 161).
27
Cervantes, Don Quijote, p. 129.
28
Cervantes, Don Quijote, p. 131.
29
Don Quijote encarna en este discurso la antítesis paródica del orador ideal
propuesto por Cicerón en su De oratore. Según este, el discurso ideal «must be
adapted to the ears of the crowd, stir their emotions [de la audiencia] and prove
things than are weighed not in the balance of the goldsmith, so to speak, but in
common scales» (Cicerón, De oratore, p. 165). Por tanto, desde el punto de vista de
98 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
la preceptiva clásica, don Quijote fracasa en los tres propósitos delineados arriba,
pues su discurso, ni se adecua, ni prueba, ni mueve. Su fracaso en la esfera de lo
persuasivo —deja a su improvisada audiencia indiferente— contrasta con la evi-
dente perfección formal de este y sobre todo, sirve para anticipar el discurso de
Marcela, quien simbolizaría a la oradora ideal según lo expuesto por Cicerón, pues
su discurso se adecua, prueba y mueve.
30
Cervantes, Don Quijote, p. 262.
31
Cervantes, Don Quijote, p. 270.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 99
32
Cervantes, Don Quijote, p. 199.
33
Maquiavelo, El Príncipe, p. 56. Es mía la traducción del inglés.
100 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
34
Parker, 1999, p. 78.
35
Kamen, 1998, p. 229.
36
En Kamen, 1998, p. 229.
37
Kamen, 1998, p. 229.
38
En Kamen, 1998, p. 229.
39
En Parker, 1999, p. 77.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 101
40
En Parker, 1999, p. 77.
41
Cervantes, Don Quijote, p. 39.
42
En Campos y Fernández de Sevilla, 2009, p. 24.
43
En Campos y Fernández de Sevilla, 2009, p. 25.
44
En Campos y Fernández de Sevilla, 2009, p. 25. Esto por otra parte recuerda
a la transición experimentada por don Quijote a causa de sus lecturas caballerescas.
102 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
«dedicándose el día entero a sus papeles»45, con una jornada que comen-
zaba a las ocho de la mañana y que solía terminar a las nueve (hora de la
cena), solo interrumpida por breves intervalos para comer. Pero incluso
la hora de la cena era flexible, dependiendo del volumen de trabajo que
el rey tuviera ese día. Esta fue la extenuante rutina de trabajo que el Rey
Papelero mantuvo toda su vida. Hacia 1580, un embajador veneciano
destaca la capacidad escritural del monarca: «Además de las oraciones que
reza, escribe cada día de propia mano más de quinientas hojas de papel
entre billetes, consultas y órdenes [...] Resulta difícil de creer el tiempo
que dedica a firmar cartas, licencias, patentes y otros asuntos de gracia y
justicia, que algunos días llegan a dos mil»46. Otro ejemplo documental
revelador de la pasión del monarca por la escritura. Un famoso espía
inglés señaló que para el monarca hispano, a pesar de tener secretarios, la
escritura constituyó su «ocupación común, por lo que despachaba más
que cualquiera de sus tres secretarios; y así, con su pluma y su bolsa, go-
bernaba el mundo»47. El mencionado Kamen también señala con cierta
admiración que la capacidad de trabajo de Felipe era extraordinaria, hasta
el punto de que «prácticamente toda la correspondencia oficial proce-
dente del gobierno central llevaba su firma»48.
Esta actitud no fue vista con demasiadas simpatías por los contem-
poráneos del rey. En 1571, Diego de Córdoba, un alto cargo de la ad-
ministración española, se quejaba de que la vida en la Corte de Felipe
II se reducía a «papeles y más papeles, y estos crecen cada día» debido
a que el monarca «escribe en billetes cada hora, que no es amanecido
ni hora de comer ni anochecido cuando entran [sus ayudas de cáma-
ra] con papeles [...] sobre cosas que, llegadas al cabo, no montan un
alfiler»49. Mas la superabundancia de la escritura trajo además al monarca
un tipo de crítica distinta, relacionada con el papel de la comunicación
entre el rey y sus súbditos. La escritura tendía a distanciar al monarca
del pueblo. Muchas anécdotas confirman tal aserto. En una ocasión, el
gran limosnero de Felipe, Luis Enrique, le reprobó al rey que gobernase
«mediante cartas y papel», añadiendo que otros reyes europeos no pasa-
ban el tiempo «leyendo y escribiendo». Para la sociedad española del XVI,
45
En Parker, 1999, p. 75.
46
En Parker, 1999, p. 76.
47
En Parker, 1999, p. 77.
48
Kamen, 1998, p. 15.
49
En Parker, 1999, p. 80.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 103
En este contexto, por ejemplo, hay que recordar que la pasión es-
critural de Felipe II se concretizó en la creación de archivos, quizá el
mejor ejemplo de la alianza entre escritura y poder político durante el
50
Sara Nalle apunta que, a lo largo del siglo XVI, los índices de analfabetismo
disminuyeron paulatinamente. Esto fue debido en parte al auge de las universidades
y los colegios mayores, a la difusión de la imprenta y el menor costo de los libros.
Según dicha autora, el índice de analfabetismo masculino en España era similar e
incluso menor al de otros países europeos. En Castilla, a mediados del XVI, un 69%
de los madrileños podía firmar su nombre. En Toledo, por ejemplo, los archivos de
los casos inquisitoriales revelan que, entre 1601 y 1650, un 62 % de los hombres
podía firmar. Sobre el mismo periodo, en Cuenca, y de nuevo basándose en archivos
de la Inquisición, un 52% de los hombres declaraba poder leer (Nalle, 1989, p. 69).
51
Kamen, 1998, p. 227.
52
Kamen, 1998, p. 227. Este distanciamiento entre el rey y sus súbditos producto
de la escritura recuerda al distanciamiento de la realidad de don Quijote, provocado,
como se sabe, por sus lecturas caballerescas. Martín Morán, basándose en críticos
como Walter Ong, ha incluso especulado con la posibilidad de que la mera alfabe-
tización de don Quijote sea la causante de su locura (Martín Morán, 1997, p. 341).
Es evidente que en don Quijote, la escritura y la lectura están asociadas ante todo
con la locura y la soledad del nuevo tipo de lector silencioso.
53
Kamen, 1998, p. 235.
104 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
periodo de Felipe II. El más famoso de ellos es sin duda el Archivo Ge-
neral de Simancas, obra que epitomiza la pasión del Rey Papelero por la
adquisición, conservación y sistematización de los documentos tocantes
a la Monarquía Hispánica. José Luis Rodríguez de Diego ha estudiado
con brillantez el proceso formativo y el significado de los archivos, en
particular el de Simancas. Este investigador, siguiendo ideas expuestas
por Braudel, señala el papel crucial de la escritura y la burocracia en la
dominación de los grandes territorios y las inmensas colectividades de
los imperios del XVI: «La escritura, las cartas, los correos posibilitan la
comunicación, el intercambio de noticias; la escritura es el vehículo por
excelencia para romper barreras y reducir espacios»54. Los Reyes Cató-
licos reafirmaron el poder real y crearon un aparato central de gobier-
no acompañado de la creación de ciertos consejos (Órdenes, Aragón,
Inquisición y de audiencias). Con el aumento del aparato burocrático,
los monarcas se percatan de la necesidad de reunir los documentos to-
cantes a la Corona en un mismo sitio55. El proyecto, sin embargo, no
cuajó. La inestabilidad del poder real (gobierno provisional de Felipe
el Hermoso, regencias de Fernando el Católico y Cisneros) y la ausen-
cia de una corte fija dificultaron un proyecto que requería «duración
y permanencia»56. Fue con la llegada al poder del nieto de los Reyes
54
Rodríguez de Diego, 2000, p. 185. A propósito de los sistemas de comunica-
ciones en la época, hay que recordar que el inmenso Imperio español, señala Braudel,
«required not only continual troop movements but the daily dispatch of hundreds of
orders and reports» (Braudel, 1972, p. 371). El historiador francés enfatiza cómo algu-
nos historiadores anteriores se han dejado fascinar por la figura del Rey Papelero, el
rey burócrata rodeado de montañas de papeles en El Escorial, ignorando en gran me-
dida «the gigantic tasks demanded of the Spanish administrative machine» (Braudel,
1972, p. 372). Lo cierto es que en el siglo XVI, y particularmente en España, los comer-
ciantes, los letrados, los poderosos y en general los grupos sociales adscritos al poder
inevitablemente vivían «with ink-stained fingers» (Braudel, 1972, p. 377).
55
Es lo que se recoge en la real provisión de 23 de junio de 1509: «Los privi-
legios y escrituras tocantes a la corona real e al bien e pro común de estos reinos...
han estado siempre y están muy derramados y cuando son menester... no se pueden
haber ni hallar» (en Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 16).
56
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 17. Estos explican: «No existe
un archivo de la corona de Castilla anterior a los Reyes Católicos a semejanza del
existente en la corona de Aragón. La documentación castellana ha corrido la suerte
del nomadismo de la corte, de la inestabilidad de sus instituciones y, sobre todo, de
la turbulencia del periodo bajomedieval recorrido por continuas luchas dinásticas y
nobiliarias. La ausencia de un depósito documental es el más claro signo de la anar-
quía de la época» (Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 16).
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 105
57
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 17.
58
En Bouza, 1992, p. 88.
59
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 20. Dichos estudiosos ex-
plican que el maravilloso edificio renacentista que hoy se puede contemplar poco
tiene que ver con el original. La fortaleza fue mandada construir por los almirantes
de Castilla a finales del XV. En 1480 Alonso Enríquez cedió la fortaleza a la Corona
a cambio de una compensación económica. A partir de 1490 la fortaleza sirvió
como depósito de armas y dinero y luego como prisión de Estado (Álvarez Pinedo
y Rodríguez de Diego, 1993, p. 17).
60
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 27.
106 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
61
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 26.
