Deconstruyendo A Ayn Rand
Deconstruyendo A Ayn Rand
Deconstruyendo A Ayn Rand
“Para gloria de la humanidad existió por primera y única vez en la historia, un país
del dinero, Estados Unidos, en el que reinan la razón, la justicia, la libertad, la
producción y el progreso, donde la riqueza no se adquirió con el robo, sino con la
producción, y no por la fuerza, como botín de conquista, sino por el comercio. Los
americanos fueron los primeros en comprender que la riqueza debía ser creada”.
Y con tanto ímpetu se aplicaron a ello, que no vacilaron en exterminar a los
pieles rojas, esclavizar a los negros, practicar la segregación racial y arrebatar
a Méjico más de la mitad de su territorio (Arizona, California, Colorado, Nevada,
Nuevo Méjico, Tejas y Utah), utilizando a los marines como aguerridos agentes
comerciales del imperio del bien. Creación de riqueza a lo bestia que chocaba
frontalmente con su principio de que “la moralidad termina donde empieza la
pistola”, pero que bien merecía hacer una excepción en beneficio de tan noble
causa.
Si el comunismo era la suma de todos los horrores, el capitalismo tenía que ser
la suma de todas las bendiciones. La obra de Ayn Rand constituye una
apología del individuo frente a la colectividad y una defensa a ultranza de la
libertad, encarnada en el capitalismo, frente al totalitarismo representado por el
comunismo.
Sectaria e intransigente hasta la médula, Ayn Rand combate fuego con fuego y
extremismo con extremismo, y aunque su discurso esté bien construido y
argumentado, no consigue evitar que sus prejuicios derroten a su inteligencia.
Su renuncia a una reflexión ponderada, equilibrada y ecuánime, hace que sus
análisis resulten esquemáticos, superficiales y maniqueos. Tan sesgados,
estereotipados y caricaturescos como los personajes de cartón piedra de sus
novelas, meros mensajeros de sus ideas.
Fue ella misma la que bautizó con el nombre de “objetivismo” a su filosofía, una
escuela de pensamiento presuntamente racional, fundada en lo material, que
obtuvo enorme popularidad gracias a la televisión, inspirando a premios Nobel
de Economía como Hayek y Milton Friedman, presidentes de la Reserva
Federal como Alain Greespan, gobernantes como Ronald Reagan y Margaret
Tatcher, personalidades de la talla de Larry Ellison de Oracle, Steve Jobs de
Apple, Hugh Hefner de Playboy, Jimmy Walles de Wikipedia, y artistas como el
arquitecto Frank Lloyd Wright. Toda una superproducción hollywoodiense para
un reparto estelar de lujo porque la taquilla se lo merecía.
“¿Qué por qué apoyo el aborto? Por la simple razón de que apoyo los derechos
individuales. Porque ni el Estado, ni nadie, tiene derecho a decirle a una mujer lo
que debe hacer con su vida.
Uno de los más repugnantes fraudes es que los enemigos del aborto se llamen a
sí mismos ‘defensores de la vida’, y apoyen los derechos del embrión, una entidad
no nacida, rechazando reconocer los derechos de la persona viva, la mujer. No
existe tal cosa como el derecho del no nacido a sacrificar al vivo”.
Bingo. Tan absurdo resulta atribuirle derechos al feto como reclamarle
obligaciones, al no ser un sujeto con conciencia de sí, racionalidad y libre
albedrío. Nuestra amiga se declara atea, pero lo estropea al hacer del yo su
dios, y de la razón el valor absoluto, la piedra sobre la que edificar su iglesia:
“Antes que una defensora del capitalismo, lo soy del egoísmo; y antes que del
egoísmo, de la razón. La supremacía de la razón, era, es y será, el principal
interés de mi trabajo y la esencia del objetivismo.
Me atrevería a decir que el único mandamiento moral que tiene el hombre es:
pensarás. Pero un ‘mandamiento moral’ es una contradicción en sus términos. Lo
moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es
lo racional, y la razón no acepta mandamientos.
Que nadie diga que tiene miedo de confiar en su mente porque sabe tan poco.
