La Escritura Impertinente
La Escritura Impertinente
La Escritura Impertinente
por Alexis Grohmann
Ínsula nº 703-704, julio-agosto 2005
«No tienen nada que hacer en el periódico los literatos al viejo modo, esos caballeros
necios y magníficos que se sacan artículos de la cabeza sobre todo lo divino y lo humano
(…) [que] todas las mañanas meten por debajo de la puerta sus impertinentes
prosas» [ 1 ] . Con estas palabras, el periodista andaluz (y autor de una memorable
narración biográfica de Juan Belmonte) expresaba en 1928 su deseo de desterrar del
periódico al escritor y sus escritos. Baldío resultó tal anhelo que, lejos de cumplirse, sólo
llega a expresar la frustración ante la presencia de los literatos en la prensa, presencia
que, desde la época democrática reiniciada, es especialmente marcada en la modalidad
del columnismo; desde 1975 asistimos a un auge sin parangón de la columna,
especialmente la que es cultivada por escritores, que contribuye a la configuración de un
género en gran medida nuevo en las letras españolas, un género heredero, eso sí, de
fuentes autóctonas y de una rica tradición de simbiosis entre literatos y prensa y de la
prosa «impertinente» de aquellos que desde hace por lo menos dos siglos se ha
introducido en los periódicos.
Algunos antecedentes
La columna como género propiamente dicho y en el sentido en que lo entendemos hoy no
aparece en España hasta el siglo XX, aunque tan poca relevancia tiene como género bien
delimitado en la prensa que sólo mediado el siglo XX aparece una primera referencia a
ella en la Enciclopedia del periodismo publicada en 1953; se la nombra pero no se la
considera lo suficientemente importante como para dedicarle un capítulo y sólo a partir
de finales de los años sesenta empieza a adquirir cierto relieve como género. Por lo
tanto, desde un punto de vista histórico la columna nace en España en el siglo XX pero no
prolifera hasta la segunda parte de este siglo, experimentando su apogeo en la época
posterior a 1975. Sin embargo, la columna no surge de la nada. Como bien demuestra la
propia Seoane en su trabajo en este número monográfico o como afirma Morán Torres,
«históricamente, podemos considerar que la columna actual responde a lo que en el viejo
periodismo era el artículo de un colaborador fijo, denominándose columnista al que antes
se llamaba articulista» [ 2 ] . Ahí radica la dificultad de precisar los orígenes del
columnismo, porque del artículo firmado de un colaborador regular de un periódico, un
fenómeno muy extendido en el siglo XIX y principios del XX, a la columna media un paso
casi imperceptible.
Como demuestra Seoane, los antepasados inmediatos del columnismo del siglo XX se
encuentran en el articulismo del siglo XIX, un siglo a partir del cual «se agiganta el papel
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de la prensa» [ 3 ] . Es en este siglo cuando la prensa se convierte en un medio de
comunicación de masas, que además goza de una exclusividad que perderá en el
siguiente. Paralelamente, la prensa da cabida en este período a la literatura: géneros
literarios como el artículo de costumbres, la novela de folletín y el relato breve hallan su
vehículo específico en las páginas de la prensa periódica. Como es bien sabido, el género
romántico del costumbrismo nace en los periódicos que acogen los artículos o «cuadros»
de costumbres en su parte amena, la parte inferior de la primera página separada por una
línea de la sección política. Esta sección, «el inquilino del bajo» de los periódicos hasta
entrado el siglo XX, llamada primero «boletín» y luego «folletín» (del feuilleton francés),
es dedicada a la literatura en la prensa diaria que admite así la literatura en su seno
mediante la publicación de artículos de costumbres o de crítica y de obras de creación [ 4
] . De hecho, la lista de escritores del siglo XIX que colaboran en los periódicos, que son
periodistas en un sentido estricto o que incluso desempeñan otras funciones dentro del
periódico como la de redactores o fundadores, es encabezada por Mariano José de Larra
y Ramón de Mesonero Romanos, los padres del artículo literario (de costumbres) e
incluye a prácticamente todos los escritores importantes del siglo, como Serafín
Estébanez Calderón, Gustavo Adolfo Bécquer, Ramón de Campoamor, Pedro Antonio de
Alarcón, Juan Valera, Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas («Clarín»), entre muchos
otros.
Larra, en concreto, se suele mencionar como el antecedente más significativo del
columnismo contemporáneo. En efecto, con sus artículos de costumbres no sólo se
convierte en el creador del artículo literario en España, sino que se perfila como un
«protocolumnista», mediante su profunda preocupación por la utilización de la lengua, su
concepción del articulismo como un género literario, la primacía concedida al estilo y los
recursos retóricos, la ficcionalización de la realidad y del «yo», y su empleo de la parodia,
la sátira, el humor y el ridiculum en general con fines críticos. Pero, como afirma Seoane,
la «edad dorada» de la literatura del periódico es la época entre 1898 y 1936, cuando la
prensa «está a extraordinaria altura en el [aspecto] intelectual y literario, porque se nutre
en gran medida de las plumas de escritores e intelectuales en una época excepcional de
la cultura española»; revistas y diarios publican en cada uno de sus números varios
artículos de escritores que comentan la realidad española o escriben sobre temas
artísticos, literarios, científicos, filosóficos, etc., hasta tal punto que «puede afirmarse sin
exageración que el ámbito natural del escritor es el periódico más que el libro» [ 5 ] . A
modo de ejemplo, una de las tempranas «columnas» importantes del siglo XX sería, por
ejemplo, la serie que escribe Corpus Barga desde París en calidad de corresponsal para
El Sol en los años diez y veinte; «cada día mandaba sus ideas sobre algo vivo que
acontecía. Su columna era esperada y leída por miles de madrileños» [ 6 ] . Aunque
tampoco se debe olvidar la importancia que sigue teniendo el artículo (y, en menor
medida, la columna) en la posguerra, con cultivadores como Josep Pla, Víctor de la Serna
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y otros como Rafael Sánchez Mazas, José María Pemán o César González Ruano, los
cuales son a menudo citados por columnistas contemporáneos como precursores
importantes.