62
Cervantes, Don Quijote, pp. 12-13.
63
«De todo esto ha de carecer mi libro, porque no tengo qué acotar en el mar-
gen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al
principio, como hacen todos [...] En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo de-
termino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha»
(Cervantes, Don Quijote, p. 12).
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 107
64
Cervantes, Don Quijote, p. 89.
65
Cervantes, Don Quijote, p. 104.
66
Cervantes, Don Quijote, p. 591.
108 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
67
Cervantes, Don Quijote, p. 770.
68
En Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 20.
69
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 20.
70
Aut, s.v. «archivo».
71
Cervantes, Don Quijote, p. 39.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 109
72
Cervantes, Don Quijote, p. 373.
73
Explica el cura: «[E]ste Diego García de Paredes fue un principal caballero,
natural de la ciudad de Trujillo, en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas
fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su
furia, y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un in-
numerable ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que si, como él las
cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio,
las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Hétores,
Aquiles y Roldanes» (Cervantes, Don Quijote, pp. 371-372).
74
Bouza, 1998, p. 49.
110 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
75
En Bouza, 1998, p. 49.
76
Bouza, 1998, p. 122.
77
Porreño, Dichos y hechos del señor Rey don Felipe Segundo, p. 84.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 111
78
Cervantes, Don Quijote, p. 97.
79
Cervantes, Don Quijote, p. 56.
80
Cervantes, Don Quijote, p. 539.
81
Cervantes, Don Quijote, p. 9.
82
Cervantes, Don Quijote, p. 41.
112 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
***
83
Cervantes, Don Quijote, p. 46.
84
En Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 21.
85
Cervantes, Don Quijote, p. 47.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 113
aduladores, a los que detestaba» señala sobre esto Kamen, para añadir a
continuación, «pero dejó el campo abierto a los detractores»86. Resulta
cuanto menos curiosa la ambivalencia que tuvo Felipe II ante la palabra
escrita.
Es relevante señalar que Carlos V tuvo una actitud ante la escritura
un tanto diferente de la de su hijo. Por ejemplo, con ocasión del sacco
de Roma en 1527 por tropas imperiales (precisamente el año del na-
cimiento de su hijo Felipe II, hecho que originó conjeturas acerca del
carácter del futuro monarca, nacido en fecha tan nefasta para la Iglesia)
encargó a su secretario Alfonso de Valdés la redacción del Diálogo de las
cosas acaecidas en Roma, obra apologética y de tono propagandístico que
defendía la figura del Carlos V ante las críticas recibidas debido al saqueo
y parcial destrucción de la Ciudad Santa. En esta pieza en forma de
diálogo,Valdés plantea que el saqueo de Roma se debió a la corrupción
de la Iglesia de Roma y a un plan divino que tenía como objetivo la
destrucción de la ciudad.Valdés fue duramente criticado por la Iglesia y
atacado incluso por Baltasar de Castiglione, nuncio papal de Clemente
VII en una virulenta carta en la que presenta a Roma como la nueva
Jerusalén. El secretario real fue posteriormente protegido por el círculo
del Emperador. Esta anécdota corrobora lo mantenido por la historio-
grafía más reciente, a propósito de que Carlos V, a diferencia de su hijo,
usó la escritura como un arma propagandística.
Sin embargo, es innegable que la historiografía contemporánea del
monarca —en particular la española— no escatimó elogios en presentar
a Felipe II como un soberano justo y defensor de la fe católica. Así, Luis
Cabrera de Córdoba, quien atendió directamente tanto a Felipe II como
a su padre, publicó en 1619 la mejor biografía póstuma disponible de la
vida y reinado del Rey Prudente. El frontispicio, que presenta a Felipe
con una espada y un cáliz y con El Escorial al fondo, contiene en el me-
dio las palabras latinas «Suma ratio pro Religione» (la religión es la más
alta prioridad) enfatizando el papel del monarca como defensor de la fe
católica87. Posteriormente, otros escritores españoles continuaron presen-
tando a Felipe como el campeón católico. Por ejemplo, fray Gaspar de
86
Kamen, 1998, p. XI.
87
Es además un comentario sobre la razón de Estado, que usaban los «políticos»,
es decir los maquiavelistas, de una manera negativa. Para Felipe II, dice el lema, la
razón de Estado (ratio) es la divina. A Dios a través de la razón de Estado. En defini-
tiva, se defiende la noción de un príncipe político, pero siempre cristiano.
114 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
San Agustín redactó la Conquistas de las islas Filipinas: la temporal, por las
armas del señor don Felipe Segundo el Prudente; y la espiritual, por los religiosos
del orden de nuestro padre San Augustín (1698). José de Rivera Bernárdez
y su Descripción Breve de la muy noble y leal ciudad de Zacatecas (1732) es
otro ejemplo de la cuasi divinización de la figura de Felipe II en la his-
toriografía española. Hay asimismo numerosos ejemplos de propaganda
a favor de la figura y la política del Rey Prudente en otros ámbitos. En
las artes pictóricas, son comunes las representaciones que sugieren una
comunicación directa entre monarca y Dios, como en El sueño de Felipe
II de El Greco; intercediendo por los muertos, como el Enterramiento del
conde Orgaz o La ofrenda de Felipe II, obra de Tiziano, en el que se aúnan
la representación de su profunda devoción religiosa, junto con el orgullo
de su reciente victoria frente al turco en Lepanto y el nacimiento de su
heredero Fernando, ambos hechos ocurridos en 1571. Como recuerda
Parker, este conjunto de obras artísticas «formaban parte de un poderoso
ejercicio de propaganda»88. En cuanto a la arquitectura, quizá el mejor
ejemplo sea la monumental construcción de El Escorial, construido para
conmemorar la victoria de San Quintín sobre los franceses en 1557 y
que «sintetizaba la concepción de Felipe de su doble cometido como rey
y sacerdote»89. Sobre este edificio se hablará en el capítulo dedicado a la
cueva de Montesinos.
No sería exagerado afirmar que fue en el campo de la escritura pro-
pagandística, paradójicamente, donde Felipe II fracasó de una manera
notable. A lo largo de su reinado, el Rey Prudente por norma general
evitó difamar, justificar o incluso defender sus causas políticas, religiosas
o monetarias mediante la palabra escrita, y en las pocas ocasiones que
sus consejeros lo hicieron por él, tales escritos «no gozaron en general
de buena acogida»90. Varios sucesos corroboran tal aserto. Durante los
dramáticos acontecimientos de los Países Bajos (1555-1577), «una ava-
lancha de panfletos antiespañoles» inundó los Países Bajos91. En particu-
lar, la famosa Apología (1581) de Guillermo de Orange (1533-1584) «el
Taciturno», alcanzó una gran difusión en la Europa de la época, siendo
el texto base de la Leyenda Negra antiespañola. Esta durísima e infla-
matoria diatriba estaba dirigida, como es sabido, contra el proceder del
88
Parker, 1999, p. 171.
89
Parker, 1999, p. 176.
90
Parker, 1999, p. 171.
91
Voet, 2000, p. 44.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 115
92
Kamen, 1998, p. 270.
93
Wedgwood, 1944, p. 218.
94
En Castillo Gómez, 1999, p. 27.
95
Parker, 1999, p. 171.
96
Rodríguez Pérez, 2008, p. 71.
97
Parker, 1999, p. 171.
98
Parker, 1999, p. 172.
116 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
99
Brito, 1999, p. 37.
100
Cervantes, Don Quijote, p. 38.
101
Foucault, 1997, p. 53.
102
En Kuri Camacho, 2000, pp. 331-332.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 117
103
En Bouza, 1999, p. 97.
104
Bouza, 1998, p. 29. Según dicho historiador, el reinado del Rey Papelero
«marca un punto sin retorno en el establecimiento definitivo del pleno despacho
escrito por el enorme volumen que alcanzó entonces y, muy significativamente,
porque convirtió el control de papeles y archivillos en un objetivo básico de la lucha
política de corte» (Bouza, 1999, p. 100).
105
Cabrera de Córdoba, Felipe II, rey de España, vol. I, p. 504.
118 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
1
Una versión de este capítulo fue publicada en Anales Cervantinos. Agradezco a
la revista su gentileza en permitirme su reproducción.
2
Cervantes, Don Quijote, p. 114.
3
Cervantes, Don Quijote, p. 118.
4
Cervantes, Don Quijote, p. 297.
5
Cervantes, Don Quijote, p. 364.
6
Cervantes, Don Quijote, p. 931.
7
Cervantes, Don Quijote, p. 968.
8
Cervantes, Don Quijote, p. 976.
9
La oralidad y su aplicación al Quijote han sido objeto de una nutrida aten-
ción crítica en los últimos años. Ver Chevalier, 1974. El hispanista francés analiza
con detalle los cuentecillos tradicionales y además dibuja las principales influen-
cias que la oralidad dejó en la obra de Cervantes. En su opinión: «Cervantes
mucho más debe a las sugerencias de la literatura oral que a las “fuentes” librescas
que con tanto empeño y tan moderado éxito hemos buscado» (Chevalier, 1974, p.
120 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
196). Michel Moner profundiza en las diferentes maneras en que la oralidad pue-
de percibirse en los textos cervantinos. Para este investigador, la obra de Cervantes
«a été également profondément marqué par les stratégies narratives et les techni-
ques de dynamisation des conteurs» (Moner, 1989, p. 309). Por su parte, apoyán-
dose en teóricos como Ong y Goody, Martín Morán ha producido en los últimos
años una osada y fructífera exégesis cervantina. La primera parte del Quijote fue
publicada en 1605, la segunda en 1615, por lo tanto en un periodo en el que,
al decir de Martín Morán, «aún la escritura no había suplido por completo a la
oralidad como principal medio de difusión cultural» (Martín Morán, 1997, p.
