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Fossier Robert, La Edad Media 1 La Formacion Del Mundo Medieval 350-950

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Por

R o b e r t F o s s i e r , U niversidad de París-I
M i c h e l R o u c h e , U n iversid ad de L ille-II
E v e l y n e P a t l a g e a n , U niversidad de P arís-X
H e n r i B r e s c , U n iversid ad de París-X
P i e r r e G u i c h a r d , U niversidad de L yon-II

i
LA
EDAD MEDIA
FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL
1. LA ^ 0-950

EDITORIAL CRÍTICA
( G r u p o e d ito rial G rija lb o )
BARCELONA
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LA EDAD MEDIA

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W.IOTÉCA - TUNJA £

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SERIE M AYOR
D irectores:

JOSEP FONTANA y GONZALO PONTÓN


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Titulo original:
LE MOYEN AGE. 1. Les mondes nouveaux

Traducción castellana de
GABRIEL IZARD (Cuadro cronológico), PEDRO ROQUÉ (Introducción y Preámbulo),
MANUEL SÁNCHEZ (Glosario), RAFAEL SANTAMARÍA (capítulos 3, 4, 7 y 8),
LLUÍS TO (capítulos 10 y 11), MERCEDES TRICÁS (capítulos 5 y 6),
MARIONA VILALTA (capítulos 1, 2 y 9)
Revisión y coordinación de
MANUEL SÁNCHEZ

Diseño de la colección y cubierta: Enric Satué


© 1982: Armand Colin Éditeur, París
© 1988 de la traducción castellana para España y América:
Editorial Crítica, S.A., Aragó, 385, 08013 Barcelona

ISBN: 84-7423-351-8 obra completa


ISBN: 84-7423-352-6 tomo 1
Depósito legal: B. 12.010-1988
Impreso en España
1988. — HUROPE, S.A., Recaredo, 2, 08005 Barcelona
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®^JOTICA > TONJA

ADVERTENCIA

Ésta es una obra colectiva. Como en toda empresa de este tipo, la presencia de
una línea rectora es necesaria y la de un conductor del juego, inevitable. Para man­
tener la primera he solicitado ayuda a historiadores, más jóvenes que yo en su ma­
yoría, pero cuyos trabajos habían tenido cierta resonancia debido a la audacia de
su discurso o a la novedad de su estructura; no por afición a la paradoja, que por
su misma facilidad podría convertirse en complacencia, sino para huir de las repe­
ticiones y para que un soplo innovador barra algunas ideas rancias. Para conducir
el segundo, que en el fondo exige más paciencia que autoridad, he dejado a cada
uno la libertad de su propia visión, encargándome solamente del equilibrio del con­
junto; así como no pienso imponerles mi concepción de la historia, tampoco suscri­
bo ciegamente sus conclusiones: así, no comparto el juicio optimista concerniente
a la agricultura carolingia; pero dejemos a los críticos la ocasión de denunciar la
arritmia y el estrabismo en un trabajo de equipo. Por el contrario, porque asumo
la responsabilidad global de esta Historia, porque tengo, como cualquier medieva-
lista, una idea definida de la Edad Media, porque, en fin, quiero trazar firmemente
esa línea que cada uno de nosotrps ha seguido según su propio genio, creo en la
necesidad de introducir yo misnjío el discurso.
I
i
INTRODUCCION

Ante todo, pongámonos de acuerdo sobre el significado de las palabras. Ha­


blar de «Edad Media» china o bizantina sólo es admisible o bien como abuso de
lenguaje para indicar un sincronismo histórico, o bien como expresión que desig­
na la fase central de un corto período. Según una definición —o, más bien, una
ausencia de definición— que tiene ya más de dos siglos, la Edad Media es ei pe­
ríodo impreciso cuya duración se extiende entre la Antigüedad y su presunto Re­
nacimiento. noción que no puede aplicarse sino a Europa, y más concretamente,
a Europa del Oeste en exclusiva: «Occidente medieval» significa, pues, el período
de la historia de Occidente comprendido entre los siglos tv y xvt; el enunciado
«Edad Media occidental» es una simple tautología. Y si el Islam o Bizancio, Afri­
ca o el mundo eslavo, ocupan un lugar importante en esta obra, ello se debe a
que formaron un conjunto de civilizaciones vecinas de Occidente y aisladas unas
de otras, que poco a poco fueron llevadas a desempeñar, alrededor de éste, una
función de satélites, un papel-de explotados; se debe también a que, incluso en
la primera fase de esta historia de mil años, su acción en la periferia de Occidente
es fundamental para explicar la génesis y el crecimiento del mismo.
Hoy en día la expresión está admitida, e incluso, con el transcurso de los si­
glos, ha adquirido un valor propio en lugar de reducirse al caos lleno de ruido y
de furia que era para los humanistas, los hombres del «Siglo de las Luces» y los
revolucionarios. Con todo, aún se le asocian dos necedades, absolutamente es­
candalosas para quien esté familiarizado con aquellos tiempos; la violencia, el de­
sorden, la tosquedad, la incultura son, por esencia, «medievales», como podemos
oír o leer de continuo en las declaraciones o los escritos de hombres del siglo xx
—y no de los menos responsables—, los cuales, con ello, muestran hallarse poco
al corriente, al parecer, tanto de aquella época como de la suya. En cuanto a la
confusión que perpetúa el impresionismo de la historia medieval en quien la abor­
da sin preparación y sin la necesaria perspectiva, es el fruto de un método de
enseñanza puntilloso y anticuado, y sólo asusta a los adultos —incluyendo, de
nuevo, a no pocos hombres prominentes —; abundan los ejemplos de ilustres uni­
versitarios dispuestos a tratar, aun improvisadamente, de Blum, Robespierre, Su-
lly o Epaminondas, pero que recogen velas ante Felipe IV el Hermoso. He dicho
a los adultos, pues, en efecto, está probado que al niño, por el contrario, le atrae
la Edad Medía, afición que sigue a las que siente por la prehistoria o por la China
10 LA EDAD MEDIA

según Mao; ¿atracción por el exotismo, por lo «maravilloso»?, ¿o, más bien, sen­
sación natural de hallarse en el mismísimo centro de la vida cotidiana? Y esta
curiosidad se transmite a sus padres; como dicen los responsables de los medios
de comunicación de masas —llamados mass media por quienes creen hablar in­
glés—, «la Edad Media se vende bien», y cada vez mejor. Para ser más exactos,
habría que decir que el aderezo y los condimentos medievales tienen buena sali­
da. Paciencia: un día, tal vez no muy lejano, el hombre contemporáneo compren­
derá lo que tan estrechamente le vincula a aquellos siglos y que, aun perdida la
memoria del origen, ha hecho suyo. Lo cierto es que las reacciones mentales,
intelectuales, o incluso políticas, de nuestra época turbulenta resultarían más fa­
miliares y comprensibles para un hombre del siglo x o del siglo xv que para un
individuo de cualquier otra época. Pero los viejos ídolos son difíciles de derrocar,
y de Cicerón a Bossuet, o de Pericles a Napoleón, Europa se empecina en buscar
sus orígenes allí donde no residen.
Considerémoslo con perspectiva. Mil años largos de historia plantean ciertas
dificultades a quien pretende juzgarlos con una sola frase. No obstante, aparecen
a lo largo de este período cinco hechos que han durado hasta nuestros días y
cada uno de los cuales bastaría para garantizar un lugar de honor en la aventura
humana a cualquier cultura:
— en el transcurso de esta larga fase de su historia en el ámbito europeo, el
hombre supo adueñarse del espacio, domesticar la naturaleza, sustituir el esfuer­
zo de los esclavos por el de los animales;
— supo, a continuación, adueñarse del tiempo, no porque aprendiera a me­
dirlo, sino porque atinó a hacer uso racional del mismo;
— se desprendió de los vínculos paralizantes de la tribu o el clan para fundar
la pareja;
— dominó la máquina, y
— por último, y en la historia de todos los hombíes, creó Europa.
«¡Cómo! —exclamará un buen número de lectores—, ¡otra vez Europa! ¡Es
una verdadera idea fija!» Pues sí, ésta es mi opinión, y ya es hora de sacudirnos
los pseudocomplejos con los que nos abruman hoy en día: el principal hecho ocu­
rrido en la historia del planeta entre los años 500 y 1500 es la aparición de la
primacía de Europa. Ni China, ni la India, ni el Islam, ni Africa, ni América
pueden aspirar a decir lo mismo, y no hace al caso saber si más tarde esta prima­
cía fue bien o mal utilizada. Pero afirmo sin reservasen rasgo que no se suele
poner suficientemente de relieve: de todas las regiones habitables del mundo. Ex­
tremo Occidente es, con mucho, la peor dotada por la naturaleza; no posee gran­
des yacimientos de metales ni petróleo -dem asiado bien lo sabemos—, sus suelos
no cuentan entre los más fértiles, el clima es inseguro, la vegetación irregular,
los ríos mediocres, y adolece además de una extrema división en compartimien­
tos. ¿Quién ignora que Asia, Africa o América rebosan de posibilidades muy su­
periores, aunque en algunos casos todavía desaprovechadas? Hacer que este «di­
minuto cabo de Asia», este mediocre pedazo del mundo diera de sí hasta impo­
nerse a regiones remotas, a culturas más viejas e ilustres que la suya, no debió
de ser fácil para nuestros antepasados ni pudo lograrse con rapidez, y no resulta
sencillo discernir qué fue lo que les ayudó durante tanto tiempo. ¿La providencia
divina? Poco creemos ya en ella. ¿El genio de las razas? A fuerza de machacarnos
INTRODUCCIÓN

con esta idea, sólo se ha conseguido demostrarnos lo contrario. ¿El suelo y el cli­
ma? Acabo de afirmar sus deficiencias. No dispongo de solución alguna para este
problema, y tampoco la busco. Me limito a declarar que el nacimiento de una Eu­
ropa conquistadora del-mundo constituye un gran episodio de la historia humana,
que éste es meritorio, que no me sonroja, y que se llama «la Edad Media».
Durante generaciones y generaciones, se ha hecho creer a los europeos que
serían «mejores personas», «mejores ciudadanos» o «mejores demócratas» —se­
gún las modas de cada ép o ca- estudiando la segunda guerra púnica o las jorna­
das de Octubre (que cada cual escoja la fecha: ninguna importancia tiene para la
verdad de estas palabras), y con ello se les ha ocultado permanentemente el he­
cho esencial de que deben a la Edad Media la casi totalidad de sus estructuras
mentales o cotidianas. Tal es el precio de una modestia sumamente rara en la
historia de la humanidad: la ciudad antigua, el Estado absolutista, los «grandes
hombres», las «grandes naciones», han sabido orquestar a la perfección su propia
publicidad con vistas al porvenir, y nuestro siglo bate todos los récords de auto-
satisfacción estruendosa y propaganda falaz, acompañadas de vez en cuando, eso
sí, de fulminantes accesos de culpabilización. Opongámosles dos de las imágenes
a las que con mayor frecuencia recurría el moralista de la Edad Media central:
«Somos enanos erguidos sobre hombros de gigantes; así, vemos más que ellos y
más lejos, no porque nuestra vista sea más aguda y nuestra estatura superior,
sino porque ellos nos llevan y nos alzan por encima de su estatura gigantesca»;
la segunda es la imagen de la «rueda de la fortuna», cuyo movimiento regular y
constante lleva a los hombres de la ruindad a la gloria, y de la pujanza a la abyec­
ción. Visiones conservadoras y paralizantes, dice Jacques le Goff; lo son, cierta­
mente, y conformes asimismo a la humildad resignada que se espera de un cre­
yente, porque la iniciativa es una audacia; confina con la desmesura, y no hay
que tentar a Dios. Aun así, un poco de modestia nunca sienta mal a una cultura.
El descrédito de la época tnedieval en los siglos posteriores no ha afectado,
bien es verdad, al legado monumental y a ciertos rasgos anecdóticos de la vida
social, la caballería, el rom a\ couriois, la cruzada, los cuales bastaron para ali­
mentar, en el siglo xix, el rorhanticismo «medieval». Hoy en día, para demasia­
dos hombres la visión sigue siendo la misma: la Edad Media es un cementerio.
No se aperciben de que el camino que toman en el campo, el nombre que leen
en un mojón, el brusco recodo de una calle en su barrio, el bosque por el que
pasan distraídamente y el trigo que ven madurar constituyen un legado bastante
más duradero; o de que al consultar su reloj,.al coger el tenedor, al ponerse su
abrigo, al endosar un cheque o al utilizar un pañuelo no son más que herederos.
¿Nimiedades? ¿Son también nimiedades el sentido del pecado, el amor conyugal,
la polifonía y el profesorado en las ciudades? Se trata de una mentalidad caracte­
rística de Europa: ni en el Islam —por supuesto—, ni en la India, ni siquiera en
la China contemporánea, se le ocurre a nadie liquidar la herencia del pasado, tal
vez porque no se ha producido en tales civilizaciones ese fenómeno artificial y
pasajero de «rechazo» que nosotros llamamos «la Edad Moderna», verdadero
foso o «depresión» de tres siglos.

Sin embargo, para el historiador de profesión a quien, evidentemente, irritan


la ignorancia y el desprecio de sus contemporáneos por lo que él juzga primor-
12 LA EDAD MEDIA

dial, el lenitivo no está lejos. Pocos períodos se han beneficiado tanto como éste
de los progresos de la investigación histórica. Así pues, el hecho de pasar revista
a las armas que se van a emplear no constituye aquí un acto ritual de ejecución
obligatoria antes de dar comienzo a una exposición que pretende estar bien infor­
mada, sino una necesidad dictada por la rapidez con que aumenta la panoplia y
por el poco conocimiento que de esta circunstancia tiene el público en general.
Durante mucho tiempo, todo cuanto sabíamos sobre estos diez o doce siglos
se basó únicamente en la documentación escrita; comparado con el de la Antigüe­
dad, este acervo representaba un gran tesoro. No se ignoraban sus puntos débi­
les: una literatura de clase escrita por y para una ínfima élite; un conjunto de
reglas minucioso y formalista, y probablemente más teórico que real; documentos
de la vida práctica que sólo hacen referencia al mundo de los privilegios y de la
fortuna, y que la Iglesia, desprovista de otras armas, era prácticamente la única
en conservar, obligándonos así a ver esta sociedad con ojos de eclesiástico o, en
el mejor de los casos, de fabricante de paños y de prestamista; las desigualdades
de repartición geográfica; el silencio casi absoluto de los cinco primeros siglos,
seguido del parpadeo de unos pocos y breves destellos en una persistente penum­
bra. No obstante, de este modo hubo que trabajar durante un siglo, el del gran
resurgimiento de los estudios medievales, que abarca desde 1850 hasta después
del último (por el momento) de los conflictos mundiales: erudición paleográfica
para establecer los textos durante las tres cuartas partes de este lapso de tiempo,
predominio de la interpretación universitaria a partir de 1930. Según su genio
propio —o según los impulsos profundos venidos de su inconsciente «nacional»—,
Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra, Italia, aportaron sus contribuciones res­
pectivas, y el orden no es fortuito. Gracias a que nuestros predecesores acumula­
ron todos estos materiales, podemos hacer alarde de prescindir de los mismos,
nosotros pretenciosos «enanos» encaramados a los hombros de estos «gigantes».
Ahora bien, desde hace treinta años... —pero no,imucho menos, apenas quin­
ce—, una serie de potentes focos barren las zonas todavía oscuras o hacen brillar
en convergencias luminosas los pequeños «hechos» etiquetados por nuestros ma­
yores. Prácticamente, digámoslo de entrada, el medievalista no ha innovado en
ningún campo: se limita a tomar prestado, imitar, adaptar una técnica que ya ha
dado frutos en otro contexto; ¿y por qué habría de sonrojarse? Tomemos los
ejemplos de los números y de las palabras: los primeros, escasos, discutibles, sim­
bólicos, discontinuos, dificultaban la dinámica de la historia medieval; las segun­
das, demasiado a menudo con el ropaje del latín, podían no ser sino pedanterías,
aproximaciones, topoi copiados y vueltos a copiar de un autor a otro; y desde su
situación, el medievalista contemplaba admirativamente la filología, que operaba
con el latín clásico, y la estadística, que lo hacía con las modernas series de datos.
Más tarde cayó en la cuenta de que era preciso cuantificar y descifrar, costara lo
que costase, si quería llegar a los cimientos de la civilización de aquella época:
el número de hombres, el volumen de la producción, los mecanismos mentales,
el papel de lo imaginado y el de lo vivido. Renunciar a hacerlo significaba conde­
narse a la mera «impresión», a exquisitas vaguedades; el Arte, ciertamente, no
es ajeno a la Historia, pero con tal actitud, la Historia no habría sido más que
Arte. Poco importa el papel que en este proceso desempeñaron las motivaciones
materialistas o el entusiasmo por la sociología; el resultado está ahí: la era prees-
INTRODUCCIÓN 13

tadística también tiene sus leyes, y el vocabulario medieval su técnica lingüística.


En este mundo donde el Número, lenguaje del infinito, es la forma de la expre­
sión divina, y donde la Palabra, el Verbo, es la esencia del poder, ¿cómo dejar
de lado estos dos pilares sin condenarse a una más que insuficiente visión del
mismo? Avanzamos, empezamos a contar, hacemos la autopsia de los términos;
el tratamiento informático de los datos hace su entrada en las clasificaciones, los
análisis de contenido, las concordancias numéricas, las convergencias semánticas:
la imagen del medievalista frente al ordenador ya sólo hace sonreír a los mente­
catos.
Aislada, la palabra puede revelar la cultura, el inconsciente o los fines del
escribano, y constituye un indicio de la mentalidad individual; agrupadas, las pa­
labras evocan más que una noción, dan paso a la antropología histórica y ponen
al descubierto el trasfondo de la mentalidad colectiva, el rito, el tabú, la usanza,
el fantasma, que son, desde luego, elementos básicos de la psicología social, pero
que fundamentan asimismo relaciones concretas éntre los hombres: obediencia o
rechazo. Es cierto que las comunidades humanas de los altiplanos de México o
del Perú, las de la cordillera anamita o del Africa central de nuestros días, se
hallan en condiciones geográficas e históricas que no son directamente compara­
bles a las que pudo conocer el mundo occidental antes de 1300. No obstante,
muchos rasgos de estructura familiar o espiritual y de nivel técnico parecen simi­
lares o, si se prefiere, simétricos a los de la Europa medieval. Lo que los textos
no dicen, ni siquiera radiografiándolos, el antropólogo puede sugerirlo. Sin duda
resulta presuntuoso creer en la existencia de una «Nueva Historia» cuando hace
tanto tiempo que empezaron a elaborar sus obras Georges Duméz'il o Claude
Lévi-Strauss, pero sí podemos afirmar que estamos en presencia de un nuevo en­
foque de la misma historia.
Otro factor, más decisivo y/también más concreto: desde hace veinte años la
arqueología ha iniciado sus excavaciones medievales. La búsqueda del objeto,
hasta tiempos recientes, sólo parecía oportuna para culturas y épocas que no co­
nocían la escritura, como la prehistoria, o para las que nos habían legado escasos
documentos escritos, como la yvntigüedad. Más allá de las basílicas cristianas de
los primeros siglos, se hacía historia del arte, que en ocasiones implicaba la nece­
sidad de excavar en una cripta o de despejar una muralla de las construcciones
posteriores que la ocultaban. ¿Quién habría soñado entonces con remover un
campo, arrancar los arbustos crecidos en un edificio en ruinas, sondar una cloaca
urbana o revolver completamente un cementerio? Y no faltan, aun hoy, doctas
sociedades y hombres eminentes para quienes la arqueología medieval es el estu­
dio de las campañas de construcción de Notre-Dame de París. Por otra parte, las
técnicas de excavación practicadas en los emplazamientos de la Antigüedad —ge­
neralmente aislados— parecían inadecuadas para las ciudades y pueblos en los
que nuestras pisadas se sobreponen a las de los hombres medievales. El método
utilizado para la excavación pre o protohistórica, que no busca ni termas ni tem­
plos sino fragmentos de vasijas o la huella dejada en el suelo —al que ha dado
una coloración más oscura— por una estaca descompuesta, parecía adaptarse me­
jor a la exigente estratigrafía que reclama un emplazamiento arqueológico medie­
val, ya que se puede admitir un error de cien años en la datación en Mari o en
Sagunto, pero no en una aldea abandonada durante la Edad Media. Ahora bien,
14 LA EDAD MEDIA

la larga averiguación previa, las dificultades encontradas sobre el terreno y la pro­


bable insignificancia de los resultados desalentaban por anticipado al investiga­
dor, cuyo objetivo se cifraba en el «hallazgo», el objeto precioso, el tesoro, el
esqueleto imprevisto. Fue el avión quien vino a socorrer al medievalista, y ya
antes de la segunda guerra mundial, en Inglaterra, revelaba a Crawford y otros
tal abundancia de vestigios de cultivos o de aldeas fosilizadas bajo un sudario de
hierba desde el siglo x v que la investigación se puso en marcha; al arrasar las
ciudades, la guerra despertó curiosidad por los centros urbanos; al acabar con la
reverencia debida a los príncipes y a los prelados, los regímenes socialistas, con
Polonia en cabeza, se lanzaron tras la pista de la «cultura material», de los aperos
y herramientas, de la casa. Alemania y los Países Bajos siguieron el movimiento,
y también Inglaterra y los países escandinavos; más tarde, Francia hizo lo propio,
con su habitual desconfianza, aún hoy no superada del todo; la última adhesión
fue la de Italia, cansada de repartir su atención entre la ruina antigua y el palacio
renacentista. Los resultados obtenidos son prodigiosos, y se refieren precisamente
a momentos o ámbitos sobre los cuales no había textos: períodos remotos, mundo
de los humildes, técnicas y enseres de la vida cotidiana. Por si fuera poco, méto­
dos e investigadores de diversas procedencias se entremezclan, con un espíritu de
emulación que raramente se observa en otros campos; aquí no existe ninguna D é­
los reservada: en Toscana excavan ingleses, franceses en Sicilia, polacos en Fran­
cia, alemanes en Bélgica. Los prosélitos se multiplican, y no sería difícil señalar
a quienes, tras su desdén inicial, se hacen ahora los ruidosos heraldos de lo que
hasta hace bien poco les movía a burla. El trabajo realizado es tan espectacular
que los medios de comunicación, al acecho de todo cuanto relumbra, reflejan su
imagen y la hacen llegar hasta las masas cautivadas. Los puristas hacen mal en
lamentarse: en un tiempo en que los potentes sólo pagan en función de la renta­
bilidad, los caminos trillados conservan toda su validez para quien se hallaba per­
dido y sin dinero. t
Hay más. Este mundo medieval europeo y los que lo rodean son, todavía,
más tributarios de las fuerzas naturales que del espíritu; el cristianismo y el isla­
mismo no han saciado el apetito de la mayoría de los hombres. ¿Cómo apreciar­
lo? ¿Cómo seguir la conquista del espacio sin instrumentos científicos de medida?
Es preciso, para ello, echar mano de la arqueología: el estudio de los catastros
y del mapa sustenta, evidentemente, desde hace tiempo, la investigación sobre
las etapas de la ocupación humana; pero el milenio medieval disfrutó, como todas
las restantes fases del trabajo de la tierra, de cierto equilibrio entre las necesida­
des y el medio ambiente, de un «ecosistema» cuyos elementos naturales pudieron
desplazarse debido a la acción del hombre o pese a ella. Y es fundamental hacer­
se una idea de tales desplazamientos: si el estudio de los suelos fósiles o agotados
o el de las capas acuíferas subterráneas realiza pocos progresos, se ha puesto a
punto en Inglaterra y en Alemania un método de examen de las formas degrada­
das de la vegetación, linderos de los bosques, setos, monte "bajo; y, sobre todo,
la palinología, que durante mucho tiempo floreció de modo especial en Bélgica
y Alemania, permite calcular las variaciones, a lo largo de vastos períodos, de
los pólenes arbóreos o herbáceos, es decir, de la cobertura vegetal cercana a los
lugares sondeados, que hoy en día se han multiplicado por todo el norte y noroes­
te de Europa, donde las formaciones turbosas —las más propicias— se encuentran
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INTRODUCCIÓN i— - J " ‘ t Ó N m

en abundancia; en cambio, la escasez de este tipo de análisis en la parte sur del


continente nos priva de observaciones capitales referentes a la vertiente medite­
rránea. Esta exigüidad documental se palia parcialmente con lo que es posible
saber acerca de las oscilaciones climáticas generales examinando el crecimiento
de las especies arbóreas más longevas —en especial las coniferas—, pero que muy
raramente alcanzan los mil años de vida, o bien mediante el estudio de los avan­
ces y retrocesos de las aguas, glaciares alpinos u océanos. D e entrada, caben va­
cilaciones ante la idea de fundar un juicio en fenómenos de este tipo, lentos, de­
siguales, refrendados por testigos incuestionables pero dispersos. Por esta razón,
conviene formular apreciaciones exclusivamente relativas a largos períodos: si se
observa esta condición, los mencionados fenómenos adquieren un valor capital.
He dicho más arriba que no se podía señalar con certidumbre una causa que ex­
plicara el impulso de Europa a partir de 900 o 1000; no han faltado historiadores
—a los que no tendría inconveniente en sumarme— para quienes dicha causa ra­
dica en tres siglos de óptimas condiciones climáticas que beneficiaron los suelos
limosos, a los vegetales nutricios y a las especies animales, en cuanto a sus apti­
tudes para producir y reproducirse.
¿Se cierra aquí el inventario? En absoluto, ya que no transcurre una sola dé­
cada sin que el medievalista al acecho se apodere de un arma creada para otros
fines; citemos, para concluir, una de las últimas: el esqueleto humano proporcio­
na al historiador un cúmulo de datos sobre el difunto, su sexo, su edad en el
momento de la defunción, su constitución y la causa probable de su muerte, y
hasta su alimentación; mientras vivió, este hombre reaccionó de determinada ma­
nera frente a los ataques microbianos según cuál fuera su grupo sanguíneo, y pue­
de que éste motivara un comportamiento social particular; en efecto, si escucha­
mos a los biólogos de nuestra época, este elemento serológico resulta más ade­
cuado que ningún otro —estatura, pilosidad, facies, pigmentación— para diferen­
ciar «razas» entre los hombres; el polaco Hirtzfeld estima que la naturaleza del
grupo sanguíneo debe de afectar al contenido en flúor de los huesos. Y si, por
descontado, el medievalista no dispone de sangre proveniente de los siglos que
estudia, osamentas en cam bio\jo le faltan; ¡qué nuevo campo de investigación se
abriría sobre las capas de población y sus osmosis o sobre el comportamiento de
los hombres! Aún se trata sólo de una simple hipótesis, pero basta para mostrar
que la historia de la Edad Media no es un juego cuyas cartas están distribuidas
en su totalidad y en el que unos cuantos iniciados entablan una y otra vez la mis­
ma partida.
Tras estas consideraciones iniciales, llegamos al umbral de nuestra materia.
Pero ¿cómo guiar al lector a través de mil años, aunque sean de lenta evolución,
e indicarle sus grandes directrices, sus «líneas maestras» como dice Léopold Gé-
nicot? H e tomado el partido, tan discutible como cualquier otro, de pasar revista
únicamente a Europa occidental, y más concretamente a la fase central de su his­
toria medieval, los siglos xi y xh ; porque al término de la ruta será principalmen­
te Europa la que se encontrará colocada en el centro de la escena; y porque du­
rante estos dos siglos de adolescencia presenta un semblante en el que aún no
han podido dejar su huella los fracasos y los vicios.
16 "EDAD MEDIA

Una masa humana...

Lo primero que se ve son los hombres. Hoy en día, tras Marc Bloch y Luden
Febvre, no hay un solo historiador, por lo menos en Franda, que se atreva a
dedarar que no los toma como principal centro de interés; pero no me refiero a
esto, sino a que, cuando poso mi mirada en la Europa de la Edad Medía, no
encuentro estados, circunscripciones herméticas, organismos públicos, oficinas o
tribunales, acuartelamientos o aduanas que fijen mi atención; sólo percibo un
hormigueo de hombres en cuyo seno, si me esforzara, distinguiría un rey, un obis­
po, un señor, un monje. Esta pulverización, este retorno al átomo, recibe los
nombres de «anarquía» o «descomposición del tejido social» de parte de nuestros
obsesos del absolutismo estatal y de la centralización parisiense, que no ven ni
conciben que el horizonte de esta época es la aldea, y la célula de base el «fue­
go». Los oropeles romanos, provisionalmente remendados por los carolingios, ya
se han ido a pique. Frente a la naturaleza, a la que hostiga sin cesar para domi­
narla, ¿de qué le servirían al hombre de 1100 una diócesis, una nación y un catas­
tro? D e momento, le basta con una parroquia, un castillo y mojones que señalen
las líneas divisorias entre los campos.
Y sin embargo, esta masa, supuestamente disgregada, presenta una extraña
coherencia; aísla fuera de sí a todos cuantos no se identifican con ella, los confina
en la soledad o el desprecio: judío, errante, extranjero, juglar, todos se equivalen;
y el mundo de los excluidos se incrementa con todos los desechos de la sociedad,
locos, leprosos, mendigos, ladrones, proscritos. Esta «contra-masa», que vive en
los bosques, en el monte o junto a los fosos, es la parte abandonada al Mal.
Quien está solo está muerto desde un punto de vista social. Porque entre todos
los granos de arena que forman la sociedad existen vínculos potentes: una misma
sangre, el respeto de los mismos tabúes, la adhesión a las mismas leyes, la trans­
misión de un mismo patrimonio mental; quien se idesvía o es expulsado deja de
contar. En todas las sociedades, nada fortalece tanto el conservadurismo como
el principio de expulsión, aun cuando no lo acompañe el odio. Naturalmente, el
mundo medieval deja sitio para las excepciones y los estados de transición: un
pobre puede ser el enviado de Cristo, en el viajero de paso puede ocultarse un
narrador fascinante, y la prostituta pertenece al mundo de la estabilidad social.
Pero la regla no varía: un individuo sólo existe por sus padres, sus amigos o sus
vecinos. Señor, gañán o maestro pañero, poco importa, porque no se trata aquí
del nivel social; en cada uno de los distintos planos se teje una red de vínculos
horizontales, más importantes que todos los demás. Aplicando este criterio, más
bien es hoy cuando reina la anarquía; en efecto, no resulta paradójico afirmar
que pocas sociedades han sujetado a los hombres tan estrechamente como la de
la «anarquía feudal».
La pertenencia a un grupo, una familia, un oficio, un barrio, una devoción
forma, pues, la trama del tejido social;, por descontado, se pueden descubrir nive­
les en los que el comportamiento es modificado por los medios de existencia, el
ámbito cotidiano; pero en el bordado que adorna el atuendo del noble o en la
carne que come el patrón del obrador hay más simbolismo que valor económico;
lo mismo ocurre, en el plano militar, con la torre que revela la mansión aristocrá­
tica. A fuerza de revisar los documentos escritos, los juristas han logrado hacer-
nos creer también en la importancia de las desigualdades jurídicas: ¿quién no re­
laciona la noción de servidumbre con la época medieval? Y sin embargo, estas
restricciones que traban a un puñado de hombres -porque actualmente tenemos
la certeza de que no se trataba sino de una minoría— ¿tienen una incidencia sen­
sible en las relaciones humanas? ¿ Acaso el siervo queda excluido del grupo por­
que su testimonio no tenga valor ante la justicia o porque no se le permita formar
parte del ejército? La respuesta es no, y no se ve, en el seno de esta masa, por
dónde pasa la línea que separa al individuo totalmente libre y al de más bajo
estatuto. La cuestión constituye incluso un excelente campo de batalla para espe­
cialistas: ¿en qué momento un hombre cae en situación de «dependencia»? ¿En
' qué momento traspasa el umbral de la desposesión de sí? «Inmediatamente - a s e ­
vera la historiografía m arxista-. Llámesele o no “siervo”, el hombre de esta épo­
ca tiene un amo; como mucho, dispone de la libertad de escogerlo.» Yo, por el
contrario, pienso que muy tarde, ya que, si se considera la cuestión desde esta
perspectiva, el rey sería el único individuo libre en los tiempos medievales, y no
habría prácticamente ninguno en nuestro siglo xx; lo cierto es que en un cemen­
terio o una aldea en ruinas nadie puede descubrir el menor signo de falta de liber­
tad, y yo me inclinaría a situar la invisible barrera en la mentalidad colectiva,
cuando la humillación, pública o secreta, hiere al hombre disminuido: la chica
que le desdeña, el amo que le azota, el agente señorial que azuza a sus perros
contra él.
Esta cuestión de palabras no es en absoluto vana: se refiere a un aspecto esen­
cial del mundo medieval de Occidente; el trabajador —y todos trabajan, cada
cual según su estado, si no de otro modo, rezando— produce para sí mismo, y
lo que produce, él lo consume; no es ni un objeto cuya fuerza es aprovechada y
explotada a la manera de la Antigüedad, ni una máquina a la que se paga el
esfuerzo que realiza para otró. Marx supo ver en este rasgo la principal origina­
lidad del modo de producción medieval, distinto del esclavismo y del asalariado,
por cuanto el suplemento exigido por el amo tiene una contrapartida que no era
ni mucho menos trivial para\ los trabajadores de la época. Si el «señor» se queda
con una parte del trabajo de ips hombres es para, a cambio, protegerlos y juzgar­
los; nosotros, por la misma razón, pagamos impuestos, parte del fruto de nuestros
esfuerzos: ¿podemos considerarnos más o menos alienados que ellos?

. . . e n movimiento perpetuo

Este mar de arena que acabo de sondear brevemente aparece, cuando se le


observa con mayor detención, agitado en su seno por un «vaivén» constante, un
«movimiento browniano», en expresión de Marc Bloch. Y ante todo en el sentido
concreto, etimológico, físicamente cinético de la palabra: vemos hombres que no
saben estarse quietos en un sitio, un mundo de campesinos que en nada responde
a la idea falsa pero tenaz del inmovilismo rural. Para nuestros padres, gente ho­
gareña y «asentada», resultaba difícil de concebir, y aun de creer; no así para
nosotros, en esta segunda mitad del siglo x x en que la juventud —y a veces, no
sólo la juventud— conoce mejor Marruecos que la Ardéche, y Nueva York que
Senlis. Poco importan las razones que se puedan atribuir a este fenómeno: ¿insa-

2. — FOSSIER, I
18 ■LA EDAD MEDIA

tisfacción?, ¿búsqueda de lo Otro?, ¿curiosidad?, ¿necesidades? Se trata, en todo


caso, de una peculiaridad que nos hace accesibles a los hombres del siglo xi. Por
otra parte, los ejemplos citados no bastan: el peregrino renano que se desplaza
a pie hasta Santiago de Compostela, el prelado italiano que, en cortas etapas,
acude a tomar posesión de su silla episcopal de York, el caballero de Borgoña
que combate en Portugal o el mercader y su tiro de muías que ponen en comuni­
cación Milán y Troyes recorren largas distancias, pero raramente se establecen
de ün modo duradero en su punto de destino. No por nostalgia de la tierra natal,
porque estas partidas, acompañadas de espléndidas limosnas o de ventas necesa­
rias para cubrir los gastos del viaje, semejan un exilio: quien se va se separa de
sus bienes y de su familia como si fuera para siempre. Pero donde más sorprende
esta agitación es en el microcosmos del «país»; se distingue con menos nitidez,
pero no cabe dudar de su intensidad, de la abundancia de desplazamientos de
pueblo en pueblo, por un matrimonio, por un trabajo. Los apodos que han dado
lugar a los actuales «nombres propios» no se generalizarán en el campo —y esto
tal vez sea aún más cierto para la ciudad— hasta que ya no sea necesario particu­
larizar a los hombres mediante el topónimo de su lugar de origen, es decir, hacia
1200 o poco antes; entonces van a ser los nobles quienes renuncien al remoquete
y adopten el nombre de su feudo o de su alodio. Al moverse así de la meseta al
valle y del valle a la ciudad, esta población se ve obligada a efectuar un «período
de prueba», a pasar por una situación de «extranjería», con todos los riesgos que
comporta, antes de ser admitida como residente, como «vecina», por el grupo
que la acoge, y no le dispensa de ello el provenir de un lugar situado a sólo una
legua. Y aún me sitúo entre 1000 y 1200; si retrocediera en el tiempo, vería sin
duda alguna imágenes más sorprendentes: el conjunto de este grupo moviéndose,
durante la alta Edad Media, de un lado a otro de un espacio rural todavía poco
dominado, en busca de una tierra nutricia; la inexistencia —en mi opinión— de
la aldea «clásica», con su cementerio y sus casas dispuestas alrededor de la iglesia,
antes de 900; en su lugar, una estructura incierta, dispersa, un hábitat con unos
cuantos siglos de duración que se desplaza por los terrenos cultivables, en torno
a una ruina antigua, un lugar fortificado o una necrópolis, únicos puntos fijos
donde echar el ancla. Nos encontramos aún muy lejos de la estabilidad aldeana.
¿Quién no ve los efectos de esta situación en el reparto de las parcelas, en lo
errabundo de los itinerarios, en la cohesión de los hombres por cuyas venas cir­
cula una misma sangre?
Este movimiento intemo es más profundo. He mencionado más arriba el con­
servadurismo básico de esta sociedad; más adelante, evocaré el espejo ideal en
el que se miran los intelectuales. Pero a falta de transformaciones revolucionarias
que logren imponerse derribando el artificial edificio levantado por los doctos o
venciendo la temerosa aversión de los demás, los sobresaltos y sacudidas que agi­
tan a la masa muestran que la osmosis existe. Se habla, con excesiva ligereza, de
la rigidez del cuerpo medieval, sin pensar que un guerrero puede no descuidar la
cuestión económica, o que un obispo puede combatir, un campesino montar a
caballo, un mercader casarse con una joven de la nobleza. No es una sociedad
de castas al estilo hindú; hoy, casi todo el mundo ha llegado a convencerse de la
constante renovación de la nobleza por abajo y del papel omnipresente de la Igle­
sia, y esta «burguesía ascendente» que desde Pericles escala uno a uno los ínter-
INTRODUCCIÓN 19

minables peldaños de la escalera del poder progresa varios tramos en la Edad


Media. Sólo hay un campo —pero de importancia capital— en el que este derribo
de las barreras interiores no parece muy contundente: en la forma del trabajo;
tal vez porque, justamente, cualquier persona puede emprender cualquier activi­
dad. Los economistas actuales deploran esta ausencia de división o de especializa-
ción en la producción, que para ellos constituye el signo de la falta de progreso,
del desdén por el provecho, del inmovilismo técnico; la señalan como causa prin­
cipal, a partir de 1300, de un estancamiento de larga duración, de una esclerosis
que afecta tanto a la agricultura como a la enseñanza universitaria; y dirigen una
emotiva mirada al sector lanero, quizás el único que franqueó el umbral sagrado
de la «industria». Fuera de él, un eremita fabrica cestos, un carretero cava en el
campo y un minero forja una espada.
Se han indagado las causas profundas de esta mezcla de estancamiento y de
abertura, de compacidad y de osmosis. Hay quien ha creído encontrarlas en el
ámbito de lo mental, en la falta de aprehensión científica del tiempo y del espa­
cio. Sin embargo, la cartografía y el reloj son logros medievales, y, a un nivel
más modesto, también la agrimensura y la campana que marca la cadencia de las
horas canónicas. Por tal motivo, no me satisface esta explicación técnica. Más
bien me atrevería a sugerir que la verdadera causa hay que buscarla, como harían
los etnólogos de nuestros días, en las fuerzas que gravitan sobre el conjunto, fa­
voreciendo las mezclas pero frenando los progresos: el peso de lo sagrado y el
espesor del miedo, dos aspectos también fundamentales de. toda sociedad «subde­
sarrollada» .

Lo ininteligible domina

No basta, y ni siquiera ea correcto, despachar el primero de los citados proble­


mas alegando el cristianismd o el islamismo. Es cierto, no obstante, que en estas
dos áreas culturales —y, sobre todo, en la primera— el peso de los ministros de
la divinidad o la confusión de 1qs poderes teológico y material dio un barniz reli­
gioso a todas las formas de la vida-social. Tal vez en ninguna otra época ni lugar,
salvo en el Japón del siglo xvii, el «clero» ha sido tan abundante y proteico como
entonces: los monjes y los anacoretas están a la cabeza de un artesanado fuera
de los circuitos habituales, los obispos gobiernan y legislan, los nobles hacen la
guerra santa y el artesano amolda su jornada de trabajo a los horarios de la parro­
quia; el Islam revelaría, mutatis mutandis, un rostro similar. Pienso que este cua­
dro ofrece una buena copia de la realidad. La verdad es que las dos religiones
triunfantes supieron captar las necesidades y aspiraciones de los pueblos en el
terreno de lo sagrado: lo único que hicieron fue ocupar el lugar de dichas necesi­
dades y aspiraciones. Y con esta aserción no me propongo, ni mis conocimientos
me lo permitirían, resolver el interrogante planteado en tiempos reciente, por
Jean Delumeau: «¿Puede decirse que la Edad Media fue verdaderamente cristia­
na?». Por descontado, un conocimiento, incluso rudimentario, de la documenta­
ción medieval parece indicar que sí: invocaciones piadosas, motivos religiosos,
principios morales acompañan la venta de una simple parcela de viña, y una cruz
acuñada en el reverso de las monedas las pone a salvo del Diablo. Pero esta Ley
20 LA EDAD MEDIA

de Dios que parece regir por encima de la de los hombres, o más bien englobarla,
configura un mero teísmo: los preceptos que aplican estos actos en sus manifesta­
ciones exteriores se presentan con un hábito cristiano, pero son tan hindúes, chi­
nos o platónicos como cristianos. Conciernen, sencillamente, a la moral social,
cuyo fundamento es la noción del Bien, identificado con el interés de la comuni­
dad y con la costumbre.
Imposible ofrecer una prueba más terminante de ello que la que nos propor­
ciona la concepción de la sociedad cristiana ideal tal como la formularon, entre
1025 y mediados del siglo xii, toda una serie de moralistas entre los cuales no
sólo se cuentan hombres de Iglesia. No hace mucho, Georges Duby ha dedicado
un libro difícil pero capital a este trasfondo mental en que se apoya la ideología
dominante, a esta imagen de sí misma que quiere crearse; «lo imaginario del feu­
dalismo» se basa en la célebre partición de la sociedad en tres funciones, en tres
«órdenes» complementarios pero estancos: la oración, la guerra y el trabajo, orci­
tares, bellatores, laboratores. Ahora bien, se trata de la tripartición europea estu­
diada por Georges Dumézil en diversas áreas culturales: lo sagrado, la fuerza y
la reproducción, tres vías que informan toda la mitología antigua, por no decir
también la contemporánea, tres mitos que explican la ordenación del mundo.
Nada tiene que ver, pues, esta concepción con el cristianismo. Y tampoco hay
en ella nada que podamos considerar típico de la Edad Media, porque este esque­
ma, puramente intelectual, es desmentido por la realidad cotidiana a la que me
he referido más arriba; el hecho de que se esgrima con frecuencia se debe preci­
samente a las constantes vulneraciones de que es objeto, y la obstinación en afir­
marlo obedece a la necesidad de mantener en orden una sociedad que no se re­
conoce en él. Un esquema, en definitiva, conservador y religioso al mismo tiem­
po, que integra lo sagrado en los estratos sociales, pero que resulta insuficiente
para impedirles evolucionar, y cuya comprensión sólo está al alcance de un puña­
do de letrados. i
Por tal motivo creo indispensable, a mi vez, incitar a la colaboración de etnó­
logos e historiadores. Porque para el hombre medieval, este ámbito de lo sagra­
do, que la Iglesia usurpó orientándolo hacia una divinidad única y antropomórfi-
ca, sigue siendo perceptible, con toda probabilidad, a través de otros canales. En
vano se intenta obstruirlos o captarlos: el mundo de los muertos, las fuerzas na­
turales, los interdictos milenarios escapan al control del clero y atribulan incluso
el espíritu de santos eremitas cuando el Maligno los emplea para tentarlos. No
se trata de «superstición» o de «magia», como se dirá tras la operación coercitiva
de la Contrarreforma, sino de un contacto íntimo y espontáneo con lo invisible
y lo incomprensible, con todo lo que está más allá de los sentidos y del sentido
común, fuerzas a las que no se sabe si hay que combatir o acatar: los caprichos
del cielo, la vida secreta de la naturaleza, las virtudes de las piedras, el regreso
de las almas atormentadas, la reencarnación, el milagro, que va desde la lámpara
que no se rompe al caer hasta el impacto nervioso que hace ponerse en pie al
paralítico tocado por una reliquia. La Iglesia medieval, celosa guardiana de la
Ley inmutable pero pastora comprensiva de un rebaño medroso, retrocede, es­
quiva, adopta, rectifica; cuando, hacia 1300, se crea lo bastante fuerte para rom­
per, se quebrará a sí misma. Por otro lado, esta pujanza de lo sobrenatural le
sirve para dar más fuerza a sus enseñanzas. El ejemplo de los tabúes sexuales
INTRODUCCIÓN 21

es uno de los mejores entre todos los que se pueden dar; puede que la Iglesia
tuviera un interés material en proscribir como incestuosos los matrimonios entre
parientes hasta el séptimo grado (sin lugar a dudas, equivalía a poner en una si­
tuación difícil a la aristocracia guerrera, en extremo consanguínea), pero para ello
se apoyaba en la robustez, desde hacía milenios, del tabú del incesto extendido
hasta el primazgo. El hecho de que, en el siglo xm, moderara la prohibición hasta
situarla en este nivel significa, a los ojos de muchos historiadores, que ya no tenía
motivos para temer a la nobleza; yo creo, más bien, que la Iglesia no pudo, con
su interdicto, triunfar sobre lo que ya existía, consolidado desde muy antiguo y
más fuerte que ella.
Sería abusivo limitar a lo ya dicho el peso de lo sagrado en la sociedad medie­
val. Su imperio es más vasto: afecta al símbolo de los números y de las figuras,
lo cual desespera a nuestros contemporáneos, persuadidos de que las matemáticas
son una ciencia exacta. La medida es algo que atañe al príncipe y a quienes tienen
el poder en sus manos: poco importa entonces que equivalga o no a la de la aldea
vecina; es la medida del señor, y no hace falta más. Pero, dado que desempeñan
un papel cotidiano e inmediato en la vida de los hombres, es preciso señalar es­
pecíficamente dos de los terrenos en que reina lo sagrado. La escritura en primer
lugar; y no sólo los libros santos y su glosa, asunto de letrados y pensadores, sino
todo lo que queda fijado en pergamino o en piedra y, por este mero hecho, pa­
rece participar de lo eterno y lo divino. Hace ya mucho tiempo que se ha obser­
vado que la reverencia por la escritura se acentúa a medida que aumenta su rare­
za: el mismo Petrarca se recogía ante un Homero a quien no podía leer; ¿cuál
no sería la reacción de los campesinos ante quienes un frailecillo blandía un título
de propiedad? Formidable tentación para los falsarios, que, en efecto, fueron le­
gión durante los siglos en los que la prueba era de naturaleza divina; la voluntad
de Dios ha protegido al vencedor en la palestra o al sospechoso que logra superar
una penosa prueba de orden puramente físico; ¿quién pondrá en duda que tam­
bién ha sido Él quien ha inspirado al redactor de un docümento o de un código?
Así, por una curiosa inversión, Italia, que no cesa de escribir y que hojea los
escritos de la Antigüedad, ha dejado de creerlo y soslaya el Derecho, mientras
que en Alemania o efí-Francia, en los lugares sin códigos, se cotejan incansable­
mente las usanzas de transmisión oral para mayor seguridad de no incurrir en
error. Tampoco cabe disimular, por otra parte, que tanto en un caso como en el
otro, el atropello legal acecha siempre al individuo. Ahora bien, no siempre re­
sulta fácil recurrir a la escritura; este texto escrito que solamente una minoría
—exigua durante muchos siglos— es capaz de descifrar debe llegar a conocimien­
to de todos, y a través de una boca sagrada: la del sacerdote desde el púlpito, la
del príncipe a su paso por el lugar, la del eremita a quien se va a consultar. A
partir de este momento, la palabra, el verbum, tiene fuerza de Ley, al igual que
Cristo es el Verbo de Dios. Cuando la palabra ha salido de aquellos labios, no
queda ningún recurso; nadie puede ya ignorar la ley una vez que ha oído enun­
ciarla; evidentemente, si no ha tenido ocasión de oírla y no sabe leer, no se le
puede aplicar nuestro adagio de letrados: la ignorancia de la ley no exime de su '
cumplimiento. ¿Cómo no pensar en todos aquellos que, sin mediar por su parte
una voluntad de infringirla, pecaron o desobedecieron porque eran analfabetos?
Sólo una barrera podía contener a las fuerzas que tendían a sumir la sociedad en
, V w fc - í
22 É¡),\¡) MEDIA

el desgobierno, una barrera lo suficientemente alta y sólida para mantener en


una armonía relativa a la gran masa de los hombres: el miedo, cuarto rasgo esen­
cial de la sociedad medieval.

El miedo siempre presente

Venerar lo sagrado que no precisa de justificación, o admitir sin discusión lo


que afirma un texto escrito o la palabra formulada por superiores en la escala
social, constituyen ya sendos actos de temor; temor de quedar separado del grupo
de los sometidos, de convertirse en el «fuera de la ley» refugiado en un bosque,
en el hombre «sin casa ni hogar», solo, amenazado, cuya figura he evocado más
arriba. En una sociedad sin recurso público, esto podía bastar para acallar los
individualismos e imponer la obediencia. Quien se rebela o actúa en contra de la
usanza establecida hace una elección (haeresis) de índole religiosa: es. sacrilego,
es herético, y arde en la hoguera; para ello no hay ninguna necesidad de crear
una inquisición o de hacerle hostigar por la Iglesia. La opinión general condena
al «descarriado». Para evitar este destino atroz hay que conformarse a las usan­
zas, a la costumbre, de las que son depositarios los viejos, los sabios, los séniores;
es fácil apercibirse de cómo la palabra sénior experimenta un progresivo desliza­
miento semántico que va acompañado de un deslizamiento de su sentido jurídico.
La mejor manera de ser un hombre respetuoso de la costumbre consiste en estar
vinculado a los demás en la parroquia, la cofradía, el oficio, el conroi (o estatuto
social propio), al convento, en participar, en ser un miembro integrante de la
comunidad, alguien que hace como todo el mundo y espera recibir el mismo trato
que da. Y, en efecto, ¡cuántos individuos no libres se han infiltrado entre los de­
más porque se han convertido en lo que la gente creyó que eran! Para explicar
el rigor de los monopolios de fabricación artesaiial en la ciudad, la fiebre del pro­
teccionismo, el ansia dé prohibir la libre competencia, de «hacer buena mercan­
cía» por parte de uno o «buena justicia» por parte de otro, no hace falta invocar
la preocupación por el bien público, la caridad cristiana o la moral social; basta
con recordar que todo transgresor sería excluido del grupo, si no borrado del
mundo.
Un carácter audaz puede probar suerte y rehusar este conservadurismo abru-
mádor, pero no escapará a la angustia de la salvación. Hombres de gran lucidez
conocen sus propias flaquezas y no tienen la soberbia de muchos de sus sucesores.
El pecado es fácil, las tentaciones numerosas, el arrepentimiento indispensable:
las limosnas in articulo mortis o en previsión del mismo, el ingreso del agonizante
en una orden religiosa o la cuenta corriente abierta a Dios en las contabilidades
de los banqueros florentinos no son comedias; la sinceridad de tales acciones pa­
rece incuestionable, y la mejor prueba la constituye el hecho de que esta búsque­
da de redención revela un increíble egoísmo: en beneficio de sí mismo o de su
alma, el mercader inquieto despoja a toda su familia, el señor dispone de sus
bienes en contra de toda prudencia, y Carlos V de Francia, en su lecho de muer­
te, anula todos los impuestos. ¡Y que se apañen los supervivientes! Las virtudes
cardinales se conciben al pie de la letra, a la manera de ritos: la fe nunca es ex­
plorada ni puesta en tela de juicio; la esperanza toma cuerpo cuando se llega al
INTRODU 23

final del recorrido; la caridad se compendia en la limosna. ¿Sequedad de cora­


zón? No, puesto que si así fuera veríamos crecer malsanas protuberancias en te­
rreno abonado: odio al otro, venganzas obtenidas mediante perfidia, negativa del
perdón..., lacras muy raras todas ellas en estos tiempos poco refinados, de emo­
ciones bruscas pero profundas. Más bien miedo, acrecentado con la edad, de no
hallarse en condiciones de merecer la verdadera vida, la que sigue a la muerte.
Evidentemente, de nuevo, existe la resignación para acompañar al «creyente» en
su «paso» por la tierra; así lo predicará la Iglesia, prometiéndole reparación para
más tarde.
Miedo de no ser como los demás, miedo de condenarse, nobles sentimientos
sobre los cuales no carecemos de testimonios. Nuestras fuentes son menos locua­
ces sobre otro temor, solapado, siempre cerca, cotidiano; oigamos a Marc Bloch:

No se trataba, como ocurre en nuestros días, de la angustia del peligro atroz


pero colectivo ... que supone un mundo de naciones en armas; ni tampoco —o, por
lo menos, no prioritariamente — del temor a las fuerzas económicas que trituran al
pequeño y al desasistido por la suerte. La amenaza de todos los días pendía sobre
cada destino individual;

esta amenaza se llamaba hambre, peste, violencia y la necesaria huida ante tales
plagas. Nadie escapa a ella: en los pantagruélicos festines de la aristocracia, más
allá del «parecer», está el miedo de faltar un día; en la avidez del fraile que recla­
ma el diezmo, el de no poder pagar un tributo; en las preocupaciones del hombre
urbano, en el subconsciente de Renart, el fantasma de la carestía, una vez ali­
mentado el amo. ¿Fermento de solidaridad? No es muy probable en una época
en que la caridad es asunto personal; como mucho, factor que incita a estrechar
las filas en la céluli familiar —lo cual es positivo—, más allá de las adversidades
inmediatas.
Sé muy bien que estas líneas sobre el Occidente del siglo x i no responden a
los interrogantes ql\e el desarrollo del libro planteará al lector. Sólo he pretendi­
do fijar —a grandes rasgos, incluso forzando los rasgos, no lo ignoro— la figura
de un hombre de Europa hacia la mitad del milenio examinado en esta obra. Lo
he hecho, sobre todo, para que queden explicados mil episodios, mil reacciones
sorprendentes a nuestros ojos, que iremos encontrando a lo largo de la exposi­
ción. Muchos de nuestros contemporáneos, dispuestos a adjetivar como «medie­
vales» sólo los aspectos repulsivos de nuestro tiempo, dejan de lado el activo de
la Edad Media; mi intención ha sido la de tomar en cuenta ambas facetas. Por
otra parte, ¿acaso nosotros mismos, los profesionales de la investigación históri­
ca, podemos garantizar que captamos correctamente el alcance de los aconteci­
mientos en el espíritu de la época en vez de clasificarlos según nuestras propias
categorías racionales de pensamiento? Cien ejemplos pugnan por salir de mi plu­
ma, pero sólo daré paso a uno, porque es bien conocido y no hay en él ningún
trasfondo dudoso, al menos en estado bruto; además, está tomado de un sector
sencillo de la historia, el de las batallas: el 19 de septiembre de 1356, cerca de
Poitiers, el rey de Francia, tras haber iniciado con mal pie una empresa en la que
el éxito podía haberle sonreído, es derrotado y hecho prisionero por los ingleses.
Sobre este hecho no cabe ninguna duda. Si se . consultan los libros que narran
24 LA EDAD MEDIA INTRODUCCIÓN 25

este lance, todos, aun los más recientes, son unánimes: «desorden inevitable», algunas zonas, fue grave, pero afectó a todos los países;de modo que, al término
«desastre previsible», «reino decapitado», «disturbios mortales», «guerra perdi­ de este proceso, la presión de la Europa lluviosa seguía siendo la más potente,
da», «impuestos agobiantes» y demás lamentaciones del mismo estilo; en cuanto la más conquistadora.
a Juan el Bueno, el monarca vencido, tras su lamentable aventura no se le ocurre Ello es así, al parecer, por múltiples razones, aparentemente no vinculadas
escribir más que: «¡Habéis perdido a vuestro padre!». Un padre, en efecto: así entre sí: se puede atribuir, por ejemplo, una importancia cierta a la estructura
lo comprendieron los hombre de aquellos tiempos; ¡y qué padre! El «buen» caba­ familiar de tipo estrecho, escuetamente matrimonial, que triunfa en el oeste, y
llero, el que guarda intacto el honor de su casa, el reino de Francia: contra lo que va acompañada de un «modelo» conyugal, como dicen los demógrafos, más
que cabría esperar, la monarquía se salva, corno se hubiera salvado el imperio «natalista» que el inherente a las estructuras de tipo amplio a las cuales permane­
en 1870 si Bazaine no hubiera rendido Metz. El enemigo no se engañó sobre ese ce fiel el Islam, con entrega del niño a un ama de cría, nacimientos separados
punto: al dejar que su prisionero entrara en Londres como un rey -p o rq u e no por cortos intervalos, segundas nupcias y exogamia. Sin embargo, me parece que
podía permitirse obrar de otro m o d o - , Eduardo, el soberano inglés, estaba re­ hay que añadir a estas contingencias humanas los dos factores susceptibles de
nunciando a la corona de Francia. ¿Paradoja? En absoluto. Reacción del siglo multiplicar la fuerza aportada por cada trabajador: el animal y la máquina. Y en
x n , frente a la cual nuestro laborioso positivismo no raya a gran altura. este aspecto, es decididamente Europa, sobre todo la del norte y el oeste, la de
Por ello intentaré, ahora, poner de manifiesto los principales engranajes del las lluvias, los bosques, los abundantes cursos de agua, la hierba, quien se coloca
mecanismo, porque sus movimientos y sus eventuales modificaciones determinan en cabeza; más al sur, hay escasez de bovinos y de caballos de tiro, los hombres
una evolución que sin duda no deja adivinar el cuadro que he esbozado hasta se fatigan para mantener en estado de uso norias y foggara, que tan sólo les sir­
aquí. Al hacerlo, espero dar razón, igualmente, de algunos de los principales ven para la irrigación, mientras que en el norte se multiplican los molinos que
campos de la investigación actual, así como también de los problemas fundamen­ trituran o golpean granos, nueces, aceitunas, corteza de encina, hierro, pieles,
tales de la historia económica y social de la Edad Media que constituyen la mate­ serrín; Marx acertó plenamente al relacionar la Edad Media «feudal» con el uso
ria básica de este libro, y esta vez sin circunscribirme a Europa. del molino de agua, primer maquinismo nacido fuera de China o de la India.
Personalmente, creo que la desaparición del esclavo, utilizable hasta la muerte
pero de bajo rendimiento, es anterior a la aparición de los molinos, y que en este
Más hombres maquinismo hay que ver más bien un efecto que una causa del tránsito a un nue­
vo modo de producción. Porque de esto se trata: quien posea los animales, la
La cuestión de la mano de obra es la primera que se me plantea: cómo enjui­ máquina y las herramientas de calidad dispondrá de un poder económico primero
ciar un crecimiento o una contracción sin tomar en cuenta, ante todo, las dispo­ ■y político despu es, sobre los demás; podrá organizar el préstamo, el alquiler o la
nibilidades existentes de fuerza humana o gobernada por el hombre; la producti­ utilización obli gatoria de la máquina, y podrá obtener parte de su renta de la
vidad, obviamente, puede resultar modificada p®r la extensión de la superficie actividad de aquélla. Esta estructura no es exclusivamente rural; en la ciudad, el
agrícola aprovechable o por el nivel técnico de las herramientas de trabajo, pero telar, voluminoso^ caro, podrá desempeñar el mismo papel y servir de punto de
el primer factor es el número. de hombres. Ya he dicho, y a lo largo de la obra partida y de apoyo asalariado que no precisa del molinero. Siempre es posi­
habrá que volver de nuevo sobre el tema, que durante mucho tiempo la solución ble discutir sobre la rentabilidad o, mejor aún, la productividad de la máquina o
de este problema básico fue impenetrable. Hoy, la línea directriz, jalonada por de tal y cual animal de labranza; en la misma Edad Media se hizo: uno estimaba
puntos de referencia cuyo número aumenta en progresión creciente década tras que el caballo era demasiado frágil y costoso; otro temía quedarse sin corveas
década, permite una respuesta global: considerando el milenio en su totalidad, manuales; un tercero, por el contrario, se consideraba amenazado de ruina o des­
apercibimos un incremento bruto indudable e importante, pero con altibajos cro­ poseído. Pero lo principal no reside en estos incidentes, sino en el foso que aca­
nológicos - l o cual es secundario— y con desigualdades geográficas - l o cual es baba de abrirse entre la técnica del norte y la del Mediterráneo y que apenas se
grave—, que motivan grandes inflexiones en la historia de esta época. Dicho in­ halla colmado en esta segunda mitad del siglo XX.
cremento fue sin duda modesto en toda Europa hasta el siglo raí, tras el más
que probable retroceso de los siglos v y VI; vino a continuación el principio de
un desarrollo demográfico relativamente fuerte en la zona mediterránea hasta el Trabajar sin provecho
siglo X, con indicios de expansión más discutibles en Occidente durante la etapa
carolingia; a partir de 1000, empezó en las zonas costeras del «mar latino» una La productividad del mundo medieval pudo depender, como acabo de decir,
fase estacionaria, en la que sólo el siglo XI constituyó tal vez una excepción; en de estructuras demográficas o técnicas, y estar supeditada asimismo, por supues­
cambio —y éste es el hecho principal —, a lo largo de por lo menos dos siglos-, to, a las condiciones del marco geográfico en que se desarrollaba. En cambio, no
en el norte y el noroeste de Europa tuvo lugar un crecimiento continuo de la se suele atribuir la importancia debida a los «lastres sociológicos», para utilizar
población que, según estimaciones verosímiles, debió de triplicar el número de una expresión contemporánea, susceptibles de modificar su alcance. Este segundo
habitantes. _El repliegue posterior, entre 1350 y 1500, o más prolongado aún en resorte de la economía medieval no sorprenderá a quien haya comprendido la
26 LA EDAD MEDIA

importancia, en aquellos tiempos, de lo irracional, que condiciona unas «superes­


tructuras ideológicas» lo bastante fuertes para frenar, cuando no anular, el impac­
to de una nueva técnica o de una iniciativa. Dejemos de lado la rutina de los
campesinos o la pereza de los obreros, clichés del siglo xix que muy bien podrían
no tener ningún sentido aplicados a épocas más tempranas. Más difícil resulta
pasar por alto el sabotaje deliberado del trabajo requerido, lejano eco de la escla­
vitud pero sin el riesgo del castigo corporal: la corvea mal hecha, la prestación
que se hace esperar, el grano que deliberadamente se entrega de calidad medio­
cre; ¿quién sabe si durante siglos no hubo otro medio de socavar el «feudalismo»,
fuente de oposición de clase? Pero pienso que es a la vez más importante y más
tenaz la concepción misma del trabajo y la producción.
¿Es natural el hecho de trabajar? ¿Es indispensable trabajar para producir?
Pasado el tiempo en que un ganado humano se encargaba de realizarlo, este in­
terrogante sobre el trabajo se ha perpetuado de siglo en siglo, desde Séneca hasta -
los punks actuales: agotador, humillante, el trabajo, el manual al menos, desvía
la mente hacia quehaceres innobles, es signo de alienación y de degradación;
constituye una actividad servil, y puestos a establecer una jerarquía, más vale to­
mar o mendigar que producir, del mismo modo que es preferible errar con la
tribu a afincarse, o ser pastor que campesino: vieja maldición bíblica, castigo de
Caín, orgullo del beduino nómada, excusa de los patricios ociosos. Pero hay más:
Jesús y sus discípulos no trabajan, sino que cogen el trigo ajeno, y María, que
piensa, ha escogido la «mejor parte» frente a Marta, que le da a la escoba; como
mucho, el monje es el único personaje que, a fuerza de cavar, busca la expiación
en el esfuerzo y arruina su cuerpo para salvar su alma. ¿Cómo explicar, sin este
trasfondo, el malestar y la incomodidad de la Iglesia en cuanto se refiere a dicha
cuestión, el éxito de los eremitas del siglo xi, de los cistercienses aislados del x ii ,
de los frailes mendicantes del xm, por no hablar del monacato bizantino? La ten­
tación de despreciar el trabajo se hace tanto mástviva cuanto más contaminado
está por los compromisos y más desprovisto de sentido se percibe, como ocurre
en nuestro desdichado siglo. En lo que respecta a su justificación práctica —ad­
quirir más libertad para, a continuación, acumular beneficios—, estaría muy bien
si hubiera un reparto equitativo. Como dice Léopold Génicot: «Sin ser más mar-
xista que otros, creo que la idea del beneficio ha estado siempre presente en el
corazón del hombre». Sin duda es así, pero ¿quién puede alcanzar tal objetivo?
Además, sólo hay economía de beneficio cuando el excedente producido se orien­
ta hacia una ampliación de tales beneficios o de los negocios, con reinversión y
control del trabajo ajeno, estructura que conocemos bien. En cambio, ¿qué es lo
que vemos hasta, por lo menos, el siglo XIII, con la excepción de unos cuantos
grupos reducidos de mercaderes que la historiografía resalta de un modo abusivo?
El señor exige, y si es necesario toma por la fuerza, una parte del producto de
los esfuerzos de sus hombres; si se trata de un guerrero, organiza correrías y pi­
llajes; si de un rey, establece un régimen tributario; si de un prelado, no perdona
un solo dinero que le corresponda; pero las sumas así reunidas son para gastar,
distribuir, derrochar; coger para dar, sin afán de atesorar ni de invertir, rasgo
compartido, incluso, por el mercader que liquida su fortuna cuando le llega la
muerte. Este proceder solivianta nuestro espíritu de ahorro burgués: no rentable,
inepto, primitivo... Sin embargo, los textos sagrados parecen indicarnos que así
INTRODUCCIÓN 27

lo quiere Dios; por otra parte, nosotros no tenemos en cuenta la dimensión sagra­
da de la limosna, el banquete, la fiesta: no contar, tal es la actitud «noble» o
«santa». De ahí el curioso destino, en los manuales escolares, de los personajes
que, según nuestros valores, habría que alabar por su «sensata economía» o su
«habilidad maniobrera», pero a los cuales, por el contrario, todavía les persigue
el eco de las maldiciones, cuando no el desprecio, de sus contemporáneos: ¿hace
falta que recordemos la animosidad de que son objeto, entre los reyes de Francia,
Luis XI o Felipe IV el Hermoso, mientras todavía se lleva en palmas a san Luis
—Luis IX —, el «santo varón» que abandonó Aquitania a los ingleses e hizo mar­
car a los judíos como si se tratara de ganado, y a Carlos V, «restaurador» del
orden, quien logró realizar la proeza de reunir los elogios de su tiempo y los de
hoy, gracias a que, por un lado, restableció las finanzas esquilmando a su pueblo
hasta la saciedad, y por el otro, tuvo la inspiración de anular todas sus medidas
cuando vio venir la muerte. Porque los peores de entre los pecados, los que con­
denan al individuo a la exclusión suprema —cuya sentencia le será comunicada
el día del juicio— son la superbia, el orgullo que le impulsa a no temer a Dios
ni a los hombres, y la avaritia, la ausencia de la gratuidad.
En este contexto psicológico, la producción, el trabajo o su inexistencia, se
integran en un esquema que, idealmente al menos, se justifica muy bien. No me
gusta la palabra «feudalismo», arcaica, germánica y de etimología más que ambi­
gua, y no me parece que «señorialismo» sea menos eufónica; pero, dejando apar­
te el problema de las denominaciones, éste es el «sistema» al que me refiero, y
no se podría comprender sin lo expuesto en las páginas precedentes. Libre o no,
el productor está recluido en su celda doméstica indiferenciada: allí posee sus he­
rramientas y su mano de obra familiar, y tiene poder para decidir el reparto de
tareas y obligaciones. Produce para vivir y para mantener su instrumental de tra­
bajo, hierros, animales, aperos comprados a un artesano, todo lo cual implica un
contacto con lugares de intercambio, donde, sin embargo, no forzosamente inter­
viene el dinero. Se trata de su necessitas. Si es propietario de su vivienda o de
las tierras que cultiva, ha de velar por el buen estado de tales pertenencias; si
arrendatario, paga un canon sin remolonear mucho más que nuestros contempo­
ráneos. Su objetivo estriba en comer, no en invertir y prosperar; Pero debe entre­
gar a un señor, de una u otra forma —las hay muchas y diversas —, una parte de
los frutos de su esfuerzo. Éste, por consiguiente, tiene que rebasar el mínimo
estrictamente «necesario». Ahora bien, la cesión de esta parte que le sirve al se­
ñor para alimentar a los suyos y satisfacer sus ambiciones de poder, está justifica­
da por la contrapartida que el señoiUe brinda: la protección, la ley, el orden y
el recurso, que hoy, en principióTíe serían garantizados por el Estado. El hecho
de que aquél exija más de jo necesario, y encima lo derroche, puede indignarnos,
pero sería ignorar que en/estos abusos reside precisamente el prestigio del señor;
las «implicaciones del títiilo» son sólo un aforismo para lacayos del siglo xix. En­
tre las dos partes hay un contrato, sobrentendido hasta los alrededores de 1200,
por escrito en el siglo xm. Hasta entonces, los sobresaltos se deben al incumpli­
miento de cláusulas tácitas pero que forman parte de la costumbre; nos es difícil
vislumbrarlos, ya que, en los documentos, sus formas insólitas casi no han dejado
huella. Una sentencia inicua dictada por un tribunal aristocrático puede constituir
un signo; una condena por herejía da fe de una vulneración de las reglas más
28 LA EDAD MEDIA

estridente; ¿pero qué sabemos nosotros del agente señorial asesinado, de la hija
del mayordomo violada, de los almiares del señor incendiados, de los retrasos en
el pago de la talla? La tensión es constante, como también los reajustes determi­
nados por las fluctuaciones económicas, y hay que ser muy miope para no ver en
ello un tipo de lucha de clases adaptado a la coyuntura medieval. A partir de
1250 o 1275, las cosas cambian, primero porque renace el Estado, luego porque
nada funciona ya como debiera: el señor ya no cumple con sus deberes, el pro­
ductor ve peligrosamente amenazada su necessitas. Es una crisis de sistema que
comienza.

Un frágil «ecosistema»

No me incumbe, en la presente introducción, anticipar las explicaciones que


se pueden dar de este desmoronamiento del «feudalismo»; sin embargo, una por
lo menos importa, por cuanto desvela en parte el tercero y último de los resortes
fundamentales de la economía medieval: un equilibrio «ecológico» acerca del cual
no tenemos más que una lejana idea.
Si lo esencial es comer, todo debe concurrir a lo inmediato y a lo seguro. La
especulación sobre las modas o las necesidades, la especialización de los produc­
tos o de las regiones, tal como se anuncian ya en el siglo xiv, significan el fin del
ecosistema anterior, típico de los ocho o nueve siglos precedentes. Su equilibrio
se basaba en un régimen alimenticio rico en calorías y en materias primas inme­
diatamente disponibles; puede que, en Europa, la seda, el oro o la pimienta cons­
tituyan una rama comercial cautivadora de describir, pero no me interesa. Lo
que cuenta es la madera, la lana de las ovejas, el cuero de los bueyes, el cáñamo
que se encuentra junto a los cursos de agua, el hierro extraído de los más ricos
suelos arcillosos, la sal que sirve para todo. Son lo® prótidos animales, los glúci-
dos de los cereales, los lípidos vegetales o animales; frutos y «hierbas» vendrán
por añadidura si es posible. Todos estos elementos configuran un equilibrio, y
cualquier modificación de dicho equilibrio puede hacer que el edificio se venga
abajo, lo cual supone la carestía o la epidemia que la sigue. Como la tierra exige
mil cuidados, incluso cuando ya no es preciso desplazarse año tras año en busca
de nuevos labrantíos, los prótidos y lípidos animales provendrán del bosque, que
también hay que preservar por sus bayas, sus cortezas, sus ramas secas para leña,
sus troncos para construir. Si el bosque retrocede, y si no se puede meter el ga­
nado en un establo, se hace indispensable mejorar el rendimiento. Conociéndola
mejor, la historia de la alimentación constituiría un test de primer orden para el
historiador; Lynn White, al constatar los progresos de la agricultura ya en el siglo
x, exclamaba: «El siglo x rebosa de guisantes». Habría podido añadir de glúcidos,
de farináceas, de sopas espesas con que los hombres se ceban, pan, gachas, tor­
tas, sustancias todas que elevan a 4.000 y más la ración diaria de calorías por
individuo, cuando 3.000 nos parecería ya una cifra estimable; en cambio, una car­
ne de calidad mediocre, porque el ganado está suelto en el bosque y mal alimen­
tado, pocas vitaminas, un régimen desequilibrado que sólo el señor, quien se ati­
borra de los productos de la caza, logra tal vez compensar. Los cementerios reve­
lan las carencias alimenticias, cuyas secuelas son perceptibles en los huesos; no
cabe duda de que la situación mejora a partir de 1100, pero la fragilidad de la es­
pecie sigue estando sometida a los azares de la naturaleza: basta con un mal año
o con que después de 1300 empiece una fase húmeda para que se pudra el grano,
se cosechen espigas raquíticas, dejen de manar las ubres de los animales y escasee
el tocino; llega el hambre y poco después la peste. Y como, para no dejar de co­
mer, el noble hace la guerra, Europa entra en una fase de «calamidades». ¡A
quién le importa entonces la corona de Francia! Así, hay que preservar a la vez
el bosque y el labrantío, equilibrio difícil pero en el que todos están interesados,
porque de él dependen la necessitas de unos y el despilfarro de los otros.
Se me objetará que sigo hablando exclusivamente de Europa, y, lo que es
más, de la del norte sobre todo. No sin razón: más al sur, ya en Languedoc —¿y
qué decir del Magrib o de Siria? —, las llagas son evidentes; porque, a las dificul­
tades originadas por el clima —las cuales hacen más sobrios a los hombres, es
verdad, pero sin que, como se pretende a veces, consigan alimentarles realmente
con leche de burra y unos cuantos dátiles, queso de cabra y aceitunas— se suma
la mediocridad de los suelos y lo accidentado del relieve, que aísla al grupo y lo
fuerza a vivir de lo que produce, es decir, de muy poco. El algodón y el lino, la
cebada o la caña de azúcar, la oveja y su lana, la aceituna y el dátil conjuran el
peligro de la desnutrición; pero en estas zonas, sin intercambios, el ecosistema
no es estable: falta de hierro, poca madera, penuria de agua; es preciso remode­
lar las pendientes, irrigar con grandes dificultades; y, dentro de todo, la porción
cristiana de este mundo come carne de cerdo y bebe vino, una y otro desechados
en el sur, donde el calor echaría a perder la primera y haría temible el consumo
del segundo.
En este precario equilibrio no hay que olvidar el papel de las ciudades; en
ellas sólo se puede contar, para vivir, con los cerdos que limpian las calles de
inmundicias o con los huertos y campos englobados dentro del recinto amuralla­
do; la madera, el hierro, la lana trabajada en los telares urbanos vienen de fuera;
en cambio, sólo en la ciudad puede encontrar el señor lo que le distinguirá del
patán: pieles, joyas, bordados, acaso caballos y armas entre los que escoger; el
monje encargará asimismo a un taller de la ciudad el relicario cuyo labrado nunca
se le ocurriría confiar al herrero de la aldea. Así, la ciudad aparece, de modo
inevitable, como un elemento en contradicción con el ecosistema, por su propia
índole; es decir: independientemente de que, además, pase a la ofensiva, inten­
tando controlar sus fuentes de abastecimiento en comestibles o en materias pri­
mas. Y si se trata de un monstruo urbano como Constantinopla, Bagdad, Córdo­
ba, El Cairo, o incluso París y Milán en la etapa final de nuestro período, estos
leviatanes van a buscar hasta a veiste-y treinta leguas de sus puertas lo que nece­
sitan para vivir. Aunque, cptho mucho, sólo un hombre de cada cinco u ocho
habita en las ciudades, la /rrupción de éstas en el equilibrio económico y social
introduce un elemento perturbador. Y especialmente en un plano cuya mención
se habrá echado en falta en las páginas precedentes y que, de manera deliberada,
no he abordado hasta aquí: el del dinero.
Naturalmente, no es ni absurdo ni imposible prolongar una economía de true-^
que; pero ¿cómo fijar los valores respectivos de productos sujetos a los azares de
una procedencia lejana o de una naturaleza caprichosa que modifican sin cesar
sus precios en el mercado? El dinero, o más bien la moneda, no aporta más que
30 LA EDAD MEDIA

una comodidad técnica: así se comprendió durante mucho tiempo; en Occidente,


por lo menos, hasta el siglo x. Pero, en estas condiciones, para procurarse en la
ciudad, o incluso en el mercado de la aldea, un objeto nuevo o precioso, hace
falta numerario, sobre todo hacia finales de temporada, cuando aún no se ha co­
sechado y sería imprudente desprenderse de los víveres de reserva. El dinero que
necesita el señor lo exige del productor, y para suministrárselo y poder disponer
también de una cantidad para sí mismo, este último deberá vender, y por consi­
guiente, producir más. D e este modo comienza a perfilarse una economía de mer­
cado, a la que lá ciudad añadirá su escaparate tentador y, más tarde, el salario
pagado a los obreros de los talleres. En definitiva, a medida que el dinero, acom­
pañado de su lacayo el beneficio, desempeña un papel de importancia creciente
en las relaciones humanas, resultan afectados, no sólo el «feudalismo» —sistema
sinalagmático de prestaciones en teoría equivalentes—, sino también el ecosiste­
ma en bloque. En efecto, si el numerario posibilita la adquisición de lo que falta,
ya no hay necesidad de empeñarse en respetar la división de la naturaleza en dos
sectores, el infield y el outfield de los geógrafos ingleses, el plain y el bosc de los
romans courtois, el ager y el saltas de los agrónomos romanos. El avance o el
retroceso de las tierras vírgenes corresponden entonces a modificaciones profun­
das de la relación entre el hombre y la naturaleza, no a reajustes coyunturales;
lo mismo se puede decir con respecto a los vínculos que unen al productor y a
su señor. Así pues, no hay que ver en el «declinar del sistema señorial» el origen
exclusivo del desmoronamiento de la estructura medieval «clásica»; la causa últi­
ma reside en la ciudad. Con razón se buscan en ella las primeras estructuras ca­
pitalistas, las primeras manifestaciones de los «valores burgueses», los primeros
signos del individualismo y de la mentalidad emprendedora.
Tal vez a estas alturas el lector percibe mejor la espina dorsal de nuestra ex­
posición, lo que le da su dinamismo. En Europa occidental, la Edad Media vio
nacer, instalarse y, por último, desintegrarse poco a poco un determinado tipo
de producción, un determinado orden de relaciones humanas. Fuera de Europa,
las contingencias son demasiado distintas para poder pretender, sin artificio, que
exista la misma evolución. Por tal razón, nuestro trabajo no se guía por una pauta
como: nacimiento, vida y muerte del «feudalismo»; si tal hiciéramos, concentra­
ríamos sobre Europa toda la luz de los reflectores; y, al finalizar el recorrido, no
tendríamos ante nosotros más que un cadáver. Desentendámonos, pues, de la
evolución de esta estructura, que es una etapa en la historia del hombre, frágil
como todas las demás. Por el contrario, si examino los comienzos de la época
que vamos a recorrer y, a continuación, desplazo la mirada hacia su período final,
las modificaciones saltan a la vista: en el punto de partida, el don y la protección
rigen las relaciones humanas, y su precio lo pagan, de diversas maneras, todos
los hombres, algunos de los cuales ni siquiera reciben este nombre; en el punto
de llegada, una economía de mercado —urbana o n o—, la búsqueda del beneficio
y el afán de invertir o de expandirse animan a Europa, pero aparentemente sólo
a ella. En el intervalo, ha tenido lugar un desgarramiento mental por el que los
«valores burgueses» que he evocado poco más arriba —espíritu emprendedor,
gestión racional, apetencia de lucro, interés privado — han sustituido a los «valo­
res nobles», limosna, sumisión, costumbre, bien público. Además, y en parte de­
bido a la disolución del «feudalismo», el homo faber, el trabajador «en estado
INTRODUCCIÓN 31

bruto» de los primeros siglos, se ha convertido en un homo oeconomicus, un pro­


ductor cuyo esfuerzo encaja en un nuevo sistema económico, en el que los inter­
cambios, las inversiones y la búsqueda de mercados suscitan iniciativas audaces
y, a menudo, belicosas. La segunda mitad del milenio medieval se caracteriza
por un aumento notable del utillaje técnico y por una expansión demográfica im­
portante —pese al reflujo final— que favorecieron incontestablemente a la Euro­
pa cristiana, y en especial al norte y a la vertiente atlántica, las dos zonas que
sacaron mejor partido tanto de las novedades como de las constantes. Como di­
cen los economistas actuales, a finales de la Edad Media, Europa «inició su des­
pegue».
Este fenómeno capital, del que la subsiguiente conquista del mundo es la cul­
minación lógica, presenta una serie de aspectos que el historiador siente la tenta­
ción de estudiar por sí mismos; actitud fundamentalmente desacertada. Así ocu­
rre, en primer lugar, con el vuelco sufrido por las relaciones entre el campo y la
ciudad: esta última, ávida, equipada y conquistadora, es la que está ahora a la
cabeza del mundo, en ella se hacen las fortunas y se elabora la política, en ella
se disciernen antes y mejor que en ninguna otra parte el desarrollo de un capita­
lismo mercantil y artesanal, el asalariado, la apropiación de los instrumentos de
trabajo por parte de los amos. La polarización social hacia los extremos de la
escala humana aparece a continuación, con un fundamento económico y no ya
espiritual o jurídico como antaño; dicha polarización rompe en dos cada uno de
los antiguos estratos, cada uno de los «órdenes» de los intelectuales, y constituye
la base de las rivalidades sociales, las «luchas» ahora más visibles, y también más
comprensibles para los sociólogos de hoy: grandes nobles palaciegos e hidalgüelos
hambrientos, campesinos prósperos y braceros con el vientre vacío, maestros he­
reditarios de los oficios y obreros pagados a jornal, mercaderes enriquecidos con
ínfulas de nobleza, y desempleados peligrosos. Y como el control ejercido sobre
los hombres ya no es sino excepcionalmente el del señor, como en su lugar se
infiltra, se impone la fiscalidad del rey o la justicia de sus agentes, hay quienes
no vacilan en emplear la expresión «feudalismo de Estado», y en considerar como
su hija cruel a la ciega y envilecedora monarquía absoluta del siglo xvm. ¿Cómo
no deducir de los datos disponibles que el poder vinculado al dinero y el interés
personal —denominado «bien público»— dominan ahora en Europa? Para sobre­
vivir, la Iglesia no tardó en manifestar su convencimiento de que así era; y al
igual que había garantizado la absolución y la cobertura espiritual al «feudalis­
mo», bendijo y fomentó el otro efecto de este cambio capital: la expansión de
ultramar en busca de metales preciosos o de productos rentables. La consecuen­
cia fue la colonización de los restantes continentes, empresa conjunta del merca­
der, que espera el provecho pero rehúsa las penalidades; del príncipe, que sub­
venciona con la vista puesta en sus finanzas tanto como en la gloria; del segundón
ocioso, que siente despertar en él los apetitos del pillaje, la violación y el racismo,
y los eclesiásticos, que se persuaden de la necesidad de salvar almas ajenas a su
influjo.
Creo haber justificado el tono y la ordenación del proyecto. En el punto de
partida, tenemos unas áreas económicas y culturales, rivales pero complementa­
rias, a menudo herederas de un mismo legado y con idénticas estructuras, pero
cada cual con sus propias posibilidades y servidumbres: el cuerpo mutilado de la
32 . L A EDAD MEDIA

Romanía, cuyas, partes aún vivas conservan una notable solidez; el Islam, catali­
zador de lo más selecto antiguo, pero conjunto inconcluso de cos­
tumbres. y culturas antaflo írreductibles unas a otras; por último, Occidente, masa
bulliciosa e inorgánica en la que fermentan monstruos y tesoros. En el punto de
llegada, destaca sobre todo una concentración de todas las fuerzas de futuro en
el tercero de estos espacios, que a partir de entonces organiza en su periferia las
restantes áreas económicas y culturales, eslava, turca, siria, egipcia, magribí, pre­
parándolas para servir de etapa intermedia en el momento del salto hacia los
mundos que aún quedan fuera de su alcance, América, África negra o Extremo
Oriente. El hecho de que este resurgimiento se impusiera, poco a poco, entre
1000 y 1500 constituye la razón por la que debía corresponder a Europa la parte
principal en nuestro campo de estudios. Por supuesto, se habría podido abordar LA FORMACIÓN
por separado cada una de las tres zonas referidas, con lo cual el relato ofrecería,
sin duda, una mayor cohesión local; o bien tratar uno tras otro los grandes temas DEL MUNDO MEDIEVAL
de esta evolución tras haber recalcado bien la base inicial y mostrado la desembo­
cadura, con lo cual se hubiera seguido mejor el desarrollo lógico. Sin embargo, 3 5 0 -9 5 0
me parece que al tomar la cronología como criterio se pone más de manifiesto
el proceso esencial en su puesta en marcha y fases: la existencia, al principio, de
dos campos —y lu ego.tres- en los que Europa occidental ocupa, incontestable­
mente, el último lugar; más tarde, la acumulación primitiva en sus manos de to­
dos los triunfos, mientras el Islam y Bizancio, ya alcanzados, se estancan; y por
último, su primer salto hacia delante en medio del estruendo provocado por múl­
tiples crisis de las que surgirá una Europa nueva, moderna, capitalista y conquis­
tadora del mundo.
4
PREAMBULO

Encajada por la fuerza, desde hace cien años o más, en los cerebros infantiles,
grabada en todas partes, escrita, repetida, se erige al borde del camino la peren­
toria afirmación: «La Edad Media empieza cuando se extingue la civilización me­
diterránea antigua». Paul Valéry afirma que todas las civilizaciones son mortales,
y André Piganiol, por su parte, exclama: «¡El Imperio Romano fue asesinado!».
¡Ceguera culpable! Las civilizaciones no mueren; envejecen y acaban transfor­
mándose en otra: la que fue aplastada en América por los cañones de los españo­
les salta a la vista en el siglo xx, desde el Perú hasta Río C¡rande; las del Africa
negra, violadas, esclavizadas o corrompidas, no han desaparecido de la faz de la
tierra, como lo prueba su persistencia tanto en Luisiana como a orillas del Zam-
beze; ni han perecido tampoco las del Cercano Oriente, la India o el extremo
este y sudeste de Asia, laceradas por conquistas, saqueos y opresiones; ni tampo­
co la nuestra, la de Europa occidental, aun cuando su semblante en nuestra época
sorprendería al hombre de la Edad Media, de la Revolución francesa o del segun­
do Imperio. Los eruditos del siglo xvn que situaban a Clodoveo y a Carlomagno
en la Antigüedad percibían mejor esta continuidad que sus sucesores del xix.

¿De un mundo a otro?

Pero es preciso empezar. ¿Dónde señalar una cesura mediante la cual justifi­
car sin excesivo artificio que entre 350 y 450 un mundo ha dejado paso a otro?
¿En qué momento se franquea el umbral de la Edad Media? Y, ante todo, ¿tuvie­
ron conciencia de efectuar este tránsito los hombres de aquellos tiempos? Leyen­
do sus escritos —no todos son solventes— se comprueba que, principalmente,
dejaron constancia de dos impresiones. En primer lugar, expresan un sentimiento
tenaz de fatiga y desesperanza; no perciben más que chirridos en la máquina del
Estado, deploran los abusos flagrantes, las crueles injusticias, la ausencia de un
destello cualquiera que permita confiar en el futuro; buscan en la huida, o bien
en la rebelión, un hipotético remedio a su «crisis de sociedad»; los vínculos que
unen a los más acomodados de entre ellos —vínculos de cultura, de intereses, de
costumbres comunes— siguen actuando, desde Bretaña hasta Siria, pero la co­
rrespondencia que mantienen, ya se trate de obispos o de retóricos, no versa sino
36 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 PREÁMBULO 37

sobre la urgencia de una renovado. En segundo lugar -p a r a ellos este punto es a mi parecer, una ósmosis lenta, irresistible, quizá más sufrida que deseada, pero
menos primordial—, se encuentran rodeados de demasiados extranjeros, a los que no se explicaría si, a todos los niveles y en todos los terrenos, los dos mundos
cuales pagan, alojan y emplean, pero cuya lengua, usanzas y hábitos alimentarios no estuvieran en un pie de igualdad. ¡No en el Este! —se me replicará-; simple
les resultan chocantes y les apartan de ellos: Sidonio, obispo de Clermont, en discordancia cronológica, como se verá más tarde con los eslavos, los árabes o
cuya diócesis hay godos instalados, los juzga demasiado familiares y pegajosos, y los bereberes, amén de que oponer el arte de las estepas al helenismo constituye
se queja de su olor a cebolla y a manteca rancia. De este mal, apenas perciben una discusión vana. Por otra parte, allí donde los hay, los núcleos de resistencia
el origen cronológico, ya que dura desde 250 o 300 por lo menos, pero en cambio, no tienen nada de una «reserva de élites»; sólo la asa cuenta: ciega o consenti-
tienen la firme creencia de que su perpetuación no es ineluctable, y de que su dora, se despertó, nueva, en la Edad Media.
fin se acerca: Y estos dos sentimientos son tan netos, y al mismo tiempo tan pa­ |
recidos a los que caracterizan a nuestro siglo xx, que por lo que a mí respecta lllLIOTfCA • TlJNJA ?
pienso que nos hallamos en una situación idéntica a la de los «romanos» en la
¿ Dónde situar una cesura?
época de las «invasiones», con la diferencia de que en la actualidad éstas vienen
del sur y no. del norte; inversión de los papeles ... Puesto que hemos de intentar resolver la cuestión, lo mejor será explorar to­
Nosotros, que gozamos del privilegio de conocer el porvenir de los hombres dos los ámbitos en que se mueven los hombres y buscar en ellos una huella que
de aquellos tiempos, somos tal vez más sensibles a dos características que ellos nos permita trazar una demarcación. ¿El número de individuos? Lo cierto es que
consignan raramente o que no creen duraderas. Advertimos el hundimiento de no podemos determinar con exactitud su variación. Con el apoyo de razonamien­
las estructuras administrativas antiguas, el bloqueo progresivo de los engranajes tos, «impresiones» y probabilidades climáticas, la demografía histórica tiende a
del Estado, la sustitución por otro tipo de autoridad de la que emanaba de la res persuadirnos cada vez más de que la zona maditerránea experimentó por enton­
publica', de hecho, sólo podemos apreciar tales fenómenos con claridad en la Ga- ces una brutal desecación, con su cortejo de carestías, malaria y epidemias, las
lia, en Bretaña, en España, en Iliria y en África; en las restantes zonas, las cre­ cuales mermaron a la vez el vigor y la productividad de todo el flanco sur del
cientes divisiones regionales siguen disimuladas, cubiertas por un manto de Noé, Mare Nostrum; más al norte, por el contrario, el calentamiento atmosférico im­
el «poder imperial». Nos parece, asimismo, que los objetivos tradicionales de la pulsó a los pueblos de los bosques y las estepas a emigrar'hacia las regiones me­
Romania se han modificado: ya casi no se habla de limes, de fronteras que defen­ ridionales. La interrupción de las guerras de pillaje, proveedoras de mano de
der, de civilizaciones que preservar o de ejército popular; se alzan voces para obra gratuita, y la necesidad de trabajadores inmigrados procedentes del otro
celebrar la nueva sangre que irriga el imperio, la de los hombres que incesante­ lado del Rinn y del Danubio son factores que se combinan para justificar las «in­
mente atraviesan el Rin, el Danubio, el Eufrates o el Atlas. Quienes así vuelven vasiones» y no pocas de sus pecullaridades. No es tan seguro que esta afirmación
la espalda al viejo reflejo obsidional de Roma son cristianos para quienes todos se pueda aplicar también al este del Imperio, donde, en todo caso, dichos factores
los hombres son hermanos, pobre gente o intelectuales lúcidos que esperan la aparecen menos pronunciados. Por otra parte, en materia semejante ¿dónde fijar
renovación de parte de estos hombres sin pasado que llegan como soldados, como una línea irrebasable? Apuntemos, pues, la causa y el contexto, pero renuncie­
campesinos., como herreros, como «domésticos». Sus «invasiones» tienen a veces, mos a asignarles una fecha.
es cierto, un aspecto global y violento que impresionó a los cronistas de la época Dejemos asimismo de lado la mutación cultural, sobre la cual he dicho dos
y que sigue propalándose en nuestros manuales escolares; pero la infiltración in­ palabras más arriba. Es cierto que el latín se corrompe y que el griego pierde
dividual, o por parejas, o por grupos reducidos, comenzó ya a mediados del siglo terreno; los espíritus refinados lo deploran y los testimonios abundan; el arte he­
m, y los alemanes tienen razón en preferir el término de «desplazamiento de pue­ lenístico se marchita y los monumentos son bastos. Pero la evolución viene de
blos» (Volkerwanderung) al de «invasión», más cercano a la realidad. En cambio, lejos: ya en el siglo n se alzaban voces para quejarse de tales deterioros. Los jui­
yo impugno la verdad de la tercera faceta, tan a menudo invocada, de este trán­ cios de valor cuentan todavía menos en arte que en literatura: son cuestión de
sito a «otra cosa>>: el «retroceso» cultural y político -ciertos autores se atreven gusto y de perspectivas. Además, ¿qué fecha señalar en este campo cuando desde
a añadir económico— que supuestamente provocaron estos «extranjeros», estos Ulpiano, en el siglo m, hasta la «ley Gombetta» del vr no se cesa de escribir y
«bárbaros», cuyo nombre no tenía entonces su connotación peyorativa actual. de innovar?
Son sobre todo los franceses quienes se indignan -excep to algunos fanáticos del La instancia espiritual merece que la examinemos con mayor detención. Los
retorno al celtismo como todavía se encuentran, los cuales se regocijan con la dos mundos surgidos de la Romania, así como más tarde el Islam, son monoteís­
ruina del antiguo conquistador-; los italianos y los españoles suspiran, pero dis­ tas y tienen sus raíces en los viejos cultos orientales. ¿Orientales? El caso es que
ciernen mejor los matices de la transición; los alemanes, evidentemente, aplau­ los neoplatónicos del siglo m desempeñaron un papel no desdeñable en esta evo­
den, sin perjuicio de derramar a continuación una lágrima por el coloso abatido. lución, también rnultisecular. ¿Limitaremos nuestra inspección al cristianismo?
Tal vez haga falta una mayor sencilíez: ¿acaso cualquier juicio moral o cualitativo No tiene muy buena prensa entre los historiadores de la Antigüedad tardía; su
no está atestado de trampas y de yerros? Los cuerpos mezclados en los cemente­ propaganda igualitaria o de no violencia y su desprecio por los asuntos meramen­
rios, los matrimonios mixtos que se toleran, los derechos que se ajustan, revelan, te humanos pudieron ar e el interior el sentido cívico, el patriotismo,
PREÁMBULO 39
38 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Quedan, por último, las mutaciones de la economía y de la sociedad, las. que


la ley, y abrir las puertas a los bárbaros, en nombre de una justicia universal con­ realmente cuentan: retroceso de la esclavitud, fortalecimiento del «patronato» ru­
traria a la de la urbe. Aceptemos este razonamiento, pese a que tiene mucho de ral, ruptura entre ciudad y campo, desequilibrio cada vez mayor entre Occidente
postulado. ¿Tenemos que escoger como momento clave el del triunfo completo y Oriente, confusión entre Estado y patrimonio del príncipe. Tales son los fenó­
de la nueva fe, cimiento de una nueva ideología? Esta opción nos lleva, en el menos importantes y que me propongo escrutar más de cerca; pero antes de dar
este del Imperio, a penetrar en la espesa selva de las disputas dogmáticas entre comienzo a este empeño, abandono sin respuesta mi pregunta inicial: la Edad
sectas de las diversas provincias, con matices más o menos rebeldes, que en gran Media es la continuación natural de la Antigüedad; entre 330 y 360, todavía no
parte acabarán barridas por el Islam; en el oeste, las necrópolis muestran que estamos en ella; después de 460, seguramente sí.
habrá de pasar mucho tiempo, hasta los siglos V I y ix , antes de que la religión
oficial triunfe definitivamente. ¿Es preferible, entonces, volvernos hacia el princi­
pio y adoptar como fecha 325, año del primer concilio general, públicamente au­
Lo que dura
torizado por el emperador Constantino, en Nicea? Podría serlo, pero tras haber
superado la gravísima crisis del siglo i i i , la R o m ania parece entonces una cons­ A través de las innumerables vacilaciones que acabo de desplegar ante sus
trucción válida, y sigue intacta: no estamos en la Edad Media; de modo que, si ojos, el lector se habrá apercibido, por lo menos, de la siguiente peculiaridad: en
obviamos este detalle, nada nos impide remontarnos todavía más en el tiempo, ningún campo hubo una mutación evidente, brutal y completa. Con todo, avan­
hasta las persecuciones de Diocleciano a finales del siglo m.
zando a tientas en esta neblina, es posible percatarse de los elementos que siguen
La categoría d e lo político, que hoy vemos como una apariencia engañosa, me­
en pie y se mantendrán así por mucho tiem po de otros que se derruyen o se
nos importanteque las estructuras sociales, preocupaba mucho a nuestros padres, tambalean a nuestro paso, y también de otros inesperados y nuevos. _
para quienes fijaba —y sigue fijando- la imprescriptible frontera cronológica. Los Lo que dura debe su permanencia a las reacciones mora|es tanto como al tipo
acontecirmentos entre los que escoger son muchos, y tienen un aspecto más sim­ de estructuras en las que se encuadra el hombre. Y veo gízarse, en primer térmi­
bólico, pero la elección resulta igual de problemática. ¿Consideraremos llegado el n o, la violencia y su culto. Durante mucho, demasiado tfompo se ha enaltecid°
«fin de la unidad de la Romania» el día en que el Imperio Romano dejó de estar el ideal romano de un ejército compuesto por ciudada^s, campesinos y al servicio
entero en manos de un solo hombre? 395, muerte de Teodosio. ¿Quién podía pre­ de la cosa pública, se ha celebrado la pax romana, en oposición el régimen de la
ver que nunca se reumficaría? Ahora bien, varias décadas más tarde, en 476, tras
banda guerrera que ignora el Estado y se entrega a mterminables arreglos de
haber expulsado de Roma, con la mayor facilidad, al «último emperador de Oc­ cuentas. Dicha opinión sigue sólidamente anclada en la memoria colectiva, y _los
cidente», el bárbaro de turno envió a Zenón, el emperador de Constantinopla, las turiferarios de la Antigüedad no se recatan de exaltarla: es olvidar los abomma-
in sigias imperiales: de derecho, la unidad queda restablecida. ¿Nos decidiremos ,
bles saqueos y masacres de los héroes puros que fueron ^ riptófo César o Traja-
entonces, por esta última fecha? A ninguno de los contemporáneos le llamó la no, disimular los esclavos de Séneca tras los discursos del renunciar a
atención, y cincuenta años después, Justiniano, imperador «romano» de Oriente, ver los gladiadores y los «juegos» del circo, el asesinato de los que ^ fo itefo las
a falta de hollar la urbe con sus propios pies, la hará ocupar por sus soldados. sublevaciones pretorianas y la elección de emperadores analfabetos salidos de sus
¿Optaremos más bien por retroceder hasta la muerte de Constantino (337)?, ¿o filas por parte de la soldadesca. Imposible ocultar las convulsiones militares y las
por detenernos en Mayoriano, el ultimo emperador que legisló en Occidente sórdidas intrigas que marcan toda la historia de Roma, por no hablar de la de
(46O)?, ¿o tal vez destacaremos una fecha intermedia, la de 378, cuando el último Grecia. Estos hombres que se matan entre sí por una nimiedad en tiempos de
ejercito que aun se puede calificar de «romano» fue pulverizado por los godos en Gregorio de Tours y que se degüellan unos a otros en nombre de la religión antes
Adrianópolis, al sur del Danubio? A menos que nos pronunciemos por el saqueo de H eraclio no son «bárbaros», sino «romanos». El culto de la fuerza, el prestigio
de Roma efectuado por Alarico (410), que tuvo una enorme y duradera resonan­ del guerrero, no nacieron con Wotan o los nibelungos. Más aún, resultan excusa­
cia en el Imperio aterrorizado y provocó incluso las lágrimas de san Jerónimo en bles o eXplicables en los pueblos duramente confrontados a los rigores de los de­
su retiro de Oriente; o por la redacción de La ciudad de Dios, en la que san Agus­ siertos, en el sur, o a los de una tierra difícil, en el norte: los recién llegados son
tín abandona la ciudad de los hombres (425); o tal vez por el «consulado» de Clo- gente de armas por necesidad. Pero beber uná copa |lena de sangre fresca de
doveo (510). En realidad, poco importa que escojamos uno u otro de estos acon­ caballo ¿es peor que echar un esclavo a las morenas o un cristiano a los leones?
tecimientos como hito sobresaliente, porque ninguno de ellos constituye un hecho La otra faceta de la sociedad, en parte vinculada a la precedente, se suele
verdaderamente nuevo y anunciador del futuro, ni tampoco hay ninguno que sea tratar, me parece, menos a menudo, y no provoca ninguna disputa de principio:
símbolo de muerte. Si decidimos büscar la cesura en la historia de las «invasio­ es la movilidad de los hombres. A primera vista, este observación sorprende.
nes», abundan los episodios susceptibles de parecernos significativos, desde la ins­ Pensamos en el universo urbano, en las ví/lae bien afianzadas en tierra, en las
talación oficial de los francos al sur del Rin en 270, hasta la penetración de los es­ indestructibles calzadas; la misma legislación procura encadenar a los hombres a
lavos más allá de la cordillera balcánica hacia 600, pasando por la travesía del Rin su aldea y a su oficio, exigencias que Mayoriano todavía repetirá en 46°. El de­
sobre los hielos .en .406, la muerte de Atila en 453, y tantos otros que componen sorden debería mover a los individuos - y así ocurre con frecuencia- a aglutinar-
un amplio abanico de posibilidades. Más nos vale renunciar.

\
40 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

se en torno a un padre, un señor, un jefe de guerra; el rigor de los textos recluye


en su clan, en su gens o en su familia al hombre de esta época, tanto a uno como
a otro lado del limes. Todo ello es indiscutible. Pero se desatienden dos aspectos.
El primero es coyuntural: los disturbios guerreros, así como la opresión fiscal y
el inverosímil yugo administrativo que han de soportar, hace huir a los hombres.
Renuncian a sus raíces para tomar el camino de la ilegalidad y la inseguridad que
durante siglos constituirá el destino del solitario: huyen de Bélgica a Provenza,
de Gales a Armórica, de Siria al Ponto, de África a Sicilia, para escapar de los
alamanes, los sajones, los persas o los vándalos; los numerosos tesoros de los si­
glos m y iv escondidos en los bordes de los caminos dan fe de estos éxodos pre­
cipitados a los que no siguió ningún retorno. Pero las bandas hambrientas y sa­
queadoras que merodean por las zonas rurales y llegan incluso a atropellar las
ciudades —circumcellion.es de África, bagaudas de la G alia- tienen visos de ha­
ber alcanzado el nivel de la protesta social y la insumisión crónica. Tras la apa­
riencia de una Romanía que aún perdura, progresa la descomposición.
En cambio, hasta hace muy pocos años se contraponía un mundo de campesi­
nos sedentarios y mercaderes urbanos al de los pastores nómadas y los agriculto­
res itinerantes que deambulan y se desplazan sin cesar al otro lado del limes. Han
sido necesarios los fulminantes progresos de la arqueología agraria para obligar
a que se rectificara esta concepción tradicional. No sólo en zonas no romanizadas
donde el hecho parecía natural -com o Frisia y las regiones centrales de Alema­
n ia -, sino que también a este lado del Rin y del Danubio, en Inglaterra, en la
Galia o en Retía, el hábitat se revela inestable, ligero, móvil dentro de los límites
de las zonas cultivables, con una parcelación incierta y una distribución variable
de las zonas de asentamiento. En compensación, hay una serie de puntos fijos:
la villa, si subsiste; el cementerio, cuando todavía sigue en uso; las ciudades, na­
turalmente, y la centuriación, en los lugares donde se había trazado: este fenóme­
no se hace más manifiesto a medida que se avaijza hacia el sur y hacia el este.
De momento, y dado que carecemos de prospecciones abundantes y serias reali­
zadas en las costas mediterráneas, lo prudente es, en cuanto se refiere a esta
zona, admitir la validez de la imagen tradicional.
La esclavitud, fundamento de la producción, es otro rasgo que permanece. Se
ha constatado que, contrariamente a las afirmaciones repetidas durante mucho
tiempo, sajones, godos y eslavos la practican, y tampoco más al sur se ha renun­
ciado a ella, pese a las dificultades de reaprovisionamiento de ganado humano.
La Iglesia protesta sin demasiada energía, pero como juzga alienante el trabajo,
no tiene ninguna propuesta seria que ofrecer como alternativa. Así, el esclavismo
prosigue, con su bien conocido cortejo: estancamiento técnico, falta de especiali-
zación, indivisión del trabajo, bajos rendimientos, riesgos de rebeliones desespe­
radas y sangrientas. Mientras no se haya ido a pique este modo de producción,
la Antigüedad continuará.
Se suele decir que la ciudad y su territorio - la «ciudad antigua»— son elemen­
tos típicos de la sociedad grecorromana, y que su eclipse señala el comienzo de
la Edad Media, tanto más cuanto que los pueblos recién llegados conocían mal
esta imagen, no estaban acostumbrados a la vida urbana y no percibían su interés.
Más adelante se abordará esta cuestión con más matices, pero cabe indicar desde
ahora mismo que la más reciente historiografía contradice la idea de una supuesta
PREÁMBULO 41

muerte de las ciudades. Aunque a menudo estén debilitadas y hayan perdido en


importancia, aunque se vean privadas de una parte del control que ejercían sobre
el espacio rúral circundante, estas ciudades, incluso las situadas en plena Galia,
en Bretaña, o en las proximidades de los mundos germano, árabe o bereber, vi­
ven y no permanecen pasivas. Que no se parecen en nada, ni siquiera en Oriente,
a sus antecesoras de los primeros siglos, ni por sus actividades, ni por su aspecto,
ni por su peso político o económico, es innegable; pero se trata de mutación y
no de agonía. Como mucho, se puede subrayar que la fiscahdad, incapaz de mos­
trarse eficaz en el campo, se vuelve contra las ciudades, marchita su vigor, provo­
ca la huida de los habitantes, mina su autoridad; pero, con la excepción de zonas
duramente afectadas por los incendios o los exilios, todas siguen estando presen­
tes en plena alta Edad Media.
Decir que Chilperico o Recaredo no son fundamentalmente distintos de Hera-
clio, Cosroes o Valentiniano indignará a los incondicionales de la Romanía. No
obstante, todas las diferencias que existen entre ellos se reducen a matices cuan­
titativos. La naturaleza de sus respectivos poderes es la misma: hace ya mucho
que el Estado ha dejado de ser el bien de todos; pertenece al príncipe, quien, a
veces, ni siquiera goza, frente al bárbaro que le sucederá, del privilegio de un
aura mágica como la de los soberanos merovingios, o de una consagración por la
Iglesia como la de los visigodos. Ya se trate del Sol, de Zoroastro o del Dios de
los cristianos, lo sagrado y lo divino son los factores que justifican y legalizan la
autoridad. El poder es guerrero, carismático, personal; eir él se mezclan lo profa­
no y lo sagrado, y todo lo que tiene relación con el príncipe es suyo: la tierra
pública y el dinero, del mismo modo que los soldados y los clientes. Me atreveré
incluso a sostener que en los monarcas sajones —pueblo sin contacto con Roma—
o en los merovingios, que tienen una mala reputación a medio camino entre lo
odioso y lo grotesco, hay más sentido de la cosa pública, de la ley como algo que
deben hacer respetar, del contacto con el «pueblo», que entre los autócratas per­
sas o los militares aventureros de Bizancio. ¿Por qué hablar entonces de anemia
política en el Oeste?; la esencia de la auctoritas no ha variado, y por un Justinia-
no, ¡cuántos Mauricios hay en la historia de Bizancio! Ina, Dagoberto o Teodo-
rico admiten perfectamente la comparación: el mismo afán por imponer un orden
moral agobiante, la misma manera de apoyarse en los allegados, el mismo recurso
a la fuerza. Y el hecho de que en el Este subsista durante varios siglos más que
en Occidente una pesada maquinaria burocrática al modo egipcio, que complica,
retrasa o detiene con su formalismo abstracto y tiránico cualquier esfuerzo míni­
mamente original, no me parece una ventaja muy estimable.

Lo que ya no existe

He aquí apoyos seguros para adentrarse en el mundo medieval. Pero faltan


otros y esa ausencia es lo que precisamente nos sorprende. Sin lugar a dudas
—¡pero cuántos matices y correcciones!-, el fenómeno de este tipo que mejor se
aprecia es la separación entre los dos bloques de la Romanía herida: ya no será
posible escribir desde Clermont a Nicea o viajar desde York hasta Hipona. Per­
siste, sí, la idea de una historia común, que en el Oeste los «bárbaros» harán
42 ■. —• LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

suya, tomándose a sí mismos por «romanos»; pero el estrato superior de la socie­


dad, el formado por los ricos y los letrados, por hombres cuyos dominios - y cu­
yas amistades o discípulos- se hallaban dispersos por toda la costa mediterránea,
languidece y restringe el radio de acción de sus intereses y de su mirada. Y como
su voz es la única - o casi- a la que tenemos acceso, las quejas que emite nos
conmueven: el universalismo romano pasa al plano de los ideales o de los grandes
recuerdos. Hace falta toda la obstinación de una Iglesia- conquistadora para afir­
mar que existe, incluso más allá de Roma el vasto conjunto de sus fieles, y para
valorar como "un éxito moral lo que es una mutilación intelectual.
Hay, además, la expresión concreta de este foso que se hace cada vez más
infranqueable; «sangría de oro», decía Marc Bloch, tal vez exageradamente; en
todo caso, contracción de las necesidades y de los contactos en el Oeste. Aun en
las regiones donde las ciudades permanecen más activas —Galia del sur, España,
Italia-, se pierden las intensas relaciones con Oriente del período anterior: la
primera necesidad estriba en comer, y la comida depende más de los grandes pro­
pietarios rurales que de los mercaderes venidos de Siria. Y como la aristocracia,
senatorial o bárbara, sigue observando las usanzas antiguas, tanto en la mesa
como en el gusto por la ostentación, podemos decir, a la manera de economistas
pomposos: «Las balanzas comercial y de pagos inverten sus tendencias: en lo su­
cesivo, y por mucho tiempo, Occidente será deficitario». Quisiéramos tener una
certidumbre comparable en lo que atañe al ámbito rural y poder afirmar que las
estructuras todavía imprecisas de ocupación del suelo son, en adelante, la regla,
que el espacio inculto, el saltus romano, público o no, se convierte en la segunda
cara del ecosistema en formación. Pero la arqueología aún no ha aportado prue­
bas concluyentes, y sólo alcanza a señalar que la mayoría de las grandes explota­
ciones del siglo ii, así como las reconstruidas tras la tormenta de la centuria si­
guiente, fueron abandonadas entre 400 y 600. ¿Pero en provecho de qué otras
estructuras? ¿Los vici que se dilatan?, ¿aldehuslas itinerantes?, ¿casae dispersas
en el vasto marco de una plebs territorial?, ¿o, tal vez, un poco todas ellas? Y
cuando se trata de hacer sitio a los recién llegados, de la hospitalitas a la que el
Estado fuerza a los pudientes, ¿se trata de una cohabitación, de un reparto o de
una disgregación? Tema fundamental y oscuro pero cuyo sentido general es aquí
muy claro; a la importancia que la retracción de las ciudades da al campo, se
suma una transformación del ámbito agrario, y quizá de las estructuras sociales
implantadas en él.
Por último, el statu quo anterior se desmorona también en otro plano, pero
mucho más en el Oeste, lo cual agrava las oposiciones ya esbozadas. Poco impor­
ta que se pueda discutir o no acerca de la extensión a todas las provincias roma­
nas del catastro y del impuesto cedular. En cambio, lo que no ofrece dudas es
que, por un lado, el fraccionamiento de Occidente en unidades políticas menores
regidas por soberanos y, por debajo de ellas, en dominaciones regionales replega­
das sobre sí mismas u hostiles hacia las demás, y, por el otro, las dificultades que
en Oriente encuentra el poder central, en principio único, para imponerse a las
provincias más alejadas o menos sumisas, socavan los dos pilares fundamentales
de una autoridad suprema: el reclutamiento de los ciudadanos para la guerra y
la fiscalidad. Hacía tiempo que se recurría a los servicios de mercenarios, y no
nos corresponde insistir aquí en la contribución de los inmigrados, en toda la Ro-
PREAMBULO 43

manía, al naufragio de las virtudes cívicas; a este respecto, el recurso a los hom­
bres libres'en armas, convocados de manera desordenada e ilegal, y mezclados a
continuación con los guerreros profesionales que rodean al príncipe -práctica
usual en O ccidente-, se parece más a las levas de legiones de los buenos tiempos
que la soldadesca extranjera que sirve a los emperadores de Bizancio o de Ctesi-
fonte junto con la escasa y poco entusiasta tropa de los contribuyentes llamados
a filas. En cuanto a los impuestos, ocurre lo contrario: en el Este, sigue subsis­
tiendo en teoría, y las sumas recaudadas - n o siempre sin problemas—, disminui­
das además en el camino por los robos o las retenciones abusivas, todavía llegan
en parte -¡p ero en qué m oneda!- al tesoro público; amarrar a la tierra al indi­
viduo sujeto a contribución, o hacer al vecino responsable de su cuota, sólo con­
duce a una profusión de huidas frenéticas para eludir las requisas, el impuesto o
la incorporación al ejército. En el Oeste, donde la autoridad de las administracio­
nes públicas está completamente quebrantada, incluso en España o en Italia, a
los reyes, para desembarazarse de un importuno, les basta con nombrarle recau­
dador: con ello obtienen la seguridad de no volverle a ver. La única y curiosa
excepción la constituyen los sajones, pero este pueblo, sin ningún contacto con
los romanos, es el único que parece haber mantenido viva la idea de que al sobe­
rano se le debe un servicio material.
Aquí concluiría un cuadro de la situación a la manera de Ferdinand Lot. En
Francia, ya lo he dicho, ésta es a menudo la óptica imperante. Sin embargo, guar­
démonos de entonar el canto triunfal de un germanismo’sistemático: en esta des­
cripción de una metamorfosis difícil, sepamos, como los italianos, descubrir lo
nuevo.