Durante la mayor parte del siglo XIX la prensa, más que portavoz o formadora de opinión,
es un arma de combate político en una época combativa. Sólo cuando el periódico se
transforma en un efectivo medio de información de masas profesionalizado en el último
tercio del siglo, la prensa se convierte en un verdadero «cuarto poder» que ya no estará a
la merced de distintos grupos de poder político que buscan imponerse. Este desarrollo es
crucial para entender la evolución de la prensa y el periódico que eventualmente dará
acogida al columnismo. Hacia la mitad del siglo XIX empiezan a surgir periódicos que se
pretenden neutrales, políticamente independientes y objetivos proveedores de
información, como la Correspondencia de España (1858) o El Imparcial (1867), que
«están más atentos a servir los intereses de la empresa que los de un partido, para lo
cual han de conseguir muchos anunciantes y muchos lectores, siempre en estrechísima
conexión» [ 7 ] . Es la entrada en la era capitalista del periódico que se transforma,
además, con la llegada del telégrafo, del correo, del ferrocarril, los avances en el arte de
la imprenta y las artes gráficas y la creación de agencias de noticias. La opinión cede
paso a la información en el transcurso del siglo XIX y las noticias firmadas a las noticias
anónimas de agencia, y en el periódico empieza a primar lo impersonal. Paulatinamente
va desapareciendo el editorial y la noticia firmados y los periódicos se van convirtiendo
en grandes empresas donde cobran importancia la despersonalización y el editorial
anónimo que ya no representa el punto de vista de su redactor o director sino el de la
empresa.
Es decir, si antes los periódicos se identificaban con la voz de su director o redactor que
firmaba sus contribuciones (la misma persona, en la mayoría de los casos), si eran su
órgano personal de expresión, en el transcurso del siglo XIX se despersonalizan y se crea
el mito de la objetividad, en gran medida porque, convertidos en empresas capitalistas,
los periódicos quieren apelar a un amplio sector de la población. Esta aspiración a la
objetividad, que hoy reconocemos como imposible e ilusoria, es fomentada primero por
las agencias de noticias y, a principios del siglo XX, por la incorporación de la fotografía.
Y la redacción de manera impersonal de la noticia, por lo menos en el periodismo
informativo, es todavía la receta vigente de los libros de estilo de los más grandes
periódicos españoles.
La división del trabajo, la profesionalización del periódico y la especialización de la
empresa capitalista conducen a la necesidad de diferenciar las distintas voces que
componen el periódico. De ahí que, si antes «el artículo firmado hacía también las
funciones del editorial [que eran] editoriales personales que coincidían con la voz de la
empresa, pues ambas opiniones coincidían a su vez en la misma persona», ahora surge la
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necesidad de diferenciar las voces y opiniones del periódico, «la de la propia empresa, a
través del editorial, y la de los periodistas o colaboradores, a través de otros géneros de
opinión, como la columna» [ 8 ] . La entrada de los periódicos, a partir del siglo XIX, en la
edad capitalista y la de la información, su profesionalización y su transformación en
medios de comunicación de masas hacen imprescindible la rápida, veraz y exacta
difusión de noticias y la búsqueda de objetividad en su relato, todo lo cual lleva a su
despersonalización y a la clara delimitación de las maneras de tratar la noticia, o sea, la
creación de géneros periodísticos, de géneros de información y de «opinión». A medida
que se lleva a cabo esta despersonalización y especialización del producto periodístico
surge también la necesidad de voces personales, porque a menudo el lector prefiere la
personalidad al anonimato.
Concreta y paradójicamente, por lo tanto, el nacimiento de la columna está relacionado
con la progresiva despersonalización del periódico y el editorial, con su paso del punto de
vista de la primera persona singular a la primera persona del plural, del «yo» del director y
redactor al «nosotros» del colectivo de la redacción o la empresa entera y con la
diferenciación de los distintos textos que componen el periódico. La columna, un género
en un principio análogo al editorial, surge cuando éste pierde su carácter personal, y se
define precisamente por ser un texto firmado por una persona, como antes el editorial,
una expresión de una visión del mundo muy personal, una voz individual [ 9 ] . La larga
tradición española proclive al articulismo es significativa no sólo porque de ésta beberá
un nuevo periodismo cuya evolución coincide con la Transición de la dictadura a la
democracia en los años setenta del siglo XX, sino también porque potencia el cultivo de
un género como la columna.
La columna y el reinicio de la democracia a partir de 1975
A partir de 1975, la mera cantidad de columnas que nacen y el creciente número de
columnistas atestiguan una floración que empieza con la Transición y desemboca en el
auge verdaderamente extraordinario de la columna en los noventa [ 10 ] . Toda una serie
de libros sobre este género y otros afines se hacen eco de esa expansión. Así, en 1990,
Luisa Santamaría habla del gran prestigio de que goza en la prensa la columna firmada;
Fernando López Pan observa que, «aunque la columna ha sido un género periodístico
abundantemente cultivado en España, en los últimos años asistimos a un auge sin
parangón del género»; Antonio López Hidalgo afirma que los columnistas y el género del
columnismo están de moda, como también confirma Pedro de Miguel; Irene
AndresSuárez distingue el nacimiento de una «modalidad nueva», el artículo literario, del
cual la columna es probablemente la vertiente más importante, conclusión que comparte
también De Miguel; en su análisis de los artículos literarios de Antonio Muñoz Molina,
Fernando Valls hace hincapié en «el momento de esplendor» de este género; según
Bernardo Gómez Calderón, «con toda probabilidad, ningún género periodístico atraviesa
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hoy en día un momento más feliz desde el punto de vista cuantitativo que la columna de
opinión» [ 11 ] . Y esto se debe en gran medida a la proliferación de escritores como
columnistas, a la calidad de la prosa de sus textos y a la variedad de las columnas. De
hecho, si a finales de los años setenta la columna se consideraba todavía como un
género escrito por periodistas, un cuarto de siglo después la situación ha cambiado
tanto, que esto no es cierto, o no del todo [ 12 ] .
