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Botello López-Canti, Jesús-Cervantes, Felipe II y La España Del Siglo de Oro

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Ignacio Arellano

Cervantes, Felipe ii
y la España del
Siglo de Oro

Jesús Botello López-Canti


Dirección de Ignacio Arellano
(Universidad de Navarra, Pamplona)
con la colaboración de Christoph Strosetzki
(Westfälische Wilhelms-Universität, Münster)
y Marc Vitse
(Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II)
Subdirección:
Juan M. Escudero
(Universidad de Navarra, Pamplona)

Consejo asesor:

Patrizia Botta
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José María Díez Borque
Universidad Complutense, Madrid
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The Hebrew University of Jerusalem
Edward Friedman
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El Colegio de México
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Felipe Pedraza
Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real
Antonio Sánchez Jiménez
Université de Neuchâtel
Juan Luis Suárez
The University of Western Ontario, London
Edwin Williamson
University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 111


CERVANTES, FELIPE II
Y LA ESPAÑA DEL SIGLO
DE ORO

JESÚS BOTELLO LÓPEZ-CANTI

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2016


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o trans-
formación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,
salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Dere-
chos Reprográfi cos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
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www.iberoamericana-vervuert.es

ISBN 978-3-95487-852-9 (e-book)

ISBN 978-84-8489-978-5 (Iberoamericana)


ISBN 978-3-95487-523-8 (Vervuert)

Depósito Legal: M-34981-2016

Cubierta: Carlos Zamora


ÍNDICE

LISTA DE IMÁGENES ............................................................................... 7

AGRADECIMIENTOS ............................................................................... 9

INTRODUCCIÓN .................................................................................... 11

Capítulo I
OBSESIONES FILIPINAS: LA REPRESENTACIÓN TEXTUAL DE FELIPE II
EN EL CORPUS CERVANTINO ................................................................... 37

Capítulo II
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA ................... 91

Capítulo III
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA ....................................................... 119

Capítulo IV
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II ........................ 141

Capítulo V
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS: EL ESCORIAL
Y LA CUEVA DE MONTESINOS ................................................................. 159

CONCLUSIONES .................................................................................... 193

BIBLIOGRAFÍA CITADA ............................................................................ 197

ÍNDICE ONOMÁSTICO ............................................................................ 211


LISTA DE IMÁGENES

Figura 1. Monarquía de España. Lorenzo de San Pedro................... 70


Figura 2. Melancholia, Alberto Durero, 1514.................................. 167
Figura 3. Retrato de Felipe II, Juan Pantoja de la Cruz .................... 173
Figura 4. Retrato de Felipe II, Sofonisba Anguissola, 1565 ............... 177
AGRADECIMIENTOS

Este trabajo es una reescritura de mi tesis doctoral realizada en The


University of Chicago. En cuanto a aquel proyecto, quiero agradecer a
mi querido mentor y amigo Frederick de Armas su generosidad, incon-
dicional apoyo y sus siempre útiles sugerencias. Muchas de las ideas de
esta monografía han sido producto de conversaciones mantenidas con
él, tanto en sus clases como fuera de ellas. Asimismo, debo agradecer a
Ryan Giles su lectura del capítulo sobre la cueva de Montesinos, que
me permitió refinar varias de las ideas expuestas en él. Ante todo, quiero
dar gracias a Antonio Sánchez Jiménez por sus comentarios y sus co-
rrecciones, que han matizado y enriquecido, de una manera esencial,
las ideas de cada uno de los capítulos. Es también el responsable de una
segunda lectura de partes del presente trabajo que me ha ayudado a ma-
tizar muchas de las ideas expuestas en el libro. No hay duda de que sin
sus sugerencias la calidad de esta monografía habría sido mucho menor.
Su abrumadora generosidad conmigo ha sido constante desde que asistí
a su magistral clase del Quijote en Miami University en 2005.
Igualmente, agradezco a la University of Delaware su apoyo y gene-
rosidad, que han contribuido a la publicación del libro. Así, parte de esta
investigación se ha beneficiado de una beca GUR que me fue concedi-
da en 2013, con la que tuve oportunidad de investigar en la biblioteca
de El Escorial. También debo agradecer al Department of Languages,
Literatures and Cultures y al College of Arts and Sciences de la men-
cionada institución su apoyo logístico y económico, fundamentales para
que la presente obra haya visto la luz. Finalmente, una mención especial
merece la jefa del departamento Annette Giesecke, por su incondicional
apoyo y generosidad.
Asimismo, querría agradecer a las revistas Anales Cervantinos y Cervan-
tes: Bulletin of the Cervantes Society of America su permiso para reproducir el
10 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

material publicado. Los comentarios de los anónimos lectores de ambas


revistas han contribuido a mejorar de manera sustancial los capítulos
2: «Don Quijote, Felipe II y la tecnología de la escritura» (publicado en
Cervantes, 29.1, 2009, pp. 197-207) y 3: «Oralidad y utopía en Barata-
ria» (publicado en Anales cervantinos, 42, 2010, pp. 131-146). Por últi-
mo, debo agradecer también a los miembros del grupo de investigación
Tempranillos de Philadelphia los amables comentarios sobre una versión
del capítulo 5: «De las reliquias a las maravillas: El Escorial y la cueva de
Montesinos».
INTRODUCCIÓN

«Cervantes conceals any overt ideolo-


gy in his text. And yet, (...) the writer
hint(s) at possible answers hidden within
his works»
Frederick de Armas, Quixotic Frescoes

Desde mediados del siglo XVIII la exégesis cervantina ha analizado el


Quijote —y en menor medida el resto de la producción literaria cer-
vantina— buscando referencias políticas más o menos concretas que
ayudaran a arrojar luz sobre las complejas relaciones existentes entre la
obra maestra de Cervantes y los mecanismos de poder de la época, en
particular los directamente controlados por la Monarquía Hispánica de
los Austrias. Particular atención crítica se ha prestado ab initio al impac-
to cultural y político ejercido por el reinado del emperador Carlos V
(1506-1556) y de su nieto Felipe III (1598-1621). En cambio, del Rey
Prudente, Felipe II (1554-1598) se ha escrito menos y de manera quizá
tangencial —repitiendo con frecuencia conocidos tópicos que enfatizan
aspectos negativos de su reinado: cierre de fronteras, aislamiento cul-
tural, imperialismo castellano— a pesar de la incuestionable influencia
de las políticas que se tomaron bajo su reinado, el más dilatado de los
Austrias mayores. Durante más de cinco décadas, los ritmos de la Mo-
narquía Hispánica (y por extensión, el resto de potencias europeas y los
diferentes territorios asociados a aquella) estuvieron dictados en gran
parte por las decisiones o indecisiones de Felipe II, y resulta evidente
que estas tuvieron un papel fundamental en el devenir vital de Cervan-
tes y sus contemporáneos.
Cervantes nace en 1547, año de la batalla de Mühlberg, en la que las
tropas del emperador Carlos V vencieron a las de la Liga de Esmalcalda,
y murió en 1616, ya por tanto inmerso en pleno reinado de Felipe III.
12 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Cervantes, que vivió una larga vida (1547-1616) para las expectativas de
la época, coincidió en su devenir vital con tres reyes Austrias: Carlos V,
Felipe II y Felipe III. Sin embargo, los acontecimientos vitales y políti-
cos más relevantes para Cervantes acaecen sin duda durante el reinado
del Rey Prudente: su viaje a Italia en 1569, la victoria en la batalla de
Lepanto en 1571, el cautiverio en Argel (1575-1580), sus frustraciones
como recaudador de impuestos en Andalucía, o el fracaso de la Armada
Invencible (1588) por citar los más conocidos. Por eso en su reciente
Cervantes, visto por un historiador (2005), Manuel Fernández Álvarez afir-
ma que «el tiempo de Cervantes es, en gran medida, el de Felipe II»1.
Este atenuador «en gran medida», apunta a que no se deben trazar líneas
divisorias tajantes a la hora de examinar qué periodo histórico, político
y cultural influyó en el devenir vital del autor del Quijote. No obstante,
como sugiere dicho historiador, no es casualidad que Jean Canavaggio,
a la hora de señalar una obra clave para entender el contexto histórico
de Cervantes, mencione en su biografía sobre el alcalaíno la monumen-
tal La Méditerranée et le Monde Méditerranéen à l’Epoque de Philippe II de
Fernand Braudel2. Es decir, que el tiempo histórico en el que Cervantes
alcanza su madurez artística coincide con la época del reinado de Felipe
II. Como afirma el historiador I. A. A. Thompson al respecto: «Nuestro
escritor alcanzó la madurez en el momento de máximo esplendor de
esta [la Monarquía Hispana en tiempos de Felipe II]»3.
Nuestro trabajo explora conexiones entre lo literario y lo históri-
co en la obra de Cervantes, centrándonos en el periodo de Felipe II.
Aquí seguimos en parte los principios establecidos por Fredric Jameson,
quien entiende que el discurso literario es un acto social y simbólico
que necesariamente debe ponerse en relación con el contexto histórico,
económico y social en el que aquel se produce. Jameson reacciona con-
tra la condición típica de la modernidad a la que imputa de adolecer de
«historical deafness» y que define como «an exasperating condition [...]
that determines a series of spasmodic and intermittent, but desperate,
attempts at recuperation [del pasado histórico]»4. Nos posicionamos asi-
mismo en la línea hermenéutica neohistoricista del «Cultural poetics»,
cuya figura intelectual más visible es, como es bien sabido, Stephen

1
Fernández Álvarez, 2005, p. 13.
2
Fernández Álvarez, 2005, p. 13.
3
Thompson, 2004, p. 159.
4
Jameson, 1992, p. XI.
INTRODUCCIÓN 13

Greenblatt. La voluntad de Greenblatt (quien a su vez se inspira en la


antropología interpretativa de Geertz y en el posestructuralismo fran-
cés, especialmente Michel Foucault) es integrar de manera dinámica los
estudios literarios y la crítica cultural, arte y sociedad: la obra de arte es,
para el citado crítico, «the product of a negotiation between a creator
or a class of creators [...] and the institutions and practices of society»5.
Nuestro estudio explora por vez primera cómo varias de las decisio-
nes políticas y/o modus operandi más característicos del reinado filipino
permearon y modelaron de manera significativa varios aspectos de la
producción literaria de Cervantes, en especial Don Quijote. En primer
lugar, realizamos un estado de la cuestión, estudiando el conjunto de
referencias textuales al monarca en el corpus cervantino. Segundo, ana-
lizamos cómo la obsesión de don Quijote con los libros de caballería
—con la palabra escrita— puede ser leída como una velada crítica hacia
el fuerte proceso de burocratización de España llevado a cabo durante
el reinado de Felipe II, el Rey Papelero. Nos enfocamos en las múltiples
interrupciones en las que don Quijote se ve envuelto y las relacionamos
con la escritofilia filipina y los problemas logísticos que esta provo-
có. Tercero, estudiamos las sentencias de Sancho Panza en su gobierno
baratario, proponiendo cómo son un ejemplo de la supremacía de la
oralidad sobre la escritura y una crítica cervantina a la ineficaz justicia
del momento, basada en un sistema legal cada vez más burocratizado.
Barataria presenta la oralidad como un ejemplo (contra) utópico para
los hombres, y como un símbolo de la vuelta a la Edad de Oro basada
en la oralidad. A continuación relacionamos la decadencia caballeresca
de don Quijote en la segunda parte de la novela con la decadencia de
Amadís de Gaula en el ciclo Amadís-Esplandián. Proponemos que di-
cho declive puede leerse como una respuesta cervantina al anacrónico
intento de Felipe II por reactivar la caballería castellana a finales del siglo
XVI. Por último, estudiamos el espacio del episodio de Montesinos y lo
comparamos con la construcción arquitectónica que epitomizó la per-
sonalidad de Felipe II: el Monasterio de El Escorial. Sugerimos que esta
aventura puede ser leída como una creación literaria que tiene como
fin emular/competir con las grandes colecciones de arte de su época,
particularmente las contenidas en dicha construcción, las mayores de
Occidente, creadas y organizadas por el propio Felipe II. En suma, nues-
tro trabajo plantea leer Don Quijote como un producto de la dinámica

5
Greenblatt, 1987, p. 13.
14 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

intersección entre la imaginación cervantina y la particular coyuntura


cultural6, política y religiosa que definió (y decidió) el reinado de Felipe
II, monarca que representó, en palabras del citado Braudel, «the sum of
all the weaknesses and all the strengths of his empire»7.
Ahora bien, un sector del cervantismo ha sostenido que solo es po-
sible una interpretación de la novela desde una perspectiva cómica, lo
que en cierto modo refutaría una lectura política y cultural de la obra.
Esta línea de investigación está representada por los trabajos Anthony
Close, Alexander A. Parker, Peter Russell y Daniel Eisenberg, entre
otros. Por ejemplo, Close, en The Romantic Approach to Don Quixote,
sostiene que Don Quijote es una obra burlesca cuyo único fin es criticar
los libros de caballerías. Para dicho crítico, todas las interpretaciones
posteriores a los románticos alemanes (Schlegel, Schelling, Coleridge,
Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Castro, etc.) obligadamente pecan
de anacronismo, al no tener en cuenta la recepción de los contempo-
ráneos de Cervantes. Close es categórico a este respecto: «If a critical
tradition [la de los románticos] so perversely ignores the obvious it
must be suspected of having gone badly stray»8. Dos puntos pueden
decirse sobre esta cuestión. Primero, los géneros en prosa no gozaban
de gran prestigio en la época, por lo que no es extraño que el Quijote
no mereciera suficiente estimación crítica en el Siglo de Oro. Segundo,
y más importante, desde la fundación de la caballería castellana con
Alfonso X y sus Partidas, existe una relación fundamental entre la insti-
tución caballeresca y la monarquía, apreciable también, como veremos,
en los libros de caballerías españoles en los que se inspira el Quijote. En
otras palabras, hablar de caballerías es en gran medida hablar de monar-
quía. Este hecho es esencial, pues justifica un análisis del Quijote que
tenga en cuenta su relación con los mecanismos de poder político, en
especial los que atañen a la monarquía. A continuación, con el fin de

6
Entendemos el término «cultura» en el sentido que le da el antropólogo
Clifford Geertz: «Believing, with Max Weber, that man is an animal suspended in
webs of significance he himself has spun, I take culture to be those webs, and the
analysis of it to be therefore not an experimental science in search of law, but an
interpretative one in search of meaning» (Geertz, 1977, p. 5). Para Geertz por tanto
las expresiones culturales (y por extensión las literarias) en una sociedad dada son
simbólicas y relacionales. Esta es una visión semiótica de los procesos culturales, que
Greenblatt adopta en su exégesis literaria.
7
Braudel, 1972, vol. II, p. 1236.
8
Close, 1977, p. 2.
INTRODUCCIÓN 15

demostrar la vinculación entre caballería y monarquía, realizaremos un


(breve) excursus para comentar dos textos fundacionales de la ideología
caballeresca9, conocidos por Cervantes y en los que es evidente dicha
asociación: las Siete partidas de Alfonso X y el Libro de la Orden de Ca-
ballería (Libre de l’orde de cavalleria), de Ramon Llull.

DON QUIJOTE: POÉTICA CABALLERESCA Y MONARQUÍA

La fundación de la caballería en Castilla como conjunto sistemático


de leyes con vocación de proyección política y cultural (es decir, con
carácter normativo) se efectúa en el apartado o título XXI de las Partidas
II, compiladas por Alfonso X (1221-1284), en el que se declaran los es-
tatutos relativos al ordo caballeresco10. Frente al texto legislativo anterior
del Rey Sabio, el Espéculo, obra inorgánica, casuística y de carácter pri-
vado en la que los caballeros no se encuentran vinculados naturalmente
al monarca (y por tanto no forman un estamento u ordo)11, el texto de las
Partidas es absolutamente revolucionario en el campo de la jurispruden-
cia castellana: divide a la sociedad en tres estamentos («oradores», «labra-
dores» y «defensores»), y dedica un prolijo apartado al grupo de los ca-
balleros, miembros del tercer estamento, por dos razones fundamentales:
«lo uno porque son los más honrados, et lo al porque señaladamente son
establecidos para defender la tierra et acrescentarla»12. A diferencia del
Espéculo, en el ulterior código alfonsí se categoriza, describe y proyecta
a nivel social y político un retrato idealizado de la caballería, en el que
esta es ayuda, prolongación y parte indivisible del poder real, con el que
está en una relación recíproca y en cierto modo equitativa (aunque en el
sistema alfonsí el monarca es la cabeza de la caballería, primus inter pares).
El Rey Sabio crea un vínculo natural de solidaridad social y política
con la nobleza castellana a través de la caballería y la dignidad aparejada
con esta, hasta tal punto que, en la ley II, XI («Quien ha de poder hacer
caballeros et quién non»), además de subrayar de nuevo la alta dignidad

9
Usamos el término «ideología» siempre con el sentido que le da Althusser. En
nuestra opinión, no existe literatura más ideológica que la caballeresca, pues la for-
mación de esta clase guerrera estuvo en gran medida afectada por el roman artúrico,
principal soporte de aquella (Keen, 1984, pp. 2-3; Kaeuper, 2009, pp. 94-115).
10
Rodríguez Velasco, 1993, p. 57.
11
Ver Duby, 1982.
12
Alfonso X, Las Siete Partidas, vol. I, p. 850.
16 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

de la caballería, recuerda que incluso los reyes y emperadores necesitan


haber sido armados caballeros previamente para ser coronados. En suma,
Alfonso X formuló, prácticamente ex nihilo13, un sistema jurídico, polí-
tico y social cuyo eje principal fue una caballería castellana, universalista
y de tipo laico que pretendía establecer una asociación indisoluble entre
monarquía y nobleza.
La influencia que el código alfonsí tuvo durante la Edad Media y el
Siglo de Oro es incuestionable14, y en cuanto al Quijote, ha sido amplia-
mente señalada por la crítica15. Por ejemplo, la grotesca iniciación caba-
lleresca de don Quijote ha sido analizada de acuerdo con la minuciosa
descripción de la investidura caballeresca en las Partidas16; asimismo, la
descripción del protagonista de los ocho primeros capítulos sería, de
acuerdo con Susan Byrne, «an insulting, tongue-in-cheek elogium of
Spain’s semi-legally prescribed ideal knight»17. Dicha estudiosa relaciona
motivos como la avanzada edad de don Quijote, su linaje y las armas
usadas por este, el personaje de Dulcinea, o el hecho de que don Qui-
jote se crea exento de la ley común a causa de su condición de caba-
llero con diferentes puntos de las Partidas18. Sin embargo, más allá de las
coincidencias textuales (por otra parte evidentes) entre las Partidas y el
Quijote, lo más relevante para el estudio de la obra de Cervantes es el
hecho de que Alfonso X sancione de manera definitiva la participación
activa de la Corona en la creación de la caballería castellana como ordo.
En otras palabras, lo caballeresco tiene su formulación jurídica y política
sistemática en España de manos de una monarquía que busca vincular a
la nobleza a través de su inclusión social en la caballería. Este es un as-
pecto fundamental para nuestro estudio, puesto que sirve para sustentar
una lectura que enfatiza la presencia de aspectos relacionados con los
mecanismos de poder político en el Quijote, en especial los asociados a
la monarquía de Felipe II.

13
Cuando la formulación teórica de la caballería llega a Castilla ya es un fenó-
meno arcaico en el resto de Europa (Rodríguez Velasco, 1993, pp. 49-50).
14
Como anécdota, Isabel la Católica estimó tanto la obra que la conservaba
en un precioso estuche de terciopelo, decorado con sus símbolos heráldicos (en
Rodríguez Velasco, 1996, p. 132).
15
Ver González Echeverría, 2005 y Byrne, 2012.
16
Riquer, 1967, pp. 86-87; Lucía Megías, 1988, p. 203.
17
Byrne, 2012, p. 56.
18
Byrne, 2012, pp. 56-59.
INTRODUCCIÓN 17

La vinculación entre caballería y monarquía es también perceptible


en el influyente Libro de la Orden de Caballería (1279-1283), de Ramon
Llull. El tratado sigue los postulados alfonsíes, aunque el componen-
te religioso es mucho más marcado en la obra del mallorquín, lo que
apunta a que fue redactado tras su conversión religiosa19. De estructura
narrativa, comienza con un joven escudero que se dirige a la corte de
un rey («tan noble como provisto de buenas costumbres») con el objeto
de ser armado caballero20. Al llegar a una hermosa floresta se queda dor-
mido, y un ermitaño (caballero ya retirado del mundo, en realidad un
alter ego de Llull) se le acerca para preguntarle el motivo de su llegada.
La respuesta del joven ilustra el papel de la monarquía y la nobleza en el
ideario caballeresco llulliano: este explica que un rey muy sabio ha con-
vocado cortes para nombrarse caballero a sí mismo y a varios barones
de su tierra21. A continuación el caballero anciano le da al escudero un
libro que contiene «la regla y la orden de caballería»22 (el propio trata-
do del Libro de la Orden de Caballería), donde Llull describe de manera
ejemplar la dependencia existente entre el ordo de caballería medieval y
la autoridad política real, de la que los caballeros dependen, participan
como agentes activos y a la que en cierta forma representan. Según Llull,
la relación entre ambas es de reciprocidad, pues la función principal del
rey (el mantenimiento del derecho de sus súbditos, es decir, el orden
social) es asegurada gracias a la ayuda militar prestada por el estamento
de los caballeros: «oficio de caballero es mantener y defender a su señor
terrenal, pues ni rey ni príncipe ni alto barón alguno podrían mantener
sin ayuda el derecho de sus gentes»23.
El texto del autor mallorquín es relevante por varios motivos. Pri-
mero, se convirtió en el tratado de caballerías más popular e influyente
de Europa, traduciéndose al francés (tres ediciones en el siglo XVI), caste-
llano, escocés medio e inglés. Como apunta Keen, el opúsculo llulliano
«became the classic account of knighthood» en Europa durante la Edad
Media y el Renacimiento24. Segundo, Cervantes lo conoció, cuanto

19
Keen, 1984, p. 9. El miles christianus llulliano sin duda debe su entusiasmo
místico al De Laude Novae Militiae de Bernardo de Claraval.
20
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p. 66.
21
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p. 67.
22
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p. 68.
23
Llull, Libro de la Orden de Caballería, p.74.
24
Keen, 1984, p. 11.
18 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

menos indirectamente, ya que es mencionado en los capítulos 27-37 del


Tirant lo Blanch25, aunque la presencia en Llull de ideas como el origen
de la caballería como producto de decadencia de la Edad de Oro, la
mezcla de realidad y ficción o la sorprendente insistencia en describir
precisamente en qué consiste la «mala caballería» sugieren, en nuestra
opinión, un conocimiento de primera mano por parte de Cervantes. En
cuanto al presente estudio, es relevante que Llull, al igual que Alfonso
X, formulase una ideología caballeresca adscrita a la monarquía y la alta
nobleza. Al igual que en el sistema legal de Alfonso X, el tratado de Llull
ilustra un sistema en el que la caballería está estrechamente vinculada
a la monarquía, lo cual confirma la validez de una lectura del Quijote
asociada al contexto político y cultural del reinado de Felipe II26.
Sin embargo, se podría objetar que para la época en la que se publicó
el Quijote la caballería era un sistema cultural y social que estaba ya en
plena decadencia. A este respecto, la tesis de la decadencia de la caba-
llería durante los siglos XIV y XV fue defendida primero por Huizinga
en The Waning of the Middle Ages, donde se explica cómo las representa-
ciones literarias de la caballería bajomedieval representan un fenómeno
cultural arcaico, desasociado en su idealismo de la realidad histórica. El
historiador neerlandés es categórico sobre este punto: «[T]he illusion of
society based on chivalry curiously clashed with the reality of things»27.
No obstante, el autor enfatiza también el impacto (casi siempre negati-
vo, en su opinión) que los valores e ideales caballerescos ejercieron en
la política y cultura europeas del Renacimiento28. Las ideas de Huizinga
fueron retomadas por Raymond Kilgour, para quien la caballería perdió
su vigor afectada por los cambios militares, la incipiente mentalidad bur-
guesa y la búsqueda de riquezas materiales. «Chivalry had thus become»,
de acuerdo con Kilgour, «a sort of game, whose participants, in order
to forget reality, turned to the illusion of a brilliant, heroic existence»29.

25
Lucía Megías, 1988, p. 194.
26
El Rey Prudente sintió gran estimación por las obras del autor mallorquín,
hasta el punto de que mandó traer su corpus completo al monasterio de El Escorial
(Woodward, 1992, p. 5).
27
Huizinga, 1999, p. 56.
28
Huizinga, 1999, pp. 57-97.
29
Kilgour, 1937, p. 8. En cuanto a España, se encuentran ejemplos de esta deca-
dencia a partir del siglo XV, periodo en el que aumentan las reflexiones de índole teó-
rico acerca de la naturaleza y el régimen jurídico de la caballería, evidencia sin duda
de una conciencia de crisis entre muchos autores (Gutiérrez García, 2013, p. 3). Así,
INTRODUCCIÓN 19

Las anteriores afirmaciones contienen una parte de verdad, pues se-


ría ilógico pensar que la caballería del Siglo de Oro tenía las mismas
características y vitalidad que durante la Edad Media. De todos modos,
deben matizarse por varias razones. Primero, el tópico de la decadencia
de la caballería y las costumbres corteses se encuentra ya en la literatura
artúrica del siglo XII, por ejemplo en El Caballero del León de Chrétien
de Troyes30. Segundo, los ideales caballerescos siguieron vigentes tiempo
después de la época dorada de la caballería, los siglos XII-XIII, como ha
demostrado Keen (quien habla incluso de un «Indian Summer» de la
caballería a principios del XVI), y más recientemente Jennifer Goodman,
quien señala que, aunque es cierto que los cambios sociales y milita-
res modelaron algunos aspectos de la caballería, esta institución tenía a
finales del XV vigencia suficiente para influir los modelos de compor-
tamiento de la aristocracia europea31. Tercero, la eclosión del género
caballeresco español (cuyo comienzo suele datarse con la publicación
de Amadís de Gaula en 1508) es un fenómeno tardío con respecto a la
literatura artúrica del resto de Europa, con lo cual también debe retra-
sarse su influencia, que dura al menos hasta comienzos del siglo XVII.
Por último, como mencionaremos más adelante, Felipe II lleva a cabo
un proceso de reactivación de la caballería de cuantía a partir de 1562
(y que dura hasta 1619, ya en época de Felipe III), hecho que demuestra
que los ideales caballerescos aún tenían una vigencia relativamente im-
portante en la España del Siglo de Oro.
En lo que respecta a los libros de caballería, género del que se
nutre principalmente el Quijote, la presencia e importancia del com-
ponente político es también evidente en muchos de estos textos. De
hecho, su popularidad y difusión en España están ligadas en general
al fortalecimiento y el prestigio de la monarquía, proceso comenzado
como se sabe con el reinado de los Reyes Católicos32. Estos libros

Diego de Valera, Díaz de Games o Pérez de Guzmán arguyen en sus escritos que la
caballería de la época había decaído, preocupada por el dinero, el afán de ostentación
y las actividades triviales, alejadas de las auténticas virtudes originales de la caballería
(Baranda, 1994, pp. 154-156).
30
Chrétien de Troyes, El Caballero del León, p. 35.
31
Goodman, 1992.
32
Por ejemplo, los Reyes Católicos usaron los motivos caballerescos y de amor
cortés con fines propagandísticos, particularmente durante la campaña de Granada
y la guerra de sucesión con Portugal, donde Fernando se autorretrató de manera
muy efectiva como caballero andante cristiano. Como afirma Cristina Guardiola-
20 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

están dirigidos (y producidos en muchos casos), explícitamente o no,


a un público lector asociado a las élites aristocráticas y a la monarquía,
por lo que participan de una manera activa en la ideología y propa-
ganda de la nueva política imperial. Como sostiene María Carmen
Marín Pina, «todos ellos [los libros de caballería españoles] transmiten
el nuevo ideario a través de una serie de imágenes de representa-
ción del poder real de tipo providencialista y teocéntrico, profético
y mesiánico»33. Así, Tirante el Blanco (1511) del caballero valencia-
no Joanot Martorell, representa el «dulce sueño» de una cristiandad
fuerte capaz de mantener Constantinopla y los Santos Lugares fuera
del alcance del Imperio Otomano34; el prólogo del Amadís de Gaula
(1508) de Rodríguez de Montalvo constituye una hiperbólica lauda-
tio al reinado de los Reyes Católicos: Montalvo menciona la «santa
conquista» de Granada, compara a los Reyes con los emperadores ro-
manos («que con más afición que con verdad que los nuestros Rey y
Reina fueron loados») y alude en tono mesiánico a su reconocimien-
to futuro en el paraíso (donde Dios «les tiene aparejado el gualardón
que por ello merescen»)35. En cuanto al argumento del libro, el con-
flicto principal de la narración es el enfrentamiento entre el caballero
y el rey Lisuarte, quien ha actuado con Amadís de manera injusta,
asesorado por malos consejeros. Por último, el elogio al poder real, el
mesianismo y el espíritu de cruzada se enfatizan en la continuación
del Amadís, las Sergas de Esplandián, otra muestra de laudatio si cabe
aún más hiperbólica dirigida por Montalvo a los monarcas católicos.
Estos son solo algunos ejemplos de libros de caballerías menciona-
dos explícitamente en el Quijote, que demuestran la vinculación del
género con las élites aristocráticas castellanas y aragonesas. Hay que
tener además en cuenta un hecho relativo al género del Quijote. Si
se piensa que la novela cervantina no es solo una parodia de los li-
bros de caballerías, sino un libro de caballerías en sí mismo, de tipo
humorístico, como ha venido defendiendo en varios de sus trabajos

Griffiths: «[E]ven at the autumn of the middle ages, the value of chivalric and
courtly ideals resonated in the words and deeds of these Iberian princes» (Guardiola-
Griffiths, 2011, p. 60). De hecho, a partir de 1476 los monarcas restringen el acto de
la investidura caballeresca, convirtiéndola en patrimonio regio, incluidos los nobles
(Porro Girardi, 1998, p. 62).
33
Marín Pina, 1996, p. 92.
34
Gómez Moreno, 1999, p. 332.
35
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, vol. I, p. 221.
INTRODUCCIÓN 21

José Manuel Lucía Megías, no resulta extraño pensar en una lectura


del Quijote que enfatice aspectos relacionados con los mecanismos de
poder político, pues estos forman parte consustancial de dicho género
literario36. Por último, incidir en el hecho de que el Siglo de Oro fue
en general una época preocupada con la naturaleza, los efectos y los
límites del poder político, en particular el real. Dramaturgos como
Lope de Vega, Calderón o Tirso de Molina incluyen con frecuencia
en sus obras a reyes como personajes (La vida es sueño, La Estrella de
Sevilla, Fuenteovejuna, por citar ejemplos clásicos), que suelen tener un
papel decisivo en el desarrollo de la acción. Por esa razón, a propósi-
to de la relación entre la monarquía, el teatro y su plasmación en la
escena teatral del Siglo de Oro, Melveena McKendrick comenta que
«In an age deeply preoccupied with theories of state and the nature
of kingship Spaniards had more reason than most in Europe from the
late sixteenth century on to be concerned about their monarchs»37.
Esta es una reflexión que podría ser aplicada a nuestro estudio. No es
una coincidencia que fuera durante este periodo cuando aparecieron
las obras de pensadores como Juan de Mariana, Pedro de Rivadeneira,
Justo Lipsio o Álamos de Barrientos, que debatieron en profundidad
el papel de la monarquía y el poder real38.

36
Esta es la tesis que Lucía Megías ha sostenido con gran solvencia. Cree que la
obra de Cervantes representa el triunfo del modelo de un paradigma caballeresco
basado en el Amadís de Gaula y en la literatura de entretenimiento de su época. «El
Quijote como libro de caballerías» afirma el crítico, «puede calificarse como una
“feliz síntesis” de la tradición caballeresca del siglo XVI; pero al mismo tiempo, nace
partiendo de unas nuevas pautas expresivas, narrativas e ideológicas» (Lucía Megías,
2005, p. 231).
37
McKendrick, 2000, p. 15.
38
En el panorama del pensamiento político español de la época existen dos ten-
dencias hasta cierto punto diferenciadas. En primer lugar, una línea antimaquiavéli-
ca, que tiene a la defensa de la religión católica como el fin último de la monarquía,
y al rey como su máximo defensor. Rivadeneira sería el mejor exponente de esta
postura. En segundo lugar, tenemos el grupo constituido por pensadores más afines
a Maquiavelo y Tácito. A pesar de que no se ponga en duda el carácter religioso de
la monarquía, se considera que el rey debe conservar su república y mantener su
reputación, y para ello, deberá poseer una esmerada educación, conocer las reglas
de la política, y le será lícito fingir y usar el disimulo (no la mentira) con el fin de
conseguir sus propósitos. Para la cuestión de la recepción de Maquiavelo en España,
ver el imprescindible «Maquiavelo y maquiavelismo en España» de Maravall, 1975.
22 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

OPINIONES CRÍTICAS: CARLOS V, FELIPE II Y DON QUIJOTE

La crítica cervantina ha tendido a buscar paralelismos entre el per-


sonaje de don Quijote y el emperador Carlos V. La política imperialista
de ambos, el sobrenombre Quijote —en alusión quizá a la prominente
quijada del rey Habsburgo— y la representación del monarca como
caballero andante han motivado esta plausible comparación. Grego-
rio Mayans nos informa en su Vida de Miguel de Cervantes Saavedra de
que ya había lectores en el siglo XVIII que consideraban a don Quijote
como una representación de Carlos V, opinión no compartida por el
autor ilustrado: «Solamente en lo que toca a don Quijote, no quiero
pasar en silencio que se engañan mucho los que piensan que don Qui-
jote de la Mancha es una representación de Carlos Quinto, sin más
fundamento que antojárseles así. Cervantes apreciaba como debía la
memoria de un príncipe y señor suyo de tanto valor y de tan heroicas
virtudes, y muchas veces le nombró con la mayor veneración»39. De
opinión contraria es Nicolás Díaz de Benjumea, quien un siglo después
de Mayans sostuvo en La verdad sobre el Quijote (1878) que el hidalgo
manchego es en realidad «el retrato del alma española, la pintura de
Carlos V»40. En cuanto a la crítica contemporánea, Richard L. Predmo-
re en 1973 recuerda que el desafío entre Francisco I y Carlos V podría
ser considerado «a challenge worthy of Don Quijote himself»41, y co-
menta las semejanzas entre los proyectos fracasados de Carlos V y don
Quijote en restaurar la unidad cristiana del Imperio42. José Antonio
Maravall formuló quizá la propuesta más coherente sobre la relación
entre Carlos V y don Quijote en Utopía y contrautopía en el Quijote.
Maravall defiende que la novela cervantina debe enmarcarse en el es-
píritu utópico y precapitalista que impregnó el reinado de Carlos V. El
mundo del Quijote supone un proceso de «universalismo indefinido,
irrealizable, sin institucionalizar» (es decir, utópico) que a la vez está
anclado en la realidad española del momento. Según Maravall, lo que
al hidalgo le importa es la reforma interior cristiana de la Monarquía,
más que los conflictos religiosos internacionales. «Aproximadamente
a esto responde», afirma el autor, «el mundo de ciertos colaboradores

39
Mayans, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, pp. 174-175.
40
Díaz de Benjumea, La verdad sobre el Quijote, p. 214.
41
Predmore, 1973, p. 15.
42
Predmore, 1973, p. 19.
INTRODUCCIÓN 23

hispanos de Carlos V, a quienes Cervantes presenta espiritualmente tan


próximos a su personaje»43. Esto lo contrapone a los tiempos del Rey
Prudente, monarca cuya figura y política dejaría poca impronta en la
obra de Cervantes. En su opinión, «[M]ientras que Cervantes exalta
la “felicísima” memoria del “invictísimo Carlos V” [...] solo tiene una
breve referencia a través de su obra [...] a uno de los reyes de quienes
fue contemporáneo, Felipe II, al que solo llama “nuestro buen rey Don
Felipe”, a pesar de recordarle con ocasión de Lepanto»44. A partir de
los estudios de Maravall se han sucedido otras interpretaciones que re-
lacionan la obra cervantina con distintos aspectos del reinado carolino.
Así, Antonio Sánchez Jiménez, después de analizar algunos pasajes del
Carlo famoso (1566) de Luis Zapata de Chaves, llega a la conclusión de
que existen alusiones veladas a la política del Imperator hispano. Aun-
que Sánchez Jiménez reconoce que sería difícil que la pluma de un
soldado y un humanista como Cervantes atacara de manera explícita la
figura del monarca más admirado por los españoles del Renacimiento,
las asociaciones entre la obra de Zapata y el Carlo famoso apuntan a
que Cervantes «podría albergar algunas reservas acerca del gobierno
de Carlos I y de los Austria»45. Para este autor, Cervantes, de manera
prudente, criticaría dos aspectos del gobierno carolino: el predominio
de las armas sobre las letras (su «belicismo excesivo», que tendría como
consecuencia el injusto trato a los poetas), y el hecho de que los reyes
«permitieran que escritores como Zapata y Cervantes sufrieran injustas
prisiones»46. En una línea interpretativa similar, Frederick de Armas
postula que don Quijote viene a ser una versión caballeresca paró-
dica de Carlos V. Así, de Armas sostiene que don Quijote, de emular
a algún emperador, «it would certainly be Charles V, who wanted to
revive the glories of chivalry and was viewed by many as the universal
emperor, the one who would bring back the mythical Golden Age»47.
Cree por ejemplo que la salida de don Quijote en el capítulo VII es
una alusión paródica en clave de écfrasis al famoso retrato ecuestre de
Carlos V de Tiziano. También afirma que el Carlo famoso aludido antes
representa una crítica al emperador. En cuanto al apellido «Quijada»

43
Maravall, 1976, p. 207.
44
Maravall, 1976, p. 207.
45
Sánchez Jiménez, 2009, p. 647.
46
Sánchez Jiménez, 2009, p. 647.
47
De Armas, 2006b, p. 113.
24 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

que el narrador asigna al comienzo a don Quijote, lo relaciona con un


soldado de nombre don Luis Quijada, de gran valor y muy estimado
por Carlos V. «Quijada» afirma De Armas, «is thus a name that looks
to the past and is appropriately given to this country gentleman who
nostalgically recalls the glories of past empires»48. Asimismo señala que
dicho apelativo («quijada») podría referirse a la mandíbula prominente
de Carlos V, peculiaridad física a la que pintores como Lucas Cranach
y Tiziano tuvieron que enfrentarse a la hora de realizar sus retratos y
resolver de distintas maneras49. En otro de sus trabajos, dicho estudioso
reitera de manera diáfana su idea sobre la conexión entre el Quijote y
Carlos V: «Publishing Don Quixote under Philip III, the grandson of
would-be World Emperor Charles V, it should come as no surprise that
Cervantes’s would-be knight, in picking up the forgotten and rusted
armor of his ancestors, could well be pointing to that moment in time
when knighthood was revived and when there was a dream of uni-
versal empire under Charles V»50. Recientemente, y siguiendo el tipo
de estudios iniciados por De Armas, Ana María Laguna ha expandido
el tema de las supuestas correspondencias entre el texto cervantino y
Carlos V. En su opinión, tanto don Quijote como el Emperador se con-
sideran elegidos por la mano de Dios y ambos demuestran una proble-
mática incapacidad para distinguir realidad de ficción. Pone además de
relieve el hecho de que ambos desplegaran al final de sus vidas «striking
acts of abandonment»51. Carlos V delega el poder en su hijo Felipe II y
se retira a Yuste y don Quijote reniega de las caballerías y su identidad
antes de morir, para el asombro de sus parientes y amigos. Según la
estudiosa, en Carlos V Cervantes encontró un modelo perfecto para la
creación del hidalgo manchego. La ansiedad del monarca por su legado,
junto con el énfasis en la transcripción visual y verbal de sus hazañas
«has important resonances in Cervantes’s novel and establishes obvious
parallels between both figures»52. Como puede comprobarse, la biblio-
grafía cervantina ha tendido a encontrar numerosos paralelismos entre
el Quijote y el reinado de Carlos V. Esto no obsta para que haya habido

48
De Armas, 2006b, p. 117.
49
De Armas, 2006b, p. 118.
50
De Armas, 2006a, p. 82.
51
Laguna, 2009, p. 96.
52
Laguna, 2009, p. 97.
INTRODUCCIÓN 25

un cierto número de estudiosos que hayan explorado la representación


de la figura de Felipe II y su reinado en la obra de Cervantes.
E.T. Aylward apunta que, con alguna excepción, los comentarios po-
líticos brillan por su ausencia en el corpus cervantino: «Political topics»
afirma el estudioso, «are carefully avoided in Cervantes’s fiction. Even
the timely episode of Ricote and the expulsion of the moriscos (1609-
1613) is gingerly handled in the 1615 Quijote.The Indies are only rarely
alluded to, and certainly never treated as a major theme, in the rest of
Cervantes’ work. Nor is the imposing figure of Philip II ever dealt with,
either positively or negatively, in any of the Spanish master’s prose»53.
Ludovik Osterc ha examinado la representación del Rey Prudente
en los textos cervantinos, comparándola con la de Carlos V. En opinión
de este crítico, la forma de ejercer política y el carácter de ambos mo-
narcas están «en las antípodas». Osterc recuerda que Cervantes cita al
Emperador al menos diez veces, calificándolo de «rayo de la guerra» y
de «invictísimo monarca», por asistir en persona al campo de batalla y
por su «bravura en los campos de guerra». En cambio, de Felipe II Os-
terc señala su falta de «vocación guerrera», siendo sus únicas armas «la
simulación, maquinación y asesinatos políticos»54. Cervantes admiraría
el espíritu viajero y el carácter tolerante de Carlos V, mientras que de-
nostaría el aislamiento en Castilla y el proceso de centralización llevado
a cabo por Felipe II. En suma, Osterc no duda en afirmar que Cervan-
tes «reprobaba la ultrarreaccionaria política de Felipe II y se mofaba
de su falta de ánimo y valor»55. Osterc reconoce en este trabajo seguir
la opinión de Américo Castro, quien ofrece en Hacia Cervantes varias
opiniones sobre la valoración cervantina acerca del Rey Prudente. El
erudito afirma de manera categórica que: «Es impensable [...] que el
Quijote hubiera podido componerse en los años de Felipe II. La época
de su sucesor no era ya la del solitario de El Escorial»56. Esto parece
contradecirse con una opinión del mismo Castro, aunque vertida an-
teriormente: «En el Quijote halló Cervantes la forma de expresar lo
no imprimible de aquellas sus poesías [...] frente al monumentalismo y
‘gigantismo’ que oprimía y humillaba a ciertos españoles»57. Cervantes,

53
Aylward, 1982, p. 80.
54
Osterc, 1999, p. 63.
55
Osterc, 1999, p. 64.
56
Castro, 1967, p. 463.
57
Castro, 1967, p. 455.
26 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

según Castro, «una y otra vez había lanzado visibles dardos contra Felipe
II y su incapacidad política»58. Esto sin duda se debe, según el estudioso,
a «la torpe mezquindad de Felipe II»59. En otro lugar de dicha obra, al
examinar referencias posteriores al monarca, Castro matiza su opinión
previa: «Este Cervantes [el de época ya madura] no era ya como el que
escribía poesías impublicables contra Felipe II (aunque sí continuaba
jactándose de haber compuesto el soneto sobre el regio túmulo)»60. En
definitiva, Castro sugiere una animadversión cervantina hacia Felipe II,
solo suavizada en las obras de la última etapa.
Jean Canavaggio es un poco más moderado en su opinión sobre la
idea que Cervantes pudiera tener del Rey Prudente. Como en otros
muchos aspectos tratados, el hispanista francés reconoce la dificultad de
localizar una única opinión en torno al tema. Apunta que Cervantes «is
not easy on a monarch who has roused admiration and hatred but of
whom it cannot be said that he was equal to his mission»61. «The drama
of Philip II» añade el crítico francés «is the result of a divorce between
the principles on which his action was founded and the results he finally
achieved». Siguiendo la conocida tesis de Fernand Braudel, Canavaggio
sugiere que Cervantes reprochó a Felipe II el abandono del Medite-
rráneo por una política centrada en el Atlántico. ¿Tenía Cervantes una
opinión definitiva sobre Felipe II? «No one knows. But he judged the
king on his actions, and he did so bluntly»62.
Michael Armstrong-Roche resume bien varios de los tópicos nega-
tivos asociados a Felipe II. Este crítico se pregunta en una monografía
reciente sobre el hecho de que Cervantes no citara a Felipe II en el
Persiles, a pesar de que la obra (y la vida del propio Cervantes) esté
situada cronológicamente en su reinado. Armstrong-Roche retoma te-
mas conocidos sobre el reinado de Felipe II: cita la pragmática de 1558
que prohibía la importación de libros extranjeros y la obligación de
que todos los libros llevasen la aprobación del Consejo de Castilla; la
pragmática de 1559 que prohibía a los españoles (aunque en realidad la
prohibición afectó únicamente a castellanos) estudiar en universidades
en el extranjero y la publicación del Índice de Valdés de 1559, en el

58
Castro, 1967, p. 465.
59
Castro, 1967, p. 466.
60
Castro, 1967, p. 463.
61
Canavaggio, 1990, p. 185.
62
Canavaggio, 1990, p. 185.
INTRODUCCIÓN 27

que se prohibían el Enquiridion de Erasmo y otras obras asociadas al hu-


manismo cristiano. El aumento del dogmatismo religioso y el estanca-
miento de las actividades intelectuales en España («the quarantining of
the country’s intellectual life») durante esta época harían que Cervantes
decidiera no citar a Felipe II63.
Por último, Patricia Marín Cepeda ha publicado recientemente una
excelente monografía en la que explora el campo literario en el que se
movió Cervantes después de su cautiverio en Argel, en particular el de
su grupo de amigos escritores por los años en los que el alcalaíno aban-
dona la carrera militar para comenzar la de escritor64. En cuanto a Felipe
II, la autora sostiene que las quejas en Los tratos de Argel sobre el abando-
no de los cautivos españoles en Argel (en favor de la anexión de Portu-
gal) sugieren que Cervantes no estuvo de acuerdo con esta decisión del
monarca. La autora explica que en Los tratos «se imploraba al monarca
para que se continuase la labor emprendida por su padre Carlos V»65. En
cuanto a la conquista de Inglaterra, Marín Cepeda comenta que Cer-
vantes elogió en un soneto la obra de Cristóbal Mosquera de Figueroa,
Comentario en breve compendio de la disciplina militar en que se escribe la
jornada de las islas Azores (1596), donde se alaba la figura del marqués de
Santa Cruz, que iba a ser el encargado de dirigir la Armada contra In-
glaterra hasta su muerte y la posterior sustitución por Medina Sidonia.
La autora estima que las canciones cervantinas sobre la Armada revelan
la actitud negativa de Cervantes sobre dicho proyecto, no ahorrando «la
enumeración de los males que sufre el prestigio español en el mundo,
y el desgaste de vidas y haciendas de sus súbditos». A esto se añadiría
el que varios amigos del escritor formasen parte de la expedición66. En
definitiva, según la citada estudiosa, «la represión brutal de los rebeldes
flamencos bajo las tesis militares del Duque de Alba, el abandono de la
lucha contra el Turco y del mantenimiento de los presidios españoles
en las costas africanas [...] así como la formación de un ejército para la
conquista de Portugal y las enormes dádivas económicas con las que
el monarca trató de lograr la adhesión de las élites portuguesas, hubie-
ron de decepcionar hondamente al autor del Quijote, que honró más

63
Armstrong-Roche, 2009, p. 163.
64
Marín Cepeda, 2015, p. 10.
65
Marín Cepeda, 2015, p. 408.
66
Marín Cepeda, 2015, p. 407.
28 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

la memoria de Carlos V que la de su heredero»67. Estas explicaciones


son perfectamente posibles, aunque no tienen en cuenta las alabanzas al
monarca realizadas por Cervantes en varios de sus sonetos y particular-
mente en La Numancia, como se comentará más adelante.

FELIPE II Y EL MUNDO DE LA CABALLERÍA

Este repaso bibliográfico es testigo de un hecho incuestionable: el


cervantismo ha resaltado la importancia de la figura de Carlos V y minus-
valorado la de su hijo, Felipe II, repitiendo los mismos tópicos positivos
y negativos asociados con uno y otro. Una de las ideas más recurrentes
es que a Carlos V se lo considere tradicionalmente como una representa-
ción de un glorioso miles christianus, un campeón de la caballería andante,
mientras que a Felipe II no se lo asocia con esta imagen caballeresca. Al
enfatizar esto, de manera indirecta se está indicando que Carlos V fue un
valiente y exitoso estratega mientras que su hijo fue un gobernante cal-
culador y hasta cierto punto timorato. Pondremos un ejemplo revelador
de esta actitud de la crítica en torno a Felipe II. Un gran conocedor de
los libros de caballerías españoles, Daniel Eisenberg, comenta que el su-
puesto desinterés de Felipe II por este tipo de libros contribuyó al decli-
ve del género en España. «It is hard», argumenta dicho crítico «to picture
Felipe taking a romance of chivalry to read at the Escorial»68. No obstan-
te, la historiografía más reciente y autorizada ha desmentido de manera
definitiva este aserto: Felipe II fue —al menos durante su juventud— un
verdadero entusiasta de los libros de caballerías, y, como mostraremos a
continuación, desde muy joven se ejércitó con fruición en justas, torneos,
juegos de sortija y otros pasatiempos caballerescos.
Henry Kamen recuerda que Felipe sintió —como su padre, y como
don Quijote— una profunda devoción por los libros de este género, y
en especial, por el Amadís de Gaula, obra que el rey aprobó como parte
de las lecturas obligatorias para su hijo —el futuro Felipe III— cuando
este comenzó a aprender francés. Kamen recalca que «Siempre que le
era posible, [Felipe II] presidía los torneos de la corte»69, llegando a ve-
ces a asumir el rol de caballero andante, como en la fantasía caballeresca

67
Marín Cepeda, 2015, p. 409.
68
Eisenberg, 1982, p. 42.
69
Kamen, 1998, p. 206.
INTRODUCCIÓN 29

que el monarca celebró inspirada en el Amadís, que incluía combates a


caballo, rescates de doncellas en apuros y banquetes servidos por her-
mosas ninfas70. Kamen comenta que para celebrar el nacimiento de la
infanta Ana, Felipe organizó un gran torneo caballeresco en la villa de
Salvador de Muñico que duró tres días y que contó con la participación
de ochocientos caballeros. De manera significativa, el historiador añade
que «Podemos imaginar, como lo vio el ventero en Don Quijote, a los
campesinos que venían en tropel para ver el espectáculo y “aquellos
furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan”»71. Un cortesano
incluso llegó a ensalzar la prestancia del rey, «que como ya más de los
cincuenta años a cuestas, hace agora el galán»72. Geoffrey Parker resalta
además los riesgos que el monarca corría al emular la prouesse caballe-
resca. En 1544 se celebró un torneo acuático en una isla situada en el
río Pisuerga, cerca de Valladolid. Felipe y su equipo, «espléndidos en su
armadura», embarcaron en una barca que sin embargo se hundió por
el peso. Volvieron a intentarlo y de nuevo se hundieron, por lo que el
torneo tuvo que ser suspendido. En julio de 1546 se celebró otro gran
torneo en una isla en un lago de Guadalajara. Como consecuencia de la
batalla escenificada, el rey se hirió las dos piernas y tuvo que andar con
bastón durante varias semanas73. ¿Pudo haber tenido noticia Cervantes
de estas fanfarrias caballerescas organizadas por el monarca?
Desde su mismo nacimiento, la figura de Felipe II se vio unida a
la de Amadís de Gaula. Su padre Carlos V celebró el nacimiento de su
hijo en 1527 con una representación del Amadís. En 1549, su padre
Carlos quiso que Felipe conociese a sus futuros súbditos del Norte, por
lo que organizó lo que el cronista Calvete de Estrella denominó «Feli-
císimo viaje» entre 1548-1551. El momento principal del viaje fueron

70
Kamen, 1998, p. 42. El interés del rey por las novelas de caballerías, por emu-
lar a los caballeros andantes, sus batallas y sus aventuras muestran una parte de la
personalidad de Felipe II poco conocida, al tiempo que revelan una diferencia sig-
nificativa con respecto a su padre, Carlos V. Como un caballero andante de la Edad
Media, Carlos V iba en persona al campo de batalla (de ahí el retrato de Tiziano).
Con la excepción de San Quintín (1545), Felipe II nunca puso un pie en los esce-
narios bélicos, demostrando una actitud más cercana a la de un estratega moderno.
Actitud que por cierto no falta en algunos libros de caballerías, por ejemplo Clarián
de Landanís.
71
Kamen, 1998, p. 169.
72
En Kamen, 1998, p. 169.
73
Parker, 1984, p. 35.
30 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

las fiestas organizadas en honor del príncipe, por María de Austria en


la última semana de agosto de 1549 en Binche. Kamen explica cómo
el 24 y 25 de agosto una gran justa caballeresca fue organizada en los
jardines del palacio, cuyo tema era el Amadís de Gaula y que tuvo como
participante al mismo Felipe, que asumió el rol de caballero andante. En
esta fantasía caballeresca, los caballeros tenían que atravesar numerosos
obstáculos, librar combates a caballo, llegar a una torre oscura, rescatar a
varias «Dulcineas» en apuros y atender banquetes servidos por hermosas
ninfas74. Además, en honor del Príncipe, se escenificó el episodio del
Castillo Oscuro del Amadís en el castillo de la reina María, hermana de
Carlos V.Veinte años después, la gente todavía hablaba de los magníficos
festivales de Binche. Según Parker, «Felipe II nunca los olvidó»75. Las
menciones al Amadís reaparecen con frecuencia en la biografía de Felipe
II. La visita a Inglaterra para celebrar la boda del monarca español con
María Tudor avivó la imaginación caballeresca de los nobles españoles.
Kamen comenta que «Los nobles estaban entusiasmados con Inglaterra.
Para ellos, era la isla legendaria de la caballería, la tierra del rey Arturo
y de Amadís»76. Un noble español llega incluso a afirmar que «El que
inventó y compuso los libros de Amadís y otros libros de caballerías de
esta manera, fingiendo aquellos floridos campos, casas de placer y en-
cantamientos, antes que los describiese debió sin duda de ver primero
los usos y tan extrañas costumbres que en este reino se acostumbran»77.
Se ha escrito incluso que la pasión juvenil de Felipe II por el juego de la
sortija, un juego ecuestre medieval, quizá tenga su origen en la lectura
del Amadís78. En suma, Kamen resume lo anterior afirmando que en su
juventud se deleitó con numerosas actividades de ocio. Sin embargo,
«El lugar de honor en su lista» puntualiza el historiador, «lo tenían los
ritos de la caballería»79. Por tanto, es legítimo suponer que don Quijote,
que sueña con revivir el viejo espíritu caballeresco medieval, tenga en
realidad mucha más relación con el reinado de Felipe II de lo que se ha
venido suponiendo. Porque conscientemente o no, emulando a Amadís,
don Quijote emula a Felipe II.