338). Partiendo de esta base, este investigador propone, entre otras ideas, que la
locura de don Quijote se debe principalmente a la práctica de la lectura silen-
ciosa, peligrosa para Alonso Quijano pues procedía de un entorno oral, es decir,
que el hidalgo no pudo asimilar el impacto provocado por el consumo masivo
de esta literatura perniciosa. También explica diversos rasgos de carácter de don
Quijote y Sancho teniendo en cuenta sus matrices culturales, e incluso desarrolla
una convincente hipótesis sobre los tan traídos descuidos cervantinos. Plantea que
si en realidad «la obra cervantina estaba destinada en un principio a la difusión
oral, habría que replantear la cuestión de los descuidos bajo esa nueva perspec-
tiva» (Martín Morán, 1990, p. 21). Para Montero Reguera, esto es conjeturar
demasiado, y así afirma que aunque existe un cierto residuo oral en el Quijote, lo
cierto es que «la oralidad no permite explicar tales posibles descuidos cervantinos»
(Montero Reguera, 1997, p. 70). Por último deben mencionarse los numerosos y
pertinentes trabajos de Margit Frenk y María Rosa Lida de Malkiel, que sentaron
una sólida base sobre la que se desarrollaron posteriores estudios sobre la oralidad
y el cuento popular en el Siglo de Oro.
10
Este dialogismo cultural es lógico en una obra publicada cuando los índices
de analfabetismo en España y Europa seguían todavía siendo muy elevados.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 121
11
Así lo describe por primera vez el narrador: «En este tiempo solicitó Don
Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien [...] pero de muy poca sal en
la mollera» (Cervantes, Don Quijote, p. 91). Ya en Barataria, se recalca de nuevo el
aspecto de bodoque de Sancho: «El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nue-
vo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía»
(Cervantes, Don Quijote, p. 992).
12
Redondo, 1978, p. 49.
13
Molho, 1976, p. 248.
14
Chevalier, 1989, p. 71.
122 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
LA ESCRITURA EN LA PARED
Los pleitos que debe resolver Sancho son, sin duda alguna, cier-
tamente difíciles. Sin embargo, el escudero triunfa sobre juicios que
procedían de la cultura escrita, tal como apuntaba Chevalier en su
estudio. Así, desde el principio del episodio, el escritor establece con
claridad meridiana la oposición entre la oralidad del gobernador y la
escritura de los personajes de la esfera de los duques. Es lo primero
en lo que el narrador hace hincapié: «En tanto que el mayordomo
decía esto a Sancho, estaba él mirando unas grandes y muchas letras
que en la pared frontera de su silla estaban escritas, y como él no sabía
leer, preguntó que qué eran aquellas pinturas que en aquella pared
estaban»17. El mayordomo de los duques se encarga de descifrar el
enigma: «Señor, allí está escrito y notado el día en que vuestra señoría
tomó posesión desta ínsula, y dice el epitafio: “Hoy día, a tantos de tal
mes y de tal año, tomó la posesión desta ínsula el señor don Sancho
Panza, que muchos años la goce”»18. Este pasaje esconde una referen-
cia bíblica a la historia del rey Baltasar que la crítica ha pasado por alto.
Un día, durante una fiesta dada por Baltasar, apareció una misteriosa
mano que escribió unos signos en caracteres desconocidos en la pared.
El rey buscó en toda Babilonia a quien pudiese descifrar el mensaje,
hasta que finalmente Daniel pudo interpretar el texto divino, que de-
cía: «Mene, Tekel, Uparsin, Peres»; la traducción que hizo fue: «Mené:
15
Chevalier, 1989, p. 70.
16
Chevalier, 1989, p. 71.
17
Cervantes, Don Quijote, p. 992.
18
Cervantes, Don Quijote, p. 992.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 123
19
«Mane numeravit Deus regnum tuum et conplevit illud thecel adpensus es
in statera et inventus es minus habens fares divisum est regnum tuum et datum est
Medis et Persis» (Daniel 5: 26-28).
20
«Apparuit enim illis quidam equus terribilem habens sessorem optimis ope-
rimentis adornatus isque cum impetu invectus Heliodoro priores calces elisit qui
autem ei sedebat videbatur arma habere aurea» (2 Macabeos 3: 25).
124 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
21
Así sucede por ejemplo en el Ordo Prophetarum (procesión de los profetas),
un ciclo de misterios medieval muy popular en la época, asociado a la llegada del
Mesías, lo que conectaría con la llegada de Sancho a Barataria.
22
Calderón de la Barca dedicó a la figura de Baltasar un auto sacramental titula-
do La cena del rey Baltasar (1634). En la pintura, el mismo tema sirvió, años después,
de inspiración a pintores como Rembrandt, cuyo tratamiento del tema es un clásico,
El festín de Baltasar (1635), o Domenico Fiasella en El festín de Baltasar (16??).
23
Cervantes, Don Quijote, p. 992. Por otra parte, llama la atención el paralelismo
entre el honesto comportamiento de Daniel y Sancho. Este juega astutamente con
el doble sentido de dones como «fórmula de tratamiento» y como «regalos», lo que
remite invariablemente al rechazo del profeta de los «dones» esto es, los «regalos»
que el rey de Babilonia ofreció a Daniel. El primero rechaza rotundamente los rega-
los —los dones— que Baltasar le ofrece como recompensa por resolver el acertijo,
mientras que Sancho, en un alarde de virtud, al oírse mentar de don por el mayor-
domo de los duques, recuerda sus orígenes humildes y reparte la primera lección
de humanidad en su gobierno: «[Q]ue yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha
habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi
agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas» (Cervantes, Don
Quijote, p. 992).
24
«[F]iel al mensaje bíblico, Rembrandt sugiere lo frágil de las cosas: los me-
tales preciosos, los placeres del apetito, la longevidad de los imperios» (Schama,
1999, p. 418). Por otra parte, es curioso el parecido físico entre el Baltasar ima-
ginado por Rembrandt, orondo y con cara de simple, y la imagen estereotípica
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 125
Justo después de esta importante escena que marca el tono del epi-
sodio, Sancho debe resolver el primer pleito, el de las caperuzas. Antes
de entrar de lleno en el primer juicio, debemos señalar que hay dos ele-
mentos en el texto que apuntan hacia un entorno oral. En primer lugar,
en todos los juicios los litigantes hablan por sí mismos. En ninguno de
que tenemos de Sancho, también gordo y con cierto aire de bobalicón, con una
punta de vicioso.
25
Zimmermann, 1965, p. 207.
26
Cervantes, Don Quijote, p. 993.
27
Una de las características más notables de la escritura es su asociación con la muer-
te. Los ejemplos de esta imbricación son numerosos. La paradoja reside en el hecho de
que la petrificación del texto oral mediante la escritura permite que aquel reviva innu-
merables veces gracias a su lectura (Ong, 1988, p. 81). En este sentido, la asociación de la
muerte con la historia de Baltasar es evidente; lo es menos en el caso de Sancho, aunque
al final su reino se vea expuesto a un fingido ataque por parte sus vecinos.
126 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
los pleitos a los que asiste Sancho en Barataria hace acto de presencia la
figura del abogado. Como explica Clanchy, esto se debe al persistente
énfasis que durante mucho tiempo se le dio a la palabra hablada, a pesar
del creciente uso de documentos escritos: «Before the development of
authenticated documents, courts were most reluctant to allow a litigant
to be represented in his absence [...] The assumption was that where
possible a litigant must speak on his own behalf in court, because only
words from his own mouth were authentic»28. En los tres pleitos que
Sancho resuelve en Barataria: las caperuzas, el báculo con los escudos
en su interior y la mujer presuntamente violada, todos los litigantes se
encargan ellos mismos de su defensa legal, tal y como Clanchy describe
para la Inglaterra medieval. Esto es así porque hasta tiempo después
de la imprenta la introducción paulatina de la «marea» escritural hizo
que la antigua defensa de viva voz se considerase en ocasiones como
un acto peregrino, extrañamente anticuado. Es decir, la escritura, como
afirma Clanchy «shifted the emphasis in testing truth from speech to
documents»29. Al mismo tiempo, la importancia de la escritura es palpa-
ble, pues el mismo Sancho —nada menos que el gobernador— afirma
tras la resolución de la paradoja del puente y el ahorcado que «esto lo
diera firmado de mi nombre si supiera firmar»30, lo que indica que San-
cho, a pesar de su analfabetismo, sabía con toda seguridad de la existen-
cia de documentos escritos que se debían firmar, con el fin de otorgarles
legitimidad31. Por otra parte, llama la atención la ambigüedad que en la
28
Clanchy, 1979, p. 221.
29
Clanchy, 1979, p. 222.
30
Cervantes, Don Quijote, p. 1047.
31
No obstante, debe recordarse que cuando la duquesa le preguntó quién había
redactado la carta dirigida a Teresa Panza, Sancho le había confesado que aunque él
no había podido hacerlo: «[Y]o no sé leer ni escribir», orgullosamente puntualizó
que sabía autentificar documentos: «puesto que sé firmar» (Cervantes, Don Quijote,
p. 931). Capítulos más tarde, antes de partir hacia Barataria, un melindroso don
Quijote le reprochaba a Sancho que no supiera leer ni escribir. «Gran falta es la
que llevas contigo, y, así, querría que aprendieras a firmar si quiera». La respuesta del
escudero es esclarecedora: «Bien sé firmar mi nombre, que cuando fui prioste en mi
lugar aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo que decían que decía mi
nombre». ¿Qué hará entonces Sancho cuando las encumbradas responsabilidades en
Barataria lo obliguen a firmar? «Fingiré que tengo tullida la mano derecha y haré
que firme otro por mí, que para todo hay remedio, si no es para la muerte». Como
sabemos, a Sancho no le hace falta firmar para imponer su juicio en los distintos
pleitos que le plantean, y él es perfectamente consciente de esto: «[Y] teniendo
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 127
yo el mando y el palo, haré lo que quisiere» (Cervantes, Don Quijote, p. 976). Por
otra parte, la mención a la mano podría ocultar otra referencia autobiográfica a la
manquedad del escritor. No por casualidad, estos guiños cervantinos están situados
en momentos de la novela en donde se alude al acto de escribir, como en el caso,
anteriormente analizado, del episodio de la escritura divina en la pared. Cervantes
potencia así la asociación entre la escritura (la firma) y la ausencia (el miembro
amputado).