Es, por lo tanto, con el reinicio de la democracia, y en los años noventa en especial,
cuando la columna de escritores empieza a perfilarse y distinguirse como género
autóctono e importante en la prensa española y cuando empieza a componerse como
modalidad nueva en su estrecha afinidad con la literatura. Los factores relacionados con
lo que se podría llamar, como veremos, el nacimiento de la modalidad de la columna de
escritores en España y su muy considerable envergadura son múltiples. El primero de
ellos es, obviamente, la libertad de expresión, uno de los pilares del género del
columnismo, que es consagrada por el Artículo 20 de la Constitución Española de 1978.
Poder expresar libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante un medio
escrito es, precisamente, una condición sin la cual la columna mal o sólo medianamente
se puede desarrollar [ 13 ] . Otros dos factores generales y relacionados que componen un
marco que sin duda repercute en el auge del columnismo son el muy sustancial papel de
la prensa en la época posfranquista, especialmente crucial en los años de la Transición, y
un nuevo periodismo español que empieza a gestarse en los años sesenta. El papel e
importancia adquiridos por la prensa a partir de 1975, en conjunción con otros factores —
el surgimiento de nuevas cabeceras, las transformaciones tecnológicas, la crisis
económica o el traslado de periodistas (entre ellos, algunos columnistas), de las «viejas»
redacciones, como Triunfo o Informaciones , a la joven prensa de la democracia, como El
País , El Periódico o Diario 16 —, conforman el marco dentro del cual se desarrollará el
columnismo de estos y posteriores años.
El nuevo periodismo que se desarrolla en España desde finales de los años sesenta hasta
los primeros ochenta es «una corriente periodísticoliteraria marcada, entre otras cosas,
por una actitud de acento crítico e intelectual, heredada de la mejor tradición periodística
española» [ 14 ] . Periodistas como Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Vicent, Francisco
Umbral, Maruja Torres o Rosa Montero forman parte de un generación nacida en su
mayoría después de la guerra civil que llega al periodismo durante un período que
coincide con cierto relajamiento de la censura y la aparición de nuevas cabeceras no
controladas por la prensa del Movimiento, además de un aumento generalizado de la
calidad de la prensa; empiezan a buscar nuevas formas de escritura y a cultivar un
periodismo innovador y diferente basado, en palabras de Rosa Montero, en «la
subjetividad, la búsqueda lingüística y literaria de lo que estás escribiendo, no solamente
del lenguaje sino también de una estructura literaria. Plantearte que cada cosa que haces
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puede tener su propia estructura como la tiene un cuento, mientras que un periodista
tradicional (…) siempre hará los reportajes de una determinada manera» [ 15 ] .
Este nuevo periodismo, también llamado «periodismo informativo de creación», se inspira
en una larga tradición de escritura periodística española y busca más «cultivar géneros
más próximos a la divagación personal y a la opinión —columna, retrato, cuadro de
costumbre, artículo— que la búsqueda contrastada de información», y su sello distintivo
es la voluntad de estilo y la búsqueda de la excelencia expresiva, «la consideración del
quehacer periodístico como escritura, y no como mera redacción» [ 16 ] . De ahí que se
pueda afirmar que se trata también «de una invasión de los procedimientos literarios en
la escritura periodística» [ 17 ] . Y una consecuencia de esta invasión es que se va
complicando la diferencia entre lo que tradicionalmente suele llamarse periodismo de
información (por ejemplo, noticia o reportaje) y periodismo de opinión (editorial, artículo
de opinión, columna o crítica); «lo nuevo está en el hecho de que el periodismo
informativo se ha hecho creativo, invadiendo el terreno en el que antes se movía en
exclusiva el periodismo de opinión» [ 18 ] . No me parece nada casual, sino más bien
consecuente con esta evolución del periodismo, ver esta tendencia del periodista
considerado como escritor y la concomitante importancia del estilo estrechamente
relacionadas al hecho de que, por ejemplo, todos los citados —Montero, Torres, Umbral,
Vicent y Vázquez Montalbán—, que en un principio son periodistas, pasen a practicar
también otros géneros de escritura como la columna, la novela o la poesía.
El valor de la columna
Aparte de estos elementos, hay toda una serie de factores más concretos que inciden en
el auge del columnismo. Así, desde el punto de vista del periódico, la columna alcanza
una importancia vertebradora, tanto en el sentido figurado de esta palabra como en el
literal: juega un papel central en la organización de la estructura interna del periódico y en
su articulación y proyección. Como explica Brendan Hennessy, a los redactores de
periódicos les encantan las columnas: «Editors like columns. They provide the security of
all features: at least those spaces will be filled» [ 19 ] . La cantidad y el lugar fijos de las
columnas, o sea, de un número de espacios predeterminados —de hecho, como veremos
más adelante, extensión y lugar fijos son dos de las características del género del
columnismo—, ayudan de manera muy considerable a elaborar un periódico que cada día
de la semana, ocurra lo que ocurra, publica un mismo número de páginas; los
columnistas garantizan la ocupación de cierto porcentaje de espacio
independientemente del resto del contenido, y proveen de antemano al periódico
espacios determinados que conformarán, junto con otros, el esqueleto en torno al que se
organizará el diario.