74
Kamen, 1998, p. 42.
75
Parker, 1984, p. 42.
76
Kamen, 1998, p. 58.
77
Kamen, 1998, p. 58.
78
Ruiz, 2012, p. 22.
79
Kamen, 1998, p. 206.
INTRODUCCIÓN 31

A continuación, se detallan los resúmenes y los modelos interpreta-


tivos específicos para cada uno de los capítulos de la presente obra. El
primer capítulo ofrece una visión de conjunto de las referencias textua-
les a Felipe II que existen en el corpus cervantino. Pretende responder
a una pregunta básica: ¿Cuál es la imagen que tenemos del monarca en
las obras de Cervantes? Para ello examinamos las referencias textuales al
Rey Prudente y las estudiamos a la luz del contexto político, literario
y cultural de la España de la época. Al realizarlo nos percatamos de que,
contrariamente a lo que gran parte de la crítica sostiene, la imagen que
obtenemos del monarca no es monolítica, sino ambigua y fluctuante.
Sin embargo, proponemos que pueden distinguirse dos etapas clara-
mente diferenciadas: laudatoria y crítica, cuyo punto de inflexión tex-
tual lo constituye el soneto «Al túmulo de Felipe II en Sevilla» (1598).
En la primera parte de su producción literaria, Cervantes demuestra un
exacerbado patriotismo, y los encomios al Rey Prudente son numerosos
y aparentemente sinceros. A partir de la fecha señalada, el autor pasa al
tono burlesco e incluso invectivo, perceptible en varios de sus poemas
tardíos, y hasta cierto punto, el Quijote.
El segundo capítulo estudia la interrelación que puede haber entre
la escritofilia filipina y la incapacidad de don Quijote para adaptarse a
las circunstancias. Se sostiene que la rigidez cognitiva de don Quijo-
te, producto de su fanatismo por seguir la norma escrita, puede leerse
como una crítica al fuerte proceso de burocratización llevado a cabo
durante el reinado de Felipe II. El análisis se complementa con recientes
investigaciones históricas dedicadas al análisis del modus operandi filipino,
basado en el ingente uso de la escritura con el fin de gestionar la infor-
mación y tomar decisiones. Especialmente fructífero (y certero) resulta
el término «escritofilia», acuñado por el historiador Fernando Bouza,
referido a la obsesión del monarca hispano con leer, escribir y regular
hasta el último recoveco de la Monarquía Hispánica mediante la escri-
tura. Esta «devoción» por la letra escrita causó problemas de eficiencia
(dilaciones, malentendidos) a decir de Parker y Kamen. El primero de
ellos utiliza el término «rigidez cognitiva» para referirse a la incapacidad
que Felipe II tenía a veces para tomar decisiones de manera eficiente.
El tercer capítulo está relacionado con el anterior. Examina las sen-
tencias de Sancho Panza en su breve gobierno baratario, y propone
cómo son un ejemplo de la supremacía de la oralidad sobre la escritura
en el Quijote y una crítica cervantina a la ineficaz justicia del momento,
causada en parte por el referido aumento de la burocracia ocurrido
32 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

durante el reinado filipino, de la que también se hicieron eco econo-


mistas y arbitristas como González de Cellorigo, Sancho de Moncada
y Jerónimo de Zeballos, por citar ejemplos conocidos. Barataria pre-
senta la oralidad como un ejemplo utópico para los hombres y Sancho,
personificación de la oralidad, aparecerá como un modelo de eficacia y
diligencia, y sus sapientes juicios serán símbolos de la vuelta a una utó-
pica Edad de Oro basada en la palabra hablada. Nos valdremos además
de las teorías de la oralidad formuladas por Marcel Jousse, Albert Lord,
Walter Ong, Jack Goody o Erick Havelock, entre otros.
El cuarto capítulo propone, en primer lugar, que el declive caballe-
resco de don Quijote en la segunda parte de la novela puede relacio-
narse con la decadencia del héroe que constituye su objeto de imitación
principal: Amadís de Gaula, cuya figura sufre una marcada decadencia
en el ciclo Amadís-Esplandián (específicamente en el libro cuarto y
sobre todo en las Sergas de Esplandián, el libro quinto de Amadís). Se-
gundo, se sugiere que dicho declive puede leerse como una respuesta
cervantina en clave de parodia hacia el fracasado intento de Felipe II de
rehabilitar y modernizar la caballería de cuantía a finales del siglo XVI.
La casi total ausencia del elemento caballeresco en la segunda parte del
Quijote se relacionaría con la fase última (y definitiva) del sueño ana-
crónico del Rey Prudente. Cervantes elije como blanco de su imitatio
paródica a Amadís, el caballero que vino a representar el epítome de las
cualidades caballerescas según el imaginario literario, popular, e incluso
político durante el Siglo de Oro español y europeo.
El quinto capítulo establece la siguiente tesis: el espacio de la cueva
de Montesinos funciona como metáfora cervantina de la creación ar-
quitectónica que epitomiza la personalidad de Felipe II, el monasterio
de El Escorial. Examinaremos en primer lugar el motivo de la melan-
colía, leyendo la visión de don Quijote como un producto del humor
melancólico y asociándolo a la imagen de reclusión de Felipe II en El
Escorial. Asimismo, analizaremos el papel de las reliquias en el Quijote,
para sugerir que se cuestiona el excesivo afán recolector de Felipe II
por estas piezas en la construcción escurialense, que, como mencio-
naremos, albergaba la mayor colección de reliquias de Occidente. Por
último, consideraremos el episodio desde el punto de vista de las cá-
maras de las maravillas (Wunderkammer) y el coleccionismo filipino. Se
parte de dos premisas de Henry Lefebvre en torno a la producción del
espacio: «it represents (...) the political use of knowledge» y «it implies
INTRODUCCIÓN 33

an ideology designed to conceal that use»80. Entre otros, nos valdremos


de los estudios de arte de Fernando Checa Cremades, José Miguel
Morán Turina y Rona Goffen. Los trabajos seminales de Peter Brown,
Guy Lazure y Juan Manuel del Estal servirán como punto de partida
para la discusión sobre las funciones de las reliquias en el Occidente
cristiano y El Escorial.
Vamos a examinar varios aspectos culturales del reinado de Felipe II
y su relación con la obra de Cervantes. Debemos sin embargo apun-
tar que Felipe II muestra tendencias que son visibles también en otros
estadistas de la época, los cuales asimismo escribían documentos con
frecuencia, eran coleccionistas de arte y de reliquias, o mostraban gran
entusiasmo por los libros de caballerías. Por ejemplo, los Reyes Católi-
cos, Carlos V, Felipe IV, Enrique VIII e Isabel de Inglaterra exhibieron
un grado alto de escritofilia, natural en una época que vio el naci-
miento y consolidación del Estado moderno, y con este, de un aparato
burocrático cada vez más vasto y complejo81. En el presente trabajo no
afirmamos que Felipe II fuera el único monarca dado a la escritofilia,
el coleccionismo, la arquitectura o los entretenimientos caballerescos,
pues este tipo de tendencias o prácticas formaban parte del horizonte
intelectual de la época. Lo que sí es cierto es que se trata de tendencias
que tienen una especial presencia e importancia en el modo filipino de
gobernar. Estas informaciones fueron recogidas por testimonios con-
temporáneos al rey (embajadores y secretarios, por ejemplo) y han sido
reevaluadas y refrendadas por la historiografía más reciente y autorizada,
como señalaremos en los capítulos correspondientes.
Así, en cuanto a la escritura, Carlos V leyó y escribió cartas, pero no
como su hijo, quien llegó a ser conocido popularmente como el Rey
Papelero. El Emperador empezó a construir el Archivo de Simancas,
pero fue Felipe II el que le dio su organización y función definitiva.
En este sentido, Rodríguez de Diego señala que una diferencia funda-
mental entre al lenguaje usado por Carlos V y Felipe II para referirse al
Archivo de Simancas es que para el segundo monarca dicho depósito no
es solo depósito de las «escrituras tocantes a nuestra corona, patrimonio

80
Lefebvre, 1992, pp. 8-9.
81
Un caso significativo es el del duque de Alba, estudiado en una biografía re-
ciente por Kamen, quien informa acerca de él que en su gobierno de Nápoles no
podía levantar la cabeza de los papeles sino para comer (Kamen, 2005, p. 85).
34 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

y patronazgo», sino también guía de «nuestros reinos y vasallos»82. Es


decir que, como señala dicho historiador, el archivo —y su medio, la
letra escrita y el papel— adquirió durante el reinado de Felipe II una
dimensión totalizadora. John Elliott cuenta una anécdota que revela el
cambio de actitud al respecto. Se dice que en cierta ocasión Carlos V
pidió en palacio una pluma y un papel, y no fue capaz de encontrar
ninguna. Esto, añade Elliott —con razón—, sería inconcebible durante
el reinado de su hijo Felipe II83.
En cuanto al coleccionismo, Felipe II no fue, evidentemente, el úni-
co coleccionista de su época. El emperador Rodolfo II en Praga, el
archiduque Fernando II en Innsbruck, y el duque Alberto V en Múnich
poseían impresionantes gabinetes de curiosidades (o Wunderkammern).
En el caso español, Carlos V, al igual que otros reyes y aristócratas de
la época, coleccionó reliquias, tapices flamencos, libros, relojes, pintu-
ras, aparatos científicos, o «maravillas» de América, entre otros muchos
objetos preciosos. No obstante, como sostienen Morán Turina y Checa
Cremades en El coleccionismo en España: de la cámara de maravillas a la
galería de pinturas las colecciones de Carlos V no poseen «el carácter de
microcosmos y compendio del saber científico que ha de tener una au-
téntica cámara de maravillas»84. Frente a las colecciones carolinas, dichos
historiadores destacan el carácter moderno de las colecciones del Rey
Prudente, quien plantea «un sentido coleccionista moderno acorde con
lo que se realizaba en Europa por parte de los más avanzados príncipes
del manierismo»85. En ese sentido, por tanto, puede decirse que Felipe II
fue el primer coleccionista a gran escala de España.
Por último, en lo que respecta a las caballerías, sería imprudente
por nuestra parte afirmar que el monarca ostenta la exclusividad de
la pasión por los libros de caballerías o el Amadís de Gaula, pues cual-
quier estudioso mínimamente versado en el tema sabrá de la enorme
influencia que dichos libros (mediante transmisión manuscrita, impresa
u oral), y los ideales asociados a estos (honor, valor, cortesía, prouesse),
tuvieron en Europa, en todas las clases sociales, y durante un largo pe-
riodo de tiempo. La archiconocida anécdota del desafío entre Carlos
V y Francisco I es buena muestra de ello. No habrá que repetir otras

82
En Rodríguez de Diego, 1998, p. 530.
83
Elliott, 2005, p. 180.
84
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
85
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
INTRODUCCIÓN 35

ya comentadas en Keen, Kaeuper, Flori, Rodríguez Velasco, etcétera.


Lo relevante del caso filipino es querer reactivar una institución me-
dieval, la caballería de cuantía, a mediados del siglo XVI, en Castilla. Es
indudable que este proyecto guarda un sorprendente paralelismo con
el anacrónico intento de don Quijote de resucitar la caballería en la
España de comienzos del XVII.
I

OBSESIONES FILIPINAS: LA REPRESENTACIÓN TEXTUAL


DE FELIPE II EN EL CORPUS CERVANTINO

Más que a los Reyes Católicos, Carlos V o a cualquier otro monarca,


a quien más veces cita Cervantes en sus obras es a Felipe II, un total de
dieciséis veces. Este capítulo funciona como introducción panorámica
al presente trabajo, y pretende responder a una pregunta básica: ¿Qué
imagen del Rey Prudente presentan los textos cervantinos? Para ello
examinamos las referencias textuales a Felipe II que pueden encontrarse
en el corpus del autor alcalaíno, y las estudiamos a la luz del contexto
político, literario y cultural de la España de la época. Al realizarlo des-
cubrimos que, contrariamente a lo que gran parte de la crítica sostiene,
la imagen que obtenemos del Rey Prudente en las obras cervantinas no
es monolítica, sino ambigua y cambiante, desde el sincero encomio de
las primeras referencias hasta las críticas, que solo se encuentran a partir
de 15981, en que puede fecharse el soneto «Al túmulo del rey Felipe II
en Sevilla». Por tanto, no se debe hablar de imagen sino de un conjunto
de representaciones literarias que varía en el tiempo y con el formato

1
La crítica cervantina ha tendido a fijarse únicamente en la visión negativa de
las últimas obras. Esta actitud quizá sea debida a que la atención crítica se ha enfo-
cado principalmente en el soneto —sin duda burlesco— dedicado «Al túmulo de
Felipe II en Sevilla». Esto se debe a que un sector importante de la crítica —sobre
todo la norteamericana— ha tendido a proyectar y extrapolar en Cervantes críticas
de la propia cultura contemporánea. De este modo, se suele afirmar continuamente
que Cervantes criticaba el Imperio español y que se mofaba de sus reyes, en par-
ticular de Felipe II. Quizá el caso más claro es el de La Numancia, examinada en el
presente capítulo, donde parte del cervantismo ha buscado con ahínco supuestas
ideologías antiimperialistas por parte de Cervantes. Al hacer esto, se obvia el con-
texto histórico, político y cultural en el que se gestó la obra.
38 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

genérico, por lo que, a expensas de caer en un cierto reduccionismo


crítico, podrían distinguirse dos categorías relativamente bien diferen-
ciadas: laudatoria y crítica.

1. ETAPA LAUDATORIA

La etapa laudatoria grosso modo abarcaría hasta 1598. Aquí se inclui-


rían obras como el soneto a Isabel de Valois, la «Elegía a Diego de Espi-
nosa», la «Epístola a Mateo Vázquez», las canciones dedicadas a la Arma-
da Invencible o La Numancia, entre otras. En cuanto a la primera pieza,
de haber sido escrito por Cervantes, el soneto dedicado a la muerte de
Isabel de Valois (1568), tercera esposa de Felipe II, constituiría la prime-
ra obra del autor que conservamos. De todos modos, debe enmarcarse
en un tipo de poesía juvenil que, según Claube, «demuestra solamente
una voluntad de querer ser poeta y cierta habilidad en la versificación,
pero carece de vuelo y de sinceridad, aunque estas ausencias suelen ser
demasiado frecuentes en la poesía funeraria»2. De la misma opinión es
Fitzmaurice-Kelly, quien afirma que estos poemas tempranos son «all of
decent mediocrity»3. La crítica repite aquí la pobre estimación que el
propio autor tenía acerca de su obra poética, según parecen sugerir los
archicitados versos:

Yo, que siempre trabajo y me desvelo


por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo4.

No así en opinión de Luis Astrana Marín, para quien dichas compo-


siciones «acusan ya un poeta fino y delicado, de variada y extensa lectu-
ra, diestro en el manejo de imágenes y paranomasias, de verso correcto
y fluido, sonoro y musical»5.
Como es sabido, Isabel de Valois fue la tercera esposa de Felipe II,
segunda hija de Catalina de Médicis y de Enrique II de Francia. Su

2
En Gaos, 1981, p. 325, nota 152.
3
Fitzmaurice-Kelly, «Introduction to the First Part», p. XII.
4
Cervantes, Viaje del Parnaso, p. 54. Cito la poesía de Cervantes según la edición
de Vicente Gaos, Castalia, 1981.
5
Astrana Marín, 1949, vol. II, p. 181.
OBSESIONES FILIPINAS 39

casamiento con el monarca español en 1559 (cuando la reina tenía trece


años, por tanto veinte menos que Felipe II) sirvió para ratificar la paz
de Cateau-Cambrésis mediante un tratado que «se limitaba a reflejar
el equilibrio de poder existente en la Europa de la época y confirmar
la hegemonía española en el Sur y su debilidad en el Norte»6. Para la
posteridad, llegó a ser conocida como Isabel de la Paz. Murió joven,
a los 22 años, dejándole dos hijas, Isabel Clara Eugenia, infanta que
durante mucho tiempo fue la hija favorita del rey7, y Catalina Micaela.
No pudo darle en cambio el tan buscado hijo varón. Es importante
señalar que con la llegada de Isabel a España comienza a forjarse en
Europa la leyenda negra sobre Felipe II, pues anteriormente Isabel había
estado prometida al príncipe don Carlos. A partir de entonces, cierta
tradición (del todo absurda y no confirmada por las fuentes históricas)
sostendrá que el príncipe y la reina mantuvieron relaciones ilícitas,
hecho sumamente improbable en una corte tan etiquetada como la
de los Habsburgo, en la que la reina estaba siempre acompañada de sus
damas de compañía, en especial de la férrea duquesa de Alba, que no
habría permitido que semejantes relaciones hubieran tenido lugar8. A
esto hay que añadir la idea de que para los cronistas franceses del XVII,
Isabel de Valois representa «el mismo modelo de la inocencia sacrificada
sobre el altar de la política»9. El abate de Saint-Réal en su Don Carlos
(1672), Friedrich Schiller en 1787 o Giuseppe Verdi en su conocida
ópera de 1867 recogen esta tradición.
El 10 de octubre de 1567, con motivo del nacimiento de Catalina
Micaela, segunda hija de Isabel de Valois y Felipe II, grandes celebracio-
nes tuvieron lugar en Madrid. El director de las festividades fue Alonso
Getino de Guzmán, músico y bailarín que trabajó con la compañía de
Lope de Rueda. Ciertos documentos parecen indicar que Getino de
Guzmán estuvo alojado en casa de Rodrigo de Cervantes en Madrid10.
En uno de los arcos triunfales erigidos para la ocasión, Getino incorpora
medallones con composiciones poéticas, entre las que figura el soneto
«A la reina Isabel de Valois», que posee el valor de ser la obra más antigua

6
Fernández Travieso, 2007, p.18.
7
Fernández Travieso, 2007, p. 23.
8
Fernández Travieso, 2007, p. 18.
9
Édouard, 2009, p. 8. Es mía la traducción del francés.
10
Canavaggio, 1990, p. 39.
40 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

que conservamos de Cervantes y compuesta con motivo «del parto feliz


en 1567 de Isabel de Valois»11:

Serenísima reina, en quien se halla


lo que Dios pudo dar a un ser humano;
amparo universal del ser cristiano,
de quien la santa fama nunca calla.

Arma feliz, de cuya malla


se viste el gran Felipe soberano,
ínclito rey del ancho suelo hispano,
a quien fortuna y mundo se avasalla.

¿Cuál ingenio podría aventurarse


a pregonar el bien que estás mostrando,
si ya en divino viese convertirse?

Que, en ser mortal, habrá de acobardarse,


y así le va mejor sentir callando
aquello que es difícil de decirse12.

El 3 de octubre de 1568 muere Isabel, y en su conmemoración es-


cribe Cervantes una copla, cuatro redondillas y una elegía, que fueron
impresas en septiembre de 1569, en el volumen Relación de las exequias
de la reina Isabel, publicado por el maestro humanista Juan López de
Hoyos, quien en dicha obra llama a Cervantes «mi caro discípulo»13.
¿Por qué le dedicó Cervantes cuatro poemas a Isabel de Valois? Rey
Hazas conjetura que Cervantes estaría «impresionado quizá por su ex-
tremada juventud, por los desdenes del rey hacia ella, que eran públi-
cos y notorios, por los rumores que la relacionaban incestuosamente
con el príncipe don Carlos, y otras habladurías»14. Resulta imposible
probar estas afirmaciones, que curiosamente se asemejan mucho a la
interpretación romántica de los episodios. Habría que decir que, en
primer lugar, Cervantes se hace eco de la tradición clásica de poesía
panegírica a propósito de la coronación de reyes o emperadores, que

11
Astrana Marín, 1949, vol. II, p. 157.
12
Cervantes, Poesías completas, vol. II, pp. 325-326.
13
Canavaggio, 1990, p. 44.
14
Rey Hazas, 1998, p. 438.
OBSESIONES FILIPINAS 41

seguía siendo corriente en la literatura del Siglo de Oro. Segundo,


parece que la coronación de la reina en Guadalajara, seguida de ce-
lebraciones por todo lo alto en Alcalá, Madrid y Toledo, capturó la
imaginación de los contemporáneos de Cervantes15. En tercer lugar,
quizá más relevante sea el hecho de que Isabel de Valois es un perso-
naje fundamental en la historia de España, justamente valorado solo
en época reciente. Isabel se aclimató rápidamente a la cultura española,
y supo mantener en un estado de seducción permanente a Felipe II
y su entorno. Sylvene Édouard, autora de una excelente biografía de
la reina, afirma que «[D]esde su primer viaje por Navarra y Castilla,
la joven reina había encantado a su entorno y a la población española
por su juventud, su belleza y gracia. La belleza corporal de la reina era
una cuestión política, como medio para asegurarse el afecto y el deseo
del rey»16. Cervantes comienza pues su andadura poética dedicando
sus primeros poemas a una mujer, y extranjera. Su representación en el
soneto es muy positiva, y está teñida de una cierta nostalgia. La imagen
del Rey Prudente también es positiva («ínclito rey del ancho suelo
hispano»), aunque esta sea una alabanza típica de la poesía panegírica.
¿Qué puede decirse de estos poemas? Aunque no pueda calificárse-
los de obras maestras, sí que representan el estilo y la forma típicos de la
época. Hay que recordar que justo antes del fallecimiento de Isabel, el
inestable infante don Carlos había fallecido también, preso en palacio,
tras haber ejercido violencia a su padre y al duque de Alba, y de haber
sido acusado de conspirar con los rebeldes flamencos. Nada de este
trasfondo, sin embargo, asoma en los poemas de Cervantes. ¿Leyó Felipe
II estos poemas dedicados a su recién fallecida esposa? No parece pro-
bable que el monarca dedicara tiempo a estos menesteres. Pero es fácil
dejar volar la imaginación y pensar que Cervantes habría oído lo que
las malas lenguas venían diciendo acerca de los tristes sucesos ocurridos
en la Corte: que un rey cruel que (como un nuevo celoso extremeño)
había encerrado en vida a su joven y bella consorte y envenado a su
propio hijo por haber mantenido una relación prohibida. Rey Hazas
cree que el hecho de que la reina y el Infante hubieran muerto en el
mismo año (3 de octubre y 24 de julio respectivamente) acentuaría aún
más las habladurías acerca de la posible relación incestuosa entre ambos.
Dicho crítico añade que el escritor «debió [de] tener información de

15
Fernández Travieso, 2007, p. 20.
16
Édouard, 2009, p. 194.
42 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

primera mano sobre el asunto, ya que hacia 1567-68 hubo de comenzar


su amistad con Pedro Laínez, conocido poeta cortesano que era ayuda
de cámara del Príncipe don Carlos»17. Aunque sugestivas, estas imagina-
ciones no han sido corroboradas por los documentos, pero a pesar de
todo deben tenerse en cuenta si se quiere entender mejor la difusión y
persistencia de la Leyenda Negra en España y Europa.
En la Historia de López de Hoyos, se describe «La elegía al Cardenal
Diego de Espinosa» de Cervantes como «La elegía que, en nombre de
todo el estudio, el sobredicho [Cervantes] compuso. Dirigida al Ilus-
trísimo y Reverendísimo Cardenal don Diego de Espinosa, etc., en la
cual, con bien elegante estilo, se ponen cosas dignas de memoria»18.
¿Quién es este Diego de Espinosa? Segoviano de origen humilde, es-
tudió derecho en la Universidad de Salamanca, disfrutando de una exi-
tosa carrera judicial. En 1565 fue nombrado presidente del Consejo de
Castilla, y en 1566 Inquisidor General en sustitución de Fernando de
Valdés. Atesoró otros puestos, incluidos el de regente de Navarra y el
de cardenal (1568), y gozó de la máxima confianza del monarca desde
1566 hasta el final de su vida (1572). Fue un alter ego del Rey Prudente,
hasta el punto de que el embajador Fourquevaux lo calificó como «otro
rey de esta corte» mientras que otro cortesano llegó a decir de él que
era «el hombre de toda España en quien más confía el rey y con quien
estudia la mayor parte de los negocios relativos tanto a España como a
los asuntos extranjeros»19. Kamen comenta acerca de su trayectoria: «Su
ascenso fue meteórico, pero su gloria sería breve; no obstante, durante
cierto tiempo fue el hombre más poderoso de la monarquía después del
Rey»20. Parece que el personaje al que Cervantes dedica la elegía fue un
personaje justo pero extremadamente riguroso. Un buen ejemplo es el
caso del tratamiento a los moriscos. Cuando en 1568 un noble valencia-
no tuvo que lidiar con un sublevamiento morisco en sus tierras, Felipe
II le recomendó «suavidad» y «blandura» para con los sublevados. Espi-
nosa, en cambio, mantuvo la postura contraria, sosteniendo que la única
respuesta al problema morisco residía solo en una asimilación total21.
Por otra parte, en otros capítulos de este libro se afirma que la figura

17
Rey Hazas, 1998, p. 440.
18
Gaos, 1981, p. 329, nota 156.
19
En Parker, 1999, p. 72.
20
Kamen, 1998, p. 118.
21
Kamen, 1998, p. 134.
OBSESIONES FILIPINAS 43

de don Quijote y su obsesión por la escritura puede leerse como una


crítica cervantina al proceso de burocratización llevado a cabo durante
el gobierno de Felipe II, mientras que los exitosos juicios de Sancho en
Barataria simbolizarían el polo opuesto de este modus operandi basado
en la escritura. En este contexto, resulta relevante señalar que Espinosa
se caracterizó por su eficiencia en el trabajo. Parece que Espinosa, a
diferencia del Rey Papelero, «despachaba los asuntos verbalmente, más
que por escrito», lo que provocaba que en ocasiones hubiera diver-
gencias entre el monarca y su ministro22. Aunque no pueda suponerse
que Cervantes tuviese noticia alguna acerca esto, resulta cuanto menos
significativo que dedicase el poema a un estadista que defendía la comu-
nicación personal basada en la oralidad como un medio más eficiente
de hacer política.
Cervantes convierte a Espinosa en el único consuelo y esperanza de
Felipe II tras la muerte de Isabel de Valois. Como recuerda Rey Hazas,
Cervantes escribió la elegía «en nombre de todo el estudio»23, lo que
sugiere que seguramente fue López de Hoyos quien aconsejó su redac-
ción. Rey Hazas resalta además la efectiva estrategia retórica adoptada
por el joven Cervantes, basada en el uso de un cuidado tono conversa-
cional que lo hacía más personal. «No solo dedicó al cardenal su elegía»
apunta el citado crítico, «sino que le hizo su interlocutor literario, para
que los elogios que le dirigía fueran más directos»24. El poema comienza
con una pregunta retórica que recuerda al mejor Garcilaso:

¿A quién irá mi doloroso canto,


o en cuya oreja sonará su acento,
que no deshaga el corazón en llanto?25

Cervantes realza el abatimiento y tristeza de Felipe II, e interpela a Es-


pinosa con un verso de gran visualidad: «Mira el dolor que el gran Filipo
tiene»26. Este procedimiento literario se denomina hipotiposis, evidentia
o enargeia, es decir, una descripción detallada, como explica Bartolomé
Jiménez Patón: «La hipotiposis tiene muchos nombres: enargia, evidencia,

22
Kamen, 1998, p. 228.
23
Rey Hazas, 1998, p. 439.
24
Rey Hazas, 1998, p. 438.
25
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 329.
26
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 330.
44 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

ilustración, sufiguración, demostración, descripción, eficción, deforma-


ción. Que diríamos un poner las cosas delante los ojos»27. A continuación,
le sugiere, de manera enfática, que alivie a Felipe II y a España del peso de
sus responsabilidades políticas durante esta época de duelo:

A ti, fiel pastor de la manada


seguntina, es justo y te conviene
aligerarnos carga tan pesada28.

En la elegía, por último, Cervantes hace mención del fallecimiento


del infante don Carlos, «su hijo tan querido», lo que contribuye a per-
filar la imagen de un monarca triste y melancólico, «de todo su placer
desposeído»29. Cervantes hace méritos para convertirse en el poeta de
la Corte, lo que por aquella época era «su gran sueño», a decir de Fer-
nández Álvarez30. ¿Tuvo esta composición laudatoria los efectos que el
futuro autor del Quijote perseguía? Rey Hazas señala que Cervantes:

parecía muy bien encaminado para la consecución de alguna sinecura y


destinado a ser cliente del presidente del Consejo Real, cuando, inespera-
damente, sin que sepamos exactamente por qué, probablemente a conse-
cuencia de un duelo con Antonio de Segura, se vio obligado a abandonar
sus pretensiones y a marcharse de la Corte y de España31.

De lo que no puede caber duda es del tono laudatorio del poema,


como no podía ser de otra manera, dado el contexto de su producción.
Cervantes se afana por ganar la protección de Espinosa y lo va a hacer
alabando al rey y a su ministro. De todos modos, aunque no exista crí-
tica, es de notar que la imagen del Rey Prudente no resulta demasiado
gloriosa. Parece que a Cervantes no le agrada demasiado la idea de que
un monarca sumido en el dolor gobierne «el afligida España»32. Aun-
que debe mencionarse que el motivo literario del rey que llora por la
muerte de algún familiar tiene una larga tradición literaria (lo cultivaron
Homero, Sófocles, Virgilio y Shakespeare, por citar algunos ejemplos

27
Jiménez Patón, Elocuencia española en arte, p. 203.
28
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 330.
29
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 334.
30
Fernández Álvarez, 2005, p. 55.
31
Rey Hazas, 1998, p. 440.
32
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 335.
OBSESIONES FILIPINAS 45

conocidos), lo cierto es que a Cervantes se le va la mano un poco en la


descripción hiperbólica del pathos real:

Los amargos sospiros dolorosos,


las lágrimas si[n] cuento que ha vertido,
¿quién nos puede en su vista hacer dichosos?33

Se podría argüir, no obstante, que estas exageraciones no son más


que un recurso literario al que Cervantes recurre para realzar la figura
del cardenal, aliviador de las penas de su rey y que se describe como
entidad divina enviada para mitigar el dolor de su monarca:

Del alto cielo ha sido consolado,


con concederle acá vuestra persona,
que mira por su honra y por su estado34.

En su afán laudatorio, Cervantes llega incluso a equiparar al cardenal


con Felipe II, al que se lo compara con el tradicional motivo del rey-sol,
ya que en los vastos territorios regidos por el monarca, como rezaba el
conocido adagio, no se ponía el sol:

Que [en] vuestro poderío se paresce


del católico rey la suma alteza,
que desde un polo al otro resplandece35.

Como sugiere Gonzalo Sánchez-Molero, más allá de que pudiera


sentir sincera admiración o dolor por la muerte de la joven reina, Cer-
vantes aprovecha la ocasión para buscar la ayuda financiera de un patrón
cortesano. Esto se observa con claridad en los últimos versos de la citada
composición, que, como el mencionado crítico destaca36, sirven para
sellar el pacto clientelar entre Cervantes y Espinosa:

Con esto cese el canto dolorido,


magnánimo señor, que por mal diestro

33
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 334.
34
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 334.
35
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 335.
36
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 198.
46 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

queda tan temeroso y tan corrido,


cuanto yo quedo, gran señor, por vuestro37.

En definitiva, la «Elegía» es un poema de escasa calidad artística y


de tono laudatorio que nos ofrece una imagen de un Felipe II triste
y melancólico por la muerte de Isabel de Valois y del infante don
Carlos. No es una imagen heroica, puesto que el poema en realidad
iba dirigido a ganar la benevolencia del cardenal, pero no puede per-
cibirse el odio o la tradicional inquina hacia el monarca señalados por
un amplio sector de la crítica. Para eso habrá que esperar a referencias
posteriores.
La siguiente alusión textual a Felipe II se encuentra en una de las
más admiradas y controvertidas composiciones de Cervantes: la «Epísto-
la a Mateo Vázquez», redactada hacia 1577 desde su cautiverio en Argel
y compuesta de ochenta tercetos y un cuarteto y dirigida al secretario
real Mateo Vázquez de Leca. En ella Cervantes conmina al Rey Pru-
dente a lanzar una gran ofensiva sobre Argel que acabara con el mayor
reducto de corsarios del Mediterráneo. El poema fue descubierto en el
archivo privado del conde de Altamira en 1863, y su autenticidad no
fue debatida hasta tiempo después de su descubrimiento. A este respecto,
Geoffrey Stagg recuerda que la pieza recién descubierta contribuyó a
avivar el patriotismo más exacerbado, pues se trataba de Cervantes, un
soldado-escritor «who had faced unflinchingly the unspeakable horrors
of Algiers and now called on his country’s leaders to wipe out this stain
on Spanish honour»38. Posteriormente, su autenticidad ha sido debatida
por el cervantismo hasta época muy reciente. Entre el torrente biblio-
gráfico dedicado al espinoso asunto, destacaremos dos opiniones. Por
ejemplo, para Canavaggio, el texto «it is probably nothing more than a
forgery made from bits and pieces»39. Por otro lado, recientemente, en
el meticuloso estudio monográfico previamente citado dedicado a la

37
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 335.
38
Stagg, 2003, p. 202. Curiosamente, el conflicto bélico entre España y
Marruecos, conocido como la Guerra de África, había estallado solo cuatro años
antes (1859). Se saldó con victoria española, y la firma del tratado de Wad-Ras
en 1860, que reconocía la pertenencia a España de Ceuta y Melilla, entre otras
concesiones. ¿Es simple casualidad el descubrimiento del poema de Cervantes y el
reciente conflicto con el país africano? No parece probable.
39
Canavaggio, 1990, p. 92.
OBSESIONES FILIPINAS 47

pieza, Gonzalo Sánchez-Molero ha demostrado de manera convincente


la autenticidad de la epístola40.
Supuestamente Cervantes la pudo hacer llegar a Mateo Vázquez a
través de su hermano Rodrigo, quien regresó a España en la primave-
ra de 157741. Como recuerda Gonzalo Sánchez-Molero, «Cervantes no
escribe su poema a un personaje desconocido»42. ¿Quién es pues el des-
tinatario de la «Epístola»? Dos datos nos interesan en particular. Primero,
al igual que el cardenal Espinosa, Mateo Vázquez representa el prototipo
del letrado metódico ambicioso que había sabido escalar puestos en la
Corte filipina con gran habilidad43. Asimismo, al igual que el cardenal, era
también de orígenes oscuros, pues se decía que era hijo de madre soltera,
una criada del canónigo de Sevilla, Vázquez de Alderete, quien supues-
tamente era su padre44. Vázquez entró al servicio de Espinosa, y tras la
muerte del cardenal en 1572, lo hizo al servicio del rey. En poco tiempo
se convertirá en una figura indispensable del aparato administrativo fi-
lipino, hasta el punto de que rivalizará con el todopoderoso secretario
Antonio Pérez. Esto sucedía alrededor de 1573, lo que demuestra que, a
pesar de la distancia y de la privación de libertad, a Cervantes y al resto
de cautivos en Argel les llegaban informaciones de la Corte española45.
Resulta quizá innecesario señalar el cuidado con el que Cervantes elige
a los destinatarios de sus creaciones poéticas tempranas: una reina y dos
poderosos ministros. En el caso de los últimos, destaca el hecho de que
ambos fueran personajes de orígenes humildes y de que ambos fueran
capaces de ascender socialmente gracias a su educación formal y a su des-
treza en labores burocráticas. Gonzalo Sánchez-Molero ofrece una expli-
cación plausible sobre este punto, recordando que Cervantes había esta-
blecido vínculos con la academia literaria madrileña en la que el duque
de Alba presidía como mecenas. Dicho crítico sugiere que quizá fuera a
través de Pedro Laínez —quien como ayuda de cámara de don Carlos
tendría acceso a la academia— lo que haría sencillo imaginar a Cervantes

40
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010.
41
Fernández Álvarez, 2005, p. 171.
42
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 185.
43
De nuevo resulta significativo que Cervantes haga destinatario de su epístola
a un secretario cuya principal función, entre otras, consistía en leer y en escribir
todo tipo de documentación concerniente a la Corona, para aliviar así —solo en
parte— a Felipe II del peso de la burocracia que lo abrumaba.
44
Fernández Álvarez, 2005, p. 171.
45
Fernández Álvarez, 2005, p. 172.
48 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

y otros jóvenes poetas asistiendo a sus sesiones, «para respirar su ambiente


literario y para dar a conocer sus obras»46. Cuando en 1567 el duque
de Alba se dirigió a los Países Bajos para sofocar la rebelión calvinista,
los miembros de la academia del duque se pusieron bajo la protección
de Espinosa. «En este contexto», sostiene Gonzalo Sánchez-Molero, «se
comprenden mejor los reiterados intentos de López de Hoyos y de Cer-
vantes por ofrecer sus obras al prelado»47. Cervantes buscaba un mecenas
literario, y nadie más apropiado que el nuevo hombre de confianza del
rey, Espinosa, para cumplir este deseo. Hay que recordar que las cuatro
primera composiciones de Cervantes que conozcamos estaban incluidas
en la relación que el maestro de Cervantes escribió sobre las exequias
de la reina Isabel de Valois, y que fue dedicado a Espinosa48. Entre ellas,
la «Elegía» a la reina difunta, que Cervantes dedicó también al cardenal,
sin duda albergando la esperanza de que el poderoso privado de Felipe
II ofreciera su protección. Parece que Mateo Vázquez, que trabajaba por
esa época como escribano de Juan de Ovando, leyó los versos dedicados
por Cervantes a la muerte de la reina, y que cuando en 1577 recibió la
epístola redactada por aquel cautivo en Argel, seguramente recordaría la
antigua amistad fraguada en Alcalá de Henares a fines de 1564. Había
sido comisionado por Felipe II para realizar una visita a la famosa univer-
sidad. Según descubrió Rodríguez Marín, Vázquez no se contentó con
seguir a Ovando a Alcalá, sino que se matriculó en los cursos de Filosofía
del año 156449. La crítica cervantina coincide en señalar que sobre esta
época Leonor de Cortinas y sus hijos vivían en Alcalá, donde Rodrigo
de Cervantes se mudó desde Sevilla para tratar del ingreso de su hermana
Luisa como monja50.

46
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 196.
47
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, pp. 196-197.
48
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 197.
49
Rodríguez Marín, 1923, p. 85. Además, Gonzalo Sánchez-Molero ofrece las
siguientes pruebas: «En un inventario de su biblioteca [de Vázquez], realizado en
1579, podemos encontrar una “Historia y relación de la enfermedad de la Reina
doña Isabel”, obra que en un segundo inventario, fechado en 1581, figura como la
publicada por el maestro López de Hoyos diez años atrás [...] No olvidemos tampo-
co a este respecto que en el mismo volumen de “Diversos de Curiosidad” Vázquez
había reunido la “Epístola” cervantina y el Epicedion de López de Hoyos a la muerte
del cardenal Espinosa» (Gonzalo Sánchez Molero, 2010, pp. 198-199).
50
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, pp. 191-192.
OBSESIONES FILIPINAS 49

La epístola comienza con dos tercetos que funcionan como una cap-
tatio benevolentiae que sirven para enmarcar el tono general del poe-
ma, de reivindicación en clave autobiográfica. Se trata de un magnífico
comienzo que anticipa posteriores comienzos cervantinos ya clásicos,
como el prólogo de las Novelas ejemplares o el del Quijote51. Cervantes se
disculpa ante Vázquez por su largo silencio, en principio desde su salida
de España en 1568. Esta era una fórmula típica del estilo epistolar de
la época52, pero en Cervantes no es mera retórica de la sinceridad, sino
verdadero trasunto de los cinco largos años de cautiverio en Argel:

Si el bajo son de la zampoña mía,


señor, a vuestro oído no ha llegado
en tiempo que sonar mejor debía,
no ha sido por falta de cuidado,
sino por sobra del que me ha traído
por extraños caminos desviado53.

Después de la acostumbrada laudatio del poderoso privado, Cervan-


tes explica que la razón de su encarcelamiento en Argel («mi venida»)
no se debe a su deambular por Roma, sino a su fiel servicio, como sol-
dado y como poeta, «del gran Filipo nuestro»:

No fue la causa aquí de mi venida


andar vagando por el mundo acaso,
con la vergüenza y la razón perdida.
Diez años ha que tiendo y mudo el paso
en servicio del gran Filipo nuestro,
ya con descanso, ya cansado y laso54.

A continuación Cervantes relata brevemente los sucesos de la batalla


de Lepanto, que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571. Es una descripción

51
Estos comienzos cervantinos pueden relacionarse con lo expresado por
Edward Said: «Every writer knows that the choice of a beginning for what he
will write is crucial not only because it determines much of what follows but also
because a work’s beginning is, practically speaking, the main entrance to what it
offers» (Said, 1975, p. 3).
52
Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 186.
53
Cervantes, Poesías completas, vol. II, pp. 337-338.
54
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 341.
50 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

magistral, que con gran visualidad —energeia— capta a la perfección la


acción, el heroísmo y el horror de una batalla marítima en siglo XVI.
Cervantes no exagera su heroísmo. Gracias a los testimonios de sus ca-
maradas, sabemos que aquel día decisivo el futuro autor del Quijote
estaba postrado en la cama, enfermo y con fiebre. Los compañeros de la
Marquesa vieron como Cervantes subió a la cubierta, y a pesar de que
estos y el capitán le rogaran que se quedase en la cama, pues no estaba
en condiciones de pelear, aquel replicó «que más quería morir peleando
por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta». Gabriel de Castañe-
da, el soldado que lo relata, añade que «peleó [Cervantes] como valiente
soldado [...] como su capitán lo mandó»55. Sí expresa su sincera alegría
al describir la victoria cristiana. Mediante este recurso, apelando a la
denominada retórica de la sinceridad, la «Epístola» gana en credibilidad
frente a los potenciales destinatarios, Mateo Vázquez y Felipe II:

el son confuso, el espantable estruendo,


los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y el agua iban muriendo;
[...]
A esta dulce razón, yo, triste estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba.
[...]
Pero el contento fue tan soberano
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano56.

La historiografía moderna ha destacado que el éxito de Lepanto fue


más simbólico que real ya que los turcos reconstruyeron su flota rápida-
mente en el invierno de 1571-1572, y Venecia posteriormente alcanzó
una paz por separado a cambio de la cesión de Chipre y un cuantioso
pago por indemnizaciones de guerra. Sin embargo, Braudel comenta
que la batalla debe ser estimada como «the end of a period of profound
depression, the end of a genuine inferiority complex on the part of
Christendom»57. Debe recordarse que desde la caída de Constantinopla

55
En Astrana Marín, 1949, vol. II, p. 325, nota 2.
56
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 342.
57
Braudel, 1972, vol. II, p. 1103.
OBSESIONES FILIPINAS 51

en 1453 Occidente no había obtenido ninguna victoria militar signi-


ficativa sobre el Imperio Otomano, por lo que el éxito de Lepanto fue
leído en gran parte de Europa como un punto de inflexión en el equi-
librio de poderes en el Mediterráneo.
A continuación, Cervantes describe cómo la galera El Sol en la que
regresaba de Nápoles a Barcelona, fue atacada por un grupo de piratas
berberiscos, comandados por el renegado albanés Arnaut Mami, y su
lugarteniente, otro renegado de origen griego, Dali Mami58. Aunque
Cervantes y sus compañeros resisten el asalto de los piratas durante va-
rias horas, al final son capturados, encadenados, transferidos a las galeras
enemigas, y llevados a Argel, ciudad de 150.000 habitantes, más poblada
que Madrid o Palermo59, y

... que en su seno


tantos piratas cubre, acoge y cierra60.

Cervantes por aquel entonces tiene veintiocho años. La manera en


la que el autor describe la visión de las costas argelinas supone al mis-
mo tiempo una expresión de dolor por la pérdida de la libertad como
una rememoración del pasado glorioso de la España de «el grande
Carlo»61 —y aquí podría incluso conjeturarse una comparación im-
plícita de Carlos V con Felipe II62—. Esta experiencia traumática es
fundamental para entender la obra posterior de Cervantes, ya que
los cinco años de cautiverio quedarán impresos en la imaginación
cervantina63. Este es pues el propósito fundamental de la «Epístola»:

58
Canavaggio, 1990, p. 77. La flotilla en la que iban Cervantes y sus compañeros
había partido de Nápoles rumbo al norte, mediante el cabotaje, para no desviarse de
las costas del Tirreno. De este modo estaban protegidos en esa fase de la navegación,
ya que estaban al abrigo de las costas de Toscana y de los presidios españoles que
Felipe II había establecido en 1557 por la zona. Al pasar por el golfo de León, una
tormenta dispersó a la flotilla, con la mala fortuna de que la galera El Sol quedó
descolgada (Fernández Álvarez, 2005, p. 136).
59
Wolf, 1979, pp. 97-98.
60
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 344.
61
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 344.
62
En 1541 Carlos V organizó una expedición contra Argel con el fin principal
de derrocar a Barbarroja. Fue hundida en su mayor parte (unas 150 naves y 14 ga-
leras) por una gran tormenta el 28 de octubre.
63
Para el cautiverio de Cervantes como trauma creativo, ver Garcés, 2002.
52 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

alentar al Rey Prudente a enviar una nueva expedición contra Argel,


y completar así la emprendida por Carlos V en 1541:

Haz ¡oh buen rey! que sea por ti acabado


lo que con tanta audacia y valor tanto
fue por tu amado padre comenzado64.

Cabe preguntarse si el secretario real leyó la epístola, y de ser así,


qué efecto tuvo. La crítica tradicionalmente ha venido sosteniendo que
Mateo Vázquez no mostró interés alguno por rescatar a Cervantes65.
Más recientemente, para Alfredo Alvar, la causa del olvido del secreta-
rio real hay que buscarla más bien en antiguas rivalidades clientelares66.
Para el cardenal Espinosa, López de Hoyos y su discípulo habían sido
una molestia, y este hecho no cambió cuando Cervantes regresó de su
cautiverio diez años después. Sobre este respecto, Gonzalo Sánchez-
Molero ofrece la respuesta más convincente. En su opinión, Mateo Váz-
quez (y por extensión Felipe II) se preocupó por Cervantes, dentro de la
proporción debida a un caso relativamente intrascendente. El problema
radica en adoptar una perspectiva anacrónica, pues como sostiene el
mencionado estudioso, aunque hoy día «identificamos en Cervantes a
nuestro “Príncipe de las Letras” y al autor del Don Quijote, en 1578, el
“captiuo Cervante” era únicamente un poeta menor, que hasta 1585 no
publicaría su primer libro, La Galatea, y que todavía tardaría veinte años
en sacar a la luz la primera parte de su novela»67.

64
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 346.
65
Esta es la opinión tradicional, cuya formulación clásica la encontramos en
Díaz de Benjumea: «El eco de la voz de Cervantes no llegó a oídos del monarca
que consumía sus tesoros en levantar soberbias basílicas, en dar regio albergue a
una comunidad y en dotarla con pingües rentas para celebrar exequias por su alma.
Los flamencos eran mucho para Felipe y nada los cristianos de Argel, y por rescatar
almas que creía perdidas por la reforma protestante, dejaba perder cuerpos de cris-
tianos, por la secta de Mahoma» (Díaz de Benjumea, La verdad sobre el Quijote, p. 68).
En una línea parecida se sitúa Astrana Marín: «Excelente ocasión aquella para que
el infatuado Vázquez hiciese algo por el infeliz cautivo que tan bella “Epístola” le
dirigiera. Pero vengar la muerte de Escobedo (no por satisfacer a la justicia, sino por
destruir a su adversario Pérez) valía más que devolver la vida a Cervantes» (Astrana
Marín, 1951, vol. III, p. 18).
66
En Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 236.
67
Gonzalo Sánchez-Molero, p. 239.
OBSESIONES FILIPINAS 53

La expedición contra Argel nunca se llevó a cabo, como es sabido.


¿Cómo afectaría este hecho a la opinión de Cervantes sobre Felipe II?
En este punto, solo es posible conjeturar. Pero aunque no podamos
saber a ciencia cierta qué pensaría Cervantes sobre el hecho de que Fe-
lipe II decidiese no enviar una nueva expedición contra Argel, lo cierto
es que, dada su propia experiencia personal como cautivo, y por el pro-
pio contenido de la «Epístola», en principio parece lógico argüir que
no sería de su agrado. No obstante, también podría entender que al rey
le abrumaban y acosaban muchos negocios y enemigos en otras partes.
Y es muy posible que achacara los errores del rey a malos consejeros,
como se solía hacer, o a las continuas disputas con Francia y Holanda,
que atraían la atención real y los medios económicos y militares, e im-
pedían hacer lo que, probablemente, el monarca querría hacer. Por lo
tanto, sería aventurado postular, como gran parte de la crítica ha hecho,
una reacción de rechazo extrema por parte de Cervantes. En primer
lugar, no existe nada en el poema mismo que corrobore esta idea68. En
segundo lugar, como se verá más adelante, el tono de la siguiente refe-
rencia textual al monarca, su patriótica «Canción primera a la Armada
Invencible», es sin lugar a dudas encomioso. ¿Es posible, por tanto, que
Cervantes entendiese que la coyuntura histórica española obligaba al
Rey Prudente a virar el punto de mira de sus esfuerzos? Sobre este
punto volveremos más adelante cuando se discuta el significado de El
trato de Argel.

***

El 29 de mayo de 1580, tras cuatro intentos de evasión fallidos (tras


los que se libra de castigo severo, probablemente porque le salvó la
carta que llevaba de don Juan de Austria, que haría creer a los argelinos
que Cervantes era un personaje importante), Cervantes es finalmente
rescatado por los monjes trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella
mediante el pago de 500 escudos de oro69. Los biógrafos de Cervantes

68
De todos modos, aunque Cervantes albergara alguna crítica contra el monar-
ca, no lo habría expresado tan libremente, y por supuesto, menos aún en un poema
dirigido al secretario real.
69
Cervantes recordará a fray Juan Gil en la última jornada de El trato de Argel:
«un fraile trinitario cristianísimo, / amigo de hacer bien, y conocido, / porque ha
54 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

han resaltado los intentos infructuosos de su familia por reunir la


desorbitante cifra. Su padre, el cirujano Rodrigo de Cervantes, había
intentado recuperar antiguas deudas, sin éxito. La madre, doña Leonor
de Cortinas, se había presentado como viuda ante el Consejo de Castilla
para obtener alguna ayuda, también con escasos resultados. Las hermanas
del escritor, Andrea y Magdalena, incluso usaron sus dotes para recaudar
fondos70. Pero la persistencia de la familia daría sus frutos. Presentaron al
Consejo de Guerra, a nombre de doña Leonor, una petición para llevar
a Argel 8000 ducados de mercaderías lícitas, «en atención a los servicios
prestados a la patria por el cautivo»71. Al enumerar los servicios, se le
pidieron las cartas de recomendación de don Juan de Austria y el duque
de Sessa, que como es lógico doña Leonor no tenía. En su lugar, presentó
una información de testigos y una certificación comprobatoria del dicho
duque. En esta el noble reconocía conocer a Cervantes desde tiempo
atrás, y que recordaba que había estado en la batalla de Lepanto, «en la
cual, peleando como buen soldado, perdió una mano»72. Gracias a estos
documentos, el Consejo de Guerra elevó una petición a Felipe II para
que aprobase hasta 2000 escudos (rebajados de los 8000 iniciales) «para
el rescate del dicho Miguel de Cervantes». En el margen del documento,
que conservamos, se puede leer la sentencia de Felipe II, por mano de
Mateo Vázquez: «está bien»73. Más tarde, Cervantes reconocerá en su
Memorial al rey (documento avalado por testigos sobre la conducta
del escritor durante su cautiverio, principalmente, su firmeza en la fe
católica y su fidelidad a la monarquía filipina)74 cómo se había liquidado
su patrimonio familiar con el fin de pagar por su rescate: «Y toda la
hacienda de sus padres y las dotes de dos hermanas doncellas que tenía,
las cuales quedaron pobres por rescatar a sus hermanos [...]»75. Finalmente,
Cervantes recupera la libertad en Argel a mediados de septiembre de
1580. Más de dos décadas después, en la primera parte del Quijote, el

estado otra vez en esta tierra / rescatando cristianos, y dio ejemplo / de mucha
cristiandad y gran prudencia. / Su nombre es fray Juan Gil» (Cervantes, El trato de
Argel, vv. 2465-2470).
70
Fernández Álvarez, 2005, p. 178.
71
En Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 16.
72
En Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 16.
73
En Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 18.
74
El Memorial se conserva en el Archivo sevillano de Indias. Astrana Marín lo
reproduce y comenta (Astrana Marín, 1952, vol. IV, pp. 455-456).
75
Sliwa, 2005, p. 210.
OBSESIONES FILIPINAS 55

capitán cautivo recordará: «Gracias sean a Dios [...], porque no hay en la


tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad
perdida»76. Con la libertad recobrada, Cervantes regresa a España, y su
destino sigue ligado a las decisiones o indecisiones de su rey, Felipe II.
El escenario político de la España de 1580 a la que Cervantes regresa
es muy diferente del que dejó en 1569. Concertadas las treguas con el
Imperio turco de Amurates III, en 1580, y tras la muerte del rey Sebas-
tián en la batalla de Alcazarquivir (1578) Felipe II alega sus derechos al
trono de Portugal, y decide enviar un ejército al mando del ya anciano
duque de Alba. Felipe II residirá tres años en Lisboa, de 1580 a 1583. De
este modo, cuando Cervantes regrese a España para requerir que se le
reconozcan sus servicios, tendrá que ir no a Madrid, sino a la capital lu-
sitana.Varios factores coincidieron para que Cervantes no consiguiera la
atención de Felipe II. Primero, Mateo Vázquez no gozaba en esa época
del mismo ascendiente con el rey77. Según Canavaggio, el secretario real
andaba además preocupado con «other cares», aunque el citado crítico
no menciona cuáles78. Sobre todo, como Fernández Álvarez recuerda
(siguiendo a Braudel y Lynch) Felipe II tenía puesta su atención en
Occidente, dejando de lado sus preocupaciones en el Mediterráneo79.
Como sugiere este estudioso, quizá Cervantes quería reincorporarse a
los tercios viejos, lo que habría sido una buena recompensa para su hoja
de servicios. A esto debe añadirse que Cervantes era en realidad uno
más de entre la multitud de pretendientes por un puesto en la Corte.
Es cierto que tenía una buena hoja de servicios y que había servido al
rey, como señalará en su Memorial de 1590, durante «muchos años en
las jornadas de mar y tierra que se han ofrecido de veinte y dos años a
esta parte»80. Pero, ¿por qué habría de concederle el monarca especial
tratamiento a Cervantes? Como se mencionó anteriormente, no esta-
mos todavía ante el creador del Quijote (lo cual tampoco califica a nadie
para un puesto en los tercios, pues el Quijote ni siquiera era una epopeya,
sino un libro de burlas para los contemporáneos) sino ante un veterano
de las guerras del Mediterráneo, de oscuro linaje y sin medio alguno de
fortuna, poco menos que el hijo de un cirujano-barbero. A pesar de eso,

76
Cervantes, Don Quijote, p. 459. Cito según la versión de Francisco Rico, 1998.
77
Astrana Marín, 1951, vol. III, p. 140.
78
Canavaggio, 1990, p. 100.
79
Fernández Álvarez, 2005, p. 204.
80
Astrana Marín, 1952, vol. IV, p. 455.
56 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Cervantes consigue que Felipe II le encomiende una misión en el Me-


diterráneo, actuando como correo del rey en Orán, la plaza más fuerte
que España mantenía entonces en las costas norteafricanas81. Concluida
la misión, Cervantes regresó a Lisboa, donde durante año y medio se
mantuvo como solicitante del amparo regio. Nada consiguió, por lo
que en noviembre de 1582 decidió volver a Castilla, retomar la pluma
y escribir El trato de Argel.
En este sentido, existe un consenso general entre los historiadores en
que ya antes de que Cervantes cayese cautivo en manos de piratas du-
rante la década de los 60, mucho antes incluso de que Felipe II comen-
zase a reinar (1554) puede observarse una paulatina pérdida de interés
en la expansión de España y Portugal en territorio norteafricano. En
realidad, ambos imperios habían decidido que el proyecto imperial en
el norte de África era más costoso —y dejaba muchos menos dividen-
dos— que el de la expansión atlántica. Valgan los siguientes ejemplos.
En 1516, debido al escaso flujo comercial entre España y el Magreb,
la Corona española prohibió a sus súbditos cualquier tipo de actividad
comercial con el norte de África. Posteriormente, Carlos V, en una carta
dirigida a su hijo, el futuro Felipe II, señalaba que el comercio con Bar-
baría solo reportaba a la Hacienda Real 25.000 ducados en impuestos,
cifra que en 1559 representaba solo la mitad de lo que se les pagaba a
los soldados españoles estacionados en Orán, y que contrastaba nota-
blemente con los 200.000/300.000 ducados anuales provenientes de la
plata americana82.
Además del económico, otros factores de tipo geopolítico favore-
cieron que el interés de la Corona española virara hacia el Atlántico
y la Europa septentrional. En primer lugar, como es bien sabido, dos
meses antes de que Cervantes abandonara Argel en octubre de 1580,
Felipe II y Murad III firmaron una tregua destinada a dar un respiro

81
La cédula en la que se estipula que se pague cincuenta ducados a Cervantes es
el primer documento filipino cuyo protagonista es el propio Cervantes. Cotarelo y
Mori pensaba que la misión tenía por fin alejar a Cervantes de la Corte (Cotarelo
y Mori, 1905, p. 99). Astrana Marín difiere, ya que «para alejar a pretendientes, no
se les da recados de confianza» (1952, vol. III, p. 143). Fernández Álvarez destaca la
poca claridad del documento en cuanto dónde debía comenzar a cobrar la ayuda
de costa: «Confuso comportamiento de la burocracia filipina que podría achacarse
al poco interés del Rey por aquella misión encomendada a Cervantes y no digamos
por su figura» (Fernández Álvarez, 2005, p. 205).
82
Hess, 1978, p. 43.
OBSESIONES FILIPINAS 57

y asegurar la integridad territorial de ambos colosos83. Es significativo


señalar que fueron los enviados del monarca español los que iniciaron
los contactos diplomáticos que culminarían con la firma del acuerdo84,
lo que demuestra un deseo activo del gobierno filipino por poner fin al
conflicto y poder canalizar así sus fuerzas en otros frentes, los protestan-
tes en el norte de Europa y Francia, mientras que en el caso otomano, el
Imperio persa85. Sumado a esto, la muerte del rey Sebastián en la batalla
de Alcazarquivir (1578) supone un punto de inflexión en el panorama
político español y europeo. Felipe II alega derechos al trono lusitano por
ser su madre Isabel de Portugal, y el país lusitano se convierte en la ter-
cera corona de la península, bajo el cetro de Felipe II. Todo el Imperio
portugués —de Brasil a Macao, de Ceuta a Mozambique, de Ormuz a
Malaca— es puesto bajo la autoridad del monarca español86. Clamoroso
ejemplo de que las cosas han cambiado para el destino de Europa es que
Felipe II resida tres años en Lisboa, de 1580 a 158387. Hacia las últimas
décadas del siglo XVI, el Mediterráneo deja de ser el epicentro del mun-
do europeo: este ya está mirando a América.