32
Cervantes, Don Quijote, p. 992.
33
Clanchy, 1979, p. 236.
34
Ong, 1988, p. 98.
35
Cervantes, Don Quijote, p. 994.
36
A propósito del sentido de justicia en Cervantes, Castro explica: «Cervantes
se complace en oponer la justicia espontánea, sencilla, equitativa, en suma, místi-
camente natural, a la legal y estatuida; no se formula dogmáticamente esa doctrina
en ninguna parte, pero los hechos la presuponen con la mayor elocuencia» (Castro,
1980, p. 191).
128 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
Entraron a pedir justicia, así griegos cristianos como algunos turcos, y todos
de cosas de tan poca importancia, que las más despachó el cadí sin dar traslado
a la parte, sin autos, demandas ni respuestas, que todas las causas, si no son las
matrimoniales, se despachan en pie y en un punto, más a juicio de buen varón
que por ley alguna.Y entre aquellos bárbaros, si lo son en esto, el cadí es el juez
competente de todas las causas, que las abrevia en la uña y las sentencia en un
soplo, sin que haya apelación de su sentencia para otro tribunal41 .
37
Ong, 1988, p. 9.
38
Malinowski, 1923, p. 451; pp. 470-481.
39
Un estudio interesante sería el de analizar los juicios de Sancho mediante la
teoría de los actos de habla de John L. Austin y John Searle. El propio Ong señala la
relación entre la concepción del lenguaje como acción, propio de las culturas orales,
y la idea de la palabra como acto, sistematizada en How to do Things with Words y otras
obras (Ong, 1988, p. 170).
40
Castro, 1980, p. 192.
41
Cervantes, El amante liberal, p. 156.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 129
42
Villalón, Viaje de Turquía, p. 409.
43
Villalón, Viaje de Turquía, p. 410.
44
En su edición del Quijote, Rodríguez Marín señala que la decisión salomónica
de Sancho debe relacionarse con las pésimas condiciones de los presos en las cárce-
les en la época: «Con esta disparatada disposición burlesca se burló Cervantes de la
frecuencia con que toda suerte de comisos aun en materia de abastos, y no ya por
falta de peso, sino hasta por pésima calidad de los alimentos, se destinaban para los
presos de la cárcel, cosa que con sobrada razón censuraba Castillo de Bobadilla en
el lib. III, cap. IV de Política para corregidores y señores de vasallos» (en Cervantes, Don
Quijote, vol. 7, p. 15, nota 2). Es probable que Rodríguez Marín esté en lo cierto.
Este trato inhumano dispensado a los presos al que alude dicho crítico, unido a lo
dilatado de las sentencias, probablemente hicieron que Cervantes viera con simpatía
esta forma de impartir justicia de los musulmanes, similar hasta cierto punto a la
justicia de las culturas orales.
45
Cervantes, Don Quijote, 995.
130 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
46
Cervantes, Don Quijote, 996.
47
Cervantes, Don Quijote, 996.
48
«Oral societies live very much in a present which keeps itself in equilibrium
or homeostasis by sloughing off memories which no longer have present relevance»
(Ong, 1988, p. 46).
49
Cervantes, Don Quijote, 996.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 131
50
Cervantes, Don Quijote, 996.
51
En su estudio Havelock demuestra cómo para los presocráticos, la justicia se
enmarcaba en un esquema más operacional y menos abstracto. Esta última noción
se introdujo a partir de la revolución conceptual que supuso la progresiva adapta-
ción y expansión del uso del alfabeto y las vocales (Havelock, 1963).
52
En Ong, 1988, p. 53.
53
Ong, 1988, p. 53.
132 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
La frase «aun eso está por averiguar, si tiene limpias o no las manos este
galán» revela que los poderes discriminatorios de Sancho no se derivan
del contenido semántico de las palabras de la joven, como se haría en
un silogismo, sino de algo menos concreto. En realidad, lo que hace
sospechar a Sancho es la excesiva locuacidad de la joven, quien suelta
un monólogo digno de una actriz de comedias:
54
Cervantes, Don Quijote, p. 996.
55
Jousse, 2015, pp. 46-47.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 133
56
«The cultures which we are here styling verbomotor are likely to strike tech-
nological man as making all too much of speech itself, as overvaluing and certainly
overpracticing rhetoric. In primary oral cultures, even business is not business: it
is fundamentally rhetoric» (Ong, 1988. p. 68). Ese carácter verbomotor de Sancho
enoja profundamente al a veces taciturno don Quijote, quien no puede concebir
que alguien hable tanto como lo hace su escudero. Las continuas reprensiones del
amo no logran aplacar la fogosidad verbal del escudero, que sufre cuando, a instan-
cias de don Quijote, tiene que mantener la boca cerrada. «[Y] está advertido de
aquí adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado
conmigo: que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he
hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo»
(Cervantes, Don Quijote, p. 221). Cinco capítulos después, Sancho, «muerto por
razonar» le ruega al caballero que lo deje retornar al hogar, pues no soporta el mar-
tirio de verse privado del habla. «Señor Don Quijote, vuestra merced me eche su
bendición y me dé licencia, que desde aquí me quiero volver a mi casa y a mi mujer
y a mis hijos, con los cuales por lo menos hablaré y departiré todo lo que quisiere;
porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche,
y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida» (Cervantes, Don
Quijote, p. 775). Prohibirle la palabra a Sancho es despojarlo de su bien más preciado.
57
Ong, 1988, p. 67.
58
En Ong, 1988, p. 67.
134 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
59
En opinión de Martín Morán, «Sancho no se rige por la palabra, sino por
el dicho, por la frase, la sentencia, el proverbio. No es importante para él recordar
la forma concreta de la palabra precisa. Lo que importa es el discurso completo,
el saber que encierra y la posibilidad de aplicarlo en un momento dado» (Martín
Morán, 1997, p. 352).
60
Havelock, 1963.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 135
61
Havelock, 1963, p. 41.
62
«Por lo tanto, es justo que lo ataquemos y que lo pongamos como correlato
del pintor; pues se le asemeja en que produce cosas inferiores en relación con la
verdad, y también se le parece en cuanto trata con la parte inferior del alma y no
con la mejor.Y así también es en justicia que no lo admitiremos en un Estado que
vaya a ser bien legislado, porque despierta a dicha parte del alma, la alimenta y for-
talece, mientras echa a perder a la parte racional, tal como el que hace prevalecer
políticamente a los malvados y les entrega el Estado, haciendo sucumbir a los más
distinguidos» (Platón, La República, p. 473).
63
Es revelador en este sentido el coloquio mantenido entre el canónigo y los
dos protagonistas. Aquel, hombre cultivado y racional, expone su idea sobre la jus-
ticia: «Al administrar justicia ha de atender el señor del estado, y aquí entra la ha-
bilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si esta
falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines, y así suele Dios
ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto» (Cervantes,
Don Quijote, pp. 572-573). La respuesta de Sancho demuestra su falta de capacidad
analítica: «No sé esas filosofías» (Cervantes, Don Quijote, p. 573). Lo que quiere decir
136 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
70
Por esa razón el prólogo del Quijote, por ejemplo, es concebible solo desde
la alianza de la escritura y la oralidad. De la primera toma la portentosa capacidad
analítica y la facultad de la autorreflexión —recordemos que el prólogo trata so-
bre sí mismo, lo que lo convierte en una pieza muy original—, características que
solo el homo literatus, poseedor de una mente que ha interiorizado la tecnología de
la escritura, puede desplegar. Sin embargo, como ya hiciera previamente Platón,
Cervantes decidió estructurar el prólogo de su obra mediante la forma del diálogo,
acercando su escritura al contexto real donde se da la palabra hablada: aquel en el
que existe un contexto, un emisor y un receptor. Quizá en ninguna otra parte del
Quijote se dé esa reunión del componente oral y el escrito como en sus líneas fi-
nales: «Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal
manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé
por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo» (Cervantes, Don Quijote, p.
18). Covarrubias define «impresión» como «La señal que hace una cosa en otra»
pero también como «la estampa de libros» (Cov., p. 1092). Lo curioso es que para la
entrada del verbo «imprimir» Covarrubias no concede ambivalencia semántica al-
guna. Solo existe un único significado para este verbo, según el lexicógrafo español.
«Imprimir» solo puede significar «poner en estampa» (Cov., p. 1092). Justo después
de esta definición, y todavía en la misma entrada de «imprimir», Covarrubias define
«impreso» como «lo que está estampado» e «impresor» como «el tipógrafo». Es de
una claridad meridiana que todas estas definiciones apuntan a un campo semántico
bien concreto: el de la imprenta. Por lo tanto, si queremos conceder crédito al sabio
toledano, cuando Cervantes escribe «se imprimieron en mí sus razones» tenemos
que pensar que solo puede estar refiriéndose a la moderna tecnología de la impren-
ta. Debemos tener en cuenta, sin embargo, que la palabra que le llega al oído del
autor es palabra hablada. «[E]stuve escuchando lo que mi amigo me decía», nos dice
Cervantes, como si todavía necesitase captar la complejidad del mundo a través del
oído. No obstante, la palabra hablada se graba en él —se imprime— como una hoja
en blanco tipografiada por las planchas de la imprenta. Cervantes muestra aquí la
mentalidad de un oidor que ha aprendido a escribir, como su don Quijote.
138 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
71
Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 97.
72
Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 167.
73
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, p. 201.
74
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, p. 201.
75
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, pp. 201-202.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 139
76
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, p. 201.