Vive y actúa dentro de los límites de tu conocimiento y continúa aumentándolo
hasta el fin de tus días. Acepta que no eres omnisciente, pero que convertirte en
un zombi no te aportará más sabiduría; que tu mente puede equivocarse, pero que
abandonarla no te proporcionará infalibilidad; que un error al que hayas llegado
por ti mismo es mejor que diez verdades aceptadas por la fe, porque mientras que
aquel puedes corregirlo, éstas destruyen tu capacidad para distinguir lo verdadero
de lo falso.
El ser humano es un animal que razona, no una criatura racional, como tuvo
ocasión de comprobar ella misma, cuando incapaz de controlar sus
sentimientos, expulsó del movimiento objetivista a su amante, 25 años más
joven que ella y número dos de la organización, Nathaniel Branden, por
engañarle con una estudiante, pese a ser “una mujer racional, que sólo desea
objetivos racionales, persigue valores racionales y encuentra su alegría en
acciones racionales”. Los celos y el orgullo herido traicionaron su mentalidad
liberal – tanto ella como su amante estaban casados y sus respectivas parejas
lo sabían y les autorizaban a verse una vez a la semana – jugándole una mala
pasada. Un golpe muy duro que no logró digerir y amargó su existencia.
Sin para miss Rand es a esa minoría selecta que lo tiene todo a la que hay
que proteger de la tiranía de la mayoría para que no aplaste sus derechos,
porque “los derechos no están sujetos al voto público; la mayoría no tiene
derecho a eliminar los derechos de la minoría, y la minoría más pequeña del
mundo es el individuo. El comunismo propone esclavizar al hombre mediante
la fuerza, y el socialismo mediante el voto; entre ambos hay la misma
diferencia que separa el asesinato del suicidio”.
Altruismo es una teoría que predica que el hombre debe sacrificarse por otros y
poner el interés de ellos por encima del suyo propio. Pero es inmoral que el amor a
los demás sea colocado por encima del de uno mismo, y más que inmoral, es
imposible.
Cada ser humano debe existir por sí y para sí, por su propio esfuerzo, sin
sacrificarse por otros ni sacrificar a otros. Los discapacitados deben depender de
la caridad ajena, ya que la desgracia no otorga derechos. La verdadera moralidad
ni te sacrifica, ni te permite sacrificar”.
Desde luego que no es la desgracia, sino la humanidad, la que otorga
derechos; autoridad que ella cede al dinero para que sea él el que determine
quién debe o no sobrevivir. Porque, al igual que en la selva, quien no pueda
mantenerse a sí mismo, debe ser abandonado a su suerte, y que el mercado
se apiade de él. El egoísmo de Ayn Rand significa “odio al grupo y exaltación
del individuo”; o lo que es lo mismo, que cada cual se apodere de todo lo que
pueda, cuanto más mejor, y a los demás que los zurzan. Los leones piensan
igual que ella.
Ayn Rand intenta hacer del individuo un dios autosuficiente, soberano y sin
ataduras, que con su egoísmo se basta y sobra a sí mismo, y cuya voluntad es
ley. No existe nada más que él, ni nada fuera de él. Cero responsabilidades.
Cero obligaciones. Y después de él, el diluvio. La sociedad constituye tan solo
el marco para su medro y lucimiento. Un trampolín.
El valor del individuo no anula el del conjunto ni a la inversa, e igual que existen
necesidades individuales, existen necesidades colectivas. El ser humano no
flota en el vacío, sino que su suerte se halla estrechamente vinculada a las
personas que la rodean, como la propia Ayn Rand tuvo ocasión de comprobar
cuando huyó de Rusia para establecerse en EEUU. Y lo mismo sucede a niños,
ancianos, enfermos, lisiados, víctimas de catástrofes, epidemias, guerras y
accidentes, heridos, emigrantes, refugiados, pobres, parados, hambrientos y
vagabundos sin hogar. Los podemos ocultar bajo la alfombra para no que no
molesten, pero ahí están. A lo largo de nuestra existencia todos atravesamos
por alguna situación de dependencia.
Somos interdependientes y por eso, hoy por ti, mañana por mí, es la norma de
funcionamiento de la sociedad humana; no por un malentendido espíritu de
sacrificio, sino como estrategia de cooperación dirigida a reforzar los lazos del
grupo e incrementar sus posibilidades de supervivencia. Recibimos y damos, a
diferencia del reino animal, donde los progenitores cuidan de sus crías, pero
éstas se desentienden de ellos cuando, ya adultas, se valen por sí mismas.