Otras de las razones por las que les encantan las columnas a los redactores de
periódicos —aparte de que la colaboración de los columnistas les sigue resultando
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relativamente barata en comparación con los costes de llenar el resto del periódico— son
el hecho de que las columnas pueden proporcionar un tono distinto al tenor dominante de
las malas noticias; pueden entretener o dar un toque ligero a la seriedad prevaleciente;
pueden crear controversias, y son producto de una voz individual. Todos son factores que
a su vez pueden incitar discusión pública y reacciones de los lectores directamente
reflejadas en la sección «Cartas al director» y pueden incluso estimular las ventas del
periódico, especialmente a través de la asidua colaboración de «firmas» en su
publicación. Además, la pluralidad de voces y de distintos puntos de vista dentro de un
periódico mediante columnistas con una variedad de perspectivas es una «perversidad
calculada» por parte de los redactores y directores que les permite apelar —o crear la
impresión de apelar, que desde el punto de vista de la proyección de una imagen puede
resultar lo mismo— a un amplio sector de lectores.
Para el lector, el o la columnista puede informar entreteniendo o entretener informando,
proveer una mirada, un punto de vista y estilo distintos que el lector aprecia y a través del
cual aprende o con el cual se identifica. En palabras de Juan Gutiérrez Palacio,
«cualquiera que sea su forma o estilo, las columnas ayudan a introducir para los lectores
un cambio con respecto al estilo más restringido de redacción periodística. Las
columnas dan colorido, diversidad y opinión. Y ayudan al periódico en la doble obligación
que tiene con los lectores: informar y entretener» [ 20 ] .
El columnista es, además, una especie de mediador entre el lector del periódico y la
realidad, filtrando e interpretándola [ 21 ] . Fomenta cierta independencia mental en el
lector (aunque a veces también cierta dependencia de la cosmovisión del columnista por
parte del lector), forma a las personas, las ayuda a que adopten «puntos de vista sobre su
época que no son, sin más, lo que la propia época piensa por sí sola» [ 22 ] . Como el
dietario, género con el cual la columna de escritor tiene mucho en común en cuanto
escritura autobiográfica, proporciona una forma de conocimiento y pensamiento
reveladora y por eso adictiva [ 23 ] . Y yo creo que se tiene que hacer especial hincapié en
esa forma que toman el pensamiento y conocimiento adictivos en el caso de la columna,
el tratamiento a que se somete el material proveniente en un principio de la realidad, por
las razones que esgrimiré más adelante.
La importancia que tiene el columnismo para el escritor hoy en día radica, esencialmente,
en la atracción que el periódico ha ejercido siempre sobre él: «Las dos razones
fundamentales que llevan a los escritores al periódico [son] la económica y el deseo de
tener éxito, de darse a conocer» —para la inmensa mayoría de los escritores la
colaboración periodística ha constituido desde hace bastante más de cien años «una
fuente de ingresos complementaria e imprescindible» [ 24 ] )—. El escritor llega a través
del periódico a un público más amplio y su éxito comercial está estrechamente ligado a
su presencia en la prensa, además de favorecer la comercialización del producto
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(cultural). El autor y su firma pueden llegar a convertirse en «firmas», una especie de
marca comercial cultivada y promocionada por un grupo a través de su periódico,
editoriales (de libros) o cadenas radiofónicas, un fenómeno que obviamente está
relacionado con la fuerte comercialización del mercado editorial. Ingreso regular,
popularidad y prestigio son los beneficios de sus colaboraciones periodísticas, según las
declaraciones de muchos narradorescolumnistas en 1999 [ 25 ] . Es probable que también
les tiente a muchos «la posibilidad de influir en lo cotidiano» [ 26 ] .
Estas razones hacen que las colaboraciones periodísticas de escritores se recojan
también a menudo en forma de libro, además de constituir un rendimiento económico
suplementario, un desafío al olvido o un reflejo de la vanidad del escritor o de la presión
por parte de editoriales para que el autor mantenga cierta presencia en el mercado del
libro. Este es un fenómeno particularmente significativo a partir de los años noventa del
siglo recién concluido, cuando surgen en España colecciones específicas, tales como la
serie «El viaje interior» de El País /Aguilar o la de «Textos de escritor» de Alfaguara,
consagradas a recopilar en forma de libro las columnas, los artículos, los ensayos u otras
colaboraciones periódicas de escritores en la prensa o en revistas (novelistas). De hecho,
puede que la existencia de tales series se deba no sólo a razones comerciales sino
también a «la superstición de las páginas encuadernadas, el considerar al libro como
único soporte literario», lo que según Seoane ha hecho que «hasta época relativamente
reciente, las historias de la literatura no se ocuparan de la prensa, pese a que en
periódicos y revistas se han gestado todos los movimientos literarios contemporáneos, y
han visto por primera vez la luz muchas obras antes de convertirse en libro. En el
contexto del periódico cobran su pleno sentido» [ 27 ] . Gutiérrez Carbajo confirma que la
tendencia a considerar el libro «como único testimonio de una época o de un
acontecimiento nos ha privado generalmente de muy sabrosos complementos en las
historias literarias» [ 28 ] . Las recopilaciones de columnas en forma de libro obedecen
también a este deseo de hacer ver que el columnismo forma parte integrante de la obra
literaria del autor. Amando de Miguel arguye que una historia de la literatura del último
siglo no se puede recomponer sin tener en cuenta las colaboraciones periodísticas y, de
hecho, según Vázquez Montalbán, en sus últimos años, José María Valverde, que falleció
en 1996, había llegado a sostener que «la literatura española contemporánea había que
buscarla entre los columnistas de los diarios más solventes», un tópico bastante
extendido hoy día y una notable exageración, aunque sí resalta la importancia del
columnismo en el presente panorama literario [ 29 ] .