77
Zevallos, Arte real para el buen gobierno, p. 142.
78
Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 100.
79
Cervantes, Don Quijote, p. 1047.
80
Estos eran grupos pertenecientes a capas medias, educados en Derecho en
universidades prestigiosas como Salamanca o París y solían trabajar como abogados
principalmente en los Consejos o Audiencias.
IV
DON QUIJOTE,
EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II
1
Mancing, 1982, p. 167.
2
Madariaga, 1926, pp. 161-162.
3
Mancing, 1982, p. 131.
142 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
4
Maravall, 1976, p. 84.
5
Mancing, 1982, p. 133.
6
Se ha dicho que Cervantes planeó la segunda parte de una manera diferente,
aunque las explicaciones aducidas para esto son en general insatisfactorias. Para
Riquer, el autor «se vio obligado a encarar de un modo distinto la burla de las
novelas de caballerías» (Riquer, 1973, p. 292). Maravall afirma que don Quijote em-
pieza su carrera como un simple imitador de caballero andante, y evoluciona hasta
convertirse en un personaje que desbordaba las intenciones iniciales de Cervantes
(Maravall, 1976, p. 84). Allen relaciona la serie de aventuras trágicas de la segunda
parte (LVIII-LXVIII) con la ironía trágica de la novela, que opera «elevating Don
Quixote beyond the reach of comic irony, curing his confident unawareness with
one grinding desengaño after another» (Allen, 2008, p. 189). Williamson, en su estu-
dio sobre la influencia de la materia artúrica en el Quijote, sostiene que la diferencia
fundamental es que en la segunda parte don Quijote es «less confident of the imme-
diacy of the restoration of romance» (Williamson, 1984, p. 110). Avalle-Arce explica
el ocaso del espíritu de don Quijote atendiendo a la natural trayectoria vital que va
desde la ascendencia del caballero (cuyo punto culminante sería el episodio de los
leones) hasta la decadencia y la muerte final. «Ni más ni menos ocurre en el Quijote
de 1615: al momento de plenitud vital le sigue un lento descenso, marcado por
lastimosos hitos» (Avalle-Arce, 1976, p. 55).
7
El objeto preeminente de la imitatio de don Quijote es Amadís de Gaula
(Mancing, 1982, p. 1; Place, 1966, p. 131; Morros, 2004, p. 41). De los diez poe-
mas que componen los versos preliminares, cuatro son producto de personajes del
Amadís: Urganda la Desconocida, Amadís, Oriana y Gandalín. En el capítulo I, don
Quijote se añade el gentilicio «de la Mancha» al recordar que «Amadís no solo se
había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su
reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula» (Cervantes, Don
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 143
la parodia, por tanto, don Quijote recorre una trayectoria épica análoga
a la de Amadís. Del entusiasmo caballeresco inicial, y a pesar de todas
sus derrotas, se pasa a una segunda parte donde la ilusión por las caba-
llerías finalmente se desmorona y aniquila9. Finalmente, se relacionará
el declive de lo caballeresco en el Quijote con el intento de Felipe II de
restaurar la caballería de cuantía durante el siglo XVI.
10
Avalle-Arce, 1990, p. 370.
11
Tirant lo Blanch y Tristán de Leonís contienen elementos eróticos típicos de
este tipo de obras.
12
Gili Gaya, 1947, p. 105. No resulta una coincidencia que Vivaldo reproche los
libros de caballerías por su paganismo: «una cosa entre otras muchas me parece muy
mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una
grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto peligro de perder la vida, nunca
en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada
cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes, antes se encomiendan a sus
damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios, cosa que me parece
que huele algo a gentilidad» (Cervantes, Don Quijote, p. 139). El mismo prurito
religioso que tiene el inteligente interlocutor de don Quijote asalta un siglo antes
al regidor de Medina. Por eso en las Sergas, Esplandián, hijo de Amadís y de Oriana,
superará ampliamente a su padre y llegará a convertirse en la perfecta representación
de la síntesis de la caballería andante y el cristianismo más devoto y piadoso.
146 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
13
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1721.
14
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1641.
15
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1717.
16
Amezcua, 1972, p. 326.
17
Esto podría asociarse a la larga estancia de don Quijote y Sancho en casa de
los duques. De este motivo se tratará más adelante.
18
El caballero había pedido permiso a su dama para salir a buscar aventuras, pero
esta no se lo concede, argumentando que no tiene a nadie «sino a él para satisfacer su
soledad». Un día que Amadís va de caza, ve un batel acercarse con un caballero muerto
con todas sus armas y a su madre, la dueña Darioleta. Esta le pide que lo vengue del
gigante Balán, quien ha matado a su hijo y causado toda clase de oprobios a su familia.
Amadís concede auxiliarla, quebrantando así la palabra prometida a su esposa. Avalle-
Arce califica esta actitud de «inimaginable», pues el caballero ha roto «un estricto,
directo, y concreto mandamiento de ella» (Avalle-Arce, 1990, p. 371).
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 147
19
La dueña había solicitado a Amadís un don contraignant, típico de la literatura
artúrica, y que el héroe había concedido torpemente: el favor que requiere la dueña
es la liberación de Arcaláus, su marido.
20
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1707.
148 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
21
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 462.
22
Cacho Blecua, 1979, p. 468.
23
Fjelstad, 1963, p. 142.
24
Es sabido que el cura (supuesto alter ego cervantino) decide quemar las
Sergas («hijo legítimo de Amadís de Gaula») en el donoso escrutinio, aduciendo
que «la bondad del padre no le ha de valer al hijo» (Cervantes, Don Quijote, p.
78). Esto ha hecho que el cervantismo acepte per saecula saeculorum la idea de que
Cervantes rechaza las virtudes literarias de la continuación del Amadís. Esta opi-
nión debe ser matizada. Aunque es cierto que Pero Pérez es el portavoz de algunas
ideas neoaristotélicas que podrían relacionarse con el ideario estético cervantino,
lo cierto es que la primera reacción del cura para con el Amadís (libro de indu-
dable calidad literaria) es quemarlo también, por la simple razón de tratarse de
«dogmatizador de una secta tan mala» (Cervantes, Don Quijote, p. 77). Es la inter-
sección del barbero la que salva a Amadís de Gaula de ser pasto de las llamas. Por
esa razón, no hay que pensar que la opinión de Cervantes sobre las Sergas fuese
necesariamente negativa.
25
Cervantes, Don Quijote, p. 127.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 149
26
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 254.
27
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 409.
28
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 410.
29
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 464.
30
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 363.
31
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 525.
150 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
32
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 541.
33
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 544.
34
En Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 544, nota 468.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 151
35
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 765.
36
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 681.
37
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 683.
38
Cervantes, Don Quijote, p. 39.
152 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
39
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1641.
40
Cervantes, Don Quijote, p. 1089. Es evidente que esto debe leerse en clave
paródica, pues «los infinitos regalos y deleites» en realidad ocultan un sin fin de
vejámenes y burlas que debe sufrir el caballero. Cuatro doncellas le lavan las bar-
bas, una broma de tal calibre que incluso los duques (que no la tenían planeada
siquiera) piensan en castigar a sus autores; sufre la cruel reprobación del canónigo,
que lo tacha abiertamente de loco (para más escarnio, delante de los duques, per-
sonajes a los que don Quijote desea impresionar; por eso la escena es doblemente
humillante); tras cantar un romance de amor dedicado a Altisidora, descuelgan en
la ventana de don Quijote un cordel con cencerros y un gran saco con gatos, que
a su vez traían más cencerros. La algarabía que se forma es tal que incluso a los
duques, que son los que idean la pesada broma, «todavía les sobresaltó» (Cervantes,
Don Quijote, p. 1002); la siguiente chanza, llevada a cabo por la duquesa y Altisidora
es violenta e intimidatoria. Al oír la duquesa un comentario poco afortunado de
doña Rodríguez sobre «las fuentes» de sus piernas, entran en la habitación «llenas de
cólera y deseosas de venganza» (Cervantes, Don Quijote, p. 1035) y acribillan a don
Quijote y a la dueña a palos.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 153
41
Cervantes, Don Quijote, p. 893. Se ha afirmado que este cambio en la apre-
ciación del personaje de Sancho puede explicarse a partir de la interacción con el
Quijote de Avellaneda. Sin embargo, aunque en la continuación de Avellaneda tanto
don Quijote como Sancho son esquematizados y ridiculizados de manera simplis-
ta, en la segunda parte del Quijote cervantino el ataque efectuado por el narrador
afecta únicamente al hidalgo manchego. Por tanto, no puede explicarse el declinar
de lo caballeresco en la fase final del Quijote únicamente por una influencia de la
continuación de Avellaneda.
42
Riley, 1990, p. 112.
43
Cervantes, Don Quijote, p. 708.
44
Madariaga, 1926, p. 197.
154 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
45
Covarrubias define a los caballeros cuantiosos como aquellos que «tienen
obligación, llegando a tanta cantidad de hacienda, a sustentar caballo y armas» (Cov.,
p. 636). Esta clase en general estaba compuesta de miembros de las clases medias ur-
banas, artesanos y comerciantes con unos ingresos suficientes como para mantener
caballo y armas.
46
Contreras Garay, 1986-1987, p. 27.
47
Centenero de Arce y Díaz Serrano, 1999, p. 96.
48
Contreras Garay, 1986-1987, p. 27.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 155
49
Centenero de Arce y Díaz Serrano relacionan los aumentos impositivos du-
rante el reinado de Carlos V y la caballería de cuantía con cambios drásticos produ-
cidos durante el Siglo de Oro: «Cabría entonces preguntarse si no fue el progresivo
aumento de los impuestos a lo largo de los años de gobierno del emperador lo que
obligó a quienes más renta tenían a buscar el paso hacia una hidalguía que se les
prometía como un medio tanto para incorporase a una exigua burocracia en for-
mación como también para evitar pechos y cargas que los antiguos privilegios no
podían contener. En ese caso, la transformación de los caballeros cuantiosos debe
ser situada en un contexto más amplio: el de la transformación de una sociedad que
se confesaba inmóvil pero que estaba atravesando un vertiginoso proceso de muta-
ción» (Centenero de Arce y Díaz Serrano, 1999, p. 98).