Lo que anuncia el futuro

Europa occidental necesitó cinco siglos para levantar cabeza, pero durante
otros diez dominará el mundo. Debemos admitir, en vista de los resultados, que
hacia 500 hubo entre sus manos algo más que polvo y «saldos».
Se suele dar demasiada poca importancia, porque la escasez de nuestra docu­
mentación las hace raras, a las manifestaciones que saludaron con alegría la llega­
da de los «invasores», del mismo modo que, tradicionalmente, se condena la pos­
terior conversión al Islam de tantas regiones que habían sido antaño focos del
cristianismo. Se ve, en dicho fenómeno, la excepción, la traición, la desviación
ideológica, siempre en nombre de Cicerón y de Marco Aurelio; nunca se interro­
ga a la abrumadora masa de los humildes: sin embargo, de ahí parten las aclama­
ciones a los recién llegados, y tales aclamaciones deberían movernos a pensar que
nada dura ni resulta posible si nueve hombres de cada diez no lo aceptan, pero
que todo se hace viable si responde a un deseo tenaz y mudo de la inmensa ma­
yoría. Ahora bien, en el siglo v, un sacerdote, Salviano, escribía precisamente:
«Despojados, apaleados, tras haber perdido el honor de ser romanos y todo de­
recho a la libertad, los pobres fueron a buscar entre los bárbaros la humanidad
de los romanos». «¡Mito del buen salvaje!», exclaman, sarcásticamente, los culti­
vados. Acaso tengan razón; pero con sólo que la Iglesia meta baza y que unos
cuantos senadores estimen preservados sus intereses con el cambio, nos encontra-
44 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0

mos de pronto con la Galia «merovingia». Este «retorno a las fuentes» ¿se hizo
con el beneplácito de la población? Pienso que sí, al igual que más tarde ocurriría
con la aquiescencia al Islam. El pueblo traicionado se convierte en exigente y
escoge una religión sin complacencia pero sin sutilezas, un poder concreto y visi­
ble, un horizonte limitado pero seguro. ¿Cómo ver en esta actitud un simple re­
troceso?
Además, el impulso rural se acompaña a menudo de un resurgir lingüístico,
mental, familiar, amplio, que resquebraja el barniz grecorromano en Galia, Iliria,
Egipto, Africa,'España. Y lo cierto es que lo que aportan los recién llegados no
merece en absoluto el desprecio del que les hacen objeto los letrados henchidos
de romanidad. La misma Galia -co m o se lamentaba Camille Jullian— no había
ganado tanto, al fin y al cabo, con la ocupación romana; pasado el siglo v, no
hay una sola tumba que no pruebe la superioridad de las técnicas artesanales del
«bárbaro» comparadas con las mediocres prácticas mediterráneas: de esta supe­
rioridad tenemos la prueba científica, gracias al arco eléctrico, en lo que respecta
a las armas y las herramientas; la calidad de las construcciones de madera, la
ganadería porcina y bovina, la caballería de guerra, el arte abstracto o la repre­
sentación de animales, que todavía nos cautiva, admite comparación con el lega­
do grecorromano; las estructuras familiares y los procedimientos agrarios no tie­
nen nada que envidiar al derecho romano o a los miserables cultivos meridiona­
les. Si a ello añadimos el vigor demográfico que en esos años parece huir del
viejo mundo, el cuadro, según creo, queda completado.
Pero también tiene lugar un crecimiento en otro campo, y sobre éste no hay
polémica posible, porque es cuantitativo e indiscutible: se trata del ensancha­
miento del mundo. Constituye un fenómeno capital, el único que puede justificar
la cesura entre Antigüedad y Edad Media en la época en que la buscamos. Antes
de 300 o 350, la «historia» concierne exclusivamente a una larga franja de tierras
que, desde Gibraltar hasta el Japón, está contenida entre el trópico y los 50° de
latitud norte: en los cuatro grandes imperios mediterráneos o subtropicales que
se reparten por esas fechas la zona «civilizada», se escribe mucho y se progresa
poco. Más al sur, en la Arabia preislámica, en el África negra, donde diversos
pueblos se agrupan, así como en Indochina, existen zonas en las que se desarro­
llan otras culturas y hacia las cuales, por otra parte, acuden los «imperios» para
procurarse esclavos, metales preciosos, materias primas. Pero sobre todo en el
norte, florecen nuevas áreas culturales que la arqueología actual revela progresi­
vamente en toda su riqueza y amplitud: las de los dacios, sármatas, germanos,
celtas, turcos tal vez. Estos pueblos son mudos, pero sus tumbas, sus hábitats, y
a veces sus hazañas cuyo eco llega hasta el sur, dan fe de su vigor, sus capacida­
des, su diversidad. En adelante, estas dos zonas del norte y del sur formarán par­
te de la historia: el mundo occidental abarca así desde el Báltico hasta Guinea,
y desde los Urales hasta Zanzíbar. Sea cual sea la causa que se atribuya a esta
dilatación, representa un cambio decisivo en la historia humana, porque ofrece,
de repente, una posibilidad de abertura y de progreso, preludio natural a la ex­
pansión del siglo xvi, que de nuevo desplazará los límites. Un cambio de esta
magnitud no se produjo de la noche a la mañana. En el interior mismo de la zona
medular se podían percibir sus primeros síntomas mucho antes de las «invasio­
nes»; los centros vitales, los polos económicos o intelectuales se acercan poco a
PREÁMBULO 45

poco a los mundos nuevos, como si, por adelantado, fueran a su encuentro: de
Roma a Milán y luego a Tréveris; de Atenas a Constantinopia o Alejandría;
pronto serán Bagdad, El Cairo, Kairuán, York ó Colonia. Mucho antes de que
Alarico levante la mano contra ella, Roma ya no está en Roma; el Mediterráneo
ha dejado de ser el lugar geométrico de la civilización en el Oeste, y no es más
que un objeto de disputa por parte de dominaciones ribereñas que se apoyan en
un hinterland profundo, desde siempre despreciado o desconocido. Frente a esta
deserción del centro, frente a esta agonía de la ciudad de los hombres, ¿cómo no
comprender que un pensador del talante de Agustín haya quérido arrastrar a sus
semejantes hacia la ciudad de Dios?
i
Primera parte
LA FRAGMENTACIÓN
DE LAS CIVILIZACIONES
ANTIGUAS
(finales del siglo IV - finales del siglo VII)
j

i
Capítulo 1
AUTOPSIA DE OCCIDENTE
(principios del siglo V)

En Europa occidental hay una tradición poco afortunada que consiste en esta­
blecer en el campo medieval la barrera de Occidente antes que la de Oriente. Es
justificable, evidentemente: para un francés, un ibérico, y más aún un inglés o
un alemán, es más importante entrar directamente de la-ruina romana al reino
«bárbaro»; lo que ocurra en el Este les parece lejano, sin efecto ni valor. En la
perspectiva de la «larga duración» no están equivocados, y estos libros, como to­
dos, echarán tierra sobre Bizancio. Sin embargo, sería más sensato invertir el pro­
ceso y empezar por dirigir la mirada hacia la Romanía, que se extiende (¡y con
qué vitalidad!) de Nápoles al Nilo, y del Adriático al Éufrates. Adherirse a esa
visión permite subrayar mejor la continuidad que caracteriza «la alta Edad Me­
dia», acabar con la falsa idea de una ruptura capital, y colocar a un Occidente
sin corona en un lugar secundario: el que le corresponde. No obstante, si cede­
mos una vez más ante la costumbre, es porque, en definitiva, parece que abordar
bruscamente el mundo menos familiar de Oriente podría desconcertar al lector
armado solamente con su buena voluntad, y porque el contrapunto bizantino le
podrá parecer más original y más accesible si lo acomete a continuación. Pero
que no vea en ello nada más que una comodidad.
En el 388, el retórico bordelés Pacatus se dirigía de este modo al emperador
Teodosio: «Sabemos que jamás habrá ninguna revolución contra el Estado, por­
que el Imperio Romano pertenecerá para siempre a ti y a tus descendientes».
Ahora bien, ya en el 406 los germanos cruzaron el Rin; en el 455 el último vás-
tago de la familia teodosiana, Valentiniano III, era asesinado; y en el 476 el últi­
mo emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, era depuesto. El Impe­
rio se dividió en una serie de reinos germánicos.
La admiración rayana en la obcecación, que Pacatus profesaba a Roma tenía
su justificación. Al esperar demasiado, contra todo pronóstico, de su civilización,
intentaba de alguna manera exorcizar el futuro. Era uno de los numerosos adep­
tos de la civilización de la cultura grecorromana que habían dado un sentimiento
de universalidad a todo aquel que hubiera aceptado entrar en el orbis romanus,

4. — FOSSIER. I
50 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 51

el mundo romano civilizado. Asimismo es importante conocer bien lo esencial de en Oriente existe claramente esa tendencia, la tradición jurídica romana la reduce
las estructuras que la Antigüedad tardorromana legó a los reinos bárbaros antes en Occidente. Oficialmente, el emperador decide sobre el texto de las leyes a las
de iniciarse la muerte lenta, incluso interminable, c;ie una Roma que no cesa de que queda vinculado. «El emperador promulga leyes que es el primero en respe­
polarizar los afectos y de cultivar las nostalgias. Entonces, una vez expuestas las tar», dice san Ambrosio, uno de los que inicialmente contribuyeron a poner lími­
originalidades de los antagonistas germánicos y romanos, las crisis de los reinos tes al poder absoluto de los emperadores romanos. En ese respeto por la ley se
germánicos se nos aparecerán en toda su agudeza, en un desgarramiento entre el basa la autoridad del Código Teodosiano, promulgado en el 438 en las dos partes
abandono de viejas soluciones ya caducas y la creación de prácticas sociales o del imperio. Toda la legislación romana en Occidente durante siglos habría de
económicas mejor adaptadas. Porque la llamada época de los reinos bárbaros es, basarse únicamente en ese código. A partir de entonces, las leyes y constituciones
en realidad, y'después de breves períodos de estabilidad, uno de los grandes cam­ imperiales, consideradas también sagradas, fueron intocables, tanto más por
bios que ha registrado la historia. cuanto debían utilizarse en las. sentencias de los procesos con la cita exacta de su
Con el fin de evitar cualquier juicio peyorativo por un a priori gramatical, fecha de promulgación.
vamos a admitir en adelante que se abandone el término de bajo Imperio en pro­ Esta primacía de la ley escrita constituye el elemento esencial que distingue
vecho del de romanidad tardía para designar el estado de la civilización romana al civilizado del bárbaro. Este último solamente dispone de una tradición oral.
a partir de los siglos iv y v. En efecto, dicha civilización fue profundamente reor­ El emperador romano, al promulgar la ley, protege con mayor razón a los ciuda­
ganizada y transformada por los emperadores de las familias constantiniana y va- danos, al poder éstos oponérsele con la ley misma y, además, porque les protege
lentiniano-teodosiana para poder hacer frente a la amenaza germánica. Se impuso la distinción esencial que separa su vida pública de su vida privada, lo cual con­
una mayor rigidez al sistema político de un imperio que había sido liberal, y que duce a la separación de los dos derechos bajo la misma denominación. En ese
ahora se convertía en burocrático y cristiano. La sociedad soportó la dominación sentido, el derecho público se opone al derecho privado. El ámbito del Estado
de diversas grandes familias senatoriales cada vez más poderosas. Finalmente, la (respublica) está cuidadosamente diferenciado del de las personas privadas. Estas
relativa prosperidad de una economía cada vez menos esclavista aseguró un equi­ distinciones racionales hacen del derecho romano un instrumento de gobierno
librio inestable y mantuvo intacto el prestigio de Roma ante todos los pueblos de esencial por su flexibilidad y sobre todo por su precisión. Otro binomio responde
dentro y fuera del Imperio. Esa civilización fue, pues, a la vez un envite y un al de derecho público-derecho privado: el de servicio militar (militia armata) y
cebo que los bárbaros tenían que intentar conquistar con una mezcla de admira­ servicio civil (militia officialis). Los cimientos de la sociedad romana se encuen­
ción y de temor. tran de ese modo incluidos en el derecho: los ciudadanos privados son administra­
dos por funcionarios civiles y protegidos por funcionarios militares; y el conjunto
de esas personas públicas representa el Estado. Nos encontramos ante el apogeo
Un estado r íg id o y v o ra z del derecho romano, cuya fuente es el emperador.
Otra fuente de inspiración para el poder imperial es la Iglesia. Desde el 391
En el 395, el Imperio Romano ha sido dividido entre dos emperadores; Hono­ se ha abolido el paganismo y el cristianismo se ha convertido en religión de esta­
rio para Occidente, con Ravena como principal capital, y Arcadio para Oriente, do. Pero aunque se han cerrado los templos y se ha prohibido el culto oficial a
con capital en la nueva Roma, Constantinopla. ItaMa, las islas, el norte de África, los dioses paganos, persisten las prácticas y las creencias de la religión antigua.
la península ibérica, la Cfalia hasta el Rin, Gran Bretaña hasta Escocia, y los paí­ Aunque, entre el 400 y el 450, según las regiones, desaparezcan las ofrendas de
ses ilirio, panonio, nórico y rético hasta el Danubio, forman un conjunto político monedas a los genios salvadores de las aguas en las fuentes termales, a menudo
unificado por Roma pero terriblemente codiciado por los bárbaros. A partir del se desconoce, sobre todo en el campo, la nueva religión. Y esta tendencia se
405, las dos partes del imperio se encuentran cada. vez más unidas, teóricamente acentúa en los extremos del mundo occidental: desde Mauritania hasta Galicia,
por lazos de amistad. Pero,"de hecho, sus evoluciones divergentes las separan Armórica, Gran Bretaña, las orillas del canal de la Mancha y las del mar del
progresivamente, sobre todo en el arte y en los medios que utiliza Oriente para Norte. En cambio, casi todas las ciudades están cristianizadas y tienen obispo.
desembarazarse de sus própios bárbaros a costa de Occidente. Los obispos participan en los concilios que tienen importancia para la ortodoxia
de la fe. El emperador participa en ellos e interviene en los debates como man­
tenedor de la paz divina. Según sea la fuerza de su carácter, se deja imponer
La vacia majestad de la función imperial definiciones religiosas o las dicta él mismo, a veces incluso sin consultar a los
interesados. No obstante, no es el único que se arroga el papel de árbitro supre­
El emperador es un personaje al que toda la propaganda de los panegíricos mo en materia religiosa. Aunque de vez en cuando hace detener y castigar a los
intenta sacralizar, como ha quedado demostrado en la frase de Pacatus. Además, herejes, hay otro personaje, el papa, que se impone en Roma más fácilmente al
se aplica el epíteto de sagrado a todo lo que guarda relación con su persona, su haberse trasladado el emperador a Ravena. La Roma de Rómulo y Remo tiende
palacio y sus principales funcionarios. Sin embargo, esta voluntad de colocarlo a convertirse en una nueva capital fundada, una vez más, por otra pareja de her­
por encima de todo no le convierte en un monarca totalitario, porque, aunque manos, Pedro y Pabl tí- martirio de la fe. Los papas de los siglos iv
52 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 AUTOPSIA DE OCCIDENTE 53

litum praesentalis•(‘generalísimo’), a menudo investido con la dignidad de cónsul


o de «patricio». Seguro de la fidelidad del ejército que dirige, puede hacer el pa­
pel de un vice-emperador que gobierna permitiendo un poder aparente al fanto­
che que ha dejado o instalado en el trono. Tiene sus propias insignias (la diadema
de oro sobre la cabeza), es el hombre al que se puede apelar en última instancia
y el que gobierna de facto (sin por ello dejar de suscitar un odio tal que pueda
dar lugar a un asesinato imprevisible). En definitiva, el poder imperial presenta
una fachada sana y goza de numerosos soportes, pero lleva implícito su propio
enemigo: la ausencia de verdadera legitimidad si el emperador no es un jefe de
guerra.

Una burocracia devoradora de hombres y de oro

Asimismo, el gobierno imperial es imponente gracias a su sistema burocrático,


muy desarrollado para la época. Sea donde sea expedida una orden imperial (en
Ravena o en Milán, en Tréveris o en Arles, a partir del 407), es siempre transmi­
tida por el correo del Estado a todos los grandes funcionarios locales: prefectos
del pretorio (tres en Occidente), vicarios a la cabeza de sus diócesis y gobernado­
res en cada provincia. Las ciudades, que son la última subdivisión, son las únicas
que siguen siendo administradas por la asamblea de los notables locales, los «cu­
riales», que ocupan sus escaños en la curia, un senado mllnicipal que discute so­
bre la aplicación de los preceptos imperiales. El gobierno central, llamado comi-
tatus, agrupa a los principales ministros. A su alrededor, se agitaba todo un mun­
do de funcionarios con emolumentos establecidos en oro y con títulos rimbom­
bantes. Pero como justamente la cima de esta pirámide de funcionarios que for­
maban el gobierno central se fue debilitando hasta desaparecer lentamente en el
curso del siglo v, nos interesa sobre todo ver lo que quedó de ella: esencialmente
la organización de la justicia, de las finanzas y de los ejércitos al nivel de las pro­
y v recogen toda la herencia romana y se erigen en cabezas de todas las Iglesias, vincias.
extendiendo su jurisdicción sobre ellas. Identifican romanidad y cristianidad, y Todos los grandes funcionarios locales citados más arriba podían tener un tri­
hacen de la ciudad por excelencia un símbolo de eternidad puesto que ella se ha bunal de justicia a su cargo. La apelación podía llegar hasta el prefecto del preto­
salvado por los bautizados. De este modo, el cristianismo, mediante el poder rio imperial o hasta el mismo emperador. De hecho, estos tribunales, rápidamen­
pontifical, contribuye a reforzar el poder imperial, sin que por ello se le atribuya te sobrecargados de procesos y lentos para resolverlos, acabaron siendo insufi­
explícitamente la tutela espiritual del mundo. Así, pues, los cristianos no vuelven cientes. Para proteger a los más pobres, se reservaron entonces las causas civiles
a poner en cuestión el Imperio Romano. Por el contrario, lo sostienen y aceptan menores a personas elegidas por algunos de los ciudadanos, a razón de una por
que la nueva religión acabe siendo sinónimo de romanidad. ciudad: los «defensores». También se aceptó que los obispos resolvieran el mismo
Descendamos ahora de ese empíreo ideológico para percibir los componentes tipo de litigio, siempre y cuando lo hubieran acordado ambas partes. Su jurisdic­
del poder imperial. La opinión pública no digiere que la dinastía valentiniano-teo- ción fue en seguida muy popular. Pero a falta de jueces profesionales, los funcio­
dosiana ostente el poder. Sigue viva la vieja idea romana de los inicios del impe­ narios encargados de los tribunales estuvieron siempre más o menos desbordados,
rio según la cual el ejército debe crear al emperador. Es fácil que un general sea aun cuando fuesen antiguos abogados. Asimismo, con el fin de acercar la justicia
proclamado si el peligro amenaza en alguna frontera:. Si fracasa, se condena su a los justiciables, Valentiniano III o Mayoriano (457-461) acabaron por suprimir
recuerdo (damnatio memorias) y es maldecido por la posteridad; pero si triunfa, lo que subsistía de la autonomía urbana instituyendo a un «conde» dotado con
pasa de ser un tirano a ser sagrado y respetable. Así pues, en tiempos de conflic­ funciones de juez al frente de la ciudad. Paradójicamente, esta última medida de
tos, los pretendientes proliferan, y los generales que rodean al emperador son centralización fue una de las más duraderas del mundo occidental romano. Entre
más peligrosos, y vigilados, al no dirigir el emperador personalmente a las tropas. los pequeños funcionarios que rodeaban a los gobernadores o estaban encargados
D el mismo modo, el gran rival en potencia de todo emperador es el magister mi- de oficializar las sentencias, señalemos finalmente a los notarios (notarii), a los
54 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 AUTOPSIA DE OCCIDENTE 55

que sería más apropiado llamar taquígrafos. Tomaban en notas llamadas «tironia- de los productos.en los mercados. Mientras que había numerosos escribanos que
nas» las deliberaciones y todas las decisiones políticas que luego debían transcri­ llevaban las cuentas en las oficinas, parece que el Estado romano no supo crear
bir en alfabeto clásico. Estaban al corriente de muchos secretos y a menudo lle­ la función pública del preceptor. Éste, el curial o decurión, era una persona pri­
garon a amasar grandes fortunas. En cambio, aquellos a los que llamamos nota­ vada, y respondía con su propia fortuna en caso de no recaudar los impuestos.
rios y que los romanos llamaban tabeliones, porque escribían los contratos, actas Muy a menudo también, esos agentes improvisados del Estado exigían los im­
de venta y testamentos en tablillas, no podían esperar nada similar. D e origen puestos con tal brutalidad que la opinión pública les veía normalmente con malos
modesto, eran los más humildes depositarios de la cultura jurídica romana por ojos. Por otro lado, si no conseguían recaudar la suma fijada, dejaban su condi­
los formularios que copiaban fielmente en sus documentos, respetando escrupulo­ ción de recaudadores y huian lejos de la ciudad ante el temor de arruinarse. Si
samente cada término. Se contentaban con llenar los espacios en blanco de las no se satisfacía completamente la parte del impuesto a pagar en especie, el Esta­
fórmulas con los nombres de los lugares, los datos cuantitativos y los nombres do podía proceder a la requisa. Y, evidentemente, exigía siempre y escrupulosa­
propios de los contratantes. Había tabeliones en todas las ciudades e incluso en mente los atrasos impagados.
los grandes burgos rurales. De ese modo, el derecho romano llegaba hasta las A sí, pues, el sistema daba lugar a muchos abusos, aunque sólo fuera por la
entrañas del medio rural. ausencia de regularidad en la revisión de los catastros y los padrones. Había mal­
Asimismo, aunque cliirriara la máquina financiera, la burocracia era todavía versación de fondos en los niveles más elevados y extorsiones indebidas a los
lo bastante eficaz como para alcanzar a todos los contribuyentes. Buena parte de campesinos. Los grandes terratenientes intervenían a menudo para hacer subesti­
los recursos del Estado procedía de las tierras públicas. Formaban parte •de ellas mar su parte proporcional. Y sin embargo, el Estado seguía percibiendo lo que
las haciendas confiscadas a los traidores y a los templos paganos, los bienes intes­ necesitaba, aunque tuviera que gravar duramente la agricultura. El único impues­
tados o inexplotados, las zonas destruidas por las guerras o abandonadas por sus to sobre los artesanos y los comerciantes, llamado collatio lustralis, sólo aportaba
habitantes. Esos dominios, que los administradores arrendaban a campesinos, alrededor de un 5 por 100 del montante del impuesto territorial. Aparece enton­
procuraban ingresos cuantiosos al Estado, y debían ser raros los territorios de ces la cuestión de si el sistema impositivo romano empobrecía a los contribuyen­
ciudades en donde no los hubiera. Entre los otros ingresos imperiales, los impues­ tes, dado que las quejas contra la fiscalidad fueron en aumento durante el siglo
tos sobre las minas, las canteras y las cecas representaban ingresos importantes. v. En primer lugar, hay que constatar que penalizaba a ].as familias numerosas y
Oficialmente, funcionaban solamente seis cecas en Occidente: Tréveris, Lyon que, salvo excepciones locales, gravaba del mismo modo las tierras buenas y las
y Arles en la G ^ a; Aquileia y Roma en Italia, y Sirmium en Panonia (Sremska malas. Además, cuando se pueden obtener cifras, parece que en Italia, por ejem­
Mitrovica). Constantino consiguió regularizar las acuñaciones creando una mone­ plo, la deducción total sobre las cosechas se acercaba a los dos tercios, sin incluir
da de oro, el sueldo (solidus), de 4,55 g. Esta moneda fue emitida en gran canti­ el alquiler de la tierra. Probablemente, las cargas de la parte occidental del Impe­
dad y circuló tanto más fácilmente cuanto que el Estado no aceptaba otras para rio eran más pesadas que las de Oriente, ya que las tierras egipcias estaban gra­
el pago de los impuestos. Las monedas de plata circulaban poco. Las de cobre vadas a razón de dos quintos de la cosecha. No obstante, es precisamente Egipto
se utilizaban para las pequeñas transacciones e incluso para el pago de las tropas. la provincia que aportaba más impuestos de Oriente. En Occidente, África iba
La calidad de las monedas romanas, gracias al beneficio que su acuñación procu­ en cabeza. ¡Pero la suma total de su recaudación fiscal equivalía a un tercio de
raba al Estado y al impulso que daba a los intercambios, desarrolló una verdadera la de Egipto! En consecuencia, está claro que Occidente era menos rico que
economía monetaria. Oriente y que debía subvenir más difícilmente a su defensa, estando como estaba
La prueba más clara de ello es la generalización progresiva del pago del im­ abrumado por las cargas fiscales.
puesto en moneda de oro a lo largo del siglo v, cuando normalmente se calculaba
en especie. En materia fiscal, la burocracia romana había alcanzado un alto grado
de complejidad y de variedad según las regiones del Imperio. Teóricamente, co­ Una carga militar agobiante e inútil
existían dos formas de impuesto: el que gravaba la tierra (el impuesto territorial),
y el concerniente a cada persona (la capitación). Se calculaban unidades abstrac­ En efecto, las principales partidas de gastos iban para el ejército. Aparte de
tas de imposición agrupando ya tipos de tierra, ya cierto número de cabezas. Ello ello, hay que destacar los sueldos de los empleados de la administración, los gas­
requería la actualización regular de los catastros y los censos. En teoría, dicha tos de la corte y el abastecimiento gratuito de los 20.000 cabezas de familia ciuda­
actualización debía realizarse para un período de quince años o «indicción». An­ danos de Roma. Pero en Occidente no hubo nunca más de 15.000 funcionarios,
tes del inicio del año fiscal (el 1 de'septiembre), el Estado fijaba la tasa de impo­ lo cual era poco, y para abastecer de pan, carne de cerdo y aceite a los romanos,
sición por unidad. Entonces, los consejos de las ciudades nombraban a unos pre­ el emperador podía recurrir al producto de sus tierras personales o públicas y a
ceptores entre los curiales. Ellos debían hacer saber a los contribuyentes el mon­ las importaciones de las corporaciones de armadores o navicularii. El producto
tante del impuesto que les tocaba pagar, basándose en las tablillas de los registros fiscal era, pues, consumido mayoritariamente por los 250.000 soldados que soste­
de las oficinas. El impuesto era pagadero en tres plazos a. lo largo del año, lo nía el oeste del Imperio. La ferocidad de las exigencias fiscales era consecuencia
cual evitaba las aglomeraciones en los caminos y las bajas brutales de los precios de las amenazas continuas en la frontera.
56 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

El ejército romano se caracterizaba por dos grandes principios. Había una se­
paración total entre las funciones civiles y las funciones militares, de forma que
los funcionarios puramente administrativos eran jurídicamente superiores y ello
evitaba tentaciones de golpe de estado. Las tropas constaban de dos grandes tipos
de unidad: el ejército de cobertura de fronteras (riparienses, limitanei), y el ejér­
cito de campaña (comitatenses) , a disposición del emperador, destinado a interve­
nir en cualquier punto amenazado partiendo del interior del Imperio. En Occi­
dente, el ejército de frontera agrupaba alrededor de 135.000 hombres y el ejército
imperial a unos 115.000.
El primero era el menos eficaz. Era bastante numeroso en el Danubio y en
las fronteras de Escocia, pero estaba reducido a unos 6.000 hombres en las orillas
del Rin. En general, los soldados que estaban instalados en los campamentos lle­
vaban una vida doble: por un lado, la guardia y la instrucción: por otro, el cultivo
de una parcela o incluso el desempeño de un oficio. Había unidades que sólo
existían en los registros oficiales. Los regimientos de África e Hispania se compo­
nían casi exclusivamente de este tipo de tropas.
Solamente había auténticos ejércitos de campaña en Italia, Galia y Gran Bre­
taña: 30.000 hombres para las primeras y 5.000 en la isla. Si, de acuerdo con los
demógrafos ingleses, estimamos que el conjunto de la población de Europa occi­
dental y África del norte se acercaba a los 26.000.000 de habitantes, vemos que
Roma estaba muy mal defendida. Lo hubiera estado igualmente con un efectivo
teórico de 250.000 hombres, pero tanto peor cuanto que los contingentes real­
mente eficaces constaban de 65.000 hombres.
La principal causa de esta insuficiencia era el bajo rendimiento del recluta­
miento. Teóricamente, las levas afectaban a todos los ciudadanos del Imperio
cada año. Cada terrateniente debía proveer cierto número de campesinos libres
en función de la cantidad de unidades fiscales asignadas. Los pequeños propieta­
rios, que no llegaban a poseer una unidad fiscal,! se agrupaban en un consortium
para designar a uno de ellos y encargarse de sus gastos cuando partiera. Los sol­
dados estaban exentos de todo impuesto, mientras que los clérigos se libraban
oficialmente del servicio militar. Éste duraba un mínimo de veinticinco años, pa­
sados los cuales se obtenían los privilegios de los veteranos: exención fiscal, dona­
ción de tierras y privilegios honoríficos. A pesar de ello, los propietarios, antes
que perder mano de obra, preferían desembarazarse de los más perezosos o pagar
el equivalente de un recluta. Los que no podían librarse desertaban. Asimismo,,
en la práctica el servicio militar se había convertido en hereditario, especialmente
en el ejército de cobertura, los limitanei. El reclutamiento sólo era fácil en las
regiones fronterizas acostumbradas a la guerra. En cambio, África, Hispania, el
sur de Galia e Italia estaban desprovistas de buenas tropas. Así, resultaba que el
interior del Imperio era más vulnerable, a causa de su pacifismo, que los confines
fronterizos.
A falta de un ejército regular importante, los generales romanos tuvieron que
recurrir a los bárbaros. Se enrolaba a voluntarios que, enriquecidos, volvían a la
margen derecha del Rin, donde se han encontrado sus suntuosas tumbas. Se ins­
talaba incluso a prisioneros de guerra (suevos, sármatas o burgundios) en tierras
vacías del interior del Imperio y se les exigía también un servicio militar. Se les
llamaba laeti. Se enrolaba a contingentes enteros de francos y godos para formar
AUTOPSIA DE OCCIDENTE 57

los regimientos escogidos de las tropas de campaña. A menudo, sus oficiales se


romanizaban y alcanzaban grados muy elevados que les introducían directamente
en el círculo imperial. A veces, la política de alianza con algunos pueblos se hacía
mediante tratados (foedus) que prevéían la ayuda de sus tropas junto al ejército
romano. Esos federados formaron en seguida verdaderas tribus instaladas en te­
rritorio romano. En Occidente, el caso más claro era el de los francos. Un primer
grupo, los francos renanos, se venía utilizando constantemente desde Constantino
para la vigilancia de la orilla izquierda del Rin, la ripa; de ahí que se les atribu­
yera el término de «ripuarios». Un segundo grupo, los «salios», fue establecido
en la parte septentrional de la actual Bélgica por el emperador Juliano, en Toxan-
dría (norte de Brabante, en el Escalda inferior). Se limitaba la zona de acantona­
miento con fortines y guarniciones a lo largo de las carreteras de Tongres a Bavai
y de Bavai a Oudenburg. En estos dos casos vemos que los bárbaros ya se encon­
traban en el interior del Imperio antes de que se hubieran iniciado las «invasio­
nes». Pero no se desconfiaba de los federados, que seguían viviendo según su
propia ley, gracias a su fidelidad, a la esperanza de que se romanizaran y, sobre
todo, al ejemplo de los germanos ya incorporados en las tropas romanas. Los
germanos voluntarios, que no siguieron conservando sus leyes, estuvieron siem­
pre presentes en gran número en las tropas regulares. Según las estadísticas de
las excavaciones de cementerios de finales del siglo iv y principios del siglo v,
situados al lado de fortines romanos, de un 10 a un 20 por 100 de los guerreros
eran germanos en los alrededores de Vermand (cerca de Saint-Quentin), y un 70
por 100 en los de Furfooz (en el sur de Bélgica). El Imperio había aceptado ese
riesgo con el fin de aumentar el número de tropas y, como veremos, ello podía
llevar a resultados inesperados o precarios.
Además, el hecho de que el ejército estuviera organizado por una burocracia
previsora significaba que podía atraerse a los germanos con los beneficios que se
distribuían y estimular la economía de mercado, aunque, se fomentaba la especu­
lación, abrumando con más cargas a la población. En efecto, aparte de los dona­
tivos en moneda de oro a la llegada de cada nuevo emperador al trono, de la
paga, de los uniformes fabricados en talleres de tejidos estatales y de las armas
para los oficiales, que salían de las manufacturas del Estado, a menudo decora­
das , los soldados recibían caballos distribuidos por las remontas del Estado para
la caballería (poco más de un quinto del ejército), y también raciones de pan,
vino, carne y aceite, sin olvidar el forraje. Una compleja organización de graneros
estatales entregaba diariamente a cada soldado aproximadamente un kilo de pan,
más de 600 gramos de carne de cerdo, un litro de vino y siete centilitros de aceite.
Finalmente, cada uno de los soldados de las tropas de campaña tenía derecho,
según la ley de la «hospitalidad», a un «vale» de alojamiento que le autorizaba
a ocupar un tercio de la casa de un particular. Este tipo de vida providencial,
reflejo de una población civilizada sedentaria con un alto nivel de consumo, no
podía menos que parecer un verdadero paraíso a los pueblos seminómadas de la
Europa germánica o eslava. Resultaba más fácil y tentador vivir al servicio del
Imperio que al otro lado de la frontera.
Pero los germanos eran conscientes del gigantesco esfuerzo que suponía pagar
todos aquellos servicios y prever las necesidades de aquel ejército romano. Gran
parte del trigo de África y de la Italia añonaría convergía hacia Roma y las guar-
... .

58 L'.">pORMACóN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

niciones del Danubio o de la península en convoyes de barcos o carros. D e he­ mientas que hablaban. La mayoría de domésticos eran esclavos, sobre todo en el
cho, la diócesis de Italia anonaria, que englobaba el rico valle del Po, se llamaba caso de los soldados, que acostumbraban a poseer dos o más. Se encuentran por
de ese modo porque proporcionaba la anona, es decir, las raciones anuales de centenares en las residencias de los ricos senadores. Pero, aparte de esos trabajos
trigo. Otro tanto ocurría con las llanuras de Aquitania, la cuenca de París y la humildes y cotidianos que nadie quería realizar, la mano de obra libre hace la
cuenca de Londres, que subvenían a las necesidades de las tropas renanas o inte­ competencia a la mano de obra servil. Tanto en las minas, en las canteras, en las
riores. Así pues, la administración tenía que asegurarse entradas fiscales regula­ fábricas textiles o metalúrgicas del Estado, como sobre todo en el campo, el ren­
res. Sin embargo, ya hemos visto que ello era imposible sin la ayuda de cargas dimiento de un trabajador esclavo es siempre la mitad del de un hombre libre,
muy gravosas. Había que prevenirse contra posibles malas cosechas y bloquear puesto que aquél no saca ningún provecho de su trabajo. El esclavo no proporcio­
la especulación que dichas cosechas podían desencadenar mediante requisas a na los beneficios que el dueño de una hacienda espera obtener. Además, desde
bajo precio que provocaban el descontento de los productores. Con el fin de estar Valentiniano I se prohibió vender un esclavo sin la tierra que cultivaba. Esta me­
al corriente de todo, el Estado mantenía a unos agentes de información y les ase­ dida quería evitar la pérdida de la cosecha y, por lo tanto, de impuesto, pero
guraba el transporte gratuito a través del correo oficial (el cursus publicus), por también pretendía asegurar al esclavo que cultivaba aquella tierra la perspectiva
lo que había que hacer requisas de caballos, etc. En definitiva, el ejército romano de una ganancia personal a cambio del pago de un arriendo al propietario. Así
era un instrumento tan difícil de manejar como las oficinas civiles a menudo so­ pues, se propone a ese esclavo casatus un estatuto económico mejor con el fin
brecargadas. Su misma existencia era una contradicción evidente entre un rendi­ de que se interese por su trabajo y rinda más. Incluso parece, según los pocos
miento débil y un elevado consumo. Defendía al Imperio con la ayuda de impor­ datos que el historiador inglés Jones ha podido recoger, que esos esclavos rurales
tantes tropas bárbaras que no se sabía si eran extranjeras o no. Era un verdadero eran muy poco numerosos. Si alegamos la semejanza entre los sistemas sociales
Jano bi-frons por su demanda, ya que estimulaba la producción de las tierras del del Oriente y el Occidente romanos, podemos suponer que, al igual que en algu­
interior a Ja vez que acentuaba Ja presión fiscal. En resumidas cuentas, cuanto nas haciendas de Asia Menor, sólo formaban de un 10 a un 12 por 100 de los
más progresaba a nivel técnico, más frágil se volvía; y cuanto más eficaz era, más trabajadores agrícolas. En definitiva, la sociedad de la Antigüedad tardía ya sólo
atraía al enemigo. es esclavista jurídicamente hablando.
¿Se debía ello a la disminución en el número de esdavos? Los esclavos por
nacimiento siempre habían sido poco numerosos, pero los prisioneros de guerra
U na so cied a d q u e d el E stado reducidos a la esclavitud no disminuyeron; incluso bajó su precio a finales del
siglo iv , lo que viene a demostrar que eran abundantes. Provenían de las zonas
Así pues, el problema no está en demostrar que el Estado romano era voraz fronterizas: Panonia (la actual Hungría occidental) y Mauritania (Marruecos)
o insuficiente (puesto que alcanzaba sus objetivos a sabiendas de los clásicos obs­ principalmente. Los mismos bárbaros vendían a sus propios compatriotas y a sus
táculos con que se encuentra toda burocracia), Sino en intentar descubrir si con­ prisioneros de guerra a los romanos. No obstante, si los prisioneros de guerra
seguía movilizar todas las energías ante una guerra incesantemente amenazadora. eran liberados, los germanos y otros pueblos no se convertían siempre en esclavos
Parece que a semejanza de sus emperadores Honorio (395-423) y Valentiniano rurales. Pasaban a ser soldados-campesinos (laeti) instalados en un campo aban­
III (423-455), que se. encerraron en.Ravena, Ja sociedad romana se metió en su donado o incluso colonos adscritos a una parcela. La antigua solución de las gran­
caparazón para escapar del Estado, sin por ello dejar de aprovecharse de sus ven­ des tropas de esclavos acuartelados en los grandes dominios ya no existía.
tajas. Mientras que una minoría de generales decididos, obispos autoritarios y Esta reforma de la esclavitud era correlativa a la agravación del estatuto de
monjes críticos se debatía en inextricables dificultades y denunciaba la apatía ge­ los colonos. Se denominaba así a todos^ los campesinos libres sujetos a presión
neral, todós intentaban esquivar sus cargas y buscaban la protección o la seguri­ fiscal y al reclutamiento, ya fueran pequeños propietarios o tenentes. En particu­
dad de otras estructuras políticas, ya se tratara del patronato de los grandes sena­ lar estos últimos envidiaban a los esclavos, que escapaban de los impuestos y las
dores ya de las instituciones caritativas de la Iglesia. levas. Los primeros estaban a menudo sobrecargados de impuestos o a merced
de cualquier mala cosecha. El endeudamiento o la partición de la tierra entre los
hijos les llevaban rápidamente a la quiebra. Asimismo, los terrazgueros que, ade­
Alienación o estrangulamiento de la mano de obra más del impuesto en oro, debían pagar el alquiler, veírn cómo se les llegaba a
deducir la mitad o incluso dos tercios de la cosecha. En vista de ello, Constantino
Hemos visto que los que gozaban de privilegios del Estado eran, además de bloqueó el precio de los alquileres. Pero se sorteó esa prohibición mediante falsi­
los cabezas de familia romanos, los funcionarios y los soldados, que gracias a que ficaciones o exigiendo pagos en especie (xenia), que afectaban normalmente a los
cobraban sus salarios en oro tenían un gran poder adquisitivo. Los esclavos tam­ productos ganaderos (cerdos, pollos, huevos, etc.). Como, por otro lado, todos
bién forman parte de ese grupo, puesto que, a los ojos de los que huían del reclu­ los campesinos debían permanecer en el lugar donde habían nacido para facilitar
tamiento y de los impuestos, gozaban de ventajas extraordinarias: la exención de la percepción fiscal, muchos de los insolventes tendían a huir, aunque tuvieran
todas esas cargas. En efecto, no eran ciudadanos y en teoría seguían siendoherra- que abandonar sus tierras para deshacerse de las deudas. Entonces, el Estado
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v as;-' ' ?■
60 LA EQHMA-erÓ'N DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 AUTOPSIA DE OCCID .
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romano se ensañó fijando a los colonos al suelo, aun cuando seguían siendo jurí­ contra las acciones armadas de los funcionarios indignados ante sus abusos. Sabe­
dicamente libres. Pero, por más que se repetían esas prohibiciones y a pesar de mos que todo legionario romano prestaba juramento de fidelidad al emperador.
la ayuda de los grandes terratenientes satisfechos de ver la mano de obra atada Asimismo, todo súbdito del Imperio se comprometía a no perjudicar jamás al em­
de ese modo a la tierra, no se pudo evitar la continua degradación de la situación. perador en persona. Pero, a partir de principios del siglo v, aparecieron unos
Incluso los campesinos libres no encontraron otra solución mejor que la de ven­ guardias privados, llamados bucelarios, que prestaban fidelidad no sólo al empe­
der su tierra a un gran propietario a cambio de que pagara sus deudas o su im­ rador, sino también a un jefe militar prestigioso o a un gran senador. Práctica­
puesto en oro al recaudador. Más aún, algunos se convertían en tenentes de su mente obedecían más al general que les alimentaba con pan de la mejor calidad,
antigua propiedad, aunque tuvieran que pagar el impuesto y el alquiler en espe­ el bizcocho (de donde viene el nombre de bucelarios), que al emperador, que
cie. Adscribiéndose ellos mismos a la tierra, perdían su derecho a la propiedad raramente salía de Ravena. D e momento, esos guardias personales no eran más
y su estatuto de hombre libres. Aunque jurídicamente seguían siendo libres, su de un centenar alrededor de cada patrono, pero ya revelan peligrosamente un
comportamiento y su estatuto económico eran prácticamente como los de los es­ riesgo de privatización del ejército.
clavos casati. La situación empeoró por cuanto que en Occidente, a partir del
451, un simple campesino que hubiera sido obrero agrícola se convertía, al cabo
de treinta años, en colono atado a la tierra de la misma hacienda. El monje Sal- ¿Era la Iglesia el único recurso serio?
viano resume bien esa reducción de los libres al colonato y luego a la esclavitud.
Por otro lado, los más pobres buscan ávidamente otra protección: la de la
Iglesia. En efecto, después del concilio de Nicea (325), estaba prohibido a los
Al haber perdido sus casas y sus parcelas a consecuencia del bandidaje o por
haber sido expulsados de allí por los agentes del fisco, los pequeños propietarios se clérigos entrar en la clientela de un patrono laico. Lo que no estaba prohibido
refugian en las propiedades de los poderosos y se convierten en sus colonos ... Al era lo contrario, y entrar en el clero era muy ventajoso. Porque mientras que las
igual que si hubieran bebido de la copa de Circe, todos los que se han instalado en tierras eclesiásticas estaban gravadas con impuestos, los clérigos, en cambio, esta­
las tierras de los ricos se metamorfosean y se convierten en esclavos. ban exentos de todo impuesto y del servicio militar. Por eso aumentó tan prodi­
giosamente el número de clérigos en los siglos IV y v. La Iglesia se convirtió en
Si un campesino libre lograba resistir la tentación del colonato, podía recurrir una verdadera estructura dentro del Estado romano. Calcó su jerarquía de la de
a otra práctica: el soborno del funcionario local o la búsqueda de un poderoso los funcionarios civiles, hasta el punto de que había un obispo metropolitano en
que le hiciera ganar un pleito o le pagara un impuesto atrasado. En ese caso, el cada provincia y un obispo en cada ciudad (para la cabeza del distrito y el terri­
poder político era más rentable que el poder económico. Ni tan sólo los oficiales torio circundante). La militia Christi, la cohorte de los soldados de Cristo, el cle­
superiores o los senadores encargados de alguna función civil dejaban de desarro­ ro, aparece frente a la militia armata (los soldados) y a la militia officialis (los
llar la vieja práctica romana del patronazgo. El patrono garantizaba su protección funcionarios). El metropolitano y dos obispos coprovinciales tenían el derecho
al hombre libre, que era entonces aceptado en la fidelidad a cambio de servicios de supervisión de la elección de un nuevo obispo por parte del pueblo y del clero.
mutuos. Se trataba normalmente de prestaciones diversas, llegando incluso a la Ellos lo ordenaban si estimaban que la elección era conforme con los cánones.
donación de tierras a cambio de la supresión de deudas, cancelación de impues­ Finalmente, los obispos de algunas provincias se reunían en concilios (sínodos)
tos, etc. Este contrato de igual a igual se podía romper si una de las partes se que podían llegar a congregar a todos los obispos del Imperio (ecuménicos) bajo
consideraba perjudicada, pero los clientes, ya fueran campesinos que vivían en la autoridad creciente del papa de Roma o de su legado. Tales concilios se reu­
una aldea o simples particulares, no acostumbraban a salir de esa protección en nían para resolver los grandes problemas teológicos o disciplinarios. Cada clérigo
vista de las ventajas que comportaba. Individuos de toda clase, burgos rurales recibía, según su grado, un salario proveniente de las rentas de los bienes de su
enteros, caían bajo la dominación más o menos disfrazada de los poderosos. Esta iglesia local. El clérigo era, pues, un privilegiado, al igual que el funcionario y el
tercera forma de escapar del Estado no fue, por así decirlo, reprimida en Occi­ militar. Incluso su jerarquía cedía a veces a los mismos males que los otros dos
dente, y la práctica del patronazgo se extendió en todos los grandes dominios. . cuerpos: las tentativas de corrupción. Desde finales del siglo IV, la «simonía»
N o debemos sin embargo concluir que todos los pequeños y medianos propie­ (compra de cargos eclesiásticos) venía siendo denunciada y luego rigurosamente
tarios desaparecieron, ni que todos los colonos vivían en la miseria. Muchos esca­ prohibida por el concilio de Calcedonia (451). Ello demuestra hasta qué punto
paron a esa tendencia y hasta sabemos de terrazgueros adscritos a una tierra con la Iglesia se había convertido en una potencia social.
capacidad para alquilar otras o para' ser decuriones, aunque su número es de di­ En Hispania, las rentas de cada iglesia se dividían en tres partes: una para los
fícil precisión. A pesar de eso, la tendencia general era grave, no sólo porque clérigos, una para el obispo y la otra para construir edificios. En Galia e Italia,
creaba una economía sumergida, sino también porque desarrollaba grupos socia­ se reservaba una cuarta parte para las viudas y los pobres. Éstos estaban inscritos
les que perdían todo contacto con el Estado. Es paradigmática en ese sentido la en una lista (matrícula) análoga a la de los clérigos. Se les mantenía completa­
aparición de clientelas armadas que se creaban alrededor de algunos poderosos mente a expensas de su iglesia. Además, durante el siglo v, se desarrollaron mu­
terratenientes o de algunos generales preocupados por su protección personal chas instituciones caritativas: hospitales para los enfermos, hospicios para los pe-
62 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 AUTOPSIA DE OCCIDENTE 63

regrinos y los viajeros, orfelinatos para los niños expósitos, etc. En Roma, el sis­ sirio que llevaban a cabo penitencias extravagantes. Los monasterios de vida cen­
tema de la matrícula estaba todavía más desarrollado, en vista de la importancia tralizada según la regla de san Pacomio se oponían a los conventos compuestos
de su población flotante; funcionaban media docena de diaconías al servicio de por celdas dispersas que practicaban la regla de san Basilio. Finalmente, se crea­
los más miserables. Así pues, en el fondo, la Iglesia era el patrono de los pobres. ron en los obispados unas comunidades de clérigos episcopales que practicaban
Por ello, como verdadero estado dentro del Estado, no tardó en practicar, al la cultura sagrada y la vida consagrada. En resumen, tanto en el «desierto» como
igual que los grandes propietarios y los jefes militares, un tipo particular de patro­ ' en los campos, tanto en la ciudad como en las casas particulares, proliferaban
nazgo. A un campesino a vecesle resultaba más ventajoso trabajar como colono diferentes modos de vida monástica criticados por los laicos y los monjes. Los
en tierras de la Iglesia que ser totalmente libre. La justicia del obispo era más más exigentes, como Juan Casiano cuando llegó a Roma hacia el 405, estimaban
atrayente que 'la del funcionario, porque era más rápida y más directa. No es que los monjes en Occidente eran poco numerosos (en comparación con Oriente,
extraño encontrar a obispos que protegen a los libertos que les han sido confiados claro está), perezosos e indisciplinados.
por testamento o a colonos y clientes que hubieran pertenecido a un donante pia­
doso. El obispo se convertía, de ese modo, en verdadero patrono alternativo do­
tado él también de fieles. Además, vigilaba cuidadosamente el mantenimiento del La acción de los senadores y sus clientelas en la ciudad
territorio de asilo alrededor de su iglesia, donde se podían refugiar los esclavos
maltratados o los justiciables sin posibilidades de defensa. Abrumados por una Mientras el clero atrae a los hombres libres y los monjes a los críticos, el me­
multitud de tareas administrativas, los clérigos estaban cada vez más atados al dio urbano tiene tendencia a vaciarse. Normalmente, la ciudad, como capital y
mundo. Se estaban convirtiendo ellos también en poderosos. centro de un territorio, se administra sola. La asamblea de ciudadanos aprueba
Por otra parte, ése era el punto de vista de otros cristianos que reprochaban las propuestas de nombramiento de los magistrados municipales que presenta el
a los obispos y a los sacerdotes el que fueran tan mundanos. En efecto, muchos consejo de los decuriones, la curia. De hecho, es esta última la que dirige la ciu­
laicos que practicaban la renuncia al mundo material mediante el celibato y la dad. El primero de marzo de cada año elige a los responsables de la recaudáción
pobreza, atacaban a la sociedad cristiana. Los monj es consideraban que el mundo de impuestos, del reclutamiento, de la gestión de las minas, de los dominios im-
romano, convertido oficialmente en cristiano, sólo lo era nominal y superficial­ ' periales y de los caballos para la posta, sin olvidar a los responsables de insertar
mente. Por eso dividieron a sus compatriotas en dos grupos: los seculares, cristia­ los documentos privados (ventas, donaciones, testamentos, etc.) en el registro
nos superficiales sumergidos en el siglo, con ocupaciones frívolas y estúpidas, y municipal oficial. Otros cargos tenían que ver con el mantenimiento de los acue­
los conversi o sancti, verdaderamente convertidos, de ardiente fervor, que habían ductos, el suministro de leña para las termas, y la reparación de monumentos y
renunciado a la impureza de un mundo demasiado rico. A finales del siglo iv , la murallas. El consejo debía vigilar los precios. Por último, los curiales tenían que
conversión de un noble senador, Paulino de Burdeos, y la de su esposa Therasia, organizar los juegos públicos, los combates de gladiadores o las cacerías de ani­
provocó un verdadero escándalo, incluso entre loo cristianos. Abandonó todas sus males salvajes y exóticos importados de lejos. Ahora bien, los ingresos de las ciu­
cargas, vendió y distribuyó sus bienes entre los pobres y luego se retiró al santua­ dades de Occidente eran escasos, y sus bienes territoriales hasta parecían haber
rio de San Félix de Nola, en Italia. También una rica matrona multimillonaria, desaparecido a principios del siglo v. Así pues, todos los gastos descansaban so­
Melania, distribuyó sus bienes dispersos en Hispania, Italia, África y Bretaña. bre la fortuna personal de los curiales, que servía tanto de garante de la recauda­
Pero esos hombres vestidos con un manto negro y un capuchón, que frecuentaban ción de impuestos como de fuente de los gastos públicos, que respondían a la
los caminos y socorrían a los viajeros, era en gran parte parásitos, misántropos e gran tradición derrochadora de la Antigüedad. Por ello, fueran ricos o pobres,
incluso desertores que huían de las ciudades para eludir sus responsabilidades. Y medianos o grandes propietarios, los curiales trataban o bien de salir de su orden
mientras que excepcionalmente uno de ellos, Martín, que había sido oficial supe­ después de haber atendido a sus cargas municipales, y en tal caso se les llamaba
rior y se había convertido en eremita y monje, fue propuesto para el obispado honorati, o bien de escapar a sus obligaciones simplemente. A menudo les ame­
de Tours, los otros obispos no dejaron de burlarse de sus vestidos hechos jirones nazaba la ruina, y entonces intentaban ingresar en el ejército, en el clero o en
ni de sus cabellos sucios. Incluso en Cartago, los monjes no podían salir a la calle los monasterios. Si no conseguían entrar en uno de esos grupos privilegiados lle­
sin correr el riesgo de ser abucheados. gaban incluso a casarse con esclavas para que su función no fuera hereditaria, a
D e todos los grupos sociales del Occidente romano, los monjes parecen ser los pesar del papel de protector de los pobres que debía desempeñar el defensor de
más marginales, los más contestatarios y los menos integrados. En efecto, en ese la ciudad. Encontramos el mismo fenómeno a cada instante: la huida de la propia
inicio del siglo v, proliferaron todos los tipos de vida monástica. Normalmente condición para escapar del Estado. En el 458, el emperador Mayoriano intentó
faltaban reglas, y cuando las había, eran muy blandas. Vírgenes consagradas vi­ consolidar los colegios de curiales, que estaban en proceso de desmembración en
vían en matrimonio espiritual con ascetas, suscitando naturalmente todo tipo de Occidente. Pero los curiales no desaparecían de las ciudades solamente por ava­
habladurías. Había grupos de eremitas que se desplazaban incesantemente, con­ ricia o empobrecimiento. Se oponían sobre todo a ser transformados en funciona­
fundiendo el vagabundeo con el desapego. A esos monjes de tipo egipcio se les rios y a tener que ocuparse de tareas que les apartaban de sus actividades habi­
llamaba «girovagos», por contraposición a los recluidos y a otros ascetas de tipo tuales.
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64 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 AUTOPSIA DE OCCIDENTE 65

En particular, intentaban entrar en la nobleza senatorial. Ésta se dividía en var los logros del tipo de vida creado por la paz romana. Por ello, el Estado se
varias clases, con títulos muy jerarquizados en función de los cargos administrati­ consume intentando que cada uno cumpla con sus deberes, mientras que la Igle­
vos que se ejercían y de los títulos otorgados por el emperador. A principios del sia proclama en vano una moral que no se sigue." En efecto, las leyes romanas
siglo v, su forma de reclutamiento había sufrido una profunda renovación. Junto están llenas de prohibiciones de abandono del propio estatuto social. El esclavo
a las viejas familias que venían de la época republicana, aparecieron linajes nue­ no puede ser sacerdote ni monje. Los colonos no pueden abandonar la tierra que
vos surgidos normalmente de los decuriones, aunque también de simples soldados cultivan. Los miembros de las asociaciones de oficios no las pueden abandonar.
e incluso de. oficiales bárbaros o de notarios. Permanencia y cambio son las dos Los curiales no pueden entrar en el ejército ni ser clérigos o monjes. El marido
características contradictorias que marcan el reclutamiento de senadores. Aboga­ de una joven de familia curial se convierte en curial. Un obispo no puede cambiar
dos y maestros podían también llegar a ser senadores. Algunos de ellos vivían de sede episcopal. La hija de un senador no puede casarse con un hombre libre
apenas con desahogo. En cambio, algunos eran inmensamente ricos, especial­ ni con un esclavo. En definitiva, esas leyes, que intentan atar a cada uno heredi-
mente los de la clase más elevada que estaban exentos de impuestos y de cargos ■tariamente a su condición social, demuestran con su minuciosidad y su vana repe­
curiales. Evidentemente, tenían que contribuir con sus rentas a los gastos suntua­ tición que la sociedad romana sigue siendo fluida o se va coagulando lentamente
rios correspondientes a los juegos que organizaban los cuestores, los pretores o alrededor de los poderosos protectores sin que el Estado pueda aglutinar todas
los cónsules como en los tiempos antiguos. Pero cumplir con ese deber era para las energías. Asimismo, las exigencias cristianas se acostumbran a ignorar y se
ellos una cuestión de honor, aunque de ello no se derivara ningún papel político consideran impracticables. Muchos se hacían bautizar in articulo mortis para ase­
importante. En efecto, los senadores poseían grandes fortunas territoriales, y se gurarse de que morían perdonados y salvados. Los cristianos practicaban el divor­
podían permitir el lujo de no ejercer apenas funciones administrativas al tiempo cio, autorizado por la ley, a pesar de la proclamación de la indisolubilidad del
que su patrimonio crecía. Dada su gran riqueza y su cultura, llevan una vida hol­ matrimonio. Las prácticas abortivas eran a menudo correlativas a la estructura
gada y ociosa. Los espectáculos de caza en los anfiteatros, las carreras de caballos familiar, conyugal. Es decir: esa inobservancia de las órdenes del Estado y de los
y la agradable comodidad de las termas eran para ellos el verdadero placer y la consejos de la Iglesia demuestra que la política y la religión no penetran seria­
vida ideal, de la que querían hacer partícipes a sus compatriotas ciudadanos. Se mente en la sociedad. Y si llegan a penetrar, provocan una huida hacia los lazos
comprende así por qué todas las esperanzas de ascensión convergían en ese grupo de hombre a hombre y hacia las soledades incivilizadas. •
social, y por qué se le incrustaron tantos advenedizos, de modo que ese grupo
senatorial, al que los emperadores ilirios habían vaciado de poder político real,
lo fue recuperando lenta e insensiblemente. Efectivamente, un senador de prime­ I nicio d e la pr im acía d e l campo sobre la ciu d a d
ra clase, respetado por su naturaleza y por. el rango que ocupaba en las ceremo­
nias oficiales, podía intervenir directamente ante un alto funcionario o dar largas Exteriormente, la economía del Imperio Romano de Occidente parece prós­
a un curial que le reclamara sus impuestos. Llos privilegios de la influencia se pera, aunque menos que la de Oriente. Interiormente se encuentra en pleno cam­
añadieron insensiblemente al prestigio y, finalmente, los que solicitaban cargos a bio. En todas partes nacen distorsiones que ni los dirigentes ni la sociedad pueden
los senadores se fueron convirtiendo en sus clientes. El patronazgo floreció al dommar. Estas afectan al número de hombres, a la extensión de los grandes lati­
amparo de las grandes familias senatoriales. El senador, intermediario obligado fundios, a la economía monetaria y al nacimiento de un nuevo tipo de ciudad.
entre el Estado y los ciudadanos, sustraía a su vez al contribuyente de la autori­ La política militar, fiscal y monetaria tiene un papel verdaderamente preponde­
dad pública. Y cuando finalmente se retiraban a sus posesiones, sin perder con-, rante en la evolución económica del Imperio Romano de Occidente, pero ese
tacto con la corte ni sus lazos familiares con altos funcionarios, los senadores se papel, en vez de ser motor, es más bien creador de grandes rupturas, incluso den­
convertían en potentados locales. No fue raro en el siglo v que algún jefe de una tro de una coyuntura de expansión.
familia senatorial obtuviera el Imperio mediante usurpación, lo cual hacía casi
dos siglos que no ocurría. Ese retorno a la antigua fuerza del elemento senatorial
es un signo de los nuevos tiempos que se preparan. Pocos hombres y mucho espacio vacío
En resumen, la sociedad de la Antigüedad tardía ve nacer nuevos poderosos
y nuevos privilegiados: funcionarios, soldados, clérigos y senadores, junto a los Mientras que Oriente está en pleno desarrollo demográfico, Occidente proba­
esclavos casati y los colonos adscritos a la tierra, aunque ello pueda parecer una blemente no ha recuperado todavía la tasa de población del siglo 11. El hundi­
paradoja. Entre esos dos estratos sociales se debaten y se agitan, ya sea para subir miento del siglo m parece sólo momentáneamente detenido. A pesar de las esti­
o para bajar, campesinos libres, ciudadanos, curiales y monjes. Todos esos movi­ maciones contradictorias de los demógrafos (la población de la Galia se acerca
mientos internos tienen por objetivo escapar de la poderosa máquina estatal para tan pronto a los dos millones corno a los seis), es posible afirmar que para una
convertirse en protector o protegido, en patrono o en cliente. Esa huida general población de una veintena de millones de habitantes, los 250.000 hombres que
de las responsabilidades y esa negativa a participar en el esfuerzo fiscal y militar forman los efectivos teóricos del ejército son una carga demasiado pesada. Ello
necesarios para el mantenimiento de la guerra, provienen de un deseo de conser­ suponía un rendimiento de una centésima parte, mientras que el de los pueblos

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66 LA FORMAgÓ£J~DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

germánicos, a pesar de lo poco numerosos que eran, era de una cuarta parte.
Esa falta de hombres se debía sin duda a que se negaban a luchar, pero también
probablemente a que no se cubrían las vacantes. Si no tuviéramos en cuenta eso,
no comprenderíamos el empeño del Estado y de los grandes propietarios en ads­
cribir a los colonos a la tierra y evitar que se enrolaran en el ejército. La tierra
falta de brazos y el ejército que incesantemente pedía hombres, se disputaban los
pocos que había. La política de importación de tropas bárbaras y de laeti germá­
nicos instalados en tierras abandonadas, permite detectar las zonas subpobladas
del Imperio. Se trata, en primer lugar, de las zonas fronterizas más allá del limes
fortificado: Iliria, Panonia, Nórica, norte de Italia, norte de la Galia, Gran Bre­
taña septentrional y Mauritania. D e modo similar, la distribución de las ciudades
dibuja otra geografía de subpoblamiento: la Galia entre el Sena y el Loira, la
Numidia occidental y ciertas zonas de la península ibérica. Particularmente en
esta última hay zonas muy poco pobladas como las mesetas centrales, las regiones
pirenaicas y cantábricas, y las del actual norte de Portugal, excepto partes de Ga­
licia. Algunos historiadores han lanzado la hipótesis de que en el conjunto de la
península sólo había de seis a nueve millones de habitantes. Es cierto que en esa
época las tierras mediterráneas estaban más pobladas de lo que creemos, pero
los datos demográficos de la Antigüedad no se pueden precisar más que de forma
confusa y vaga.
Que existían territorios muy poco poblados e incluso vacíos lo confirma el em­
11’ pleo de términos oficiales como tractus y saltus, que designan a las tierras incul­
tas, bosques, terrenos pantanosos, pastos, estepas, etc. Como jurídicamente se
consideraba que no tenían dueño, el Estado se consideraba su propietario. Y ese
derecho del Estado se hacía extensivo al subsuelo y por lo tanto a las canteras y
las minas. Ahora bien, parece que las roturaciones romanas sólo se impusieron
a la naturaleza salvaje en las inmediaciones del Mediterráneo. La irrigación y el
drenaje sólo afectaron a las costas del Levante español y las de la península itá­
lica. El sistema catastral romano, que convertía el paisaje en una cuadrícula regu­
lar a partir de las carreteras, transformó profundamente las planicies costeras si­
cilianas, africanas (sobre todo en el actual Túnez) y también las orillas del Po,
del Guadalquivir y del Ebro. Desde el Languedoc y la Provenza debió subir por
el Ródano hasta la Champaña y la Picardía, e incluso pudo alcanzar la cuenca f
del Támesis. Pero, en resumidas cuentas, el paisaje inculto lo superaba con cre­
ces, y el dominio virtual del Estado debía ser inmenso. Las planicies y las monta­
ñas de Europa estaban cubiertas de enormes masas boscosas. Estas representaban
quizá tres cuartas partes de la superficie de las regiones que venimos consideran­
do. Los bosques apenas se explotaban, excepto en Córcega, Cerdeña, los Apeni­
nos, Sierra Nevada y los Causses donde se necesitaba madera para los astilleros
y resina para fabricar la pez. Las mesetas españolas producían esparto a partir
de la retama.
No obstante, las principales actividades que se llevaban a cabo en las zonas
incultas eran las mismas del paleolítico: recolección, ganadería extensiva y caza.
Se recogían frutas y bayas de las breñas, o bien se llevaban los cerdos a pacer
bajo los robles y las hayas de los bosques vecinos. Los productos de las zonas
incultas eran a menudo tan importantes que permitían llevar a cabo explotaciones
considerables: los cerdos de Bruttium (Calabria) alimentaban a los ciudadanos
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AUTOPSIA DE OCC 67
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pobres de Roma, y los de la Galia septentrional iban hacia el Rin y el Ródano.
Junto con la lana, uno de los principales subproductos de la ganadería era el (jue-
so. Se producía abundantemente en Iliria, Dalmacia, Galia y Gran Bretaña. Afri­
ca, Numidia, Hispania y Panonia suministraban caballos. Mientras que en invier­
no se comía carne de cerdo salada, en otoño la caza ofrecía, particularmente en
los grandes dominios, la carne fresca de los grandes herbívoros, ciervos, corzos,
pequeños roedores, liebres, ardillas y, el gran animal por excelencia, el jabalí.
Tampoco debemos olvidar los recursos de los ríos, los lagos y el mar. La pesca
con red, con nasa o con almadraba era muy productiva puesto que los hombres,
poco numerosos por otro lado, no disponían de medios suficientes para agotar
los recursos naturales.
En particular, las ingentes producciones de sal y de garum en casi todas las
costas del Imperio, verifican esa superabundancia. Las salinas se extendían por
las costas mediterráneas allí donde la insolación lo permitía. La pesca del atún,
del mújol y de la caballa, junto a la recogida de ostras, permitía la fabricación
de un producto para condimentar, el garum, en verdaderas «fábricas de salazón».
Ese líquido, que corresponde al actual nuocman, se exportaba en ánforas especia­
les y, junto con la sal, remontaba los ríos en grandes cantidades hasta llegar a
todas las mesas. Se fabricaba masivamente en las costas de Mauritania, la Bética,
el Levante (desde Cartagena a Barcelona), y también en las de Aquitania.
Había otros dos productos del saltus por los que el Estado se interesaba: los
minerales y las piedras para la construcción. Cuando no los explotaba directa­
mente a base de mineros y canteros adscritos hereditariamente a sus corporacio­
nes, se apropiaba el 10 por 100 sobre el producto extraído y permitía que el pro­
pietario del suelo recibiese otro tanto. Parece que la extracción fue activa gracias
a ese régimen de explotación ventajoso. Las minas de hierro más importantes
eran las de la isla de Elba, las de la Nórica (Baviera y Austria actuales), Iliria,
Berry e Hispania. El oro procedía sobre todo de Galicia y las Cevenas. El estaño
seguía siendo suministrado por las minas de Galicia y Comualles, mientras que
el plomo y la plata, a menudo asociados, abundaban en las minas de Sierra Ne­
vada, de las cordilleras dináricas de Iliria o de las peninas de Gran Bretaña. El
mármol blanco de Luni en Italia (cerca de Carrara) y el de colores de los Pirineos
o de Africa, se apreciaban mucho en las construcciones, las columnas, los capite­
les y los sarcófagos, pero, en comparación con las sencillas piedras para la cons­
trucción que se encontraban más o menos en todas partes, eran productos de
'lujo. En resumidas cuentas, aunque en el saltus no abundan los cazadores furtivos
ni las chozas de carboneros, leñadores y pastores, no está por ello menos explo­
tado y contribuye de forma importante al equilibrio de la vida cotidiana, del abas­
tecimiento y de los trabajos de artesanía de los romanos.

¿Qué ocurrió con la gran propiedad?

La gran importancia del saltus explica que estuviera poco roturado. Además,
. su complemento, la tierra cultivada (el ager que se opone al saltus), estaba falto
de brazos, como ya hemos visto, a pesar de las incitaciones del Estado. Sin em­
bargo, éste'promulgó toda una legislación en virtud de la cual se podía adquirir
68 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 AUTOPSIA DE OCCIDENTE 69

la propiedad de tierras incultas o abandonadas. En efecto, desde el siglo n, la ley pasan a depender de un gran propietario. Éste da a menudo nombre a su hacien­
romana reconocía dos tipos de derechos sobre una tierra: la plena proprietas del da: fundus Cornelianus, por ejemplo, ha dado Corneilhan en el bajo Languedoc.
propietario, y la possessio o derecho a perpetuidad que detentaba un cultivador Ahora bien, es muy raro que el fundus o el praedium esté agrupado en una uni­
sobre la tierra del dueño titular al haberla roturado. Ese doble derecho existía dad. Además, podía estar dividido en mitades, tercios y hasta octavos a merced
en todo el Imperio Romano. En el siglo v, cualquiera podía explotar una maris­ de las herencias y las ventas. Así pues, la frontera entre gran propiedad y peque­
ma, o un meandro, o cualquier otro aluvión fluvial, y convertirse en su dueño a ña propiedad era imperceptible. Ya en la cúspide de la escala social, los fundi
perpetuidad sin tener que pagar impuestos. Cualquier tierra abandonada que otro estaban agrupados en massae, archipiélagos que emergían de la masa de las pe­
volviera a roturar pasaba a su propiedad al cabo de dos años. Finalmente, una queñas y medianas propiedades. El senador Paulino de Pella, aunque de origen
ley del 424 autorizaba a cualquiera que roturara una tierra pública, ya fuera del bordelés, poseía fundi a lo largo del Gironda, en Acaya y en el Epiro. En Africa,
saltus inculto o de una propiedad vacante que hubiera caído en manos del Estado, algunas porciones del saltus que un gran terrateniente daba a roturar a un único
y que la ocupara regularmente durante treinta años pagando el alquiler y los im­ poseedor eran mayores que todo el territorio de una ciudad. Pero ello sólo era
puestos correspondientes, a convertirse en su propietario oficial. Así, la possessio posible en el saltus. En los otros sitios, las grandes propiedades se encontraban
se transformaba en proprietas. constantemente fragmentadas por enclaves ya fuesen minúsculos o más importan­
Esa ley y ese principio, fundamental en el futuro, no se aplicaron de momento tes.
más que en las tierras estatales cultivadas. Éstas no cesaban de aumentar gracias Por eso, los senadores de rango elevado se esforzaban por transformar las pe­
a la incorporación de tierras confiscadas. sin herencia o vacantes. En Carnpania, queñas propiedades vecinas en tenencias mediante contratos de patronazgo, o por
en la región de Valence en la Galia y sobre todo en el sur de Túnez, parecen comprarlas ni que fuera a un precio elevado, o por ampliar su influencia alquilan­
haber existido agri deserti, abandonados como consecuencia de una excesiva pre­ do tierras abandonadas. Ese doble movimiento de exclusión de vecinos y de crea­
sión fiscal que no distinguía las tierras fértiles de las tierras poco productivas. ción de campos nuevos o de roturación de antiguas propiedades abandonadas lle­
Detrás de la frontera renana o danubiana había muchas tierras que habían sido vó a la aparición de grandes propietarios que eran a la vez possessores que toma­
evacuadas por razones de seguridad. Por otro lado, naturalmente, la gente se ban en alquiler tierras del Estado (cultivadas o incultas) para acabar convirtiéndo­
atropellaba para obtener tierras de la corona. Como los alquileres se podían pa­ se en sus propietarios en virtud de la «prescripción treintañal». Ya a finales del
gar en oro, muchos grandes propietarios se presentaban como compradores para siglo IV, san Ambrosio, obispo de Milán, denunciaba duramente ese ávido deseo
ampliar de ese modo sus patrimonios. Todo ello explica un fenómeno sorpren­ de acaparamiento y esa sed de engrandecimiento en los dueños que eran a la vez
dente de la romanidad tardía: la tendencia a la extensión de la gran propiedad, funcionarios, patronos y jueces, y que, ayudados por administradores (actores) y
•sin que por ello desaparecieran los pequeños y medianos propietarios y sin un capataces (conductores), percibían alquileres elevadísimos y cánones en especie.
aumento correlativo de la superficie cultivada. Así pues, las tierras públicas ac­ En efecto, ese sistema era particularmente indispensable en el caso de que el pro­
tuaban como reservas de seguridad para responder a la creciente demanda de pietario fuera una persona jurídica: el Estado o la Iglesia. El absentismo de los
tierras, sin que hubiera ningún cambio importante en el número de brazos dispo­ dueños de los grandes dominios privados también requería ese tipo de organiza­
nibles. . ción compleja en su administración. A principios del siglo v, los potentes senado­
Todo el mundo compraba tierras. Pero la igualdad jurídica que imponía el res residían todavía en la ciudad y dirigían a distancia a través de sus intendentes.
derecho privado romano obligaba al marido y a la mujer a seguir siendo dueños Tenían que estar al corriente de los precios del mercado. En efecto, la Italia ano-
de sus bienes respectivos y a dividirlos por partes iguales entre los hijos en testa­ naria proveía del trigo y del vino fiscales para la alimentación de los ciudadanos
mentos extraordinariamente precisos y rígidos. Ello afectaba a todos, desde el de Roma y para el ejército. Por su parte, África, y en menor cantidad la Bética,
más humilde al mayor propietario, y a raíz de ello las grandes centuriaciones pri­ abastecían de trigo a Italia con regularidad. Aquitania y Champaña proveían a
mitivas se encontraban convertidas en pequeñas parcelas dispersas. Era necesario los ejércitos galo y renano. Esa demanda constante impulsó a los grandes propie­
entonces hacer cambios continuamente para reagrupar la tierra o bien alquilar o tarios a extender sus dominios. Ellos monopolizaron cada vez más los mercados
comprar más parcelas. Además, los negociantes y los comerciantes sólo podían dado que conocían mejor los precios que los pequeños propietarios y porque to­
invertir sus beneficios en propiedades territoriales. La constante demanda de tie­ maban temporeros durante la época de la siega y de la vendimia.
rra se encontraba en el extremo de un proceso que había empezado por su aban­
dono. Al fin y al cabo, en esta época la agricultura era la principal fuente de
ingresos del Imperio. Una agricultura que seguía siendo vigorosa
Aunque dispersa, la tierra se podía dividir en dos tipos. Los campesinos pro­
pietarios, los colonos adscritos a la tierra y los decuriones, cultivaban parcelas Así pues, los rendimientos eran para ellos una preocupación primordial. He­
(ager, agellus) o «colonias» (colonicae). A menudo falta documentación para mos visto cómo se repartía la mano de obra y por qué se prefería el colono ads­
constatar la existencia de esas pequeñas y medianas propiedades o de esas parce­ crito al suelo al esclavo agrícola que ya había sido casatus, en vista de lo poco
las, pero existen sin duda alguna, aunque sólo figuren en el momento en que que producía. Pero ello no impedía que los esclavos, a pesar de ser pocos propor-
70 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 AUTOPSIA DE OCCIDENTE 71

cionalmente, fueran todavía abundantes, puesto que unos parientes del empera­ Por ello, el fin del siglo rv es un período de gran producción y prosperidad.
dor Teodosio pudieron reclutar en el 409, a falta de algo mejor y a pesar de la ¿No es Paladio quien afirma que «la presencia del propietario acarrea prosperi­
prohibición, un verdadero ejército compuesto por mano de obra servil para lu­ dad a la hacienda»? ¿No es él quien recomienda tener «sin falta herreros, carpin­
char contra los bárbaros. D e hecho, como había pocos brazos disponibles, era teros y fabricantes de tinajas y cubas en el dominio para que la necesidad de acu­
necesario innovar. Los grandes propietarios consultaban entonces a los agróno­ dir a la ciudad no obligue a los campesinos a abandonar su trabajo normal»? La
mos, de cuyos escritos se hicieron muchas copias: Columela, Varrón y Paladio. tendencia a la autarquía en el dominio es el precio de esos esfuerzos de produc­
Este último era un aquitano, prefecto del pretorio en Roma en el 458. Escribió tividad. El éxodo de los senadores hacia el campo, que va acompañado del recha­
un tratado de agricultura que revela el creciente interés de los senadores por los zo a ejercer funciones políticas, no es solamente una dimisión; demuestra un in­
trabajos del campo. Por lo que se refiere a los cereales, el barbecho bienal se terés renovado por la producción y la especulación agrícolas. Por su disposición
acompañaba de escardas y labores frecuentes. Se cultivaban cereales de primave­ y su amplitud, los dominios rurales del siglo iv descubiertos por la arqueología y
ra, que crecen en tres meses, para paliar las malas cosechas de invierno. la fotografía aérea demuestran que no tienen nada que envidiar a los del Imperio
Mejoraban la producción el cultivo de leguminosas (guisantes, alubias, lente­ clásico.
jas, etc.) y la práctica del abono en algunos casos. El arado y la azada se utiliza­
ban conjuntamente para voltear la tierra. Se cuidaban con especial esmero los
huertos y las viñas. Los primeros producían coles, cebollas y rábanos en abundan­ La ciudad se marchita
cia, pero generalmente se prefería el viñedo por su alto rendimiento y las posibi­
lidades de especulación que ofrecía la venta del vino. Por otro lado, es probable En cambio, las construcciones urbanas parecen poco importantes. Incluso se
que los primeros esclavos casati lo fueran en los viñedos, ya que éstos tenían mu­ destruyeron templos paganos y se abandonaron completamente algunos edificios
cho interés en producir con el fin de obtener beneficios del vino que se les dejaba públicos. Aparte de las ciudades de Oriente y África, de Roma (que debía tener
y aumentar con ello sus peculios. El cultivo del olivo estaba muy extendido en una población de unos ochocientos mi! habitantes), de Ravena, de Müán, de Ar­
África, Hispania e Istria. les y de Tréveris, se construyeron pocos monumentos civiles y pocas iglesias en
Es difícil valorar los rendimientos de los cereales. Para Columela, no se podía ' las ciudades. A partir del 395, los prefectos del pretorio de Italia y )a Galia toma­
obtener un ingreso normal a menos que hubiera 16 trabajadores agrícolas por ron una serie de medidas para impedir que los curiales desertaran de los consejos
kilómetro cuadrado. Sin embargo, parece que, por falta de hombres, sólo había municipales. Ese movimiento que, como hemos visto, se alternaba con el de los
ocho a finales del siglo iv . Así pues, no se llegaba a la proporción ideal. En con­ senadores, hacía que las ciudades se convirtieran en centros de consumo mínimo.
secuencia, era necesario aumentar los rendimientos a toda costa. Columela acon­ Al no quedar en ellas más que algunos decuriones, el clero episcopal o monásti­
sejaba sembrar cuatro moyos por hectárea, pero Paladio prefería seis moyos. En co, los negociantes y los collegia, quedaron restringidas al papel de lugar de inter­
ese último caso, se producirían veinte hectolitros'por hectárea, lo cual sería válido cambio con los campesinos, cuartel temporal para las tropas de campaña, tribunal
para tierras de mediano valor. Según Columela, el rendimiento era de cuatro por para los justiciables o ciudadela-refugio en caso de peligro.
uno en un año malo; es decir, de cinco a siete quintales por hectárea. Nos queda­ El paisaje urbano ya no era abierto, con las avenidas que llevaban a los es­
mos con esa cifra por prudencia, ya que Varrón precisa que en Etruria se obte­ pléndidos edificios públicos. En todas partes, la ciudad se convirtió en una ciuda-
nían proporciones del diez al quince por uno y ello daría una producción de trece dela, aparte de algunas de Hispania, Italia y las de África. Ese nuevo modelado
a veinte quintales por hectárea aproximadamente. urbano tenía como objetivo mantener las funciones administrativas centralizado-
Para una utilización óptima de la escasa mano de obra, los agrónomos roma­ ras y las condiciones de un lugar de encuentro e intercambio entre toda la pobla­
nos aconsejaban el empleo de máquinas. Paladio incitaba enérgicamente a cons­ ción rural y los religiosos, funcionarios y artesanos que todavía vivían en la ciu­
truir molinos de agua «para moler el trigo sip tener que recurrir al trabajo animal dad. Por eso, en tiempos de paz, los arrabales estaban bastante poblados, tanto
o humano». Efectivamente, había numerosos molinos flotantes en el Tíber a su más cuanto que en el siglo v aparecen cementerios cristianos y basílicas. A partir
paso por Roma. Los de Barbegal en el Ródano, cerca de Arles, parecían por su del 415, fecha en que se encontraron las reliquias de san Esteban, el primer már­
capacidad verdaderas molinerías. En el norte de Italia se utilizaba la serra, que tir, se construyeron muchas catedrales dedicadas a ese patrón. En Milán, el ba­
era una especie de carretilla con ruedas dentadas para trillar el trigo en la erá. rrio de los comerciantes se encontraba extramuros. Pero es difícil aventurar cifras
En el norte de la Galia, el vallus, un carro con unas cuchillas en la parte delantera de la población de esas ciudades; desconocemos la superficie de los arrabales;
que separaban las espigas del tallo, era empujado por mulas y dirigido por un algunas grandes ciudadelas incluían huertos y espacios sin construcciones (Tou-
solo hombre que vigilaba su funcionamiento. Con ello, se suprimía el empleo de l'ouse, Vercelli, Bolonia, Módena, Piacenza e incluso Roma). Además, en caso
muchos segadores. Incluso parece que el arado con ruedas se podría haber cono­ de agitaciones o invasiones, solamente una parte de los habitantes se refugiaba
cido en las llanuras del Po y del Danubio, así como en el norte de la Galia. Vol­ en la fortaleza, mientras que los otros huían al campo. La ciudad romana del
vemos, pues, a encontrarnos con las zonas poco pobladas que tenían la obligación Imperio tardío. estaba dotada de capacidades retráctiles. En circunstancias norma"
de alimentar a los ejércitos y que estaban por ello condenadas a la innovación. les, Burdeos debía contar con 16.000 habitantes y París con 20.000. En tiempos
72 I,A FORMACION DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

de guerra se podían vaciar de una sola vez. Y ello nos lleva a considerar una de
las distorsiones más graves entre la ciudad y el campo: el desplazamiento de la
producción y de las fuerzas económicas desde los centros urbanos a las zonas ru­
rales.
En efecto, eran raras las ciudades capitales que tenían artesanos y vendían
productos manufacturados. Ya hemos visto que había muy pocas cecas: seis en
las ciudades más importantes. Quizá la producción de vidrio en Colonia era la
única que seguía constituyendo una actividad importante. Pero las manufacturas
textiles de Aniiens y Bourges dependían del Estado, así como los navicularios
(corporación de armadores del Estado que transportaban el trigo fiscal) ya traba­
jaran en Ostia, en Cartago, en Aquileia o en Barcelona. Es particularmente reve­
lador el caso de los talleres de cerámica; estaban todos instalados en el campo,
cerca de grandes centros de consumo como los campamentos militares o los aire-,
dedores de los grandes puertos. En definitiva, la ciudad representaba cada vez
más el Estado y la Iglesia; se convirtió en lugar de intercambio, incluso en com­
petencia con los vid, grandes burgos rurales donde los campesinos se concentra­
ban más a menudo para vender sus productos.
En total, las ciudades habían perdido gran parte de su actividad económica y
se estancaron en la parte occidental del Imperio a medida que se vaciaban de
trabajadores y propietarios terratenientes; pero siguieron imponiendo su ley polí­
tica y religiosa. En el nivel de los intercambios comerciales y monetarios se pro­
dujo una distorsión idéntica; el comercio exterior con los países bárbaros, Irán y
el Extremo Oriente estaba gravado en las fronteras con un derecho de aduana
nada menos que del doce y medio por ciento. Sin embargo, el comercio con los
países de Europa central era beneficioso porque se vendían muchos productos
manufacturados. En cambio, el déficit que provocaban las compras de incienso
del Yemen, de especias de la India y de seda de China no era suficiente para
desequilibrar la balanza de pagos del Imperio. No había ninguna proporción en­
tre ese comercio de lujo y el comercio interior.
El Estado favorecía a este último, como siempre por razones fiscales y milita­
res. La red de carreteras romana se encontraba en su punto de máximo apogeo;
cubría todo Occidente permitiendo que las tropas y los correos de posta del cur-
sus publicus se desplazaran rápidamente para la época; por ejemplo, había seis
días de camino de Milán a Roma. Pero precisamente los transportes terrestres
no favorecían las mercancías; era más caro transportar 600 kilos de carga en un
carro tirado por una pareja de bueyes que en un par de dromedarios. Por eso,
estos últimos se utilizaron durante todo el Imperio y llevaban todo el equipaje
de las tropas. Era mejor el transporte por agua: más práctico y más económico.
La carga media de los barcos que transportaban trigo era de 150 toneladas. Pero,
una vez más, los navicularii intentaban escapar de las exigencias del Estado y
preferían utilizar barcos de veinte toneladas, con lo cual no tenían que pagar tan­
tos impuestos y podían obtener más beneficios. También los barqueros del Tíber,
el Po y el Ródano estaban controlados por la administración.
Así pues, solamente eran rentables los transportes fluviales y marítimos, tanto
más cuanto que el Estado era el principal consumidor. Aunque sólo se pudiera
navegar del 31 de marzo al 10 de octubre (o a veces hasta el 11 de noviembre),
aunque los viajes fueran lentos (cinco días de Narbona a Cartago, treinta días de
AUTOPSIA DE OO 73

Alejandría a Marsella), las rutas marítimas estuvieron muy frecuentadasTparticu-


larmente para transportar trigo, vino y aceite. Había comunicación regular entre
todos los puertos de cierta importancia. El Mediterráneo seguía siendo el centro
de esa economía de intercambio. Sólo hay dos excepciones dignas de señalar: se
utilizaba frecuentemente el periplo ibérico para ir a comprar estaño británico, y
las flotillas que llevaban trigo de la cuenca del Támesis iban regularmente de
Londres a Maguncia. Pero aquí nos encontramos una vez más con el papel pro­
motor del Estado. En efecto, parece que los negociantes privados eran poco nu­
merosos si nos atenemos al débil rendimiento del impuesto que les gravaba, la
collado lustréis. Junto a los mercaderes ambulantes galos, hispánicos y africanos,
encontramos a activos comerciantes sirios y judíos. Pero, naturalmente, los pro­
ductores tenían tendencia a negociar directamente la venta de su trigo o su vino.
El mercado frumentario del norte de Italia estaba en manos de los grandes sena­
dores que jugaban al alza o a la baja según los períodos de siega o de espera de
la nueva cosecha: en seis meses los precios podían triplicarse o al revés. Enton­
ces, los pequeños campesinos propietarios negociaban directamente sus exceden­
tes, y la especulación era tanto más tentadora cuanto que acostumbraba a ir unida
a préstamos y a adelantos sobre las cosechas. Ahora bien, la renta de la tierra
en el norte de Italia parece que era del 10 por ciento. Como la tasa de interés
era oficialmente del 12 por ciento, y a menudo mucho más, una fuerte demanda
del Estado estimulaba en consecuencia el comercio privado que aportaba el com­
plemento necesario y provocaba nuevos empréstitos a intereses aún más eleva­
dos. Ello explica las diatribas episcopales, sobre todo las de san Ambrosio, contra
la usura.
Esos préstamos a interés elevado, particularmente para las empresas maríti­
mas (33 por ciento), precisaban de dinero contante y sonante, cuya disponibilidad
se multiplicó a principios del siglo v con la acuñación del sueldo de oro, que era
una moneda con gran poder adquisitivo que se aceptaba en todas partes. Como
las piezas de bronce, los folies, se devaluaban sin cesar según la ley de Gresham
que dice que «la mala moneda expulsa a la buena», el Estado, los funcionarios,
los soldados y los comerciantes exigían ser pagados en oro. La adaeratio, esto es,
el pago de los impuestos en sueldos de oro (en vez de especie), se generalizó.
Ahora bien, los contribuyentes, en particular los colonos con una producción dé­
bil, no disponían de esas especies monetarias. Por lo que a partir del 383, los
emperadores hicieron acuñar tremisses, tercios de sueldo de oro de 1,51 gramos,
para responder mejor a la demanda. Tampoco sirvió de nada pagar a los legiona­
rios renanos con una moneda minúscula de plata, el minimissimi. El brutal efecto
deflacionista de la moneda de oro obligó a los campesinos libres a convertirse en
colonos ligados al suelo, dependientes de un propietario o de un patrono al que
debían pagar su impuesto en especie, encargándose éste de abonarlo al fisco en
moneda. Una reserva de oro con excesivo poder adquisitivo con relación a la pro­
ductividad provocó, ni más ni menos, el retorno a una economía natural. Un sis­
tema monetario estable había de acarrear, tarde o temprano, el derrumbamiento
de la economía unitaria romana, según el grado mayor o menor de desarrollo
económico en las diferentes provincias. Ello no afectó a las provincias más ricas
(Africa, Italia peninsular, las islas, el sur y el este de Hispania y la Galia meridio­
nal), pero ese efecto mecánico disolvente, debido a la ignorancia de las leyes ele-
74 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

mentales de la moneda por parte del gobierno imperial, empezaba a pesar sobre
las regiones pobres. Una vez más, la separación entre el Estado y las ciudades
por un lado, y el campo por otro lado, amenazaba derrumbamiento. Oriente lo
evitó en el año 498 mediante la revaluación de la moneda de bronce, pero no
ocurrió lo mismo en Occidente.

E l prestigio de R om a se opon e a un ba jo nivel d e ro m an iza ción

En efecto, un fenómeno ocultaba la realidad a los coetáneos: la religión de la


cultura daba a Roma tal prestigio que la insuficiente romanización pasaba inad­
vertida. Roma, civilización urbana según la tradición de los griegos, nunca puso
en tela de juicio la cultura helenística que había extendido a todo Occidente,
puesto que en nombre de su modelo, estaba convencida de que era universal.
Solamente los bárbaros y los esclavos eran extranjeros; todos los demás hombres
eran los únicos verdaderamente libres.

Una cultura elitista, humanística y superada

Los romanos se beneficiaron del proyecto grecorromano que hacía pasar al


hombre de la naturaleza salvaje a la cultura. Después de la alfabetización y el
cálculo, el objetivo último de la educación era aprender, gracias al latín y al grie­
go, a hablar bien (retórica) y a saber reflexionar sobre el destino del hombre (fi­
losofía) . Pero, en una civilización todavía oral en gran parte, el personaje privile­
giado de esa educación era el profesor de elocuencia, el retórico, a pesar de que
hubiera una casta importante de funcionarios, de notarios y de estenógrafos que
tomaban los debates en notas tironianas. Por edo las escuelas municipales acos­
tumbraban a tener un gramático y un retórico por todo profesorado. Las otras
asignaturas (filosofía, derecho y medicina) se podían cursar en Roma casi exclu­
sivamente. El derecho siempre se estudiaba en latín, y la filosofía y la medicina
en griego.
Los emperadores ampararon esa educación porque comprendieron que era el
fundamento del patriotismo romano. Aquélla creó un elitismo literario uniforme
que ensalzaba el sentido de la elegancia, despreciaba a las ciencias y consideraba
que el ideal de vida no era el trabajo (negotium, de.donde viene negocio), sino
la dedicación a los estudios (otium). Las escuelas eran el sostén indispensable del
Estado, ya que proporcionaban abogados, funcionarios y, más tarde, obispos.
Pero al mismo tiempo desarrollaban un desprecio por los oficios mecánicos y el
trabajo manual. En este sentido no reforzaban la sociedad, aunque deslumbraran
a los bárbaros con los discursos de los retóricos y el lenguaje florido de las cons­
tituciones oficiales romanas. Por otro lado, como el programa de los autores que
se debían estudiar se hacía cada vez más complejo, los siglos iv y v fueron la
gran época de la redacción de nuevos manuales, particularmente las gramáticas
de Donato y Prisciano. Además, como sólo se enseñaban prácticamente la gramá­
tica y la retórica, el deseo de cubrir las otras cinco disciplinas que faltaban para
completar el programa de las siete «artes liberales» (dialéctica, aritmética, geo-
AUTOPSIA DE OCCIDENTE 75

metría, astronomía y música), llevó a la redacción por parte de Marciano Capela,


entre el 410 y el 429, de las Bodas de Filología y Mercurio, una vasta enciclopedia
alegórica que respondía a aquellas necesidades. Esa complejidad que era a la vez
un logro del edificio escolar grecorromano, requería reformas técnicas. A l igual
que en la agricultura, también aquí aparecieron innovaciones: el libro (codex),
con las páginas que pueden hojearse o donde se pueden escribir notas, empezó
a reemplazar al rollo. El pergamino, piel de cordero cuidadosamente alisada, ha­
cía la competencia al papiro egipcio, a la vez caro y rugoso. Finalmente, la pluma
de oca apareció sin eliminar a la caña partida (el cálamo). La pluma permitía
escribir en escritura cursiva más rápida. Pero a pesar de todo, la enseñanza estaba
en crisis: muchos jóvenes alumnos refunfuñaban ante el aprendizaje del griego.
Agustín, aunque era profesor de retórica en Cartago, lo conocía muy mal. Pauli­
no de Pella cuenta que el aprendizaje de las dos lenguas le costaba tanto que
llegó a ponerse enfermo, después de lo cual decidió dedicarse a los placeres de
la caza. También en ese sentido, una enseñanza demasiado difícil provocó que la
aristocracia senatorial volviera a la naturaleza y a los placeres del campo.
Las críticas monásticas también influyeron en esa crisis de la enseñanza. Los
cristianos laicos no habían querido cambiar la enseñanza clásica humanística que
tanto admiraban, pero los monjes se daban cuenta de todo el paganismo que la
cultura grecorromana transmitía. Juan Casiano, que fundó San Víctor de Marse­
lla en el 410, reclamaba una cultura espiritual fundamentada en la Biblia. Los
monjes egipcios, de origen popular a menudo, consideraban que la enseñanza de
las humanidades era inútil porque era inmoral. A esas críticas, que dividían pro­
fundamente al episcopado a medida que los senadores de grandes familias entra­
ban en él, respondió Agustín en su De doctrina cristiana, que escribió entre el
año 396 y el 427. Para él, la cultura clásica era absolutamente indispensable como
paso propedéutico obligatorio hacia el conocimiento de la Biblia. El intelectual
cristiano tenía que ser gramático y retórico para convertirse en un exegeta perfec­
to y en un brillante orador sagrado. Así, Agustín recuperó toda la cultura antigua
para ponerla al servicio de las letras sagradas. Pero, al mismo tiempo, la necesi­
dad de hacerse comprender por el pueblo le obligó a practicar un sermón claro
y simple, y por ello a abandonar buena parte del yugo de la retórica. Ese alige­
ramiento y ese abandono eran las únicas soluciones para resolver la crisis de la
enseñanza, aunque fueran contra la latinidad. Sin embargo, todavía no se había
comprendido en Occidente el alcance genial de esa solución.
A sí pues, el ideal universalista seguía intangible, y todas las élites comulga­
ban, en el mismo culto a la eternidad de Roma, con el panegirista Pacatus Dre-
panius como ya hemos visto. La uniformidad de la cultura, la aceptación unánime
de las ventajas de la civilización, el mismo tipo de vida de este a oeste, apenas
afectado por la diferencia entre el latín y el griego, hacían que los espíritus culti­
vados no se dieran cuenta de las realidades geográficas de una romanidad con
matices múltiples. Existían zonas muy poco romanizadas que, casualmente, co­
rrespondían a los países pobres. De Cartago a Tánger, en Africa, la fuerza de la
civilización romana disminuía lentamente; en las montañas incluso se desconocía
su influencia. En el noroeste de Hispania, las capitales de territorio no eran ni
tan siquiera ciudades sino conventus, lugares de reuniones tribales; en los montes
cántabros y en el País Vasco la romanización había fracasado por completo. En
76 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

la Galia, sobre todo en Arinórica, eran importantes las supervivencias galas. En


Gran Bretraña, seguía vivo el fondo céltico que triunfó en el País de Gales y en
Escocia, al norte del muro de Adriano. En las zonas poco romanizadas de la Ta­
rraconense, de los Pirineos, en los Alpes y entre el Loira y el Sena, bandas de
campesinos, a veces llamados bandidos, se rebelaban intermitentemente contra
el fisco. Normalmente se les designaba con el nombre de bagaudas, palabra de
origen galo que significa ‘agrupación’. Finalmente, no olvidemos la germaniza-
ción del norte de Bélgica por parte de los francos. En definitiva, la unanimidad
romana presentaba sombras que el esplendor literario y artístico camuflaba.
Ese cuadro de contrastes nos muestra, pues, una romanidad segura de ella
misma y totalmente inconsciente de los desgarramientos internos. Se trataba de
un mundo asediado que se creía pacífico, por lo que desarrolló tres instrumentos
de paz: el derecho, con su distinción entre público y privado; el ejército, con su
dualidad (tropas de cobertura y tropas de campaña), y los funcionarios al servicio
de la justicia y de las finanzas. Pero, para mantener lo que se había logrado y
para conservar intacto su potencial urbano, se tuvo que crear un sistema fiscal
devorador. Para paliar la insuficiencia de hombres se tuvieron que introducir bár­
baros en las tropas. Para mejorar los rendimientos se tuvieron que adscribir los
colonos a la tierra y se tuvo que generalizar la economía monetaria. Para aumen­
tar el fervor romano, se tuvo que desarrollar una enseñanza y hubo que apoyarse
en la Iglesia. Pero tensando de ese modo los resortes de la sociedad sin querer
sacrificar nada de la herencia antigua, la romanidad creó privilegios en los extre­
mos de la sociedad e hizo aparecer divergencias graves: decuriones y campesinos
contra el Estado, monjes contra clérigos, ciudades contra campo, etc. La sociedad
escapaba del Estado a través del patronazgo, el de los nuevos poderosos: milita­
res, senadores y obispos. El campo se modernizaba de espaldas a las ciudades,
que se iban vaciando de sus productores. El Estado, el único gran consumidor
en un medio que no puede responder a su demanda, quiebra la naciente expan­
sión con una moneda de excesivo poder adquisitivo.
Como un lagarto que muda, el Imperio Romano, a principios del siglo v, se
encontraba atrapado por su vieja piel, que no acababa de abandonar, y debilitado
en su nueva epidermis. Se oponían y se contradecían en él la resistencia y el mo­
vimiento, el arcaísmo y las innovaciones. La desgracia quiso entonces que surgie­
ra el bárbaro antes de que aquel proceso hubiera tocado a su fin. Aquél cortó
con su espada el apéndice caudal del animal, salvando de ese modo la vida al
Oriente bizantino, que inició entonces su apogeo. Sólo así se puede considerar
el papel destructor del acontecimiento. Dentro de esa dialéctica de las guerras y
de las estructuras de civilización, veamos ahora qué fue lo que se derrumbó y
qué fue lo que se mantuvo.
T7

Capítulo 2
FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO
DE OCCIDENTE
(siglos V-VII)

Los coetáneos no se dieron cuenta de las consecuencias duraderas y lejanas de


las invasiones germánicas. A menudo mayoritarios, los vencidos minimizaron el al­
cance del acontecimiento y consideraron que los recién llegados eran antiguos sol­
dados romanos, salvo, evidentemente, en los contados casos en que fueron expul­
sados. Por ello, en particular en Hispania, en el sur de la Galia y en Italia, la in­
fluencia romana siguió siendo preponderante, evolucionando por el impulso adqui­
rido. Tomó entonces el relevo de la civilización romana la Iglesia, que veló por su
mantenimiento y su transformación. Mediante misiones, llevó la romanización in­
cluso a lugares én los que Roma había fracasado. A sí pues, en esas regiones, la
aportación bárbara específica fue minimizada o incluso rechazada. En cambio, ésta
fue indudable y clara en Inglaterra, el norte de la Galia, Germaniay el norte de Ita­
lia. Entonces se hubiesen podido oponer la permanencia romána y las novedades
germánicas a escala geográfica, de forma que cada región representase a una de
ambas. Pero no ocurrió nada de eso porque la influencia de la Iglesia, que escogió
lo que le pareció perdurable de la romanidad, llevó finalmente a la creación de una
nueva unidad entre vencedores y vencidos que se pretendía idéntica a la antigua.
Surgió, pues, una mezcla que, a falta de algo mejor, se ha venido llamando civili­
zación de los reinos bárbaros y la que sería mejor llamar romano-germánica. De to­
dos modos, gracias a la aculturación realizada por la Iglesia, los germanos supieron
aprovechar las lecciones que recibieron al tiempo que conservaron su originalidad,
puesto que siguieron mandando sobre los romanos y sobre los miembros del clero.

D el I m per io a los reinos

A partir del momento en que un pueblo nómada, los hunos, procedente de


las estepas de Asia central, cruzó el Don en el año 375, una serie de reacciones
en cadena provocó el desplazamiento de tribus enteras del este hacia el oeste y
78 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 79

su entrada en el Imperio. Al parar el primer golpe el Imperio de Oriente desem­ tuvieron el estatuto de federados en el 435, y acabaron por saquear Carago en
barazándose de sus adversarios a los que mandaba hacia Occidente, aquí empezó el 439. Fue entonces cuando el reino de los vándalos conoció, bajo la dirección
un proceso de muerte lenta. Luego, tras un período de reconquista por parte de de Genserico y a diferencia de los otros reinos bárbaros federados, una verdadera
Constantinopla, que había recuperado fuerzas, Occidente quedó abandonado a independencia de hecho. Dueño del granero de trigo de Roma, se convirtió en
su suerte. Desde entonces, empezó la búsqueda del equüibrio entre los diferentes el enemigo por excelencia, tanto más peligroso cuanto que logró ocupar todas las
reinos bárbaros que se habían repartido el territorio. Todos esos reinos atravesa­ islas del Mediterráneo occidental.
ron crisis graves, pero uno de ellos, el de los francos, surgió como aspirante a la Genserico intentó, efectivamente, acorralar a Roma entre los hunos que ya
hegemonía. Curiosamente, la caída de Roma llevó a la restauración de Roma. se encontraban en el Danubio desde el 420 y él mismo. Pero tuvo que habérselas
con el general romano más hábil de la época, Aecio, que había vivido su juventud
como rehén en la corte de los hunos. Gracias a que estando allí había trabado
Una muerte lenta y doloroso amistades, consiguió utilizar federados hunos y estabilizar la situación en la Galia.
En el 436, en particular, después de haber aplastado a los burgundios instalados
Al cruzar el Don, las tribus de los hunos quisieron someter a los alanos, a los en Worms, los desplazó y los instaló en el Jura meridional y alrededor del lago
ostrogodos y a los visigodos. Estos últimos, vencidos, intentaron refugiarse en el Lemán, en Sapaudia, de donde viene el nombre de Saboya. Era el tercer rein o '
territorio romano como federados, pero la alianza oficial se quebró rápidamente. federado. Conteniendo a los visigodos y manteniendo su alianza con los francos,
En el 378, la caballería visigoda rompió en Adrianópolis las filas del ejército ro­ supo precaverse de las iniciativas conjuntas de Atila, rey de los hunos, y de Gen­
mano mediante un ataque lateral. A partir de ese momento, ese ejército germá­ serico, rey de los vándalos. Desde su campamento instalado en el corazón de las
nico seguido de su pueblo intentó en vano renovar la alianza con Roma. Con actuales llanuras húngaras, Atila lanzó un ataque destinado a someter a tributo
Alarico a la cabeza, los visigodos erraron por todo el Imperio de Oriente en bús­ a todos los pueblos germánicos que habían entrado en el Imperio Romano. Pre­
queda de un estatuto. Después de saquear Iliria, entraron en Italia y, al no poder cedido por una reputación de terror y en busca de botín, destruyó Metz, sitió
negociar con la corte de Ravena, que era profundamente antigermánica, tomaron Orleans y luego, ante la noticia de la llegada de Aecio con tropas romanas, se
Roma en el 410. Esa caída de la Ciudad eterna tuvo gran repercusión en todo retiró a la Champaña. Ahora bien, ahí tuvo que habérselas no sólo con los solda­
Occidente. dos de Aecio, sino también con los visigodos, los alanos, los burgundios, los bre­
Entretanto, y aprovechando que el Rin no sólo estaba desguarnecido de tro­ tones de Armórica, los bagaudas, los sajones implantados en el Boulonnais y to­
pas sino también helado, el 31 de diciembre del 406 cruzaron el río y saquearon das las tribus francas. Tal coalición sugiere un cambio esencial de mentalidad.
todo el norte de la Galia los vándalos, grupos de suevos y otros de alamanes. Fue un ejército mayoritariamente germánico el que sorprendió a los hunos cuan­
Ante ese desastre, las tropas romanas de Gran Bretaña eligieron emperador a su do se retiraban cerca de Troyes, en Moirey, donde libraron la célebre batalla de
general Constantino que desembarcó en Bouloglil.e y cerró la frontera renana con los «campos Cataláunicos» el 20 de junio del 451. Al año siguiente, el papa León
la ayuda de tropas federadas francas. Habiendo literalmente caído en una tram­ hizo fracasar una expedición de Atila que se dirigía hacia Roma, y la muerte ines­
pa, los vándalos y los suevos entraron entonces en Hispania y la saquearon a dis­ perada del «jan» acarreó la fragmentación inmediata de los agrupamientos triba­
creción. Al mismo tiempo, los bagaudas se rebelaban de nuevo contra las recau­ les que él había reunido bajo su control. Parecía que el Occidente romano se
daciones fiscales ya exorbitantes a las que estaban sometidos, mientras que los había salvado una vez más. Pero el asesinato del general Aecio, en el 453, por
armoricanos, viéndose abandonados, apoyaban al usurpador. Tal situación sólo el emperador Valentiniano 111, celoso de sus éxitos y temiendo por su trono, vol­
se resolvió lentamente gracias a las iniciativas del general Constancio. Después vió a favorecer el lento proceso de agonía del Imperio. Los fieles de Aecio res­
de haber utilizado a las tropas visigodas contra los vándalos en Hispania, acabó pondieron asesinando al emperador; y en Ravena, un patricio bárbaro, Ricimero,
instalándolas en Aquitania, de Toulouse al océano, concediéndoles oficialmente se puso a hacer y deshacer emperadores a su antojo. Así las cosas, el fracciona­
el estatuto de federados, aliados del Imperio. A partir del 418, pues, empezó cier­ miento del Imperio siguió avanzando.
ta estabilización con la creación de un primer «reino» bárbaro en Occidente. Pero En Gran Bretaña, los bretones, desprovistos de tropas para hacer frente a los
los daños habían sido enormes. Dos tercios del ejército romano de campaña ha­ ataques de los pictos y a las piraterías de los escotos llegados de Irlanda, y des­
bían sido destruidos y buena parte de los ingresos fiscales no se cobraba. pués de haber pedido ayuda en vano, acabaron por recurrir a los anglos y los
Es realmente sorprendente observar que el Imperio seguía existiendo. De he­ sajones como federados. Estos dos últimos venían de Jutlandia, de las bocas del
cho, lo consiguió gracias al sistema de los federados. Tal era el caso de los suevos Elba y del Weser. Más o menos mezclados con los frisones reunidos en las bocas
instalados en la desembocadura del Duero, alrededor de Braga. Pero los vánda­ del Rin, y con los francos que habían encontrado en el Boulonnais, cumplieron
los, después de haber sido instalados provisionalmente en la Bética, la abandona­ bien con su cometido al principio, hacia los años 450-455. Pero pronto se aprove­
ron (dejándole el nombre de Andalucía) para cruzar el estrecho en número de charon de la situación para dominar a los bretones, instalándose en Kent, en los
.¡10.000, en el año 423. Desde' ese punto avanzaron lentamente hacia el Este, to­ estuarios del Wash y del Humber. Entre tanto, la resistencia bretona se organizó
maron Bona (hoy Annaba), donde acababa de morir san Agustín, en el 430, ob­ apoyándose en una emigración hacia el continente y consiguió bloquear el avance
80 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

anglosajón hasta finales del siglo v. Y al mismo tiempo, los irlandeses establecie­
ron su dominio en la Caledonia céltica, que tomó su nombre: Scotland, Escocia,
el país de los escotos.
Socavado en sus contornos, el Imperio también fue golpeado desde el interior.
En el 455, Genserico desembarcó cerca de Roma y saqueó la ciudad durante más
de un mes. Aquí y allá, en medio de la apatía general, estallaron revueltas anti­
bárbaras: en Auvernia, en Cataluña, en Sicilia, en Iliria, etc. Sin embargo, todas
ellas fracasaron por falta de coordinación y de apoyos exteriores. Entre el Loira
y el Somme, lós generales romanos Pablo, Egidio y Siagrio se apoyaron constan­
temente en los bretones para bloquear los progresos de los reinos federados. De
hecho, los visigodos avanzaban hacia el Loira, hacia los Pirineos, el Mediterrá­
neo, el Ródano, y tomaron Provenza en el 476. Encargados por Ricimero de so­
meter a los suevos que se estaban desplegando en Hispania, los hicieron retroce­
der y ocuparon su sitio. Los burgundios tomaron Lyon, desde donde remontaron
el Saona hasta la meseta de Langres y luego descendieron por el Ródano hasta
el Durance.
En cuanto a Italia, el último ejército «romano», bajo la dirección de Odoacro,
un jefe de origen huno, acabó por sublevarse y reclamar un estatuto idéntico al
de los otros pueblos federados. El joven Rómulo Augústulo fue despojado de sus
insignias imperiales, y luego exiliado el 4 de septiembre del 476. El Imperio Ro­
mano de Occidente ya no existía; pero de momento nadie se dio cuenta de ello.
Volvía a haber un solo emperador, el de Oriente, con residencia en Constantino-
pla, que se convertía en el responsable de Occidente. A sí es cómo los coetáneos
interpretaron el acontecimiento. Por otro lado, el emperador Zenón no reconoció
la dignidad real de Odoacro. Éste no pudo defender la margen derecha del Da­
nubio y dejó que los lombardos ocuparan la actual Austria. Cuando los ostrogo­
dos, instalados como federados en el 471 en- Panonia, hubieron agotado su terri­
torio y quisieron atacar Constantinopla, Zenónt encargó a su rey Teodorico que
fuera con sus tropas a desalojar a Odoacro en su nombre, ya que él era empera­
dor de Occidente. Las tropas ostrogodas, de nuevo «oficialmente romanas», con­
siguieron eliminar a Odoacro en el 493 después de duros combates. El reino os­
trogodo de Italia fue la última creación de un reino federado en Occidente. Teo­
dorico intentó extender su hegemonía hasta' el Danubio, como representante del f
poder imperial, y practicó una política de afianzas matrimoniales con todos los
reinos bárbaros: el visigodo, el burgundio, el suevo, el vándalo e incluso con el
reino franco, entonces en plena expansión.