Sea como fuere, la colaboración periodística de muchos escritores constituye —desde
por lo menos el siglo XIX— una faceta de su producción que puede ayudar a entender el
conjunto o aspectos de su trayectoria literaria (además de la personal), su pensamiento
literario e incluso puede constituir una veta principal de su creación. Es posible que la
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generalizada colaboración del escritor en la prensa sea un indicio de la creciente
profesionalización de los escritores y de la madurez de la sociedad literaria o de la
comercialización del mercado de las letras, pero de lo que espero que no quepa duda, si
se tiene en cuenta el marco que he intentado esbozar, es la importancia que la columna
ha alcanzado, especialmente desde finales del siglo XX, y que, por todo lo expuesto, es
un género digno de más atención de la que ha granjeado hasta ahora.
Naturaleza y exergo de la columna de escritores
Desde un punto de vista de su formato, en todo lo que atañe a aspectos formales de su
presentación, apariencia y diseño, es decir, todo menos su contenido, es relativamente
sencillo definir la columna de escritores: es un texto que se publica con una periodicidad
fija (diaria o semanal, en la mayoría de los casos); tiene siempre la misma extensión (es
un apartado que puede consistir en una o más columnas tipográficas —el término
genérico «columna» tiene por lo tanto un sentido metonímico—, pero cualquiera que sea
su extensión concreta, ésta puede variar sólo muy poco o prácticamente nada en el
número de palabras); ocupa un lugar y espacio determinados y normalmente invariables
dentro del periódico (o suplemento de periódico) en que se publica; tiene una
presentación tipográfica destacada (se la suele aislar con recuadros, filetes, corondeles u
otros procedimientos del resto del contenido de la página o del periódico si ocupa una
página entera); muy a menudo va encabezada también por un título general (además del
concreto que suelen tener las columnas más largas, como las de los suplementos), y no
sólo viene siempre acompañada por la firma del autor que la redacta sino, en muchos
casos, también por su foto (elementos que no distan mucho de representar algo así
como la marca comercial a que me referí arriba). Como mantiene Hennessy, este formato
especial de la columna en el periódico «triggers off the right mood of expectancy in the
readers» y, aparte de crear ese aire de expectación, sirve para llamar la atención del
lector [ 30 ] .
Este modo de delimitar la modalidad de la columna de escritores es por tanto mediante
su paratexto o exergo: los únicos elementos que yo he aducido hasta ahora para definir la
columna, es decir, periodicidad y extensión fijas, lugar determinado, presentación
tipográfica destacada, título general y firma, son todos atributos que se sitúan en el
exergo y no forman parte del texto de la columna misma. A modo de ilustración podemos
recurrir a la metáfora de la caja vacía empleada por Rafael Sánchez Ferlosio en su
discusión de recipientes que requieren la producción de algo que les llene ya que
«vivimos en un mundo en que no son las cosas las que necesitan cajas, sino las cajas las
que se anticipan a urgir la producción de cosas que las llenen», lo que explica el
imperativo del periódico de llenar cada día de la semana un espacio predeterminado,
dado que no es la cantidad de noticias lo que determina su extensión [ 31 ] . El periódico
es por lo tanto una caja vacía que hay que llenar a diario y yo añadiría que la columna es
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una minicaja (también vacía en un principio, pero de cuyo llenado son responsables
otros) dentro de ésta.
Esta lógica de las cajas (o de la intransitividad) rige tanto la producción del periódico
como la de la columna —de qué, si no, es prueba la manera de proceder de los
columnistas, que están en permanente búsqueda de temas para sus columnas y no saben
a veces sobre qué escribir o temen la página en blanco—. La columna precisa de mucha
disciplina e inventiva precisamente porque se tiene que llenar un espacio concreto con
regularidad; «it requires much discipline and often much ingenuity: finding something new
to write about regularly because you have a space to fill can become burdensome. You
can run out of steam» [ 32 ] .
La importancia capital del paratexto no me parece tan sorprendente si se tiene en cuenta
que todos los textos dependen en gran o exclusiva medida del exergo para indicar cómo
deben ser leídos y a qué género pertenecen; todos los textos, especialmente los
literarios, precisan del exergo, no se pueden definir en su esencia porque no la tienen o
no tienen una esencia que baste por sí misma para definir su género, o no de manera
inequívoca. Eso explicaría también por qué muchas columnas se leen de manera distinta
si son sacadas de su contexto inicial del periódico, despojadas así de gran parte de su
exergo original e incluidas dentro de otro marco; la columna se puede convertir (se
convierte en muchos casos) en un texto con otro género, en cuento, artículo de opinión,
ensayo, crónica, fragmento de novela, por ejemplo, precisamente porque su parafernalia
paratextual de columna se cambia por un exergo distinto. Esto ocurre, por ejemplo, en el
caso de Gabriel García Márquez, como demuestra Maarten Steenmeijer en su trabajo de
este número monográfico, y este es el caso también, por traer a colación otro ejemplo
interesante que menciona Valls en su discusión de un caso afín, de un cuento de Javier
Marías titulado «El viaje de Isaac» que relata la historia de una maldición familiar que en
la colección de cuentos en que se recoge se lee como ficción, mientras que cuando se
publica en versión de columna más tarde, «Una maldición», se toma como verdad y
cuando se incluye en Negra espalda del tiempo , también, aunque sea rodeada por más
indeterminación en esta «falsa novela» que en el caso de la columna [ 33 ] . «Es una
muestra de cómo las mismas páginas pueden no ser las mismas», por decirlo en
palabras del propio Marías al referirse a otro ejemplo del mismo proceso, de cómo incide
de manera determinante el exergo en la recepción de un texto (un ejemplo destacado de
la importancia del exergo es su novela Todas las almas y su paratexto, algo que he
analizado en otro lugar); este fenómeno no es nada nuevo y es una de las maneras en
que el periodismo se convierte automáticamente en literatura como por arte de magia,
sin que se produzca ningún cambio en su contenido [ 34 ] .