50
Cátedra, 2007, p. 99.
156 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
51
En Martín, 1994, p. 425.
52
Cátedra, 2007, pp. 106-107.
53
Contreras Gay, 1986-1987, p. 28.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 157
54
Cervantes, Don Quijote, p. 1217.
V
1
En un estudio reciente sobre la representación en el Quijote se ha subrayado la
dificultad de definir qué sean los objetos o cosas, pues estos pueden referirse «a casi
todo lo imaginable, sea de índole material o abstracta, pasando por lo emocional»
(Alcalá Galán, 2009, p. 28). El término posee una dimensión material y otra filosófi-
ca y lógica. Procede del latín objectum, participio pasado del verbo obicere, que signi-
fica, en principio, oponerse, presentarse, estar en el camino de algo. Así, el Diccionario
de Autoridades lo define en su primera entrada como «Lo que se percibe con alguno
de los sentidos, o acerca de lo cual se ejercen.Viene del latín objectum», mientras que
la segunda alude a dicha cualidad filosófica: «el término o fin de los actos de las
potencias» (Aut, s.v. «objeto»). Covarrubias enfatiza esta doble naturaleza de los ob-
jetos: «la cosa o es espiritual o corporal. Unas cosas son naturales, otras artificiales; lo
demás se queda para los lógicos» (Cov., p. 620). El presente capítulo investiga ambos
grupos, el de las cosas «artificiales» (es decir, las cosas materiales, tangibles, fabricadas
por el ser humano) y el de los objetos de tipo espiritual, en este caso reliquias.
2
Cervantes, Don Quijote, p. 56.
160 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
3
Cervantes, Don Quijote, p. 41.
4
Riquer, 1967, p. 289.
5
El episodio de la cueva de Montesinos ha sido objeto de las más dispares
interpretaciones críticas. Aurora Egido resalta la importancia del capítulo, relacio-
nándolo con los cinco tipos de sueño de Macrobio. Para dicha crítica, la aventura
de Montesinos «puede instalarse dentro de la tradición alegórica de los sueños o
visiones de viajes de ultratumba, con aberración temporal» (Egido, 1986, p. 305).
Percas de Ponseti señala también su importancia, considerándolo como un episo-
dio «eje de la novela» (Percas de Ponseti, 1968, p. 376), e interpretándolo desde un
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 161
sin dueño son tienda y no estudio»; así como en las comedias El príncipe
de Marruecos y La noche toledana; Baltasar Gracián encomia la obra del
Rey Prudente en El criticón; Alonso de Ercilla (1533-1595) también
ensalza la construcción en el canto XXVII de La Araucana; finalmente
Quevedo, en el panfleto El Chitón de las taravillas, critica el dispendio
que supuso la construcción del edificio7. Este hecho resulta notable si
uno compara la recurrencia que otros palacios como el del Retiro tu-
vieron en la literatura aurisecular.
Es difícil establecer una causa definitiva para este hecho. En una
monografía sobre el tema, Álvarez Turienzo ofrece algunas razones para
esta relativa ausencia de El Escorial en las letras españolas del Barroco.
Sostiene que Felipe II no inspiró a los escritores contemporáneos, pues
no fue «un temperamento poético»8. Además, sugiere que el monarca
fue ante todo «un tipo visual», de ahí su pasión por la pintura, geometría
y la arquitectura9. Kamen, en un trabajo reciente dedicado al significado
cultural del edificio, señala que lo extravagante de El Escorial, unido al
hecho de que no hubiese otros palacios así en la península, hicieron que
la obra escurialense fuera poco grata para los españoles de finales del
XVI: «durante mucho tiempo, y para muchos españoles, El Escorial se
consideró extraño y estuvo lejos de ser considerado una “maravilla”»10.
Dicho historiador aduce dos razones más. Primero, sostiene que El Es-
corial fue poco popular debido a que Felipe era considerado un rey
extranjero, como su padre Carlos V, y segundo, por el alto coste de su
construcción11.
En cuanto a Cervantes, como decíamos, ni una vez menciona el edifi-
cio. Para Álvarez Turienzo, la razón es que Felipe II desoyó en varias oca-
siones las peticiones de Cervantes para un puesto en el Nuevo Mundo,
por lo que Cervantes «no formó parte de la clientela a la que podía serle
7
Para una lista más exhaustiva y los ejemplos textuales véase El Escorial en las
letras españolas, de Saturnino Álvarez Turienzo.
8
Álvarez Turienzo, 1985, p. 119.
9
Álvarez Turienzo, 1985, pp. 119-120.
10
Kamen, 2009, p. 280.
11
Kamen, 2009, pp. 282-283. Fray José de Sigüenza y Baltasar Porreño se hi-
cieron eco de estas críticas. Ver también Kagan, 1990. Lucrecia fue una visionaria
española en cuyos sueños se representaba el fin de España, como consecuencia de
la mala política de Felipe II. Una de las críticas era precisamente la construcción de
El Escorial, por sus altos costes.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 163
12
Álvarez Turienzo, 1985, p. 129.
13
Castro, 1967, p. 301.
14
Niño Azcona, 1952, pp. 381-402.
15
De Armas, 2006b, p. 110.
16
Ver Lo Ré, 1989. Este autor pone en relación el episodio de la cueva de
Montesinos con el regreso de don Quijote a la aldea en la primera parte y con la
muerte final. En cuanto a Montesinos, «Cervantes evidently had in mind here an
ending in which Don Quixote would admit to play-acting in this and perhaps in
other instances» (Lo Ré, 1989, p. 26).
17
Cervantes, Don Quijote, p. 979.
164 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
18
Cervantes, Don Quijote, p. 818.
19
Cervantes no fue el primero en tratar el tema de la cueva como un lugar má-
gico y de conocimiento. La lírica, la épica, la mística o la hagiografía, el mester de
clerecía y las crónicas, el teatro la novela sentimental y pastoril o el folclore habían
hecho temprano uso de las cuevas como lugares de poder. Homero, Ovidio,Virgilio,
Dante, entre otros, hicieron uso del motivo de la cueva o lugar subterráneo. Añadir
que este interés es perceptible en el entremés La cueva de Salamanca, la comedia La
casa de los celos y El celoso extremeño. Este último caso es interesante, pues la casa-pri-
sión que manda construir para enclaustrar a su esposa ese «nuevo Dédalo» que es el
celoso indiano, es en cierto modo una reconfiguración del mismo motivo alegórico.
Asimismo, el espacio del tablado en El retablo de las maravillas —aprovechado magis-
tralmente por Cervantes para mofarse de la preocupación de unos incautos pueble-
rinos por la pureza de sangre— puede leerse de forma más amplia como parte del
proyecto cervantino por parodiar estos recintos de poder. Otro caso significativo es
la venta de la primera parte del Quijote, lugar emblemático y mágico en el que todos
los personajes vienen a parar y en el que al fin pueden reconfigurar sus trastocadas
existencias como por arte de magia. Todos menos don Quijote, que asistirá a los
acontecimientos como un desocupado y distante espectador, en actitud diametral-
mente opuesta a la que demostrará en su descenso a la cueva de Montesinos.
20
Cervantes, Don Quijote, p. 811.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 165
21
Cervantes, Don Quijote, p. 636.
22
Cervantes, Don Quijote, p. 816.
23
Platón, Fedro, p. 384.
24
Cervantes, Don Quijote, p. 822.
25
Cervantes, Don Quijote, p. 816.
26
Cervantes, Don Quijote, p. 818.
166 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
27
Cervantes, Don Quijote, pp. 10-11.
28
«The idea behind Dürer’s engraving, defined in terms of the history of types,
might be that of Geometria surrendering to melancholy, or of Melancholy with a
taste for geometry» (Klibansky y Panofsky, 1964, p. 317).
29
Redondo, 1998, p. 134.
30
Cov., p. 1264.
31
En Bartra, 2001, pp. 34-35.
32
En Soufas, 1990, p. 6.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 167
33
Bartra, 2001, p. 23.
34
Klibansky y Panofsky, 1964, p. 35.
35
Redondo, 1998, p. 129.
36
Redondo sugiere que «por la fecha de su nacimiento (primeros días de oc-
tubre de 1547), Cervantes es un saturniano y que por su estatus de lisiado y de
antiguo cautivo, también es un hijo de Saturno o sea un melancólico» (Redondo,
1998, p. 134).
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 169
cuando las tinieblas espesas y la soledad que nace del silencio de todo,
causan horror en el ánimo, y cuando todo lo que se ve o se imagina ver,
como no se devisa, hace asombramiento que espeluzna el cabello; y cuan-
do el humor melancólico, que escalentado con el sueño y esforzado con
el alejamiento del sol, se mueve en el cuerpo, y con los humos que envía,
apretando el corazón y ennegreciendo la imaginación y sentido, cría sueños
pesados y horribles42.
Uno de los aspectos que más llama la atención del sueño de don
Quijote es la anomalía temporal acaecida en la mente del caballero. La
37
Cervantes, Don Quijote, p. 818.
38
Klibansky y Panofsky, 1964, pp. 134-135.
39
Cervantes, Don Quijote, p. 815.
40
McCrary, 1968, pp. 117-118.
41
Klibansky y Panofsky, 1964, p. 324.
42
Fray Luis de León, Exposición del Libro de Job, p. 96.
170 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
43
Cervantes, Don Quijote, p. 827.
44
Cervantes, Don Quijote, p. 817.
45
Cervantes, Don Quijote, p. 824.
46
Cervantes, Don Quijote, p. 824.
47
Klibansky y Panofsky, 1964, p. 213.
