Partitura de Las Acciones
Partitura de Las Acciones
Partitura de Las Acciones
ESCÉNICO:
LA “PARTITURA DE ACCIONES” O CUANDO
LA IMAGINACIÓN JUEGA AL EQUILIBRIO
RESUMEN
El presente artículo se centra en analizar la absoluta omnipresencia de la creatividad como
factor determinante en la puesta en escena de vanguardia donde el espectáculo se concibe como una
síntesis de todas las artes, de todos los medios de expresión poética en un intento de crear la obra de
“arte total” siguiendo la estética wagneriana, la “gesamtkunstwerk”. Dentro de esta concepción tan
divergente, realizamos un recorrido de la mano de directores escénicos(Wilson, Barba, Brook) y
escenógrafos (Guy Claude François, Björnson), a quiénes une la idea creativa del escenario como
verdadero espacio de investigación plástica y teatral dado que, precisamente, es el espacio quien crea
y determina su concepción del espectáculo, en un deseo de no divorciar la palabra de la imagen, de
renovar el drama desde su representación. Al hilo de este periplo, establecemos las pertinentes
concomitancias e imbricaciones con el mundo del arte conceptual y de vanguardia, dado que,
personalidades de la talla de Pollock, Kandinsky, Delaunay, Paul Klee o Miró, tienen una presencia
determinante y una contaminación decisiva en la configuración escenocentrista del espectáculo
escénico.En esta nueva escena, tiene un rol imprescindible el “actor-performer” quien, en un ejercicio
de imaginación constante, dibuja con su cuerpo, siempre en constante desequilibrio, significantes
divergentes sobre un espacio escénico en un trabajo de “partitura de acciones” que, siempre, está a
medio camino entre el álgebra y la música.
Keywords: Theatrical creativity, Vanguard Art, Performer-player, Stage business, Dramaturgy of the
image.
Escuchar las imágenes, ver las palabras, tocar la música, hacer navegar al
espectador del caos al cosmos... Ilimitado es el poder de la creatividad teatral cuando
deviene de una puesta en escena de vanguardia en la que “el actor-performer” centrifuga,
convenientemente y sobre la escena, todo suerte de recursos sensoriales (música, danza,
expresión corporal, luz, objetos) logrando significar plenamente con un cuerpo, coordinado y
en equilibrio, y, así, otorgar al espectáculo, concebido en su totalidad y como verdadero
órgano de resonancia de estos recursos, la categoría de “expresión artística”. Por su parte, el
espectador es, permítanme el juego de palabras, verdaderamente “espectado” porque, lo
quiera o no, se aleja del rol de convidado de piedra para convertirse en actor y, además,
cada “actor-público” realizará su espectáculo transitando siempre entre el juego y la
sorpresa, porque, a lo largo de la representación, será confrontado y vivificado por actos
instantáneos, irrepetibles, espontáneos dentro de una acción multifocal donde el eje teatral
se ha perdido y se buscan los sentidos, no sólo la inteligencia; la sugestión, no la
representación; se persigue impresionar, no sólo convencer. La puesta en escena creativa
de vanguardia, escenocentrista, reclama el carácter global de la obra escénica, y, por tanto,
se aleja del sometimiento a la literatura dramática para centrarse en la capacidad
improvisadora del actor, en permanente actitud creadora de formas divergentes que extrae
de su relación con elementos de naturaleza sensorial y emocional (verbales, gestuales,
plasticovisuales, sonoros, olfativos, etc.), y que, en suma, son pergeñados durante su trabajo
creativo sobre la escena.
Mucho tiene que ver en la génesis y consolidación de este nuevo clima creativo de
fiesta teatral y comunicación permanente, el arte conceptual y, concretamente, uno de los
precursores de la vanguardia del teatro abstracto: hablamos de Kandinsky. Para Vassily
Kandinsky el teatro contenía una suerte de imán singular, dotado de una fuerza oculta
escondida extraordinaria, que lo hacía particularmente proclive a ser la síntesis creativa de
todas las Artes, la “Gesamtkunstwerk” wagneriana, la obra de arte total. En sus escritos
recogidos por Margherita Pavía (1974, p. 71), Kandinsky consideraba que en la escena se
aunaban y conjuntaban, armónicamente y mediante el sonido abstracto de sus elementos,
Arquitectura, Pintura, Música, Danza y Poesía. Para que la colaboración de estos diversos
lenguajes artísticos en una composición teatral única, se tornase en un efecto estético
armónico, era “condicio sine qua non” que cada uno de ellos jamás perdiera su especificidad.