De ahí que no sea sorprendente que sea bastante extendida la noción que una
característica incontrovertible del texto en sí de la columna de escritores es que carece
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de características unificadoras. Desde el punto de vista del Periodismo y las Ciencias de
la Información la columna se suele agrupar con los géneros de «opinión», junto con el
editorial o el artículo (los otros dos grupos son los de información e interpretación) [ 35 ] .
Pero todos están de acuerdo en que la columna, especialmente la que es cultivada por
escritores, goza de una absoluta libertad temática y formal y que la caracteriza la
diversidad de contenidos [ 36 ] . La libertad temática está levemente condicionada por el
hecho de que las columnas de escritores suelen establecer cierta conexión con la
actualidad (en muchos casos muy tenue, si no inexistente, y con la función de servir
como pretexto y punto de arranque del texto), porque forman parte de la prensa,
actualidad que, eso sí, es entendida en sentido amplio. Y esa libertad u holgura es en
parte resultado del hecho de que al escritorcolumnista no se le suele conferir encargo
concreto ninguno (y esa es la diferencia principal entre el columnistaescritor y el
columnista especializado en un campo, como deportes, política, economía, cine, etc., que
obviamente se tiene que ocupar de algo relevante al área en cuestión). El escritor en
cuanto columnista es un «francotirador por su exclusiva cuenta y riesgo» que dispone de
«un cheque en blanco» y «de un espacio para escribir como le dé la gana» y de lo que le
dé la gana [ 37 ] . Juan Gutiérrez Palacio matiza esta libertad del columnista: «Hoy se
reconoce la libertad del columnista para escribir lo que quiera, bajo su nombre, pero
también la del director para suprimir, censurar o quitar, cuando estima que es el caso de
hacerlo» [ 38 ] . Esta puntualización es importante, porque no se debe olvidar que sigue
habiendo casos de censura, a pesar de la libertad de que gozan en un principio los
columnistas. El caso más reciente y flagrante es de una columna censurada de Javier
Marías que nunca llegó a publicarse donde estaba destinada [ 39 ] . Asimismo, aparte de
ese inquietante caso de censura por parte de la dirección de un periódico, los escritores
columnistas se ven a menudo sometidos a demandas judiciales, como les ha ocurrido a
Juan José Millás y Vicente Molina Foix, por ejemplo. Desafortunadamente, este parece
ser el riesgo del francotirador y de la libertad que puede ejercer. Esta libertad —temática,
formal, estructural, estilística— que caracteriza la columna de escritores hace de ella un
verdadero cajón de sastre. Y en eso tiene algo en común con el género de la novela: tanto
la columna como la novela se caracterizan por el hecho de haber usurpado o de valerse
de muchos otros géneros en un principio próximos o no tanto. Como ha afirmado López
Pan, la historia de la columna ha sido una «de crecimiento continuo y absorción de otros
géneros concomitantes» y «algunos tipos de textos periodísticos que durante años se
escribían y leían como distintos de la columna (…) acabaron desembocando en la
columna» [ 40 ] . Yo añadiría que la columna de escritores se apropia o se sirve además
de géneros literarios y no sólo periodísticos. Y esto es así en gran medida porque los
escritores le infunden a su columnismo procedimientos propios de otros géneros. Este
hecho no me parece casual sino más bien un indicio de que se trata de un género que,
como la novela, tiene bastante vigencia. De ahí que la columna de escritor se considere a
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menudo como crónica, diario (dietario), ensayo, folletín, cuento o relato (o «relato real»),
aparte de artículo o artículo literario, bajo cuyo abrigo se encuentra siempre. Esta
hibridez de la columna de escritores y su relativa indefinición, no sólo forma parte del
fenómeno contemporáneo de la disolución de los límites entre diferentes géneros
literarios, sino que contribuye a configurar un género nuevo. Yo creo que lo que en este
trabajo he denominado la «columna de escritores» es precisamente esto: un género
esencialmente nuevo que se cristaliza en los años noventa.
Ahora bien, la columna de escritores me parece que sí tiene una característica esencial
que queda patente en prácticamente todos los trabajos de este número monográfico. Lo
que la suele caracterizar es la primacía del estilo y la forma, lo que se ha llamado «la
voluntad de estilo», su confección literaria, esa infusión de procedimientos literarios de
que hablé arriba, el cuidado de la forma, algo que a veces obedece al propósito de
reintroducir la literatura en la prensa diaria (un propósito sólo alcanzable siempre que no
se haga alarde o gala de ese estilo). Y esta primacía que se concede al estilo condiciona
una serie de elementos clave. Así, las columnas de escritores configuran un «yo» autorial
ficcionalizado, un columnista que es narrador y se convierte también en personaje (un
sujeto que es también objeto). Este «yo» que se configura en las columnas es una
máscara. Dicho de modo sencillo: el «yo» de la columna es su narrador y por lo tanto no
debe confundirse con su autor, una de las reglas principales cuando se lee una novela o
un cuento e igualmente importante en el caso de la columna dada la primacía del estilo y
la de su forma y retórica: el narrador de la columna, como el de una novela, es una
invención. En palabras de Javier Cercas, que podría suscribir cualquier
columnistaescritor, es un «yo que soy yo y no soy yo al mismo tiempo» [ 41 ] . Esta
máscara es pareja a lo que López Pan considera el ethos del columnismo: la presencia
de una imagen, un talante, una impronta del autor en su texto, resultante de su manera de
ser, de su carácter moral, sus valores e intenciones que se perfilan con forma y estilo
propios. De hecho, para López Pan el ethos es no sólo el principal recurso retórico de la
columna y un elemento configurador y característico sino la clave misma para entenderla,
ya que es en el ethos donde están anclados estilo, temas, ideas.