48
Tester, 1987, p. 9.
49
Para don Quijote como Saturno, ver Fajardo, 1986. Relacionado con la me-
lancolía, un elemento presente en el episodio de Montesinos es la numerología. Esta
se sugiere con la importancia que el narrador asigna a lo temporal. Así, justo antes de
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 171
52
Bartra, 2001, p. 40.
53
Bartra, 2001, p. 120.
54
Kagan, 1990, p. 93.
55
Kamen, 1998, p. 217.
56
Parker, 1984, p. 194.
57
En Parker, 1984, p. 194.
58
«It is quite possible that melancholic monarchs such as Philip II purposely
elaborated court ceremony which would ensure their isolation from the public»
(1996, Sánchez, p. 96).
59
Bartra, 2001, p. 40.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 173
60
Cervantes, Don Quijote, p. 811.
61
Cervantes, Don Quijote, p. 966.
62
Cervantes, Don Quijote, p. 966.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 175
63
Checa Cremades, 1988, p. 58. Sin olvidar que la idea del retiro real aparece
en las Sergas de Esplandián. Después de celebrar Cortes en Londres, un anciano rey
Lisuarte decide abdicar en Amadís y retirarse con la reina Brisena al palacio de
Miraflores, con el fin de llevar una vida contemplativa y de rezo. Resulta tentador
suponer una posible influencia de la lectura de las Sergas en la decisión tomada por
el Emperador.
64
Checa Cremades, 1989, p. 130.
65
En Checa Cremades, 1989, p. 129.
66
En Checa Cremades, 1989, p. 130.
67
En Checa Cremades, 1989, p. 130.
68
Porreño, Dichos y hechos del señor Rey don Felipe Segundo, p. 20.
176 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
69
En Checa Cremades, 1989, p. 129.
70
García Bernal, 2006, p. 100.
71
Bouza, 1994, p. 51.
72
Checa Cremades, 1992, p. 190.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 177
73
Cervantes, Don Quijote, 829.
74
Covarrubias define las reliquias como «Los pedacitos de los huesos de los
santos; dichas así porque siempre son en poca cantidad, salvo cuando los pontífices
conceden a algún príncipe el cuerpo entero de algún santo» (Cov., p. 1401).
75
El tema de las reliquias se inscribe dentro del debate en torno al papel del arte
sagrado y la Contrarreforma.Véase Checa Cremades, 1992, y Kamen, 2009.
76
Kamen, 2009, p. 269.
77
Checa Cremades, 1992, p. 285.
78
Podría afirmarse que el conflicto entre católicos y protestantes no era solo
una confrontación religiosa y cultural, sino también tecnológica.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 179
79
Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 199. El padre
Sigüenza comenta que «al tiempo que otros príncipes destruyen las iglesias, asolan
las religiones, ríen de las imágenes, burlan de las reliquias de los Santos y de todo
cuanto tiene de bien y piedad la Iglesia, aquí se comience a eternizar, ennoblecer
y tener sobre los ojos de un Rey que le hace en todo esto tanta contradicción»
(Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 34).
80
Christian, 1981, p. 157. El príncipe se había caído por las escaleras y había
quedado inconsciente. Aunque varios médicos intentaron reanimarlo, solo la apli-
cación del cuerpo de Diego de Alcalá —traído por monjes franciscanos desde el
monasterio de Jesús María— encima de don Carlos surtió efecto. Cuando despertó,
el príncipe dijo haber soñado con el santo, quien le dijo que no moriría. Felipe II
pidió al Papa la canonización del mártir, que se llevó a cabo en 1568 (Goodman,
1988, p. 17).
81
Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 201. Sigüenza
relata que durante la postrera y agónica enfermedad del monarca en El Escorial,
le daban al rey unos sobresaltos y unos dolores tan agudos que no le permitían
descansar ni dormir bien. Con el fin de que no le hicieran sufrir estos dolores, la
infanta Isabel Clara Eugenia, hija menor del monarca, diseñó «una industria sin-
gular» para despertar al padre durante estos ataques. Fingía que alguien venía a la
habitación y tocaba las reliquias que estaban puestas en una mesa, diciendo en voz
alta: «no toquéis en las reliquias» con lo que el rey siempre se levantaba para mirar-
las (Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 211).
82
Von der Osten Sacken, 1984, p. 41.
180 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
83
«Las sagradas reliquias [...] le permitían [al cristiano] acercarse fácilmente y
con mayor confianza al santo de su devoción, al que se imaginaba como hipostati-
zado en las mismas, dispuesto siempre a escuchar sus plegarias y aliviarlo favorable-
mente en sus contrariedades y flaquezas» (Del Estal, 1998, p. 465).
84
Lazure, 2007, p. 60.
85
Brown, 1981, pp. 94-95.
86
Kamen explica sobre este punto: «Aunque es válido considerar (como los pro-
testantes hicieron durante la Reforma) que las reliquias constituían una forma de
superstición, hay que tener en cuenta que también poseían una relevancia social vital.
En la Europa medieval, las reliquias desempeñaron un importante papel político,
puesto que eran consideradas un símbolo de poder divino» (Kamen, 2009, p. 270).
87
Lazure, 2007, p. 65.
88
Lazure, 2007, p. 66.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 181
89
Lazure, 2007, p. 68.
90
Checa Cremades, 1992, p. 285.
91
Comenta Édouard al respecto: «Como la mayor parte de las imágenes ofreci-
das por el rey sobre su persona y su función, los dos discursos, el religioso y el impe-
rial, se mezclan. Piedad personal y motivo imperial se conjugan en la demostración
de afección del rey por las reliquias» (Édouard, 2005, p. 309).
92
Lazure, 2007, p. 77.
93
En Checa Cremades, 1992, p. 285.
94
Christian, 1981, p. 136.
95
Así lo expresa el propio Sigüenza: «Propuso, con mucha resolución, edificar
un ilustrísimo templo al mártir español, que fuese tan famoso en todo el mundo
como su glorioso nombre, donde de día y de noche se celebrase su memoria y se
hiciesen y diesen a Dios para siempre bendición y gracias» (Sigüenza, Historia primi-
tiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 16).
182 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
96
Rincón Álvarez, 2007, p. 34.
97
Schrader, 1998, p. 90.
98
Von der Osten Sacken, 1984, p. 40.
99
Las reliquias estaban dispuestas en 507 relicarios provenientes del patrimonio
de Carlos V que fueron donados a Felipe II. No obstante, la mayoría habían sido
realizados según el diseño del arquitecto Juan de Herrera y el orfebre Juan de Arfe,
bajo las formas habituales que tenían los relicarios: estuches, cajitas y estatuas en
forma de brazo, busto y cabeza (Von der Osten Sacken, 1984, p. 41).
100
Cervantes, Don Quijote, p. 352.
101
Cervantes, Don Quijote, pp. 354-355.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 183
102
Cervantes, Don Quijote, p. 386.
103
Cervantes, Don Quijote, p. 693.
104
Cervantes, Don Quijote, p. 818. El motivo del palacio encantado es típico de
las novelas de caballerías y de la Biblia. Loeffler sugiere que los espejos, al igual que
los palacios de cristal, son símbolos de las memorias ancestrales de la humanidad (en
Cirlot, 2006, p. 201).
105
Cervantes, Don Quijote, p. 820.
184 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
podrían leerse como un trasunto del recinto sepulcral que Felipe II pre-
paró principalmente para su padre y Emperador, Carlos V, y para el resto
de familiares. Checa Cremades no duda en llamar a los cuerpos de sus
familiares que Felipe II mandó traer a El Escorial como «las más precia-
das reliquias que podía reunir el Rey Prudente»106. Un dato sorprendente
a este respecto que parece confirmar esta lectura lo ofrece Covarrubias.
El lexicógrafo dice que una de las acepciones de «cueva» es «La bóveda
donde se ponen los cuerpos de los difuntos»107. Esta hipótesis de cueva
como sepulcro de los Habsburgo se refuerza léxicamente al comprobar
que Sigüenza, al referirse al panteón de El Escorial, usa indistintamente
«cueva/sepulcro», coincidiendo pues con lo expuesto en el Tesoro. Por
tanto, para los lectores contemporáneos de Cervantes, «la cueva de Mon-
tesinos» podía ser leído como «el sepulcro de Montesinos», interpre-
tación coherente habida cuenta que el punto de fuga de la bajada a la
cueva es la descripción del sepulcro de Durandarte108.
En realidad, la alusión más clara a una reliquia la constituye el pro-
pio corazón de Durandarte, guardado por Montesinos tras la batalla de
Roncesvalles y descrito por don Quijote como «un corazón de car-
ne momia, según venía seco y amojamado»109. Esta referencia se podrá
entender mejor si se recuerda que Durandarte no solo es el héroe del
Romancero español (esta es la idea que Cervantes en principio sigue
en el episodio de Montesinos) sino también el nombre de la legendaria
espada de Roldán, quien la había recibido de manos de Carlomagno,
según la tradición épica francesa. La espada guardaba varias reliquias en
su pomo (el diente de San Pedro, la sangre de San Basilio, varios cabellos
de San Dionís y un trozo del vestido de Santa María), y es mencionada
por Roldán tras partir la roca en la que intentaba quebrar a Durandarte,
con objeto de que el arma no cayese en manos de paganos vascones110.
106
Checa Cremades, 1992, p. 251.
107
Cov., p. 651.
108
En la literatura de caballerías es típico usar reliquias como medio de oficiali-
zar ceremonias y juramentos. Así, en Raoul de Cambrai el rey Luis, al dar un feudo a
Raúl, jura sus obligaciones sobre unas reliquias; Guillermo de Orange jura proteger
al rey Luis sobre reliquias, y Roland y Ganalón llevan reliquias insertadas dentro de
sus espadas; finalmente, Gawain en Las maravillas de Rigomer tiene inscrito los nom-
bres de la Trinidad en la hoja de su espada (Kaeuper, 2009, p. 46).