El trato de Argel (1583)

Se trata de una obra de ficción que es al mismo tiempo documento


histórico, autobiográfico y de denuncia política. Una obra que podría
ser calificada de crítica88. A pesar de no existir ataque o burla directos

83
Sin embargo, «este tratado no incluía la liberación de quienes estaban cautivos
en Argel y otras ciudades bajo el control del imperio turco» (Fernández, 2001, p. 8).
84
Hess, 1978, p. 99.
85
Durante la época de mayor actividad de la piratería magrebí durante el siglo
XVI, había en Argel unos 25.000 cautivos, en Túnez 15.000 y en Trípoli unos 4.000,
de acuerdo con los cálculos de Diego de Haedo y el padre Dan (García Arenal,
1992, p. 212).
86
Pérez, 1999, p. 307.
87
Como afirma Braudel, Lisboa era «an excellent headquarters from which to
rule the Hispanic world, certainly better placed and better equipped than Madrid in
the wilds of Castile, particularly when the king chief ’s concern was the new battle
for control of the ocean» (Braudel, 1972, vol. II, pp. 1184-1185).
88
«Todo indica que Los tratos de Argel se escribió a principios de la década de
1580» (Fernández, 2001, p. 8). Es decir, que debe datarse sobre la primera etapa
del teatro cervantino, como así lo nota el propio autor en el prólogo de sus Ocho
comedias y ocho entremeses.
58 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

hacia la figura del monarca, sí que podemos entrever una actitud crítica
hacia determinadas decisiones políticas por parte del gobierno español.
En concreto, Rey Hazas sugiere que Cervantes critica la decisión de
Felipe II de anexionar Portugal y abandonar en cambio el proyecto
de ocupar Argel mediante el envío de una expedición armada89. No
obstante, esta actitud crítica no exime que al mismo tiempo Cervantes
exhiba una visión profundamente patriótica, hecho que a nuestro pare-
cer la crítica no ha destacado lo suficiente. La obra es rotundamente na-
cionalista90. Esto se observa bien en un pasaje de la cuarta jornada.Yzuf,
renegado español, entrega al rey de Argel un esclavo español que acaba
de intentar huir. El rey le pregunta su procedencia, y el joven esclavo le
responde que «En Málaga nacido»91. Para el rey el ser español es sinóni-
mo de arrogancia: «Bien lo mu[e]stras en ser ansí atrevido»92, por lo que

89
«El significado político de la obra, en consecuencia, no por indirecto dejaba
de estar menos claro: su reproche crítico se proyectaba sin paliativos sobre el inmen-
so poderío guerrero español que amenazaba Portugal, y cuya gloria se veía menos-
cabada por la absoluta indefensión en que, al mismo tiempo, dejaba a los cautivos
de la ciudad norteafricana» (Rey Hazas, 1998, p. 446). Ante esto cabe preguntarse
cómo o por qué iba Cervantes a criticar el derecho de Felipe II al trono de Portugal,
cuando se trataba del candidato con más derechos.
90
Por cuestiones de espacio nos vemos obligados a soslayar la cuestión de
si es posible hablar de sentimiento nacional o nacionalismo antes de la Edad
Contemporánea, la elegida por trabajos como los de Benedict Anderson (1991) o
Eric J. Hobsbawm (1990), que son los que marcan la pauta de los actuales estudios
sobre nacionalismo. A favor de utilizar, como hacemos, estos términos («creación
nacional», «nacionalismo») más comúnmente usados en contextos decimonónicos
o posteriores, está en primer lugar el hecho de que, desde Van Horne (1927), toda
la crítica que trata el tema en El Bernardo habla de patriotismo o nacionalismo. En
segundo lugar, están los argumentos aportados por varias escuelas de pensamiento,
entre la que destaca la etnosimbolista, y que Veronika Ryjik ha resumido y aplicado
admirablemente al estudio del Siglo de Oro español (Ryjik, 2011). En la tradición
hispánica, ya Maravall habló de «nación» o «protonación» (Maravall, 1972, vol. I, pp.
471-473).
91
Cervantes, El trato de Argel, v. 2344. Cito según la versión de Sevilla Arroyo y
Rey Hazas, 1987. A partir de ahora solo se indicará los números de versos.
92
Cervantes, El trato de Argel, v. 2345. Era lugar común en la época decir que el
español era arrogante (Défourneaux, 1971, p. 23). Lope de Vega, en sus obras sobre
Flandes, comenta también acerca de este vicio de los españoles. En una de estas, un
personaje holandés afirma que «es natural la arrogancia en el ánimo español» (Lope
de Vega, Don Juan de Austria en Flandes, p. 382). En El soldado amante, la reina holan-
desa comenta que su pretendiente español parece arrogante incluso en pinturas (en
Rodríguez Pérez, 2008, p. 131).
OBSESIONES FILIPINAS 59

ordena apalear y azotar al esclavo hasta la muerte. Mientras lo azotan, el


rey destaca dos cualidades del carácter español: la valentía y la fidelidad93:

¡No sé qué raza es esta destos perros


cautivos españoles! ¿Quién se huye?
Español. ¿Quién no cura de los hierro[s]?
Español. ¿Quién hurtando nos destr[uye]?
Español. ¿Quién comete otros mil yerros?
Español, que en su pecho el Cielo influye
un ánimo indomable, acelerado,
al bien y al mal contino aparejado.
Una virtud en ellos he notado:
que guardan su palabra sin reveses,
y en esta mi opinión me han confirmado
dos caballeros Sosas portugueses94.

Al igual que en la «Epístola» de 1577, Cervantes expresa su anhelo


de ser recibido por Felipe II. Mas existe una pequeña variante entre
ambos textos. Mientras que en la primera confiaba en la intercesión del
secretario:

Si vuestra intercesión, señor, me ayuda


a verme ante Filipo arrodillado95,

en El trato interpela directamente al monarca, a través de su alter ego, el


cautivo Saavedra:

...si la suerte o si el favor me ayuda


a verme ante Filipo ar[r]odillado,
mi lengua balbuciente y casi muda
pienso mover en la real presencia96.

93
«El nacionalismo de Los tratos no es castellanista, sino directa y claramente
español» (Rey Hazas, 1998, p. 443). Se trata de una actitud que, como se verá, con-
trasta con La Numancia, donde se identifica a Castilla con España.
94
Cervantes, El trato de Argel, vv. 2354-2365.
95
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 344.
96
Cervantes, El trato de Argel, vv. 415-419.
60 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Cervantes le pide al monarca —le ruega— que desista de su intento


de anexión de Portugal, y dirija sus fuerzas a liberar a los más de 15.000
cautivos españoles que penaban en Argel. Como señala Rey Hazas, pa-
rece intencionado que el llanto de Saavedra se sitúe inmediatamente
después de que Leonardo aluda a la reunión de un ejército español a las
puertas de Portugal:

Dice el número cierto que ha pasado


de soldados a España forasteros,
sin los tres tercios nuestros que han bajado;
los príncipes señores caballeros,
que a servir a Filipo van de gana;
[...]
que en Badajoz hacer el rey pretende
de la pujanza de la unión cristiana97.

Cervantes parece estar mencionando en estas líneas a las fuerzas reu-


nidas por Felipe II en 1580 para la conquista de Portugal, al mando del
duque de Alba.
La historiografía más reciente ha señalado que Felipe II y sus mi-
nistros consideraban que la anexión de Portugal era prioritaria para los
intereses españoles98. A este respecto, un consejero real llegó incluso a
comentar que: «En términos de utilidad, beneficio y afianzamiento de
España [...] la unión de las coronas de Portugal y Castilla importa mu-
cho más que la reconquista de los Países Bajos»99. Asimismo, la opinión
pública española parece que estaba de acuerdo con la invasión de Portu-
gal100. Cervantes, por tanto, al oponerse a la invasión de Portugal, devie-
ne voz discordante dentro de la opinión mayoritaria española, aunque
no ciertamente de los que habían sufrido cautiverio101. De todos modos,
aunque Cervantes critica los designios expansionistas de la Monarquía

97
Cervantes, El trato de Argel vv. 381-389.
98
El propio deseo del monarca jugó un papel relevante en la decisión de ac-
ceder al trono portugués. No hay que olvidar que su madre era portuguesa y la
primera lengua que habló era el portugués, ya que portuguesas fueron sus primeras
damas de compañía.
99
En Parker, 1999, p. 168.
100
Sobre este tema ver Bouza, 1987.
101
En La Numancia, como se estudiará más adelante, Cervantes se muestra de
acuerdo con la invasión de Portugal.
OBSESIONES FILIPINAS 61

Hispánica, deja indemne la figura del Rey Prudente. Solo debe recor-
darse la siguiente escena de El trato de Argel. En la tercera jornada, «dos
muchachillos moros» se mofan de dos esclavos cristianos, recordándoles
que el héroe de Lepanto, don Juan de Austria, no podrá rescatarlos:
«¡Don Juan no venir; acá morir!». A esto responden los esclavos:

Vendrá su hermano, el ínclito Filipo,


el cual, sin duda, ya venido hubiera
si la cerviz indómita y erguida
del luterano Flandes no ofendiese
tan sin vergüenza a su real corona102.

Cervantes justifica así el olvido de Felipe II de los cautivos de Ar-


gel. La historia confirma la frase de los esclavos. Parker señala cómo,
en opinión del rey, encontrar una solución inmediata y permanente al
conflicto holandés constituyó una tarea urgentísima. El mismo Felipe
II lo confiesa en una carta: el asunto de los rebeldes protestantes en los
Países Bajos es «el mayor negocio y de mayor importancia que he teni-
do ni podré tener»103. Por otra parte, en la Europa de la época, se pensaba
que dejar sin castigar una rebelión era un asunto muy serio: se creía que
afectaba a la reputación del gobernante, que incitaba a la rebelión en
otros territorios de la monarquía, y que era una ofensa contra Dios y su
orden establecido, esto es, contra su representante, el monarca. A esto se
añadía el hecho de que la rebelión de los Países Bajos era especialmente
grave pues este territorio era el más rico de la monarquía. El texto de
El trato cita muchas veces al Rey Prudente, como si Cervantes confiase
en que finalmente se decidiese a enviar una armada a Argel. En cambio,
ni una sola vez aparece su figura en Los Baños, como si Cervantes se
redimiera así del olvido de su monarca. Ahora bien, esto podría deberse
a que la obra fuera redactada después de 1598, año en que Felipe III
sucedió en el trono a su padre. Entonces, ¿por qué no confía Cervan-
tes en una enérgica respuesta al problema argelino por parte del joven
monarca? Como dice Bartolomé Bennassar: «Felipe III había sido un
personaje insustancial, sin imaginación ni el más mínimo carisma»104.
¿Qué ayuda se podía esperar de semejante rey fantoche, que incapaz de

102
Cervantes, El trato de Argel, vv. 1527-1531.
103
En Parker, 1999, p. 230.
104
Bennassar, 2001, p. 200.
62 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

gobernar él mismo, dejó que su ambicioso y corrupto valido, el duque


de Lerma, devorase la Hacienda Real?

La Galatea (1585)

Para Fernández Álvarez, este cambio de tono puede apreciarse en


la primera obra publicada por Cervantes, la novela pastoril La Galatea
(1585). Aquí, por vez primera, Cervantes censuraría al monarca, aunque
todavía no de manera abierta. Mas antes de entrar en el examen de esta
obra, es necesario señalar que, tras su regreso a Madrid, Cervantes reanuda
antiguas amistades, sobre todo con los poetas Luis Gálvez de Montalvo
y Pedro Laínez. ¿Por qué es relevante esto? Pues porque parece que a los
tres amigos les uniría lo siguiente: su común antipatía por Felipe II105.
Laínez, a quien Cervantes califica en La Galatea de «verdadero amigo»106
y «extremo de discreción y sabiduría»107, había sido ayuda de cámara del
infante don Carlos hasta la detención del príncipe en enero de 1568. En
cuanto a Gálvez de Montalvo, a quien el cura en el Quijote llama «muy
discreto cortesano»108 —el creador de El pastor de Fílida (1582)—, su caso
es cuanto menos intrigante, y puede ayudar a arrojar luz sobre la opinión
que el círculo cercano de amistades de Cervantes tenía acerca de Felipe
II. Parece que durante 1567-1568, Gálvez de Montalvo se vio envuelto en
una turbulenta trama amorosa en la que tuvo como rival al propio Felipe
II. Ambos se habían interesado en una dama de la Corte, doña Magdalena
Girón. Parece ser que la muchacha se enamoró de Gálvez de Montalvo,
pero el rey y la familia de aquella intercedieron y presionaron para que
se casara con un noble portugués. Según Astrana Marín, al igual que en
La Galatea de Cervantes, Gálvez de Montalvo en esta novela bucólica en
siete libros ocultó de manera literaria las claves de su desgraciado periplo
amoroso en la Corte de Felipe II. «Alguno ha tenido fuerza en la tierra
para espantarla toda y no ventura para que allí se admita su voluntad»109,
escribirá Montalvo en El pastor de Fílida. El citado erudito cree que esta

105
Fernández Álvarez, 2005, p. 226.
106
Cervantes, La Galatea, p. 523. Cito según la versión de López Estrada y López
García-Berdoy, 1999.
107
Cervantes, La Galatea, p. 453.
108
Cervantes, Don Quijote, p. 86.
109
Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, p. 206.
OBSESIONES FILIPINAS 63

cita alude a la firme oposición de Felipe II a los amores entre Montalvo


y Girón, afirmando que «Llegó a conocer Felipe II estas frases, claro re-
cuerdo de su fracaso amoroso con doña Elena, [...] de la ira del Rey tuvo
patente demostración más adelante»110. En 1585, ya pasado el espinoso
asunto amoroso, Montalvo intentó publicar un libro devoto en verso titu-
lado Las doce elegías de Cristo. Aunque la obra pasó la censura y se le otorgó
la licencia, Felipe II prohibió su publicación. Astrana Marín comenta que
Felipe II tenía «el rencor tenaz», como lo demostrara con Gálvez de Mon-
talvo, Antonio Pérez o fray Luis de León111.
Cervantes, pues, al poco tiempo de regresar de su cautiverio en Ar-
gel, «habiendo apenas salido de los límites de la juventud»112, se decide
a publicar su primera obra extensa, la novela pastoril La Galatea (1585).
Como dice López Estrada, aunque fue la primera obra de calibre lite-
rario que publicó, «no hay que creer por ello que era fruto de un inge-
nio inmaduro»113. A propósito de su historicidad, Avalle-Arce sostiene
que solo tres de las identificaciones de sus personajes son seguras: Tirsi
sería Francisco Figueroa; Meliso, don Diego Hurtado de Mendoza, y
Astraliano sería don Juan de Austria. De todos modos, no le conce-
de demasiada importancia, pues el tema se sitúa «en la periferia de la
literatura»114. En cambio, el mencionado López Estrada cree que se trata
de «una de las más importantes cuestiones de la novela pastoril [...] la
historicidad posible del relato y, como consecuencia, de la identificación
de la anécdota argumental con algún episodio de la Corte»115. Solo hay
que recordar que la supuesta historicidad es parte consustancial del gé-
nero pastoril, como puede verse en La Diana de Montemayor o El pastor
de Fílida, de Gálvez de Montalvo, por citar los referentes más conocidos
y directos. Por otra parte, en el prólogo de La Galatea, el propio Cervan-
tes afirma que «muchos de los disfrazados pastores de ella lo eran solo

110
Astrana Marín, vol. III, p. 225. Según Astrana Marín, Cervantes «conocía
aquellos acontecimientos a fondo». Por eso, en el Coloquio de los perros, la dama de
Nicolás el Romo comenta que «el gran pastor de Fílida, único pintor de un retrato,
había sido más confiado que dichoso», aludiendo quizás a los desafortunados amores
de Gálvez de Montalvo y Girón (Astrana Marín, vol. III, p. 226). Estas ideas, aunque
sugerentes, no están corroboradas por la documentación.
111
Astrana Marín, vol. III, p. 229.
112
Cervantes, La Galatea, p. 156.
113
López Estrada, 1948, p. 3.
114
Avalle-Arce, 1961, vol. I, p. XXX.
115
López Estrada, 1948, p. 157.
64 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

en el hábito»116, en alusión quizá al trasfondo histórico de los personajes


mencionados en la obra. En el caso de Cervantes, esta propensión a
la historicidad está ampliamente reforzada. Solo hay que recordar que
Tirso de Molina, en el acto primero de El castigo del penseque (1613)
sugería que Cervantes insertaba acontecimientos de la realidad en sus
obras literarias

Don Rodrigo: ¿Hay sucesos semejantes?


Chinchilla: Cuando los llegue a saber
Madrid, los ha de poner
en sus novelas Cervantes.
Aunque en el tomo segundo
de su manchego Quijote
no estarán mal por ese mundo
las ancas de Rocinante,
o el burro de Sancho Panza117.

Es comúnmente aceptado que uno de los pastores de La Galatea, Lau-


so, representa a Cervantes (un Cervantes poetizado, desde luego). Fernán-
dez Álvarez observa que su entrada se produce ya avanzada la obra, con lo
que esta podría pasar desapercibida, hasta cierto punto118. No sería difícil
imaginar que Cervantes se protegería de este modo de la censura, pues su
canción, cantada a través de otro pastor, Damón —quien la había toma-
do «toda en la memoria»— podría ser leída como una invectiva contra
Felipe II y sus ministros. Lauso/Cervantes comienza quejándose de que
todo —de ahí la alusión a los cuatro elementos— le había sido contrario
en la vida:

a quien el fuego, el aire, el mar, la tierra


hacen contino guerra,
todos en su desdicha conjurados,
que se remata y cierra
con la corta ventura de sus hados119.

116
Cervantes, La Galatea, p. 158.
117
Tirso de Molina, El castigo del penseque, vv. 764-773.
118
Fernández Álvarez, 2005, p. 244.
119
Cervantes, La Galatea, p. 409.
OBSESIONES FILIPINAS 65

A continuación Cervantes lanza una crítica contra la figura del pri-


vado, de quien se dice que su poder no está a la altura de lo que su
soberbia pareciera implicar:

Poco allí le fatiga el rostro grave


del privado, que muestra en apariencia
mandar allí do no es obedecido120,

Según Fernández Álvarez, a continuación Lauso Cervantes men-


ciona con amargura al Rey Prudente, que no hizo nada por él cuando
estaba cautivo en Argel y que no quiso darle audiencia ni en Madrid
ni en Lisboa. Cervantes se referiría a las largas estancias del monarca en
El Escorial («vive bien cerca de su aldea»); a su ingratitud («el ingrato
pecho»); a los servicios prestados por Cervantes («sus servicios»); y a
la indiferencia, fingida o no («no le veréis que pene») que dice sentir
finalmente:

No le levanta el brío
saber que el gran monarca invicto vive
bien cerca de su aldea;
y, aunque su bien desea,
poco disgusto en no verle recibe;
[...]
No le veréis que pene
de temor que un descuido, una nonada,
en el ingrato pecho
del señor el derecho
borre de sus servicios, y sea dada
de breve despedida la sentencia121.

Como recuerda Fernando Bouza en un estudio dedicado a las críticas


hacia Felipe II en el entorno cortesano, «[B]ajo esta apariencia de ala-
banza de aldea se encuentra un espacio apropiado para criticar la vida de
palacio»122. Bouza no se refiere aquí a la novela pastoril en concreto, pero
la idea es igualmente aplicable, pues en el género bucólico existe implícito
el leitmotiv horaciano de la alabanza de aldea y menosprecio de corte. De

120
Cervantes, La Galatea, pp. 410-411.
121
Cervantes, La Galatea, p. 412.
122
Bouza, 2000, p. 164.
66 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

todos modos, resulta sorprendente que Cervantes se atreviera a insertar


tales versos en La Galatea, pero aún más, que estos pudieran eludir la cen-
sura real. Quizá el hecho de que estuviera casi al final de la obra pastoril,
en un lugar poco destacado, quizá porque se enuncian bajo una máscara
poética, el pastor Lauso, y debido al hecho de que Cervantes fuese un au-
tor casi desconocido hicieron que no se les prestase la debida atención. En
realidad, hay que destacar que los versos en cuestión son muy generales y
tan encubiertos (si hay algo encubierto) que debe pensarse más bien en
una retórica clásica de crítica a los malos reyes en general.

La Numancia (1582)

Capítulo aparte casi merece, por su importancia, La Numancia (1582),


obra cargada de resonancias políticas, inspirada en la derrota de Numancia
a manos de Escipión en el 134 a.C.123 Según recoge Alfredo Hermene-
gildo en su excelente edición, Cervantes debió redactarla «entre junio de
1581, fecha de la anexión de Portugal por Felipe II y a la que se hace alu-
sión en ella, y marzo de 1585, en que se firma el contrato con Porres»124.
En cuanto a las fuentes que narran el asedio, dicho crítico las señala: Poli-
bio, Tito Livio (perdidas), Estrabón. Las fuentes en la que se inspiró Cer-
vantes son la Historia romana de Appiano, la historia de Floro, la Crónica
general de España de Florián de Ocampo y su continuación por Ambrosio
de Morales, publicada en Alcalá de Henares en 1574. Hermenegildo seña-
la algunas variantes del hecho histórico. Appiano recoge que muchos nu-
mantinos se suicidaron, otros se vendieron como esclavos y el resto, unos
cincuenta, fueron llevados como prisioneros a Roma. Floro, en el siglo II,
introdujo el motivo de que todos los numantinos se suicidaron colectiva-
mente, por lo que Escipión no pudo llevar prisionero alguno a Roma y
disfrutar del triunfo ante la población romana125. Asimismo, en un artículo

123
En su edición del texto, el estudioso señala la escasa información que te-
nemos sobre la puesta en escena y representación de la obra, y recuerda un pasaje
del Quijote donde se apunta que dicha pieza y otras obras «de algunos entendidos
poetas han sido compuestas para fama y renombre suyo, y para ganancia de los
que la han representado». Esto hace suponer, según dicho crítico, que la obra «fue
presentada en el corral y dio dinero a quien la llevó a las tablas» (Hermenegildo,
1994, p. 10).
124
Hermenegildo, 1994, p. 10.
125
Hermenegildo, 1994, p. 15.
OBSESIONES FILIPINAS 67

fundamental,Willard F. King señala varios paralelismos entre La Numancia


y las Epístolas familiares de Antonio de Guevara (siguiendo aquí una intui-
ción de Schevill y Bonilla), la citada obra de Ambrosio de Morales y La
Araucana, de Ercilla126. En cuanto al contenido imperialista o no de la obra,
se han vertido las más dispares interpretaciones críticas. James Y. Gibson,
destaca la importancia del elemento histórico y épico, aunque de forma
un tanto simplista añade que la obra «is simply a glorious page in Spanish
history converted into sounding verse»127. Francisco Ynduráin comenta
que en La Numancia «lo que Cervantes ha ido a buscar es un momento
glorioso de nuestra historia, glorioso a pesar de lo adverso [...] no hay en
el resto de su obra un monumento de tal plenitud en la exaltación del
heroísmo nacional»128. Por su parte, en su importante edición del drama
cervantino, Ricardo Doménech comenta que Cervantes «encontró en
Numancia un pretexto [...] para hablar a los españoles de su tiempo de
la grandeza española que estaban viviendo y protagonizando»129. En su
edición del texto, Robert Marrast destaca el componente nacionalista de
una obra nacida dentro del contexto contrarreformista de la España de
Felipe II. Asimismo, señala cómo La Numancia puede ser leída como un
manual sobre la ciencia de la guerra, guerra que por otro lado, según el
citado estudioso, era justa para los españoles de la época: «España triunfará
cuando la causa que defienda sea la de Dios, cuando sus soldados comba-
tan por una causa santa: contra los moriscos de las Alpujarras, contra los
herejes de Flandes, contra los secuaces de Mahoma»130.Vicente Gaos, en
cambio, niega el componente imperialista de la obra: «Cervantes nunca
fue “imperialista”, no era Lope, ni tuvo por ideal, como Acuña,“un impe-
rio, un monarca y una espada”. La Numancia no es imperialista, ni bélica,
sino pacifista»131. En particular, el significado de la profecía laudatoria del
Duero, en la que se anuncia la futura gloria del Imperio español, ha sido
motivo de controversia entre los críticos de la obra, que de nuevo oscilan
entre cantar las glorias imperiales del fragmento o señalar su presunto

126
King, 1979.
127
Gibson, «Introduction», p. XI.
128
Ynduráin, 1964, p. 24.
129
Doménech, 1967, p. 14.
130
Marrast, 1961, p. 20. En otra obra, el erudito señala que «Pour les sujets de
Philippe II, qui en vérité se trouvaient alors plus souvent dans la situation des soldats
de Scipion que dans celle des Numantins, elle est aussi une leçon de gloire posthu-
me, que seule la justice de Dieu peut accorder» (Marrast, 1957, p. 31).
131
Gaos, 1979, p. 134.
68 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

tono crítico. Un ejemplo del segundo grupo es De Armas, para quien La


Numancia de Cervantes constituye una obra antiimperialista y en parti-
cular una crítica al gobierno de Felipe II. De Armas fija su atención en
el discurso del Duero y afirma: «Although the Duero speech seems to be
praising the “golden age” of Philip II, it is actually looking back at the
days of Fernando and Isabel as the perfect time when spiritual and secular
rules lived in harmony»132. En nuestra opinión, estas lecturas que apuntan
a un supuesto antiimperialismo de la obra, aunque muy sugestivas, no
están refrendadas suficientemente por el texto. Hermenegildo ofrece una
revisión sugestiva del asunto, intentando demostrar la complejidad del
asunto, a partir de los trabajos anteriores, y a través de «los imperativos
de una sociedad marcada por desigualdades y presiones de unas regiones
sobre otras, de unas Españas sobre otras»133. Según esta lectura de varios
niveles superpuestos, Escipión representa al general romano y a don Juan
de Austria. El general es alabado mientras que la Roma imperial es des-
preciada. Numancia es a un tiempo España y los moriscos aplastados de
las Alpujarras, mientras que por extensión, los sitiadores romanos son tam-
bién trasunto de la Monarquía Hispánica. En nuestra opinión, esta lectura
es la más completa de las que se hayan hecho hasta ahora de la pieza, pues
no pretende cancelar sus ambigüedades ni agotar sus significados, sino tan
solo señalar la riqueza de sus ambivalencias.
En La Numancia se celebra la anexión de Portugal sin paliativo al-
guno, y se afirma que vendrá a completar la unidad de los cinco reinos
peninsulares y fortalecer a la Monarquía Hispánica:

Debajo de este imperio tan dichoso


serán a una corona reducidos,
por bien universal y a tu reposo,
tus re[in]os, hasta entonces divididos.
El girón lusitano, tan famoso,
que un tiempo se co[r]tó de los vestidos
de la ilustre Castilla, ha de asirse
de nuevo y a su antiguo ser venirse134.

132
De Armas, 1998, p. 52.
133
Hermenegildo, 1994, p. 23.
134
Cervantes, La Numancia, vv. 513-520. Cito según la edición de Hermenegildo,
1994.
OBSESIONES FILIPINAS 69

Cervantes estuvo de acuerdo con la anexión del reino lusitano, que


servirá para acrecentar los dominios filipinos y de reparación futura por
la afrenta sufrida por los numantinos:

¡Qué envidia, qué temor, España amada,


te tendrán mil naciones extranjeras,
en quien tú ceñirás tu aguda espada
y tenderás triunfando tus banderas!
Sírvate esto de alivio en la pasada
ocasión, por quien lloras tan de veras,
pues no puede faltar lo que ordenado
ya tiene de Numancia el duro hado135.

Primero, se señala que la anexión se realizaría respetando la costum-


bre de los reyes Habsburgo de mantener la unidad (concordia) dentro
de la heterogénea diversidad de los reinos de la Monarquía Hispánica.
Como señala el jurista del XVII Juan de Solórzano Pereira (y esta es la vi-
sión de Cervantes en La Numancia): «los reinos se han de regir y gober-
nar como si el rey que los tiene juntos lo fuera solamente de cada uno
de ellos»136. Como apunta Elliott en otra obra, el Rey Prudente «chose
to take over his new inheritance on terms similar to those on which
his predecessors had in earlier generations taken over newly inherited
kingdoms and provinces —namely, by guaranteeing their distinctive
rights and forms of government»137. Cervantes usa imágenes análogas
a las desplegadas por los partidarios de la causa filipina. Esto puede ob-
servarse, por ejemplo, en los grabados contenidos en el Diálogo llamado
Filipino, del jurista Lorenzo de San Pedro, cuyo propósito era apoyar la
candidatura del monarca español. El Diálogo es de un interés excepcio-
nal pues incluye emblemas y jeroglíficos que sirven como argumentos
justificatorios con los que un personaje llamado Bético intenta persua-
dir a otro, de nombre Lusitano, para que abandone su «doloroso llanto
por el serenísimo Rey don Sebastián» y abrace la causa de Felipe II138.

135
Cervantes, La Numancia, vv. 521-528.
136
Elliott, 1977, p. 14.
137
Elliott, 1991, p. 51.
138
En Bouza, 1998, p. 76. Por supuesto que no sugerimos que Cervantes tuviese
acceso a dicho documento. Si lo traemos a colación es porque se trata de una buena
muestra del tipo de pruebas esgrimidas por los partidarios de Felipe II en la sucesión
portuguesa, y que incluía un fuerte componente mesiánico.
70 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Figura 1. Monarquía de España.


Lorenzo de San Pedro, Diálogo llamado Filipino, Biblioteca de El Escorial.
OBSESIONES FILIPINAS 71

En uno de dichos jeroglíficos aparece una mano con todos los dedos
extendidos excepto el corazón. Bouza comenta que la mano representa
a España, y cada uno de los dedos corresponde a los cinco antiguos rei-
nos cristianos: Castilla, Aragón, Navarra, y Portugal. A esta última «le ha
caído en suerte ser el dedo corazón de esa peculiar mano de reinos»139.
Solo falta que Portugal reconozca a Felipe II para que dicho dedo se
extienda y quede la palma de la mano abierta, como símbolo «de la
prosperidad y de la liberalidad» que la anexión del país lusitano traería
para Castilla y por extensión, España140. No es casualidad que una de las
acepciones para el término «mano» sea la de «dominio, imperio, señorío
y mando que se tiene sobre alguna cosa»141.
La mano es un símbolo asociado al poder, y parte de este significa-
do simbólico adscrito a esta puede percibirse en la acotación que sirve
para introducir el personaje de España y el río Duero casi al principio
de la obra. El autor hace salir a escena a una doncella que representa a
España: «Vanse y sale España, coronada con unas torres, y trae un castillo
en la mano, que significa España»142. Fernández Álvarez interpreta que
«para Cervantes, Castilla personificaba España»143. Esta es una explica-
ción muy lógica, pero que no agota otras muy posibles, porque desde
un punto de vista gramatical, podría argüirse que el antecedente de
«España» puede ser «mano», con lo que la alegoría cervantina guardaría
una semejanza casi exacta al mencionado emblema de la monarquía de
España, de Lorenzo de San Pedro. Esta alusión a la «mano» como em-
blema de la monarquía aparece insinuada otra vez en los últimos versos
del discurso, cuando el Duero realice una pomposa laudatio de Felipe
II, del que se dice que llevará a la Monarquía Hispánica a su máximo
esplendor:

Pero el que más levantará la mano


en honra tuya y general contento,
haciendo que el valor del nombre hispano

139
Bouza, 1998, p. 74.
140
Bouza, 1998, p. 74.
141
Aut, s.v. «mano». Relacionado con esto, Cirlot recuerda que para los romanos,
el término latino manus podía simbolizar «la autoridad del pater familias y la del em-
perador; por ello aparece rematando algunos signa de las legiones en vez del águila»
(Cirlot, 2006, p. 304).
142
Cervantes, La Numancia, p. 72.
143
Fernández Álvarez, 2005, p. 261.
72 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

tenga entre todos el mejor asiento,


un rey será, de cuyo intento sano
grandes cosas me muestra el pensamiento.
Será [l]lamado, siendo suyo el mundo,
el segundo Felipe sin segundo144.

El río Duero comienza recordando que la Roma imperial que opri-


me ahora a los numantinos quedará bajo el futuro dominio hispano:

tiempo vendrá, según que así lo entiende


[el] saber que a Proteo ha dado el cielo,
que estos romanos sean oprimidos
por lo[s] que agora tienen abatidos145.

Esto se efectuará primero a mano de los godos, quienes

...con vistoso arreo,


deja[rá]n de su fama el mundo lleno146.

y posteriormente del duque de Alba («el grande Albano»), quien

...hará que se retire


el español ejército, sencillo
no de valor, sino de poca gente,
pues que con ella hará que se le aumente147.

144
Cervantes, La Numancia, vv. 505-512.
145
Cervantes, La Numancia, vv. 469-472.
146
Cervantes, La Numancia, vv. 477-478.
147
Cervantes, La Numancia, vv. 493-496. Cervantes se refiere aquí a los sucesos
de 1556. El recién nombrado papa Pablo IV criticó reiteradamente la política y las
acciones del emperador Carlos V, y comenzó en Roma una persecución de varias
familias nobles, incluyendo los Colonna, de quien el Emperador era aliado. Enrique
II de Francia estimó que era una coyuntura óptima para establecer una alianza
con Roma, que se firmó en octubre de 1555. En respuesta, Carlos V envió a Alba
a Roma al frente de un ejército, que invadió los Estados Pontificios pero que no
entró en Roma, pues el Sumo Pontífice pidió una tregua de cuarenta días, que le
fue concedida por el duque. Kamen comenta: «La posibilidad de conflicto con el
papado fue una de las pruebas más duras a las que Alba tuvo que enfrentarse. Iba
en contra de todos sus principios de incuestionable lealtad a la autoridad y cabeza
visible de la cristiandad» (Kamen, 2005, p. 90). La mención de Cervantes al duque
OBSESIONES FILIPINAS 73

La referencia al duque de Alba es fundamental. La crítica ha tendido


a ver en la figura de Escipión un trasunto de don Juan de Austria, hijo
natural de Carlos V y por tanto hermano bastardo de Felipe II, por mo-
tivos obvios. Fue, en palabras de Braudel, «a gifted leader of spirit and
courage»148. Capitaneó las fuerzas de la Santa Liga en Lepanto (1571),
aplastó la rebelión de las Alpujarras (1569-1571), y consiguió algunos
éxitos notables durante la rebelión de los Países Bajos. Es evidente que
se trata de una figura histórica por la que Cervantes tenía simpatía. Sin
embargo, la caracterización psicológica de Escipión y la estrategia militar
desplegada durante el asedio numantino no concuerdan con los datos
históricos que poseemos sobre don Juan. Aunque su atractivo personal
y talento militar eran innegables, era de carácter irascible e impetuoso.
Parker comenta: «irascible y arrogante, don Juan ambicionaba mayor glo-
ria y recompensas más tangibles»149. Parker se refiere a los deseos de don
Juan de fundar un reino en el norte de África (conquistó Túnez en 1573
para perderlo un año después) o en Inglaterra (con el apoyo del papa, que
propuso enviar una expedición para destronar a Isabel), planes que, ló-
gicamente, nunca fueron apoyados por el Rey Prudente, que llegó a ver
en don Juan un verdadero problema150. En realidad, la figura de Escipión
parece estar inspirada más bien en la del duque de Alba (1507-1582), el
militar español más famoso y reputado de su época, y considerado como
el fundador principal de la escuela española de estrategia militar151. En
particular, el exitoso asedio empleado por el general romano recuerda el
uso de las tácticas fabianas por parte de Alba152. La táctica que Escipión

de Alba es significativa, pues las acciones de este, en el caso concreto aquí comenta-
do, supusieron la supeditación de la esfera religiosa (Papa/Roma) al poder temporal
(Felipe II/España).
148
Braudel, 1972, vol. II, p. 1068.
149
Parker, 1984, p. 161.
150
Felipe II encargó a su secretario real Antonio Pérez que le mantuviera infor-
mado de los movimientos del vencedor de Lepanto, aunque el secretario y don Juan
acabaron por entenderse bien (Parker, 1984, pp. 161-162).
151
Para las doctrinas de Alba y su sistema de entrenamientos, ver González de
León, 2009, especialmente pp. 49-88.
152
El adjetivo «fabiano» hace referencia al general romano Fabio Máximo
Cunctator, que consiguió notables éxitos militares contra los cartagineses gracias a
la táctica de evitar el combate, con el fin de desgastar al enemigo y desalentarlo. Estas
tácticas fabianas fueron usadas por Alba a lo largo de su carrera. Tradicionalmente,
los Habsburgo habían confiado en la estrategia de acumular una fuerza militar
enorme con el fin de vencer a sus enemigos con rapidez. Esta táctica se empleó en
74 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

utiliza para derrotar la ciudad numantina consiste en evitar el tradicional


cuerpo a cuerpo, sometiendo a los numantinos al desgaste, al hambre y a
la sed, con el fin de minar su moral y su capacidad de combate:

Pienso de un hondo foso rodearlos


y por hambre insufrible he de acabarlos153.

Este tipo de guerra, poco vistosa pero altamente eficaz, solo puede
llevarse a cabo gracias a la organización, orden y disciplina impuestos
por un gran estratega. Por eso Escipión recalca que

El esfuerzo regido con cordura


allana al suelo las más altas sierras154,

Ante el desconcierto de sus soldados, extrañados ante el nuevo tipo


de hacer guerra, él se convertirá en el modelo a emular:

Yo mismo tomaré el yerro pesado


y romperé la tierra fácilmente.
Haced todos cual yo veréis que hago
tal obra, con que a todos satisfago155.

El hermano de Escipión, Quinto Fabio, reconoce el sentido práctico


de la nueva estrategia:

las campañas contra los protestantes, Francia o Guillermo de Orange. Alba, además,
combinó esta táctica con la guerra de desgaste, con la que obtuvo notables victo-
rias, como en el asedio de Perpiñán (1542) en la campaña del Danubio (1546) en
Muhlberg (1547) o contra Guillermo de Orange en 1572, cuando este decidió in-
vadir los Países Bajos. Es importante señalar que, al igual que las tácticas de Escipión
son criticadas por los numantinos, el tipo de estrategias usadas por el duque de
Alba fueron motivo de controversia en su época. Para algunos, como Luis de Ávila
y Zúñiga, cronista de las guerras de Alemania, esta era una táctica adecuada. Para
Karl Brandi, en cambio, esta estrategia rayaba en lo pusilánime. Maltby opta por un
juicio intermedio, pues cree que lo que hizo él fue adaptarse a las circunstancias de
cada batalla, implementando «pragmatic responses to specific situations» (Maltby,
1983, p. 55).
153
Cervantes, La Numancia, vv. 319-320.
154
Cervantes, La Numancia, vv. 13-14.
155
Cervantes, La Numancia, vv. 333-336.
OBSESIONES FILIPINAS 75

pues fuera conocido desvarío


y temeraria muestra de locura
pelear contra el loco airado brío
de estos desesperados sin ventura.
Mejor será encerrarlos, como dices
y quitar[l]es al brío las raíces156.

El plan trazado por Escipión, por tanto, aunque sorprende e irrita a


los numantinos, que dudan de la honorabilidad de este tipo de tácticas,
tiene como meta última el ganar la guerra, pero sobre todo, el de hacer-
lo con las mínimas bajas posibles. Escipión incide en este punto en su
encuentro con Corabino, y por eso le espeta:

Mía será Numancia, a pesar vuestro,


sin que me cueste un mínimo soldado157

Es importante señalar que cuando Cervantes hace decir esto al general


romano, está sin duda pensando en el contexto militar europeo del siglo
XVI. Como informa Maltby, debido a que casi todos los avances tácticos
habían sido defensivos, en igualdad de condiciones, de número de sol-
dados y entrenamiento, la forma usual de ganar una batalla consistía en
la capacidad para absorber el mayor número de bajas. Maltby comenta
sobre este aspecto: «To an intelligent captain this was clearly unaccepta-
ble. Soldiers were professionals, expensive to train and difficult to recruit.
Considerations of humanity aside, it was folly to fight a battle if by so
doing the victorious army was destroyed along with the losers»158. La ba-
talla de Cerisoles (1544), con su extraordinario número de bajas (la mitad
del ejército imperial dirigido por el marqués del Vasto fue aniquilado), fue
el punto de inflexión para el modelo antiguo de hacer la guerra. Maltby

156
Cervantes, La Numancia, vv. 339-344.
157
Cervantes, La Numancia, vv. 1193-1194. Escipión se muestra orgulloso por
obtener la victoria con un escaso número de bajas, «sin quitar de su lugar la espada»:
«Bien sé que lo habrán dicho, mas yo fío / que los que fueron pláticos soldados /
dirán que es de tener en mayor cuenta / la victoria que menos ensangrienta. / ¿Qué
gloria puede haber más levantada, / en las cosas de guerra que aquí digo, / que, sin
quitar de su lugar la espada, / vencer y sujetar al enemigo? / Que, cuando la victoria
es granjeada / con la sangre vertida del amigo, / el gusto mengua que causar pudiera
/ la que sin sangre tal ganada fuera (Cervantes, La Numancia, vv. 1125-1136).
158
Maltby, 1983, p. 55.
76 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

señala que Alba fue uno de los primeros en percatarse de que, hasta que
no se idease un nuevo tipo de táctica ofensiva, este tipo de guerra, basada
en un alto número de bajas, era algo que se debía evitar a toda costa. Por
esa razón, durante toda su carrera militar, Alba «would accept battle only if
he possessed an overwhelming advantage»159. Además de las mencionadas
tácticas fabianas o de desgaste, existen otros paralelismos entre Escipión y
el duque de Alba. En primer lugar, ambos dominaron el arte del asedio y
de la construcción de cercos (que Alba aprendió durante las campañas en
Italia en la década de los cuarenta). Asimismo, los dos basaron su estrategia
en una perfecta conjunción de fuerza, orden y disciplina. Por último, am-
bos se preocuparon por obtener victorias con el menor número de bajas
posibles, lo que demuestra, al margen de preocupaciones económicas, un
genuino interés por el bienestar de sus soldados160. Por último, Escipión en
La Numancia parece representar una línea de gobierno «dura», análoga a la
que el duque de Alba había seguido durante la rebelión de los Países Bajos
(1566-1609)161. Sin embargo, hay que recordar que, en enero de 1573, me-
nos de una década antes de redactar La Numancia, Felipe II había decidido
deponer al duque como gobernador, substituyéndolo por don Luis de
Requeséns, partidario, a grandes rasgos, de una línea más conciliatoria162.

159
Maltby, 1983, p. 56.
160
En sus respectivas biografías sobre el duque de Alba, Maltby y Kamen inci-
den en este punto. El segundo, a propósito de los dos meses en la frontera catalana
de 1542, comenta que «demostraron su capacidad de liderazgo y su infalible instinto
militar» (Kamen, 2005, p. 53).
161
En La Numancia «parece preferirse la fortitudo, pero no dogmáticamente, sino
invitando al debate y a la reflexión y dejando la resolución en la ambigüedad»
(Sánchez Jiménez, 2011, p. 482).
162
Para entender el contexto político en el cual Cervantes redacta La Numancia,
es importante señalar que en la Corte filipina había dos grupos o partidos bien di-
ferenciados, alrededor de Felipe II, de tendencias ideológicas dispares. El primero, el
partido ebolista (al que pertenecía Requeséns), tenía como cabeza visible al portu-
gués Ruy Gómez da Silva, «Rey Gómez», como era conocido popularmente, debi-
do a su gran ascendencia sobre Felipe II. Gracias a su amistad con el monarca (llegó
a la Corte en 1526, como paje de la Emperatriz Isabel de Portugal) la ascensión de
Ruy Gómez en la Corte fue meteórica. Primero sumiller de corps; posteriormente,
cuando Felipe II asciende al trono en 1556, lo hace consejero de Estado, le concede
el principado de Éboli, una pequeña villa en Nápoles, y finalmente, le otorga el ran-
go de Grande de España. El segundo grupo, de tendencia más castellanista, giraba en
torno al duque de Alba. Joseph Pérez explica las diferencias: los ebolistas «semblent
plus jeunes, plus ouverts et plus cosmopolites, alors que les hommes qui entourent
le duc d’Albe passent pour traditionalistes et intransigeants» (Pérez, 1999, p. 70).
OBSESIONES FILIPINAS 77

Por tanto, cabe preguntarse por qué Cervantes inserta tan señalada laudatio
al duque de Alba. Resalta su actuación en Italia pero omite su actuación
como gobernador en Flandes, cargo del que fue depuesto por Felipe II en
enero de 1573163.
Una posible explicación es que al tratarse La Numancia de una obra
de tipo nacionalista-castellano, Cervantes encontró en el duque de Alba
un excelente paralelo castellano de la figura de Escipión164. Hay que re-
cordar que Alba fue considerado un general «castellano desde la raíz del
cabello hasta la punta de sus botas»165, y cuya fama solo era sobrepasada
quizá por la del célebre Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Ca-
pitán. Además, dos hechos significativos ocurren casi al mismo tiempo,
de índole inversa, uno textualizado y otro a nivel simbólico, que sirven
para explicar el fuerte nacionalismo castellanista de La Numancia. Por
una parte, como ya se ha señalado, en 1580 se produce la incorpora-
ción de Portugal a la Monarquía Hispánica166. Esto se ejemplifica en
la alocución profética del río Duero, donde se unen los destinos de la
Roma imperial y de la Monarquía Hispánica, y se celebran la reunión
de los antiguos cinco reinos peninsulares y a su artífice, Felipe II167. El

Estas divergencias ideológicas se tradujeron en sus ideas acerca de la política a seguir


en Flandes: los ebolistas fueron partidarios de una línea conciliatoria, que mantu-
viese los derechos de los Países Bajos, al estilo de Aragón, mientras que el duque de
Alba lo fue de un acercamiento más severo, que no concedía nada a los rebeldes.
163
En particular, la instauración del Tribunal de los Tumultos, a propósito de la
revuelta de 1566.
164
El duque de Alba era considerado en la época (al menos antes de los sucesos
de Flandes) paradigma de sentido común y prudencia (ver Maltby, 1983, pp. 37-
38; 55-56; 60-61). Asimismo, frente a otros generales extranjeros, como Parma o
Farnesio, Alba era prototipo del general castellano perfecto. De ahí que su figura
tenga un lugar central en la historiografía española, como en la biografía de Felipe
II de Cabrera de Córdoba (Kamen, 2005, p. 275).
165
Kamen, 2005, p. 270.
166
Cabe preguntarse si la opinión pública española estaba de acuerdo o no con
la invasión de Portugal. La respuesta es un sí (casi) rotundo. Merriman opina que
«The Portuguese Enterprise was supported by the nation» (vol. IV, 1934, p. 355).
Kagan explica que la Corte española se impregnó de una «atmosphere of euphoria»
(Kagan, 1990, p. 91). De todos modos, Watson recuerda que existían algunas voces
discordantes, como la de santa Teresa, el arzobispo de Cuenca y del jesuita Pedro de
Ribadeneira (Watson, 1971, pp. 12-13).
167
Esta idea de unidad hispánica queda reforzada simbólicamente si pensamos
que el Duero es un río que atraviesa (une) la península Ibérica, ya que tiene su
nacimiento en la provincia de Soria («Con Obrón y Minuesa y también Tera, cuyas
78 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

segundo tiene lugar en los Países Bajos en 1581, tan solo un año des-
pués de la incorporación de Portugal. Se trata de un hecho político
sin precedentes en la historia de la Monarquía Hispánica. Los Estados
Generales de las provincias del norte declaran la independencia formal
de España y de su rey, mediante el Acta de Abjuración, firmada el 26 de
julio de 1581, que suponía un punto de inflexión y de no retorno en
la guerra contra los rebeldes holandeses. La imagen de Felipe II desapa-
rece de las monedas de la Unión General, se suprimen los escudos de
armas de los Habsburgo de los edificios públicos y gubernamentales, y
no hay referencia alguna al rey de España, ni a ninguno de sus títulos,
en tribunales y cortes de justicia. El Acta de Abjuración incluía como
requisito que todo funcionario y magistrado tomase un nuevo jura-
mento, que incluía el rechazo de los antiguos lazos de lealtad al rey de
España y «swear further to be true and obedient to the States against the
king of Spain and his followers»168. No resulta aventurado presuponer
que, para un amplio sector de la sociedad castellana, esto supusiera una
auténtica humillación.Y es que como Malveena McKendrick recuerda,
a medida que la hegemonía militar española fue contestada por poderes
foráneos y su poderío económico declinaba, el teatro nacional español
«responded with a national drama of epic achievement and individual
self-assertion»169. La metáfora de Numancia, su exaltado nacionalismo
castellano, su laudatio a Felipe II y al duque de Alba, su alabanza a la
anexión de Portugal y su loa profética sobre el poderío futuro de la Mo-
narquía Hispánica, deben ser leídos como una respuesta cervantina de
tipo escapista a los recientes desafíos a los que se enfrentó la monarquía
filipina, en particular, a la humillación nacional sufrida por la secesión
unilateral de las Provincias Unidas de 1581.

***

aguas las mías acrecientan») y su desembocadura en Oporto, Portugal. Cervantes


sigue aquí la relación de Antonio de Guevara y de Ambrosio de Morales, que habían
situado correctamente Numancia cerca de Soria y no en Zamora (King, 1979, pp.
203-204).
168
En Israel, 1995, p. 209.
169
McKendrick, 1989, p. 74.
OBSESIONES FILIPINAS 79

Para encontrar la siguiente referencia a Felipe II en un texto de Cer-


vantes hay que ir al desengaño de la —mal llamada— Armada Invencible
en 1588170. Quizá el ejemplo más claro de encomio del rey Habsburgo
esté en la «Canción primera a la Armada invencible», escrita con motivo
de la preparación de la expedición naval que, al mando del duque de Me-
dina Sidonia, fue enviada en 1588 por Felipe II para apoyar la invasión de
Inglaterra y el derrocamiento de su reina, Isabel I, (pero no la conquista
del país)171. En realidad, el proyecto inicial de invasión no fue de Felipe II,
sino de don Álvaro de Bazán, el marqués de Santa Cruz172. Recordemos
que este, en el verano de 1583, había vencido en las Azores a las fuerzas de
la marina francesa que apoyaban al pretendiente portugués don Antonio
de Crato, primo ilegítimo del rey Sebastián.Tras la incorporación de Por-
tugal (1580), el éxito de las Azores y de la Terceira (1582), islas que habían
apoyado a don Antonio en lugar del rey español, provocó un estado de
euforia nacional, hasta el punto de que el Marqués en 1584 propuso a
Felipe II, por vez primera, la invasión de la isla, proposición que el Rey
Prudente por aquel entonces no se decidió a asumir173. Mientras tanto,
tras el revés de 1581, a lo largo de 1584, las tropas del duque de Parma
logran en los Países Bajos una serie espectacular de victorias. Esta serie
de éxitos consecutivos españoles en Portugal, Azores, Francia y los Países
Bajos inquietan a Isabel de Inglaterra, que en agosto de 1584 sanciona

170
En su magistral obra sobre el tema, Fernández Duro afirma que la palabra
invencible no aparece «ni en documentos oficiales, ni en escrito de los cronistas, o
historiadores del tiempo». Parece que se trató de una invención de ciertos escritores
de la Iglesia católica (Fernández Duro, La Armada invencible, vol. I, p. 53).
171
«Que el rey de España no tenía ideas de conquista ni aspiración al ensanche
de sus dilatados dominios, se prueba con la embajada que envió al de Escocia ofre-
ciéndole, con la ocasión de vengar la muerte de su madre, la corona de Inglaterra,
y sobre todo, con la instrucción secreta para gobierno de Alejandro Farnesio, de-
clarando daba por bien empleados los gastos y fatigas si se conseguía en Inglaterra,
cuando menos, el libre ejercicio de la religión católica» (Fernández Duro, La Armada
invencible, vol. I, pp. 53-54).
172
Fernández Álvarez, 2005, pp. 288-289.
173
Fernández Álvarez, 2005, p. 289. Hasta tal punto llegó la euforia que, según
algunos, «ni el mismo Cristo se hallaba seguro en el Paraíso, pues el marqués podría
ir allí para traerlo y volverlo a crucificar» (en Parker, 1999, p. 283). Anteriormente,
tras la anexión de Portugal, se acuñó una moneda conmemorativa con el lema Non
sufficit orbis (Parker, 1999, p. 283). Tras el éxito de las Azores, se creó un diseño que
representaba a Santiago con su espada desenvainada, pero en lugar de atacar a infie-
les, esta apunta hacia las aguas de la Mar Océana (Parker, 1999, p. 284).
80 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

una serie de ataques de Francis Drake contra plazas internacionales espa-


ñolas174. A estos ataques se añade, en abril de 1585, y como gesto hacia sus
aliados protestantes holandeses, la suspensión por parte de Isabel de todo
comercio con los Países Bajos españoles, lo que provoca, mutatis mutandis,
que Felipe II decrete el embargo de todos los barcos extranjeros (excepto
los franceses) en territorio español. Finalmente, el 7 de octubre de 1585,
de nuevo siguiendo órdenes de la reina inglesa, Francis Drake ataca las
costas gallegas durante diez días. Esto equivalía a un acto de guerra contra
España. Como Parker comenta: «ningún estado soberano podía pasar por
alto un acto de agresión tan manifiesto»175. El 24 de octubre de 1585, solo
dos semanas después del ataque de Drake, Felipe II envía cartas al papa y
al gran duque de Toscana aceptando su ofrecimiento para llevar a cabo el
proyecto de invasión de Inglaterra176. En cuanto a Cervantes, su devenir
vital se hallará ligado al de la Armada, pues desde 1586 se incorporará a
la maquinaria administrativa filipina, como comisario de abastecimientos
para la Armada en Andalucía. El primer empleo sería en Écija, para reco-
ger trigo para el bizcocho que iría como abastecimiento177.
Cervantes dedicó dos canciones al asunto, que fueron descubier-
tas por Serrano y Sanz y publicadas en el Homenaje a Menéndez Pelayo
(1899). Entwistle las sitúa en la línea de las odas políticas de Fernando
de Herrera, aunque sin su calidad artística178. Una está dedicada a la Ar-
mada antes de partir y otra cuando ya se conoció el desenlace. Al igual
que en La Numancia, de nuevo asoma la ideología españolista y triunfa-
lista de un Cervantes volcado con la empresa de Inglaterra y con su rey.
Aquí la voz poética ensalza a

...los dos prudentes


famosos generales...179

174
Parker, 1999, pp. 296-298.
175
Parker, 1999, p. 297. Esta fue la razón que don Diego Pimentel, oficial de la
Invencible, dio a sus captores ingleses: «las razones por las que el rey emprendió esta
guerra [contra Inglaterra] eran que no podía tolerar el hecho de que Drake, con dos
o tres barcos podridos, invadiera los puertos de España siempre que se le antojase
y se apoderara de sus mejores ciudades para saquearlas» (en Parker, 1999, p. 297).
176
Parker, 1999, p. 302.
177
Astrana Marín, 1952, vol. IV, p. 158.
178
Entwistle, 1947, p. 254.
179
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 362.
OBSESIONES FILIPINAS 81

encargados de la operación, el duque de Parma y el duque de Medina


Sidonia. El primero, encargado de transportar los tercios que desembar-
carían en Inglaterra; el segundo, mandaba la Armada. Se cita asimismo a
los viejos tercios españoles que iban en la expedición:

entra en el escuadrón de nuestra gente


y allá verás, mirando a todas partes,
mil Cides, mil Roldanes y mil Martes180.