Esta máscara o ethos llegan a convertir a menudo en caricatura al propio autor, como
resultado directo de la voluntad de estilo y los recursos retóricos, a veces de forma
indeliberada y otras intencionadamente (como es el caso de los Relatos reales del propio
Cercas), y lo mismo ocurre con otros personajes pasados por el filtro del estilo, al
aprovecharse del recurso retórico del ridiculum , la parodia, la sátira o el humor, tan
predominantes en el columnismo de escritores. El caso reciente más destacado del
empleo del ridiculum y de la columna paródica y «bufosatírica» es sin duda el
columnismo de Elvira Lindo en su serie titulada «Tinto de verano» y las que escribe de
momento desde Nueva York para la sección «Domingo» de El País , en las que no hay
12
personaje que se escape de la caricaturización. De hecho, esta ficcionalización del «yo»,
la máscara y caricatura concomitantes, pueden llegar a encorsetar al columnista tanto
que ya no dispone de la libertad para escribir su columna. A esto alude Antonio Muñoz
Molina para explicar el hecho de que ha dejado de escribir columnas cuando dice que le
gusta parar porque llega un momento en que se siente «preso de una maquinaria estéril
que te lleva a hacer (…) parodia de ti mismo (…) que no seas tú el que escribe el artículo,
sino el artículo que te escribe a ti» [ 42 ] .
Los seudónimos de Larra, el desdoblamiento del autor en narrador y personajes
extranjeros, el Curioso parlante de Mesonero Romanos, como los de los otros
costumbristas, sus «tipos» más o menos inventados pero con bases reales o las
fórmulas de máscaras, seudónimos y personajes ficticios de que se valen en Inglaterra
un siglo antes Sir Richard Steele y Joseph Addison en sus artículos y ensayos para The
Tatler y The Spectator y el relacionado recurso de la caricatura muy extendido en ambos
siglos, no son sólo un temprano reconocimiento de la ficcionalización a que se somete el
«yo» autorial y la realidad en general en los artículos sino antecedentes directos de lo que
ocurre en el columnismo de escritores contemporáneos mediante la primacía otorgada al
cómo sobre el qué se comunica. «The exaggeration is not to be taken at face value, and
there is not a deliberate attempt to betray the facts or mislead the reader» [ 43 ] . El
sometimiento de elementos provenientes de la realidad a un considerable tratamiento
estilístico en el columnismo de escritores subraya la importancia del estilo [ 44 ] .
La columna de escritores es por lo tanto más que un mero «género de opinión» o de
«periodismo de opinión» (que es la forma en que se encara y se clasifica
tradicionalmente desde el punto de vista del Periodismo y las Ciencias de la
Información), por más que tenga la apariencia de serlo o por mucho que aparezca a
veces entre las páginas de opinión de los periódicos. Es un artificio mucho más sutil,
complejo e incierto que la simple expresión de opiniones, por muchas que contenga a
veces. Trasciende lo meramente opinativo. No suele tener una finalidad
pragmáticoretórica o persuasiva, y muy a menudo solamente la aparenta. Como los otros
géneros literarios que cultiva el escritor, sus novelas o cuentos, una lograda columna es
un producto de la creatividad estética, mediante la cual la imaginación creativa presenta
ideas que no son meras tesis o mensajes sino ideas estéticas, ideas que pertenecen al
ámbito de una obra que tiene su propia ontología.
El caso del columnismo de escritores y la importancia del estilo en concreto demuestran
que no hay que cometer «la simpleza de creer que todo lo que aparece en el periódico es
periodismo», como apunta Octavio Aguilera [ 45 ] . El columnismo de escritores es una
escritura impertinente, en el sentido de que en un principio contrasta con el discurso
periodístico, no parece venir al caso en un diario y que por tanto puede ser molesto (por
su disconformidad genérica, además de la frecuente incomodidad que tono y
13
comentarios críticos pueden provocar). Una lograda columna de escritor o escritora es
prueba de su esfuerzo, generalizado a todos los géneros literarios que cultiva, por dar a
lo que se comunica un valor permanente que mantenga el interés del lector una vez que
lo que se comunica haya perdido actualidad. La destreza del escritor puede dotar de
interés a cualquier asunto. El (buen) escritor, por su mera formación, sabe que el interés
de lo que escribe no radica en la información que comunica sino más bien «en aquel
estilo que haga permanentemente interesante un conocimiento que ha dejado de tener
actualidad», por valerme de la explicación de Juan Benet de la importancia del
estilo [ 46 ] . La actualidad del comentario del columnista es lo que menos interesa, si no
es completamente irrelevante; lo que de verdad importa en última instancia es el
tratamiento a que se somete cualquier material; esto es lo que conseguirá seducir al
lector a largo plazo y en este aspecto estriba su esencia, como ilustra lúcidamente Benet:
«Un día el público, acostumbrado a distraerse con las páginas periódicas de su articulista
favorito, descubre que lo último que le importa es la actualidad del comentario y lo único
que exige, seducido por las gracias y donaire de un estilo que sabe paladear, es la
continuidad del alimento» [ 47 ] .
NOTAS
[ 1 ] Manuel Chaves Nogales, cit. por María Cruz Seoane y María Dolores Sáiz,
Historia del periodismo en España. 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1998, p.
64.
[ 2 ] Esteban Morán Torres, Géneros del periodismo de opinión: Crítica,
comentario, columna, editorial, Pamplona, Eunsa, 1988, p. 165.
