08 Villagra
08 Villagra
08 Villagra
INTRODUCCIÓN
67
La música era, igualmente, una de las habilidades que los cortesanos debían
conocer y practicar. Obras como El cortesano del músico Luis Milán (1561) o El
libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán, nos muestran
con lujo de detalles la costumbre de la nobleza y de los cortesanos de cantar y
bailar composiciones líricas de gusto popular.
La música, como subsistema léxico (Alarcos Llorach 1981: 139), está presente
en algunas obras de la literatura medieval. Este es el caso de El libro de Apolonio,
donde podemos encontrar numerosos términos relacionados con el ámbito musical,
lo que le ha valido ya varios estudios. En esta obra tenemos al personaje de Tarsiana
que posee una gran habilidad para tocar la viola y a su padre, Apolonio, que da un
concierto en la Corte de Architrastes. Cuenta la historia que fue tal el impacto de su
música que el Rey le permitió convertirse en educador de Luciana, de la cual después
se enamoró. A estos tres personajes, Apolonio, Luciana y Tarsiana, la música les pro-
porciona beneficios considerables. Recordemos, por ejemplo, cuando Tarsiana logra
salvar su honra en la mancebía gracias a sus habilidades musicales (Alvar ed. 1984).
En la Antigüedad, nos dice Deyermond, casi todas las sociedades creaban can-
ciones con finalidad ritual, cuya transmisión se realizaba de forma oral. Estas can-
ciones pueden muy bien remontarse hasta la última etapa del paleolítico (30.000-
15.000 a. C.) y ser contemporáneas de las pinturas rupestres, aunque se vieran
precedidas por la aparición de la danza (1998: 26). En los orígenes de la lírica
latina tenemos fragmentos de canciones populares, himnos y ensalmos religiosos,
incluso obras completas de talante musical como el Canto de las doncellas, que
fue compuesto por Livio Andrónico en honor a Juno en el año 207 a. C. Ya en la
Roma clásica, tenemos que mencionar a los mimos y jaculatores, que en sus es-
pectáculos mezclaban poesía, juegos malabares y música.
A este grupo de composiciones líricas habría que añadir las famosas cantigas
de tema religioso que aparecen a mediados del siglo XIII: las Cantigas de Santa
María, un cancionero en lengua galaico-portuguesa atribuido a Alfonso X El Sabio.
Estas 430 cantigas fueron escritas para ser cantadas, pues iban acompañadas de
notaciones musicales y versiones gráficas de los instrumentos utilizados.
Por tanto, desde el siglo XV al XVII la lírica culta, tanto la profana como la reli-
giosa, beben de la fuente poética que la canción popular representa. El teatro tam-
bién será un buen receptor de estas manifestaciones populares. Pongamos como
ejemplo las canciones castellanas y portuguesas de tipo popular que Gil Vicente
incorporó a sus obras dramáticas (Pérez Priego 2004). En efecto, con el teatro de
los siglos XVI y XVII, estas canciones recuperan su importancia gracias a las obras
de Lope, Tirso o Vélez, los autos sacramentales de Lope y de Valdivieso, los entre-
meses y los bailes de todo el teatro del Siglo de Oro. A principios del XVII, la se-
guidilla se convierte en la estrofa más utilizada en el teatro. Se trata de una estrofa
antiquísima que ahora recobra nueva vitalidad. Las seguidillas se improvisaban, se
cantaban y bailaban en todas partes llegando a convertirse en el alma del teatro
musical: entremeses, bailes, mojigangas, etc. (Frenk Alatorre 1982: 22).
Otra manifestación de esta lírica popular cantada y musicalizada son los can-
tares sefardíes. Como sabemos, los judíos, expulsados de España en 1492, man-
tuvieron viva la lengua española y su tradición poética y conservan, todavía hoy,
una poesía musicalizada concebida de acuerdo con la técnica y la temática de la
poesía cantada por los cristianos (Frenk Alatorre 1982: 28).