Al igual que en La Numancia la anexión de Portugal se tenía por


un hecho justo, aquí se recalca lo mismo para la expedición contra los
ingleses:

Justa es la empresa y vuestro brazo fuerte181;

Para Cervantes, por tanto, la guerra contra Inglaterra es justa porque


España está simplemente respondiendo a un ataque previo inglés182. En
cuanto a Felipe II, la voz poética postula que, de ser posible pintar con
palabras

...un verdadero
retrato del católico monarca,
[...] verán de David la voz y el pecho183

La historiografía más reciente parece de acuerdo en que el plan de


reunir las tropas de Farnesio estacionadas en los Países Bajos con la
Armada de Medina Sidonia, no fue el más idóneo. Este plan fue una
decisión tomada personalmente por Felipe II184, que no convenció a
ninguno de los dos militares encargados de ejecutarlo, que preferían
resolver el conflicto con Inglaterra mediante la diplomacia185. Astrana
Marín, en su erudita biografía, al explicar los sucesos de la Invencible,

180
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 362.
181
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 363.
182
De nuevo, el propósito principal de la Armada no era invadir Inglaterra, sino
deponer a Isabel I y substituirla por un mandatario católico, quizá casándolo con su
hija Catalina Micaela.
183
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 363.
184
Parker, 1999, p. 314.
185
Fernández Álvarez, 2005, p. 304.
82 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

carga las tintas contra Medina Sidonia y sobre todo, contra la indecisión
de Felipe II, por no haber puesto en ejecución el plan en 1584, cuando
el marqués de Santa Cruz quería186. Para Thompson, los problemas de la
Armada derivaban fundamentalmente de la «incomplete transition from
Mediterranean to Atlantic modes of warfare», que provocaron una serie
de problemas concretizados en la mentalidad de caballería, los conflic-
tos entre soldados y marineros, o los problemas derivados de los con-
flictos entre las diferentes nacionalidades (castellanos-andaluces frente
a vascos-cántabros)187. Para Parker, finalmente, el problema de fondo
residía en que, a pesar de todos sus éxitos militares previos, Felipe II
continuaba siendo un estratega de salón. Parker cita, entre otros, la deci-
sión de reunir previamente las flotas o el rechazo a desplazarse a Lisboa
para verificar más de cerca los avances de la operación188. No obstante,
Cervantes no tenía por qué estar al corriente de esta serie de problemas.
Por eso, tras el desastre de la Invencible, Cervantes dedicó una segunda
canción al tema, en la que culpa de la derrota no a los ingleses, sino a los
consabidos elementos:

vuélvelos la borrasca i[n]contrastable


del viento, mar, y el cielo que consiente
que se alce un poco la enemiga frente189.

y anima al monarca a mostrarse fuerte ante la adversidad, ya que

...eres [Felipe II] un justo horror que al malo espanta


y mano que a los justos favoreces;
alza los brazos, pues, Moisés Cristiano,
y pondrálos por tierra el luterano190.

El escritor señala que no ha perdido la esperanza de que Castilla se


recomponga y forme una nueva armada contra los «piratas fieros», como
tampoco duda en usar todos los recursos y

186
Astrana Marín, 1952, vol. IV, p. 140.
187
Thompson, 1992, IX, p. 84.
188
Parker, 1999, pp. 314-315.
189
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 364.
190
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 367.
OBSESIONES FILIPINAS 83

...todo aquello
que tus vasallos tienen...191

para costear su construcción. En definitiva, Cervantes, como gran parte


de la opinión pública española, estuvo de acuerdo con la invasión de
Inglaterra, como el único medio de preservar los Países Bajos, América
y España192.

2. ETAPA CRÍTICA (1598-1615)

Estos poemas dedicados a la empresa de Inglaterra resultan relevantes


porque representan los últimos elogios cervantinos claros hacia la figura de
Felipe II. A partir de este momento, las referencias al Rey Prudente o son
abiertamente burlescas o ambiguas. ¿Por qué Cervantes pasó del patrio-
tismo más exacerbado al tono irónico, la burla y a la invectiva más ácida
de sus últimos poemas? En primer lugar, es probable que el desastre de la
Armada, con el consiguiente menoscabo de la tan importante «reputación»
de las armas españolas, influyera en su percepción de la otrora invencible
Monarquía Hispánica193. Segundo, el rechazo que recibió del Consejo a
su petición para detentar un oficio en las Indias, contenido en el famoso
Memorial de 1590194. Tercero, debe citarse el caso del asesinato de José
Escobedo, secretario de don Juan de Austria, en el que estuvieron impli-
cados el secretario real, Antonio Pérez, y el mismo rey, Felipe II. Pérez era
amigo y compañero de intrigas de Ana de Mendoza, la princesa de Éboli,
viuda del ya mencionado Ruy Gómez da Silva. Aunque se desconoce la
naturaleza exacta de estos secretos, parece que Escobedo estaba al tanto de

191
Cervantes, Poesías completas, vol. II, p. 366.
192
Parker, 1999, p. 315.
193
El padre Sigüenza fue portavoz de este sentimiento: «Perdióse la reputación
de España, porque quedamos hechos risas de nuestros enemigos [...] Fue la mayor
pérdida que ha padecido España de más de seiscientos años a esta parte» (Sigüenza,
Cómo vivió y murió Felipe II, p. 90).
194
Había cuatro puestos disponibles: en Nueva Granada, en Cartagena, en
Soconusco y en la ciudad de la Paz. Para Astrana Marín, el favoritismo y la corrup-
ción del Consejo fueron los responsables de que no le diesen el puesto requerido,
aunque de nuevo cabe preguntarse por qué Cervantes, a pesar de sus méritos mili-
tares, debería merecer una atención especial. El Memorial puede leerse en Astrana
Marín, 1952, vol. IV, pp. 454-456.
84 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

los tejemanejes de los dos, hasta el punto de que supo lo suficiente como
para poder chantajear y arruinar la carrera de Pérez. Aprovechando que las
relaciones entre Felipe II y su hermanastro don Juan no pasaban por un
buen momento, debido a su deficiente gestión en los Países Bajos, Pérez
no tuvo demasiados problemas en persuadir al monarca de la necesidad de
eliminar a Escobedo. Su asesinato tiene finalmente lugar el 31 de marzo de
1578. Parece que la anuencia de Felipe II en el asesinato hizo creer a Pérez
que el monarca excusaría sus intrigas. Las cosas no sucedieron como el se-
cretario imaginara. Los amigos de Escobedo llevaron el asunto ante Mateo
Vázquez, quien ejerció presión ante Felipe II para que enjuiciara a Pérez.
El 28 de junio de 1579 este y la princesa de Éboli fueron detenidos. Pérez
pasó diez años en prisión, hasta que en 1590 se fugó de la cárcel y se fue a
Zaragoza, donde los fueros de Aragón le protegían de la justicia real. Felipe
II tuvo que acudir a la Inquisición (que tenía jurisdicción en Aragón) para
sacar a Pérez de su encierro, pero este logró soliviantar a la ciudad, que se
levantó en armas contra el rey. Finalmente, el monarca mandó un ejército
y la ciudad se rindió195. No obstante, Pérez logró escapar hacia Francia,
donde fue protegido por Enrique de Navarra196. Estos hechos seguramente
contribuyeron a cambiar la opinión de Cervantes sobre Felipe II. De la
ideología patriótica y triunfalista de sus primeras obras, se pasa a la burla y
el desengaño que culminarán en el Quijote. Pueden por tanto distinguirse
dos etapas en la obra cervantina con respecto a la representación de Felipe
II, e incluso fecharse con exactitud el cambio de orientación respecto al
Rey Prudente y la Monarquía Hispánica197.

195
Tras la rebelión, Felipe II se mostró moderado con el Reino de Aragón. Se
limitó a cambiar la regla de la unanimidad de voto en las Cortes (ahora una simple
mayoría bastaba) y el cargo de justicia dejó de ser vitalicio y privativo a la familia
Lanuza. Los cronistas y las noticias de la época hicieron recaer la culpa sobre la ciu-
dad. A partir del siglo XIX, los escritores liberales comenzaron a hablar sobre la opre-
sión de Felipe II sobre las libertades de Aragón (Pérez, 1999, p. 355). No obstante,
Fernández Álvarez, siguiendo lo expuesto por el cronista de la Corte, Jerónimo de
Quintana, argumenta que la opinión pública aprobó la conducta de la esposa de
Antonio Pérez, que ayudó a su marido a fugarse de la prisión en que estaba con-
finado (Fernández Álvarez, 2005, p. 313). Durante el resto de su vida en el exilio,
Pérez se dedicó a publicar desde Francia e Inglaterra libelos contra Felipe II, el más
famoso de ellos las Relaciones (1598) una serie de ataques personales contra el rey y
contra los castellanos, publicado en París y traducido al holandés.
196
Sigo la información de Elliott, 2005, pp. 286-290 y 300-306.
197
Merece la pena, a este respecto, citar las elocuentes palabras de Sevilla Arroyo
y Rey Hazas en su edición del Quijote: «hay que decir que el Cervantes que escribe
OBSESIONES FILIPINAS 85

Esta transición se textualiza en 1598, fecha aproximada de la com-


posición del conocido soneto «Al túmulo de Felipe II en Sevilla».
El soneto, que Cervantes estimó en El viaje del Parnaso por «honra
principal de mis escritos», ha sido considerado por críticos tradiciona-
les como Francisco Rodríguez Marín, Luis Astrana Marín o Gonzalo
Amezúa y Mayo como una glorificación del perfil histórico del mo-
narca. Otros estudiosos, más certeramente, han defendido una visión
crítica del poema. León Maínez, Pardo de Figueroa, Eric Graf y es-
pecialmente Américo Castro, quien lo denomina «irónico comenta-
rio al monumental catafalco erigido en la catedral de Sevilla para los
funerales de Felipe II»198:

«¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza


y que diera un doblón por describirla!;
porque ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?

¡Por Jesucristo vivo! Cada pieza


vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh, gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y riqueza.

Apostaré que la ánima del muerto,


por gozar este sitio, hoy ha dejado
el cielo, de que goza eternamente».

el Quijote es otro Cervantes. El anterior, el héroe de Lepanto, el insobornable cautivo


de Argel, el que alababa, orgulloso de su españolidad, la temeridad de los numantinos
[...] y el esfuerzo bélico de los que fueron en la Armada Invencible [...] ya no existe.
Desde 1596, cuando menos, en que se puede fechar con exactitud su soneto “A la en-
trada del Duque de Medina”, la ideología triunfalista, españolista e idealista del primer
Cervantes ha hecho crisis. Ahora se burla con justeza de la fanfarria militar hispana e
ironiza con gracia sobre la bravuconería de los soldados españoles, al tiempo que sati-
riza la aparatosidad e hipocresía de una victoria inexistente. Solo queda el desencanto,
la desilusión, el desengaño y el sentimiento agudo de la decadencia. La cruda realidad
barroca se ha impuesto sobre el idealismo renacentista. La visión cervantina del mun-
do ha dado un giro de 180 grados. Así será ya para siempre. Este es el Cervantes que
escribe su inmortal novela» (Sevilla Arroyo y Rey Hazas, 1994, p. IX).
198
Castro, 2002, p. 101.
86 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto


lo que dice voacé, seor soldado.
y quien dijere lo contrario, miente».

Y luego, encontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada199.

Esta inmensa construcción arquitectónica fue levantada en Sevilla en


1598 por mandato de Felipe III para honrar al difunto monarca. Su reali-
zación tomó 50 días, y se llamó a los más reconocidos pintores y escultores
de España, tal y como queda recogido en el libro Descripción del túmulo y
relación de las exequias que hizo la ciudad de Sevilla en la muerte del rey Felipe II
(1611) de Francisco Gerónimo Collado. Este informa cómo se anunció el
deceso del monarca (13 de julio de 1598) «con trompetas y atabales para
que viniese a noticia de todos» en el país. Collado añade que «fue manda-
do juntamente en este pregón, que ninguna persona de ningún estado y
condición que fuese, fuera osada a no traer luto por su Rey, so graves penas
de dineros y prisión»200. Se ordenó luto general, y se prohibieron todo
tipo de eventos festivos, como «músicas, bailes, danzas y otros semejantes
regocijos»201. Collado sostiene que las principales ciudades contribuyeron
todo lo que pudieron en la recaudación de fondos para construir túmu-
los mortuorios de madera que maravillaron al país entero. En cuanto a la
construcción del túmulo sevillano, enfatiza cómo costó tanto erigirlo que
fue juzgado «Octava maravilla del mundo»202. El túmulo se colocó en la
catedral de Sevilla, en medio de la nave, según el diseño de Francisco Gar-
cía de Laredo, y en un tiempo récord de cincuenta y dos días203. La colosal
construcción constaba de tres niveles, y coronándola, se colocó una efigie
de San Lorenzo de quince pies de alto, vestido de diácono, sosteniendo en
la mano derecha una guirnalda de laurel y en la izquierda, sobre la clásica
parrilla de su martirio, un ramo de palma204. Finalmente, encima de esta

199
Cervantes, Poesías completas, vol. II, pp. 376-378.
200
Gerónimo Collado, Descripción, p. 2.
201
Gerónimo Collado, Descripción, p. 15.
202
Gerónimo Collado, Descripción, p. 4.
203
Gerónimo Collado, Descripción, p. 16.
204
Gerónimo Collado, Descripción, p. 113. El laurel simboliza la victoria. En
cuanto a la palma, Collado explica que se asociaba desde antiguo con el ave fénix, y
que simbolizaba por tanto continuidad y justicia (Descripción, p. 116).
OBSESIONES FILIPINAS 87

construcción, se colocó un obelisco de dieciséis pies y de forma ochavada,


en cuyo extremo había una cúpula de tres pies de diámetro en la que se
había colocado un nido en llamas y encima una estatua de un fénix de
cuatro pies y medio de altura que estaba reclinado sobre las llamas, simbo-
lizando el morir y renacer del ave205. El resto del conjunto de esta «máqui-
na insigne» estaba constituido por emblemas, esculturas, empresas, coronas
y versos laudatorios que intentaban capturar la representación de un rey,
Felipe II, que siempre había estado atento a controlar la imagen de majes-
tad que proyectaba206. Elliott resume bien los temas que dominaban en el
túmulo, descritos por Collado en su libro. El primero, el destino universal
de la Monarquía Hispánica de Felipe II, el «protector de la redondez de la
tierra»207, y de ahí Hércules, las columnas y las águilas, atributos imperiales
heredados de Carlos V; los ocho altares, representando ocho territorios o
países: Francia, Inglaterra, Portugal, Italia, Nápoles, Austria, Sicilia y Amé-
rica, esta última «sentada sobre un caimán, desnuda hasta la cintura»208. El
segundo motivo es el de la propia realeza de Felipe II, representada por
cuatro epitafios que simbolizan virtudes del monarca: su grandeza y bon-
dad, «como pilar de la justicia, como defensor de la fe y como padre de
la patria»209. Los emblemas, dos manos asidas, representando el pacto entre
pueblo y rey; el timón, prudencia al gobernar; un órgano, la igualdad ante
la ley; varias cornucopias y una cruz, aludiendo a la riqueza material y a la
conservación de la fe católica210.

205
Gerónimo Collado, Descripción, p. 119.
206
Todos alumbrados por 1.190 antorchas, 900 cirios, 6.144 velas, 6 velas blancas
de una libra y 6 enormes cirios blancos, de media arroba cada uno. En total 575
arrobas y 8 libras. En peso actual, un total de 6.617 kg.
207
Gerónimo Collado, Descripción, p. 37.
208
Gerónimo Collado, Descripción, p. 49.
209
Elliott, 2004, p. 43.
210
Debe mencionarse la conocida devoción de los Habsburgo por la cruz. Marie
Tanner ha estudiado el motivo de la Santa Cruz y su relación con los Habsburgo,
en particular durante el reinado de Felipe II. Señala que una de las principales
manifestaciones en la que la ideología teocrática de los Habsburgo se exteriorizaba
principalmente fue a través de su devoción a la Eucaristía y su fe en la Santa Cruz
(Tanner, 1993, p. 183). Significativamente, la veneración de la Santa Cruz se incre-
mentó bajo Carlos V, quien atribuyó sus victorias contra los turcos y protestantes a
«an image of Christ’s Cross that was affixed to his arms» (Tanner, 1993, p. 191). En
cuanto a Felipe II, esta investigadora sostiene que «lived and battled with the Cross»,
hasta el punto de que tomó como lema familiar «In Hoc Signo Vinces», «which at
88 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Sobre las 16 columnas que rodeaban la construcción había figuras


que representaban las virtudes del monarca: prudencia, sagacidad, vigi-
lancia, oración, moderación y secreta consulta211. Asimismo, una serie de
pinturas, como una balanza, representando la equidad, y un péndulo con
el emblema: «todas las cosas por cuenta, peso y medida», que según Co-
llado se relaciona con el orden y la exactitud con que el monarca aten-
día a sus deberes de Estado y de oración212. Finalmente, el tercer tema
presente en el túmulo es el de los triunfos de Felipe II, plasmados en una
serie de 16 pinturas historiadas. Entre otros, la unión con la Inglaterra
de María Tudor, Lepanto, la sublevación de Flandes, la isla Tercera, o la
anexión de Portugal en 1580213.
Las maravillas contenidas en el túmulo (de las que aquí tan solo he-
mos ofrecido una breve descripción) debieron sin duda alguna asombrar
a los contemporáneos de Cervantes, y de ahí que Collado la calificase de
«Octava maravilla». Por tanto, no resulta tan obvio que cuando Cervan-
tes denomina al túmulo «máquina insigne» esté únicamente parodiando
la vasta construcción, porque debe ser ciertamente una construcción
asombrosa, «insigne». Sin embargo, y a pesar de la grandeza del catafalco,
como afirma Elliott, «el contraste entre la pompa oficial y la realidad de
España y su situación no dejaba de ser evidente para todo hombre con
un mínimo de inteligencia»214. De ahí que los dos primeros cuartetos
y el primer terceto sean proferidos por un emisor, un soldado, que en
Cervantes con frecuencia se representan como seres arrogantes, vanos,
presuntuosos y que rayan en comportamientos picarescos, como aquel
Vicente de la Rosa del Quijote, o el alférez Campuzano, de El casamiento
engañoso. El otro interlocutor del poema es un valentón, término que se
define como «arrogante o que se jacta de guapo o valiente»215. Parece
obvio que Cervantes quería darle al soneto un tono paródico, pues de
lo contrario, no habría elegido interlocutores de tan baja ralea. Otros
términos son paródicos o tomados del lenguaje familiar: «voacé» es lo
mismo que Vuesa Merced o usted, pero de tono familiar; «mancilla»

one time belonged to Constantine the Great and with which he triumphed over
his enemies» (Tanner, 1993, p. 202).
211
Esta última ciertamente preciada del monarca, relacionada con la idea del
ocultamiento real.Ver el capítulo sobre El Escorial.
212
Gerónimo Collado, Descripción, p. 90.
213
Elliott, 2004, p. 44.
214
Elliott, 2004, pp. 44-45.
215
Aut, s.v. «valentón».
OBSESIONES FILIPINAS 89

tiene una connotación de mancha o mácula. Esto resulta cómico si se


piensa que «mancha» según Covarrubias, es «todo aquello que estraga y
desdora lo que de suyo era bueno, como en un linaje»216. Además, «man-
cilla», según Covarrubias, es también «Cualquiera llaga o herida que nos
mueve a compasión»217. Cabe preguntarse entonces si Cervantes estaría
parodiando aquí la dolorosa muerte de Felipe II218. Es poco probable,
pues rompería el decorum e iría en contra de toda la tradición hagiográ-
fica que entendía tal muerte (cristiana y sufriendo) como buena. De
todos modos, al valentón se lo califica de «encontinente», que es aquel
«que no sabe refrenar sus pasiones», según Covarrubias219. Por último,
incluso la rima «eternamente» con «miente» parece sugerir una lectura
paródica, en la que se alude quizá a que el alma del monarca no está
descansando «eternamente». Recordemos que según Collado, la muerte
del rey se anunció por todo el país, y que se decretó luto general y todo
tipo de celebraciones. Sigüenza señala además que Felipe II se preocupó
en extremo por los preparativos para su muerte, y cómo dejó estipulado
en su testamento que los monjes agustinos de El Escorial rezaran en
perpetuidad oraciones por su alma220.
En definitiva, el soneto ciertamente no es un canto a las glorias de
Felipe II, por mucho que se empeñen desde un cierto sector de la críti-
ca. En 1598, Cervantes parece que ha dejado de creer en las glorias im-
periales de la Monarquía Hispánica. La crisis casi perpetua de Flandes, el
desastre de la Invencible, las cuatro bancarrotas del gobierno, el saqueo
inglés a Cádiz en 1596, el asesinato de Escobedo y la consiguiente crisis
de Aragón debieron de hacer mella en la sincera admiración que Cer-
vantes sentía en los comienzos de su carrera por el Rey Prudente.

216
Cov., p. 1232.
217
Cov., p. 1232.
218
Según Sigüenza, el monarca pasó 53 días de agonía postrado en la cama en
El Escorial, durante los cuales, cuenta el cronista, se le llenó el cuerpo de llagas que
«de noche y de día, le estaban atormentando» (Sigüenza, Historia primitiva y exacta
del Monasterio del Escorial, p. 209).
219
Cov., p. 1093.
220
Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 240.
II

DON QUIJOTE, FELIPE II


Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA1

La oralidad y su aplicación al Quijote han sido objeto de una nutrida


atención crítica en los últimos años. Técnicas como la del cuento de
nunca acabar, los refranes, las oportunas interrupciones que dejan al
espectador deseoso de escuchar el resto de la historia o los capítulos
que no coinciden con lo narrado apuntan a técnicas procedentes de la
tradición oral, y que contribuyen a hacer que el texto efectúe, según
Mikhael Bakhtin, «all the artistic possibilities of heteroglot and inter-
nally dialogized novelistic discourse»2. En cuanto a sus protagonistas, la
crítica ha puesto de relieve las dispares matrices culturales de la inmortal
pareja. James A. Parr, señala que, a pesar de que en el Quijote Cervantes
privilegie la escritura, la oralidad «is quite literally there from the outset,
informing writing, reading it aloud, invading its domain, parodying it»3.
Elias L. Rivers destaca cómo el diálogo, epicentro de la novela, descansa
en la dialéctica fraguada entre un «intense reader of literature, who talks
in a bookish style, and an illiterate rustic, who speaks the substandard
Spanish of a rich oral culture»4. En suma, el caballero es un hidalgo al-
tamente alfabetizado, un «texto en sí mismo», mientras que su escudero
es un campesino carente de educación formal. Este dialogismo cultural
es lógico en una obra publicada cuando todavía la nueva tecnología

1
Una versión de este capítulo fue publicada en la revista Cervantes. Agradezco
a la revista la amabilidad de permitir la reproducción de partes de dicho estudio.
2
Bakhtin, 1981, p. 324.
3
Parr, 1991, p. 171.
4
Rivers, 1983, p. 113.
92 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

«no había suplido por completo a la oralidad como principal medio de


difusión cultural»5.
El presente capítulo examina la difícil convivencia de la oralidad y
la escritura en Don Quijote. Primero, explora la narración infinita de la
pastora Torralba y la recreación de la carta de Dulcinea desde la perspec-
tiva de las técnicas juglarescas. Segundo, estudia algunas interrupciones
atendiendo a las peculiares circunstancias de la performance oral, como
una técnica retórica del juglar oral para captar y mantener atención del
círculo de oyentes. Como conclusión, interpreta la incapacidad de don
Quijote para adecuarse a las circunstancias como una velada crítica a la
fuerte burocratización llevada a cabo durante el reinado de Felipe II.
En la Primera Parte de la novela, tras la aventura del cuerpo muerto,
don Quijote y Sancho llegan de noche a un recóndito prado. Un ruido
incesante que «causaba terror y espanto»6 —los batanes— atribula al
escudero. Para su horror, don Quijote le anuncia su pretensión de ir
a averiguar la causa del ruido. Mediante algunos lloriqueos y súplicas,
Sancho consigue retener a su amo. Con el fin de entretenerlo, comienza
el cuento «sin fin» de la pastora Torralba. Hasta cierto punto, se puede
decir que Sancho actúa como un juglar que va a realizar una performance
ante su receptor, don Quijote. En primer lugar, Sancho comienza con
preparativos laudatorios análogos a los que Zumthor, Rychner y otros
estudiosos registran en la vasta mayoría de poemas épicos medievales7:
reclamando la atención de su auditorio, y pretendiendo —en este caso
de forma socarrona— que va a narrar un suceso extraordinario: «yo me
esforzaré a decir una historia que, si la acierto a contar y no me van a la
mano, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento, que
ya comienzo»8.
No obstante, como sugiere Michel Moner, en las narraciones orales
«la mirada y el gesto importan tanto como el manejo del verbo»9. De aquí
la magistral presentación que hace Sancho de la pastora de su cuentecillo
mediante una técnica visual que podría calificarse de cinematográfica:

5
Martín Morán, 1997, p. 338.
6
Cervantes, Don Quijote, p. 208.
7
De acuerdo con Zumthor: «Interpelar al auditorio es una de las reglas del
juego performativo [...] Lo más corriente, la intervención se articula sobre un verbo
que denota la audición, como escuchar, oír, de preferencia en el imperativo, o a veces
en el condicional» (Zumthor, 1987, p. 251).
8
Cervantes, Don Quijote, p. 212.
9
Moner, 1988, p. 121.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 93

«[Torralba] era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna, por-
que tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo»10. Es sabido
que en las narraciones orales como esta, el enunciador se sitúa como
«testigo» de la historia, para conferirle a esta mayor credibilidad frente al
receptor. La respuesta de don Quijote deja claro que ha caído presa de la
estrategia retórica urdida por Sancho: «—Luego ¿conocístela tú? —dijo
don Quijote. —No la conocí yo —respondió Sancho—, pero quien me
contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que podía
bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había visto todo»11.
Sancho emplea un mecanismo típico de las sociedades orales, donde los
individuos aprenden escuchando y repitiendo el material oral legado por
las generaciones que les precedieron, y si recuerda la historia de Torralba
es porque lo que le contaron tiene relevancia para él, ya que tiene una
aplicación práctica inmediata en un marco referencial concreto, en este
caso, retener a don Quijote a su lado. A esta característica, típica de los
pueblos orales, se le ha dado el nombre de «homeostasis»12.
Por otra parte, sabemos que, idealmente, el producto verbal de San-
cho es una historia infinita. Esta hiperabundancia de la palabra hablada
se relaciona con lo que Marcel Jousse denominó «culturas verbomo-
toras», que son aquellas en las que las acciones y las actitudes hacia el
mundo están fuertemente asociadas a la palabra hablada y a la inte-
racción humana13. Para que esto suceda, el juglar/Sancho debe contar
con la participación de su interlocutor: debe invocar la atención de su
audiencia, excitar su curiosidad y confrontar su horizonte de expectati-
vas. En este caso, don Quijote requiere originalidad y Sancho rehúye la
innovación: ambos se comportan de acuerdo a las estructuras cognitivas
condicionadas por la exposición o no a la nueva tecnología de la escri-
tura14. Pero la estructura tradicional que vertebra este episodio exige la

10
Cervantes, Don Quijote, p. 213.
11
Cervantes, Don Quijote, p. 213.
12
«Oral societies live very much in a present which keeps itself in equilibrium
or homeostasis by sloughing off memories which no longer have present relevance»
(Ong, 1988, p. 46).
13
Jousse, 2015.
14
Una característica de las culturas letradas que las distingue de las tradicionales
es «its enormous bulk and its vast historical depth» (Goody y Watt, 1968, p. 57).Ya
se tenía esa percepción en la época de Cervantes; Covarrubias afirma que «hanse
dado tantos a escribir que ya no hay donde quepan los libros [...] ni hay cabeza
que pueda comprehender ni aun los títulos de ellos» (Cov., p. 817). Este enorme y
94 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

estrecha colaboración de ambos. Es decir, que tanto emisor (Sancho)


como receptor (don Quijote) realizan dialógicamente la performance, o
historia vocalizada. No obstante, la premisa de Sancho —contar las ca-
bras— nació con una intención burlesca que no podía cumplirse de
ningún modo. De aquí la interrupción de Sancho y el subsiguiente
enojo de don Quijote: «¿De modo —dijo don Quijote— que ya la
historia es acabada?—Tan acabada es como mi madre —dijo Sancho»15.
La interrupción —en este caso asociada con la muerte— se debe a la
falta de colaboración del receptor, que no ha respetado el pacto narra-
tivo acordado previamente. Al mismo tiempo, Cervantes parece criticar
quizá la impericia de don Quijote, convertido aquí en un «desocupado
oidor» que no sabe interpretar los signos postulados por Sancho.
En el capítulo XXVI, Sancho Panza vuelve a actuar como un juglar
en su estupenda recreación de la carta de amores que don Quijote le
manda a Dulcinea. El escudero no encuentra el libro de memoria don-
de iban la carta de amores y la cédula comercial de libranza. El cura
y el barbero le piden que intente recordarla, y Sancho les tranquiliza
diciendo que «él la sabía casi de memoria, de la cual se podría trasladar
donde y cuando quisiesen»16. Como es sabido desde el estudio de las
prevaricaciones idiomáticas por Amado Alonso, Sancho actúa a golpe
de etimología popular, acomodando las palabras desconocidas a su re-
pertorio personal tradicional17. Pero Sancho aquí se revela además como
un artista potencial, metamorfoseando la ya de por sí paródica carta de
su amo en un nuevo texto mucho más «realista». Supone, si se quiere,
un segundo grado de parodia que, irónicamente, parece más cercana
al referente objetivo, Dulcinea. Y lo que le permite esto es su absoluto
analfabetismo. A este respecto, Albert Lord subraya en The Singer of Tales
que los bardos yugoslavos no recuerdan sus poemas palabra por palabra.
La idea de texto estable «does not include the wording, which to him
has never been fixed [...] He builds his performance [...] on the sta-
ble skeleton of narrative»18. En otras palabras, para estos juglares ágrafos

variado caudal de conocimientos —que solo pueden poseer las culturas alfabetiza-
das— podría aclarar el afán de innovación de don Quijote, actitud impensable en
sociedades como la de Sancho que viven en un eterno presente.
15
Cervantes, Don Quijote, p. 215.
16
Cervantes, Don Quijote, p. 296.
17
Alonso, 1948, p. 10.
18
Lord, 1960, p. 99.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 95

cada recitación se convierte en una (re)creación, aunque la historia siga


siendo esencialmente la misma. Sancho usa un procedimiento análogo
con una intención paródica, pues substituye «soberana» por «sobajada»;
«llagado de las telas del corazón» por «lego falto de sueño» y «amada
enemiga mía» por «ingrata y muy desconocida hermosa», establecien-
do así un texto hablado a partir de otro escrito19. Sancho se comporta
aquí como un juglar que obtiene cierto reconocimiento por parte de
su improvisada audiencia, el cura y el barbero, que incluso solicitan que
repita la actuación: «No poco gustaron los dos de ver la buena memo-
ria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho y le pidieron que dijese la
carta otras dos veces». Se dice que Sancho/juglar dice «otros tres mil
disparates»20, lo que equivale a afirmar que reformula de nuevo la carta
y produce nuevas versiones o «textos» de la versión escrita por don Qui-
jote, que, en términos filológicos vendría a ser el texto alfa.
Por otra parte, debe mencionarse un factor que apunta sin amba-
ges a la naturaleza performativa de esta producción oral: su elemento
somático. Ong incide en este aspecto al ocuparse de los procesos mne-
motécnicos en las culturas orales: «[O]ral memory has a high somatic
component [...] Spoken words are always modifications of a total, exis-
tential situation, which always engages the body»21. En otras palabras:
para Sancho lo corpóreo y lo cinético operan como prolongación de la
palabra hablada:

Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y


ya se ponía sobre un pie y ya sobre otro, unas veces miraba al suelo, otras al cielo,
y al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a
los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato22.

Los movimientos del cuerpo evidencian el componente somático


mencionado por Ong. Además, mediante esa mirada móvil repleta de
sentido, dirigida unas veces «al suelo» y otras «al cielo», el juglar/Sancho
anuncia que un objeto de deseo idealizado, Dulcinea, va a trocarse en

19
Podría aquí citarse el fenómeno de la transposición, ocasionada con frecuen-
cia por asociaciones verbales automáticas, según Jousse. Esto provoca en ocasiones
que haya inserciones inconscientes de elementos parásitos (Jousse, 2015, p. 215). En
el caso de Sancho, obviamente, con intención burlesca.
20
Cervantes, Don Quijote, p. 296.
21
Ong, 1988, p. 67. Énfasis mío.
22
Cervantes, Don Quijote, p. 296. Énfasis mío.
96 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

un objeto del mundo de los bajos sentidos. No obstante, la continua


oscilación entre la «cabeza» (alto) y el «pie» (bajo) sugiere que Dulcinea
participa de ambas naturalezas, la ideal y la real. Esto remite al inherente
carácter proteico de la tradición oral, en la que no existe, por definición,
forma única de un texto sino un continuo hacerse de estas historias
vocalizadas.
Ante todo, lo que la recreación de la carta de amores indica es la
extrema adaptabilidad de Sancho al medio que lo rodea. En este sentido,
amo y criado operan de manera inversa: don Quijote cambia el mundo
de acorde a lo leído en los libros de caballerías, mientras que Sancho
utiliza su maleabilidad para sacar el mejor partido a la ocasión presen-
tada. La utilización —a veces excesiva— de refranes y cuentecillos para
fortalecer un argumento dado, sus prevaricaciones idiomáticas basadas
en la etimología popular —bien estudiadas por Alonso— e incluso sus
ataques a las normas lingüísticas establecidas muestran su flexibilidad
pragmática, lingüística y cognitiva23. Todo lo contrario que su amo, ser
escritural que desde el punto de vista de sus actos vive una existencia
predecible e inamovible, ya que es dictada (escrita) previamente por los
libros que ha leído. En otras palabras: don Quijote es un esclavo de la le-
tra escrita. Quizá el mejor ejemplo de esta interferencia entre lo hablado
y lo escrito y la consecuente adaptación o no al medio se ejemplifique
en el mecanismo de la interrupción.
La principal función de la interrupción en Don Quijote es desper-
tar la curiosidad del lector y/o confundirle, señalar la pericia o no del
enunciador en el arte de narrar, y la del receptor en adaptarse a las
circunstancias de la enunciación. Hay que recordar que para resolver el
problema de que la gente no se les fuera durante los descansos, las inte-
rrupciones del juglar en el momento oportuno servían para mantener
la atención del círculo de oyentes, que pagaría así para saber el final de
la historia. Sabido es que estas técnicas se utilizan en los libros de ca-
ballerías y en Las mil y una noches, pero Moner recuerda el entronque
de este tipo de obras con la tradición oral. Por otra parte, la estrofa del
género épico era una forma poética extremadamente moldeable, adap-
tada a las condiciones de su producción oral y nacida en ese contexto
comunicativo24. Los juglares podían cortar bruscamente su narración

23
«There can be little doubt, all in all, that in oral cultures generally, by far most
of the oral recitation tends toward the flexible» (Ong, 1988, p. 65).
24
Rychner, 1955, p. 69.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 97

si lo juzgaban conveniente, con lo que la duración de las sesiones po-


día variar mucho según las circunstancias. Además la audiencia también
podía interrumpir el canto del juglar y forzarle a marcharse sin haber
terminado su recitación25.
Don Quijote está envuelto en numerosas interrupciones. Por ejem-
plo, suele interrumpir a su interlocutor —de manera grosera— cuando
este comete algún desliz u omisión lingüística. Además de demostrar su
afán de pulcritud lingüística, el caballero se aprovecha de su estatus so-
cial —es un hidalgo— para interrumpir y restaurar el orden simbólico
de la escritura26. Por ejemplo, en el capítulo XII, don Quijote departe
con los cabreros e inquiere a un pastor acerca de las circunstancias de la
muerte de Grisóstomo. Se ve impelido a corregir a Pedro, que está in-
formándole de la formación atípica de Grisóstomo: «—Principalmente
decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan allá en el
cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de
la luna. —Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos
luminares mayores —dijo don Quijote»27. El narrador apunta el com-
prensible enfado del cabrero: «Harto vive la sarna —respondió Pedro—;
y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los voca-
blos, no acabaremos en un año»28.
Mediante sus celebrados discursos, don Quijote acapara egoístamen-
te la conversación, para delicia de lectores e indiferencia de su audiencia.
Hay que recordar que justo antes de interrumpir al pastor el caballero se
arrancó con el discurso de las armas y las letras, «que muy bien pudiera
excusarse», según precisa irónicamente el narrador. Es decir, que no era
necesario habida cuenta de las circunstancias de la enunciación (un dis-
curso de estilo alto dirigido a una audiencia de cabreros analfabetos) y
el paréntesis —excusable— en el hilo de la narración29.

25
Rychner, 1955, p. 48.
26
«Interruptions are perhaps the most unambiguous linguistic strategy which
achieves dominance, since to interrupt someone is to deprive them [...] of the right
to speak» (Coates, 1998, p. 161).
27
Cervantes, Don Quijote, p. 129.
28
Cervantes, Don Quijote, p. 131.
29
Don Quijote encarna en este discurso la antítesis paródica del orador ideal
propuesto por Cicerón en su De oratore. Según este, el discurso ideal «must be
adapted to the ears of the crowd, stir their emotions [de la audiencia] and prove
things than are weighed not in the balance of the goldsmith, so to speak, but in
common scales» (Cicerón, De oratore, p. 165). Por tanto, desde el punto de vista de
98 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Mas hay otras interrupciones famosas que tienen a don Quijote


como protagonista. Así, antes de comenzar su historia, Cardenio pide
no ser interrumpido, condición que prometen todos y que se conecta
en la imaginación de don Quijote con la historia truncada de la pastora
Torralba: «Estas razones del Roto trajeron a la memoria a don Qui-
jote el cuento que le había contado su escudero, cuando no acertó el
número de las cabras que habían pasado el río, y se quedó la historia
pendiente»30. Además de su desaliñado aspecto, el nombre «Roto» alude
a la «rotura» o la «interrupción» de su historia, tanto a nivel vital (aban-
dono, huida a Sierra Morena) como a nivel ficcional (interrupción).
Pero además su historia de amor con Luscinda puede leerse como un
paralelo de la de Torralba y Lope, y su final feliz como un hipotético
desenlace que habría podido tener el cuento «sin fin» de Sancho. No
obstante, al equiparar Cervantes ambos episodios (uno con final y otro
sin él) puede pensarse que el mismo texto problematizase el «final feliz»
que se propone para la historia de Cardenio y, de igual modo, cuestio-
nase el «final truncado» de Torralba. Este jugueteo expansivo de reflejos
infinitos provoca que el lector sienta «curiosidad» por estas convergen-
cias y/o disonancias que pululan en Don Quijote, y que tanto recuerdan
al estilo logocéntrico típico de las culturas orales. Mas es precisamente la
brusca interrupción del relato del Roto la que dispara la curiosidad de
don Quijote, que pregunta al cabrero «si sería posible hallar a Cardenio,
porque quedaba con grandísimo deseo de saber el fin de su historia»31.
Cabe preguntarse por qué don Quijote está envuelto en varias de
estas interrupciones. Su incapacidad para contar las cabras hace que San-
cho interrumpa la historia de la pastora Torralba. Además, no mantiene
la promesa que hace a Cardenio de no interrumpir el hilo de su histo-
ria, lo que provoca ipso facto que el Astroso termine el relato que estaba
contando. Asimismo, su discurso de las armas y las letras viene a ser una
interrupción de la historia del cautivo. Incluso su temeraria liberación
de los galeotes viene a «interrumpir» en cierto modo el decurso normal

la preceptiva clásica, don Quijote fracasa en los tres propósitos delineados arriba,
pues su discurso, ni se adecua, ni prueba, ni mueve. Su fracaso en la esfera de lo
persuasivo —deja a su improvisada audiencia indiferente— contrasta con la evi-
dente perfección formal de este y sobre todo, sirve para anticipar el discurso de
Marcela, quien simbolizaría a la oradora ideal según lo expuesto por Cicerón, pues
su discurso se adecua, prueba y mueve.
30
Cervantes, Don Quijote, p. 262.
31
Cervantes, Don Quijote, p. 270.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 99

de la justicia. Este comportamiento denota la característica principal de


don Quijote: su incapacidad para adecuarse a las circunstancias del mo-
mento, y nos lleva al tema central del presente capítulo.
Dijimos en la introducción que la crítica cervantina ha tendido a
buscar paralelismos entre Carlos V y don Quijote. El interés del Empe-
rador por los libros de caballerías, la política imperialista de ambos o el
sobrenombre «Quijote», en alusión quizá a la prominente quijada del
rey Habsburgo, han motivado esta plausible comparación. No obstante,
se obvia que la misma quijada tenía su hijo y la misma su nieto.También,
que a pesar de no ostentar el título de emperador, Felipe II fue percibi-
do por el resto de potencias europeas como un monarca peligrosamente
expansionista. Asimismo, que la vida de Cervantes (1547-1616) coinci-
dió en el tiempo con el reinado de Felipe (1556-1598), y mucho menos
con el de su padre (1516-1556). En cuanto a la literatura de caballerías,
ya se apuntó que Felipe sintió —como su padre, y como don Quijote—
una profunda devoción por los libros de este género, y en especial, por
el Amadís de Gaula. Eran además vox populi las reclusiones filipinas en
El Escorial, rodeado de legajos de documentos, lo que se puede asociar
a los encierros quijotescos en casa leyendo. Parece lógico, pues, conje-
turar a un don Quijote como producto del contexto sociocultural del
reinado de Felipe II.
Don Quijote no es capaz de adaptarse a las circunstancias, debido a
su excesiva fidelidad a la norma escrita. Sus interrupciones se deben a
que no es capaz de contenerse cuando su interlocutor ha dicho algo que
le recuerda a algo que ha leído. Es decir, los libros son para don Quijote
una rémora: ellos hacen que no actúe de acuerdo a la conveniencia del
momento. «Modos hay de composición en la orden de caballería para
todo»32, le dice en cierta ocasión a Sancho. Pero semejante aserto en po-
lítica es inexacto, como bien recuerda Maquiavelo en El Príncipe, donde
el tratadista florentino repite hasta la saciedad que los gobernantes de-
ben actuar «según que las circunstancias lo exijan»33. Don Quijote sosla-
ya de continuo esta norma debido a su incondicional fe —«fanatismo»
diríamos hoy— por seguir la ley escrita.
En su autoritativo estudio La gran estrategia de Felipe II, Parker señala
que uno de los principales problemas que Felipe II tuvo para ser «efi-
ciente» en su toma de decisiones fue su obsesión con la escritura. En

32
Cervantes, Don Quijote, p. 199.
33
Maquiavelo, El Príncipe, p. 56. Es mía la traducción del inglés.
100 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

lugar de delegar responsabilidades en sus consejeros, estos tenían que


esperar que el monarca escribiese y enviase por correo sus órdenes, lo
que provocaba, según Parker, que en muchas ocasiones se perdiese la
coyuntura adecuada. El desastre de la Armada (1588) o la mala gestión
de la rebelión de los Países Bajos (1555-1577) son ejemplos que mues-
tran que las dilaciones filipinas a la hora de actuar se debieron en parte
a que Felipe II no «escuchaba» a sus ministros, antes bien prefería usar
la escritura para comunicarse con ellos, con lo que el retraso era mu-
chas veces fatal. Parker comenta con cierta sorna que: «Mucho antes de
la máquina de escribir, la fotocopiadora y el ordenador, Felipe nadaba
[...] en un mar de papeles»34. Kamen destaca también la fascinación real
con la escritura. Según este historiador, el monarca estaba literalmente
«Rodeado de papeles procedentes de todos los rincones de la universal
monarquía»35. La siguiente anécdota es reveladora. Un cortesano fla-
menco llegó a afirmar que muchos creían que el rey burócrata «debió
escribir durante su vida más papeles de lo que podrían cargar cuatro
mulas»36. Para Kamen, «Era una subestimación»37. Gestionar eficiente-
mente la información mediante la escritura se convirtió para Felipe
II en una tarea difícil y extenuante, si no imposible. La letra escrita, en
lugar de traer el esperado orden, en exceso provocaba un caos informa-
tivo. Hasta tal punto que en cierta ocasión el rey pidió ayuda a su mi-
nistro Mateo Vázquez, argumentando que sus archivos se encontraban
«muy revueltos»38. En 1565, Felipe se queja amargamente en una carta
a uno de sus ministros de tener que pasarse las noches en vela, ocupado
en revisar documentos, regalándonos una imagen íntima del rey de-
masiado poco conocida: «Hasta agora no he podido desenvolverme de
estos diablos mis papeles, y aún llevo otros para leer en el campo adonde
daremos una vuelta agora»39. A veces los papeles desesperaban al monar-
ca: «Agora me dan otro pliego vuestro. No tengo tiempo ni cabeza para
verlo, y así no le abro hasta mañana y son dadas las 10 y no he cenado,
y quédame la mesa llena de papeles para mañana pues ya no puedo más

34
Parker, 1999, p. 78.
35
Kamen, 1998, p. 229.
36
En Kamen, 1998, p. 229.
37
Kamen, 1998, p. 229.
38
En Kamen, 1998, p. 229.
39
En Parker, 1999, p. 77.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 101

agora»40. Esta situación guarda un sorprendente paralelismo con la de


nuestro hidalgo al principio de la novela, cuando se dice de él que «se
le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en
turbio»41. Parker y Kamen ofrecen otros ejemplos reveladores de esta
obsesión enfermiza —e improductiva— del monarca hispano con leer,
escribir y regular hasta el último recoveco de la Monarquía Hispánica
mediante la escritura.
Los embajadores venecianos establecidos en la Corte española tam-
bién enfatizaron la fascinación del Rey Prudente con la escritura. En
1560 el obispo de Limoges comentó que Felipe II se encontraba «en-
teramente dedicado a sus asuntos y que no pierde una sola hora, pa-
sándose el día entero entre sus papeles»42. En 1593, el embajador Tomás
Contarini señaló la gran diligencia del monarca hispano, y cómo se
encargaba personalmente de todos los asuntos de consideración:

Todas las deliberaciones importantes le son enviadas por los consejeros,


escritas sobre un folio de papel, dejando la mitad como margen en blanco
para que Su Majestad escriba su parecer, con las adiciones, supresiones y
correcciones que estime oportunas. Y cuando le queda tiempo, lo emplea
en revisar y apostillar las súplicas y peticiones de sus súbditos y otras escri-
turas de menos importancia, en lo cual emplea a veces tres y cuatro horas
seguidas. Jamás abandona alguna de estas ocupaciones; incluso cuando va a
El Escorial, durante el viaje trabaja con sus ministros y revisa con cuidado
los papeles que se le han entregado43.

En 1595 el embajador veneciano Francisco Vendramino reiteró la


formidable capacidad de trabajo del rey, señalando una importante di-
ferencia de carácter entre Felipe II y su padre Carlos V. El rey Prudente
«[E]scribe día y noche, y se dice, que lo que su padre adquirió con la
espada él lo conserva con la pluma»44.
Felipe II fue un monarca infatigable, dedicado en cuerpo y alma a las
tareas de gobierno. Incluso en época tan temprana como 1559, el em-
bajador francés en la corte comentó que Felipe II trabajaba sin descanso,

40
En Parker, 1999, p. 77.
41
Cervantes, Don Quijote, p. 39.
42
En Campos y Fernández de Sevilla, 2009, p. 24.
43
En Campos y Fernández de Sevilla, 2009, p. 25.
44
En Campos y Fernández de Sevilla, 2009, p. 25. Esto por otra parte recuerda
a la transición experimentada por don Quijote a causa de sus lecturas caballerescas.
102 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

«dedicándose el día entero a sus papeles»45, con una jornada que comen-
zaba a las ocho de la mañana y que solía terminar a las nueve (hora de la
cena), solo interrumpida por breves intervalos para comer. Pero incluso
la hora de la cena era flexible, dependiendo del volumen de trabajo que
el rey tuviera ese día. Esta fue la extenuante rutina de trabajo que el Rey
Papelero mantuvo toda su vida. Hacia 1580, un embajador veneciano
destaca la capacidad escritural del monarca: «Además de las oraciones que
reza, escribe cada día de propia mano más de quinientas hojas de papel
entre billetes, consultas y órdenes [...] Resulta difícil de creer el tiempo
que dedica a firmar cartas, licencias, patentes y otros asuntos de gracia y
justicia, que algunos días llegan a dos mil»46. Otro ejemplo documental
revelador de la pasión del monarca por la escritura. Un famoso espía
inglés señaló que para el monarca hispano, a pesar de tener secretarios, la
escritura constituyó su «ocupación común, por lo que despachaba más
que cualquiera de sus tres secretarios; y así, con su pluma y su bolsa, go-
bernaba el mundo»47. El mencionado Kamen también señala con cierta
admiración que la capacidad de trabajo de Felipe era extraordinaria, hasta
el punto de que «prácticamente toda la correspondencia oficial proce-
dente del gobierno central llevaba su firma»48.
Esta actitud no fue vista con demasiadas simpatías por los contem-
poráneos del rey. En 1571, Diego de Córdoba, un alto cargo de la ad-
ministración española, se quejaba de que la vida en la Corte de Felipe
II se reducía a «papeles y más papeles, y estos crecen cada día» debido
a que el monarca «escribe en billetes cada hora, que no es amanecido
ni hora de comer ni anochecido cuando entran [sus ayudas de cáma-
ra] con papeles [...] sobre cosas que, llegadas al cabo, no montan un
alfiler»49. Mas la superabundancia de la escritura trajo además al monarca
un tipo de crítica distinta, relacionada con el papel de la comunicación
entre el rey y sus súbditos. La escritura tendía a distanciar al monarca
del pueblo. Muchas anécdotas confirman tal aserto. En una ocasión, el
gran limosnero de Felipe, Luis Enrique, le reprobó al rey que gobernase
«mediante cartas y papel», añadiendo que otros reyes europeos no pasa-
ban el tiempo «leyendo y escribiendo». Para la sociedad española del XVI,

45
En Parker, 1999, p. 75.
46
En Parker, 1999, p. 76.
47
En Parker, 1999, p. 77.
48
Kamen, 1998, p. 15.
49
En Parker, 1999, p. 80.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 103

poco acostumbrada a la escritura50, esta preferencia por la letra escrita


por parte del monarca era incómoda y hasta incomprensible. Los reyes,
se pensaba, tenían una función pública y por tanto debían ser accesibles
a su pueblo51. Por eso a finales de los setenta, el limosnero mayor Luis
Enrique le comentaba al monarca que gobernar «por billetes y por es-
crito» le distanciaba de sus súbditos52.
Pero si a menudo la escritura distanciaba, en otras ocasiones le
servía al monarca para comunicarse con súbditos que en persona se
sentían incómodos con su intensa mirada. Así, el poeta Alonso de Er-
cilla intentó hablar con Felipe varias veces, pero la mirada del rey lo
desconcertaba. La respuesta del monarca al autor de La Araucana fue
tajante: «Don Alonso, habladme por escrito»53. En definitiva, la polí-
tica de España durante la época de Cervantes, la de Felipe II, estuvo
marcada por un monarca que hizo de la escritura una herramienta de
gobierno y un axioma de vida.