[ 3 ] Según María Dolores Sáiz, Historia del periodismo en España. 1. Los orígenes.
El siglo XVIII, Madrid, Alianza, 1996, p. 14.
[ 5 ] María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico�», loc. cit., p. 20. «El auge del
ensayo �es decir, del artículo� sobre otros géneros en las generaciones del 98 y del 14 se
debe a que prácticamente todos sus escritores fueron periodistas o escribieron asiduamente
en los periódicos. En cuanto a la del 27, además de poetas, dio, sobre todo,
articulistas» (María Cruz Seoane, «El periodismo como género literario y como tema
novelesco», en Literatura y periodismo. La prensa como espacio creativo, ed. de
Salvador Montesa, Málaga, Congreso de Literatura Española Contemporánea, 2003,
pp. 9-32; esp. pp. 25-26). La presencia de los escritores en los periódicos es tal que
un editorial de El Sol de 1930, titulado «El poder de la prensa», llega a afirmar que los
14
escritores son más responsables de hacer los periódicos que los propios periodistas
(citado por María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico�», loc. cit., pp. 20-21).
[ 7 ] María Cruz Seoane, Historia del periodismo en España. 2. El siglo XIX, Madrid,
Alianza, 1996, p. 16.
[ 10 ] En palabras de Miguel Ángel Garrido Gallardo, «Las columnas del periodismo
español», en Actas del Seminario de Filología Hispánica 1993, ed. de Miguel Ángel
Muro, Logroño, Gobierno de Rioja, 1994, pp. 9-32; esp. p. 9, y Teodoro León Gross, El
artículo de opinión, Barcelona, Ariel, 1996, p. 135.
15
popularidad de la columna es el hecho de que en septiembre de 2003 se creó el
primer sitio en internet sobre el columnismo en España, www.sincolumna.com.
[ 21 ] Vid., también, Eduardo Alonso, «Un �icp� imposible», en Páginas de viva voz.
Leer y escribir hoy, ed. de Álvaro Ruiz de la Peña, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1995, pp.
193-200; esp. pp. 195 y 198-199.
16
[ 22 ] Javier Marías, «Tengo a veces la sensación de no estar ya vivo», Lateral,
núm. 82 (octubre 2001), pp. 13-15; esp. p. 14.
[ 23 ] Esto es lo que dice Jordi Gracia sobre el retrato íntimo del autor a través del
dietario, un género muy afín al columnismo, a mi modo de ver, precisamente de
resultas de este autorretrato (producido más o menos voluntariamente) que se lleva
a cabo (Jordi Gracia, «El paisaje interior. Ensayo sobre el dietarismo español
contemporáneo», Boletín de la Unidad de Estudios Biográficos, núm. 2 (enero 1997),
pp. 39-50; esp. p. 49). No me parece casual, por tanto, que Javier Marías se haya
referido a sus columnas como un «diario involuntario» ( El País, 13 de mayo de 1997,
p. 13).
[ 24 ] María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico�», loc. cit., p. 19, y «El
periodismo como género literario�», loc. cit., p. 24.
[ 25 ] Recogidas por Suso Morelo y Daniel Lozano, «Literatura de diario», Leer núm.
100 (marzo 1999), pp. 74-80.
[ 27 ] María Cruz Seoane, «El periodismo como género literario�», loc. cit., p. 23.
De todos modos, este fenómeno de recopilaciones en forma de libro de las
colaboraciones periodísticas de escritores no es nuevo puesto que se da ya en el
siglo xix.
17
173; Javier Marías, «El viaje de Isaac», en Mientras ellas duermen, Barcelona,
Anagrama, 1990, pp. 107-113, «Una maldición», en Mano de sombra, Madrid,
Alfaguara, 1997, y Negra espalda del tiempo, Madrid, Alfaguara, 1998.
[ 34 ] Javier Marías, «Nota previa», en Cuando fui mortal, Madrid, Alfaguara, 1996,
pp. 9-13; esp. p. 11. Hablando por ejemplo del articulismo del escritor inglés Walter
Pater en la segunda mitad del siglo xix, la mayoría de cuyos libros «literarios»
consisten en artículos periodísticos, Laurel Brake afirma que el cambio de formato (o
sea, de exergo o «caja») es lo que ocasiona el cambio genérico: «The transfer of
format from periodical to book �a difference of cultural �manufacture�� was the
means by which Pater�s journalism became literature, and ephemera permanent» («�The
Profession of Letters�: Walter Pater and Greek Studies», en Journalism, Literature and
Modernity: From Hazlitt to Modernism, ed. de Kate Campbell, Edimburgo, Edinburgh
University Press, 2000, pp. 121-140; esp. p. 121). Sobre la importancia del exergo en
el caso de la novela de Marías, vid. Alexis Grohmann, Coming into one�s Own: The
Novelistic Development of Javier Marías, Ámsterdam, Rodopi, 2002, y «Reading the
Exergue: Todas las almas by Javier Marías � Autobiographical Writing or Fiction?»,
Bulletin of Spanish Studies, vol. LXXX, núm. 1 (2003), pp. 55-79.
[ 37 ] Bartolomé Mostaza (citado por López Pan, «La columna como género
periodístico», loc. cit., p. 13), Santamaría ( El comentario periodístico, op. cit., pp. 122-
123) y López Pan ( ibíd., p. 21), respectivamente. La expresión «cheque en blanco» es
de Martínez Albertos.
18
[ 41 ] «Prólogo», en Relatos reales, Barcelona, El Acantilado, 2000, pp. 7-18; esp. p.
8.
[ 42 ] «Muñoz Molina considera que sus artículos son una �invención curiosa de la
realidad�», El País, 20 de diciembre de 2002.
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