La sorpresa franca: 486-535

En efecto, ese nuevo equilibrio como consecuencia de un dominio ficticio de


Constantinopla sobre Occidente, mediante interposición de godos, no tardó en
romperse en favor de una tribu germánica, los francos, que se habían mantenido
fieles a Roma hasta los años 465-468. Hasta entonces se componían de dos grupos
por lo menos: uno, los ripuarios a los que debemos llamar renanos, vigilaban la
• margen izquierda del río; el otro, los safios, originarios del Salland, un pequeño
territorio hoy situado en los Países Bajos, en el bajo Rin. Instalados, como hemos
FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 81

L o s estados bárbaros a principios del siglo V

visto, en el norte de Bélgica, los salios se extendieron imperceptiblemente hacia


Tournai y Cambrai, donde se instalaron hacia 430-440. Uno de sus reyes, Childe-
rico, intentó en vano tomar París; fue enterrado en Tournai en el 481, en su ca­
pital, donde se encontró su tumba en el siglo x v ii . Su hijo Clodoveo (que viene
de Chlodweg), considerándose como un general romano dueño de un territorio
abandonado, venció a Siagrio en el 486 y tomó su capital, Soissons. Después,
unificó el reino franco eliminando a los reyezuelos vecinos mediante asesinatos o
astucias; logró entenderse con los bretones de Armórica, a los que reconoció una
casi total independencia. Finalmente, hizo retroceder a los alamanes hacia el alto
Rin, sin duda a raíz de la batalla de Zulpich (más conocida bajo el nombre de
Tolbiac), de fecha discutida (quizá el 496 o el 500).
Pero cuando quiso atacar a los reinos burgundio y visigodo, se dio cuenta de
que no podía avanzar sin el apoyo de la población galorromana. Esta había recha­
zado el cristianismo heterodoxo de Arrio, el arrianismo, adoptado por sus gober-

6 . — FOSSIER, I
82 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 83

nantes, en particular por los visigodos. Clodoveo acabó dejándose bautizar en la reino visigodo se hubiese fragmentado si una facción militar no hubiese llevado
religión católica por Remigio, metropolitano de Reims, el 25 de diciembre del a Atanagildo al poder en el 550. Finalmente, en la Italia ostrogoda, el reinado
498 o el 499. Los obispos católicos del reino visigodo, felices de haber encontrado hábil y brillante de Teodorico acabó bastante m alí Su política de rigurosa segre­
por fin a un rey ortodoxo, pidieron su ayuda. Clodoveo, apoyado además por el gación de los dos pueblos (godos arrianos y romanos católicos), se volvió contra
emperador Anastasio, que acababa de enemistarse con Teodorico, rey de los os­ él. Justo antes de su muerte, no consiguió evitar el conflicto religioso, y los godos
trogodos, encabezó una campaña triunfal de Vouillé (507) hasta Toulouse, que 'radicales llevaron a Teodato al poder, con lo que se volvió a una política de do­
los aquitanos vieron como una guerra de liberación. El reino visigodo se hubiera minación puramente germánica.
venido abajo si Teodorico, liberado de un desembarco bizantino, no hubiera po­
dido mandar tropas en ayuda de sus hermanos de raza. Bloqueó a los franeos y
recuperó Provenza y Septimania (el actual bajo Languedoc), evitando así que El retorno de los «romanos»: 533-610
Clodoveo y los jefes francos llegaran al Mediterráneo.
Sin embargo, cuando Clodoveo, después de haber reunido en Orleans un con­ Librado de las invasiones germánicas, el Imperio Romano de Oriente consi­
cilio «galo», murió en París, su nueva capital, el 27 de noviembre del 511, había guió recuperar sus fuerzas. Justiniano (525-568), ante las crisis de los tres remos
fundado un nuevo tipo de reino germánico en el que las relaciones entre vence" germánicos del Mediterráneo, creyó que aquel era el momento de reconstruir el
dores y vencidos eran más sólidas que en ninguna otra parte. Es prueba de ello Imperio Romano de Occidente y de volver a dar unidad al mundo romano. En
el hecho de que el impulso que se había iniciado continuó, a pesar de la división el 533, gracias a un desembareo rápido, su general Belisario destruyó completa­
del «reino» entre los cuatro hijos de Clodoveo siguiendo la tradición familiar. El mente el reino de los vándalos hasta el punto de hacer desaparecer todo vestigio
reino burgundio, cuyo apogeo había sido obra del rey Gundobaldo (485-516), fue étnico. En el 535, las tropas imperiales bizantinas ocuparon Sicilia y luego ataca­
dislocado en dos campañas, en el 523 y el 536, y también fue dividido. Los ostro­ ron Italia. Pero la resistencia ostrogoda fue tenaz; durante veinte años, los dos
godos, de nuevo con dificultades con el Imperio, acabaron cediendo Provenza. adversarios tuvieron alternativamente éxitos y derrotas, de forma que llevaron a
Pero los mayores éxitos de los francos tuvieron lugar al este del ^ n . Los te­ la península a la ruina y Roma fue tomada cuatro veces. Hacia el 554, Italia era
rritorios despoblados a raíz de las migraciones fueron ocupados por otros pue­ de nuevo oficialmente romana. En el mismo año, Justiniano, que había apoyado
blos. Los alamanes, de orígenes diversos como indica su nombre (alie Mii.nnen, a Atanagildo en su lucha con tropas bizantinas, obtuvo en agradecimiento las pro­
todos los hombres), se habían asentado en el Palatinado y en Alsacia desde el vincias del sureste de lí.ispania. El Mediterráneo volvía a ser prácticamente impe­
406, pero sin abandonar las tierras que se extendían desde el Rin al Danubio. rial. Sin embargo, esa reconquista no se podía completar sin la sumisión de la
D e ahí, se extendieron hacia el Franco Condado y Suiza (la parte hoy llamada Galia franca. D e hecho, los sucesores de Justiniano no pudieron proseguir sus
alemánica), hasta un afluente de la margen derecha del Danubio, el Iller. Allí se esfuerzos ni pudieron aprovecharse de las guerras civiles entre los reyes merovin-
enfrentaron eon otro pueblo, los bávaros, quierles, entre el 488 y el 539, se insta­ gios entre el 561 y el 613.
laron en las tierras situadas entre ese último río y el Eniis, en toda la margen Además, Italia, asolada por una gran peste, permaneció totalmente pasiva
derecha del Danubio y hasta los Alpes. Y finalmente en el norte, en las orillas ante la invasión lombarda. En cuatro años, del 568 al 572, los lombardos ocupa­
del Saale, se instalaron los turingios. Ahora bien, todos esos pueblos fueron so-. ron la llanura del Po y crearon los principados de Toscana, Espoleto y Beneven-
metidos.más o menos al control de los francos: los turingios en el 531 y los alama­ to. Los bizantinos sólo pudieron resistir en la franja de territorio que iba desde
nes en el 536 por Teodeberto; los bávaros en el 555 por' Clotario. D e ese m odo,, Venecia a Roma por Ravena y Perugia, mientras que Nápoles, Calabria, el Brut-
toda la Germanía meridional estaba bajo tributo e influencia de los francos. Por tium y Sicilia quedaron intactos. Así pues, la influencia del Oriente mediterráneo
primera vez, la Galia y la Germanía entraban en contacto estrecho dentro de un continuó en Occidente a través de la Italia sobre todo meridional. Este hecho,
marco político común. Clotario I, único rey de los francos después de la muerte de capital importancia para la posterior historia de Europa, es, pues, una heren­
de sus hermanos, reinó del 558 al 561 sobre el conjunto político más importante cia de Justiniano. Apenas exageraríamos si dijéramos que, hasta el siglo x ix , mar­
de Occidente. Pero el reino de los francos había de ejercer en adelante una hege­ có el destino particular del «Mezzogiorno». El espacio que los lombardos dejaron
monía incontestable. vacío en la llanura del Danubio fue rápidamente ocupado por los jinetes nómadas
En efecto, los otros tres reinos germánicos arrianos que sobrevivían hacían un de las estepas, los ávaros, que instalaron allí sus bases de partida para lanzar nu­
pobre papel. En África, el gobierno brutal de los sucesores de Genserico vino merosas incursiones de pillaje a los diferentes reinos germánicos. Por eso, desde
acompañado de persecuciones anticatólicas, que fueron violentas bajo Hunerico entonces se vieron obligados a entrar en la órbita franca con el fin de protegerse.
(477-484) y muy severas todavía con Trasamundo (496-523). La realeza vándala No obstante, la situación del Occidente bárbaro estaba más o menos estabilizada
se vació progresivamente de todo apoyo interior. Hispania, adonde habían retro­ para dos siglos.
cedido los visigodos tras su derrota, se encontraba bajo la tutela ostrogótica que En definitiva, y a pesar de los esfuerzos de Justiniano, el Imperio Romano de
la ayudó a. reconstruir su monarquía. Incapaces de elegir a un rey único y de Occidente tardó más de doscientos años en desaparecer. Ello es sin duda. fruto de
conquistar el sur de la península poblado por' católicos hostiles al arrianismo, el su política de constantes a lia b a s con los ejércitos germánicos. Por eso, esa len-
84 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 85

tísima agonía permitió la supervivencia de la civilización romana, aunque los pri­ A partir del 641, Turingia volvió a ser independiente. Poco después, en el valle
meros reinos germánicos se hubieran desorganizado a causa de su arrianismo y del Garona, la lucha continua contra los vascos hizo nacer un principado indepen­
de su desarraigo. La romanidad todavía estaba presente en Italia porque, de la diente en Aquitania a partir de los años 671-672. En definitiva, se preparaba una
primera generación de asentamientos germánicos, no quedaban más que los visi­ crisis en un reino merovingio todavía insuficientemente dominado.
godos en Hispania. En cambio, la segunda generación (anglosajones, francos, ala- También los anglosajones siguieron un proceso comparable, con la diferencia
manes, bávaros y lombardos) seguía siendo fuerte gracias a que no había perdido ' de que nunca conocieron tentativas de unificación. Bloqueados por los bretones
la conexión con las tierras germánicas que habían dejado atrás. en la parte este de la isla desde el 490, aprovecharon los conflictos con los francos
en el continente, a partir de los años 550-560, para seguir avanzando. Distintas
bandas encabezadas por sus jefes de guerra, repelieron paso a paso a los bretones
Un equilibrio precario: 610-687 arrinconándolos hacia el oeste. Partieron los reinos bretones en tres trozos (Cor­
' nualles, País de Gales y Strathclyde), llegando en dos sitios al mar de Irlanda.
En el siglo v ii , se consolidaron las nuevas relaciones políticas entre los reinos Arrinconados en las regiones montañosas y pobres, los bretones aceleraron cada
germánicos y se dibujó un nuevo mapa estratégico del antiguo Occidente romano. vez más su ritmo de emigración a Armórica, la «Bretaña» continental, que tomó
Mientras que África siguió siendo bizantina, la Hispania visigoda consiguió entonces su nombre. En cuanto a los reinos anglosajones (Kent, Essex, Sussex,
solucionar sus divisiones: Atanagildo estableció su capital en Toledo y conservó Wessex, Northumbria, Mercia y Anglia Oriental), sus jejes colonizaron a la fuer­
la Septimania. Leovigildo (568-586) llevó a cabo una fuerte ofensiva contra el za los territorios e intentaron dominarse mutuamente sin mucho éxito. A finales
reino suevo al que consiguió eliminar en el 585. Pero el único resultado que ob­ del siglo v ii , había más o menos equilibrio entre ellos después de efímeras hege­
tuvo con sus ataques a los vascos fue provocar que éstos pasaran sus incursiones monías sucesivas de Kent, Northumbria y Mercia.
de pillaje a las vertientes septentrionales de los Pirineos. Recaredo (587-601), que ¿También Italia estaba condenada a la fragmentación? Restablecido después
se convirtió oficialmente al catolicismo en el 589 con todos los visigodos a los que de una crisis interna, el reino lombardo intentó someter a los duques indepen­
más o menos obligó, unificó interiormente el país, pero no logró expulsar comple­ dientes. Para conseguirlo, lo mejor era luchar contra Bizancio. Como las tropas
tamente a los bizantinos de la Bética y de Cartagena. Habría que esperar al 629 imperiales retrocedían inexorablemente y las posesiones-bizantinas desminuían
para que los últimos puertos fueran evacuados de barcos y tropas del Imperio de día a día, el papado se erigió en verdadero dueño de Roma e intentó bloquear
Oriente. En adelante, los visigodos unificaron totalmente la península ibérica. So­ el avance lombardo desde el pontificado de Gregario I el Grande (590-604). Para
lamente quedaban pendientes los eternos problemas vasco y septimano, ya que ello, se apoyaba en los duques independientes, a los que convirtió del arrianismo
ninguna de ambas regiones aceptó completamente el dominio de Toledo. al catolicismo. Esa entrada en la Iglesia romana tuvo lugar bajo el rey Ariperto
Pero mientras que la Hispania visigoda estaba aislada, la Galia merovingia I, en los años 652 y 653. En el 680, el emperador reconoció las conquistas lombar­
estaba abierta. Acabadas las guerras civiles en él 613, encontró una gran estabi­ das en Italia. Solamente seguían siendo oficialmente romanas la parte meridional
lidad bajo Clotario II (584-629) y Dagoberto (629-639), únicos reyes de los fran­ de la península, la Romaña y el Lacio, todas ellas unidas por una vía estratégica.
cos, por la casualidad de las sucesiones, en 25 años. Al igual que los reyes visigo­ Mientras tanto, el papado estaba cada vez más aislado.
dos, pacificaron las fronteras pero, confundidos por los ataques vasco y bretón, ‘
sólo pudieron instalar zonas militares. en las puertas de sus territorios. Lograron
particularmente dominar las tendencias regionalistas en Aquitania y Borgoña. En .■ ¿Q ué quedó d e R o m a ?
el este, Dagoberto incluso entró en contacto con el reino eslavo del franco Samo
y obtuvo un tributo anual de los sajones, que habían ampliado su territorio del Oficialmente, el Imperio ya no existía y, en consecuencia, el gobierno central
Elba al Rin. Pero luego, esa unidad de mando desapareció, excepto durante el romano había desaparecido. Pero al igual que una oca decapitada, la civilización
reinado de Childerico II (entre el 673 y el 675). Se desprendieron dos grandes romana siguió su camino. Incluso los reyes germánicos se veían casi obligados a
conjuntos: Austrasia, del Rin al Mosa con capital en Metz, y Neustria, del Mosa asumir las responsabilidades de los antiguos prefectos del pretorio. Eso se nota
al Loira con capital en París. Entre las dos, Borgoña, Aquitania y Provenza te­ claramente en los pueblos germánicos más civilizados, que mucho antes de su
nían que jugar con el equilibrio para no ser dominadas ni por una ni por otra. entrada en el territorio romano ya estaban en contacto con el Imperio: los visigo­
Neustria, donde se encontraba la mayoría de las tierras personales merovingias, dos, los ostrogodos, los burgundios y los francos. Analicemos de nuevo las prin­
logró llevar la iniciativa hasta el 687. Pero, mientras esos reinos rivales estaban cipales características de la romanidad tardía: el derecho, los funcionarios, los im­
luchando, los pueblos germánicos sometidos aprovecharon la situación para reac­ puestos, el ejército, la esclavitud, los senadores, el sistema territorial, la ciudad,
cionar contra la hegemonía franca. Desde el siglo v i , y sobre todo a partir del la moneda y el comercio. Veremos a continuación que el balance es realmente
650, un pueblo marítimo, los frisones, que había conquistado Zelanda y había complejo.
participado en las invasiones sajonas, empezó su expansión hacia las costas dane­
sas y las bocas del Rin, donde tomaron los puertos de Utrecht y de Dorestadt.
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86 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 87

cambio de proporción cuando fueron instalados entre Burdeos, Toulouse y Saint


DINASTIAMEROVINGIA Gaudens. Lo reiteraron cuando se implantaron en la península ibérica entre Ca-
Clodoveo latayud, Toledo y Burgos. Los burgundios obtuvieron el mismo régimen entre
t51l Ginebra y Lyon. En cambio, en Italia se respetó la proporción primitiva de un
tercio, primero con las tropas de Odoacro y luego con los ostrogodos de Teodo­
rico alrededor de Pavía. El contrato de hospitalidad fue distinto según los pue­
Teodorico Clodomiro Childeberto Clotario blos. En el caso de los burgundios, se expropió a todos los propietarios romanos,
t534 t524 t558 t561(R)
y luego se realizó una distribución equitativa entre grandes y pequeños propieta­
Teodobeito i ' ;— r — i rios. Se atribuyó a cada jefe de famüia ampliada dos tercios del ager, un tercio
t547 Chariberto Sigeberto(A)tS75 Gontran Chilperico
1 t567 =conBrunequildat613 t592{B) {N)t584 de los esclavos y la mitad del bosque, de los edificios y de los huertos. En cambio,
Teobaldo • Fre gunda
t555 Chi!deberto11 en el caso de los visigodos, el saltus permaneció indiviso entre el antiguo propie­
(A)t595 tario y el nuevo. El contrato de hospitalidad tenía por objetivo hacer que los re­
Clotario l cién llegados y los romanos vivieran unos junto a otros; pero ese intento fracasó
Teodoberto Teodorico (Nluegoñ) t629'
muy a menudo. En Aquitania, las usurpaciones de tierra envenenaron las relacio­
(A)t612 (A)t613
nes, mientras que en otras partes, a medida que ambas poblaciones se mezclaban
Dagoberto
(A)t639 gracias a sucesiones y ventas de los lotes de tierra de los germanos, la comunidad
amplia de los bárbaros ya no existía. La hospitalidad, allí donde se practicó y al
Sigeberto 111 tiempo que protegía a la romanidad, fue un elemento de mantenimiento de las
(A)t656
estructuras agrarias romanas.
Clodoveo 11 Los códigos de derecho romano fueron todavía más importantes en ese senti­
(NyB)t657
do. Para que la población les aceptara, los germanos toleraron que se perpetuara
el régimen jurídico de los vencidos. Gundobaldo, rey de los burgundios (485­
Clotariolll Teodorico111 Dagobertoll Childericoll 516), hizo resumir extractos de Papiniano para redactar la ley de los romanos en
(NyB)t673 (NyB,luegoR) (A)t679 (AluegoR) territorio burgundio, la ley «Gombetta». Unos años más tarde, Alarico 11, rey de
t690 t675
los visigodos, hizo abreviar el Código Teodosiano en el 506 para los aquitanos;
A ReydeAustrasia se trataba del Breviario de Alarico. E igualmente para los itálicos, Teodorico, rey
N- ReydeNeustria de los ostrogodos, publicó un edicto que contenía las principales prescripciones
B= Reyde Borgoña
R= Reyúnicodel regnurn Francorum l de Teodosio 11. Además, Italia fue privilegiada por lo que se refiere al manteni­
miento del derecho romano. Al caer en la órbita bizantina bajo Justiniano, reci­
bió el Codex Justinianus, publicado entre el 529 y el 534, y las Novelas, es decir
las nuevas leyes publicadas después del código y hasta el 565. Desde entonces,
Subsistieron el derecho y la burocracia la península no dejó de ser un foco de derecho romano, tanto público como civil,
m que se extendió hacia África y la Hispania bizantina. E l ejercicio y la práctica del
La protección de los vencidos y el mantenimiento de las estructuras políticas derecho romano prolongaron considerablemente la influencia de los vencidos. Se
y sociales que los enmarcaban, fueron efectivamente un hecho en los lugares don­ -; perpetuó así la doctrina humanística de una sociedad en la que los derechos de
de los vencidos se instalaron bajo la ficción jurídica de un tratado de alianza, las personas privadas eran intangibles, en la medida en que no comprometieran
como un ejército «romano», y lo respetaron durante largo tiempo. El régimen el interés del Estado y el bienestar público. La noción de un Estado que, a cam­
jurídico basado en el derecho romano es paradigmático en ese sentido. La insta­ bio de la contribución de todos, organizaba la justicia en interés de cada ciudada­
lación de los pueblos federados se había realizado conforme al derecho de hospi­ no, familia o comunidad social y religiosa, siguió existiendo y desarrollándose en
talidad que caracterizaba a los funcionarios romanos, tanto civiles como militares. los países que siguieron siendo básicamente romanos. Se afirmaba una diferencia
Hemos visto cómo Constancio, falto de dinero y de hombres, tuvo que enrolar fundamental con los germanos allí donde, para resolver los conflictos, el proceso
a los visigodos como federados el 418. Pero, en vez de asignarles como era nor­ sustituía a la guerra. Finalmente, no olvidemos que el derecho romano siguió
mal pagas y alojamiento temporales, transformó los «Vales» de alojamiento en siendo el derecho del clero, incluso en los territorios germanizados, y que la jus­
títulos de propiedades definitivos. En efecto, como era necesario fijar al pueblo ticia del obispo lo propagaba. Por eso tuvo influencia en los derechos céltico,
para tener un ejército permanente y los godos conocían la propiedad privada des­ franco, gótico e incluso lombardo. Si tal no era el caso, sobrevivía en islotes,
de hacía dos siglos, era más ventajoso atribuirles dos tercios de una propiedad como la ley romana de Coire, en el actual cantón montañoso de los grisones en
romana que un tercio de una vivienda. Así pues, los visigodos ese Suiza.
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Las monarquías germánicas también intentaron utilizar el concepto romano Subsistió la impopular presión fiscal
de Estado y la práctica del funcionariado retribuido con regularidad. Los reyes
que se instalaron según un tratado, respetaron escrupulosamente las instituciones Se observa la misma continuidad en el plano del sistema fiscal. Normalmente,
romanas. Es paradigmático en ese sentido el caso de Teodorico. Constantinopla los godos, los vándalos, los burgundios y los francos, es decir, todos los antiguos
le había encargado oficialmente el gobierno de Italia, pero el rey era de hecho federados romanos, estaban exentos de todo impuesto como soldados del Impe­
un vice-emperador que llevaba la púrpura imperial. Proclamado «augusto» y con rio. A sí pues, todos los civiles romanos, excepto los clérigos, tenían que cumplir
el título de patricio, cada año nombraba a uno de los dos cónsules; el último a con su deber fiscal, y las tierras que conservaban en caso de hospitalidad eran
quien nombró fue Basilio en el 541. Utilizaba directamente los servicios de las para mantener el pago de los impuestos.
oficinas que todavía funcionaban en Ravena bajo la dirección del jefe de oficios, En efecto, todas las monarquías germánicas organizaron y mantuvieron la re­
continuó encargando al cuestor de palacio de la correspondencia oficial y al conde caudación del impuesto territorial y el personal. Para ello, se ayudaron de catas­
de las sacrae largitiones de las finanzas y de los talleres estatales. La administra­ tros y polípticos, registros que contenían el censo de las personas y el canon que
ción local seguía en manos de los dos prefectos del pretorio; el de Italia estaba cada una debía pagar, tanto en Italia como en África, la Galia o Hispania. En
instalado en Ravena y el de la Galia en Arles, cada uno con sus oficinas. Las los lugares donde se habían producido revueltas antifiscales, y en las zonas de los
provincias seguían teniendo su .gobernador y las ciudades su conde. Roma conser­ armoricanos y los bagaudas particularmente, la alianza con los bretones contenía
vaba sus antiguas magistraturas y brillaba por su senado que, sin embargo, ya no expresamente la exención de todo impuesto a los francos. De hecho, los reyes
tenía ningún papel real y acabó por convertirse en un simple consejo municipal bretones independientes recaudaron impuestos para sí y mantuvieron, como se
de Roma hasta su desaparición a finales del siglo vi. A raíz de la reconquista de demuestra en sus leyes redactadas hacia el 520, la práctica de un funcionariado
Justiniano en el 554, la península fue directamente incorporada al Imperio, pero encargado de cobrar los impuestos, el tributarius. Así pues, volvemos a encontrar
en el momento de las invasiones lombardas y al revelarse ineficaz la administra­ prácticas inalteradas, tanto al nivel central como local. En Italia, Teodorico hizo
ción romana, el emperador Mauricio (582-609) tuvo que introducir innovaciones. recaudar y pagar, escrupulosamente y en oro, todos los impuestos que hemos ci­
Nombró un «exarca» que gobernara Italia desde Ravena con amplios poderes, tado. En la Hispania visigoda se pagaba regularmente el impuesto sobre los nego­
tanto civiles como militares, y que tenía bajo sus órdenes a otros jefes militares, ciantes, tanto para el comercio interior como para el exterior. El rey de los ostro­
duques y condes. Pero no se modificó la jerarquía de los funcionarios civiles. En godos veló muy particularmente por el abastecimiento gratuito de los ciudadanos
el siglo vii , todo seguía intacto. de Roma, y utilizó para ello a menudo el procedimiento de las requisas. El apa­
En África y en Hispania, las reformas bizantinas fueron idénticas. De hecho, rato burocrático no se había movido, y de resultas tampoco cesaron las quejas de
ni los vándalos ni los visigodos habían introducido cambios en los organismos ro­ los curiales y de los administrados. Así, en la Italia ostrogoda, antes de pasar a
manos. Los reyes vándalos se apoyaron en las oficinas romanas del vicario de cobrarlo en oro, el Estado cobraba el impuesto en especie según un moyo muy
África y mantuvieron el cargo de gobernador de provincia. Los visigodos, tanto gravoso, de una capacidad mayor en más de la mitad que la del moyo normal.
en Toulouse como en Toledo, también utilizaron los cuadros provinciales roma­ En la Galia merovingia, los registros no se actualizaban en cada indicción de
nos y una especie de cuestor de palacio que, en el reinado de Eurico, fue León quince años. En consecuencia, estallaron revueltas antifiscales más o menos en
de Narbona, verdadero consejero jurídico y político del rey germánico. Pero, todas partes, sobre todo en período de epidemia, guerra o hambre. En el 548,
corno podemos ver, ni los vándalos, ni los visigodos, ni, con mayor razón, los Partenius fue linchado por la plebe en Tréveris porque había aumentado los im­
burgundios (cuyo reino era demasiado pequeño), tuvieron a su disposición los puestos; en el 584, en Neustria, Odón escapó a una suerte igual refugiándose en
organismos de gestión de un prefecto del pretorio cualquiera. Tuvieron que in­ una iglesia. El nombramiento de alguien como responsable de la percepción de
ventarse un «consistorio» y crear un verdadero patrimonio real con los bienes los derechos reales en las tierras fiscales se interpretaba casi como una condena
territoriales confiscados y las antaño tierras públicas del Estado. Teodorico fue a muerte; por ejemplo, en .el caso de Bertoaldo en el 604, que fue mandado al
. el único que mantuvo una separación estricta entre los dos tipos de tierras y que oeste del Sena. Los motines y su corolario, la huida y el abandono de las tierras
la impuso en Hispania. En definitiva, esas monarquías «dualistas», en las que los por parte de los contribuyentes, eran moneda corriente; por ejemplo, en Limoges
vencedores admiraban la civilización de los vencidos hasta el punto de utilizar la en el 579, y en Córcega, en Cerdeña y en Sicilia en el 595. Con respecto a esas
lengua latina y los títulos y métodos de gobierno romanos, contribuyeron sin islas, Gregorio el Grande imploró a la emperatriz que redujera sus impuestos.
duda al mantenimiento de las prácticas políticas del Imperio en todo el mundo Sin embargo, el mecanismo de la anona había desaparecido a la muerte de Teo­
mediterráneo occidental. El mismo reino franco, instalado más por conquista que dorico . Pero las exigencias fiscales seguían propagando la ruina en el campo y en
por acuerdo diplomático con Roma, utilizó ciertos cargos del alto funcionariado las ciudades. En el 534, la ciudad de Como quedó vacía de población a resultas
romano como el jefe de oficios y el refrendario, responsable del sello y de la de una exigencia de caballos de posta. En Hispania, el rey Chindasvinto (642-653)
correspondencia Regia. No obstante, lo más impresionante es la total vigencia decidió transferir la recaudación de los impuestos de los curiales a los condes. En
del conde de la ciudad en todos los territorios. En la monarquía merovingia, esa Aquitania, el rey Eudes utilizó para ello a los judíos. Pero todos esos esfuerzos
institución no afectó a los territorios germanizados hasta el siglo v ii . eran inútiles contra la voluntad de la población, tanto más obstinada en minar el
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sistema fiscal por haber conseguido que la tasa del impuesto fuera consuetudina­ Esclavos y patronos: una sociedad polarizada
ria (es decir, fijada nominal y oralmente, pero en la práctica devaluada cada año),
ya que consideraban su pago como un signo de servidumbre. En efecto, como se Entre los «privilegiados» de la sociedad de la Antigüedad tardía, hemos men­
había rebajado a los colonos a la categoría de los esclavos, eran prácticamente cionado a los esclavos y a los senadores. Probablemente, el número de esclavos
esos dos grupos los que satisfacían el impuesto. En Hispania, el rey Egica, en el aumentó con la frecuencia de las invasiones y d e las guerras. Aunque los obispos
7íY2, por más que prohibió la huida de los esclavos bajo penas severísmias, no compraran a precio de oro a sus fieles no libres, los vencedores operaron constan­
obtuvo ningún resultado. En el siglo V I, el impuesto romano seguía existiendo. tes traslados de mano de obra hacia los territorios donde se instalaban. Las raz-
Pero seguía ocasionando catástrofes sociales cada vez que se recaudaba, especial­ - zias vándalas, sajonas o francas llevaron a itálicos, galorromanos e hispanorroma-
mente en el 722 y en el 756, aun cuando se hubiera convertido en irrisorio, o se nos hacia África, las islas del mar del Norte y Austrasia respectivamente. Por su
recaudara aquí y allá a merced de las exenciones arrancadas a los príncipes, y lado, la trata siguió existiendo; al principio con moros, luego con sajones y, a
aun cuando fuera musulmán como en la península ibérica. La recaudación del partir de principios del siglo vil, en la época de Samo, con eslavos. En los países
756 provocó incluso una carestía de víveres atroz. En definitiva, sometida al ata­ de tradición romana, su estatuto no podía evolucionar y sus filas crecían incluso
que conjunto de la población y el clero, la fiscalidad, una de las bases fundamen­ con colonos que, como ellos, estaban adscritos al suelo. El abismo entre libertad
tales del estado romano, fue desapareciendo a pesar de la voluntad de los reyes y servidumbre era tal en la Hispania visigoda, que cualquier mujer libre que se
germánicos. Sólo subsistió en los países administrados directamente por Bizancio uniera a un esclavo se consideraba como el ejemplo mismo de la infamia; los dos
o en zonas muy romanizadas como Hispania y Aquitania. Sus restos se extinguie­ debían ser azotados y quemados vivos. En cambio, el propietario libre que fuera
ron con mucha dificultad en Asturias y en el sur de la Galia. dueño de muchas esclavas, tenía derecho a darles tantos hijos como hombres ne­
También se descubre esa evolución hacia el debilitamiento de los principios cesitara para trabajar su tierra. La ley romana del emperador Augusto que prohi­
romanos en el caso del ejército. Es evidente que la guerra era asunto de los ger­ bía libertar a más de cien esclavos a la vez, fue escrupulosamente aplicada con
manos federados y que concernía muy poco a los romanos. En el ejército bizan­ el fin de evitar las caídas de producción. Además, los libertos podían escoger en­
tino las órdenes se daban en latín y no en griego ha,sta el siglo V I, y esa práctica tre la libertad romana total y la libertad con obsequium; es decir, la obediencia
se acentuó en Italia, en África y en Hispania, donde siempre se utilizaron federa­ al antiguo dueño que se.convierte en su patrono, a menos que se trate del santo
dos. Por otra parte, Teodorico prohibió tajantemente a los romanos que comba­ patrón de una iglesia o monasterio (expresión reveladora). Prácticamente, el li­
tiesen entre ellos, y Jos vándalos y los lombardos hicieron otro tanto. Pero en la berto está en régimen de libertad vigilada; en cualquier momento y por la mínima
Hispania visigoda y en la Galia meridional se mantuvo el principio del servicio falta, puede ser devuelto a su estatuto precedente. En resumen, la situación del
militar obligatorio para todos los libres, incluidos los colonos que gozaban del mundo servil es quizá suficiente económicamente hablando, pero no lo es en el
mismo estatuto jurídico. Por eso, durante el apogeo de los reinos germánicos en plano jurídico. La intransigencia de la Iglesia en cuanto a matrimonios y ordena­
el siglo V I, y con la excepción de los lombardos y los anglosajones, los ejércitos ciones era lo único que impedía que se siguieran separando parejas de esclavos
tenían siempre.una gran proporción de autóctonos, «bárbaros federados», vascos y que obligaba a libertar a todo futuro clérigo.
y bretones aquí, ávaros y sajones allí, y siempre guardias privados que luchaban Las sociedades romanas sometidas a los reyes germánicos vieron cómo se
al lado de su general. Belisario, por ejemplo, estaba siempre rodeado de unos acentuaba una nueva división entre humiliores y potentiores, entre humildes y ri­
7.(00 hypapistas (o fieles). Más tarde, los exarcas también se rodearon de ellos. cos, y a menudo entre pauperes y potentes, pobres y poderosos. D e hecho, entre
Los reyes ostrogodos y visigodos adoptaron la práctica romana de los bucelarios los más humildes y los pobres, se encontraban todos los hombres libres que eran
y la generalización hasta el punto de que muchos senadores e incluso obispos te­ pequeños o medianos propietarios, todo tipo de trabajadores y aquellos que no
nían los suyos propios. La paga también evolucionó. En Italia, el gobierno bizan­ tuvieran protectores bien situados. En efecto, las grandes familias senatoriales se­
tino daba como stipendium a sus soldados la posesión de tierras del Estado. Ese guían ascendiendo gracias a la desaparición progresiva de las gravosas funciones
sistema de soldados-campesinos (stratiotas) no dejó de tener influencia en Occi­ políticas que habían tenido que ejercer en el Imperio. Escarmentados por sus úl­
dente. Asimismo, el sistema bizantino del limes, zona fronteriza con enclaves for­ timas tentativas de usurpación imperial (Avito, en el 451), o por su oposición
tificados y vigilados por guarniciones permanentes, también fue adoptado por los contra el arrianismo de los germanos orientales (Boecio en el 524), los senadores
visigodos y los francos. El ejemplo más conocido es el de las «guerches» levanta­ se retiraron a sus dominios. A partir de ese momento, se denominó así a los
das contra los aquitanos y los bretones, y de las que la toponimia guarda recuerdo miembros de una familia rica, noble y de origen romano antiguo o reciente. Ex­
en algunas aldeas del oeste de Francia. El resultado de esa práctica defensiva era pulsados por los vándalos y por los lombardos (aunque protegidos por Teodori­
que perpetuaba las zonas de barbarie indígena y, sobre todo, que generalizaba co ), aliados de los visigodos y de los francos, esos antiguos advenedizos se perpe­
las divisiones internas de un Occidente romano que antaño estaba unificado, es­ tuaron en Italia central, en la Galia meridional y en Hispania. Pero, en el curso
pecialmente en la península itálica. En definitiva, en un aspecto en el que la su­ del siglo vii, abandonaron la práctica romana de los tres nombres y adoptaron el
perioridad de los germanos debía de haber sido total, algunos rasgos romanos antropónimo germánico. Incluso se repartieron los puestos de responsabilidad:
siguieron intactos o se transformaron poco. los cargos políticos laicos para los germanos y los cargos episcopales para las fa-
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milias senatoriales. El ejemplo de Gregorio el Grande es revelador: su tatarabue­ de la ocupación bizantina, tenía que pagar al fisco el 57 por 100 de sus rentas
lo fue papa y su familia descendía de los Gordianos. Todavía en el siglo X, Ger- agrícolas. El campesino libre sin tierra que tenía que pagar el arriendo y los im­
berto de Aurillac afirmaba que eran antepasados suyos Cesareo de Arles y Aridlo puestos, perdía dos tercios de su cosecha. Por eso, se abandonaron a menudo las
de Limoges, ambos senadores; uno del reino burgundio y el otro aquitano, ambos tierras más pobres y el cultivo se concentró en las más fértiles. En consecuencia,
del siglo vi. Los pactos con la nobleza germánica hicieron desaparecer a algunas el fenómeno de los agri deserti, de las tierras desiertas, debió extenderse en pro­
de las tres o cuatro mil familias primitivas. En Italia, el rey ostrogodo Teias exter­ vecho del saltus. Con ello, el patrimonio de los reyes germanos creció considera­
minó a los senadores que se le habían dado como rehenes. En Hispania, sus lina­ blemente, sobre todo cuando se instalaron; el número de tierras vacantes era
jes se extinguieron a principios del siglo V I. Pero, en definitiva, las familias sena­ realmente importante. Tanto los reyes francos en el norte de la cuenca de París,
toriales formaron un elemento indiscutible de continuidad en la transinisión de como los reyes visigodos en el centro de la península ibérica y los exarcas en
la herencia romana y cristiana. Italia y en Africa muy especialmente, incorporaron muchos dominios abandona-
Su poder no era sólo económico, sino también político y social. Como funcio­ ■dos al Estado. Cuando la tormenta hubiera pasado, las nuevas condiciones iban
narios indispensables y obispos protectores de los pobres, los senadores, a pesar a permitir de nuevo la roturación. La desaparición de la anona para abastecer a
de su culto por el Estado, desarrollaron las relaciones de patronazgo que privati- Roma y el fin de las requisas de grano y forraje para mantener a ejércitos de
zaban cada vez más el poder público. En Italia, esos grandes propietarios escapa­ campaña o de cobertura volatilizados, permitían esperar mayores beneficios, in­
ban al control de los magistrados municipales desde la época de Teodorico y pro­ cluso en los lugares donde se seguía pagando un impuesto romano consolidado
tegían a un sinfín de campesinos libres que se habían convertido en colonos. Otro por la costumbre. El segundo factor. favorable era el mantenimiento de la distin­
tanto hacía la Iglesia de Roma en sus patrimonios sicilianos e italianos; por ejem­ ción jurídica fundamental entre propiedad y posesión, y la generalización, excep­
plo, un negociante de granos se encomendaba a san Pedro, representado por su to en Africa, de la prescripción treintañal. En cualquier momento podía reanu­
vicario en la tierra. Ya hemos mencionado a las bandas de fieles que rodeaban darse la extensión de los cultivos, aunque para hacer producir una tierra fueran
a los funcionarios bizantinos de Italia y a los poderosos de la Galia meridional. precisos cinco años de gastos sin ingresos y diez años de labores continuas. Lo
En la Hispania visigoda, los bucelarios, para obtener la protección de un noble, esencial era recuperar el instrumentum massae, es decir el utillaje, la mano de
le entregaban su tierra que luego volvían a recibir como tenencia; también obte­ obra esclava. Ahora bien; hemos visto que la mano de obra servil no disminuyó
nían armas para luchar a su servicio. Como eran libres, podían romper unilateral­ y que. el patronazgo permitía fijar cada vez a más colonos a la tierra. Por eso, en
mente el contrato con la condición de devolver la tierra y las armas, tras lo cual las zonas que se pacificaron rápidamente (Numidia, Bizacena, Bética, Sicilia, Ro-
se dirigían a otro poderoso. Si no, podían legarlas a sus descendientes con la con­ maña, Umbría, Campania, Provenza, Aquitania, y finalmente Champaña), la an­
dición de que el heredero o heredera asumieran la misma obediencia y lealtad. tigua estructura territorial de grandes dominios fragmentados en parcelas disper­
Por eso los patronos, que tenían tanto poder sobre sus esclavos, libertos y clientes sas o centralizadas, de pequeñas propiedades y de tenencias en enfiteusis (99
libres, eran judicialmente responsables de los ictos criminales que les hubieran años), se perpetuó o se reconstituyó. Las tablillas Albertini de finales del siglo
hecho realizar. Una vez más, una práctica romana se volvía contra el Estado; v. descubiertas en los confines algero-tunecinos, demuestran que las tenencias del
muchos nobles iban en adelante a extralimitarse en la aplicación de la ley, y otros alto Imperio seguían existiendo y que los grandes propietarios las volvieron a
fundaron incluso dinastías reales, como en Aquitania, gracias al poder econónico comprar para concentrar sus dominios. D e modo similar, los papiros de Ravena
y militar que lograron sustraer a la autoridad del monarca. El contrato escrito del siglo vi revelan que las grandes propiedades podían estar tan sumamente frag­
del derecho romano, la convenientia, verdadero pacto entre iguales, muestra que , mentadas que sus rendimientos eran inferiores a los de los latifundia de Sicilia.
los lazos de hombre a hombre de tipo romano descansan sobre un concepto cere­ Las pizarras llamadas visigodas de Hispania nos describen un reparto similar,
bral de las relaciones sociales: el derecho crea el hecho, y al mismo tiempo la mientras que el testamento de san Remigio, obispo de Reims, muestra que sus
división de la sociedad en múltiples grupos de presión. Y la Iglesia, a pesar de dominios familiares estaban cultivados por población predominantemente libre
que prohibía a los clérigos que se convirtieran en clientes, hacía otro tanto con (es decir, colonos y terrazgueros libres). Así, poco a poco, los grandes propieta­
respecto a los pobres. Incluso reforzaba los juramentos de fidelidad aceptando y rios laicos y eclesiásticos ampliaron considerablemente sus tierras a partir de fina­
animando a que se prestaran sobre las reliquias de los santos patrones. les del siglo VI y durante el siglo vii; lo consiguieron aceptando que los esclavos
y colonos les pagaran parte de los censos en especie, comprando tenencias o ro­
turando tierras incultas. La catedral de Ravena acometió las marismas costeras y
La tierra adquirió una nueva importancia fluviales, mientras que las basílicas de San Martín de Tours y de San Marcial de
Limoges se convirtieron en dueñas de grandes porciones de saltus fiscal después
En cambio, frente a las transformaciones que afectaron al ejército y al Estado de treinta años de ocupación. Pero junto a las parcelas de las grandes propieda­
a causa de la caída de los ingresos fiscales y al ascenso de las clientelas, el sistema des, también se multiplicaban nuevas propiedades pequeñas y medianas creadas
territorial no cambió. Seguramente muchas tierras fueron abandonadas por los por los administradores (actores, conductores) de los grandes dominios o por
estragos de las guerras y de la presión fiscal La iglesia de Ravena, al principio hombres libres que supieron mantenerse independientes. Si reaparecía la insegu-
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ridad, se agrupaban en los antiguos enclaves fortificados, los oppida célticos o


ibéricos, pero en general, los grandes burgos rurales, los vici, siguieron despo­
blándose en provecho del hábitat disperso en el campo. Conocemos mal las téc­
nicas y los rendimientos de la época; sin embargo es posible afirmar que la pros­
peridad había vuelto a Italia con Teodorico (493-526 e incluso hasta el 534), y
que había reaparecido en la península bajo el dominio bizantino del siglo v ii .
Igualmente, en Hispania y en la Galia esa época da la impresión de un retorno
a la prosperidad. En total, la superficie cultivada debió volver al nivel anterior a
las invasiones. La ruralización de la economía que se había iniciado en el siglo
iv se generalizó considerablemente, mientras que la constitución de grandes do­
minios en provecho de las iglesias, no afectadas por las divisiones sucesorias, se
convirtió en uno de los rasgos principales de esa estructura territorial que seguía
siendo idéntica a la de sus orígenes romanos.

La ciudad subsistía

Esa ruralización consumó la transformación de las ciudades. Desaparecieron


como centros de consumo. El rey ostrogodo Totila vació literalmente de su pobla­
ción a Roma durante cuarenta días (546-547); se supone que sólo 25.000 personas
volvieron del campo, lo cual es poco en relación a los 800.000 habitantes de fina­
les del siglo IV. Las grandes capitales (Arles, Tréveris y Milán) también desapare­ Dí/on y Cambraí en el siglo VI -
cieron como centros políticos. Milán fue tomada por un jefe ostrogodo, Uraia,
en el 539, que exterminó a su población, vendió a sus mujeres como esclavas a
los burgundios y las llevó a Saboya y al Valais; la muralla de 133 hectáreas fue dían a las grandes fiestas del santo patrón, a las ferias y a los mercados, sin olvi­
completamente arrasada, y el general bizantino Narsés no consiguió darle su an­ dar que el conde ejercía la magistratura de justicia local.
tiguo esplendor cuando la reconstruyó. En Tréveris no se reanudó la vida urbana En definitiva y con algunas excepciones, podemos hablar de cierta continui­
hasta el reinado de Clodoveo. La única que se mantuvo fue Ravena, embellecida dad entre la ciudad antigua y la ciudad medieval. Incluso Justiiliano hizo fortificar
con iglesias monumentales que todavía se mantienen en pie. Nacieron otras capi­ las ciudades no amuralladas en África, en Hispania y en Italia. Además, la nueva
tales políticas: Pavía, Toulouse, Barcelona, Toledo, y París (502), Soissons, prosperidad agrícola hizo posible que los obispos invirtieran sus rentas en cons­
Reims y Metz en la Galia. Dentro de las murallas de esas ciudades se instaló el trucciones. Mientras que se abandonaban los monumentos civiles romanos, se
palatium regis (palacio real), a imitación, de la residencia imperial romana, con multiplicaban en los siglos vi y vii las basílicas con frontón triangular, techo de
un séquito de amigos y compañeros del rey: una especie de consistorio reconsti­ madera y campanarios separados. Se estaba dibujando una nueva geografía urba­
tuido. Asimismo, los oficiales domésticos equivalían al sacrum cubiculum, la cá­ na. Algunas ciudades se marchitaron o desaparecieron al oeste de Cartago, en
mara imperial sagrada, y la cancillería a las oficinas del antiguo magíster officio- las costas de Hispania meridional, entre los Pirineos y el Garona, en Bretaña, en
rum. Esas capitales, a falta de un verdadero gobierno central, se convirtieron más Normandía, en Provenza, en el Lacio, la llanura del Po y el sur de Italia. Otras
en ciudades de corte que en centros administrativos. No obstante, lo que hoy se desarrollaron: Mérida, Évora, Tarragona, Barcelona, Nápoles, Gaeta, Marse­
llamaríamos el sector terciario no las abandonó. A menudo, en esas ciudades, lla y las ciudades del eje Ródano-Mosela. Orleans, Tours y Nantes sufrieron la
aparecen necrópolis reales dentro de una basílica situada extramuros: Santa Leo­ competencia con Limoges y Bourges, que estaban incluso fortificando sus arraba­
cadia en Toledo, San Dionisio en París, San Martín en Metz, etc. Las más tardías les. En particular, las ciudades episcopales tenían todas una decena por lo menos
fueron la de San Salvador en Pavía y la de San Agustín en Canterbury. Las anti­ de santuarios intramuros, sin contar los monasterios extramuros y las basílicas .
guas ciudades romanas se convirtieron de ese modo én lugares de encuentro po­ funerarias. El grupo catedralicio primitivo, que se componía de una iglesia de los
lítico-religioso. Cuando no eran la sede del palacio real, eran la residencia del catecúmenos, un baptisterio y un santuario reservado al obispo y sus fieles, se
conde de la ciudad y del obispo. En adelante, la carrera de un funcionario había rodeó entonces de otros muchos edificios eclesiásticos, pequeños lugares de culto
de ser al revés de como había sido hasta entonces: se iba primero a la corte para reservados a un santo local, un hospital para los enfermos y los peregrinos (xeno-
acabar obteniendo un cargo en una ciudad. Sin embargo, ello no era obstáculo dochion) , una matrícula para los pobres, etc. Todo ello hacía de la ciudad un
para que la ciudad fuera lugar de reunión de peregrinos y comerciantes que acu- lugar animado de paso. A llí se concluían y se escribían los contratos de venta y
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los testamentos ante notario, mientras que los miembros de la curia municipal ejes europeos permite, en efecto, encontrar las rutas comerciales de la época,
(que ya no estaban encargados de la recaudación de impuestos) registraban y ofi­ sobre todo cuando se trata de monedas extranjeras en un territorio. La presencia
cializaban sus documentos. Finalmente, ese nuevo paisaje en que se había conver­ de monedas bizantinas en las costas atestigua que el gran comercio de Cartago y
tido la ciudad, era la morada de las últimas corporaciones de oficios que todavía Ravena con Constantinopla, Antioquía y Alejandría no había cesado. Los nego­
subsistían: canteros y monederos. ciantes de Ravena compraban sederías en el taller imperial de Constantinopla; el
papiro de Egipto llegaba a Marsella; las especias de la India y de China a Narbo-
na, y el natrón egipcio posibilitaba que los vidrieros de Colonia siguieran ven­
diendo sus delicados vasos a los anglosajones y a los escandinavos. Pero también
Subsistían también la moneda y el comercio
existía el comercio en sentido inverso, y Occidente no perdía su oro en intercam­
En efecto, los monederos se multiplicaron en el curso de los siglos VI y VII. bios desiguales. El reciente descubrimiento de los restos de un naufragio en el
Los primeros reyes federados dudaron un tiempo antes de apoderarse del privile­ golfo de Fos, que data de los años 600, demuestra que ese barco llevaba con
gio imperial por excelencia: la moneda. Corrían el peligro de desequilibrar los destino a Oriente trigo a granel, ánforas llenas de pez y cerámica decorada. Se
intercambios comerciales. Por eso los vándalos, los suevos y los ostrogodos sólo mandaban mármoles pirenaicos a Constantinopla. D e Verdún salían convoyes de
emitieron monedas de plata, respetando con ello el monopolio del emperador de esclavos sajones hacia Hispania o Grecia. Los vasos litúrgicos coptos tomaban el
Constantinopla. El rey de los francos, Teodorico I (511-534), fue el primero que camino contrario, y algunos barcos bizantinos penetraban incluso en el Atlántico
acuñó sueldos de oro con su monograma en metal de las minas de las Cevénas, para ir a buscar estaño a Cornualles.
aunque no alteró la ley ni el peso. Y cuando sus sucesores añadieron su efigie, Los únicos verdaderos cambios del gran comercio en relación con el siglo iv
esas monedas se aceptaban en todo el mundo mediterráneo, protegiendo y conti­ ocurrieron en Italia. Después de que Teodorico paliase el cese de las importacio­
nuando así la antigua unidad económica romana. En Hispania, imitando el ejem­ nes de trigo africano mediante el recurso a los negociantes hispanos y provenza-
plo de Eurico (466-484), fue probablemente Leovigildo (568-586) el primer rey les, y después de que desapareciera el comercio estatal, se desvaneció toda espe­
que emitió sueldos con su efigie. No olvidemos finalmente que en los territorios culación en el mercado italiano del trigo. Tomaba cada vez mayor importancia
reconquistados, Bizancio reorganizó cecas en Ravena, Roma y Siracusa. La de un comercio libre de tipo mercantil destinado a abastecer -a la débil población de
Milán desapareció, pero las monedas bizantinas con la efigie imperial siguieron Roma, y que estaba en manos de los grandes negociantes sirios o judíos. Se redu­
circulando en Ravena hasta el año 751 y en Roma hasta el 775. Es una prueba cía a las rutas de Constantinopla hacia Sicilia y Roma, mientras la instalación de
más que muestra que existió continuidad en la persistencia de un instrumento los lombardos, a partir del 568, cortó las rutas de los pasos alpinos hasta finales
monetario único de oeste a este. También los lombardos imitaron en seguida el del siglo vii. Desde entonces, el eje Fos-Marsella-Chalon-sur-Saone-Metz-Tréve-
patrón monetario bizantino. ris volvió a adquirir importancia. Como los reyes merovingios y visigodos mantu­
Pero como los reinos germánicos no supieron1, por razones todavía inexplica­ vieron siempre la red de vías romanas, los puertos de Narbona, Barcelona y Car­
bles, desarrollar las monedas de bronce y de plata con débil poder adquisitivo, tagena no perdieron contacto con Africa ni con sus territorios de tierras adentro
continuaron la rutina anterior, contra la que sólo encontraron algunos paliativos. hasta el Atlántico. El aceite y el garum hispanos llegaban al norte de la Galia;
El principal fue la emisión de trientes o tremisses, tercios de sueldo de oro con la sal de las salinas atlánticas y mediterráneas circulaba por el Sena y el Mosela;
un peso de 1,5 gramos. Ese descenso del poder adquisitivo, que no se dio en los y los vinos de tipo griego, ya fueran de Samos o de la cuenca parisina, se compra­
territorios del Imperio, tenía seguramente por meta ajustar la oferta a la deman­ ban hasta en las bocas del Rin. Evidentemente, una moneda con gran poder ad­
da. Era necesario suprimir el efecto deflacionario que provocaba el oro y evitar, quisitivo favorecía menos a ese comercio interior que al gran comercio marítimo;
mediante intercambios masivos, la vuelta al trueque. Pero fue un fracaso, porque por ello, debía coexistir cen el trueque. Sin embargo, la creciente utilización de
el tercio de sueldo se devaluó en todas partes continuamente en peso y en ley los ríos, la generalización del dromedario como animal de carga en África, Hispa­
para adaptarse a las necesidades de los intercambios. No influyó en ese proceso nia y la Galia, y la importancia de las colonias de mercaderes griegos y judíos en
la falta de oro, ya que las minas de la península ibérica y de Aquitania seguían las grandes ciudades e incluso en el paso pirenaico del Col de la Perche, demues­
explotándose. Además, se generalizó la economía monetaria, puesto que había tran que el comercio entre los reinos bárbaros con fuerte población romana nunca
más cecas que en el Imperio tardío; casi todas las capitales de territorio en Hispa­ disminuyó y que incluso se diversificó.
nia y la Galia tenían una. Los grandes burgos rurales e incluso las abadías o algu­ En resumen, es claro el legado romano en las regiones donde los germanos
nos grandes dominios vieron cómo el monopolio de la acuñación se iba de las se asentaron como federados y donde Jos bizantinos volvieron como dueños del
manos de los reyes merovingios para caer en manos de agentes privados que ins­ Imperio. Afectaba al derecho, a la esclavitud y a su par el colonato, al patronazgo
cribían sus nombres en las monedas. Por ello, la abundancia de hallazgos mone­ y a la oligarquía senatorial, al sistema agrario y a la moneda de oro. El Medite­
tarios es un indicio seguro para detectar la vitalidad de los intercambios económi­ rráneo siguió siendo un lago romano. En cambio, otras herencias romanas se de­
cos. gradaron. El Estado, atacado violentamente por los pueblos victoriosos o por la
El descubrimiento de _sueldos y de tercios de sueldo a lo largo de los grandes población vencida, sólo conservaba a sus funcionarios locales y veía cómo su sis-

7. —FOSSCER, 1
98 ' . , , FtjRMí' fCiÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

tema fiscal""se deterioraba inexorablemente. Las ciudades acabaron por vaciarse incesantes refuerzos que recibieron. No podemos aventurar cifras, pero cosa
de toda actividad productiva, incluso cuando se mantenfun y tomaban un nuevo está clara: la menor romanización de estos últimos pueblos en comparación con
impulso; ya no dirigían el campo. Además, algunas m ^ r ir a tís del Oriente bizan­ los primeros citados explica el cambio fundamental que se operó en los territorios
tino repercutieron en el Occidente bárbaro, afectand° particularmente a las fun­ ocupados.
ciones públicas, al ejército, a la Iglesia e incluí» a las com entes c0merciales. Esa Ese diferente grado de romanización se advierte en la forma de instalarse.
continuidad se compuso de rupturas reparadas, de evolución regresiva (con e1 re­ Sólo se practicaron expropiaciones brutales en tres casos. Los vándalos expropia­
tom o al patronazgo de la época republicana^ ° progresiva.(con el ahondamiento ron las tierras del Africa proconsular alrededor de Cartago e implantaron un ver­
de la huella romana). Finalmente, la sociedad de la romarudad tardia, que mten- dadero régimen de ocupación militar con algunas guarniciones en el interior del
taba sustraerse al Estado, lo fugró. país. Los lombardos hicieron otro tanto en la llanura del Po: confiscaciones y
matanzas de la población acompañaron a la colonización militar masiva. En Gran
Bretaña, los anglosajones avanzaron por los valles y acabaron por expulsar a los
¿Qué aportaron los recién llegados? bretones, que se refugiaron en el oeste y en el norte de la isla, o por someterlos.
D e rechazo, estos últimos emigraron a la Bretaña continental, donde ocuparon
Frente a esa vieja Europa mediterránea se dibuja una joven Europa continen­ tierras vacías. El avance de los francos, de los alamanes y de los bávaros fue del
tal e insular donde la romanidad ya no es dominante. Se introdujeron en el anti­ mismo tipo. La importancia de las tierras desiertas o nunca cultivadas explica ese
guo Imperio comportamientos totalmente desconocidos para los romanos, ya fue­ avance relativamente pacífico de los pueblos renanos y danubianos. A medida
ran celtas o germánicos. Es importante analizar cómo, demográfica y lingüística­ que abandonaban su propia zona de origen, otros pueblos se desplazaban tras
mente, dichos comportamientos modificaron los cimientos de las poblaciones do­ ellos para ocupar su lugar, como en el caso de los turingios y los sajones. Pero
minadas y qué nuevos conceptos del derecho, de la monarquía, del ejército, de algunas zonas estaban tan vacías que, en el siglo vn, los francos pudieron volver
los lazos de hombre a hombre y de la explotación del suelo introdujeron. Pero a la margen derecha del Rin y colonizar una región que tomó su nombre: la Fran-
el comportamiento religioso de esos bárbaros, generalmente arrianos, es una conia. Asimismo, los frisones y los francos llegaron a Kent y a las costas danesas,
muestra de que todos, poco o mucho, habían estado en contacto con la romani­ mientras que los irlandeses crearon pequeños reinos en el País de Gales y en Es­
dad. ' cocia.
Esos movimientos de población por infiltraciones lentas tuvieron resultados
mucho más duraderos que los de los anglosajones o los lombardos, por ejemplo,
Una lenta fusión de pueblos que estuvieron condenados a luchar incesantemente. La fusión de los galorroma-
nos y los francos fue relativamente rápida, puesto que, ya en el siglo vi , los terri­
No imaginemos la llegada de esos bárbaros chmo una «tromba étnica» que lo torios del norte del Sena se llamaban Francia aunque los ocupantes fueran allí
hubiera trastornado todo a su paso. En r e a lid ^ los romanra ya habían tenido minoritarios. El estudio de los cementerios revela las múltiples modalidades de
contactos con ejércitos germánicos acompañada por mujeres, niños y esclavos la fusión. En efecto, del Rin al Loira aparecen entre el 400 y el 550 modos varia­
que se trasladaban col). su impedimenta e incluso con tránsfugas romanos o con dos de inhumación, siendo el único carácter común el alineamiento por hileras.
germanos destribalizados. Así pues, aquellos. núcleos militares con cohesión racial Se encuentra la práctica romana del sarcófago asociada a la costumbre germánica
débil arrastraban tras ellos a una población flo tó te que podía dispersarse a la de enterrar al muerto vestido, armado, con ofrendas en alimentos y según una
mínima derrota. Cuando los vándalos pasaron a Á frica eran 8° .° 00. Los visigodos orientación que puede variar. Los sajones y los frisones paganos del norte del
que se instalaron en Aquitania no llegaban a las 100000 personas. Los burgun- Rin seguían practicando la incineración, la inhumación de los caballos y la cons­
dios eran sin duda todavía menos numerosos. A lgunos autores han hablado de trucción de túmulos funerarios. Si nos desplazamos al sur del Somme, la tipología
100.000 ostrogodos. Los lombardos no debieron pasar de los 20.000 individuos. franca pura disminuye, las armas y las vasijas no son tan numerosas, y las tumbas
Esos grupos aislados entre los vencidos, desarraigados al haber perdido su patna de los jefes se encuentran separadas del cementerio. En la margen izquierda del
de origen, temían por su existencia misma. Por e l ^ los ostrogodos y los lombar­ Rini y en Alsacia, la presencia de espadas largas y de vasijas esféricas muestra la
dos prohibieron a los romanos llevar armas. Asimismo, los ostrogodos y fus ^ á - existencia de población alamana. En la cuenca parisina la cristalización fue tem­
godos aplicaron en provecho propio una ley romana que prohibia los matrimonic>s prana y las tumbas alineadas tienen cada vez menos ajuar. En el reino de los
mixtos. Ese régimen de segregación explica e1 hecho de que algunos remos ger­ burgundios, encontramos que las armas y joyas han desaparecido, pero la cerámi­
mánicos fueran verdaderos estados-guarnición acampados en territorio adverso y ca galorromana y las inscripciones demuestran que hubo una fuerte romaniza­
desaparecieran sin dejar huella, como el de los suevos, el de los vándalos y el de ción, al igual que en Aquitania, donde casi no hay huellas de los visigodos. Ade­
los ostrogodos. En cambio, los pueblos que conservaron los contactos con sus más, los escasos estudios antropológicos realizados muestran una asombrosa per­
patrias (los francos, los alamanes, los bávaros, los anglosajones y los celtas cuyas manencia del fondo neolítico. En efecto, dos o tres cementerios burgundios del
relaciones marítimas eran muy activas), no se vieron disminuidos gracias a los Jura central y meridional, del norte de los Alpes y de las orillas del lago Le-
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LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0
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la to , incluso el edicto de Rotario, entre el 636 y el 643, para los lombardos. Asi-
mán, revelan la presencia de un poblamiento germánico gracias a ciertos caracte­ imsmo, hacia el 520, los bretones continentales redactaron también su ley en la­
res dentarios mongoloides. Pero en otras partes, en Norrnandía, por ejemplo, el tín. Los anglosajones fueron los únicos que conservaron su lengua para redactar
cementerio de Frénouville muestra una continuidad absoluta con los esqueletos las leyes de Ethelberto, rey de Kent a principios del siglo vil, y las de Ina, rey
galorromanos; la estatura es idéntica (una media de 1,67 m para los hombres o de Wessex hacia el 690. Así, un régimen particular posibilitaba la coexistencia
de 1,55 m para las mujeres), y las características craneales no tienen nada que entre vencedores y vencidos: la personalidad de las leyes,, Cada uno, en el caso
ver con las de los escasos anglosajones de Fleury-sur-Orne, que medían 1,80 m de los procesos mixtos, debía valerse de su propia ley. Solamente en un país se
de media. Faltan estudios antropológicos para los francos, pero parece que pocos acabó practicando la territorialidad del derecho: en la Hispania visigoda cuando
(quizá sólo algunas familias nobles) cruzaron el Somme. En el fondo, la domina­ el rey R ecesvnto (653-672) hizo fusionar ambas tradiciones jurídicas en el Líber
ción franca no fue étnica sino política; mejor es considerarla corno obra de galo­ ¡udiciorum. En general, esos códigos germánicos eran un paso hacia atrás respec­
rromanos de ascendencia y raíz franca, si tenemos en cuenta su antiguo contacto to a la tradición romana. La noción de derecho público era desconocida en ellos
con el Imperio. y cada artículo mezclaba las cuestiones públicas y las privadas: el jefe de familia
Ello explica su débil influencia lingüística: el latín hablado retrocedió muy tema a menudo jurisdicción sobre sus parientes, familiares y esclavos, y poseía el
poco, apenas doscientos o incluso cien kilómetros desde el Rin. La frontera del Mund, un poder sagrado y misterioso de origen pagano que le daba fuerza y vic­
germánico se estabilizó ya en el siglo VI: partiendo de las costas de Picardía, pa­ toria. El mismo era el propietario del Mund de todos, sobre todo del de sus hijas,
saba por el norte de Tournai e iba a lo largo del Sambre y el Mosa hasta Maas- a quienes vendía a sus futuros esposos. La mañana de las nupcias, el esposo ofre­
tricht y Aquisgrán; luego, dibujaba una curva hacia el sur, dejando a Tréveris y cía a su mujer una dote, la Morgengabe, para agradecerle el haberla encontrado
Metz en territorio de habla latina; seguía la cresta de los Vosgos, partía Suiza en virgen- De lo contrario, la mandaba a su casa. No conocían la noción de acusador
dos al este de Avenches, y acababa en la línea de división de aguas constituida publico, y el acusado debía demostrar él mismo su inocencia. Por eso, debía re­
por los Alpes. Era casi idéntica a la de hoy en día, y refleja perfectamente las currir a miembros de su parentela que atestiguaran en su favor mediante un jura­
zonas de fuerte poblamiento o de fuerte influencia germánicas. Porque en los lu­ mento. En los numerosos casos en los que los jueces no conseguían el desempate
gares donde ni siquiera hubo un funcionario franco pronunciando el latín con entre los opositores, el recurso a la ordalía era la única solución. El acusado debía
acento fuerte, la lengua evolucionó menos y fue todavía más conservadora. En soportar triunfalmente la prueba del agua hirviendo o la del hierro candente; si
efecto, al sur del Loira apareció otra frontera, la del occitano, cuyas característi­ sus manos estaban intactas al cabo de un cierto plazo, ello era la prueba de que
cas son las de un latín como continuación del anterior. Se dibujaba, pues, una los dioses se habían resuelto en su favor. En cuanto a las penas, el ladrón pren­
zona de fusión y de contactos estrechos entre ambas civilizaciones entre el Som­ dido en delito flagrante era ahorcado inmediatamente. Pero el criminal que hu­
me y el Loira. No ocurrió lo mismo en el norte de Italia, donde la lengua lombar­ biera matado a un miembro de una familia contraria, practicando con ello el sa­
da desapareció en el siglo ix . En cambio, Gran Bretaña puede verdaderamente grado deber de la venganza (jaida), podía desencadenar guerras privadas durante
llamarse Inglaterra, porque se dividió claramehte en dos dominios lingüísticos se­ muchas generaciones. Por eso, con el fin de acabar con esos conflictos perpetuos,
gún un eje norte-sur: Escocia, Gales, Cornualles e Irlanda hablaban en céltico,, se podia parar la cadena de venganzas haciendo pagar al asesino el «oro de la
al igual que la Bretaña continental, mientras que el resto de la isla era de habla sangre» ( Wergeld), es decir, cierta suma tarifada según un catálogo muy preciso
anglosajona. En definitiva, el latín retrocedió poco, y en su pronunciación y su de los danos físicos sufridos. A sí pues, la justicia bárbara castigaba más severa­
ortografía se adivinaban ya las transformaciones que darían lugar a las diferentes mente al ladrón que al homicida y privilegiaba a la propiedad en detrimento de
lenguas romances. , la persona humana.
Esa confesión entre lo privado y lo público provocó al mismo tiempo la de lo
civil y lo militar. El jefe de tribu, incluso cuando se había convertido en general
Una sociedad tribal y guerrera romano y despues en rey, seguía siendo un soldado. Era un jefe de guerra (Heer-
konig) elegido por todos los hombres libres de la tribu; si resultaba victorioso
Ese éxito matizado de las lenguas germánicas aparece tamb| én en el campo demostraba estar dotado de un verdadero carisma pagano, del Mund, fuerza má­
jurídico. Cuando los bárbaros entraron en el Imperio, cada puebl° e->taba d°tad° gica simbolizada por genealogías divinas y por los cabellos largos en la dinastía
de un derecho propio cuyas características se distinguen bien. Todas sf leyes meroVIngia. Pero, excepto en esa última familia y en la de los Balthos para los
eran orales y aprendidas de memoria por especialistas liamados <<rachimburgos» godos, la elección solía predominar porque, a la menor derrota, el rey perdía su
entre los francos y a los que se consultad durante los procesos. Cuando se J e r a i carácter sagrado asi como el poder. Ya no era el dispensador del botín ni el pro­
los primeros contactos con las poblaciones vencidas y sobre todo a raiz de ^ tector de las cosechas. Se le privaba entonces inmediatamente del «ban», ese de­
procesos mixtos, los federados (y luego los otros pueblos) vieron la necesidad recho a castigar y a gobernar que se le reconocía normalmente con el poder co­
poner por escrito los textos jurídicos. Los primeros fueron los viSigodos, con el rrelativo de declarar la guerra y hacer la paz. Respecto a ello, se ha hablado acer­
código de Eurico, luego los burgundios con la fey Gombetta y los francos; cuya tadamente de «monarquía absoluta mitigada por el asesinato». La inestabili-
fey sálica fue por primera vez redactada en el 5 1 1 Todas ellas fueron escritas en
102 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

dad de las monarquías lombarda, visigoda, anglosajona e incluso franca es una


prueba palpable de ello. Al estar fundadas en el valor militar, no superaban na­
turalmente las vicisitudes. Sin embargo, ese tipo de monarquía era la clave del
éxito de los bárbaros. Toda la educación germánica estaba orientada hacia la
exaltación de los instintos de agresión para sobrevivir. El furor teutonicus, éxtasis
guerrero que saca al luchador fuera de sí, tenía como objetivo obtener la victoria
al precio que fuera. Así pues, la civilización germánica se fundaba en la violencia,
a la que se consideraba como la virtud principal. El término «franco» viene del
antiguo alto alemán frekkr que significaba audaz, valiente, del mismo modo que
«galo» equivalía a bravo. Todo hombre libre era pues automáticamente un gue­
rrero, normalmente a partir de los catorce años. La onomástica germánica, que
fue a menudo adoptada por los vencidos, refleja aquella mentalidad: Chlod-weg,
que dio la forma culta Clodoveo y la forma corriente Luis, significa ‘camino de
gloria’... Y nunca insistiríamos suficientemente en la afirmación de que todo el-
vocabulario militar actual de la lengua francesa viene de la lengua franca.
En definitiva, gracias a aquella educación guerrera, cualquier rey podía dispo­
ner de todos los hombres libres agrupados por tribus y divididos, sobre todo en
el caso de los godos, en unidades de 10, 100, 500 o 1.000 individuos. Este último
grupo era mandado por un millenarius. El thiufadus era el jefe de los sirvientes
que seguían al ejército para la intendencia y los equipajes. En general, los francos
y los anglosajones eran soldados de infantería temibles. Cada uno debía aportar
sus armas; el escudo, la francisca que se lanzaba de lejos para dividir al frente
contrario, el arco y la lanza, la pica de gancho y la j abalina estaban destinados
al combate a distancia. En cambio, la scramasax (especie de puñal de 50 cm con
un solo filo) y la espada larga servían para el combate cuerpo a cuerpo. Estas
armas eran particularmente temibles por un método especial de forja que se uti­
lizaba en su fabricación. El ánima se componía de un cuerpo de soldadura con
alternancia de bandas de hierro dulce o carburado y era muy flexible. En cambio,
los filos que se añadían mediante soldadura eran de un acero muy duro y muy
cortante. La espada franca, manejada atacando con el filo y no dando estocadas
(porque se hubiera podido doblar) y después de varios molinetes, podía llegar a
partir una armadura. Esta, llamada broigne, era una casaca de cuero cubierta con
placas de hierro cosidas, pero era relativamente rara y se acostumbraba a reservar,
para los jinetes. El armamento germánico garantizaba una clara superioridad a
sus poseedores, y por eso se comprende el extraordinario prestigio de que gozaba
el herrero en las sociedades germánicas esencialmente militares.
La caballería fue siempre menos importante que la infantería. Era corriente
sobre todo en el ejército godo, el alamano, el lombardo y el ávaro. Los ávaros
eran jinetes nómadas que iban armados con un arco, flechas y un carcaj, un escu­
do redondo y una espada. Su táctica consistía en simular una carga general y lue­
go, tras un corto combate, batirse en retirada rápidamente. Cuando sus adversa­
rios les perseguían de forma dispersa y sin orden alguno, se volvían y los acribi­
llaban de flechas mortales sin parar de galopar en la misma dirección. Ésa era
también la táctica de los visigodos y de los vascos. El ejército romano de Italia
la adoptó bajo la dirección de Narsés y gracias a ello pudo vencer en particular
a la caballería pesada ostrogoda. En efecto, ésta estaba compuesta de hombres
a caballo cuidadosamente enjaezados y encaparazonados, aptos para el combate
FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 103

a muy poca distancia a base de blandir la lanza. Existía, por ejemplo, entre los
taifales, los alanos y los lombardos, porque era originaria de las llanuras de la
Rusia meridional. Esos jinetes acorazados eran poco numerosos, ya que el arma­
mento era muy costoso, pero su acción podía ser a veces decisiva.

Hombres ligados p o r el servicio y la fidelidad

Como todo debía contribuir a la victoria, no era raro que los celtas y los ger­
manos utilizaran esclavos para luchar, práctica que los romanos habían rechazado
sistemáticamente. La ley de los bretones precisaba que era habitual que un escla­
vo cargase con las armas de su dueño. El término céltico gwass, latinizado como
vassusy designaba en las sociedades francas a un esclavo encargado de un servicio
a veces armado. Luego, el diminutivo vassalus daría vasallo. Los jóvenes que lu­
chaban junto a un patrono, a un «veterano» (en latín sénior, más viejo, que dio
más tarde señor), acababan formando respecto a su amo una especie de guardia
privada en la que la fraternidad del combate rompía los obstáculos jurídicos. El
calor de la relación que experimentaban en aquellos momentos cruciales conver­
tía en seguida al amigo (Freund) en libre (Freí). Mientras que entre los romanos
las definiciones jurídicas creaban las relaciones sociales, entre los germanos, las
relaciones sociales modificaban las definiciones jurídicas. La barrera entre libre
y esclavo se podía salvar mucho más fácilmente. Por lo_ demás, los propietarios
germanos concedían una independencia absoluta a sus esclavos casati. Sin embar­
go, durante el siglo vil, como veremos más adelante, aquella indistinción social
primitiva fue desapareciendo en provecho del trinomio esclavos-libres-nobles.
Esa libertad, original o adquirida, caracterizaba afectivamente a la mayoría
de guardias privados o reales que rodeaban a los jefes de tribu y a los personajes
poderosos. Entre los visigodos y los ostrogodos, existían también los «sayones»,
hombres allegados a los reyes que se encargaban de hacer ejecutar las órdenes.
De hecho, eran sus acompañantes, delegados capaces de proteger a los débiles
como su propio amo les protegía a ellos. Más tarde aparecieron en el palacio de
Toledo los gardingi, guardias del rey que le debían fidelidad y servicio militar.
Asimismo, entre los lombardos existían los fararñanni, miembros de un clan pri­
mitivo que eran instalados en un campamento fortificado y obedecían como una
guarnición al servicio de un rey o de un duque, y los arimanni (los hombres del
ejército, literalmente), soldados que se podían convocar en cualquier momento y
que estaban entonces obligados a dejar la tierra en la que habían sido estableci­
dos. Hay que distinguirlos de los gasindi (literalmente, los servidores), a menudo
esclavos o libertos, que estaban encargados de determinadas funciones en palacio
y debían fidelidad a su príncipe. Los reyes anglosajones también se rodearon de
un mismo tipo de guardias con un nombre muy parecido: los gesiths. Unos, de
baja condición, recibían de su amo (llamado hlaford, dador de pan, que dio lord)
el alimento y el vestido, mientras que otros se beneficiaban de una concesión de
tierra en precario o definitivamente. Todos debían un servicio militar a su protec­
tor. Finalmente, entre los francos aparece el mismo fenómeno: junto a la scara,
tropa permanente de guerreros que sirven al rey, encontramos alrededor de éste
a los antrustiones. Se trataba de un tipo de guardia de corps del rey. En el curso
104 ' '' LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIE VAL, 350-950 f r a g m e n t a c ió n y c a m b i
105

de una ceremórua particular, se encomendaban a él de rodillas, con sus manos que estaban rodeados por setos se llaman Le Plouy, aludiendo a las rumas 'de los
dentro de las del rey. Le juraban fidelidad y truste, que significaba lo mismo que árboles jóvenes doblegadas (en francés, ployées) y entrecruzadas que cerraban el
treue en alto alemán antiguo. En adelante, colocados bajo la protección (el main- conjunto de casas. El término ham, que ha dado hameau (caserío) revela un asen­
bour) del amo que les mantenía, le protegían con sus armas. Cualquiera que osa­ tamiento a base de casas dispersas. Se podrían hacer constataciones idénticas en
ra matar a uno de ellos, debía pagar un Wergeld enorme: ¡600 sueldos! Ello mues­ L o m b a ^ ^ en la meseta española y en la cuenca de Londres, donde la toponimia
tra la importancia que tenían los antrustiones y los lazos de hombre a hombre céltica desapareció ante nombres terminados en ings (como Hastings). Pero es
que, en ese caso, eran de superior a inferior. En todas las sociedades germánicas evidente que los cambios más importantes tuvieron lugar en Inglaterra y en el
y celtas encontramos esta práctica de paternidad adoptiva que consistía en ali­ norte de la Galia.
mentar en su propia casa a jóvenes a quienes se convertía en guerreros y servido­ El hábitat de los recién llegados utilizaba esencialmente la madera y la chami­
res, y más adelante en funcionarios. Esa práctica, llamada fosterage entre los an­ za. En Irlanda, los incontables fortines circulares diseminados en el campo prote-
glosajones, creaba verdaderos lazos carnales con los adolescentes que en seguida .gían a las explotaciones agrícolas de distintas formas. Unos estaban rodeados de
eran proyectados a la vida adulta. Fieles a su padre educativo hasta la muerte, ■ tapias de piedra seca, mientras que otros se protegían, detrás de un foso y de
esos «alimentados» (nutriti, como se les llamaba entre los francos y los visigodos) una muralla de con tabiques de madera. Los crannogs, islotes artificiales
formaron grupos de presión extraordinariamente solidarios, sobre todo por el he­ construidos s°bre lagos o zonas pantanosas que comunicaban con tierra firme me­
cho de que habían prestado juramento de encomendación. Aquellas cohortes de diante diques estrechos, se hacían con vigas entrecruzadas, chamiza y arcilla. En
peleadores que no sólo estaban al servicio de los reyes, sino que pronto también ellos se además de numerosos artesanos, las familias más ricas. En los
lo estuvieron al de los jefes de familia ampliada o de clan, se designaban con caseríos anglosajones, algunas granjas rodeadas con una valla constaban de gran­
calificativos como amigos, satélites o jóvenes. des chozas sostenidas por postes y donde convivían hombres y animales. Las ca­
sas francas descubiertas por los arqueólogos presentan un aspecto similar: un piso
por debajo del nivel del suelo, con tubos de desagüe para el agua de la lluvia y
Un hábitat impreciso y cambiante i con una chimenea si ésta no estaba fuera, paredes bajas, y un techo de caña que,
apoyándose en dos o cuatro postes, debía llegar hasta el suelo. Todo junto cons­
El auge de estos vasallos alimentados en casa de su jefe fue correlativo con í t f i ■.
tituía una vasta superficie habitable de unos 70 a 90 m i Alrededor había silos
un tipo particular de ocupación del suelo, muy diferente del típico mediterráneo. enterrados o sobrealzados, herrerías y talleres de tejidos, «fondos de cabaña» ex­
Mientras que en el paisaje mediterráneo los límites entre los campos o la separa­
ción entre el ager y el saltus estaban muy definidos, eran de tipo lineal rectilíneo 1 cavados para trabajar (como lo demuestran las pesas de telar descubierto), pozos
y setos que cerraban el conjunto. En Escandinavia, las granjas eran mayores ya
y con hitos de piedra, los celtas y los germanos privilegiaban la zona imprecisa, que, debido al clima, no se podía practicar ningún tipo de estabulación líbre. Por
el bosque como frontera y el seto vivo. Entre los l¡>retones, cualquiera que vendie­ dto, de los aproximadamente 30 m de largo, un tercio se reservaba a la vivienda
ra una finca, una casa o un huerto, no podía enajenar al mismo tiempo los setos de los hombres, otro tercio a los animales, y el resto hacía de almacén de grano.
que rodeaban los cultivos de trigo y la hierba; tenían que quedar fijos. Entre los Cuando aparecía un peligro, aquellas poblaciones de ganaderos podían refugiarse
sajones, los pueblos estaban cercados con un seto vivo, Zaun en alto alemán an­ en los fortines circulares de piedra desde donde resistían a cualquier adversario.
tiguo, que dio más tarde town (ciudad, en inglés). En las costas del Boulonnais podían, como los frisones, aislarse en colinas artificiales (terpen), por lo gene­
subsisten todavía hoy aldeas fundadas por aquellos emigrantes: Baincthun, Of- ral sobrealzadas detrás de las dunas, desde la desembocadura del Elba hasta el
frethun, etc., cuya terminación thun evoca su aspecto primitivo. En cambio, Zuyderzee. El estudio de los terpen ha revelado el mismo tipo de granja de ma­
cuando se instalaron en tierras romanizadas, probablemente encontraron dos ti­ dera, de unos 20 m de largo y unos 5 de ancho, y dedicada esencialmente a la
pos de hábitat: lo que quedaba de los grandes dominios de tipo galorromano (vi­ ganadería. En definitiva, los asentamientos célticos y germánicos, influyeron sobre
lla del propietario y casae de los colonos o esclavos), o bien, como lo demuestra i
todo en el campo y desarrollaron una economía silvo-pastoril muy similar a la de
la arqueología al otro lado del Rin, grupos imprecisos de cabañas y cobertizos. la edad de hierro.
Así pues, se introdujeron en las estructuras establecidas y dieron simplemente su Sin embargo, a pesar de la presencia de chozas sajonas en Boulogne y Canter-
nombre al lugar previamente habitado o recién creado. Los topónimos compues­ no debemos concluir que había un atraso de los ocupantes con respecto a
tos por un nombre propio con una terminación en ingos dan, según las regiones, los ocupados, sino más bien que se compenetraron rápidamente.
indicaciones precisas sobre los asentamientos de los recién llegados.
En Lorena se encuentran todavía hoy aldeas como Dudelange o Hayange que
demuestran esa asimilación franca. Los burgundios en el Franco Condado y en
Saboya crearon Bavans, Sermorens, etc., e incluso los visigodos dejaron huellas
en Aquitania con Brens, Escalatens, etc. En Flandes, algunos hábitats francos
terminan en ingue (Bonningues) y atestiguan un establecimiento-en grupo. Otros
106 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 107
Una intensa economía silvo-pastoril y nuevos intercambios
las ovejas y las cabras a las landas. Incluso parece que los lombardos introdujeron
el búfalo en el norte de Italia en el siglo v i . Estos animales domésticos no se
Debido a la importancia del manto vegetal en el norte, aquellos pueblos asig­
naron un papel principal al bosque y a los pastos: la caza, la pesca y la recolección utilizaban tanto por su carne como por la mantequilla, el queso, la leche, la lana
eran fuentes de recursos fundamentales. Los reyes merovingios, en particular, y las pieles. Se acostumbraban a criar menos caballos que cerdos o corderos, aun­
eran cazadores empedernidos. El montero mayor del rey de los lombardos tuvo que su escasez les convertía en un animal de gran valor. Los numerosos artículos
siempre gran influencia sobre el soberano. Por lo demás, la caza era una prolon­ referentes a robos de reses y caballos en la ley sálica o la ley de los bretones
gación directa de la guerra e incluso servía como preparación militar; de la caza muestran qué importancia se daba a los productos de la ganadería. Entre los ir­
mayor a la caza del hombre sólo había paso. Por eso, los reyes anglosajones, landeses, el robo de vacas estaba considerado como un deporte noble, porque
francos y lombardos intentaron monopolizar la herencia romana del saltus, las era violento y peligroso. Todo ello no indica que se descuidara el cultivo de ce­
reales: el estudio de restos de polen de las turberas de toda la zona renana lo
antiguas tierras públicas, para su uso personal. Las tierras incultas, arboladas,
pantanosas o abandonadas fueron a menudo incluidas en el dominio fiscal real. demuestra, pero el centeno, la cebada y la avena tenían un papel secundario. Los
granos utilizados para la fabricación del pan y de la cerveza se almacenaban en
Además, al haber desaparecido muchas de las legiones fronterizas romanas, ya
no era necesario cultivar trigo para abastecer a aquellas tropas. Volvieron a apa­ graneros construidos sobre pilotes. A la dieta del pan, el vino y el aceite se aña­
dió, pues, la de la carne, la cerveza y la mantequilla.
recer zonas boscosas a lo largo de muchas vías romanas, cubriendo a veces anti­
guos dominios; por ejemplo, entre Colonia y Jülich, entre Bavai y Saint-Quentin Los únicos germanos que no cambiaron en nada fueron los escandinavos; si­
(el actual bosque de Mormal), y desde Pevensey y Hastings hacia Londres. Sobre guieron en la edad de hierro, en la etapa llamada de Vindel. Algunos campesinos
cazadores y roturadores se aventuraron a ir hacia el norte, donde entraron en
todo en este último caso, el Weald era una inmensa zona de caza que separaba
contacto con los lapones; con ellos desarrollaron un comercio de pieles y de sal
Kent de Sussex y ocupaba unos 200 km de largo por un poco menos de 50 de
ancho. Otra gran zona arbolada se extendía desde las costas de Essex al norte mediante un trueque mudo. Los túmulos funerarios de los reyes de Upsala que
datan del siglo vi muestran efectivamente una gran riqueza. D e hecho, el puerto
del Támesis hasta las colinas de los Chiltern. En su mayor extension, ese cinturón
boscoso, del que no quedan sino algunos pedazos, ocupaba de norte a sur mas de Helgo, en Suecia, cerca del lago Malar, estaba en relación de 400 a 700 con
la Europa continental y Gran Bretaña. La presencia de. talleres de orfebres que
de 60 km de ancho. Algunos bosques de Germanía se utilizaban incluso como
verdaderos setos fronterizos y eran totalmente impenetrables. Las leyes anglosa­ trabajaban los metales preciosos, así como el bronce y el hierro, muestra que
existían intercambios importantes, sin duda por mar. Los barcos de la época (sin
jonas precisaban que aquel que no cruzara los bosques haciendo sonar una trom­
pa , podía ser considerado un bandido y cualquiera lo podía matar. ¡Eran ocasio­ puente, quilla, ni mástil) funcionaban con remos y se desplazaban a lo largo de
-r las costas practicando un cabotaje continuo. Parece que los marinos más audaces
ni: nes excepcionales para llevar a cabo entrenamientos de guerra! De ese modo,
de la época eran los sajones y los frisones, siempre dispuestos a cambiar lo que
í ‘.
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grandes zonas, como el macizo de las Ardenas, pasaron a depender de los reyes
fuese así como a piratear. Algunos terpen se especializaron en esos negocios.
germánicos. Apareció un término especial para designarlas: la forestis o zona fo­
Cuando desembarcaban en un país, los germanos del norte tomaban el término
restal, los espacios situados fuera (for) de las tierras cultivadas. Entre los lombar­
latino de vicus para aplicarlo a los nuevos puertos que iban creando. Bajo la for­
■ii dos, el bosque se llamaba gahagio. .Se trataba de que los principes, cuyo régimen
ma de wik o de wich, aparecieron entonces Quentovic a mediados del siglo VI,
alimenticio se basaba más en la carne que en el pan, se asegurasen la existencia
Salperwick, Andruicq en el canal de la Mancha, Hamvic o Hamwih (antecesor
de caza y pesca para su explotación personal. Además, crearon cotos de caza
de Southampton), Sandwich (‘el puerto de la arena’), Woolwich (‘el puerto de la
como reservas que a menudo estaban cerrados. Lo esencial era obtener, segun
¡j lana’), y otros. Esos nuevos puertos, con las casas de madera alineadas una al
las estaciones del año, ciervos, jabalíes, salmones, perdices y conejos. Pero el
lado de otra en la playa, con sus embarcaderos y sus correderas de troncos, no
gran plato del rey era, evidentemente, el uro, un enorme toro p^nfltivo que cons­
compensaron probablemente el hiato de aproximadamente un siglo que revela el
tituía una verdadera despensa ambulante. Las leyes germánicas, claro está, tam­
subsuelo de las ciudades romanas de Gran Bretaña. Sin embargo, la ruptura de­
bién protegían con tarifas apropiadas a los halcones, a las cigüeñas pescadoras de
bió ser corta en el caso de Londres y en el de Canterbury.
ranas, a los perros de caza y a los animales salvajes.
A sí pues, las tierras incultas eran más importantes para los germanos que para En efecto, Kent fue el primer reino bárbaro, sin contacto con Roma, que acu­
. ñó monedas de oro, los «thrymsas», imitando a los tremisses romanos. También
los romanos porque la ganadería les proporcionaba muchos más recursos. A la
los frisones plagiaron los tercios de sueldo bizantinos o romanos para desarrollar
civilización del olivo se opone la de la mantequilla. Como los principes no tenian
su comercio. Pero no por ello eliminaron el trueque, ni el uso de trozos de oro
los medios materiales para apoderarse de todas las tierras incultas, los campesinos
utilizaban una parte de ellas. También a ellos les interesaba que una gran parte en forma de anillo, ni el de monedas romanas transformadas en joyas, ni el de
del suelo se mantuviera inculta, puesto que llevaban los cerdos a pacer, extraían trozos de pulseras de oro, etc. Es corriente descubrir en las tumbas germánicas
o escandinavas balanzas de astil destinadas a pesar los metales preciosos. Ello
miel salvaje, carbón vegetal, estacas, postes, tablillas de madera para los tejados,
demuestra que, incluso en los países bárbaros que ignoraban cómo acuñar mone­
etc. Y sobre todo, llevaban a los bueyes y las vacas a las zonas pantanosas, y a
da, existía un embrión de economía monetaria basada en el patrón oro, y que la
108 la formación del mundo medieval , 350-950 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 109

población estaba cada vez más sensibilizada respecto a ese nuevo tipo de inter­ versión de Hermenegildo. Aquella política de Leovigildo no debió dar resultado,
cambio. Por lo demás, países como Bretaña o Irlanda utilizaban la onza o la übra porque su otro hijo, Recaredo, convertido en el 587, logró, a pesar de algunas
de estaño , o las vacas consideradas en unidades como multas. Finalmente, mien­ revueltas de miembros de la alta nobleza, hacer proclamar la religión católica en
tras que las monedas extranjeras no circulaban en países que acuñaban moneda, toda Hispania a partir del concilio de Toledo del 589. Además, la desaparición
eran siempre aceptadas en todos los reinos que no emitían. Así pues, la economía progresiva del arrianismo bajo el reinado de sus sucesores favoreció la elimina­
natural y la economía monetaria estaban íntimamente compenetradas. Lo de­ ción de los bizantinos de la costa sureste de la península. En efecto, los católicos
muestran los mapas que reflejan la dispersión de las fíbulas germánicas, de los bizantinos ya no eran útiles a los hispanos. Así pues, se consiguió una verdadera
vasos de bronce coptas y de los sueldos bizantinos. unanimidad celebrada por el hermano de Leandro, Isidoro, obispo de Sevilla; es
realmente cierto que las mentalidades de la época eran incapaces de separar la
unidad religiosa de la unidad del reino.
La unificación en la fe En África, los vándalos no dudaron en perseguir violentamente a la poderosa
Iglesia de Cartago. Hunerico (477-484) intentó convertir a los católicos a la fuerza
Fuesen cuales fuesen las novedades que aportaron los celtas y los germanos, y deportó a miles de ellos al sur tunecino. Trasamundo (496-523) adoptó la misma
existen dos campos en los que no llegaron a producirse rupturas definitivas: la actitud exiliando a muchos obispos. Se comprende, pues, que la población africa­
propiedad y la religión. Aunque para muchos pueblos todavía eran más importan­ na acabase por pedir ayuda a los bizantinos: el virulento arrianismo de los vánda­
tes los bienes muebles, las joyas y las cabezas de ganado, y seguían practicando los fue la causa principal de su desaparición. En Italia, Teodorico, admirador de
la utilización común de los espacios incultos, de hecho, la comunidad de tierras la civilización romana, había elegido una estricta política de segregación con el
primitiva propia de una agricultura de calveros, itinerante, había desaparecido fin de evitar enfrentamientos. Al construir un sistema rigurosamente dualista, en
hacía ya mucho tiempo. Todos los pueblos practicaban la propiedad privada el que el conde de los godos era el par en cada ciudad del conde de los romanos,
cuando entraron en el Imperio, hasta el punto de que no comprendieron que era en el que los barrios arrianos de las ciudades estaban separados de los barrios
la propiedad pública. Era éste un punto de contacto entre vencedores y vencidos. católicos, y al prohibir toda propaganda pro-arriana, esperaba hacer desaparecer
Asimismo, la conversión de muchos pueblos al arrianismo habría podido umr el obstáculo religioso. Era sin duda una política animada -por un espíritu muy ro­
a germanos y romanos fácilmente; pero no ocurrió así. Los visigodos, los suevos, mano. Pero con la ejecución del filósofo Boecio y la de su suegro Símaco, presi­
los vándalos, los burgundios, los ostrogodos y los lombardos, que ya se separaban dente del senado, porque habían defendido a un senador acusado de conspirar
de los vencidos por su lengua, por su acantonamiento en determinados lugares, con el emperador, se enajenó a los católicos, tanto más cuanto que después de
por su oficio militar, su ley y por su economía pastoril, fueron todavía más detes­ haber encarcelado al papa que murió en la cárcel, impuso a su sucesor. Por eso,
tados por la adopción de una herejía que acababa de desaparecer en el Imperio cuando Teodato (534-536) vinculó todavía más estrechamente sentimiento gótico
a finales del siglo rv. Predicada por Arria en Egipto a principios del siglo iv , y arrianismo, provocó inmediatamente la reacción de Justiniano y la desaparición
consistía en rebajar a Cristo al nivel de criatura sobrehumana, con calidad de ver­ prácticamente total de su pueblo.
dadero representante de Dios, pero negándole una naturaleza divna; el arriarus- Así pues, el último pueblo germánico arriano era el de los lombardos. Tam­
mo permitía crear una ideología política que asimilase al jefe con el enviado de bién a ellos se les odió por las rupturas que provocaron, pero no corrieron la
Cristo. Es por lo tanto comprensible que un sacerdote godo, Ulfila, escogiese misma suerte que los vándalos o los ostrogodos porque los bizantinos fueron in­
voluntariamente esa religión cristiana que era más asequible para las tropas de capaces de destruirlos y a causa de un cambio de política pontificia. Para evitar
guerreros que sacralizaban el poder. A l mismo tiempo se asimilaban germanidad la toma de Roma, el papa Gregario el Grande prefirió no contar con el apoyo
y cristiandad y aquella herejía pasó a ser su razón de ser. del exarca y negoció la paz directamente con los bárbaros. Obtuvo dos treguas:
Por esta razón, aparte de los burgundios que fueron tolerantes con los católi­ en el 598 y' en el 603. Esperaba que el bautizo del hijo del rey Agilulfo según el
cos galorromanos y cuyo rey Segismundo (516-523) se convirtió, la mayoría de rito católico, gracias a su madre Teodolinda, bávara, llevaría a los lombardos a
los pueblos arrianos mantuvieron una hostilidad latente o manifiesta respecto a la ortodoxia como había hecho Clotilde con Clodoveo. Pero no ocurrió nada de
los vencidos. Sobre todo los visigodos persiguieron a los católicos durante los rei­ eso, porque la oposición era demasiado fuerte y los lombardos estaban todavía
nados de Eurico y Alarico II, y su eliminación de Aquitania se debió esencial­ muy desunidos. Hubo que esperar a los añbs 652-653 para que el rey Ariperto I
mente a que los obispos católicos aquitanos pidieron ayuda a los francos de Clo- fuese bautizado, y al 680 para que desapareciesen las últimas huellas de paganis­
doveo recientemente bautizados. Instalados en Hispania, los visigodos se enfren­ mo y de arrianismo entre los lombardos, tanto los de la llanura del Po como los
taron al mismo problema. Después de haber eliminado a los suevos que acababan de la península. En lo sucesivo, los pueblos germánicos ya no podían ser expulsa­
de convertirse a mediados del siglo VI, el rey Leovigildo (567-586) tuvo que en­ dos de los territorios que habían conquistado, ya que habían desaparecido todos
frentarse a su hijo Hermenegildo, que se había convertido al catolicismo. Con e! los obstáculos para la total fusión. ■
fin de evitar cualquier conversión de los visigodos, aplastó la revuelta de su hijo Podemos ahora calibrar mejor la importancia de los trastornos que provoca­
e hizo exiliar a Leandro, obispo de Sevilla, que había sido el impulsor de la con- ron los celtas y los germanos en el Imperio Romano. Sus innovaciones fueron
110 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

claras pero fácilmente localizables. Aunque poco numerosos; su aportación lin­


güística dejó huellas en las antaño tierras romanas. Su derecho original, donde
no existía la noción de Estado ni de dominio público, su justicia más indulgente
con el homicida que con el ladrón, y su culto al jefe de guerra, explican el papel
principal que se atribuía a la guerra y constituyen la causa esencial de su éxito.
Fuesen infantes o jinetes, armados con su temible espada larga, impusieron un
tipo de sociedad basada en el elemento militar y en la que incluso el esclavo podía
convertirse fácilmente en un guerrero profesional fiel a un amo. Al no distinguir
entre lo civil y lo’ militar, segregaron grupos armados de todo tipo: gardingi, ga-
sindi, gesiths, antrustiones, etc., capaces de fragmentar las monarquías en tantos
particularismos como jefes. Al acentuar el hábitat disperso con sus caseríos de
casas cuidadosamente cercadas, crearon una verdadera diseminación de la pobla­
ción, tanto en las zonas cultivadas como en las incultas. Más acostumbrados a la
vida del bosque y del pasto, no por ello fueron menos capaces de impulsar una
agricultura dinámica y, al ser sus pequeños grupos tan solidarios, pudieron inte­
grar rápidamente sus territorios en el del antiguo Imperio, como se demuestra en
sus iniciativas comerciales en el mar del Norte y en su entrada en la economía
monetaria. En resumen, salvado el obstáculo de la religión arriana, los pueblos
germánicos y los pueblos romanizados, de algún modo semejantes por su trasfon­
do céltico común, entraron entonces realmente en contacto y llevaron a cabo una
fusión con distintos matices según los lugares.

N acim iento dé una cristiandad


*

El acercamiento fue posible gracias a la Iglesia, verdadero puente entre las


dos poblaciones. Aquélla fue la única estructura que permaneció intacta entre las
migraciones y los cambios de poder. Al poner en Seguida en funcionamiento un
movimiento de evangelización y de aculturación, la Iglesia fue a la vez un factor
de permanencia y de cambio. Al intentar influir en los comportamientos políticos
de los reyes bárbaros, al dar al obispo un papel cada vez más político y al hacer
del monje el intermediario privilegiado con Dios, quería construir una cristiandad
sagrada en la que todo acto estuviese impregnado de la nueva fe. De Irlanda al
norte de la Galia, de Gran Bretaña a Frisia, el cristianismo se extendió lentamen­
te en el norte de Europa. En cada reino, los obispos y los monjes participaron
en la consolidación de las estructuras políticas y en la edificación de una nueva
cultura. Según la expresión de Henri-Irénée Marrou, el hombre histórico europeo
iba a nacer de aquella «roturación del alma occidental».

El ardor de la conversión

Desde san Agustín, la entrada de los bárbaros en el Imperio se había interpre­


tado como una ocasión para bautizar a los paganos recién llegados. Desde princi­
pios del siglo v, el obispo Paladio, y luego un bretón secuestrado por los piratas
irlandeses, Patrick, que murió hacia el 461, evangelizaron la gran isla céltica. In­
fluido por el monaquismo martiniano y el egipcio, con fuerte tendencia eremítica,
FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 111

el apóstol de la verde Erín creó una Iglesia original. Por falta de ciudades, sólo
pudo instalar obispos-abades de monasterios, que fueron realmente muy numero­
sos. El principal, Armagh, se convirtió en la sede metropolitana de la isla. Los
monasterios se componían de cabañas de piedra, una por ermitaño, agrupadas
no muy densamente alrededor de un pequeño santuario. Lo normal era que los
monjes eligieran el lugar, lo más desértico posible, que generalmente era una isla.
El cristianismo irlandés, muy atado a Roma, mantuvo un carácter muy ascético
e individualista, con usos litúrgicos y prejuicios particulares.
Esa actitud se manifestó muy tempranamente ante los invasores anglosajones
que privaron a sus compatriotas bretones, es decir, celtas y cristianos como ellos,
de su patria. Frente a la Inglaterra paganizada y al norte de la Galia que había
vuelto a caer en el paganismo a pesar de la conversión más oficial que real de
los francos en el 498, los irlandeses prefirieron dejar que los anglosajones se con­
denaran y desembarcaran en Galicia y en la Bretaña continental donde se desa­
rrollaron otros monasterios irlandeses. Más tarde, entraron en relaciones con los
reyes merovingios para volver a evangelizar el norte de la Galia. Efectivamente,
el paganismo todavía era muy fuerte al norte del Sena; basado en el culto a los
manantiales, a los árboles y a otras fuerzas de la naturaleza, seguramente no es­
taba provisto de un clero ni de templos como entre los sajones y los frisones,
. aunque no por ello estaba menos anclado en los espíritus bajo la forma de animis­
mo o de magia. Más allá del Rin, el paganismo se fundamentaba en una mitología
que daba la supremacía a los dioses: Odin, el padre universal; Thor, la fuerza
brutal, y Freyja, la fecundidad. A partir del 590, la llegada de Columbano, que
recorrió toda Europa, fue la señal que desencadenó la llegada de otros irlandeses.
Para evangelizar a la gente del campo, fundó el monasterio de Luxeuil, que se
convirtió rápidamente en una cantera de misioneros. Luego, después de que le
expulsaran de Borgoña, siguió fundando al este de París, bajó por el Mosela y
remontó el Rin siempre predicando. En Bregenz, dejó a su compañero Gall, que
fundó en la actual Suiza el convento que tomó su nombre. Acabó su vagabundeo
en los Apeninos figures donde creó Bobbio en el 612 y donde murió en el 629.
Detrás de aquella alma de fuego, vinieron otros irlandeses que supieron ampliar
su influencia: un monje de Luxeuil restauró el obispado de Basilea en el 615;
otros crearon Péronne en Picardía, Fosses cerca de Lieja, y Honau en una isla
del Rin al norte de Estrasburgo. Otros muchos nos son desconocidos; obispos
itinerantes, monjes errantes y reclusos olvidados en sus agujeros, pero todos in­
fluyeron en las mentalidades hasta el punto de suscitar émulos.
Por eso, a partir del 630, muchos laicos merovingios que se habían convertido
en sacerdotes o en obispos, los imitaron. Generalmente originarios de regiones
romanizadas, sobre todo de Aquitania, abandonaron definitivamente sus países
para ir a las tierras bárbaras, cosa que hicieron hasta aproximadamente el 730.
La mayoría se dirigió hacia Picardía, Flandes y Renania. El más célebre fue san
Eloy, obispo de Noyon-Tournai del 641 al 660, que, no contento con volver a
cristianizar su antigua diócesis de Noyon, se arriesgó a seguir hasta Amberes en
plena zona germánica, a pesar de su mal conocimiento de la lengua. Fracasó en
la empresa, como san Amand, obispo originario del Poitou que fue nombrado
sin sede fija a partir del 630. Fundó el monasterio de Elnone sobre un santuario
pagano dé manantiales termales y que hoy se llama Saint-Amand-les-Eaux. Tain-
112 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 113

poco tuvo mucho éxito en el obispado de Tongeren-Maastricht y recorrió muchas fuera del antiguo Imperio Romano no empezó hasta la llegada de otro monje
otras tierras antes de morir en el 675 o el 676. Cuando cesó esta segunda ola de anglosajón, Wynfreth. En el 719, el papa le impuso otro nombre: Bonifacio, y le
misioneros hacia el 690, todo el país al sur de la línea Gante-Colonia se engloba­ encomendó la creación de una iglesia franca en Germania, dependiente de Roma.
ba ya en la órbita de la cristiandad romana. Muy pronto, su actuación demostró ser tan importante como la de san Martín en
Entre tanto, como los bretones, los galos y los irlandeses seguían negándose Ja Galia. Reorganizó los obispados de Baviera, bautizó a miles de paganos en
a convertir a sus adversarios anglosajones, el papa Gregorio el Grande (590-640) Hesse y en Turingia, y luego, consagrado obispo en el 722 por Gregorio II, inten­
tomó la iniciativa de mandar una misión dirigida por el monje Agustín a la isla. tó organizar la reforma de la iglesia franca mediante una mejora en el recluta­
Éste desembarcó en Kent en el 597. Con el fin de reforzar los resultados de la miento del cuerpo episcopal y una extensión de los obispados del otro lado del
primera misión, se mandó otra misión dirigida por el abad Mellitus para reinstau­ Rin. Fue nombrado arzobispo en el 732, pero no pudo ocupar su sede en Magun­
rar las dos provincias eclesiásticas de Londres y de York, y para dar autoridad a cia hasta el 747. Demasiado exigente a los ojos de los primeros príncipes carolin-
los monjes romanos sobre el clero celta que seguía siendo hostil a los anglosajo­ 'gios, prefirió pasar los tres últimos años de su vida evangelizando la Frisia, donde
nes. Después de los primeros éxitos en Essex y en Northumbria, se encontraron fue asesinado en el 754. Había ganado territorios inmensos para la causa cristiana
bloqueados por una reacción pagana a partir del 634; los misioneros tupieron que y había establecido la jerarquía eclesiástica en muchos obispados; su tumba en
replegarse en Kent. A finales del siglo v ii , tan sólo Wessex y Anglia Oriental Fulda, monasterio que él había fundado, se convirtió en uno de los principales
habían vuelto al cristianismo romano. centros de peregrinación de Germanía.
Con el tiempo, los monjes celtas acabaron por interesarse en la conversión de
sus adversarios. El rey Oswald de Northumbria llamó a los monjes de la isla de
lona en el 635, que se establecieron en el sur de Escocia, en el monasterio de Una fe simple, un marco fijo y un vínculo fuerte
Lindisfarne y luego en Whitby, en Mercia. A consecuencia de esa colaboración,
las discrepancias litúrgicas entre los irlandeses y los romanos se fueron resolvien­ El principal resultado de aquellas misiones fue el nacimiento de una verdadera
do. Ya en el 630, los monjes del sur de Irlanda se habían adscrito a la práctica primacía de la Iglesia de Roma y de la sede de San Pedro. Esa Iglesia volvió a
del cálculo romano de la fecha de Pascua. En el 660, la conferencia de Whitby encontrarse con un imperio, pero esta vez espiritual. «Nosotros, los irlandeses,
logró reunir a otro grupo de monjes celtas gracias a la intervención del monje estamos unid°s a la sede de San Pedro», decía Columbano al papa. Y este último
anglosajón Wilfrid, que por tal motivo había realizado un viaje especial a Roma. procuró materializar aquellos lazos espirituales con un símbolo concreto , el p a-
Hacia el 680, bautizó a los últimos paganos de Sussex y de la isla de Wight. En llium, una banda de lana blanca con cruces negras que el pontífice llevaba sobre
el 704, Irlanda del Norte, y en el 716 los monjes de lona, se avinieron a abando­ los hombros durante el oficio y que mandaba a cada arzobispo que nombraba.
nar sus usos particulares. Finalmente, los bretones de Cornualles y del País de Por otro lado, fueron numerosos los obispos misioneros que, como A mand, Wi-
Gales hicieron otro tanto en el 755. D e ese m M o, todas las iglesias célticas y llibrord o Bonifacio, realizaron múltiples peregrinaciones a Roma para hacer con­
anglosajonas reconocieron la autoridad espiritual de Roma. trolar su ortodoxia y hacerse confirmar su autoridad.
Apenas evangelizada, Inglaterra relevó a Roma y empezó a interesarse por sus métodos de evangelización eran al mismo tiempo un modo de
sus hermanos germánicos del continente. Nacido en el 658 en Deira, Willibrord aculturación del pensamiento y de la civilización romano-cristiana. Inmediata­
fue mandado por el arzobispo de York, Egbert, a Frisia, donde desembarcó en mente antes del bautismo y como formación considerada suficiente, se enseñaba
el 690. Gracias a la ayuda de Pipino el Viejo y del papa, obtuvo como punto de la Creación por parte de Dios, la expulsión de Adán y Eva, el Diluvio y la salva­
partida el dominio de Echternach (en Luxemburgo) donde fundó un monasterio. ción de la mano de Cristo. Lo esencial era el prestigio de un Dios y de una civi­
En el 695 fue nombrado arzobispo de una nueva provincia eclesiástica que tenía lización superior. Gregorio el Grande aconsejaba a Agustín de Canterbury que
como sede el antiguo campamento romano de Utrecht. La nueva provincia debía solamente destruyese los ídolos y que transformase los templos en iglesias. Ahora
englobar toda la Frisia, pero, a pesar de la llegada de monjes ingleses, Willibrord bien, lo normal fue que éstas se construyesen de piedra, de modo que eran mu­
no pudo cruzar el Rinn hasta los años 726 o 728. cho más impresionantes que los edificios anteriores, construidos al aire libre con
Cuando murió en el 739, todas las regiones situadas más acá del Rin conocían postes y tablones. Benito Biscop hizo acudir a canteros y vidrieros de la Galia
el cristianismo. San Lamberto, asesinado en el 705, había desplazado el obispado hacia el 670, para que llevasen a la isla los modos de construcción mediterráneos.
de Maastricht a Lieja, y su sucesor, san Huberto, había acabado la evangelización Así, las ciudades podían reaparecer alrededor de aquellos nuevos edificios: las
de la margen izquierda del Rin. En aquel momento una red de monasterios cu­ iglesias. Al mismo tiempo, se multiplicaron las capillas junto a los antiguos ma­
bría el país, y los antiguos obispados romanos estaban reinstaurados. Las zonas nantiales sagrados. A menudo estaban dedicadas a santos locales y su situación
ocupadas por los alamanes y los bávaros, gracias bien a los misioneros italianos, en lugares antiguamente sagrados favorecía el paso de un culto a otro. Pero,
bien a los monjes del oeste de Europa (Emerando en Ratisbona, Corbiniano en como método de evangelización, fue todavía más eficaz la liberación de esd avos.'
Freising y Ruperto en Salzburgo), también habían vuelto a entrar más o menos Emancipados, bautizados, instruidos y convertidos en sacerdotes a su vez, los es­
en la órbita de la cristiandad. La entrada en las regiones auténticamente paganas clavos eran la demostración de que la nueva fe era una liberación. Éste fue un
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114 «s FORMACIÓN-DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 FRAGMENTACIÓN Y 115

zos destinados al bautizo de los convertidos. Pero, a principios del siglo viii, la
práctica de ese sacramento por inmersión se podía considerar extinguida en todos
lo_s reinos bárbaros, prueba del paso oficial de los adultos a la Iglesia. A sí pues,
la construcción de parroquias rurales llevó a la formación de un verdadero tejido
social que reunía a la población en asambleas religiosas e incluso sociales. Por­
que, de hecho, el vicario ejercía también funciones de tipo judicial y financiero
dele gadas por el conde. Acababa de aparecer la célula base de la civilización eu­
ropea.
Esa célula tomó un aspecto particular en el norte de Europa con la multipli-
cadón de las capillas privadas. En efecto, a menudo los misioneros obtenían el
apoyo de un noble o de un rey, y acabaron aceptando su petición de fundar,
fuera de los vici, en tierras del fisco o de un gran dominio, iglesias destinadas a
satisfacer las necesidades espirituales de los campesinos. Como el dueño de cada
Plano de San Pedro de la Nave lugar hacía construir la iglesia a su costa y en sus tierras, la consideraba de su
propiedad y se reservaba el derecho a legarla, venderla o cambiarla. Incluso aca­
bó por sustraer al cura párroco del control del obispo. Así aparecieron lo que en
sistema muy practicado por los misioneros irlandeses y anglosajones. Los neófi­ Inglaterra se llamó las lesser churches y en Germania la Eigenkirche. También en
tos, sobre todo si se trataba del jefe de tribu o del rey bautizados los primeros, Hispania, en la Galia y en Italia se dio ese fenómeno. Este sistema favoreció una
desencadenaban conversiones de grupos enteros, ya que los lazos de solidaridad implantación en profundidad del cristianismo, a pesar de los inconvenientes que
de hombre a hombre se encontraban en auge, y era imposible un comportamiento tenía y que no aparecieron hasta más tarde. Al mismo tiempo, atestigua la exis­
individual a nivel religioso. tencia del gran movimiento de ruralización característico de la nueva civilización.
A sí pues, implantar la Iglesia y con ella la civilización en un país bárbaro sig­
nificaba para los fundadores crear al mismo tiempo una sociedad nueva que no
rompiese con el pasado. Para cambiar el comportamiento moral, los irlandeses La Iglesia, defensora, activa y salvadora, como ideal del mundo
inventaron los penitenciales imitando las tarifas de las multas estipuladas en las'
leyes germánicas y célticas. Cualquiera que se acusara de una falta, recibía auto­ D e momento, el fenómeno de las iglesias propias no molestó a los obispos,
máticamente una penitencia de un cierto número de años a pan seco y agua, o puesto que seguían gozando de gran autoridad. En efecto, no olvidemos que, du­
de un cierto número de ayunos. En un mundo acostumbrado a atiborrarse más rante las invasiones, los obispos fueron los únicos que siguieron en sus puestos,
que a comer, el ayuno y la abstinencia eran penas muy duras. Así pues, el peni­ excepto evidentemente los de Inglaterra, el norte de la Galia y los de otras dió­
tencial fue un instrumento de corrección de los comportamientos, un código de cesis que fueron expulsados por los arrianos. Mientras que los altos funcionarios
lo permitido y lo prohibido destinado.a contener energías desbordantes, más que desaparecieron, esos obispos simbolizaron- la continuidad, y la encarnaron me­
a transformarlas. diante su capacidad para negociar con los recién llegados y su fuerza financiera
A ese marco de la conciencia correspondía, en el exterior, el papel de la pa­ con la que rescataron a sus fieles esclavizados por los vencedores. A los ojos de
rroquia. Era el lugar de encuentro de los fieles, excepto en Navidad, Pascua y la aquellos paganos que luego se convirtieron, parecían los propietarios del mundo
Ascensión porque entonces debían acudir a la sede episcopal, y esta parroquia sagrado y los cancerberos de la eternidad. Además de poderosos en lo espiritual,
rural se llamó a menudo en latín plebs. El término ha dado pieve en Italia y nu­ también lo eran en lo temporal:en el 507, tuvieron fuerza para abrir el acceso a
merosos topónimos bretones que empiezan por pié o plou como Plougastel, Plé- Aquitania a los francos. La mayoría era de origen senatorial; el episcopado fue
lan, etc. Este sistema de organización de la Iglesia no fue más allá de la línea cada vez más un cargo reservado a las grandes familias, y los primeros germanos
Viterbo-Chieti en la península italiana, ya que las diócesis meridionales eran tan que fueron obispos salían a menudo de las dinastías reales o de su parentela. No
pequeñas que podían ser ellas mismas una única parroquia. Pero en Lombardíal fueron pocos, en el siglo VI, los casos de antiguos funcionarios, miembros de esas
en Engiadina, en el Friul y en las regiones europeas donde menor fue la influem familias poderosas, que se separaron voluntariamente de su esposa a los 40 años
cia de la organización romana en ciudades, la estructura parroquial empezó a para ir a encabezar un obispado. Al no haber podido ordenarse sacerdotes antes
aplicarse en los vici, los grandes burgos agrícolas, llegando más tarde a las gran­ de los 30 años, muchos obispos tuvieron ocasión de ejercer funciones políticas.
des propiedades rurales. A menudo, la iglesia primitiva era triple: había una pri­ Como, por otro lado, sus donaciones a las iglesias catedrales y su herencia pasa­
mera parte dedicada a los catecúmenos, una segunda era el baptisterio donde se ban a veces al patrimonio eclesiástico, que crecía día a día, dado que no había
bautizaba a los adultos la noche de Pascua, y la tercera estaba abierta a todos divisiones sucesorias, el poder temporal de los obispos fue cada vez mayor. Se
los cristianos. En el norte de Flándes, Willibrord cavó, a falta de baptisterio, po- . elaboró entonces una defensa culta de los bienes eclesiásticos fundada en el prin-

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116 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 117

cipio de que aquellas tierras eran el patrimonio de los pobres. Efectivamente, (vísperas o lucernario, la hora en que se encendían las lámparas), y finalmente
hemos visto que los obispos del Imperio tardío se habían convertido en los patro­ completas (antes de acostarse). A esos hombres y mujeres que vivían aislados ya
nos de los pobres. Ese papel no dejó de acentuarse durante los siglos vi y vii , a no se les veía como traidores, sino como especialistas de la beatitud y la salvación
consecuencia de la generalización de las matrículas, de los xenodochia y de otros entre el desorden y las catástrofes. Sus condenas y su serenidad les conferían un
establecimientos caritativos, como el cuidado de los niños abandonados o de los verdadero carisma de lucidez. Por eso atrajeron a tantos más discípulos cuanto
huérfanos. Estas instituciones adquirían especial relieve cuando había una ola de que los obispos no tenían influencia sobre ellos, y cuanto que la prohibición de
miseria o una epidemia. El patrocinio episcopal vio incrementada su importancia entrar en la orden monástica sin la aprobación del funcionario responsable se ha­
gracias al tribunal del obispo y al derecho de asilo en el perímetro, cada vez me­ bía desvanecido con la desaparición de las autoridades oficiales romanas.
jor definido, alrededor del atrium que precedía a la catedral. Era indispensable Las vocaciones cenobíticas y eremíticas se multiplicaron, sobre todo con la
para los campesinos que querían ponerse bajo la advocación del santo patrón de llegada de los irlandeses, puesto que con ellos aumentaron la libertad y el presti­
la diócesis, y muchos libertos lo eran gracias al obispo, mediante «la cuerda del gio de la dedicación religiosa. La regla de san Columbano, difundida a partir de
altar», que era la forma romana, o mediante «la acción de tirar un denario», que Luxeuil, insistía en los votos de castidad, de pobreza, y en penas impresionantes
era la forma franca. Finalmente, el obispo se imponía en tanto que constructor, en las que el látigo no era lo menos utilizado. Pero de hecho, ese rigor se com­
como Nizier y Magnerico que restauraron Tréveris entre el 525 y el 587. En resu­ pensaba con una llamada constante a hacer misiones, a realizar peregrinaciones
men, el obispo se convirtió en un personaje poderoso en todos los reinos bárba­ para Dios fuera del propio país, y con una gran libertad de comportamiento hacia
ros, hasta el punto de que algunos reyes intentaron apoderarse del derecho de todas las autoridades políticas o espirituales. El monje celta (predicador ambulan­
nombramiento no contentándose con aprobar la elección del metropolitano y los te, profeta inspirado y sabio sorprendente) y sus seguidores acababan a veces en
obispos coprovinciales. Sobre todo en Hispania y en la Galia, donde por otro el martirio, pero más a menudo canonizados por el vulgo si habían fundado una
lado se reunían concilios regularmente, vemos cómo los monarcas intentaron do­ iglesia o un monasterio. Por eso, muchos les imitaban, incluso en sus excesos.
minar totalmente al episcopado. Así pues, el monje giróvago, cuyo superior y cuyo país de origen se desconocían,
A causa de esto, el estatuto y el lugar de los monjes cambió. Mientras que pero a quien se identificaba por su tonsura particular (un semicírculo de cabellos
en el siglo v eran marginales, ahora se convirtieron en un modelo mucho más de oreja a oreja), viajaba.a la ventura difundiendo una religión en la que los mi­
atractivo porque estaban menos comprometidos con el mundo. Proliferaron en el lagros de curación o de castigo para redimir los pecados ocupaban el primer lu­
siglo v i y adoptaron las antiguas reglas de Basilio o de Pacomio, o practicaron el gar. En el fondo, el monaquismo irlandés era el punto de encuentro ideal entre
eremitismo del tipo de san Antonio. Florecieron en el Mediterráneo lugares de las mentalidades romana y germánica; la prueba está en que rápidamente apare­
ascesis y de cultura de todo tipo, tanto urbanos como rurales, según los modelos ció una regla mixta que amalgamaba las de Columbano y de Benito. El primer
de los monasterios de Marmoutiers y de las islas Lerins. Los monjes, hombres testimonio en ese sentido fue la regla de Waldebert, tercer abad de Luxeuil, dada
de oración y de ciencia, se convirtieron entonces^en consejeros y profetas, en pro­ a las monjas de Faremoutiers hacia el 630.
tectores espirituales de los poderosos y en protectores materiales de los pobres.
El rey burgundio Segismundo fundó San Mauricio de Agaune para que se recitase
la laus perennis, la alabanza perpetua que cantaban turnándose durante el día San Benito, el «padre de los monjes»
tres grupos de monjes para gloria de Dios. En aquella época, los monjes dispo­
nían de muy pocos bienes, y el conjunto monástico, aparte de la iglesia, constaba Ello nos lleva a considerar la obra de san Benito de Nursia (c. 480-553/556),
de celdas dispersas, talleres donde se trabajaban las esteras, los cestos, las pieles que jugó un papel considerable en la transformación del monaquismo. En la épo­
para hacer pergaminos y, sobre todo, el taller donde se copiaban los manuscritos. ca, la regla que escribió durante los últimos 25 años de su vida pasó inadvertida
Los huertos y los campos vecinos permitían subvenir al abastecimiento de la co­ a causa de los desórdenes que había en Italia. Aquel hombre, puro producto de
munidad y al de los huéspedes de paso. El eremita mismo roturaba a veces el la civilización romana, quiso poner orden entre todas las reglas existentes. Eremi­
calvero de un bosque o una tierra abandonada, de modo que en' seguida atraía ta, y luego cenobita, fundó finalmente el monasterio de Montecassino. Benito,
a ■acólitos y tenía incluso que abandonar su primera instalación para dejarla a los probablemente de origen senatorial, juzgó a la cristiandad de su tiempo como
laicos que le habían seguido. Luego se instalaba un poco más lejos, siempre a irremediablemente pagana. Por eso, con la ayuda de su regla, quiso crear otra
cierta distancia de los lugares habitados, pero sin perder nunca del todo el contac­ milicia; no sería civil ni militar como las romanas, ni la de Cristo como pretendía
to con los demás hombres. Pero fueran cenobitas, eremitas o incluso reclusos, el un clero demasiado funcionarizado, sino una «milicia del corazón». La comuni­
monje o la monja seguían siendo laicos. En efecto, el sacerdocio era muy raro dad monástica, sacando su fuerza de una relación cada vez más profunda con
en esa época. La actividad fundamental del monje era esencialmente la oración Dios, se basaba en una simple consigna: ora et labora, reza y trabaja, considerán­
y la ascesis; las comunidades monásticas se reunían todos los días para rezar. Co­ dose este último acto corno resultado del primero. Esa regla, que requería a la
nocemos bien ahora los oficios monásticos: el oficio de noche (maitines), del alba vez rigor y flexibilidad, exigía obediencia al padre abad y recomendaba incesan­
(laudes), de cuando salía el sol (prima), del día (tercia, sexta y nona), de la tarde temente que .se tuviese en cuenta a los débiles. No se pudo difundir hasta que
118 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 FRAGMENTACIÓN Y CAMBIO DE OCCIDENTE 119

los disturbios que provocó la entrada de los lombardos en Italia empezaron a apa­ tencia entre los vencedores y los vencidos, creó mediante la red de parroquias un
ciguarse. Entonces; los Diálogos que escribió Gregorio el Grande hacia los años nuevo tejido social. Como transformadora de las mentalidades, se convirtió en
593-594 propagaron la vida y los milagros de san Benito. Pero, paradójicamente, un centro de atención de las rivalidades políticas. Mientras que los obispos caían
los países de profunda tradición romana como Italia, Hispania, Provenza o Aqui- en manos de los reyes, los monjes se convertían a su vez en ostentadores de lo
tania, se mostraron muy recalcitrantes; hubo que esperar al relevo de las comuni­ sagrado, al tiemp° que dejaban su posición marginal y entraban en la nueva so­
dades mixtas columbano-benedictinas como la de Solignac, fundada por san Eloy ciedad romano-germánica. Pero lo esencial de las innovaciones cristianas no esta­
en el 632. Convencidos de la excelencia de la regla benedictina, los seguidores ba solamente contenido en la regla de san Benito. Hubo que esperar a la crisis
de la regla de san Columbano (fuesen aquitanos, francos, anglosajones o celtas) de finales c;Iel siglo vi1 para que, de la alternativa entre los jefes germánicos y los
acabaron por difundirla hasta que en el siglo V I fue la única aplicada. representantes y después de aquella fase de acercamiento, surgieran
La expansión monástica tomó entonces nuevas características. Después de que soluciones nuevas e imprevistas.
algunas familias de la.notfeza ayudasen a Columbano a dotar y a fundar monas­
terios, algunos aristócratas se refugiaron en ellos o se convirtieron en sus abades.
Y en los tiempos de disturbios políticos y de trastorno total de la situación, otros
se escondieron en lós cenobios para aguardar tiempos mejores. En adelante, el
santo patrón podía ser tanto un fundador noble, como un propietario rico, como
un monje piadoso. Es revelador en ese sentido el caso de la basílica de los Santos
Apóstoles, fundada en Metz antes del 630 por Arnulfo, antepasado de los carolin-
gios, y transformada luego en santuario alrededor de su tumba en los años 715
o 717, la iglesia tomó el nombre de San Arnulfo. Así,, al igual que el episcopado,
el monaquismo se convirtió en un aliado de los príncipes. Incluso en la Galia
merovingia, fue el principal soporte de la fidelidad a otra familia frente al legiti-
mismo merovingio de los obispos. Aparte de Bonifacio, todos los grandes monjes
anglosajones fueron aliados y protegidos del linaje de los Pipínidas.
Fuera como fuese ese cambio de la correlación de fuerza entre los obispos y
los monjes, el auge monástico fue considerable. Estos establecimientos, que en
adelante iban a ser todos rurales, sirvieron de base a las misiones, ya fuesen an­
glosajones, como Lindisfarne, Yarrow y Wearmouth, austrasianos, como Wis-
semburg (fundado hacia el 660) y Nivelles, o germánicos, como Fulda y Reiche-
nau. En Hispania, Fructuoso de Braga fundó una serie de monasterios en Galicia.
Finalmente, ese movimiento alcanzó a Italia: a principios del siglo V I aparecie­
ron en plena zona de dominio lombardo los monasterios de Novalesa, Nonantola
y Farfa. Después de su destrucción en el siglo VI, la abadía de Montecassino se
reconstruyó en el 720. Al final, el circuito' de la aventura monástica se cerraba
después de ese asombroso periplo europeo desde las costas mediterráneas hasta
' las de los mares nórdicos en un curioso viaje de ida y vuelta.
Así pues, del choque de las civilizaciones romana y germánica resultaron con­
tinuidades, abandonos y fusiones. Hemos visto cómo las sociedades romanas so­
brevivieron, se robustecieron e incluso evolucionaron de forma original. Consi­
guieron poco a poco escapar del Estado y formaron el mapa de una vieja Europa
que incluía a la península ibérica, la itálica y la Galia al sur de la línea Nantes-Be-
samjon. Frente a ella, encontramos a una joven Europa, la de las islas y el norte
del continente, con un clima mucho más severo: las llanuras del Po, del Sena,
del Mosa y del Rin. En esas regiones, la aportación celta y germánica fue notable
y duradera, y a menudo se opuso a los conceptos romanos. Pero una vez elimina­
do el. obstáculo religioso, es indudable que bajo el impulso del movimiento misio­
nero,. sobre todo el de los celtas y los anglosajones, los bárbaros entraron en la
Iglesia, depositaria de buena parte de las tradiciones romanas. Como tercera po-
Capítulo 3
INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA
DE ORIENTE
(principios del siglo V)

395. Teodosio I acaba de morir, el 17 de enero. Le suceden dos emperadores,


sus hijos Honorio, en Occcidente, y Arcadio, en Oriente. No es éste el primer
reparto de poder supremo llevado a cabo en un imperio desmesurado en relación
a los medios de comunicación antiguos. Ya nunca más un único soberano exten­
derá su autoridad del Éufrates al Rin, y del Danubio al Magrib. Comienza enton­
ces la historia del Imperio Romano de Oriente, de la Romanía, como se la deno­
minará, de Bizancio, como lo llamamos nosotros, conservando el nombre de la
ciudad provincial, en decadencia desde las luchas del final del siglo ii, en la que
Constantino instaló, a partir del 324, su ciudad, Constantinopla, la Nueva Roma.
Como toda historia, la del Imperio de Oriente lleva al nacer las huellas de un
pasado próximo y las de una existencia secular. Y más que cualquier otra historia,
si cabe, por dos razones. La primera es que se funda explícitamente sobre la eter­
nidad de Roma, del Imperio, del orden imperial y —en lo sucesivo- cristiano del
mundo, de manera que el freno opuesto por todo sistema institucional, político
o cultural a los cambios traídos por el tiempo se fortalece aún más aquí en virtud
de la convicción de que nada cambia ni debe cambiar. La segunda razón es que
se trata de una historia lenta, en la que los elementos que permanecen son mu­
chos, en que los movimientos, que tardan siglos en consumarse, están marcados
por catástrofes, y que muestran, en contrapartida, muy pocas oscilaciones a me­
dio plazo. Así, pues, la indispensable presentación adquiere en este caso valor
de clave para todo lo que sigue. Muchos de los verdaderos cambios se producen
en el siglo que precede al año 395, injertados en una antigua permanencia. Y,
tal vez, también el lector tenga la impresión de estancarse en el umbral de la
historia de Bizancio entendida como la de una cristiandad medieval.
La fecha convencional del 395 no podría iniciar un relato, sino un cuadro,
resultado de antecedentes más o menos remotos, progresivamente precisados has­
ta alrededor del 460. Después de esta fecha el ritmo de los acontecimientos y el
INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 121

movimiento de fuerzas internas se hacen más ágiles, la historia se agita con más
rapidez, hasta el límite brutalmente impuesto en las primeras décadas del siglo
vil como consecuencia de la pérdida del dominio meridional: Siria, Palestina,
Egipto y Cirenaica.
En cierto sentido, toda historia es la lectura de un mapa, pues nada es más
durable ni al mismo tiempo más determinante que los itinerarios que la estructu­
ran. Ciudades independientes nacidas en los tiempos de la colonización griega en
la costa del Asia Menor, viejas monarquías orientales, reinos divididos por los
generales de Alejandro en su fulgurante conquista, reducción de estos reinos a
provincias por los romanos, son otros tanto niveles históricos superpuestos en el
territorio en que se inicia la historia de Bizancio. Pero las grandes articulaciones
de este territorio son más valiosas que los antecedentes de la historia bizantina,
puesto que son los factores que permanecen.