DON QUIJOTE, PRODUCTO DE UN ARCHIVO

En este contexto, por ejemplo, hay que recordar que la pasión es-
critural de Felipe II se concretizó en la creación de archivos, quizá el
mejor ejemplo de la alianza entre escritura y poder político durante el

50
Sara Nalle apunta que, a lo largo del siglo XVI, los índices de analfabetismo
disminuyeron paulatinamente. Esto fue debido en parte al auge de las universidades
y los colegios mayores, a la difusión de la imprenta y el menor costo de los libros.
Según dicha autora, el índice de analfabetismo masculino en España era similar e
incluso menor al de otros países europeos. En Castilla, a mediados del XVI, un 69%
de los madrileños podía firmar su nombre. En Toledo, por ejemplo, los archivos de
los casos inquisitoriales revelan que, entre 1601 y 1650, un 62 % de los hombres
podía firmar. Sobre el mismo periodo, en Cuenca, y de nuevo basándose en archivos
de la Inquisición, un 52% de los hombres declaraba poder leer (Nalle, 1989, p. 69).
51
Kamen, 1998, p. 227.
52
Kamen, 1998, p. 227. Este distanciamiento entre el rey y sus súbditos producto
de la escritura recuerda al distanciamiento de la realidad de don Quijote, provocado,
como se sabe, por sus lecturas caballerescas. Martín Morán, basándose en críticos
como Walter Ong, ha incluso especulado con la posibilidad de que la mera alfabe-
tización de don Quijote sea la causante de su locura (Martín Morán, 1997, p. 341).
Es evidente que en don Quijote, la escritura y la lectura están asociadas ante todo
con la locura y la soledad del nuevo tipo de lector silencioso.
53
Kamen, 1998, p. 235.
104 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

periodo de Felipe II. El más famoso de ellos es sin duda el Archivo Ge-
neral de Simancas, obra que epitomiza la pasión del Rey Papelero por la
adquisición, conservación y sistematización de los documentos tocantes
a la Monarquía Hispánica. José Luis Rodríguez de Diego ha estudiado
con brillantez el proceso formativo y el significado de los archivos, en
particular el de Simancas. Este investigador, siguiendo ideas expuestas
por Braudel, señala el papel crucial de la escritura y la burocracia en la
dominación de los grandes territorios y las inmensas colectividades de
los imperios del XVI: «La escritura, las cartas, los correos posibilitan la
comunicación, el intercambio de noticias; la escritura es el vehículo por
excelencia para romper barreras y reducir espacios»54. Los Reyes Cató-
licos reafirmaron el poder real y crearon un aparato central de gobier-
no acompañado de la creación de ciertos consejos (Órdenes, Aragón,
Inquisición y de audiencias). Con el aumento del aparato burocrático,
los monarcas se percatan de la necesidad de reunir los documentos to-
cantes a la Corona en un mismo sitio55. El proyecto, sin embargo, no
cuajó. La inestabilidad del poder real (gobierno provisional de Felipe
el Hermoso, regencias de Fernando el Católico y Cisneros) y la ausen-
cia de una corte fija dificultaron un proyecto que requería «duración
y permanencia»56. Fue con la llegada al poder del nieto de los Reyes

54
Rodríguez de Diego, 2000, p. 185. A propósito de los sistemas de comunica-
ciones en la época, hay que recordar que el inmenso Imperio español, señala Braudel,
«required not only continual troop movements but the daily dispatch of hundreds of
orders and reports» (Braudel, 1972, p. 371). El historiador francés enfatiza cómo algu-
nos historiadores anteriores se han dejado fascinar por la figura del Rey Papelero, el
rey burócrata rodeado de montañas de papeles en El Escorial, ignorando en gran me-
dida «the gigantic tasks demanded of the Spanish administrative machine» (Braudel,
1972, p. 372). Lo cierto es que en el siglo XVI, y particularmente en España, los comer-
ciantes, los letrados, los poderosos y en general los grupos sociales adscritos al poder
inevitablemente vivían «with ink-stained fingers» (Braudel, 1972, p. 377).
55
Es lo que se recoge en la real provisión de 23 de junio de 1509: «Los privi-
legios y escrituras tocantes a la corona real e al bien e pro común de estos reinos...
han estado siempre y están muy derramados y cuando son menester... no se pueden
haber ni hallar» (en Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 16).
56
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 17. Estos explican: «No existe
un archivo de la corona de Castilla anterior a los Reyes Católicos a semejanza del
existente en la corona de Aragón. La documentación castellana ha corrido la suerte
del nomadismo de la corte, de la inestabilidad de sus instituciones y, sobre todo, de
la turbulencia del periodo bajomedieval recorrido por continuas luchas dinásticas y
nobiliarias. La ausencia de un depósito documental es el más claro signo de la anar-
quía de la época» (Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 16).
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 105

Católicos, Carlos V, y la instauración entre 1523 y 1525 del «régimen


polisinodial» (aparato gubernamental basado en distintos consejos u or-
ganismos centrales reguladores de las distintas áreas de gobierno que
debían ser administradas) que el proyecto de la creación de un archivo
cobró cierta madurez. La razón de esto reside en el auge de esta enorme
organización administrativa, típica del Estado moderno, que exigirá un
aparato burocrático y su correspondiente correlato escritural, el archi-
vo. La creación de este se hará imprescindible «en una administración
plenamente realizada»57, y en el que la conservación de la información
se hace imprescindible desde un punto de vista social, cultural y sobre
todo político. Así, la famosa Instrucción para el Archivo de Simancas (donde
se custodiaría la documentación del Consejo de Indias hasta 1785), dada
por Felipe II en 1588, resaltaba la preservación de «cualquieres dere-
chos y acciones que nos pertenezcan y podamos pretender en cualquier
manera y por cualquier causa y razón», por lo que se mandó enviar a
la fortaleza de Simancas las escrituras referentes «al patrimonio, estado
y corona real de estos reinos y al derecho de su patronazgo»58. Como
recuerdan Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, aunque Carlos V fue
el fundador del Archivo de Simancas (1540), Felipe II posee el mérito
de terminar su construcción e implantarlo de manera definitiva59.
Además, justo por la época en que Cervantes comienza a redactar
su obra cumbre, Felipe II redacta un documento de importancia tras-
cendental para la archivística española y europea: la Instrucción para el
Gobierno del Archivo de Simancas, conjunto de normas escritas destinada
a sistematizar y regular las funciones de la vida del Archivo, y calificada
como «hito fundamental en la historia archivística española y europea»60.
Treinta capítulos en los que el Rey Papelero recogió órdenes concretas
sobre, entre otras cosas, «el recogimiento de los papeles», «la muy buena
orden en la composición y ornato de nuestras escrituras» e instrucciones

57
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 17.
58
En Bouza, 1992, p. 88.
59
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 20. Dichos estudiosos ex-
plican que el maravilloso edificio renacentista que hoy se puede contemplar poco
tiene que ver con el original. La fortaleza fue mandada construir por los almirantes
de Castilla a finales del XV. En 1480 Alonso Enríquez cedió la fortaleza a la Corona
a cambio de una compensación económica. A partir de 1490 la fortaleza sirvió
como depósito de armas y dinero y luego como prisión de Estado (Álvarez Pinedo
y Rodríguez de Diego, 1993, p. 17).
60
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 27.
106 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

detalladas sobre el cuidado y reparación de los manuscritos, las obliga-


ciones y horarios de empleados (archivero, oficiales, portero y barren-
dero) o el precio por las copias de documentos, etc.61
Las marcas literarias dejadas por esta política archivística llevada a
cabo por Felipe II se dejan entrever en las páginas del Quijote. Si se
presta atención (literal) a las palabras del narrador en el Prólogo, puede
observarse que el concepto del archivo está ya presente desde las dudas
iniciales de Cervantes al inicio de la obra. Al faltarle glosas, citas y sone-
tos laudatorios con los que adornar su obra, el autor confiesa al gracioso
amigo que prefiere dejar que el libro «quede sepultado en sus archivos
en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas
como le faltan»62. En el marco de su lógica literaria, debe creerse por
tanto que la obra maestra de Cervantes es ante todo un producto de ar-
chivo. De alguna manera en Cervantes el concepto del archivo está aquí
asociado a la muerte («sepultado»), lo cual se relaciona con las dudas
ante la falta de auctoritas —esto es, de documentos escritos que avalen
su producción— por faltarle al autor glosas, citas y sonetos laudatorios
con que avalar su producción artística tras varios años de silencio crea-
tivo63. La etimología de la palabra «archivo» tiene que ver con la idea
de poder o su falta. La voz deriva del griego arkhē, que alude al orden y
al gobierno (de ahí por ejemplo la palabra «monarca» o «anarquía»). La
idea de archivo está igualmente asociada al concepto de génesis de la
obra literaria. En la filosofía griega, arkhē significa «comienzo», «origen»,
o «la primera substancia» de la que se derivan las demás. No puede ser
casual que la primera mención al archivo aparezca en el prólogo de la
novela, es decir, en su pre-comienzo, un prólogo que destaca al mismo
tiempo por su originalidad, insertado en una obra literaria radicalmente
original y que va a marcar un nuevo «comienzo» en la historia de la
literatura occidental.
Por otra parte, en el episodio del donoso escrutinio, al archivo se lo
asocia con la idea de la biblioteca y la censura de determinados tipos

61
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 26.
62
Cervantes, Don Quijote, pp. 12-13.
63
«De todo esto ha de carecer mi libro, porque no tengo qué acotar en el mar-
gen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al
principio, como hacen todos [...] En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo de-
termino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha»
(Cervantes, Don Quijote, p. 12).
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 107

de libros, que no siempre se hace de acuerdo con su estricta calidad


literaria. Durante el escrutinio de la biblioteca de don Quijote, el na-
rrador se lamenta de que «tales [libros] debieron de arder que merecían
guardarse en perpetuos archivos»64. La referencia a las purgas inquisito-
riales aquí es evidente, pero la mención al archivo podría relacionarse
también con la idea de que este es un espacio literal y simbólico de
la aceptación y guarda de sus documentos, pero también del rechazo
o censura de todos los otros textos que, por razones diversas, no están
ahí. Otra mención concreta al archivo se encuentra en el famoso capí-
tulo ocho. Como recordará el lector, aquí la narración se interrumpe
bruscamente, justo cuando don Quijote y el vizcaíno van a acometerse,
espadas en alto. El narrador entonces intenta encontrar una explicación
ante la carencia de documentación acerca de don Quijote. En este
contexto, y dada la importancia del material narrado, especula con la
imposibilidad de que los ingenios de la Mancha «no tuviesen en sus ar-
chivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero
tratasen»65. No creemos que ningún lector medianamente atento de la
época de Cervantes hubiera tenido problema en identificar a Felipe II
como a uno de esos «ingenios de la Mancha» de los que habla el narra-
dor, que guardan celosamente sus papeles en los archivos de la Mancha.
Otro ejemplo análogo puede observarse en el capítulo LII, donde se
incide de nuevo en esta idea del archivo como principio generador
del que la novela se nutre. El autor confiesa que para encontrar los
documentos de las postreras aventuras de don Quijote ha tenido que
«inquerir y buscar todos los archivos manchegos»66. Cervantes sugiere
literalmente que Don Quijote es un producto de archivo. Pero quizá el
mejor ejemplo de la asociación entre don Quijote como personaje y
el archivo se dé durante la visita de este y Sancho a la casa de don Die-
go de Miranda, el caballero del Verde Gabán. Durante el camino, don
Diego discurre en silencio acerca de la peculiar locura de don Quijote,
que solo parece asomar cuando habla de cosas concernientes a las caba-
llerías. Don Quijote interrumpe su soliloquio mental, explayándose en
una apología muy bien razonada acerca de los códigos de la caballería,
que obliga a don Diego a confesar que «si las ordenanzas y leyes de la

64
Cervantes, Don Quijote, p. 89.
65
Cervantes, Don Quijote, p. 104.
66
Cervantes, Don Quijote, p. 591.
108 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

caballería andante se perdiesen, se hallarían en el pecho de vuesa mer-


ced como en su mismo depósito y archivo»67.
Los ya mencionados Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego señalan
que una diferencia fundamental entre el lenguaje usado por Carlos V y
Felipe II para referirse al Archivo de Simancas es que para el segundo
dicho depósito no es solo lugar de las «escrituras tocantes a nuestra co-
rona, patrimonio y patronazgo», sino también guía de «nuestros reinos
y vasallos»68. Es decir, que como señalan dichos autores: «[S]e añade una
dimensión más amplia, posiblemente por más absolutista, abarcadora
tanto de los derechos de la corona como los de todos los ciudadanos»69.
En otras palabras, el archivo —y su medio, la letra escrita y el papel—
adquirió durante el reinado de Felipe II una dimensión totalizadora
de la realidad. Por esa razón el Diccionario de Autoridades, en la entrada
del vocablo «archivo», señala que este es un «Lugar público donde se
guardan los papeles e instrumentos originales, en que se contienen los
derechos del Príncipe y particulares, dándoles mayor fe y autoridad la
circunstancia del lugar»70. Esta expansión de lo escrito y el notable in-
cremento de su influencia («fe y autoridad») en la esfera de lo político y
lo vital recuerdan en gran medida, por supuesto, a la literaturización de la
vida de la mente enferma de don Quijote.Valga la siguiente cita como
ejemplo de este proceso mental: «Asentósele de tal modo en la imagina-
ción [a don Quijote] que era verdad toda aquella máquina de aquellas
soñadas invenciones que leía», dice el narrador al principio de la obra,
«que para él no había otra historia más cierta en el mundo»71. Resulta
asimismo significativo que el verbo que el narrador usa para describir
la locura del caballero, «asentósele» de «asentarse» (del latín sedeo, sedes),
tenga una cierta relación con la idea de espacio y de permanencia. Solo
hay que recordar parte de la definición del Diccionario anteriormente
mencionada: «dándoles mayor fe y autoridad la circunstancia del lugar»
(énfasis mío).
Mas no solo de don Quijote. Seguramente el lector recordará la con-
fusión entre literatura y realidad del ventero Juan Palomeque el Zurdo,
anarquía venteril en la que el documento escrito nutre, modela y se

67
Cervantes, Don Quijote, p. 770.
68
En Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 20.
69
Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 20.
70
Aut, s.v. «archivo».
71
Cervantes, Don Quijote, p. 39.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 109

confunde con el material vivido. La concepción totalizadora de la pa-


labra escrita, cuyo emblema es el Archivo de Simancas, puede ejempli-
ficarse con la discusión sobre literatura entre el ventero y el cura en la
venta. El ventero, de quien Dorotea afirma que «[P]oco le falta [...] para
hacer la segunda parte de don Quijote»72, confunde literatura y vida de
la misma forma que don Quijote. Cree que Felixmarte de Hircania, Ci-
rongilio de Tracia y demás caballeros andantes fueron personajes reales,
superiores incluso a los históricos Gonzalo Fernández de Córdoba y
Diego García de Paredes. La diferencia entre don Quijote y el ventero
es que en el caso del ventero el pensamiento no se ha concretado en
acción. De todos modos, incluso personajes tan cuerdos como el cura
(presunto alter ego novelizado de Cervantes) parecen confundir la tan a
priori diáfana distinción aristotélica entre poesía e historia, al creer que
personajes históricos como Diego García de Paredes y Fernández de
Córdoba fueron capaces de realizar hazañas imposibles, como detener la
rueda de un molino con un dedo o contener un solo hombre un ejérci-
to entero. Esto es, el cura pretende ejemplarizar al imaginativo ventero
trayendo a colación hazañas de personajes históricos que solo pudieron
ser posibles en el universo de la ficción literaria73.
Relacionado con esto, un hecho significativo es que a partir del
reinado del Rey Prudente, el archivo se usó con profusión en materias
de interés nacional. «El archivo de Simancas, como el de la Corona de
Aragón», comenta a este respecto Bouza, «fue usado durante el reinado
de Felipe II con bastante amplitud y con toda conciencia de la im-
portancia de sus fondos, buscándose en él desde casi el momento de su
fundación, incluso para servir a los cronistas»74. De un modo análogo al
de don Quijote, la Corona española buscará en la letra escrita la norma
por la cual dirimirá cuestiones de interés nacional. Por ejemplo, Bouza
comenta que el archivo simanquino prestó un servicio inestimable a

72
Cervantes, Don Quijote, p. 373.
73
Explica el cura: «[E]ste Diego García de Paredes fue un principal caballero,
natural de la ciudad de Trujillo, en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas
fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su
furia, y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un in-
numerable ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que si, como él las
cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio,
las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Hétores,
Aquiles y Roldanes» (Cervantes, Don Quijote, pp. 371-372).
74
Bouza, 1998, p. 49.
110 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Felipe II en la cuestión sucesoria portuguesa y en la crisis de Flandes.


«[H]abiendo de otorgar su Majestad el perdón general a los de Flandes»,
se creyó conveniente «ver [el perdón] que otorgó el emperador cuando
las comunidades de estos reinos de Castilla»75. En cuanto a la polémi-
ca en cuanto a la sucesión de Portugal, es significativo que Felipe II,
consciente de que antiguos documentos pudieran apoyar la causa de los
Avís, pidiera con «gran furia» a su secretario Diego de Ayala «gran copia
de capitulaciones con Portugal» entre 1578 y 157976. El cronista Balta-
sar Porreño informa de otro caso en torno a la utilización del archivo
en cuestiones políticas. En 1568, con motivo del juicio llevado a cabo
contra su hijo el Príncipe don Carlos, comenta que el monarca «envió
al archivo de Barcelona por el que causó el Rey don Juan el Segundo
de Aragón contra el príncipe de Viana», e incluso «lo mandó traducir
de catalán en castellano para ver cómo estaba fulminado y causado; y
ambos están en el Real Archivo de Simancas para perpetua memoria»77.
Estos son solo algunos ejemplos que demuestran algo señalado por la
historiografía más reciente: que a partir del reinado de Felipe II y la
implantación definitiva del archivo, la letra escrita, el documento, se
convirtió no solo en verdad incuestionable, sino también en material de
consulta inexcusable a la hora de dirimir cuestiones de interés nacional.

LA MENTE DE DON QUIJOTE, UN ARCHIVO MENTAL

Algo parecido ocurre con el protagonista del Quijote. El modus ope-


randi mental de don Quijote equivale a una operación archivística. En
su toma de decisiones diaria y sobre todo al enfrentarse a nuevos con-
textos, don Quijote busca en su «archivo mental» situaciones análogas
leídas en sus libros de caballerías que le sirvan de guía. Cuando San-
cho le pregunta a su amo si le está mal a un escudero el quejarse por
cualquier nimiedad o dolor que tenga, el caballero accede ipso facto a
su archivo mental: «No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad
de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse, como y
cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído

75
En Bouza, 1998, p. 49.
76
Bouza, 1998, p. 122.
77
Porreño, Dichos y hechos del señor Rey don Felipe Segundo, p. 84.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 111

cosa en contrario en la orden de caballería»78. A veces el «archivo men-


tal» quijotesco no contiene toda la información necesaria que lo lleve
a una decisión óptima. Cuando en la Primera Parte el ventero le pide a
don Quijote que le pague, este le replica con perplejidad «que no traía
blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros
andantes que ninguno los hubiese traído». El ventero (lector más agudo
por atenerse, como San Jerónimo, al espíritu y no a la letra, al contra-
rio que don Quijote), le convence de su error, puesto que este tipo de
información de índole práctico «no se escribía, por haberles parecido a
los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan
necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias»79. O cuando
al final de la Primera Parte, un don Quijote encantado es devuelto a su
pueblo enjaulado en un carro tirado por bueyes, el caballero se queda
perplejo al comprobar que los datos de su archivo mental no coinciden
con la lógica narrativa de la ficción perpetrada por el cura y el barbero.
«Muchas y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes» se
dice a sí mismo don Quijote, «pero jamás he leído, ni visto, ni oído, que
a los caballeros encantados los lleven desta manera y con el espacio que
prometen estos perezosos y tardíos animales»80.
La conciencia del archivo modela las páginas del Quijote. A modo de
laberinto o emblema barroco, el devenir vital de don Quijote mantiene
extrañas analogías con Simancas. Si el archivo sirvió en su comienzo
como prisión, al comienzo de la novela se señala cómo esta «se engen-
dró en una cárcel»81 (metafórica o no). Si Simancas funcionó como
depósito de armas, para don Quijote estas son el símbolo de su perte-
nencia a la caballería andante (recuérdese que lo primero que el hidalgo
hace tras convertirse en caballero andante es «limpiar unas armas que
habían sido de sus bisabuelos»82). Pero más que coincidencias temáticas
que son evidentemente aleatorias, ante todo, el Archivo de Simancas,
como don Quijote, son máximos emblemas del poder, el alcance y a
la vez las limitaciones de la letra escrita durante el reinado de Felipe II.
La creación del Archivo de Simancas es un buen ejemplo de la es-
critofilia del monarca y de la concepción de la escritura como un arma

78
Cervantes, Don Quijote, p. 97.
79
Cervantes, Don Quijote, p. 56.
80
Cervantes, Don Quijote, p. 539.
81
Cervantes, Don Quijote, p. 9.
82
Cervantes, Don Quijote, p. 41.
112 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

política y cultural con vocación inequívoca de futuro. Así, Diego de


Ayala, el secretario nombrado por Felipe II como «tenedor de las es-
crituras» del citado archivo, orgullosamente se imagina retratado por
la posteridad, —en una actitud muy semejante a esta de don Quijote,
cuando imagina al historiador que recopilará sus hazañas en el futuro:
«¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la
verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere
no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana,
desta manera? Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de
la ancha y espaciosa tierra...»83. Ayala, al igual que don Quijote, es ple-
namente consciente del poder de la escritura para guardar la memoria
del pasado, y de aquí el orgullo de su tarea como recopilador de papeles:
«bien se puede decir que yo [Diego de Ayala] soy el primer fundador
[del archivo], pues por mi industria y diligencia se han recogido la ma-
yor riqueza de papeles que tiene príncipe en el mundo, como algún
día se sabrá de mí»84. De nuevo, más allá de lo puramente anecdótico,
lo relevante de estas palabras (y las de don Quijote) es que denotan una
conciencia de totalidad y de futuridad que solo la escritura puede confe-
rir, amplificadas, como hemos visto, por el extenso uso del archivo. La
totalidad contribuye a que don Quijote amalgame en su mente realidad
y fantasía (puesto que lo escrito invade paulatinamente espacios antes
asignados a lo real) y la condición de futuridad alimenta su afán de
hacerse caballero andante y realizar hazañas, según sus propias palabras,
«dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en
tablas para memoria en lo futuro»85. Estas dos dimensiones son las claves
de la locura de don Quijote.

***

Infatigable escritor, lector e iniciador del programa archivístico más


ambicioso de su época, Felipe II jamás permitió, sin embargo, que nadie
escribiese biografía alguna sobre su vida (las que conservamos, como
las de Cabrera de Córdoba o los dichos atribuidos al monarca recopi-
lados por Porreño, son póstumas). «Con ello, se mantuvo a salvo de los

83
Cervantes, Don Quijote, p. 46.
84
En Álvarez Pinedo y Rodríguez de Diego, 1993, p. 21.
85
Cervantes, Don Quijote, p. 47.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 113

aduladores, a los que detestaba» señala sobre esto Kamen, para añadir a
continuación, «pero dejó el campo abierto a los detractores»86. Resulta
cuanto menos curiosa la ambivalencia que tuvo Felipe II ante la palabra
escrita.
Es relevante señalar que Carlos V tuvo una actitud ante la escritura
un tanto diferente de la de su hijo. Por ejemplo, con ocasión del sacco
de Roma en 1527 por tropas imperiales (precisamente el año del na-
cimiento de su hijo Felipe II, hecho que originó conjeturas acerca del
carácter del futuro monarca, nacido en fecha tan nefasta para la Iglesia)
encargó a su secretario Alfonso de Valdés la redacción del Diálogo de las
cosas acaecidas en Roma, obra apologética y de tono propagandístico que
defendía la figura del Carlos V ante las críticas recibidas debido al saqueo
y parcial destrucción de la Ciudad Santa. En esta pieza en forma de
diálogo,Valdés plantea que el saqueo de Roma se debió a la corrupción
de la Iglesia de Roma y a un plan divino que tenía como objetivo la
destrucción de la ciudad.Valdés fue duramente criticado por la Iglesia y
atacado incluso por Baltasar de Castiglione, nuncio papal de Clemente
VII en una virulenta carta en la que presenta a Roma como la nueva
Jerusalén. El secretario real fue posteriormente protegido por el círculo
del Emperador. Esta anécdota corrobora lo mantenido por la historio-
grafía más reciente, a propósito de que Carlos V, a diferencia de su hijo,
usó la escritura como un arma propagandística.
Sin embargo, es innegable que la historiografía contemporánea del
monarca —en particular la española— no escatimó elogios en presentar
a Felipe II como un soberano justo y defensor de la fe católica. Así, Luis
Cabrera de Córdoba, quien atendió directamente tanto a Felipe II como
a su padre, publicó en 1619 la mejor biografía póstuma disponible de la
vida y reinado del Rey Prudente. El frontispicio, que presenta a Felipe
con una espada y un cáliz y con El Escorial al fondo, contiene en el me-
dio las palabras latinas «Suma ratio pro Religione» (la religión es la más
alta prioridad) enfatizando el papel del monarca como defensor de la fe
católica87. Posteriormente, otros escritores españoles continuaron presen-
tando a Felipe como el campeón católico. Por ejemplo, fray Gaspar de

86
Kamen, 1998, p. XI.
87
Es además un comentario sobre la razón de Estado, que usaban los «políticos»,
es decir los maquiavelistas, de una manera negativa. Para Felipe II, dice el lema, la
razón de Estado (ratio) es la divina. A Dios a través de la razón de Estado. En defini-
tiva, se defiende la noción de un príncipe político, pero siempre cristiano.
114 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

San Agustín redactó la Conquistas de las islas Filipinas: la temporal, por las
armas del señor don Felipe Segundo el Prudente; y la espiritual, por los religiosos
del orden de nuestro padre San Augustín (1698). José de Rivera Bernárdez
y su Descripción Breve de la muy noble y leal ciudad de Zacatecas (1732) es
otro ejemplo de la cuasi divinización de la figura de Felipe II en la his-
toriografía española. Hay asimismo numerosos ejemplos de propaganda
a favor de la figura y la política del Rey Prudente en otros ámbitos. En
las artes pictóricas, son comunes las representaciones que sugieren una
comunicación directa entre monarca y Dios, como en El sueño de Felipe
II de El Greco; intercediendo por los muertos, como el Enterramiento del
conde Orgaz o La ofrenda de Felipe II, obra de Tiziano, en el que se aúnan
la representación de su profunda devoción religiosa, junto con el orgullo
de su reciente victoria frente al turco en Lepanto y el nacimiento de su
heredero Fernando, ambos hechos ocurridos en 1571. Como recuerda
Parker, este conjunto de obras artísticas «formaban parte de un poderoso
ejercicio de propaganda»88. En cuanto a la arquitectura, quizá el mejor
ejemplo sea la monumental construcción de El Escorial, construido para
conmemorar la victoria de San Quintín sobre los franceses en 1557 y
que «sintetizaba la concepción de Felipe de su doble cometido como rey
y sacerdote»89. Sobre este edificio se hablará en el capítulo dedicado a la
cueva de Montesinos.
No sería exagerado afirmar que fue en el campo de la escritura pro-
pagandística, paradójicamente, donde Felipe II fracasó de una manera
notable. A lo largo de su reinado, el Rey Prudente por norma general
evitó difamar, justificar o incluso defender sus causas políticas, religiosas
o monetarias mediante la palabra escrita, y en las pocas ocasiones que
sus consejeros lo hicieron por él, tales escritos «no gozaron en general
de buena acogida»90. Varios sucesos corroboran tal aserto. Durante los
dramáticos acontecimientos de los Países Bajos (1555-1577), «una ava-
lancha de panfletos antiespañoles» inundó los Países Bajos91. En particu-
lar, la famosa Apología (1581) de Guillermo de Orange (1533-1584) «el
Taciturno», alcanzó una gran difusión en la Europa de la época, siendo
el texto base de la Leyenda Negra antiespañola. Esta durísima e infla-
matoria diatriba estaba dirigida, como es sabido, contra el proceder del

88
Parker, 1999, p. 171.
89
Parker, 1999, p. 176.
90
Parker, 1999, p. 171.
91
Voet, 2000, p. 44.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 115

monarca, el duque de Alba y las tropas españolas estacionadas en los


Países Bajos. Específicamente, acusaba a Felipe del asesinato del Príncipe
Carlos, de su esposa Isabel de Valois, de otros varios crímenes cometidos
y de su vida lasciva. Kamen acertadamente denomina a la Apología un
«brillante folleto» que fue «distribuido en todas las cortes de Europa»92 y
en el que por primera vez, Guillermo de Orange renunció formalmente
al señorío de Felipe II. Es necesario recordar que durante el siglo XVI
las razones morales y prácticas no eran suficientes para justificar una
rebelión contra la autoridad soberana. Por esto, además de esgrimir este
tipo de razones, era esencial actuar de acuerdo con la ley. La Apología
vino a alterar esta línea de pensamiento político, pues el documento
culpaba al propio Felipe II de la rebelión, ya que supuestamente el mo-
narca había faltado a sus deberes como soberano93. Relacionado con
esto, es revelador que esta conciencia del poder de la palabra escrita
asome en una carta anterior redactada por Guillermo de Orange y los
sublevados contra el Cardenal Granvela: «le suplicaban por esto diese
crédito a sus cartas como a sus personas y perdonase la llaneza de su
estilo, pues no siendo oradores hacían más profesión de bien servir que
de bien hablar»94. En cuanto al volumen de su distribución, de esta obra
de Orange —solo de 1581— se conservan cinco ediciones en alemán,
dos en holandés, una en inglés y otra en latín95. En lo que respecta a la
respuesta de Felipe II y sus asesores, existe tan solo una copia de una tal
Antiapología escrita por Pedro Cornejo, en la que se describe a los rebel-
des de arrogantes, ciegos, desagradecidos y borrachos96. Esta respuesta al
texto de Orange, sin embargo, «se desvaneció sin dejar casi rastro»97. Una
de las razones de este silencio escritural por parte de Felipe II, arguye
Parker, es que quizá el monarca no vio necesario defenderse, puesto
que de hacerlo, las acciones del monarca y su legado podrían ser puestas
en entredicho98. Es evidente que esta actitud no funcionó del todo. El
rumbo de los acontecimientos en la rebelión de los Países Bajos y la
imagen del monarca, su legado, confirman este aserto. Esto se debe en

92
Kamen, 1998, p. 270.
93
Wedgwood, 1944, p. 218.
94
En Castillo Gómez, 1999, p. 27.
95
Parker, 1999, p. 171.
96
Rodríguez Pérez, 2008, p. 71.
97
Parker, 1999, p. 171.
98
Parker, 1999, p. 172.
116 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

gran medida, recordémoslo, a que el monarca rehusó que se escribiese


una biografía suya durante su vida.
A propósito del Quijote, Carlos Brito afirma que «no hay libro más
bibliófilo ni más bibliólatra que el Quijote»99. Además de libros de todo
tipo y bibliotecas enteras (o purgadas, como la de don Quijote) encon-
tramos cartas, poemas, libros de memorias, instrucciones, inscripciones
en los árboles o incluso libros imaginados pero no escritos (recuérdese
aquel «muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie
de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun
saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo
estorbaran»100, que se dice de don Quijote al principio de la obra). Mi-
chel Foucault captó la importancia de la escritura en la obra y de ma-
nera poética describió a don Quijote como «largo grafismo flaco como
una letra, que acaba de salir del bostezo de los libros»101. En este sentido,
es una obviedad decir que Don Quijote, la novela, es ante todo un pro-
ducto o respuesta principalmente del contexto literario de su época.
Pero Don Quijote es también un producto cultural que nace en un
contexto histórico determinado: el de una Monarquía en el que la tec-
nología de la escritura ha elevado sus cotas de poder hasta niveles im-
pensables un par de siglos antes. Un ejemplo sintomático son las críticas
a los llamados ministros de la pluma. El jesuita y predicador Antonio
Vieyra fue quién acuñó este término, para denunciar el enorme poder
que los secretarios y su medio de ejercerlo, la escritura, habían adquirido
en época moderna:

El parto de los negocios son las resoluciones; y aquellos en cuyas manos


nacen estos partos —o sea escribiendo en su tribunal, o sea escribiendo al
príncipe— son los ministros de la pluma. Y tal es el poder y la sutileza de
este oficio, que con un volver de mano y un torcer la pluma, pueden dar
vida y quitarla [...] Yo no sé como no les tiembla la mano a todos los mi-
nistros de la pluma, y muchos más a aquellos, que con una rodilla en tierra
a los pies del rey reciben sus oráculos, los interpretan y extienden. Ellos son
los que con un adverbio pueden limitar o ampliar las fortunas; ellos los que
con una cifra pueden adelantar derechos y atrasar preferencias; ellos los que
con un verbo pueden dar o quitar peso a la balanza de la justicia102.

99
Brito, 1999, p. 37.
100
Cervantes, Don Quijote, p. 38.
101
Foucault, 1997, p. 53.
102
En Kuri Camacho, 2000, pp. 331-332.
DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA TECNOLOGÍA DE LA ESCRITURA 117

En su Sermón de el Tercer Domingo de Cuaresma, el fraile jesuita advier-


te del doble poder de la escritura para el gobierno de las monarquías.
Para su reflexión, usa la etimología de la palabra «calamidad», haciéndola
derivar de «cálamo», que antiguamente significaba «caña, y pluma». Lo
interesante es que a continuación deja clara la importancia de la relación
entre la escritura y la política: «Esta derivación, aun es más cierta en la
política, que en la Gramática. Si las plumas, de que se sirve el Rey, no
fueran sanas, de estos cálamos se derivarán todas las calamidades públicas
y serán el veneno, y enfermedad mortal de la Monarquía, en lugar de
ser la salud pública de ella»103. En este sentido, y parafraseando a Martín
de Riquer, hay que recordar que la enfermedad de don Quijote —que
por otra parte acabará siendo mortal— está causada por un consumo
masivo de lenguaje de mala calidad. La enfermedad de don Quijote,
como «la enfermedad mortal de la Monarquía» de la que habla Vieyra,
está causada por un abuso —o mal uso— de la escritura. En el contex-
to sociocultural y político de Cervantes, la escritura, sus alcances y sus
limitaciones, está indisolublemente asociada a la figura de Felipe II, que
no por casualidad ha pasado a la historia con el sobrenombre de «Rey
Papelero».
Bouza resume el asunto de la importancia de la escritura en Felipe
II con esta elocuente frase: «El monarca ha pasado a la historia como
un ejemplo máximo de escritofilia y su reinado como el momento de
la definitiva implantación de la consulta escrita en el modus gubernandi
de la Monarquía Hispánica»104. Y quizá nadie mejor que el biógrafo
real, Cabrera de Córdoba, expresó la enorme importancia de los papeles
durante el reinado del Rey Prudente: «por medio de ellos [los papeles]
meneaba [Felipe II] el mundo desde su real asiento»105. Este sistema de
comunicaciones, basado en la ingente difusión de la letra escrita, permi-
tió gestionar los diseminados territorios de la Monarquía, pero a costa
de una excesiva burocratización de las instituciones, particularmente la
justicia, tema que indudablemente preocupó al Manco de Lepanto.

103
En Bouza, 1999, p. 97.
104
Bouza, 1998, p. 29. Según dicho historiador, el reinado del Rey Papelero
«marca un punto sin retorno en el establecimiento definitivo del pleno despacho
escrito por el enorme volumen que alcanzó entonces y, muy significativamente,
porque convirtió el control de papeles y archivillos en un objetivo básico de la lucha
política de corte» (Bouza, 1999, p. 100).
105
Cabrera de Córdoba, Felipe II, rey de España, vol. I, p. 504.
118 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

En conclusión, a través de la exaltación de la cultura oral de Sancho,


contrapuesta al conocimiento alfabetizado de don Quijote, Cervantes
sugiere una equiparación entre la tradición oral y la Edad de Oro, no sin
un cierto tinte conservador. El escudero es paradigma de gobernador
ecuánime y juglar oral. En cambio, el autor expone a don Quijote a un
rotundo y ejemplar fracaso, pensando quizá en este poderoso monarca
español de penetrante mirada, que había adoptado como lema de vida
«Yo con el tiempo» y que egoístamente firmaba su correspondencia
secreta con el seudónimo de «Fabio», pues creía poseer, como aquel
legendario general romano, todo el tiempo del mundo a su disposición.
III

ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA1

Cervantes lo dice en su Quijote: Sancho Panza es un completo anal-


fabeto, como él mismo declara cándidamente en la novela en siete oca-
siones: «yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer ni
escribir»2, «como yo no sé leer ni escrebir»3, «no sé la primera letra del
abecé»4, «Pues a fe mía que no sé leer»5, «yo no sé leer ni escribir, puesto
que sé firmar»6, «letras pocas tengo porque aún no sé el abecé»7, «no sé
leer ni escribir [...] bien sé firmar mi nombre»8. Al lado del iletrado es-
cudero, Cervantes sitúa a don Quijote, la clase dominante por alfabeti-
zada, el hidalgo orgulloso de saber leer, tanto, que decide salir al mundo
resuelto a vivir cada una de las historias que ha leído en sus libros: es un
loco literario. Sancho Panza, por el contrario, pertenece a una cultura
ágrafa9. Este es el principal punto de conflicto —la crítica lo ha puesto

1
Una versión de este capítulo fue publicada en Anales Cervantinos. Agradezco a
la revista su gentileza en permitirme su reproducción.
2
Cervantes, Don Quijote, p. 114.
3
Cervantes, Don Quijote, p. 118.
4
Cervantes, Don Quijote, p. 297.
5
Cervantes, Don Quijote, p. 364.
6
Cervantes, Don Quijote, p. 931.
7
Cervantes, Don Quijote, p. 968.
8
Cervantes, Don Quijote, p. 976.
9
La oralidad y su aplicación al Quijote han sido objeto de una nutrida aten-
ción crítica en los últimos años. Ver Chevalier, 1974. El hispanista francés analiza
con detalle los cuentecillos tradicionales y además dibuja las principales influen-
cias que la oralidad dejó en la obra de Cervantes. En su opinión: «Cervantes
mucho más debe a las sugerencias de la literatura oral que a las “fuentes” librescas
que con tanto empeño y tan moderado éxito hemos buscado» (Chevalier, 1974, p.
120 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

de relieve— entre amo y criado: ambos pertenecen a culturas de na-


turaleza dispar. El escudero se sabe diferente a su amo, le guarda gran
respeto, porque es el representante de la escritura, lo supuestamente su-
perior. Esta actitud, sin embargo, irá cambiando a lo largo de la novela,
y Cervantes mostrará a un Sancho cada vez más astuto y orgulloso de
su oralidad, porque sabe que don Quijote, aun con tantas lecturas a sus
espaldas, no puede competir con la palabra hablada10. Tal vez el punto
álgido de esta supremacía de lo oral sean las tres sentencias que Sancho
dicta en su recién adquirida ínsula.
Este capítulo se ocupa en primer lugar de estos juicios de Sancho
en su breve gobierno baratario, y muestra cómo son un ejemplo de la
supremacía de la oralidad sobre la escritura en el Quijote, y una crítica
cervantina a la justicia del momento. Mediante las sentencias de Sancho,
y varias alusiones intertextuales a textos canónicos antiguos, Cervantes
dignifica la cultura popular y oral. Ante la justicia desalmada de la época

196). Michel Moner profundiza en las diferentes maneras en que la oralidad pue-
de percibirse en los textos cervantinos. Para este investigador, la obra de Cervantes
«a été également profondément marqué par les stratégies narratives et les techni-
ques de dynamisation des conteurs» (Moner, 1989, p. 309). Por su parte, apoyán-
dose en teóricos como Ong y Goody, Martín Morán ha producido en los últimos
años una osada y fructífera exégesis cervantina. La primera parte del Quijote fue
publicada en 1605, la segunda en 1615, por lo tanto en un periodo en el que,
al decir de Martín Morán, «aún la escritura no había suplido por completo a la
oralidad como principal medio de difusión cultural» (Martín Morán, 1997, p.
338). Partiendo de esta base, este investigador propone, entre otras ideas, que la
locura de don Quijote se debe principalmente a la práctica de la lectura silen-
ciosa, peligrosa para Alonso Quijano pues procedía de un entorno oral, es decir,
que el hidalgo no pudo asimilar el impacto provocado por el consumo masivo
de esta literatura perniciosa. También explica diversos rasgos de carácter de don
Quijote y Sancho teniendo en cuenta sus matrices culturales, e incluso desarrolla
una convincente hipótesis sobre los tan traídos descuidos cervantinos. Plantea que
si en realidad «la obra cervantina estaba destinada en un principio a la difusión
oral, habría que replantear la cuestión de los descuidos bajo esa nueva perspec-
tiva» (Martín Morán, 1990, p. 21). Para Montero Reguera, esto es conjeturar
demasiado, y así afirma que aunque existe un cierto residuo oral en el Quijote, lo
cierto es que «la oralidad no permite explicar tales posibles descuidos cervantinos»
(Montero Reguera, 1997, p. 70). Por último deben mencionarse los numerosos y
pertinentes trabajos de Margit Frenk y María Rosa Lida de Malkiel, que sentaron
una sólida base sobre la que se desarrollaron posteriores estudios sobre la oralidad
y el cuento popular en el Siglo de Oro.
10
Este dialogismo cultural es lógico en una obra publicada cuando los índices
de analfabetismo en España y Europa seguían todavía siendo muy elevados.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 121

y las innumerables trabas que la escritura trajo a la sociedad, el Quijote


presenta la oralidad como un ejemplo para los hombres: rodeado de
personajes anclados en la letra impresa, Sancho aparecerá como un mo-
delo de eficacia y diligencia, y sus sapientísimos juicios, serán símbolos
de la vuelta a la Edad de Oro.
En la segunda parte de la novela, el gobernador Sancho debe dictar
sentencia en tres pleitos que le plantean: las caperuzas, el báculo con
los escudos en su interior y la mujer presuntamente violada. En princi-
pio, no podríamos esperar demasiadas luces por parte de un campesino
sin educación formal, ya que anteriormente Sancho ha sido retratado
tanto por el narrador como por otros personajes de la novela como un
tonto11. Ocurre, sin embargo, que Sancho resuelve los pleitos efectiva-
mente bien, y ríos de tinta han corrido intentando explicar cómo una
persona completamente analfabeta puede resolver enigmas de tan difícil
resolución.
Anteriores trabajos de eminentes especialistas han arrojado luz so-
bre el difícil problema. Algunos han interpretado las resoluciones de
Sancho desde una óptica carnavalesca, suponiendo que Barataria debe
enmarcarse en la noción de «mundo al revés» típico del carnaval. De
esta opinión es Augustin Redondo, para quien esta inversión de pa-
peles aclararía el sabio proceder de Sancho, que actuaría como el loco
sabio, por cuya boca «pueden expresarse las verdades divinas»12. Otros
las han explicado atribuyéndolas al conocimiento tradicional del cam-
pesino, vinculándolas a este saber popular del «tonto listo»13. Por último,
tampoco ha faltado quien las atribuya a una incoherencia del propio
Cervantes, que quiso que Sancho triunfara en unos casos que no po-
día conocer, por pertenecer a una tradición erudita14. En todo caso, el
episodio de Barataria y particularmente las sentencias impartidas por
el gobernador no han dejado indiferente a la crítica. Según Chevalier,
«ni la pregunta ni las sentencias pertenecen a la tradición oral, y tres

11
Así lo describe por primera vez el narrador: «En este tiempo solicitó Don
Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien [...] pero de muy poca sal en
la mollera» (Cervantes, Don Quijote, p. 91). Ya en Barataria, se recalca de nuevo el
aspecto de bodoque de Sancho: «El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nue-
vo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía»
(Cervantes, Don Quijote, p. 992).
12
Redondo, 1978, p. 49.
13
Molho, 1976, p. 248.
14
Chevalier, 1989, p. 71.
122 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

pleitos de los cuatro proceden conocidamente de fuentes escritas: la


carrera del gordo y del flaco de la Floresta española, el báculo de los
escudos de algún florilegio de exempla, la mujer violada del Norte de los
estados de fray Francisco de Osuna»15. Por tanto, según el crítico galo,
los dictámenes de Sancho en Barataria desconciertan al lector, puesto
que «es extraño que triunfara la agudeza de Sancho en unas sentencias
de índole erudita, en unos casos que mal podía conocer un analfabeto».
De este modo, según el crítico galo, «el personaje de Sancho [muestra]
falta de coherencia»16.

LA ESCRITURA EN LA PARED

Los pleitos que debe resolver Sancho son, sin duda alguna, cier-
tamente difíciles. Sin embargo, el escudero triunfa sobre juicios que
procedían de la cultura escrita, tal como apuntaba Chevalier en su
estudio. Así, desde el principio del episodio, el escritor establece con
claridad meridiana la oposición entre la oralidad del gobernador y la
escritura de los personajes de la esfera de los duques. Es lo primero
en lo que el narrador hace hincapié: «En tanto que el mayordomo
decía esto a Sancho, estaba él mirando unas grandes y muchas letras
que en la pared frontera de su silla estaban escritas, y como él no sabía
leer, preguntó que qué eran aquellas pinturas que en aquella pared
estaban»17. El mayordomo de los duques se encarga de descifrar el
enigma: «Señor, allí está escrito y notado el día en que vuestra señoría
tomó posesión desta ínsula, y dice el epitafio: “Hoy día, a tantos de tal
mes y de tal año, tomó la posesión desta ínsula el señor don Sancho
Panza, que muchos años la goce”»18. Este pasaje esconde una referen-
cia bíblica a la historia del rey Baltasar que la crítica ha pasado por alto.
Un día, durante una fiesta dada por Baltasar, apareció una misteriosa
mano que escribió unos signos en caracteres desconocidos en la pared.
El rey buscó en toda Babilonia a quien pudiese descifrar el mensaje,
hasta que finalmente Daniel pudo interpretar el texto divino, que de-
cía: «Mene, Tekel, Uparsin, Peres»; la traducción que hizo fue: «Mené:

15
Chevalier, 1989, p. 70.
16
Chevalier, 1989, p. 71.
17
Cervantes, Don Quijote, p. 992.
18
Cervantes, Don Quijote, p. 992.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 123

Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin; Tequel: has sido pesado en


la balanza y encontrado falto de peso; Parsín: tu reino ha sido dividido
y entregado a los medos y los persas»19. Esa misma noche Baltasar fue
muerto, su puesto ocupado por Darío el Meda, y de este modo termi-
nó sus días el Imperio de Babilonia.
La interpretación del texto bíblico ha supuesto un enigma crítico
para los estudiosos de todas las épocas, por varias razones, pero sobre
todo, porque la lectura correcta de la inscripción se dificulta por los
conflictos que el propio texto contiene. En primer lugar, es necesario
saber a qué hacen referencia los vocablos mene, mene, tekel, uparsin.
Clermont-Ganneau en 1885 sugirió que las palabras hacen referencia
a unidades monetarias de la época. Aunque brillante, para Frank Zim-
mermann (1965) esta explicación no guarda relación con el núcleo
central de la predicción de Daniel, la caída de Babilonia. Por su parte,
J. Marquart ofrece una visión un tanto peregrina del tema, pues esta-
blece un paralelo entre la visión de Baltasar de la escritura en la pared
y la visión que tiene Heliodoro de un jinete montado a caballo, vesti-
do con armadura de oro y guarnecido con un riquísimo arnés20. Por
último, Zimmermann, llevando a cabo un estudio lingüístico de los
vocablos del oráculo, señala cómo cada una de las palabras proferidas
por Daniel porta multitud de acepciones, cuyos fines son maravillar y
confundir al espectador. Consecuentemente, resulta difícil establecer
un significado único, lo que por otra parte es normal en este tipo de
profecías. Este hecho, unido a la disparidad de las interpretaciones crí-
ticas del episodio ponen de relieve su cualidad esencial: su desconcer-
tante ambigüedad. Seguramente fue esa la principal razón que llevó
a Cervantes a enmarcar sutilmente el episodio de Barataria mediante
una alusión a la narración bíblica, que funcionaría como subtexto,
según la terminología de Genette.
El episodio de la escritura divina en la pared era bien conocido
desde la Edad Media; en esta época, las representaciones de la figura

19
«Mane numeravit Deus regnum tuum et conplevit illud thecel adpensus es
in statera et inventus es minus habens fares divisum est regnum tuum et datum est
Medis et Persis» (Daniel 5: 26-28).
20
«Apparuit enim illis quidam equus terribilem habens sessorem optimis ope-
rimentis adornatus isque cum impetu invectus Heliodoro priores calces elisit qui
autem ei sedebat videbatur arma habere aurea» (2 Macabeos 3: 25).
124 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

de Baltasar lo muestran casi como una prefiguración del Anticristo21. A


partir del Renacimiento, el contenido teológico del episodio fue de-
cayendo, al tiempo que aumentó el interés por su carácter dramático
y espectacular22, y este último sentido es el que prima en la recreación
cervantina. En realidad la anécdota descrita antes en Barataria (la pre-
gunta de Sancho y la respuesta del mayordomo de los duques) es una
reescritura de la leyenda de Baltasar y el suceso contado en la Biblia.
Cervantes recogió la historia bíblica y la reformuló, trastocando los tér-
minos y readaptándolos para que encajasen bien en la burla de Barataria.
En primer lugar Sancho Panza, al igual que Baltasar, es un glotón y un
bebedor empedernido. Lo importante para nuestro estudio, sin embar-
go, es que es incapaz de leer lo escrito sobre la pared, y es el mayordomo
de los duques el que debe resolver el enigma, y lo hace así: «hoy día, a
tantos de tal mes y de tal año, tomó la posesión desta ínsula el señor don
Sancho Panza, que muchos años la goce»23.
Además, aunque ambiguo, el texto bíblico ha conseguido transmitir
un mensaje diáfano: lo perecedero de los afanes humanos, y en particu-
lar, de los imperios y sus gobernantes24. Para Zimmermann, la actitud de

21
Así sucede por ejemplo en el Ordo Prophetarum (procesión de los profetas),
un ciclo de misterios medieval muy popular en la época, asociado a la llegada del
Mesías, lo que conectaría con la llegada de Sancho a Barataria.
22
Calderón de la Barca dedicó a la figura de Baltasar un auto sacramental titula-
do La cena del rey Baltasar (1634). En la pintura, el mismo tema sirvió, años después,
de inspiración a pintores como Rembrandt, cuyo tratamiento del tema es un clásico,
El festín de Baltasar (1635), o Domenico Fiasella en El festín de Baltasar (16??).
23
Cervantes, Don Quijote, p. 992. Por otra parte, llama la atención el paralelismo
entre el honesto comportamiento de Daniel y Sancho. Este juega astutamente con
el doble sentido de dones como «fórmula de tratamiento» y como «regalos», lo que
remite invariablemente al rechazo del profeta de los «dones» esto es, los «regalos»
que el rey de Babilonia ofreció a Daniel. El primero rechaza rotundamente los rega-
los —los dones— que Baltasar le ofrece como recompensa por resolver el acertijo,
mientras que Sancho, en un alarde de virtud, al oírse mentar de don por el mayor-
domo de los duques, recuerda sus orígenes humildes y reparte la primera lección
de humanidad en su gobierno: «[Q]ue yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha
habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi
agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas» (Cervantes, Don
Quijote, p. 992).
24
«[F]iel al mensaje bíblico, Rembrandt sugiere lo frágil de las cosas: los me-
tales preciosos, los placeres del apetito, la longevidad de los imperios» (Schama,
1999, p. 418). Por otra parte, es curioso el parecido físico entre el Baltasar ima-
ginado por Rembrandt, orondo y con cara de simple, y la imagen estereotípica
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 125

Baltasar al conocer la interpretación propuesta por Daniel es sorpren-


dente: cree al joven adivino judío sin ningún género de duda, lo cual
es extraño. ¿No podía haber puesto en tela de juicio lo expuesto por
Daniel, o haber pedido algún tipo de explicación? Aún más notable es
el hecho de que Baltasar no haga ningún tipo de preguntas acerca de la
mano que aparece repentinamente. ¿A quién pertenece? ¿Cómo puede
una mano amputada escribir? En lugar de hacerse estas preguntas, el
monarca se muestra aterrorizado ante la escritura en la pared, lo cual no
tiene demasiado sentido ya que, como la misma historia relata, no podía
entender lo que allí se decía. Quizá Baltasar sospechaba lo que signifi-
caban aquellos signos en la pared25. Su pecaminoso proceder —se había
entregado a todo género de vicios, expoliado nada menos que los vasos
del templo de Salomón— le haría necesariamente presagiar que su rei-
nado tenía los días contados. Lo mismo barrunta Sancho, cuya intuición
le dice que con toda probabilidad su régimen baratario será efímero:
«si el gobierno me dura cuatro días». Solo ansía el gobernador que sus
augurios no se cumplan, para que le dé tiempo a erradicar el funesto
tratamiento de don: «yo escardaré estos dones»26. Desgraciadamente, tal
y como el lector colige por la brevedad del imperio de Baltasar, el de
Sancho no durará siquiera esos cuatro días27.

LOS JUICIOS DE SANCHO

Justo después de esta importante escena que marca el tono del epi-
sodio, Sancho debe resolver el primer pleito, el de las caperuzas. Antes
de entrar de lleno en el primer juicio, debemos señalar que hay dos ele-
mentos en el texto que apuntan hacia un entorno oral. En primer lugar,
en todos los juicios los litigantes hablan por sí mismos. En ninguno de

que tenemos de Sancho, también gordo y con cierto aire de bobalicón, con una
punta de vicioso.
25
Zimmermann, 1965, p. 207.
26
Cervantes, Don Quijote, p. 993.
27
Una de las características más notables de la escritura es su asociación con la muer-
te. Los ejemplos de esta imbricación son numerosos. La paradoja reside en el hecho de
que la petrificación del texto oral mediante la escritura permite que aquel reviva innu-
merables veces gracias a su lectura (Ong, 1988, p. 81). En este sentido, la asociación de la
muerte con la historia de Baltasar es evidente; lo es menos en el caso de Sancho, aunque
al final su reino se vea expuesto a un fingido ataque por parte sus vecinos.
126 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

los pleitos a los que asiste Sancho en Barataria hace acto de presencia la
figura del abogado. Como explica Clanchy, esto se debe al persistente
énfasis que durante mucho tiempo se le dio a la palabra hablada, a pesar
del creciente uso de documentos escritos: «Before the development of
authenticated documents, courts were most reluctant to allow a litigant
to be represented in his absence [...] The assumption was that where
possible a litigant must speak on his own behalf in court, because only
words from his own mouth were authentic»28. En los tres pleitos que
Sancho resuelve en Barataria: las caperuzas, el báculo con los escudos
en su interior y la mujer presuntamente violada, todos los litigantes se
encargan ellos mismos de su defensa legal, tal y como Clanchy describe
para la Inglaterra medieval. Esto es así porque hasta tiempo después
de la imprenta la introducción paulatina de la «marea» escritural hizo
que la antigua defensa de viva voz se considerase en ocasiones como
un acto peregrino, extrañamente anticuado. Es decir, la escritura, como
afirma Clanchy «shifted the emphasis in testing truth from speech to
documents»29. Al mismo tiempo, la importancia de la escritura es palpa-
ble, pues el mismo Sancho —nada menos que el gobernador— afirma
tras la resolución de la paradoja del puente y el ahorcado que «esto lo
diera firmado de mi nombre si supiera firmar»30, lo que indica que San-
cho, a pesar de su analfabetismo, sabía con toda seguridad de la existen-
cia de documentos escritos que se debían firmar, con el fin de otorgarles
legitimidad31. Por otra parte, llama la atención la ambigüedad que en la

28
Clanchy, 1979, p. 221.
29
Clanchy, 1979, p. 222.
30
Cervantes, Don Quijote, p. 1047.
31
No obstante, debe recordarse que cuando la duquesa le preguntó quién había
redactado la carta dirigida a Teresa Panza, Sancho le había confesado que aunque él
no había podido hacerlo: «[Y]o no sé leer ni escribir», orgullosamente puntualizó
que sabía autentificar documentos: «puesto que sé firmar» (Cervantes, Don Quijote,
p. 931). Capítulos más tarde, antes de partir hacia Barataria, un melindroso don
Quijote le reprochaba a Sancho que no supiera leer ni escribir. «Gran falta es la
que llevas contigo, y, así, querría que aprendieras a firmar si quiera». La respuesta del
escudero es esclarecedora: «Bien sé firmar mi nombre, que cuando fui prioste en mi
lugar aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo que decían que decía mi
nombre». ¿Qué hará entonces Sancho cuando las encumbradas responsabilidades en
Barataria lo obliguen a firmar? «Fingiré que tengo tullida la mano derecha y haré
que firme otro por mí, que para todo hay remedio, si no es para la muerte». Como
sabemos, a Sancho no le hace falta firmar para imponer su juicio en los distintos
pleitos que le plantean, y él es perfectamente consciente de esto: «[Y] teniendo
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 127

inscripción de Barataria existe en torno a la fecha. El mayordomo afir-


ma que era un «Hoy día, a tantos de tal mes y de tal año»32. Una posible
respuesta sería que Cervantes no quiere dar demasiados detalles, para así
universalizar la acción. Esta explicación es plausible, pero además puede
completarse con esta otra. Clanchy trae a colación documentos del siglo
XII que atestiguan las dificultades de los escritores ingleses para fechar
documentos: «Their variety of approaches to dating documents ranging
from those who omit the date altogether to others who use more than
one system of computation on the same documentt»33. Ong va más lejos
que Clanchy, y afirma rotundamente que «it appears unlikely that most
persons in medieval or even Renaissance western Europe would ordi-
narily have been aware of the number of the current calendar year»34.
Por tanto, el escenario dibujado por Cervantes en Barataria se asemeja
mucho al que Clanchy expone para la Inglaterra de la Edad Media, un
mundo en el que existen la escritura y la tecnología de la imprenta, pero
que sigue conservando un gran residuo oral.
Tras haber escuchado atentamente, el recién nombrado gobernador
habla en voz alta y pronuncia estas palabras: «Paréceme que en este plei-
to no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen
varón» y dicta sentencia: «yo doy por sentencia que el sastre pierda las
hechuras, y el labrador el paño, y las caperuzas se lleven a los presos de
la cárcel, y no haya más»35. Sancho se muestra diligente y eficaz, y lo que
quiere decir con «juzgar a juicio de buen varón» es que no acudirá a leyes
escritas, sino a su virtud natural36. Desligado de la letra, Sancho es capaz

yo el mando y el palo, haré lo que quisiere» (Cervantes, Don Quijote, p. 976). Por
otra parte, la mención a la mano podría ocultar otra referencia autobiográfica a la
manquedad del escritor. No por casualidad, estos guiños cervantinos están situados
en momentos de la novela en donde se alude al acto de escribir, como en el caso,
anteriormente analizado, del episodio de la escritura divina en la pared. Cervantes
potencia así la asociación entre la escritura (la firma) y la ausencia (el miembro
amputado).
32
Cervantes, Don Quijote, p. 992.
33
Clanchy, 1979, p. 236.
34
Ong, 1988, p. 98.
35
Cervantes, Don Quijote, p. 994.
36
A propósito del sentido de justicia en Cervantes, Castro explica: «Cervantes
se complace en oponer la justicia espontánea, sencilla, equitativa, en suma, místi-
camente natural, a la legal y estatuida; no se formula dogmáticamente esa doctrina
en ninguna parte, pero los hechos la presuponen con la mayor elocuencia» (Castro,
1980, p. 191).
128 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

de dilucidar la cuestión, porque su palabra hablada tiene un poder casi


mágico. Según Ong, en las culturas orales existe un tipo de conocimien-
to distinto al libresco, que permite aprehender la realidad de una forma
más profunda: «Human beings in primary oral cultures, those untou-
ched by writing in any form, learn a great deal and possess and practice
great wisdom, but they do not “study”»37. Otro investigador, Malinowski,
apunta en la misma dirección que Ong, recalcando además la íntima
asociación entre palabra hablada y actuación en las culturas orales, donde
a la primera se la considera investida de poderes casi mágicos38. Es decir,
para el iletrado gobernador, las palabras son actos, y no la figuración
simbólica del mundo39. Como consecuencia de esto, hablar es actuar, y
es hacerlo en un marco de referencia concreto, y de ahí su diligencia al
resolver el pleito. En definitiva, la palabra hablada es sinónimo de poder,
y su enunciación equivale a un acto de hechicería, tal y como ocurre en
las culturas orales.
Por otra parte, las «maravillosas sentencias» de Sancho, como las lla-
mó Castro40, se asemejan mucho al modo de impartir justicia de los mu-
sulmanes de la época, que parece que Cervantes admiró profundamente,
por estar muy cercano al concepto humanista de la virtud natural del
hombre, cuyo elogio hallamos en Montaigne y otros pensadores del XVI.
En un conocido pasaje de El Amante liberal, donde se encarece la justicia
musulmana, el narrador describe la siguiente escena:

Entraron a pedir justicia, así griegos cristianos como algunos turcos, y todos
de cosas de tan poca importancia, que las más despachó el cadí sin dar traslado
a la parte, sin autos, demandas ni respuestas, que todas las causas, si no son las
matrimoniales, se despachan en pie y en un punto, más a juicio de buen varón
que por ley alguna.Y entre aquellos bárbaros, si lo son en esto, el cadí es el juez
competente de todas las causas, que las abrevia en la uña y las sentencia en un
soplo, sin que haya apelación de su sentencia para otro tribunal41 .