En la segunda década del siglo XX, con las aportaciones de Saussure y la Lin-
güística, las teorías formalistas y estructuralistas de Jacobson y Sklovski, se produce
un cambio cuya influencia llega hasta los años sesenta: la didáctica de la literatura
empieza a centrarse en el mensaje, en el texto literario. Las aportaciones de las
teorías formalistas a la teoría literaria fueron la elaboración de una teoría de la
lengua poética y de la literariedad y una teoría sobre los géneros literarios y sobre
el relato que sientan las bases de la actual narratología. Es entonces cuando se
desarrolla el llamado modelo textual, método vigente aún hoy, basado en el co-
mentario de textos para desarrollar las habilidades comprensivas y la competencia
literaria de los lectores (Colomer 1995: 125). Es un momento en el que empiezan
a cambiar los medios de difusión literaria, nacen formas nuevas como los medios
audiovisuales y los mass-media se convierten en referentes ideológicos y cultura-
les. Se va abriendo camino un nuevo enfoque didáctico orientado a la formación
de lectores competentes. Con el formalismo y estructuralismo se empieza a pro-
yectar un nuevo modelo basado en la búsqueda de literariedad en los textos. Será
de fundamental importancia el comentario de textos seleccionados y la búsqueda
en ellos de la especificidad. Este nuevo método no sustituye al método historicista
sino que se convierte en complemento del mismo. Con todo, la enseñanza de
la literatura desde este enfoque se convirtió en un análisis rutinario y formal de
los textos alejado de su valoración estética y artística y que, a nuestro parecer,
descuidaba el contexto; en definitiva, un mero recuento de recursos estilísticos y
71
métricos que han aportado bien poco al conocimiento significativo de la literatura
y al desarrollo en el alumno del placer y el gusto por la lectura.
Las teorías sistémicas entienden la literatura como un sistema y como una ac-
tividad sociocultural de carácter comunitario (Martínez Fernández 1997: 70). Es
destacable la teoría empírica de la literatura propuesta por Schmidt basada en el
constructivismo, que desemboca en un enfoque en el que tenemos la asignación
a los textos de un significado que no es inmanente a los mismos, como pensaba la
crítica tradicional, sino fruto de la intervención de los participantes en el proceso
literario. En definitiva, la comprensión del texto literario es un proceso de cons-
trucción del sentido por parte del alumno (Mendoza 1998).
En relación con las teorías sistémicas, en los años setenta nace la teoría de los
polisistemas en torno a Itamar Even-Zohar y su grupo de investigación en la Uni-
versidad de Tel-Aviv. Esta teoría plantea una visión del fenómeno literario no como
algo estático sino como algo dinámico y cambiante en función de las circuns-
tancias sociales y culturales. El fenómeno literario es un polisistema constituido
por un centro, que coincide con la literatura canónica y oficial, y una periferia,
ocupada por los textos y la literatura no canónica en un momento dado. Pero la
movilidad, debido a unas circunstancias determinadas, puede propiciar el paso
del centro a la periferia o viceversa. El estudio de estas transferencias es el objeto
de esta teoría (Martínez Fernández 1997: 72).
72
Hay también un grupo de teorías llamadas fenomenológicas y hermenéuticas
dentro del cual podemos englobar la llamada estética de la recepción, fruto de
la dimensión pragmática de la literatura. Según esta teoría, los textos no son lite-
rarios de forma inmanente, porque es la lectura la que actualiza el texto y le da
sentido. A partir de estas teorías se empieza a considerar al lector como punto
de partida para el análisis, comprensión e interpretación de la obra literaria. Del
mismo modo, la literatura es un medio de comunicación, un fenómeno histórico,
una realidad de carácter social y un sistema de signos de estructura significativa.
En definitiva, se empieza a considerar la lectura como un proceso dinámico de
construcción del significado, en el que la recepción es el componente esencial del
proceso y el lector se convierte en el protagonista del mismo.