109
Cervantes, Don Quijote, p. 823. Góngora dedicó un romance al corazón de
Durandarte en el que incide en esta semejanza.
110
Anónimo, Cantar de Roldán, p. 239.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 185
111
En Parker, 2015, p. 147.
112
Parker, 2015, p. 148.
186 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
LIBROS Y RELIQUIAS
113
Kamen, 2009, p. 271.
114
Lazure, 2007, p. 60.
115
Rincón Álvarez, 2007, p. 192.
116
Cristóbal Calvete de Estrella le enseñó latín y griego, Juan Honorato mate-
máticas y arquitectura y Juan Ginés de Sepúlveda geografía e historia.
117
Kamen, 2009, p. 135.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 187
del proyecto, y los libros fueron tratados por el monarca con el respeto y
veneración que le inspiraban también las reliquias. En este sentido, uno
puede pensar que el tratamiento conferido a los libros de caballerías
por don Quijote mantiene sorprendentes analogías con el del monarca.
Los libros son tratados por el caballero como auténticas reliquias, de ahí
su poder cuasi divino para llenar de disparates su imaginación. Quizá
no haya mejor ejemplo de esta actitud que en su devoción —cercana
al fanatismo religioso— por Dulcinea. Aunque en la adoración de don
Quijote tengamos la tradición del amor cortés como trasfondo, lo cier-
to es que don Quijote afirma de manera firme que adora y reverencia
a Dulcinea «como a una reliquia»118. La biblioteca de don Quijote es
otro espacio en el que los libros son tratados como reliquias (o como su
contrario: objetos demoníacos)119. De ahí el vocabulario religioso que
impregna todo el episodio de la purga, y quizá sea por esa razón que el
ama le pide al licenciado que rocíe toda la biblioteca con «agua bendita
y un hisopo»120.
118
Cervantes, Don Quijote, pp. 354-355.
119
La construcción de El Escorial estuvo rodeada de hechos extraños que
cautivaron la imaginación de los contemporáneos. Sigüenza relata que durante la
construcción del edificio, se apareció misteriosamente un enorme perro negro que
lanzaba «tristísimos aullidos» (Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del
Escorial, p. 122), y que causó gran desasosiego entre los frailes jerónimos. Sigüenza
deja entrever una influencia maligna en el caso: «el silencio, la hora de la noche, la
bóveda de los nichos donde se había metido, de donde retumbaba el sonido, la fama
esparcida, el ser debajo de las ventanas del rey, todo hacía miedo, horror, espanto»
(Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 122) (atmósfera que
por otra parte recuerda mucho a la del Toboso por la noche). Asimismo, posterior-
mente, al retratar el suplicio de la muerte del monarca en El Escorial (muerte real
y no simbólica como la de don Quijote), Sigüenza insinúa que el demonio tenía
cierta participación en los sufrimientos postreros del monarca. Así, comenta que la
enfermedad (que lo tuvo postrado en la cama en agonía durante 53 días) lo tenía
«asado y consumido del fuego maligno» (Sigüenza, Historia primitiva y exacta del
Monasterio del Escorial, p. 210). Por otra parte, una tradición muy arraigada afirmaba
que en El Escorial estaba la boca del infierno. Existen leyendas que atribuyen al
diablo un papel estelar en ese enclave y se ha llegado a decir que Felipe II pretendió
tapar esa entrada al inframundo colocando encima el monasterio. Curiosamente,
la basílica del templo alberga un cuadro de Sánchez Coello donde aparecen San
Jerónimo y San Agustín y en el que este último porta una maqueta del edificio
mientras un niño señala un agujero en el suelo. Fernández Urresti mantiene que lo
que el niño muestra es la boca del infierno (Fernández Urresti, 2007, p. 285).
120
Cervantes, Don Quijote, p. 77.
188 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
121
Lazure, 2007, p. 70.
122
Helmstutler Di Dio, 2006, p. 155.
123
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
124
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
125
Afirman Morán Turina y Checa Cremades: «[L]as bibliotecas eran los catali-
zadores habituales de estas colecciones [la de los aristócratas y reyes], donde conflu-
yen las curiosidades y los testimonios de la Naturaleza con los de la Historia, y en
las que la estructura y la decoración pictórica refuerzan el carácter de microcosmos
que asumen estas cámaras de maravillas» (Morán Turina y Checa Cremades, 1985,
p. 205).
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 189
126
En Checa Cremades, 1992, p. 368.
127
Checa Cremades, 1992, p. 377.
128
En Checa Cremades, 1992, p. 377.
129
En Checa Cremades, 1992, p. 377.
130
Cervantes, Don Quijote, p. 811. Énfasis mío.
190 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO
131
Cervantes, Don Quijote, p. 819.
132
Cervantes, Don Quijote, p. 825. Incluso la visión de don Quijote en sí, in-
terpretada de una manera ecfrástica, podría leerse como una especie de pintura
maravillosa.
133
Desde antiguo lo maravilloso o extraño cumple una función mnemotécnica.
Por ejemplo, el tratado de retórica Ad Herennium incide en el poder mnemotécnico
del elemento extraño: «if we see or hear something exceptionallly base, dishonou-
rable, extraordinary, great, unbelievable, or laughable, that we are likely to remem-
ber for a long time» (Cicerón, Ad Herenium, p. 219). Por esta razón, la cueva de
Montesinos es un archivo de la memoria, y don Quijote es su depositario.
134
Carducho, Diálogos sobre la pintura, pp. 417-442.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 191
Leonard Barkan define paragone como «the rivalry among the media,
often referred to as the paragone, which means both “comparison”
and “competition”»135. De Armas informa que paragone «could be the
opposition between painting and sculpture or the rivalry between the
verbal and the visual»136. Rona Goffen, quien ha estudiado las obras
de los artistas del Renacimiento desde la perspectiva de su rivalidad,
sostiene que «When Leonardo and his contemporaries used the word
“paragone”, they meant it in this sense of rivalrous on their works;
only later did the term come to refer primarily to the rivalrous of the
arts»137. En el interior de la cueva, don Quijote reprende a Montesi-
nos a propósito de la comparación entre Dulcinea y Belerma: «[T]oda
comparación es odiosa, y así, no hay para qué comparar a nadie con
nadie»138. Pero don Quijote en esta ocasión no es honesto, pues él mis-
mo se compara continuamente con Amadís de Gaula, en una novela en
la que, por otra parte, el concepto de mímesis es central. En conclusión,
uno puede pensar que el narrador/don Quijote, al imaginar el episodio
de la cueva de Montesinos, estaba creando su propia «colección de ma-
ravillas» literaria, la más memorable —en un sentido mnemotécnico—,
de toda la novela, al dotarla de una gran visualidad. Cervantes emula
y compite así con las colecciones físicas (reales) de reyes, aristócratas y
burgueses adinerados. Quizá incluso con la monumental colección lle-
vada a cabo por El Rey Prudente, de la que sin duda habría oído hablar
y que albergaban los silenciosos muros de El Escorial.
135
Barkan, 1999, p. 5.
136
De Armas, 2006a, p. 93.
137
Goffen, 2002, p. 41.
138
Cervantes, Don Quijote, p. 824.
CONCLUSIONES
hecho este último del que se hicieron eco economistas y arbitristas como
González de Cellorigo, Sancho de Moncada y Jerónimo de Zeballos.
Barataria presenta la oralidad como un ejemplo utópico para los hom-
bres y el analfabeto escudero, personificación de la oralidad, representa
un símbolo de la vuelta a una utópica Edad de Oro basada en la palabra
hablada. Asimismo, hemos propuesto un paralelismo entre la expulsión
de los poetas en la República de Platón (por ser representantes del antiguo
pensamiento oral) y la salida forzosa de Sancho de la ínsula diseñada por
la imaginación de los duques. Es un paralelismo que ayudaría a explicar
la forzosa salida de Sancho de Barataria. Finalmente, hemos sugerido que
Cervantes quiso representar mediante la expulsión de Sancho el ocaso
del mundo oral en la España aurisecular, tal y como Havelock propuso
para la Grecia de Platón.
En el siguiente capítulo nos hemos ocupado de la relación entre
Amadís de Gaula, el Quijote y el intento de Felipe II de reactivar la ca-
ballería de cuantía. Primero, hemos sugerido que el declive caballeresco
de don Quijote en la segunda parte de la novela es una imitatio de la
decadencia que Amadís de Gaula sufre en el ciclo Amadís-Esplandián.
Segundo, hemos propuesto que dicho declive, aunque puede explicarse
en parte por la estructura típica que suele seguir la materia artúrica (as-
cendencia-decadencia caballeresca), quizá pueda también interpretarse
como una respuesta cervantina al intento de Felipe II de rehabilitar y
modernizar la caballería de cuantía a finales del siglo XVI. La ausencia del
elemento caballeresco en la segunda parte del Quijote estaría relacionada
con la fase última del sueño caballeresco de Felipe II. Cervantes elije
como blanco de su imitatio paródica a Amadís, el caballero protagonista
del libro de caballerías más popular del Siglo de Oro y una de las lectu-
ras predilectas de Felipe II, como se mencionó en la introducción. En
este sentido, no sería descabellado proponer una relación de causalidad
entre la lectura del Amadís durante la juventud del monarca y su pro-
grama posterior para movilizar este tipo de caballería popular. Leídos
en este contexto, puede decirse que tanto Felipe II como don Quijote
habrían sido afectados por la literatura de ficción.
Si los dos primeros capítulos dedicados al Quijote han examinado la
importancia de las palabras, el último ha analizado el papel de los obje-
tos en el episodio de Montesinos. Hemos estudiado en primer lugar el
motivo de la melancolía, interpretando la visión/sueño de don Quijote
como un resultado de su humor melancólico, y lo hemos asociado a la
imagen de Felipe II como personaje melancólico recluido en El Escorial.
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