37
Ong, 1988, p. 9.
38
Malinowski, 1923, p. 451; pp. 470-481.
39
Un estudio interesante sería el de analizar los juicios de Sancho mediante la
teoría de los actos de habla de John L. Austin y John Searle. El propio Ong señala la
relación entre la concepción del lenguaje como acción, propio de las culturas orales,
y la idea de la palabra como acto, sistematizada en How to do Things with Words y otras
obras (Ong, 1988, p. 170).
40
Castro, 1980, p. 192.
41
Cervantes, El amante liberal, p. 156.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 129

Encontramos recogida exactamente la misma fórmula en lo que dice


Sancho, cuando afirma que resolverá esa sentencia «a juicio de buen
varón». Podemos encontrar otro eco de este canto a la justicia musul-
mana en el Viaje de Turquía de Cristóbal de Villalón, una obra escrita a
mediados del siglo XVI, en la que se cuentan las peripecias de Pedro de
Urdemalas, hecho prisionero por los turcos y llevado a Constantinopla,
donde permaneció cautivo ocho años. En la obra, el protagonista com-
para la justicia española y la musulmana, y así, podemos leer: «La justicia
del turco reconoce igualmente de todos, ansí cristianos como judíos y
turcos»42. El calidesquer, como afirma Urdemalas que se llama en turco al
juez, actúa siempre con celeridad pasmosa, y el modo en que se llevan a
cabo los procedimientos judiciales recuerda al de los juicios en Barata-
ria. «Si es cosa clara» comenta Urdemalas, «examina a los testigos y oye
sus partes, y guarda justicia recta»43. Resulta probable que Cervantes ad-
mirase esta justicia sencilla y ecuánime de los musulmanes, basada en la
virtud natural, elogiada por Erasmo en sus Adagia, y que tanto se parece
a la que Sancho despliega en sus juicios44.
En el segundo pleito, el del báculo y los escudos, el gobernador mues-
tra una agudeza fuera de lo común, y así, nos cuenta el narrador que los
circunstantes «quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por
un nuevo Salomón»45. La referencia bíblica al Antiguo Testamento es obvia.
Al preguntársele a Sancho cómo había logrado dilucidar el asunto, dice
el escudero: «los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los en-
camina Dios en sus juicios» y además «que él había oído contar otro caso
como aquel al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que a

42
Villalón, Viaje de Turquía, p. 409.
43
Villalón, Viaje de Turquía, p. 410.
44
En su edición del Quijote, Rodríguez Marín señala que la decisión salomónica
de Sancho debe relacionarse con las pésimas condiciones de los presos en las cárce-
les en la época: «Con esta disparatada disposición burlesca se burló Cervantes de la
frecuencia con que toda suerte de comisos aun en materia de abastos, y no ya por
falta de peso, sino hasta por pésima calidad de los alimentos, se destinaban para los
presos de la cárcel, cosa que con sobrada razón censuraba Castillo de Bobadilla en
el lib. III, cap. IV de Política para corregidores y señores de vasallos» (en Cervantes, Don
Quijote, vol. 7, p. 15, nota 2). Es probable que Rodríguez Marín esté en lo cierto.
Este trato inhumano dispensado a los presos al que alude dicho crítico, unido a lo
dilatado de las sentencias, probablemente hicieron que Cervantes viera con simpatía
esta forma de impartir justicia de los musulmanes, similar hasta cierto punto a la
justicia de las culturas orales.
45
Cervantes, Don Quijote, 995.
130 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal me-


moria en toda la ínsula»46. Lo primero nos remite de nuevo al concepto
humanista de virtud natural, tan celebrada por los humanistas del siglo
XVI: el hombre es capaz de discernir el bien del mal gracias a la sabidu-
ría que Dios depositó en él. Asimismo, nos llama la atención la segunda
aclaración de Sancho, al afirmar que fue capaz de averiguar el pleito
porque «él había oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar,
y que él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele todo aquello de
que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula»47. Sancho
emplea un mecanismo típico de las sociedades orales, donde los indivi-
duos aprenden escuchando y repitiendo el material oral legado por las
generaciones que les precedieron. Sancho puede resolver el enigma por-
que ha oído contar la historia al cura de su pueblo, y la recuerda porque
lo que le contaron tiene relevancia para él, ya que tiene una aplicación
inmediata en un marco referencial concreto. A esta característica, típica
de los pueblos orales, se le ha dado el nombre de «homeostasis»48. Estas
sociedades, al carecer de escritura, deben seleccionar y conservar la infor-
mación relevante y que pueda ser empleada en una situación concreta, al
tiempo que olvidan la que no es vital para su supervivencia o modo de
vida. Esto apunta al carácter práctico que la memoria tiene en las cultu-
ras orales: en estas lo fundamental es que algo funcione. Por eso Sancho,
con cierta socarronería, afirma que siempre se le olvida «todo aquello de
que quería acordarse»49. Lo que quiere decir con esta graciosa salida es
que él no puede permitirse almacenar recuerdos que no tengan utilidad
práctica. Ni él ni ningún miembro de su familia, los Panza, poseen libros
a los que acudir cuando necesitan recordar algo. En las culturas orales, la
memoria, esa admirable virtud y facultad, como la llamó San Agustín, es
un precioso y muy escaso elixir que hay que utilizar con sabiduría. En
este sentido, es difícil imaginar una aplicación mejor que la que Sancho
hace. No es de extrañar que el corrillo de servidores de los duques se
quede embelesado con el admirable proceder del gobernador, tanto, que
el narrador dice: «los presentes quedaron admirados, y el que escribía las

46
Cervantes, Don Quijote, 996.
47
Cervantes, Don Quijote, 996.
48
«Oral societies live very much in a present which keeps itself in equilibrium
or homeostasis by sloughing off memories which no longer have present relevance»
(Ong, 1988, p. 46).
49
Cervantes, Don Quijote, 996.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 131

palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse


si le tendría y pondría por tonto o por discreto»50.
El tercer pleito, el de la mujer supuestamente violada, Sancho lo
resuelve de nuevo de manera salomónica. Como ya se apuntó, sus orí-
genes se remontan a la mujer violada del Norte de los estados de fray
Francisco de Osuna. Por lo tanto, al enfrentarle a este caso, Cervantes
quiso que un personaje ágrafo triunfase sobre la escritura. ¿Cómo pue-
de Sancho resolver este enigma tan peliagudo? Havelock sostiene que
el pensamiento lógico apareció en Grecia primero con la introducción
de la tecnología del alfabeto y su paulatina interiorización, proceso que
culminaría en la época griega con la obra de Platón. Esto hecho hizo,
según este estudioso, que los conceptos se independizaran poco a poco
de su marco de aplicación, esto es, se hicieron cada vez más abstractos51.
El silogismo sería la culminación de este tipo de pensamiento abstrac-
to, ya que en este no existe ningún tipo de referencia a una realidad
externa. Por otra parte, Fernández estudió la habilidad de personas
iletradas para resolver silogismos, percatándose de que las personas que
no han recibido educación formal suelen ir más allá de la información
suministrada en una frase o en un pensamiento dado52. Consecuente-
mente, al contrario del pensamiento analítico, típico de los silogismos,
en los que la conclusión se deriva necesariamente de la premisa, en las
culturas orales, para resolver un problema, se suele acudir a un cono-
cimiento del mundo más amplio, que es ante todo «situacional», en la
terminología de Ong. Este pensador recalca que el acertijo «belongs
in the oral world. To solve a riddle, canniness is needed: one draws on
knowledge, often deeply subconscious, beyond the words themselves
in the riddle»53. Es decir, que el conocimiento de estas culturas orales se
basa en la experiencia y la observación minuciosa de la realidad, y esto
es precisamente lo que hace Sancho para resolver el pleito. Si el gober-
nador descubre la perfidia de la mujer es porque ha sospechado algo
extraño en el comportamiento demasiado histriónico de la muchacha.

50
Cervantes, Don Quijote, 996.
51
En su estudio Havelock demuestra cómo para los presocráticos, la justicia se
enmarcaba en un esquema más operacional y menos abstracto. Esta última noción
se introdujo a partir de la revolución conceptual que supuso la progresiva adapta-
ción y expansión del uso del alfabeto y las vocales (Havelock, 1963).
52
En Ong, 1988, p. 53.
53
Ong, 1988, p. 53.
132 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

La frase «aun eso está por averiguar, si tiene limpias o no las manos este
galán» revela que los poderes discriminatorios de Sancho no se derivan
del contenido semántico de las palabras de la joven, como se haría en
un silogismo, sino de algo menos concreto. En realidad, lo que hace
sospechar a Sancho es la excesiva locuacidad de la joven, quien suelta
un monólogo digno de una actriz de comedias:

¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a


buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha
cogido en la mitad dese campo y se ha aprovechado de mi cuerpo como si
fuera trapo mal lavado, y, ¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía
guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos,
de naturales y extranjeros, y yo siempre dura como un alcornoque, conser-
vándome entera como la salamanquesa en el fuego o como la lana entre
las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias
a manosearme54.

Esta hiperabundancia de la palabra hablada se relaciona con lo que


Marcel Jousse denominó «culturas verbomotoras», que son aquellas en
las que las acciones y las actitudes hacia el mundo están fuertemente
asociadas a la palabra hablada y a la interacción humana. «All these
peoples, wherever they still survive sheltered from our disassociating
civilization, speak fluently the figurative, symbolical, metaphorical lan-
guage that we scarcely use anymore, except in [artificial writing, in]
poetry or flowery literature»55. Por tanto, según el pensador francés, en
estas culturas verbomotoras las personas muestran, además de una gran
afluencia verbal, un hablar rico en metáforas y comparaciones de todo
tipo. Estas nociones son aplicables a la perorata dada por la prostituta,
ya que, a pesar de su brevedad, es un excelente ejemplo de este lenguaje
altamente simbólico. La mujer emplea comparaciones, metáforas e hi-
pérboles con el fin de recrear su historia y convencer al público que la
escucha, utilizando un estilo sencillo pero muy metafórico y adornado
con juegos verbales. La muchacha ha dado un amplio circunloquio ver-
bal para decir algo que podría haberse expresado con escasas palabras.
Pero es precisamente este lenguaje altamente retorizado el responsable
de que Sancho —a quien, no debe olvidarse, reprende don Quijote

54
Cervantes, Don Quijote, p. 996.
55
Jousse, 2015, pp. 46-47.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 133

por no saber contener su habla— inmediatamente sospeche algo: se ha


visto reflejado a sí mismo en los juegos retóricos de su interlocutor56.
Además de la verbosidad y de lo figurado de su hablar, la entrada de la
embaucadora en la sala nos informa de otro rasgo «verbomotor» asocia-
do a las culturas orales. El narrador nos dice que la joven se acercó a los
presentes «dando voces», es decir, haciendo que toda la atención de sus
oyentes recayera sobre el volumen de su voz, lo que de nuevo apunta
a la importancia que en las culturas orales tiene la dimensión verbal.
Por otra parte, otra posible fuente de sospecha para Sancho es el
componente oral/performativo que despliega la joven. Ong incide en
este aspecto al ocuparse de los procesos mnemotécnicos en las cultu-
ras orales: «[O]ral memory has a high somatic component [...] Spoken
words are always modifications of a total, existential situation, which
always engages the body»57.Tal y como observa Peabody, al contrario de
las culturas letradas, en las culturas orales «From all over the world and
from all periods of time... traditional composition has been associated
with hand activity»58. El narrador nos dice que esta entró en la sala «asida
fuertemente de un hombre», lo que parece sugerir que la muchacha ha-
cía aspavientos a la vez que gritaba desaforadamente. En otras palabras:

56
«The cultures which we are here styling verbomotor are likely to strike tech-
nological man as making all too much of speech itself, as overvaluing and certainly
overpracticing rhetoric. In primary oral cultures, even business is not business: it
is fundamentally rhetoric» (Ong, 1988. p. 68). Ese carácter verbomotor de Sancho
enoja profundamente al a veces taciturno don Quijote, quien no puede concebir
que alguien hable tanto como lo hace su escudero. Las continuas reprensiones del
amo no logran aplacar la fogosidad verbal del escudero, que sufre cuando, a instan-
cias de don Quijote, tiene que mantener la boca cerrada. «[Y] está advertido de
aquí adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado
conmigo: que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he
hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo»
(Cervantes, Don Quijote, p. 221). Cinco capítulos después, Sancho, «muerto por
razonar» le ruega al caballero que lo deje retornar al hogar, pues no soporta el mar-
tirio de verse privado del habla. «Señor Don Quijote, vuestra merced me eche su
bendición y me dé licencia, que desde aquí me quiero volver a mi casa y a mi mujer
y a mis hijos, con los cuales por lo menos hablaré y departiré todo lo que quisiere;
porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche,
y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida» (Cervantes, Don
Quijote, p. 775). Prohibirle la palabra a Sancho es despojarlo de su bien más preciado.
57
Ong, 1988, p. 67.
58
En Ong, 1988, p. 67.
134 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

para la joven lo corpóreo y lo cinético operan como prolongación de


la palabra hablada.
En el capítulo LI le proponen un enigma al gobernador, mucho más
difícil y sutil que los pleitos anteriores. Este enigma se asemeja mucho a
las aporías, muy celebradas por los griegos. El enigma, conocido desde
la Antigüedad, en realidad no puede resolverse mediante la lógica tra-
dicional de forma satisfactoria, como ya expresó Bertrand Russell en su
Introduction to Mathematical Philosophy. Su resolución significa la apoteo-
sis de Sancho, que para resolverlo acude de nuevo a su virtud natural
y al conocimiento que está más allá del contenido en las palabras del
acertijo. Sancho recuerda muy oportunamente los consejos que le dio
don Quijote, particularmente aquel que le aconsejaba mansedumbre en
la aplicación de la justicia. Al igual que en los otros pleitos, vemos una
plasmación de la homeostasis. Sancho utiliza este mecanismo típico de
las sociedades orales, siendo capaz de aplicarlo en un caso práctico59. El
mayordomo reconoce la perspicacia de Sancho para liquidar la irre-
soluble cuestión, y su alabanza declara la admiración del proceder del
gobernador.

LA REPÚBLICA, INSPIRACIÓN DEL EPISODIO DE BARATARIA

En Preface to Plato, Havelock conjeturó que toda la epistemología


de Platón, a pesar de los continuos ataques del filósofo a la escritura,
ocultaba en realidad una censura del antiguo modo de pensamiento
oral, representado por los dos poetas más importantes de la Antigüedad,
Homero y Hesíodo, cuyas obras eran consideradas hasta la época de Pla-
tón los manuales educativos de la juventud ateniense60. Si Platón decide
expulsar a los poetas de su república ideal es porque representaban un
modo anticuado de entender el mundo, pre-científico y abocado a la
desaparición debido al pensamiento racional y filosófico que significaba
la escritura. Es decir, para Platón la figura del filósofo, el campeón del

59
En opinión de Martín Morán, «Sancho no se rige por la palabra, sino por
el dicho, por la frase, la sentencia, el proverbio. No es importante para él recordar
la forma concreta de la palabra precisa. Lo que importa es el discurso completo,
el saber que encierra y la posibilidad de aplicarlo en un momento dado» (Martín
Morán, 1997, p. 352).
60
Havelock, 1963.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 135

pensamiento racional, era diametralmente opuesta a la del poeta, repre-


sentante de un mundo arcaico que necesariamente debía desaparecer.
Como explica Havelock: «The oral state of mind is still for Plato the
main enemy»61. El mundo griego de la época preclásica con su estado
mental oral, tan bien descrito por Havelock, se asemeja bastante al de
la España que le tocó vivir a Cervantes, representada por don Quijote,
Sancho Panza y la variada galería de personajes que transitan la novela.
En ambos casos tenemos sociedades que transitan inexorablemente de
un modo de pensamiento oral a uno escrito. Si en la República se expulsa
al poeta, por ser, según Havelock, representante del antiguo pensamien-
to oral, en el Quijote se expulsa a Sancho Panza, maestro del refranero
y adalid de la tradición oral. Es un paralelismo notable el que tenemos
entre los mundos utópicos de la República de Platón y la ínsula Barataria
de Cervantes, y parece muy probable que la expulsión de la figura del
poeta en la República inspirase la salida forzosa de Sancho de Barata-
ria. Creemos que el creador del Quijote quiso representar mediante la
expulsión de Sancho el ocaso del mundo oral, tal y como Havelock
propone para la obra del filósofo ateniense. En el libro décimo de la Re-
pública se afirma que se expulsa a los poetas, según Platón, por alimentar
la parte del alma irracional, de la que Sancho tanto participa62. El episo-
dio sugiere las posibilidades de expansión del conocimiento que trajo la
interiorización de la escritura. Sin la escritura no hubiese sido posible el
pensamiento lógico, ni por tanto el filosófico63. Como señala Havelock

61
Havelock, 1963, p. 41.
62
«Por lo tanto, es justo que lo ataquemos y que lo pongamos como correlato
del pintor; pues se le asemeja en que produce cosas inferiores en relación con la
verdad, y también se le parece en cuanto trata con la parte inferior del alma y no
con la mejor.Y así también es en justicia que no lo admitiremos en un Estado que
vaya a ser bien legislado, porque despierta a dicha parte del alma, la alimenta y for-
talece, mientras echa a perder a la parte racional, tal como el que hace prevalecer
políticamente a los malvados y les entrega el Estado, haciendo sucumbir a los más
distinguidos» (Platón, La República, p. 473).
63
Es revelador en este sentido el coloquio mantenido entre el canónigo y los
dos protagonistas. Aquel, hombre cultivado y racional, expone su idea sobre la jus-
ticia: «Al administrar justicia ha de atender el señor del estado, y aquí entra la ha-
bilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si esta
falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines, y así suele Dios
ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto» (Cervantes,
Don Quijote, pp. 572-573). La respuesta de Sancho demuestra su falta de capacidad
analítica: «No sé esas filosofías» (Cervantes, Don Quijote, p. 573). Lo que quiere decir
136 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

en referencia al caso griego, a pesar de que existían libros que podían


ser leídos por las personas educadas, las pruebas de que en la época de
Platón la literatura era principalmente de tipo oral son numerosas. Así,
Havelock encuentra en la República un caso ejemplar de la oralidad que
todavía existía en la época de Platón. En el libro X, Platón afirma que las
obras poéticas deben prohibirse en su nación utópica pues «son la per-
dición del espíritu», aunque especifica que no de los lectores, sino «de
quienes las escuchan»64. Este ejemplo para Havelock es ilustrativo de la
importancia de la palabra hablada en la vida cultural griega en la época
de Platón. También encontramos en Cervantes estas referencias a la lec-
tura oral del Quijote. Así, el narrador anuncia el relato del trujamán en el
capítulo XXV de la segunda parte: «comenzó a decir lo que oirá y verá
el que le oyere o viere el capítulo siguiente»65. Además, la poca longitud
de los capítulos del Quijote y su extensión regular hacen pensar en «po-
sibles lecturas orales»66. Por otra parte, el cura lee para los caballeros y las
damas que están reunidos en la venta, y para el ventero y su familia, que
son como Sancho, esto es, analfabetos. Cervantes insinúa la posibilidad
de que su obra fuera leída en voz alta, aunque quizá sean tan solo resi-
duos orales conservados en el texto cervantino, como sugiere Montero
Reguera67. No comparten esta opinión Moner, Martín Morán o Frenk,
que en los últimos años han producido sólidos estudios que demuestran
«la riquísima oralidad típicamente cervantina»68. Los ejemplos a favor de
la oralidad, al menos en el caso del Quijote, son abrumadores. Moner,
por ejemplo, dice sobre esta cuestión: «Cervantes a puisé d’abondance
aux sources de la tradition orale pour tenter de recréer, entre le narra-
teur et le lecteur, une relation comparable à celle qui unit le conteur et
son auditoire»69. Para Havelock la obra de Platón, antesala del moderno
conocimiento científico, pertenece en parte al estado mental típico de
la oralidad. En cierto modo, Cervantes no dista demasiado del filósofo

con esto es que no ha sido capaz de entender el complicado argumento expuesto


por el canónigo, por tratarse de un pensamiento cercano al modo de razonamiento
silogista que una mente oral, no equipada con la capacidad analítica que solo la
escritura confiere, no puede desentrañar.
64
Platón, La República, p. 457.
65
Cervantes, Don Quijote, p. 846.
66
Frenk, 2005, p. 63.
67
Montero Reguera, 1997, p. 67.
68
Frenk, 2005, p. 50.
69
Moner, 1989, p. 140.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 137

griego, ya que la cultura de la España del XVII mantuvo un importante


residuo oral70.
Por otra parte, el significado de los juicios de Barataria tiene que ver
ante todo con la percepción de un sistema de justicia injusto e inefi-
ciente, tema que ciertamente preocupó a Cervantes y que fue recogido
en numerosos tratados de la época. Así, en su Memorial de la política nece-
saria (1600) González de Cellorigo criticaba la excesiva burocratización
de la justicia durante la época de Cervantes. Para Cellorigo, la riqueza
de un reino no se cifraba en sus ejércitos, su dinero o sus posesiones ma-
teriales. «La perfección de un reino», argumenta Cellorigo, «no consiste
en la grandeza de estados, sino en la consistente y armoniosa justicia
entre sus ciudadanos». Como es sabido, el Memorial estaba dirigido a

70
Por esa razón el prólogo del Quijote, por ejemplo, es concebible solo desde
la alianza de la escritura y la oralidad. De la primera toma la portentosa capacidad
analítica y la facultad de la autorreflexión —recordemos que el prólogo trata so-
bre sí mismo, lo que lo convierte en una pieza muy original—, características que
solo el homo literatus, poseedor de una mente que ha interiorizado la tecnología de
la escritura, puede desplegar. Sin embargo, como ya hiciera previamente Platón,
Cervantes decidió estructurar el prólogo de su obra mediante la forma del diálogo,
acercando su escritura al contexto real donde se da la palabra hablada: aquel en el
que existe un contexto, un emisor y un receptor. Quizá en ninguna otra parte del
Quijote se dé esa reunión del componente oral y el escrito como en sus líneas fi-
nales: «Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal
manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé
por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo» (Cervantes, Don Quijote, p.
18). Covarrubias define «impresión» como «La señal que hace una cosa en otra»
pero también como «la estampa de libros» (Cov., p. 1092). Lo curioso es que para la
entrada del verbo «imprimir» Covarrubias no concede ambivalencia semántica al-
guna. Solo existe un único significado para este verbo, según el lexicógrafo español.
«Imprimir» solo puede significar «poner en estampa» (Cov., p. 1092). Justo después
de esta definición, y todavía en la misma entrada de «imprimir», Covarrubias define
«impreso» como «lo que está estampado» e «impresor» como «el tipógrafo». Es de
una claridad meridiana que todas estas definiciones apuntan a un campo semántico
bien concreto: el de la imprenta. Por lo tanto, si queremos conceder crédito al sabio
toledano, cuando Cervantes escribe «se imprimieron en mí sus razones» tenemos
que pensar que solo puede estar refiriéndose a la moderna tecnología de la impren-
ta. Debemos tener en cuenta, sin embargo, que la palabra que le llega al oído del
autor es palabra hablada. «[E]stuve escuchando lo que mi amigo me decía», nos dice
Cervantes, como si todavía necesitase captar la complejidad del mundo a través del
oído. No obstante, la palabra hablada se graba en él —se imprime— como una hoja
en blanco tipografiada por las planchas de la imprenta. Cervantes muestra aquí la
mentalidad de un oidor que ha aprendido a escribir, como su don Quijote.
138 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Felipe II, quien se había esforzado por dotar al reino de un sistema de


leyes justo y eficaz: «Procuró [Felipe II] restituir los estados con la or-
denación de sus justas leyes al más seguro estado que ser pudo, sin dejar
cosa que no hiciese ni ley que no renovase». Sin embargo, a juicio de
Cellorigo, el Rey Prudente no consiguió su empeño, en un país en el
que la ley que «un día salía a muy pocos no se guardaba»71. El arbitrista
incide en particular sobre el enorme número de pleitos, la mayoría por
cuestiones triviales o por simple avaricia que se entablaban en las au-
diencias españolas, con no otro propósito «sino de coger las haciendas
de sus vecinos»72. Solo dos décadas más tarde, otro arbitrista, Sancho de
Moncada, en su Restauración política de España (1619), enfatizaba puntos
similares a los de Cellorigo. Afirma Moncada que el número de leyes
en la época era tal que la gente se quejaba de que «no se podía asentar
el pie sin incurrir en alguna denunciación contra alguna de las leyes de
España»73. El erudito estima que debe haber en España más de cinco mil
leyes. «Solas las de la Recopilación», advierte Moncada «son tres mil, y
fuera de ellas hay las del estilo, partidas, ordenamiento real, fuero real y
fuero juzgo, leyes de Toro, y premáticas que salen cada día, sin todo el
derecho común»74. Lo más relevante viene a continuación, cuando re-
suma de manera pintoresca los problemas asociados a la burocratización
de la justicia. Es un fragmento algo extenso pero que merece ser citado:

Los daños de tantas leyes son muchos. El primero, que oprimen el


Reino [...] y no hay en el reino persona que las sepa todas, ¿cómo las ha
de saber el labrador, y el ignorante, para guardarlas y no incurrir en penas?
¿Quién tiene dineros para comprar tantos y tan grandes tomos de ellas, ni
tiempo para leerlas? El segundo daño es que muchas de ellas no se usan,
y dejan la puerta abierta a jueces para que aprieten a quien quisieren, di-
ciendo que no están abrogadas, y disimulen con quien quisieren, diciendo
que no están en uso [...] El tercero es que hablan con palabras equívocas,
que admiten diferentes sentidos [...] El último y principal daño es que no
se guardan, en desprecio de la autoridad de los legisladores, y gran perjuicio
de la república75.

71
Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 97.
72
Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 167.
73
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, p. 201.
74
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, p. 201.
75
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, pp. 201-202.
ORALIDAD Y UTOPÍA EN BARATARIA 139

La receta para resolver este problema es clara: reducir drásticamente


el número de leyes y hacer que se cumplan76. Citaremos por último a
otro reformador que expone ideas similares a Moncada, Jerónimo de
Zevallos, abogado y regidor de Toledo. Este preguntaba de manera elo-
cuente en su Arte real para el buen gobierno:

¿Adónde se han visto en el siglo tantos tribunales, y menos justicia,


adónde tantos jueces, y senadores, y menos cuidado de la República?
¿Adónde se han visto más leyes, ni las causas se determinan peor? ¿Adónde
tanto número de abogados, escribanos, notarios, y menos recibida la causa
del pobre, y del pupilo, y de la viuda? Y finalmente, ¿cuándo hubo tantos
pleitos dañosos y inmorales, y tantos ladrones en la República?77

Desde este punto de vista, los intrascendentales pleitos dirimidos por


Sancho en Barataria tienen mucho que ver con el sobresaturado siste-
ma judicial descrito por los arbitristas españoles. Barataria representa el
triunfo de un tipo de justicia rápida y eficaz, asociado en la imaginación
cervantina a la oralidad. Quizá por esa razón Cellorigo, al señalar el
papel que los ciudadanos de renombre ejercían en sus conciudadanos,
citaba el caso del legislador Licurgo, quien ordenó «que las leyes no se
pusiesen en escrito, y así nunca hubo leyes más fuertes, ni mejor guarda-
das, que las suyas»78. En este contexto, no debe ser casualidad que el ma-
yordomo diga de Sancho que «ni el mismo Licurgo, que dio leyes a los
lacedemonios, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza
ha dado»79. En medio de un imperio altamente burocratizado, y cuyo
mejor ejemplo sería quizá la figura de Felipe II, el Rey Papelero, la isla
de Barataria representa el triunfo de un tipo de justicia rápida y eficaz,
como un último recurso de resistencia ante el poder de las clases altas y
el bien documentado proceso del ascenso y promoción de los letrados,
grupo profesional que, como es sabido, alcanzó especial protagonismo
durante el reinado de Felipe II80.

76
Sancho de Moncada, Restauración Política de España, p. 201.
77
Zevallos, Arte real para el buen gobierno, p. 142.
78
Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 100.
79
Cervantes, Don Quijote, p. 1047.
80
Estos eran grupos pertenecientes a capas medias, educados en Derecho en
universidades prestigiosas como Salamanca o París y solían trabajar como abogados
principalmente en los Consejos o Audiencias.
IV

DON QUIJOTE,
EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II

Son notorias y han sido ampliamente comentadas por la crítica cer-


vantina las diferencias entre las dos partes del Quijote. En la primera, la
mente del caballero impone su locura libresca a la realidad, desfigurán-
dola y acomodándola a lo que ha leído previamente en los libros de
caballerías: las prostitutas se convierten en doncellas, las ventas en casti-
llos, los molinos en gigantes, y sus derrotas en productos racionalizados
mediante el recurso a los sabios encantadores que operan contra él. En
la segunda, en cambio, no hay un patrón de aventuras definido1, y don
Quijote por lo general no transforma la realidad. Las ventas son ventas y
el castillo de los duques es tan real como las burlas y palos que el caballe-
ro padece estando allí. En la segunda aparecen más referencias al mundo
de lo pecuniario, evidencia de que don Quijote se ha debido plegar por
fin a las exigencias materialistas dictadas por la realidad. Prueba de esto
es que el caballero deberá pagar sus gastos en las ventas, sin hacer valer
sus derechos de caballero andante2. No obstante, de entre todas las dife-
rencias, quizá la más fundamental sea que en la segunda parte el espíritu
de lo caballeresco apenas existe. Por ejemplo, no abundan las referencias
a los libros de caballerías, (Amadís es mencionado 11 veces, frente a las
40 de la primera). Asimismo, don Quijote no profiere casi arcaísmos
que remeden el habla anticuada tan presente en este género de libros,
y que resultan incomprensibles para otros personajes3. De hecho, de no

1
Mancing, 1982, p. 167.
2
Madariaga, 1926, pp. 161-162.
3
Mancing, 1982, p. 131.
142 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

ser por los alientos de Sancho, Sansón Carrasco, el cura, el barbero y la


fama alcanzada por la primera parte de la novela, es de suponer que don
Quijote ni siquiera hubiese realizado la tercera salida, tan mermado ha
quedado su espíritu caballeresco. En definitiva, con alguna excepción,
el mundo de lo caballeresco y sus reglas estamentales brilla por su au-
sencia en la sección final de la obra cervantina4. Como afirma Mancing:
«Don Quijote does not really decline as a knight-errant in part II; he
hardly exists as a knight-errant at all»5, aunque desafortunadamente no
explica por qué.Y es que en este sentido, las explicaciones críticas sobre
este tema, aunque valiosas, tienden a quedarse en meras descripciones
insustanciales y sin trascendencia6.
En el presente capítulo se propone en primer lugar que el declive
caballeresco de don Quijote en la segunda parte de la novela puede
relacionarse con la decadencia del héroe en el que se inspira: Amadís de
Gaula7. La figura de Amadís sufre una marcada decadencia en el ciclo

4
Maravall, 1976, p. 84.
5
Mancing, 1982, p. 133.
6
Se ha dicho que Cervantes planeó la segunda parte de una manera diferente,
aunque las explicaciones aducidas para esto son en general insatisfactorias. Para
Riquer, el autor «se vio obligado a encarar de un modo distinto la burla de las
novelas de caballerías» (Riquer, 1973, p. 292). Maravall afirma que don Quijote em-
pieza su carrera como un simple imitador de caballero andante, y evoluciona hasta
convertirse en un personaje que desbordaba las intenciones iniciales de Cervantes
(Maravall, 1976, p. 84). Allen relaciona la serie de aventuras trágicas de la segunda
parte (LVIII-LXVIII) con la ironía trágica de la novela, que opera «elevating Don
Quixote beyond the reach of comic irony, curing his confident unawareness with
one grinding desengaño after another» (Allen, 2008, p. 189). Williamson, en su estu-
dio sobre la influencia de la materia artúrica en el Quijote, sostiene que la diferencia
fundamental es que en la segunda parte don Quijote es «less confident of the imme-
diacy of the restoration of romance» (Williamson, 1984, p. 110). Avalle-Arce explica
el ocaso del espíritu de don Quijote atendiendo a la natural trayectoria vital que va
desde la ascendencia del caballero (cuyo punto culminante sería el episodio de los
leones) hasta la decadencia y la muerte final. «Ni más ni menos ocurre en el Quijote
de 1615: al momento de plenitud vital le sigue un lento descenso, marcado por
lastimosos hitos» (Avalle-Arce, 1976, p. 55).
7
El objeto preeminente de la imitatio de don Quijote es Amadís de Gaula
(Mancing, 1982, p. 1; Place, 1966, p. 131; Morros, 2004, p. 41). De los diez poe-
mas que componen los versos preliminares, cuatro son producto de personajes del
Amadís: Urganda la Desconocida, Amadís, Oriana y Gandalín. En el capítulo I, don
Quijote se añade el gentilicio «de la Mancha» al recordar que «Amadís no solo se
había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su
reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula» (Cervantes, Don
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 143

Amadís-Esplandián (específicamente en el libro cuarto y sobre todo en


las Sergas de Esplandián, el libro quinto de Amadís), lo cual ha sido justi-
ficado por algunos estudiosos por la oposición de su autor, Rodríguez
de Montalvo, al mundo pagano típico de la caballería bretona8. Desde

Quijote, p. 43). Durante la penitencia en Sierra Morena, don Quijote insiste en el


origen de su modelo imitativo: «Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes
y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de
la bandera de amor y de la caballería militamos. Siendo, pues, esto ansí, como lo
es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare estará más
cerca de alcanzar la perfección de la caballería» (Cervantes, Don Quijote, p. 275).
Y en el capítulo L, ante las lógicas objeciones del canónigo sobre la conveniencia
de dar el gobierno de la ínsula a Sancho, don Quijote replica con un categórico:
«Solo me guío por el ejemplo que me da el grande Amadís de Gaula» (Cervantes,
Don Quijote, p. 573). En su lecho de muerte, Alonso Quijano arremete de nuevo
contra la novela de Montalvo, principio y fin de su locura: «Dadme albricias, buenos
señores, de que ya yo no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano [...]
Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita de su linaje; ya me son
odiosas todas las historias profanas de la andante caballería» (Cervantes, Don Quijote,
p. 1217). En la obra de Montalvo el tema principal del primer libro es el anonimato
del héroe, la búsqueda de su nombre y la anagnórisis a través de Oriana. El tema
del nombre no solo permea el primer libro, sino que está presente en toda la obra,
manifestándose mediante la continua polinomasia que experimenta Amadís, hasta
resolverse en el libro IV con la recuperación final de su nombre original. Esta re-
cuperación del nombre original de Amadís al final de la novela puede relacionarse
con la recuperación del nombre original de Alonso Quijano antes de morir. Don
Quijote comienza sus aventuras como caballero andante mediante la adquisición de
un nombre basado en Amadís, y antes de morir lo recobra de nuevo, al igual que el
héroe de Montalvo.
8
Rodríguez Velasco (1991) acierta al explicar que las sergas de Esplandián con-
tiene elementos constituyentes típicos de los relatos artúricos tradicionales. Para el
crítico, Montalvo «introdujo en Las sergas de Esplandián el talante artúrico al com-
pleto, juntamente con otras fuentes inspiradas también en la materia de Bretaña, de
la que era buen conocedor» (Rodríguez Velasco, 1991, p. 51). En cierto sentido, el
que Esplandián supere las hazañas de su padre forma parte de la estructura narrativa
de la fábula caballeresca. Sin embargo, esto no explica del todo el ensañamiento
de Montalvo con el personaje de Amadís. En un artículo más reciente, Rodríguez
Velasco explica que la estructura de los ciclos de la fábula caballeresca sigue el pa-
trón narrativo de génesis-apocalipsis: «el hijo representa la culminación del padre
[...] no es repetición de la fábula caballeresca del padre, sino que se relaciona con ella
en un régimen rítmico o copulativo» (Rodríguez Velasco, 2008, p. 662). En cuanto
al ciclo Amadís-Esplandián, sostiene que Esplandián no supera a su padre Amadís, ya
que no lo representa: «[Esplandián] no supera al padre en un proceso de síntesis en
el que se volviera a narrar la historia de Amadís haciendo representación y categoría
de sus errores y de sus aciertos, con objeto de conciliarlos y superarlos de manera
144 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

la parodia, por tanto, don Quijote recorre una trayectoria épica análoga
a la de Amadís. Del entusiasmo caballeresco inicial, y a pesar de todas
sus derrotas, se pasa a una segunda parte donde la ilusión por las caba-
llerías finalmente se desmorona y aniquila9. Finalmente, se relacionará
el declive de lo caballeresco en el Quijote con el intento de Felipe II de
restaurar la caballería de cuantía durante el siglo XVI.

EL (PATÉTICO) DECLIVE DE AMADÍS DE GAULA

¿Qué motiva al autor para introducir estos cambios en la materia


original? Primero, según Avalle-Arce, a Montalvo lo mueve la pura ne-
cesidad narrativa: en estos capítulos finales del Amadís intenta censu-
rar y empequeñecer la figura del héroe, para que en su continuación
(las Sergas), Esplandián resalte aún más, como la perfecta representación
de la síntesis de la caballería andante y el cristianismo ultra devoto y

conservadora» (Rodríguez Velasco, 2008, p. 663). Esplandián, es cierto, no representa


a Amadís de una manera literal, pero Montalvo no narra ambas historias de manera
sucesiva, sino que los sitúa juntos cronológica y espacialmente —comparándolos
por tanto— en varios puntos de la narración.
9
Al ocuparse de los paralelismos entre Amadís y don Quijote, un sector del
cervantismo tiende a pasar por alto que la versión que tenemos del Amadís es
una refundición llevada a cabo por Garci Rodríguez de Montalvo sobre la base
de un Amadís anterior, del que poseemos tan solo referencias indirectas. Se sabe
que Montalvo trabajó sobre un texto primitivo porque se encuentran menciones
a Amadís anteriores a su edición, publicada en Zaragoza en la imprenta del alemán
George Coci en 1508. Estas citas confirman la existencia de la figura de Amadís
previa a la versión de Montalvo (1508). El medinés lo aclara en el prólogo del
Amadís: al faltarle la inventiva requerida para acometer obras de más enjundia (en-
tiéndase, géneros morales) se dedicó a la tarea de corregir los tres libros del Amadís
primitivo, al que añadió un cuarto y finalmente un quinto, conocido como las
Sergas de Esplandián. Resulta paradójico que el argumento de la problemática filo-
lógica sobre la génesis tenga paralelismos con el motivo del manuscrito encontrado,
típico de las novelas de caballerías. Montalvo mezcla ficción y realidad a propósito
en su prólogo, jugando con recursos típicos del género narrativo de la obra que está
escribiendo. Montalvo actúa movido por el deseo de fama, corrigiendo el estilo de
los tres primeros libros e introduciendo cambios notables en el cuarto con respecto
a la historia del Amadís primitivo. No obstante, debido a las diferencias con respecto
los tres primeros libros, que comentaremos más adelante, parece probable que el
cuarto sea en realidad de su total invención. En cuanto al libro quinto, las Sergas,
(«el ramo que de los cuatro libros de Amadís de Gaula sale»), sin duda es producto
exclusivo de Montalvo.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 145

piadoso. Este proceso constituye, según el citado crítico, «uno de los


más hábiles y pérfidos asesinatos de un personaje en la historia literaria
española»10. Además de la causa narrativa, a Montalvo parece preocupar-
le en particular la relativa carencia del elemento religioso en las novelas
de caballerías. Se sabe que estas obras eran censuradas por moralistas y
teólogos antes de que Cervantes publicara su Quijote. El canciller Pero
López de Ayala y Santa Teresa, por ejemplo, lamentan haber perdido el
tiempo leyendo libros de caballerías en su juventud. Otros, como Juan
Luis Vives, fray Antonio de Guevara y Melchor Cano, destacan cómo
el erotismo presente en muchas de estas obras contribuye a convertirlas
en un modelo pernicioso que puede corromper a la juventud11. Los
cambios introducidos en el cuarto libro y el claro carácter apostólico y
doctrinal de las Sergas nos permiten que conjeturemos sobre un autor
de pronunciada mentalidad religiosa. De ahí su cuidado en disminuir
del texto primitivo del Amadís los elementos paganos típicos de la ma-
teria artúrica a la vez que hace hincapié en los píos y morales12. A con-
tinuación, ejemplificaremos algunas de las estrategias de las que se vale
Montalvo para manifestar el declive caballeresco de Amadís.
En primer lugar, a partir de las bodas generales del capítulo CXXV
y el triunfo de Amadís y Oriana, el amor deja de tener interés narrativo
para el desarrollo de la obra, lo que confirma uno de los primeros indi-
cios de la decadencia del personaje. Por eso, a propósito de las intimida-
des amorosas de los recién casados, Montalvo comenta que «será escusa-
do de decirlo, porque, comoquiera que hasta aquí como de enamorados
se fazía de ellos mención, agora ya como de casados se deben poner

10
Avalle-Arce, 1990, p. 370.
11
Tirant lo Blanch y Tristán de Leonís contienen elementos eróticos típicos de
este tipo de obras.
12
Gili Gaya, 1947, p. 105. No resulta una coincidencia que Vivaldo reproche los
libros de caballerías por su paganismo: «una cosa entre otras muchas me parece muy
mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una
grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto peligro de perder la vida, nunca
en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada
cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes, antes se encomiendan a sus
damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios, cosa que me parece
que huele algo a gentilidad» (Cervantes, Don Quijote, p. 139). El mismo prurito
religioso que tiene el inteligente interlocutor de don Quijote asalta un siglo antes
al regidor de Medina. Por eso en las Sergas, Esplandián, hijo de Amadís y de Oriana,
superará ampliamente a su padre y llegará a convertirse en la perfecta representación
de la síntesis de la caballería andante y el cristianismo más devoto y piadoso.
146 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

en olvido»13. Segundo, en los capítulos finales se enfatiza la inactividad


caballeresca de Amadís, quien permanece en su palacio de la Ínsula Fir-
me, mientras el resto de caballeros salen a buscar aventuras dignas de su
oficio. La ociosidad mortifica al caballero, pues considera que «cómo es-
tando mucho tiempo en aquella vida se podría oscurecer y menoscabar
su fama»14. Montalvo compara a Amadís con su hermano don Galaor,
quien a pesar de haberse casado, y «considerando que la honra no tiene
cabo»15, prosigue en la búsqueda de aventuras caballerescas. Montalvo
muestra su preferencia por el caballero que lo abandona todo para seguir
sus caballerías16. En realidad, la larga estancia de Amadís en su palacio
de la Ínsula Firme, alejado de toda acción, sugiere que ha dejado de ser
un caballero andante y se ha convertido en uno cortesano17. Tercero, al
auxiliar a la dueña Darioleta, que le había pedido su ayuda contra el
gigante Balán, Amadís quebranta la palabra dada a Oriana de no alejarse
de ella, acto inimaginable y hasta escandaloso al comienzo de la obra
y que supone una violación directa de las reglas de conducta del amor
cortés18. Cuarto, ante el gigante Balán, por vez primera Amadís siente
miedo, aunque al final lo vence. En este episodio se destaca además que
el interés de Amadís en vencer al gigante es religioso, lo que contrasta
con sus victorias anteriores, motivadas por la búsqueda de aventuras y
fama personal. Quinto, la degradación de Amadís es paralela a la de su
archienemigo Arcaláus. Según Avalle-Arce, el todopoderoso Arcaláus-
encantador del libro I ha quedado reducido a tal impotencia que ni
siquiera él puede obtener la victoria por su propia cuenta, sino que debe
acudir a la intersección de su mujer para ser liberado de la jaula donde

13
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1721.
14
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1641.
15
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1717.
16
Amezcua, 1972, p. 326.
17
Esto podría asociarse a la larga estancia de don Quijote y Sancho en casa de
los duques. De este motivo se tratará más adelante.
18
El caballero había pedido permiso a su dama para salir a buscar aventuras, pero
esta no se lo concede, argumentando que no tiene a nadie «sino a él para satisfacer su
soledad». Un día que Amadís va de caza, ve un batel acercarse con un caballero muerto
con todas sus armas y a su madre, la dueña Darioleta. Esta le pide que lo vengue del
gigante Balán, quien ha matado a su hijo y causado toda clase de oprobios a su familia.
Amadís concede auxiliarla, quebrantando así la palabra prometida a su esposa. Avalle-
Arce califica esta actitud de «inimaginable», pues el caballero ha roto «un estricto,
directo, y concreto mandamiento de ella» (Avalle-Arce, 1990, p. 371).
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 147

Amadís lo ha encerrado, en la Ínsula Firme19. No obstante, quizá el


mayor escarnio que sufre Amadís en la parte final de la novela es su in-
capacidad para acabar con éxito las aventuras emprendidas. Así, el héroe
no podrá vencer a un mermado Arcaláus, porque esa tarea está reservada
para su hijo Esplandián, quien la llevará a cabo con pasmosa facilidad
al comienzo de las Sergas. Además, Amadís será incapaz de terminar la
aventura de la espada encantada entre las dos puertas en la Peña de la
Doncella Encantadora, también reservada para Esplandián. Al llegar a las
puertas que guardan la espadas y ver unas letras rojas escritas en ellas, no
prueba la aventura porque «le vino a la memoria ser tales aquellas [le-
tras] como las que su hijo Esplandián tenía en la parte siniestra, y creyó
que para él como mejor de todos, y que a él mismo de bondad pasaría
estaba aquella aventura guardada»20. Podría argüirse que Amadís ha in-
teriorizado un cierto complejo de inferioridad con respecto a su hijo.
A estos indicios indirectos de la decadencia de Amadís, deben aña-
dirse dos más, acaso menos obvios como los citados pero igual de sig-
nificativos. En primer lugar, al principio de la obra, Amadís (como don
Quijote) demuestra tener una gran curiosidad, cualidad que se convier-
te en un importante elemento de la acción narrativa, pues impulsa al
caballero a buscar aventuras. Al igual que en el caso de don Quijote, la
curiosidad desmedida de Amadís a veces lo pone en problemas, como
cuando ve en una pradera una carreta cuyo interior no puede verse por
estar cubierto «de un jamete bermejo». Amadís siente deseos de indagar
y se acerca para averiguar lo que hay dentro, pero varios caballeros se lo
impiden. Nada de esto lo detiene: «Si puedo, veré lo que en la carreta
va». Tras vencer a los caballeros, mira dentro y ve a una niña, una dueña
y la figura de un rey con una corona en la cabeza hendida. Amadís no
puede contener su curiosidad y pregunta a la dueña «por qué tiene esta
figura así el rostro partido». La mujer, con enfado, le pregunta por qué
miró dentro de la carreta, y Amadís le responde: «Yo [...] que hube gana
de ver lo que aquí andaba». A continuación la dueña ve los cadáveres
de los caballeros, y maldice a Amadís, que se disculpa: «Señora —dijo
él— vuestros caballeros me acometieron, mas si vos pluguiere, decidme

19
La dueña había solicitado a Amadís un don contraignant, típico de la literatura
artúrica, y que el héroe había concedido torpemente: el favor que requiere la dueña
es la liberación de Arcaláus, su marido.
20
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1707.
148 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

lo que vos pregunto»21. La desmedida curiosidad de Amadís raya en la


descortesía, pues quiere saber por la fuerza lo que hay en la carreta22.
Segundo, como ha demostrado Ruth Fjelstad en su trabajo de tesis doc-
toral, el libro cuarto del Amadís tiene menos arcaísmos y un rango más
limitado de estos que el resto de la obra. La explicación de la autora
es acertada: «It is easier to leave archaisms untouched in a revision of
an earlier text than to include them in one’s writing»23. Pero si esto es
verdad, cabe preguntarse por qué las Sergas, producto exclusivo de Mon-
talvo, contiene arcaísmos. Se podría argumentar que en la mente del
medinés el arcaísmo va unido al vigor caballeresco, y de ahí su menor
número en el último libro del Amadís, y su aumento en las Sergas, pues
en esta última obra se trata de contar la historia de una nueva genealogía
heroica.
La representación negativa de Amadís y el ensalzamiento de su su-
cesor se enfatizarán en las Sergas24. Se incide sistemáticamente en la su-
perioridad de Esplandián sobre su padre: «Mejor sois que vuestro padre,
pues que esta aventura que él faltó vos la acabastes», le dice a Esplandián
su escudero Sargil a propósito del éxito en la aventura de la espada en-
cantada25. El de Gaula, celoso de los éxitos de su hijo, incluso le reta a
una batalla, de la que Esplandián resulta claro vencedor. El motivo le sir-
ve además a Montalvo para destacar la piedad filial de Esplandián, quien
no mata a su oponente ya que en el último momento se da cuenta de
que ha luchado nada menos que con su propio padre. A continuación

21
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 462.
22
Cacho Blecua, 1979, p. 468.
23
Fjelstad, 1963, p. 142.
24
Es sabido que el cura (supuesto alter ego cervantino) decide quemar las
Sergas («hijo legítimo de Amadís de Gaula») en el donoso escrutinio, aduciendo
que «la bondad del padre no le ha de valer al hijo» (Cervantes, Don Quijote, p.
78). Esto ha hecho que el cervantismo acepte per saecula saeculorum la idea de que
Cervantes rechaza las virtudes literarias de la continuación del Amadís. Esta opi-
nión debe ser matizada. Aunque es cierto que Pero Pérez es el portavoz de algunas
ideas neoaristotélicas que podrían relacionarse con el ideario estético cervantino,
lo cierto es que la primera reacción del cura para con el Amadís (libro de indu-
dable calidad literaria) es quemarlo también, por la simple razón de tratarse de
«dogmatizador de una secta tan mala» (Cervantes, Don Quijote, p. 77). Es la inter-
sección del barbero la que salva a Amadís de Gaula de ser pasto de las llamas. Por
esa razón, no hay que pensar que la opinión de Cervantes sobre las Sergas fuese
necesariamente negativa.
25
Cervantes, Don Quijote, p. 127.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 149

Montalvo explica el motivo por el cual Amadís se enfrentó con su hijo:


«no fue otra [la razón] sino que, quedando en olvido sus grandes fechos
casi como so la tierra, florecieron los del fijo con tanta fama, con tanta
gloria, que a las alturas de las nubes parecían tocar»26. El ardor caballe-
resco de Amadís, cuestionado tímidamente en el libro cuarto del Ama-
dís, se nos muestra finalmente aniquilado en las Sergas. En realidad, el
de Gaula ha dejado de ser un caballero andante: «no curando ya el rey
Amadís de seguir más las aventuras ni que sus caballeros las siguiesen,
antes todo su cuidado empleaba en tener en paz y sosiego sus reinos y
en fazer mercedes a los que se las merescían»27. El narrador de las Sergas
justifica así la ausencia de la figura de Amadís en la narración: «Porque
ya las cosas del rey Amadís a este nuestro cuento no convienen [...]
desde agora se dejarán por faceros saber aquellas de aquel que con más
esfuerzo y con más fe [...] las procuró»28. El objetivo de Montalvo es de
una claridad meridiana: criticar a la caballería bretona, por su carácter
profano y ensalzar una caballería andante cristiana, mucho más acorde
con las circunstancias políticas de la España de los Reyes Católicos. Por
esa razón, en las Sergas la voz narrativa hace que varios de los personajes
del Amadís renieguen de sus aventuras pasadas, a las que ya estiman «por
vanas y por locura conocida»29. El mismo Esplandián lo recuerda a sus
compañeros continuamente: «Ea, buenos señores, que estas no son las
aventuras de la Gran Bretaña, que más por vanagloria y fantasía que por
otra justa causa las más de ellas se tomaban; que si la ira y saña en aque-
llas gravemente vos eran defendidas, en estas que agora se vos represen-
tan no tan solamente es pecado ejercitándolas, mas ante aquel muy alto
señor Dios muy gran mérito se gana»30.
El desmerecimiento de la figura de Amadís también alcanza a la de
Oriana. La incontestable belleza de «la sin par» en los cuatro libros del
Amadís, queda cuestionada en las Sergas. Así, en los capítulos XCVII-
XCVIII de las Sergas, el hilo narrativo se interrumpe bruscamente. Con
una técnica muy pre-cervantina, el narrador/Montalvo aparece como
personaje y cuenta cómo «dejada la pluma de la mano»31 tiene una visión

26
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 254.
27
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 409.
28
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 410.
29
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 464.
30
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 363.
31
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 525.
150 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

en la que una enojada Urganda le ordena interrumpir la historia, pues no


le ha gustado cómo Montalvo («hombre simple sin letras, sin sçiencia»)
ha tenido la osadía de contar los amores de Esplandián y Leonorina.
Después de esta escena, Montalvo explica que «saliendo un día a caza»,
se cae en un pozo al seguir a su halcón, en el fondo del cual, tiene otro
sueño o visión en el que Urganda lo lleva a la Ínsula Firme, donde la
maga mantiene encantados a Amadís, Oriana, don Florestán, Briolanja
y otros personajes. Al preguntarle Urganda cuál de las mujeres le parece
más hermosa, Montalvo asegura que Briolanja, y se cuestiona cómo «esta
[Briolanja] no acabó la aventura de la cámara defendida, cuanto por ella
fue probada»32. La maga ofrece una respuesta sorprendente, en la que le
explica que las cosas no sucedieron tal cual se contaron en el Amadís. Se-
gún Urganda, en realidad, cuando Amadís vio que la belleza de Grima-
nesa era superior a la de Oriana, le recomendó a la primera que volviese
a su reino, y que regresaría a buscarla pronto para intentar la prueba de
la cámara. Además, durante la boda, Amadís hizo entrar a la cámara a su
señora antes que las otras, por lo que Oriana resultó vencedora, aunque
injustamente, gracias a las tretas de su enamorado. Más adelante, Urganda
le pregunta a Montalvo cuál de los caballeros le parece el más valiente.
En lugar de elegir a Amadís, Montalvo escoge a su medio hermano don
Florestán. A la maga le place la respuesta de Montalvo, y recuerda la vic-
toria de don Florestán ante Amadís, Agrajes y don Galaor en la floresta,
en el libro primero del Amadís. A continuación añade unas significativas
palabras: «Mas de lo que de esto sucedió después no te diré ninguna cosa
de la verdad, que la grande afición mía de otros no daría lugar a la lengua
que lo hablase»33. Es evidente que se refiere a Esplandián, cuyas hazañas
sirven para poner en olvido a las de su padre. Hasta tal punto llegan la
injusticia y la deslealtad de Urganda para con la figura de Amadís que un
lector de la obra hace la siguiente anotación en su edición de 1587: «este
sin duda que nunca hizo la mitad que su padre y que la Urganda la gran
puta vieja mintió»34.
No querríamos amontonar los ejemplos, así que dos casos más ser-
virán para ilustrar el declive de Amadís. Primero, Montalvo hace que la
última victoria del caballero sea ante una mujer. En el capítulo CLXIV,
el sultán Radiaro, y Calafia, reina amazona de la isla de California, retan

32
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 541.
33
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 544.
34
En Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 544, nota 468.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 151

a Esplandián y Amadís a una batalla a muerte. A Amadís le cae en suerte


enfrentarse con Calafia y a Esplandián con Radiaro. A pesar de su valen-
tía, Calafia no es rival para Amadís, quien contemporiza con la amazona
con el fin de no hacerle daño. Pero entonces el caballo de Amadís se
cae dejando a su jinete atrapado y a merced de su enemiga. Esplandián
desmonta rápidamente y libera a su padre, quien «diole con aquel peda-
zo de la lanza [de madera] tan fuerte golpe por cima del yelmo que la
desatentó y le fizo caer el espada de las manos»35. Esta escena, que raya
entre lo cómico y lo patético, sería inimaginable en el Amadís original.
Finalmente, Montalvo obliga al de Gaula a renegar de sí mismo y
a reconocer que sus aventuras pasadas fueron fútiles. Si en una carta
a su hermano don Galaor Amadís acepta haber pasado el tiempo en
«liviandades»36, en otra dirigida a su padre el rey Perión se muestra como
un cristiano devoto arrepentido de sus aventuras de juventud, que solo
han traído «soberbia, cobdicia, vanagloria, con otros muchos vicios que
en contra del muy alto Señor son»37. Montalvo hace que Amadís sufra
una conveniente y hasta cierto punto inverosímil conversión religiosa
que lo lleva a rechazar sus éxitos caballerescos anteriores. En otras pa-
labras: Amadís ha dejado de ser un caballero andante, al menos en un
sentido estricto original.