Otro ámbito teórico está constituido por las teorías disgregadoras entre las que
destaca la teoría de la deconstrucción, corriente filosófica cuyo máximo represen-
tante es Derrida, junto con Barthes y representantes del grupo de Yale. Esta teoría
presupone que cualquier lectura es posible, por tanto, existe una multitud de lec-
turas de un mismo texto. Dentro del marco teórico de las teorías disgregadoras
están las llamadas teorías feministas que plantean la existencia o no de una lite-
ratura escrita por mujeres y cuestionan la validez de los métodos críticos creados
por hombres para el análisis de literatura creada por mujeres (Martínez Fernández
1997: 79). Probablemente, según nuestra modesta opinión, las teorías feministas
que tanto estridor ocasionaron tengan un fundamento que quizá sepan desarrollar
generaciones venideras.
Además de las teorías literarias, hay una serie de teorías psicopedagógicas que
han incidido en la didáctica de la literatura de modo significativo. En primer lugar
hay que mencionar la psicolingüística, disciplina que enlaza la psicología con el
lenguaje y que surge como consecuencia de la búsqueda de explicaciones válidas
sobre la adquisición y el desarrollo del lenguaje y sobre su uso. Debemos men-
cionar también la psicología cognitiva, que centra su interés en los procesos de
aprendizaje y construcción del contenido y en cómo se desarrollan esos procesos,
73
es decir, cómo se organizan los conceptos en la mente humana y cómo se desa-
rrolla la comprensión en el acto comunicativo.
Se invita a los alumnos a componer poemas muy breves siguiendo los esque-
mas métricos más sencillos explicados en clase como pueden ser las jarchas,
cantigas d’amigo o los cantares de gesta. Se hará lectura de ellos ante la clase
acompañando dicha lectura con música de fondo. Esta actividad, que desarrolla
la creatividad del alumno, la expresión oral y la cohesión de la clase, tiene ori-
gen en los llamados talleres literarios en torno a los géneros literarios que son una
aportación pedagógica de Francisco Rincón y Juan Sánchez Enciso, una alternativa
surgida hace unos años que se basa en la escritura de textos pertenecientes a un
determinado género literario como objetivo didáctico.
Se lee a los alumnos una Cantiga de serrana del Arcipreste de Hita y una Serra-
nilla del Marqués de Santillana. Se busca un acompañamiento musical adecuado
para ambas con la ayuda de Internet. El profesor puede también seleccionar, previa-
mente, algunas melodías con el auxilio de <www.youtube-mp3.org/it>. Después se
juega a cambiar el acompañamiento musical a las composiciones poéticas, junto
con algunas palabras. El resultado es bastante chocante. Este es un ejercicio de
estilo que encuentra inspiración en la escuela de Raymond Queneau, un grupo
de investigación de literatura experimental llamado OULIPO (Ouvroir de Littéra-
ture Potentielle), cuya base es la innovación formal y el humor. Sus experimentos
y propuestas consisten, por ejemplo, en elegir un breve relato el cual se puede
contar desde distintos puntos de vista, en sentido irónico o seriamente, cambiando
registro, cambiando recursos estilísticos... creando un sinfín de transformaciones
creativas y lúdicas.
3.3 Romances
Los alumnos preparan un recital para cantar las composiciones que ellos mis-
mos han realizado en las actividades anteriores y, si alguno de los alumnos sabe
tocar algún instrumento, acompañará con su música el canto y el recitado de los
compañeros. Se puede proponer un homenaje a un autor como eje temático del
recital. En este caso, se organiza con los bellísimos cantares compuestos por Santa
Teresa un recital en el V centenario de su nacimiento: Vivo sin vivir en mí, música
de Juan Jáuregui (hay otra versión musicalizada por María Ostiz); Vuestra soy,
música de Ángel Barja; Nada te turbe, música de J. Bethier (hay otra versión de
Michael Keating); Ansiosa de verte, música de Francisco Palazón y Mi amado para
mí, música de María Ostiz.
BIBLIOGRAFÍA
77