E l espacio d e B iza n cio

El espacio de Bizancio en sus orígenes se puede definir como el de los países


en que la lengua dominante era el griego. Se despliega siguiendo la curva oriental
del Mediterráneo, desde Trípoli y Ptolemais en la orilla africana, hasta ese punto
incierto de la costa adriática al oeste de Durazzo, de donde partía la línea diviso­
ria lingüística y, desde el 395, administrativa de Iliria, como se denominaba la
vasta región danubiana del Imperio Romano. El Mediterráneo de Bizancio baña
Chipre, Rodas, Creta, los archipiélagos del Egeo. Está surcado de rutas maríti­
mas, de Alejandría a Beirut, a Antioquía, a los Estrechos, y también a lo largo
de las costas. La costa meridional del mar Negro es el otro litoral marítimo, ce­
rrado por los estrechos, por un lado, y adosado a los contrafuertes del Cáucaso,
por el otro. El poder bizantino se extiende al oeste hasta las bocas del Danubio,
mientras que la orilla septentrional ofrece las cabezas de puente antiguas, que
Bizancio sabrá recobrar. Los límites terrestres son más difíciles de trazar. Están
señalados en principio por el limes, la serie de fortificaciones que la arqueología
revela en Tripolitania, Palestina, Siria y a lo largo del Danubio. También están
marcados por los puestos aduaneros que los aranceles grabados sobre piedra o
más tarde, los sellos de los funcionarios permiten indicar en el mapa. Sin embar­
g o ,n o hay que concebir las fronteras de Bizancio como el trazo de un cercado,
sino como una franja históricamente sensible. -Cada una de las principales regio­
nes del Imperio se abre sobre su propia frontera, y forma con el otro lado un
conjunto estructurado por las rutas del comercio y de la guerra. O, mejor dicho,
el Imperio de Oriente se presenta como una red orgánica y viva, constituida por
articulaciones interiores, por confines y por los lejanos rumbos del gran comercio.

El cuerpo del Imperio

En el extremo sudoeste, el limes de Cirenaica protege el Imperio contra el


ascenso de los nómadas que caracteriza la época, tanto al oeste como al este del
África blanca. Egipto, granero del Imperio de Oriente, es también un paso esen-
122 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d i e v a l , 3 50-950 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 123

cial desde el M editerráneo, al que se asom a al g ra n p u e rto de A lejandría. D om i­ d o n e s naturales difíciles. E s qu e las m ontañas boscosas d e Panfilia y Pisidia, en
na el acceso al m ar R ojo, vía hacia el golfo Pérsico, flanqueado p o r el reino de m edio de las cuales se h u n d en algunas llan u ras, y toda la m eseta de C apadocia,
Axum (E tiopía) y el de H im yar (Y em en). P or o tra p arte, abre el cam ino, Nilo se p u eden definir com o u n territorio capital en e l p lano estratégico y com ercial.
arriba, hacia el A frica .sudanesa y su o ro. E n el otro extrem o, se en cu en tra otra La ru ta que va de la capital, o m ás exactam ente, de N icom edia y Nicea, hasta
tierra de trigo y de o ro , Tracia, en tre el D anubio, única vía fluvial propiam ente las estribaciones arm enias del Cáucaso y el valle del A raxes, es una espina dorsal
dicha del Im perio de O riente, y el m ar, al que se abren C onstantinopla o Tesaló- en la historia de la región. Sebaste es su punto de cruce con la ruta del m ar, por
nico. D esde el siglo rv, y p o sterio rm en te, los invasores atraviesan T racia en las C esarea de C apadocia, y con la de M esopotam ia, por M elitene (M alatía) y E desa
dos direcciones, y sobre todo p o r la ru ta que cruza, de Filópolis (Plovdiv) a An- (U rfa). Se alcanzan entonces las fronteras del Im perio R om ano de O riente, cons­
drianópolis, el valle de M arica, en tanto que la ruta que costea la m argen derecha ta n te m en te en peligro, disputadas al Im perio P ersa hasta la caída de éste en el
del río sigue siendo, hacia el n o ro e ste , la gran vía de com unicación terrestre con siglo v ii . P or un lado, los países caucasianos, A rm en ia e Iberia, puertas de la es­
el Im perio de O ccidente. tepa o de los accesos al Caspio, al A zerbaidján, y a una de las grandes vías de
Las provincias de O rien te se en cuentran e n tre estas dos avanzadas, la africana entrada al E x trem o O riente. P or o tro , la vieja y rica planicie que se extiende
y la balcánica, pues la G recia peninsular duerm e todavía, en el m om ento en que e n tre el É ufrates y el Tigris, donde están establecidas Calínico, E d esa, A m ida,
com ienza nu estra historia, el sueño provincial en que la ha sum ido la conquista N ísibe, objeto de codicias seculares y rivales de R o m a y de Persia. P ero, llegados
rom ana, sólo anim ada p o r la actividad intelectual de A tenas, adonde los jóvenes a este punto, los ejes de las rutas no llegan a definir el dom inio de nuestra histo­
llegan de lejos a hacer sus estudios. U n O rien te com puesto p o r países m uy dife­ ria. H ay que añadir o tro apartado: los pueblos, las lenguas, las civilizaciones.
rentes por el relieve, el clima y la civilización. P alestina linda con E gipto p or la L a len g u a griega siguió en O riente a la conquista de A lejandro, sobrepasando
poco perceptible transición e n tre la costa y el desierto: de Pelusio a G aza, y a entonces sus antiguos em plazam ientos, G recia y sus fronteras tracia y m acedóni­
las pequeñas aldeas del lim es de Palestina, m uy activas en los siglos v y VI, el ca, las islas y las grandes ciudades de la costa del A sia M enor. A ntioquía y A le­
calendario y las medidas son las mism as. Las caravanas cruzan el desierto oriental jan d ría son las fundaciones más ilustres de esta expansión. Por consiguiente, se
de E gipto y se aden tran en él hacia el sur, hasta la extrem idad del Sinaí. U na puede decir que, en principio, la influencia del griego y del helenism o disminuye
ru ta costera une las viejas ciudades p o rtu aria s de Palestina y de Siria, de A scalón de la costa hacia el interior, así com o tam bién de la ciudad hacia el campo. El
a A ntio q u ía, p o r T iro, B eirut y Laodicea. O tra , paralela, desde H om s y D am asco latín se superpondrá con la conquista rom ana, com o atestiguan num erosas ins­
hasta A ila (E ilath ), arranca al b o rd e del desierto sirio desde las ciudades a las cripciones. Pero estaba condenado a decaer en un cierto lapso, por la división
que llegan, al o este, los desplazam ientos agresivos o com erciales de los nóm adas. del Im perio en dos, naturalm ente con más rapidez en O riente que en Iliria. E n
Los itinerarios de estos últim os son fluctuantes. P alm ira y P e tra han ido a m enos, el siglo VI el griego se convirtió en la lengua del Im p erio y de la o rtodoxia. Pero
B osra, G erasa, R esafa conocieron sus m ejo res d ías a n tes del siglo v ii . lleva aún la carga de la rom anidad, pues el latín se conserva com o lengua jurídica
U n tercer eje norte-sur se sitúa e n tre los d o s preced en tes. Jerusalén com ien­ y adm inistrativa. A dem ás, desde el comienzo de la historia de B izancio, el O rien­
zan a partir del siglo iv a a tra e r desplazam ientos hum anos. Pero, en Siria del te se caracterizó p o r el vigor de las lenguas ya escritas.
norte, la ru ta entre H om s y A n tioquía pasa p o r A p am ea; después, a p artir de E l copto es la form a que tom a entonces la antigua lengua de E gipto, con su
A ntioquía, se perfüa otra transición, en este caso doble. H acia la costa, A ntio­ alfab eto derivado del griego. E l hebreo de la Palestina judía subsiste com o lengua
quía está situada en el punto en que acaba el macizo boscoso de T au ro , guarida de cultura, p en etrad o por lo dem ás p o r térm inos griegos y abierto a un a lengua
de los salteadores isáuricos, c e rro jo del A sia M enor. L a ru ta, en efecto, deja la vernácula próxim a, el aram eo, que asegura particularm ente la com unicación en­
costa en L aodicea, p a ra alcanzar A n tio q u ía, situ ad a no lejos de la desem bocadura. tre las com unidades judías de Palestina y las de Irán, m uy im portantes. M ás al
del O rontes, y no vuelve a seguirla hasta después de T arso . A n tioquía no es so­ n o rte , u na vasta región sirio-m esopotám ica escribe, al m enos desde finales del
lam ente el p u n to de encuentro de- las rutas locales de la Siria del n o rte, conjunto siglo jíi , el siriaco, dialecto del aram eo, practicado tan to en medios cristianos
. de cuencas y de colinas, región p ro d u cto ra de aceite de oliva, sino tam bién el como en medios judíos, a una y o tra p arte de la frontera política. E n la m ism a
térm in o occidental de la ru ta hacia E desa y N ísibe, y hacia M esopotam ia. Por época, el árabe aún no ha conocido más que algunos alfabetos de reinos sedenta­
esto, no puede asom brarnos en co n trarla constantem ente en el transcurso de la rios aparecidos en los actuales territorios de Jordania y Y em en. Por últim o, en
historia. el ex trem o n o ro este, el antiguo reino de A rm en ia, codiciado siem pre por R om a
E l A sia M en o r es una segunda pieza, com pleja, del O rien te r ° m an ° bizanti­ y p o r Persia, recibe de C apadocia, a finales del siglo m , la religión cristiana y
n o . H asta C onstantinopla es u n a costa d en tad a , salpicada de ciudades a c r í ^ s en cu entra hacia el año 400 un alfabeto p ara su lengua. E n resum idas cuentas, el
unas en la época bizantina, com o A talia (A n d alia), o tras desde la A n tig ü ed ad , siriaco y el copto sobre todo constituyen, en el interior del Im perio de O riente,
com o É feso o E sm irna. L a costa del m ar N egro, con S inope y T r e b i ^ i i ^ con­ vigorosas unidades, no solam ente lingüísticas sino tam bién culturales, que no
tr ap artid a, n o desem p eñ ará u n papel v erd ad eram en te im p o rta n te h asta los ú lti­ coinciden con las fronteras políticas y que difunden en el m edio oriental influen­
m os siglos del im perio, y en o tra coyuntura. L o que. llama, la atención al conte m ­ cias helénicas; no obstante, estas unidades son al mismo tiem po otras. tantas disi­
pla r la histo ria de B iza n cio es la im portancia del in terio r, a pesar de unas condi- dencias o , p o r lo m enos, insularidades, en prim er lugar bajo la form a, a partir
124 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 125

de entonces dominante, de la confesión religiosa. La cristiandad siriaca, una vez de una élite de poder y de saber, lo que no plantea ninguna dificultad, ciertamen­
más la más importante de estas comunidades, dará un ejemplo secular desde el
t e para tal obra historiográfica, o tal tratado dogmático, ni tampoco para los tex-
concilio de Calcedonia (451). Además, existe una indiscutible relación entre la
t°s escriturarios destinados a la lectura pública en la iglesia. Pero, ¿que relación
precocidad de la escritura vulgar, vernácula, y la del triunfo de la cristianización. se puede establecer entre lo escrito y lo oral en caso de obras tan ampliamente
Se verá claramente en la misión armenia, y se verá de nuevo más tarde en el caso
apreciadas como auténticas, concernientes a reputados santos? La cuestión sigue
de la misión eslava. Pero el entramado social y cultural de las lenguas desdibuja sin tener una respuesta.
el trazado demasiado lineal de los territorios: el siriaco es hablado a las puertas
Además, el discurso pronunciado no es el habla corriente, como se sabe, pues
de Antioquía y en la misma ciudad en el siglo rv; Juan Crisóstomo, que emplea permanece fiel tanto a las reglas de la retórica como al selecto lenguaje de los
el griego, obsel"Va un día de gran fiesta la presencia de campesinos que no-le
clásica, que los jóvenes estudian en la escuela. En esta forma, pues sólo conser­
comprenden; el discurso de Libanios, el retórico portavoz de la ciudad, es exclu­
vamos el testimonio escrito, el discurso oral conserva, en el umbral de nuestro
sivamente helénico. En Jerusalen se reza en las lenguas vernaculas de Oriente.
p ^ í o ^ la antigua importancia de su función urbana. Las ciudades tenían tradi­
En Palestina, los doctores judíos discuten en hebreo, hablan arameo y entienden
cionalmente su retórico, portavoz y al mismo tiempo profesor de elocuencia. Este
el griego. Por otra parte, el griego y el hebreo se mezclan en las inscripciones personaje está muy definido en el siglo iv , y Libanios de Antioquía, muerto hacia
judías del país. En contrapartida, las de la sinagoga de Sardes, del siglo iv , están el 393, es un ejempfo perfecto de él. Pero pasa a un segundo plano, aunque sin
en griego, y muchas comunidades utilizan en sus oficios la traducción griega de desaparecer aiín en el siglo v, cuando surgen Procopio de Gaza, bajo el reinado
las Escrituras, llamada de los Setenta, que Justiniano querrá imponer a todos.
de Anastasio, y Coricio de Gaza, bajo el de Justiniano. A partir del siglo iv , la
Pero como acabamos de recordar, este mundo, en la diversidad de sus len­
función del discurso público pasó en parte a los obispos de las ciudades, proce­
guas, es también un mundo de lo escrito. Y las formas de lo escrito son tan varia­
dentes del mismo medio, con la misma formación clásica. Y con esta forma, se
das como sus funciones. La ciudad practica asiduamente hasta principios del siglo. marchita en el siglo v. ’
vii la antigua costumbre de las inscripciones, sobre piedra o en mosaico, de deci­
siones legislativas, aclamaciones, lápidas sepulcrales, consagraciones de iglesias,
límites de dominios o aldeas e, incluso, listas de contribuyentes: una palabra múl­ A las puertas de la Romanía
tiple, por lo general, aunque no únicamente, en griego, y no solamente en las
ciudades sino también en los campos alejados. ¿En beneficio de quién? La pre­
En el 395, el Imperio de Oriente se encuentra frente a países cuyo desarrollo
gunta no puede ser respondida todavía. De todas formas, el número de textos
político es muy desigual y cuya historia se está haciendo. Los grandes rasgos de
que podían ser leídos hace suponer una cierta alfabetización; a partir del siglo
esta situación infrin^ que siguieron en vigor hasta los cambios geopolíticos del
viii se ha observado que el número de inscripciones es bastante limitado y su
rigfo v r se prolongan más directamente hasta alrededor del 460.
contenido considerablemente diferente, de lo que¡ se infiere un cambio cultural a
En primer lugar está la cuestión de los imperios. Pues el Imperio Romano de
este respecto en los territorios que seguían siendo bizantinos. Posteriormente, el
Oriente no sófo está en relación con el Imperio de Occidente, y recíprocamente,
papiro, fabricado con las fibras de las largas hojas de la caña del mismo nombre,
sino también con el inmenso Imperio Persa, que se extiende de la Mesopotamia
se emplea en el trabajo de los despachos administrativos y de las oficinas notaria­
a la India y del Caspio al golfo Pérsico, y es el único Estado bárbaro que Bizancio
les, en la correspondencia y en las contabilidades privadas o monásticas. Lo pro­
acepta reconocer como semejante, sea en condición de adversario, sea en condi­
duce Egipto, donde crece la planta, y donde constituía ya un monopolio real en
ción de interlocutor. Se vuelve a encontrar allí, en efecto, un soberano altísimo,
la época helenística. Egipto ha legado millares de documentos de la época bizan­
una Iglesia de Estado, subsistencia de la antigua religión zoroástrica, una admi­
tina, conservados gracias a su clima seco. Algunas piezas provienen también dé nistración y una cultura escrita, dudadanos y grandes propietarios y una moneda
Constantinopla, y de un importante hallazgo hecho en una aldea del sur de Pales­ que circula fuera de sus fronteras. Las ciudades de la Mesopotamia son ocupadas
tina, Nesana. Se aprecia en ellas la escritura cursiva empleada en los negocios y y recuperadas altem ativamente por las dos potencias, pero también el reino de
contratos, los procedimientos de medida, la manera de efectuar las cuentas y sus
Armenia, cuyos límites y libertades oscilan a merced de los conflictos, y que ya
operaciones, variables de una a otra región, según las tradiciones. Desgraciada­
apoya su personalidad política sobre una Iglesia nacional. Otros reinos se interpo­
mente, este frágil material apenas ha sobrevivido en el Imperio de Oriente. Por
nen también entre Bizancio y la desembocadura del mar Rojo en el océano Índi­
otro lado, en el curso de esta primera época, el. papiro es ya sustituido, para la
co: el reino etíope en tierra africana, convertido al cristianismo en el siglo IV por
reproducción de libros, por el pérgamino, la piel de carnero especialmente prepa­
una misión llegada de Alejandría, con el Yemen delante, en el ángulo meridional
rada «a la manera de Pérgamo» (pergamenum). El libro acaba de adquirir en los
de la península estado urbano y comercial cuya misión llegó de Etiopía
siglos iv y v la forma con que lo conocemos hoy, la de codex, conjunto de hojas
en el siglo IV. Y finalmente, en el frente de la estepa siria, los árabes nómadas,
encuadernadas. Pero su escritura es aún poco propicia para la reproducción fácil
organizados en confederaciones de tribus, agrupados alrededor de un jefe, unra
y rápida, por lo que conservamos relativamente pocos manuscritos de la época.
a favor de los persas conducidos por los lajmíes, otros a favor de Bizancio, diri­
Esta forma de escritura sólo puede alcanzar una circulación limitada, en el seno gidos por los gasaníes.
126 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
-- •' “ V
Los ,primeTOs'llit)vimi3fe'tÓs, que prolongan los del siglo iv e incluso los del m,
se producen en los Balcanes: Las relaciones territoriales con el Imperio de Occi­
dente incluyen los países danubiárióá’y, muy especialmente, el problema germáni­
co. Los godos habían franqueado la fatídica barrera del Danubio, en el año 376,
procedentes de Ucrania, donde eran acosados por los hunos. Hambrientos, atraí­
dos por la prosperidad y la seguridad de las provincias imperiales, acudieron en
tropel a Tracia, donde compatriotas, vendidos antaño como esclavos, y tránsfugas
les habían ayudado, principalmente revelándoles los escondrijos del trigo. En el
378 alcanzaron Andrinópolis, consiguiendo una victoria en el sitio en que, cosa
inaudita, el emperador Valente, responsable de Oriente, encontró la muerte. Du­
rante todo el final del siglo, soldados, bandoleros o agresores pulularon por la
región, y hasta Constantinopla, junto con otros germanos. Pero en el año 400,
los godos del jefe Gainas, presentes en la capital, son exterminados y, al año si­
guiente, el gobierno consigue desviar al jefe Alarico hacia Italia, liberando así la
Iliria bizantina. Sin embargo, ésta permanecerá en peligro durante todo el siglo
v, hasta el momento en que el ejército y los mismos medios allegados al empera­
dor acogen a los guerreros germánicos.
La migración de los hunos tiene un significado diferente. Sus controvertidos
orígenes se sitúan en todo caso en esa reserva del Asia Central de donde surgen
a lo largo de los siglos, con travesías y fortuna variables, otros pueblos de jinetes
que aparecieron más lejos, ávaros,.búlgaros, magiares, turcos, mongoles. Lo que
la arqueología deduce de su cultura material manifiesta aportaciones siberianas,
iraníes y helenísticas. En el 370 están a orillas del Volga, que dejan atrás en el
375. Su expansión en Ucrania y el bajo Danubio se realiza en detrimento de los
godos que se encuentran allí. Avanzan en varias direcciones: hacia el oeste, lle­
gando a Panonia (la actual Hungría) en el 405; hacia el sur, con una trayectoria
a través del Cáucaso que atañe a la vez a Bizancio, Persia y, entre ambos, Arme­
nia; y, finalmente, hacia el Extremo Oriente, doáde se hallan los heftalitas, en
los confines de Persia y la India, un reino atestiguado por sus monedas. Como
todos los bárbaros en movimiento en esta época, los guerreros hunos sirven como
mercenarios a Bizancio, a Persia e incluso a Armenia, o, lo que es más frecuente,
se dedican al saqueo. Sus incursiones en las provincias bizantinas del Asia Menor,
desde los últimos años del siglo iv y durante la primera mitad del v , les propor­
cionan prisioneros a los que liberan a cambio de tributos que Bizancio acepta
pagarles a partir del 430. En consecuencia, su civilización progresa. Su dominio
se estabiliza a partir del 420, especialmente sobre el Danubio medio, y toma la
forma característica de un .Estado fundado sobre el cobro de tributos, sistema
que alcanza con Atila su apogeo entre el 435 y el 453, año de su muerte. En el
449 recibe una embajada de la costa bizantina, uno de cuyos miembros, Prisco,
dejó una descripción de la residencia de madera, de la etiqueta de la comida real
y de su propio viaje por el país sometido a los hunos, en que el interés llega a
menudo a la admiración. En el dominio persa, otra rama de los hunos combatirá
al servicio de Armenia en el 452. Hacia finales del siglo, vuelve a hacerse la os­
curidad sobre ellos, ocultando a los sosegados «romanos» el lento avance de tor­
mentas más violentas.
INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 127

U na facha da antigua y sólida

Este territorio, tan diverso por sus paisa jesTypor sus hombres, es un espacio
económico, social y político cuya organización se articula según tres formas muy
antiguas: la polis, ciudad y territorio al mismo tiempo, la primera dominando —y
atrayendo— al segundo; la aldea (komé), hábitat agrupado y terruño a la vez,
pero a una escala más reducida, sobre todo diferente, y, en su conjunto, campe­
sino; y, por último, el desierto, el «espacio vacío» (eremos). La historia social de
Bizancio aparece constituida, pues, por las relaciones entre estas formas, hasta
los cambios que tienen lugar en el siglo vm, pero, fundamentalmente, hasta el
umbral ya mencionado del 460. Aún está por decidir nuestro modo de enfocar el
tema. ¿Habrá que partir, como sin duda lo haríamos espontáneamente, del con­
junto de cuestiones económicas, medios y agentes de la producción, productos,
intercambios, estilo de las variaciones coyunturales, todo ello lo bastante familiar
como para que las respuestas, sean cuales sean, parezcan la introducción más di­
recta a la comprensión de una sociedad tan remota, y de su evolución? O, por
el contrario, ¿habrá que considerar en primer lugar el sistema político y cultural,
es decir, los poderes, la ideología, los medios de comunicación, las costumbres
de la vida material? Es evidente que cada una de estas instancias remite a la otra.
Sin embargo, parece aconsejable empezar por la segunda, porque la red del po­
der imperial y de su administración, la ciudad convertida en urbe provincial, la
aldea rural, el desierto pronto poblado de monjes, se ordenan en este caso como
niveles siempre presentes del pasado, para constituir una estructura social cuya
historia se sigue en el curso de este primer período de Bizancio: una historia que
sólo podremos leer y comprender a través del entramado secular de sus continui­
dades.

La cabeza

A escala de todo el territorio, y en el nivel histórico más reciente, se encuen­


tra el poder del emperador en su capital. Él es la cabeza del ejército y del aparato
administrativo, además de la fuente de la legislación, a través de los juristas. Es­
tas competencias, fácilmente inteligibles para nosotros, son de hecho una aplica­
ción práctica de la definición fundamental del emperador, elaborada a partir de
Augusto sobre teorías griegas y modelos orientales, ya intuida en realidad por
Sila y César, enriquecida por las ideas estoicas y completada de manera decisiva
en el siglo iv por la cristianización. El emperador encarna en todo momento la
salvación presente y futura del Imperio y, por tanto, del orden universal, ya que
el Imperio es considerado, legítimamente, el imperio del mundo. Es portador,
en consecuencia, de la victoria militar. Preside los concilios de la Iglesia y castiga
como crímenes las faltas a la ortodoxia o a las normas que ésta define: el orden
ifflp&rial es, en efecto, desde Constantino, un orden cristiano. Es la fuente de la
ley, elaGbrSdá' por su círculo de legistas. A este respecto, el gran acontecimiento
del siglo v es ía promulgación, en el año 438, del Código Teodosiano, recopila­
ción puesta al día de las constitucjp^ies imperiales del siglo m, y, sobre todo, del
iv; una recopilación exclusivamente latina, que será sustituida en el Imperio de
T

128 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 129

Oriente por las ulteriores codificaciones justinianeas. En una palabra, el empera­ en su palco del hipódromo para presidir las carreras de caballos celebrada;; bajo
dor es el símbolo viviente del sistema que ordena el mundo. Marfiles, medallo­ los auspicios de los cuatro colores, blanco, rojo, azul y verde, los dos últimos los
nes, monedas y estatuas difunden su imagen, concebida a partir de un repertorio ' únicos atestiguados normalmente. El hipódromo es la imagen del mundo y de su
antiguo, inspirado en parte en el vecino Qersa y enriquecido finalmente por la orden, y sus wctorias los signos del destino. El emperador oye allí los clamores,
cristianización. incluso despacha determinados asuntos, y a veces ejerce una justicia expeditiva.
El servicio tanto de su persona como de su vida conyugal y familiar está ase­ Por su parte las iglesias, sobre todo la de los Santos Apóstoles, donde está sepul­
gurado por eunucos que ejercen una influencia política directa en las rivalidades tado Constantino, componen con sus advocaciones el programa de la capital cris­
y las intrigas que le rodean. La sucesión está justificada al mismo tiempo por la tiana. En cuanto al pueblo, hereda el antiguo privilegio del pan a bajo precio o
filiación y por' la victoria, dos principios inevitablemente contradictorios, hilos gratuito, vinculado a la posesión de un inmueble en la ciudad. Constantinopla
conductores de la historia bizantina. A ello se añade la aprobación del ejército y cuenta también con casas de una gran opulencia, cuyo lujo inspira los sermones
de los órganos centrales, como el senado.. Ciertamente esto no sucede así durante de predicadores como Juan Crisóstomo, así como los relatos de los provinciales.
la primera mitad del siglo v, ocupada, tras la muerte de Arcadio en el año 408, La ciudad se poblará rápidamente y Teodosio 11 construye una segunda muralla
por el reinado de su hijo Teodosio 11, hasta el año 450, puesto que los vínculos después de la de Constantino. Pero en el espacio intermedio, la población sigue
entre las familias imperiales de Oriente y de Occidente son aún patentes. Por creciend°. la Nueva Roma posee el mismo dispositivo administrativo
otra parte, hay que reparar también en el papel desempeñado por las mujeres y fiscal que la antigua, a cuya cabeza está el prefecto de la ciudad.
imperiales: la primera, Eudocia, esposa de Arcadio, y la segunda, esposa de Teo­
dosio II, tienen un poderío a la medida de sus maternidades. Por el contrario, la
hermana mayor de Teodosio 11, Pulquería, hace voto de virginidad en el palacio
y recibe su primer cometido al advenimiento de su joven hermano, después entra
en conflicto con su cuñada y, finalmente, transmite el Imperio al general con el
que se casa en el ocaso de su vida, Marciano (450-457). León I, sucesor de este
último, es el primer emperador coronado por el patriarca de Constantinopla. La
ceremonia, evidentemente, nació de la ausencia, en este caso, de cualquier trans­
misión familiar o conyugal. Pero está muy en la línea de la teoría imperial y se
convierte, pues, en un elemento obligado de la entronización.
Qué duda cabe que a partir de ella el nacimiento de Constantinopla revista
también un carácter simbólico. La historia ha demostrado hasta qué punto fue
acertada la elección del emplazamiento, teniendf> en cuenta la red de rutas norte-
sur y este-oeste por tierra y por mar y, fundamentalmente, las necesidades estra­
tégicas. Se ha observado igualmente que la partición del Imperio correspondía a
la superposición de civilizaciones cuyos estratos residuales no podía borrar la con­
quista romana. Además, el poder imperial, acostumbrado a estancias en Milán,
Tréveris, Arles o Antioquía, según las necesidades de la guerra, habría podido
desear abandonar la vieja Roma, sede de Pedro, es cierto, pero también de una
aristocracia senatorial demasiado marcada por la herencia histórica de la ciudad.
Todo esto es verdad. Pero es importante subrayar desde un principio que la Nue­
va Roma nace de un traslado de la antigua. La minuciosa reproducción del em­
plazamiento, con las siete colinas, la división en regiones y los principales edifi­
cios, transfiere a las orilas del Bósforo la eternidad de Roma, tan esencial como
la victoria perpetua del emperador. En una sociedad como ésta, la capital no es
simplemente la primera ciudad sino, ante todo, el corazón del poder imperial e n '
su inmutable duración. Sin embargo, la Nueva Roma, oriental y cristiana, será
diferente. El senado, reclutado entre los notables de las municipalidades de la s.
provincias, no igualará jamás la altura aristocrática y cultural del senado romano
de la misma época, ni su voluntad de poder. El emperador y su pueblo quedan
aquí cara a cara, sin intermediario político. EL emperador vive en su palacio,
lugar ceremonial cuya importancia no cesará de crecer. Aparece ante el pueblo

4
130 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 131

Los medios porte fijado para los honorarios de los jueces. La función fiscal, en todas sus for­
mas es, pues, siempre la máxima, mientras que los cargos son venales y con una
El ejercicio del poder imperial en las provincias se define ante todo por la responsabilidad financiera ante el Estado:el sistema ofrece una perfecta coheren­
exigencia de la fiscalidad. Probablemente haya sido en el año 297 cuando entró cia.
en vigor una reforma fiscal que, al parecer, retomaba los viejos dispositivos de La ausencia de presupuesto, en el sentido moderno de la palabra, explica
las monarquías helenísticas, en el marco del aparato administrativo emanado del igualmente otro aspecto de la fiscalidad de la época: la institución de tareas obli­
Imperio. Las recaudaciones fiscales proceden fundamentalmente de la tierra, gra­ gatorias a manera de impuestos, por medio de las cuales el Estado se asegura
vada según su condición: viñedo, olivar, sembrado, pasto y maleza siguen un or­ determinados servicios públicos según categorías apropiadas de contribuyentes.
den de valor decreciente, según un cálculo de la superficie (jugatio). Los miem­ El sistema afecta al campo, donde los campesinos sirven, a título de prestación
bros de la familia, desde la adolescencia a los 65 años, pagan un impuesto perso­ de interés público, al mantenimiento de los caminos, por ejemplo. Pero concierne
nal, la capitatio (caput, ‘cabeza’). El conjunto de cálculos así efectuados represen­ sobre todo a las ciudades, y fundamentalmente a los gremios, los colegios, de los
ta la base tributaria del contribuyente, y las declaraciones son puestas al día cada que se hablará más adelante. El abastecimiento de trigo de Roma, cuya organiza­
cinco años. Este sistema perdurará durante siglos, a pesar de las apariencias, pues ción se reproduce en Constantinopla, proporciona el ejemplo clásico. Desde los
su solidez corresponde a la prioridad del campo en la producción. El Estado ejer­ armadores hasta los panaderos, pasando por los descargadores y los pescadores,
ce así un derecho eminente sobre todo el suelo del Imperio, lo que no representa toda la cadena es gratuita y fiscal. Es el resultado de una responsabilidad colec­
ninguna novedad. Pero este derecho toma tanto la forma de una exigencia fiscal tiva de las personas y, sobre todo, de las fortunas de las asociaciones, que se
sobre los contribuyentes, como la de una propiedad de las «tierras del fisco» o, encargan de los repartos individuales difíciles. En contrapartida, otra característi­
incluso, la de la propiedad específicamente imperial: merced a una significativa ca de este sistema fraccionado es que a toda carga corresponde un privilegio, y
ambigüedad, en esta época no se hace una distinción clara entre ellas. El impues­ a toda obligación específica una exención de la obligación normal, una inmuni­
to directo sobre el sector de productos artesanales y de servicios no tiene una dad. Tal es, por ejemplo, la situación de 1.000 establecimientos pertenecientes a
importancia comparable. En el año 498, Anastasio suprime el impuesto «en oro la Gran Iglesia de Constantinopla, que deben prestar el servicio de pompas fúne­
y en plata» (chrysargyron), que gravaba desde Constantino la producción urbana bres de la capital. Pues la inmunidad es de ahora en adHante una de las claves
de bienes y servicios. Esta medida es acogida con satisfacción por los portavoces de las relaciones entre el Imperio y la Iglesia.
de la Iglesia, que se indignan de que el Imperio deduzca, por ejemplo, un tanto El ejercicio práctico del poder soberano está asegurado, por otra parte, por
sobre las ganancias de la prostitución. En contrapartida, las cargas fiscales espe­ una administración y un ejército. Al inaugurar el poder personal, Augusto había
cíficas recaían sobre tal o cual categoría de contribuyentes. superpuesto una administración aún patrimonial o, por así decirlo, privada, a la
Este Imperio, con una administración tan sólidamente elaborada y organiza­ red de funciones de la república senatorial. El sistema administrativo y burocrá­
da, no tiene verdaderamente un presupuesto global de ingresos y gastos. Los in­ tico está claramente establecido a finales del siglo i, pero sufre en el siglo m di­
gresos fiscales en sus diferentes formas no son más que las. respuestas a las exigen­ versas modificaciones, que se prolongan lógicamente en el siglo IV. Llevará siem­
cias públicas, dictadas en principio por las necesidades del momento y del lugar. pre las huellas de su historia. En la época de la que nos estamos ocupando, pre­
Son reclamados en el campo, base del sistema, en forma de granos o de otros senta un entorno imperial y oficinas centrales por un lado, y ramificaciones pro­
artículos y de suministros diversos como vestimenta para el ejército. Deben cubrir vinciales por otro, en el ámbito de las diferentes circunscripciones administrati­
los sueldos militares y los salarios del palacio o de la función pública en los que vas. Esto da la medida de la importancia, no sólo de la red de caminos, cuyo
intervienen raciones y provisiones, y, finalmente, contribuir al abastecimiento de , trazado es una antigua herencia, sino del servicio de correos (cursus publicus)
trigo de Constantinopla y, al parecer, de Alejandría. Pero es esencial comprender ■ que salpica las rutas de postas (mansiones), cuyo uso, muy codiciado y a menudo
que la presentación de reclutas para el ejército, al igual que la remonta de caba­ usurpado, está reservado en principio a los funcionarios y a los obispos en sus
llos, se efectúan a título de impuesto, y no constituyen una obligación diferente desplazamientos en virtud del cargo, así como a los portadores de mensajes ofi­
de derecho público. Todas las exigencias se reparten, pues, en función de la base ciales. El mantenimiento de las rutas y el aprovisionamiento de caballos de posta
tributaria definida como más alta. Lás peticiones en especie se pueden conmutar constituyen, pues, una carga fiscal de gran' importancia. '
por un pago en monedas de oro (adaeratio), pero sigue siendo la autoridad quien. El emperador está asistido por un consejo, que constituye a la vez el tribunal
hace el cálculo y, sin duda, quien decide la opción. Al final del siglo v, Anastasio imperial, y del que forman parte, principaimente, su portavoz (cuestor del palacio
decreta el pago obligatorio en monedas de oro, lo que apenas modifica la reali­ sagrado), los dos ministros de finanzas, uno encargado del fisco y otro del patri­
dad: tanto antes como después de esta medida, la práctica de requisas en especie, monio imperial, y el maestro de oficios, también llamado director de las oficinas
la ausencia de una verdadera libertad de conmutación o las compras que la auto­ centrales, éstas a su vez especializadas, pero conformando en su conjunto la can­
ridad efectúa a un precio arbitrario (coemptio), constituyen otros tantos excesos cillería imperial, es decir, la transmisión en los dos sentidos entre el poder supre­
de la carga fiscal oficial, fácilmente ordenados a todos los niveles. También es mo y su imperio. Se emplea un cierto número de técnicas y de conocimientos,
una práctica normal, a despecho de reiteradas ordenanzas, el sobrepasar el im­ que los jóvenes destinados a estas carreras deben aprender, fundamentalmente,
132 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 133

en la Escuela de Derecho de Beirut: derecho, formulario administrativo, escritu­ plata, y se muestra tan viva y sensible a la coyuntura como la moneda de oro
ras específicas, procedimientos contables. Pero el sistema tiende constantemente permanece inmóvil. La multiplicación de piezas cada vez más pequeñas, en oca­
a la uniformación y a la total eficacia. Los cargos son retribuidos, pero al mismq siones cortadas en dos en las primeras décadas del siglo v, indica el auge de las
tiempo venales, lo cual tendrá importantes consecuencias en Ja fisealidad. No hay pequeñas transacciones. Pobre y sin otro valor que el fiduciario, la moneda de
ninguna distinción entre el dominio del Estado y el dominio imperial. Estas dos bronce representa la única elasticidad del sistema. También hay tensión entre el
observaciones bastan para mostrar que nos hallamos frente a un sistema histórico ' poder, que trata periódicamente de crear una moneda relativamente fuerte para
vivo, y además duradero, ya que volveremos a encontrar su trama a lo largo de aliviar el circuito del oro, y la masa de usuarios desprovistos de dinero. Entre
toda la historia de Bizancio. estos dos polos, el oro y el bronce, la moneda de plata apenas desempeña papel
En el ejército del Imperio de Oriente, a principios del siglo v, encontramos alguno en el siglo v.
dos categorías: las tropas de asalto (comitatus), mandadas directamente por el ■
poder central, y las guarniciones de provincias y, fundamentalmente, de fronte­
ras. Los documentos en papiro de Egipto y de Palestina, las inscripciones de Ci- E l a b ru m a d o r peso de lo sa g ra d o
renaica y de Siria arrojan luz sobre la vida de los miembros sedentarios de estas
guarniciones, a menudo en servicio de padres a hijos, que poseían e incluso cul­ Constantino hizo del poder imperial un poder cristiano. La constitución de un
tivaban tierras. Así, el Oriente del siglo v conoció un cierto desarrollo de los dominio propio de la Iglesia, el reconocimiento de una categoría social nueva, la
limitanei, o soldados de frontera, cuya tierra está exenta de las obligaciones fisca­ de los clérigos, la delegación en la Iglesia de una tarea pública, específica y nueva
les comunes, pues el servicio militar es una de esas obligaciones en particular. también, la beneficencia, su autoridad garantizada por el poder imperial en el
En contrapartida, el reclutamiento del ejército móvil se hace tanto entre los cam­ campo de la disciplina de una sociedad cristiana, y sobre todo en la definición de
pesinos, reclutados en virtud de la fiscalidad territorial, como entre los bárbaros, los dogmas de fe, tal es el balance conseguido por la Iglesia en el siglo iv . La
contratados como mercenarios que se pagan con los ingresos de esa misma fisca­ sumisión a los dogmas se convierte, pues, en un deber cívico y su rechazo en una
lidad. La proporción de bárbaros en el ejército imperial es considerable desde ofensa al Estado.
mucho tiempo atrás, desde los soldados rasos hasta los mandos supremos próxi­
mos al emperador. Los bárbaros combatían con sus propias técnicas y, además,
el mismo armamento imperial había recibido la impronta de sus adversarios. El ¿Qué cristianismo?
desarrollo de una caballería acorazada, particularmente, ya perceptible en el siglo
IV, tendrá, por su eficacia y su coste, consecuencias importantes en la historia de A principios del siglo v, el hecho cristiano se manifiesta en diversos niveles.
Bizancio. En primer lugar, la difusión de la fe cristiana. E l viejo politeísmo, portador de
Desde Constantino, el poder imperial de Bizhncio es también la moneda de los valores históricos de la eternidad de Roma, ha sido desterrado. En el 392, es
oro, el sueldo (solidus), cuya estabilidad secular, mantenida hasta el siglo XI, re­ prohibido, y los bienes de sus templos son oficialmente confiscados. El Imperio
vela una función ante todo política. El sueldo y sus múltiplos, la libra (72 sueldos) de Oriente se cristianiza intensamente, en campos y en ciudades, a partir del siglo
y el centenarión (100 libras), manejad0s en bolsas de cuero selladas, servían para IV, e incluso del m. Sin embargo, hay pervivencias del paganismo. La ciudad de
pagar los tributos a los bárbaros y las compras en el exterior como la seda -q u e Gaza, por ejemplo, poseía un templo famoso, el Marneion, y el obispo de Gaza,
hace las veces de moneda internacional-, o los grandes gastos como las constru- Porfirio, muerto en el 420, sufrió en los comienzos de su episcopado los asaltos
ciones, las dádivas imperiales y una parte cada vez mayor de las retribuciones fde los lugareños sublevados contra el tributo debido a su iglesia. La Historia Fi­
civiles y militares, que comportan también, en principio, una parte de las raciones.. letea escrita por Teodoreto, obispo de Ciro, en Siria del norte (¿393-466?) se re­
alimentarias y de los aprovisionamientos. Esta importancia imperial del oro expli­ fiere aún a la evangelización de una aldea de la región. Los árabes de las fronte­
ca la aspereza de las luchas por el control de las minas. El oro de Armenia es el ras sirias no reciben un obispo hasta el 430. Por otro lado, el hecho de que la
objeto de las guerras entre Bizancio y Persia en los siglos v y vr, aunque el uso eiite de la corte y de la función pública profese desde entonces el cristianismo ,
monetario interno de la segunda estuviera más bien fundamentado en la plata. no impide a muchos hombres cultos adherirse a la filosofía neoplatónica. Justinia-
Y será tanto más codiciado desde que el oro balcánico, a partir del siglo IV, sea no reprimirá todavía, en diferentes ámbitos de la sociedad, la fidelidad, a los vie­
menos accesible a Bizancio por diversas razones. Elioro sudanés entra también jos cultos y, en el 580, una acusación de «helenismo» afectará incluso al patriarca
en el circuito bizantino en el siglo vr, si nos atenemos al testimonio del mercader de la capital. Y es que, en la práctica, la cuestión no se plantea con la falsa cla­
Cosmas Indicopleustes (‘el que navega hacia la India’). Pero, sobre todo, el oro ridad de los documentos oficiales, sino en los términos de una continuidad tan
es el principal objeto de la exigencia fiscal, la forma privilegiada del ahorro priva­ oscura como profunda. El viejo calendario, con sus fiestas de Carnaval y sus fa­
do. Los sueldos y los tercios de sueldos figuran en un lugar destacado en los pa­ rándulas, resistirá, tanto en la capital como en el medio rural, a siglos de cristian­
gos, los tributos, las ofrendas y en todos los gastos que sobrepasan la calderilla dad. Los conjuros mágicos contra la angustia de los bizantinos conservaron la no­
cotidiana. Esta última se acuña en bronce, en cobre mezclado con un poco de menclatura de los dioses antiguos. El fervor de todos se destinará progresivamen-

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134 L A F O R M A C I Ó N 'D É L M U N D O M E D I E V A L , 3 5 0 -9 5 0

te a los santos, cuya dudosa autenticidad no tenía nada que ver con el lugar que
ocupan en la piedad de Bizancio y de los esclavos convertidos. Así ocurre co n '
san Jorge y san Demetrio. Sus atributos, su iconografía y, a veces, sus lugares de
culto, repiten los de las potencias honradas anteriormente, pero no se los puede
reducir, ni mucho menos, a estos antecedentes: la cuestión es menos simple de
lo que se creía a principios del siglo X X . Sin embargo, está en marcha un movi­
miento que excluye paulatinamente a los disidentes de la colectividad del imperio
o, si se prefiere, que define cada vez más estrictamente los contornos de la roma­
nidad a través dé la ortodoxia del credo. Esto es cierto en cuanto al politeísmo,
a pesar de las resistencias, pero también en cuanto a los judíos, apartados de las
funciones públicas y cuyas relaciones con los cristianos se deterioran en la prácti­
ca, y, finalmente, en cuanto a las heterodoxias cristianas, algunas de las cuales
serán, por otra parte, excluidas del Imperio por el avance del Islam.
El sistema cristiano del mundo y de la condición humana, como se ve en Bi­
zancio a principios del siglo v, es el producto de una historia anterior que, a su
vez, debe proseguir. Este sistema, del que trataremos más adelante, es conocido
por los sermones de los grandes obispos de las urbes de finales del siglo iv y,
sobre todo, por la masa de relatos piadosos y vidas de santos, redactados en su
mayor parte en el medio monástico, para la edificación de los fieles y de los pro­
pios monjes o para la ilustración de monasterios y santuarios de peregrinación.
Sus grandes rasgos proceden de una profunda transformación cultural, operada
en el curso del siglo 11 e incluso del iii, contemporánea, pues, del primer auge
del cristianismo, pero no constituye, por tanto, una consecuencia evidente del
mismo. En primer lugar, nos encontramos con una imperiosa demanda de salva­
ción personal. Desde el siglo n, el Más Allá cristiano había sido descrito por una
obra apócrifa, el Apocalipsis de Pedro. A finales del siglo iv, monjes sirios ponen
en circulación un Apocalipsis de Pablo, más elaborado, que inaugura el modelo
bizantino, a pesar del inmediato recelo de la jerarquía eclesiástica. No obstante,
el tema del otro mundo no es entonces capital en la sensibilidad religiosa de Bi­
zancio. Lo que aparece en primer plano es la multiforme presencia de los demo­
nios, otra herencia del mismo período. A veces invisibles y tan sólo sentidos u
oídos, a veces manifiestos en formas apropiadas, perro negro, ratón o «etíope»
gigantesco, a veces incluso vistos sin que se les pueda describir, causan los acci­
dentes, la enfermedad, el pecado y ese estado mórbido llamado posesión demo­
níaca, a través del cual se expresan los conflictos y desgracias de los hombres de
esta época. Pero no es necesaria su intervención para que se perciba la precarie­
dad de la existencia humana: las cosechas están amenazadas por las inclemencias
del tiempo y las langostas, las poblaciones por las epidemias, el futuro es oscuro,
y sus amenazas son a menudo el castigo por faltas colectivas, que es preciso dilu­
cidar.
Es en este punto donde interviene el personaje del mediador, el hombre san­
to, que puede sanar a los enfermos, aliviar a los lisiados, multiplicar el alimento
insuficiente, proteger los campos, revelar el porvenir, por medio de milagros de
características similares a las de los del Evangelio. Este poder, masculino salvo
insignificantes excepciones, es fruto de un retiro en soledad, en cuyo curso el san­
to hace la experiencia de una ascesis que le sitúa fuera de la condición humana
corriente, por la privación de alimento y de sueño, la exposición al frío, el enfren-
f #Á**co
, f J » u o r e c A . TU^
INTRODUCCIÓN A UNA HISTOBm*t>E-ORIENTE 135

tamiento cuerpo a cuerpo con los demonios y, sobre todo, la más estricta absti­
nencia sexual. Este último punto es también un elemento de la transformación
mencionada más arriba, tal vez el más importanté: la salvación y la santidad, y
en el nivel común el mérito moral, dependerán en lo sucesivo de la privación
sexual voluntaria y continua. Estaría fuera de nuestros propósitos tratar de consi­
derar aquí los orígenes de esta evolución, menos simples de lo que parece; pero
sus consecuencias culturales y sociales serán de primera importancia. D e cual­
quier modo, los siglos v a vil constituyen el período más hermoso de la historia
de estos santos, pues la sociedad en trance de cambio y, por tanto, móvil e in­
quieta, les confiere una función que, aunque no es institucional, no por ello es
menos capital. El asceta ejerce libremente su mediación en toda la sociedad, des­
de su aldea o desde el retiro a donde se le va a buscar. Todas las categorías so­
ciales desfilan al pie de las columnas en las que se encaraman los ascetas estilitas
como Simeón el Viejo, no lejos de Antioquía, o Daniel, en un arrabal de la capi­
tal. La acción benéfica de los santos se ejerce después de su muerte en su tumba,
además de ser una de las justificaciones del monaquismo y de su ascesis por me­
dio del retiro al desierto. Estos movimientos son, sin duda, muy complejos en la
realidad, y conciernen a la historia social de las formas de organización del espa­
cio del que se habló más arriba.
■ La exigencia religiosa de la época honra también a los mártires, en sus tumbas
verdaderas o supuestas, de los que se espera los mismos beneficios, y cuyas fiestas
son ocasiones para una sociabilidad que abarca un radia más o menos amplio.
Más adelante, la devoción colectiva tendrá otros destinatarios más, María sobre
todo, hacia finales del siglo vi. Todo esto señala, en el umbral de la historia bi­
zantina, los elementos a la vez esenciales y duraderos de la conciencia colectiva
de arriba abajo de la escala social. Cuando el emperador Anastasio consulta al
estilita Daniel, cuando Procopio, el gran historiador del siglo vi, compone un
panfleto confidencial contra su amo Justiniano donde le atribuye una naturaleza
y unos poderes demoníacos, salta a la vista que las creencias que acabamos de
describir no conocen de ningún modo las barreras sociales o, si se prefiere, cultu­
rales, que supondría nuestra razón moderna.
En pos de la creencia, las modificaciones seculares normalmente asociadas a
la cristianización afectan a la disciplina sexual, conyugal y familiar, ya esbozadas
en el siglo n. El discurso de san Pablo, que coloca la virginidad en el primer
lugar de su escala de valores, seguida de la castidad y el matrimonio, expresa una
corriente que vuelve a encontrarse en la cultura imperial de su tiempo, y no en
la del judaismo rabínico, dominante a partir del mismo siglo u. La elección de la
virginidad, el rechazo de las segundas nupcias, la ruptura de las relaciones conyu­
gales consentida por los propios cónyuges, la práctica del matrimonio espiritual,
donde estas relaciones se consideran ausentes desde un principio, así como las
opciones ascéticas que parecen haber gozado de favor en el siglo iv e incluso en
el V, y que no implican abandonar un marco social ni, fundamentalmente, la fa­
milia. No obstante, la Iglesia la vigila con inquietud, pues prefiere la elección,
claramente expuesta, de matrimonio o retiro, que impondrá paulatinamente a lo
largo de los siglos. A sí pues, condena violentamente los matrimonios espirituales
y tiende a constituir a las vírgenes en grupo en última instancia mantenido por
la beneficiencia,' como en el caso de las viudas,, definidas canónicamente como
5 S 1
INTRODUCCIÓN A UNA W oE S Í S Í bS iS » * . . ' 137
136 -. LA FORMAClÓNIí'ÉL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

obispos «de la campiña», se encargan de ésta y, en particular, de las aldeas más


tales cuando, alcanzada 1a edad de sesenta añ°s, se considera que su estado es l importantes. Después, los sacerdotes están al cuidado de las iglesias de las ciuda­
defínitiv0. Por otro lado, la multiplicación de s o t a r ía y de comunidades de
des y los pueblos. Aparecen en las inscripciones y en otras partes como ciudada­
monjes es también una expresión de abstinencia sexual. Pero esta abstinencia
nos ilustres. El sistema episcopal se extiende incluso a los nómadas: en el 430 se
plantea tantos problemas que volveremos a hablar de ella más adelante. La Igle­
crea un obispado de los «sarracenos» en el límite del desierto. La clericatura,
sia es parte de su época, una época favorable a la opci'ón del celibato pero que,
como categoría de derecho, comprende igualmente a los diáconos, los subdiáco­
por otro lado, estrecha los lazos de la familia. Sin dud^ la diferencia a este res­
nos y los lectores. También se pueden incorporar a este medio las vírgenes y las
pecto, entre la relativa libertad romana y las costumbres del Oriente imperial, es
vudas, a las que nos referimos más arriba. Las tumbas provinciales muestran
antigua. La formulación cristiana se afirma en todo caso sobre dos puntos : Ia
como diaconisas a viudas madres de hijos adultos.
constitución del vínculo matrimonial y los impedimentos del matrimonio. La ne­
Todo esto constituye la Iglesia de los clérigos, urbana o aldeana. ¿De qué
cesidad de la bendición nupcial no llegará a ser de derecho en Bizancio hasta el
.vive? El problema de los bienes de las iglesias, de los bienes personales de los
final del siglo v iii , y la libertad de divorcio de la ley romana se desvanecerá len­
clerigos y de las relaciones entre ambos no ha dejado de plantearse desde que
tamente , pero sin desaparecer jamás. La creciente validez de la petición de mano,
Constantino reconoció la personalidad moral de los establecimientos eclesiásticos.
testimonio de una influencia oriental, y quizá más concretamente judía>junto con
Muchos teóricos de la Iglesia deseaban que los sacerdotes no tuvieran actividades
su precocidad, especialmente en cuanto a las jóvenes, manifiestan sobradamente
lucrativas y vivieran por y para su tarea, como sucediera antaño en el caso del
la importancia social de las alianzas. La elaboración de impedimentos a causa de
sacerdocio del Templo judío: las Constituciones Apostólicas, escrito utópico del
la consanguinidad, la alianza o el bautismo están en el mismo orden de cosas. La
siglo v , desarrollan aún más esta idea. De hecho, las leyes del siglo iv, así como
sociedad del Imperio de Oriente parece haber ten ida en el punto de partida de
las lapidas funerarias de las provincias bizantinas, dan cuenta de que los sacerdo­
nuestra historia, una tendencia a superponer los lazos de la alianza a los del pa­
tes, y aún más los diáconos, ejercían a menudo un oficio. En lo referente a las
rentesco, es decir, al matrimonio de primos cam ales. La vigüancia de la Iglesia
iglesias, a partir del siglo N tienen bienes y rentas, como, sin duda, el patrimonio
supera poco a poco los impedimentos enunciada sobre el particular en ^el Anti­
de los templos del Asia Menor, pero, sobre todo, constantemente, donaciones
guo Testamento, y el legislador le da la réplica. La extensión de las prohibiciones
en inmuebles, dinero y rentas que hacen los fieles, desde el emperador al campe­
proseguirá hasta finales del siglo X, que marca el h'mite del sistema: al fin y al
sino, y que las iglesias exigen, al menos implícitamente, por la mediación religio­
cabo , tanto la infracción como la regla tienen el mism° sentido de fortalecimiento
sa, la salvación esperada y la gracia recibida. La Vida de Olimpia, debida a Juan
del parentesco como célula social. Es mucho menos evidente, por otra parte, que
Crisóstomo, celebra la fabulosa fortuna, en dinero e inmuebles, que esta mujer,
la moral conyugal haya sido modificada directamente a principios del siglo IV- El
que escogió el celibato y el estado de diaconisa, legó a la iglesia de la capital.
giro a este respecto se revela en todo el Imperio a partir del siglo n; además, la
Esta poseía, por ejemplo, centenares de tiendas de artesanías; la Iglesia de la
condición femenina en tierra griega o helenizada no es, no fue jamás, la de la
Resurrección de Jemsalén poseía inmuebles de renta en la ciudad. En el siglo vi ,
mujer romana, aunque los sermones de Juan Cris& tomo lo puedan sugerir.
el patriarca de Alejandría arma barcos comerciales. Las iglesias de aldea se en­
cuentran, en menor escala, en las mismas condiciones, pero puede ocurrir que
sean privadas, si la aldea en cuestión está situada en un dominio, caso frecuente
¿Y qué Iglesia? en Egipto.
Desde la época de Constantino, el principio rector del patrimonio eclesiástico
La cristianización significa que la Iglesia define en la sociedad un grupo suma­
esta claramente expresado: está destinado a la beneficiencia, que apunta a un
mente complejo y, por otra parte, que se establecen relaciones de derecho públi­
grupo social de reciente definición —pobres, vagabundos, ancianos, enfermos—,
co entre la institución eclesiástica y el poder imperial. A principios del siglo. v,
del que trataremos más adelante. El régimen de este patrimonio sufre las conse­
la Iglesia de Bizancio presenta ya los grandes rasgos de su organización definitiva.
cuencias: en primer lugar, los bienes de la Iglesia son inalienables, las derogacio­
Hace suya la división administrativa del Imperio: en las ciudades, obispos, en las
nes oficiales son motivadas por circunstancias particulares. Así, la Iglesia de Misia
capitales de las provincias, un metropolitano. En el año 381, el concilio de Cons-
es autorizada a vender inmuebles porque necesita fondos para rescatar prisione­
_tantinopla trazó el primer esbozo del sistema de patriarcados, que acabó por re­
ros, que es una forma de beneficiencia. En la práctica, las iglesias arriendan a
conocer dignidad eminente a las cinco sedes de Roma, Constantinopla, Alejan­
menudo sus tierras a muy largo plazo. Después, las iglesias y los clérigos entran
dría, Antioquía y Jerusalén, en razón de su lugar en la historia cristiana y, a la
en el sistema fiscal descrito más arriba. Constituyen una categoría de contribu­
capital, su dignidad imperial. Cada una de ellas tiene bajo su jurisdicción una
yentes con cargas específicas e inmunidades compensatorias de estas últimas. Car­
región del Imperio. El sistema será confirmado por el concilio de Calcedonia que,
gas de beneficiencia, pues. Inmunidades respecto de las cuales el legislador vacila
en el 451, sitúa a Roma y a Constantinopla en pie de igualdad, y plenamente
la r g ^ en te, tanto en razón de la importancia de los bienes de la Iglesia como de
elaborado en el siglo VI. El patriarcado de la capital se llama «ecuménico» (‘uni­
los bienes privados conservados por los clérigos. La cuestión trae pronto a cola­
versal’) y, más tarde, desempeñará un papel político y diplomático primordial.
ción esa otra Iglesia, diferente por su origen y evolución, que es la de los monjes
Los obispos tienen su sede en las ciudades. Sus subordinados, los jorepiscopoi u
138 LA fo rm a c ió n d e l m undo m e d ie v a l , 350-950 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 139

y que el concilio de Calcedonia del año 451 reconoce por p r io r a vez. Las dispo­ El gran debate teológico que atraviesa el siglo v se refiere a la relación de las
siciones fiscales y patrimoniales o los mecanismos de donación que acabamos de personas en la Trinidad o, en otras palabras, a la Encarnación. Según el arrianis-
indicar se aplicaron entonces a los m onasterio así como a las instituciones de mo, ya en el siglo iv , el Hijo es una criatura del Padre, que le precede; en tanto
caridad, al cuidado de los mismos, que se multiplican en aquel momento. A pnn- que Verbo, El creó a su vez al Espíritu Santo. El arrianismo, palabra derivada
cipios del siglo v, los monjes constituyen ya una f_uerza rahuiril y social muy im­ del nombre del sacerdote alejandrino Arrío, había sido condenado en el concilio
portante, original conjugación de éxodos campesinos y de imprilsra de Nicea, en el año 325, y de nuevo en el segundo concilio ecuménico de Cons-
de gentes instruidas, pero aun no son una instflmtórn Les dejamos, pues, en el tantinopla, en el 381. Nos es difícil, hoy día, no el entrar en la polémica en sí,
lugar en que volveremos a encontrarlos más adelante en el curso de la evolución sino comprender la amplitud de los movimientos que provocó. Únicamente pode­
de la sociedad. ' mos proponer dos observaciones sobre este punto. La primera es que Cristo es
ya en esa época objeto de una adoración lo bastante ferviente, como para que el
pueblo cristiano espere de sus doctores la exaltación, al mismo tiempo, de su po­
Probables resbalones, desviaciones seguras der divino y de su proximidad humana. La segunda observación es que los deba­
tes del siglo V revisten una dimensión regional ya perceptible en la controversia
La Iglesia es públicamente competente en cuanto a su diseiplina interna, a la arriana: la sede de Antioquía y la de Alejandría, la capital, los monjes sirios y
de los cristianos, y al dogma. Toma sus decisiones en c o n c ilio unos regionales, los monjes coptos, y tras ellos las poblaciones, trazan en este debate una red de
otros ecuménicos. E l emperador los preside de deredto. Su carácter público se particularismos cuya duración, que sobrepasa incluso la conquista árabe, da una
pone de manifiesto en el uso de las postas por los obispos que se reúnen en ellos. buena prueba de su arraigo. El Occidente germánico, por su parte, había recibido
Por otra parte, los doctores más influyentes, en primer lugar Basilio de la evangelización en la forma arriana, lo cual tiene su peso, en el contencioso
muerto en el año 379, han puesto los cimientos del dereclto canonico bizantmo evocado más arriba entre los godos federados y los habitantes de Constantinopla
en respuesta a cuestiones planteadas o a partir de casos concretos. La Iglesia dis­ alrededor del año 400.
pone de su propio sistema de penas, exclusivamente e s p ir ít a lo entre las que la Conocemos el debate por la polémica, las actas de los concilios y las Historias
más grave es la exclusión del culpable por un tiempo proporcional a su falta. Pero eclesiásticas, principalmente la de Teodoreto, obispo de Giro, que llega hasta el
está sustentada por el brazo secular o, mejor es un poder único, por un 428. Este debate no se cerró en el siglo v, pues giraba en tomo de los términos
lado espiritual y por el otro político, que define y castiga las desviaciones, tanto «naturaleza» (physis) y «persona» (hypostasis). La escuela de Antioquía profesa
en los comportamientos (fidelidad a los viejos rituales mágico^ transgresiones de que las dos naturalezas, la divina y la humana, coexisten en la persona de Cristo,
las normas matrimoniales, sensualidad desviada^ como en la profesión de la fe aunque permanecen perfectamente diferenciadas, de manera que sólo el hombre,
cristiana. Tal es al menos el principio del poder en Bizancio. La sin en sí mismo, nació de María y sufrió en la cruz. Nestorio, portavoz de esta doc­
duda, no siempre se corresponde con él. 1 . , . trina, llegó a ser patriarca de Constantinopla en el año 428, por lo que se apoyó
En primer lugar, no faltan motivos de conflicto entre la autoridad publica y en la autoridad imperial. La escuela de Alejandría defiende, por el contrario, la
las exigencias de la Iglesia. Las vacilaciones del legisladOT a propréto de la mmu- unión de las dos naturalezas en la persona de Cristo. A Nestorio se opone el
nidad de los clérigos lo muestra claramente. El derecho de asilo en el recmto de patriarca Cirilo, respaldado por Roma y por los monjes coptos, a cuya cabeza
los edificios eclesiásticos es un ejemplo perfecto: su prmtipto es reconocido, sus está Quenudi, abad del monasterio Blanco de Atripa, en la Tebaida. El tercer
límites son objeto de un bando público. En contrapartida, el poder imperial se concilio ecuménico, reunido en Éfeso en el año 431, se muestra favorable a las
esfuerza por restringirlo de manera que no ponga en jaque el orden t o d ^ por ideas alejandrinas y condena a Nestorio. Los años que siguen ven el triunfo, no
ejemplo en el caso de los esclavos; y la Iglesia se adhiere en ron gim oa esta po­ solamente teológico, sino político, de Alejandría, y el creciente prestigio no sólo
sición. Igudmente, la entrada en la clericatura o en e lm onasterio p0día aparecer de Cirilo, que muere en el año <44, sino del patriarcado egipcio. La posición de
como el medio de escapar a otras obligaciones, como las de las cunas urbanas o Alejandría se acentúa aún más, hasta llegar a profesar que la naturaleza de Cristo
los colegios profesionales. El legislador se esforzó desde el sigio IV por atajar es­ es una, divina y humana a la vez, aunque más divina que humana. Nace así el
tas evasiones haciendo hincapié en que el patrimonio de los individuos quedaría monofisismo, que es condenado por el cuarto concilio ecuménico, reunido en
en este caso en la asociación, en razón, se les recuerda, de su responsabilidad Calcedonia en el año 451, en provecho de una fórmula intermedia, defendida por
colectiva. _ el papa León I. El credo de Calcedonia sigue siendo el de la ortodoxia de Cons­
M ás adelante, no toda la Iglesia, ni mucho menos; suscribe el dogma cuyo tantinopla y la cristiandad romana, unidos contra el preocupante auge de Alejan­
campeón secular es el poder. Las herejías que la dividen ton, a decir de dría. En contrapartida, las provincias de Siria, Mesopotamia y Egipto constituyen
dos tipos completamente diferentes. Unas definen en el intoriOT del Imperto terri­ a partir de entonces, y sin distinción de clases sociales, un bloque monofisita di­
torios enteros que no comparten ya el credo de la capital. Otras, con nombres sidente, del que la Armenia independiente no está lejos. El credo monofisita per­
diversos, se reducen a una única y poderosa corriente de subversión del orden fila el rumbo que. tomarán a través de los siglos las cristiandades orientales y,
social cristiano en nombre de un cristianismo radical. para empezar, el de lás futuras conquistas del Islam en Bizancio. El nestorianis-
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 141
140

m 0, Por su parte, se difundirá por Irán y e1 A sia Central, gracias a las misiones Producir y comer
que parten del foco sirio. . ,
Las herejías que se pueden considerar subversivas se conocen por las c o n ,e- Estabilidad pero no uniformidad, sin duda, a través de semejante extensión
nas ortodoxas, las polémicas, los cán°nes conciliares, 1as fórmu1as de ireccmcüm- territorial. No obstante, se pueden proponer algunas definiciones comunes. En
ción y por algunos testimonios directos. Un descubrimiento 1levado a rabo en el primer lugar, las necesidades que trata de satisfacer la producción agrícola. Los
alto Egipto en 1945 sacó a la luz toda una biblioteca heterodoxa, en Ia q u e ¡)e hombres de esta época, desde el campesino pobre o el esclavo hasta el empera­
encontraba el Evangelio apócrifo de T o m ^ c° nservad° en copto (¿siglo n i.); dor, comen pan de trigo; cuanto más arriba se está en la escala económica, más
los Hechos de Tomás (conocidos en el s^fe IV) , en siriaco; el Libro de fresco se come, mientras que los pobres, los soldados, los solitarios del desierto,
también en siriaco y anterior al 350, todos d t e de idéntica m ^ m a c m Por úJti- se alimentan de galleta o gachas; la cebada, que siempre se vende a un precio
mo la Iglesia griega incluyó en su hagiografía «datos que ilustran de he cho estas inferior en un tercio al del trigo, es el paliativo de los malos días. Se bebe vino,
ideas. Es la continuación de una actitud radical, que procede de la gnos is ampha más o menos bueno, más o menos rebajado con agua. La dosis de azúcar está
especulación fundada en el siglo n sobre la filosofía poHteísta, el judaísmo o d asegurada por la miel, los frutos secos y los dátiles, consumidos en abundancia
cristianismo, y que profesaba la dualidad d d poder divmo y de un creador .Jel en Egipto y en Palestina. Los frutos frescos del tiempo aparecen, por el contrario,
mundo, en suma, el divorcio del alma y de la Creación. La aplicación de talf como un lujo. Todo el mundo consume legumbres, «hierbas» o «raíces». Pero el
principios suponía la negación de todas las normas que cimentaban el orden de abanico social de la alimentación se abre cuando se pasa a las proteínas y a las
esa época. Hombres y mujeres vagan y duermen juntos, mezclados anos con grasas. Estas últimas se obtienen del aceite,' para la cocina y el aliño: aceite de
otros. Las mujeres se cortan el cabello y llevan unas vestiduras masculmas. Los oliva, de desigual calidad, y aceite de diversas semillas para los más pobres. Se
vínculos familiares se deshacen, los esclavos huyen, los monjes escapan a sus srn consume poco queso, o ese otro producto lácteo al que los pueblos de la estepa
periores y a su retiro, el matrimonio es condenado, los sacerdotes casados recha­ son tan aficionados. Se come pescado, fresco o en salazón, así como caldo de
zados, el calendario y las festividades de la Iglesia sustituidos por cd ebraciones pescado, algunos huevos y aves, y carne que, a veces, se reduce a salchichas:
privadas. El Libro de Grados presenta una jerarquía de Perfectos y de -Ju^o^ téngase en cuenta que el mundo bizantino, a diferencia de Italia y la Galia, no
estos últimos comprometidos en las tareas com entes de la vida, umcamente los come cerdo, al menos en su parte meridional, Egipto, Siria y Palestina, cosa, sin
primeros admitidos a la contemplación divina No es difícil intuir que tal corrien^e duda, menos frecuente en el Asia Menor y en los Balcanes en la misma época.
era capaz de atravesar los siglos y, efectivamente, se la vuelve a encontrar más Sea como sea, es evidente que se consume más pescado cerca de las costas, aun­
tarde. Pero Epifanío de Salamina observa ya en el sig1o IV, en su tratado sobre que no se desconozca el pescado de río; el pescado y la carne son más accesibles
herejías, que el movimiento no hace más que desarrollar con demasiado celo los para los ciudadanos que para los campesinos; y la carne figura en las raciones de
preceptos del abandono de bienes. En otras palabras estas actitudes no estaban, los soldados. Los que no pueden acceder a estos productos, los más pobres de
después de todo, tan alejadas del ascetismo ortodoxo. . las ciudades y de los campos, son grandes consumidores de leguminosas, la «car­
ne del pobre», en palabras de dos expertos de las Naciones Unidas.
Lo dicho hasta aquí constituye un bosquejo de la producción campesina, pero
se imponen aún tres observaciones. En primer lugar, se está a merced de los cam­
U na só lid a base cam pesina
bios naturales. Parece ser que el rendimiento de las semillas oscila en una propor­
Tal era el poder central y éstos eran los rasgos culturales generales. Conside­ ción del 4 o 5 por l, pero depende de las estaciones, cuyas alteraciones pueblan
remos ahora más de cerca esta sociedad así ordenada. Las provincias, numerosas la historiografía. Las sequías de otoño o de primavera ponen en peligro las cose­
y poco extensas, están regidas por su gobernador y se agrupan en diócesis, a cuya chas, las langostas las desvastan. Un invierno demasiado riguroso asuela en el
cabeza se encuentran los vicarios de los prefectos del pretorio. Estos uitimos tie­ año 401 las regiones que habían padecido ya el asalto bárbaro, el hambre, la en­
nen bajo su jurisdicción la pirámide de las autoridades provinciales. El Imperio fermedad y la multiplicación de los animales salvajes, debida sin duda a las cir­
de Oriente tiene un prefecto del pretorio para Oriente y, por lo general, otro cunstancias. El invierno vuelve a hacer estragos, seguidos de una mortalidad de
para Iliria. Por lo demás, estas divisiones están sujetas a revisiones en las que no hombres y animales, en el 443, en los alrededores de Constantinopla. El hambre,
entraremos aquí. En contrapartida, se trata ahora de llegar a los niveles más an­ siempre definida por la falta de grano, trigo o cebada, afecta a los campos más
tiguos de la organización social en el Oriente romano y bizantino: las ciudades, que a las ciudades, cuyas posibilidades de aprovisionamiento son menos locales,
cuya vieja vitalidad se mantiene hasta los brutales cambios del siglo v i; las al­ y que disponen de más medios. Como puede comprenderse, el aprovisionamiento
deas, o, dicho de otra manera, el espacio campesino, poco más o menos estables de las grandes ciudades, y de la capital en primer lugar, o las necesidades del
en sus formas inmemoriales bajo el imperio de Roma y, después, el de Bizancio, ejército, imponen un esfuerzo excepcional. Por último, a causa de la lentitud y
y el espacio deshabitado, revelador de los cambios históricos. ' de las dificultades del transporte a distancia, exigido hasta sus límites ya para los
suministros al fisco, los campesinos tienden a producir de todo en todo lugar,
tanto para sí mismos como para el mercado de la ciudad en cuyo radio de acción
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA DE ORIENTE 143
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viven. Incluso consumen, llevan al mercado m tím o y entregan al fisco, Uegído El vigor de las comunidades aldeanas
el caso, otros productos. En Egipto y en el sur de Palestina se hacen MndalMS,
esteras, cestas y recipientes para medir con fibra de palma. En las montañas bo_s- La existencia y la competencia de la comunidad rural en Bizancio ha sido ob­
cosas del Asia Menor se vende madera, de la que, por el contrari0, carece la jeto de discusiones apasionadas, debido a su inicio en Rusia a finales del siglo
llanura de Anatolia hasta el punto de que, tanto en aquel tiempo como en la XIX, en un momento en que el auge de los estudios sobre Bizancio coincidía con
actualidad, allí se utiliza para calentarse boñiga seca. Los campos pr° p° rci° nan un debate sobre problemas agrarios contemporáneos. Para aclarar la cuestión, es
cuero, cuando hay en ellos ganado vacuno, lana y fibras textiles como el _aprecia- importante distinguir el hábitat, la sociedad y las instituciones.
do lino de Egipto. Egipto suministra el papiro a todo el Mediterráneo, inclusive El carácter agrupado del hábitat es un dato cierto, del que hay que partir, y
que se enriquecerá, más allá de la diversidad regional, cuando se haya excavado
el occidental. . . . .
Se alcanza a percibir así, al mismo tiem po el equipo productivo rural, y los un mayor número de emplazamientos. De todos modos, los resultados ya obteni-
problemas planteados por su organización económica y social, o sus r e t o m a ■dos, así como los textos, dan fe de una primera solidaridad en relación con los
con las ciudades. Allí también reina la diversidad geográfica, de donde se des­ propios edificios, las atalayas de las aldeas de la estepa siria, los equipamientos
prenden algunos rasgos comunes. La unidad de producción es la familia campesi­ a los que nos acabamos de referir, o incluso, allí donde existen, el baño y la igle­
na que conocemos por las declaraciones fiscales y las leyes: hombres que algunos sia. La existencia de fierras comunales parece cierta, como la de eriales, bosques
mosaicos muestran en su trabajo; mujeres, que figuran en las listas del fisco y y límites entre terrenos. No obstante, la sociedad aldeana no está formada sólo
que una ley del año 386 para el Ponto estima en la mitad de un hombre para el por campesinos, sino también por rentistas del suelo, sacerdotes, soldados y algún
cálculo de la capitación, pero cuyas actividades ignoramos. La familia se completa que otro artesano. Por así decirlo, es una sociedad desigual, en la que el nivel
con los esclavos, uno o dos, y a veces con asalariaos;. Los bueyes sirven para económico se mide, sin duda, por el rasero de la tierra y de los medios con que
labrar, para arrastrar en la era la pesada plancha erizada de puntas que efectúa se la trabaja: se encuentran, por ejemplo, en los campos, trabajadores sin tierra
la trilla, para tirar de los carros. El asno es también útil para el tiro, pero sobre alguna, mientras que los soldados o el sacerdote pueden ser considerados como
todo como animal de carga. Los caballo^ utilizados por el ejército y por el correo notables de cierto relieve y como grandes propietarios y tener una residencia.
público, y las mulas transportan a las personas. En cuanto a las teiraimimta^ las Esta desigualdad está claramente representada en el gobierno de la aldea por los
de m etal son escasas. Se labra la tierra con el arado romano. Se hace uso de «amos de casa», «del más pequeño al más grande», con un dirigente y portavoz
diversos tipos de hachas, podaderas y binadom . Pero los equipamientos más im­ que suele ser el sacerdote. La solidaridad aldeana se manifiesta también, por
portantes son los que proporcioan una idea más cabal sobre el panorama ramal ejemplo, en una decisión de construir que quedará recogida en una inscripción,
del campo. La era donde se trilla el grano, el lagar para el vino o el aceite> la en el encubrimiento de una jovencita raptada, en la adhesión a una confesión
muela movida por el asno y el molino de agua, allí donde ha sido posible instalar­ herética, en la práctica del bandolerismo. Además, entre las familias y la comu­
lo , pertenecen al «amo de casa» campesino, a la inldea o, incluso, al gran propie­ nidad ocupan un lugar las solidaridades intermedias de los «vecinos», cuya impor­
tancia es subrayada por las disposiciones del siglo v que les reconocen un derecho
tario. .
E l hábitat rural está en principio agrupado, pero algunos textos mencionan preferente de compra sobre las parcelas puestas en venta. Por lo demás, a juzgar
asentamientos aislados. Está rodeado-de «huertos» de pdkintWo, viñedos, tierras por los repartos de herencias que nos han llegado, los vecinos son a menudo pa­
de labor y monte bajo; las parcelas de cada explotación están dispersas por todo rientes y constituyen, en suma, un grupo complejo que la ley designa como «los
el terreno, sin que se distinga una organización colectiva del cultivo; excepcional­ más pró^mos», en todos los sentidos del ténnino. Pero por encima de la colecti­
mente, un relato palestino menciona a un cin q ^ in que lleva a pacer juntos a los VIdad domnan los que tienen poder sobre la aldea.
animales de los aldeanos. Por lo demás, las v a r ia d a son Mininsn guaridas de Se trata en este caso de instituciones tan antiguas como fundamentales en una
salteadores montañeses de la provincia de Isauria, villas de Siria ^ v is t o s de ba­ sociedad y una economía en que la tierra es esencial, a saber, el papel fiscal de
ños e iglesias, aldeas alejadas y aisladas en invierno que acotan el exilio de Juan la comunidad aldeana y la dependencia campesina. Señalemos en primer lugar
Crisóstomo. Aunque el artesanado aldeano no figura aún en los informes de los que el estatuto de la aldea y el de sus habitantes no coinciden necesariamente;
arqueólogos, salvo en Tracia, los textos indican actividades comerciales: tal aldea que no todos los aldeanos pueden poseer lo mismo; que cada cultivador puede
de Siria del norte produce afamadas nueces, tal otra ofrece un mercado, un alber­ ser al mismo tiempo independiente en relación con algunas parcelas que son de
gue en el alto de una ruta importante o en la proximidad de un santo célebre y su propiedad y dependiente en relación con otras; que la aldea puede, por último,
su monasterio. Por otra parte, los campesinos van a vender sus productos al mer­ ser totalmente independiente, es decir, compuesta por campesinos propietarios,
cado de la ciudad más próxima, para conseguir así las monedas de oro y bronce . o, por el contrario, depender totalmente de uno o varios amos. En una palabra,
necesarias para las compras, los impuestos o los tributos. Vimden también su pro­ la independencia campesina significa que la tierra y el hombre no tienen otras
pia fuerza de trabajo en las obras de construcción, donde un hombre con su asno obligaciones ni otras cargas que las públicas, es decir, las fiscales: el campesino
independiente paga directamente su impuesto al fisco. La dependencia, por el
está mejor pagado que un hombre rato.
contrario, implica que la explotación campesina se ve incrementada por una de-
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ducción hecha en provecho. del dueño del suelo, y figura en e l registro fis>cal en Los vacíos
el apartado de éste, por cuyo intermedio paga el impuesto. Pero el campesmo
dependiente o «colono» es, sin embargo, un justiciable y un contribuyente de ple­ Carecemos aú^ y careceremos siempre, de una cobertura arqueológira lo bas­
no derecho. Puede incluso promover una acción judicial contra el dueno d d suelo tante completa como para razonar eficazmente sobre la ocupación del espacio bi­
si considera abusiva la deducción normalmente fijada por d derech° consuetudi­ zantino en esta época y sobre sus variaciones. Se pueden proponer hipótesis ge­
nario. Pues el colono no está adscrito a su dueño, sino a la tierra, segrá fóim da nerales, que expondremos en el siguiente capítulo. Igualmente es posible hacer
contenida en una ley del año 393. La única disminución de su libertad p e r n a l una observación estructural desde ahora cierta: esta ocupación es discontinua,
es, pues, la prohibición que se le impone de desplazarse, con lo que «rodritimrfa evidentemente desigual según las regiones. Pero los textos dan fe de la existencia
a menguar una mano de obra que, por el estado de la téraira, no es nunca muy de espacios vacíos en todas partes: el «desierto» es la montaña boscosa, infestada
abundante. Sin embargo, el Oriente bizantino de este período, ñ d en esto a su de bestias salvajes, donde un hombre santo constituye la primera presencia huma­
antigua tradición, no conoce otra prestación que la pública. La fuerza de trabajo na, donde los bandoleros atracan con toda impunidad a los viajeros, cuando no
campesina sólo beneficia al dueño del suelo en la parte que le corresponde de su descienden, tras el invierno, a saquear los campos vecinos; es también la estepa
producto, en especies o en dinero, implicando este segundo caso d acceso directo árida donde los nómadas camelleros son tan pronto caravaneros como caradores
del rampesino al mercado. Se vuelve a encontrar aquí la solidaridad de la comu­ o bandidos, en las fronteras sirias o en la gran ruta que se interna en la península
nidad, en particular cuando ésta es independiente. El fisco la en efec­ del Sinaí o, incluso, en el desierto egipcio; son, finalmente, espacios incultos,
to, solidariamente responsable, lo que explica, por otra los derechos de abandonados a los demonios no lejos de las aldeas evacuadas en Tracia ante una
preferencia de compra señalados más arriba. Además, la comumdad indepen­ preocupante amenaza bárbara. A l historiador le gustaría poder descifrar las varia­
diente se procura solidariamente un patrono, un protector contra la exigencia ciones de población en estos ámbitos. El hombre de la época atribuyó a este es­
fiscal. pacio valores cuyo cambio de signo es uno de los grandes hechos culturales y
La historia de los campos durante este primer período de Bizancio se com­ sociales de ese tiempo. Cambio experimentado, en primer lugar, en Egipto desde
prende, en efecto, no a través de la condición fijada al campesmado, dno a traves finales del siglo in, con la atormentada soledad de Antonio, y el acuartelamiento
de los cambios que afectan al grupo social de los duenos del suelo. Estos eran de los monjes de Pacomio que acudían en escuadras al trabajo del campo, contro­
tradicionalmente los ciudadanos, de los que hablaremos más adelante, los gran­ lando estrictamente sus días y sus costumbres. En el siglo iv , el desierto occiden­
des propietarios, en cuya primera línea figuraba el emperador, las iglesias y los tal de Egipto se puebla de ascetas cuyo modo de vida, hazañas y sentencias se
establecimientos piadosos. Esta distribución cambia completamente en detnmen- ■ difunden por medio de relatos piadosos. Pero, como puede verse, su soledad es,
to de la burguesía urbana por la práctica del patronazgo que impulsa a los cam­ de hech^ teórira, comparten sus cabañas de grava con un «discípulo» o están
pesinos a buscar una protección eficaz contra el fisco, sean por su parte depen­ cerca de otro solitario y venden en las aldeas productos artesanales, cuerdas, ces­
dientes o no, pues, como hemos visto, el problema es similar en ambos casos. tos. Otros con^tituyen organizaciones que prefiguran la lavra (laura), forma típica
Esta protección, el patronazgo, se ejerce también ante los tribunales. Consfitóy^ de semicomunidad del monaquismo ortodoxo cuyos miembros viven solos, pero
subrayémoslo, una clave de las prácticas sociales de la época. El poder protedOT se reúnen el sábado y el domingo para tomar sus raciones y celebrar la liturgia
de los patronos tiene diversos orígenes: el ascendente religioso, como en d caso en común. Finalmente, existen ya verdaderos conventos (koinobia, ‘lugar de vida
del santo misionero cuya historia nos refiere Teodoreto, y a quien una aldea aun en común’), tales como los de Wadi Natrun, o el monasterio de Santa Catalina,
pagana de Siria del norte promete con esta condición una conversión colectiva; ül pie del Sinaí, que se remonta al siglo iv . En este mismo siglo, el movimiento
o la fuerza de esos magnates a los que la ley prohíbe sin éxito desde finales del h ab íadranzado el Oriente sirio y Palestina, posteriormente el Asia Menor, con
siglo iv tener sus tropas y sus prisiones privadas, o amparar desertores, pero en las primeras experiencias capadocias. Viajeros occidentales como Eteria, proce-
cuyo provecho aparece en el 409, para Egipto, el régimen de autopragia o percep­ dentei de ^ rn tó r n a o el monje marsellés Juan Casiano, difunden en sus países
ción autónoma del impuesto, que convierte a un dominio en una unidad forab de origen el interés por estas fonnas de vida, mientras que Jerónimo, instalado
señalada por sus límites. Se valen también de su solvencia y de sus relaciones en Belén, atrae a Palestina a algunos de sus penitentes romanos. Solitario o co-
oficiales en procesos que no benefician a los colonos. Es evidente que, con los r°unitario, el retiro monástico pone en cuestión, en sus principios, tanto la aldea
mismos medios, la protección podía ser impuesta y no solicitada. De cua^rnw como la ciudad: aun cuando el desierto no está lejos ni de la una ni de la otra,
forma, se tiene la impresión de que está en curso una redistribución de los dere­ aunque la ciudad acoja en este primer período toda una corriente de monaquis-
chos efectivos sobre el producto de la tierra que, por otra parte, también afectó mo \ el retiro es ante todo negación de la familia, célula social primaria de la épo­
negativamente a los propietarios legítimos. En una palabra, la verdadera defmi- ca, incluso cuando los vínculos de parentesco unan a veces a los hombres en un
ción de la condición campesina en esta sociedad, como en otras muchas del camino ascético común.
mo tipo, es la confusión en una misma deducción de la renta señorid y la renta En realidad, dada su flexibilidad, su carencia de una regla uniform e, este pri­
fiscal. mer movimiento plantea diversos problemas, que seguirán sin dilucidar a lo largo
de generaciones: el desierto y su salvación, o la ciudad con sus tentaciones, su
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malignidad fundamental, pero también con sus pecadores, a los que hay que con­
vertir; la soledad o la comunidad de hermanos; el trabajo o la contemplación; la
convicción interior, la iniciativa espiritual o la autoridad de la jerarquía y los mar­
cos del dogma y del sacerdocio. El monaquismo de Bizancio evoluciona a través
de estos problemas, que nunca resolverá por entero, ya que los términos se mo­
difican de siglo en siglo. Las respuestas a las que se llegó entre el 450 y el prin­
cipio del siglo vil marcaron el período con un sello muy fuerte.

L a fu er za d e los va lo res d e la ciu d a d y d e las rea lid a d es urbanas

Los valores culturales y políticos del Mediterráneo helénico eran, desde hacía
siglos, valores urbanos: la sociabilidad, masculina, la facilidad de los encuentros,
el discurso, político o literario, los placeres cómodamente disponibles del agua
corriente para la bebida y el baño, así como un mercado perfectamente provisto
de todos los alimentos esenciales, trigo ante todo, para consumidores de pan y
de galleta, aceite de oliva, vino, «hierbas», carne y pescado. La ciudad, es, pues,
en una primera definición, el conjunto de los lugares donde se encuentran estos
valores, que persisten hasta el principio del siglo v il Son testimonio de ellos la
historiografía, los elogios de las ciudades que componen los retóricos profesiona­
les, las numerosas inscripciones, las decisiones y sermones con los que la Iglesia
de los obispos, también profundamente urbana, se esfuerza por cristianizar la ciu­
dad, y los relatos sobre los hombres santos. Sin olvidar las imágenes de algunos
mosaicos ni las excavaciones de emplazamientos urbanos como Sardes, Éfeso,
Apamea o Antioquía, mejor conocidas que la capital, donde la estabilidad de la
aglomeración hizo imposible una verdadera exploración arqueológica. Sin embar­
go, es difícil proponer una clasificación de las ciudades en el siglo v, ya que faltan
criterios cuantitativos y que las fuentes documentales son tan poco homogéneas
como las razones de su prosperidad y de su crecimiento. Antioquía y Alejandría
son ciudades igualmente importantes desde el punto de vista cultural y comercial;
la atracción de Jerusalén es únicamente religiosa, pero eso ya es mucho; y una
pequeña ciudad como Coricos de Cilicia revela una intensa actividad por las ins­
cripciones de su cementerio que indican detalladamente los oficios de los difun­
tos. No obstante, se pudo llegar a decir que ésta era una época de «grandes ciu­
dades», en el sentido de que, una vez sobrepasado un cierto umbral, el hecho
urbano cambiaba de naturaleza. Y esto es cierto, sobre todo, respecto de Cons-
tantinopla, puesto que no es una ciudad, ni la mayor de ellas, sino la capital, y
en este sentido es radicalmente singular.

La ciudad, vestigio de la Antigüedad

Una vez hechas estas reservas, el marco tradicional de la ciudad de provincia


surge, sin embargo, de nuestras fuentes: los baños caldeados alimentados por
agua caliente, donde los muchachos, si no se les vigila, están expuestos a las in­
sinuaciones de quienes se sienten atraídos por ellos; las fuentes; las plazas, donde
se alzan las estatuas y las inscripciones que celebran a los emperadores y a otros
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personajes; las calles con pórticos, entre cuyas columnas se establecen precarios
tenderetes de madera y tela, siempre en peligro de incendio; las posadas, donde
se encuentra comida y una joven; los figones, donde pueden comprarse alimentos
cocinados y calientes, donde circulan los rumores y donde a veces se originan
tumultos; el teatro, cuyos espectáculos divertidos y licenciosos suscitan el entu­
siasmo del gran público, la repugnancia de los doctos, la hostilidad de la Iglesia,
y donde, sin embargo, los gobernadores de la provincia reciben las aclamaciones
o los abucheos de una opinión pública que prácticamente no tiene otro medio
para expresarse; a veces, como en Cesárea de Palestina, la ciudad cuenta con un
hipódromo, al igual que la capital; por último, la basílica, amplia lonja rectangu­
lar, forma arquitectónica anterior al culto cristiano, lugar donde se llevan a cabo
negocios y procesos, y donde el poder central está representado en ocasiones por
la silla del gobernador. Las iglesias, tanto en las ciudades como en los suburbios,
se erigen en centros de una nueva sociabilidad, semejante, no obstante, a sí mis­
ma: los fieles se reúnen en ellas para la liturgia o la predicación, o salen en masa
para las procesiones o, algunas veces, los motines. Los mendigos se instalan en
las inmediaciones. En el siglo v aparecen los primeros monasterios urbanos, y se
desarrollan los establecimientos de beneficiencia, los primeros de los cuales se
fundaron a finales del siglo iv.
La dominación romana había transformado fácilmente las asambleas censata-
rias de los notables, propietarios rurales residentes en la ciudad, en municipalida­
des provinciales. Las ciudades cobraban rentas: alquileres de los campos de su
territorio, o del suelo urbano, alquilado, por ejemplo, a los tenderos de los pór­
ticos, y arbitrios. Sin embargo, lo esencial de las necesidades estaba cubierto tra­
dicionalmente por los propios magistrados municipales, cuyas funciones, lejos de
ser retribuidas o venales, se sustentaban en la fortuna, la generosidad o el deseo
de gloria de los que las ejercían. Las estatuas en la plaza pública, las inscripciones
que les saludaban como «padre de la ciudad» o «benefactor» (evergetes) daban
gracias a los que habían construido un baño o remediado una carestía. El Estado
romano había adoptado este antiguo sistema, encargando a las asambleas munici­
pales (las curias) tareas como el mantenimiento de los caminos, los aprovisiona­
mientos militares y todas las recaudaciones tributarias, bajo su responsabilidad
personal y colectiva. Bajo el gobierno de los Severos tuvo lugar un endurecimien­
to del sistema, acompañado de la imposición de la herencia de la condición curial,
en la coyuntura militar y centralizadora del primer tercio del siglo m. Este hecho
tendría indefectiblemente consecuencias sociales ya claramente perceptibles en el
siglo IV.
Sin duda alguna, la curia opone al poder central la fuerza de la inercia y de
la solidaridad. Los cargos creados por el poder central para vigilarla acaban siem­
pre por ser ocupados por individuos reclutados en su seno. Las curias se sitúan
a su vez bajo un «patronazgo». Y el «patrón» saca provecho, o simplemente pres­
tigio, de este papel ambiguo, perfectamente codificado y, sin embargo, capaz de
suspender el normal funcionamiento de la institución judicial o fiscal. El mismo
emperador puede ser el patrón de una curia. Pero muy a menudo el patronazgo
de ésta recae en uno de los «primeros». Las curias atestiguan, en efecto, una cre­
ciente diferenciación social. El peso de las cargas municipales empobrece a los
más pobres, que pagan entonces con su persona, o huyen al dominio de un gran
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148 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950 %1 M
relación con el palacio y, sobre todo, con la emperatriz Eudocia. Muere en el
propietario que les toma a su servicio. En contrapartida, un grupo restringido se erfio en el año 407, en el interior de la Capadocia. Representa otra forma del
destaca sobre los demás: los «primeros», los «diez primeros». Por último, las ma­ mismo momento cultural, la o ^ ip o ten cia del discurso retórico que sirve para la
yores fortunas tratan de evadirse del marco local, considerado mediocre, de los
reivindicación de la omnipotencia del sacerdocio. Se convierte, pues, en el defen­
deberes municipales para entrar a formar parte del senado de Constantinopla o sor de los habitantes de Antioquía, el predicador de las normas cristianas, el juez
a las grandes carreras que les ofrece la función pública. Por su parte, la burguesía
publico, en este sentido, de sus interlocutores imperiales. Sinesios, obispo de Ci-
municipal protesta. ante la admisión en la curia de fortunas juzgadas innobles al
rene (c. 370-413), perfila en el interior de la Pentápolis libia la misma figura cul-
no estar cimentadas en la tierra sino en el beneficio mercantil. Pueden entreverse,
• tural y social que sus compañeros de Capadocia. La serie se cierra con Teodoreto
pues, los elementos de la decadencia de la institución municipal. Pero la evolu­
de Ciro (c. 393-c. 466), antioqueno también, pero más dado al trabajo en su des­
ción es muy lenta, aun cuando haya comenzado ya a finales del siglo iv. pacho que al púlpito, como queda patente en su Historia eclesiástica , en sus tra-
El poder central está representado en las ciudades más importantes por el go­
. tados contra los herejes y los paganos, en sus relatos edificantes sobre los santos
bernador de la provincia y en las secundarias por al menos una oficina fiscal. Los personajes de la Siria del norte, a la que pertenecía su pobre diócesis. En él, la
gobernadores tienen competencias esencialmente administrativas y judiciales.
cultura antigua es algo más alejado de la figura episcopal.
Son, en principio, ajenos a la provincia, donde les está prohibido adquirir bienes,
Elegidos por aclamación, tras una experiencia personal del mundo, los obis­
y están integrados en el viejo estereotipo, ya que numerosas inscripciones a lo
pos de esta época encontraron fácilmente su lugar en el sistema urbano combi­
largo de las provincias celebran su magnificencia de edificadores. Pero una serie
nando de una manera nueva algunas de sus funciones. En cierto modo, son los
de leyes nos hablan de días menos gloriosos, al prohibirles robar para sus cons­
sucesores del portavoz tradicional, que era el retórico de la ciudad, y toman par­
trucciones las columnas de mármol de otros edificios, o bautizar con su nombre
te, cada vez más, en la gestión urbana, fundamentalmente en las ciudades secun­
empresas comenzadas por sus predecesores. Pero los gobernadores no sólo bus­
darias. Se preocupan de los aprovisionamientos, de las murallas, de las interven­
can el prestigio tradicional; también temen los tumultos y por esta razón se preo­
ciones ante el fisco relacionadas con los clérigos o su diócesis, así como del arbi­
cupan del aprovisionamiento. Y no tardan en formar parte de la verdadera capa
traje judicial, que será codificado por Justiniano. Al igual que los demás notables ,
dirigente de la sociedad provincial. Están muy cerca de esos personajes de recien­
construyen, y sus edificaciones son evidentemente específicas. Este estado de co­
te implantación, pero de primordial importancia, que son los obispos.
sas se prolonga en el siglo VI, como lo atestiguan las inscripciones, y en mayor
medida en las grandes ciudades. La Vida de Juan el Misericordioso, patriarca de
Alejandría del 610 al 619, escrita en su mismo ambiente por Leoncio, obispo de
La emergencia del episcopado urbano Neápohs, Chipre, ofrece todavía un cuadro de asombrosa vivacidad de las activi­
dades de la iglesia de la ciudad, entre las que se cuenta el comercio marítimo.
Inicialmente, la función episcopal no tiene su sede necesariamente en la ciu­
En el mundo sirio y copto la eminencia de los dirigentes monásticos es más pre­
dad. Pero los siglos IV al VI son, de todas formas,1 la edad de oro del episcopado
coz y mas profunda que en la sociedad de las ciudades griegas. Para estas últimas,
urbano. Los obispos de ciudades a menudo secundarias proceden de familias ilus­
finalmente, la nierza del poder episcopal se debe también a que responde mejor
tres de las provincias, o son hijos de funcionarios, y comparten la cultura clásica
a una nueva exigencia social que se va perfilando en su marco aparentemente
de todos los hombres de este medio. Es significativo que el siglo iv y la primera
estático.
mitad del v sean testigos de la floración, tan brillante como sin continuidad, de
grandes escritores episcopales, autores de cartas administrativas o espirituales, de
sermones, de tratados polémicos o dogmáticos, en los que hacen gala de sus co­
El «pueblo» urbano, reflejo de la Antigüedad
nocimientos de la retórica y la filosofía antiguas, a pesar de una influencia monás­
tica ya perceptible: Basilio de Ces.area (hacia 330-379), tal vez el monje más im­
Lo que acabamos de decir a propósito de los poderes en esta primera sociedad
portante de la Iglesia bizantina por la riqueza de sus decisiones canónicas; Grego­
bIZantma trataba de mostrar que la ciudad domina al campo que la nutre. En
rio Nacianceno (c. 330-390), obispo de la capital durante un breve tiempo (380­
otras palabras, el poder reside en la ciudad pero sus cargas repercuten en el cam­
381); Gregorio de Nissa, hermano de Basilio (c. 335-c. 394), maestro del platonis­
po. Es cierto que el eje político de esta primera época de Bizancio se define así.
mo cristiano, son hombres del siglo iv , pero constituyen un punto de referencia
Pero las cosas se presentan más complejas si se quiere comprender las bases eco-
para el porvenir. Fueron dignos representantes no sólo de la provincia bizantina
nomicas de esta misma sociedad.
por excelencia, la Capadocia, sino también del momento inestable y privilegiado
Es preciso partir, también aquí, de los marcos antiguos de la ciudad. Mientras
en que el helenismo ya plenamente cristianizado quedó totalmente anticuado. Su
que los burgueses propietarios de tierras se agrupaban en la curia, los productores
contemporáneo Juan Boca de Oro (Crisóstomo) (344 o 354-407) es un hombre
urbanos de bienes y servicios, así como el gran comercio, el de las rutas maríti­
de Antioquía -d o n d e su padre era magister militum, el más alto cargo m ilita r-,
mas, se reunían en los «colegios» de sus respectivos oficios. Estas asociaciones
que representa la voz eclesiástica, junto al obispo Flaviano, entre el 386 y el 397.
tienen una larga historia, pues la fórmula asociativa es el verdadero módulo social
En esta fecha se convierte en arzobispo de la capital y mantiene una conflictiva
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del Mediterráneo clásico. Basta considerarla en la época de los Severos, en que


se precisa el sistema de delegación de servicios públicos a título fiscal que hemos
definido más arriba. Este sistema inspiró a los historiadores de principios del siglo
xx, confiados en las ilimitadas posibilidades de la empresa individual, páginas so­
bre las despiadadas coerciones que habrían inmovilizado a cada uno en su lugar
de origen en la sociedad del «bajo Imperio». D e hecho, el cuadro no es tan es­
quemático, ni mucho menos. En primer lugar, no estamos seguros de que la ins­
cripción en un colegio fuera obligatoria, ya que, como se recordará, toda obliga­
ción tiene su contrapartida en un privilegio. Por otro lado, era efectivamente di­
fícil abandonar el colegio paterno, o el propio. Pero, como en las curias, la res­
ponsabilidad solidaria unía más los bienes que las personas. Hay que situar aparte
los talleres del Estado, que acuñaban la moneda, fabricaban las armas y las ves­
timentas militares, e incluso los tejidos de púrpura y seda reservados a la corte.
Se hallan establecidos no solamente en Constantinopla, sino también en Antio-
quía, Cizica y otros lugares. La condición de los obreros era allí verdaderamente
dura y próxima a la esclavitud.
Por otro lado, los textos de todo tipo revelan la actividad de un artesanado
urbano aparentemente independiente, sin duda más familiar que individual, a juz­
gar por las lápidas sepulcrales que agrupan un padre y un hijo, o hermanos. De
hecho, se plantea un problema al tratar de este artesanado en relación con la
producción global del imperio. Se observa que los bienes de consumo prevalecen
abrumadoramente sobre los bienes de equipo, o sea, la fabricación de herramien­
tas que sirven para determinadas actividades. D e esto se deduce que los campos
se equipan sobre todo a sí mismos, y poco más. El artesanado común es a la vez
muy escaso y muy diversificado: se confecciona tal pastel, tal tipo de calzado. El
artesanado de lujo, que nos ha legado los maravillosos cofrecillos de marfil que
se ofrecían en las bodas, llega también a su fin. De hecho, el sector indicador
del movimiento económico, sobre todo en las ciudades, pero también en las al­
deas y en los campos, es el de la construcción. Indicador particular, específico de
sociedades como la que aquí estudiamos, y que encontrará su verdadero lugar
después del 450.
Sin embargo, hay grandes fortunas mercantiles en las ciudades más importan­
tes, Alejandría, Antioquía y Constantinopla sobre todo. En primer lugar los ar­
madores y mercaderes del gran comercio, abastecedores de especias y seda cruda:
las rutas marítimas del mar Rojo y del golfo Pérsico son tan conocidas antigua­
mente como la ruta terrestre que conduce la seda china al Mediterráneo a través
del Asia central y del Irán. Los beneficios del gran comercio, sobre todo por mar,
están en relación directa con los riesgos a los que se exponen los que lo practican
o lo financian. Están también los «negociantes en plata», manipuladores de metal
precioso, a la vez pesadores, cambistas y productores de objetos que reciben la
garantía de un sello imperial, y engrosan tanto los tesoros privados como los de
los monasterios. Pero estas fortunas nunca forman parte del eje del poder político
ni de los movimientos importantes de capital.
La ciudad antigua había tenido un pueblo, el demos griego. Su papel era, li­
teralmente, el de hacer oír su voz públicamente para dar su conformidad, protes­
tar, reclamar, elegir o, al menos, aclamar.: su clamor, en una palabra, tenía fuerza
legitimadora. La misma categoría política; pues, reúne a todos los ciudadanos que
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no pertenecen a la curia, desde los grandes comerciantes y los artesanos más ca­
lificados hasta aquellos que una ley del 312 exime de cualquier obligación fiscal
en razón de su indigencia. La historia del pueblo de las ciudades de Oriente entre
los siglos v y vn tiene un doble nivel, el político y el social, y ahí reside precisa­
mente el problema histórico. El pueblo poh'tico desempeñaba su papel en los lu­
gares de la ciudad privilegiados en este sentido, el teatro en Antioquía, el hipó­
dromo en Constantinopla y en otras partes, pero también las plazas públicas; a
ellos se añade ese lugar nuevo que es la Iglesia, donde el pueblo de los fieles
contesta al predicador, y de donde sale en ocasiones para manifestarse en el ex­
terior. Estas manifestaciones, por violentas que sean, obedecen de hecho a un
. repertorio que regula la propia violencia: ultrajes a las estatuas oficiales, lanza­
miento de piedras, griterío de consignas. A partir del 450-460 se exacerban, y su
código cristaliza en torno de las rivalidades entre el Azul y el Verde en las carre­
ras de caballos, en las calles y en los barrios.
Para entender estas rivalidades se impone un paréntesis: se ha hecho mención
ya del hipódromo de Constantinopla, de su simbolismo cósmico y del de las carre­
ras que se realizaban allí. D e los cuatro colores iniciales, heredados de Roma,
que llevaban los cocheros, sólo se seguían usando entonces el Azul y el Verde.
Ignoramos, a decir verdad, su significado para los hombres de esta época y no
comprendemos, pues, por qué se adherían a una u otra facción. Los colores ocul­
tan un grupo muy complejo. En primer lugar, sin duda, las cuadras de caballos
de carreras y todo el personal que gravita alrededor del espectáculo: los aurigas,
pero también los bailarines y los mimos. Todo esto provoca pasiones incontrola­
bles y peligrosas para el orden público. Prueba de ello son las infructuosas medi­
das de control, las riñas en el hipódromo, o incluso las finas laminillas de plomo
que llevaban textos escritos con un punzón y destinadas a hechizar a determinada
persona de la facción opuesta. Por otro lado, el Azul y el Verde definen sectores
de la opinión, quizás de la sociedad, pero, ¿cuáles? Esta cuestión ha hecho verter
mucha tinta sin obtener una respuesta concreta. El Azul podría representar el
Palacio, los altos funcionarios, la ortodoxia de Calcedonia, y el Verde la Ciudad,
la herejía llegado el caso, una marcada hostilidad frente a los judíos.
Entre el 460 y el 610 las facciones, o más probablemente sus cabecillas, salen
a la calle, luchan y llegan incluso, a partir del 530, a la delincuencia. Pero las
causas de esta escalada de violencia habrá que buscarlas en la historia social de
este largo siglo vi, la de sus ciudades más concretamente.
El objeto de los tumultos urbanos de la primera mitad del siglo v enumerados
por la historiografía debe poner en guardia contra toda lectura demasiado simple.
En la capital, hubo motines por la falta de subsistencias en los años 409, 412 y
431, en que se atacó a los responsables: en el 412 los manifestantes incendian la
sede del prefecto de la ciudad, Monaxios; en el 431 el propio emperador «es re­
cibido a pedradas por el pueblo hambriento», por citar a un contemporáneo. La
popularidad personal también parece haber sido uno de los motores de la eferves­
cencia urbana. Puede verse cuando Juan Crisóstomo es condenado por el concilio
de Chena, celebrado el 403, por su áspera censura de la emperatriz: la ciudad se
manifiesta en favor de su arzobispo, y cuando toma el camino del exilio, el 404,
sus partidarios incendian Santa Sofía. La agitación religiosa cristaliza, pues, en
motivos muy diferentes de la pasión teológica atribuida, no se sabe muy bien por
- !*• ...

152 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 INTRODUCCION A UNA HISTORIA DE ORIENTE 153

qué, por tantos historiadores a los bizantinos de a pie. Las riñas, a veces homici­ llega a obispo de su ciudad natal en el año 370 y crea una especie de ciudad sa­
das, entre arríanos y ortodoxos, entre cristianos y judíos, atestiguan sin duda la nitaria a las puertas de Cesarea, la Basiliada. Eustato y, tras él, Basilio ponen
creciente importancia del factor confesional en el consenso unificador que esta monjes al cuidado de sus establecimientos, lo cual se constituye así en parte inte­
sociedad busca, como cualquier otra. Este factor llegará a ser dominante en lo grante del modelo, que es, pues, en sus comienzos, urbanos. Las casas de caridad
sucesivo. con personal monástico se multiplican, fundamentalmente en la capital, ya en la
Es fácil ver que estas manifestaciones, a veces coronadas por el éxito, siempre primera mitad del siglo v. El motivo cultural es, evidentemente, el primero que
alarmantes, tienen una verdadera función política en una sociedad que aún no acude a la mente: la institución cristiana estaba dispuesta a producir tales formas
había olvidado la antigua identificación entre vida pública y vida urbana. Esto de ayuda para los que se encontraban fuera de los marcos entonces normales de
lleva a hacerse alguna pregunta más sobre la composición social de este pueblo. la vida social. Por otra parte, las concibe a partir de los siglos n y m, en provecho
Se aprehende como una forma, o más bien dos formas, una antigua, otra cristia­ de los aislados de la comunidad cristiana, las vírgenes o las viudas, por ejemplo.
na, claramente distintas aún en la primera mitad del siglo v. El pueblo antiguo Pero también hay que contar con la coyuntura del momento. Los pobres a los
está constituido por los beneficiarios del sustento llamado «cívico» (politikoi) tan­ que es preciso socorrer se multiplican, al parecer, a partir del 360, más o menos,
to en Constantinopla como en Alejandría, y de lo que aún subsiste de la genero­ en relación con el crecimiento de las ciudades, que son, más que nunca, centros
sidad tradicional. A él pertenecen también los hombres de las milicias urbanas, de atracción, sobre todo las más importantes. Se huye de las exacciones a los
los «jóvenes» que montan guardia en las murallas y que, al parecer, trabajan in­ funcionarios, de las sentencias inicuas de los gobernadores, de la carestía, de los
cluso en Constantinopla, en el recinto amurallado de Teodosio II, y, por último,, abusos de los terratenientes, y se busca un sustento, otorgado por la tradicional
los miembros activos de las facciones, que quizá fueran al mismo tiempo los mi­ generosidad de los notables o por esta nueva beneficencia cristiana. Y, una vez
licianos a los que nos acabamos de referir. Sin duda, era la clase inferior de las más, los nombres de Constantinopla, Jerusalén, Antioquía o Alejandría se sitúan
ciudades, del pequeño empleado al muchacho avieso, pero no estaba desatendi­ a la cabeza, aunque por razones, evidentemente, diferentes. También pudo dete­
da. Además su realidad no está contenida en su marco público. Durante los últi­ riorarse la salud de las poblaciones que, por lo que parece, debido a unos recur­
mos años del siglo IV, Libamos presenta a los actores de las revueltas en Antio- sos poco elásticos, crecían lenta pero firmemente. Por último, las enfermedades
quía, «los 300 lobos del teatro», sobre todo, como una hez urbana de gentes sin tienen su propia historia: la lepra parece salir de la sombra en el último tercio
casa ni hogar, extranjeros en la ciudad. Por clásico que sea el argumento, la cons­ del siglo IV; los trastornos atribuidos a la posesión demoníaca se hacen absoluta­
tante disponibilidad de revoltosos que representan, literalmente, «el pueblo» de mente comunes y los pacientes quedan en cierto modo inválidos, incapaces de
la ciudad le otorga alguna consistencia: lo recordaremos cuando veamos confluir, llevar a cabo una actividad continuada. Curiosamente, las fuentes documentales
después del 460, el crecimiento de las ciudades con la cada vez más frecuente de los años 400 a 450 no dan cuenta de ningún aumento de la criminalidad: esto
sucesión de tumultos. será un hecho en la época de Justiniano. Solamente se sabe que a los «mendigos
i sanos» se les prohíbe permanecer en la capital, pero ¿tiene éxito la medida? Por
encima de todo, las miserias de los pobres asistidos o a punto de serlo confiere
La plaga de la indigencia y la irrupción de los monjes una dimensión totalmente nueva a la población de las ciudades.
Como vimos, el modelo monástico fue en sus orígenes antagonista de los va­
Las homilías cristianas multiplican,' a partir de finales del siglo IV, las alusiones lores urbanos, pero la realidad desborda una vez más el modelo. Los monjes in­
a las necesidades de la beneficiencia y a las miserias que hay que socorrer en el tervienen en la ciudad como tropas de choque de los conflictos dogmáticos, tanto
marco urbano, mientras la legislación de la época pone en relación, con vacilacio­ en Antioquía como en Alejandría. La banda de los cuarenta, que baja de Samo-
nes que no viene al caso referir aquí, la delegación en la Iglesia de las tareas de sata a los Santos Lugares siguiendo a Barsauma, destruye las sinagogas de las
beneficencia y las inmunidades fiscales concedidas a los clérigos y a los bienes ciudades por donde pasa antes de diezmar a la muchedumbre de judíos reunidos
eclesiásticos. Pobres, errantes, enfermos y baldados, mendigos y viejos son agru­ en Jerusalén en el año 438, con motivo de la fiesta de los tabernáculos. Alejandro
pados en una definición única de la pobreza como incapacidad para asegurar la el Acemeta («que no se acuesta») es expulsado de Antioquía antes de llegar a la
propia subsistencia, lo que es muy bien visto. La respuesta a estas necesidades, capital hacia el 425, y encabezar allí un auge monástico del que la beneficencia
también única, es el establecimiento que asegura a la vez a los pobres el aloja­ no es más que un aspecto. El asilo es otro: los monasterios acogen las miserias
miento y los eventuales cuidados. El hospicio y su complemento, el hospital, na­ sociales, los esclavos fugitivos, los deudores insolventes, en el recinto definido en
cen en el siglo iv , mientras que la Antigüedad clásica los había ignorado a pesar el concilio de Éfeso, en el año 431, como el espacio que va del edificio al muro
de su práctica médica. Constituyen, pues, una importante innovación de época exterior. El Estado reconoce el principio, aunque se esfuerza por preservar sus
tardía. En el siglo iv hay pruebas de la existencia de iniciativas privadas en resi­ derechos. La subversión herética, por el contrario, no admite ninguna restricción,
dencias particulares. El primer ejemplo eclesiástico es el establecimiento abierto pues el antagonismo entre monaquismo y ciudad oculta aún en parte, en pleno
por Eustato, obispo de Sebaste, Armenia, desde el año 356 hasta su muerte acae­ siglo v, la dualidad entre regla y libertad. El monje que va a la ciudad se pierde,
cida en el 380. En este aspecto, como en otros, inspira a Basilio de Cesarea, que. según los relatos edificantes. Por el contrario, la subversión herética se reconoce
154 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

en las bandas errantes, a menudo mixtas, que se mezclan con el mundo, es decir,
van a la ciudad. El primer monaquisino de Constantinopla no siempre es ortodo­
xo. En todo caso, aparece independiente, informal. La regla no se entiende en
el sentido occidental del término, sino como un código ascético cuyo origen se
remonta a Basilio de Cesárea, con un menor grado de disciplina que en ciertos
establecimientos del desierto, y muy poco o ningún encuadramiento sacerdotal.
Tanto en la ciudad como en el desierto, el monje está fuera de los marcos de la
autoridad y de la sociedad. Y de aquí el vigor de la intervención de la «fuerza»
monástica en las oposiciones teológicas, sus violencias, su asociación con los po­
bres, su agresividad respecto del episcopado como en el caso de Juan Crisóstomo
en la capital, por ejemplo. Además, los monjes son a menudo hombres del cam­
po, en el sentido no solamente social, sino también cultural, del término. Con
ellos, el mundo copto o sirio hace irrupción en el medio helenizado de Alejandría
o de Antioquía.
En este sentido, los monjes de principios del siglo v son plenamente, como
los pobres, un componente nuevo que modifica irreversiblemente la vieja catego­
ría urbana de «pueblo». Los monasterios de la ciudad no son entonces casas so­
metidas a reglas, sino, por el contrario, abiertas. Los monjes viven a veces en
grupos muy pequeños, de dos o de tres, a semejanza de los ascetas del siglo iv
que permanecían en el seno de sus familias, o más exactamente, ya que son hom­
bres solos y a partir de ahora fuera de todo marco familiar, a semejanza de los
grupos comparables del desierto. Se comprende por ello la creciente severidad
de las leyes que se esfuerzan por impedir los libres desplazamientos de estos hom­
bres de una a otra ciudad. El concilio de Calcedonia, celebrado en el año 451,
les prohíbe cambiar de sitio, y somete la apertura y la actividad de sus estableci­
mientos al obispo de la ciudad. Sin éxito, puesto que la ley justinianea se esforza­
rá finalmente por apartarlos de las ciudades. Mientras tanto, la primera mitad
del siglo v ofrece claramente un panorama urbano de la Iglesia de los monjes
que hemos visto desarrollarse en el desierto y, claramente también, el antagonis­
mo entre la Iglesia de los monjes y la de los obispos, que no tendrá solución
hasta el siglo xi, que señala el triunfo de los primeros.
Capítulo 4
LA GLORIA DEL IMPERIO
(mediados del siglo V - mediados del siglo VII)

El gran siglo que comienza con el advenimiento de León I, en el 457, y fina­


liza con la muerte de Justiniano I, en el 565, no debe su coherencia a los empe­
radores que lo gobiernan. Constituye uno de esos períodos muy ricos en los que
los acontecimientos y las iniciativas se acumulan; en el qq.e el conjunto de virtua­
lidades sociales y culturales que se observaban hasta entonces, más o menos la­
tentes, se hacen realidad; en que la sociedad, en una palabra, parece haber alcan­
zado la más alta cota de una abundancia de hombres y de medios que explicaría
los rasgos que acabamos de indicar. La primera etapa de este período abarca has­
ta el advenimiento de Justino I en el 518. Y este último no es más que el mensa­
jero del gran reinado del siglo, el de Justiniano I, que le sucede el año 527. Con
una mirada sobre la época se descubren en primer lugar los mecanismos de la
sucesión imperial, que ilustran a su manera una definición del poder supremo,
así como la nueva estabilidad que adquiere, a partir de León I, el imperio de
Bizancio. El Occidente se convierte en una zona marginal, una posible apertura
de la política exterior. El vecino persa se afirma también, y Bizancio lo continúa
encontrando en los caminos terrestres y marítimos del Oriente. Pero los sucesivos
emperadores se apoyan, como se hizo a lo largo de siglos, unas veces en los Bal­
canes, al norte, y otras en las provincias de Siria, Palestina y Egipto, y al sur, un
sur que comienza, recordémoslo, en los límites meridionales del Asia Menor, con
la transición montañosa de la Isauria. En el centro de esta disyuntiva se encuentra
«la ciudad soberana», Constantinopla, y su pueblo, de cuyo papel político habla­
mos en páginas anteriores.