Para ello, según Kandinsky, cada uno de los lenguajes debía intentar alcanzar por sí mismo
el efecto espiritual, y, sólo entonces, entrar en la composición. A fin de ilustrar dicha teoría,
Kandinsky, en colaboración con el músico Th. Hartmann y el bailarín A. Sacharoff, realizó un
experimento creativo de fusión de las artes que, dicho sea de paso, lo acredita como
verdadero pionero de lo que, ulteriormente, serán los laboratorios teatrales. Kandinski hizo
que el pintor ofreciese al músico una serie de acuarelas; éste eligió una e interpretó una
música; se añadió entonces el bailarín, a quien se pidió que bailara esa música y que más
tarde adivinara qué acuarela había bailado. Dicho experimento nos ilustra,
convenientemente, de este sentido integrador de las acciones artísticas que preside el
mundo de la vanguardia escénica, la interacción creativa de los medios expresivos, la
conformación del “tejido” que adopta dicha puesta escenocentrista. Y es que, el propio
Stanislavski, a principios de nuestro siglo, realizó experimentos de “música escénica”,
buscando dotar de mayor creatividad a sus “partituras de acciones”. En efecto, como nos
cuenta José Antonio Sanchez(1994, p. 30), cuando intentaba imaginar un ambiente
escénico para su puesta en escena sobre El pájaro azul de Maeterlinck, advirtió la distancia
entre los esbozos escenográficos del pintor y su plasmación en bambalinas, patas y telones:
la trasposición del plano pictórico a la profundidad escénica producía un efecto
artísticamente falso. Fue entonces cuando, de forma absolutamente fortuita, descubrió el
recurso del terciopelo negro y se entregó a la búsqueda de juegos de aparición y
desaparición y al dibujo de colores sobre el fondo de la cámara negra que, al carecer de
profundidad, lo habilitaba para una composición plana de la escena.
De acuerdo con esta corriente de pensamiento que nutre el caudal teórico de gran
parte de la creatividad teatral de vanguardia, el actor ocupa el centro de la puesta en escena
y el resto de la representación tiende a girar en torno suyo, tal y como nos hace ver Brook
(1997, p.23): “si la costumbre nos induce a creer que el teatro debe empezar por un
escenario, decorados, luces, música, sillones, etc., habremos tomado el camino equivocado.
Puede que sea cierto que para hacer películas se necesita una cámara, celuloide y los
medios para revelarlo, pero para hacer teatro sólo se precisa una cosa: el elemento humano.
Esto no significa que el resto carezca de importancia, pero no es lo principal”. Así pues, el
actor se sitúa en el corazón del acontecimiento teatral; es el vínculo vivo entre el texto
del autor (diálogos o indicaciones escénicas), las directrices del director de escena y la
escucha atenta del espectador; y es el punto por el que pasa cualquier puesta en escena de
un espectáculo creativo.
El término adecuado que describe este preciso trabajo de composición realizado por el
actor es el de “partitura”, dado que engloba todos los signos perceptibles, y no sólo los
pertenecientes al texto lingüístico, de la representación, y que supone la culminación de la
preparación de todos los actores en función del superobjetivo del autor, tal y como la definió
el mismo K. Stanislavski (1979, p. 319): “si pudiéramos retener cada una de las fases de
todos los que participan en la representación, obtendríamos una especie de partitura de
orquesta para toda la pieza. Cada participante tendría que interpretar su papel y unas notas
muy precisas. Todos los que forman parte de la representación interpretan luego
conjuntamente, siempre que se complementen armoniosamente, el superobjetivo del poeta” .
Para Eugenio Barba ( 1999), existe una expresión especialmente afortuna en japonés,
“jo-ha-kyu” , que describe, de manera precisa, las tres fases en que se subdivide cada
el actor sobre la escena (1999, p. 58): “la primera fase está
acción creativa, cada “sats” d
determinada por la oposición entre una fuerza que tiende a desarrollarse y otra que la retiene
(jo=retener); la segunda fase (ha=romper, quebrar) está constituída por el momento en que
se libera de esta fuerza, hasta llegar a la tercera fase (kyu=rapidez) en que la acción llega a
su punto culminante, desplegando todas sus fuerzas para luego detenerse repentinamente
como frente a una nueva resistencia, un nuevo “jo” listo para partir”.
Fue el actor Ryszard Cieslack quien regaló al creador escénico Richard Schechner
(1973) una imagen visual, particularmente feliz, para describir este despliegue de creatividad
sobre el escenario donde la imaginación del actor juega permanentemente al equilibrio: una
vela encendida y encerrada en un vaso de cristal. Cuando el actor-performer interpreta la
partitura sin anticipación, cuando no se prepara para sentir algo, cualquier movimiento que
ejecuta sobre la escena, por nimio que sea, logra hechizar y conmocionar al espectador que
se olvida de la solidez del vaso, contenedor y guía de la llama, para deleitarse en la
percepción de la llama que se mueve continuamente en su interior, flamea, se eleva, cae,
casi se sale, porque cambia a cada momento como respuesta a cada ráfaga de viento, a
cada sats del actor. Cuando la llama, feliz icono de la creatividad actoral, está viva sobre la
escena, la ejecución de la partitura de acciones por el actor-performer se convierte en un
ejercicio creativo de “escritura de la imagen”, siempre a medio camino entre el álgebra
y la música.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
-Brook, P. (1997): La puerta abierta. Reflexiones sobre la interpretación y el teatro, Alba
Editorial, Barcelona.
-Cantos, A. (1997): El juego dramático: una plataforma privilegiada para la creatividad,
Universidades de Andalucía, Málaga.
-(2003): Creatividad expresiva en el arte del actor. Ejercicios prácticos y propuestas para el
trabajo de improvisación, Ñaque, Ciudad Real.
-Lehmann, Hans-Thies (1989): “Die Inszenierung: Probleme ihrer analyse”, en Zeitschrift für
Semiotik, vol. 11, nº 1.
-Pavía, M. (1974): “W. Kandinsky. Todos los escritos”, Feltrinelli, Milán.
-Stanislavski, K. (1979): El trabajo del actor consigo mismo, en el proceso creador de la
encarnación, Quetzal, Buenos Aires, p. 319.
-Thomas, K. (1988): Hasta hoy. Estilos de las artes plásticas en el siglo XX, Serbal,
Barcelona.