Los humanos en cambio somos con los demás, y en ese lote entra todo: cargas
y beneficios, derechos y deberes. Cuando se vive en sociedad existen
derechos y deberes individuales, pero también colectivos. Por eso nuestra
responsabilidad no empieza y termina en nosotros mismos, sino que abarca
también al grupo. Ni la responsabilidad personal anula la social, ni la social la
individual. Individuo y grupo se complementan mutuamente entre sí, y es por
esa doble condición, por lo que nuestras responsabilidades son compartidas: ni
todas colectivas, ni todas individuales.
Si debiésemos elegir entre una sociedad colectivista en la que nadie es libre pero
nadie padece hambre, y una sociedad individualista en la cual todos son libres
pero un puñado de personas perecerán de hambre, yo sostendría que la segunda
sociedad, es moralmente preferible”.
Hombre, Branden, los demás no van a reventar para que usted sea libre, ¿no le
parece?… … aunque, en todo caso, si hubiera que decidir quiénes deberían
sacrificarse en favor de la libertad ajena, tendría que hacerse de forma
equitativa por sorteo (un bombo en el que estuviéramos todos), y a lo mejor
entonces la idea ya no le seducía tanto. No se ve igual el cadalso con los ojos
del reo que del verdugo.
Según miss Rand cuanto más fabriques, mayor valor (utilidad) humana tienes,
siendo “el dinero el barómetro de las virtudes de una sociedad, ya que ningún
hombre puede ser menor que su dinero porque lo destruye. Un hombre puede
enriquecerse solamente si es capaz de ofrecer mejores valores (mejores
productos o servicios), a un precio menor que otros”.
Aunque ni todo puede ser público, ni todo privado; ni todo voluntario, ni todo
obligatorio, para miss Rand “el concepto de bien común carece de significado,
salvo que se tome como la suma del bien de todos (algo que carece de sentido
como criterio moral), porque nadie sabe en qué consiste, o cual es el bien de
los individuos concretos”.
Lógicamente tenía que ser una filósofa la que diera con la piedra filosofal,
aunque en su caso se trate más bien de un muro de hormigón. Porque, por
“creación de riqueza”, ¿tenemos que entender extraer hasta el último gramo de
utilidad de los asalariados y agotar todos los recursos de la tierra?… ¿en lujo
para unos y desnutrición para otros?… ¿crea más riqueza el industrial que
fabrica calcetines, o el científico que descubre la cura de una enfermedad?…
¿riqueza es lo que beneficia a unos pocos o lo que beneficia a todos?…
Una empresa solo puede cobrar precios demasiado altos si es la única en ese
sector o produce una mercancía insustituible, ya que si no la competencia
acabaría con ella vendiendo lo mismo más barato. Pero imaginemos que una
corporación fuera dueña de todo el petróleo de la tierra, o descubriera el
remedio para el cáncer, ¿le permitiríamos que nos pidiera lo que quisiese por
él, o le obligaríamos a ajustar razonablemente su margen de beneficios para
que fuera asequible a todos?
Por lo que se refiere al tercer supuesto, cobrar los mismos o similares precios
repartiéndose el mercado, es la tónica común… perro no come carne de
perro… no nos vamos a hacer daño, ¿verdad?… Las mafias y cárteles aplican
este principio a rajatabla, y las guerras estallan cuando alguna intenta meterse
en corral ajeno. De lo único que se puede acusar al estado en este campo, es
de inacción, por no intervenir para frenar las concertaciones de precios y cortar
de raíz los abusos de las empresas.
Como tampoco son los poderes públicos los interesados en pagar salarios de
miseria a los trabajadores, imponerles condiciones laborales inhumanas,
contaminar, producir artículos de mala calidad o engañar al fisco: artes todas
ellas reservadas a los emprendedores.
Está claro que si de moralidad Ayn Rand sabe poco, de economía, nada.
Ya que no fue así, confíemos que este exorcismo haya sido suficiente para
dejar de estar poseídos por sus nefastas teorías.