L a a t rac ción del O rien te

Los reinados de León I y de su yerno y sucesor Zenón suponen la liquidación


del problema planteado en el Imperio de Oriente, y más concretamente en el
palacio, por una parte, y en Tracia, por otra, a causa de las fuerzas armadas ger-
156 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA GLORIA DEL IMPERIO 157

mánicas. Liquidación que ahonda aún más la diferencia entre este imperio y el Las discordias dogmáticas
de Occidente.
Sobre todo, Zenón juega la carta específicamente oriental y provincial del mo-
nofisismo. La fisura confesional abierta en Calcedonia comienza a partir de en­
El desorden isáurico tonces a perfilarse claramente, entre la capital y las provincias de Oriente. El
pueblo de Constantinopla es calcedonio. La llegada al poder de Basiliscos y su
En el 457, momento del inicio de la sucesión de Marciano, el «señor de los Jr% pÍ: posición monofisita provocan un conflicto en el que los monjes y la población de
soldados», Aspar, un alano de confesión arriana, es quizás el primer personaje la capital, agrupados en torno al patriarca Acacio, hacen frente a las tropas, sin
del Imperio. Su padre, Ardaburius, cónsul el año 427, y él mismo, cónsul en 434, duda monásticas, del patriarca de Alejandría, Timoteo Ailuros. En contrapartida,
fueron los grandes generales de Teodosio II, y a pesar de que los alanos son un el monofisismo se extiende por las provincias orientales, y sobre todo Egipto,
pueblo de la estepa, ambos hombres representan ante el emperador los intereses donde nació. El año 482, Zenón y el patriarca Acacio proponen una «fórmula
de los germanos federados, militares y arrianos como ellos. Aspar es quien deter­ unitaria» (henotikon), que no es aceptada ni por Roma, con quien se consuma la
mina la elección de León, un tracio de su entorno, como emperador. Y León, ruptura en el 484, ni por los calcedonios del Imperio, ni por los monofisitas. Pero
para contrarrestar el peso de los germanos, empieza a reclutar hombres entre los al menos este intento sitúa al patriarca de Constantinopla como sostén dogmático
bárbaros del interior, los isáuricos. Crea el cuerpo de los excubitores (‘los que se del poder imperial. El problema de las relaciones entre el emperador y los pa­
apuestan ante las puertas’), compuesto de tracios, ilíricos e isáuricos, nueva guar­ triarcados, e incluso entre éstos, está a partir de ahora abierto, más brutalmente
dia palatina que desempeñará un importante papel en los siglos sucesivos. Un si cabe, y su solución no está cerca. El patriarca de Alejandría, Pedro Monge, se
jefe isáurico, que ostenta el nombre griego de Zenón, se casará con la hija de esfuerza en primer lugar por zigzaguear entre el henotikon imperial y la presión
León, Ariadna, el.año 466 o 467. Cuando, en el 471, Aspar y su hijo Ardaburius monofisita de los millares de monjes del país. No obstante, sigue su propio cami­
son asesinados en el palacio, Tracia es asolada por uno de sus parientes, Teodo- no y se afirma, por otra parte, a los ojos de las masas, en los años que siguen al
rico el Bizco (Strabo), respaldado por la fuerza ostrogoda, instalada como federa­ 482, como la verdadera potencia en Egipto, contra la que nada puede el goberna­
da en la región desde el año 454: se convierte a su vez en magister militum en el dor, el representante del Imperio en la provincia. En 490 se rompen las relaciones
473. Pero Zenón, al enfrentar a los jefes ostrogodos unos contra otros, consigue entre los patriarcas de Constantinopla y de Alejandría, en tanto que el monofisis-
alejarlos hacia Italia. mo ocupa la sede de Antioquía, con el tercer patriarcado de Pedro el Batanero
A falta de un matrimonio en la familia reinante, León ha unido, por primera (485-489). En desquite, Zenón cierra la escuela de Edesa, centro de la doctrina
vez, las aclamaciones del ejército y el pueblo, con la imposición de la corona por nestoriana, cuyos maestros se exilian a Persia. Este hecho contribuye a precisar
el patriarca de Constantinopla, recientemente designado por el concilio de Calce­ un poco más la división religiosa.
donia (451), en paridad con la sede de Roma. S,e perfila entonces en torno al Por su parte, la Palestina central está agitada por la rebelión de los samarita-
trono el esbozo de una constelación familiar, y de una mediación de las mujeres. nos, antiguos fieles de un Pentateuco gemelo del de los judíos, trazado en un
León casa a su hija mayor, Ariadna, con un hijo de Aspar, el isáurico Zenón, alfabeto propio, y de un santuario situado en el monte Gerizim. En 456-457, en
que le sucede el 474. La viudad de León, Verina, interrumpe este reinado al año Neápolis (Nablus), su centro, samaritanos y simpatizantes asesinan monjes mono­
siguiente, poniendo en el poder primero a su amante y después a su hermano fisitas instigados por el patriarca de Jerusalén. Hacia 484 estalla una revuelta sa-
Basiliscos; pero este último debe contar a su vez con su propia esposa, y luego maritana en Cesarea y en Nablus, con un intento de usurpación, que se repite
con su sobrino, amante de ésta. Zenón vuelve a tomar el poder en el 476 y lo en 529. Este mismo año, un decreto que reprime su culto provoca un levanta­
conserva hasta su muerte, acaecida el año 491. miento campesino, que es masivamente samaritano, y lleva al poder a un tal Ju­
La solución del problema ostrogodo en los Balcanes y la desaparición del Im­ liano. La revuelta alcanza la ciudad, a Nablus, a Esquitópolis (Beth-Shean), don­
perio de Occidente en el 476 favorecen un nuevo equilibrio, abiertamente orien­ de la población está mezclada y donde los rebeldes incendian bienes e iglesias.
tal, en que los montañeses isáuricos ocupan un lugar destacado, hecho del que Cien mil hombres, según Procopio, habrían perecido en el curso de los aconteci­
la ascensión de Zenón y su entorno son la mejor aunque no la única prueba. La mientos; sea como sea, los propietarios, cristianos, se quedaron sin campesinos
turbulencia de los isáuricos era atestiguada ya en el siglo u, así como su crónica y solos frente al fisco. Los judíos, numerosos en Palestina, participaron en el mo­
insumisión. La segunda mitad del siglo v es, a todas luces, uno de sus momentos vimiento samaritano. Aún en 555, unos y otros se desatan en Cesarea contra los
culminantes. Antes incluso del advenimiento de Zenón,- entre el 467 y el 470, se cristianos, matan, entre otros, al gobernador y destrozan las iglesias.
señalan sus violencias en Rodas, donde cometen raptos y homicidios, mientras la Muerto Zenón en 491, a causa de una enfermedad, su viuda elige como em­
población de la capital les arroja piedras y mata a algunos de ellos. perador a un funcionario de palacio ya sexagenario, el silenciario Anastasio, al
tiempo que lo toma por esposo. Anastasio comienza por llevar a cabo una guerra
de pacificación contra Isauria, que no acaba hasta el 498. La hora política de los
isáuricos parece concluida; pero volverá a sonar. Por lo demás, Anastasio se de-
158 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

DINASTIA TEOOOSIANA

íeodosio I el Grande
379-395

Arcadio Honorio
primer emperador de Oriente primer emperador de Occidente
395-4Q8

Teodosio II
408-450
Marciano
cuñado
450-457

DINASTIA LEÓNIDA

León i
electo
457-474

León II
nieto y asociado Basilisco
enero 474-novlembre 474 cuñado de León l
Zenón enero 475-476
— primer marido ------------------.
de Ariadna J
hija de León! ¡
noviembre 474-475 Anastasio I
segundo marido de Ariadna
z enfin 491-51S
(de nuevo)
476-491

DINASTIA JUSTINIANA

Justino I
electo
518-527

Justiniano I el Grande
marido de Teodora
sobrino
527-565
I
Justino ll
sobrino
565-578
I
Tiberio II
adoptado
578-582
(
Mauricio
yerno
582-602

Focas
usurpador
602-610
C rwmm m u w p o i T ^ n
* * ‘9T H a . t...
LA GLORIA DEL IMPERIO 159

fine menos por su nacimiento en Dyrhachium (Durazzo), en el límite del mundo


latino, que por su carrera administrativa y por una estancia en Egipto. Con él,
el poder imperial permanece decididamente en el campo monofisita. Es apoyado
por Filoxeno de Mabboug, obispo de Hierápolis en el patriarcado de Antioquía,
de expresión siriaca, y uno de los grandes teóricos del monofisismo, y sobre todo
por Severo de Sozópolis, en Pisidia, griego de cultura y lengua, cuya aportación
e influencia desempeñaron un importante papel en la historia de la doctrina, y
que llegó a ser patriarca de Antioquía el año 512. En una palabra, Anastasio
mira hacia Siria, hasta el punto de acoger monjes severianos en la capital en 508,
y nombrar como prefecto del pretorio a Marinos de Apamea en 512. Sus relacio-
• nes con el patriarca de la capital fluctúan. Coronado por el patriarca Eufemio
mediante garantías respecto al credo calcedonio, Anastasio lo destituye en 496.
Su sucesor, Macedonio, que se mantiene fiel, como el emperador en principio, a
la línea oficial del henotikon, acaba por conocer la misma suerte: es exiliado en
511. Anastasio se atrae así la abierta y violenta hostilidad de la población parti-
diaria de Calcedonia, de la capital muy unida a su patriarca. En el otro extremo
del Imperio las opciones del emperador no consiguen la adhesión. Mientras que
la población de la capital se rebela contra una fórmula monofisita introducida en
la liturgia, y se saquea la casa del prefecto Marinos, los obispos calcedonios de
Iliria apelan al papa en 512. En 513, la rebelión de Vitaliano estalla en otro lugar
sensible del Imperio, Tracia. Vitaliano, conde de los federados, pariente del pa­
triarca Macedonio, arrastra consigue a sus soldados bárbaros descontentos, a los
que se añaden los campesinos de la región, y se pone en contacto con Roma. Su
tropa alcanza Constantinopla en tres ocasiones. En primer lugar, llega victorioso
en 514, e impone sus condiciones al poder central, aunque es derrotado en 515.
Pero la reticencia de una parte del episcopado balcánico en relación al monofisis­
mo no ha disminuido, a pesar de la represión. Y Roma se convierte en el horizon­
i te de esta reticencia.
¿Fue la alternativa de Anastasio el resultado de una convicción personal, de
las influencias intelectuales de las que acabamos de hablar, o bien se dejó llevar
hacia lo que se estaba convirtiendo en la cultura dominante de las provincias
orientales, que le parecieron en este caso más importantes que la adhesión de la
capital? Es prácticamente imposible responder a esta pregunta, pues la vida de
los emperadores, en esta sociedad, nos es menos accesible aún que la de los mi­
serables. Sea como sea, al término de su reinado, los patriarcas orientales, en su
conjunto, están separados de Roma. Pero el patriarcado ecuménico mantiene sus
reservas, el de Alejandría es decididamente monofisita, mientras que en Siria la
victoria del monofisismo no es total; en Palestina tampoco se ha producido, ya
que las masas de la provincia, en lugar de ser cristianas, seguían siendo, en im­
portante proporción, judías o samaritanas, mientras que, en consecuencia, el mo­
naquisino era fácilmente calcedonio o, tal vez, su origen tuviera otras influencias.
Pero en todas partes se libran luchas, en todas partes se pelean los monjes, inclu­
so en Siria, tanto de uno como de otro lado. En todas partes, en fin, salvo en el
caso particular de Palestina, o de personajes como Severo, la discrepancia doctri­
nal es de raíz lingüística, y por tanto social, en una medida aún no precisada.
■H
Pero fuera copto o sirio el monofisismo, y heleno el credo de Calcedonia, las
líneas del futuro ya están trazadas.
-A.
160 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA GLORIA DEL IMPERIO 161

Anastasio muere en 518, después de su esposa. La elección del sucesor se El siglo de Justiniano
hace esta vez también en el palacio, antes de ser confirmado con arreglo a los
usos, primero por el senado, luego por el pueblo y el ejército y, p o s te r io m ^ ^ Gracias a obras como éstas, y a algunas otras, el círculo de Justiniano y de
por el patriarca. Se hace cargo del poder el conde de los excubitores, J u s to s Teodora se presenta animado por figuras individuales. Por lo demás, es una ca­
originario de la región de Skoplje, en la Ilirica latina, y con más de sesenta años racterística de la época que el grueso de la literatura conservada, a excepción de
de edad. N o había tenido hijos de su compañera Lupicina, coronada a la sazón la hagiografía, proceda del medio de los gobernantes y funcionarios de la capital,
bajo el nombre de Eufemia, y muy rápidamente asocia al poder a su sobrino Jus- mientras que la de finales del siglo iv provenga de los retóricos y los obispos de
tiniano, nacido hacia 482. La misma situación volverá a producirse en 565, a falta las ciudades. D e manera que se lee en ellas a la vez tanto el relato de los acon­
de progenitura imperial: Justino II es un sobrino de Justiniano I. Sucesión impe­ tecimientos y de las medidas tomadas como la constitución de un modelo imperial
rial, pues, pero lateral. Y papel, una vez más, de una emperatriz, no en la suce­ cuyos rasgos, elaborados a partir de Constantino, si fijan entonces para el futuro.
sión ya que muere en 548, antes que su esposo, sino en el gobierno y el equilibrio El monumento de la legislación justinianea es un testimonio capital sobre este
del Imperio. Esta emperatriz, Teodora, nacida en la capital, hija de un guardián doble nivel, y otro personaje de la época aparece entonces en escena, el jurista
de osos del hipódromo, parece haber sido seenica, mujer del espectáculo, es de­ Triboniano, responsable de la redacción del Código justinianeo, publicado en 529,
cir, prostituta, y, por tanto, tradicionalmente prohibida a un hombre como Justi­ y del Digesto, publicado en 533, recopilación revisada, y declarada a partir de
niano, al que su función pública colocaba en la categoría de los iIlustres. La ley entonces intangible, del derecho romano. Posteriormente, el legislador expresa
que, en los años 520-524, flexibilizó esta prohibición estuvo claramente destinada en las Novelas leyes independientes, cuyos considerandos y decisiones jalonan la
a permitir su unión. La vida azarosa de Teodora la había llevado a través del evolución de la capital, de las provincias y de las tierras conquistadas. Si el Códi­
Oriente, que ella representa, en cierto modo, en la pareja pronto imperial, inclui­ go es aún un texto latino, a excepción de algunas leyes posteriores a 450, en las
das las simpatías monofisitas, mientras que el tío y el sobrino se mantuvieron en Novelas domina el griego ya que el pequeño número de textos latinos tiene un
una posición calcedonia, por razones aún no esclarecidas. destino occidental, Italia, África, Iliria. Por otro lado, el reinado fue bastante
largo como para constituir un ejemplo político, o al menos para imprimir un sello
decisivo al modelo en curso de elaboración a partir de Constantino. Este modelo
JUSTINIANO: EL ESPLENDOR está desarrollado en el discurso político, en el que el emperador dice estar inspi­
rado por el «amor de la humanidad», cuyas riendas ha recibido de arriba, y por
Con el advenimiento de Justiniano se abre la segunda parte del siglo, la más la presciencia de lo que es bueno para ella, de acuerdo con la voluntad divina.
dramática y la más brillante. La más famosa también. Todo el mundo ha visto El preámbulo del Digesto declara que no duerme jamás, y Procopio invierte cu­
las siluetas imperiales que caminan entré dignatarios en la procesión representada riosamente la imagen en su Historia secreta, en la que lo muestra, en efecto, in­
en los muros de San Vital de Ravena y conoce el perfume escandaloso del nom­ sensible al sueño, pero debido a su naturaleza demoníaca.
bre de Teodora, cuya participación en el poder supremo aparece, sin embargo, El poder justinianeo expresa también su esplendor en sus edificios y su deco­
menos insólita si se la ve desde la perspectiva de toda la serie de reinados impe­ ración, a lo largo de las provincias, y sobre todo en la capital, donde Justiniano
riales. D e hecho, en razón de la misma magnitud del poder justinianeo, la época hace erigir dos símbolos, un palacio y Santa Sofía. Al igual que el de Constanti­
ha suscitado gran abundancia de fuentes escritas o iconográficas, cuyos tópicos no, y los de los siglos ix-x , el Gran Palacio del siglo 1V lo conocemos imperfecta­
sobre la pareja no son más que la falsa quintaesencia. En primer lugar, un histo­ mente. Las excavaciones han sacado a la luz exquisitos mosaicos rurales de gusto
riógrafo oficial, Procopio de Cesarea, hombre de aguda y apasionada inteligencia helenístico, en los que puede verse un molino de agua junto a un río, imagen
que, después de los años dedicados a relatar las guerras y las construcciones del nueva en esta época. El encargado de los asuntos de Justiniano, el patricio Pedro,
soberano, escribe hacia 550, como movido por la impaciencia, la Historia secreta, recopiló por su parte los protocolos de las ceremonias de la corte de los siglos v
en la que se encuentra el famoso relato de la infancia y juventud de Teodora. La y vi, trabajo que sigue la misma línea de alarde ritualizado de la majestad impe­
obra proyecta, asimismo, una sombra sobre otros personajes, sobre Bellsario, el rial que conocemos por los fragmentos conservados en el Libro de las Ceremonias
gran general, sobre el prefecto del pretorio, Juan de Capadocia (531-541). De de Constantino VII, compuesto a mediados del siglo x.
igual modo, Juan el Lidio, nacido hacia 490, y durante mucho tiempo vinculado Santa Sofía, comenzada el año 532, consagrada en 537, de nuevo en obras en
a la prefectura del pretorio en Constantinopla, consagra a esta- ciudad el tercer 558 tras el hundimiento de la cúpula, y consagrada por segunda vez en 562, la
volumen de su Tratado de las magistratura del Estado romano, donde este virtuo­ iglesia de la sabiduría divina, fabulosa por la cantidad de dinero que costó y los
so y mediocre funcionario bosqueja cuadros de una violenta obscenidad para ata­ tesoros expuestos, se convierte y permanece como el corazón religioso del poder
car a Juan de Capadocia. imperial de Bizancio, no sólo para el emperador y la población de su capital, sino
para las naciones extranjeras. Las capitales de los Estados eslavos no se olvidarán
de ella. Bajo los 55 metros de altura de la gran cúpula, en el interior de los 77
metros de anchura desplegados debajo, el coro de Beauvais podría alojarse con

11. —FOSSIER, I
162 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d i e v a l , 3 50-950 LA GLORlA DEL IMPER10 163

holgura. Se fija así, y por mucho tiempo, el prototipo, desigual y gigante, de la patriarcado de Alejandría. Se apoya, por el contrario, en el principado árabe de
iglesia bizantina de planta central, torpemente asentada, casi poco agraciadamen­ Hira, fiel por su parte a sus cultos tradicionales. Pero una nueva expedición etío­
te echada sobre el suelo, pero cuyo interior, con el esplendor de los mosaicos, pe somete el reino rebelde, circunstancia de la que Bizancio se beneficia. Justino
f r e c e a Dios un cuadro cuyo poderío recordará el del príncipe. El hecho de que I consolida igualmente la posición bizantina en el Cáucaso. Según hemos podido
San Vital, en Ravena, Italia, fuera más pequeña o que San Apolinar siguiera el saber, tanto las expediciones como las operaciones de defensa se hacen, a partir
modelo de la basílica no es más que un rasgo regional: a l' también se establece de ahora, con las fuerzas propias del Imperio. Desde los años en que los isáuricos
el vínculo entre el emperador, presente en medio de sus oficiales, y el poder di­ se enfrentaban a la población de Constantinopla o de Rodas, en la víspera de su
vino. , ■ . guerra con el poder central, eran mencionados como temporeros en las obras de
El programa justinianeo se sustentaba en los términos de unidad, de romani­ construcción monásticas de Siria del norte. Tras la caída del reducto isáurico, son
dad y, también, de inmovilidad. El poder se esfuerza por eliminar todas las disi­ deportados a Tracia para reforzar la defensa de la provincia. Y desde el reinado
dencias en relación a una norma que es la del imperio cristiano. Se concibe como de León 1 constan como hombres de armas en las tropas privadas reclutadas por
nacido de una herencia, pero no abierto a ningún cambio. Memoria pero no pro­ los grandes propietarios para su estrategia patrimonial, y a veces entregados por
yecto, perpetuidad pero no futuro: esta posición, poco inteligible para una men­ ellos a los ejércitos regulares, en caso de necesidad. Estos bucellarii (‘comedores
talidad de hoy, explicaría en lo sucesivo las orientaciones de la política de Bizan- de bizcocho de soldado’) desempeñaron un importante papel en las guerras justi-
' cío. Así queda demostrado, por ejemplo, en la concepción legislativa: una vez nianeas; y no fueron sólo hombres de Isauria, sino también de Tracia, por ejem­
recopilados el Digesto y el Código, todo el material es destruido y todo comenta­ plo. Justiniano dispuso pues, a su advenimiento, de un ejército más provincial
rio prohibido de ahora en adelante. En realidad, paráfrasis y traducciones latinas que formado por bárbaros, aunque estos últimos no estuvieron jamás ausentes.
eludieron la prohibición, mientras que las mismas Novelas de Justiniano reflejan Su lugar es incluso preponderante en las expediciones de Italia e incluso (no nos
la presión de las circunstancias y atestiguan el inicio de las evoluciones prácticas. sorprendamos de ello) después de 540.
Aunque su lengua es a partir de ahora el griego, y el latín parece haber perdido Justiniano deja un modelo, un horizonte, en la tradición imperial de Bizancio:
su papel oficial, los contactos culturales no son interrumpidos, pues son también la restauración de la antigua unidad por la reconquista del Occidente. Llamado
contactos políticos, como lo manifiesta de Roma a Constantinopla la actividad de con motivo de los conflictos dinásticos, intervino en 533 ei! África, donde su ge­
los Anicios, una de las más importantes familias romanas de la época, con la que neral, Belisario, hizo una campaña triunfal, y en 535 en Italia, donde el mismo
quizá estuvo emparentado el papa Gregorio Magno. Pero la reconquista de Occi-_ general desembarca en Sicilia, pasa luego el estrecho de Mesina y entra en Roma
dente sigue siendo el gran proyecto histórico o, mejor dicho, cultural también, en 536 y en Ravena en 540.
de Justiniano. No se deben minimizar estos hechos, como se hace a menudo, porque tuvie­
ran una duración desigual. ¿Acaso el «triunfo» de Belisario en la antigua Roma
y la Uegada de los «romanos» hasta el Po no suponen la vuelta a la época de
Grandeza y límites de la «reconquista romana» Constantino? Faltaban aún la Galia e Hispania, es cierto. Pero aún había mucho
tiempo por delante. En estas expediciones es donde queda más de relieve la im­
Ya en el umbral de la época que estamos analizando, la intervención de León portancia de los bucelarios reclutados por millares y puestos al servicio de gene­
I en África con poderosos medios marca la vuelta a la gran política, ya que res­ rales como Belisario o Germanos, primo de Justiniano: signo al mismo tiempo
ponde no a una amenaza directa sino a una demanda del Imperio de Occidente de una cierta abundancia de hombres y del creciente poderío privado del que
en la víspera de su caída. Anastasio se limita a guerras inicialmente defensivas veremos otros rasgos en las campañas.
en el Cáucaso contra el pueblo guerrero de los zanos, parapetado en su refugio Pero si la memoria de Bizancio permanece en el Oeste, su historia presente
montañoso; en la frontera de Mesopotamia, con un importante esfuerzo de forti­ y futura está en juego en los Balcanes y a lo largo de la frontera oriental. Al
ficación, y, por último, en los Balcanes, donde, desde el reinado de Zenón, los principio del reinado, la guerra persa se lleva a cabo, con cierto éxito, en Meso­
eslavos «antas» y los «esclavenos», y elementos turcos ya designados como «búl­ potamia, en Lacica y, sobre todo, en Armenia. Está marcada por las grandes
garos», ejercen juntos una presión que se agrava bajo el mandato de Anastasia ofensivas del enemigó, que le llevan hasta Antioquía en 529, y sobre todo en
Por otra parte, la acción de Anastasio entre las tribus árabes de la estepa siriopa- 540, año en que la ciudad cae momentáneamente en su poder, y se rompe el
lestina intenta proteger a las provincias de sus incursiones, entonces muy activas, tratado concertado en 533. De 531 a 579, el trono de Persia está ocupado por
y dirigir su fuerza contra Persia. En este sentido, el emperador apoya la conquial Cosroes 1, cuyo reinado señala un gran siglo político y cultural, el de la Persia
del Himyar por Etiopía, que refuerza una cristianización venida de Alejandría, y sasánida que la conquista islámica ensombrecerá aunque sin conseguir borrarla.
por tanto monofisita. D e este modo queda despejada para los navegantes bizan­ Aquí también abundan los hombres y el dinero, ¿de plata tal vez? Es posible.
tinos la ruta marítima esencial que conduce de Eilath (Aila) hacia el golfo Pémic° Los pueblos bárbaros pululan alrededor de las dos potencias imperiales. Al norte,
y la India. El conflicto se vuelve a abrir bajo Justino 1, pues el rey de Himyar se Justiniano somete definitivamente a los zanos del. Cáucaso. Los «hunos» irrum­
pone de parte del judaísmo, lo que significa que rechaza la tutela de Etiopía y del pen en Asia Menor como hicieron bajo el mandato de Anastasio, pero sobre
i W &f. L A G L O R IA D E L IM P E R IO 165
164 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

El peso de los hombres y del oro


todo, al controlar las rutas continentales de la seda china ejercen presión sobre
Bizancio y sobre los persas, cuando no son mercenarios de los unos o de los
Es evidente que no poseemos cifras demográficas seguras, o mejor dicho, es­
otros. Los «búlgaros» se hacen fuertes en los Balcanes y asolan en 540 Tracia y,
. tirnaciones globales posibles a través de las cuales poder apreciar los datos que
Macedonia. En cambio, Bizancio consolida en su beneficio y contra Persia la con­
rebuscamos en los documentos: número de monjes de un monasterio, o de los
federación de las tribus al mando de los gassaníes, que establecen en la estepa
contribuyentes de una aldea, efectivos de un ejército proporcionado por un escri­
siria su centro, Sergiópolis (Resafa), la ciudad de san Sergio, mientras que los
to bien informado, etc. La arqueología sugiere las variaciones de población de
lajmíes están a la cabeza de una organización similar que lucha en favor de los
un territorio, pero las investigaciones en este sentido son aún insuficientes. Lo
persas. Finalmente, en el sur, Justiniano prosigue la acción diplomática, evange-
que sigue es, pues, una pura suposición, simplemente justificada por el deseo de
lizadora y militar que constituye la política exterior de Bizancio, por una parte ■'
explicar lo mejor posible el mayor número de hechos. Es cierto que el siglo iv y
hacia Nubia, por otra, y siempre, en las inmediaciones del mar Rojo, de la ruta
la primera mitad del siglo v no conocieron desequilibrios ni catástrofes de gran
marítima bloqueada por Etiopía y el Himyar.
El punto de inflexión militar se sitúa un poco antes, según parece, que el fi­ envergadura. Y esto fue suficiente para que la población creciera, a pesar de la
. mortalidad infantil y estacional, del hambre frecuente y de la alimentación insu­
nanciero y social, lo que hará del primero una causa del segundo. Ya en 540, la
reconquista occidental va perdiendo fuerza. En África, una insurrección bereber ficiente, de una salud pública deficiente. Se ve por las tumbas familiares que los
amenaza lo adquirido entre 544 y 548. En Italia, el nuevo rey de los ostrogodos, matrimonios provinciales rebasaron a menudo el umbral del nacimiento de cuatro
a seis niños. Ahora bien, una sociedad cuya productividad era a la vez poco elás­
Totila, comienza en 541 una resistencia que se prolongará hasta 555. En 552, sin
embargo, Bizancio emprende una guerra en Hispania con motivo, allí también, tica y fuertemente tributaria de la energía humana debía acusar muchas más os­
de un' conflicto a la vez dinástico y religioso que le entrega una parte de la penín­ cilaciones de las que nos muestran las cifras. Los factores negativos podrían ser
las sangrías catastróficas, por un lado, y por otro, ese segundo fenómeno que
sula. En 561, la conquista de Italia se consuma en los Alpes venecianos. El mismo
abarca pero sobrepasa al primero, una alarmante disminución del número de pa­
año se concierta un tratado por diez años con Persia. En los Balcanes, la presión
se agrava después del 544, se desencadenan otras oleadas que cambian las cir­ rejas genitoras.
cunstancias políticas: los hunos cutrigures, los «búlgaros» que tienen bajo su man­ Esta dismunición pudo tener causas demográficas. U n ¡ de ellas, de primera
do a los «esclavenos» asolan cada vez con más intensidad Tracia y amenazan la magnitud, fue la peste. La enfermedad bubónica está descrita en los textos médi­
capital, de la que los hunos alcanzan ya la periferia. En 558 llega a Constantino- cos, pero no identificada en la historia del alto Imperio, donde dos graves epide-
pla la primera embajada de otro pueblo turco, los ávaros, que acampan en el IDJas, a finales del siglo ii y a mediados del m, son difíciles de definir exactamen­
Danubio en 561. Esta serie de incursiones, de batallas y de negociaciones que te, aunque podrían haber sido viruelas. En cambio, cuando la peste irrumpe a
ocupan los diez últimos años del reinado de Justiniano marca de hecho el princi­ finales de 541, procedente de Etiopía a través de Egipto, Procopio y otros histo­
pio de una nueva época en esta parte del mundo' riadores la describen con una precisión que prueba su novedad. En la primavera
de 542, llega a Constantinopla y asola el Imperio tanto como Occidente. Una ley
de marzo de 544, que prescribe la vuelta a salarios anteriores, la declara acabada.
JUSTINIANO: LAS DIFICULTADES Aunque, de hecho, permanece amenazante, y la historiografía la menciona aquí
y allí, en 557-558, 572-574, 590, 599, e incluso en el siglo vil. La epidemia de
Los tiempos no son homogéneos de 457 a 565. Un primer período, que se 541-544 causó sin duda grandes estragos, amplificados por la perturbación social
puede cerrar en 518, acumula en algunos decenios, y simultáneamente, las gue­ que comportó, y que repercutieron en las pérdidas de hijos de las generaciones
rras lejanas o provinciales y las turbulencias urbanas, un formidable auge monás­ futuras. La década abierta por la peste estuvo, por lo demás, marcada por otras
tico y un progreso de las construcciones de todo tipo; una evolución que va acom­ calamidades, en particular una epizootia catastrófica en 547-548. Todo el reinado
pañada de modificaciones de las formas fundamentales de la sociedad y de la pro­ de Justiniano estuvo salpicado de frecuentes épocas de hambre. ¿Es preciso ver
ducción. Un lento aumento de la población durante el siglo v, que alcanza hacia aquí los signos de un período de sequía, de la que también sería un indicio la
450-460 un umbral de presión demográfica, explicaría bastante bien tal concomi­ creciente agresividad de los nómadas en los caminos orientales? Es posible. Pero
tancia, siempre que estuviera apoyada en una abundancia de efectivos, oro funda­ también puede pensarse que el alcance, en cualquier caso muy grande, de los
mentalmente, instrumento de la política interior y exterior. Esta actividad histó­ estragos de la peste y el hambre está en correlación con una población llegada a
rica es paralela a una rigidez social.' Los signos de actividad y rigidez se hacen un grado de densidad elevado en relación a los recursos, al término del lento
indiscutibles con Justino I, y con Justiniano: más concretamente, a partir de 550 ascenso supuesto anteriomente que cesa después de 550. Sin embargo, también
se hace patente una ruptura. el declive será lento. Pues implica causas sociales del desequilibrio demográfico
y de carencia de procreación, claramente visibles desde 450-460, y que llegan a
su máxima expresión bajo el reinado de Justiniano, pero cuyo efecto sigue siendo
acumulativo, a medio o largo plazo. Si se ponen aparte las empresas militares, y
166 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350 -9 5 0 LA GLORIA DEL IMPERIO 167

el problema de las regiones constantemente expuestas a los bárbaros, estas causas La efervescencia de la ciudad
se inscriben en los tres espacios definidos más arriba, el desierto, el campo y la
ciudad, y en la relación que existe entre ellos. Las volveremos a encontrar, pues, Los conflictos urbanos se recrudecen en gran medida desde 450, sobre todo
en la historia social del período. en tiempos de Justiniano, planteando un problema de historia demográfica, polí­
La historia militar, la historia interna de la ciudades, de los monasterios o de tica y social. Sin lugar a dudas, la población relativa de las ciudades aumenta. La
las construcciones no es posible sin una abundancia de moneda de oro que la arqueología nos lo prueba de Alepo a Jerusalén. Y los textos muestran que este
financie. La guerra vándala de León I, la edificación del complejo monástico del aumento no es saludable. Se va a la ciudad huyendo de las dificultades sociales
Monte Admirable, al norte de Antioquía, bajo el mandato de Zenón, son los del campo, y a la capital porque se busca refugio frente a los problemas de las
primeros ejemplos. Pero son las medidas financieras y fiscales de Anastasio las ■ ciudades provincianas. Las Novelas de Justiniano, preocupadas por contener el
que se llevan la palma, después de estos primeros gastos también elevados. El movimiento, torrencial a partir de 530, nos proporcionan buena información so­
emperador suprime en 498 el impuesto en oro y plata recaudado en concepto de bre el particular. Los que llegan son a menudo víctimas a la vez de los hacenda­
bienes y servicios, incluida la prostitución, mientras que declara que el impuesto dos, del fisco y de la justicia corrompida de los gobernadores. Sin olvidar, por
sobre los campos se ha de cobrar en oro. Por otra parte, crea una moneda fuerte supuesto, el vagabundeo puro y simple, la inestabilidad de los pobres, la inquie­
de bronce, el follis, destinada a las más importantes de las pequeñas transaccio­ tud que arroj a a los caminos y a las calles a esos «monjes errantes» que los cáno­
nes, a fin de revalorizarlas y de aliviar el circuito del oro. Finalmente, vuelve a nes no cesan de condenar sin éxito; ni tampoco la atracción que arrastra hacia
poner orden en el sistema de aduanas y en el de los pagos a losfuncionarios, o algún reputado santuario como el de Monte Admirable, o hacia Tierra Santa. La
al menos se esfuerza, antes de muchos otros, en prohibir los aumentos practica­ ciudad sólo puede responder muy parcialmente a esta tendencia. Proporciona tra­
dos por estos últimos. Pero el follis no cesa de depreciarse en términos de cambio bajo en la construcción de edificios, cisternas o murallas, o en las obras públicas,
con el oro, a pesar de una medida de recuperación tomada por Justiniano en 529. pero muy poco ya que los que llegan ofrecen una fuerza de trabajo sin cualifica-
Las dotes de las jóvenes de las provincias, los tesoros de los monasterios, las ren­ ción. Por el contrario, el trabajo cualificado del artesanado parece escasear, quizá
tas constituidas en su beneficio, los donativos que se les hacen son valorados más al haber conseguido su estabilización frente a una creciente demanda. Las asocia­
que nunca en oro, mientras el ahorro de los trabajadores pagados diariamente lo ciones artesanales tienden, en efecto, a convertirse en grupos de presión, defen­
es en bronce. sores de un monopolio, o al menos de una posición de fuerza. Ya en 459, un
Frecuentemente se ha pensado que el oro del Imperio se consumió durante proceso grabado en piedra publica en Sardes las disposiciones relativas a los liti­
los siglos v y VI a causa de los tributos pagados a los bárbaros, las compras en gios y rupturas de contrato entre los artesanos de la construcción, los miembros
el exterior, las especias llegadas de la India, la seda china conducida a través d e ' de la asociación y sus empleados. Una novella de 538 propone condiciones venta­
Persia y los mercenarios escandinavos, aunque la exportación de metal fue oficial­ josas a los hortelanos que hagan fructificar los terrenos situados alrededor de la
mente prohibida. Los hallazgos de sueldos, de Sfaecia a Ucrania, parecen confir­ capital. Por las mismas fechas, Justiniano concede, o más bien vende, a las aso­
mar esta hipótesis, y es cierto que, según el testimonio del ya citado mercader ciaciones de la capital una situación de monopolio, incluso ante la peste, que pro­
Cosmas, el sueldo de oro bizantino fue más importante que la moneda de plata voca un aumento excesivo de todos los salarios, atestiguado por una novella de
persa hasta en el mercado de Ceilán. Pero una parte del oro pagado a los bárba­ 544. En 539, se dota a la capital de un magistrado especial, el quaesitor, que re­
ros o a los mercenarios tal vez volvía a entrar en el Imperio a través de compras. cibe la misión de controlar a los recién llegados, de expulsarlos si su estancia no
El problema de la seda se solucionó con la introducción del gusano en el Imperio está justificada, o de emplearlos en las obras públicas y en las panaderías. Esta
hacia 553 o 559. Posteriormente, las reservas de oro se renovaron por el metal ley hace alusión al peligro de criminalidad, mientras que otra denuncia los perjui­
de las minas del Sudán, pero sobre todo por la constantemente posible conversión cios de los proxenetas que amenazan en la ciudad a campesinos aún niños. A
de los objetos atesorados por el palacio, los poderosos y los establecimientos re­ falta de trabajo, los que llegan buscan una ayuda. Mientras los inmuebles de
ligiosos. Por fin, el gobierno de Justiniano usa y abusa de los procedimientos tra­ Constantinopla y Alejandría conservan para sus habitantes de derecho el privile­
dicionales: venalidad de los cargos; creación de un monopolio en provecho de las gio de los «panes públicos», la beneficencia es de ahora en adelante una atribu­
corporaciones de la capital, que ellas le pagan; monopolio imperial sobre la seda ción de la Iglesia. Esclavos y colonos prófugos, deudores del fisco, pleiteantes
sin trabajar cuando era aún importada; confiscación de los bienes de los paganos desafortunados se refugian en el recinto de asilo, malviviendo en espera de días
y herejes del Asia Menor, en particular; incremento de la extorsión fiscal, cuyos mejores. Los campesinos, los errantes, los inválidos de cualquier tipo piden soco­
medios hemos descrito; retraso en la paga de los soldados, mientras que algunos rro a los establecimientos de caridad, que se multiplican en las grandes ciudades,
oficiales, tal como nos consta, omiten a sabiendas el tachar a los difuntos en las y están al cuidado de monjes y, cada vez más, construidos y dotados por los em­
listas. Todas estas presiones parecen acumularse a partir de 540, en el mismo mo­ peradores. Algunos ofrecen un verdadero servicio hospitalario. Todos distribuyen
mento en que la peste y diversas calamidades afligen a la población. alimentos, al menos durante las fiestas. Las asociaciones piadosas laicas aportan
también su ayuda, recogiendo a los indigentes vivos o muertos.
Este movimiento de población provoca necesariamente un problema político
168 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA GLORIA DEL IMPERIO 169

que la institución ciudadana tradicional es incapaz de asumir, pero que se mani­ El decaimiento campesino
fiesta por el recrudecimiento de los tumultos. En efecto, es significativo que las
causas explícitas no sean otra cosa que reivindicaciones materiales. Sin duda, las Mientras que las ciudades crecen desmesuradamente, sobre todo las más gran­
dificultades de abastecimiento, las gestiones poco eficaces, las medidas impopula­ des, los campos no se vacían. Pero aunque la organización aldeana permanezca
res provocan una agitación violenta, incendios, lanzamiento de piedras a las auto­ inalterable, bajo una forma que recorre los siglos, el desarrollo de la dependencia
ridades, muertes de hombres; incluso se llegan a matar unos a otros alrededor patrimonial y el auge de monasterios productivos en ciertas regiones, Siria del
de los puntos de agua en períodos de sequía. Pero la «agitación de los pobres» norte, Mesopotamia, alrededores de Jerusalén, introducen importantes modifica­
en Constantinopla el año 533 contra una «brusca devaluación de la calderilla» ciones. En efecto, el dominio evoluciona menos como explotador directo que
constituye un caso excepcional. Y cuando el demos de Antioquía se subleva en como recaudador de rentas y, sobre todo, como poder que privatiza en su bene­
540 ante la proximidad de los persas porque «busca la revolución», hace pensar ficio el poder público, su orden, su exigencia fiscal, a menudo a partir de una
que la motivación social está sin duda alguna recubierta en la conciencia de los delegación. Tenemos testimonios de tropas, policía y cárceles privadas fundamen­
actores por una espera de tipo escatológico. En cambio, se consideran caracterís­ talmente a partir de 450. Constituyen un orden que es a veces el de la propiedad
ticas las refriegas entre confesiones o los asaltos contra los isáuricos. Las reyertas legítima, y a veces el de una extensión abusiva de ésta por medio de la práctica
callejeras contra los judíos se multiplican en Alejandría y otras partes. La única del patronazgo, ya sea impuesto o voluntariamente aceptado. Los bienes de los
respuesta de la institución consiste en aumentar y estructurar el papel de las fac­ Apiones, en Egipto, cuyos archivos poseemos, son en el siglo vi un pequeño Es­
ciones en el hipódromo. tado dentro del Estado. A fin de cuentas, la actitud del poder central es ambigua,
Recordemos que el simbolismo de los cuatro colores, pronto reagrupados en pues se halla dividido entre una exigencia fiscal frustrada y una solidaridad natu­
dos, el Azul y el Verde, y el del hipódromo, imagen del mundo donde reina el ral con los grandes propietarios —a cuya cabeza se sitúa el propio emperador,
soberano, se remonta al siglo iv , al menos en nuestra historia, pues sus antece­ como se recordará-, entre los que se cuentan también las iglesias, como las de
dentes son aún más antiguos. El papel de estas facciones se afirma sobre todo en Alejandría, cuya forma de riqueza es la base del poderío social y político por
el siglo v, y más concretamente a partir de Anastasio, antes de eclipsarse a prin­ excelencia tal como se entendía entonces. Asimismo, las Novelas de Justiniano
cipios del siglo v ii o, mejor dicho, de quedar reducido desde entonces a un apa­ lamentan, después de 530, que la prosperidad de las aldeas montañesas desafíe
cible componente del simbolismo oficial. Sus miembros de plena dedicación cons­ al poder público.del que las sustrae alguna protección local, a punta de cuchillo,
tituyen a la vez la milicia ciudadana, que trabaja y hace guardia en las murallas, se entiende. El poder central se esfuerza, pues, en vigorizar el orden público reu­
y los interlocutores del diálogo ritualizado con el soberano en el hipódromo. Apa­ niendo es una sola mano los poderes civiles y militares tradicionalmente separa­
recen estructurados, con un comandante, un administrador, un consejo, un porta­ dos, esbozo del sistema que se generalizará más tarde. Por otra parte, bajo Jus­
voz y un cierto capital. Los Verdes tienen patronos conocidos. Pero la actividad tiniano y Justino II, se multiplican las concesiones de autonomía fiscal dentro de
de las facciones no se limita a la capital, ni al espectáculo, ni está encerrada en los limites de un dominio en que los agentes del fisco no pueden entrar y cuyo
el hipódromo, donde se pone de relieve el pueblo antiguo frente al poder impe­ propietario recauda y abona el impuesto, lo que equivale a reconocerle una par­
rial. El Azul y el Verde se enfrentan en peleas que llegan también a la calle, cela de la autoridad pública y un poder de deducción fiscal sin limitación externa.
intervienen en la efervescencia de variadas circunstancias y, si se tercia, contra A la pesada carga campesina se añade aún la parte correspondiente a la Igle­
el propio emperador. El episodio más significativo a este respecto es la célebre sia, fundada sobre otra relación de poder. Nos encontramos aquí con ofrendas
sedición Nika («¡Victoria... !») que en 532 pone en peligro a Justiniano, y que es voluntarias, regulares u ocasionales, aunque también con alguna que otra extor­
desencadenada por las dos facciones a raíz de una represión motivada por los sión practicada por el sacerdote rural que niega los sacramentos a quien no los
excesos de los Verdes. Si hemos de creer a Procopio, por estas fechas, y tal vez quiere pagar. La punción se hace en el marco del sistema de creencia. Por lo
por velada instigación de Justiniano antes de su advenimiento, las facciones y sus demás, allí donde la iglesia es privada, lo que es frecuente en Egipto, estas entra­
«jóvenes» se convirtieron abiertamente en organizaciones de bandolerismo, ro­ das específicas corresponden a la renta patrimonial.
bando, violando, matando por encargo. Su movilización no está ni mucho menos Se adivina a partir de entonces una condición campesina desigualmente dura
vinculada al incremento del número de pobres y desarraigados. Se reclutan, por según las regiones y los momentos. Los campesinos del Asia Menor son abruma­
el contrario, hasta en las buenas familias. Y toda la ciudad de la Antigüedad que dos, después de 545, por la conjunción del estrago demográfico debido a la peste,
toca a su fin está sin duda ahí, en esta delegación de todos los antagonismos, en de la creciente exigencia fiscal y de una serie de malos años. Los de Tracia sopor­
esta cristalización formal de la violencia latente sustentada por las condiciones de tan en progresión creciente agresiones de los bárbaros cada vez más duras. El
la vida urbana. poder central reprime las disidencias religiosas regionales, las samaritanas de Pa­
lestina, las heréticas y paganas del Asia Menor, a fin de conseguir la unidad ideo­
lógica y sacar a flote el tesoro por medio de las confiscaciones. Estas disidencias
tienen importantes cimientos campesinos. Sin embargo, sí se observan las resis­
tencias violentas, como las de los samaritanos, los asesinatos y muertes volunta-
170 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-9 5 0 LA GLORIA DEL IMPERIO 171

rias entre los heréticos, o cómo los campesinos tracios engrosan en 513 los efec­ El movinúento de las fundaciones monásticas se inscribe con bastante claridad
tivos de la tentativa de Vitaliano, no se observan revueltas campesinas propia­ en ese gran siglo que transcurre entre 457 y 565. Así, la cruzada confiada al obis­
mente dichas. La sociedad campesina reacciona descomponiéndose. No a través po monofisita Juan de Éfeso en 542-543, se salda con la colonización monástica
del bandolerismo, que es una actividad normal en regiones como Isauria, sino de las tierras confiscadas a los paganos del Asia Menor. Las fundaciones disminu­
huyendo. La familia se desmembra, la tierra queda abandonada, el campesino se yen considerablemente a partir de 550, al mismo tiempo que la presión humana,
deshace de su carga cuando se ve agravada por cualquier poder que exceda los como puede pensarse, y los recursos financieros. Sin embargo, los monasterios
límites de lo soportable. El campo envía sus hombres a la ciudad, por medio del existentes tardaron siglos en extinguirse, cuando no sobrevivieron hasta nuestros
ejército reclutado por los grandes y, sobre todo, indudablemente, al campo y al días, como San Sabas, Santa Catalina del Sinaí, acabado de construir hacia 556,
convento. y algunos otros, que mantienen la presencia histórica del helenismo bizantino en
países donde prevalece el cristianismo oriental y el

inundo de IrJS ¿nonjes u le T ?


El fracaso religioso
-'Y"1rvimos más arriba lo que era el desierto, y también cómo se dejaba el mun­
do por la soledad, de uno en uno o de dos en dos, del artesanado eremítico, o ■ La prosecución de la reconquista no consigue devolver al papa el lugar emi­
por la vida comunitaria. Hemos mostrado también el auge monástico urbano vin­ nente, en el sistema del mundo, que había tenido la antigua Roma. Es la nueva
culado a la beneficencia. Pero esta época se caracteriza ante todo por un gran Roma quien tiene el poder. Tras la reconciliación llevada a cabo al principio del
desarrollo de las comunidades fuera de las ciudades a través de dos modalidades: reinado de Justino I, el papa sigue siendo un posible árbitro, una referencia que
la laura (lavra) y el convento (koinobion). La laura se basa en una fórmula semi- Justiniano se esfuerza por obtener en su búsqueda de un compromiso capaz de
comunitaria: hábitat individual, patrimonio común, reuniones los fines de semana resolver la cuestión monofisita y que él estudia en virtud de la competencia dog­
y dirección material y espiritual de uno solo, el higumeno (‘el conductor’). El mática del emperador. En este campo de la unidad religiosa alrededor de un cre­
funcionamiento del modelo está descrito en la Vida del más ilustre de los monjes do imperial, Justiniano tiene un éxito desigual. Los monofisitas representan una
palestinos, Sabas, muerto en 532, cuya fundación perdura hasta nuestro días. Es­ coherencia cultural, demasiado fuerte, convertida ya en nacional, con dos polos,
tablecida en un terreno árido como, por ejemplo, el desierto de Judá, una laura el sirio y el copto, como para hacerlos volver al seno de la ortodoxia. Sin embar­
se limita a la producción artesanal, pero se apoya en un «huerto», en este caso go, un conflicto doctrinal divide entonces Egipto entre Severo de Antioquía, que
a orillas del mar Muerto. A sus recursos propios se añaden las ofrendas de dine­ está allí refugiado, y Juliano de Halicarnaso, cuyos puntos de vista radicales sobre
ro, que permiten particularmente la adquisición o la construcción de inmuebles: el sufrimiento y el cuerpo de Cristo hacen mella en muchos monjes. Justiniano
Es así como Sabas construye su laura y adquiere bn Jerusalén locales para el hos­ interviene estableciendo, en primer lugar, una jerarquía calificada, todavía hoy,
pedaje de sus monjes. Esta fórmula se desarrolla en la zona árida de Egipto y de de melkita (‘del soberano’), de acuerdo con su propia doctrina. Efrén, que ocupa
Palestina. En las regiones susceptibles de producir, en Egipto, alrededor de Be­ la sede de Antioquía de 527 a 545, es un alto funcionario, conde de Oriente.
lén, en Siria del norte, en Mesopotamia, se multiplican los establecimientos co­ Igualmente, Apolinar, patriarca melkita de Alejandría de 551 a 570, es un dux
munitarios, productores de trigo, vino o aceite de oliva. Las excavaciones mues­ (comandante militar). El poder central tiende a conferirle una autoridad total so­
tran, en este caso, un hábitat colectivo. Estos establecimientos ejercen también bre la provincia. Por su parte, la Iglesia monofisita adquiere una nueva y durable
una función caritativa y hospitalaria que puede llegar a ser primordial si están fisonomía bajo el impulso de Jacobo Baradai, llegado a Constantinopla hacia el
situados en un eje de circulación importante. Constituyen la fuerza monástica tan-. año 528, miembro del círculo monofisita protegido por Teodora, y ordenado gra­
to los de calcedonios de Palestina y Antioquía como de los monofisitas de Egipto, cias a la influencia de ésta como obispo de Edesa en 541. Esta dignidad le permite
y Mesopotamia. Reciben ofrendas en dinero, ya sea al contado o en forma d e­ renovar, hasta su muerte acaecida el año 578, un clero que estaba en vías de
í s t a s que aseguran su actividad y su desarrollo. Sus tierras, como todos los bie-' extinción y que tomará a partir de entonces hasta nuestros días la denominación
nes de la Iglesia, son inalienables y a veces proceden de un desmonte. Los línútes de jacobita. La confederación tribal (filarquía) de los árabes de Siria y las misio­
de asilo puestos en el campo de Sirio o de Panfilia sugieren una forma de la atrac­ nes que remontan el Nilo hacia Sudán se suman al peso político del monofisismo,
ción que podían ejercer estos monasterios. La Vida de Simeón Estilita el Joven, cuya floración intelectual en e! dominio sirio es entonces brillante, como lo ponen
muerto en 592, describe a los obreros, a veces venidos^ de lejos, los enfermos cu-' de manifiesto la historiografía de Juan de Éfeso y la filosofía mística de Esteban
. rados que ofrecen su mano de obra ya que el dinero no es aceptado, el taller de­ bar Sudaili, entre otros. En estas circunstancias no tiene ninguna posibilidad de
construcción siempre abierto, cuya importancia han confirmado las excavad°nes éxito el compromiso propuesto por Justiniano en 543 o 544, consistente en conde­
de Monte Admirable, cerca de Antioquía. Pero ya en esta época también algunos nar «tres capítulos» extraídos de las actas del concilio de Calcedonia. Ni unos ni
monasterios se comportan como hacendados, es decir, como recaudadores de­ otros lo aceptan, aunque el papa Vigilio es convocado por este motivo a Constan-
rentas. ’ tinoplk, ciudad a la que llega en 547, en plena campaña bizantina de recon-
172 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
LA GLORIA DEL IMPERIO 173

quista. El balance del reinado en relación a los monofisitas es, pues, nulo. Si bien El MOMENTO CRUCIAL DE UNA ÉPOCA: 565-610
es cierto que la sede de Alejandría sigue en manos de los calcedonios tras A po-.
linar, que se sirvió de la violencia y la persuasión, ni el campo m los monjes la
Un importante reinado se acaba a mediados de 565 con la muerte de Justinia-
apoyan. La situación es similar en Antioquía y en Sin a, en tanto, según parece,
no y otro inicia su andadura en 610 con la llegada al poder de Heraclio. Entre
el monofisismo progresa en la capital hacia el final del remado. La victoria del
. estos dos fechas no se produce ninguna ruptura. El curso de la historia íntima
Islam, o más exactamente, la derrota de Bizancio en Siria y en Egipto, quÍ2a per­
contmim en la misma dirección, incluso se acelera bajo la presión del imperio
mite leer ya entre líneas en esta historia. ■
persa y de los bárbaros de los Balcanes, y conduce hacia otra Bizancio al empe­
La misma observación se puede hacer con respecto a los judíos, :Uectados porj
rador y a su Iglesia, a la capital y sus provincias. La transición política, cultural
incapacidades civiles, pero cuya religión no estaba sin embargo prohibida, aunque
y militar abierta en 565 prosigue, en realidad, hasta 615-620, pero su importancia,
sí los matrimonios con ellos y las conversiones al judaismo. S igien d o el principio
a pesar de ser grande, no radica en la persona de los soberanos. Sólo en aras de
de su competencia imperial, Justiniano interviene en un debate que divide las
la claridad del relato comenzaremos por estos últimos.
comunidades judías,-y que, sin duda, incide en su relación con el Imperio. En
efecto, los judíos de este tiempo están divididos entre la tradición griega, herede­
ra del judaismo alejandrino, y la corriente rabínica, basada en la exegesis en len­ E l fracaso de una política dinástica
gua hebrea y aramea, y, en el siglo VI, en las florecientes juderías de Persia. El ■
Talmud de Babilonia quedó cerrado, según parece, hacia 500, pero la exegesis ■
A1 igual que Justiniano después de Justino 1, Justino 11 es el hijo de una her­
prosigue. En otras palabras, por un lado está la cultura clásica, fundamentalmen­
mana del emperador precedente. Su esposa, Sofía, es partícipe del poder imperial
te la filosofía griega, y por otro, un monumental conjunto de tradiciones, en que
como muestra su presencia en las monedas. Sumido en una enfermedad mental
la cultura imperial no está ausente, bajo formas menos refinadas por lo demás,
desde ^574, Justino II piensa como nuevo César en el tracio Tiberio, conde de los
pero que dominan la profundización de la jurisprudencia y de las ideas religiosas,
excubitores, elegido en el palacio como Justino I lo había sido por Anastasia, y
que conferían a los judíos en el conjunto una creciente particularidad. Asi, la no-
: lo adopta. Tiberio le ¡mcede a su muerte, acaecida en 578. Tiberio muere a ’su
vella de 553 autoriza la lectura litúrgica de la ley en griego, preferentemente en
vez en 582, tras haber designado como sucesor al capadocio Mauricio, también
la traducción llamada de los «Setenta», y prohíbe el uso de los comentarios de
él conde de los excubitores, y más tarde comandante supremo en Oriente (magis-
los rabinos, lo que apunta a una limitación de la norma aparentemente más cer.
ter militum per O rim um ) en la guerra contra Persia; Mauricio se casa con la hija
cana a la antigüedad judía, pero también a la cultura imperial cristiana y, por
de Tiberio, Constantina. La pareja tendrá numerosos hijos, como un avance del
tanto , la más cercana a una eventual aproximación. La acogida dada por los ju­
tipo de famila imperial de los próximos siglos, en contraste con los emperadores
días de Oriente primero a los persas y después a los árabes mostrará que su his­
sin descendencia directa del sigl° que se acaba. Sin embargo, Mauritio no es el
‘ » toria también iba en ese sentido. 1 '
fundador de una dinastía: su reinado está jalonado de conflictos entre facciones
La sangrienta represión de los maniqueos desde el inicio del reinado y, en la.
cuya violencia toma las proporciones de una guerra civil; además, tal vez, fuera
misma época, de la antigua herejía montanista de Frigia, por conductas subversi­
herético. En todo caso, a pesar de su esfuerzo militar, es derrocado en 602 por
u vas simbólicas o reales , así como las medidas tomadas contra el poilteismo tradi­
Focas, un suboficial que la historiografía de la época califica de «tirano» (es decir,
cional, significan la voluntad imperial de depurar definitivamente la herencia cul­
sin legitimidad), y asesinado junto a los suyos. El desconcierto de los tiempos y
tural. Pero también aquí sobreviene el fracaso en la práctica. Maniqueos y mon-
u sus propias crueldades le impiden mantenerse por mucho tiempo. Su yerno, el
tanistas se sitúan en la secular profundidad de una corriente demasiado funda-,
'i patricio Crispo, apela a Heraclio, exarca de Cartago. Las facciones acogen triun­
mental como para poder ser liquidada de esta manera; volveremos a tratar de.
falmente bajo las murallas de la ciudad, en 610, al hijo homónimo de Heraclio .
ellos más adelante. En cuanto al paganismo, se encuentra en diferentes mvelc:s
■Heracilo el Joven. y su descendencia directa ocuparon durante un siglo la historia
sociales. La prohibición de enseñar hecha a sus adeptos en 529, y el consecuente de Bizancio.
cierre de la Escuela de Filosofía de Atenas, centro neurálgico del neoplatonismo, '
No nos faltan fuentes para situar el contexto de esta sucesión de emperadores.
afectan a un medio intelectual que permaneció hasta entonces fuera del magiste­
A la narración de los historiógrafos, Evagrio, Teofilacto Simocatta, entre otros,
rio de la Iglesia. Algunos emigraron a Persia, donde fueron bien acogidos por
hay que sumar los relatos hagiográficos más destacados. La Vida del p atriarca
Cosroes. En cambio, la misión llevada a cabo por Juan de Efeso entre los mon­
Juan d Misericordioso, muerto en 620, obra del obispo Leoncio de Neápolis, ha­
tañeses paganos de Asia Menor, hacia 542, tuvo las trazas brutales de una colo­
bla de la considerable actividad comercial y financiera de la Iglesia de Alejandría.
nización monástica. En cualquier caso, los viejos cultos sobreviven en el patrimo­
La colección de Milagros de san Demetrio, patriarca de Tesalónica, narra en su
nio colectivo, y reaparecen con asuntos que alcanzan mucho eco, como el que
primer 1ibro, compuesto por un obispo de la ciudad poco después de 610, un gran
impilca hacia 580, con razón o sin ella, al mismo patriarca de Antioquía.
i., I asalto llevado a cabo, sin duda en 597, por los ávaros y los eslavos, los «esclave-
nos» de las fuentes bizantinas. La supuesta biografía de un judío convertido al
cristianismo, Jacob, se sitúa en las luchas de facciones a principios del siglo VII,
174 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950

mientras que el relato georgiano de la toma de Jerusalén por los persas, en 614,-
señala también la agitación de los bandos contrarios y el apoyo prestado por los
judíos a los enemigos orientales de Bizancio. Por otra parte, las excavaciones
aportan datos, aunque de manera local y parcial, sobre la coyuntura.
A este respecto, Justino II inicia sin duda un resurgimiento, tras el declive,
que había acompañado la vejez de Justiniano. Sus construcciones, su generosidad,
o la restauración del consulado rnanifiestan en todo caso tal voluntad. Pero la.
época, sobre todo con Mauricio, aparece atormentada por los disturbios. Los
ejércitos se agitan, descontentos por la paga irregular, y otras medidas. En 588
las tropas impagadas de Oriente se desbandan y se entregan al merodeo y al ban­
dolerismo en los campos. En 602, el ejército del frente balcánico se subleva y
lleva a Focas al poder. Las grandes ciudades parecen estar aún muy o demasiado
pobladas y en una difícil coyuntura. Las facciones de la capital desempeñan su
papel en la caída de Mauricio y, posteriormente, en la de Focas. La hagiografía
de san Demetrio les atribuye, bajo el reinado de este último, una explosión gene­
ral, a lo largo y ancho de todo el Imperio, de sediciones y criminalidad, motiva­
das, según él, por el diablo. La tensión religiosa se inscribe en el mismo cuadro.
Mauricio prosigue una política activamente calcedoniana, quizá para recobrar la
unidad que se deshace. Intenta imponer el credo imperial en Armenia tras la vic­
toria de 591, y deja a su primo Domiciano, obispo de Melitene, ejercer en Meso-
potamia una brutal represión, por lo demás sin resultado. Por otra parte, el año'
580 está mareado por un movimiento pagano, en el que están implicados los pa­
triarcas de Antioquía y Constantinopla, con un levantamiento en Heliópolis y ma­
tanzas en Edesa. Los samaritanos vuelven a sublevarse una vez más en 594. Por
último, las catástrofes jalonan este fin de siglo, como las pestes mortales de 573-
574, las importantes carestías de 582 y, sobre todo, de 600-603. Sin embargo, la
verdadera característica del período es la presión bárbara. Es ella la que asóla
los campos y los caminos, la que aviva el nerviosiámo de los ejércitos y las ciuda­
des, la que atiza los conflictos entre comunidades, entre el poder central y las
disidencias regionales. Un Tratado táctico de la época, durante mucho tiempo
atribuido erróneamente al propio Mauricio, describe las armas y las maneras de
combatir de los diversos pueblos lanzados al asalto de Bizancio, con una signifi­
cativa atención y calidad de observación. De hecho, son muchas las etnias que
abastecen tanto a los asaltantes como a los defensores mercenarios del Imperio.
La impresión que obtenemos es la de una muchedumbre que llega hasta las fron­
teras, al menos relativamente; pues, una vez más, no disponemos de cifras que
nos déil la medida, en nuestra escala, de estos movimientos de pueblos.

El final de la reconquista

En los límites de nuestra historia están las regiones reconquistadas por Justi­
niano, Italia y África y, aún más lejos, Hispania. Esta última conquista, la más
frágil, es la primera en desmoronarse bajo el asalto visigodo. África está constan­
temente amenazada por los «moros». Italia está abierta en 568 a la invasión lom­
barda, pero lo que subsiste de la dominación bizantina en forma fragmentada,
alrededor de Ravena, Perusa, Roma, Nápoles, Calabria y el Adriático, además

k
L A G L O R IA D E L IM P E R IO 175

de Sicilia, sigue siendo un elemento esencial del dispositivo militar y político de


Bizancio. El reinado de Mauricio aporta una importante novedad. África antes
de 591 e Italia no más tarde de 584 son elevadas al rango de exarcados (gobier­
nos), cuyo responsable reúne en sus manos los poderes civiles y militares, que­
dando Sicilia administrada aparte. Justiniano había instaurado esta fórmula para
las provincias de montaña particularmente delicadas. Mauricio la vuelve a poner
i en práctica en relación a los territorios alejados del centro, y establece en Italia
una situación que tiene importantes consecuencias: desde el final del siglo vi, en
efecto, y más concretamente bajo el pontificado de Gregorio Magno (590-604),
el papa se confirma como único poder en la vieja Roma, mientras que el exarca
reside en Ravena. Esta dualidad acaba con la caída del exarcado y el nacimiento
del Estado pontificio en el siglo vm. Al sur del Imperio, en 583-584, los bereberes
devastan por completo la tierra de Esceta, la actual Wadi Natrun, destruyendo
un foco monástico de Egipto, e incluso de todo el Oriente.
Por el lado balcánico, la situación se distingue, desde principios del siglo v i , .
por la afluencia de eslavos bajo encuadramiento turco: en la segunda mitad del
siglo, su número se acrecienta. El elemento turco está constituido por los ávaros,
organizados alrededor de un jefe y de una élite guerrera. Siguen una trayectoria
de este a oeste que les sitúa en 570 en la llanura húngara, hasta que, más tarde,
Carlomagno destruya su poderío político a la vez amenazante y frágil. Justiniano
y sus sucesores reciben sus embajadas. Incapaz de vencerlos, Bizancio les paga
un gravoso tributo, y debe entregarles en 582 la posición clave de Sirmium. Du­
rante este tiempo los eslavos afluyen, en progresión creciente, a la península bal-

LOMBARDOS:
f Quirson l á z ic a :

CANTABROS
suevos
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E l Imperio Romano de Oriente a la muerte de Justiniano


LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA GLORIA DEL IMPERIO 177
176

cánica, a partir de las bocas del Danubio y alcanzan Corinto en 578. Tesalónica ña ciudad del sur de Palestina, o algún que otro monasterio de Tierra Santa si­
es sitiada por primera vez en 586 aproximadamente, y por segunda vez en 59~¡\ guen adelante apaciblemente, incluso en los primeros tiempos de la conquista
la guerra es evitada durante un tiempo más allá del Danubio, pero la terrera del árabe. ¿Puede pensarse claramente en un cambio de la estructura del espacio y
río se rompe en 602. Tiberio y Mauricio desplazan entonces poblaciones del Asia ■la organZación social, o no es mas que una pura peripecia coyuntural?: la res­
Menor para defender Tracia, que la permanente inseguridad había acabad° por puesta a esta doble alternativa no es evidente ni única.
despoblar. Mientras la organización política y militar de los ávaros no es más que Sin embargo, la importancia cultural de la época^ es considerable. Vimos ya
un episodio del avance de los pueblos turcos, la penetración eslava en los Balca­ la expresion literaria de las disidencias religiosas nacionales. La cristiandad calce-
nes prosigue en cambio sin interrupción, y constituye el gran hecho del sigto VI doniana de lengua griega produce entonces algunos de los más significativos rela­
europeo en el Este. tos de su literatura ediicante, a cuya cabeza habría que situar La pradera (Limo-
Por el lado oriental, el sistema del siglo VI se descompone igualmente. El rei­ narion), en la que el autor, Juan Moscos (el Camero), muerto en Roma en 619 ,
no árabe de los gassaníes, aliado infiel, es desmantelado en 580. Persia inicia en ■reunió en el curso de peregrinaciones piadosas un conjunto de historias cercanas
572 un brillante período militar, cuyo primer envite es la Armenia sublevada corn a los cuentos, que se difundirá a través de las literaturas medievales. Se escriben
tra ella con el apoyo de Bizancio: sin embargo, un tratado pactado en 591 cede también relatos relativos a las imágenes y a sus efectos milagrosos, pues se va
a Bizancio la mayor parte. La ofensiva persa se reanuda con la caída de Maurida perfilando la creencia y el culto rendido a las representaciones (iconos) de Cristo,
El comandante de la plaza de Edesa se subleva contra Focas, desencadenando la de su madre y de los santos. Las figuras, que responden a una tipología fija, son
ofensiva sasánida: los persas se ponen en pie de guerra y penetran en el Oriente ejecutadas en mosaico, o sobre todo con una pintura encáustica sobre un soporte
bizantino; en 609 están en Calcedonia, frente a la capital, y su triunfal avance de madera ligeramente ahuecada, por lo general de tilo. Entre sus antecedentes '
ocupa de nuevo, y esta vez mucho más profundamente, los primeros años del se cuenta el uso de los retratos funerarios, como los que adornan las momias del
reinado de Heraclio. Hemos visto cómo se había trazado la demarcación que se­ Fayún cristianizado; las imágenes colocadas sobre las tumbas de los mártires, y
paraba del poder bizantino tanto a los cristianos monofisitas como a los judíos. la imagen imperial que, en los pretorios, el hipódromo y sobre los vestidos de
Los persas son los más beneficiados, incluso tal vez más claramente que los ára­ seda ofrecidos por el emperador, significa una verdadera presencia del soberano.
bes, algunos decenios después, pues su poder aparecía desde hacía mucho tiempo Ya a Íinales del siglo VI, se cree que existen imágenes de Cristo «que no son obra
como un posible recurso. La inquieta espera de su llegada puede expU^^ pues, de mano humana». La ciudad de Éfeso, levantada en armas contra los persas,
la sangrienta agitación de los judíos contra los cristianos en Antioquía en 609. atribuía su salvación a una de ellas. En la misma época, el culto a María toma
A sí comienza, a partir de 560-570, la formidable redistribución de los pueblos un auge decisivo. Justino II acaba la construcción de las iglesias de Blanquernas
y las soberanías, que alcanzará su punto culminante en el siglo vii con la expan­ y Calcoprateia en la capital, y dota a la segunda de una capilla dedicada al Cinto
sión musulmana, seguida del nacimiento del primer Estado búlgaro. Más allá de de la Virgen.
los textos que pintan con reiterados trazos la desofación de Tracia, sólo la arqueo­ Estos santuarios cobran una importancia que no se borrará ya de la vida reli­
logía podría decir en qué medida se descompone la organización bizantina del giosa de Constantinopla. La iconografía de María continúa, y su modelo se dice
espacio social. Gracias a ella sabemos que una ciudad de la importancia de Antio­ que es un retrato ejecutado por el evangelista Lucas. El culto a los hombres san­
quía jamás volvió a ponerse en pie tras la invasión persa de 540, ni tampoco Ale­ tos, vivos o muertos, contribuye igualmente al nuevo desarrollo de las imágenes.
po. El estudio de las construcciones en Éfeso, Sardes y Gerasa muestra la depau­ Los relatos ediicantes del final del siglo vi y del v i l les atribuyen poderes no sólo
peración de la segunda mitad del siglo VI. La relación de monedas dispersas en de protección, sino de intervención directa en los asuntos públicos y privados. La
un emplazamiento arqueológico, que proporciona una tosca imagen de la circula­ elaboración del personaje imperial está vinculada en cierto sentido a esta evolu­
ción monetaria local, manifiesta a menudo una caída a partir de Heraclio. El sigto ción: llega a ser verdaderamente «la imagen de Cristo», por emplear los términos
VI abre, sin lugar a dudas, una época de eclipse de la ciudad como forma econó­ de un texto que describe la entronización de Justino II. Éste es coronado en su
mica y social, brutalmente inaugurada para algunas, como Sardes, por la invasirá palacio, y el ceremonial que le rodea evidencia sus vínculos con el patriarca,
persa de 614, pero, por otra parte, manifiesta cambios más profundos: la difumi- mientras que este ultimo, bajó el mandato de Mauricio, reivindica el título de
nación del antiguo trazado urbano, cuando los espacios públicos son invadidos «universal» (oikoumenikos). Todo esto no es más que el esbozo de la teoría que
por construcciones privadas, o se emplean bloques de monumentos antiguos para se desarrollará en el siglo ix. Justino II hace construir la «Sala de Oro» , reducto
la construcción de murallas defensivas. Finalmente, los obispos prevalecen decidi­ de la presencia imperial en el curso de las ceremonias. Un hecho significativo es
damente sobre los curiales, pues desde hace mucho tiempo están más próximos' el que la imagen de Cristo se coloca allí por encima del trono imperial , con lo
a los funcionarios imperiales que estos últimos. Por lo demás, el diagnóstico no que queda de manifiesto el vínculo estructural entre los dos poderes. Las faccio­
puede ser más que regional, y poco riguroso cronológicamente. Así, el interior nes, cuya violencia urbana vive entonces su paroxismo y sus últimas décadas al
oleícola de Antioquía parece declinar en el siglo VI, al mismo tiempo que el mer­ mismo tiempo, son investidas del papel ceremonial que desempeñarán a partir
cado urbano que constituye una importante baza económica, o el comercio marí­ de ahora en el ritual del palacio y las apariciones públicas del emperador. Sus
timo del que Antioquía está a la cabeza. Por el contrario, alguna que otra peque­ hombres, que eran los actores de los conflictos urbanos, se convertirán en repre-

12. —FOSSlER, 1
178 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

sentantes de la grahdeza imperial, conservando no obstante, al menos hasta el


principio del «ígJ,®’Vin, sus responsabilidades en cuanto a la defensa de la capital.
En una .pa1:abra, todo el siglo de Heraclio y de Justiniano 11 se presiente ya
en la trama de los años que cierran el siglo de Justiniano I. Pero en esta evolución
falta un elemento, capaz de acelerar el movimiento, incluso de desnaturalizar
cruelmente sus rasgos. En tanto que el Imperio Romano y el de los persas inten­
tan recobrarse, se prepara una catástrofe, fulminante e imprevista: los soldados
del Islam surgen del desierto.

S e g u n d a p a r te

L A C O N S T R U C C I Ó N

D E L O S M U N D O S N U E V O S

E N O R I E N T E

(s ig lo V I I - fin a le s d e l s ig lo X )
IHs

'-M- 1 .

C a p ítu lo 5

D E L M O D E L O H E G IR IO

A L R E IN O Á R A B E

(s ig lo V I I - m e d ia d o s d e l s ig lo V I I I ) *

El mundo islámico de los primeros siglos medievales se define no tanto por


una comunidad de estructura económica social o técnica sino más bien por el pre­
dominio absoluto de un sistema de valores y de un modelo político y cultural que
arrolla los «conjuntos» que le han precedido en el espacio geográfico oriental y
mediterráneo, que aniquila su recuerdo y llega a reducir y enquistar los restos de
los mismos. Pero este mundo en elaboración y en construcción presenta las mis­
mas características generales que los mundos bizantino y sasánida a los que susti­
tuye: sus economías y sociedades, cuando pueden ser objeto de estudio y puede
analizarse su evolución, no constituyen entidades autónomas cuyo sistema políti­
co y cultural sería un mero reflejo de las mismas; la conquista musulmana no
superpone simplemente un lenguaje común a los mundos que unifica ni impone
sólo un código fiscal como símbolo de una dependencia efectiva. El Estado, al
igual que en la Antigüedad, es al mismo tiempo un espejo de las desigualdades
y un instrumento represivo que las codifica e inmoviliza; es también el motor de
la circulación de bienes y valores. En función de este Estado se establece una
clase de privilegiados, casi de funcionarios, constituida en un principio por la to­
talidad del pueblo musulmán que se ha lanzado a la conquista y, más tarde, por
los grupos sectarios o las clientelas dinásticas; gracias al Estado funciona una eco­
nomía monetaria en la que la única función del metal es reforzar la jerarquía me­
diante una imposición fija sobre la producción de las pequeñas unidades campe­
sinas.
Al igual que el mundo antiguo, del que la Dar al-Islam (conjunto de países
musulmanes) constituirá un reflejo no sólo de sus grandes rasgos sino incluso de
sus más pequeños detalles, el mundo nuevo se presenta como una totalidad; to-

* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
182 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 183

dos los elementos se relacionan y, en él, la adhesión es profunda y vital: la duda establecieron, en el 485, un catholicos nestoriano en Ctesifón. Cuando, hacia el
constituye el enemigo principal, y es un riesgo de anarquía social y de maldición año 491, el emperador Zenón expulsó a todos los nestorianos del Imperio, sólo
que aniquila la personalidad. Poder, facciones, familia y pensamiento religioso logró reforzar la posición de esta Iglesia sernioficial para todos los cristianos del
son los motores de la evolución social. La propiedad de los medios de producción imperio persa. Si los jacobitas de Siria se sienten en comunión con los coptos de
o el lugar que se ocupa en la circulación de bienes son factores secundarios ya Egipto, se encuentran, por otra parte, separados de los siriacos de Mesopotamia
que dependen, en primer lugar, del ejercicio de un poder del Estado que va siem­ así como de los armenios, los cuales, por su parte, abrazan mayoritariamente la
pre acompañado de una adhesión ideológica total a una dinastía gobernante, que Iglesia oficial; la misma separación existe, por otra parte, con respecto a los mo-
constituye la garantía de la justicia, la armonía y la salvación. El modelo teocrá­ notelitas de. Antioquía, agrupados en torno al monasterio de San Marón.
tico encarnado por el Profeta ejercerá una misma influencia sobre todas las expe­ El imperio sasánida tampoco se encuentra sólidamente unificado: además de
riencias revolucionarias o conservadoras que surgirán en el futuro. Serán, no obs­ las divisiones «horizontales» entre la aristocracia persa y los pueblos vencidos y
tante, el pensamiento antiguo y, sobre todo, la gnosis los encargados de articular sometidos del Iraq y de Armenia, el mundo iranio en sí mismo sólo se ha conver­
en programas políticos esta sed de unidad y de salvación así como la esperanza tido de manera aparente a la ortodoxia zoroastriana. Si bien se han apagado los
apocalíptica. Analizar las mutaciones del mundo islámico entre los siglos viii y fuegos sagrados de las restantes ramas herederas del antiguo mensaje del Avesta,
xi aplicando esquemas de conflicto entre burgueses y militares «feudales» puede,- el zorvanismo y otros movimientos heréticos subsisten en el inconsciente o en el
evidentemente, llegar a aclarar ciertos aspectos de una realidad que se ha renova­ fervor popular, se enraízan en el seno de la corte y agitan' las masas. El príncipe
do repetidamente, pero sin duda también contribuirá a oscurecer una originalidad Mani había predicado, en el siglo m, un sincretismo y una moral de la verdad
y una permanencia sorprendentes. absoluta, de la división de los principios buenos y malos, del rechazo de la carne
y de cualquier obra de muerte. Ejecutado en el año 276, Mani dejó una amplia
herencia ideológica que quedó inerme ante la represión. Hacia el año 500, en
U n O rien te P ró x im o d e sg a r r a d o a n te u n a r e v o l u c ió n re lig io sa tiempo del shtih Kubadh, el filósofo Mazdak arrastró al imperio a una guerra de­
sastrosa: apoyado en un principio por el mayor de los príncipes herederos, provo­
En el año 610, en el momento en que comienza la profecía islámica, el Orien­ có luego su caída y facilitó el acceso al poder del más javen de estos príncipes,
te Próximo se encuentra dividido en dos grandes imperios, dos sociedades monár­ Cosroes 11 (Jusriiw 11). Todo el nordeste del imperio se escapa, así, a la religión
quicas provistas de una aristocracia de Estado y de un clero centralizado pero zoroastriana: en torno a Balj (Bactria), la Bactriana y los antiguos países irania­
carentes de una unidad ideológica o religiosa: la monarquía y la dinastía se iden­ nos situados más allá del Oxus o Arnu Darya, la Fargiina y la Ushrusana en la
tifican, en efecto, con un pueblo dominante y con una cultura hegemónica. El montaña, los principados sogdianos de Samarcanda y Bujiira se convirtieron pro­
Oriente Próximo bizantino somete, a la autoridad de. los griegos y a la ortodoxia fundamente al budismo. En Balj se encuentran más de cien pagodas (viharas),
establecida en el 451 en el concilio de Calcedonia, a toda una serie de naciones así como 3.000 monjes y, sobre todo, el «nuevo Vihara», en Nawbihar, cuyo prior
antiguas semihelenizadas cuyas opciones religiosas, las «herejías», intentarán re­ será el antepasado de la poderosa familia de visires Barmakíes, en tiempo de los
forzar la originalidad de los grupos nacionales en el manantial de las califas cabbiisíes.
polémicas teológicas. La persecución melkita (en nombre del rey, el emperador Estas debilidades son, por consiguiente, estructurales: oposición larvada de
bizantino) no fue siempre uniforme, ni las opcio bes heréticas resultaron, tal como enormes masas campesinas, sólidamente apoyadas por una red de monasterios y
se ha visto, un simple reflejo de las peculiaridades lingüísticas y de las tradiciones de predicadores errantes; resistencia moral y fiscal combinada en provincias ente­
étnicas. En Egipto, en donde los melkitas so ■ poco numerosos y la opinión se ras; finalmente, divisiones teológicas de los medios políticos y religiosos de las
aglutina en torno a la iglesia monofisita, la l t gua copta constituye un elemento cortes reales, los cuales se mostraban siempre dispuestos a buscar una solución
unificador eficaz así como un signo de oposiéión a los' griegos. Hacia el 610 surge m f. de conjunto o a seguir una «herejía». Durante los años 600-610 se añade a esta
en este país un clima de terror tras el e giHo del patriarca Benjamín y la apostasía situación el agotamiento debido a la guerra encarnizada entre los dos imperios:
forzosa de los obispos, sacerdotes y monjes, obligados a adoptar la solución im­ ésta se desarrolla en buena parte con ayuda de guerreros pertenecientes a los dos
puesta por Heraclio (638) al problema cristológico, el «monotelismo». Sirios y principados árabes/vasallos, ambos cristianos, el de los gassaníes, situado en los
mesopotamios, de lengua aramea y siriaca, se encuentran por el contrario dividi­ confines de Siria, y el de los lajmíes de las riberas del Éufrates. De esta manera
dos en tres confesiones: los melkitas son numerosos entre la aristocracia de Jeru- los árabes, hasta entonces recluidos en la reserva de valores y principio de liber­
salén, donde un solo patriarca mantiene la ortodoxia griega; los monofisitas, que tad que constituye el desierto, se introducen de manera gradual en el gran conflic­
se identifican con la tendencia «jacobita» definida por Severo de Antioquía y lue­ to teológico y político de Oriente.
go implantada por Jacobo Baradai, un predicador itinerante, se agrupan en torno Estos árabes son, fundamental y etimológicamente, nómadas. Al sur se en­
al patriarca de Antioquía y su fuerza se apoya esencialmente en una base monás­ cuentran los árabes «puros» y al norte los «arabizados», todos ellos unidos y fe­
tica; tenemos, finalmente, el grupo constituido por la cristiandad iraquí e irania derados por el centro caravanero y religioso de La Meca, custodiado por la tribu
cuyos obispos eligieron, desde el 484, la teología de Teodoro de Mopsuente y de Quraysh. Al norte encontramos un mundo de pastores, conservador, aferrado
DEL MODELO HEGIRJO AL REINO ÁRABE 185
184 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

a los valores de la libertad que impone la estructura tribal o el estado de guerra los que se había producido la fusión entre la herencia clásica y las grandes corrien­
permanente entre los grupos; al sur se halla un mundo urbano, aislado de la evo­ tes religiosas monoteístas. El «escándalo» intelectual del nacimiento del Islam fue­
lución religiosa y cultural de los países semíticos debido a la barrera del desierto ra de las áreas ya convertidas al monoteísmo recuerda, de hecho, el carácter tam­
de Arabia, orgulloso de su tradición de libertad (se trata del único pueblo semí­ bién subversivo y marginal de la mayoría de estas tendencias religiosas en sus orí­
tico autónomo) y provisto de estructuras sociales y culturales arcaizantes (ciuda­ genes: el Islam redescubre la radicalidad del judaísmo o del cristianismo primiti­
des-estado, panteones locales). Las guerras, que lanzan nuevas fuerzas al asalto vos frente a los panteones y a las construcciones filosóficas complejas de su tiem­
del Yemen, detienen el proceso evolutivo del reino yemení de Himyar que avan­ po. En el Islam, la cultura semítica de expresión griega encuentra, por vez prime­
za hacia un imperio militar y hacia un monoteísmo judaizante. Por otra parte, se ra, su originalidad y su verdad: abandona las expresiones extranjeras que la aho­
refuerza la solidaridad de los árabes meridionales y septentrionales: en el 525 los gaban así como las teologías filosóficas, por más que las recupere más tarde.
etíopes de Axum, empujados por los bizantinos, conquistan Yemen y acaban con En el momento en que empieza la predicación de Mahoma (Muhammad) en
la monarquía himyarí; no obstante, los supervivientes se alían con las tribus del La Meca, la Arabia central sigue experimentando la tensión provocada por la
norte y dan nueva fuerza a una confederación, centrada en La Meca, que acabará invasión del Yemen por los etíopes cristianos, tal vez en represalia por las perse­
con la ocupación etiópica en el 571. Esta resistencia cristalizó en tomo al orgullo cuciones de las que fueron objeto los cristianos árabes de los oasis a manos de
que los árabes sentían por su originalidad lingüística y cultural. Asimismo valori­ los príncipes yemeníes judaizantes. El valor simbólico de la victoria que obtiene
zó un «humanismo tribal», con su énfasis en el honor y su ética de libertad y la coalición árabe en el Año del Elefante (571) ante La Meca es enorme. El san­
virilidad, aunque subrayó también sus contradicciones con las exigencias de mo­ tuario abriga, en efecto, los ídolos ciánicos y tribales, reunidos, bajo la custodia
noteísmo. de la tribu de Quraysh, en el «recinto de Abraham», en tomo a la Ka°ba, el
«cubo», la primera casa, harto rudimentaria, de Isma'il, el hijo de Abraham. En
ella cristaliza la relación con los orígenes mismos del monoteísmo y justifica la
elaboración de una vía original, propiamente árabe al culto del Dios único a tra­
Mahoma
vés de los hanifs, hombres piadosos cuya fe en Dios contiene referencias explíci­
Si las debilidades o la crisis, que se definen a posteriori, no pueden constituir tas a Abraham. Por otra parte, dado el carácter de santuario federal, aunque in­
el único factor determinante de la caída de los imperios del Oriente Próximo, formal, que tiene la Ka°ba, La Meca espera y desea la aparición de un profeta
ello se debe a que el Islam se presenta, ante todo, como una revolución. No se capaz de estructurar un panteón jerarquizado, para que pueda consolidarse la he­
trata de una revolución social, ya que el Islam no atribuye ningún valor especial gemonía de las tribus y de los qurayshíes. El poder de estos últimos se encontraba
a la pobreza, por más que la expansión musulmana pudo verse acompañada, es­ en auge debido a los cambios sufridos por las vías comerciales: la decadencia de
porádicamente, de venganzas y ajustes de cuentas. Tampoco es una revolución los transportes marítimos a través del mar Rojo y la de las rutas caravaneras hacia
«nacional» de pueblos minoritarios sometidos a los grandes imperios. Se trata, el codo del Eufrates, debido a la guerra entre persas y bizantinos, había estimu­
en cambio, de una revolución religiosa, lo cual implica que afecta, a la vez, los lado el desarrollo de una nueva ruta caravanera que pasaba por los oasis del Hid-
planos político, intelectual y filosófico, y está centrada en una nueva apelación.a jaz, entre el Yemen, productor de plantas aromáticas e importador de especias
la fundamental unidad de lo divino y. marcada por la experiencia inefable de la indias, y Siria. El enriquecimiento y la irrupción de la economía monetaria ame­
profecía; o sea de la relación directa con Dios. La llamada desde La Meca a una nazaban el equilibrio tradicional de las estructuras ciánicas y de las relaciones en­
mutación de valores y a una ruptura con el paganismo que se está organizando tre clanes; el dinero iba a sustituir a los valores del «humanismo» tribal: virilidad,
hace surgir la extraordinaria fuerza del monoteísmo. El período durante el cual generosidad y solidaridad agnática.. Ésta es la razón por la cual el movimiento
Mahoma reside en Medina dará lugar, en cambio, a una corriente profética que iniciado por la predicación de Mahoma tiene, por una parte, el carácter de revo­
se disciplina y se canaliza hacia la creación de un Estado, cuya estructuración no lución debido a su adhesión radical a una nueva moral familiar y, por otra, cons­
se terminará nunca pero que constituirá el modelo ideal incierto de su legitimi­ tituye una restauración de los valores fundamentales del monoteísmo que, a lo
dad, a medida que se vea agitado por las fuerzas explosivas que surgen y son largo de la historia del Oriente Próximo, había mostrado su creciente decadencia.
suscitadas por la llamada del Profeta. En veinte años se forja el conjunto de prin­ Construcción de una fe «total» y, al mismo tiempo, revolución árabe que logre
cipios en los que se apoya una cultura, una fe y una ley, frente a un Estado que el retorno triunfante del Dios único a los templos de los que había sido expulsado
siempre se pone en tela de juicio. debido al olvido del pacto fundamental de los hombres con Él, por paganismo o
Podemos extrañarnos de la inmensa adhesión del mundo cristiano de Asia y por la complejidad de las disquisiciones de los teólogos, empeñados en conocer
de África o del conjunto de países dominados por el orden zoroastriano-sasánida la naturaleza divina. Mahoma se sitúa, desde un principio, en la tradición de
a una religión defendida por un grupo, numéricamente muy modesto, constituido los grandes profetas del judaísmo y de las restantes ramas de la revelación: los
por los árabes del Hidjaz, que no se caracterizaban por una capacidad filosófica Shu'ayb, Salih, Hüd, los profetas de Moab y de los pueblos árabes del norte de­
particular ni por mantener relaciones estrechas y sostenidas con los grandes cen­ sempeñan un papel fundamental en el Corán y evocan la omnipotencia divina y
tros de cultura -A ntioquía, Alejandría, Harrán, Ctesifón o Djundishapur- en la inminencia del Juicio.
186 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 187

De la predicación a las armas de septiembre del 622, funda el Islam como comunidad universal: es la «hégira»,
la emigración provisional, ruptura y exilio voluntario. El Islam, religión de la
La ruptura protagonizada por este mercader, rico, responsable en el seno de duda en la que nada puede escapar a la omnipotencia divina, se afirma por este
su comunidad (administraba la reconstrucción de la Ka°ba) y monógamo, ha sido acto original como una religión del exilio que obliga a abandonarlo todo y a de­
comparada con otros destinos nústicos: se trata de una aventura que, en un prin­ pender únicamente de la voluntad divina.
cipio, tiene un carácter individual y cristaliza en predicación tras un largo período La acogida por parte de los mediníes, los denominados «auxiliares», a los in­
de meditación. En un principio el Profeta procede, sin duda, a una búsqueda per­ migrantes que han llevado a cabo la hégira (los muhádjirün), seguida de la con­
sonal de salvación: la revelación del 610 constituye, para él, un mensaje que con­ versión a la fe musulmana, bastante rápida, de los prlmeros, da lugar a la consti­
mueve a un alma exigente, un mensaje espiritual, una llamada a la justif cación tución de la primera comunidad, la umma, pacto de solidaridad total, adhesión
y al respeto de los imperativos de la vieja moral dánica, aunque depurada de su intima y familiar a la sombra de lo divino omnipresente; pues Dios está hablando
orgullo y de su egoísmo. Al condenar el matrimonio consanguíneo y maldecir el por boca de su Profeta con menos solemnidad en Medina que durante los prime­
asesinato de las niñas recién nacidas, Mahoma tendía a destruir la sociedad tribal ros tiempos de la revelación. Se comprende mejor, de esta manera, la extraordi­
por explosión demográfica o por ruptura de la solidaridad de clan. En esta prime­ naria nostalgia que suscita en toda la historia del Islam esta comunidad musulma­
ra etapa la revelación profética se deja arrastrar por la propia evolución de la na de la hégira, en la dar al-hidjra, ‘casa de la emigración’, expresión con la que
sociedad mekí, sin tratar de remodelarla pero sin integrarse tampoco en ella. se denomina a Medina. Cada siglo será testigo de las tentativas, incluso sectarias,
Mahoma se niega a vestirse como un adivino (kahin) o a asumir sus funciones; de volver a la pureza de las relaciones entre los hombres, y entre éstos y Dios,
sus contactos con otros hanifs, incluso la competencia con otro profeta (Masla- . a esta simplicidad del Estado, simple caja común alimentada por las contribucio­
ma), el hecho de que se reúnan en torno a él «jóvenes y débiles» excluidos de la . nes voluntarias de cada ciudadano o por el botín de guerra obtenido en la lucha
sociedad tribal, son un conjunto de hechos que cambian gradualmente su función: contra los infieles. Se trata de un pueblo armado, al que se reúne con facilidad,
del mensaje que afinna la preeminencia del Dios de salvación, Mahoma pasa pro­ que vive en una igualdad que traduce la igualdad fundamental de la oración. Este
gresivamente a la reforma política y social. «modelo» sostendrá siempre la marcha ofensiva del Islam en sus fronteras, estre­
Los qurayshíes no se equivocan cuando le ofrecen el liderazgo de un movi­ chamente ligado a la «vocación» de las almas por Dios, menos preocupado por
miento de reforma y le sugieren que sea, a la vez, el Licurgo y el Hesíodo llama­ la conversión que por la conquista, menos predicador que defensor activo de los
do a establecer un nuevo panteón. El Profeta acepta en un principio la tarea de derechos de Dios. Será el modelo que animará todos los movimientos de retorno
fijar la genealogía de los dioses pero pronto se echa atrás ante una doble presión: a un Islam primitivo, desde las secesiones jaridjíes hasta las insurrecciones cárma-
por una parte es consciente de que Dios habla por su boca y, por otra, el rechazo tas, la «vocación» fatimí y, con el transcurso de los siglos, volverá a encontrar­
de la idea por sus primeros conversos. Sólo le‘protege la moral tribal de la soli­ se en el mahdismo sudanés del siglo x k o en la Sanüsiyya de la Libia contempo­
daridad a pesar de las condenas que lanza contrai el orgullo y la violencia de las ránea.
familias qurayshíes. Insertado gradualmente en la tradición monoteísta, su men­ Medina es también el laboratorio en el que se definen las relaciones del Islam
saje se cristaliza por la adhesión de los primeros fieles, las «gentes de la Casa», con las religiones monoteístas: el contacto con el judaísmo en esta ciudad resulta
sus parientes Jadidja, su única esposa, cAli, a la vez sobrino y yerno, el liberto fructífero para el Profeta, que adopta sin reservas las costumbres judías, las
Zayd, un verdadero hijo adoptivo, más tarde algunos vecinos como el omeya prohibiciones alimentarias, el ayuno (fijado entonces en el día 10 del mes de
°Uthman y/U m ar ibn al-Jattab, y finalmente personajes más humildes como Bi- muharram) y refuerza los lazos de su doctrina con la religión de la ley. El Islam
lál, el esclavo negro perseguido por su amo y rescatado por Mahoma. El mensaje escapa de esta manera a la atracción de un cristianismo que resulta únicamente
profético, que durante mucho tiempo permanece difuso, se integra en el rito de ) moralizante e incapaz de fundar un Estado, mientras que los elementos judaizan­
la oración cotidiana y constituye, hacia el 619, una primera comunidad de natura­ tes se ponen inmediatamente al servicio de la lucha militar que la umma ha em­
leza particular, igualitaria y revolucionaria. A la muerte de su tío Abü Talib, que prendido en contra de los paganos de La Meca. Éstos subrayan, al igual que la
ha protegido al grupo de creyentes sin sumarse a la nueva religión, el Profeta oración comunitaria dirigida hacia Jerusalén, la unidad de los musulmanes «com­
decide una ruptura sin precedentes: para escapar a la persecución se impone la batientes» de la fe y de la ley. No obstante, este hecho se produce debido a un
emigración y las mujeres y niños parten en dirección a la Etiopía cristiana. Esto malentendido extraordinario: Mahoma se considera un profeta dentro de la línea
confirma la existencia de lazos con el cristianismo en un momento en el que sur­ que une a Noé, Abraham y Moisés con Jesús; liga su mensaje con las llamadas
gen versículos coránicos que exaltana la Virgen y recuerdan la concepción de y la visión de Dios de sus predecesores y afirma inmediatamente su carácter uni­
Jesús por obra del Espíritu, con lo que adquiere un lugar excepcional en la línea versal con lo que rompe con la noción de «pueblo elegido». Para los judíos o
profética. Mahoma entabla contactos con" los hanifs y con los clanes árabes de judaizantes de Medina, Mahoma era únicamente un profeta árabe, destinado a
Yathrib, la ciudad por excelencia en el momento en que el Profeta se establezca difundir en árabe y para los árabes una especie de religión paralela al judaísmo.
en ella (Madina, Mediría). se encuentran también varias tribus judías y se le Tras un período de colaboración militar eficaz se producirá la ruptura en dos eta­
ofrece el papel de árbitro. Su emigración (hidjra, ‘hégira’) hacia el refugio, el 24 pas: expulsión de las tribus judías en el 625 y, más tarde, aniquilación de los
188 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

Qurayza en el 627 tras haber sido acusados de traición. El profetismo de Mahoma


apela, entonces, de manera más estrecha al personaje de Abraham y al de su hijo
Ismael y reafirma el papel central de la Kacba de La Meca. Es el momento en
el que se modifica la dirección de la oración, que apunta ahora a La Meca, y en
el que el ayuno se endurece y extiende a un mes lunar entero de abstinencia de
alimentos y continencia diurnas: se trata del mes de ramadán (ramadán), que re­
cuerda el aniversario de la primera profecía. Finalmente, se abandonan las pres­
cripciones alimentarias aunque se conserven las interdicciones más tradicionales
relativas al cerdo o a los animales muertos. El horror por el consumo de la san­
gre, de origen judío e implantado en Medina, marcará igualmente al musulmán. •
Los principales resultados de la hégira son, no obstante, la militarización de
la comunidad y la vida basada en el botín que obtiene una umma hegemónica y
combatiente: en enero del 624, sin respetar las treguas sagradas establecidas en
torno a la Kacba durante tres meses cada año, Mahoma inicia una campaña de
guerrillas contra los mekíes, atacando a las caravanas y llegando a cambiar la na­
turaleza misma de la guerra. La «guerra elegante», cuya finalidad era hacer pri­
sioneros y someter a las tribus bajo la apariencia de una dependencia familiar, es '
sustituida por el Profeta por una guerra total, sin piedad, que pretende la destruc­
ción de las estructuras políticas o religiosas del mundo mekí. La derrota sufrida
en el año 627 por el ejército qurayshí, bajo el mando de los omeyas Jálid y cAmr,
implica el hundimiento moral de la tribu. Sin renunciar a su militarización, el
organismo mediní insistirá, a partir de este momento, en el retorno a los valores
fundamentales del pueblo árabe: tras la conversión al Islam de los generales ome­
yas se llega a un acuerdo entre La Meca y Medina, en el 628, que permite que
los musulmanes de Medina tengan, el año siguiente, la vía abierta para efectuar
la peregrinación a la Kacba. Mahoma procede entonces a una recuperación y sa-
cralización de los ritos, restableciendo su significado dentro de la historia de
Abraham: siete circunvalaciones en torno a la K?cba, siete carreras entre Safa y
Marwa, detención para rezar en el monte cArafát, lapidación de Satán en el valle
de Miná y, finalmente, la Pascua, la «fiesta grande» que conmemora, de manera
aún más exclusiva que las pascuas judía y cristiana, el sacrificio fundamental de
Abraham. La peregrinación pacífica del año 629 garantiza a los qurayshíes, por
consiguiente, que La Meca siga siendo el centro político y comercial de Arabia
a pesar de la islamización definitiva del santuario. Por otra parte, las expediciones
mediníes habían ampliado el ámbito de influencia musulmana que, limitada en
un principio a las tribus del Hidjáz, se extendía ahora a amplias zonas del sur y
de los confínes siro-palestinos. En el año 630 un gran ejército de 10.000 musulma­
nes comparece para realizar la peregrinación: el hadjdj se convierte en una entra­
da victoriosa, se destruyen los ídolos y se restablece la unidad entre la tribu de
quraysh y el más ilustre de sus hijos. Al año siguiente se prohíbe definitivamente
la peregrinación a los no-musulmanes y se opera una identificación entre el Islam
y el marco sagrado que le precedió. No obstante, la capital del Estado islámico
no será nunca La Meca: entre el 630 y el 632, fecha de la muerte del Profeta, al
igual que bajo los primeros califas, la capitalidad se asociará sólidamente con Me­
dina, que seguirá siendo el principio de legitimidad, el centro de insurrecciones
eventuales de varios anticalifas y la residencia predilecta de los parientes más pró­
ximos del Profeta, los descendientes de cAli.
D E L M O D E L O H E G IR IO A L R E IN O Á R A B E 189

gx m odelo de E stado mediní

El estado mediní se encama en el monumento por antonomasia del Islam pri­


mitivo, la primera «mezquita», el m a s d jid de Medina: se trata de un «santuario»
privilegiado (no en vano el mundo entero es el santuario de Dios) que dará forma
a un prototipo de edificio cultual musulmán, la mezquita con patio, lugar de ora­
ción y centro político en el que se reúne la comunidad para trabajos y ceremonias
colectivas. En un terreno ligeramente irregular, el Profeta dispuso un gran patio
cuadrado rodeado de una pared de ladrillos con tres entradas; un tejadillo, sus­
tentado por columnas rústicas formadas por troncos de palmera, bordeaba el
moro norte, que señalaba la dirección de Jerusalén y, más tarde, después del 624,
el muro norte, la alquibla, dirigido hacia La Meca. Fortín de defensa, lugar de
reunión política y militar, espacio encerrado en sí mismo al igual que la casa mu­
sulmana, el santuario de Medina se encuentra dominado por la sede del Profeta,
su almimbar, y comprende su casa y un rosario de habitaciones dispuestas a lo lar­
go del muro este. A la hora de la oración la comunidad igualitaria de los musul­
manes se dispone en una serie de filas, paralelas al muro de la alquibla, y sólo
queda aislado el im a m (imán), el «guía» de este culto de alabanza y adoración.
Pero, tras la muerte de Mahoma, ¿quién mantendrá el contacto entre el Dios tras­
cendente y la comunidad de sus adoradores? ¿Cómo llevar a cabo la unidad de los
creyentes y responder a las nuevas preguntas que se planteen? ¿Cómo se podrá
desarrollar y defender el mensaje divino ya que únicamente el Profeta se encon­
traba en relación directa con Dios y daba testimonio de la voluntad divina me­
diante sus juicios, sus hadices, así como mediante el ejemplo mismo de su vida?

E l E s ta d o r e c lu id o ín te g r a m e n te d e n tr o d e la m e z q u ita

El ejemplo de la mezquita muestra tanto la unidad de función en el seno de


una organización única de la sociedad-Estado de los musulmanes, como el conser­
vadurismo de un sistema que reproducirá dócilmente el modelo de Medina en
todo el D a r a l-Islá m . Por todas partes los musulmanes construyen santuarios que
conservan la forma cuadrada del prototipo, su espacio prohibido y cerrado, la
asimetría de su organización, así como los grandes rasgos de su mobiliario: el
almimbar, estrechamente relacionado con la oración del viernes a mediodía, que
expresa la solidaridad militante del pueblo en armas, es el lugar desde el que el
predicador, también armado y vestido ritualmente, proclama la legitimidad de la
dinastía que ocupa el poder; es la ceremonia de la ju t b a , que une a la comunidad.
Un nicho vacío, el m ih r á b , señala la «dirección espiritual» de la oración y está
situado junto al púlpito del predicador; en este m ih r á b ha querido verse un resi­
duo de una capilla reservada al califa, pero se trata de una hipótesis a descartar
sin que ello implique perder de vista el estrecho vínculo que une la mezquita con
el palacio, tanto á se trata del palacio califal como el del gobernador. Debe ex­
ceptuarse el caso de Jerusalén, donde la Cúpula de la Roca constituye una remi­
niscencia del lugar del sacrificio, consagrado ya por el templo de David, y la mez­
quita al-Aqsá es la última mezquita, la del juicio y del fin de los tiempos. En
todos los demás casos, la mezquita aljama (djámic) o mezquita del viernes se en-
190 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ARABE 191

cuentra junto al palacio, unida a él por un pasadizo que desemboca en el espacio,


cerrado llamado maqsúra, aislado de la parte pública, donde reza el titular de la LOS OMEYAS
(661-750)
autoridad. Como en Medina, estas mezquitas asumen durante mucho tiempo las
funciones de lugar de reunión del ejército, de hospital, de tribunal y de tesoro
público: tal es el caso de Damasco, donde el edículo del tesoro se alza sobre un;¡
columna en un ángulo de la mezquita de los Omeyas.
..En el año 632, a la muerte del fundador, se han establecido ya los grandes
principios de un Estado y de una sociedad. Tenemos, en primer lugar, «los cinco
pilares del Islam»: la profesión de fe monoteísta, la oración, el ayuno del Rama.,
dán, la peregrinación y, finalmente, la limosna legal del diezmo (zakat, azaque);
engranaje esencial del Estado. Por otra parte, aparecen las «buenas costumbres»,
establecidas por el ejemplo del Profeta y por sus «dichos», los hadices, manües-.
tación en tono menor de la función profética, pronunciados en Medina con moti­
vo de la organización de Ja vida secular. Los múltiples hadices serán jerarquizada \
en la práctica consuetudinaria de los musulmanes y, más tarde, discutidos y orga­
nizados en corpus por los primeros doctores de la ley. Estos corpus constituirán; Muhammad 5. c:Abd al-Matik
685-705
la sunna o tradición, que sigue en importancia al Corán (Qur’án), recitación que
contiene la revelación divina, en la enumeración de las fuentes del derecho mu-,
6' a ™ ™ ' 7' SvJayman s
9 . Yaz u II 10. Hishám
sulmán. Entre las buenas costumbres antes aludidas, una de ellas, el djihád, «es­ 7 ° 6-715 715-717 720*724 724-743

fuerzo» militar contra los paganos y contra los que desconocen los derechos de; ; 12. YJd 111 13. íb rá h í m
744 I 1. a - a l l d l l
744
Dios, adquirirá pronto una jerarquía casi igual a la de los Cinco Pilares. Otras 743-744

tradiciones, más o menos islamizadas, se reintroducen en la vida religiosa y en la-


organización de la familia: la circuncisión, por ejemplo, la obligatoriedad del velo:
Fé. t l f es
femenino que el Profeta sólo recomendaba a las mujeres de su casa y a las espo^'
t 5
sas de los creyentes; también, pese a haber sido condenada por Mahoma, la en-
dogamia, que constituía un signo de nobleza en una sociedad basada en el linaje
y era una garantía contra la dispersión de los patrimonios que podía traer consiga des vencidas, obligadas a entregar a sus mujeres. La guerra de conquista y el de­
la legislación mediní sobre la herencia (una pa.tte para cada hijo, media parte recho familiar constituyen, por consiguiente, de manera sorprendentemente para­
para cada hija); finalmente la poligamia, autorizada por los múltiples matrimo­ dójica y en buena parte extraña a la profecía, una sociedad original cuya gestión
nios del Profeta, uniones tanto políticas como amorosas, que fue estrictamente impondrá un considerable esfuerzo de interpretación y de reflexión. Pero desde
limitada por la doctrina a cuatro esposas cuyos derechos debían ser iguales y res., el momento mismo de su constitución, e incluso antes de su triunfo sobre sus
petados, incluso en el plano de la sensualidad, cuyos valores son asumidos por el enemigos, la túnica sin costura del Islam mediní se desgarra en «escuelas», divi­
Islam. didas en temas como los principios de la devolución del poder, las relaciones en­
La restauración de las costumbres de la aristocracia mekí y su difusión como, tre el libre arbitrio y la omnipotencia divina, y el vínculo entre la fe y la reflexión
modelo en el conjunto de la Dár al-Islám es el signo de un compromiso entre la humana.
sociedad igualitaria de los creyentes —siempre horizontal, teocrática y enteramen­
te dependiente de la voz de Dios en su administración o su justicia— y la socieda ■
mekí cuyos valores anclados en un pasado lejano, como la pureza del linaje fami­ La «familia» ante los poderes
liar, la jerarquía tribal o la solidaridad agnática, constituyen un instrumento ex­
traordinario de poder pero también un riesgo de inestabilidad. El sistema tribal El «asunto de familia» que constituye la sucesión del Profeta, con sus episo­
se impone, en efecto, al ejército musulmán y colonizará el Estado omeya: se apo­ dios trágicos, sus nimiedades y sus luchas de facciones, revela la debilidad funda­
ya sobre una red eficaz de dependencias y adhesiones y constituye una «república mental del Islam durante muchos siglos: la dificultad de definir la legitimidad del
de primos» basada en un principio aristocrático. A la muerte del Profeta, el Is­ poder. Esta dificultad trae consigo la elaboración de múltiples doctrinas políticas
lam, conducido por los generales omeyas, será el vehículo de transmisión del po­ y, por tanto, religiosas, siempre profundizadas, enriquecidas por aportaciones ex­
der de las grandes familias. En todas partes se impondrá un modelo genealógico teriores y que con frecuencia se encuentran al borde de la herejía, aunque sólo
que redescubrirá las viejas costumbres agnáticas mediterráneas patrilineales. La sea bajo forma de «exageración», algo m\!y frecuente en el Islam. A la muerte-
poligamia, por su parte) funcionará como un poderoso disolvente de las socieda- Profeta, una solución conservadora y eficaz permite confiar el poder a viejos
1

192 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0 D E L M O D E L O H E G IR IO A L R E IN O A R A B E 193

musulmanes respetados y unidos por lazos de matrimonio a la familia de Maho-i n-an en el seno del movimiento muctazil. Alejados de los járidjíes en el tema de
ma: Abü Bakr y °Umar que inician el período de las grandes conquistas. Al hacer! |a condición del musulmán pecador, los muctazilíes se aproximan a éstos en
esto, se descarta a otros parientes más próximos del Profeta: su tío °Abbas, cuyost la idea de un imán justo y que pueda ser destituido por los creyentes, mientras
descendientes destacarán más tarde sus méritos y derechos y, sobre todo, su so­ que en el plano propiamente filosófico se encuentran más cercanos a los medios
brino cAlí, el primer converso después de Jadidja, creyente escrupuloso y activo shfíes.
en tomo al que cristaliza un partido cuando, a la muerte de cUmar, un tercer - La elaboración del Islam es, pues, principalmente, una profundización, una
«lugarteniente» (jalifa, ‘califa’) se instala en el poder: se trata de c,Uthmán, un reflexión racional sobre los elementos de la fe. Los contactos, los préstamos de
omeya apoyado por su clan y que empieza a colonizar el Estado. Este provoc;a. otras culturas y las polémicas resultan limitados. Desde luego, el Islam queda so-
la oposición de los creyentes a la antigua usanza, fieles a la vieja umma, o la '-■■metid° a los ataques de los teólogos cristianos de las escuelas sirias como Juan
los testigos de la Revelación, los «recitadores» del Corán: al ordenar el estableci.j Damasceno y Abú Qurra, pero la reflexión musulmana va fundamentalmente di­
miento de una vulgata o versión única del libro de la Revelación, de la que se’ rigida contra el escepticismo radical de los «libertinos», los zindíqs, herederos del
han censurado las maldiciones lanzadas en un principio contra su clan, cUt\\ma^; m dualismo iranio. El problema del mal les motiva mucho más que el del logos he­
se precipita hacia su propio asesinato que tendrá lugar en 656. 'i: mf : lénico del que hablan los cristianos de Siria. Las tesis mu°tazilíes excluyen cual­
cAlí, por consiguiente, llega muy tardíamente al poder, en medio de una at"l quier responsabilidad divina en la existencia del mal cuyo origen se encuentra
mósfera de intrigas y venganzas. Acusado por el gobernador de Siria, Mucáwiyl\J únicamente en el libre arbitrio humano; su doctrina de un «Corán creado» tiene
de haber instigado el asesinato de su pariente cUthmán, cAlí contemporiza y pier-: como finalidad desechar los argumentos de los adversarios del Islam que habían
de a sus partidarios. Forzado a una guerra civil entre sus hombres, agrupados en'. encontrado imperfecciones en el texto sagrado, que es palabra divina. En esta
Küfa, y el ejército de Siria, evita un choque sangriento al aceptar, en Siffin, so­ atmósfera de profundización intelectual, las opciones filosóficas implican siempre
meterse a un arbitraje que establecerá su responsabilidad eventual en el asesina-1 una apHcación política inmediata. El Islam, religión y Estado, impone una res­
to. Esta debilidad provoca, no obstante, el furor de los que protestan contra un ponsabilidad a este respecto a cada musulmán. La cristalización de los partidos
juicio humano en un asunto de esta índole. A partir de este momento el Islam y, en particular, el de los seguidores de cAlí, trae consigo la introducción de ideo­
sufrirá una división en tres partidos: de entre los antiguos partidarios del yerno. logías que, en un principio, eran totalmente extrañas al Islam.
de Mahoma, algunos salen de la umma inicial; son los járidjíes, intransigentes ; Por más que el movimiento de partidarios de cA lí se mantiene durante mucho
rigoristas, que denuncian a los imanes pecadores o a los creyentes relapsos y. pre­ tiempo como una tendencia familiar, dirigida por los miembros más antiguos de
conizan que la pureza de conciencia es el único camino posible. En torno a cAlí este y como un partido legal, surgen pronto sectarios que introducen o
sólo permanece un grupo de creyentes, que pronto serán sectarios y que no lo­ desarrollan en él gérmenes de «exageración»: esperanzas milenaristas que les con­
gran protegerle del cuchillo de un járidjí. El hijo mayor del califa asesinado re'. ducen a atribuir una función profética a los imanes y, en particular, a esperar la
nuncia a luchar, pero el menor, Husayn, se alza icontra Mu°áwiya y los omeyas: aparición del «bien gniado» (el mahdí). El fracaso en las empresas llevadas a cabo
su martirio en Karbalá°, en el año 680, provoca la creación de un «partido» por los imanes, reconocidos sucesivamente como mahdís, llevó al grupo a adoptar
(shfa) pro-cAlí, el de los sh'fíes, legitimistas y minoritarios, refugiados en una la idea de la dandestinidad en espera del retorno de un mahdt salvador que sería
atmósfera de arrepentimiento trágico, y teatral. En cambio, en torno a Mucáwiyáy descendiente de °Alí; de este modo acabaron reconociendo, en la cadena de los
el vencedor, se reúnen los moderados, los oportunistas, los indiferentes y los am-' imanes ocultos, las encarnaciones de la divinidad, lo que les indujo a aceptar los
biciosos que aceptan apoyar este poder militar reflejo de Quraysh y de las tribus temas helenísticos de la metempsicosis y a empezar a reflexionar sobre la gnosis
antiguas: han llegado los Omeyas. del mundo cristiano. Hacia el 760, en los medios shFíes de Küfa el profetismo y
En conjunto, no obstante, las doctrinas filosóficas y políticas que se elaboran el milenarismo, protegidos por-él recuerdo de los tiempos de Medina y de La I
en el ámbito musulmán, resultan bastante desfavorables a los Omeyas: el escáo- Meca, se prolongan en una pléyade de sectas siempre en ebullición: partidarios
dalo de Siffin, la desposesión y el martirio de la familia de cA li suscitan la refle­ de ‘‘A.fi y creyentes en su probable retomo mesiánico; partidarios de su hijo [
,-f_ . ■
xión sobre la validez del imamato, sobre la responsabilidad del hombre e incluso Muhammad ibn ni-Hanafiyya; partidarios de Abü Háshim; devotos de la descen­
sobre la naturaleza del Corán o los atributos divinos. La razón, específicamente dencia de Husayn; activistas reagrupados en torno a la rama de Hasan, dentro
musulmana para estos tiempos, reflejada en el kalñm (teología dogmática), afir- . de la familia de CAl1, y partidarios fervientes de una oposición militar (los zay-
ma la libertad humana contra la «coacción», defendida implícitamente por los díes '), Fronteras inciertas separan el «partido» legal de la shfCa, engarzado con
Omeyas, y contra la predestinación. Los que insisten en la inaccesibilidad de Dios frecuencia en revueltas violentas y efímeras, de los grupúsculos de carácter exage­
y en su unidad forman una gran corriente de pensamiento, el «muctazilismo»: se radamente místico, que se ven finalmente obligados a refugiarse en una clandes­
trata de una organización clandestina, que lucha contra el antropomorfismo -y tinidad impotente. D e este modo, incluso antes de haber logrado alcanzar la má­
contra la inmoralidad de los califas omeyas y defiende la obligatoriedad de un xima cantidad posible de su cosecha, el Islam veía crecer la cizaña.
«gobierno del bien» y de rebelarse contra los jefes injustos o impuros. Estas doc.:
trinas abren camino a la propaganda de los descendientes de °Abbas que se infiP

13. —FOSSIER. I
194 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 195

L a c o sec h a d el I slam locales, que se incrementó aún más dada la diversidad de pactos concluidos con
las distintas poblaciones. La existencia de estas fuerzas tribales y de estos mandos
El gobierno de los Omeyas se elabora, por tanto, en una atmósfera de conflic­ descentralizados subraya la importancia del consenso político y religioso sobre el
to permanente -político, ideológico, familiar- entre las distintas facciones que que se apoya el Estado musulmán: una unidad ideológica en la que ha hecho
surgen en el seno del pueblo árabe. El mundo del Islam, que gracias a la conquis­ mella, no obstante, la dura lucha en torno a la legitimidad del poder.
ta adquirirá dimensiones similares a las de los mayores imperios de la Antigüe­ Lo esencial del imperio islámico, Egipto, Siria, Iraq e Irán, ha sido ya con­
dad, podrá ser administrado al descubrirse soluciones al triple problema del po­ quistado en 656, cuando estalla la gran querella (fitna) entre cAJí y los herederos
der en la comunidad, de las relaciones entre vencedores y vencidos y de la defi­ de. cUthman. La expansión continúa en el Jurasan y en el Sidjistan, alcanza las
nición de las doctrinas jurídicas. El fracaso final de la dinastía no debe movernos ' marcas iranias del nordeste, limítrofes con el país de los turcos, y las avanzadillas
a subestimar su capacidad creativa, que llegó a expresar una síntesis entre ele­ t del imperio chino. Violentos enfrentamientos tribales acompañan la reducción
mentos contradictorios, entre el mensaje igualitario y universalista y las realida­ ■progresiva de estos viejos países iranios de la Transoxania, mosaico de principa­
des de una estructura jerárquica y de la existencia de clientelas dentro del pueblo dos zoroastrianos o budistas que, en un principio, fueron sometidos a tributo y,
árabe. Los Omeyas no son, evidentemente, simples generales de la aristocracia más tarde, suprimidos. El ejército de conquista, puramente árabe, trasladado des­
qurayshí: siempre serán considerados responsables de la ruptura con los partida­ de Küfa y Basra, se divide muy pronto en partidos que se enfrentan en torno al
rios de cAlí, más prestigiosos, y se les acusará fácilmente de inmoralidad y amor problema del reparto del botín entre los guerreros y la administración central de
al lujo; deben tenerse en cuenta, no obstante, las necesidades que les impuso la los Omeyas: los Banü Qays, que se encontraban al frente de un grupo de tribus
construcción de un centro de poder, de una corte y de servicios administrativos del Hidjaz, llegan a apoyar a los adversarios de los Omeyas para pasar, después
privados que les separaron de un pueblo armado, indócil y nostálgico. Por otra del 691, incluso a aliarse con estos últimos en contra de los árabes de origen ye-
parte, siempre tuvieron conciencia tanto de sus deberes con respecto a la comu­ mení. Muy pronto todas estas tribus se lle11an de «clientes» (mawalí): soldados
nidad —deberes de ejemplo moral, generosidad y justicia— como de su legitimi­ de ocasión, antiguos esclavos iranios, prisioneros de guerra. Su manumisión viene
dad incierta o, por lo menos, compartida con las restantes ramas de la familia. acompañada por un deber de fidelidad y entrega a la tribu de la que formarán
Con ellos la represión de las insurrecciones no alcanzará jamás la ferocidad de parte en lo sucesivo, aunque dentro de una categoría inferior (mawla indica la
las represalias <abbasíes posteriores: la jornada fatal de Karbala°, en la que murió relación de subordinación entre el señor y el subordinado). Son contingentes de
Husayn, hijo y heredero de <A]i, es la única excepción. mawalí, o sea, iranios arabizados, los que participan, después del período 705­
715, en la conquista de Bujara, de Samarcanda, del Jwarizm y de los altos valles
de Fargana que abren la vía de entrada a la China. En el año 731, 1.600 infantes
Desde el Turquestán hasta Libia mawálíes y un millar de conversos de Samarcanda serán los que ayuden al ejército
regular árabe, formado probablemente por unos 40.000 hombres, a terminar con
La construcción del Estado mediní y la difícil sucesión de Mahoma se sitúan la amenaza del jan turco de Turgesh. Ahora la frontera está bien defendida y los
sobre un trasfondo de expansión, conquista y fundación de un imperio universal. chinos, que intentan una contraofensiva para recuperar el control de sus antiguos
Los acontecimientos se suceden rápidamente: si las primeras expediciones, en tributarios de la Transoxania, son rechazados en el río Talas (751): es cierto, por
vida del Profeta y bajo Abú Bakr, logran que las tribus se alíen con el Islam y otra parte, que el Islam no parece preparado para adentrarse más en las tierras
se asocien a los primeros conversos en una empresa militar común, los éxitos ex­ del imperio chino. Más allá de los límites que se han alcanzado, tanto si se trata
traordinarios de los generales qurayshíes traen consigo, menos de seis años des­ del país de los turcos, del Cáucaso o de las montañas situadas al sur del mar
pués de la muerte del Profeta, la construcción de un nuevo imperio que trastorna Caspio, del Afganistán o de Nubia, se encuentra el «país de la guerra» y de las
las fronteras tradicionales del Oriente Próximo. razzias o algazúas. En él actúan los «voluntarios de la fe» junto al ejército regular.
En ei año 636 la batalla de Qadisiyya marca la caída brutal de la dinastía sa- Poco a poco, la sedentarización de los árabes y el menor papel que desempeñan
sánida: bastarán pocos años para que la dominación musulmana llegue al Zagros los soldados oficiales dará un mayor relieve a estos voluntarios, los gázfs o guerri­
(642), al Fars y al Jurasan (651). En el otro extremo del Creciente Fértil la toma lleros. Su prestigio crecerá sin cesar y, en época <abbasí, veremos que los gdzís
de Damasco (635) y, tras la batalla de Yarmük (636), la de Jerusalén, abren a la de la frontera irania acuden en ayuda del ejército tribal árabe que se encuentra
ambición de los conquistadores, casi sin resistencia, el camino de Egipto, la alta en dificultades en el Taurus, frente a Bizancio.
Mesopot^arnia y Armenia (641). D ebe subrayarse que fueron los mekíes, aliados Por este lado, al igual que en las islas del Mediterráneo oriental, la conquista
tardíamente al Islam, y en particular los Omeyas qurayshíes, de fuerte tradición había proseguido bien en un principio, pero cuando surge la reivindicación de un
tribal y militar, quienes se hicieron cargo de las expediciones y, más tarde, de la imperio universal, ésta va unida a una fascinación acerca del papel sagrado que
administración de los territorios conquistados: Mu<awiya fue gobernador de Siria desempeña la nueva Roma. Se cree que la toma de Constantinopla acabará con
desde el 637, mientras que Jalid y cAmr gobernaron las provincias de Irán y Egip­ ciertos secretos escatológicos y coronará el triunfo del Islam. El esfuerzo que lle­
to. Crearon las' condiciones de una autonomía muy amplia de los gobernadores van a cabo los Omeyas es inmenso: no obstante, en tierra, una vez agotado el
L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950

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732 100 años después Estepa desértica
D E L M O D E L O H E G IR IO A L R E IN O Á R A B E 197

t L a s grandes expediciones tras la m uerte d el Profeta


198 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 199

impulso de las primeras victorias casi milagrosas, el armamento y la táctica musul­ pudieron tentar a codiciosos y oportunistas. En el verano del 711 Tariq cruza el
mana se encuentran, en pleno país griego de Asia Menor, en equilibrio con las estrecho, dando su nombre a la montaña que domina su orilla septentrional (Dja-
fuerzas bizantinas a las que se había barrido fácilmente de otros países cristianos, bal Tariq, Gibraltar), dispersa el ejército de Rodrigo y mata al rey en el río Bar-
como Egipto o Siria, pero que resultaban tremendamente coriáceas en Constan- bate. Al año siguiente se le une Músa, acompañado esta vez de árabes que se
tinopla. En este momento la guerra debe abrir paso a la caballería pesada, a un apoderan de Sevilla, Mérida, Toledo y Zaragoza. Las resistencias son raras, las
armamento constituido por sables, lanzas y corazas costosos, y a una articulación huidas alocadas; esta conquista «fulminante», que dura como máximo dos o tres
cuidadosa entre los distintos cuerpos del ejército. Resulta cara y produce escasos años, resulta característica tanto de la prudencia como de la audacia de los musul­
beneficios: de acuerdo con la evolución de los conflictos, los Omeyas se verán manes. Hacia el 714 la avalancha musulmana llega al pie de la cordillera cantábri­
obligados a desmovilizar contingentes del ejército regular y a tacharlos de los re­ ca, en la que se han refugiado algunos guerreros, y hacia el 720 se desborda hacia
gistros de soldada, atrayéndose con ello terribles oposiciones. En el mar, los ára­ el Rosellón y Narbona. La rapidez y ulterior duración de esta «revolución occi-
bes dominaron bastante de prisa las técnicas de construcción de navíos así como . dental» exigen, no obstante, explicaciones más completas que las que recurren a
las de la guerra naval: desde el 648 llevan expediciones a Chipre, en el 655 obtie­ la fuerza o a la sorpresa explotadas con habilidad.