LA PENOSA IMITATIO DE DON QUIJOTE

Como puede deducirse, el modelo que Amadís ofrece a don Quijote


es cuanto menos problemático. El caballero de los tres primeros libros
representa las virtudes cardinales de la caballería andante: fuerte, ena-
morado fiel, cortesano y humilde (aunque algo «llorón»38). El del cuarto
libro y sobre todo el de las Sergas es una caricatura de sí mismo: infiel a
la palabra dada, pusilánime y en cierto modo acomplejado (¿cómo no
estarlo?) ante la agigantada figura de Esplandián. Aunque sería equi-
vocado tratar de encontrar correspondencias exactas en la trayectoria
de don Quijote y la de Amadís (Cervantes se nutre de materiales muy
diversos y es, obvia decirlo, un autor dotado de una creatividad y un

35
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 765.
36
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 681.
37
Rodríguez de Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 683.
38
Cervantes, Don Quijote, p. 39.
152 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

dominio del quehacer literario superlativo), lo cierto es que el proceso


de decadencia general que sufren ambos personajes guarda paralelismos
que merecen ser señalados.
Hasta cierto punto, la estancia de don Quijote y Sancho en la casa
de los duques podría relacionarse con la estancia de Amadís en su pa-
lacio de la Ínsula Firme. Aunque las circunstancias de ambos episodios
distan de ser iguales, no hay duda de que a ambos espacios los vertebra
un mismo motivo: la ociosidad y la inactividad caballeresca de sus mo-
radores. Como se señaló antes, a partir de su matrimonio con Oriana,
Amadís se convierte en una especie de caballero cortesano. La ociosidad
lo atormenta de tal manera que siente nostalgia de su pasado caballeres-
co y al mismo tiempo miedo de que sus hazañas queden en el olvido:
«comenzó acordarse de la vida pasada, cuánto a su honra y prez fasta
allí había seguido las cosas de las armas, y cómo estando mucho tiem-
po en aquella vida se podría escurecer y menoscabar su fama»39. Este
sentimiento de Amadís encuentra una reformulación equivalente en la
reflexión de don Quijote al marcharse del palacio de los duques: «Ya
le pareció a Don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad como
la que en aquel castillo tenía, que se imaginaba ser grande la falta que
su persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso entre los infini-
tos regalos y deleites que como a caballero andante aquellos señores le
hacían, y parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella
ociosidad y encerramiento»40.

39
Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, p. 1641.
40
Cervantes, Don Quijote, p. 1089. Es evidente que esto debe leerse en clave
paródica, pues «los infinitos regalos y deleites» en realidad ocultan un sin fin de
vejámenes y burlas que debe sufrir el caballero. Cuatro doncellas le lavan las bar-
bas, una broma de tal calibre que incluso los duques (que no la tenían planeada
siquiera) piensan en castigar a sus autores; sufre la cruel reprobación del canónigo,
que lo tacha abiertamente de loco (para más escarnio, delante de los duques, per-
sonajes a los que don Quijote desea impresionar; por eso la escena es doblemente
humillante); tras cantar un romance de amor dedicado a Altisidora, descuelgan en
la ventana de don Quijote un cordel con cencerros y un gran saco con gatos, que
a su vez traían más cencerros. La algarabía que se forma es tal que incluso a los
duques, que son los que idean la pesada broma, «todavía les sobresaltó» (Cervantes,
Don Quijote, p. 1002); la siguiente chanza, llevada a cabo por la duquesa y Altisidora
es violenta e intimidatoria. Al oír la duquesa un comentario poco afortunado de
doña Rodríguez sobre «las fuentes» de sus piernas, entran en la habitación «llenas de
cólera y deseosas de venganza» (Cervantes, Don Quijote, p. 1035) y acribillan a don
Quijote y a la dueña a palos.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 153

Mas los vejámenes que atentan contra la integridad física de don


Quijote palidecen ante los que disminuyen su espíritu. En primer lugar,
el caballero ha pasado en estos episodios palaciegos a ser un personaje
no solo carente de agencia, sino que ha sido burlado de manera inmi-
sericorde por los duques. Las aventuras son dictadas por otros (aquí
los duques, posteriormente, Roque Guinart y Sansón Carrasco) y don
Quijote se convierte en simple comparsa en el devenir de los aconte-
cimientos. Segundo, Sancho cobra un protagonismo y una envergadura
tales que eclipsa la figura de su amo. Es sin duda el favorito de la du-
quesa, y a decir del narrador, de otros personajes también: «Perecía de
risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión le tenía por
más loco que a su amo, y muchos hubo en aquel tiempo que fueron de
este mismo parecer»41.
No obstante, quizá el mayor vejamen y la máxima fuente de tristeza
que el Caballero de la Triste Figura experimenta en el palacio de los
duques lo constituye el que el desencanto de Dulcinea no esté reser-
vado para él, sino para su escudero42. Como es sabido, la degradación
sufrida por Dulcinea, quien de objeto de deseo idealizado (en la mente
de don Quijote) en la primera parte pasa a convertirse en un objeto
del mundo de los bajos sentidos en la segunda, por arte de Sancho
transformada su «sin igual hermosura y rostro en el de una labradora
pobre»43, constituye uno de los ejes fundamentales del «patético declinar
del ánimo caballeresco del héroe» en la segunda parte44. En este sentido,
podría argüirse que Dulcinea sufre un proceso de degradación análogo
al cuestionamiento de la belleza de Oriana en las Sergas. En la mente
de don Quijote, la Dulcinea idealizada de la primera parte ha quedado
transformada, por arte de Sancho, en una «labradora pobre», un objeto
material del mundo de los bajos sentidos. No obstante, el tratamiento

41
Cervantes, Don Quijote, p. 893. Se ha afirmado que este cambio en la apre-
ciación del personaje de Sancho puede explicarse a partir de la interacción con el
Quijote de Avellaneda. Sin embargo, aunque en la continuación de Avellaneda tanto
don Quijote como Sancho son esquematizados y ridiculizados de manera simplis-
ta, en la segunda parte del Quijote cervantino el ataque efectuado por el narrador
afecta únicamente al hidalgo manchego. Por tanto, no puede explicarse el declinar
de lo caballeresco en la fase final del Quijote únicamente por una influencia de la
continuación de Avellaneda.
42
Riley, 1990, p. 112.
43
Cervantes, Don Quijote, p. 708.
44
Madariaga, 1926, p. 197.
154 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

del motivo en Cervantes es diferente. En Montalvo el ataque contra la


belleza de Oriana no afecta a Amadís (quien con el resto de personajes
permanece encantado en la Ínsula Firme), pero sí a su autor, el propio
Montalvo, que se introduce en la narración como personaje, mientras
que en el Quijote la degradación y el encantamiento de Dulcinea sí me-
noscaban el espíritu de su protagonista.

DON QUIJOTE, FELIPE II Y EL FRACASO DE LA CABALLERÍA

Pedro Cátedra ha relacionado la publicación del Quijote con el bien


documentado proceso de reactivación de la caballería de cuantía (o de
alarde, o de premia) durante el reinado de Felipe II45. Se trataba de una
institución o milicia ecuestre fundada por Alfonso XI en 1348, y que
era heredera de la antigua caballería villana medieval. Sin embargo, al
contrario que la caballería villana, conformada de acuerdo con el prin-
cipio de voluntariedad, el alistamiento de los cuantiosos era de tipo
obligatorio, y basado en un nivel de ingresos personal que oscilaba entre
los cien mil maravedíes en la época de los Reyes Católicos hasta los mil
ducados en 1564 y dos mil ducados en 1600. A lo largo del tiempo se
los conoció con distintos nombres: los «cuantiosos» o «acuantiados», por
estar vinculados a lo pecuniario, de «alarde», debido a la obligación anual
de participar en ejercicios militares, y de «premia», por estar apremiados
a mantener caballo46. En resumidas cuentas, los caballeros cuantiosos
estaban obligados a mantener un caballo y armas, a participar en los alar-
des anuales y a combatir cuando se estimase necesario47. Cuando acabó
la Reconquista, la caballería de cuantía entró en un proceso de crisis,
permaneciendo exclusivamente en Andalucía y el Reino de Murcia.
Como afirma Contreras Garay: «[S]u pervivencia anacrónica en estas
zonas fronterizas del sur peninsular fue un claro ejemplo de la inadapta-
ción a los cambios militares que imponía la época moderna»48.

45
Covarrubias define a los caballeros cuantiosos como aquellos que «tienen
obligación, llegando a tanta cantidad de hacienda, a sustentar caballo y armas» (Cov.,
p. 636). Esta clase en general estaba compuesta de miembros de las clases medias ur-
banas, artesanos y comerciantes con unos ingresos suficientes como para mantener
caballo y armas.
46
Contreras Garay, 1986-1987, p. 27.
47
Centenero de Arce y Díaz Serrano, 1999, p. 96.
48
Contreras Garay, 1986-1987, p. 27.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 155

Durante los reinados de los Reyes Católicos y de Carlos V, debido


principalmente a las exenciones fiscales de las que disfrutaban los cuan-
tiosos (y que conllevaban evidentemente menos recaudación para la
Corona) fue regularizándose y restringiéndose el acceso a la nobleza por
esta vía49. Sin embargo, por razones militares, y en particular de defensa
interior (la piratería y la amenaza turca en el Mediterráneo las princi-
pales) en tiempos del Rey Prudente hubo varios conatos de actualizar
una institución que había jugado un papel relevante durante la guerra
contra los musulmanes en la Edad Media. Se promulgaron dos pragmá-
ticas en 1562 y 1563, aumentando las rentas mínimas requeridas para
pertenecer a dicho estamento, y enfatizando las obligaciones militares
de este, poniéndolo a disposición del ejército, bajo el mando de perso-
nas aptas para su mando, preferiblemente con experiencia militar50. En
1572, como las pragmáticas anteriores no tuvieron el efecto deseado, se
publicó una nueva en la que se involucraba no solo a los cuantiosos, sino
a toda la nobleza, lo que significaba, hasta cierto punto, una reactivación
total de la caballería similar a la medieval. No se redacta una pragmática,
sino que se dirigen cédulas a cada una de las ciudades explicándoles las
razones para su proceder y los beneficios que se podían derivar de su
actualización. Así, en la que se dirigió a la villa de Arévalo en 1572 se
menciona que antiguamente había «gran nobleza y número de caballe-
ros en España y la Cristiandad dispuestos a defender la república con
las armas, pero que ahora, a consecuencia del ocio y la paz, el ejercicio
de las armas había decaído tan en desuso entre esta clase que resultaba
difícil mantener la fuerza y seguridad del país». A continuación se reco-
mendaba que se fundasen cofradías, compañías y órdenes bajo la advo-
cación de un santo, y que con el fin de mejorar las habilidades marciales,

49
Centenero de Arce y Díaz Serrano relacionan los aumentos impositivos du-
rante el reinado de Carlos V y la caballería de cuantía con cambios drásticos produ-
cidos durante el Siglo de Oro: «Cabría entonces preguntarse si no fue el progresivo
aumento de los impuestos a lo largo de los años de gobierno del emperador lo que
obligó a quienes más renta tenían a buscar el paso hacia una hidalguía que se les
prometía como un medio tanto para incorporase a una exigua burocracia en for-
mación como también para evitar pechos y cargas que los antiguos privilegios no
podían contener. En ese caso, la transformación de los caballeros cuantiosos debe
ser situada en un contexto más amplio: el de la transformación de una sociedad que
se confesaba inmóvil pero que estaba atravesando un vertiginoso proceso de muta-
ción» (Centenero de Arce y Díaz Serrano, 1999, p. 98).
50
Cátedra, 2007, p. 99.
156 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

«se ordenasen fiestas en algunos días señalados de justas, torneos e juegos


de cañas y otros ejercicios militares». Dicha cédula aconsejaba también
que se diese completa relación a la Corona una vez al año, pues quería
«tener [el rey] de ello particular noticia e relación»51.
Según la tesis de Cátedra, la locura quijotesca de emular a los caba-
lleros andantes del pasado debe ser leída de acuerdo con el anacrónico
plan de Felipe II de revivir la caballería de cuantía a finales del siglo
XVI y principios del XVII. Este estudioso recalca cómo en el espectáculo
zamorano celebrado con motivo de la exigencia real expresada en las
cédulas citadas, llamaba la atención la ausencia de autoridades reales, y
que se volviesen a recrear episodios sacados de los libros de caballerías
más populares.También, que se redactase una relación que servía de tes-
timonio de la recuperada vinculación entre monarquía y una caballería
que ahora era urbana, y en cierto sentido democratizada52. El sueño
caballeresco de Felipe II durará hasta el 28 de junio de 1619, cuando
Felipe III anule las referidas pragmáticas y con estas de manera definitiva
la caballería de cuantía, por el rechazo popular hacia esta y por presiones
de parte del Consejo de Hacienda. No parecía lógico el mantenimiento
de semejante reliquia caballeresca en el sur de España cuando ya se había
eliminado hacía tiempo en la mitad norte del país53.
Es posible suponer, por tanto, que la desquiciada imitatio quijotesca
de la figura de Amadís en el ciclo Amadís-Esplandián (apreciable, como
se ha explicado, en el declinar del elemento caballeresco) pueda leerse
como una respuesta cervantina en clave de parodia hacia el mencionado
sueño de Felipe II de rehabilitar y modernizar la caballería de cuantía.
La casi total ausencia del elemento caballeresco en la segunda parte del
Quijote se relacionaría con la fase última (y definitiva) del sueño caballe-
resco del Rey Prudente, que se ratificó en junio de 1619 con la emisión
de la real cédula por parte de Felipe III, que abolía de manera definitiva
la caballería de cuantía. De este modo, no parece una casualidad que
Cervantes elija como blanco de su imitación paródica a Amadís, el ca-
ballero que vino a representar el epítome de las cualidades caballerescas
según el imaginario literario, popular, e incluso político durante el Siglo
de Oro español y europeo.

51
En Martín, 1994, p. 425.
52
Cátedra, 2007, pp. 106-107.
53
Contreras Gay, 1986-1987, p. 28.
DON QUIJOTE, EL CICLO AMADÍS-ESPLANDIÁN Y FELIPE II 157

En conclusión, Cervantes usa el modelo ofrecido por Amadís en el


ciclo Amadís-Esplandián para imitar, pero en última instancia destruir,
«la máquina mal fundada» de los libros de caballerías auriseculares. La
decadencia de la caballería en Don Quijote podría ser explicada por la
particular manera en que el espíritu de las caballerías (y su declive) es
representado en el ciclo Amadís-Esplandián. Aunque es indudable que
la imaginación de don Quijote se nutre de diversos modelos literarios
y extraliterarios (y por supuesto no siempre caballerescos), lo cierto es
que, como don Quijote mismo afirma, su principal modelo miméti-
co es Amadís, hecho que el caballero (ya Alonso Quijano) mencionará
antes de morir. La novela comienza y termina aludiendo de manera
directa al héroe de Montalvo. En el último capítulo, don Quijote pide
a su sobrina que llame al cura, al barbero y a Sansón Carrasco, para
confesarse y hacer testamento, y en presencia de todos, manifiesta: «Ya
soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su
linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caba-
llería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas
leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia,
las abomino»54. En última instancia, este declive de lo caballeresco en
el Quijote (ejemplificado a través de la emblemática figura de Amadís)
puede relacionarse con el fracaso de Felipe II por restaurar la caballería
de cuantía en el siglo XVI.

54
Cervantes, Don Quijote, p. 1217.
V

DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS:


EL ESCORIAL Y LA CUEVA DE MONTESINOS

No sería exagerado afirmar que el mundo de los objetos (su gesta-


ción, representación y/o negociación) tiene una relevancia especial en
varios episodios del Quijote1. Por ejemplo, el primer acto del hidalgo
manchego consiste en malbaratar parte de su propiedad inmueble con el
fin de adquirir libros de caballerías y expandir así su biblioteca: «vendió
muchas hanegas de tierra de sembradura [...] y así llevó a su casa todos
cuantos pudo haber dellos [libros]»2.Ya rematado el juicio, decide con-
vertirse en caballero andante, por lo que necesitará proveerse de armas
y un atuendo apropiado a su nueva condición, motivo que se destaca
en el texto: «Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían

1
En un estudio reciente sobre la representación en el Quijote se ha subrayado la
dificultad de definir qué sean los objetos o cosas, pues estos pueden referirse «a casi
todo lo imaginable, sea de índole material o abstracta, pasando por lo emocional»
(Alcalá Galán, 2009, p. 28). El término posee una dimensión material y otra filosófi-
ca y lógica. Procede del latín objectum, participio pasado del verbo obicere, que signi-
fica, en principio, oponerse, presentarse, estar en el camino de algo. Así, el Diccionario
de Autoridades lo define en su primera entrada como «Lo que se percibe con alguno
de los sentidos, o acerca de lo cual se ejercen.Viene del latín objectum», mientras que
la segunda alude a dicha cualidad filosófica: «el término o fin de los actos de las
potencias» (Aut, s.v. «objeto»). Covarrubias enfatiza esta doble naturaleza de los ob-
jetos: «la cosa o es espiritual o corporal. Unas cosas son naturales, otras artificiales; lo
demás se queda para los lógicos» (Cov., p. 620). El presente capítulo investiga ambos
grupos, el de las cosas «artificiales» (es decir, las cosas materiales, tangibles, fabricadas
por el ser humano) y el de los objetos de tipo espiritual, en este caso reliquias.
2
Cervantes, Don Quijote, p. 56.
160 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

sido de sus bisabuelos [...] tomadas de orín y llenas de moho»3, y lo con-


vertirá, a juicio de los otros personajes de la obra, (y de los lectores) en
un «arcaísmo viviente»4. El episodio del yelmo de Mambrino (que dará
lugar a la paradigmática y delirante escena en la que se discurre acerca
del relativismo de la realidad) o el de la cabeza encantada en la casa de
Antonio Moreno en Barcelona, (que supone una reflexión y una crítica
sobre la validez de las profecías, la tecnología y el abuso del ocio de la
clase burguesa catalana), entre otros muchos que podrían ser citados, son
también paradigmáticos de la importancia de los objetos en la novela.
En otros capítulos de este libro se ha venido sosteniendo que la fi-
gura de don Quijote y su obsesión por la escritura puede leerse como
una crítica cervantina al proceso de burocratización llevado a cabo du-
rante el gobierno de Felipe II, mientras que los juicios de Sancho en
Barataria simbolizarían el polo opuesto de este modus operandi basado en
la escritura. Nuestra lectura del episodio de Montesinos quiere profun-
dizar en esta línea, estableciendo la siguiente tesis: el espacio de la cueva
de Montesinos y las maravillas elucubradas por don Quijote pueden
ser leídos como una respuesta cervantina a la creación de las grandes
colecciones reales, en particular las atesoradas por Felipe II en la crea-
ción arquitectónica que epitomiza su personalidad, el monasterio de El
Escorial. Para justificarlo examinaremos en primer lugar el motivo de
la melancolía, leyendo la visión de don Quijote como un producto del
humor melancólico y asociándolo a la imagen de reclusión de Felipe II
en El Escorial. En segundo lugar, analizaremos el papel de las reliquias
en el Quijote, para sugerir que se parodia el exceso del afán recolector
de Felipe II por estas piezas en la construcción escurialense. Por último,
consideraremos el episodio desde el punto de vista de las cámaras de las
maravillas y el coleccionismo, como un intento cervantino por compe-
tir con las grandes colecciones de arte de su época, particularmente las
contenidas en El Escorial5.

3
Cervantes, Don Quijote, p. 41.
4
Riquer, 1967, p. 289.
5
El episodio de la cueva de Montesinos ha sido objeto de las más dispares
interpretaciones críticas. Aurora Egido resalta la importancia del capítulo, relacio-
nándolo con los cinco tipos de sueño de Macrobio. Para dicha crítica, la aventura
de Montesinos «puede instalarse dentro de la tradición alegórica de los sueños o
visiones de viajes de ultratumba, con aberración temporal» (Egido, 1986, p. 305).
Percas de Ponseti señala también su importancia, considerándolo como un episo-
dio «eje de la novela» (Percas de Ponseti, 1968, p. 376), e interpretándolo desde un
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 161

Antes, debemos señalar, en primer lugar, que no existe referencia


directa a El Escorial en la obra cervantina. Pero el silencio del Manco
de Lepanto a este respecto no es un caso aislado. De hecho, es sor-
prendente la relativa ausencia de alusiones a tan notable edificio en la
literatura española del Siglo de Oro. Aparte de las naturales referencias
de los cronistas de la época (fray José de Sigüenza, Cabrera de Córdoba,
Baltasar Porreño, entre otros)6, las únicas menciones contemporáneas
de Cervantes en el campo de las letras se encuentran en los siguien-
tes autores: entre los menores, cabe citar a Juan de Arfe, (1535-1595);
Luis Cabrera de Córdoba (1559-1623); fray Lucas de Alaejos (1631);
Lupercio Leonardo de Argensola (1563-1613), Esteban Manuel de Vi-
llegas (1585-1669); Gabriel Bocángel (1610-1658) y Francisco Francia
y Acosta, entre otros. En cuanto a los autores canónicos, Góngora le
dedica a El Escorial un soneto fechado en 1609; Calderón menciona
el edificio en La Dama duende; aparece en la novela picaresca anónima
Vida y hechos de Estebanillo González; Lope menciona el edificio en el
romance «A la muerte de Filipo II el Prudente»; el soneto «Que libros

plano literal (sueño grotesco) y simbólico (relatos de caballería y literatura mística).


Añade además que el episodio podría ser un recuerdo de la cautividad del autor en
Argel (septiembre 1575-septiembre 1580), o de su encarcelamiento en Sevilla (oc-
tubre 1597-abril 1598). En otro estudio, incluso postula una evocación de la corte
de Felipe III. El insípido monarca, que en cuanto llegó al poder en 1598 delegó el
poder en su valido, el futuro duque de Lerma, estaría representado en el episodio
por el yacente Durandarte, mientras que Montesinos y Merlín simbolizarían al di-
cho Lerma, sospechoso según la creencia popular de practicar artes mágicas con el
fin de mantener encantado al rey (Percas de Ponseti, 1975, pp. 549-565). Por otra
parte, Madariaga, en un ensayo frecuentemente citado, aduce que el descenso de
don Quijote debe relacionarse con su declive espiritual, declive que moldea toda
la segunda parte de la novela (Madariaga, 1926). De Armas se centra en la posible
relación entre la obra de Cervantes y la literatura clásica, postulando de este modo
que el descenso de don Quijote «recalls Aeneas’s descent into the underworld to
acquire knowledge» (De Armas, 2008, p. 100), mientras que en otro trabajo suyo,
«Nero’s Golden House», lo relaciona con «the rediscovery of Nero’s Golden House
by Renaissance artists at the end of the fifteenth century» (De Armas, 2004, p. 148).
Estas valiosas aportaciones han permitido clarificar el problema genético planteado
por el episodio, localizando diversas fuentes que habrían podido inspirarlo, aunque
no estudian el papel relevante de las maravillas soñadas por don Quijote.
6
Covarrubias hace derivar el término «Escurial» de «escoria» (los restos del
metal trabajado), y comenta que «todo es escoria para la grandeza deste segundo
templo de Salomón, mausoleo más celebrado que el de Caria, por uno de los mila-
gros del mundo» (Cov., p. 822).
162 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

sin dueño son tienda y no estudio»; así como en las comedias El príncipe
de Marruecos y La noche toledana; Baltasar Gracián encomia la obra del
Rey Prudente en El criticón; Alonso de Ercilla (1533-1595) también
ensalza la construcción en el canto XXVII de La Araucana; finalmente
Quevedo, en el panfleto El Chitón de las taravillas, critica el dispendio
que supuso la construcción del edificio7. Este hecho resulta notable si
uno compara la recurrencia que otros palacios como el del Retiro tu-
vieron en la literatura aurisecular.
Es difícil establecer una causa definitiva para este hecho. En una
monografía sobre el tema, Álvarez Turienzo ofrece algunas razones para
esta relativa ausencia de El Escorial en las letras españolas del Barroco.
Sostiene que Felipe II no inspiró a los escritores contemporáneos, pues
no fue «un temperamento poético»8. Además, sugiere que el monarca
fue ante todo «un tipo visual», de ahí su pasión por la pintura, geometría
y la arquitectura9. Kamen, en un trabajo reciente dedicado al significado
cultural del edificio, señala que lo extravagante de El Escorial, unido al
hecho de que no hubiese otros palacios así en la península, hicieron que
la obra escurialense fuera poco grata para los españoles de finales del
XVI: «durante mucho tiempo, y para muchos españoles, El Escorial se
consideró extraño y estuvo lejos de ser considerado una “maravilla”»10.
Dicho historiador aduce dos razones más. Primero, sostiene que El Es-
corial fue poco popular debido a que Felipe era considerado un rey
extranjero, como su padre Carlos V, y segundo, por el alto coste de su
construcción11.
En cuanto a Cervantes, como decíamos, ni una vez menciona el edifi-
cio. Para Álvarez Turienzo, la razón es que Felipe II desoyó en varias oca-
siones las peticiones de Cervantes para un puesto en el Nuevo Mundo,
por lo que Cervantes «no formó parte de la clientela a la que podía serle

7
Para una lista más exhaustiva y los ejemplos textuales véase El Escorial en las
letras españolas, de Saturnino Álvarez Turienzo.
8
Álvarez Turienzo, 1985, p. 119.
9
Álvarez Turienzo, 1985, pp. 119-120.
10
Kamen, 2009, p. 280.
11
Kamen, 2009, pp. 282-283. Fray José de Sigüenza y Baltasar Porreño se hi-
cieron eco de estas críticas. Ver también Kagan, 1990. Lucrecia fue una visionaria
española en cuyos sueños se representaba el fin de España, como consecuencia de
la mala política de Felipe II. Una de las críticas era precisamente la construcción de
El Escorial, por sus altos costes.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 163

grato El Escorial»12. Castro alude a El Escorial de manera indirecta, pues


cree ver una crítica encubierta a Felipe II en el protagonista —Filipo/
Felipe— de El celoso extremeño. Al igual que Felipe II en El Escorial, el
celoso afirma que «como el gusano de seda, me fabriqué la casa donde
muriese»13. Niño Azcona cree que el Quijote es un trasunto de El Escorial,
sosteniendo incluso que ese «lugar de la Mancha» es el propio Monaste-
rio14. Recientemente, De Armas postula que Cervantes podría haber vi-
sitado El Escorial con motivo de la inclusión de los cuadros de Cambiaso
sobre la batalla de Lepanto, «something that would be of great interest to
Cervantes as a participant in the battle»15.
El episodio de Montesinos tiene una importancia especial en la no-
vela. En primer lugar, el profundo sueño de don Quijote es un anticipo
de la muerte del caballero al final de la obra16. En este sentido, el episo-
dio de Montesinos recuerda al de Barataria, pues es en la ínsula cuando
Sancho se convierte en protagonista absoluto de la narración y cumple
su deseo de hacerse gobernador. La magia del episodio de Montesinos,
sin embargo, reside en que por vez primera, en ese espacio mágico de la
cueva la palabra escrita de los libros deja de ser ficción para tornarse en
realidad (onírica, por supuesto). Los dos episodios mantienen evidentes
paralelismos: en primer lugar, suponen los excursos narrativos más signi-
ficativos de toda la novela, en los que se mezcla realidad y sueño/fantasía.
Asimismo, en ambos don Quijote y Sancho se separan de una manera
espacial pero sobre todo narrativa (don Quijote es protagonista en Mon-
tesinos, Sancho en Barataria), y en ambos se incide en su carácter onírico,
ya que hay que recordar que, antes de dirigirse a Barataria, y en réplica a
los dudas expuestas por don Quijote sobre la capacidad de Sancho para
gobernar, el escudero responde que «mientras se duerme todos son igua-
les, los grandes y los menores, los pobres y los ricos»17, haciéndose eco
de la idea tradicional del sueño como elemento igualitario. El «suntuoso

12
Álvarez Turienzo, 1985, p. 129.
13
Castro, 1967, p. 301.
14
Niño Azcona, 1952, pp. 381-402.
15
De Armas, 2006b, p. 110.
16
Ver Lo Ré, 1989. Este autor pone en relación el episodio de la cueva de
Montesinos con el regreso de don Quijote a la aldea en la primera parte y con la
muerte final. En cuanto a Montesinos, «Cervantes evidently had in mind here an
ending in which Don Quixote would admit to play-acting in this and perhaps in
other instances» (Lo Ré, 1989, p. 26).
17
Cervantes, Don Quijote, p. 979.
164 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

palacio»18 encantado que don Quijote encuentra en el interior de la


cueva, también debe relacionarse con el castillo al que los duques llevan
a Sancho durante su gobierno en Barataria. Por fin, en ambos episodios
la palabra hablada tendrá un papel fundamental: don Quijote como un
magnífico contador de historias y Sancho como juez que dirime los
pleitos mediante su conocimiento tradicional. Además, los dos estos epi-
sodios evidencian la importancia que Cervantes concedió al tema de los
lugares de poder, como la venta en la primera parte o el palacio de los
duques en la segunda. De hecho, podría argüirse que en la novela existe
una fuerte conexión entre el acto de narrar y el acto arquitectónico19.

DON QUIJOTE, REY MELANCÓLICO

Cuando don Quijote anuncia a Sancho su pretensión de dirigirse a


la famosa cueva de Montesinos, la razón que arguye es «porque tenía
gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las
maravillas que de ella se decían»20. Ese «ver a ojos vistas» que don Qui-
jote menciona retrotrae al lector al primer capítulo de la segunda parte,
cuando defendía ante el cura y el barbero la existencia de Amadís de
Gaula, precisamente con el argumento de que «con mis propios ojos

18
Cervantes, Don Quijote, p. 818.
19
Cervantes no fue el primero en tratar el tema de la cueva como un lugar má-
gico y de conocimiento. La lírica, la épica, la mística o la hagiografía, el mester de
clerecía y las crónicas, el teatro la novela sentimental y pastoril o el folclore habían
hecho temprano uso de las cuevas como lugares de poder. Homero, Ovidio,Virgilio,
Dante, entre otros, hicieron uso del motivo de la cueva o lugar subterráneo. Añadir
que este interés es perceptible en el entremés La cueva de Salamanca, la comedia La
casa de los celos y El celoso extremeño. Este último caso es interesante, pues la casa-pri-
sión que manda construir para enclaustrar a su esposa ese «nuevo Dédalo» que es el
celoso indiano, es en cierto modo una reconfiguración del mismo motivo alegórico.
Asimismo, el espacio del tablado en El retablo de las maravillas —aprovechado magis-
tralmente por Cervantes para mofarse de la preocupación de unos incautos pueble-
rinos por la pureza de sangre— puede leerse de forma más amplia como parte del
proyecto cervantino por parodiar estos recintos de poder. Otro caso significativo es
la venta de la primera parte del Quijote, lugar emblemático y mágico en el que todos
los personajes vienen a parar y en el que al fin pueden reconfigurar sus trastocadas
existencias como por arte de magia. Todos menos don Quijote, que asistirá a los
acontecimientos como un desocupado y distante espectador, en actitud diametral-
mente opuesta a la que demostrará en su descenso a la cueva de Montesinos.
20
Cervantes, Don Quijote, p. 811.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 165

vi a Amadís»21. Es decir que, al igual que en las narraciones orales, el


enunciador, don Quijote, se sitúa como testigo de la historia para con-
ferirle a esta mayor credibilidad frente al receptor, como es común en las
narraciones orales. Mediante esa «sabrosa y agradable vida y vista»22 de
Montesinos evidencia su potencialidad como artista —y como pícaro
y embaucador—, pues aunque solo ha pasado media hora en la cueva,
es capaz de narrar una prolija narración que a un escritor corriente
tomaría mucho más tiempo (se volverá sobre este punto más adelante).
Puede decirse, por tanto, que el caballero aquí es un creador presa del
furor poético, como lo definiera Platón en el Fedro. Este diálogo tuvo
amplia difusión en el Renacimiento, en particular a través del uso de él
que hizo Ficino. Platón explica en este diálogo que existen cuatro clases
de inspiración. De Apolo, se recibe el don de la profecía; de Dionisos, la
inspiración del místico; de las Musas, la poesía; finalmente, de Afrodita,
el amor23. Don Quijote posee los cuatro tipos de inspiración menciona-
dos en el Fedro. En primer lugar, Montesinos menciona una profecía a
través de don Quijote, «de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio
Merlín»24. Segundo, todo el episodio recuerda a la literatura mística —la
noche oscura del alma, el viaje interior, la confrontación luz/tinieblas,
e incluso la forma en que sacan a don Quijote de la cueva «cerrados
los ojos, con muestras de estar dormido»25. Tercero, su prolija narración
se adscribe sin duda a un rapto poético, mediante el cual Cervantes
reflexiona sobre el proceso de creación literario (Musas). Por último,
Afrodita está mencionada en el episodio a través de Dulcinea, a quien
Montesinos compara con Belerma (de manera indiscreta), lo que desata
las iras de don Quijote.
Relacionado con la idea de la creación poética, a don Quijote como
prototipo del artista se lo sugiere mediante la descripción —que él mis-
mo hace— de su pose antes de entrar en la cueva: «Fui recogiendo la soga
que enviábades, y [...] me senté sobre él pensativo además, considerando
lo que debía hacer para llegar al fondo»26. Este estar sentado con aspecto
caviloso recuerda mucho a la escena del Prólogo de la primera parte.

21
Cervantes, Don Quijote, p. 636.
22
Cervantes, Don Quijote, p. 816.
23
Platón, Fedro, p. 384.
24
Cervantes, Don Quijote, p. 822.
25
Cervantes, Don Quijote, p. 816.
26
Cervantes, Don Quijote, p. 818.
166 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Aquí, la dificultad de redactar un prólogo nos ha regalado la imagen


clásica de un Cervantes pensativo y melancólico, con la cabeza apoyada
en la mejilla, sin encontrar la inspiración necesaria para contextualizar su
narración: «Muchas veces tomé la pluma para escribilla y muchas veces
la dejé por no saber lo que escribiría: y estando suspenso, con el papel
delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla,
pensando lo que diría, entro a deshora un amigo mío, gracioso y bien
entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó [...]»27, figura
que representaba al melancólico y el artista, como se puede apreciar en
el famoso grabado de Durero28.
Para Augustin Redondo, en este Prólogo Cervantes «ha querido re-
presentarse, después de haber escrito la historia del hidalgo, en la actitud
del pensador e inventor melancólico que está esperando la inspiración
creadora»29. Pero, ¿Qué es la melancolía exactamente? Covarrubias afir-
ma de manera aproximativa que se trata de una «enfermedad conocida
y pasión muy ordinaria donde hay poco contento y gusto [...] decimos
estar uno melancólico cuando está triste y pensativo de alguna cosa
que le da pesadumbre»30. En principio, el término «melancolía» podía
designar tanto un temperamento como una enfermedad asociada al ex-
ceso de uno de los cuatro humores, la bilis negra, y se relacionaba con
el campo de la medicina y de la filosofía, aunque no exclusivamente.
Según el médico catalán Arnau de Vilanova, «la bilis negra está en el
espíritu animal, en el que genera temor y pusilanimidad o tristeza: los
cuales están en quien padece melancolía: tristeza, temor, mutismo [...]
las pasiones del alma como la ira y el temor súbito; o la preocupación
debida al exceso de estudio, a la pérdida de algo, al hambre que se haya
pasado, al excesivo ayuno, al exceso de vigilia»31. Sobre la misma época,
Luis Lobrera de Ávila afirma que cuando una persona tiene exceso de
este humor en el cuerpo, experimenta «malos pensamientos y tristeza
sin causa: y temor de cosas que no son de temer [...] [apárta]se mucho
de la conversación humana [...] y tiene los pensamientos más dañados»32.

27
Cervantes, Don Quijote, pp. 10-11.
28
«The idea behind Dürer’s engraving, defined in terms of the history of types,
might be that of Geometria surrendering to melancholy, or of Melancholy with a
taste for geometry» (Klibansky y Panofsky, 1964, p. 317).
29
Redondo, 1998, p. 134.
30
Cov., p. 1264.
31
En Bartra, 2001, pp. 34-35.
32
En Soufas, 1990, p. 6.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 167

Figura 2. Melancholia, Alberto Durero, 1514. Kupferstichkabinett,


Staatliche Museen zu Berlin. Joerg P. Anders / Art Resource, NY.
168 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

La idea de la melancolía tuvo gran importancia en lo literario, lo cultu-


ral y lo político durante el Siglo de Oro español. Quizá esta recurrencia
del tema «podría verse como un signo que anunciaba a los españoles del
siglo XVI que el poderoso imperio se acercaba lentamente a su ocaso»33.
El Diálogo de la melancolía (1558) de Pedro Mercado, el famoso Examen
de los ingenios de Huarte de San Juan (1575) y el Libro de la Melancolía del
doctor Velásquez (1585) (ambas dedicadas a Felipe II) fueron algunos
de los tratados que se ocuparon del tema. Incluso el que llegara a ser
médico personal de Felipe II, Francisco Vallés trató el asunto en Galeni
ars medicinalis commentariis (1569). En la literatura inglesa, tenemos el
bien conocido caso de Hamlet y en la española tenemos los de La gitana
melancólica (1608) de Gaspar de Aguilar y El Príncipe melancólico (1612)
de Tirso de Molina.
A partir del Problema XXX, I atribuido a Aristóteles, se pensaba
que los aquejados de melancolía tenían gran inventiva. Eran frecuentes
las alucinaciones, una gran potencia de la imaginación visual y una
memoria caprichosa34. Redondo recuerda además que cuando la bi-
lis negra está mezclada con cólera o sangre (como en el caso de don
Quijote, pues además de melancólico, es de temperamento colérico),
los melancólicos caían presas de delirios, letargos, visiones de muer-
tos y fantasmas, serpientes, monstruos, castillos oscuros y sepulcros35.
Resulta evidente que muchos de estos elementos adscritos al humor
melancolicus están presentes en el episodio de Montesinos. Entre otros,
don Quijote exhibe una gran inventiva, una memoria sospechosamen-
te caprichosa y gran imaginación visual. Por tanto, no es casual que la
pose de don Quijote en Montesinos sea similar a esta, pues Cervantes
anuncia así que don Quijote, intelectual melancólico, está a punto de
imaginar (escribir) una historia memorable. Asimismo, otros elementos
refuerzan la idea de que la construcción de la historia de Montesinos
tiene que ver con la melancolía36. Como ya se dijo, la postura adoptada
en la cueva recuerda al Prólogo de la Primera Parte (que a su vez lleva

33
Bartra, 2001, p. 23.
34
Klibansky y Panofsky, 1964, p. 35.
35
Redondo, 1998, p. 129.
36
Redondo sugiere que «por la fecha de su nacimiento (primeros días de oc-
tubre de 1547), Cervantes es un saturniano y que por su estatus de lisiado y de
antiguo cautivo, también es un hijo de Saturno o sea un melancólico» (Redondo,
1998, p. 134).
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 169

a dicho grabado de Durero). Además, la idea de la bajada a «aquella


escura región»37 se conecta con Saturno, planeta relacionado desde an-
tiguo con la melancolía y que, según Klibansky y Panofski vivía «exiled
beneath the earth and the flood of the seas»38. Dichos críticos también
mencionan el motivo del sueño y el símbolo del murciélago como re-
presentantes típicos del humor melancólico (el segundo observable en
la parte superior izquierda del grabado de Durero). Como recordará el
lector, ambos motivos están mencionados en el episodio de Montesi-
nos («viendo que no salían más cuervos ni otras aves nocturnas, como
fueron murciélagos»)39. Como McCrary recuerda, los melancólicos te-
nían la tendencia a tener visiones proféticas en sus sueños40, como la
que don Quijote a través de Montesinos tendrá acerca de su propio
futuro. La presencia del agua en el episodio, con la mención paródica
del Guadiana, el Tajo y las lagunas de Ruidera también apunta a la me-
lancolía, pues Saturno era el planeta responsable de las inundaciones y
de las mareas altas41.
Lo cierto es que el sueño/visión de don Quijote en Montesinos es
en gran medida producto de su humor melancólico. Como informa
Bartra, la conexión entre las visiones, los sueños y la melancolía llama-
ron la atención de fray Luis de León. En su Exposición del Libro de Jacob
el autor sugiere que las visiones nocturnas de Elifaz son un producto de
la melancolía. Por la noche, dice fray Luis, es:

cuando las tinieblas espesas y la soledad que nace del silencio de todo,
causan horror en el ánimo, y cuando todo lo que se ve o se imagina ver,
como no se devisa, hace asombramiento que espeluzna el cabello; y cuan-
do el humor melancólico, que escalentado con el sueño y esforzado con
el alejamiento del sol, se mueve en el cuerpo, y con los humos que envía,
apretando el corazón y ennegreciendo la imaginación y sentido, cría sueños
pesados y horribles42.

Uno de los aspectos que más llama la atención del sueño de don
Quijote es la anomalía temporal acaecida en la mente del caballero. La

37
Cervantes, Don Quijote, p. 818.
38
Klibansky y Panofsky, 1964, pp. 134-135.
39
Cervantes, Don Quijote, p. 815.
40
McCrary, 1968, pp. 117-118.
41
Klibansky y Panofsky, 1964, p. 324.
42
Fray Luis de León, Exposición del Libro de Job, p. 96.
170 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

escena es bien conocida. Una vez que el caballero ha salido de la cueva,


el género de la narración cambia y pasamos de una catábasis épica a una
merienda pastoril en un locus amoenus. El narrador indica que «Las cuatro
de la tarde serían»43 cuando el caballero —ahora convertido en una espe-
cie de juglar que trata de captar la atención de su audiencia—, se dispone
a relatar a su auditorio las maravillas que ha visto: «No se levante nadie,
y estadme, hijos, todos atentos»44. A pesar de que Sancho comenta que
don Quijote se pasó en el interior «poco más de una hora»45, el caballe-
ro es capaz de generar una prolija descripción de sus aventuras, lo que
comprensiblemente suscita la duda de sus interlocutores: «Yo no sé, se-
ñor Don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo
como ha que está allá bajo, haya visto tantas cosas y hablado y respondido
tanto»46. Don Quijote no sabe (o finge no saber) el tiempo que ha pasado
en el interior de la cueva, y aunque el primo y Sancho le confirman que
solo transcurrió «poco más de una hora» desde que entró, él no quiere o
puede creerlo. En suma, don Quijote pasa dentro de la cueva una media
hora, pero cree haber estado allí más de tres días y tres noches, y es capaz
de generar una detallada narración que así parece confirmarlo. El tiempo
se alarga en la mente de don Quijote —y por extensión en la de Sancho
y los lectores—, a lo Marcel Proust. Al margen de explicaciones literarias,
quizá don Quijote puede manipular el tiempo a su antojo porque al pla-
neta Saturno se lo asociaba desde antiguo a Cronos, el dios del tiempo47.
En parte se lo asoció al tiempo debido a que la órbita de Saturno, la más
larga de los cinco planetas conocidos en el sistema ptolemaico, dura unos
treinta años. Sobre este planeta, dice Jim Tester: «Its slowness suggested
age, and age no doubt wisdom and power»48. El tiempo en la mente de
don Quijote es como la órbita del planeta de la melancolía, Saturno:
lenta y majestuosa, confiere poder y conocimiento a quien la transite.
Así, mientras para el primo y Sancho no ocurre casi nada por estar fuera
de la cueva, dentro de ella el tiempo se alarga de manera mágica49. Esta

43
Cervantes, Don Quijote, p. 827.
44
Cervantes, Don Quijote, p. 817.
45
Cervantes, Don Quijote, p. 824.
46
Cervantes, Don Quijote, p. 824.
47
Klibansky y Panofsky, 1964, p. 213.
48
Tester, 1987, p. 9.
49
Para don Quijote como Saturno, ver Fajardo, 1986. Relacionado con la me-
lancolía, un elemento presente en el episodio de Montesinos es la numerología. Esta
se sugiere con la importancia que el narrador asigna a lo temporal. Así, justo antes de
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 171

manipulación quijotesca de lo temporal se ha manifestado en otras oca-


siones en la obra. En particular, el proyecto de don Quijote, recuperar un
pasado mítico, es ante todo temporal. De ahí la recurrencia del tema de
la Edad Dorada y el de la recuperación de la caballería andante. Pero si
don Quijote mira al pasado, también se proyecta al futuro, como cuando
imagina su aventura narrada en el futuro: «¿Quién duda sino que en los
venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famo-
sos hechos [...]»50.
Las alusiones a Saturno, la melancolía y la oscuridad de la cueva
podrían relacionarse con la percepción popular que se tenía de los
españoles de la época. Giovanni Botero en 1603 comentaba que los
españoles eran particularmente proclives a la melancolía: «Los hom-
bres [en España] participan no poco de melancolía, que los hace graves
en su trato, reportados, y tardos en sus empresas»51. No hay que ser un
gran observador para percatarse de que la descripción hecha por el
tratadista italiano refleja fielmente la percepción popular que se tenía
de Felipe II. El monarca fue considerado por sus contemporáneos, y así
ha pasado a la posteridad, como un personaje melancólico, y el recinto
de El Escorial epitomiza la idea de reclusión del monarca melancólico.
Por ejemplo, se ha dicho que el protagonista de El Príncipe melancólico,

empezar la aventura de Montesinos, se dice que don Quijote y Sancho estuvieron


tres días en las bodas de Camacho. También, que llegaron «a las dos de la tarde» a
la cueva (Cervantes, Don Quijote, p. 814), y que don Quijote se pasó en el interior
«poco más de una hora» (Cervantes, Don Quijote, 824). Una vez que don Quijote ha
salido de la cueva, el narrador indica que «Las cuatro de la tarde serían» (Cervantes,
Don Quijote, p. 817) cuando el caballero comienza a relatar su historia. Cuando
describe la procesión de los sirvientes de Durandarte y Belerma, don Quijote co-
menta que cantaban y lloraban endechas «cuatro días en la semana» (Cervantes,
Don Quijote, 823). De nuevo asoma la cuaternidad cuando, una vez concluida la
disparatada historia, el primo confiesa a don Quijote que con su historia ha «gran-
jeado cuatro cosas: [...] haber conocido a vuestra merced [...] haber sabido lo que
se encierra en esta cueva de Montesinos [...] entender la antigüedad de los naipes
[y] haber sabido con certidumbre el nacimiento del río Guadiana» (Cervantes, Don
Quijote, p. 830). A pesar de que, de estas «cuatro cosas» quizá la única segura sea la
primera, lo cierto es que en su conjunto apuntan a la importancia del cuatro como
elemento primordial sobre el que construye la ficción. Debe recordarse que para
Pitágoras y sus seguidores, el número cuatro es representativo de la emergencia de
la mente divina (De Armas, 2006b, p. 55).
50
Cervantes, Don Quijote, p. 46.
51
Botero, Descripción de todas las provincias, Reinos, Estados y Ciudades Principales, p. 6.
172 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

de Tirso de Molina, fue escrito pensando en el Rey Prudente52. Ro-


gerio, hombre estudioso y sabio, se ve forzado a gobernar, en contra
de sus deseos. Esto lo obliga a abandonar a Leonisa y a casarse con su
prima a la que no ama, lo que lo sume en la melancolía. Juan Eugenio
Hartzenbusch, dramaturgo y editor de las obras de Tirso en el XIX,
especuló que Rogerio era un trasunto de Felipe II53. Kagan subraya
que el nuevo y complejo ceremonial borgoñés, introducido por Car-
los V, tendía a aislar al monarca de sus cortesanos. Dicho aislamiento,
de acuerdo con el historiador, «probably suited Philip’s melancholic
temperament»54. Kamen informa que durante su viaje a Bruselas, un
embajador veneciano describió al monarca como melancólico. Veinte
años más tarde, el propio rey le recomendaba a su secretario Mateo
Vázquez «desecharse la melancolía, que es muy mala cosa»55. En los
últimos años del reinado, hacia 1590, los rasgos de melancolía se acen-
túan, hecho perceptible en el último retrato del monarca, realizado
por Pantoja de la Cruz. «Sus ojos están cansados y melancólicos, los
labios caídos y separados, el pelo es escaso y plateado»56, comenta Par-
ker sobre dicha pintura. Este aspecto melancólico de Felipe fue notado
en 1584 por un cortesano francés, que percibía que «el rey comienza
a envejecer... su rostro no es tan hermoso, lo que demuestra que su
espíritu debe estar oprimido por las preocupaciones, que le hacen más
melancólico de lo que solía ser»57. Algunos historiadores han señalado
que la tendencia al aislamiento de Felipe II tenía su razón de ser en
su melancolía58. Bartra asegura que esta idea estaba tan extendida, que
muchos pensaron que el monarca pasó sus últimos días como un rey
melancólico recluido en El Escorial59.
Como Felipe II, don Quijote es un ser melancólico que huye de la
compañía de los hombres, buscando la tranquilidad y el silencio. Pero
como a su monarca, el ocultamiento le confiere a don Quijote un gran

52
Bartra, 2001, p. 40.
53
Bartra, 2001, p. 120.
54
Kagan, 1990, p. 93.
55
Kamen, 1998, p. 217.
56
Parker, 1984, p. 194.
57
En Parker, 1984, p. 194.
58
«It is quite possible that melancholic monarchs such as Philip II purposely
elaborated court ceremony which would ensure their isolation from the public»
(1996, Sánchez, p. 96).
59
Bartra, 2001, p. 40.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 173

Figura 3. Retrato de Felipe II. Juan Pantoja de la Cruz. Monasterio de


El Escorial. DeA Picture Library /Art Resource, NY.
174 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

poder. En el caso del rey, el de proyectar una imagen determinada basada


en la frialdad y la distancia. A don Quijote, el de generar una historia
sobre la que ni los otros personajes ni los lectores tienen control.

DON QUIJOTE, FELIPE II Y LA IDEA DEL RETIRO

Don Quijote desciende a la cueva de Montesinos con el fin de «ver


a ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían»60. En
realidad, lo que la soledad y el apartamiento le confieren a don Quijote
es el poder de generar una historia sobre la que ni los otros personajes ni
los lectores tendrán control alguno. Que el retiro otorga poder autorial
a don Quijote lo podemos comprobar tan solo unos episodios después,
en la aventura de Clavileño. Cuando Sancho asegura haber visto «las siete
cabrillas»61 en su paseo por los cielos, don Quijote le ofrece el beneficio
de la duda a cambio de que él crea lo que le aconteció en Montesinos:
«Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo
quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos.Y no
os digo más»62. Puede aducirse que a don Quijote la opción de negociar la
credibilidad de su historia con su interlocutor (como si fuera un trueque
de verdades) se lo permite el haberse retirado a la cueva de Montesinos.
La estancia de don Quijote en la cueva de Montesinos podría ser
leída simbólicamente dentro del contexto de la idea del retiro real, de
raigambre clásica: Cincinato, Cicerón, o el emperador Tiberio, entre
otros, se retiraron del mundo, voluntaria o involuntariamente. En la
época se había convertido en un tópico recurrente, relacionado con la
idea de la alabanza del mundo rural contrapuesto a la Corte, tal y como
recogieron Antonio de Guevara y otros escritores del Renacimiento
y el Barroco. Hay que recordar por supuesto la abdicación de Carlos
V en 1557 y su retiro al monasterio de Yuste, que tanto asombró a los
contemporáneos. El sentido de Yuste anticipa el significado de varios
aspectos que podrán encontrarse en El Escorial. En primer lugar Carlos
V cultiva allí la imagen de príncipe oculto —tan diferente de la ima-
gen pública y viajera de su juventud— que tanta importancia tendrá
luego en Felipe II. Segundo, Yuste simboliza la vuelta a la naturaleza y

60
Cervantes, Don Quijote, p. 811.
61
Cervantes, Don Quijote, p. 966.
62
Cervantes, Don Quijote, p. 966.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 175

el planteamiento de una vida sencilla y anti ceremoniosa, alejada de las


pompas y el boato de la Corte. Por último, en Yuste predomina ya la
idea de retiro espiritual y monástico, sentido que alcanzará su máximo
esplendor en El Escorial63.
No obstante, como recuerda Checa Cremades, esta fue una idea
minuciosamente cultivada por Felipe II, siempre atento a la imagen
de la majestad que proyectaba: «La idea de retiro preside gran parte
de las actividades de Felipe II en los Sitios reales; algunos informes de
embajadores extranjeros insistían en esta peculiaridad como algo que
llamaba profundamente la atención»64. En este sentido, Checa informa
que una de las imágenes favoritas de los panegiristas de Felipe II a su
muerte es la del retiro. Fray Mateo de Ovando, encargado de predicar
el sermón fúnebre del rey en Bruselas califica a El Escorial de «nido»:
«teníamos un Rey Santo, honestísimo, devotísimo, recogido, y todo
empleado en la veneración y culto divino, recogiose a su nido de San
Lorenzo, que tan buen lugar le debe de haber hecho el comedido espa-
ñol en el cielo»65. Este retiro u ocultamiento confería poder al monarca,
que podía desde su retiro en El Escorial recabar información acerca de
todo lo que sucedía en su Monarquía. Felipe II «ve todos los hechos
nuevos y lo sabe todo», según escribió el veneciano Leonardo Dona-
to66. En este sentido, el retiro del Rey Prudente puede relacionarse con
su escritofilia, pues a mayor retiramiento regio mayor necesidad había
de comunicarse a través de la escritura. De esto se quejaba el mencio-
nado Donato, de que había que comunicarse con el rey mediante la
palabra escrita, «tanto si fa grande il sui ritiramento»67. Pero es Porreño
quien mejor resumió la actitud del Rey Oculto: «Edificó este gran
Rey, y labró como el gusano de la seda su capullo, y quedóse muerto
dentro de él»68.