YIXÍU. " YDMüfltoH


nen una victoria decisiva en la «batalla de los mástiles» y, menos de 20 años des­ En realidad, los ejércitos musulmanes encontraron en este país una situación
pués, se presentan ante Constantinopla, entre el 673 y. el 680. Este primer «ase­ agitada que debe relacionarse con una crisis muy profunda del orden sociopolítico
dio», que no lo es en realidad, se renueva con mayor seriedad en 717-718. No de tradición romana que existía tanto en el África bizantina como en la mayor
obstante, fracasa dos veces ya que los árabes no habían tenido en cuenta la for­ parte de España. Las estructuras impuestas por Roma ya habían desaparecido
midable posición bizantina así como la eficacia de la nafta, el «fuego griego», que prácticamente de varias regiones, como los Pirineos vascos, la zona cántabro-as-
permite a los bizantinos incendiar los barcos enemigos, liberar la ciudad y recu­ tur y, sobre todo, el África bereber ante la reconstitución de formas sociales de
perar, al menos hasta aproximadamente 825-826, una verdadera hegemonía ma­ tipo tribal o «segmentario» que parecen enlazar con los modos de organización
rítima. anteriores a la romanización. La manifestación más visible de esta degradación
de la herencia romana es, al igual que en el resto de Europa occidental, la deca­
dencia o desaparición de las ciudades, evolución que no afecta sólo a las franjas
Y desde Libia hasta Aquiíania de la romanidad que se encuentran más amenazadas desde el punto de vista eco­
lógico, como sucede en las zonas predesérticas del norte de África que van siendo
Los propósitos iniciales de los Omeyas no incluían, probablemente, ir más allá recuperadas para la vida tribal. En las mismas riberas del antiguo mare nosírum,
de las arenas libias: una campaña relámpago de ‘Abd Allah, hijo de al-Zubayr, el «mar romano» de los textos árabes, los centros de actividad urbana antigua e
hasta Cartago en el 647, había revelado claramente la extrema fragilidad de las intensa situados en la costa mediterránea de la península ibérica, como Sagunto
guarniciones bizantinas de Ifnqiya, pero también las dificultades que existían para y Cartagena, han decaído de tal manera, entre la crisis del siglo rn y la invasión
Uegar a controlar a los bereberes del Atlas de los que se decía que Dios, en el musulmana, que estas ciudades, a principios del siglo v iii son simples aldeas insig­
reparto inicial, les había dado la turbulencia, la ceguera, el amor al desorden y nificantes. Las luchas entre visigodos y bizantinos hasta principios del siglo vii
a la violencia. ¿Llegó 'Uqba ibn Nafi' a cruzar a la velocidad del rayo toda la pudieron contribuir a esta decadencia —Cartagena fue destruida por los sobera­
Berbería hasta llegar al sur del wádi Sebu y penetrar a caballo en el Atlántico nos de Toledo— pero no bastan para explicar una evolución de conjunto que ter­
(681-683)?: tal vez no, pero, por lo menos, puede atribuírsele la fundación de un mina con la desaparición de la tercera gran metrópolis romana de la costa levan­
campamento, detrás de Cartago, denominado al-Qay-rawan, a pesar de la hosti­ tina, Tarragona, que desaparece por completo del mapa entre su destrucción du­
lidad de las tribus bereberes vecinas. Después de 692 empieza una conquista me­ rante la conquista musulmana y la repoblación del solar llevada a cabo por los
tódica poderosa (se habla de 40.000 hombres). Cartago cayó, al igual que las res­ catalanes en el siglo XJI. Las antiguas ciudades romanas de la costa africana han
tantes plazas griegas, bajo el ataque de Hassan ibn al-Nu‘man. ¿Existió realmente desaparecido también, con la excepción de algunas plazas del estrecho de Gibral­
una resistencia organizada en los montes Awras bajo el liderazgo de una mujer tar en las que la presencia bizantina se mantuvo durante más tiempo: es el caso
de la tribu de los Djarawa, la «Kahina»? Hoy en día se tienen ciertas dudas, pero, de Tánger y Ceuta.
por lo menos, se sabe que hicieron falta más de diez años para que resultara se­
guro el camino que llevaba de Qayrawan a Volubilis. Por otra parte, los goberna­
dores del Magrib, como Músa ibn Nusayr, juguetean con la independencia, sin­ ¿Agonía del mar latino?
tiéndose seguros dada la lejanía del centro de poder.
El episodio ibérico sigue aún suscitando hipótesis: ¿pidieron ayuda los griegos En definitiva es el mar el que aparece como el espacio de combates más en­
y judíos levantinos contra la presión visigótica?, ¿se trataría de una transacción carnizado y más duradero. La desurbanización preislámica del Occidente medite­
comercial?, ¿aventura personal de un mawla bereber de Músa, Tariq ibn Ziyad? rráneo viene acompañada por una decadencia de las relaciones marítimas norma­
La usurpación de Rúdrigo en la Bética y los sobresaltos dé la corte de Toledo les que afecta a toda la cuenca occidental. Este espacio que antes tenía un tráfico
200 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0 D E L M O D E L O H E G IR IO A L R E IN O Á R A B E 201

tan intenso, se convierte en una zona de vacío político y económico entregada a y obstáculos rompen, en esta época, lo que había sido la unidad del mar y el gran
las empresas de piratería; la situación se prolongará hasta que se produzca el len­ comercio de lujo mediterráneo. Sólo los chipriotas parecen ser capaces de atrave­
to renacimiento del tráfico marítimo a partir de fines del siglo IX y, sobre todo, sar el bloqueo naval y ello no es fruto de un objetivo económico sino una conse­
en el siglo x. La situación de las regiones marítimas, a pesar de su entrada en el cuencia de la recuperación de la superioridad griega en el mar hasta el año 826
mundo musulmán, sólo se modificará muy lentamente dado su mediocre interés que dará como resultado una decadencia de los centros urbanos de la costa siria
político y económico que los centros de poder principales del Occidente musul­ y una progresiva escasez de viajes marítimos, para no hablar, como hacía Piren-
mán -nin gun o de los cuales es una ciudad marítima antes del siglo XI— no te­ ne, de cierre total a la navegación. La primera consecuencia desastrosa de la gue­
nían excesivos deseos de controlar. No existe ninguna ciudad digna de este nom­ rra omeya parece ser, pues, una «continentalización» del imperio árabe.
bre en las costas 'andalusíes y magribíes entre la conquista musulmana y el siglo Sin duda, en tierra y hasta el fin de la expansión, la guerra sigue siendo uno
x si exceptuamos los puntos de paso obligados entre la Europa meridional y la de los elementos esenciales de la sociedad musulmana, pero existen grandes dife­
costa africana, o sea, el Mediterráneo central por una parte y la zona del estrecho rencias con la época de la hégira en Medina. En aquel momento todo el pueblo
de Gibraltar por otra. Entre Nákur y Túnez sólo se encuentran ruinas de ciudades árabe se encontraba lanzado y comprometido en una empresa de expansión arma­
romanas y la situación no es mucho mejor al norte de Málaga, en la costa medi­ da y, con el transcurso del tiempo, la progresiva disminución del papel desempe­
terránea de la península. Sólo Tortosa, dada su importancia militar frente. a los ñado por el elemento tribal redujo la función militar a un grupo de especialistas
francos, conserva cierta significación, sin que pueda descubrirse en ella actividad que, durante un período, siguieron siendo los representantes de las tribus pero
comercial alguna antes del siglo x. Al igual que las grandes metrópolis, todos los que, en época cabbásí, quedaron reducidos únicamente a los árabes del Juríisíin,
centros urbanos que, como consecuencia de su integración en el área de civiliza­ los «hijos de la revolución». No obstante, ei sentimiento del deber militar del
ción islámica, empiezan a animar la vida política, económica, social y cultural del djihád, como afirmación militar de los derechos de Dios, sigue teniendo mucha
Magrib central y occidental y de la Hispania del Sur - e l país de los vándalos fuerza entre los musulmanes, tanto si esta fuerza es espontánea como si es el re­
(al-A ndalus)- se sitúan en las zonas interiores: es el caso de Tubna, Msila, As- sultado del nuevo vigor que le dan los juristas. Los Omeyas establecen, a fin de
hir, Tahert, Tremecén, al-Basra, Sidjilmasa, Sevilla, Toledo o Zaragoza. cuentas, un prototipo de califa combatiente. Una solución cómoda, al menos en
El caso de las Baleares puede ilustrar bien esta situación de vacío político y apariencia, puede encontrarse, tanto en el plano doctrinal como en el de la pra­
de depresión de la vida urbana y de los intercambios comerciales. Sometidas, en xis, en los mudjáhidüns voluntarios mantenidos por el califa. Con ella se evita,
un principio, en el año 707, por la flota de Túnez que acababa de crearse, se salvo en caso de invasión, tanto una movilización general, que evidentemente re­
mantienen luego independientes de cualquier poder político exterior durante casi sulta embarazosa para el poder, como movilizaciones excesivamente parciales.
dos siglos. En el año 798 son atacadas por piratas procedentes, probablemente, Pero esta práctica trae consigo dos reclutamientos paralelos: el de los profesiona­
de las costas andalusíes; el poder de Córdoba considera que gozan de una tregua les de la guerra, que pronto serán mercenarios o esclavos acuartelados, y el de
(sulh) cuya ruptura provocará, en 848, una expedición punitiva de carácter semio- los voluntarios orgullosos de sus méritos. Aleja, por tanto, la masa de los musul­
ficial. En el año 902 las Baleares son consideradas, todavía, un país de guerra manes del modelo de Medina y de la democracia m íitar salvo en casos excepcio­
santa ya que en esta fecha un rico ciudadano obtiene un permiso del emir de nales. Incrementa, asimismo, la tentación de una revolución conservadora que
Córdoba para organizar un djihád privado con el fin de conquistarlas. Es el mo­ devolvería al musulmán «de base» su derecho imprescriptible y su prestigio, am­
mento en el que se islamizan las islas, pero todavía durante unos 30 años consti­ bos anulados. Las secesiones de los járidjíes, de los partidarios de cAlí y de los
tuyen una especie de emirato autónomo que sólo se integrará a la administración movimientos que derivan de los dos anteriores adquieren fuerza debido precisa­
cordobesa tras la proclamación del califato en el 929. Sólo después de la conquis­ mente a este hecho.
ta del 902 se producirá el renacimiento de la vida urbana en Mallorca, con la
fundación de Palma (Madína Mayurqa) que tiene un rápido desarrollo, en un Me­
diterráneo occidental en el que se reanima el tráfico internacional. ¿Es POSIBLE UN REINO Á^^E?
El mismo esquema se repite en el este: cuando en el 723 Willibaldo quiere di­
rigirse a Oriente, encuentra navíos disponibles en Gaeta, Nápoles e incluso en Si­ Los Omeyas contestarán a las pretensiones del Imperio Bizantino confiscando
cilia, para llegar al Egeo y a Chipre, isla que ha obtenido un estatuto de tributario dos símbolos de esta soberanía universal. Todavía en el año 687, el califa sirio se
de los Omeyas y que sigue manteniendo relaciones con Bizancio. No obstante, comprometía a proporcionar al emperador el papiro con las marcas distintivas
apenas ha desembarcado en Siria, es detenido junto co n la tripulación chipriota, imperiales y los vestidos de aparato, de dignidad y de función, tejidos en los ta­
acusado de espionaje, y sólo un anciano podrá dar testimonio de que se trata de lleres egipcios. En el 692 el califa cAbd al-Malik realiza una ruptura radical al
un peregrino. Liberado, detenido de nuevo, liberado por segunda vez gracias, suprimir las invocaciones a la Trinidad y el signo de la cruz que aparecían en el
ahora, a un converso español, deberá esperar durante mucho tiempo la llegada de papiro y al instituir una marca, un tiraz, del taller del Estado en las vestimentas
un barco que le lleve directamente de Tiro hasta Constantinopla. No se han cor­ cortesanas. Por otra parte, lleva a cabo una reforma monetaria que trastorna las
tado, desde luego, todas'las relaciones, pero puede comprobarse cuántos peligros escalas constantes de valor y sustituye los tipos monetarios bizantinos que habían
202 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

prolongado las acuñaciones de los primeros califas por un tipo nuevo y puramente
musulmán. Entre el 691 y el 696 acuña un primer diñar de oro, con la efigie del
califa en pie y, más tarde, en el 696, el diñar clásico, puramente epigráfico. Para
Bizancio esto constituye la usurpación de un derecho fundamental: la acuñación
de oro vinculada a su soberanía. Las nuevas monedas musulmanas (diñar de 4,25
gr de oro y dirham de plata de 2,97 gr) unifican dos sistemas de circulación que
durante mucho tiempo han estado separados: el sueldo bizantino de 4,55 gr y el
dracma sasánida de 4,10 gr de plata.

¿Cómo unificar todos esos pueblos?

Las equivalencias de las monedas son cómodas, pero difunden sobre todo un
mensaje religioso, una profesión de fe: «No hay más dios que el Dios; es único
y no tiene asociado. Mahoma es el enviado de Dios», «Dios el único, Dios el
eterno; no ha engendrado ni ha sido engendrado; nadie es igual a El». Lo ante­
rior constituye un «símbolo omeya», pero aparece también un segundo símbolo
profético: «Mahoma es el enviado de Dios para señalar la dirección del camino
recto y enseñar una religión verdadera que triunfe entre las restantes religiones».
Estas leyendas ocupan lo esencial del lugar disponible en la moneda y a ellas sólo
se añade, en un principio, el nombre del califa, el del acuñador, normalmente un
cliente o mawlá, la indicación del taller y la fecha: manifiestan, pues, un claro
deseo de propaganda religiosa, de afirmación serena y de arabización. La existen­
cia de una auténtico bimetalismo oro-plata viene reforzada por abundantes acu­
ñaciones en cobre (el fa ly, plural fulús, que deriva del folUs bizantino) y da testi­
monio de la existencia de un mercado complejo y escalonado, rural, local e inter­
regional y de una primera tentativa de unificación económica del continente mu­
sulmán, que en lo sucesivo se independiza del antiguo dominio mediterráneo.
Esta unificación simbólica se acompaña, en la realidad, de un control serio de
las fuerzas vencidas —grupos étnicos o grupos religiosos— cuya debilitación es
sorprendente y testimonia el agotamiento de las tradiciones ante la presión de
una ideología universalista. El mismo Irán, pueblo de combatientes, nación domi­
nante, llamado por el mazdeísmo a representar un papel universal y a luchar per­
manentemente contra el mal, se hunde por completo. Desde luego, algunos lina­
jes «nobles» se mantienen en la provincia de Fars y conservan el sentimiento or­
gulloso de su raza de origen y el recuerdo de las dinastías nacionales. No obstan­
te, son sobre todo las montañas del litoral del mar Caspio, tradicionalmente insu­
misas y que se islamizaron tardíamente, las que conservan durante más tiempo
un poder autónomo: sus «marqueses» (ispahbadhs) del Tabaristán, por ejemplo,
herederos de los gobernadores sasánidas, u otros similares, enquistados en un
«país de guerra» devastado por las constantes expediciones musulmanas, o ame­
nazados por los esfuerzos de los misioneros, podrán resistir durante un cierto
tiempo. Al este, el Islam se adapta a las condiciones de sumisión de los antiguos
principados sogdianos y bactrianos: en Balj una dinastía local conserva su autori­
dad, primero sola hasta el 736, mientras los árabes se mantienen acuartelados en
una ciudad vecina, más tarde entra en competencia con el emir hasta ser elimina­
da hacia el 870. Los príncipes dé Fargána y del Ushrusana, los afganos de Gazna
D E L M O D E L O H E G IR IO A L R E IN O Á R A B E 203

y, más tarde aún, hasta el 995, los sháhs del Jwárizm disfrutarán de la misma
autonomía. En conjunto, estos acuerdos parciales y frágiles entre la aristocracia
irania y el poder islámico no implican la constitución de un «refugio» nacional:
el Islam penetra por todas partes y las lenguas persas se arabizan en gran medida.
Sólo subsiste el recuerdo del pasado espléndido de la poesía, de la arquitectura
y de la dominación política de los iranios que se traduce, a partir del momento
en que los Omeyas empiezan a reclutar secretarios de origen persa para las ofici­
nas de la administración, en la polémica de la shuc&biyya: frente a los humanistas
árabes de Basra, los persas reafirman —¡en árabe! — los valores literarios y heroi­
cos del pasado iranio.
En los países cristianos de Iraq, Siria y Egipto, la afirmación de la libertad
religiosa y el fin de las persecuciones bizantinas trae consigo un renacimiento de
las iglesias minoritarias, la reconstrucción de los monasterios y el reclutamiento
de numerosos funcionarios monofisitas, a la vez que se produce un gran desarro­
llo cultural en la iglesia jacobita siria en torno a la figura de Severo Sebojt. Cierto
es que la presión fiscal acaba pronto con esta «primavera del Islam», al incitar
numerosas revueltas coptas e inducir al califa a jugar al sectarismo de los minori­
tarios, enviando, por ejemplo, preceptores zoroastrianos a la Djazíra. Asimismo,
las sectas, divididas, no ofrecen excesiva resistencia a la aplicación estricta, con
cUmar II ibn cAbd al-cAz!z, de las reglas que establecen la superioridad del Islam:
obligación de respeto y de discreción (prohibición de las campanas y del culto
público, necesidad de adoptar una actitud de deferencia) y de llevar una señal
distintiva. La aplicación de la ley musulmana es obligatoria en cualquier proceso
entre un fiel de una confesión minoritaria y un musulmán o entre dos minoritarios
pertenecientes a distintas sectas, del mismo modo que está prohibido poseer un
esclavo musulmán o prestar testimonio contra un creyente. La fiscalidad y la jus­
ticia constituyen, por otra parte, armas eficaces de conversión, pero el califa evita
su uso por temor a agotar la reserva fiscal sobre la que se apoya la vida de la
comunidad. En conjunto, por tanto, da garantías a los súbditos dhimmíes (judíos
y cristianos principalmente) contra el exceso de celo y arbitra un largo debate
entre los teóricos musulmanes y los doctores pertenecientes a las minorías en tor­
no al tema de las libertades contestadas: derecho a reconstruir iglesias y sinago­
gas, mientras que está prohibido construir de nueva planta edificios de esta índo­
le; derecho de waqf, esto es, derecho a que las instituciones religiosas tengan pro­
piedades libres de impuestos; derecho a heredar de parientes lejanos y a percibir
legados testamentarios de un musulmán. Los escribas cristianos, sobre todo nes-
torianos, que servirán a los Omeyas y, -más tarde, durante mucho tiempo, a los
cabbásíes, tratarán de ampliar estas libertades; no obstante, en un principio, la
partida de los escribas sirios de rito griego hace irreparable el conflicto con Bizan-
cio y convierte a una parte de la cristiandad oriental en sospechosa de espionaje
a favor de los griegos.
En Occidente, incluso fuera de los medios tribales islamizados que estaban ya
próximos estructuralmente de la sociedad árabe tradicional y que podían adoptar
fácilmente sus ideales al asimilar su lengua, llama la atención la difusión rápida
del árabe entre los indígenas islamizados, incluso entre los que permanecieron
fieles al cristianismo. En Toledo, ciudad particularmente refractaria a la autori­
dad de los emires cordobeses y donde no parece que se instalara más que un
204 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 205

número reducido de orientales, se ve, desde fines del siglo v iii , cómo el poeta dentro de la sociedad musulmana y a estabilizar, dada la casi propiedad de am­
muwallad (indígena converso) Girbib galvaniza la resistencia de sus conciudada­ plios dominios, las jefaturas tribales y los mandos militares. En teoría, el botín
nos, que se han rebelado contra el poder cordobés, componiendo poemas árabes. de bienes inmuebles (fay") se repartía entre todos los combatientes, salvo un
Conocemos, por otra parte, a mediados del siglo siguiente, las lamentaciones de quinto reservado al Profeta, y más tarde a la comunidad, que se atribuía a las
Eulogio, clérico mozárabe (arabizado, que vive en medio de los árabes), a propó­ fundaciones religiosas. En la práctica, los musulmanes vacilaron entre dos tipos
sito del abandono de las letras latinas por los cristianos de Córdoba y de la atrac­ de reparto: el primero respeta el principio y determina amplias distribuciones de
ción que éstos sienten por la cultura árabe. Durante mucho tiempo, sin duda, se tierras, que seguirán siendo cultivadas por sus poseedores, los dhimmíes conver­
siguió utilizando en la península los dialectos romances indígenas, aunque relega­ tidos en súbditos y situados en una posición jurídica inferior; éstos pagarán los
dos al rango de lengua popular no escrita; ahora bien, incluso a este nivel, sufrían impuestos consuetudinarios mientras que los musulmanes deberán abonar al Es­
la competencia del árabe vulgar que acabó por suplantarlos por completo quizás tado el diezmo de sus ingresos. El segundo procedimiento se aplicó en el Sawád,
a partir del siglo XI. Con la semitización lingüística penetraron también costum­ la «región negra», o sea, la zona arbórea que rodea a Bagdad, y prevé la inmo­
bres, modos de vida, mentalidades que contribuían a alejar la población andaluza vilización de la tierra que se atribuye en w aqf o sea, en bien de mano muerta,
de sus raíces indígenas. Es curioso obsertar, por ejemplo, que el matrimonio en- al conjunto de la comunidad de los creyentes: los habitantes pagan su impuesto
dógamo practicado, probablemente, por imitación de las costumbres árabes, era bajo un doble título, como capitación y como impuesto territorial, constituyendo
tema de controversia entre los mozárabes del siglo ix . En toda la fachada medi­ este conjunto un «ingreso de fundación piadosa» destinado al servicio de los mu­
terránea encontramos, en la abundantísima toponimia gentilicia difundida en el sulmanes. No obstante, en ambos casos el príncipe, en nombre de la prioridad
campo sin duda desde los siglos IX y X, el índice de una relación entre los grupos que reservan al jefe los usos tribales, conserva para sí mismo una enorme reserva
humanos y la tierra, de tipo oriental o magribí, que supone una modificación pro­ territorial, los bienes sawáfí: tierras conquistadas pertenecientes al Estado sasáni-
funda de las estructuras de parentesco respecto a la tradición local de origen ro­ da, a las iglesias y templos de fuego, propiedades de familias nobles expulsadas
mano-visigótico . o bienes abandonados. Estas tierras tenían, en un principio, una extensión medio­
cre y, en el Sawád, sólo producían ingresos de 4 millones de dirhams, que supo­
i nían una cantidad mínima en relación a los 124 o 128 miltones de ingresos totales
¿Cómo obtener recursos? anuales. No obstante, los bienes sawafí crecieron sin cesar debido a las confisca­
-. yJ '
A sí pues, el «reino árabe» de los Omeyas superpone la estructura política del
ejército-Estado a las tradiciones de las múltiples provincias del imperio: el pueblo
m ciones o a la aplicación del derecho de posesión del califa sobre los pastos.
El califa podía distribuir lotes de estas tierras sawafí a los musulmanes que
tuvieran méritos particulares: la concesión implicaba la obligación de trabajar las
musulmán, esencialmente de lengua y cultura árabes, reunido todavía en contin­ i tierras, era revocable y, por tanto, no daba lugar a una propiedad plena. Permitió
gentes tribales, vive de una renta asegurada por la fiscalidad y el botín, mientras pronto, no obstante, la formación de grandes dominios (dayca) en los que resul­
consagra sus propias energías a la conquista o a la definición intelectual, filosófi­ taba difícil distinguir la concesión usufructuaria inicial de las compras sucesivas.
ca, jurídica y política que justifica su poder. Esta sociedad islámica tiene, por tan­ Sin llegar a la constitución de una aristocracia territorial, ya que el derecho mu­
to, una resonancia «ateniense» y se basa, evidentemente, en la explotación de las sulmán establece que la herencia debe dividirse entre los hijos, estos lotes per­
sociedades conquistadas, anquilosadas en su diversidad e inferioridad radicales. mitieron sin duda la implantación de una clase de medianos propietarios musul­
E l sistema de pensiones manifiesta, en primer lugar, la superioridad de los manes .
musulmanes en conjunto, y no sólo de la clase militar; las tribus aparecen regis­ No obstante, en conjunto, la base financiera del Estado sigue fundándose en
tradas en los libros de los tesoreros (divanes) desde cum ar, sin que se establezca el sistema de lmpuestos que se elabora a medida que avanza la conquista.
una relación precisa entre la pensión recibida y un servicio prestado al ejército. La evolución de la imposición y el esfuerzo de racionalización llevado a cabo
La pensión (catff) de los militares, de los veteranos o de los musulmanes libres por los juristas (fuqaha’) contribuyeron poco a poco a simplificar esta anarquía
que constituyen el potencial movilizable, tiende a sustituir el botín móvil (gani- conservándose, finalmente, dos impuestos universales: la djizya, impuesto que
ma) de la época de las primeras conquistas, regula los derechos eminentes del grava «las nucas» de los súbditos (los dhimmíes), precio por la protección que
pueblo árabe y evita que se deje arrastrar por la tentación de entregarse a la al- pagan sólo los hombres adultos, capaces de ir a la guerra; dicho impuesto consti­
gazúa y a la guerra irregular. El enrolamiento de los contingentes tribales recuer­ tuía una contribución elevada y oscilaba entre 1 y 4 dinares. El segundo impuesto
da mucho, por otra parte, los orígenes del Islam ya que, durante largo tiempo, era territorial, el jaradj, y su base tributaria más frecuente (caso de Iraq o Irán)
excluyó a los no-conversos que, por otra parte, se veían obligados a convertirse era la superficie de la tierra (misó.ha), efectuándose el pago en efectivo o la mitad
en clientes (mawali) si querían integrarse en la sociedad musulmana «pura»; in­ en especie. El gran problema era, evidentemente, el de la progresiva conversión
cluso su participación, activa según ha podido verse, en las expediciones militares de los dhimmíes ya que, en este caso, dejaban de pagar la capitación. Por ello
no les daba derecho a soldada sino sólo a una parte menor del botín. los juristas tendieron a relacionar el impuesto territorial con la tierra y no con el
Otro reparto, el de la tierra conquistada, iba a incrementar las desigualdades estatuto de su poseedor: el impuesto pertenece a la comunidad y no puede dismi-
206 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 207
nuirse o enajenarse. Una casuística refinada se ocupó de la clasificación de las oro o plata; para obtener efectivo el campesino se ve, por tanto, obligado a ven­
tierras según su status original: de todos modos, las opiniones de los doctores di­ der inmediatemente la cosecha, antes de la recolección, a precios desde luego
ferían tanto que, en último término, el califa seguía siendo el último árbitro en inferiores a los que se obtendrían unos meses más tarde. Las autoridades locales,
materia de impuestos. que son responsables del pago de los impuestos y son, al mismo tiempo, grandes
Los musulmanes estuvieron durante mucho tiempo exentos de toda imposi­ propietarios, se convierten entonces en prestamistas. La uSura tiende a dislocar
ción: eran rentistas del impuesto y sólo estaban obligados a dar una limosna vo­ la estructura igualitaria de la comunidad rural y da lugar a la multiplicación de
luntaria (zakat o sadaqa) cuya equivalencia con el diezmo fue establecida por la los vínculos de protección entre autoridades locales y campesinos empobrecidos.
costumbre. No debe subestimarse la importancia de la misma: la Crónica de Dio­

BANCO DC LA REPUBLICA
Todo ello trae consigo no solo la huida ante los impuestos, sino también la apa­
nisio de Tell-Marhé permite evaluar los distintos impuestos en los que se descom­

BIBLIOTECA - ^LINí A
rición de violentos motines de los campesinos. Estas revueltas van dirigidas en
pone. En el siglo n del Islam el diezmo de la cosecha que, en la Djazira, se abona contra de los especuladores pero también en contra de los exiliados que han hui­
según una tasa muy elevada, 2 dinares por unidad de tierra, asciende a unacuan- do de los impuestos y a los que se persigue para obligarles a volver a la comu­
tía que equivale al jaradj del vecino Iraq; el diezmo de los rebaños beduinos, nidad que se ha visto empobrecida por su huida. ¡No estamos muy lejos de Bi-
calculado no sobre los beneficios que éstos producen sino sobre el capital y que zancio!
debe pagarse en metálico, constituye una contribución tan elevada que hubo que
reducir la tasa a 1/30 o, para los rebanos pequeños, a 1/40. El sistema de imposi­
ción aplicado a los musulmanes no resulta, por tanto, tan favorable como podría La fiscalidad sigue el mismo ejemplo en Occidente
creerse: sólo se les exime de la capitación, que se consideraba infamante. A pesar
de todo, el amplio movimiento de conversiones, acompañado del crecimiento de No hace fálta decir que, en los niveles superiores del gobierno y de la adminis­
las ciudades improductivas y del abandono del campo, reducen los ingresos del tración, las estructuras que se organizaron en Occidente eran un calco fiel de los
Estado desde la época Omeya; así los ingresos fiscales procedentes de Egipto, modelos que se estaban elaborando en Oriente. Algunas de ellas aparecen muy
cuya media era de 12 millones de dinares bajo °Umar y sus sucesores, con algunos pronto, como el díwan al-djund, registro en el que figuraban los distintos contin­
aumentos esporádicos que llegaban hasta 14 o hasta 17,5 millones, bajarán hasta gentes tribales del ejército con los sueldos que percibían. La fiscalidad se caracte­
4 millones en tiempos de Harün al-Rashíd, en el siglo jx, y, más tarde, oscilarán riza de entrada por el deseo de organizar un sistema idéntico al oriental: djizya
entre 3 y 4 millones bajo los fatimíes. En la Djazira jacobita esta disminución se o impuesto específico de los contribuyentes cristianos, jaradj o impuesto territo­
producirá más tarde: 58 millones bajo Harün al-Rashid y 17 ,3 millones hacia el rial, diezmo (zakat o <ushr) que se exige a los musulmanes. A partir del 701, por
870. Igualmente, los ingresos fiscales del Iraq, estabilizados en torno a los 120 ejemplo, vemos cómo el gobernador de Ifriqiya inscribe sobre las listas de percep­
millones de dirhams en la época de la conquista y que se mantenían al mismo ción del jaradj a los Ríim (romanos) de Ifriqiya que desean conservar su religión
nivel en tiempos de Harün al-Rashíd, sufrirán una ibrusca caída en el siglo IX: 78 cristiana. En al-Andalus, un célebre tratado llamado de Tudmir (Teodomiro) es
millones hacia el 870. Este empobrecimiento del Estado se debe, sin duda, a nu­ firmado por las autoridades musulmanas y por un jefe godo de este nombre, re­
merosas causas, como las distribuciones de bienes sawáfi y los cambios en el es­ sidente en Orihuela. Este pacto concede a los cristianos del sudeste de la penín­
tatuto fiscal de los contribuyentes. Sin necesidad de subestimar el gran peso de sula la conservación de sus bienes y la adquisición del estatuto de dhimmí a cam­
la presión fiscal, que gravaba tanto las actividades económicas como los ingresos bio del pago de una djizya en metálico y en especie, prácticamente idéntica a las
individuales, resulta fácil comprender la preocupación que sentía el fisco por no que se encuentran en textos orientales del mismo tipo.
dejar escapar a nadie y detener el movimiento de disminución de los ingresos. La lejanía podría haber facilitado abusos o licencias, pero en realidad el con­
En estas condiciones, la fiscalidad contribuye a desarrollar una administración trol ejercido por el califato de Damasco sobre los primeros gobernadores parece
quisquillosa: el tandil, una auténtica inquisición periódica, es el encargado de fijar haber sido tan estricto como lo permitían las distancias y los medios técnicos de
el censo de las riquezas. En la Djazira esta inspección se realiza cada diez años la época. No existe duda alguna de que tanto el gobierno del imperio como las
a partir del 690 y actúa de forma despiadada, en particular con los poseedores autoridades locales querían ajustar la organización de las provincias recién con­
ilegítimos de tierras públicas. Nadie puede viajar sin llevar el recibo del recauda­ quistadas a las normas islámicas. La crónica latina del 754, llamada Crónica mo­
dor que le protege frente a una posible detención e investigación: se trata de evi­ zárabe, insiste repetidamente en los esfuerzos realizados por los gobernadores de

tar la huida ante los impuestos que amenaza con generalizarse. Acabará por exi­ Córdoba para ajustar a la legalidad la realidad anárquica de la apropiación de las
girse, como prueba de que el contribuyente ha cumplido con sus deberes fiscales, tierras por los conquistadores. De esta manera, el gobernador al-Samh (719-721)
llevar un sello de plomo sujeto al cuello con una correa. Por otra parte, la dureza habría procedido a un nuevo reparto de los bienes que los árabes tenían «indivi­
del impuesto crece, en virtud de la arbitrariedad del censo que llevan a cabo los sos» (indivisum), es decir, sin que se hubiera procedido previamente a un reparto
funcionarios de la administración central, frecuentemente elegidos entre los legal. Por su parte, el gobernador Yahya ibn Salil.ma (725-727) obligó a árabes y
miembros de una minoría distinta de aquella a la que pertenezcan sus contribu­ bereberes a restituir a los cristianos indígenas los llamados «bienes de paz», pro­
yentes. La imposición se endurece también debido a la necesidad de pagar en bablemente tierras que les habían sido arrebatadas a pesar de haber sido garanti-
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 2 09
2 08

zadas por un tratado de paz (sulh), pactado en el momento de su sm isió n . Por rentas del suelo y de la fiscalidad y acumula tanto el prestigio religioso como el
otra parte, Ja misma crónica contiene múltiples alusiones al establecmiento de militar, atrae a la población de los nuevos conversos que se ven rechazados por
registros fiscales por parte de estos primeros gobernadores, de vanos de los cua­ la dureza de la fiscalidad campesina: en la ciudad escapan al jaradj, que les asimi-
les se dice que efectuaron una descriptio populi, sin duda con la intención de re­ • la a los súbditos dhimmíes; adquieren la libertad y el anonimato o incluso el pri­
gularizar la percepción del jaradj. vilegio de verse admitidos, como mawálí, en una tribu.
El sistema monetario, que constituye un corolario de la fiscalidad, se introdu­
ce tanto en África como en al-Andalus con una notable rapidez. Los tipos im­
puestos por la reforma del califa cAbd al-Malik a fines del siglo vii en Oriente Una base rural encogida y anémica
van precedidos por algunas monedas híbridas latino-árabes. Ahora bien, aunque
la existencia misma de estas últimas da testimonio de la conciencia adquirida por Las deserciones fueron, por tanto, considerables. Se encuentran claramente
las autoridades de la necesidad de facilitar la transición, la brevedad de su emi­ expuestas y fechadas en el Libro sobre el impuesto territorial redactado hacia el
sión (del 703 al 716 en África) muestra también que se deseaba instaurar el siste­ 790 por Abü Yusuf para el califa Harun al-Rashid; en el Iraq central, en el Sa-
ma oriental lo antes posible. En al-Andalus existe una ruptura completa e inme­ wad, centro fiscal del imperio, «datan de hace un centenar de años aproximada­
diata con Ja moneda visigoda, y las monedas de transición, latinas o bilingües mente». La arqueología aporta indicios tales como el abandono total de los cana­
imitadas de los modelos africanos, sólo duran desde el 711 hasta el 717; después les de Iraq entre Bagdad y el Zagros o entre el Tigris y el Éufrates; la disminu­
de esta última fecha sólo se encuentran dinares que se ajustan, en su epigrafía y ción del número de pueblos al pie de los montes por los que circula el río Diyala
metrología, al tipo fijado por la reforma de cAbd al-Malik. Un problema que no [ «detrás de Bagdad», al igual que en la Mesopotamia septentrional; en otras regio­
está claro, en cambio, es el de la interrupción de la acuñación de moneda de oro nes del Próximo Oriente aparecen los mismos indicios de deserciones antiguas
en al-Andalus a mediados del siglo v iii . En efecto, a partir del 745, y tras una como en las franjas nabateas de la Palestina meridional y oriental, y en la Siria
interrupción que dura unos 15 años, debida sin duda a la crisis política de media­ oriental, principalmente entre Hims y Palmira. En la Djazira, el comportamiento
dos del siglo v iii , las cecas andalusíes sólo acuñarán dirhams conformes a los tipos de los indígenas se modifica debido a la instalación de las tribus mudar, bakr y
acuñados previamente por el califato de Damasco, y esta situación durará hasta rabí“a, todas ellas del norte de Arabia; lo mismo sucede en.Siria donde se instalan
la proclamación del califato en Córdoba en el 929. En esto, como en otros rasgos qaysíes y kalbíes, oriundos del Yemen, y en Egipto donde aparecen qaysíes y
institucionales, al-Andalus parece conservar estrictamente la tradición omeya. Es numerosos grupos yemeníes que se dispersan hasta el Sudán. Se ha señalado que
posible que, al no haber osado asumir inmediatamente el título califal, los sobe­ no debe verse en esto un aspecto de la lucha entre nómadas y sedentarios; el
ranos de Córdoba no se creyeran autorizados tampoco a disputar a los cabbasíes equilibrio ecológico de estas regiones no se ve alterado por los pastores; por el
el monopolio de la acuñación de oro. Puede pensarse también que el oro era, contrario, se produce una valoración de recursos complementarios y surgen inter­
entonces, raro en todo el Occidente, y señalar el Sincronismo de la interrupción cambios entre la zona límite del desierto y la zona agrícola. De hecho las oleadas
de estas acuñaciones en al-Andalus y en la Galia en el siglo ■VI. En el Magrib de abandono de las tierras son más amplias y más tardías que estas instalaciones.
los idrisíes, sin duda por las mismas razones, únicamente acuñaron dirhams. En La deforestación y, más tarde, la crisis demográfica son los dos factores que de­
lo que se refiere a los dinares emitidos por los aglabíes de Ifrlqiya, probablemente sangran por completo los mercados urbanos y provocan la debilitación de los va­
sirvieron sobre todo para pagar el tributo debido al califa, mientras que la circu­ lores tribales ante un Estado opresor. En el caso de Siria el desencadenante es
lación interior se debió basar fundamentalmente en la plata. el desplazamiento del centro político del imperio hacia el Iraq después del 750.
En Egipto la disminución de la superficie irrigada y el abandono de las franjas
occidental y, sobre todo, oriental del Delta son consecuencias tardías, en el siglo
U na recu pera ció n ec onó m ic a difícil x, del encenagamiento de la rama pelusiaca del Nilo. A este respecto no es segu­
ro que una reflexión más atenta por parte del Estado musulmán hubiera podido
. La base rural del Oriente Próximo afectado por la conquista musulmana no evitarlo, ya que de las siete ramas principales del río utilizadas en la época ptole-
debió sin duda transformarse de manera inmediata. La preocupación fundamen­ maica sólo quedaban tres en uso a la llegada de los árabes: las de Pelusium, Da-
tal del conquistador tenía carácter fiscal, según acabamos de ver con detalle: he­ mieta y Roseta.
redaba situaciones locales, impuestos bizantinos y sasánidas, y se dirigía a unas No conviene recargar demasiado las tintas del cuadro. A lo largo de las franjas
comunidades campesinas para cobrarlos. Aunque la invasión árabe provocara una desérticas, en Siria, por ejemplo, el período omeya vio aparecer múltiples casti­
cierta sedentarización de las tribus, en Siria, la Djazira y Egipto, esta instalación llos que eran, a la vez, lugares de cita de los que partían expediciones de caza y
de algunos beduinos (poco más de 150.000 combatientes de Siffin) no pudo tener centros de grandes explotaciones agrícolas que se mantenían gracias a un control
consecuencias importantes sobre la base rural del imperio. Por otra parte, el minucioso del agua, recogida en embalses y conducida hacia los grandes recintos
atractivo que suponían las ciudades improductivas desorganizó las comunidades cultivados, que se encontraban rodeados por altas paredes de piedra y ladrillo
rurales y determinó una ola de deserciones. La ciudad islámica, que vive de las crudo. Qasr al-Hayr al-Sharqí, el «oriental», construido por el califa Hisham en
210 L,ó. FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ARABE 2 11

el 777, comprende un poderoso conjunto fortificado de 71 rn de lado que rodea puede mantenerse más que bajo la forma del waqf religioso; las obras pías desti­
a un patio de 45 por 37 rn, defendido por 12 torres redondas; es una residencia nadas a los pobres, a las mezquitas, a los trabajos de interés colectivo (baños,
lujosa, maravillosamente decorada por frescos y ornamentación vegetal de estuco alhóndigas, canales) son de pequeña envergadura pero la práctica de fideicomisos
que recibe sus vituallas de un jardín y un huerto (hayr) de 7 km de largo por 1,5 f^familiares encargados de su gestión podría constituir una base temible para lá
de ancho. Otros esfuerzos precoces de valoración de tierras, construcción de di­ constitución de grandes propiedades. Pese a ello debe tenerse en cuenta que los
ques y canales, erección de nuevos castillos y hasta fundación de pueblos se atri­ waqfs suelen ser bienes ciudadanos y que el campo suele notar poco sus efectos.
buyen a los príncipes omeyas Sa"id y Maslama. Todo ello da testimonio de que En conjunto, el estatuto del campesino, que ya era humilde y se veía amena­
el interés de los poderosos se inclina hacia las tierras irrigadas del bajo Iraq, que MM
zado en época bizantina o sasánida, se ha degradado. Se le denomina raqtq, es­
constituirán el centro de aplicación de la revolución agrícola de la época cabbasí . clavizado, término que implica una situación personal desprovista de honor. En
Ya Ibn Wahshiyya, en su Agricultura Nabatea, describe estas explotaciones, estas las tierras que tiene en régimen de explotación, propiedades antiguas o extendi­
daycas, llevadas por un dueño y un administrador y pobladas por trabajadores n0 m das por el juego de las protecciones, la parte que corresponde al campesino resul­
especializados y poco islamizados. Pese a ello se tuvo que recurrir a la ayuda de ta de lo más mediocre: la aparcería (musáqá) no le deja, en las tierras fértiles,
técnicos para construir los canales y fabricar las grandes norias con cangilones más que una cantidad comprendida entre la mitad y una cuarta parte de la cose­
para elevar el agua. En su doble condición de aldeas y grandes granjas, dichas cha; el contrato de mujiibara, especie de sociedad en la que el propietario, ade­
explotaciones comprenden un sector artesanal de herreros, alfareros y carpinte­ más de la tierra, proporciona las herramientas, la utilización de su ganado y las
ros. Sólidamente ancladas en una antigua tradición de gestión, sin utilizar todavía simientes, sólo deja al asociado la quinta parte del grano cosechado; una situación
un personal exclusivamente constituido por esclavos, estas grandes explotaciones Idéntica se produce en el Magrib, donde el régimen de los jammiis (‘quinteros’)
son el centro en el que se conserva el calendario solar preislámico y un saber tiene la misma estructura. Esta condición social y económica tan degradada no
técnico impregnado de magia. es, en modo alguno, universal ni homogénea: la llanura tiene ricos y pobres, cam­
El estatuto de los campesinos presenta, en su conjunto, una gran variedad. pesinos sin tierras y vagabundos que apenas se notan. Sin duda hay incluso una
La gran explotación utiliza una mano de obra asalariada, por lo menos alimenta­ complernentariedad entre la gran propiedad y la comunidad rural. La primera
da y mántenida en una dependencia casi servil, aunque se trata de uii caso mino­ puede absorber y organizar, en las tierras irrigadas, un exceso de población rural
ritario. Las cornumdades rurales siguen siendo muy fuertes en Siria y en la Dja- o incluso, cuando la comunidad ha alcanzado sus límites ecológicos y no queda
zira, donde ejercen un derecho de propiedad colectivo sobre el suelo que implica ya tierra que repartir, ofrecer a los excluidos, los hijos menores de las familias,
repartos periódicos. En Egipto, en cambio, es el Estado el que impone cada año un medio de trabajo prestándoles los bueyes y las simientes.
a una comunidad, enlace de su autoridad, la repartición de la tierra de regadío
y los cultivos obligatorios. El peso de los impuestos y los abusos del fisco no fa­
vorecen la constitución de grandes propiedades -te n contradicción, corno hemos Herencia urbana y nuevas ciudades tribales
visto, con las reglas de la herencia—, sino más bien el reforzamiento de las rela­
ciones de clientela entre los notables y los habitantes del llano. El campesino bus­ La sociedad musulmana de los conquistadores es, en primer lugar, una socie­
ca la protección (taldji’á o himiiya) de un «poderoso» que se hace cargo de los dad de ciudadanos, organizados en campamentos militares, fácilmente moviliza-
impuestos y obtiene, a cambio, un derecho eminente sobre la tierra de su prote­ bles en las grandes asambleas tumultuosas de la oración comunitaria y agrupados
gido, pudiendo explotarla en régimen de aparcería o devolverla al campesino y además en torno a esos dos órganos esenciales de la vida de la comunidad armada
exigir un diezmo o medio diezmo corno precio de su protección. Este fenómeno que son la mezquita y el palacio. La sedentarización de los beduinos forma aglo­
no implica la constitución de grandes dominios estables distribuidos en concesio­ meraciones nuevas y poderosas en la desembocadura de las grandes rutas carava­
nes feudales. La resistencia de la comunidad campesina es muy fuerte y se en­ neras seguidas por los ejércitos árabes, así como a orillas de los grandes ríos de
cuentra a menudo organizada según el modelo genealógico que resulta, por tanto, Iraq y de Egipto: en el 636 se funda Küfa junto a una ruta que lleva de Hira
solidario; sigue existiendo la posibilidad de huir hacia la ciudad, algo que se ex­ hasta el centro del Iraq cruzando el Eufrates sobre un puente de barcas; en 638
plica bien debido a la fragilidad de la clase de los «poderosos». La fuerza y la Basra, en la confluencia del Tigris y el Éufrates; Fustat en 640, junto a la forta­
riqueza están estrechamente asociadas a la fortuna política, que cambia demasia­ leza bizantina de Babilonia de Egipto, en el lugar del primer puente situado más
do a menudo. La propiedad de la tierra se ve continuamente afectada por desgra­ arriba del delta. Estas ciudades, los amsiir (singular misr), manifiestan la fuerza
cias y confiscaciones. ¿Es todo ello el resultado de una defensa de los equilibrios y la unidad de los vencedores y carecen de cualquier tipo de fortificación o pro­
naturales del régimen social islámico?, ¿una reminiscencia del carácter centralista tección. Basra no será amurallada y provista de un foso hasta el 771, cuando se
dei Estado nacido de las conquistas?, ¿un medio para impedir que, gracias a la produzca la insurrección de los jaridjíes surgidos de entre los propios beduinos;
riqueza y al poder, se constituya una clase social capaz de influir sobre el califa estas obras no se deben, por tanto, a que se sienta ningún temor a los vencidos.
y de arrebatarle su derecho eminente e imprescriptible sobre las tierras? La gran En estas ciudades se desarrolla un urbanismo original, variado. Su fundamen­
propiedad se constituye rápidamente pero -se divide- también rápidamente y no to es la estructura tribal que ha presidido la fragmentación en lotes y la distribu-
212 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ARABE 213

ción de circunscripciones que corresponden a los contingentes, todos ellos organi­ ¡pJÍ.dad de la toponimia y el hábitat son particularmente apreciables en la Siria
zados según el modelo genealógico. En Basra encontramos cinco barrios, cada, septentrional, en los confines de Anatolia o en Irán. Al este, donde la urbaniza­
uno de los cuales ha sido elegido por una confederación de tribus: Azd, allm , ción recibe un latigazo debido a la instalación de grandes contingentes árabes,
Bakr, cAbd al-Qays, y cAbd al-cÁliya. En Küfa el plano recuerda el de un cam­ puede contemplarse un desdoblamiento de las aglomeraciones antiguas y, junto
pamento romano con cuatro avenidas principales que se cruzan ortogonalmente a las ciudades persas, que frecuentemente son ciudadelas de escasa importancia,
en el centro, marcado por la mezquita y el palacio. Las calles son muy anchas, los recién llegados desarrollan un suburbio (birün), junto a la carretera, en el que
hasta 25 m, y en el centro de cada concesión tribal (jitta) se encuentra el cemen­ se sitúan los órganos de la ciudad islámica, la gran mezquita y el palacio con el
terio del grupo. La topografía de Küfa respetará los límites diseñados para esta mercado. En Nishapür, situada sobre la carretera que atraviesa el Jurasan hacia
instalación que, en un principio era semirrural. Así, las chozas construidas con la Transoxania y la China, la ciudadela y la ciudad interior (madína o sharastan)
cañas y las tiendas de campaña no serán sustituidas por casas de obra hasta trein­ quedan englobadas en un conjunto más amplio. La autonomía, que dura largo
ta años después de la fundación. En Fustat la arqueología confirma una cronolos tiempa, de los antiguos «marqueses» sasánidas hace que numerosas ciudades
gía similar: una ciudad de tiendas en la que las calles separan a las jittas tribales como Marw, Balj, Sarnarqand y Bujara queden al margen de la"islamización. Por
Aquí, no obstante, el plano es más confuso y muestra una red de calles que cons­ todas partes se nota que se ha roto la estructura de la ciudad, ajena al esquema
tituyen laberintos, con callejones sin salida y plazas a veces cerradas en forma de unitario que sólo se recompondrá lentamente; en Marw, que durante mucho
pata de oca o de estrella. Este plano reproduce, sin duda, las originalidades triba-z -tiempo resultó inaccesible a los árabes que acampaban en el oasis, hubo que es­
les y ha marcado toda la topografía ulterior de la ciudad. Incluso en Fez, fundada perar a que Abü Muslim construyera un nuevo centro político (Dar al-Imara)
en el paso del siglo vm al IX, el plano de la nueva capital idrísi se basa en uná' bacía el 750. En Siria la continuidad es aún más fuerte: la ocupación árabe se ha
repartición tribal. amoldado a la estructura de los distritos militares, los djunds, en las ciudades an-
El urbanismo de las ciudades nuevas se caracteriza por un cierto número de l.tiguas. Desde luego, las ciudades del litoral, tal como ha demostrado la arqueo­
rasgos comunes: estructura basada en el grupo tribal, más o menos aislado, admi­ ! logía, sufren una decadencia rápida en el momento de las grandes expediciones
nistrado por sus propios jefes con la colaboración de los «síndicos» -c u y a fun­ . $ : por el Mediterráneo, pero fuera de ellas el número de monedas de cobre que
W* ; levan los cuños distintivos de las distintas cecas confirma la supervivencia de Ti-
ción adquiere gran importancia ya que conocen las reglas genealógicas de la tri­
b u - . Es una estructura simple que permite la movilización rápida de un pueblo beríades, Emesa (Hims), Qinnasnn y Alepo. En las plazas fronterizas, como Tar­
unido, con un aparato jurídico y político muy elemental ya que las 'A ía'bK a so, Adana, Missisa, la presencia del ejército mantiene una vida activa y democrá­
relativas a la herencia son competencia de la tribu, y un centro religioso e intelec­ tica: un pueblo de combatientes, ejército regular a sueldo o voluntarios retenidos
tual, la mezquita, en continua efervescencia. Toda esta simplicidad se desvanece por el botín o las fundaciones pías vive en ellas, se entrena, lucha, se desgarra
poco a poco ante los progresos de una vida económica cuyo objetivo principal en oposiciones tribales o disputa la autoridad del gobernador.
seguirá siendo el aprovisionamiento de los grupos urbanos. La organización se Damasco, que ha sido elegida como capital administrativa de la dinastía ome­
complica entonces sin perder su significación fundamental de metrópolis rentista ya, simboliza esta misma continuidad de una manera diferente. Ha heredado de
que «digiere el botín»; a ésto hay que añadir las rentas de la tierra, constituidas la tradición antigua y de la dominación bizantina un recinto fortificado, una red
fundamentalmente por los impuestos que los vencidos deben abonar a la comuni­ de aprovisionamiento de agua, un acueducto, numerosas canalizaciones y múlti­
dad vencedora. En todas estas ciudades se construye la Casa de la Moneda, la ples depósitos de agua de los que parten las conducciones que alimentan las fuen­
Casa del Tesoro e incluso, en Küfa, una Casa del Botín y un arsenal en Basra tes, mezquitas, baños públicos (hammams) y casas. Se han podido establecer las
que, en un principio, apunta hacia el Golfo Pérsico y, muy pronto, hacia la India, etapas de la evolución topográfica de la capital siria: establecimiento de una red
En Fustat la vida comercial se encuentra anclada en la tradición de los comercian-. de mercados (süqs, zocos) en torno a la gran avenida con columnas de la ciudad
tes locales pero la experiencia de los mekíes se desarrolla en torno a un mercado romana, conquistada gradualmente por las tiendas lo que le hace perder su traza­
agrícola local que, poco a poco, se alimenta con productos más exóticos, proce­ do rectilíneo y su aspecto monumental; transformación de la antigua ara sagrada
dentes de la India y de China. Esta transformación de las ciudades cambia, en del templo de Júpiter Damasceno (Bacl Haddad) en una mezquita con patio cen­
realidad, su apariencia tribal de fonna muy lenta, pero acentúa las diferencias de tral comunicada con la residencia del califa; finalmente, dislocación de la red de
riqueza entre las grandes «casas» que controlan la dirección de los clanes y los calles perpendiculares, por obra del particularismo tribal, que puede aún vislum­
linajes inferiores. brarse bajo la nueva estructura en forma de colmena, con calles acodadas y ba­
Las aglomeraciones nuevas, aunque constituyen el ideal de la vida urbana rrios fortificados.
para los árabes que han inmigrado en las antiguas tierras del Creciente Fértil, de Estas transformaciones tienden a aproximar a Damasco, capital efectivamente
Egipto o de al-Andalus, ejercen su autoridad sobre una gran red de ciudades he­ arabizada, a las ciudades nuevas, los amsiir. De hecho, muchas ciudades antiguas
redadas del pasado. Se produjeron, sin duda, algunas fundaciones en tiempo de siguen fieles al sistema helénico y, por otra parte, los secretarios del califa, inclu­
los primeros califas y bajo los Omeyas, sobre todo en el Iraq y en las zonas fron­ so conversos, siguen fieles a la cultura helénica, expresión que todavía es sinóni­
terizas, pero lo. esencial sigue siendo la estructura bizantina o sasánida. La conti- ma de ciencia e incluso de tecnología, Y. son partidarios acérrimos de una ciudad
214 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 50-950 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ARABE 215

racional fundamentada en la astrología, la geometría y las técnicas propias del Revueltas y aculturación
ingeniero. A partir de este momento, todo lo que afecta a la vigilancia y a la
regulación de la vida urbana constituye un asunto público y escapa a las contin­ El primero de estos profetas persas, Bihafaríd,' provoca un levantamiento del
gencias tribales. A este respecto, todo lo que se sabe de las ciudades de Occiden­ Jurasan entre el 746 y el 749, anuncia el fin del décimo milenio de la misma ma­
te se dirige en el mismo sentido: el de un abandono progresivo del modelo tribal. nera que Zoroastro había anunciado el final del noveno, aporta su Libro, un anti-
La lústoria de la wiláyat al-saq (‘control del mercado’), función de vigilancia y Corán en persa, su alquibla (el sol), sus siete oraciones e, incluso, el diezmo;
de regulación de la vida social y económica que resulta fundamental en la ciudad prohíbe el matrimonio endogámico, el culto del fuego y el vino; se opone, por
lúspano-musulmana, nos proporciona un buen ejemplo, con la ventaja de afectar -v fM : tanto, de manera indiscutible al clero zoroastriano e incluso su color, el verde,
•vá.ViíWa
directamente a la historia económica. El cargo aparece con seguridad en las fuen­ es el mismo del Islam. Tras su derrota, es sustituido por un movimiento más sin­
tes andalusíes a partir de la llegada al poder del segundo emir omeya de Córdoba, crético, también en el Jurasan hacia 755-756, que logra reunir enormes muche-
Hisham 1, en el año 787, pero nada prueba que se trate de una estricta novedad. fp p , dumbres armadas. Otros movimientos rivales surgirán más tarde y, entre ellos,
La función se considera suficientemente importante en la jerarquía administrativa el de un batanero que, hacia 756-768, logrará reunir 300.000 hombres en unos
como para que su titular, de origen oriental, sea un visir que figuraba en primera días. Estas tendencias hacia el mesianismo sincrético alejan poco a poco a los
fila en el registro (diwán) en el que se anotaban las pensiones atribuidas a los rebeldes de toda relación con el Islam al que ya no tratan de imitar. Las desvia­
dignatarios del gobierno y de la administración. Se sabe también que, en el 805, ciones caen en la «exageración»: en 776 un artesano de Marw llamado Muqannac
al-Hakam I hizo ejecutar al siihib al-saq (funcionario encargado del mercado), provocará una revuelta utilizando el tema de la encarnación de Dios. Se inspira
implicado en una conjuración, y que, al año siguiente, la gestión de su sucesor en el extremismo shi°í, pues los apóstoles encarnados son, en efecto, Adán, Set,
provocó una revuelta popular en la capital. El primer manual de hisba, tratado Noé, Abraham, Moisés, Jesús, Mahoma, CAli, su hijo Muhammad, Abü Muslim
relativo al gobierno del zoco, que conservamos y que constituye el primero de y, finalmente, el propio Muqannac; proclama el derecho a consumir cerdo y lleva
una serie de manuales jurídico-administrativos orientales y sobre todo occidenta­ una máscara de oro. Conforme a la visión musulmana, esta radicalización del mo­
les del mismo género, es obra de un andalusí, Yahyá ibn cUmar, residente en vimiento enlaza la especulación filosófica con el militantismo político. Antes de
Ifriqiya al final del período aglabí, el cual responde a las consultas de los funcio­ su islamización definitiva, el noroeste del Irán será testigo, de una nueva revuelta
narios de los mercados de Süsa y de Qayrawan siguiendo las doctrinas sobre la general, la Jurramiyya, cuya doctrina admite la transmigración de las almas y la
materia del propio Malik ibn Anas y de los grandes doctores del malikismo egip­ encarnación de los apóstoles. Su jefe, Babak, hijo de un comerciante de aceite,
cio, andalusí e ifriqí. Esta obra es, por consiguiente, totalmente representativa fí- subleva al Adharbaydjan en el 816 y también una parte del Irán hasta el 827.
de este mundo musulmán del siglo V I en el que la falta de una unidad política- vi 1 Babak, al constituir en torno a sí mismo una especie de Estado y presentarse
práctica entre Oriente y Occidente y los inevitables matices regionales no impiden como luchador de la luz contra las tinieblas, obedece al modelo de Medina que
la elaboración de una civilización común a partin de bases idénticas. pretende renovar.
i Todas estas revueltas, vanas y confusas, son testimonio de una necesidad y
L as dislocaciones y e l fracaso subrayan las dificultades de una aculturación. Deberíamos, por otra parte, añadir
>W" más conflictos: piénsese en las querellas «simplemente» tribales que oponen a
La monarquía omeya conoce una lústoria sembrada de insurrecciones que qaysíes y kalbíes, en los sobresaltos producidos por los partidarios de CAli y en
continuarán, por otra parte, con idénticas características durante el prlmer siglo jSS, las protestas armadas de los jaridjíes. Estos últimos defienden, como es bien sa­
cabbásí. Estas revueltas asocian una componente antifiscal a la protesta contra la bido, el retorno a la comunidad de Medina y el reparto igualitario de ingresos
dominación del pueblo-ejército árabe. Frecuentemente han sido interpretadas. entre todos los creyentes. En principio, los jaridjíes son partidarios de la igualdad
como revueltas «nacionales» contra el Islam, ancladas en un pasado religioso, so­ de todos ante la ley, sean éstos musulmanes antiguos o conversos recientes. Por
bre todo en Irán. Si bien las constantes revueltas coptas (cinco entre 739 y 773 y esta razón sus convicciones deberían haber promovido la sublevación de los clien­
una última particularmente violenta en 831) no deben nada al drama filosófico y tes, los mawált, cuya nueva fe, moldeada sobre las estructuras tribales de sus ven­
religioso del contacto con el Islam, siendo de hecho simples rebeliones contra el cedores, no había recibido la recompensa debida por los servicios prestados. No
fisco desautorizadas por otra parte por la jerarquía episcopal que llega incluso a obstante, el movimiento quedó restringido sólo a los beduinos: su anarquismo
ayudar a reprimirlas. Irán, por el contrario, conoce movimientos complejos que agresivo sigue concediendo excesiva importancia a su mérito como pioneros del
constituyen más bien respuestas al universalismo islámico. D e la misma manera Islam. Su táctica de golpes de mano realizados a caballo sólo puede garantizarles
y por la misma razón surgen profetas entre los bereberes que elaboran «espejos éxitos efímeros: entre 684 y 699, amenazan el Iraq, el Fars y el Kirman. Aplasta­
del Islam»:. adoptan un monoteísmo con aire regional que pretende restaurar la dos por el gobernador al-Hadjdjadj, que crea la nueva ciudad de Wasit para vigi­
lengua y el orgullo de sus antepasados persas o bereberes. La profecía se dirige lar Basra y Küfa, íos jaridjíes se dispersan por la periferia del imperio, en el Sid-
hacia el futuro y en este plano hace la competencia al Islam inspirándose, al mis­ jistán, y sobre todo por el Magrib donde crean un principado autónomo en Tiaret
mo tiempo, en sus instituciones. ’, en 766.
216 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d ie v a l , 35 0 -9 5 0 DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 2 17

P o r el co n trario , el m ovim iento sh icí arrastra m u ch as m ás ad h esio n es, p a rtic u -' de Siria, p o r ta n to , a lo s O m eyas. E l problem a d e lo s mawali sólo se plantea en
larm ente en las ciudades en las que los mawali son num erosos, p o r m ás que los térm inos de honor y dignidad; desde <Umar II están inscritos en los registros de
partidario s d e cA li no se dirijan, en un principio, a ellos. Sim ple legitim ism o d i­ los contingentes m ilitares y, después del 738, u na reform a fiscal ha aligerado sus
nástico, el shicismo prom ete u n a era de justicia tras el restablecim iento del linaje cargas. P o r el co ntrario, los árabes, en particular los yem eníes, tienen una revan­
de M ahom a y de <Ali. O frece a los mawillí u n a función revolucionaria ad ap tad a cha pendiente con los Omeyas que en 733 les suprim ieron los privilegios de la
a la concepción com ún de su p aren tesco con los seguidores de <Ali: sus clientes, soldada, con la excepción de 15.000 familias que se m antuvieron en los registros.
elegidos, hon rad o s com o m iem bros de la fam ilia, se sien ten herm anos espirituales L a elección del Jurasan y, en particular, de la trib u yem ení de los Juza<a com o
de los p reten d ien tes. Se trata de u n a adhesión com pleja, a u n q u e sincera, de estos base del m ovim iento revolucionario explica asim ism o el éxito de un a propaganda
hom bres dispuestos a serv ir a la com unidad. Los mawali de K ü fa p articip an m a­ clandestina y, en últim o térm ino secundaria, la de los <abbasíes, un linaje m edio­
sivam ente en el «m ovim iento de los Penitentes» del 684 y, sobre to d o , en la insu­ cre y de pretensiones tardías. P o r o tra p a rte , su parentesco m asculino indiscutible
rrección de al-M ujtar en el 687 q u e estableció en K üfa un em brión de E stado y con el P rofeta los sitúa en un plano de igualdad con los descendientes de <A]í e
pretendió g obernar en n o m b re d e los sucesores de cAlí. Las grandes «casas» le incluso el testam ento d e u n o de estos últim os, A b ü H ashim , en favor del cabbasí
ab an d o n a ro n y esto dio lugar a su fracaso, p ero el im pulso estab a ya dado porque Ibrahím , perm ite que se alíe con ellos u na parte de la opinión shi<í. D urante casi
el shi°ísmo encarna una aspiración p ro fu n d a a una m o n arq u ía to talm en te islám i­ 20 años los <abbasíes desarrollan un m ovim iento político (en K üfa con A b ü Sala-
ca; al m ism o tiem po se envuelve en una religiosidad m ística en la q u e el m artirio ma) y m ilitar (en el Ju rasan bajo A bü M uslim ) hostil a los O m eyas, sin especificar
de la fam ilia de <Alí se asocia el p aren tesco profético, constituyendo u n conjunto jamás el nom bre o el linaje del «imam digno» p a ra el que trab ajan . Sus adeptos
que conm ueve p rofundam ente a los intelectuales. se lim itan a referirse al d eber y al derecho a vengar a los m iem bros de la familia
del P ro feta, asesinados por los tiranos om eyas; la b andera negra y las ropas del
mismo color de sus seguidores constituyen únicam ente una señal de luto y de ven­
La crisis del 750 ganza; se unen tam bién al espíritu m esiánico.
M t. E l lugar que ocupan los mawali en todo este asu n to acla ra la im portancia de
La crisis revolucionaria del 750, que term in a con el im perio om eya e inaugura ■--i i - los lazos fam iliares y de adopción espiritual: A b ü Muslirr¡, iranio que ha en trad o
u na era y un régim en nuevos —am bos conceptos aparecen expresados p o r el té r­ com o mawla en una trib u árab e de K üfa, a d o p ta el título d e «general (amír) de
m ino d a w la - confirm a la debilidad del poder y su incapacidad p ara resolver los la familia» y de «representante» del linaje. A d o p tad o por el im am Ibrahim en el
problem as p lanteados por la conversión masiva de los antiguos dhim m íes. N o se ■ 746, recibe de éste una especie de m isión, según la cual, aunque no pueda reivin­
tra ta , no obstante, de una revolución nacional de los iranios contra los árabes ni dicar el p o d er para sí m ism o, p u ed e, en cam bio, transm itir su autoridad subdele­
de u na revolución de los mawilli contra la aristocracia tribal, sino de buscar una gada. E ste es un procedim iento de transm isión q ue será recuperado, más tarde,
solución islám ica al problem a de la H acienda estatal. Si bien el centro de la insu­ por los fatim íes. E n K üfa, A bü Salam a, tam bién un liberto, adopta un títu lo que
rrección es, de nuevo, la provincia d el Ju rásan , de hecho son árabes y, en p arti­ había sido utilizado p o r M u jtar durante la revuelta del 686, en nom bre del hijo
cular, las tribus q u e se vieron priv ad as, hacia el 733, de los sueldos del diwiln y de <Ali, «auxiliar» (wazir) de la fam ilia, literalm ente «el que lleva el peso de la
fueron excluidas del ejército, quienes m archan sobre M arw arm adas con garrotes. carga», una denom inación que implica, por lo m enos, un parentesco espiritual
Las consignas del m ovim iento no m u estran ninguna hostilidad hacia los árabes e —re cu érd ese que en el C orán A aró n es llam ado wazir de M o is é s - . E stos herm a­
incluso la población p ro p iam en te árab e de K üfa será invitada a apoyar y sancio­ nos espirituales asum en todos los riesgos y se hacen cargo de la propaganda y de
n ar las decisiones de los generales jurasaníes. E n ningún m om ento se observa las o peraciones m ilitares, protegiendo a sus superiores, los príncipes <abbasíes o
resto alguno de u n program a que p rete n d a co rreg ir las desigualdades e injusticias descendientes de <Alí q ue se ocultan en u n a clandestinidad absoluta y que no se
de las que eran víctim as los mawali, sino tan sólo una prom esa de renovación del m o strarán, en m odo alguno, agradecidos: A b ü Salam a será ejecutado inm ediata­
E stado. H a surgido sim plem ente u n m ensaje revolucionario que se h a recibido m ente después de la victoria <abbasí y A b ü M uslim en el 754, p o r orden del califa
en un te rre n o favorable y que unifica diversos descontentos, to d o ello en m edio al-M ansür.
de una atm ósfera vagam ente m ilenarista en la que no faltan los rasgos místicos El éxito de la revolución se explica precisam ente por la am bigüedad que ro ­
característicos de los sectores extrem istas del shi<ísmo. deó al nom bre del im án, perm itiendo recu p erar toda una serie d e revueltas a n te ­
P o r otra p a rte , la situación p articu lar del Jurasan explica el éxito q u e allí tuvo riores de los p a rtid ario s d e <Alí, asociarse al m ovim iento teológico de los mu<ta-
un m ovim iento revolucionario: arab izad o d ebido a la afluencia de 50.000 fam ilias zilíes, del que hablarem os m ás tard e, y adoptar de ellos la idea central de un
de K üfa y de B asra que constituyen una poderosa fuerza de ocupación, la provin­ «mando» del bien que se opone a una m ala autoridad. A l m ism o tiem po, poten­
cia, m arca extrem a del Islam , en contacto con los países iranios todavía in d ep en ­ cia plenam ente la carga de los odios tribales y, en particular, la oposición de los
dientes o paganos de la T ransoxania y del A fganistán, es aún « tierra de g u erra yem eníes a la hegem onía qaysí. L a revolución es proclam ada ab iertam ente en el
santa», de b o tín y de trib u to . A b u n d an en ella los conflictos trib ales e n tre los de 747 y se transm ite m e d ia n te el telégrafo ó p tic o constituido por un sistem a d e se­
M udar o qays y los yemeníes y existe una oposición violenta a to d o lo que viene ñ ales con hogueras en la región de M arw la noch e del 25 de ram ad án . L a decla-
2 18 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

ración se hace en npmbre del «imam esperado» y derrota a la dinastía omeya que
se encuentra debilitada por todas partes. En dos años el ejército de los «garrotes»
barre los contingentes califales de Irán e Iraq y el 28 de noviembre del 749 se
proclama 'a Abü-1-cAbbás en la gran mezquita de Kfifa pese a todo el despecho
c¡u'e sienten los príncipes sucesores de cAlí. Al año siguiente los miembros de la
^familia omeya, a los que se ha atraído a un encerrona en Siria, son asesinados
fsin piedad; sólo uno logra huir, tan lejos como puede, hasta Córdoba. El nuevo
f poder se instala en Iraq, en Anbar-Hashimiyya, lo que constituye un primer signo
'de ruptura con los Omeyas, en medio de una atmósfera de crueldad y odio tribal
j . que llega a desenterrar a los muertos omeyas con el fin de arrancar a la dinastía
... ■' depuesta cualquier resto que pudiera quedar de grandeza. La revolución labbásí
■ . manifiesta, por tanto, una tremenda violencia ideológica pese a ser, en primer C a p ítu lo 6
lugar y de hecho, un simple cambio de dinastía.
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S Í E S

E l « é x ito » d e l Isla m *

Mandar

El triunfo cabbásí ofrece una solución islámica a los problemas de la legitimi­


dad y de la gestión del poder: la proclamación de Abíl-1-cAbbás en el marco
sacralizado de la venerada mezquita de Kílfa, foco de las revueltas legitimistas,
tiene lugar en el momento de la oración comunitaria del viernes.

Una monarquía «islámica»

Esta monarquía afirma los derechos absolutos del linaje de cAbbás, tío del
Profeta, en virtud de un derecho de antigüedad. Rechaza todo imamismo de
tipo shi"í (Abü-1-cAbbás adopta, por otra parte, el título de «príncipe de los cre­
yentes y no el de imán») así como cualquier transmisión testamentaria de los
herederos de cA lí a los labbásíes. Parientes honrados y protegidos por la dinas­
tía, los herederos de cAli y sus primos los djafaríes son excluidos en lo sucesivo
de toda legitimidad dinástica y ni siquiera forman parte de la shüra, el consejo
consultivo que determina, a falta de una designación por parte del califa, quién
es el sucesor «más excelente» entre los miembros de la familia, que ha quedado
reducida al linaje de cAbbás. Abü-1-cAbbás restaura una historia interrumpida y
establece un retomo absoluto a las fuentes a partir del momento en que se pres­
tó juramento al Profeta. Restaura también la unidad de la umma, suprimiendo
los privilegios del ejército árabe y estableciendo la igualdad entre todos los mu­
sulmanes. Proclama, finalmente, la responsabilidad y la autoridad absoluta del
«príncipe de los creyentes» con respecto a la comunidad. Tal como puede verse,
la monarquía islámica no rompe con el fundamento absolutista del régimen .de

* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
220 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 2 21

los Omeyas ni reduce la extremada concentración del poder; por el contrari0 , el servicio de correos organiza una red oficial de comunicaciones y de vigilan­
suprime el contra-poder de los jefes de tribu que constituían el ejército. Todo el cia policial sobre el conjunto del imperio, a la manera sasánida o romana.
ejercicio de la autoridad se encierra en el seno de la «familia bendita». i., g ste sistema, estable sólo en teoría, se encontraba no obstante sometido a las
Ahora son las estructuras familiares, ampliadas gracias a la clientela y el pa_ tensiones que agitaban a la familia y a la corte califal, esto es, fundamen­
rentesco ritual, las que aseguran la gestión del Estado islámico. Los cabbasíes sir­ t a n t e , los confhctos sucesorios que forman parte, de modo inevitable, de la
ven al califa como gobernadores de provincia o jefes del ejército y se seccionan/ estructura misma del régimen. Ninguna sucesión se ve libre de ellos: a la muerte
amplios territorios del imperio para que ellos gobiernen y, de manera particular , de Abfl-l-cAbbas al-Saffah, el tío de al-Mansür prueba su suerte alegando su de-
para el presunto heredero que, con frecuencia, manda el ejército de las marcas recbo de mayor antigüedad; al-Mansür debe apartar a su primo, designado por
situadas en el frente bizantino. Estos gobernadores favorecen, de hecho, los au- al-Saffah, para transmitir el califato a su hijo ai-Mahdí. Cuando éste muere, po­
tonomismos subterráneos, inevitables dada la inmensidad y la ausencia de unidad: ' siblemente asesinado, se rompe el orden sucesorio y al-Hadi obtiene ventaja so­
cultural y económica del imperio, en particular en el inmenso Oriente iranio que' bre su hermano Harün. liste, liberado de la prisión a la muerte de al-Hadí, trata
Harün al-Rashíd confía a su hijo al-Ma°mün, proclamado heredero de su otro de imponer un orden sucesorio entre al-Amin y al-Ma°mün. Fracasa y, a su muer­
hijo, o que al-Mutawakkil confía a al-Muctazz, mientras que el presunto herede­ te, el Estado se ve desgarrado por una dura guerra civil que estalla en el momen­
ro, al-Muntasir, gobierna el Oeste. También el ejército se reconstituye sobre la to en que el califa elimina de la sucesión a su medio hermano. Al-Ma°mün, con
base de utilizar sólo a mercenarios y apoyarse en la solidaridad de partidos: com­ el ejército del Jurasan mandado principalmente por Tahir, marcha sobre Bagdad
puesto por jurásSníes, su núcleo está constituido por los abnl3, «hijos» del régi­ y asedia la ciudad desde agosto del 812 hasta septiembres del 813, viéndose obli­
men, mientras que los antiguos contingentes árabes son eliminados gradualmente gado a vencer la resistencia heroica de la población. Estos conflictos se ven ani­
del ejército, tachados de los registros de soldada o acantonados en las marcas. mados, por otra parte, por la competencia de los secretarios-tutores y por las am­
Bajo al-Mansür, la gestión del aparato administrativo se confía, a un fiel ayudante biciones de las reinas madres, cada una de las cuales espera derrotar a sus rivales
del califa y, para denominar su cargo, se utiliza de nuevo el título de visir (waztr) del gineceo califal. Esta atmósfera de intrigas desatadas acaba por afectar el ca­
del que había hecho uso Abü Salama. Si se trata de un secretario (kátib), buen rácter mismo del poder califal: al-Mahdí muere, tal vez asesinado, y se abriga la
conocedor de la gestión de las numerosas y complejas oficinas, su relación con/ el misma sospecha sobre la muerte de al-Hadí; al-Amin, por otra parte, morirá a
califa será íntima, familiar y también conflictiva: además de recibir una delega­ manos de los soldados de Tahir.
ción, que tiende a ser total, de las prerrogativas califales (absolutismo visiral que,
no obstante, se encuentra moderado por la revocación, ejecución o confiscación/),
el visir, y otros cortesanos, se ven introducidos, forzosamente, en la intimidad de ¿Qué sentido tiene?
la familia como «secretarios-tutores», es decir, verdaderos padres adoptivos, pre­
ceptores de los príncipes y tutores que pronto resllltarán molestos. Los conflictos que surgen en el seno de la familia repercuten, sin duda, en/ el
La base administrativa del imperio se desarrollará rápidamente y su eficacia se ambiente de palacio y contribuyen a que el visirato tenga una historia caótica,
verá reforzada. El gobierno de los cabbasíes constituye el apogeo de la especiali- interrumpida por tremendas desgracias y confiscaciones desmedidas, hasta el mis­
zación de los departamentos estatales y del control, la obra maestra de los secre­ mo fin del gobierno personal de los cabbasíes. La fragilidad de su suerte lleva a
tarios. El Tesoro omeya (Bayt al-maf) desarrolla un conjunto de servicios que con­ los secretarios a promover una consolidación desmesurada de su partido, a tratar
trola los impuestos territoriales, diezmos, bienes confiscados y el tesoro privado; de enriquecerse sin medida, y agrava sin cesar el carácter de poder privado y de
más tarde, en el siglo ix , el servicio de los impuestos territoriales se reestructura delegación personal y total del mismo que caracteriza al visirato. Los favoritos
en tres que son responsables, respectivamente, del Occidente, Oriente y el Sawad reciben títulos significativos y suntuosos («hermano en Dios» es el apelativo de
(región de Bagdad) y que, en su conjunto, están/ sometidos a un departamento en­ Yacqüb ibn Dawüd bajo al-Mahdí) que implican una integración en el seno de la
cargado del control. Esta estructura, que resulta por otra parte inestable y some­ familia y enmascaran la inestabilidad del cargo. U n caso resulta, ante todo, digno
tida a reorganizaciones, se reproduce en provincias y permite un conocimiento de mención: es el de los Barmekíes, descendientes del superior de un convento
precoz de los recursos fiscales e incluso la elaboración de presupuestos centrales, budista de Balj, que gobiernan entre 786 y 805, a partir de Yahya, tutor de Harün
que se elevan a 400 millones de dirhemes bajo los primeros cabbasíes, a 300 mi­ al-Rashíd, gracias al cual este último alcanzará el poder. La extraordinaria buena
llones hacia el año 850 e incluso a más de 200 millones hacia el año 900. Los ser­ suerte de esta familia, dada la duración y amplitud que alcanzaron sus poderes,
vicios de la tesorería, que reciben sólo una parte de los ingresos derivados de la permitió una política a largo plazo cuyos frutos fueron: reconciliación con los par­
fiscalidad ya que las provincias gozan de autonomía financiera, pagan, a través de tidarios de cAli, reclutamiento de un nuevo ejército en el Jurasan e imposición
los divanes de los gastos y del ejército, los sueldos de los funcionarios y de los mi­ de la paz a Bizancio. Se produce una verdadera división del trabajo político que
litares, las pensiones de los miembros de la familia y las necesidades de la corte. asocia el visirato, todopoderoso en Bagdad, con el califato, dedicado de manera
Finalmente, las oficinas de la cancillería y del sello registran las decisiones de po­ exclusiva a la guerra santa o djihad. El peso fiscal de esta política dará lugar, en
lítica general y los diplomas en los que constan. los nombramientos, mientras el 803, a la caída y ejecución de los Barmekíes.
222 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 50-950

En efecto, los miembros de la familia se ven afectados por la duda sobre la,;
legitimidad de su poder, lo que constituye una seria amenaza para el futuro de
la dinastía. Los descendientes de cAli han intensificado su propaganda y afinado
su argumentación. Se jactan siempre de su genealogía pura en la que no aparece
ningún matrimonio desigual: insisten en su ascendencia materna irreprochable;
como hijos de mujeres nobles, mientras que los califas eran hijos de concubinas
esclavas, y pronto argumentan que descienden de Fátima, todo ello a pesar de
que el modelo genealógico habitual entre los árabes es exclusivamente patrilineaí;
Pero sobre todo apelan, en círculos restringidos, a las nuevas ideas que están én
el ambiente: mesianismo apocalíptico que anuncia la próxima llegada del Mahdi;
el «bien guiado», el «señor del tiempo» encargado de establecer una era de justi­
cia, función casi sobrenatural del imam, dotado de ciencia y virtud y puente con
lo divino. Estas convicciones integran los antiguos temas de los extremistas shicíes
y están de acuerdo con ia cosmología neoplatónica que acaban de descubrir los
sabios árabes. A ellas responderán los cabbásíes con una táctica imitativa de esca­
so alcance: el hijo de al-Mansür, que se llamaba ya Muhammad ibn cAbd Alláh;
precisamente el hombre que la tradición religiosa atribuye al Mahdt salvador, lle­
ga a adoptar el título califal de al-Mahdi; al-Ma°mün se autodenominará imam e
incluso jalifat Alláh, «vicario de Dios». Todo ello presagia una extraordinaria in­
flación de los títulos califales, cada vez más cargados de significado religioso: ex­
presan, en una lengua todavía fresca, la elección, la fortuna o la victoria que Dios
ofrece a su protegido. Estas fórmulas no están aún estereotipadas pero constitu­
yen un simple recurso para cubrir las apariencias y los mismos califas se ven afec­
tados por el sentimiento de superioridad de los descendientes de cAlí: entre 816
y 818 al-Marinun decide transmitir el califato a cAli al-Ridá, perteneciente a la
familia de cAli y, para ello, lo convierte en su yerno y lo nombra heredero suyo.
Este sueño de reconciliación fracasa debido a la oposición armada de Bagdad y
el imam muere probablemente envenenado. i
Tras este fracaso, al-Muctasim y su hijo al-Wathiq realizarán, entre 827 y 847,
una última tentativa de dar un sentido a la monarquía islámica: se trata de impo­
ner una ideología común, la del muriazilismo, al imperio musulmán. En 827 al-
Ma°mün adopta el dogma del «Corán creado». En 833 empieza la mihna o inqui­
sición, cuyas investigaciones lleva a cabo el jefe de la policía de Bagdad, bajo la
autoridad del gran cadí, y los gobernadores de las provincias, los cuales apartan
del servicio de la dinastía a todos los adversarios ideológicos del pensamiento
muctazilí, a los dualistas iranios y a los negadores de la unidad divina (denomina­
dos, ambos, zindiqs), a los antropomorfistas que admitían la realidad de los atri­
butos divinos y la visión de Dios en el paraíso, y a los que negaban la libertad
humana. La represión alcanza a los doctores los cuales son interrogados por la
autoridad e incluso por el propio califa, viéndose conminados a la aceptación de
los dogmas muctazilíes. La mayoría se someten, de forma más o menos sincera,
pero surge una resistencia entre los tradicionistas, agrupados en torno a la figura
de Ahmad ibn Hanbal, que fue interrogado y encarcelado dos veces. Algunas
víctimas proporcionan mártires a la propaganda hanbalí y la inquisición será
abandonada de manera brutal a principios del reinado de al-Mutawakkil. El gran
cadí Ibn Abí Duaad es destituido en 825 y el califa se resigna a condenar, por
rescripto, todo estudio de teología dogmática (kalám). Este fracaso, si bien no
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 223

LOS CABBASÍES

al-Mansür
ADÚ-l-'Abbás al-SafiSh 754-775
750-754 al-Mahdi
775-785

ai-HádT H^rún al-Rashfd


785-786 786-809

al-Amín al-M^'mún al-Mu ctasim


809-813 813-833 833-842

al-Wathiq al-Mutawakkll
842-847 847-861

al-Mu st a *ín al-Muntasir al-Mu °tazz al-Mu ctamid al-Muwaffaq


862-866 861-862 862-869 «70-8^9
al-Mu ctadíd
892-902

i al-Muqtadir al-Qáhir
aí-MuktafT
902-908 908-932 932-934
i
al-Mustakfl al-Rádi al-Muttaqí al-Mutt*
944-946 934-940 940-944 946-974
I
al-QSdir
991-1031
al-T4‘lc
974-991
I
al-QS'im
1031-1075

compromete el futuro de la investigación teológica y filosófica, contribuye no obs­


tante a que estas disciplinas sean consideradas sospechosas por muchos tradicio-
halistas. Por otra parte, las doctrinas se encuentran forzosamente limitadas por
su concordancia con la letra del Libro sagrado. Finalmente; este fracaso trae con­
sigo, asimismo, eí fin de un nuevo tipo de gobierno: el que ha sido asumido por
él gran cadí en un momento en que los visires ven limitadas sus funciones a lo
Estrictamente fiscal y financiero.
Este paréntesis se cierra con al-Mutawakkil y la monarquía islámica vuelve a
la .inestabilidad y a los peligros de la época de los Barmekíes. Surgen, además,
nuevos peligros con el reclutamiento sistemático de un ejército de esclavos turcos,
ya que la dinastía ha renunciado a la administración directa del Jurásán, que se
encuentra confiado a Táhir y a sus descendientes, con lo que desaparecen las
fuentes de su ejército trádicional. Las intrigas palaciegas, promovidas por los
«hermanos adoptivos» del Califa y por los secretarios-tutores, se ven incrementa­
das por las ambiciones de los oficiales turcos, seguros de la obediencia de sus
tropas, y las sucesiones trágicas vuelven a producirse con el asesinato de al-Muta­
wakkil, en 861, a manos de los guardias de palacio; con ello reaparecen, una vez
más, los conflictos entre los príncipes cabbasíes. El fracaso de la monarquía islá­
mica es total, pues priva al Estado de sus fundamentos, revela la existencia de
350-950 E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 225
224 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L ,

relaciones de pura fuerza, disfrazadas de manera hipócrita con pomposos títulos momento anterior a la conquista que, al menos en al-Andalus, parece haber man­
califales, contribuye a crear corrientes contradictorias en la opinión pública, re­ tenido, en las grandes propiedades de la aristocracia dirigente, una mano de obra
fuerza el shicísmo milenarista que predica la esperanza en un reino de justicia y, rural que se encontraba en una situación jurídica todavía próxima a la esclavitud
finalmente, favorece a los doctores o ulemas (culamff') que están decididos a ha­ de tipo romano. No obstante, las conversiones al Islam y el propio espíritu de la
blar en nombre de la Comunidad y a oponerse a los abusos de los militares. Tal nueva civilización debieron favorecer la evolución de la condición de estos cam­
vez sea el Occidente islámico, en el que se está operando un cambio moral y pesinos adscritos hacia formas de colonato aparcero que resultaran lo menos des­
político profundo y duradero, el que les ofrezca un ejemplo. favorables posible para los explotadores. Pese a ello, Ibn Hawqal, que escribe
La evolución política de la parte occidental del inmenso imperio musulmán poco después de mediados del siglo x, pero parece referirse a la época de los
presenta, en efecto, ciertas características particulares. Al-Andalus y el Magrib conflictos sociales, políticos y religiosos que conoció la parte musulmana de la
occidental y central a partir de la crisis de mediados del siglo VIII, así como Ifriqya península al final del siglo anterior, señala todavía la existencia de grandes pro­
después del 800, se organizan en estados independientes que prescinden, en la piedades explotadas por campesinos cristianos de condición servil cuyas revueltas
práctica, de la autoridad del califato oriental. Si bien la aparición de los emiratos siempre eran de temer.
de Tahert y de Fez se debe, en buena parte, al hecho étnico bereber, la constitu­ Tampoco conocemos con seguridad el número de árabes o arabizados que se
ción de los de Córdoba y Qayrawan no revela ningún particularismo local indíge­ instalaron en Occidente. Según Talbi el efectivo total de los ejércitos orientales
na. Todo sucede en función de una aristocracia dirigente de origen oriental que afincados en Ifríqiya asciende a unos 180.000 hombres. La cifra es, sin duda, in­
encuentra apoyos o resistencias en los medios tribales árabes o bereberes. Por ferior para la península (¿unos 50.000?) y los efectivos orientales que llegaron a
otra parte, incluso en los estados «bereberes» de Tahert y de Fez, las dinastías al-Andalus no deben sumarse a los del Magrib, ya que sin duda muchos venían
son, respectivamente, irania y árabe. También eran árabes, o al menos preten­ del norte de Africa y no directamente de Oriente. Sólo puede hablarse de algunas
dían serlo, los pequeños emires del principado salihí de Nakür. Sólo en las fron­ decenas de, millares de guerreros, la mayoría de los cuales debió instalarse de
teras aún inciertas de este Islam occidental podemos encontrar jefes políticos, modo definitivo y que, en la mayor parte de los casos, vinieron acompañados por
más o menos independientes, de origen indígena: es el caso de los midraríes be­ sus familias. Se concentraron sobre todo en Ifriqiya, en el sur de la península y
reberes de Sidjilmasa o de los «señores» muladíes (muwallads) del valle del Ebro. en la marca superior (valle del Ebro), y, de manera secundaria, al norte de Ma­
Por consiguiente, en el orden político, procede de Oriente todo lo que domina rruecos, en torno a Tánger. Más tarde, algunos árabes de al-Andalus y de Ifriqiya
la segmentación tribal y la disgregación local, si bien hay que intentar medir, en acudieron para poblar Fez, que había sido fundada de nuevo por la dinastía idrí'sí.
primer lugar, la influencia árabe y oriental en los comienzos de estos estados mu­ Resulta menos importante evaluar el peso demográfico inicial de este elemento
sulmanes del Occidente mediterráneo. árabe que darse cuenta de Ja importantísima función social que desempeñó. Se
ha llamado la atención sobre el hecho de que, en Ifriqiya este elemento étnico
i no sólo logró mantener su individualidad sin diluirse en la masa ambiente, sino
En Occidente, ¿berberización o arabización? que se afirmó «como grupo piloto del cuerpo social al que invadió con su lengua,
su religión y los ideales que difundía. Por otra parte no puede dudarse de su fe­
No conocemos con suficiente precisión las modalidades exactas de la implan­ cundidad física y si, desde el punto de vista biológico, la aparición de generacio­
tación de los elementos étnicos procedentes del Oriente Medio, tanto si se trata nes de muwalladün o muladíes y de hudjana (descendientes de varones árabes y
de árabes como de clientes arabizados e integrados al ejército y a su organización mujeres indígenas) debe considerarse como resultado de una cierta forma de fu­
tribal. En principio, estos guerreros no debieran haber recibido tierras sino una sión, desde el punto de vista social se trata de una dilatación del elemento árabe».
soldada, de acuerdo con la jerarquía del díwan al-djund o registro militar. De Estas observaciones son también válidas para al-Andalus, en donde, al menos
hecho, tanto en Ifríqiya como en al-Andalus, recibieron pronto concesiones terri­ durante dos siglos, los árabes siguieron formando un grupo aristocrático activo,
toriales importantes y los gobernadores enviados por el califa de Damasco reali­ distinto del resto de la población y suficientemente numeroso, sobre todo en las
zaron ímprobos esfuerzos para legalizar el reparto de las mismas. No sabemos regiones meridionales, para poder medirse con ventaja, a fines del siglo IX, con
casi nada sobre las modalidades de la desposesión de los indígenas, la proporción los indígenas islamizados (muwallads) y con los cristianos mozárabes rebeldes
de tierras que los conquistadores se apropiaron de este modo y el procedimiento contra su dominación. En particular, en este último país puede pensarse que la
por el que fueron distribuidas (sobre base individual o ciánica). Podríamos inte­ organización patrilineal y endógama de los linajes árabes «arrebatadores de mu­
rrogarnos hasta el agotamiento en tomo a la aplicación efectiva de las normas jeres» que, por otra parte, eran dominantes social y políticamente, les proporcio­
jurídicas, aún mal definidas en aquel momento, que habrían debido regir la apro­ nó una fuerte ventaja sobre una aristocracia indígena debilitada por la derrota,
piación y el reparto de las. tierras por los conquistadores, pero lo cierto es que carente de un sólido soporte cultural y cuyas estructuras familiares resultaban mu­
nunca sabremos lo que sucedió en realidad. En lo que respecta al modo de explo­ cho más débiles. Esta última parece haberse visto marginada, eliminada o absor­
tación de las propiedades (diyác) adquiridas de este modo, puede suponerse que bida de manera progresiva, de tal modo que, después del siglo ix , no se la ve
los nuevos poseedores conservaron, en un principio, el régimen en vigor en el desempeñar ningún papel.

15. — FOSSIER. I
226 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950

La España musulmana y cristiana en la primera mitad del siglo IX

En el norte de Africa el sistema sociopolítico propuesto por los conquistado­


res no destruía, de manera fundamental, las estructuras indígenas, al contrario
de lo que sucedió con el sistema impuesto por el imperialismo romano. La tradi­
ción árabe, por su parte, incluía un sistema tribal que no era muy distinto del de
los bereberes y que se conservó, en parte, gracias a la organización militar del
djurtd. Los grandes grupos tribales bereberes «orientales» se asimilaron rápida­
mente a los árabes a los que, sin duda, se asemejaban notablemente. Así lo ob­
serva, por ejemplo, al-Yacqübí, a fines del siglo ix, a propósito de los Hawwara,
los cuales, dice, «afirman ser descendientes de tribus yemeníes cuyo nombre han
olvidado. Las fracciones de los Hawwara —añade— se unen unas a otras a la ma­
nera de las fracciones de las tribus árabes». Los sedentarios baráníes de la Argelia
oriental conocían, sin duda, una organización más adaptada a la vida en núcleos
de población que los nómadas o seminómadas de las estepas predesérticas, pero
su esquema social tampoco era muy distinto del de los- antiguos árabes si pensa­
mos en lo que responden, hacia el 900, unos peregrinos de la tribu de los kutama
de la pequeña Kabilia que se dirigen hacia La Meca cuando son interrogados so­
bre las costumbres de su pueblo: «Nos ramificamos en varias tribus, clanes y fa­
milias ... N o practicamos mucho la ayuda mutua entre nosotros ... Luchamos
unos con otros y luego ños reconciliamos; hacemos la paz con unos mientras gue-
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 227

rreamos con los otros». Estos bereberes explican, asimismo, que son gobernados
por las asambleas (djamáca) y que para resolver sus litigios recurren al arbitraje
«de las personas que han adquirido algunos conocimientos y de los maestros de
. escuela». Precisan, finalmente, que no están sometidos a ningún Estado y que
entregan directamente a los pobres la limosna del diezmo que exige la norma
islámica.
Una síntesis de esta índole entre las exigencias musulmanas y los modos de
organización tradicional de la sociedad tribal debió realizarse en una buena parte
del Magrib, en particular en toda la zona jaridjí, en la que las tribus sólo estaban
sometidas a la supremacía lejana y vaga del imán de Tahert, como es el caso de
los Nafüsa del sur de Ifriqiya, los cuales, según al-Yacqübi, no pagaban el impues­
to territorial a ningún gobierno. El mismo autor precisa que en su tiempo (fines
del siglo ix) los nafüsa no hablaban árabe. El mantenimiento de las estructuras
sociales indígenas debió favorecer, en la mayoría de los casos, la conservación
del bereber como lengua corriente. Pero debe tenerse en cuenta que, de manera
paralela, estas tribus bereberes se islamizaron sin reservas y aceptaron, asimismo,
el árabe como lengua de cultura, con todo lo que ello podía implicar en lo rela­
tivo a la modificación progresiva de los ideales sociales, de las mentalidades y de
los comportamientos cuando no se mostraban conformes con los que transmitía
la nueva lengua «oficial». Puede entreverse, por ejemplo, un nivel de arabización
bastante elevado entre los kutama de la peqúeña Kabilia cuando, hacia el año
900, los misioneros fatiiníes acudieron, para difundir el shi'ísmo, a esta región
rural situada en las fronteras del emirato aglabí que se había mantenido, no obs­
tante, prácticamente independiente del poder de Qayrawan en el marco de una
organización tribal bien conservada. Y si bien, por una parte, a los kutama les
repugna la idea de aceptar la autoridad política y las obligaciones fiscales que
tratan de imponerles los representantes del Estado aglabí establecidos en las ciu­
dades situadas al pie de sus montañas, el éxito de los fatimíes revela, por otra
parte, la existencia entre ellos de una fascinación por el Oriente al que consideran
como la fuente de todo conocimiento. Esta concepción tuvo necesariamente que
favorecer la penetración de la lengua árabe y de los ideales sociales que trans­
mitía.
Lo que acabamos de decir acerca de las tribus bereberes del Magrib resulta
también evidentemente cierto, a fortiori, en el caso de las que se trasladaron a
al-Andalus en el momento de la conquista de la península a principios del siglo
vm. El medio tribal bereber andalusí no tenía, sin duda, la importancia ni la so­
lidez del del Magrib pero los textos no dejan duda alguna acerca de su existencia.
Numerosas regiones de al-Andalus, como las montañas andaluzas, zonas del Gua­
diana y del Tajo (Djawf o región de Mérida y Marca Inferior), la Sierra Morena
(Fahs al-Ballüt), el norte del Garb (centro del actual Portugal), las zonas monta­
ñosas situadas entre Toledo y la región valenciana (Santaver), así como buena
parte de la misma región levantina (Sharq al-Andalus), habían recibido una im­
portante aportación étnica bereber de la que quedan restos en la toponimia ac­
tual: Mestanza, en las montañas situadas al norte de Córdoba; Mequinenza, en
la región de Tortosa; Cehegín, en la provincia de Murcia, y los diversos Adzaneta
de la región valenciana, que dan, todavía hoy, testimonio de la implantación de
grumos tribales coherentes de bereberes Mistasa, Miknasa, Sinhadja (al-Sinhádji-
228 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 229

yyin ) y Z an ata. E jem plos de la m ism a índole pued en m ultiplicarse sin dificultad. pudiera dar lugar. N o o bstante, el re p arto resultaba m ucho más duro que la im-
C iudad es o distritos rurales de la M arca Inferior, del L evante y de las montartas pasición p o r unidad cadastral: la diferencia, n o tab le, es de uno a tres e implica
andaluzas llevaban nom bres de otras trib u s como los nafüsa, los m agila, los |ama- un considerable endurecim iento del im puesto unitario. L a necesidad de una venta
ya, cuya instalación debió pro d u cirse, con frecuencia, a través de una ocupación rápida de las cosechas p ara pagar los im puestos no contribuía .precisam ente _a ali­
de hecho de los territorios que habían conquistado, legalizada a continuación, en gerar las cargas fiscales y, p o r o tra p arte, perm itía que surgiera la som bra de la
la m edida de lo posible, p o r los rep resen tan tes del p o d e r. A sí, el jurista ifriq í de especulación, de la com pra del grano a precio de m onopolio por los banqueros
fines del siglo X, al-D aw üdí, e n la p a rte de su Kitáb al-amw/il (trata d o sobre el q ue acom pañaban a los recaudadores de im puestos y, finalm ente, de la usura. El
régim en de las p ropiedades territo riales), relativa al occidente m usulm án, se hace ' h echo de que los propios cam pesinos hu b ieran deseado esta refo rm a da cuenta
eco de tradiciones relativas a la ocupación de H ispania d u ra n te la cual cada grupo de hasta qué punto resultaba aplastante el peso de las tierras abandonadas y de
de conquistadores —recuérdese que los ejércitos estaban organizados sobre una los im puestos correspondientes.
base trib a l— se había ap o d erad o de las tierras a su alcance sin q u e, en un princi­ E sta v uelta al rep arto de las cosechas va acom pañada por una política fiscal
pio, se h u b iera realizado un re p a rto legal. C onsecuencia de este hecho fue que con sciente destinada a favorecer el desarrollo agrícola y, especialm ente, por una
las transform aciones, so b re to d o de o rd e n económ ico, siguieron a la ocupación auténtica revolución en los cultivos. La supresión de los im puestos sobre las tie­
del suelo más lentam ente en O ccidente que en O riente donde las reform as legales rras no cultivadas m ueve a las com unidades y a los individuos a am pliar los p erí­
pusieron en m archa un proceso de cambios agrarios que fue du rad ero y rápido.- m etros cultivados. Se acom paña tam bién p o r una política de restauración: se con­
ceden las tierras «m uertas» a los que las trabajan de nuevo. H ay más: la desgra-
vación sistem ática de las tierras irrigadas tiene en cuenta los costos de la irriga­
Producir ción. En tierra de jaradj, el E stado exige el 40 por 100 del trigo y de la cebada
obtenidos en cultivos no irrigados y sólo el 30 p o r 100 de los que se obtienen en
La refo rm a fiscal, tardía e indepen d ien te del cam bio p o lítico p roducido p o r los regadíos; grava el 33 p o r 100 de la cosecha de las viñas, de los forrajes (trébol
la revolución cabbasí, sólo afecta al Iraq central, al Sawad de B agdad, que cons­ y alfalfa) y de los restantes cultivos obtenidos en regadío en las huertas; finalm en­
tituye el núcleo del im perio califal. R esponde al deseo de acabar con el em pobre­ te sólo grava el 25 p o r 100 de los cultivos «de verano» (com o las legum bres, san­
cimiento del T esoro y con el aban d o n o de las tierras. D efen d id a por A bü Y üsuf días, sésam o, colocasia, berenjenas y tam bién algodón y caña de azucar). E n tie­
en su Libro sobre el impuesto territorial presentado a H arü n al-R ashíd, había sido rra som etida al diezm o esta política es aún m ás clara: 10 p o r 100 p ara los granos
puesta en práctica p o r sus predecesores bajo el califato de al-M ahdí. D icha refor­ regados «de m anera natural» (sin intervención de m áquinas, p o r lluvia, crecida
m a em pieza por constatar que los campos del Iraq están siendo abandonados y o regadío por gravedad), 5 por 100 p ara los granos regados con ayuda de m áqui­
que este hecho au m enta la carga im positiva sobre los cam pesinos que p erm an e­ nas costosas, 10 p o r 100 de nuevo para los fru to s secos, legum bres secas, fibras
cen en su com unidad; señala asim ism o la existencia de conflictos sociales avivados textiles y cereales secundarios (m ijo, arroz, sésam o ), pero exención del im puesto
p o r la necesidad de pagar en m etálico en un m om ento en que la cosecha no se p a ra las hortalizas y los forrajes. Se trata, a la vez, de cultivos veraniegos (m elón,
ha realizado todavía. Los juristas del califa observan asimismo que la im posición calabaza, b eren jen a), de cultivos que se desarrollan bajo el suelo (pepino, za­
de las parcelas abandonadas, que recae sobre la com unidad, quita a los cam pesi­ nahoria, espinaca, m elón de prim avera) y de forrajes cuyo interés p a ra el suelo
nos los medios financieros necesarios p ara valorar las tierras desiertas. P or consi- • había sido reconocido p o r los agrónom os (fijan el nitrógeno, sirven de abono v er­
guiente, a petición de las com unidades cam pesinas del Saw ad, el gobierno del de o de alim entación p a ra el ganado, dejan libres los terrenos de pasto y sum inis­
califa decidió volver al re p a rto de las cosechas. tran estiércol).
P ueden com probarse los objetivos económ icos precoces de esta refo rm a com ­
pleja: el coeficiente decreciente del im puesto en relación a la productividad del
Una reforma fiscal, una revolución agrícola suelo incita a la valoración y al desarrollo del mism o sin que, p o r ello, el E stado
pierda ingresos ya que éstos se recu p eran gracias a las cantidades cosechadas que
E ste re p a rto , la muqlisama, se efectú a en los cam pos. N o se tra ta , no obstan ­ son superiores a lo previsto. E l E stado, p o r o tra p arte, se hace cargo de la cons­
te , de un im puesto en especie: sólo se calcula la base trib u taria en el m om ento trucción o excavación de los canales de irrigación. L a re fo rm a favorece la adop­
en el que se m iden las cantidades cosechadas de m anera efectiva y entonces se ción de especies nuevas, la renovación de las cualidades productivas del suelo y
exige al cam pesino el valor de la p a rte co rresp o n d ien te al p rín cip e que debe p a ­ la m ultiplicación de cosechas a lo largo del año (cultivos subterráneos y cultivos
garse en m etálico. ¿Los recau d ad o res de im puestos calculaban e ste v alo r en fu n ­ veraniegos). A dem ás, la desgravación afecta a los productos que resultan más fá­
ción de un p re c io ideal, tra s corregir las variaciones, o de a c u erd o co n el precio cilm ente com ercializables en los m ercados ciudadanos: el trigo duro de verano
real del m ercado? P ro b ab lem en te haya que aceptar la prim era hipótesis ya que irrigado qu e perm ite fabricar pastas alim enticias, el arroz cuya progresión en el
los teóricos del derecho islámico tem ían la irregularidad del precio del m ercado, mundo m usulm án no ofrece dudas, las frutas y hortalizas cuyo consum o se ve
que sólo p erten ece a D ios y que hacía sospechosas las ganancias ilícitas a las que favorecido p o r las modas culinarias codificadas en los libros °abbasíes de recetas
230 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 231

(carnes condimentadas con especies, frutos secos o plantas aromáticas, carnes con comunidad musulmana, ejerce una especie de propiedad eminente sobre el suelo
almendras, pistachos o granadas, arroz y carne azucarados y con leche agria, car­ ' y los titulares de concesiones convertidas en explotaciones agrícolas que tal vez
ne con hortalizas, puerros, cebollas, guisantes y berenjenas). no cultiven personalmente (aunque en algunos casos cabe suponer que lo hicie­
No hay que disimular que, a pesar de algunos relanzamientos indiscutibles de ron) pero que son asimilables a colonos militares y no a grandes propietarios de
una economía alimentaria que, sobre todo en Oriente, había sufrido una notable tierras. El poder, por ejemplo, quiere imponer talas obligatorias de árboles, por
inseguridad durante más de dos siglos, la situación de las poblaciones rurales se necesidades de la flota, a los colonos sicilianos. Pero éstos rehúsan argumentando
mantuvo en el nivel mediocre del que hemos hablado al referirnos a la época que sólo están obligados al servicio de guerra, al djihád. El poder intenta impo­
omeya: el explotador suele ser un pequeño propietario o un aparcero, menos fre­ nerles su voluntad por la fuerza, pero sólo consigue que abandonen las tierras.
cuentemente un esclavo, que se encuentra dominado, a la vez, por el rico propie­ Del mismo modo unos bereberes andalusíes ven cómo se les impugna una iqtác,
tario que le protege y por las exigencias de la ciudad vecina. Esta última, como resisten por las armas y, finalmente, son expulsados. En todo ello interesa menos
en la Antigüedad, desempeña un papel fundamental. No obstante, antes de con­ el resultado de estos conflictos que la relación de fuerzas que revelan entre el
siderarlo, conviene echar un vistazo hacia el Oeste. poder y ciertos grupos de poseedores del suelo capaces de rehusar un cierto nivel
de exigencias estatales llegando, en caso de necesidad, a oponerse por la fuerza.
Este nivel de exigencias estatales, en principio limitado por el mismo derecho
Más desórdenes en el Oeste musulmán y que no podía, de modo verosímil, elevarse al infinito, dada la omni-
presencia de los juristas, variaba sin duda en función de la capacidad de resisten­
En efecto, el carácter desarticulado por naturaleza de la autoridad pública' cia de los distintos grupos. Si bien los dhi^mies, a los que se había dejado la
multiplicó, en el occidente islámico, los contrastes locales y la confusión de esta­ posesión de sus tierras, no podían oponerse en gran medida a la percepción de
tutos. Los diccionarios biográficos mencionan, a veces, a sabios que vivían en un jaradj elevado, no sucedía lo mismo con los soldados conquistadores que se
medio rural y algunos de ellos disfrutaron de una gran reputación: es el caso de habían establecido en iqtács, ni con las tribus bereberes islamizadas del Magrib,
un alfaquí de principios del siglo ix que vivía en el campo en los alrededores de provistas de fuertes estructuras tribales o municipales. Sin necesidad de hablar
Morón y que inspiraba tal respeto a los muftfS (‘jurisconsultos’), consejeros del de las tribus jaridjíes independientes del emirato de Tahert o de las del Magrib
cadí de Córdoba, que éstos se abstenían de expresar cualquier opinión en su pre­ occidental, sabemos que, en el interior mismo del Estado aglabí, se había conser­
sencia cuando acudía a la capital. Este personaje, que al final de su vida fue cadí vado una organización tribal en muchos lugares relativamente alejados de las re­
de Ecija, era de origen bereber y pertenecía a un grupo tribal efectivamente ins­ giones costeras. Así, cerca de Badja, al-Yacqúbi señala la existencia de un territo­
talado en las proximidades de Morón en la época de la conquista. Ibn al-Faradí, rio ocupado por los bereberes wazdadja, «de humor independiente, que rehúsan
fuente de estas indicaciones, nos informa de que este sabio vivía en una qarya, toda obediencia al príncipe aglabí». Los señores árabes autónomos de Setif y de
o sea en un pueblo, y no en una gran propiedafl. No hay duda alguna sobre la Balazma se enorgullecían de haber acabado con los kutama y de haberles «redu­
existencia de haciendas importantes pertenecientes a la élite residente en las ciu­ cido a un verdadero estado de servidumbre y vasallaje» porque habían logrado
dades de al-Andalus y del Magrib, pero no sabemos nada acerca de la proporción imponerles, de manera temporal, el pago de los impuestos coránicos mientras que
que representaban sobre la totalidad del suelo cultivado ni tampoco acerca de estos bereberes pretendían, por su parte, satisfacerlos entregando directamente
cómo eran explotadas. Antes hemos visto que Ibn Hawqal mencionaba auténticos la cantidad correspondiente a los pobres bajo forma de limosna. Puede verse que
siervos cristianos en algunas diyíi' andalusíes, pero esto no parece que constituye-' los kutama elevaban en gran manera el nivel de su resistencia a las exigencias
ra la regla y es probable que estos procedimientos de explotación agraria tendie­ estatales ya que de hecho rehusaban cualquier tipo de fiscalidad.
ran a evolucionar hacia un regimen de colonato por aparcería menos riguroso. Estos hechos no afectan sólo al Magrib. En Sicilia y en al-Andalus grandes
:*>
Podemos preguntarnos, sobre todo, si el régimen más frecuente no era el de la partes del territorio conquistado habían sido concedidas a los grupos de conquis­
propiedad pequeña o mediana, individual o colectiva, en el marco de los pueblos. tadores, algunos de los cuales, a la manera de los kutama de la Pequeña Kabilia,
Uno de los textos más interesantes sobre el estatuto territorial es el tratado aprovechaban el alejamiento o la debilidad del poder y se sustraían también a
de al-Dawüdí, antes citado, que nos proporciona algunas precisiones útiles relati­ toda obligación fiscal: éste es el caso, siempre según al-Yacqúbí, de las tribus be­
vas a Sicilia así como también, de forma secundaria, sobre al-Andalus. La mayor reberes establecidas en la región valenciana que no reconocían la autoridad de
parte de las indicaciones que contiene se refieren a grupos de explotadores que los Omeyas cordobeses. En el momento de la gran crisis de fines del siglo ix , la
entran en conflicto con las decisiones abusivas del poder central, el cual, tras ha­ mayor parte del territorio andalusí escapa a la autoridad de los emires. Pese a
berles concedido tierras en iqtác, se las retira por razones diversas (de naturaleza ello no parece que las poblaciones hayan caído, de manera general, bajo la férula
político-administrativa) o dispone de ellas de nuevo por haber sido abandonadas de feudalismos locales que las hayan oprimido y por todas partes se las ve resis­
de manera temporal corno consecuencia de guerras, teniendo que enfrentara, a tiendo con las armas a todos los intentos de restablecimiento de la autoridad de
continuación, con las reclamariones de los antiguos poseedores o de sus herede­ los emires, en castillos que se encuentran por todo el país y que son refugios
ros. Se asiste, por ello, a litigios entre el Estado que, como representante de la situados en lugares elevados o auténticos pueblos fortificados en lugar de castillos
232 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950

«señoriales». Estas poblaciones parecen estar mayoritariamente islamizadas y lo


poco que sabemos de ellas contradice lo que frecuentemente se afirma, sobre al-
Andalus de manera especial, acerca de la existencia de grandes masas de colonos
en situación harto mísera por encontrarse sometidos a la presión del fisco o a la
arbitrariedad de los grandes propietarios. Si ésta pudo ser la situación de los sec­
tores menos favorecidos de entre los campesinos, caso de los mozárabes que tra­
bajaban las propiedades de la jássa urbana tras la conquista, no puede decirse lo
mismo de la mayor parte de los propietarios de tierras, descendientes de los con­
quistadores árabes y bereberes o de indígenas conversos, que vivían en el marco
de los pueblos o ijura y sólo dependían de una fiscalidad estatal sobre la que
sabemos muy poco pero que, en un principio, no tenemos motivo alguno para
suponer opresiva o para creer que se salía de los límites marcados por las normas
generales del derecho público musulmán.

Una producción agrícola sabia en un medio ingrato

En conjunto, la economía agraria desarrollada por la reforma fiscal correspon­


de a un Iraq bien provisto de agua y se basa en la irrigación. Un libro de mate­
máticas prácticas, destinado a los geómetras de los servicios de impuestos y de
irrigación, describe en el siglo xi, con precisión y mesura, mediante la resolución
de problemas sencillos, la manera de perforar canales, el costo de los mismos, el
esfuerzo físico que requieren las máquinas de elevación de agua movidas a brazo
o con la ayuda de un buey, que permiten irrigar los campos situados por encima
del nivel de los canales y de los ríos.. Se trata de un servicio público organizado
por un cuerpo de agentes técnicos del Estado, niveladores y geómetras, que están
al frente de equipos formados por varios centenares de obreros libres, que traba­
jan a destajo y son pagados en función de la cantidad de tierra que han extraído
o acumulado para formar un terraplén. De acuerdo con el terreno se perfora o
se construye utilizando grandes cantidades de haces de cañas o arbustos que se
consolidan con arcilla. Las máquinas permiten un riego constante y varias cose­
chas y se utilizan la noria giratoria, con cangilones, que riega 35 ha diarias, ase­
gurando la irrigación de más de 100 ha en cultivos de verano y de 150 en cultivos
de invierno, y el balancín, movido por 4 o 5 hombres, que puede acarrear en su
cubo hasta 600 litros (de 44 a 78 ha en cultivo de verano y de 100 a 138 en cultivo
de invierno). D e manera paralela, en las montañas se difunde una técnica irania,
la del qanát (un canal subterráneo que capta, montaña arriba, el agua de la capa
freática y guía su recorrido a lo largo de un trazado que aparece señalado, en la
superficie, por una red de pozos de aireación y de mantenimiento), que permite
a la vez regar los suelos ligeros, arrancados a la montaña y «cálidos», y drenar
los mardjs, zonas pantanosas en las que se encuentran aguas estancadas. Se trata
de una hidráulica sabia que conoce los peligros de la irrigación mal dosificada así
como los de la salinización que pueden afectar a los terrenos mal drenados.
Evidentemente, en el conjunto del imperio musulmán domina la agricultura
pluvial. Si bien ésta sólo utiliza el agua de lluvia o, como mucho, el agua que
proporcionan la pequeña hidráulica de los pozos, de las cisternas o de las peque­
ñas norias elevadoras de los huertos, no deja por ello de ser sabia: sabe «cerrar»
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 233

el suelo por bina para evitar la evaporación, preparar un suelo nivelado con una
ligera pendiente para repartir adecuadamente el agua, escalonar los trabajos ne­
cesarios para «romper» la tierra —tras las primeras lluvias- y hacer circular el
aire en primavera y, finalmente, ofrecer los surcos al sol. Toda la ciencia geopó-
nica de la Antigüedad, la de los romanos y griegos (Varrón, Columela, traducido
al árabe en el siglo ix, el bizantino Casiano Baso, autor de la Agricultura de los
romanos, y el pseudo-Constantino VII) y también la de los persas (Qustüs ibn
Askuraskína), apoyada en la cosmología aristotélica, en una observación atenta
e incluso en la experiencia, se difunde a través de una literatura agronómica cuyas
manifestaciones en al-Andalus han sido estudiadas recientemente y entre las que
, se cuentan: procedimientos para abonar y enterrar pajas y cenizas, práctica del
barbecho labrado con cultivo subterráneo del nabo, multiplicación de los procedi­
mientos de arado, encierro móvil de los animales sobre el barbecho muerto (para
evitar el exceso de estiércol), rotación generalizada de los pastos naturales y de
los cultivos, que evita el endurecimiento de los suelos pisoteados. Se trata de un
saber verificado y vivificado por la experiencia, cuyo lugar favorito es, sin duda,
el jardín de las cortes de los príncipes, y que se difunde a través del libro, que
unifica las técnicas, las registra de acuerdo con el método de los tradicionistas
(maximizar la cantidad de informaciones, falta de certeza absoluta) y las critica
por un método experimental.
La actitud de innovación audaz y de investigación que se transparenta en el
trabajo de los agrónomos ayuda a comprender el éxito que obtiene la revolución
de los cultivos: los new crops que se introducen o seleccionan en los centros hor­
tícolas de Irán, Siria y Egipto se difundirán muy rápidamente en todo el conjunto
del D3r al-Isiam. Este enriquecimiento del patrimonio floral forma parte de un
amplio movimiento plurisecular que tiende a asimilar, en el Mediterráneo, las
plantas subtropicales que habían sido ignoradas en la Antigüedad. Estos nuevos
productos son, en primer lugar, plantas de estación corta: la espinaca, que es la
verdura de Isfahán (isfánáj), la colocasia, la berenjena, también de origen iranio
y que conserva en todas partes su nombre persa (bádindján) apenas transformado
(melenzana, melinjano, etc). Estas plantas permiten un cultivo subterráneo siem­
pre y cuando se abone y labre bien la tierra. Aún más importante resulta la intro­
ducción de los cultivos de verano (arroz, algodón, melón, sorgo, trigo duro, caña
de azúcar) que ofrecen, en las mismas condiciones, la posibilidad de conseguir
una segunda cosecha de verano, algo que antes se ignoraba por completo. Los
agricultores —sobre todo arboricultores y-horticultores— del Mediterráneo adop­
tan asimismo otras plantas: nuevos árboles frutales, limoneros, naranjos, platane­
ras, cocoteros y mangos, plantas de las que se obtienen tintes como la aleña y el
índigo, plantas con raíces verticales como el nabo, destinadas asimismo a producir
cosechas subterráneas. Su difusión resulta precoz y vasta: la Sicilia árabe conoce­
rá, en el siglo xi, cultivos especiales de algodón, aleña e índigo, «cañas persas»,
la producción de azúcar refinado, tal vez las plataneras, con toda seguridad las
palmeras datileras y, asimismo, la morera que se multiplica, de forma paralela,
en el mundo bizantino para el cultivo del gusano de seda.
El calendario agrícola que redacta al-Maqrizi para Egipto muestra la impor­
tancia de los nuevos cultivos: la crecida del Nilo, que empieza en junio, en el
mes copto de abib, y alcanza su plenitud en tüt (septiembre), va seguida inmedia-
234 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 235

tamente por la siembra de los cereales, trigo y cebada, que se cosecharán en En conjunto, la reforma fiscal —limitada a Iraq y esencial para las finanzas
abril, hortalizas que madurarán en noviembre, garbanzos, lentejas, lino y trébol, califales- se encuentra estrechamente ligada con la revolución agrícola —que
cuvas cosechas se escalonarán desde abril hasta junio e irán seguidas del cobro puede compararse a la del siglo xviii en Inglaterra— y sus objetivos económicos
del primer plazo del impuesto territorial establecido en función del catastro levan­ comunes constituyen, en cierto modo, una premonición de las reflexiones de los
tado en septiembre sobre las superficies inundadas. En marzo y abril, sobre las fisiócratas, pues pretenden intensificar la producción y, gracias a ello, lograr que
superficies regadas con las máquinas que extraen agua del Nilo y de los canales las sociedades campesinas no resulten aplastadas por una fiscalidad muy dura y,
contiguos -so b r e todo en el delta, en el que se reciben las aguas acumuladas, al mismo tiempo, alimentar a las numerosas metrópolis, muy pobladas y grandes
durante la crecida, en la reserva natural del lago Qárün, en Fa^mm, regularizada consumidoras. Se trata de reformas muy ligadas a la existencia del mercado libre
por esclusas antiguas- se siembra el arroz cosechado en octubre, la colocasia, ciudadano y, de alguna manera, evitan la necesidad de una anona y de la distri­
las berenjenas, los pepinos, el melón, el sésamo, las espinacas, la lübiyá (alubia bución autoritaria de los excedentes. Pero esta agricultura cabbásí, que permite
o judía de la Antigüedad) y el índigo, sembrado en mayo y cuyo período de cre­ una siembra con rendimientos muy elevados, increíbles para el historiador de la
cimiento dura 100 días. Las cosechas de los cultivos de verano (sayfi) coinciden Edad Media Occidental (en Egipto se obtiene una media de 10 granos cosechados
con la recolección de frutas, cerezas, higos, melocotones, peras, plátanos, limo­ por cada grano sembrado llegando a alcanzarse máximas comprendidas entre 20
nes y uvas, así como con el pago del segundo plazo del impuesto catastral. y 30 granos por grano sembrado; en la Sicilia medieval, que hereda los métodos
Estas nuevas plantas se encuentran estrechamente asociadas a la política de de cultivo árabes, se obtienen medias de 8 y máximas que llegan a 20 y 22), así
desarrollo por intensificación y valoración de las tierras: la caña de azúcar, la co­ como rendimientos también elevados por superficie sembrada (de 2 a 20 irdabbs
locasia y el cocotero mejoran las tierras salobres y absorben el exceso de salini­ de trigo por faddán, o sea, entre 3,6 y 36 hl por ha, una media de 18 hl), es una
dad, mientras que el algodón enriquece las tierras de mala calidad. En conjunto agricultura frágil que requiere un control constante del agua en las zonas de rega­
los árboles frutales, legumbres, hortalizas y plantas industriales implican un mer­ dío y, siempre, abundancia de abono. Resulta, por ello, sensible a las destruccio­
cado urbano rico, suficientemente provisto de granos y productos agrícolas de pri­ nes repetidas de canales y ganado. No obstante, debe rechazarse la visión «asiá­
mera necesidad, así como una cocina desarrollada y refinada. Concuerdan con el tica» de una sociedad hidráulica: Egipto, Iraq y el Jurásán disponen de sistemas
desarrollo urbano de la época y contribuyen a diversificar y mejorar cualitativa­ regionales de irrigación, al nivel del nomo, de la comarca-y del distrito, que sólo
mente la alimentación. Estas plantas subtropicales necesitan mucha agua así pueden ser destruidos como consecuencia de la repetición de catástrofes. Por el
como mucho laboreo y grandes cantidades de abono; concentran, por tanto, el contrario, esta agricultura se ve escasamente afectada por los desplazamientos de
esfuerzo de desarrollo, irrigación e innovación agrícola en los suburbios bien re­ población y por el abandono de los emplazamientos de los pueblos. En un mundo
gados de las grandes ciudades, mientras que el dry farming, realizado por otra ampliamente inexplotado y en el que hay una inmensa reserva de tierras, el capi­
parte de manera muy sabia, se hace cargo de la alimentación de base. tal más precioso está constituido por la técnica y por el control del agua.
La revolución en los cultivos se basa, en los regadíos, en la aportación de agua
y abono. La crecida y la irrigación por gravedad no resultan suficientes y todo el
esfe r z o de innovación pretende alargar el período de regadío utilizando máqui­ T riu n fo de l a ciu d a d musulm ana
nas y canalizaciones, así como renovar las cualidades productivas del suelo. Si
bien el abono animal no sufre grandes transformaciones, el conocimiento empíri­ La revolución cabbásí simboliza su triunfo mediante la creación de una capital
co de la aportación de nitrógeno que traen consigo las leguminosas (habas, lente­ colosal, la ciudad redonda de Madinat al-Salil.m, la ‘ciudad de la Paz’, cuyo nom­
jas, altramuces, garbanzos, bejines) y de las plantas forrajeras verdes (alfalfa, gui­ bre evoca el carácter islámico de la nueva monarquía. La elección del lugar en
sante gris, trébol de Alejandría), que se utilizan también como abono (si se las que se construyó resulta digna de mención: como Nínive al norte y Basra al sur,
entierra en su estado natural o bajo forma de abonos compuestos o cenizas), se la nueva capital se encuentra en la desembocadura de una de las tres carreteras
asocia con la multiplicación de las formas de uso de la azada y del arado con el que cruzan el Zagros y llevan al Jurásán (Nínive al final del Gran Zab, Basra por
fin de favorecer la penetración del agua, mullir la tierra y eliminar las plantas Ahwáz y Bagdad por Hulwán, Nehavend y Hamadhil.n). Las comunicaciones flu­
parásitas. El deseo de crear cortezas superficiales duras favorece la adopción de viales son cómodas, por el Tigris y el Éufrates, hacia la Djazira y Siria. La región
plantas de raíz vertical de las que se conocen bien sus efectos mullientes, así como ofrece los últimos lugares de paso fácil sobre los dos grandes ríos antes de que
de abonos compuestos por pajas y cenizas, en particular las que se obtienen en el valle se ensanche y se llegue a las ciénagas del bajo Iraq. Finalmente, los bar­
las calderas de los baños. Una observación interesante preconiza la elección de cos marítimos con poco calado pueden remontar los nos hasta el emplazamiento
leguminosas de raíz corta, que fertilizan las capas superficiales y son esenciales de la nueva ciudad. Para al-Mansür, en el 758, es «la encrucijada del universo.
para el crecimiento de los cereales. Otra preocupación clara es la de aportar al Allí atracarán y fondearán los barcos que, por el Tigris, vengan de Wásir, Basra,
suelo elementos «cálidos» - e n particular el abono de ave y la muy cotizada pa­ Ubulla, Ahwáz, Fars, Omán, la Yamáma, Bahrayn y las regiones vecinas. Allí
lomina— pero, por razones evidentes, se descarta. el abono de cerdo y el abono llegarán las mercancías, transportadas por el Tigris desde Mosul,- el Adharbayd-
humano. ■ ’ • ' •' ján y Armenia. Del mismo modo allí llegarán los productos transportados por los

t
236 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 EL MUNDO DE LOS “ABBASÍES 2 37

Es de form a redonda perfecta, herencia de las ciudades iranias, a través de una


m ística de la realeza cósm ica (cuatro puertas, 360 to rres, una orientación astroló­
gica rigurosa que obliga a «desorientar» la m ezquita unida al palacio), en la que
los aspectos defensivos y simbólicos adquieren una im portancia privilegiada: ro­
deada por un foso de 20 m de anchura, una m uralla con un a espesura de 9 m
aísla un espacio vacío de una anchura de 57 m que bordea la m uralla principal
de u n a a ltu ra de 31,2 m y espesor de 50 m en la base y 14 m en la cima. E n cada
p u e rta , una construcción defensiva abría paso hacia el exterior a través de pasillos
acodados y perm itía el acceso a los sectores del anillo h abitado, estrictam ente
aislados tan to entre sí com o del m undo exterior. T ras la p rim era m uralla, un es-
• pacio de 170,7 m constituye el anillo construido, reservado a los partidarios de
Jos <abbasíes y a los m ilitares: este anillo se en cuentra cerrado en su cara interna
p o r u n m uro con un grosor de 20 rn y 17 ,5 m de altura. E n el centro de este
conjunto, de 2.352 rn de diám etro, se en cuentra una inm ensa explanada vacía y,
en la intersección de los dos ejes q ue pasan p o r las p u ertas, aparece el palacio
de O ro de 200 m de lado, con su cúpula verde y encuadrado p o r cuatro íw anes
colosales, y la gran m ezquita de 100 m de lado. N adie podía en trar en el espacio
central si no era a pie y provisto de la correspondiente autorización. U na m inu­
ciosa vigilancia m ultiplica m eticulosam ente los puntos de control, los cuerpos de
Plano de Bagdad
g u ard ia, y los pasadizos cubiertos vigilados desde las bóvedas. E l com ercio, de
m odo p articular, es recluido en las cuatro «avenidas» cubiertas, cada una de las
cuales alb erg a 108 tiendas, hasta ser, finalm ente, expulsado al Karj donde al-
navios p or el Éufrates desde Diyar M udar, R aq q a, Siria, las marcas del A sia M e­ M ansür construye u na segunda m ezquita aljam a. E ntonces la ciudad se convierte
nor, E gipto y el M agrib. E sta ciudad se encontrará tam b ién sobre las rutas de en el «dom inio personal» del califa.
las poblaciones del Djibfil, Isfahan y de las provincias del Jurasan». A ñadam os a C apital de los seguidores de los cabbasíes, se encuentra exclusivam ente po­
este program a, preocupado por el abastecim iento de la fu tu ra capital, la fertilidad blada por los responsables y pensionistas de la revolución, por los soldados ju-
del Sawad y de la llan u ra situada al pie del Zagros. rasaníes (los «hijos del régim en», A b n a a l-D a w la ) y m iem bros de la fam ilia en­
tre los que se incluyen los descendientes de <A f, p rim o s de los cabbasíes, y se
desarrolla rápidam ente siguiendo dos ejes: en prim er lugar, la corte califal se
C a p ita les c o lo s a le s desplaza hacia el este; en vida del p ro p io al-M ansür aban d o n a la ciudad red o n ­
da p a ra desplazarse al «jardín de la E ternidad» (J u ld ), instalado en la cabeza
El em plazam iento elegido en el año 758 ofrecía, para un cam pam ento militar de puente que lleva a la ribera oriental; m ás ta rd e , bajo al-M ahdí se dirige a
y residencia de la dinastía revolucionaria, u n a' serie de baluartes naturales: unos la R usafa y, con al-M a°m ün, al H asaní. C ada soberano considera una cuestión
canales antiguos, el Sarat y el N ah r císá, que form an una «isla» e n tre los dos de h o n o r el construir un a nueva residencia ostentosa y los m ateriales de cons­
grandes ríos. P o r o tra parte tenía un gran inconveniente: la zona en la que. se trucción q u e se utilizan facilitan esta política: se tra ta de ladrillo crudo barato
fundó Ja ciudad red o n d a em erge apenas unas cuantas decenas de centím etros so­ recu b ierto con ladrillo cocido y paneles de estuco. T ras los cincuenta años de
bre las elevadas aguas del Tigris y las fuertes crecidas del río socavarán los pala­ estancia en Sam arra, cuando los cabbasíes regresan a Bagdad en e! 892, el H a­
cios construidos con ladrillo crudo. Sólo el b arrio de K arj (en aram eo ‘la ciudad’) san í se convierte e n el centro incom parable del poder califal. M ientras que los
se en cu en tra fundado sobre u n a colina insum ergible y será el cen tro del sector palacios de los prim eros califas de la dinastía eran unitarios, el H asaní abarca
occidental de la ciudad, m ien tras que la com binación de las crecidas del É ufrates d en tro de su recinto varios conjuntos: el T a d j (‘co ro n a’), el F ird a w s (‘paraíso’)
(escasas pero devastadoras) con las del Tigris (anuales y siem pre peligrosas: el y 11 p abellones m ás. U n lujo deslum brante acum ula en el H asaní todos los sím­
caudal p a sa de 1.200 a 8.000 m Asegundo y puede llegar hasta 25.000 m Asegundo) bolos del poder: 38.000 cortinas de seda, 12.500 vestidos honoríficos, 25 .500
invita a traslad ar la p arte esencial del h áb itat a la rib e ra o rien tal, m ás eleva­ g ran d es cortinas, 8.000 colgaduras, 22.000 tapices, 1.000 caballos, 4 elefantes y
da, pro teg id a p o r antiguos diques de tierra, p ero carente de u n a defensa m ilitar 2 jirafas, 5.000 corazas, 10.000 piezas de arm adura; todo ello se presenta ante
natural. los em bajadores de Bizancio en el año 917. L a guardia personal se com pone,
L a ciudad redonda, fun d ad a en 762 y acab ad a en 766 gracias a u n a fantástica en to n ce s, de 20.000 pajes-soldados y 10.000 esclavos a los que hay que añadir
movilización de 100.000 artesanos y o b rero s, presenta un plan radioconcéntrico. un núm ero mal conocido de criados. B ajo al-M uqtadir (908-932) se cuenta con
238 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 239

15.000 esclavos y con la guardia m udjarí, adem ás de una guarnición de 14.000 y gu errera, que desconfía de sus tropas y de las posibles conjuras, en la que resi­
hom bres. dirán siete califas d u ran te 50 años. E n esta ciudad, enorm em ente larga, la segre­
L a capital se desarrolla e n otros lugares, incluso en la orilla occidental en don­ gación de los grupos étnicos enrolados en el ejército evita la fusión y el contacto
de los m iem bros de la fam ilia han recibido parcelas p ara instalar residencias y con la población civil y m antiene las oposiciones sobre las que se basa la seguri­
dependencias. Se construyen nuevos barrios, casas de vecindad y m ercados, situa­ dad personal del califa. P or o tra p arte la m ism a inm ensidad de la ciudad garantiza
dos en to rn o a los palacios, en zonas parceladas, p ero tam bién hipódrom os priva­ el disponer de tiem po suficiente p ara huir en el caso de que se produjese un golpe
dos, cam pos de polo y residencias de los «clientes» de los príncipes cabbásíes. Se arm ado: hace falta un día entero para cruzar la capital a pie.
advierte que los palacios califales se rebajan con frecuencia hasta convertirse en S am arra y, m ás tard e, la Bagdad oriental después del 892 exageran la tenden­
residencias de la já s s a , m ientras que el urbanism o se organiza en grandes aveni­ cia a lo colosal y lo grandioso de las prim eras fundaciones de al-M ansür: la insta­
das trazadas en función d e estos palacios; en la orilla oriental, la G ran A venida, lación extensiva y la ocupación del terreno se aproxim an a lo absurdo. E n Sam a­
p aralela al Tigris, tiene, en el siglo x , una topografía m uy sem ejante a la d e Sa- rra (6.800 h a), el califa y los notables com pran escrupulosam ente un suelo poco
m arra: las residencias se construyen en la m ism a ribera, con accesos al río y vistas costoso: el espacio está libre, vacío, inm enso y, en am bas capitales, el uso del
del agua; fre n te a ellas se en cu en tran los alojam ientos de los soldados, los esta­ ladrillo crudo lim ita, afortunadam ente, los gastos que, pese a ello, resultan en o r­
blos y las m ezquitas privadas. E ste urbanism o ab ierto, con am plios espacios, re ­ mes. Salvo en el caso de los paneles estucados y pintados al fresco, la decoración
cortado p o r la presencia de jardines, p arques de anim ales y reservas de caza, con p u ed e desplazarse fácilm ente: m árm ol, m osaico, cedro y teca. Se llegan a des­
un hábitat h o rizontal y sin pisos, se o pone a los callejones sin salida de los barrios m o n ta r los param entos y los arcos p ara p o d er trasp o rtar los ladrillos cocidos, que
■ cerrados y protegidos y, en particular, a los m ercados. N o existe ninguna fortifi- son m uy costosos ya q ue el com bustible escasea, dejando con eüo al descubierto .
: cación, con la única excepción del m uro de tierra construido ap resu rad am en te los cascotes de ladrillo crudo que son rápidam ente erosionados por las inundacio- ¿
• p o r al-M usta"in p a ra pro teg er la orilla o riental en el 865, d u ran te el año en el nes y p o r el viento. C on todo, los gastos se encuentran a la altura de las grandes ;¡
que se defiende del asedio de las tropas de su rival al-Mu"tazz. em presas: la ciudad red o n d a costó entre 18 y 100 millones de dirham s según las
Sam arra («se alegra quien la ve») fue fundada por al-M u"tasim en 836 com o distintas fuentes, el palacio d e las Pléyades le costará a al-M uctadid 400.000 dina- \
una segunda Bagdad, con el fin de hacer fre n te al problem a de la seguridad p e r­ res y el del príncipe büyí Mu°izz al-D aw la un m illón. L a.prodigalidad de al-M u­
sonal del m onarca (tras la guerra civil y la insurrección de B agdad) y ren o v ar el taw akkil im presiona a los historiadores m usulm anes: según al-Yacqübi, el canal
prestigio dinástico. Tiene las m ism as características que B agdad y una evolución inacabado de la D ja fa riy y a costó, p o r lo m enos, un m illón y m edio de dinares.
similar: su em plazam iento parece b astan te mal escogido ya que carece de agua E n am bas ciudades, la extensión del espacio construido por adición de nuevos
potable y, p reviam ente, no existía en él más que algunos pueblos y conventos barrios pone de relieve el carácter personal y autocrático de las fundaciones: nun­
cristianos; no o frece pues las m ism as ventajas de situación que Bagdad. Se trata, ca se decide ab an d o n ar los antiguos palacios y barrios. E l califa m anifiesta una
de una «fundación» absoluta: en u n principio se construyó un palacio aislado, el to ta l confianza en su destino, reforzada por las predicciones favorables de los as­
Q atul (en este caso se tra ta d e u n o ctógono), seguido por un segundo palacio, trólogos, a las que se adaptan los arquitectos, los cuales se limitan a ejecutar la
colosal, en el que al-M uctasim se instala en 838 y en to rno al cual se disponen la v oluntad del califa incluso cuando es extravagante desde un punto de vista técni­
m ezquita aljam a y algunas zonas aparceladas. E n tre 859 y 861 al-M utaw akkil co: tal es el caso de Sam arra que carece de agua y de puentes cóm odos, está
construye una segunda ciudad, la D ja fa riy y a , con su palacio y su m ezquita (lla­ expuesta a las crecidas y alejada de las grandes rutas im periales. D e hecho, Sama­
m ada de A b ü D ulaf, que quedó p o r acab ar en el m o m en to del asesinato del califa rra, u na vez ha sido abandonada por la corte y por el ejército, no conocerá la
en el 861), provista asimismo de varios com plejos palaciegos (B alkuw ara, el ‘cas­ p ro sp erid ad de B agdad durante la ausencia del príncipe y se re traerá a una zona
tillo del N ovio’) construidos p a ra los príncipes. E l plano de S am arra no revela la m inúscula situada cerca de la gran m ezquita de al-M utaw akkil.
existencia de ningún program a defensivo: falta de fortificaciones, escasos canales,
y presencia de enorm es com plejos palaciegos, con inm ensas avenidas u n a de las
cuales tiene más d e 7 km . Según el m o d elo ju rasan í, los palacios están separados F o c o s d e a c u ltu r a c ió n •
de la calle p o r un canal cruzado p o r puentes y se en cu en tran gigantescos h ip ó d ro ­
m os, p arques de caza y pabellones residenciales situados sobre la rib era occiden­ L as capitales cabbásíes, ciudades en las que se ha afincado la já ss a , viven fun­
tal irrigada. No p u ed e discernirse el em plazam iento de los m ercados sobre el p la­ d am en talm en te de la fiscalidad im perial. E n el m om ento de la fundación de Bag­
no, que revela, an te to d o , la gigantesca distribución o rtogonal de las arterias p ri­ dad, cada tío del califa recibe una paga de un millón de dirham s, la fam ilia se
vadas. Si bien existió una zona p a ra los com erciantes, los proveedores del califa re p a rte 10 m illones y cada uno de los 700 com pañeros obtiene una pensión de
y de la já s s a , la ciudad aparece ante to d o com o un cen tro m ilitar y adm inistrativo 500 dirham s m ensuales. U na geografía com partim entada distribuye los contingen­
que distribuye, a lo largo de más de 35 km , residencias y cuarteles, habitados tes beduinos del ejército en barrios tribales y los regim ientos jurásaníes (que tam ­
sim ultáneam ente sin que ello im plique que B agdad haya sido a b a n d o n a d a en fa­ bién son árabes) son repartidos en función de su ciudad o región de origen (Jwá-
vor de la nueva capital: se trata de la capital de una dínástía vigorosa, deportiva rizm, R ayy, M arw , Q ab ü l, Bujara) junto a los palacios y parcelas distribuidos a
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los parientes y jefes de los seguidores cabbásíes. La ampliación de la ciudad, en


la que se multiplican los mercados, atrae la inmigración de gentes pertenecientes
a las clases bajas, sobre todo iranios que se han arabizado rápidamente y que se
instalan asimismo en los barrios en función de los vínculos de solidaridad: es el
caso de los artesanos de al-Ahwáz (las gentes de Tustar, especialistas del tejido
de la seda y del algodón). Junto a la élite administrativa, militar y religiosa, Bag­
dad y Samarra ven cómo se desarrolla la cámma, un pueblo turbulento, sólo en
parte productivo (tejedores, albañiles, escultores de la madera, ladrilleros y alfa­
reros) , en parte inactivo o activo de modo irregular (cargadores, barqueros, guar­
daespaldas, maceros y los numerosos ladrones), preocupado por los conflictos po­
lítico-religiosos y por el patriotismo municipal. Profundamente islamizado y tam­
bién arabizado, este pueblo se compromete, sin temor, con el sistema: son los
«desnudos» que resisten durante 14 meses, armados sólo con bastones, frente a
las tropas de Táhir en 812-813, cuando surge el conflicto entre los califas al-Amin
y al-Ma°mün.
La gran ciudad representa un papel que, sin duda, es esencial en el fenómeno
de la aculturación: si bien Bagdad sigue siendo una ciudad cristiana, con su pa­
triarcado nestoriano y sus conventos e iglesias nestorianas, jacobitas y melquitas,
así como la capital del judaismo, con sus escuelas talmúdicas y la presencia, en
la corte, del exilarca, por otra parte la solidaridad de los barrios cristaliza en tor­
no a las mezquitas dedicadas a los mártires, aquellas que guardan las tumbas de
los imanes shicíes, en Kazimayn, y las de los doctores perseguidos por la inquisi­
ción muctazilí, situadas en torno al mausoleo de Ibn Hanbal. La cultura astroló­
gica, astronómica y médica florece en palacios, observatorios, hospitales públicos
y en la Casa de la Sabiduría, fundada por al-Ma3mün con el fin de reunir en ella
la suma de todos los conocimientos de la antigüedad griega, pero a ella se yuxta­
pone —sin que ello implique que no se produzcan fenómenos de interacción y
de circulación de ideas y personas— un Islam popular, vigoroso y atento a los
debates ideológicos, fácilmente intolerante y siempre agitado por los conflictos
entre las escuelas. El shóismo aparece en Bagdad a partir del año 780 y pronto
empieza, impulsada por los hanbalíes, una auténtica resistencia puritana contra
la inmoralidad de los poderosos.
Samarra y Bagdad son los prototipos de la vida cortesana, dedicada al lujo y
a los placeres que provocan la revuelta de los barrios puritanos y constituyen un
modelo para las provincias: el estilo arquitectónico y decorativo elaborado por
los arquitectos califales se impone en la capital del Egipto tülüní. La gran mezqui­
ta de Samarra, construida en 849-852 y la de Abü Dülaf (859-861), ambas inmen­
sas (100 m por 160 y 104 m por 155, respectivamente) se presentan como autén­
ticas fortalezas en medio de amplios espacios libres: muros gruesos, planta redon­
da de las torres situadas en los ángulos y de los contrafuertes que aparecen a lo
largo de las fachadas, alminares enormes. Volveremos a encontrar en la mezquita
de Ibn Tulün (879), que tiene una planta distinta (en este caso cuadrada), la ten­
dencia al gigantismo, la construcción de ladrillo en grandes pilares rectangulares,
la posición del alminar en el eje del mihrab y, sobre todo, la superposición de
placas de yeso decorado con rosetas e inscripciones epigráficas que sugiere un
traslado de los artistas. Del mismo modo la cocina bagdadí, la etiqueta y la com­
postura y la música llegarán a al-Andalus de la mano del liberto Ziryáb, el «Pe-
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 241

tremió andalusí», antiguo esclavo de al-Mahd!, cocinero, bailarín y maestro de


buenos modos. Son, desde luego, las grandes ciudades, las que crean el modelo
del «hombre honrado» musulmán, el adib. Sus amplios conocimientos que le per­
miten brillar en la conversación y que se ajustan a las reglas del buen gusto son
los que cabe esperar que surjan, en muy buena parte, de la formación que se
exige al secretario, al kátib.
El enciclopedismo árabe codifica, en efecto, una erudición colosal, ecléctica
y algo heteróclita; refleja las tertulias en las que se charla y recita poesía y en las
que se utiliza una terminología pedante y considerable. Emplea una memoria in­
finita, reforzada por procedimientos mnemotécnicos, y desarrolla una cultura his­
tórica, biográfica, genealógica y geográfica que cristaliza en anécdotas, que pue­
den utilizarse fácilmente como ejemplos morales, y en descripciones maravillosas
de presentación agradable: todo ello coincide bastante exactamente con los sabe­
res que se exigen al secretario. Si bien éste debe, además, tener una formación
■de jurista (impuestos, estatutos territoriales y estatutos «gubernamentales»), co­
nocer la caligrafía y la retórica administrativa, es su cultura general o su mundo­
logía lo que le permitirá progresar en su carrera: se trata de un conjunto de cono­
cimientos que abarcan la poesía, la cocina, la música, la astronomía, etc., todo
al servicio del adad, o sea, el buen gusto. Y dado que la capital había reunido y
sometido a las normas del Islam y del arabismo las adquisiciones culturales de
Irán y del helenismo, el manual de la cultura mundana hará confluir la etiqueta
de los espejos de príncipes persas y el saber aristotélico, sonocido fundamental­
mente a través de las traducciones siriacas del seudo-Aristóteles. Responde asi­
mismo a las críticas irónicas de los secretarios iranios y forj a un humanismo ori­
ginal que está de acuerdo con las tradiciones árabes.
Debido al sincretismo que empieza a actuar en Oriente, las ciudades serán los
catalizadores fundamentales del saber. A este respecto, la creación de la «Casa
de la Sabiduría» en Bagdad por al-Mahnün, en 832, constituye una fecha básica
para la historia del pensamiento humano, pues marca el encuentro de la filosofía
y de la ciencia helénicas con la cultura árabo-irania e hindú. Los musulmanes
recibieron con avidez y respeto a los grandes autores griegos: la traducción de
Platón, Aristóteles y también la de Hipócrates, Galeno, Dioscórides, Ptolomeo,
Euclides, Arquímedes, Herón de Alejandría o Filón de Bizancio constituyeron
un acicate para los doctores que reflexionaban sobre la revelación coránica o, de
manera más simple, sobre las virtualidades de la lengua, el empirismo de la me-
. dicina-o la observación astronómica. Al-Kindt (m. 873) y al-Farábi (m. 950) fue­
ron los primeros en adoptar la lógica aristotélica y el movimiento muctazilí del
que hemos hablado antes obtuvo gracias a ella buena parte de su fuerza argumen­
tativa. La magnitud de las «bibliotecas» que se constituyeron de este modo nos
parece, hoy, extraordinaria: en los comienzos del período fatimí en Fustát se nos
habla de 18.000 manuscritos antiguos, de 40 almacenes de libros, de 400.000 vo­
lúmenes, cifra, esta última, que se repite, en Occidente, para la Córdoba de la
misma época.
El campo científico sacó provecho, esencialmente, de este sincretismo. Por
otra parte, cualquier pensador, es a la vez, filósofo, biólogo y matemático: el
«Ptolomeo de los árabes», Isháq ibn Hunayn (m. 910) reunió y desarrolló las teo­
rías antiguas sobre la visión, la óptica y la luz, mientras que sus contemporáneos

1 6 . — FOSSIER, I
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Abü Macshar (m. 886) y Thábit ibn Qurra (m. 900) hicieron lo mismo con el
movimiento de los planetas y la trigonometría respectivamente. No obstante,
debe observarse que, por una parte, antes de la aparición de las grandes síntesis
iranias del siglo xi, se trata esencialmente de asimilar, verificar y propagar: por
ejemplo, las teorías geocéntricas griegas del cosmos todavía no se ponen en tela
de juicio. Por otra parte, en un punto esencial, la reflexión científica musulmana
se separa de la herencia helénica. Nos referimos al cálculo: en esta ocasión la
India —y no Ptolomeo o Diofanto— constituirá el punto de apoyo fundamental
de la reflexión matemática; nada mejor para probarlo que la obra, amplia y pre­
coz, de al-Jwárizmi (m. 830), introductor del sistema decimal y del cero hindúes
y también vulgarizador del sistema de ecuaciones de segundo y tercer grado que
también toma de la matemática hindú. Su libro al-Djabr, es decir, el «número
que restaura» la unidad, cubrió, en lo sucesivo, toda reflexión algebraica.

Una civilización urbana sin igual en la Edad Media

Las fundaciones imperiales (Bagdad y Samarra, pero también Raqqa, capital


de Hárün al-Rashíd situada cerca de la frontera siria, Tyana, Tarso en Cilicia,
donde reside al-MaDmün) y las capitales provinciales (Fustát, que será más tarde
la capital de Ibn Tülün, en Egipto) se injertan, con mejor o peor fortuna, en un
desarrollo urbano evidente. Surgen numerosas aglomeraciones en Iraq (Haditha,
Qasr ibn Hubayra, Rahba, Djazírat ibn cUmar), en el norte de Siria (Hisn Man-
sür, Hárüniyya, Masisa e Iskandarüna, reconstruidas frente a los bizantinos) y en
Palestina (Ramla), mientras brotan las ciudades iranias en torno al arrabal árabe.
Debe, no obstante, tomarse todo esto con una cierta reserva y no creer en exceso
en un aparente desarrollo urbano: ciertos éxitos brillantes pueden ocultar el des­
plazamiento de las poblaciones y la decadencia de las antiguas metrópolis. Esto
es lo que sucede en Egipto con el abandono casi total de Alejandría, que queda
reducida a menos de la mitad del espacio encerrado dentro de las murallas de la
Antigüedad y se instala, en lo sucesivo, en el cordón litoral anexo al muelle del
Heptastadio, un pequeño puerto sin importancia que ni siquiera tiene un pequeño
taller para la fabricación de moneda. De la misma manera en Siria se producirá
la regresión de Antioquía. En realidad, la evolución demográfica se conoce muy
mal y los cálculos son puramente hipotéticos. Recordemos principalmente el fin
de las grandes epidemias bajo los cabbásíes tras la etapa en que las pestes se pro­
ducen repetidamente desde los primeros decenios del siglo vil hasta aproximada­
mente el año 745. Puede pensarse, por tanto, que la urbanización no tiene como
premisa una punción de la población rural tan catastrófica como bajo los Omeyas
o, al menos, que pudo repararse más fácilmente.
Si bien, en general, una red urbana sustituyó a otra (en Siria, donde son nu­
merosos los abandonos de las ciudades costeras, también en Egipto, en los confi­
nes de la Anatolia y quizá también en Irán), en Iraq se produjo en cambio una
auténtica urbanización colosal: Bagdad mide, en el año 892, entre 6.000 y 7.000
ha, por lo menos cuatro veces más que Constantinopla y 13 veces más que Ctesi-
fonte. La ciudad parece contar con medio millón de habitantes: a principios del
siglo x, en dos de las cuatro mezquitas en las que se pronuncia la jutba (a la que.
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 243

en principio, se convoca a todos los varones adultos) se cuentan 64.000 asistentes.


Se trata de un peso demográfico completamente nuevo ya que el crecimiento de
Bagdad no va acompañado por la decadencia de las'ciudades de tamaño mediano,
por lo menos antes de que los Zandjs incendien Basra en 871. Sólo puede expli­
carse debido a la movilización de los recursos financieros de un imperio, que per­
mite el «despegue» de las grandes capitales y por el aumento de la productividad
agrícola en las tierras sometidas a cultivo intensivo, que permite la supervivencia
de estas enormes aglomeraciones en las que el artesanado sólo contribuye en una
parte mínima a los ingresos fiscales y a la creación de riqueza. Las ciudades no
venden su producción al campo y la circulación de bienes entre la ciudad y el
campo es puramente fiscal. El propio peso de las ciudades constituye un límite
infranqueable para el desarrollo urbano.
La expansión que acompaña a la urbanización en el imperio cabbási no implica
la unidad del urbanismo. Debe dejarse de lado la idea de un «tipo musulmán»
de ciudad, en la que la mezquita ocupa una posición central y los mercados están
dispuestos en un orden iniciático fijo: las capitales omeyas y cabbásíes siguen un
modelo contrario al de la ciudad centrada en el palacio. Bagdad y Samarra opo­
nen su topografía de grandes avenidas, muy distintas de los callejones de los ba­
rrios de los mercados, al espacio limitado y recortado de Fustát, en el que se
mantiene la disposición tribal, y a la estructura de las ciudades antiguas descom­
puestas por la privatización y la usurpación del suelo de las calles. No obstante,
en todas partes se impone un modelo de casa con pequeñas variantes: se trata
de la bayt de Samarra, que conocemos gracias a las excavaciones realizadas en la
capital califal, constituida por un amplio domicilio rodeado de paredes sin venta­
nas y cuyas habitaciones geométricas se abren a un patio central. El análisis de
las excavaciones de Fustát confirma que este modelo data del siglo ix: se trata
de tres habitaciones, alineadas tras un pórtico o antesala con tres vanos, de las
que la central presenta dos entrantes laterales (habitación en T invertida, de
acuerdo con la denominación usual). El patio dispone de un estanque, la disposi­
ción general es frecuentemente asimétrica, y tanto las habitaciones como el patio
están embaldosados de forma irregular.
Sobre este esquema común, que encontramos tanto en el Magrib como en
Siraf, la necesidad y el azar injertan una serie detásgos particulares: en las casas
de mercaderes de Siraf falta la antesala, pero las paredes altas y gruesas soportan
pisos que se utilizan como almacenes. En Fustát, al igual que en los palacios de
los príncipes, se combinan dos patios que, a veces, se componen de dos bayts,
situadas una frente a la otra, con el fin de obtener apartamentos funcionales: en
unos casos se oponen la zona de recepción y la zona familiar o secreta (harim),
en otros las habitaciones de verano y las de invierno. Todas las excavaciones ar­
queológicas muestran un mismo lujo: calidad de la construcción, buena piedra y
ladrillo cocido, fábrica bien cuidada y excelentes morteros, decoración de estuco
y, sobre todo, abundancia de agua pese a las dificultades existentes para obtener­
la. En Siraf la traen dos acueductos procedentes de la montaña y que se dirigen
hacia el emplazamiento de la ciudad, árido y aplastado por el calor. En Fustát
existen depósitos jerarquizados (para el riego de las calles, lavado y consumo)
excavados en las rocas, que se encuentran próximos a un sistema potente de eva­
cuación de las aguas residuales, canalizaciones y fosas sépticas protegidas por mu­
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ros y que se limpian regularmente desde el exterior'de las casas: prueba de ello
es su contenido arqueológico, homogéneo y contemporáneo de la época en que
fueron abandonadas. El ingenio, el afán de limpieza y la eficacia se descubren,
incluso, en Fustát en la construcción, en las terrazas en las que se encuentran
sistemas de captación de vientos frescos que, a continuación, se distribuyen me­
diante canalizaciones: todo ello llevará, en los siglos x y xi, a la multiplicación
de instalaciones hidráulicas. Así, en una casa simétrica ordenada en torno a una
canalización a cielo abierto, una fuente, provista de una cascada que humedece
y refresca el aire, conduce a un estanque con surtidores y criaderos de peces
rojos, rodeado de arriates y zanjas para los árboles. Este modelo, que ya es fati-
mí, tiene una doble simetría orientada y corresponde a las casas de grandes di­
mensiones.
La tipología diversificada de las ciudades islámicas y la originalidad de las for­
maciones urbanas y de sus topografías no deben hacernos olvidar que la genera­
ción de las ciudades cabbásíes presenta rasgos comunes: surge una clase que sube
y que recibe el nombre de «patriciado», constituida por gentes que viven de las
rentas de la tierra, por profesionales de la religión y por mercaderes, y que se
codea con los representantes del poder central, los secretarios, o sea, los funcio­
narios de las oficinas, y los militares. Con diversos orígenes religiosos (nestoria-
nos, zoroastrianos, musulmanes) y sociales (juristas y profesores de tradiciones
—hadith—, dihgans, antiguos funcionarios sasánidas del distrito, mercaderes de
la ruta de la seda que lleva desde el Jurásán hasta la Transoxania y la China),
pero estrechamente asociados en función de los matrimonios que los llevan a fu­
sionarse, rápidamente, en familias de actividades económicas muy variadas, los
linajes patricios de Nishápür unen el prestigio de la ascendencia árabe y musulma­
na de los conquistadores (los Harashi, familia de cadíes, descienden, por ejemplo,
del califa cUthmán, de quien toman el nombre) y las realidades del poder econó­
mico local: los Harashi-cUthmání reciben también ¡numerosas propiedades por sus
matrimonios con hijas de funcionarios y se asocian, en el siglo x, a mercaderes
de origen persa, los Balawi.
Una imagen arqueológica extraordinariamente precisa de la hegemonía de la
clase dominante nos la proporcionan las excavaciones de Fustát y de Siraf: son
mansiones inmensas, que parecen fortificadas, protegidas por los alojamientos de
los porteros y, a veces, con entradas acodadas. Su extensión resulta sorprendente:
en Siraf los domicilios excavados miden entre 210 y 540 m 2 de superficie en la
planta baja, con una media de 361 m 2, sin contar la planta alta. En Fustát la
planta, menos clara (los muros, con frecuencia, han sido arrasados al nivel de los
cimientos), y la irregularidad de la parcelación, nos permiten, a pesar de todo,
reconocer conjuntos muy amplios y hacen surgir dos módulos distintos: uno, sen­
cillo, con un solo patio, que tiene de 180 a 200 m 2, y otro, con doble patio, y
400, 500 y hasta 1.200 m 2. En ambos lugares, el emporium iranio y la metrópolis
egipcia, estas enormes mansiones ocupan todo el espacio, especialmente en el
campo de excavaciones de Fustát B (350 m de longitud por una anchura compren­
dida entre 50 y 100 m), en el que enmarcan amplios complejos industriales (talle­
res de alfarería y vidrio). No se encuentra ningún tipo de hábitat de menor enver­
gadura con la excepción de ciertos res tos de squatters tardíos situados en los islo­
tes muy destruidos que rodean la encrucijada principal. Las casas patricias, que
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 245

en Fustát han sido denominadas «castillos», aparecen perfectamente unidas sin


dejar entre sí espacio alguno que permitiera la presencia de un tejido de casas
pequeñas que ocupara los huecos. Tampoco se encuentran casas de alquiler, del
tipo de la antigua ínsula, que los visitantes caracterizaban por sus múltiples pisos.
¿Dónde vive el «vulgo», la clase baja? y ¿dónde están las tiendas? Si puede pen­
sarse que los inmigrantes vivían en habitaciones de alquiler situadas sobre las te­
I rrazas de los patricios y que los trabajadores habitaban en los mismos talleres,
estas constataciones multiplican los límites de la pretendida exuberancia de los
mercados y del desarrollo de la clase media de los artesanos. Surge, entonces,
una imagen de la ciudad que manifiesta la dependencia íntima de los asalariados
y supone la integración de los débiles en el seno de estas grandes casas: esto ilus­
tra la existencia de clientelas familiares y, de manera más general, la base familiar
de la organización urbana.

Un poderoso dinamismo artesano y una expansión artística

El desarrollo urbano impone y estimula una diversificación creciente de las


actividades, que se desarrollan a la sombra de las residencias de la «élite». La
ciudad musulmana hereda de la Antigüedad tardía una extensa gama de oficios
artesanales cuyo número se ha precisado y multiplicado debido, en parte, a la
preocupación puntillosa por la calidad y por el control de los precios. De entrada
hay que prescindir de la idea de una vida corporativa que agrupara a los maestros
artesanos en una asociación privada obligatoria, así como de la teoría de un ca­
rácter iniciático y democrático de las agrupaciones profesionales a partir de un
«pacto de honor» artesano cuyo gran maestro habría sido el barbero del Profeta,
Salmán el Persa, llamado «el Puro». Se ha podido demostrar que esta especula­
ción es tardía y que establece una confusión entre el nacimiento de la futuwwa,
una sociedad política sin carácter profesional, contaminada por los ritos iniciáti-
cos de los ismá'ílíes, que surge a fines del siglo ix, y la organización estatal dedi­
cada a la supervisión del trabajo urbano.
Esta última es muy antigua: en ciertos oficios se organiza desde la época ome­
ya y, bajo los cabbásíes, empieza a someterse al control de los guardianes del
comercio, los almotacenes o muhtasibs. Estos son especialistas elegidos para ga­
rantizar la calidad del producto, supervisar los precios y asegurar que los maes­
tros se inscriban en los registros fiscales. Bajo su guía los oficios se mantienen
abiertos: el aprendizaje, la admisión en la profesión y su ejercicio no están some­
tidos a ninguna regla restrictiva o coercitiva. Tampoco se impone la localización
topográfica de las actividades por más que se vea con buenos ojos la agrupación
de los oficios que permite una vigilancia más fácil. Si nace un «espíritu de cuer­
po», ello se debe al mismo peso sociológico que hace que los hijos sigan las pro­
fesiones de sus padres o de sus tíos y sólo podemos citar un número limitado de
casos de conflictos de grupo entre oficios (encargados de baños contra comercian­
tes de sal en La Meca, oficios de la alimentación contra zapateros y mercaderes
de telas en Mosul, en 919 y 929). En este cuadro institucional o contra él, el
mundo artesano no manifiesta ninguna aspiración democrática determinada y no
se constata ninguna penetración masiva de las teorías ismácílíes en los medios pro-
2 46 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 247

fesioiiales; por otra parte, el interés que manifiestan los escritores por el mundo la Transoxania, de la siderurgia damascena, que no se encuentra lejos del hierro
del trabajo no es más que una reminiscencia escolar de la cultura antigua. del Taurus y de la Cilicia, de las forjas del Dagistan, del Adharbaydjan, de Nis-
En todas las ciudades del mundo islámico, las necesidades del consumo impo­ hapür, de Isfahan, de la calderería de Mosul y de 1a industria del latón en Herat
nen la presencia de los oficios relacionados con la alimentación y con la transfor­ y Baykand. Pero Damasco, donde se desarrolla una industria del cobre, y el delta
mación final de los productos. Junto a los proveedores de las residencias aristo­ egipcio, donde Tinnis crea una industria especializada de cuchillería, muestran el
cráticas (mercaderes de hortalizas y frutas, frecuentemente especializados de ma­ papel que adquieren los medios artesanales de tradición antigua y de alto nivel
nera muy específica en un único producto, comerciantes en granos, lecheros, técnico a la hora de establecer tales centros y poner de relieve su fama.
mercaderes de vinagre, vino y vino de dátiles, pescaderos, vendedores de maris­ La industria textil - s in duda la de mayor importancia y la que acapara lo
cos, carniceros y vendedores de aves de corral) y a todos los oficios relacionados esencial de las inversiones familiares dedicadas a la adquisición del mobiliario y
con las cadenas de producción (desde el mercader de ganado hasta el matarife, al establecimiento de una reserva eventual— presenta una especialización análoga

BANCO DE U REPUBLICA
descuartizador, carnicero, tripero y fabricante de salchichas; igualmente y, desde de los centros de producción que, de la misma manera, se distribuyen en función

S!?UOTfCA • TUNM
el mercader en grano hasta el molinero, vendedor de harina, panadero, hornero de las materias primas: lana de Egipto, de Siria y del arco de montañas que va
y una gran variedad de tipos de pastelero), el mercado o zoco ve surgir gran nú­ del Taurus al Irán a través de Armenia y del Tabaristán, lino del delta egipcio,
mero de fabricantes de diversos platos cocinados, destinados a la alimentación de algodón del Jurasan y de la Djazira, seda cruda del Jurasan y de al-Ahwaz. Evi­
las clases populares que no cocinan, bien sea por temor a los incendios o por dentemente, el transporte, más fácil, de ciertas materias primas, que se cotizan
falta de medios para comprar alimentos al por mayor, y recurren a la casa de de manera especial, favorece la multiplicación de centros y la diversificación a
comidas. Son platos de pescado, arroz, legumbres, carnes en salsa (de buey, que ultranza de los productos: tapices de Tiberíades, de Armenia, del Adharbaydjan,
se contrapone al cordero considerado como la carne de los ricos, y de camello), del Tabaristán, del Jurasan y de Transonia, tapices bordados con agujas del Fars,
menudos, buñuelos y dulces de miel. La comunidad social y cultural se expresa, mantos a rayas del Yemen, tejidos de algodón del Kima, pañuelos del Tabaristán,
desde al-Andalus y Sicilia hasta el Irán, gracias a la difusión de esta cocina calle­ satén del Jurasan, brocado y dibádj (trama y urdimbre de seda) de Tustar, tafetán
jera; existen platos que permanecen sólidamente implantados, en el Palermo del <attábí de seda y algodón de Siria, vestidos del Fars, tejido siqlatun con grandes
siglo XX, con sus nombres árabes (cália o sfincio). También el hammam surge círculos ornamentados de Bagdad, gasas de lino egipcio ,-el sharb y el qasab del
por todas partes: se ha olvidado su origen griego, que se ha visto desplazado por delta. Esta breve lista sólo nos permite atisbar la gran variedad de productos exis­
la necesidad ritual que impone el Islam. También en todas partes se desarrollan tentes, entre los que se encuentran ciertas imitaciones declaradas de modelos de
los oficios relacionados con la construcción, que son muy numerosos, los fabri­ prestigio como los «cinturones armenios» de Tib, en al-Ahwiiz.
cantes de muebles (cofres, asientos, armarios), las profesiones relacionadas con Por otra parte, nos encontramos ante la primera fase original de un arte deco­
el cuero (esenciales para el mobiliario y los recipientes), con los tejidos (el sastre, rativo que puede calificarse de «musulmán», de la misma manera que el arte de
cuyo salario elevado y prestigio social subrayan el'carácter altamente técnico del los Aqueménidas acabó por ser «persa». Dicho de otro modo, al encontrarse en
oficio) y las artes del fuego (herrero y ceramista). presencia de tradiciones frecuentemente antiguas y poderosas como la exuberan­
La circulación interregional de productos de artesanía afecta, además de a un cia floral hindú, el arte que representa figuras de animales en el Oriente Medio
gran número de productos alimenticios que se conservan (confituras, frutas con­ mesopotamio y las representaciones «historiadas» y en materiales suntuosos de
fitadas, frutos secos, verduras en vinagre) y pueden transportarse sin excesiva di­ Egipto y Siria bizantinos, los califas o su entorno no pensaron por un momento
ficultad, a los productos elaborados de alta calidad y, en particular, a los textiles, en imponer una tradición exótica que, por otra parte, no les proporcionaba el
armas, papel y cerámica decorativa. Las técnicas, pese a la unidad política, se arte árabe preprofético. Atrajeron en torno a ellos, y sin pretender una colabora­
difunden lentamente y su difusión se debe más a la emigración de los operarios ción exclusiva, a artistas de las regiones- más diversas y, en una primera etapa,
que a la imitación (así, en Fustat, los fabricantes’ de pañuelos de lino proceden les permitieron trabajar de acuerdo con modelos que, indiscutiblemente, eran bi­
de Ámida, en Mesopotamia). Esto concuerda con la extraordinaria capacidad vi­ zantinos o sasánidas, como sucedió en Damasco o en la cúpula de la mezquita
sual que adquieren los clientes para reconocer las calidades, los orígenes y la ha­ de la Roca en Jerusalén. En el 722, el califa omeya Yazid II trató de presionar
bilidad manual adquirida por las sucesivas generaciones que trabajaban con una sobre el arte al prohibir, incluso antes que los bizantinos y sufriendo tal vez la
continuidad perfecta, de tal modo que se llegan a inventar expresiones para deno­ influencia de una concepción muy rigorista en el Oriente Medio, toda representa­
minar los trabajos efectuados, de acuerdo con las normas y procedimientos tradi­ ción de criaturas, considerada como una manifestación inadmisible de «compe­
cionales de las regiones de origen, por los obreros emigrados: de esta manera, tencia» con Dios. Pero, si bien los edificios dedicados al culto se adaptaron a
los tapices tejidos en Ramla, Palestina, por operarios procedentes del Tabaristan estas exigencias - q u e , por otra parte, fueron suscritas con mayor suavidad por
recibirán el nombre de tabari ramlt. La localización de estas «especialidades» se los ca b b a síes-, subsiste un número suficiente de motivos decorativos en edificios
debe en gran parte a las materias primas que, cuando son pesadas, resultan de privados, así como de cerámicas o miniaturas anteriores al siglo x, en los que
transporte difícil. De este modo, la metalurgia se sitúa principalmente en las ré- - aparecen figuras humanas: tal es el caso del palacio de Qusayr cAmra, en Jorda­
giones mineras: es el caso de las industrias 'dé' armamento armenias, afganas y d e ’ nia, y ello nos permite dudar de la eficacia del espíritu iconoclasta musulmán.
248 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 50-950

A partir de aquí, y en una segunda etapa, la concurrencia de las diversas co­


rrientes estéticas hizo surgir una fuente de inspiración original que resultó, en
definitiva, bastante homogénea de un extremo al otro del Dar al-Islám. Dado
que la pared, la puerta, la columna o el plato no deben utilizarse como comenta­
rio o ilustración de un versículo sagrado o de un tratado jurídico, carece de im­
portancia que el arte apunte, o no, a la realidad, a lo concreto. Por ello la expre­
sión artística musulmana será abstracta, se situará al margen de la vida, como
puro sueño y misterio, sin más significado que la armonía de las formas. La esti­
lización, la geonletría, la imbricación y la repetición infinita de las figuras consti­
tuyen su tema fundamental. Curvas, contracurvas, rombos, mocárabes y orna­
mentos florales que se multiplican, debido a un horror al vacío que es, aquí, to­
talmente medieval, sobre el estuco, la madera, el marfil, el barniz de los azulejos,
el tejido, el vestido, hasta alcanzar un exceso que resulta agobiante para nuestra
estética occidental. Los dos únicos elementos que podrían romper esta monotonía
exuberante no alteran mucho el conjunto: el primero es el «arabesco», o sea, la
inscripción piadosa en rasgos estilizados que se mezcla con la decoración, la cual,
a su vez, toma sus formas del aspecto mismo de la escritura árabe que se constru­
ye a base de bucles y cortos segmentos curvados. Estas inscripciones resultan, a
veces, difíciles de distinguir de la ornamentación floral vecina. En lo que respecta
a la introducción, típicamente «oriental», de motivos a base de figuras de anima­
les, tanto si se trata de monstruos como de fauna real, elefantes, camellos, leo­
nes, pavos reales, pero también aves fénix, dragones, unicornios, pájaros de fue­
go, que encontramos luchando, enfrentados, formando filas, la estilización les
hace perder buena parte de su interés «óptico», que es sustituido por el valor
simbólico que encarnan y que resulta bien conocido.
Sin duda, es algo artificial el contemplar el nacimiento de este arte desde la
ciudad: muchos palacios rurales han desaparecido. Pero la riqueza y el costo pro­
bable del arte desarrollado en la corte o asociado oon el culto justifican su asocia­
ción con los centros fundamentales de aculturación que son los enormes conjun­
tos urbanos.

A l Oeste, una reanimación y no un despegue...

En el Oeste, las indicaciones relativamente numerosas que poseemos sobre el


desarrollo de la función del «señor del zoco» , el sáhib al-süq, en Córdoba y en
Qayrawán, deben relacionarse con los aspectos generales del desarrollo urbano
que, por su parte, se muestran de acuerdo con los modos de urbanización que
aparecen en todo el mundo musulmán. Aquí, una vez más, puede insistirse en la
precocidad de esta estructuración urbana de tipo oriental.
Qayrawán, en sus orígenes, es una ciudad-campamento que puede compararse
con Küfa, Basra o Fustát, en las que, de entrada, se delimitan los banios tribales
y el núcleo monumental. El gobernador Hassán ibn al-Nucmán (692-705) empren­
dió, de manera muy activa, la construcción de la mezquita catedral y sabemos
que la obra fue concluida bajo el califa Hishám ibn cAbd al-Malik (724-743). En
ella se utilizaron las técnicas del ladrillo y la reutilización sistemática de las co­
lumnas antiguas; es una de las más bellas'del Islam (80 m por 135 m son las me-
t*
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 249

didas del conjunto constituido por el patio y el oratorio), contiene 17 naves de


techo plano y una cúpula sobre el tramo en el que se abre el mihráb. La decora­
ción, a base de cerámica con reflejos metálicos, deriva directamente de Samarra.
La mezquita fue objeto de modificaciones sucesivas después del 774 y, más tarde,
en 836 y 862 fue ampliada de nuevo y su alminar cuadrado adquirió mayor altura
hasta alcanzar los 30 m. También hacia esta época se construyó su mercado cen­
tral, a lo largo del Simát, la gran avenida que dividía la ciudad en dos; el gober­
nador Yazid ibn Hátim, algo más tarde, lo estructuró y especializó de acuerdo
con los oficios. Pero al margen de este urbanismo oficial, la ciudad se estructura
asimismo de manera espontánea en torno a los zocos y mezquitas de barrio, mu­
chas de las cuales aparecen documentadas desde antes de mediados del siglo vui.
La capital de Ifñqiyá siguió creciendo a ritmo rápido en época aglabi, pero los
gobernantes de esta dinastía la duplicaron construyendo ciudades principescas a
la manera cabbásí: primero fue al-cAbbásiyya, en los comienzos de la dinastía y,
más tarde, Raqqáda, a fines del siglo ix. Para las necesidades de aprovisiona­
miento de agua de esta metrópolis se llevó a cabo, ya desde la época de los go­
bernadores, y, más tarde, durante el período aglabi, una red completa de obras
hidráulicas —depósitos de almacenamiento y canalizaciones— de la que todavía
quedan restos en los alrededores de la ciudad.
La línea general de la evolución es la misma en todo el occidente musulmán
aunque debe tenerse en cuenta que, en la mayoría de los casos, se trata de la
reanimación y de la reestructuración de ciudades antiguas .en decadencia más que
de la fundación de ciudades nuevas. La excepción principal está constituida, evi­
dentemente, por Fez, fundada hacia el 789 bajo Idñs I y, más tarde, ampliada a
principios del siglo dí por Idñs II, quien distribuyó a los árabes procedentes de
Ifñqiyá y al-Andalus en barrios tribales. En Túnez, la mezquita catedral (la Zay-
tüna) fue construida por el gobernador Ibn al-Habháb (732-741) y se vio rodeada,
rápidamente, de zocos. En el Magrib occidental, la urbanización del país se desa­
rrolló dentro del marco de los principados idrisíes, cuyos centros fueron ciudades
fundadas en el siglo ix, como al-Basra, o pequeños núcleos preislámicos. De en­
tre ellos, varios acuñan moneda y las abundantes emisiones de dirhemes dan tes­
timonio de la progresiva «monetarización» de la economía.
Apenas conquistada Córdoba, el gobernador al-Samh (719-721) hace recons­
truir en piedra el puente romano sobre el Guadalquivir y restaurar la muralla
parcialmente derruida. La historia de las ampliaciones sucesivas de la mezquita
aljama, corazón material y espiritual de la aglomeración, ofrece claros indicios
sobre el crecimiento de la gran metrópolis andalusí. En al-Andalus, este edificio
tiene un papel que puede compararse al santuario de Qayrawán, en el Magrib:
hacia el año 766 o 768 se empezó a construir, en el emplazamiento de la catedral,
adquirida a los cristianos, un edificio al que se hicieron continuas adiciones hasta
mediados del siglo x, con lo que adquirió un tamaño grandioso. La sala de ora­
ción (180 m por 120 m), más grande que las de Samarra o Fustát, comporta 19
naves sostenidas por más de 850 columnas de mármol, unidas por una doble red
de arcos de piedra blanca y ladrillo rojo. Varias cúpulas recubiertas de mosaico,
una decoración floral a base de estuco y paneles de alabastro grabados con ins­
cripciones piadosas dan testimonio de una inspiración claramente autóctona, «vi­
sigótica», por no decir romana. Este.edificio, el más considerable que nos ha le-
250 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 251
gado el Islam m edieval, constituye, p o r sí solo, una p ru eb a de la am plitud de m inada p o r el hecho ciudadano, la existencia de u na tendencia excesiva a consi­
m edios y de la fu erza política y económ ica de los em ires om eyas que se refugia­ d e rar las ciudades com o organism os am orfos, dóciles y sumisos sin reservas al
ron en España tras la m atanza del 750. P ara los viajeros árabes, C órdoba es la poder. L a ciudad ifriqí del siglo IX es, p o r el contrario, el centro neurálgico que
única rival posible de B agdad. L a célebre «revuelta del arrabal» del 818 m uestra agrupa las fuerzas vivas de la región, un lugar de tensión perm anente entre los
la extensión, ya considerable en esta época, que han adquirido los barrios p o p u ­ múltiples clanes burgueses o aristocráticos y, por su propia naturaleza, un medio
lares situados fren te a la antigua ciudad rom ana, al o tro lado del G uadalquivir. de ferm entación p erp etu a, tal com o puede observarse a través de la historia agi­
H ab rá que esp erar, no ob stan te, a la p rim era m itad del siglo X, bajo el califato, tada de Q ayraw an, T únez, Trípoli o P alerm o durante la época aglabí. E ste dina­
p ara que C órdoba, com o Q ayrawan, se vea superada p o r una ciudad principesca, mismo se percibe tam bién en al-A ndalus, pero debe tal vez subrayarse que, en
M adinat al-Zahrff". am bos casos, parece agotarse en una agitación cuya lógica com prendem os mal,
E stas ciudades o, al m enos, las m ás n o tab les de en tre ellas, se convierten rá­ ya que está m arcada p o r revueltas y luchas de clanes, bastante estériles en apa-
pidam ente en núcleos de vida intelectual. Esto no afecta sólo a las capitales po­ • riencia, qu e, posiblem ente, deban relacionarse con la falta de estructuración y de
líticas sino tam bién a los centros de m ayor envergadura: Túnez, p or ejem plo, tie­ autonom ía orgánica de las ciudades de la E dad M edia m usulm ana.
ne, al igual que Q ayrawan, sus sabios y sus tradicionistas y su m ezquita era, ya
antes del período aglabí, un centro de cultura y de enseñanza fam oso. U na ciudad
geográficam ente tan m arginal com o Zaragoza, situada en la fro n tera del m undo ...p e ro u n a m ism a s o c ie d a d urbana
franco, no es sólo una plaza fuerte y un cen tro de intercam bios com erciales. P or
el co n tra rio , a través de los diccionarios bibliográficos andalusíes p u ed e adivinar­ E n O ccidente, la descripción clásica de la sociedad u rb an a m usulm ana la con­
se, desde los prim eros tiem pos del Islam y d u ran te to d o el perío d o del em irato sidera com puesta p o r la m asa, o a l-‘ á m m a , que com prende a los artesanos, pe­
de C órd o b a, la existencia de una notable vida religiosa e intelectual de la que da queños com erciantes, jorn alero s y asalariados de todo tipo, y la élite o a l-já ssa ,
testim onio la treintena de ho m b re de religión, juristas y letrados oriundos de esta cuya im agen e n O rien te acabam os de ver. L a élite com prende, e n prim er lugar,
ciudad o q u e vivieron en ella antes de la proclam ación del califato (929) cuyos el g ru p o titu la r del p o d er, asimilable en los em irato s occidentales del siglo IX a
nom bres fueron considerados dignos de ser preservados p o r los biógrafos en sus un auténtico clan de parientes, por línea paterna, y de clientes de la dinastía rei­
repertorio s. Lo m ism o sucede en T oledo, a p esar de que esta ciudad fue, étnica­ n an te que ocupan los p uestos clave del gob iern o , la adm inistración y el ejército
m ente, poco arab izad a y que estuvo p erm an en tem en te en estado de disidencia y re p resen tan , la igual que en O rien te, un conjunto de varios centenares de per­
política con el p o d er cen tral de C ó rd o b a , llegando incluso a aliarse c o n tra él con sonas a las que se han atribuido las pensiones más elevadas e im portantes propie­
los cristianos del n o rte de la península. D esde los com ienzos del em irato en co n ­ dades territoriales. Tam bién form a parte de la já s s a la antigua aristocracia m ilitar,
tram os en T oledo a un grupo de perso najes dedicados al estu d io de las letras y básicam ente de origen árabe, pero que abarca tam bién a los m a w á lf de origen
de las ciencias religiosas que viajan a O rien te paro escuchar las enseñanzas de o rien tal y, en Ifriqiya, a num erosos jurasaníes. C onstituyen el núcleo antiguo del
M alik ibn A n as (m. 795). A su re to rn o , estos estudiantes se convirtieron en m aes­ ejército y algunos de sus elem entos perm anecen a sueldo debido a su participa­
tro s y d ifundieron sus conocim ientos e n tre sus co m p atrio tas. A lgo m ás ta rd e , en ción relativam ente frecuente en las cam pañas m ilitares (corno los d ju n d s sirios en
la p rim era m itad del siglo ix , otro grupo se dirige, en viaje de estu d io s, a Q ayra­ al-A ndalus), m ientras que a otros les han sido concedidas am plias concesiones
w an p a ra recibir, en esta ciudad, la enseñanza del gran jurista m alikí Sahnün. territo riales, razón p o r la cual se encuentran relativam ente «desm ovilizados», en
R esulta obvio, en efecto, q u e tan to en T oledo como en Z aragoza, to d a la ciencia la m edida en que no dependen directam ente del E stado p ara su subsistencia. Este
procede de O rien te, bien sea de m anera directa a través del viaje que m uchos últim o, p o r o tra p a rte , confía m ás, p ara las operaciones de policía y expediciones
eruditos han realizado con el fin de buscar el conocim iento e n sus m ism as fu en ­ de im portancia lim itada, en la guardia del príncipe o en las tropas acuarteladas
tes, bien de m anera indirecta a través de C órdoba o de Q ayraw an, ciudades en form adas p o r m ercenarios o soldados de condición servil que han sid a reclutados
las que tam bién se tran sm ite la enseñanza de los m aestros o rientales. U no de los e n tre los b e re b e re s, esclavones (esclavos de origen europeo) o negros, por encon­
elem entos sociales m ás activos está constitu id o , en los centros de población im­ trarlo s siem pre a su disposición y por considerarlos m ás seguros, dada su expe­
portantes, p or el grupo de doctores en ciencias religiosas y jurídicas del que se riencia de las m últiples revueltas del ejército tradicional. No o b stan te, en caso de
conoce, p or ejem plo, el papel im p o rtan te que rep resen tó en el lev an tam ien to del cam p añ a im p o rtan te o de peligro inm inente, siem pre puede apelar a este últim o.
a rra b a l de C ó rd o b a del 818. Se clasifica tam bién d e n tro de la élite a la categoría im portantísim a de los fu-
E n su calidad d e capitales políticas y adm inistrativas, lugares en los q u e reside q a h á , es decir los intelectuales,-especialistas en las ciencias jurídico-religiosas o
la aristocracia m ilitar, cen tro s de producción y de intercam bio, focos de vida in ­ f i q h , cuyos nom bres llenan los diccionarios biográficos y que, p artien d o a veces
telectual y de irradiación cultural, las ciudades del O ccidente m usulm án se ani­ de un origen hum ilde, p odían elevarse gracias a su ciencia hasta los más altos
m an ráp id am en te, a m edida que se desarrolla el nivel de civilización y d e in teg ra­ puestos del E stad o . D e este m odo, el cadí d e Q ayraw an, A sad ibn al-Furat, en­
ción al m undo m usulm án de estos lejanos lím ites del D a r al-Islam . Se ha señala­ cargado en el 827 de dirigir al ejército que se em barcaba para Sicilia, al acordarse
do, a pro p ó sito de Ifriqiya, donde la sociedad se en cuentra, en b uena p a rte , d o ­ de su p asad o de m odesto alfaquí en m edio de los honores que le rodeaban, se
252 LA F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0 E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S
253

dirigió a sus compañeros exhortándoles a cultivar la ciencia del derecho que —se­ del sahib al-suq). Desde luego, los intereses de estas dos categorías no son los
gún les decía— podía abrirles todas las puertas, incluso la del mando de los ejér­ mismos. La prosperidad del comercio a gran distancia que, en buena parte, es
citos. Muchos acceden a funciones oficiales, en primer lugar a las de la judicatura practicado tanimim -especialm ente en Occidente— por mercaderes no musulma­
(cadí o juez, m u fí o consejero del cadí) o a cargos relacionados con el servicio nes, judíos y cristianos, carece de relaciones estrechas con el contexto econóimco
de las mezquitas (dirección de la oración y de la predicación). Los más famosos regional o Sería abusivo, por otra parte, presentar a los alfaquíes como una
entran en los consejos de los soberanos, pero algunos tienen el prurito de recha­ clase exclusivamente rnimna por más que se encuentren muy ligados al medio
zar cualquier compromiso con el poder, lo que, evidententemente, incrementa su ciudadano por su formación y frecuentemente, por sus actividades ulteriores.
fama entre el pueblo. Orgullosos de este prestigio pueden, a veces, llegar muy
lejos en la crítica o, incluso, en la oposición declarada a determinada medida
adoptada por el poder. Algunos se dedican, simplemente, a la enseñanza y esta Los LAZOS DEL COMERCIO
actividad les proporciona, por lo menos, una parte de sus medios de subsistencia.
Este grupo social unificado por su formación y por su función (se trata, siem­ El movimiento de técnicas y técnicos desde el este hacia el oeste tiene una
pre, de establecer lo que es conforme a derecho), así como por sus orígenes y importancia fundamental en el proceso de unificación cultural del mundo islámi­
actitud con respecto al poder, representa un papel fundamental en la sociedad co: denota la presencia de gustos comunes y subraya el papel que representan las
musulmana entre fines del siglo v iii y principios del X. Son los alfaquíes los que clases dirigentes en la difusión de los productos.
difunden en Ifríqiyá y al-Andalus la doctrina málikí, una de las escuelas más rigp- D e este modo, la producción textil, que moviliza grandes masas de obreros ,
ristas dentro del Islam ortodoxo. Aunque pueden proceder de las categorías so­ hilanderas, tejedores y tintoreros, recupera tradiciones técnicas y artísticas anti­
ciales más diversas, la mayoría de ellos parece haber surgido de una especie de guas coptas y, sobre todo, sasánidas y bizantinas (trabajo del brocado en efectos
clase media, situada al margen de la división entre al-jassa y al-°ámma y constitui­ de fondo y de trama) y más tarde innova al inventar, por ejemplo, el trabajo del
da por los comerciantes que formaban una burguesía de hecho aunque no estuvie­ lampote de múltiples tramas. También populariza nuevas fibras como el algodón
ra reconocida por la jerarquía oficial; pese a esta último debe señalarse que, en o la seda cuya difrsión de Oriente a Occidente resulta muy rápida: el algodón,
Córdoba, los notables más acomodados de los arrables y de los bazares aparecen, introducido en el siglo vm a partir de su lugar de origen en el Jurásan, llega antes
a veces, ocupando el último lugar dentro del orden protocolario. En efecto, a del siglo XI a Hispania, Túnez y Sicilia desde donde será exportado, en rama, ha­
través del laconismo de las biografías en tomo al tema de los medios de existencia cia el centro industrial egipcio. El gusano de seda, que ya conocían los bizantinos
de estos alfaquíes, se entrevé que un número considerable de ellos procedían de y los sasánidas, y la técnica compleja de su cultivo, de su devanado e hilado, cuya
familias de mercaderes e incluso se dedicaban, ellos mismos, al comercio en una introducción o perfeccionamiento se atribuye a los chinos que fueron hechos pri­
civilización en la que esta actividad no era, en modo alguno, objeto de ningún sioneros en el Talas en 751, llega a Hispania muy pronto. Al-Andalus se convierte
descrédito social ni religioso, sino más bien lo contrario. en la principal repón dedicada a la sericultura, tal vez porque fue poblada por
Numerosas obras atraen la atención sobre la imbricación de intereses entre árabes de Siria, mientras que Sicilia se convierte, a partir del siglo x, en Ja gran
comerciantes y alfaquíes y subrayan el respeto de los primeros por la ciencia del productora de seda bruta del mundo musulmán, de la misma manera que Cala­
derecho y la interconexión de las redes de circulación de los mercaderes y los bria, en la zona situada alrededor de Reggio, es uno de los grandes proveedores
intelectuales puesta de manifiesto por los esquemas de viaje que combinaban los de materia prima de las sederías bizantinas. Algo similar sucede con el papel cuya
intereses de ambos órdenes, así como el hecho de que la ley islámica fue codifi­ introducción se atribuye, asimismo, a los prisioneros chinos del 751. De hecho ,
cada en la época en que la sociedad urbana musulmana estaba dominada por una su fabricación se implanta primero en Samarcanda donde, todavía a principios
mentalidad comercial. Puede discernirse, entre los alfaquíes andalusíes del siglo del siglo x, se elaboran papeles de gran calidad que los ijshídíes importan en
rx, la existencia de una oposición entre un primer grupo de juristas estrechamente Egipto. La administración adoptará el papel a fines del siglo vm (la primera fecha
especializados en el fiqh e interesados por el ejercicio del poder, y una generación segura es el 799) y éste sustituirá a los restantes materiales utilizados para escri­
posterior, abierta a las ciencias religiosas que entonces nacían, cuyos representan­ bir, en los que las correcciones se distinguen menos bien que sobre el papel. Las
tes se dirigieron a Oriente y adquirieron un prestigio superior al de sus rivales. grandes variedades de éste se denominan a partir de nombres de príncipes o de
Tal vez los segundos sean el resultado de una creciente integración de al-Andalus altos cargos de la administración: «faraónico», sulaymáni (derivado del nombre
en las redes de intercambio del mundo musulmán, así como de la ascensión de del tesorero de Hárün al-Rashíd), d jifa r i (de Djafar, visir de Hárün), talhi (de
las clases urbanas ligadas al desarrollo de la producción y del comercio. A pesar Talha, hijo de Tahir), táhiri y nühi (de Nüh el Samání). A partir del 794 se fabrica
de ello no debe llevarse demasiado lejos la identificación entre clase comerciante papel en Bagdad, en el siglo X en Egipto y, poco después, en España, particular­
y clase intelectual: en primer lugar porque existen categorías de comerciantes con mente en Játiva, imciándose así un comercio de exportación de papel de gran
un nivel social muy diferente (los tudjdjár, que se dedican al gran comercio y calidad hacia Egipto. Se trata de un papel fabricado con trapos desmenuzados a
están relacionados con los medios dirigentes, y los pequeños tenderos de los zo­ los que se añade cola de almidón, que se alisan, finalmente, sobre una capa su­
cos ciudadanos, que forman parte de la °ámma y están sometidos a la jurisdicción perficial de harina y almidón y cuya masa se colorea con frecuencia. Toda una
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gama de colores (amarillo, azul, violeta, rosa, verde, rojo) muestra la perfección
técnica que se ha alcanzado, mientras que su uso como envoltorio (cucuruchos y
paquetes) a partir del siglo xn da testimonio de la democratización del producto.
La arqueología nos permite seguir la circulación de Oriente a Occidente de
un producto de gran difusión como la cerámica. La herencia bizantina y sasánida
(vidriado plomífero y decoración estampada) se une, en un principio, al deseo de
imitar las producciones chinas importadas a través del golfo (el verde celadón y
los gres T’ang). Varias escuelas nacen dentro de una atmósfera de revolución téc­
nica impetuosa que revela un extraordinario espíritu inventivo: Irán imita los
splash ware T’ang (policromía con trazos de color por debajo del vidriado) y aña­
de una variante propiamente islámica, la incisión por esgrafiado bajo la decora­
ción coloreada. Susa, Rayy y Samarra, para imitar la porcelana blanca de los
Song (cuyo procedimiento de vitrificación a alta temperatura sigue siendo desco­
nocido), inventan una loza monocroma blanca con incisiones delicadas bajo el
vidriado estannífero y, sobre el blanco opaco de la loza, añaden una decoración
seudo-epigráfica y temas florales en azul cobalto. El conjunto constituye una de
las grandes aportaciones de los fabricantes de loza islámicos que será adoptado,
a su vez, por la China e inspirará las fábricas de Delft. En Níshápür y en la región
que la rodea aparecerá una cerámica ornamentada con barnices de colores sobre
barniz blanco que adopta, en torno al motivo Tao, una decoración a base de epi­
grafía cúfica. En Samarra, finalmente, se lleva a cabo la elaboración precoz del
lustre metálico: la cocción, en una atmósfera reductora, de las piezas de loza hace
aflorar en la superficie las sales metálicas, mezcladas en exceso con el vidriado,
e imita la vajilla metálica condenada por los doctores rigoristas. Estos productos
(con excepción de los barnices jurásáníes) aparecen asociados al lujo de las capi­
tales califales y se difunden muy rápidamente por la gran vía que va de Oriente
a Occidente. Son exportados, tal como sucede con los azulejos polícromos brillan­
tes que se utilizan, en 862, en la mezquita de Qayrawán y con los que llegan, en
936, a la capital española de Madinat al-Zahrá, cerca de Córdoba. También son
objeto de imitaciones: azulejos bícromos de Qayrawán, reflejos metálicos y esgra­
fiado del Egipto fatimí, en el que trabajan artesanos de la loza coptos que llevan
a cabo obras religiosas. A partir del 771 se fabrica, en Fustát, vidrio esmaltado
de acuerdo con una técnica semejante y, hacia el 900, junto a los vidrios tradicio­
nales tallados y grabados con torno, surge un vidrio decorado con trazos de color.
Estos últimos ejemplos muestran las estrechas relaciones existentes entre las dis­
tintas artes que utilizan el fuego, subrayan la función ejercida por las capitales
provinciales como etapas en la migración de técnicas y justifican la solidez de las
relaciones de intercambio en todo el ámbito islámico.

¿Para qué clientela se produce?

El papel del lujo resulta, evidentemente, esencial en la elaboración y difusión


de estos artesanados: lujo de pobres en el caso de las cerámicas de brillo metálico
o en el de los falsos verdes celedones, lujo costoso, en cambio, en las artes que
utilizan materias primas raras y preciosas: marfil, oro y plata de joyeros y tejedo­
res de brocados, perlas y coral utilizados por los bordadores de tapices, lana de
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mar del biso tejida en una tela de colores cambiantes (que fue pronto imitada
utilizando tintes menos costosos) y tintes importados desde países muy lejanos
(brasil de la India, laca, goma arábiga). La búsqueda de los productos menos
corrientes explica los precios asombrosos que citan los autores: 50.000 dinares
por una pieza de brocado de la' madre de Hárún al-Rashíd, 1.000 dinares por la
vestimenta del mismo tejido del médico de al-Maúnün, 400 dinares por el manto
del jurisconsulto Abü Hanifa, que la polémica opone al valor, más que modesto,
de 5 dirhemes de la ropa de Ibn Hanbal. La función de reserva explica asimismo
la acumulación de productos artesanales en los armarios de los miembros de la
élite, como los 200 pares de pantalones de seda del jurista Abü Yüsuf y, sobre
todo, del príncipe. Las colecciones colosales de los palacios cabbásíes no son, de

BIBLIOTECA - TUNiA
acuerdo con las cifras que se citan, utilizables en realidad y ni siquiera suponen
una auténtica reserva valiosa, ya que sólo son parcialmente negociables: se trata,
en realidad, de un simple símbolo.
La reserva califal se renueva gracias a los talleres oficiales del tiráz. Su función
es proporcionar continuamente regalos, en especial vestidos honoríficos {jila’)
que se distribuyen a funcionarios y cortesanos y que las embajadas llevan a los
príncipes extranjeros. Esta organización de la producción textil del Estado, que
conocemos mejor en el Egipto fatimí que en el imperio cabbásí, tiene dos vertien­
tes: en el palacio califal y en el de los emires de las provincias existen sastres que
preparan los vestidos honoríficos; en otros centros textiles que, dada su especia­
lidad, tienen una fama particular hay talleres descentralizados o, mejor, marcos
administrativos dirigidos por el «señor del tiráz», con capacidad jurídica para mo­
vilizar a los artesanos a cambio de una remuneración justa. El taller califal no es
una manufactura sino una administración. En cada centro existe una residencia-
almacén que, en el caso del tiráz egipcio, es un vínculo simbolizado por la barca
nilótica del «señor» que recoge los productos y procede a verificar el funciona­
miento de su máquina administrativa. El estatuto eminente de este alto funciona­
rio queda subrayado por su presencia en las ceremonias califales, en las que pre­
senta los vestidos reservados al príncipe de los creyentes.
El tiráz (una palabra persa que significa ‘bordado’) forma parte en realidad
de los derechos exclusivos de la majestad soberana, al igual que la oración y la
moneda. En efecto, en los tres casos se exalta el nombre del príncipe: el tiráz es
una banda de tejido en el que aparece su caláma, su divisa, bordada en oro o en
color. Sólo puede llevarlo el soberano o, en virtud de una orden expresa suya,
aquellos a los que hace objeto de una gracia especial. Su carácter político queda
subrayado por la presencia de eulogias y bendiciones propiamente dinásticas y,
a veces, bajo los fatimíes, por expresiones tomadas del credo ismá'-ilí y por ins­
cripciones con los nombres de los visires o allegados al califa —sus mawálí, sus
clientes— que han ordenado la fabricación del tiráz. Es una prerrogativa sobera­
na que se asocia con el derecho califal de revestir la Kacba con un velo de seda
tejido por el taller estatal, con la práctica de la distribución de un turbante y una
vestimenta negra al predicador oficial encargado de la oración. No es de extrañar,
por ello, que Hárün al-Rashid mencione el tiráz en su testamento junto al impues­
to territorial, el correo o el Tesoro, entre los engranajes del Estado y precisamen­
te como expresión de la gloria del califa. Del mismo modo, el primer indicio de
la revuelta de al-Ma°mün será suprimir el nombre de su hermano de los bordados
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. del Jurásán. A partir de los Omeyas, Egipto parece privilegiado en la repartición


geográfica de los talleres: Ajmim, luego'Fustát y, más tarde, Bansha, Dabiq y
los tiráz del SaTd, el Alto Egipto. Las indicaciones que nos suministran los frag­
mentos que se han encontrado en Samara y en Egipto establecen la diferencia
entre una oficina destinada a la producción’reservada al califa, tizpz 4-& ssQ, y
otra de carácter público, tiráz al-cámma, que, bajo al-Í^ $n, se encuentra en Fus­
tát, y cuyos productos gozaban de una distribución más ampfia y eran, sin dud^,
distribuidos a los funcionarios, a los servidores del califa (en particular a los pre­
dicadores oficiales) y a los militares, o incluso vendidos. Esta comercialización
no deja de ser hipotética: se encuentra excluida en Tinnis en f047, por el testimo­
nio de Nasír-i Jusráw, pero podría justificar la gran dispersión de los hallazgos.

r
! Las falsas apariencias del «despegue» comercial

¡|, Una tradición cómoda pretende ver en el imperio cabbásí la edad de oro del
11 comercio musulmán. La unificación política de regiones que, hasta la conquista,
t se encontraban separadas por una frontera rígida, el desarrollo urbano y la irriga­
ción monetaria, permitida por el botín, el gasto público y el oro del Sudán hacen
'! imaginar «un crisol cronológico y geográfico, un plano de intersección, una in­
mensa coyuntura y una cita fabulosa». La realidad es más modesta y, sobre todo,
resulta cronológicamente desfasada: el desarrollo comercial se encuentra estre-
'j' chámente relacionado con las disponibilidades y necesidades de las clases sociales
dominantes. Se adapta a la sociedad califal de las grandes capitales y excluye todo
comercio de masa. Este primer punto debe quedar claro: el imperio califal verá
la desaparición —que durará doce siglos, salvo en ciertas regiones— del carruaje
(cuyo nombre mismo, 'araba, es hoy de origen turco) y de la rueda. Esta falta,
en un mundo montañoso y compartimentado, expresa y refuerza la ausencia de
todo comercio de productos pesados limitando, en particular, los transportes de
granos a unidades geográficas restringidas situadas en torno a un río o junto al
mar. Egipto provee al Hidjáz desde que cAmr abre de nuevo el canal que une el
Nilo con el mar Rojo pero no puede exportar a Siria más que cantidades muy
j reducidas, limitadas a las pocas toneladas que puede desplazar una caravana de
camellos. La Djazíra suministra a Bagdad y Sicilia a Túnez pero, en conjunto,
las cantidades que se transportan son muy exiguas. El mundo musulmán constitu­
ye una inmensa masa continental y, con la excepción del mar Rojo y del golfo
que, por otra parte, se abren a regiones desérticas, los mares interiores resultan
inutilizables para las relaciones interregionales. Sólo el Eufrates asume esta fun­
ción mientras que la fachada mediterránea se encuentra desierta de manera dura­
dera. En lo que se refiere al camello, éste puede transportar, según el arnés, en­
tre 70 y 240 kilos y una caravana compuesta por la cifra impresionante de 500
i( animales desplazará entre la cuarta parte y la mitad de la carga de un navio de
tamaño medio (250 toneladas).
Por otra parte, la unificación política, aunque rápida, permaneció durante lar­
go tiempo incompleta, sobre todo en el Asia central que, desde la Antigüedad,
mantuvo estrechas relaciones comerciales con la China. Tampoco puede decirse
que unificación política implique necesariamente unificación comercial ya que
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subsisten aduanas interiores como el malsín de Djedda, que grava las mercancías
procedentes de Egipto. Asimismo las acuñaciones monetarias respetan durante
largo tiempo las peculiaridades regionales, los monometalismos en plata y oro.
Sólo de forma muy lenta se producirá una unificación de la circulación, tal como
lo atestiguan los tesoros, mientras permanecen áreas comerciales muy distintas
que traducen importantes desniveles en los precios: Iraq y la Djazira por una par­
te, Siria y Egipto por otra. La abundancia misma de las emisiones monetarias no
puede haber impulsado de manera decisiva la circulación comercial y la produc­
ción. La economía del imperio resulta perfectamente rígida al no producirse una
revolución técnica —de la que sólo hay indicios en la cerámica y, de manera tar­
día, en el siglo x, en la industria textil de lujo— y sólo en una etapa mucho más
tardía se constituirán nuevos mercados gracias a la democratización de las sede­
rías de la que dan testimonio los documentos judíos de la Genizá en Egipto. La
puesta en circulación de metales preciosos sólo trae consigo un alza de precios.
Los datos que se han podido recoger con enorme paciencia permiten apreciar su
enorme importancia: en el siglo vm los precios del grano y del pan se multiplican,
al menos, por cuatro. El fenómeno se explica, en parte, por la reducción de las
superficies cultivadas acompañada por un probable crecimiento demográfico,
pero debe aceptarse el testimonio del propio Hárün al-Rashíd: un dirhem de al-
Mansür valía más que uno de los dinares que él acuña 30 años más tarde.
Por consiguiente, la conquista musulmana sólo contribuye a unificar la clase
mercantil, a particularizar los tipos de mercaderes e instituciones comerciales, en
particular las formas de cooperación descritas por las obras jurídicas a partir del
siglo vm. Junto al artesano productor-distribuidor que vende directamente al
cliente, el mundo musulmán ve desarrollarse la figura del cambista, liberado de
los límites institucionales que enmarcaban su esfera de acción. Se produce un re­
troceso en la distribución estatal (desaparición de la anona). La gran propiedad
autárquica y la autosubsistencia campesina desaparecen ante el mercado libre, es­
timulado por la fiscalidad. El comerciante se ve, asimismo, liberado de las obliga­
ciones tradicionales: obligación de afiliarse a una asociación, derecho preferente
y monopolístico de compra por parte del Estado o de la corporación. Por otra
parte, sigue sometido a la obligación de residencia en factorías en el extranjero,
se le encargan misiones de espionaje y está ligado al poder, que lo utiliza como
banquero y recaudador de impuestos. A l igual que en el conjunto del mundo an­
tiguo, su rápido enriquecimiento se encuentra regulado por grandes confiscacio­
nes, de modo que el comerciante se ve sometido a sangrías brutales: en el año
912 se pone una multa de 100.000 dinares al mercader egipcio Sulaymán.
En el siglo vm surge una jerarquía dentro de los comerciantes. En la parte
más baja de la escala se encuentra el mercader itinerante que recoge las mercan­
cías en los centros de producción y las traslada a los mercados periódicos. Por
encima está el «viajero» que va a ver la mercancía en países lejanos llevando con­
sigo la correspondiente lista de encargos, un capital en metálico o en especias
que deberá comercializar por cueñta de un gran mercader del tercer tipo. Este
último, el mercader «estacionario», el único que tiene derecho al título respetuo­
so de tádjir, actúa desde los lugares más importantes, a través de encargos y tam­
bién con inform aciones que circulan por cartas y gracias a la cooperación amisto­
sa e informal cuyo apogeo se encuentra en el mundo de la Genizá. En el interior

17. — FOSSIER. I
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del grupo de los tádjir, poco numerosos y fabulosamente ricos como el egipcio
coste, en el que se incluyen los gastos de adquisición, transporte y venta. Exclu­
Sulayman, circulan los productos preciosos y el dinero fiduciario de los bancos,
yen de su esfera de acción y de sus intereses el comercio destinado a las masas,
órdenes de pago siempre al portador, órdenes de pago de ejecución diferida (suf-
con lo que se dibuja la figura del gran comerciante al que sólo le importan las
tadjas), pagaderas. a la vista por los corresponsales del tádjir. Suftadjas y cheques
mercancías preciosas (piedras de gran valor, especias raras de importación, teji­
(sakkas) circulan ampliamente alcanzando las mayores distancias, pero el présta­
dos de precio elevado) y, principalmente, las materias primas, además del artesa­
mo con interés resulta raro y se limita a graves necesidades extracomerciales. Pro­
nado de transformación (orfebrería, droguería y farmacia, bordado de tejidos con
bablemente es considerado inmoral y sólo aparecerá en los negocios de manera
hilo de oro). Se trata de un comerciante que conoce bien las técnicas «capitalis­
tardía, en el siglo XII, mientras que la letra de cambio no se utiliza en el mundo
tas» (prestar y tomar en préstamo, prestar con participación), y que se interesa
musulmán, que tonserva su unidad monetaria y numismática ideal y sólo trabaja fundamentalmente en la reinversión de sus capitales, en el subarriendo de los im­
con su moneda de cuenta, el dinar o dirhem «puros», con la que se relacionan puestos y en las operaciones inmobiliarias y agrícolas. Se constituye así una aris­
todas las monedas reales. tocracia mercantil, que en modo alguno se encuentra prisionera de su función
Las estructuras de la cooperación comercial se constituyen muy pronto. En comercial y está al servicio de un consumo ostentoso, principesco y aristocrático.
las obras de Malik ibii Anas (m. 795), fundador de la escuela jurídica malikí, y
del hanafi al-Shaybaní (m. 803), autor de un Libro de las sociedades y de un Li­
bro del préstamo, surgen las formas que se introducirán o reinventarán en Italia El mercado rey
en el siglo x. Tenemos, en primer lugar, la «sociedad» (sharika) que constituye
un capital común, limitado a una sola operación, a una mercancía, a una suma La fiscalidad estatal mantiene en todas partes el mercado local, cuya edad de
en efectivo, o, por el contrario, ilimitado y universal lo que, en este último caso, oro fueron los siglos VI y VIn y que se caracterizó, en el terreno monetario, por
coincide con la solidaridad de un grupo familiar. El contrato impone a los socios la abundancia de moneda fraccionaria, fals de cobre omeyas y cabbasíes, especial­
un deber de garantía colectiva así como de representación recíproca, que encuen­ mente en Basra. Se trata de un mercado que asombra a los peregrinos occidenta­
tra también su complemento y sus raíces en una colaboración amistosa, informal les: Arculfo, que visita Alejandría en el año 670, y Bernardo el Monje, que ve,
y patriarcal. En el préstamo con participación (qirdd, muqarada), conocido en el ante Santa María la Latina de Jerusalén en el año 870,mn foro en el que para
Hidjaz a partir del siglo VI, el gran comerciante confía un capital o unas mercan­ vender hay que pagar una tasa de dos dinares al año. En realidad sólo se trata
cías a un «viajero» que obtendrá como recompensa una parte de los beneficios de la entrada en la ciudad del mercado rural, bajo el aguijón del impuesto que
(un tercio si no se responsabiliza de las pérdidas eventuales), con lo que se le exige el pago en metálico y sitúa al productor rural en una posición débil ya que
pagarán su trabajo y los riesgos personales en que incurra durante el viaje. El se ve obligado a vender a cualquier precio. Este mercado anima el campo sin
préstamo de mercancías, prohibido en teoría debido. a la incertidumbre que pesa crear salidas para las actividades urbanas ya que los campesinos deben conservar
sobre la formación de los precios, se admite de becho en la escuela hanafi. En sus ganancias y sólo compran excepcionalmente, con lo que el mercader tiene
efecto, la escuela hanafí tiende, en conjunto, a respetar las antiguas costumbres escasas oportunidades de insertarse en él. El Mirbad de Basra, el Kundsa de
mercantiles y al desarrollo de formas jurídicas que constituyen subterfugios lega­ KUfa, el mercado del martes de Bagdad, el del miércoles en Mosul, el del lunes
les para rehuir la prohibición de las prácticas usuarias y que son rechazados por en Damasco son centros totalmente abiertos en principio y existe una completa
las escuelas jurídicas rivales de los shafi"íes y mflikíes. libertad para instalarse en ellos. ^ í , como en la mezquita, el primero que llega
La clase de los comerciantes, un grupo cerrado, poco numeroso y cuyos ocupa el mejor lugar. No obstante, el zoco se cierra progresivamente bajo los
miembros se conocen bien entre sí, lleva a cabo la operación que implica la pesa­ últimos Omeyas: las plazas quedan reservadas y los vendedores pagan un alquiler
da tarea de negociar las mercancías de sus corresponsales sin solicitar por elfo al «señor del zoco». Pronto los zocos se especializan y surgen los jans en los que
compensación, comisión o beneficio alguno, únicamente con la seguridad de ob­ los funduqs constituyen pequeñas «bolsas», cada una dedicada a un producto y
tener, en el futuro, una revancha amistosa. Esta tarea implica el deber de ayudar muy pronto, a partir del siglo VIH, aparece un mercado cerrado y vigilado para
a los «viajeros», asegurar la expedición, así como la vigilancia y transporte de los los productos de lujo, la qaysariyya o alcaicería (la «casa del César» del mundo
productos y, sobre todo, de mantener siempre informados a los amigos lejanos antiguo), mientras que el mercado alimentario, excluido del centro urbano, se
acerca del movimiento de los precios, de la calidad y cantidades de los bienes descentraliza en suwayqas, los mercadillos de barrio.
disponibles en el mercado y de las ocasiones que ofrecen navíos y caravanas ca­ Si bien la topografía de la ciudad musulmana excluye una repartición jerárqui­
paces de desplazarlos hasta su destino. ca fija de los zocos, la actividad comercial se especializa hasta el límite. A l igual
Los manuales de mercaderes como el de al-Dimashqi, escrito en el siglo XI que los cuerpos constituidos por los oficios artesanales, los oficios comerciales,
en medio fütimí, y las cartas de los comerciantes de El Cairo se muestran de no muy distintos de los anteriores, se caracterizan por una determinación minu­
acuerdo en la constante práctica de la búsqueda de una información segura, y en ciosa, filológica, del producto que se vende. En su libro La clave de los sueños,
la rapidez en las operaciones, sin las cuales no pueden obtenerse los altos bene­ al-Dinawarí enumera casi 150 actividades comerciales en la Bagdad del año 1006,
ficios a los que aspiran los mercaderes: entre el 25 y el 50 por 100 del precio de mientras que la Genizá’cita 90 oficios comerciales. El mercado, vigilado en época
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 261
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
2 60
Jwárizm) o incluso exóticos (papel, seda y verdeceledones de la China, animales
Omeya por un walt en las ciudades prinripales (La Meca> M edina K üfa Ba.sra>
1
para su exhibición en un zoo, fieltro de los turcos de Dzungaria); finalmente, una
Wasit) y máS tarde por un almotacén (muhtasib) que ñja l°s preclos, c9bra el,
I circulación interregional de productos de uso cotidiano que resultan, pese a ello,
I diezm0 y el alquiler de la plaza utilizada, controk pesoS y medidas y ¡uzga ^ p a
lujosos. Son las especialidades artesanales y agrícolas, el papiro egipcio, el azúcar
de la honradez de las transacciones realizadas, es un organismo O T te r a r a f mo-
y las golosinas del Jwárizm y del Ahwáz, los productos textiles como los tejidos
netarizado. No obstante, la ley de la oferta y la demanda no determin<i; y.l
de seda del Ahwáz, el lino egipcio, los tapices y tejidos de lana de Armenia y de
de las vituallas que, en un principio, es «pdi'firo» y ha sido calculado PQÍ el «se-
la Djazfra, y las numerosas variedades de productos alimenticios de calidad como
fior del zoco» en función de las n e c e s id a d de una masa turbulenta. Este «tasa­
las alcaparras confitadas de Büshandj, faisanes del Djurdján, trufas de Balj, cirue­
ción>> de las mercancías puede adquirir, de manera precoz, el aspecto de una in­
las de Rayy, manzanas. y membrillos de Isfahlin. El producto más precioso, el
tervención de la autoridad bajo la forma de un granero público destinado a regu­
esclavo, es objeto de tin gran tráfico. Se traen esclavos de la India (técnicos),
larizar la carestía. La Sicilia normanda hemckrá, as', en el siglo xn la mstituci n
. Zandjs (negros) del Sahel africano oriental, así como eslavos y turcos que son
de esta rahba. Por su parte, el mercado rural obedece a otras reglas, ya q ue los
traídos por búlgaros y jazares a través del Jurásán. Hacia el año 870 Bernardo el
vendedores se ven obligados a vender productos voluminosos y perecederos a
Monje sale de Bari, capital de un emirato dedicado a la trata de esclavos, acom­
cualquier precio para obtener las cantidades en efectivo que necesitan para pagar
los impuestos. Finalmente, el mercado artesano resulta evidentemente especukrí- pañado por seis navios cargados de cautivos que son lombardos afincados en el
sur de Italia. Se trata de 9.0OO prisioneros de los que 3.000 van destinados a Tú­
vo ya que apunta a la calidad, a la originalidad y a k acumulación de trabajo en
nez, 3.000 a Trípoli y 3.000 a Alejandría. El comercio del mundo musulmán apa­
el objeto. El precio no viene determinado por la productividad ni por Ia ley de
rece como la conjunción de múltiples corrientes de importación que no se preocu­
la oferta y la demanda sino por la moda y por k técnica consumada del fabrican­
pan de las balanzas económicas y se fundamentan en el principio del placer.
te, más artista que artesano. La historia de l° s precios se limita fatalmente, por
No hay que extrañarse, por lo tanto, de que, en la historia del desarrollo del
una parte, a la de las carestías, en una coyuntura uniformemente favorable al
tráfico comercial, las rutas que se explotan de manera más temprana y rápida
consumidor urbano y, por otra, a la fastuosidad de los ricos o a sus deseos de
sean precisamente las que llevan a lugares más lejanos los productos más raros y
ostentación. más preciosos. Las excavaciones de Satingpra, en el istmo malayo, un punto de
paso obligado entre el océano Índico y el golfo de Siam, muestran la presencia,
entre los siglos VI y IX, de gres procedente de la China y verdeceladones T’ang
Rutas lejanas hacia el Este y productos de excepción
junto con vidrios de Alejandría. Las fuentes chinas mencionan mercaderes persas
El desarrollo de los grandes centros de poder de Iraq y de algunas capitales a partir de los anos 671, 717, 748. En el año 758 se produce la primera ruptura
provinciales refuerza un gran comercio que resulta ya antiguo y está destinado a de relaciones entre la China y el golfo ya que los mercenarios musulmanes que­
proveer de suministros de consumo a una élite refip.ada y de enormes disponibi­ man Cantón y la ruta de la China permanecerá cortada hasta el año 792. Una
vez reanudadas las relaciones, la ruta se verá de nuevo abandonada tras el perío­
lidades financieras. Además de en las capitales califales se encuentra en las gran­
do 875-878 en el que los rebeldes matan a 120.000 mercaderes musulmanes en
des ciudades de Iraq meridional, Küfa, Basra y Wásit, cuyos comerciantes parti­
cipan, gracias a su enriquecimiento, de los privilegios de la élite, en el Fustát de Cantón. Si bien esta cifra está claramente exagerada, las fuentes árabes confir­
los Tfilfiníes, así como en Rayy, Nishápur y en las grandes ciudades de la Transo- man la importancia de este puerto -c u y o alminar sirve de f a r o - , la precocidad
xania. Las rutas comerciales se modelan de acuerdo con la demanda de los cen­ de las expediciones comerciales (hacia el año 750 los comerciantes musulmanes
tros y, en particular, de las capitales de los emires. Siria permanece mucho tiem­ acuden a Cantón para comprar áloe) así como su regularidad. En el año 851 se
po al margen de la circulación de estos bienes. La arqueología confirma que tras publica un portulano, la Relación de la India y de la China, a nombre del merca­
la primavera precoz del lujo omeya no existe lujo iraquí ni iranio al oeste del der Sulaymán, siendo revisado en el año 916 por el comerciante Abfi Zayd de
Éufrates y que se adoptan con lentitud las modas que vienen de China a través Sírífr y completado, en el año 950, por las Maravillas de la India de Buzurg, ne­
de Irán, como la loza recubierta por una capa estannífera o la cerámica de refle­ gociante del puerto de- Ram-Ormuz. Este texto describe el itinerario que lleva de
jos metálicos. Basra hasta los puertos del golfo (Suhlir y Masqat, seguidos por Síráf y Ormuz)
Un famoso texto de al-Djáhiz en torno a las importaciones de Iraq describe y luego a la costa de Malabar, evitando cuidadosamente a los piratas de la costa
un comercio de productos caros, caballos, especias, esclavos, frutos y productos del Beluchistán y del Sind, para seguir hasta Ceilán, donde se establece una co­
confitados, vestidos, tejidos y armas que se estructura en tom o a tres polos: un lonia musulmana desde el 700, y hasta Kalah, en Malasia, donde los árabes toma­
consumo militar que concuerda con el carácter fundamental del estado cabbásí ron contacto con los chinos después de los acontecimientos de los años 875-878.
(caballos de China y de Arabia, armaduras afganas, de los jazares y yemeníes, Desde Kalah, por el Champa, el antiguo país de los jmers, los navíos musulmanes
arneses chinos, espadas indias y también francas); un consumo ostentoso de pro­ llegaban, tras tres meses de navegación, hasta los puertos de Cantón y de Zaytún,
ductos tropicales (especias, drogas, marfil, maderas preciosas y, en particular, la en la desembocadura del Yang-Tsé. La presencia musulmana se consolida a lo
teca procedente de la India) ,.nórdicos (pieles procedentes 4e Siberia a través del largo de esta ruta y surgen las colonias del Sind (Daybul y Mansüra), de la costa
262 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

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de la India (antes del 956 al-Mascüdí visita una ciudad de 10.000 musulmanes en
Saymür), de Sumatra y de Java. Sulaymán y Abü Zayd precisan que los navios
son escasos y que regresan con mercancías raras y preciosas: áloe, teca, porcela­
na, alcanfor, brasil y estaño de Malasia. Añadamos otro testimonio de la arqueo­
logía: la presencia de porcelana blanca translúcida china y de verdeceladón en
Samarra, Rayy, Susa y Nishápür.
La segunda gran «fachada» del comercio del imperio califal comenzó a ani­
marse desde la época sasánida, se desarrolló con los táhiríes, alcanzó su apogeo
bajo los sámáníes y entró en brusca decadencia a partir del año 1000. Es la ruta
de las pieles, procedente de la taiga rusa, polaca y siberiana, y también la ruta
de los esclavos. La trata se efectúa desde los centros urbanos de los pueblos tur­
cos del Volga, Bulgár, capital de los búlgaros, situada cerca de Kazán, y la ciudad
de los Burtas, que se encuentra cerca de Nijni-Novgorod. Los descubrimientos
de monedas islámicas permiten establecer una cronología y una geografía de los
intercambios: un tesoro, encontrado en Novgorod y perfectamente fechado por
la dendrocronología, permite asegurar la existencia de un intervalo breve entre
la fecha de la acuñación más reciente y el momento en el que fue enterrado (no
más de 15 años). D e un conjunto de 66 fechas estudiadas de este modo; 2 son
del siglo v m , 20 del IX, 41 del x y sólo 3 del siglo xi, cronología que resulta
confirmada por el análisis de los tesoros que han sido publicados de manera ínte­
gra y que revelan una superioridad aún mayor del siglo x sámání. En lo que res­
pecta a la distribución en el espacio de estas monedas, parece falseada en parte
por una fuerte concentración de tesoros en la costa báltica (en el año 1910 se
enumeran 11 tesoros en el «gobernorado» de San Petersburgo y 42 en Livonia).
Esto suele explicarse por el drenaje que debieron efectuar los vikingos de las ri­
quezas acumuladas por los pueblos que transitaban la región, bien como botín de
guerra o como consecuencia de los intercambios. Pero un mapa de estos descubri­
mientos muestra que estaban enterrados, fundameptalmente, en los límites meri­
dionales de la gran zona de bosques, en los antiguos «gobernorados» de Kazán
(14 tesoros), de la Viatka (15) y de Yaroslav (11). La enorme cantidad de rique­
zas escondidas en Rusia (varios tesoros superan los 1.500 dirhemes y el de Vladi-
mir alcanza el número de 11.077, de los que 140 son cabbásíes, 4 táhiríes, 16
djavaríes, 2 sádjíes, 16 büyíes y 10.079 sámáníes), así como también en Polonia,
Escandinavia e incluso en Gran Bretaña y Alemania, ascienden a un total de me­
dia tonelada de plata pura (120.000 dirhemes en Rusia y más de 40.000 en Escan­
dinavia), que sólo puede constituir una pequeña parte del flujo de monedas islá­
micas. Todo ello revela la importancia del movimiento comercial así como su ca­
rácter puramente importador.

Mayores incertidumbres en Occidente

Al contrario de lo que sucede en estas «fachadas» activas, el siglo x verá sur­


gir un Sahel africano activo que, en la etapa anterior, sólo conocía la animación
de unas pocas factorías que se encontraban tanto en las costas del océano índico
(donde se establecen colonias en Berbera, Zayla, Sofala y Zanzíbar) como en las
metas meridionales de las rutas saharianas, que fueron, quizás, descubiertas por
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S Í E S 265

Sidi cUqba a partir del año 666 y más tarde exploradas é islamizadas, en los siglos
X y xi, por los bereberes Sanhádja. La costa mediterránea, por otra parte, se
encuentra esterilizada por la guerra y las algazúas. D e hecho, el mar se encuentra
en manos de los piratas «sarracenos», cuya primera expedición conocida es el co­
nato de invasión de las Baleares en el año 798. A continuación, en los primeros
años del siglo ix, las fuentes mencionan ataques contra las islas pequeñas situadas
junto a las costas de Sicilia e Italia meridional, así como contra Cerdeña, Córcega
y, en el año 812, Civitavechia y Niza. Se trata de flotas importantes y aparente­
mente bien organizadas, procedentes sobre todo de las costas levantinas de al-
Andalus y, de manera secundaria, del Magrib occidental, y que llevan a bordo,
■principalmente, a bereberes si es que debemos interpretar estrictamente el apela­
tivo de mauri con que los designan las fuentes carolingias. Pero las crónicas ára­
bes que se ocupan de esta época, generalmente basadas en anales semioficiales,
no nos proporcionan información alguna acerca de estas operaciones, ya que sue­
le tratarse de empresas de carácter privado cuyo punto de partida se encuentra
en regiones que, de hecho, escapan al control de los poderes políticos estableci­
dos en las grandes capitales del Islam occidental, o que, incluso, llegan a encon­
trarse en un estado de disidencia abierta. Esta piratería andalusí se desarrolla en
la segunda mitad del siglo ix en el que lleva a cabo ataques contra el litoral de
la Provenza y establece una instalación permanente en la base de Fraxinetum,
que perdurará desde el año 890 hasta el 970.
También Italia se ve seriamente inquietada por los sarracenos. En realidad
las incursiones marítimas, como el célebre ataque a Roma del año 846, probable­
mente obra de piratas andalusíes, tiene menor importancia que la actuación de
las bandas de mercenarios musulmanes, al servicio de las pequeñas dinastías del
sur de la península desde antes de mediados del siglo, que rápidamente han esca­
pado a todo control. También aquí los musulmanes dispondrán de establecimien­
tos permanentes que, en el caso del emirato de Barí (841-871), llegarán a adoptar
la forma de un auténtico, aunque pequeño, Estado. El propósito de todas estas
agresiones sarracenas, es, ante todo, la captura de esclavos por los que se obtiene
un buen precio en los mercados del mundo musulmán, en los que existe una fuer­
te demanda. Los mercaderes del sur de Italia exportaban esclavos a Ifríqiya desde
finales del siglo vm, pero quizá ciertos aventureros decidieron acudir para apode­
rarse de la mercancía con las armas en la mano dada la insuficiencia de la oferta
y la esperanza de lograr mayores beneficios. En vano, en el año 836 el príncipe
de Benevento pretendió prohibir su comercio a los napolitanos. Las expediciones
contra las islas se han querido justificar, también, por el deseo de abastecerse de
madera para la construcción naval. Si bien las flotas sarracenas no dejaban de
atacar los barcos mercantes cuando se encontraban con ellos, éstos no consti­
tuían, sin duda, su principal objetivo. No se puede, por tanto, tal como se ha
hecho a veces, argumentar partiendo de esta piratería para postular la existencia,
en esta época, de un comercio todavía importante en el Mediterráneo occidental.
La situación resulta diferente en el Mediterráneo central, donde Sicilia y las
ciudades del sur de Italia mantienen relaciones estrechas con el mundo bizantino
del mismo modo que Ifríqiya se encuentra ligada, económica y políticamente, de
forma más directa con el imperio cabbásí que el resto del Magrib y al-Andalus.
En este sector el mar se ha visto siempre recorrido por importantes corrientes de
266 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950

intercambio y ha estado controlado por las flotas bizantinas, de modo que los
poderes establecidos en Qayrawán se ven forzados a interesarse por él. Las rela­
ciones entre las ciudades comerciantes del antiguo ducado de Nápoles (la propia
Nápoles, Gaeta y Amalfi) y la costa africana se mantienen de manera sostenida
incluso después de la conquista musulmana la cual, como hemos visto, estimuló
probablemente ciertos tráficos como la trata de esclavos. Por su parte, los agla-
bíes de Túnez tratan de no perder oportunidad alguna de participar en empresas
que podrían escapárseles y, por ello, toman la iniciativa de una operación de
djihád, la conquista de Sicilia, que se inicia en el año 827. No obstante, incluso
durante el emirato aglabí, los centros urbanos y las regiones del interior como
Mila, Laribus, Sbíba, el Záb, el Nafzáwa adquieren tanta importancia en el equi­
librio general del país como los centros costeros de Túnez o Süsa. Ciudades ma­
rítimas como Gabes o Trípoli deben su peso a ser etapas o metas de las caravanas
terrestres procedentes de Egipto más que a su condición de puertos.
Ciudades caravaneras importantes son, también, Tahert (fundada en el año
761) y, sobre todo, Sidjilmasa (757), gran centro comercial situado en el límite
del Sáhara Occidental. Son etapas en las rutas que recorren el Magrib en direc­
ción este-oeste y, sobre todo, puntos de partida de un tráfico importantísimo con
el África negra a través del desierto, consistente en la exportación de sal y pro­
ductos manufacturados y en la importación de esclavos y, sobre todo, de oro.
Este comercio desarrolla otras ciudades del sur de Marruecos como Agmát o
Tamdult, ciudad esta última fundada por un emir idrisí en el siglo ix. Asimismo
contribuye a explicar la importancia de las ciudades situadas al borde del desier­
to, durante el emirato aglabí, o sea de Tozeur en la Qastiliya y de Tubna en el
Zab. Pero conocemos inuy mal la cronología dej desarrollo de este comercio,
controlado enteramente por los bereberes jaridjíes del emirato de Tahert. Parece,
en particular, que el papel de Sidjilmasa no fue preponderante hasta el siglo x
cuando los fatimíes extendieron su control al conjunto del Magrib y redujeron
Tahert, hasta entonces uno de los polos principales de este tráfico, al papel de
simple etapa en la ruta este-oeste. Otro sector animado por intercambios comer­
ciales que tampoco conocemos bien es la frontera entre el imperio carolingio y
los Estados surgidos de su desmembración. Las ciudades de la Marca Superior
(Zaragoza, Huesca y Lérida) ven pasar por ellas a comerciantes judíos, y proba­
blemente también a mozárabes, que se dirigen a los países de los francos por una
parte a través de Barcelona y, por qtra, por Pamplona y los Pirineos occidentales,
para volver con esclavos blancos (saqaliba), pieles y, tal vez, armas.