63
Checa Cremades, 1988, p. 58. Sin olvidar que la idea del retiro real aparece
en las Sergas de Esplandián. Después de celebrar Cortes en Londres, un anciano rey
Lisuarte decide abdicar en Amadís y retirarse con la reina Brisena al palacio de
Miraflores, con el fin de llevar una vida contemplativa y de rezo. Resulta tentador
suponer una posible influencia de la lectura de las Sergas en la decisión tomada por
el Emperador.
64
Checa Cremades, 1989, p. 130.
65
En Checa Cremades, 1989, p. 129.
66
En Checa Cremades, 1989, p. 130.
67
En Checa Cremades, 1989, p. 130.
68
Porreño, Dichos y hechos del señor Rey don Felipe Segundo, p. 20.
176 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Relacionado con la idea del retiro, debemos mencionar también la


idea del Rey Oculto, una de las características más conocidas de la figura
de Felipe II. Checa Cremades lo expone de manera precisa: «[L]a ima-
gen de Felipe II como un monarca retirado y oculto, fuera o no fuera
cierta en la realidad, es la que principalmente nos ofrecen los escritos de
la época»69. García Bernal contrapone la forma de representarse ante el
pueblo de Felipe II con la de su padre Carlos V: «El arquetipo hispánico
de la majestad, a partir del reinado de Felipe II, se va a caracterizar por
la imagen de un rey oculto y poco conversable, distinta al modelo del
rey guerrero o cortesano que [...] difunde el aparato de propaganda del
Emperador»70. Bouza comenta la íntima relación entre el ocultamiento
real, la escritura y poder como modus operandi filipino: Felipe II, al igual
que don Quijote en Montesinos, «ve sin ser visto»: «Y es que, encerrán-
dose de un palacio a otro, negándose a presidir reuniones de consejos,
rodeándose de la rígida etiqueta cortesana, Felipe II hurtaba su visión y
hacía más difícil que se llegase ante él, pero, al mismo tiempo y de forma
abrumadora, se hacía presente a través de esa multitud de puntillosas
anotaciones de propia mano con las que su impronta salía a relucir en to-
dos los pasos de la negociación»71. Esto era parte del protocolo de la corte
y de la peculiar imagen que el monarca quería transmitir, basada ante
todo «en la frialdad y la distancia»72. Esto se observa a la perfección en el
retrato de Sofonisba Anguissola. Felipe II es aquí un rey que se oculta y
que rechaza ostentar de manera evidente los signos de su poder, pues esto
lo convertiría en algo demasiado comprensible. Además de sus cualidades
astrológicas, el color negro ayuda a proyectar esta imagen de serenidad,
solemnidad e inteligencia, cualidades indispensables del monarca ideal.
Como Felipe II, don Quijote es un ser melancólico que huye de la
compañía de los hombres, buscando la tranquilidad y el silencio. Pero
como a su monarca, el ocultamiento le confiere a don Quijote un gran
poder. En el caso del monarca, el de proyectar una imagen determina-
da basada en la frialdad y la distancia. Al alucinado don Quijote, el de
generar una historia sobre la que ni los otros personajes ni los lectores
tienen control. Ni siquiera Cide Hamete está seguro de que deba trans-
cribir la historia de Montesinos: «No me puedo dar a entender ni me

69
En Checa Cremades, 1989, p. 129.
70
García Bernal, 2006, p. 100.
71
Bouza, 1994, p. 51.
72
Checa Cremades, 1992, p. 190.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 177

Figura 4. Retrato de Felipe II, Sofonisba Anguissola, 1565. Cortesía de Erich


Lessing / Art Resource, NY. Museo del Prado, Madrid, España.
178 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

puedo persuadir que al valeroso don Quijote le pasase puntualmente


todo lo que en el anterior capítulo queda escrito»73. Al principio de la
novela el narrador comenta que a don Quijote «Muchas veces le vino
deseo de tomar la pluma» y acabar las historias incompletas que había
leído. El episodio de Montesinos completa ese deseo inicial: haciendo
suyo el axioma del ceremonial cortesano de Felipe II de ver sin ser
visto, don Quijote construye y define su propia imagen.

DON QUIJOTE Y FELIPE II: DE LAS RELIQUIAS A LAS MARAVILLAS

Una de las principales funciones de El Escorial, y uno de los ejes de


la política religiosa de Felipe II, fue la recopilación de reliquias y restos
de santos74. Por el tiempo de la redacción de la obra cumbre de Cer-
vantes, el Rey Prudente había llegado a atesorar en El Escorial la mayor
colección de reliquias de Occidente75. La colección tenía más de 7.500
piezas, y entre ellas «diez cuerpos completos, 144 cabezas, 306 brazos
y piernas, miles de huesos procedentes de varias partes de cuerpos sa-
grados, así como cabellos de Jesucristo y de la Virgen, además de frag-
mentos de la verdadera cruz y la corona de espinas»76. Generalmente se
ha venido afirmando que la recopilación de reliquias por parte del Rey
Prudente fue en gran medida una respuesta de la arqueología católica
a la historiografía protestante77. Si los calvinistas del norte usaban la
palabra escrita como instrumento político y de propaganda contra los
católicos, estos respondían desde la Monarquía Hispánica con la mate-
rialidad de los cuerpos de los santos78. En ese sentido, no cabe duda de
que una de las razones para trasladar reliquias a El Escorial era salvarlas
de su destrucción llevada a cabo en las zonas protestantes, «porque no

73
Cervantes, Don Quijote, 829.
74
Covarrubias define las reliquias como «Los pedacitos de los huesos de los
santos; dichas así porque siempre son en poca cantidad, salvo cuando los pontífices
conceden a algún príncipe el cuerpo entero de algún santo» (Cov., p. 1401).
75
El tema de las reliquias se inscribe dentro del debate en torno al papel del arte
sagrado y la Contrarreforma.Véase Checa Cremades, 1992, y Kamen, 2009.
76
Kamen, 2009, p. 269.
77
Checa Cremades, 1992, p. 285.
78
Podría afirmarse que el conflicto entre católicos y protestantes no era solo
una confrontación religiosa y cultural, sino también tecnológica.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 179

cayesen los huesos de sus santos en bocas de tan rabiosos perros»79.


Puede decirse a este respecto que Felipe II veía el monasterio de El
Escorial, con su formidable colección de reliquias y biblioteca, como
una nueva Arca de Noé, que servía para proteger, en el centro de Cas-
tilla, la esencia del catolicismo de los peligros calvinista y mahometano.
Por otra parte, no hay duda de que Felipe II creía en el poder curador
y las propiedades taumatúrgicas de las reliquias. De hecho, atribuyó a las
reliquias del cuerpo de san Diego de Alcalá la curación en 1562 de su
hijo don Carlos80, y durante su agónica enfermedad final en El Escorial,
sabemos que las solicitaba con frecuencia para besarlas, adorarlas y po-
nerlas en los correspondientes miembros del cuerpo lastimados, con el
fin de aliviarlos. También, cuando sufría ataques de gota, se las aplicaba a
las partes del cuerpo que más le dolían, y según parece, el remedio surtía
efecto81. Aunque probablemente no esperaba una curación a través de
estos medios, sí que parece que confiaba en obtener fe y fortaleza de
carácter ante el terrible sufrimiento de su enfermedad82. Estaban situadas
con acceso directo al despacho y la habitación del monarca, de manera

79
Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 199. El padre
Sigüenza comenta que «al tiempo que otros príncipes destruyen las iglesias, asolan
las religiones, ríen de las imágenes, burlan de las reliquias de los Santos y de todo
cuanto tiene de bien y piedad la Iglesia, aquí se comience a eternizar, ennoblecer
y tener sobre los ojos de un Rey que le hace en todo esto tanta contradicción»
(Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 34).
80
Christian, 1981, p. 157. El príncipe se había caído por las escaleras y había
quedado inconsciente. Aunque varios médicos intentaron reanimarlo, solo la apli-
cación del cuerpo de Diego de Alcalá —traído por monjes franciscanos desde el
monasterio de Jesús María— encima de don Carlos surtió efecto. Cuando despertó,
el príncipe dijo haber soñado con el santo, quien le dijo que no moriría. Felipe II
pidió al Papa la canonización del mártir, que se llevó a cabo en 1568 (Goodman,
1988, p. 17).
81
Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 201. Sigüenza
relata que durante la postrera y agónica enfermedad del monarca en El Escorial,
le daban al rey unos sobresaltos y unos dolores tan agudos que no le permitían
descansar ni dormir bien. Con el fin de que no le hicieran sufrir estos dolores, la
infanta Isabel Clara Eugenia, hija menor del monarca, diseñó «una industria sin-
gular» para despertar al padre durante estos ataques. Fingía que alguien venía a la
habitación y tocaba las reliquias que estaban puestas en una mesa, diciendo en voz
alta: «no toquéis en las reliquias» con lo que el rey siempre se levantaba para mirar-
las (Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 211).
82
Von der Osten Sacken, 1984, p. 41.
180 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

que este pudiera verlas y tocarlas cuando quisiera83. En definitiva, no hay


duda de que el monarca creía en la efectividad y el poder de las reliquias,
aunque supiese que, de hecho, muchas de las que se le enviaban eran
seguramente falsas84.
En los últimos años se ha hecho hincapié además en la función políti-
ca que estos objetos devocionales tenían en muchas monarquías europeas
medievales y renacentistas. En su estudio clásico sobre las reliquias, Peter
Brown señala que la posesión de reliquias era una manera de ofrecer
protección y buena suerte a sus portadores, y sobre todo, de establecer
lazos de solidaridad social y política en las comunidades cristianas85. Por
esa razón, desde la Edad Media estas piezas habían sido codiciadas por
numerosos monarcas europeos, debido a que se asumía que eran signos
del poder divino, y de ahí su relevancia política, cultural y social86. En este
sentido, Guy Lazure afirma que la colección de reliquias de El Escorial
sirvió para legitimar y dotar de continuidad política y dinástica al reinado
del Rey Prudente. Este estudioso argumenta que, al tratarse de uno de
los primeros reyes sedentarios desde la Reconquista y al ser heredero de
una dinastía recientemente establecida en España, Felipe II, siguiendo la
tradición de otros monarcas europeos, intentó materializar su autoridad
mediante la construcción de un palacio-monasterio en el que el panteón
dinástico, los aposentos reales y las reliquias estuviesen juntos87. «Philip
II» apunta Lazure, «sensing that a solely temporal power remained all
too terrestrial —and therefore incomplete— aspired to capture the sa-
cred energy emanating from his relics to consolidate his own personal
power»88. La colección de reliquias funcionó como un eficaz instrumen-
to político y cultural que pretendía establecer una identidad nacional a

83
«Las sagradas reliquias [...] le permitían [al cristiano] acercarse fácilmente y
con mayor confianza al santo de su devoción, al que se imaginaba como hipostati-
zado en las mismas, dispuesto siempre a escuchar sus plegarias y aliviarlo favorable-
mente en sus contrariedades y flaquezas» (Del Estal, 1998, p. 465).
84
Lazure, 2007, p. 60.
85
Brown, 1981, pp. 94-95.
86
Kamen explica sobre este punto: «Aunque es válido considerar (como los pro-
testantes hicieron durante la Reforma) que las reliquias constituían una forma de
superstición, hay que tener en cuenta que también poseían una relevancia social vital.
En la Europa medieval, las reliquias desempeñaron un importante papel político,
puesto que eran consideradas un símbolo de poder divino» (Kamen, 2009, p. 270).
87
Lazure, 2007, p. 65.
88
Lazure, 2007, p. 66.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 181

través de un pasado cristiano común89. En este sentido, no puede ser una


coincidencia que la inmensa mayoría de los santos coleccionados por Fe-
lipe II fueran españoles, o de particular devoción en algunos de sus luga-
res favoritos90, puesto que se trataba de conseguir la unificación política
y espiritual de la nación a través del prestigio y el poder asociados a las
reliquias.91 Desde el comienzo de la construcción del edificio, Felipe II
buscó la repatriación de los santos españoles, o de aquellos que hubieran
contribuido a la formación de su pasado espiritual, actitud que creó con-
flictos con las autoridades religiosas locales, que no querían desprenderse
de objetos vitales para su identidad y que con frecuencia constituían su
principal fuente de ingresos92. De ahí se explica, razona Checa, que un
hombre como Ambrosio de Morales, humanista y especialista en historia
y antigüedades, fuese enviado por el Rey Prudente en 1572 a Galicia,
León y Asturias para reconocer «las reliquias de santos, sepulcros reales
y libros manuscritos de las catedrales, y monasterios»93. Los gobernantes
extranjeros, por otra parte, sabían de la enorme afición de Felipe II por
estos objetos devocionales, y regalárselos era una manera relativamente
fácil de complacerle94.
En este contexto, hay que recordar también que la función prin-
cipal de El Escorial era la de ser monumento funerario o panteón. Es
comúnmente aceptado que Felipe II mandó erigir el Monasterio para
conmemorar el triunfo español sobre los franceses en la batalla de San
Quintín (10 de agosto de 1557, día que recayó en la festividad de San
Lorenzo, Santo por el que el monarca expresó una especial devoción)95.
Sin embargo, Manuel Rincón Álvarez subraya que «San Quintín solo re-
presentó una oportunidad para justificar la construcción de un panteón

89
Lazure, 2007, p. 68.
90
Checa Cremades, 1992, p. 285.
91
Comenta Édouard al respecto: «Como la mayor parte de las imágenes ofreci-
das por el rey sobre su persona y su función, los dos discursos, el religioso y el impe-
rial, se mezclan. Piedad personal y motivo imperial se conjugan en la demostración
de afección del rey por las reliquias» (Édouard, 2005, p. 309).
92
Lazure, 2007, p. 77.
93
En Checa Cremades, 1992, p. 285.
94
Christian, 1981, p. 136.
95
Así lo expresa el propio Sigüenza: «Propuso, con mucha resolución, edificar
un ilustrísimo templo al mártir español, que fuese tan famoso en todo el mundo
como su glorioso nombre, donde de día y de noche se celebrase su memoria y se
hiciesen y diesen a Dios para siempre bendición y gracias» (Sigüenza, Historia primi-
tiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 16).
182 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

digno para el descanso de los restos del emperador Carlos V, fallecido en


1558»96. Esta es por tanto la principal —aunque no la única, pues fue
Iglesia, biblioteca, residencia real, convento y colegio— función de El
Escorial: servir de panteón real, albergando las tumbas de los sucesivos
Habsburgo, empezando por la del cuerpo del Emperador, trasladado para
este efecto a El Escorial. Según Stephanie Schrader, «Philip’s treatment
of Charles as a relic further enables him to co-opt Charles’s life for his
own glory. With Charles’s sacred remains under his dominion, Philip
capitalized on Charles’s religious sanctity to strengthen his reign as the
King of Spain»97. Por tanto, no solo el sepulcro de Carlos V (y después el
del propio Felipe II y los otros miembros de la familia real) sino que el
mismo edificio de El Escorial funcionan como reliquias. Afirma Von der
Osten Sacken sobre este asunto: «[C]omo suma, compendio y concre-
ción de todo lo que el protestantismo rechazaba, El Escorial no es solo
un lugar donde se venera mucho a los santos, sino también un gigantesco
relicario»98. Prueba de ello es que mandase insertar reliquias en las torres
y en las bolas que las coronaban, para que el edificio permaneciera pro-
tegido de todo mal espiritual hasta el fin de los tiempos99.
Existen numerosas referencias al tema de las reliquias en el Quijote.
En el capítulo XXX de la Primera Parte, don Quijote propina una tunda
a Sancho por haber este puesto en tela de juicio la extrema belleza de
Dulcinea, tanto que de no haber intervenido Dorotea, «sin duda le qui-
tara allí la vida»100. Más tarde, Sancho le ruega a su amo que no sea tan
vengativo, y don Quijote le pregunta la razón de ello, «porque estos palos
de agora más fueron por la pendencia que entre los dos trabó el diablo la
otra noche, que por lo que dije contra mi señora Dulcinea a quien amo
y reverencio como a una reliquia»101. En El curioso impertinente, también se
establece esta equivalencia entre la mujer y las reliquias, al recomendarle
Anselmo a Lotario que «Hase de usar con la honesta mujer el estilo que

96
Rincón Álvarez, 2007, p. 34.
97
Schrader, 1998, p. 90.
98
Von der Osten Sacken, 1984, p. 40.
99
Las reliquias estaban dispuestas en 507 relicarios provenientes del patrimonio
de Carlos V que fueron donados a Felipe II. No obstante, la mayoría habían sido
realizados según el diseño del arquitecto Juan de Herrera y el orfebre Juan de Arfe,
bajo las formas habituales que tenían los relicarios: estuches, cajitas y estatuas en
forma de brazo, busto y cabeza (Von der Osten Sacken, 1984, p. 41).
100
Cervantes, Don Quijote, p. 352.
101
Cervantes, Don Quijote, pp. 354-355.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 183

con las reliquias: adorarlas y no tocarlas»102. En otra ocasión, en el capítulo


VIII de la Segunda Parte, don Quijote y Sancho mantienen una anima-
da conversación en torno a los conceptos de gloria humana y celestial.
Sancho inquiere a su amo: «Cuál es más, resucitar a un muerto, o matar a
un gigante». Don Quijote reconoce que lo primero, y Sancho continúa
con una misteriosa referencia a la devoción de ciertos monarcas por las
reliquias: «Los cuerpos de los santos o sus reliquias llevan los reyes sobre
sus hombros, besan los pedazos de sus huesos, adornan y enriquecen con
ellos sus oratorios y sus más preciados altares»103. No creemos que ningún
lector medianamente atento de la época de Cervantes hubiera tenido
problema en identificar a Felipe II como a uno de esos «reyes» de los que
habla Sancho. ¿A qué otros reyes podría referirse una persona analfabeta,
que no podría haber oído hablar sobre las colecciones papales en Roma,
de Luis IX en Francia o Rudolf II en Alemania?
En el episodio de Montesinos, cuando don Quijote desciende a la
cueva, después de despertarse del «sueño profundísimo», lo primero que
se le ofrece a la vista es «un real y suntuoso palacio o alcázar, cuyos muros
y paredes parecían de transparente y claro cristal fabricados»104. Sin em-
bargo, el centro de la narración reside en la descripción del sepulcro de
Durandarte: «[Y] así, digo que el venerable Montesinos me metió en el
cristalino palacio, donde en una sala baja, fresquísima sobremodo y toda
de alabastro, estaba un sepulcro de mármol, con gran maestría fabricado,
sobre el cual vi a un caballero tendido de largo a largo, no de bronce, ni
de mármol, ni de jaspe hecho, como los suele haber en otros sepulcros,
sino de pura carne y de puros huesos»105. Este «cristalino palacio» parece
un relicario. El adjetivo «venerable» aplicado a Montesinos recuerda a las
reliquias, a las que debe venerarse. Además, la expresión «de pura carne
y huesos» puede relacionarse con la incorruptibilidad de las reliquias de
los santos y reyes, evidentemente compuestas de carne y huesos, men-
cionadas por Sancho en el capítulo VIII. La bajada de don Quijote a la
cueva de Montesinos y su visión del sepulcro de Durandarte, por tanto,

102
Cervantes, Don Quijote, p. 386.
103
Cervantes, Don Quijote, p. 693.
104
Cervantes, Don Quijote, p. 818. El motivo del palacio encantado es típico de
las novelas de caballerías y de la Biblia. Loeffler sugiere que los espejos, al igual que
los palacios de cristal, son símbolos de las memorias ancestrales de la humanidad (en
Cirlot, 2006, p. 201).
105
Cervantes, Don Quijote, p. 820.
184 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

podrían leerse como un trasunto del recinto sepulcral que Felipe II pre-
paró principalmente para su padre y Emperador, Carlos V, y para el resto
de familiares. Checa Cremades no duda en llamar a los cuerpos de sus
familiares que Felipe II mandó traer a El Escorial como «las más precia-
das reliquias que podía reunir el Rey Prudente»106. Un dato sorprendente
a este respecto que parece confirmar esta lectura lo ofrece Covarrubias.
El lexicógrafo dice que una de las acepciones de «cueva» es «La bóveda
donde se ponen los cuerpos de los difuntos»107. Esta hipótesis de cueva
como sepulcro de los Habsburgo se refuerza léxicamente al comprobar
que Sigüenza, al referirse al panteón de El Escorial, usa indistintamente
«cueva/sepulcro», coincidiendo pues con lo expuesto en el Tesoro. Por
tanto, para los lectores contemporáneos de Cervantes, «la cueva de Mon-
tesinos» podía ser leído como «el sepulcro de Montesinos», interpre-
tación coherente habida cuenta que el punto de fuga de la bajada a la
cueva es la descripción del sepulcro de Durandarte108.
En realidad, la alusión más clara a una reliquia la constituye el pro-
pio corazón de Durandarte, guardado por Montesinos tras la batalla de
Roncesvalles y descrito por don Quijote como «un corazón de car-
ne momia, según venía seco y amojamado»109. Esta referencia se podrá
entender mejor si se recuerda que Durandarte no solo es el héroe del
Romancero español (esta es la idea que Cervantes en principio sigue
en el episodio de Montesinos) sino también el nombre de la legendaria
espada de Roldán, quien la había recibido de manos de Carlomagno,
según la tradición épica francesa. La espada guardaba varias reliquias en
su pomo (el diente de San Pedro, la sangre de San Basilio, varios cabellos
de San Dionís y un trozo del vestido de Santa María), y es mencionada
por Roldán tras partir la roca en la que intentaba quebrar a Durandarte,
con objeto de que el arma no cayese en manos de paganos vascones110.

106
Checa Cremades, 1992, p. 251.
107
Cov., p. 651.
108
En la literatura de caballerías es típico usar reliquias como medio de oficiali-
zar ceremonias y juramentos. Así, en Raoul de Cambrai el rey Luis, al dar un feudo a
Raúl, jura sus obligaciones sobre unas reliquias; Guillermo de Orange jura proteger
al rey Luis sobre reliquias, y Roland y Ganalón llevan reliquias insertadas dentro de
sus espadas; finalmente, Gawain en Las maravillas de Rigomer tiene inscrito los nom-
bres de la Trinidad en la hoja de su espada (Kaeuper, 2009, p. 46).
109
Cervantes, Don Quijote, p. 823. Góngora dedicó un romance al corazón de
Durandarte en el que incide en esta semejanza.
110
Anónimo, Cantar de Roldán, p. 239.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 185

Sería poco prudente (y anacrónico) pensar que Cervantes se está


burlando abiertamente de una costumbre pía sancionada por Trento y
que se vinculaba con la tradición más antigua y genuina de la primitiva
iglesia cristiana. No existe razón alguna para afirmar algo semejante:
Cervantes no era un apóstata heterodoxo ni un calvinista recalcitrante.
No obstante, quizá se podría pensar en una cierta actitud crítica del es-
critor ante un monarca que empleó enormes sumas de dinero en amasar
su fabulosa colección de reliquias mientras el país se encontraba en una
profunda crisis económica. Durante los treinta y cinco años que duró
la construcción del edificio, fray Antonio de Villacastín, el director de
las obras, estimó que los gastos de El Escorial ascendieron a unos seis
millones y medio de ducados, presupuesto que equivalía a los ingresos
anuales de Castilla. Jean Lhermite, criado personal de Felipe II, afirmó
en sus memorias que la gente pensaba que en realidad había sido mu-
cho más alto, aunque reconocía que «esta valoración, según la opinión
del común, parece quedarse corta». De acuerdo con las estimaciones
de Lhermite, el coste final del edificio «puede haber ascendido a unos
nueve o diez millones en oro [aunque] he oído decir que a Su Majestad
misma no habría gustado que se supiera a ciencia cierta su valor preciso
y concreto»111. Mucho más alto era el coste en términos de inversión de
tiempo personal por parte del monarca. A diferencia de otros proyectos
que eran atendidos por el rey a través de órdenes escritas, las decisiones
concernientes a las labores de El Escorial solo las tomaba después de
visitar in situ el lugar de las obras. Así, en 1569, Felipe II mandó que nin-
guno de sus capataces pudiese alterar los planes de construcción ni to-
mar ninguna decisión al respecto sin haberla aprobado él mismo previa-
mente. Esto es una actitud de micromanagement típica del monarca, como
vimos en el capítulo dedicado a la escritura. En lugar de ocuparse de la
delicada situación en los Países Bajos, los problemas en el Mediterráneo
o cómo evitar una nueva declaración de bancarrota, el Rey Prudente
pasaba incontables horas dedicado a la construcción del monasterio. «En
lo que tocaba a San Lorenzo», comenta Parker, «el rey no desantendía
nada»112. Las alusiones a la melancolía, a los objetos devocionales y a
las maravillas que don Quijote contempla en el interior de la cueva de
Montesinos quizá revelen una cierta actitud crítica ante el enorme costo
económico y político que supuso la construcción del monasterio.

111
En Parker, 2015, p. 147.
112
Parker, 2015, p. 148.
186 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

LIBROS Y RELIQUIAS

Relacionado con esto, en otro capítulo hemos hablado de la im-


portancia de la escritura en el Quijote, y en particular, de las numerosas
menciones al archivo, como reflejo de la metodología y preocupación
de Felipe II por regir un imperio de inmensas proporciones. En este
sentido, si El Escorial era el mayor depositario de reliquias de Occiden-
te, también albergaba una de las bibliotecas mejor provistas de la época.
Lo interesante del asunto es la íntima relación que para Felipe II tenían
las reliquias y los libros. En primer lugar, los agentes que el monarca
comisionó para recolectar libros y manuscritos para la biblioteca de El
Escorial solían ser los encargados de traer las reliquias al monasterio,
como los eruditos Hurtado de Mendoza y Ambrosio de Morales. Ka-
men subraya que «La búsqueda de reliquias era, en cierto sentido, una
repetición de la búsqueda de libros»113. Lazure va más allá y afirma que:
«Moreover, something in the treatment of the Escorial books indicates
that their very nature approximated that of relics»114. Rincón Álvarez
enfatiza los paralelos entre la forma de tratar los libros y las reliquias, y
nos informa que «De la importancia concedida al cuidado de las reli-
quias nos habla el hecho de que siempre había un Jerónimo responsable
de ellas, comúnmente llamado “reliquiero”, cargo que ocupó Sigüenza
y que solía ser coincidente con el de archivero o bibliotecario»115. Es
significativo que cuando los estudiosos analizan la función y tratamiento
de las reliquias atesoradas por el Rey Prudente en El Escorial, la asocian
de manera directa a otra parte emblemática del Monasterio, la biblioteca
de El Escorial. Esto no es casualidad, pues Carlos V se había encargado
desde pronto porque su hijo recibiera una esmerada educación de tipo
humanista116. No en vano Felipe de la Torre en su Institución de un rey
cristiano, dedicado a Felipe II y publicado en Amberes en 1556, había
subrayado «cuanta necesidad tienen los reyes de leer libros, y de hom-
bres que les avisen la verdad»117. Desde el comienzo de la construcción
del edificio, Felipe II había pensado en la biblioteca como parte integral

113
Kamen, 2009, p. 271.
114
Lazure, 2007, p. 60.
115
Rincón Álvarez, 2007, p. 192.
116
Cristóbal Calvete de Estrella le enseñó latín y griego, Juan Honorato mate-
máticas y arquitectura y Juan Ginés de Sepúlveda geografía e historia.
117
Kamen, 2009, p. 135.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 187

del proyecto, y los libros fueron tratados por el monarca con el respeto y
veneración que le inspiraban también las reliquias. En este sentido, uno
puede pensar que el tratamiento conferido a los libros de caballerías
por don Quijote mantiene sorprendentes analogías con el del monarca.
Los libros son tratados por el caballero como auténticas reliquias, de ahí
su poder cuasi divino para llenar de disparates su imaginación. Quizá
no haya mejor ejemplo de esta actitud que en su devoción —cercana
al fanatismo religioso— por Dulcinea. Aunque en la adoración de don
Quijote tengamos la tradición del amor cortés como trasfondo, lo cier-
to es que don Quijote afirma de manera firme que adora y reverencia
a Dulcinea «como a una reliquia»118. La biblioteca de don Quijote es
otro espacio en el que los libros son tratados como reliquias (o como su
contrario: objetos demoníacos)119. De ahí el vocabulario religioso que
impregna todo el episodio de la purga, y quizá sea por esa razón que el
ama le pide al licenciado que rocíe toda la biblioteca con «agua bendita
y un hisopo»120.

118
Cervantes, Don Quijote, pp. 354-355.
119
La construcción de El Escorial estuvo rodeada de hechos extraños que
cautivaron la imaginación de los contemporáneos. Sigüenza relata que durante la
construcción del edificio, se apareció misteriosamente un enorme perro negro que
lanzaba «tristísimos aullidos» (Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del
Escorial, p. 122), y que causó gran desasosiego entre los frailes jerónimos. Sigüenza
deja entrever una influencia maligna en el caso: «el silencio, la hora de la noche, la
bóveda de los nichos donde se había metido, de donde retumbaba el sonido, la fama
esparcida, el ser debajo de las ventanas del rey, todo hacía miedo, horror, espanto»
(Sigüenza, Historia primitiva y exacta del Monasterio del Escorial, p. 122) (atmósfera que
por otra parte recuerda mucho a la del Toboso por la noche). Asimismo, posterior-
mente, al retratar el suplicio de la muerte del monarca en El Escorial (muerte real
y no simbólica como la de don Quijote), Sigüenza insinúa que el demonio tenía
cierta participación en los sufrimientos postreros del monarca. Así, comenta que la
enfermedad (que lo tuvo postrado en la cama en agonía durante 53 días) lo tenía
«asado y consumido del fuego maligno» (Sigüenza, Historia primitiva y exacta del
Monasterio del Escorial, p. 210). Por otra parte, una tradición muy arraigada afirmaba
que en El Escorial estaba la boca del infierno. Existen leyendas que atribuyen al
diablo un papel estelar en ese enclave y se ha llegado a decir que Felipe II pretendió
tapar esa entrada al inframundo colocando encima el monasterio. Curiosamente,
la basílica del templo alberga un cuadro de Sánchez Coello donde aparecen San
Jerónimo y San Agustín y en el que este último porta una maqueta del edificio
mientras un niño señala un agujero en el suelo. Fernández Urresti mantiene que lo
que el niño muestra es la boca del infierno (Fernández Urresti, 2007, p. 285).
120
Cervantes, Don Quijote, p. 77.
188 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

LAS MARAVILLAS DE MONTESINOS Y EL COLECCIONISMO REAL

En este sentido, tanto la biblioteca de don Quijote como la Lau-


rentina en El Escorial, también tienen algo del afán coleccionista típico
de finales del XVI, época en la que por otra parte se crearon las cámaras
de las maravillas (o gabinetes de curiosidades) más importantes y las
grandes colecciones de los Habsburgo, como por ejemplo la del em-
perador Rodolfo II en Praga, el Archiduque Fernando II en Innsbruck
y Alberto V en Múnich, quienes crearon «some of Europe’s most im-
pressive Wunderkammern»121. No obstante, Kelley Helmstutler Di Dio
recuerda que «Philip II was one of the first to organize a true Wun-
derkammer, which he had installed in the Escorial»122. Su padre, Carlos
V, había venido coleccionando obras de arte (especialmente pinturas de
Tiziano y esculturas de Leoni), tapices flamencos y otros objetos pre-
ciosos. Sin embargo, Morán Turina y Checa Cremades recuerdan que
las colecciones de Carlos V no poseen «el carácter de microcosmos y
compendio del saber científico que ha de tener una auténtica cámara
de maravillas»123. Frente a las colecciones carolinas, dichos historiadores
destacan el carácter moderno de las colecciones del Rey Prudente,
quien plantea «un sentido coleccionista moderno acorde con lo que
se realizaba en Europa por parte de los más avanzados príncipes del
manierismo»124. Cuando murió Carlos V, su colección pasó a su hijo,
que la amplió de manera considerable: pinturas italianas y flamencas,
tapices, medallas, objetos «maravillosos» de las Indias, un rinoceronte
y huesos de ballena, libros y manuscritos, astrolabios y otros objetos
científicos, globos, relojes, mapas, reliquias y relicarios, etc. El monar-
ca había seguido el consejo del humanista Juan Páez de Castro en su
Memorial encargado por Felipe II, en torno al papel crucial de la de-
coración de las bibliotecas125. Dice Páez de Castro que «En las librerías

121
Lazure, 2007, p. 70.
122
Helmstutler Di Dio, 2006, p. 155.
123
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
124
Morán Turina y Checa Cremades, 1985, p. 87.
125
Afirman Morán Turina y Checa Cremades: «[L]as bibliotecas eran los catali-
zadores habituales de estas colecciones [la de los aristócratas y reyes], donde conflu-
yen las curiosidades y los testimonios de la Naturaleza con los de la Historia, y en
las que la estructura y la decoración pictórica refuerzan el carácter de microcosmos
que asumen estas cámaras de maravillas» (Morán Turina y Checa Cremades, 1985,
p. 205).
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 189

tenían antiguamente otras cosas muy preciadas, como estatuas de los


más diversos metales, y pinturas antiguas»126. Además de adornar y ate-
sorar conocimientos, se buscaba maravillar al visitante con los objetos
raros y curiosos que contenían. En este sentido, para Páez de Castro, la
biblioteca de Augusto era un modelo a seguir, pues el emperador ro-
mano «holgaba mucho de tener en su librería secreta algunas cosas muy
raras y antiguas, como cabezas de fieras extrañas, y huesos grandes, que
llaman de gigantes, celadas y otras piezas de armas, que decían de los
héroes»127. Checa Cremades nos informa de que hubo varios proyectos
para decorar la biblioteca Laurentina. Ambrosio de Morales escribió su
«Parecer sobre la librería para El Escorial», mientras que Páez de Cas-
tro pretendió dividir la biblioteca en tres salas: en la primera estarían
los libros sagrados, junto con los de Derecho, Medicina y Filosofía. La
segunda se dedicaría a la naturaleza y los instrumentos para su estudio,
«con cosas naturales maravillosas, como partes de animales extraños y
peces, y árboles hechos de piedra... vasos y urnas antiguas de griegos»,
junto a otros objetos «que no causaban menor admiración, que todos
los otros». Finalmente, la tercera para los documentos de Estado128. El
doctor Cardona propuso otro modelo, basado en una «biblioteca-mu-
seo». No obstante, Checa subraya que «los planes de Felipe II eran mu-
cho más ambiciosos» que los citados129. La monumental colección real
del Rey Prudente en El Escorial se convirtió en modelo de emulación
para aristócratas y otras cortes europeas.
La cueva de Montesinos puede en efecto relacionarse con estas cá-
maras de las maravillas típicas de finales del XVI. Solo hay que recordar las
siguientes palabras de don Quijote. En el capítulo XXII, tras las bodas de
Camacho, don Quijote y Sancho deciden continuar su camino, y así el
caballero le pide al licenciado que le recomiende un guía que los lleve a
la cueva de Montesinos «porque tenía gran deseo de entrar en ella y ver a
ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por todos
aquellos contornos»130. Una vez dentro de la cueva, la descripción que
Montesinos hace a don Quijote de los contenidos del palacio también
apunta a las cámaras de maravillas: «Ven conmigo, señor clarísimo, que

126
En Checa Cremades, 1992, p. 368.
127
Checa Cremades, 1992, p. 377.
128
En Checa Cremades, 1992, p. 377.
129
En Checa Cremades, 1992, p. 377.
130
Cervantes, Don Quijote, p. 811. Énfasis mío.
190 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

te quiero mostrar las maravillas que este transparente alcázar solapa, de


quien yo soy alcaide y guarda mayor perpetua»131 . En efecto, la visión de
la cueva responde a las expectativas de don Quijote, pues encuentra todo
tipo de maravillas y rarezas en su interior: palacios de cristal, misteriosos
magos, caballeros y doncellas encantados, un sepulcro, un corazón amo-
jamado, un jardín, lagos y ríos, animales, y «otras infinitas cosas y maravi-
llas» que Montesinos le muestra a don Quijote132. El episodio de la cueva
de Montesinos puede, por tanto, ser leído como un espléndido catálogo
o colección de rarezas cervantino. De una rareza tal, por otra parte, que
hasta Cide Hamete pondrá en duda su veracidad. Todos los elementos
del episodio constituyen un enigma, una extrañeza133.
Vicente Carducho, en su tratado apologético de la pintura Diálogos
de la pintura (1633), defiende el estatus intelectual y artístico de la pintu-
ra. En los Diálogos, un joven discípulo que acaba de regresar de un viaje
educativo a Italia conversa con un maestro en Madrid. En el capítulo
octavo, el discípulo informa a su interlocutor sobre una serie de visitas
recientes a las mejores colecciones artísticas de Madrid. Carducho en-
fatiza en esta sección la relación existente entre el coleccionismo y el
estatus social, y sugiere que la posesión de colecciones era prueba del
conocimiento, la riqueza y honor de sus dueños134. Mediante el inven-
tario de las colecciones de Madrid, se podría argüir que lo que efectúa
Carducho, además de ensalzar las obras de arte y sus dueños, es en cierto
modo crear su propia colección de arte literaria. Emular, competir e
insertarse dentro del circuito artístico que él mismo encomia. Cervantes
lleva a cabo una operación análoga en el episodio de Montesinos.
Dicha operación cervantina, de tipo artístico-literaria, se asemeja
en gran medida a un concepto artístico de amplia difusión duran-
te el Renacimiento italiano: el paragone (en italiano, «comparación»).

131
Cervantes, Don Quijote, p. 819.
132
Cervantes, Don Quijote, p. 825. Incluso la visión de don Quijote en sí, in-
terpretada de una manera ecfrástica, podría leerse como una especie de pintura
maravillosa.
133
Desde antiguo lo maravilloso o extraño cumple una función mnemotécnica.
Por ejemplo, el tratado de retórica Ad Herennium incide en el poder mnemotécnico
del elemento extraño: «if we see or hear something exceptionallly base, dishonou-
rable, extraordinary, great, unbelievable, or laughable, that we are likely to remem-
ber for a long time» (Cicerón, Ad Herenium, p. 219). Por esta razón, la cueva de
Montesinos es un archivo de la memoria, y don Quijote es su depositario.
134
Carducho, Diálogos sobre la pintura, pp. 417-442.
DE LAS RELIQUIAS A LA CÁMARA DE LAS MARAVILLAS 191

Leonard Barkan define paragone como «the rivalry among the media,
often referred to as the paragone, which means both “comparison”
and “competition”»135. De Armas informa que paragone «could be the
opposition between painting and sculpture or the rivalry between the
verbal and the visual»136. Rona Goffen, quien ha estudiado las obras
de los artistas del Renacimiento desde la perspectiva de su rivalidad,
sostiene que «When Leonardo and his contemporaries used the word
“paragone”, they meant it in this sense of rivalrous on their works;
only later did the term come to refer primarily to the rivalrous of the
arts»137. En el interior de la cueva, don Quijote reprende a Montesi-
nos a propósito de la comparación entre Dulcinea y Belerma: «[T]oda
comparación es odiosa, y así, no hay para qué comparar a nadie con
nadie»138. Pero don Quijote en esta ocasión no es honesto, pues él mis-
mo se compara continuamente con Amadís de Gaula, en una novela en
la que, por otra parte, el concepto de mímesis es central. En conclusión,
uno puede pensar que el narrador/don Quijote, al imaginar el episodio
de la cueva de Montesinos, estaba creando su propia «colección de ma-
ravillas» literaria, la más memorable —en un sentido mnemotécnico—,
de toda la novela, al dotarla de una gran visualidad. Cervantes emula
y compite así con las colecciones físicas (reales) de reyes, aristócratas y
burgueses adinerados. Quizá incluso con la monumental colección lle-
vada a cabo por El Rey Prudente, de la que sin duda habría oído hablar
y que albergaban los silenciosos muros de El Escorial.

135
Barkan, 1999, p. 5.
136
De Armas, 2006a, p. 93.
137
Goffen, 2002, p. 41.
138
Cervantes, Don Quijote, p. 824.
CONCLUSIONES

Confiamos en que la lectura del presente trabajo haya convencido al


lector del significativo impacto que la figura de Felipe II —sus decisio-
nes políticas, su peculiar modo de tomarlas y su ejecución final— tuvo
en la obra cervantina. Hemos demostrado que pueden distinguirse dos
etapas visiblemente diferenciadas. En la primera parte de su producción
literaria, Cervantes demuestra un exacerbado patriotismo, y los enco-
mios al Rey Prudente son numerosos y aparentemente sinceros. En este
sentido, no deja de ser normal que los poemas del joven Cervantes al
comienzo de su carrera expresaran gran optimismo, pues con frecuencia
los cambios de gobierno (y este caso, la venida de un nuevo monarca)
suelen ser recibidos con renovadas esperanzas. Aquí deben incluirse los
sonetos a Isabel de Valois, la «Elegía a Diego de Espinosa«, la «Epístola a
Mateo Vázquez», las dos canciones a la Felicísima Armada y La Numan-
cia. A esta última obra hemos dedicado especial espacio. A pesar de que
un sector de la crítica insista en una lectura antiimperialista de la pieza,
un análisis desapasionado de la obra sugiere que es más lógico pensar
en una interpretación patriótica de la pieza, acorde con el ambiente de
euforia y providencialismo con motivo de la incorporación de Portugal
en la Monarquía Hispánica y los éxitos militares españoles de la época.
Cervantes alaba la anexión de Portugal por Felipe II en 1580 y glorifica
la actuación del duque de Alba (1507-1582), sobre quien parece estar
inspirada la figura de Escipión (hemos mencionado cómo en particular,
el sitio empleado por el general romano se asemeja al uso de las tácti-
cas fabianas por parte del duque de Alba). En definitiva, el patriotismo
castellanista de Cervantes en La Numancia resulta evidente, lo cual no
impide que haya algunos comentarios en la obra que puedan interpre-
tarse (quizá de manera anacrónica) como «antibelicistas».
194 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

El punto de inflexión textual respecto a la consideración por la figu-


ra de Felipe II lo constituye el soneto «Al túmulo de Felipe II» (1598).
El soneto es sin duda una diatriba burlesca dedicada al inmenso edificio
construido por Felipe III para glorificar la muerte de su padre. ¿Cuáles
pueden ser las razones para este cambio ideológico? Aquí solo podemos
especular. En primer lugar, cuando redacta este poema el Rey Prudente
ya ha fallecido, con lo que cualquier crítica anterior que tuviera sería
relativamente fácil de divulgar. Sobre todo, han pasado casi dos lustros
desde la publicación de La Numancia, y varios eventos negativos en el
panorama político español pudieron cambiar la opinión que Cervantes
tuviera del Rey Prudente al comienzo de su carrera: la irresoluble crisis
de Flandes, la catástrofe de la Armada Invencible, las cuatro bancarrotas
del gobierno, el saqueo inglés a Cádiz en 1596, y el escándalo provoca-
do por el asesinato de Escobedo debieron de afectar la estimación por
el Rey Prudente apreciable en los primeros escritos de Cervantes. De
todos modos, es necesario recalcar el siguiente punto: el único texto
cervantino abiertamente crítico con Felipe II es el dedicado al túmulo
del monarca.
A partir de la fecha señalada, el autor pasa al tono crítico y burlesco
perceptible, hasta cierto punto, en el Quijote. A esta última obra se le ha
dedicado el resto de capítulos del libro. En primer lugar, se ha sugerido
que existe una interrelación entre la escritofilia filipina (necesaria para
el gobierno de los inmensos territorios de la Monarquía Hispánica) y la
incapacidad de don Quijote para adaptarse a muchas de las situaciones
en las que se ve envuelto. La rigidez cognitiva de don Quijote, producto
de su obcecación por actuar siguiendo los imperativos de la ley escrita,
ha sido leída como una crítica al fuerte proceso de burocratización lle-
vado a cabo durante el reinado de Felipe II, ejemplificado en la cons-
trucción de los grandes archivos españoles, especialmente el de Siman-
cas, el primero de su clase en Europa. Hemos expuesto cómo el archivo
—y su medio, la letra escrita y el papel—, quizá el mejor ejemplo de
la alianza existente entre escritura y poder, adquirió durante el reinado
de Felipe II una dimensión totalizadora de la realidad, apreciable en la
literaturización de la vida y la confusión entre realidad y ficción operada
en la mente desquiciada de don Quijote.
El capítulo dedicado a Barataria está relacionado con el proceso de
burocratización citado. Hemos propuesto cómo las sentencias de Sancho
ejemplifican la supremacía de la oralidad sobre la escritura en el Quijote
y una crítica cervantina al improductivo sistema judicial del momento,
CONCLUSIONES 195

hecho este último del que se hicieron eco economistas y arbitristas como
González de Cellorigo, Sancho de Moncada y Jerónimo de Zeballos.
Barataria presenta la oralidad como un ejemplo utópico para los hom-
bres y el analfabeto escudero, personificación de la oralidad, representa
un símbolo de la vuelta a una utópica Edad de Oro basada en la palabra
hablada. Asimismo, hemos propuesto un paralelismo entre la expulsión
de los poetas en la República de Platón (por ser representantes del antiguo
pensamiento oral) y la salida forzosa de Sancho de la ínsula diseñada por
la imaginación de los duques. Es un paralelismo que ayudaría a explicar
la forzosa salida de Sancho de Barataria. Finalmente, hemos sugerido que
Cervantes quiso representar mediante la expulsión de Sancho el ocaso
del mundo oral en la España aurisecular, tal y como Havelock propuso
para la Grecia de Platón.
En el siguiente capítulo nos hemos ocupado de la relación entre
Amadís de Gaula, el Quijote y el intento de Felipe II de reactivar la ca-
ballería de cuantía. Primero, hemos sugerido que el declive caballeresco
de don Quijote en la segunda parte de la novela es una imitatio de la
decadencia que Amadís de Gaula sufre en el ciclo Amadís-Esplandián.
Segundo, hemos propuesto que dicho declive, aunque puede explicarse
en parte por la estructura típica que suele seguir la materia artúrica (as-
cendencia-decadencia caballeresca), quizá pueda también interpretarse
como una respuesta cervantina al intento de Felipe II de rehabilitar y
modernizar la caballería de cuantía a finales del siglo XVI. La ausencia del
elemento caballeresco en la segunda parte del Quijote estaría relacionada
con la fase última del sueño caballeresco de Felipe II. Cervantes elije
como blanco de su imitatio paródica a Amadís, el caballero protagonista
del libro de caballerías más popular del Siglo de Oro y una de las lectu-
ras predilectas de Felipe II, como se mencionó en la introducción. En
este sentido, no sería descabellado proponer una relación de causalidad
entre la lectura del Amadís durante la juventud del monarca y su pro-
grama posterior para movilizar este tipo de caballería popular. Leídos
en este contexto, puede decirse que tanto Felipe II como don Quijote
habrían sido afectados por la literatura de ficción.
Si los dos primeros capítulos dedicados al Quijote han examinado la
importancia de las palabras, el último ha analizado el papel de los obje-
tos en el episodio de Montesinos. Hemos estudiado en primer lugar el
motivo de la melancolía, interpretando la visión/sueño de don Quijote
como un resultado de su humor melancólico, y lo hemos asociado a la
imagen de Felipe II como personaje melancólico recluido en El Escorial.
196 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Segundo, hemos sugerido que el sepulcro y el corazón de Durandarte


que don Quijote ve en su sueño pueden ser leídos dentro del contexto
del coleccionismo filipino de reliquias. En Montesinos se podría estar
parodiando el excesivo afán recolector de Felipe II por estas piezas en
la construcción escurialense, quizá por el enorme coste que tuvo. Por
último, hemos considerado el episodio desde el punto de vista de las
cámaras de las maravillas (Wunderkammer) y el coleccionismo filipino.
Felipe II fue el primer gran coleccionista de la historia de España, y sus
colecciones en El Escorial se convirtieron en modelo de emulación para
el resto de las cortes europeas. En este sentido, las maravillas que don
Quijote elucubra en su mente pueden ser una respuesta en clave verbal a
las maravillas físicas contenidas en el Monasterio de El Escorial.
En este trabajo hemos querido ampliar el debate acerca de la posible
influencia que tuvo Felipe II en la literatura cervantina, más allá de los
archiconocidos tópicos negativos asociados a la Leyenda Negra. El papel
de la tecnología de la escritura en el gobierno del primer imperio global
de la historia, la importancia de las colecciones reales en su doble faceta,
religiosa y política, y el protagonismo de la caballería de cuantía en el
sistema militar español de la segunda mitad del XVI han sido nuestros
principales centros de interés. Debemos decir que este trabajo no ha
pretendido agotar el tema de la representación de Felipe II en la obra
de Cervantes. Reconocemos que hay otros que no han sido explorados
aquí. Sería ciertamente fascinante que dispusiéramos de otros estudios
dedicados a enriquecer, matizar y, por qué no, a rebatir las opiniones
vertidas aquí, o que se reinterpretase la influencia que las políticas —y
los modos de ejecutarlas— de otros monarcas (Carlos V y Felipe III,
principalmente) tuvieron en la obra cervantina. Ojalá otro cante con
mejor plectro.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Alaejos, fray Lucas de, 161 Cortinas, Leonor de, 48, 54


Alberto V (Baviera), 34 Cranach, Lucas, 24
Alcalá, Diego de, 179 Crato, Antonio de, 79
Alfonso XI, 154 Don Carlos (hijo de Felipe II), 39, 40,
Anderson, Benedict, 58 n.90 41, 42, 44, 46, 47, 62, 110, 179
Anguissola, Sofonisba, 176, 177 Don Juan de Austria, 53, 54, 61, 63,
Ayala, Diego de, 110, 112 68, 73, 83, 84, 110
Barrientos, Baltasar Álamos de, 21 Drake, Francis, 80
Bazán, Álvaro de (marqués de Santa Duque de Alba, 27, 33 n.81, 41, 47,
Cruz), 27, 79, 82 48, 55, 60, 72, 73, 74 n.152, 76, 77,
Bella, fray Antón de la, 53 78, 115, 193
Bocángel, Gabriel, 161 Duque de Medina Sidonia, 27, 79, 81,
Calderón de la Barca, Pedro, 21, 124 82, 85 n.197
n.22, 161 Duque de Parma, 77 n.164, 79, 81
Calvete de Estrella, Juan, 29, 186 n.116 Duquesa de Alba, 39
Cano, Melchor, 145 Durero, Alberto, 166, 167, 169
Carlos V (España), 11, 12, 22, 23, 24, Enrique II (Francia), 38, 72 n.147
25, 27, 28, 29, 30, 33, 34, 37, 51, 52, Enrique VIII (Inglaterra), 33
56, 72 n.147, 73, 87, 99, 101, 105, Erasmo de Rotterdam, 27, 129
108, 113, 155, 162, 172, 174, 175 Ercilla, Alonso de, 67, 103, 162
n.63, 176, 182, 184, 186, 188, 196 Escobedo, José, 52 n.65, 83, 84, 89,
Castañeda, Gabriel de, 50 194
Castiglione, Baltasar de, 113 Espinosa, Diego de, 38, 42, 43, 44, 45,
Catalina Micaela de Austria, 39, 81 47, 48, 52, 193
n.182 Felipe el Hermoso, 104
Cervantes, Rodrigo de, 39, 48, 54 Felipe III, 11, 12, 19, 28, 61, 86, 156,
César, Augusto, 189 161 n.5, 194, 196
Cisneros, Francisco Jiménez de, 104 Fernández de Córdoba, Gonzalo, 77,
Claraval, Bernardo de, 17 n.19 109
Contarini, Tomás, 101 Fernando el Católico, 19 n.32, 68,
Córdoba, Diego de, 102 104
212 CERVANTES, FELIPE II Y LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO

Ficino, Marsilio, 165 Médicis, Catalina de, 38


Francia y Acosta, Francisco, 161 Morales, Ambrosio de, 66, 67, 78 n.167,
Francisco I (Francia), 22, 34 181, 186, 189
García de Paredes, Diego, 109 Mosquera de Figueroa, Cristóbal, 27
Garcilaso de la Vega, 43 Orange, Guillermo de, 74 n.152, 114,
Getino de Guzmán, Alonso, 39 115, 184 n.108
Gil, fray Juan, 54 n.69 Ovando, fray Mateo de, 175
Girón, Magdalena, 62, 63 Ovando, Juan de, 48
Gómez da Silva, Ruy, 76, n.162, 83 Ovidio, 164 n.19
Góngora, Luis de, 161, 184 n. 109 Pantoja de la Cruz, 172, 173
Greco, El, 114 Pérez, Antonio (secretario de Felipe
Guevara, Antonio de, 67, 78 n.167, II), 47, 52 n.65, 63, 73 n.150, 83,
145, 174 84
Homero, 44, 134, 164 n.19 Perrenot de Granvela, Antonio, 115
Hoyos Juan López de, 40, 42, 43, 48, Princesa de Éboli, 83, 84
52 Quevedo, Francisco de, 162
Hurtado de Mendoza, Diego, 63, 186 Quijada, don Luis, 24
Isabel Clara Eugenia de Austria, 39, Reyes Católicos, 19, 20, 33, 37, 104
179 n.81 n.56, 105, 149, 154, 155
Isabel de Inglaterra, 33, 73, 79, 80, 81 Rivadeneira, Pedro de, 21
n.182 Rodolfo II (emperador), 34, 188
Isabel de Valois, 38, 39, 40, 41, 43, 46, Russell, Bertrand, 134
48, 115, 193 San Pedro, Lorenzo de, 69, 70, 71
Isabel la Católica, 16 n.14, 68 Santa Teresa, 77 n.166, 145
Laínez, Pedro, 42, 47, 62 Schiller, Friedrich, 39
León, fray Luis de, 63, 169 Shakespeare, William, 44
Leonardo de Argensola, Lupercio, 161 Sófocles, 44
Lhermite, Jean, 185 Solórzano Pereira, Juan de, 69
Licurgo, 139 Tácito, 21 n.38
Lipsio, Justo, 21 Tiziano, 23, 24, 29 n.70
Lope de Vega Carpio, Félix, 21, 58 Valdés, Alfonso de, 113
n.92 Vázquez, Mateo, 38, 46, 47, 48, 49, 50,
López de Ayala, Pero, 145 52, 54, 55, 84, 100, 172, 193
López de Hoyos, Juan, 40, 42, 43, 48, Vendramino, Francisco, 101
52 Verdi, Giuseppe, 39
Mami, Arnaut, 51 Villacastín, fray Antonio de, 185
Mami, Dali, 51 Villegas, Esteban Manuel de, 161
Maquiavelo, Nicolás, 21 n.38, 99 Virgilio, 44, 164 n.19
María de Austria, 30 Vives, Juan Luis, 145
María Tudor, 30, 88 Zapata de Chaves, Luis, 23
Mariana, Juan de, 21
E
sta monografía explora por vez primera el
impacto de aspectos clave de la política cultural
del reinado de Felipe II en la producción
literaria de Cervantes, en especial Don Quijote.

El estudio del énfasis del monarca en la comunicación


escrita y en lo burocrático (escritofilia), su anacrónico
intento por reactivar la caballería medieval castellana
y su afán coleccionista (en particular de reliquias)
arrojan una nueva lectura sobre la obra maestra del
escritor alcalaíno.

JESÚS BOTELLO LÓPEZ-CANTI es profesor asistente en la


University of Delaware, Newark. Ha publicado
diversos trabajos sobre Cervantes, Lope de Vega, el
Amadís de Gaula y el Libro de Buen Amor.

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