Pero los comerciantes extranjeros penetran ampliamente en el Islam

Las «fachadas» del imperio, si bien manifiestan el espíritu de iniciativa de los


mercaderes musulmanes y la audacia de los marinos, no revelan en modo alguno
la superioridad comercial del mundo islámico. Ponen, simplemente, en contacto
unos círculos de comerciantes que buscan los productos reclamados por el consu­
mo aristocrático con otros círculos de mercaderes capaces de tener iniciativas. Si
los musulmanes penetran ampliamente en la India, Insulindia, Indochina y China
y si exploran franjas de África y S'iberia para comprar, se encuentran práctica-
E L M U N D O D E L O S CA B B Á S ÍE S 26 7

mente ausentes del Imperio Bizantino, que agrupa a los escasos visitantes en fac­
torías sometidas a una vigilancia estricta, e ignoran totalmente a la Europa Occi­
dental. Por el contrario, la preocupación que sienten las capitales califales por
conseguir suministros incita al imperio musulmán a abrir sus fronteras a los mer­
caderes extranjeros, pertenecientes a grupos marginales dentro de sociedades me­
nos desarrolladas y menos urbanizadas y a grupos móviles cuya actividad no sirva
en modo alguno los intereses políticos de los grandes estados enemigos, Bizancio
y los jazares. Estos mercaderes se desplazan dentro del mundo del Islam bajo la
vigilancia del «contraespionaje» de los «señores» del correo (barid).
Será precisamente un señor del correo, Ibn Jurdadhbih (en el año 870 era
responsable de la oficina central), quien nos deje una descripción precisa de las
rutas que utilizaban dos de estos grupos. Si bien los itinerarios resultan, en algu­
nos puntos, inverosímiles e inciertos, es indudable el valor que tiene este testimo­
nio en su conjunto. Asegura que, sin duda hacia el año 840 (Ibn Jurdadhbih em­
pieza a escribir en 844), un grupo penetraba en el mundo del Islam, mientras que
se autorizaba a otro a atravesarlo en su istmo central con la finalidad de llegar
al Océano índico. El primer movimiento lleva, en efecto, a los mercaderes rusos,
de raza eslava, desde las «regiones más remotas» (precisamente las de los cazado­
res de la taiga y de la tundra) hacia el mar Caspio a través del Don, el Volga y
la capital de los Jazares. Atraviesan el Caspio y desembarcan en la costa del
Djurdján desde donde se dirigen, por caravana, hasta Bagdad y allí unos eunucos
eslavos les sirven de intérpretes. Otros mercaderes van a Qizancio por el Dniéper
y el mar Negro. Todos venden pieles, esclavos (palabra que deriva etimológica­
mente de eslavo) y armas francas (espadas fabricadas con técnicas superiores),
así com o sus propios servicios. Estos rusos no hacen, evidentemente, más que
prolongar el amplio movimiento hacia el este de los varegos. Se trata, sin duda,
de eslavos conducidos por escandinavos e Ibn Jurdadhbih precisa que son cristia­
nos. En otras circunstancias el itinerario dejará de ser comercial para convertirse
en ruta de invasión: entre los años 864 y 884, y más tqrde en el año 909, en 913,
en 943, en 969, y en 1030-1032 los rusos franquearán el Cáucaso o atravesarán
el Caspio para atacar el Tabaristán y el Adharbaydjan, llegando a ocupar la capi­
tal de este último. Como puede verse, el comercio resulta inseparable del pillaje.
Puede observarse que los pueblos turcos del Yolga, jazares y búlgaros (estos úl­
timos acuñaron, no obstante, monedas bastante abundantes que imitaban las mu­
sulmanas) no desempeñaron el papel de intermediarios que la geografía parecía
reservarles. Este gran movimiento de hombres en compañía de sus mercancías
atestigua la irregularidad de las transacciones y su carácter rudimentario lo que
está de acuerdo, a fin de cuentas, con los altos precios que se pagan.
El movimiento de los judíos «radhaníes» constituye un tema más importante
y muchos más discutido por los historiadores, que han llegado a negar la misma
autenticidad del texto, convirtiéndose en el núcleo central de un debate. Durante
mucho tiempo se ha querido ver en el relato de Ibn Jurdadhbih la prueba de la
especialización comercial de la comunidad judía y, en fecha más reciente, la de
su supremacía en unas rutas que estaban abiertas a todos. Ambas posturas deben
descartarse y, si bien hay que aceptar que ciertos detalles del itinerario indicado
por Ibn Jurdadhbih provienen de una «contaminación» con otras rutas, en con­
junto debe admitirse que revela un episodio breve pero significativo. Estos mer-
2 68 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 2 69

caderes judíos, políglotas (hablan persa, griego, árabe y las lenguas francas, espa­ nombre de °rigen iraquí, con el que se designe una familia o una pequeña co^ «-
ñolas y eslavas) traen de Occidente eunucos, esclavas, muchachos, seda, pieles y nidad, hay sido conservado por un grupo inmigrado o englobado por la conquista
espadas. Se embarcan en el país de los francos, en el mar occidental (queda, por en el imperio franco. Este grupo pudo conservar el uso del árabe y del persa
tanto, excluida Narbona y debe tratarse de uno de los puertos oceánicos del im­ (indicio revelador de la verosimilitud de la hipótesis) y aprovechar su carácter de
perio carolingio), franquean el istmo de Suez.entre Farama (la esclusa) y Qulzum - bisagra o puente y de la indefinición de su estatuto jurídico para lanzar operacio­
(Suez), llegan a los puertos de la península arábiga, al-Djark y Djidda y, final­ nes comerciales que resultan inauditas desde un punto de vista comercial pero
mente, a la India y la China. El regreso, en este primer itinerario, lo efectúan que, sin duda y tal como hemos visto, eran bastante normales para los mercade­
siguiendo el mismo camino, provistos de especias y plantas aromáticas. Una va­ res del Dar al-Is11im. Puede pensarse, evidentemente, en los judíos de Narbona,
riante pasa por Antioquía y llega al Éufrates, a Bagdad y al puerto de Ubulla reconquistada por Carlomagno, cuyo prestigio se mantuvo muy alto en los siglos
para acabar en las mismas regiones del Extremo Oriente. Una tercera ruta parte sucesivos pero nada lo confirma y las relaciones de los radhaníes con España pue­
de al-Andalus y del país de los francos y pasa por Tánger, el Süs, Ifríqiya, Egipto den explicarse mediante el itinerario oceánico, mencionado por Ibn Jurdadhbih,
y Siria. Finalmente, la cuarta ruta, avanza «por detrás de Bizancio» y por el país que pasaba por Gibraltar. Pero, en su conjunto, la Rádhániyya, que no tuvo su­
de los eslavos, llega a la capital de los jazares y penetra en el mundo islámico cesores, corresponde a la expansión del imperio carolingio. Se extingue con la
por el Djurdjan. A través de Balj y la Fargana, llega a China. crisis —invasiones normandas y reanudación de la ofensiva musulmana hacia la
Es probable que Ibn Jurdadhbih haya unido, en su descripción de las rutas Provenza — pero anuncia en gran medida las características del gran comercio del
radhaníes, varios segmentos de itinerarios que, en un principio, eran indepen­ siglo x i : papel de las minorías y del mar Rojo y desarrollo de las rutas samaníes
dientes. El paso por Marruecos y Túnez parece, de manera particular, haber sido hacia la India.
añadido para completar y no se relaciona con el conjunto. Muchos otros elemen­
tos, en cambio, concuerdan perfectamente con informaciones que tenemos docu­
mentadas por otras fuentes. Hacia el año 825 Luis el Piadoso concedió privilegios Elaboración de un modelo de sociedad
comerciales a unos mercaderes judíos llamados Donato, Samuel, Abraham de
Zaragoza, David y José de Lyon y, de forma paralela, según Ibn Jurdadhbih los El mundo cabbasí nos aparece como el heredero directo-del Dar al-Isiam ome­
radhaníes regresaron «junto al rey de los francos». El hecho de que no se mencio­ ya. La estructura del mundo antiguo se encuentra aún en pie, la capital absorbe
ne Alejandría en el itinerario se corresponde con la etapa en la que este puerto las disponibilidades monetarias que proporciona un aparato fiscal eficaz, el poder
quedó relegado por ser la sede de una república de corsarios. El paso de una permanece indiscutible, tanto el del Estado como el de su clase administrativa,
ruta «por detrás de Bizancio» se encuentra confirmado por la existencia de una principal beneficiaría de la redistribución social del impuesto, pero capaz también
hilera de tesoros - e n su mayoría algo más tardíos, del siglo x, que contienen de aspirar, como por capilaridad, la fortuna y el prestigio de las viejas aristocra­
monedas samaníes y búlgaras— en Galitzia y Bohemia. En el año 973 el andalusí cias transmitidas por herencia familiar o surgidas de la guerra. Una lista cerrada
al-Turtüshí encontró, en Maguncia, especias indias y dirhemes sfunaníes fechados y jerarquizada, bien delimitada por la memoria de los síndicos de las familias pri­
en el período 913-915, lo que constituye un buen indicio de la existencia de esta vilegiadas, pero provista de una apertura que permite el ascenso de los esclavos
ruta. Queda aún una duda acerca de la apertura precoz del mar Rojo y, de ma­ mediante el parentesco adoptivo. Las luchas de facciones en el seno de los estra­
nera particular, que ésta resultara accesible a grupos minoritarios como los ju­ tos más abiertos y más cambiantes de esta clase privilegiada expresan las tensio­
díos: observemos, simplemente, que en el año 950 Buzurg encuentra en el océano nes para lograr el poder, o sea la fortuna. La dislocación del ejército árabe y de
Índico a un mercader judío, un dhimmí, que disfrutaba de la «paz califal» mucho su aristocracia de grandes linajes deja que compitan entre sí letrados y oficiales.
antes que los comerciantes de la Genizá. Puede, por tanto, considerarse que los Estos dos grupos están constituidos, por una parte, por los técnicos de la belleza
itinerarios son verosímiles así como aceptar la lista de productos mencionados. del lenguaje y de la caligrafía y por los administradores fiscales distinguidos y,
Sólo queda por identificar quiénes son los radhaníes. ' por otra, por profesionales ambiciosos nacidos en las capas sociales m,ás modes­
En ellos se ha querido ver a judíos oriundos del mundo musulmán ya que tas, más remotas, y en los lugares más miserables: se trata, en último término,
Radhan es el nombre de un distrito del Sawad, situado al este del Tigris. Esta de los esclavos turcos y jazares. La competencia y los conflictos no oponen, sin
etimología resulta decisiva y debe descartarse la que recurría al persa Rah-dar embargo, a los grupos sociales sino a las facciones, que son alianzas móviles y
(‘el que conoce los caminos’) o la que, de manera fantástica, pretende relacionar momentáneas.
a los radhiiníes con el Rhodanus o Ródano. Pero el texto atestigua de manera El pueblo musulmán, ahora sólidamente constituido gracias a la conversión
explícita el carácter europeo de estos mercaderes judíos que aparecen como «ju­ masiva y la aculturación de las minorías, unificado por la circulación de la ense­
díos del rey». No obstante, si aceptamos que este comercio aventurero y marginal ñanza y su normalización, parece excluido de la vida política, dominada por la
tiene un carácter particular y que establece una relación azarosa y atrevida (aun­ autocracia califal y por el poder real de las camarillas, así como también del po­
que se efectúe con suficiente regularidad como para que el señor del correo llame der económico. Cabe imaginarse una vida social duramente sometida a la pirámi­
la atención sobre ella a los secretarios del monarca), p'uede concebirse que un de de las clientelas, agrupadas en torno a las grandes fortunas de la administra-
270 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

ción y del círculo de los mercaderes que aprovisiona a la jassa, la élite. Todo da
testimonio de esta hegemonía que aparece traducida en imágenes arqueológicas
y urbanísticas. No obstante, una realidad social, una conciencia colectiva, un «Is­
lam horizontal» subsisten y rebrotan, hundiendo sus raíces en el modelo surgido
de la hégira. La jássa, excesivamente móvil y dislocada por las confiscaciones no
puede fundar nada auténticamente estable. La verdadera fuente de toda estabili­
dad sigue siendo el saber y la normalización de la enseñanza multiplica tanto can­
didatos como posibilidades y desestabiliza las fracciones cuya posición parece ad­
quirida de forma definitiva. Las clases populares, cuya filosofía se adapta bien a
esta revancha, oponen a esta movilidad las virtudes de la estabilidad y de la hu­
mildad. Sus esperanzas se vuelven hacia la polémica religiosa, el milenarismo y
el afecto que sienten por los nobles descendientes de que sufren en una semi- C a p ítu lo 7
clandestinidad y que estudian las «ciencias religiosas».
D e este modo la figura del «doctor» gana peso y adhesión por parte de las ¿H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ?
masas. No aparece sólo como el jefe de partido, sabio, buen filósofo y dispuesto
a levantar prontamente el estandarte de la revuelta y de la pureza. Es, también ( m e d ia d o s d e l s ig lo V I I - m e d ia d o s d e l s ig lo I X )
y cada vez más, un maestro cuyo enraizamiento en la masa se establece gracias
al contacto cotidiano, en la mezquita o en su domicilio, con los hijos del pueblo
cuya pobreza y dependencia comparte en gran número de casos. La cámma, el Los heráclidas ocupan el trono en línea directa entre 610 y 711, con algunas
pueblo bajo que vive sin duda aglomerado y aglutinado en tomo a los poderosos peripecias. Sii . sucesión requiere dos observaciones. En primer lugar, se afirma
del momento, protegido y explotado a la vez, encuentra, no obstante, en la eco­ en línea directa, se sustenta en la institución de los co-emperadores, asociados
nomía monetaria, en el mercado, la posibilidad de despegarse y^ de adquirir una por el so,berano reinante a su poder, pero detiene enérgicamente las pretensiones
independencia moral que contrastan con la estructura jerarquizada de las tribus de los hermanos. Posteriormente, la descalificación de los candidatos vencidos
de la primera generación de las ciudades islámicas. Al ganar poco, no descubren obedece, desde a un «código» de mutilaciones corporales que se abre
garantías ideológicas ni fidelidades afectivas en el vínculo que les une a los pode­ paso en la práctica judicial en el siglo v i e incluso ya bajo Justiniano, antes de
rosos. Pueden por ello deslizarse hacia otros señores y, sobre todo, reencuentran ser ratificada por la legislación de León 11 y de su hijo en 726. Código, ya que
su libertad en su adhesión, en un principio tumultuosa y, más tarde, secreta, a la mutilación se percibe en relación simbólica con el caso. La de la nariz está
las esperanzas revolucionarias. El milenarismo nol tiene asignada ninguna misión cargada de una significación sexual que explica su aplicación a los adúlteros de
social si no es la inversión de papeles y la esclavitud de los amos como consecuen­ ambos sexos por la legislación de 726, y significa, en consecuencia, una privación
cia lejana del retomo al modelo egalitario surgido de la hégira. Realmente, no de la potencia, una de cuyas expresiones es el poder soberano; de aquí su em­
hay modo de salirse de un doble modelo: uno realista, en el que sólo el poder pleo, en modo alguno descabellado, para descalificar a los competidores imperia­
trae consigo la riqueza y en el que el saber es una introducción al ejercicio del les a lo largo del siglo v ii .
poder, y un segundo, ideal, en el que el poder es un servicio que sólo se justifica
por el saber. La mirada, el juicio y la valoración de los criterios constituyen, en
ambos casos, el privilegio de los doctores. L a m utilación

Heraclio, casado a su advenimiento, viudo en 612, asocia a su reinado ya en


613 a su hijo Heraclio, «el nuevo Constantino». En 614, contrae una nueva unión
con su sobrina, Martina, de. la que tendrá nueve hijos. Con este matrimonio se­
guía, sin duda, una costumbre provincial, atestiguada por las condenas de la Igle­
sia y de la ley imperial en los siglos v y v . Asimismo, la transmisión del nombre
de padre a hijo, y no del nombre del abuelo o del tío, parece indicar una familia
ajena a la cultura dominante, tal vez una familia armenia, como escribe un histo­
riador armenio de la época. En todo caso, el matrimonio provoca la reprobación
pública y, tras la muerte de Heraclio y de su hijo y sucesor en 641, Martina y su
hijo Heraclonas son apartados del poder violentamente. El trono pasa a manos
del hijo de Heraclio el Joven, Constante 11 el Barbudo (641-668), luego al hijo
272 la formación del mundo medieval , 350-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 273

DINASTIAHERACLIDA Esta larga sucesión de padre a hijo, principal diferencia con el siglo v i , y prin­
610-711 cipal similitud con lo que seguirá, cuenta, en efecto, menos que los cambios terri­
toriales que modifican para siempre el marco histórico de Bizancio, y que los
Heraclioi cambios estructurales que, en el mismo momento, separan a fin de cuentas el
usurpador futuro del pasado. Sin embargo, el siglo vii, claro está, procede del VI. Este últi­
610-641
mo se distinguió ya por una serie de agresiones militares. Pero, bajo el empuje
de la oleada eslava, al norte, en pos de su asentamiento, y de los jinetes turcos
en busca de botín, bajo la reconquista justinianea al oeste, bajo la rivalidad de
•Constantino111Heraclio Heraclio11Heracionas
nietode Heraclio nietodeHeraclio Jos imperios bizantino y persa en Oriente, se perfila a partir de entonces por to­
641 641 das partes un igual valor social y cultural de la guerra. Valor que da, en cierto
i
Constante11 sentido, la clave de un siglo vii con campañas de primavera anuales, y que reúne
641-668
1 en una misma civilización a Bizancio, a su agresor balcánico, que se está estruc­
ConstantinoIVelBarbudo turando, y a su antagonista persa pronto relevado por el Islam.
I
Justlnianoi1Nariz-cortada
685-695

Persas, árabes y eslavos: el asalto


' ' tí
Tres frentes territoriales, étnicos o, a decir verdad, ya nacionales, militares en
una palabra, constituyen la historia de Bizancio en esta época, en forma a menu­
do combinada: el Oriente, del Cáucaso a Egipto; los países situados en la orilla
derecha del Danubio, Macedonia, Tracia, Grecia peninsular y las islas, y, por
último, lo que queda de la reconquista, o sea, únicamente los territorios italianos
y Sicilia.
El empuje persa había continuado, como vimos, bajo el reinado de Justino
II. Los persas toman Capadocia y Armenia en 612, Damasco en 613 y Jerusalén
en 614. Este último acontecimiento tiene una gran resonancia, dado que los ven­
cedores se llevan la reliquia de la Vera Cruz; Jerusalén es una ciudad donde co­
bran mayor relieve la escatología y el símbolo que la historia, tanto para los ju­
díos como para los cristianos de la época. Los últimos conflictos que desgarran
la ciudad aún bizantina, las reacciones opuestas de las diferentes confesiones en
el momento de su caída, están reflejados en los relatos que se sitúan en esta pers­
pectiva. En 615, los persas llegan a Calcedonia, y en 619, se apoderan de Egipto,
donde el terreno estaba preparado como en Palestina. Por otra parte, en el norte,
los eslavos entablan combates con saldo positivo en 617, al oeste de Iliria, en
de Constante 11, Constantino IV (668-685), co-emperador desde 654 y, posterior­ Tracia, en las islas y en Asia. Sitian Tesalónica. En 619, unen sus fuerzas con las
mente, a partir de 659, co-emperador con sus hermanos más jóvenes, Heraclio y de los ávaros, frente a Tesalónica todavía, y frente a Constantinopla. La capital
Tiberio. Estos comparten el trono con él hasta 681, año en que los aparta del del Imperio, la Nueva Roma, está cargada de un valor comparable al de Jerusa­
poder y les hace cortar la nariz. Su hijo Justiniano 11 reina de 685 a 695. Derro­ lén, e incluso, en realidad, más inmediato y más grande. Este hecho se apreciará
cado y mutilado de la misma manera, de donde el sobrenombre de Nariz-Corta­ mejor en el momento de un segundo sitio, unos años más tarde.
da, vuelve, no obstante, al trono en 705, con la ayuda del kan de los búlgaros, Diversas medidas traducen el esfuerzo bélico de Bizancio en estos primeros
hasta 711. En el intervalo, un general isáurico, Leoncio (695-698), marca el retor­ años de Heraclio. En 615, se empieza a acuñar una pieza de plata, el miliarision
no a escena de la belicosa provincia, con la ayuda de la facción Azul. La guerra ' o hexagramo, innovación en un sistema monetario que, frente a la plata persa,
en el mar contra los árabes provoca un levantamiento que, con la colaboración había demostrado en el siglo vi su absoluta preferencia por el oro. Pero esta mo­
de la facción Verde, sustituye a Leoncio por un comandante de la flota, Apsimar, neda no sobrevivió a los heráclidas. En 615 se aumenta el precio especial del pan
emperador bajo el nombre de Tiberio II (698-705). Árabes, búlgaros, estos nom­ dado a los scholes, fuerza armada del palacio; en 618 se suprime el viejo privilegio
bres señalan muy a las claras que las piezas colocadas en el tablero ya no son las de los panes, vinculado a la domiciliación en la capital, pues su abastecimiento
del principio del siglo VI, al que debemos volver ahora. de trigo está ahora comprometido por el avance persa. Por otro lado, el tesoro

18. — FOSSlER, I
•T }-•

274 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 275

de la Iglesia d e C onstantinopla es entregado al e m p e ra d o r p o r el p atriarca S ergio, gilidad. L a casi totalidad de su territorio hispánico es abandonado entre 616 y
y convertido en m oneda. Y en 622, sin d u d a fortalecida p o r esta aportación en 631. P e ro , sobre to d o , se perfila ya el problem a italiano de los siglos V I y viii,
m etales preciosos, Bizancio pasa a la ofensiva. H eraclio ataca Persia poniendo el de un cen tro político e histórico convertido en periférico p o r la fundación de
en m archa cam pañas de prim avera, en un m ovim iento que atraviesa A rm enia y C onstantinopla. U n problem a laten te hasta el final del reinado de Justiniano, y
se sustenta en los pueblos cristianos del Cáucaso. E n 628, las fuerzas de la ro m a­ evidente desde la invasión lom barda y el pontificado de G regorio Magno. E l
nidad se ap o d eran de la residencia real persa de D astag erd , cuyo fabuloso tesoro exarcado de R avena no puede ap o rtar a Bizancio la solución que cada vez más
es saqueado: T eófanes, que com pone su crónica a principios del siglo ix , recuerda se halla en R om a, en las m anos del papa. E n 616, un tal Juan de Conza subleva
sus riquezas: especias, sederías y tapices, adem ás d e o ro y plata. E ste mismo año, la C am pania y reivindica el p o d er, en tanto que en R avena el exarca Ju an es
el rey de P ersia es d errocado con la com plicidad d e su h ijo Shiraw , que le sucede ‘ asesinado junto a algunos otros, ta l vez a causa de un retraso en el pago del suel­
y pide la paz. El Im perio vuelve a to m ar la M esopotam ia ro m an a, Siria, Palestina do a las tropas reclutadas desde ese m om ento en la plaza. E leu terio , encargado
y Egipto, y H eraclio en tra en C onstantinopla en 629, cargado de botín. La reli­ p o r H eraclio de restablecer el o rd en , se proclam a a su vez em p erad o r, y el arzo­
quia de la Cruz es devuelta a Jerusalén en 630. El Im perio Persa parece desde bispo de R avena le envía al papa para su coronación. Es asesinado en el cam ino,
entonces abatido por su secular adversario. El Im perio de los rom anos triunfa, y p e ro el asunto tiene un valor prem onitorio.
su soberano ad o p ta p o r p rim era vez oficialm ente el títu lo de b a sile u s , del que la La lectu ra guerrera de la cronología de H eraclio es sólo la p rim e ra . L a guerra
práctica bizantina se había ap o d erad o desde hacía mucho tiem p o , pero que en no tiene lugar sin ideología. La que H eraclio com anda personalm ente es concebi­
principio correspondía al rey de Persia. Se consum aba así una secular evolución da com o una guerra santa. Tal es la versión que da la época de la identificación
q ue, en prim er lugar, había revestido el p o d e r p erso n al del em perador de los sím ­ en tre rom anidad y cristiandad, vigente a p a rtir de C onstantino. Su punto de refe­
bolos cósmicos tom ados de la iconografía y el cerem onial del m odelo iranio, y rencia es la devolución de la Cruz a Jerusalén, que concierne directam ente a H e­
que realzaba, para acabar, su propio título. raclio, cuyo hijo y sucesor, por lo dem ás, es llam ado el «nuevo C onstantino». El
P ero sólo c u atro años después de la conclusión de este conflicto, el Islam se ideal de la guerra santa se expresa en la obra del poeta oficial Jorge de Pisidia,
lanza al asalto. L a d erro ta bizantina del río Y arm fik, en 636, y la tom a de Cesa- y el discurso puesto por T eófanes en boca de H eraclio, a principios del siglo IX,
rea de C apadocia en 640, son los hechos que enm arcan la conquista de Siria. La m uestra que en este papel quedó registrado en la concieifcia histórica de B izan­
to m a de D w in en 642 constituye una cabeza de p u e n te arm en ia p ara los árabes. cio. E l com etido del patriarca se perfila entonces en la mism a perspectiva, cuando
Jerusalén cae en 638, m ien tras que P ale stin a resiste m ucho más tiem po! P o r últi­ la Iglesia se desprende de su teso ro , cuando el patriarca Sergio com parte la dele­
m o, la conquista de E gipto, iniciada en 638, acaba con la tom a de A lejandría, gación de la autoridad im perial en la capital m ientras el em perador está en cam­
sím bolo del helenism o y del Im p erio , en 642. E l califato desem p eñ a, a p a rtir de paña y, sobre to d o , a partir del decisivo episodio de 626. E ste año, C onstantino­
entonces, hasta el siglo x, el antiguo p ap el d e P ersia fre n te a B izancio, adversario pla su fre el cerco concertado de persas y ávaros. El em perador está lejos. Sergio
m ilitar, interlocutor político y cultural, y vecino territo ria l, p ero sobre una ex ten ­ hace pasear p o r las m urallas las im ágenes de C risto y de su m adre, hacia las que
sión sin preced en tes, ya que sus victorias m arítim as se a ñ ad ie to n , a p artir de crecía la devoción desde hacía varias décadas. En ese m om ento, los contem porá­
C onstante II, a la conquista te rre stre . D icho esto, la h istoria de las relaciones neos m anifiestan que se ve una silueta de m ujer desplazarse sobre estas mismas
entre las dos potencias a lo largo de este p e río d o no debe expresarse en térm inos m urallas y lanzar dardos contra los asaltantes. C onstantinopla establece ese día
de fro n tera: p o r el contrario, n o p o d ría com prenderse sin ten e r en cu en ta la fran­ un vínculo definitivo con su protectora, cuyo vestido, retirado de la iglesia de
ja que sigue abarcando de T auro a A rm en ia, pasando p o r M esopotam ia, y que, B lan q u ernas a causa de la am enaza ávara y colocado en Santa Sofía hasta 619/
definida p o r personalidades al m ism o tiem p o lingüísticas y confesionales, será el 620, e ra ya un objeto de culto. A p artir del sitio de 626 fue cantada en su honor
árbitro y el m otivo, a la vez, de los futuros conflictos. ll\ versión definitiva del him no «[qué hay que oír] sin sentarse» ( a k a th is to s ) , siem­
E n p rim er lugar, los eslavos y los ávaros continúan avanzando desde los Bal" p re presente en la liturgia griega. N ada ilustra m ejor el futuro sesgo de la cristian­
ca ñ es. La colección de' los M ila g r o s d e sa n D e m e t r io , p ro te c to r de T esalónica, dad bizantina que todo este" episodio, que se constituyó en uno de sus puntos de
n a rra un asedio de la ciudad, que hay que situar e n tre 610 y 626, a ra íz del cual, referencia. P o r o tra p a rte , Justiniano II coloca en las m onedas la im agen de Cris­
los que los bizantinos llam an en esta época «esclavenos», alcanzaron p o r p rim era to, en lugar de la cruz, sustituida, sólo bajo el m andato de T iberio II, por la an­
vez el m ar en sus características em barcaciones, hechas con u n tro n co de árbol tigua im agen de la V ictoria. La secuencia es significativa.
ahuecado ( m o n o x y la s ). E n 626, los ávaros y los esclavenos sitian juntos la capital L a u nidad de la rom anidad se m anifiesta, pues, com o la de una confesión.
p ero son repelidos. M ás ad elan te verem os la decisiva repercusión religiosa de este H eraclio, que prohíbe a los judíos el acceso a la Jerusalén reconquistada, decreta
acontecim iento en Bizancio. Señalem os aquí que sella la decadencia del p oderío su conversión obligatoria en el Im perio, lo que ninguno de sus antecesores había
ávaro en esta p arte de Iliria, p ero en cam bio no d etien e la pacífica afluencia dé osado hacer: el argum ento de la A ntigüedad que había protegido con dudosa efi­
eslavos, que se coincide en su p o n er agrupados a la sazón en form aciones de ca­ cacia el judaísm o se revela así caduco, frente a un nuevo sistem a de valores. Por
rácter tribal. Se instalan especialm ente en lo s:cam p o s, que ro d e an 'T esaló n ica. o tro lad o , los triunfos de los persas y luego de los árabes en O riente hay que
F in alm en te, en el o este, la reco n q u ista ju stin ia n e a , rev e la b a su p ro fu n d a fra­ situarlos al mismo nivel que las discrepancias provinciales que surgen a partir de
¿h a c ia u n a n u e v a b iz a n c io ? 277
276 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d i e v a l , 3 5 0 -9 5 0

los navíos árabes de lo que los cruzados llamaron el «fuego griego», mixtura in­
los siglos v y VI. Heraclio lo sabe. En 616, el patriarca Sergio comienza a elabo­
flamable y combustible incluso en el agua, compuesta de nafta, azufre y pez, que
rar, en honor de los monofisitas, una fórmula de conciliación sobre la «energía
se aventaba por medio de tubos. '
única» que mantiene unidas las dos naturalezas en la persona de Cristo. Tras al­
La lucha en el mar, y la constitución de los árabes en potencia marítima esti­
gunos éxitos con el clero de Armenia y de Antioquía, y la condescendiente aten­
mularon la profunda reorganización del sistema fiscal y administrativo de Bizan­
ción del papa Honorio, el poder central choca con la intransigencia calcedonia
cio en función de la guerra, pero de esto hablaremos más adelante. Al restablecer
del nuevo patriarca de Jerusalén (634), Sofronio, y con la de los monofisitas más
la paz en 688, Justiniano 11 acepta desplazar hacia el interior a los mardaítas ,
radicales de Alejandría, duramente reprimidos entonces por su propio patriarca,
pueblo montañés y belicoso que se interpone en el macizo del Amano entre Bi­
Ciro. Un nuevo documento, la Ekthesis, sobre la «voluntad única» de Cristo (mo-
zancio y el territorio conquistado por los árabes, protegiendo a la primera por
notelismo), publicado en 638 y aprobado por un concilio reunido en la capital, es
sus incursiones en el segundo. Deja también el Asia Menor más al descubierto ,
aceptado en Alejandría y, en cambio, rechazado por el papa Severino, y conde­
nado en un sínodo por su sucesor Juan IV. La doctrina del emperador y de su mientras que los mardaítas, transplantados a Panfilia, de donde emigrarían más
asociado frente a la del papa es también un anuncio de lo por venir, mientras tarde a Grecia, proporcionan hombres a las fuerzas marítimas del Imperio.
En los Balcanes, los asentamientos eslavos son a partir de ahora de la enver­
que el Oriente monofisita pasa durante siglos a la condición de minoría reconoci­
gadura suficiente para que se los reconozca como verdaderos enclaves, los sklavi-
da por un poder islámico. Sin embargo, el helenismo ortodoxo no se extingue
tan de prisa. En Palestina, y sin hablar de Jerusalén, muchos monasterios decaen niai de los textos bizantinos, en Mesia (margen derecho del Danubio) y, sobre
todo, en Macedoma. Desde el siglo xix se ha discutido apasionadamente en Gre­
poco a poco hasta el siglo ix , mientras que otros, como San Sabas, en el desierto
cia sobre los límites de la eslavización, por motivos de conciencia nacional. La
de Judá, se mantienen - y llegan hasta la actualidad-, al igual que Santa Catalina
en el monte Sinaí. Precisamente la península del Sinaí es objeto en el siglo vn tesis griega reconoce una densa eslavización alrededor de Tesalónica, ciudad que
tiene una función de cerrojo, y una avanzada en el oeste del Peloponeso; pero,
de una figuración mitad real, mitad fantástica que proviene de los relatos del
por el contrario, refuta la idea de una penetración duradera en Grecia central y.
monje griego Anastasio, poblados de demonios y de «sarracenos» errantes. Este
mismo autor escribe también una Guía (Hodegos) de la polémica calcedonia con­ el este del Peloponeso, así como en toda la Tracia. Este último territorio es, por
su parte, objeto de transferencias de población que son un instrumento habitual
tra los monofisitas.
del poder bizantino, como se vio en relación con la última parte del siglo VI. De
hecho, hay que distinguir entre población y cultura, pues el verdadero problema
es el de la aculturación de los eslavos. La arqueología y la toponimia, que son
Resignación y balance en el Este
aquí indispensables, casi no permiten, por el momento, una exacta cronología.
Bajo el mandato de los sucesores de Heraclio continúa la puesta a punto del Los textos mencionan importantes conflictos, es evidente: incursiones que se ex­
nuevo mundo, El Islam sigue cosechando triunfog\ a los que contribuyen los ante­ tienden hasta Epiro y el Taigeto, piratería, desembarcos en las islas del archipié­
riores contenciosos con el poder central de Bizancio y las particularidades de la lago y, sobre todo, la serie de ataques contra Tesalónica, cercana y codiciada.
periferia. Así pues, los árabes progresan desde Egipto a través de la Cirenaica y En 658, Constante 11 pone en marcha, para liberarla, una verdadera guerra de
la Tripolitania, y llegan en 647 al África bizantina, mientras que en 642 la disiden­ pacificación contra los islotes eslavizados. El cronista Teófanes emplea por prime­
cia de un jefe armenio les abre el país, que es conquistado por completo en 654. ra vez, a esta altura de su relato, el término sklaviniai para designarlos. En 689
Se instala en Dwin una administración musulmana; de hecho, la dominación ára­ todaVIa, Justiniano 11 conduce una expedición contra los eslavos de Macedonia ,
be se limita a exigencias fiscales y militares que dejan intacta, en virtud de un en la que instala un contingente para custodiar el paso del Estrimón, mientras
tratado firmado en 653, esta sociedad guerrera, aristocrática y cristiana. Pero so­ que una parte de su población es deportada al Asia Menor para reforzar la defen­
bre todo la guerra musulmana es llevada a partir de ahora al mar, gracias a los sa contra los árabes. Por lo demás, las últimas décadas del siglo abren una nueva
puertos, a la madera para construir barcos y a los hombres de las costas conquis­ etapa en la historia de los eslavos de las tierras balcánicas.
tadas a Bizancio, Siria fundamentalmente: la primera flota árabe se construye en En efecto, están marcadas por un acontecimiento decisivo, el nacimiento del
Trípoli de Siria en 645. Rodas se pierde en 654. Chipre sigue siendo motivo de primer Estado búlgaro, o mejor dicho, del primer reducto de poder reconocido
rivalidades. En 659, las dificultades internas del califato conducen a la firma de por Bizancio como interlocutor en el frente balcano-danubiano. Procedentes de
un tratado de paz, que le impone incluso un tributo en sueldos de oro. Después la misma matriz turca que los hunos y los ávaros, tal vez emparentados con los
prosiguen las hostilidades, por un lado en África, y por otro, y sobre todo, en el hunos utrigures y cutrigures de principios del siglo VI, los búlgaros, o más exacta­
mar. Bajo el reinado de Constantino IV, la flota árabe, ya familiar en el Egeo, mente una de sus ramas, hostigan la orilla izquierda del Danubio , en el umbral
se lanza al asalto de Constantinopla. Penetra en el Helesponto en 673 y, desde del Imperio, ya en el reinado de Heraclio. Al igual que las etnias del mismo ori­
Cízica, bloquea anualmente la capital en la temporada de navegación (abril-se­ gen, presentan el aspecto de una élite de guerreros a caballo , con una cultura
tiembre), para retirarse finalmente en 677. Otros reveses obligan al califato a ne­ que deja ver influencias siberianas e iranianas, conducida por un kan cuyo poder
gociar. La réplica bizantina debió una parte de su eficacia a la utilización contra es hereditario. Participan en el sitio de 626. Hacia 635, el búlgaro Currat se suble-
F
!!
278 la form ació n d el mundo m ediev al , 350-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 279

va cOntra la autoridad ávara, lo que le vale el título de patricio otorgad° por pues, aunque de tradición latina, el portavoz de la ortodoxia era allí un griego,
HeraClio, junto con diversos presentes. La hora de los ávaros ya ha pasado en Máximo el Confesor, nacido en una gran familia de Constantinopla hacia 580,
los Balcanes, y suena ahora la de los búlgaros. En 679, el kan Asparuc cruza el primero alto funcionario de la capital y luego monje. Establecido en Cízica, lleva­
D anubio bajo el empuje de los jazares, otro pueblo turco del que v° lverem°s a do después hacia Africa y Egipto por los peligros de la época, se consagra a la
hablar. Al establecer sus tribus entre el río y los Balcanes, se halla a partir de lucha contra el monofisismo, y más tarde contra el compromiso monotelita.
entonces en un territorio muy eslavizado, en el que los búlgaros serán una mino­ Como alna del concilio romano de 649 comparte el arresto y la condena del
ría dirigente. Posteriormente, en 681, firma un acuerdo con C o n sta n te IV que papa. Acaba su vida exiliado en Lázica en 662, con la lengua y la mano derecha
le reconoce autoridad sobre este territorio, oficialmente del Imperio, la antigua cortadas. Máximo el Confesor se convirtió en un importante punto de referencia
proVincia de Mésia, mediante el pago de un tributo. Bulgaria, como la designan de la Iglesia griega y fue en su tiempo una figura premonitoria de la posición que
ya los autores bizantinos, ocupa desde ahora su lugar en la de esta parte la Iglesia monástica de Bizancio tomará a lo largo del siglo ix contra la integra­
del mundo medieval, entre Bizancio y los países bárbaros, en la otra orimi del ción política de la Iglesia patriarcal y, por consiguiente, en favor de la obediencia
gran río del que tiene en su poder un extremo. La capital está en Plisca donde romana. Italia vuelve a ser el centro de gravedad de la política imperial cuando
las excavaciones han revelado una civilización característica aún del mundo uralo- Constante II abandona Constantinopla y se instala en Siracusa en 663, hasta su
altaico, y marcada como otras por influencias iranias: una escritura, aún misterio­ asesinato en 668, tras haber atravesado el sur de la península, bajo la dominación
sa; símbolos solares, amuletos con dibujos de animales; jinetes con arco, así como lombarda, y ser acogido por el papa en Roma. Este desplazamiento está dictado
la imagen de un chamán con sus campanillas, hechicero tradicional de la estepa tanto por las dificultades en la capital como por la amenaza de los árabes de Áfri­
siberiana. El kan recibe su poder de un dios celeste y reside en un paterna rodea­ ca sobre las posesiones italianas de Bizancio. Conduce al emperador a jugar la
do de sus dignatarios. Desde 705, el kan Tervel, hijo de A sparuc, interviene en carta ravenesa: el arzobispo de Ravena obtiene de él la independencia (autocefa-
los asuntos imperiales, ayudando a Justiniano 11, refugiado a su lado, a reconquis­ lia). La ruptura entre Roma y Ravena se acaba, al menos formalmente, en 680,
tar el trono que había perdido. Recibe en recompensa el ttato de César. La acul- fecha en la que Constantino IV convoca en la capital el VI concilio ecuménico,
turación está en marcha desde el siglo vni, tanto por la cohabitación con los es­ que abroga las propuestas monotelitas, y en el que toma parte el papa Honorio.
lavos como por los contactos con Bizancio, cuyos frutos podrán verse en el siglc> Pero la historia camina hacia una separación. En 692., Justiniano 11 convoca
rx. Por último, los búlgaros son desde ahora seguidos por otro pueblo turca los un concilio «bajo la cúpula (del palacio)» (en Troullo), de una importancia capital
jazares, que alcanzan el mar Negro, hacia 679, y, por otra parta Crimea. Ocupan en la historia de Bizancio y de su posteridad. En efecto, después de los concilios
desde entonces el curso medio del Volga. Justiniano II, expulsado de su trono,. dogmáticos de 553 y 680-681, los participantes se reúnen para poner a punto la
encontrará apoyo en ellos al casarse con la hermana de su kan. La hora de los disciplina, convertida desde entonces en el fundamento de la organización cristia­
jazares llegará en el siglo v i . na de Bizancio, como resultado de la evolución canónica anterior. Se inspira en
la coyuntura obsidional en que la Nueva Roma se siente desplazada por el Islam,
por los eslavos y los búlgaros aún paganos, desafiada en su propio seno o en sus
Alejamiento e incomprensión en el Oeste márgenes por los judíos, por los armenios, por la fidelidad colectiva a los viejos
ritos y a las viejas fiestas, pero también por el brote incontrolado de la invención
La cuestión occidental es entonces cada vez más una cuestión italiana y pon­ cristiana. El matrimonio recibe una reglamentación que permanecerá después in­
tificia. Hemos visto cómo la conquista árabe, con su preludio perca había des­ mutable: formalización de un sistema de prohibiciones a causa del parentesco o
prendido del imperio de Constantinopla regiones que su cultura tendía a disociar la alianza, así como del parentesco espiritual nacido del bautismo, que el concilio
en cualquier caso. La misma evolución se producirá en el Oesmi en esa Italia lieva mucho más allá del esbozo justinianeo; autorización para mantener un vín­
que sigue siendo hasta el final el Occidente de Bizancio, y proseguirá mida la culo conyugal anterior en el caso de los que se hacen sacerdotes, pero prohibición
ruptura de 1054. La secesión de exarcas, Gregorio en Africa en 646, Maurido y en cambio para los que acceden al episcopado; ésta es sin duda una de las razo­
Olimpo en Italia en 642 y 650, ofrece la traducción militar y política de este mo­ nes, aunque no la única, que explicarán más tarde el reclutamiento esencialmente
vimiento centrífugo, tanto más irresistible cuanto que es respaldado por la pre­ monástico del episcopado bizantino. La clericatura, y sobre todo el sacerdocio,
sencia del poder pontificio, que cobra gran importancia desde GrcgOTto Magno son objeto de prohibiciones, algunas de las cuales no son nuevas, como el présta­
y el final del siglo Vl. El papado rechaza la Ekthesis de Heraclio y no acepta mo con interés, la explotación de una taberna, la asistencia a los espectáculos y
tampoco el Typos de Constante II en 648, que declaraba acabada la discusión al hipódromo, tachada de paganismo; se hace alusión también al delito de simo­
sobre la propuesta de Heraclio. El papa Martín I condena el Typos en el sínodo nía y al de la venta de la eucaristía. Otros cánones revelan la seducción que con­
de Letrán, en 649, y este rechazo es respaldado por el exarca Olimpmi que se tinuaba ejerciendo el modelo judío de sacerdocio, fundamentalmente entre los
proclama emperador. Pero cuando éste encuentra la muerte en Sicilia en 652, en armenios, que le confirieron un carácter hereditario, y que lo honraron con ofren­
la guerra árabe, el papa es detenido en la iglesia de Letrmi, lievado a Constanü- das de carne cocida con este fin. El concilio manifiesta una gran preocupación
nopla, juzgado y exiliado en Querson. Recibió el apoyo de la Iglesia de Afrtea por separar los sacerdotes de los laicos., y al mismo tiempo por hacer -que. estos
% f •
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 281
2 80

últimos cumplieran con los tiempos litúrgicos y la asiduidad dominical. Al igual -h- fuerzas, a través de las grandes circunscripciones militares y administrativas, de­
que mantiene la prohibición escrituraria de consumir sangre, proscribe, conforme t: nominadas themas, que aparecen desde las últimas décadas del siglo v ii , como
a una antigua tradición, todo contacto con los judíos: tomar parte en su comida explicaremos más adelante. León tiene a su cargo el thema de Oriente (Anatoli-
pascual, frecuentar su baño, cohabitar con ellos, consultarles en caso de enferme­ kon), y recibe ayuda de Artavasdos, comandante del thema armeniaco y armenio
dad. Pero, sobre todo, sus cánones sacan a la luz una doble tensión, vigorosa, él mismo a juzgar por su nombre; lo convertirá en su yerno tras la victoria. Con
#- él llega, pues, al poder el sector clave del frente.oriental, de donde él mismo es
contradictoria sólo a primera vista. Por un lado, condena la fidelidad a los viejos
ritos y fiestas: calendas de principio de año, mascaradas de tipo carnavalesco, oriundo, ya que nació en Germaniqueia. Su descendencia masculina conserva el
culto a Dionisos, juramentos «a la manera helénica», es decir, pagana. Por otro, trono hasta 797. Su hijo Constantino V le sucede en 741, después de haber sido
se enfrenta a las formas libres, y por tanto, al menos, sospechosas, de la práctica asociado al Imperio a partir de 720, a la edad de dos años. En 741-742 impide
cristiana. La prohibición hecha a los laicos de predicar y enseñar, la de bautizar un intento de usurpación por parte de Artavasdos, respaldado por los themas de
en un oratorio particular, así como la de la vida errante de los monjes, se sitúan- Opsiquion y el armeniaco; por su parte, Constantino, cuenta con la fidelidad de
en esta tradición. Precisar que un laico no puede administrar la comunión, que los themas de Oriente y de Tracia. Constantino V reina hasta 775. Casado en 733
un recluido debe acatar un noviciado monástico, significa reconocer el hecho de con la hija del kan de los jazares, bautizada con el nombre de Irene, tiene tres
una cristianización cada .vez más difícil de someter al poder normativo de la Igle­ hijos de ella, entre los que se cuenta su sucesor, León IV; después tiene otros
sia, pues es cada vez más profunda. Por otra parte integra, como acabamos de hijos, fruto de una tercera unión. León IV, asociado a su padre desde 750, reina
decir, elementos del calendario antiguo reducidos de tal manera a lo esencial para de 775 a 780. Se casa con una ateniense, también llamada Irene, y le sucede su
la conciencia colectiva que atravesaron los siglos hasta llegar a la práctica griega hijo Constantino VI. La lucha de este último con su madre y la acción de ésta
y balcánica de nuestros días. La costumbre de dar la comunión a los cadáveres, tienen tanta relación con toda la historia interna de la época que no es posible
y la de servir al día siguiente de la Navidad el plato de sémola de la parturienta extendernos aquí sobre ello. La dinastía isáurica llega de hecho a su fin cuando
manifiestan idéntica integración. Pero esos hacedores de milagros, esas adivina- ella lo hace cegar en 797, aunque la propia Irene se mantiene en el poder hasta
■ doras, esos exhibidores de osos, esos locos de Dios, auténticos o fingidos, de los 802.
que se hace mención en las prohibiciones de 692, atravesaron, de hecho, los siglos
de Bizancio, como lo muestran los comentarios de los grandes canonistas del siglo
xii, especialmente Teodoro Balsamón. La guerra, siempre la guerra
En todas estas disposiciones, el concilio no tiene en cuenta el contencioso con
Roma o, más bien, se afirma independiente de él. Se define como la co n tin u a rá La guerra bizantina del siglo v iii es conducida por los propios emperadores,
del VI concilio ecuménico de 680-681, pero de hecho decide sobre cuestiones es­ Constantino V en particular. Tiene lugar contra los búlgaros, en el bajo Danubio
pecíficamente orientales, y además otorga a Constantinopla el mismo rango que y en el frente tracio, y contra los árabes, en el mar y en un sector terrestre que
a Roma. Esta última rechaza la costumbre del matrimonio para los clérigos y no concentrará a partir de ahora los enfrentamientos hasta el siglo x:r. Bloqueado
acepta hasta 721 la extensión del impedimento de matrimonio a causa de paren­ por Mehtene (Malatia) y sus alrededores, este último está protegido al sudoeste
tesco por el bautismo. Sin embargo, la situación de 649 no se repite, el arresto por el macizo del Tauro, al norte de Tarso, y al noroeste por las primeras estri­
del papa Sergio fracasa, las milicias de Roma y del grupo ravenés se unen para baciones de Armenia. Es, en una palabra, el viejo país monofisita y, más al sur,
defenderlo. El papa Constantino hace una visita oficial a Constantinopla bajo el nestoriano, a partir de Edesa, constituyendo, como hemos visto más arriba, un
segundo reinado de Justiniano II, y se llega a un compromiso. Sin embargo, a paso entre Bizancio y la Persia sasánida. La propia Armenia, dominada por los
pesar del vigor del helenismo romano en los siglos vii y vm, este sosiego es pro­ linajes que poseen la tierra, las armas y el sacerdocio, supone desde mediados
visional y la fisonomía de las dos Iglesias es cada vez más distinta. del siglo v ii un punto de conflicto entre Bizancio y los árabes, consciente de su
valor estratégico. Por último, los jazares, a los que se vio aparecer tras los búlga­
ros en el siglo precedente, constituyen entonces un Estado apoyado sobre el Vol-
H acia el «I m per io de O r ien te » ga y el Caspio, y limitado por el Don y el Cubán. Los jazares contribuyen a fijar
el límite caucasiano del Islam. Dirigen los itinerarios comerciales importantes,
Justiniano II es el último de los heráclidas; su hijo Tiberio, aún niño, es dego­ por los que, sin duda, la influencia judía alcanza al kagan y a sus allegados ya en
llado cuando él mismo es derrocado por segunda vez, en 711. Se suceden enton­ 740, antes de atraerse su adhesión. La ayuda que prestan a Filípico Bardanes y,
ces algunos años de competición por el trono, en la que resultan triunfadores, más tarde, al matrimonio de Constantino V manifiestan que son en ese momento
cada uno en su momento, Filípico Bardanes, un armenio (diciembre 711-junio una potencia con la que se cuenta en esta parte del mundo.
713), Artemio, coronado con el nombre de Anastasio II Uunio 713-agosto 715), Los árabes ponen la mira en la capital del Imperio. El ataque por tierra y por
Teodosio HI (715-717).y por último León III, proclamado el 18 de abril de 716 mar, que bloquea la ciudad en 717-718, es repelido con la colaboración de los
y coronado el 25 de marzo de 717. Cada uno de estos hombres se apoya en otras búlgaros; será el último. Pues aunque la ofensiva árabe prosigue en 726 con sus
282 la formación del mundo medieval, 350-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 283

asaltos anuales, es 'frenada bruscamente en 739 por la ofensiva bizantina cerca de provinciales y fronterizas, sedentarias y locales. Volvemos a encontrar el ejército
Afión Karahisar, y la flota egipcia es aniquilada por largo tiempo en el mar, a la central bajo la forma de cuerpo de tropas (del griego tagmata). La palabra thema
altura de Chipre, reconquistada én 747. En 746, Constantino V entra en Siria y designa a partir de entonces tanto la fuerza armada provincial como su circuns­
recobra Germaniqueia. La siguiente década es significativa. Armenia se rebela cripción. D e este primer sentido de «circunscripción militar» procede el sentido
contra los árabes en 751: el emperador recupera y destruye Teodosiópolis y Me- administrativo, de manera comprensible para una época en que la sociedad bizan­
litene e instala la población en Tracia en 755, con el evidente propósito de debi­ tina está totalmente abocada a la guerra. Por lo demás, la organización interna
litar la zona más crítica del Asia Menor y reforzar la frontera balcánica; a conti­ es flexible, dictada por las circunstancias, y sujeta a modificaciones y, sobre todo,
nuación, rehúsa pagar a los búlgaros un tributo que había concedido previamen­ a divisiones. D e los themas más antiguos, y más importantes, hay testimonios des­
t e con lo que vtielve a estallar la guerra. En 755, los búlgaros alcanzan los acce­ de el final del siglo VI: Asia Menor, corazón del Imperio, está dividida entre el
sos a la capital, pero los bizantinos vuelven a sacar ventaja y la población despla­ thema de los armeniacos al nordeste, nacido, según parece, entre 669 y 692; el
zada contribuye a las fortificaciones. En 758, es aplastado un levantamiento esla-. , de los anatólicos (es decir, de Oriente), más o menos de la misma época, y simé­
vo en Tracia y en Macedonia, y los eslavos son a su vez transportados al Asia trico al sudoeste; el Opsiquion, ampliamente extendido al norte, frente a Cons­
Menor. El combate se extiende también al mar Negro. En 773, la flota bizantina tantinopla; el thema de Tracia, que se separa de él entre 680 y 685, a raíz de la
remonta el Danubio y el kan Telerig se somete. Pero estos datos aislados no de­ invasión búlgara. A 732 pertenece el primer testimonio de un estratega del thema
ben llevar a error al lector: no se trata de una lucha ofensiva o defensiva de Bi- marítimo de los Cibirreotas, en donde Attalia (Andalia) se convierte en la prin­
zancio para conseguir la paz, sino de un movimiento de sociedades coetáneas, cipal ciudad.
donde la guerra, cualesquiera que sean sus motivaciones explícitas, es una activi­ Las fuerzas marítimas están organizadas sobre el mismo modelo. Para empe­
dad común. Y, por cierto, no es la única forma de las relaciones internacionales, zar, un mando general tiene bajo su jurisdicción, en el último cuarto del siglo vil,
dejando incluso de lado la cuestión italiana y pontificia, que se ventila, al menos la flota de karabisianoi (del griego karabi, navio), reclutada por Bizancio para ir
teóricamente, en el interior del Imperio. Los tratados, el matrimonio jazar de contra la flota árabe. Pero se revela impotente en el momento del sitio de Cons­
Constantino V y el matrimonio bizantino del kan Telerig, bautizado en Constan- tantinopla en 717, además de haber respaldado a Artemio-Anastasio en la com­
tinopla en 777, así como los artesanos que parten de Constantinopla para la cons­ petencia por el trono. Victorioso, León III la suprime. Dpsde entonces, las fuer­
trucción de la mezquita de los omeyas en Damasco, son una buena muestra de zas marítimas de Bizancio comprenden por una parte una flota imperial, que cus­
la alternancia y de la ambigüedad de las relaciones, pero sobre todo sitúan la todia Constantinopla y los estrechos, desde las bases de Abidos e Hierón, y está,
guerra, entre otras prácticas, en la acción progresiva y duradera que pone en su . asimismo, encargada de las expediciones ofensivas, y por otra parte flotas provin­
lugar a los pueblos y los Estados de esta historia. En el interior, la guerra aparece ciales, a manera de guardacostas, entre las que las flotas themáticas reciben ayu­
como un motor social; las transformaciones en marcha dan buena prueba de ello. da de los themas marítimos como el de los Cibirreotas, los del Egeo y el Dodeca-
neso (‘las doce islas’) a finales del siglo rx, y los de Samos y Quíos a finales del
siglo x. El siglo ix y la primera mitad del x señalan el apogeo del sistema de
Nuevas estructuras para un nuevo Imperio themas. Las grandes circunscripciones de un principio son progresivamente dividi­
das. A mediados del siglo x, la importancia estratégica de la frontera oriental
A lo largo de los siglos VI-VIi un haz de transformaciones sociales y culturales favorece una nueva concepción: a los themas «grandes» o «romaicos» del interior
consumaron esta separación entre dos épocas de Bizancio que perfilaban ya las se oponen entonces los themas «fronterizos» o «armeniacos», reducidos a una for­
últimas décadas del siglo VI. Sobre el telón de fondo de los movimientos eslavo- taleza con su territorio. En el thema todos los poderes están en manos del estra­
búlgaros y árabes, y de la coyuntura contemporánea, estas transformaciones se tega hasta el declive de la institución. Desde finales del siglo x,_ el estratega tiende
revelaron tan fundamentales como mal documentadas por las fuentes escritas, a estar subordinado militarmente al duque, que manda los tagmata en todo un
hasta el momento efi que se las observa -constituidas en sistema de una sociedad sector de la frontera; por otra parte, la autoridad judicial de un juez pretor tiende
desde ahora diferente, en los primeros años del siglo IX. Su origen, su sentido, y igualmente a distinguirse de la suya. En el curso del siglo ix , el sistema queda
a veces su cronología, han sido, en consecuencia, discutidos con acritud. . anticuado. Planteaba, evidentemente, un problema de financiación y de recluta­
En primer lugar, la organización administrativa. La concentración de todos miento, que no es otro que el de las relaciones entre la guerra y la sociedad a lo
los poderes civiles y militares en las manos de un solo administrador no era des­ largo del período.
conocida en el siglo VI, en que Justiniano lo había decidido para las provincias, En la fiscalidad instaurada por Diocleciano y siempre en vigor, el abasteci­
difíciles de las montañas del Asia Menor, y constituía el principio mismo de los miento de los hombres que prestan servicio militar, asi como los gastos de su
exarcados de Italia y África. A partir de Heraclio, oscura y progresivamente se equipo, representan cargas fiscales que pesan esencialmente sobre los campos,
desarrolla el sistema de los themas (del griego themata), a cuya cabeza un estra­ mientras que las conmutaciones en moneda permiten el reclutamiento de merce­
tega reúne todos los poderes. El sistema militar en vigor des.de Diocleciano com­ narios, a los que se añaden los bárbaros federados, es decir, firmantes de un. pac­
prendía un ejército m óvi, mandado por el poder central (comitá'tus), y tropas to de establecimiento en territorio bizantino, especialmente en las fronteras. -El
2 84 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

sistema se reveló insuficiente para satisfacer las necesidades del Imperio, tenien­
do en cuenta los territorios perdidos, el constante y primordial esfuerzo bélico,
y la evolución técnica, e inevitablemente social, que concedía el más importante
papel estratégico a los jinetes acorazados, los más costosos de los combatientes.
En una fecha que nos es difícil precisar, sin duda antes del final del siglo vm , los
contribuyentes son clasificados en «civiles» y «militares», y son inscritos en dos
registros diferentes. El aprovisionamiento directo de reclutas y de equipo tiende
a convertirse en la obligación específica de los contribuyentes «militares». Toda­
vía en los primeros años del siglo ix, el emperador Nicéforo I (802-811) toma
medidas que su contemporáneo, el cronista Teófanes, considera como vejatorias;
y que constituyen, de hecho, la conservación de-soluciones tradicionales o, mejor
dicho, antiguas: la solidaridad de la comunidad aldeana con respecto al armamen­
to de los reclutas del lugar es la aplicación de un principio ya enunciado en leyes
a inicios del siglo v; el préstamo impuesto a los armadores más ricos para la cons­
titución obligatoria de un dominio evoca la financiación por Trajano de la caja
alimentaria que creó. De hecho, en el curso del siglo ix, la obligación de servir,»
y de equiparse a este fin, aparece reservada a las «casas militares», familias de
propietarios de un alodio cuya tierra, «militar» también, es desgravada a este
efecto: la Vida de Eutimio el Joven, cuya muerte se sitúa en 898, se refiere a él
como el hijo de uno de estos propietarios de alodios. El principio es también an­
tiguo, es el mismo que había justificado la exención de los bienes de la Iglesia en
razón de su labor benéfica en los siglos v y vi, e incluso, desde igual época, el
de los patrimonios de los limitanei, los soldados acantonados en las fronteras..
Pero los «militares» de los que tenemos testimonios a partir del siglo IX están
dispersos por todo el Imperio, o más exactamente, por todos sus themas.
El reclutamiento marítimo implica, por su parte, una especialización que jus­
tifica el llamamiento a las poblaciones costeras, sobre todo, en esta época, a los
mardaítas del monte Amanus, desplazados a Panfilia por Justiniano II. La unidad
de combate es el dromon, barco estilizado, movido a remo, capaz de transportar
de 100 a 200 hombres, y equipado desde entonces con fuego griego. La financia­
ción de las flotas de los themas marítimos no está aún aclarada, aunque cabe su­
poner que se basaba en el mismo principio de bienes especialmente exentos. Lá
tendencia al reclutamiento de mercenarios se pondrá también de manifiesto cuan­
do se recurra a los marinos rusos.

El nacimiento de una nueva sociedad: guerreros y campesinos

El reclutamiento de combatientes para los ejércitos de tierra plantea el más


importante de los problemas de la historia social. Las Vidas de santos del siglo
ix, los tratados tácticos de los siglos ix al x, y la evolución legislativa de los siglos
ix y xi los muestran como una categoría social diversificada por la desigualdad
de sus bienes y, en todo caso, como combatientes a caballo, cuya figura militar,
y en consecuencia social, evoca más bien a sus coetáneos de los capitulares caro-
lingios. La evolución del grupo de guerreros en este período de la historia de
Bizancio constituye una cuestión esencial y difícil. La institución de los bienes
militares no cubre todo el reclutamiento ni la financiación de las fuerzas armadas,
¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 285

mientras que la posibilidad tradicional de conmutar la obligación del servicio por


un pago en moneda reviste en los siglos x y xi, como se verá, una creciente im­
portancia, así como su consecuencia, la colaboración de mercenarios extranjeros.
■Por otra parte, las «casas militares» parecen, en principio, localizadas a lo largo
de toda la escala social, y de ningún modo limitadas al campesinado renovado
por la aportación eslava, como se ha pensado: será preciso ver el proceso de di-
versificación que se experimenta más tarde. Por último, la dimensión étnica no
está ausente, en el sentido de que, de las fronteras al centro, se viene a buscar
en el Imperio una fortuna que a menudo es la de la guerra. A este respecto se
ha subrayado el papel de la inmigración armenia. La masa sólo es afectada cuan-
■do, a continuación de las expediciones, los emperadores proceden a realizar
transferencias de población, como es el caso de Constantino V a mediados del
siglo. Pero los individuos llegan desde siempre a ofrecer sus servicios, y este mo­
vimiento parece acentuarse en el siglo vm, como un eco de las luchas de linajes
del interior. Es típico el caso de Smbat Bagratuni, que recibe el poder soberano
de los árabes a los que entrega el país, debilitando así los linajes rivales, Mamico-
nianos y Camsaracanos, que eran partidarios de Bizancio. Más tarde, juzgado de­
masiado poderoso por los propios árabes, pasa a Bizancio hacia el año 700, pero
sólo por un tiempo, a causa de su confesión disidente. Tras Filípico Bardanes y
Artavasdos, el yerno de León III, ambos emperadores por un breve tiempo, la
historiografía revela en número creciente personajes con nombre armenio. El he­
cho será aún más sorprendente después de la mitad del siglo ix, pero es ya impor­
tante. Quizá contribuyó a reforzar, por la llegada de hombres adecuados, el ca­
rácter decididamente guerrero de la sociedad bizantina de la época, o más exac­
tamente de su clase políticamente dominante. Así, Bardas, que fue estratega de
los armeniacos, y que se implica en un complot destinado a llevar al poder, des­
pués de la muerte de León IV, a uno de los hermanos de éste, Nicéforo; o Alejo
Moselé, drongarios de la Vela (comandante de la guardia encargado de la segu­
ridad del emperador y del palacio), enviado por Irene para reprimir una rebelión
en el thema de los armeniacos, del que llega a ser estratega. Estos dos ejemplos,
entre otros, sugieren que el papel de los armenios en el círculo imperial corres­
ponde al de la frontera oriental en la estrategia de Bizancio. Como se dirá más
adelante, la conciencia de linaje que caracteriza la clase dominante en el siglo ix
parece abrirse paso, según el testimonio de la historiografía, con el reinado de
Constantino IV. Es posible que las aristocracias armenias fueran también en este
caso un factor evolutivo.
Esta sociedad así estructurada es cada vez menos urbana. Por lo demás, el
Imperio ha perdido, en el sur, las regiones tradicionalmente ricas en vida urbana,
Siria y Palestina, y las grandes ciudades de Alejandría y Antioquía. Lo que que­
da, en Asia Menor y en Tracia, acusa, de manera muy marcada, los golpes del
siglo vn, la invasión persa, y en un menor grado árabe, en el primer caso, y la ■
eslava y búlgara en el segundo. Las excavaciones lo demuestran, poniendo de
relieve tanto las modificaciones del espacio urbano y de su organización, como
el descenso de la circulación monetaria en el emplazamiento: la actividad y la
población disminuyen al mismo tiempo, lo que explica, por ejemplo, que a la
altura del siglo vm se encuentren en Corinto tumbas en la acrópolis, es decir, en
el corazón del hábitat. La reforma de los themas modifica las funciones adminis-
286 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 287

trativas de las ciu d ad es, b en efician d o , p o r lo dem ás, a algunas, com o A talia. Los
m adera, etc. El lugar es una com unidad aldeana donde se com binan la propiedad
grandes días del episcopado urbano han pasado, en tanto que la persecución de
privada, la indivisión y la propiedad com unal. L a com unidad está, p o r lo dem ás,
C onstantino V aleja los centros de atracción m onástica, que se dispersan por la
investida d e u n a responsabilidad fiscál, so b re todo en el caso de las tierras aban­
m ontañ a b itinia. Las agresiones continúan: guerra ab ierta de los árabes, que p e r­
donadas. Y precisam ente alrededor de este últim o punto gira la discusión históri­
judica los m ercados costeros com o A tenas; incursiones búlgaras q u e inquietan
ca. E n efecto, m uchos artículos hacen alusión al «reparto de la tierra de la aldea»,
continuam ente a C orinto. Y, p o r últim o, u n a peste general asuela el Im perio.
y es ah í d o n d e la escuela ru sa ve la p ru e b a de q ue la estructura de la com unidad
Sin em b arg o , las viejas ciudades no sucum ben, com o p uede verse en algunas Vi­
eslava, basada en la redistribución periódica de las tierras, había sido introducida
das de santos, sim plem ente se eclipsan, hasta su reactivación en el siglo ix . La
en el cam po bizantino. D ejando de lado la cuestión mism a de un a com unidad
capital sigue tam b ién este proceso, según p arece. L a arqueología en este caso no
sem ejante en esta época y en estas regiones, otros autores han observado que
nos ap o rta dem asiados datos, pero los textos dicen que en el siglo v i l la pobla­

•A N C O D5 LA KPÜ5UCA
estos artículos se explican suficientem ente p o r la propia fiscalidad bizantina, la
ción no e ra suficiente p ara el m antenim iento de las m urallas, o que un cierto nú­

««UOTÉCA - TUNM
redistribución d e las tierras abandonadas por el fisco, o por la com unidad solida­
m ero de cisternas quedaron fu era de u so , lo que revela una m enor necesidad de
riam ente responsable. H echo que, cuando las fuentes escritas d e los siglos ix -xi
agua. A raíz de la im portante peste sufrida, C onstantino V transfirió allí gente
p erm itan establecer un cuadro relativam ente exacto de la organización ru ral bi­
de las islas, del P eloponeso y del th em a de la H élade (la G recia del este Y. el zantina, se situ ará efectivam ente en la larga continuidad de la institución fiscal.
centro). L a ciudad recibe los ataques árabes, ju n to con el asalto de la flota de
673 a 677, y posterio rm en te el sitio p or tie rra y m ar de 717-718. L a actividad
árabe en el M editerráneo la priva, p or lo dem ás, de las tradicionales salidas al L as imágenes
mar. Pero no hay duda de que el corte no es tan radical com o se creyó d urante
m ucho tiem po. C onstantinopla no recibe ya el trigo de E gipto, pero no deja de . L a p rohibición del culto a las im ágenes es un hecho destacado del siglo V I .
recibir papiro. Y, sobre to d o , sigue siendo la capital, lo que b asta p a ra asegurarle D e te rm in a, en la historia de B izancio, u na crisis de crecim iento ca p ita l, cuya do­
condiciones incom parables de supervivencia. P or su p a rte , T esalónica conserva cu m entación fue irrem e d iablem ente m utilada en el m om ento del triunfo del culto
la im portancia qüe le confirieron los m ovim ientos étnicos de la orilla derecha del en el sig i° IX. D e las actas de los concilios, de los textos 'polém icos, no quedan
D anubio, y el papel de p u erta com ercial y cultural del Im p erio , que ten d rá su más que trozos p acientem ente reconstruidos p o r la erudición a p a rtir de citas he­
m om ento de m ayor esplendor en el siglo ix . ' chas en el concilio de N icea, que restau ra el culto en 787, y ert la polém ica de
No obstante, la sustancia y la continuidad del Im perio se hallan entonces e n ' lós p artidarios de las im ágenes d u ran te la segunda «iconoclasias (813-843). P o r
los cam pos, lo q u e hace resaltar la institución de los bienes m ilitares. E l balance este m ism a razó n , b ien poco h a subsistido e n los m onum entos decorativos de las
de los m ovim ientos de población de los siglos vii y V I no les fue, p ro b ab lem en te, iglesia s. L a p ro pia historiografía h a guardado silencio, tal vez debido a la gran
desfavorable, so b re to d o en las regiones d onde s^ con ju g ab an la afluencia de es­ acüm ula ción d e acontecim iéiltos en el siglo, por lo que nuestra principal f uente
lavos y de búlgaros, y la solicitud estratég ica de los em peradores. E stos últim os és la crónica del m onje T eófanes, hijo de u n favorito de C onstantino V, y él m is­
em pleaban a los que llegaban p a ra d efender la fro n te ra c o n tra las siguientes ole­ m o ferviente partid a rio de las im ágenes, que escribió bajo el rein ad o de M igu e l
das, y p racticab an com o refu erzo , desde finales del siglo VI, los traslados de p o ­ II {813-820). P o r lo d e m á s, desde el prim er gesto iconoclasta («destructor de im á­
blación e n tre T racia y el A sia M enor. E n el siglo v n , los eslavos de la región gen es») hecho p o r el b a sile u s eii 726, h asta la restauración d efin itiva en 843, el
del E geo, dotados del estatu to de «aliados», Constituyen núcleos autónom os, y movim iento com prertde diversas fases y diversos debates. A n te to d o , h ay qüe si­
culturalm ente distintos, cuyos contornos religiosos y lingüísticos no se b o rra rá n tuar los jalories croñc>lógicos. E l lector se d ará cu en ta en seguida de qu e éstos
hasta el siglo ix . O tro s cercaron el P eloponeso, a m ediados del siglo V I . Como soti al m ism o tiem p o los d ato s del p ro b lem a.
consecuencia de sús expediciones, C onstantino V trasladó eslavos al A sia M enor,.
y a T racia arm enios y sirios recogidos en la región de G erm an iq u eia, M elitene y
E rzeru n , d ebilitando, al mismo tiem po, una cristiandad d isidente. T o d o esto su­ L a d e str u c c ió n d e im á g e n e s e n e l s ig lo V I I I
giere una im p o rta n te ap ortación dem ográfica, p e ro no una g ran renovación p ara
los eslavos, ni en las estructuras sociales, com o creyeron m uchos historiadores. El advenim iento de L eón III se produce en un clim a de esp era m esiánica su­
E n efecto, el p erío d o q u e va del final del siglo vii al siglo ix ap en as está docu­ gerida p o r el conflicto entre el Im perio y el Islam , y especialm ente por el sitio
m entado a este respecto, p o r lo q u e se ha exam inado con gran aten ció n un texto de C onstantinopla, que rep resen ta desde entonces no sólo la N ueva R om a, sino
aislado, cuya fecha y región de o rig e n ni siquiera se p u e d e n fijar con precisión, tam bién la N ueva Jerusalén. U na espera com partida, en prim er lugar, p o r los
el C ó d ig o ru ra l, conocido p o r n um erosos m anuscritos de contenido jurídico. Se propios ju d ío s, com o dem uestra el m ovim iento desencadenado en Irak bajo el
trata d e un libro d e derecho co n suetudinario, donde se co n tem p lan tipos d e con­ califa H ishain, p o r un ta l Severo, cristiano de Siria convertido al judaism o. E n
tratos agrarios, litigios, delitos com o el robo de h erram ien tas, especialm ente gra­ 721-722, L eó n III d e c re ta la conversión obligatoria de los judíos.
ve en el m om ento de los trabajos estacionales, tala de árboles, cosecha, c o rte de E n el añ o 726, v u elven a em pezar las incursiones anuales' de los árabes en
288 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 289

Asia Menor; León III, con su hijo y co-emperador Constantino, promulga una y confía al men°r, el mando supremo de las fuerzas armadas. También
codificación bajo el título de Eklogé ( ‘selección’), primera recopilación sistemátú le destina el thema armemaco, que él tuvo a su cargo, y el de Tracia. En contra
ca del Código Justiniano de 529. Pero, ¡qué diferencia entre el viejo monume nto de Constantino V, s e c u r a el culto a las imágenes: Pero este último se repliega
y esta obra contenida ahora en sesenta páginas impresas en octavo! Sin embargo, en Amorión, centro del thema de Oriente, antaño al mando de su padre, y desde
no hay una gran ruptura en su contenido; el Eklogé ratifica la profunda evolución a l vuelve a tomar el poder y entra en Constantinopla en noviembre de 743.
w
práctica del derecho desde 565, e incluso, de hecho, desde 529: igualdad de los -El reinado de Constantino V, sobre el telón de fondo de las notables victorias
cónyuges ante el delito de adulterio y respecto de la edad del consentimiento, que hemos recordado, se caracteriza por una elaboración doctrinal en la que él
importancia de Jos esponsales, desarrollo de las penas corporales, bási^ ^cm e desempena un relevante papel, y por una cristalización del conflicto abier­
las mutilaciones que recuerdan simbólicamente el delito. Se abre paso una definí- to, de hechci entre el poder del emperador y el de la Iglesia por su respectiva
ción de la autoridad imperial, que perfila una figura de legislador inspirado d iiec evolución. En 754 se reúne un concilio en Hieria, en las afueras de la capital ,
ta y únicamente en lo alto, corno un nuevo Moisés. donde se halla la realencia de verano de los emperadores. A causa de la vacante
Pero este mismo año, León III ordena retirar la imagen de Cristo que rremata en la sede parriarcal en ese momento, lo preside Teodosio, obispo de É feso e
la Puerta de Bronce del Gran Palacio, y sustituirla por una cruz. El encargado hijo del emperador Tiberio HI, quien define la doctrina de la iconoclasia. Se con­
de hacerlo fue inmediatamente asesinado por la muchedumbre. En 727, el thema taba con el antecedeme de un escrito de Constantino V, reconstituido a partir de
de Hélade se subleva, pero el movimiento es aplastado; la defensa de las imáge­ citas henfías en el siginente s¡glo por el patriarca Nicéforo, durante la segunda
'•|
nes suscita una primera obra, los tres Discursos de Juan Damasceno. Éste, cuyo iconoclasia. E¡ soberano señala allí la imposibilidad que ve para la representación
nombre real era Mansur, nació en Damasco en el seno de una gran familia crisí; de Cristo: no se lo puede representar por la imagen de su naturaleza divina., y
tiana, ocupó importantes cargos en la corte califal y se hizo monje con el nombre tampoco cabe limitarse a representar su naturaleza humana; su única imagen
de Juan, en el convento de San Sabas en Palestina. Los partidarios de las ímáge- está, pues, en la eucaristin. E 1 concilio de 754 afirma su veneración de María y
nes le deben la argumentación que se convertiría en clásica, y que requiere distin­ los santos. Pero, segun el testimonio de las fuentes del siglo ix , Constantino había
guir radicalmente los ídolos condenados en las Escrituras, de la imagen cristiana-; expuesto su razonamiento de la siguiente manera: María, en tanto mujer, sólo
mediación entre lo divino y lo humano hecha posible por la Encarnación. Como pudo llevar en su interior un hombre y tras el nacimiento de éste volvió a ser
se verá, con las referencias heréticas de la Antigüedad tardía y sus filosofías, el una mujer corriente, del mismo modo que una humilde bolsa pierde su valor
debate fundamental gira en torno a ésta. cuando se le han sacado las monedas de oro. El culto a los santos era , sin duda ,
Los discursos del monje de San Sabas abren también otra perspectiva, pues un objetivo prioritario de la ofensiva de Constantino V. Hemos visto cÓmo , desdé
ponen en cuestión la competencia del emperador para decidir en materia teológi­ el final del riglo VI, el desarrollo de la veneración de las imágenes se conjugaba
ca. De hecho, entre 727 y 729, León III intercambia con el papa Gregorio II con el prestigio de los santos y por tanto, de los monjes, servidores y mediadores
cartas en las que intenta sin éxito obtener el aval de este último: han llegado de su culto. La iconoclasia de Constantino V es en primer lugar una lucha contra
hasta nosotros en una traducción griega, y señalan la posición de árbitro que el el poder de los monjes a partir de 760. A este respecto contamos con el testimo-
papa conservará durante mucho tiempo todavía en los asuntos religiosos de Bi- in°. de la V'ida de Esteban el Joven, compuesta en 806, que narra su martirio,
zancio; pero, por otra parte, ahondan la sima abierta en el siglo vii. Pues, efec­ infligido por la muchedumbre de la capital en 764, obedeciendo una orden del
tivamente, el emperador no podía decidir solo en este terreno, lo que acababa emperador; y el de la Crónica de Teófanes, escrita bajo el reinado de Miguel II
de hacer, al menos en la práctica. Tampoco tenía el consentimiento del patriarca (813-820), que da cuenta de los malos tratos y vejaciones infligidas a los monjes
Germanos, entronizado en 715; hemos conservado las cartas de reprobación diri­ a partir de 766 por Miguel Lacanodracon, estratega del thema de los tracesios ,
gidas por este último a dos obispos de Asia Menor, Constantino de Nacoleia y qinen, entre otras coses, obligaba a monjes y monjas a casarse entre sí. A los
edificlos de los monasterios se les da un uso secular y sus bienes son confiscados ,
Tomás de Claudiópolis, que habían tomado la iniciativa de hacer destruir las imá­
genes en sus respectivas diócesis. El silention (consejo) del 17 de enero de 730, Por el contrario, Constantino intenta apoyarse en la jerarquía episcopal. Una pri­ il
destituye a Germanos y lo sustituye por su propio synkellos, primer personaje de mera consecuencia de esta pohtica es la adopción definitiva por paire de Roma
la administración patriarcal. El decreto se cumple. El papa Gregorio III, elegido de la alianza franca, segal el acuerdo firmado en Quierzy en 756 entre Pipino y
en 731, reúne en seguida un sínodo que lo condena. Entonces, probablemente el papa Esteban II. Desde entonces, el papa es políticamente independiente, y
en 732-733, el emperador vuelve a poner bajo la jurisdicción de su patriarca los confirmado, en virtud de su independencia, en su papel de instancia de apelación,
patrimonios pontificales de Sicilia, Calabria e Iliria, lo que significa la devolución que le aseguraba en todo caso la dignidad histórica de su sede. Veremos más
de sus rentas, pero también la apertura. de un grave contencioso con Roma. A adelante el uso que hicieron de ello los bizantinos del siglo IX.
su muerte, en 741, prosigue la contienda armada, esta vez en el seno de la familia El corefilo de 754 le da a Constantino V la justificación para una destrucción
imperial. Artavasdos, yerno del difunto emperador y comandante del thema de d e c im de la.s imágenes y de las decoraciones donde se encontraban las represen-
Opsiquion, ataca allí a Constantino, de- camino al frente. Victorioso, se hace co­ taclones incriminadas, por lo demás poco numerosas, sin duda, en este época.
ronar en Constantinopla, al tiempo que asocia al trono a su hijo mayor Nicéforo, Justino II habia sustitindo en las monedas la imagen de Cristo por la cruz con

19. —POSSIER, 1
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que Tiberio II había reemplazado la antigua figura de la Victoria. En las acuña­


ciones del siglo v i i i , Cristo fue sustituido a su vez por las efigies imperiales, y
esto mismo sucedió durante la efímera restauración de las imágenes bajo el man­
dato de Artavasdos. También en los edificios parece haber prevalecido la icono­
grafía imperial, por ejemplo, a través de escenas del hipódromo. Pero a la muerte
de León IV en 780, el poder queda en manos de su viuda, Irene, dada la corta
edad de su hijo Constantino. En 784, el patriarca iconoclasta se ve obligado a
dimitir; en 786, un concilio reunido en Constantinopla, en la iglesia de los Santos
Apóstoles, es bloqueado por la tropa; en 787 se convoca otro en Nicea. Este con­
cilio restaura las imágenes y toma además una serie de disposiciones sobre la dis­
ciplina eclesiástica que constituye un testimonio esencial sobre el estado cultural
y social de la Iglesia de Bizancio a finales del siglo vm.

¿Por qué una crisis tan particular?

De esta forma llega a su fin lo que se suele llamar la primera iconoclasia,


sobre cuyo significado se ha discutido mucho. Sin duda, se puede descartar su
explicación por una influencia judía, o por el ejemplo del Islam contemporáneo,
pues los antecedentes no son comparables. El Islam prohibió las representaciones
de cualquier ser viviente en los lugares de culto, como se sabe; se observan, en
efecto, destrucciones de mosaicos en algunas iglesias palestinas entre los siglos vi
y vin; sin embargo, en las sinagogas de la época, los donatarios son pequeños,
pero no están excluidos d é la decoración. Especialmente la significación atribuida
a tales representaciones, que no son, por lo demás, móviles como los iconos de
Bizancio, no guarda relación alguna con la creencia cristalizada en torno de las
imágenes de los santos, de Cristo y de María, ni con la evocación del dogma de
la Encarnación que constituyen estos dos últimos tipos. En el campo cultural, el
origen sirio de León III es tal vez más significativo. Su reticencia ante la represen­
tación humana de Cristo podría tener una relación con la doctrina monofisita.
Constantino V será incluso acusado de nestorianismo por el razonamiento que ya
vimos. Se pensó desde entonces que la opción iconoclasta se habría adoptado en
favor de las provincias monofisitas, que en el siglo vm son las del frente terrestre
contra el Islam. La hipótesis monofisita es más aceptable que la de una aversión
«semítica» por las imágenes, que ño es más que una fantasía. Sin embargo, no
zanja la cuestión, que pone también en juego la alternativa de la capital y la de
los ejércitos de las provincias. Ahora bien, los movimientos por los que estos úl­
timos quitan y ponen emperadores, a lo largo de este período, no se reducen, a
fin de cuentas, a esa opción doctrinal, sino solamente a las fidelidades personales
que siguen siendo desde hace siglos una de las claves de la sucesión imperial. En
cuanto a la población de Constantinopla, reacciona violentamente contra las pri­
meras actitudes de León III y manifiesta, por el contrario, su adhesión a la posi­
ción oficial bajo el mandato de Constantino V, si hemos de creer, por ejemplo,
el relato del martirio de Esteban el Joven. Es probable que, de hecho, no respon­
diera a una única definición, y sobre todo que la iconoclasia se implantara más
sólidamente con el paso de los años.
Nos queda, pues, por considerar la explicación imperial. Cuando León III
¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 291

hace reemplazar la imagen de Cristo por una cruz en la Puerta de Bronce, trasto­
ca una evolución reciente, ya que, como se recordará, es Justiniano II quien sus­
tituye en las monedas la cruz por la imagen de Cristo, que los emperadores ico­
noclastas eliminan a su vez para poner su propia efigie. Esta secuencia es revela­
dora de un debate sobre la fundamental relación entre Cristo y el emperador, en
las dos facetas de este último, encamación del derecho y portador de la victoria,
que siempre ha poseído, pero cuya interpretación crística se perfila mejor a partir
del final del siglo vi. Al sustituir a Cristo por la cruz, León III le confiere, por
así decirlo, cierta trascendencia y, consecuentemente, valora la delegación terres­
tre del basileus. Igualmente, el prólogo del Eklogé presenta a este último como
un nuevo Moisés, por una inspiración que debe, evidentemente, más a la lectura
del Pentateuco que a los judíos coetáneos. Tal identificación contribuye también
a concentrar la luz sobre el soberano terrestre, primera figura de un período de
extremada ansiedad, debida al avance árabe, y agravada unos meses antes por
un violento temblor de tierra en Creta. El retorno de la cruz es el del signo que
había conducido a Constantino I a la victoria.
Con Constantino V se va más lejos, pues se percibe desde entonces el conflic­
to que animará, más allá de la primera restauración de las imágenes y de la se­
gunda iconoclasia, todo el siglo ix y el principio del x. La oposición no es tanto
entre el emperador y la Iglesia como, en el seno de esta última, entre el bando,
cada vez más pujante y finalmente victorioso, de los monjes y un episcopado en
cuya cúspide el patriarca ecuménico comparte el gobierno del mundo con el em­
perador. Constantino V parece dominar personalmente la controversia. Esta
competencia cultural, y no solamente legislativa, del poder imperial anuncia las
actitudes de León VI y Constantino VII, para los que será esencial. Y en este
caso corre paralela a una insolvencia teórica del patriarcado de la capital. En las
provincias, el episcopado apenas se deja oír en este plano, al menos en tanto que
cuerpo constituido. Tal vez este relativo silencio se deba al declive de la vida ur­
bana. Sea como sea, deja el campo libre a los monjes. La Crónica compuesta por
el monje Teófanes relata episodios que muestran, en todo caso, que Constantino
V atacaba directamente, como antagonista del suyo, al poder monástico, así
como el culto a los santos, que era su soporte más evidente, mientras que era
respaldado por el clero secular. Las bodas puestas en escena por el estratega de
los tracesios se mofan del schema, el hábito negro que desde el siglo iv atraía
para los monjes el respeto y la veneración de los cristianos. La destrucción de los
libros que contenían los «apotegmas de los padres», recopilación de historias edi­
ficantes o milagrosas del antiguo monaquismo, indica que a través de los iconos,
el basileus se revestía del prestigio local y cotidiano del «hombre santo», cuyo
auge vimos en los siglos v y vi y que aún estaba vigente. Por otra parte, Teófanes
imputa a Constantino V el valerse de brujos, o dicho de otra manera, de hombres
santos desleales. El suplicio de Esteban, abad del convento del monte San Au-
xencio, cerca de Calcedonia, en 764, es presentado por el narrador monástico,
que escribe en 806, como el crimen de un emperador y de una capital aún fieles
a las fiestas del viejo calendario.
Pero las fuerzas vivas del monaquismo en tiempos de Constantino V están
fuera de la capital. Quizá la represión fuera la causa de un éxodo de monjes grie­
gos hacia Italia y hacia Roma, cuyas consecuencias culturales fueron notables:
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así, puede verse, en el concilio de 787, la firma del higúmeno de San Sabas en
el Aventino. Pero, sobre todo, el monaquismo forma entonces las personalidades
que surgieron en 787, en el momento de la primera restauración de las imágenes.
Platón, nacido en Constantinopla en el seno de una familia adinerada, perdió a
sus padres en la gran peste de 746 (o 747). Educado por un tío, entra con su
ayuda en el servicio de pesos, un apartado de las finanzas imperiales, antes de
optar por la vida monástica en un convento del Olimpo, del que llega a ser higú­
meno en 780. Volveremos a encontrárnoslo más adelante. Su sobrino e hijo espi­
ritual, Teodoro de Studa, nacido hacia 759, será el primer artífice del definitivo
triunfo de la Iglesia de los monjes en Bizancio.

Irene, una mujer emperador

El gran siglo iconoclasta acaba con la muerte de Constantino V en 775. Su


hijo, León IV, llamado el Jazar en recuerdo del origen de su madre, parece haber
sido el único superviviente de los tres hijos del primer matrimonio, ya que los
nombres de los otros dos, Cristóforo y Nicéforo, son impuestos a los hijos de la
tercera esposa del emperador. Éste, iconoclasta moderado, busca y consigue ad­
hesiones de monjes promoviéndolos al episcopado. Muere en 780, y su muerte
abre un problema de sucesión en el interior mismo del linaje imperial. Su hijo,
Constantino, tiene entonces diez años, pero León IV lo asoció al trono desde
776, y lo coronó con el asentimiento de todas las clases políticas, «ejércitos de
los themas, senado, ejército central y todos los ciudadanos y patrones artesanos»,
según palabras de Teófanes. Otra posible solución se descarta en seguida: la de
la sucesión por generación, del emperador a sus hermanos. León IV no les ha
hecho co-emperadores. La edad de Constantino VI implica entonces que la suce­
sión de padre a hijo se resuelva en la práctica por la regencia de su madre, Irene,
y por tanto, por la atribución del poder imperial a una mujer. Si se considera la
parte de guerra y victoria que pesa sobre el personaje imperial, se comprenderá
que esta decisión entrañaría dificultades. Las intrigas de palacio, las opciones re­
ligiosas, las posiciones tomadas por los ejércitos provinciales cristalizan en torno
a este problema, cuyos actores parecen cobrar vida de repente para nosotros, gra­
cias a la posesión de fuentes más directas, más numerosas y más elocuentes. Pero,
sin duda, hay una trampa, que no siempre han evitado los historiadores. Trazar
un retrato que parece dado no consiste en reproducir las opciones y los agravios
difuntos, ni tampoco en proyectar sobre el pasado la engañosa transparencia de
una cultura y una moral actuales. Pero a quien quiera hacer el esfuerzo de ima­
ginación necesario, el siglo xi le ofrece un material abundante y, desde su co­
mienzo, la biografía del patriarca Tarasio, redactada por el diácono Ignacio, la
narración de las tareas del patriarcado, la historia familiar de María de Amnia,
esposa de Constantino VI, escrita hacia 821 por uno de sus primos, el monje Ni-
cetas, y, en fin, la considerable obra de Teodoro de Studa, todos ellos capaces
de enriquecer con su discurso y su testimonio la trama establecida por la Crónica
de Teófanes.
Entonces, ¿cuál es la verdad de Irene? ¿Fue, para empezar, una madre preo­
cupada por asegurar el futuro de un hijo demasiado joven frente a sus tíos pater-
¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 293

nos, en quienes convergían las fidelidades de los ejércitos de Oriente y las de los
allegados a Constantino V? ¿Percibió desde un primer momento la perspectiva
de un imperio propio, ásperamente disputado, poco después, a su propio hijo?
No lo sabremos nunca. ¿Por el hecho de haber nacido en Atenas habría aportado
al palacio la tradición de una piedad que ninguna disidencia regional pudo nunca
enturbiar, lo que explicaría que, vivo aún León IV, hubiera sido condescendiente
con los monjes? Es posible. Por otro lado, su condición de mujer en la familia
imperial la consagraba a una vida palaciega y urbana, y le dictaba la elección de
sus cartas y sus apoyos. El período que transcurre entre la muerte de León IV y
su propia caída en 802 se puede dividir claramente en tres fases.
En primer lugar, de 780 a 790, una situación de regencia, en que Irene está
asociada al poder imperial. Ante todo, frustra todas las esperanzas puestas en el
César Nicéforo, hermano de León IV, que encarnaba la continuación de la acti­
tud iconoclasta y militar de Constantino V. Irene pondrá en juego a los monjes,
cuya simpatía se ha ganado, la capital y sus civiles, el personal del palacio. Y
tendrá en contra los ejércitos de los themas de Oriente. En ese momento es res­
paldada por dos hombres. Uno es un eunuco de su casa, Estoraquio, que llega
a ser logoteta del dromo (policía, correo político, asuntos exteriores) y que con­
duce en 781 la campaña contra los eslavos sublevados en Macedonia y en Grecia,
aunque su mutilación le impida toda aspiración al trono. El otro es el jefe de una
oficina de la cancillería imperial (asecretis), Tarasio, un laico al que ella convierte
en patriarca en 784, tras haber empujado a la dimisión al patriarca iconoclasta
Pablo. Hace que el «pueblo» reunido en el palacio de la Magnaura elija a Tara­
sio, imprimiendo así la marca imperial a un antiguo procedimiento. Ambos pre­
paran a partir de entonces la restauración de las imágenes a través de negociacio­
nes con Roma y con los patriarcas orientales. El 31 de julio de 786 se convoca
un primer concilio en la iglesia de los Santos Apóstoles, que es perturbado por
los soldados iconoclastas de la guardia. Irene envía entonces las tropas iconoclas­
tas de la capital al frente del Asia Menor y las sustituye por tropas partidarias de
las imágenes, que hace venir de Europa. Se celebra entonces un nuevo concilio
en Nicea, del 24 de setiembre al 13 de octubre de 787. Es el VII y último concilio
reconocido como ecuménico por la Iglesia salida de Bizancio. El protocolo final
es firmado en la Magnaura, donde son aclamados «el nuevo Constantino y la nue­
va Helena», referencia al modelo de emperador cristiano que refuerza la elección
de la ciudad donde tuvo lugar el concilio de 325. La asamblea de 787 subraya la
distinción entre «veneración» y «adoración» de las imágenes, y da o recuerda dis­
posiciones generales sobre los bienes de la Iglesia, la disciplina de los clérigos y
los criterios de validez de la liturgia. Admite la recepción de los iconoclastas arre­
pentidos en el seno de la Iglesia. De hecho, no es una asamblea homogénea ni
unánime.
El problema de la reconciliación en el seno mismo de la clericatura abre un
debate que se prolongará, por diversos motivos, hasta el siglo x. Por un lado,
Tarasio inaugura el tipo de patriarca reclutado directamente en el servicio públi­
co, e inclinado a una actitud primordialmente política de colaboración con el so­
berano delegado de Cristo. Por otro lado, Platón y su sobrino Teodoro encarnan
la exigencia de una prioridad absoluta de la Iglesia, investida de la misión de dic­
tar el derecho a todos, comprendido el emperador: y esta Iglesia es la Iglesia de
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los monjes. Platón fundó en una propiedad familiar, en la región de Olimpo, el


convento de Sacudión del que llega a ser higúmeno a partir de 781, pues la regen­
cia de Irene supone, en primer lugar, la liberación del monaquismo. La rigurosa
organización de Sacudión está elaborada sobre la base de un retorno a las fuen­
tes, es decir, al modelo cenobítico de Basilio de Cesárea. Teodoro, nacido en
759, es hijo de la hermana de Platón, y toda su familia ha abandonado el mundo.
Se convierte en monje en Sacudión y se adhiere a la reforma emprendida por
Platón, al que sucederá. Sus seguidores no aceptan la reintegración de los obispos
iconoclastas.
A l año siguiente, Irene casa a su hijo. La esposa es María, nieta de Filareto,
un hacendado de Amnia, en Paflagonia. Otro nieto, el monje Nicetas, escribió
en 812 la historia de su abuelo y padrino, que, según cuenta, le consagró, siendo
aún niño, al hábito religioso para que realizara esta tarea. El relato, importante
fuente para nuestro conocimiento de la sociedad de su tiempo, se desarrolla en
dos planos. El primero, edificante, suple la ausente ilustración sobre el linaje, en
una época en que se empezaba a tener en cuenta, por la hagiografía de Filareto,
a quien una caridad demasiado ardiente despoja poco a poco de todos sus bienes,
como a un Job cristiano; el matrimonio imperial es fuente de una nueva prospe­
ridad, que el autor puede contemplar después de la beatitud eterna. El segundo
plano es el familiar: el autor hace la relación exacta del estado de los hijos y de
los nietos de Filareto, y describe el regreso de los enviados imperiales, que bus­
caban por las provincias una jovencita cuyo origen no importaba, pero que debía
tener unas determinadas características. De la práctica del concurso para la pro­
visión de una esposa imperial, hay testimonios en esta época por algunos casos
más. Quizás estuviera inspirada en la vieja costumbre irania ilustrada por la his­
toria de Esther, pero, sea como sea, es sin duda el equivalente femenino de la
elección viril por la victoria militar.

El triunfo de los monjes

El segundo período del reinado de Irene y Constantino empieza en 790. Impa­


ciente por el yugo, este último promueve una conspiración contra Estoraquio, a
raíz de la cual Irene exige recibir sola, mientras viva, el juramento de fidelidad
de las tropas. Las de la capital aceptan la medida, las de Asia Menor la rechazan,
en un contexto de dificultades militares con los árabes, los búlgaros y los lombar­
dos de Italia. Sin embargo, Constantino la admite de nuevo a su lado en 792.
Pero lleva mal sus asuntos. Es derrotado por los búlgaros en 793 y elimina defi­
nitivamente a sus tíos paternos de la competencia, haciendo cegar a Nicéforo y
cortar la lengua a los demás, ultrajando así la fidelidad, aún muy viva, al gran
Constantino V. Priva también de la vista al armenio Alejo Moselé, estratega de
los armeniacos, que le había ayudado contra Irene en 790. Entonces, el thema se
subleva y a él no le queda otra solución que servirse de una parte del elemento •
armenio, que a continuación sufre también las consecuencias de la represión.
Tras perder el apoyo de este esencial thema, pierde el de los monjes. En 795
envía a María a un convento y encuentra a un sacerdote, lo sé, que bendice su
unión con su amante Teodota, pariente de Teodoro, que más tarde será conocido
•¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 295

como el de Studa. Desencadena así, no solamente el engranaje de su propia pér­


dida, sino también un conflicto revelador del estado de los poderes, y capital. El
gesto de Constantino VI es, en efecto, contrario a la legislación sobre la separa­
ción de los cónyuges elaborada por la Iglesia a partir del siglo iv y formalizada
por la legislación de Justiniano: a falta de un acuerdo común, el repudio de una
esposa se limita a casos poco numerosos y estrictamente definidos. El patriarca
Tarasio no opone resistencia, ya que se sitúa, como vimos, en la línea del patriar­
cado político, en la que se situarán los patriarcas reclutados, como él, en el ser­
vicio público. En cambio, Platón, higúmeno de Sacudión, y su sobrino Teodoro
encuentran en este asunto el motivo para afirmar la autoridad primordial de la
norma eclesiástica en todas las circunstancias, y al mismo tiempo la competencia
prioritaria de la Iglesia de los monjes. Constantino los encarcela y posteriormente
los exilia, en marzo de 797. Se halla desde entonces aislado frente a las intrigas
de palacio, conducidas por su madre. Un día del verano de 797, Irene lo hace
cegar «en la habitación púrpura donde le había traído al mundo». Entonces, pro­
sigue la Crónica de Teófanes, «el sol se oscureció, las naves equivocaron su rum­
bo; y todo el mundo convino en que si el sol ocultaba sus rayos, era porque se
había dejado ciego al emperador». El cronista da así la clave de un relato cuya
atrocidad literal ha llamado mucho la atención de los historiadores. La «habita­
ción púrpura» es la del nacimiento imperial, que cobrará una creciente importan­
cia en el siglo ix, y sobre todo después, en la descendencia de Basilio I, como
criterio de legitimidad durable del poder: Constantino VT es, pues, descalificado
por la ceguera en el corazón mismo de su herencia; y, por otra parte, la equiva­
lencia, más explícita aún en griego, entre los rayos del sol y la vista, remite el
carácter solar de la soberanía imperial, bien conocido a partir del siglo m y desde
Constantino, y permite comprender por qué la ceguera es escogida en Bizancio
como la mutilación incompatible con la posesión o la esperanza del poder supre­
mo. Constantino se limita, a partir de entonces, junto a Teodota, a una vida pu­
ramente privada. Deja dos problemas sin resolver: el conflicto provocado por su
matrimonio en el seno mismo de la Iglesia, y el ejercicio del poder imperial por
una mujer, que lo asume sola, y sin poder invocar en lo sucesivo ninguna delega­
ción temporaria. Es la tercera parte del período que acabará en 802 con la caída
de Irene.
Un acontecimiento decisivo, al comienzo de esta parte, en el mismo año 797,
es la instalación de Teodoro y su tío, con sus monjes, en la capital. Un número
de monjes a partir de entonces demasiado grande para Sacudión, una amenaza
árabe, pero sobre todo, sin duda, la coyuntura llegada a su punto culminante,
todo esto comporta la instalación definitiva de la comunidad en la capital, donde
vuelve a abrir un viejo convento abandonado, el convento de Studa o Studiu (en
genitivo), llamado así en recuerdo de un patricio que lo habría fundado en el
siglo v. Como se recordará, Platón y su sobrino se consideraban promotores de
una vuelta a los puros principios monásticos de Basilio de Cesárea. De hecho,
Teodoro dota a Studia de una regla sistemática, que no tiene precedente.,La dis­
tribución minuciosa de las horas, la elaboración de las penitencias monásticas, la
variedad de ocupaciones, que reparten a los monjes en diversos talleres y en los
campos, la existencia de un hospital para los monjes y un hospicio, incluso de
úna escuela, constituyen una clara alusión a los principios de Basilio de Cesárea, •
'¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 297
296 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
m
e incluso a las comunidades de Pacomio y, en todo caso, a los monasterios de % E l «prerrenacimiento» bizantino
Siria y Palestina en los siglos v y VI. Pero el carácter exhaustivo y coherente de
la Regla la convierte, sin embargo, en el primer documento que merece verdade­ La historia de los años 802-867 está marcada por un segundo período icono­
■!>0 clasta (815-843), cerrado por la proclamación definitiva del papel de las imágenes,
ramente este nombre en el medio bizantino. La modernidad de Studa reside, so­
bre todo , en el hecho de ser urbano y estar, además, situado en la capital, por por la fundación de la dinastía impropiamente llamada «macedonia», iniciada por
lo que desempeña un relevante papel cultural, aparte de un papel político: en la Basilio I, que empieza en 867 y se extingue en 1056, por la conversión del sobe­
estructura del Imperio, Studa seguirá siendo en el futuro, bajo diferentes formas, rano búlgaro en 864, y por el primer ataque ruso contra la capital en 860. Se
el interlocutor monástico tanto del emperador como del patriarca. El problema produce entonces la estabilización política de los pueblos que entraron en escena
del poder supremo tiene a partir de entonces tres términos. en los siglos vii y viii, los búlgaros en vías de eslavización y los jazares, la apari­
La eliminación de Constantino VI por su madre no ocasionó, repitámoslo, ción de los rusos en el horizonte de Bizancio, el auge internacional del gran co-
una dificultad moral, sino política: cuando la Crónica de Teófanes relata el eclip­ ■mercio y una recuperación de los emplazamientos urbanos, y la clara afirmación,
se de sol y la ceguera de Constantino VI, reprueba un atentado contra el sobera­ en fin, de las estructuras sociales aparecidas en la segunda mitad del siglo viii.
no legítimo, y no el crimen de una madre contra su hijo. La acción de Irene tam­ Pero estos mismos años se presentan, ante todo, como los de un auge cultural
poco hace mella en Teodoro de Studa, que considera a Constantino culpable de sin precedentes, si no sin patrimonio, que proporciona al historiador abundantes
haber perturbado el orden del que la Iglesia es guardiana, y que Irene ha resta­ textos. Y este último, ocupado continuamente en la clasificación de las instancias
blecido. Esta última debe dedicarse, de diferentes maneras, y a fin de cuentas sin determinantes, percibe en el primer plano de su estudio la cultura, en el sentido
éxito, al verdadero problema - e l hecho de que el emperador sea una m u jer-, que elige entonces dar a este término: discursos de los poderes sobre sí mismos,
agravado por un contexto de reveses militares y diplomáticos en parte hgados a referencias de estos discursos, medios técnicos de su difusión, sistema de repre­
la ascención de los carolingios, consagrada por la coronación de la Navidad del sentaciones fabricado o aceptado en los diferentes niveles del sistema social. La
año 800. Irene intenta una solución simbólica, cuyo alcance no hay que subesti­ historiografía del siglo IX plantea un problema difícil, pues la conocemos a través
mar en el limitado medio del palacio donde está en juego el poder. Toma el título de la producción del siglo X, enteramente orientada, como se verá, a la justifica­
. de basileus (‘emperador’), tanto en lo referente a las leyes como a su aparición ción de los orígenes de la dinastía. A esto hay que añadir numerosas Vidas, desde
en las monedas. El día de Pascua de 799 se pone el traje de púrpura y oro, toma la del patriarca Ignacio, en el centro del debate político, a la de Joaniquio, el
la cuadriga tirada por caballos blancos y arroja las monedas que constituyen la modelo ascético de Bitinia, muerto en 846, así como las historias de los piratas
pompa imperial. Un mimetismo sin duda más significativo que el proyecto de ma­ sarracenos o de los santos de la Italia meridional y de las islas.
trimonio con Carlomagno, que sólo Teófanes toma en seno. Por otra parte, Irene Las tensiones históricas y las relaciones exteriores de Bizancio se pueden de­
continúa beneficiando a sus interlocutores de siempre, los «ciudadanos» de la ca­ finir, pues, en términos culturales: la cultura clásica y la creencia, la Iglesia pa­
pital, cuya carga fiscal aligera, y los monjes, a los que destina su generosidad y triarcal y la Iglesia monástica, la capital y las provincias, pero también el helenis­
su celo. La ley que, al declarar suficiente la bendición para santificar un matrimo­ mo y las minorías, Bizancio y los pueblos y, por último, ordenando, resumiendo
nio de pobres, le confiere a ésta una nueva importancia, y la prohibición de las y explicando toda la estructura, la figura imperial. Y esta cultura no se expresa
terceras nupcias señalan la voluntad de adaptar la ley civil a la formalizacion ca­ sólo en los textos, sino también en una iconografía triunfante después de media­
nónica cuyos artífices son, a la sazón, los estuditas. Irene no ha previsto todavía dos del siglo ix. Añadamos a esto las fuentes escritas fuera del Imperio, sobre
su sucesión, al parecer, al menos en la línea dinástica, ya que hace cegar a los todo la imponente aportación de los cronistas y geógrafos musulmanes, así como
hermanos de León IV que, a excepción de Nicéforo, aún conservaban la vista. la documentación de la arqueología, que tiene aún mucho que revelar.
Rodeada por las rivafidades de sus eunucos, Estoraquio y Aetio, y de sus familia­
res, la muerte del primero en 800 la deja más sola. Sucumbe a una revolución de
palacio, que la exilia, y que está al mando del logoteta del Tesoro (ministro de La sucesión es aún difícil y siempre confusa
Economía), Nicéforo. Es confinada en la isla de los Príncipes y después en Les-
bos, donde muere en agosto de 803. Como de costumbre, refirámonos en primer lugar a los protagonistas: los em­
Con el advenimiento de Nicéforo I comienza el siglo ix y la lenta ascensión peradores, cuya sucesión está regida en teoría, y salvo accidente de la historia,
de Bizancio hacia el esplendor clásico de la dinastía fundada en 867 por Basilio I. por el principio patrifineal; pero no solamente ellos serán protagonistas en lo su­
cesivo. La personalidad del patriarca es igualmente primordial en la política del
siglo ix. Y, por otra parte, la evolución social ya revelada bajo el reinado de
Constantino V alcanza su madurez: los dirigentes, que se encargan de la alta fun­
ción pública y sobre todo militar, tienden a constituirse en una clase coherente ,
aunque completamente abierta, por lo que cobran importancia la ascendencia,
las alianzas matrimoniales, el parentesco, como prueba el nuevo cuidado con que
298 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 350-950

dinast Ia is Aurica

León [II el Isáurico


usurpador
717-740

I
Constantino V Coprónimo
740-775

León IV el Cázaro
775-780
i
Irene
su mujer,
i--------- regente: 780-790
Constantino VI
780-797 Irene (de nuevo)
basileus: 797-802

Período de disturbios

Nicáforo I el Logoteta
usurpador
802-811

Estoraquio |
Miguel I Rangabó
yerno de Nicáforo I
811-813

León V el Armenio
usurpador
813-820

DINASTIA AMORIANA

Miguel II etTartamudo
usurpador
820-829
i
Teófilo
829-842
l
Teodora
su mujer, regente
842-856
I
Miguel III el Borracho
842-867
¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 299

la historiografía indica estos datos de un personaje. Se comprueba a este respecto


el surgimiento del nombre de linaje, que señala progresivamente, desde el final
del siglo v i i i , en el seno del medio dirigente, a aquellos cuya notabilidad se re­
monta ya a una generación anterior. En ocasiones nombre propio convertido en
nombre de linaje, como en el caso de Focas, en ocasiones nombre extranjero he-
lenizado, sobre todo los de procedencia armenia, y, menos frecuentemente, to­
mado de un toponímico, el nombre de familia se suele presentar como la fijación
de un sobrenombre. Cuando proviene de la lengua hablada, por ejemplo Onoma-
gulo, ‘de carrillos de asno’, es revelador al mismo tiempo de la apertura social
de la aristocracia en vías de constitución y de un nivel de la lengua que los textos
apenas conservaron en relación a esta época.
Nicéforo I, que sustituye a Irene en 802 es, como acabamos de ver, un minis­
terio de Economía (logothetos tou genikou); su éxito se sitúa en la lógica de este
reino de mujer cuyo centro es el palacio. Sale victorioso de dos intentos de soca­
var su poder, debido uno a Bardanes Turco en 803, y el otro a Arsaber en 808:
estos dos nombres armenios y el apodo del primero, remiten al polo oriental de
Bizancio, políticamente decisivo desde el siglo vm y por mucho tiempo todavía.
Sin embargo, Nicéforo casa a su hijo Estoriquio, asociado al trono en 803, con
una ateniense, Teófana, porque está emparentada con Irene y ha resultado la
ganadora del concurso de belleza que constituye entonces la versión femenina de
la victoria imperial. Su hija Procopia se casa con Miguel Rangabé, cuyo padre,
Teofilactos Rangabé, apoyó a Nicéforo, hermano de León IV, y ejerció el cargo
de drongarios (‘comandante’) del Dodecaneso. Pero en 811, la guerra búlgara
acaba con el emperador. Tras una campaña victoriosa, en cuyo curso tomó Plisca,
Nicéforo I cae muerto en combate, y el kan Krum se hace una copa con su cráneo
revestido de plata. La profunda impresión producida por esta batalla se transpa-
renta en historias como la del soldado Nicolás, que ve a un personaje sobrenatu­
ral observar el desarrollo de la batalla, que se sabe a salvo en razón de su castidad
de la noche anterior, y abraza entonces el estado monástico. Estoraquio es herido
y muere unos meses después sin dejar heredero. El trono le corresponde entonces
a Miguel, padre de dos hijos y tres hijas: como se ha visto en el capítulo prece­
dente, a partir de Heraclio las familias imperiales llegan a ser numerosas. Miguel
I es vencido a su vez por los búlgaros en 813. Según parece declaró entonces:
«El Imperio de mi suegro y de su linaje no tenía el beneplácito divino». Esta
declaración, aunque no sea literalmente auténtica, es, al menos, perfectamente
coherente con el pensamiento de la época. Abandonado por la victoria, Miguel
I es enviado a un convento con su esposa y sus hijos.
La sucesión imperial será disputada entonces por tres hombres que habían
participado de la sublevación de Bardanes Turco: León, un armenio, estratega
del thema anatólico, Miguel el Tartamudo, originario de Amorion, en Frigia, y
Tomás el Eslavo, nacido en los alrededores de Comana, en el thema armeniaco.
Instalado en el trono en 813, León V entrega el mando militar a Tomás y, sobre
todo, a Miguel el Tartamudo, a cuya hija, además, apadrina. En 820, una conjura
en favor de éste le quita la vida. Miguel II hace frente entonces al levantamiento
encabezado por Tomás, su adversario de siempre. Este último, que se hace lla­
mar Constantino VI, se apoya en una coalición de fuerzas: el Asia Menor, y fun­
damentalmente’ la zona fronteriza del nordeste, en contacto con los iberos, los
300 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 301

armenios y los abasgos, el descontento fiscal y los marinos de las flotas themáti- Un sosiego religioso
cas. En cambio, los estrategas de Anatolicón y Opsiquion le son hostiles. Consi­ :■ . ÉL
gue la ayuda del califa al-Ma’mün, y sitia Constantinopla en diciembre de 821. Frente a los emperadores, la serie de patriarcás obedecía al principio que se
Miguel II se rehace con la ayuda del kan búlgaro Omurtag y de la flota imperial, •*i - ' perfilaba ya bajo el mandato de Irene. Unos proceden de la alta función pública
que le sigue siendo fiel, y Tomás muere en el suplicio en octubre de 823. El epi­ de la capital, como es el caso de Nicéforo I, que es monje cuando sucede a Tara-
sodio, más que un eco del conflicto planteado en torno a las imágenes, es sin.. * Ir sio en 806, y Focio, que en 858 es nombrado antes incluso de ser ordenado. Otros
duda uno de esos sobresaltos que recuerdan de tanto en tanto que Constantino"' son monjes, como Metodio (843-847), familiar, además, de Teófilo, con cuya viu­
pla, entre el Mediterráneo y Anatolia, no es la capital de un imperio homogéneo. da colaboraría en la restauración de las imágenes, o como su sucesor Ignacio.
Miguel II se había casado con Eufrosina, la hija de Constantino VI, salida a Esta alternancia expresa la línea directriz de los conflictos del siglo rx e incluso
este efecto del convento, trabando de este modo una continuidad con la gran di­ del X, en cuyo curso la Iglesia de Bizancio elabora su fisonomía definitiva, que
nastía del siglo v iii . Asocia al Imperio a su hijo Teófilo, que le sucede a su muerte ■no merma la personalidad de los patriarcas ecuménicos. Tanto los unos como los
en 829. Éste hace ejecutar a los asesinos de León V, a los que su padre debía el otros están acostumbrados al palacio antes de su designación, y sus vínculos fami­
trono. Esta acción, así corno el matrimonio de Miguel II, coloca el poder imperial liares son a veces dignos de mencionarse: Focio, sobrino de Tarasio por línea
por encima de las rupturas de hecho. Teófilo se casa con una joven vencedora paterna, está emparentado por línea materna con Teodora, esposa de Teófilo;
del concurso ya mencionado, y a su muerte, en 842, deja un hijo aún niño, Mi­ Ignacio no es otro que Teofilacto, un hijo de Miguel 1, castrado y recluido en un
monasterio, siendo aún un niño, a la caída de su padre. El gran patriarca de Ja

V.'NÍU *
guel, nacido en 829. Su viuda, Teodora, cuyas hermanas se han casado con aris­
tócratas, gobierna entonces con la colaboración de sus hermanos, Petronas y, so-' segunda iconoclasia, Juan Morocarciano (837-843), pertenece a una familia distin­
bre todo, Bardas, el logoíheíos íou dromou (ministro de Asuntos Exteriores, Co-' guida: su hermano Arsaber (el nombre revela ascendencia armenia) se casa con
rreos y Policía), el eunuco Teoquisto, agregado al poder antaño, al advenimient° Calomaría, ‘Bella María’, una hermana de la emperatriz Teodora, de la que el
de Miguel 11, padrino de bautismo de Teodora y, según un cronista árabe, algo. propio Juan fue padrino de bautismo. El primer patriarca iconoclasta, Teodotos
'W i r . ü & Z & S
más, a pesar de su mutilación. El reinado de Irene entre Aetio y Estoriquio pa­ (815-821), pertenece a la familia de los Melisenoi, ya ilustre en el siglo v ii . Él
rece repetirse. Sin embargo, la salida será diferente. Los hombres tienen otra en". mismo, titular en el mundo de la dignidad de spaíharocandidaí, y amigo del futu­
vergadura. Teoctisto, Bardas y el propio Miguel III, emergen poco a poco del-, ro Miguel 11, era hijo del patricio Miguel Meliseno, emparentado por matrimonio
descrédito acumulado sobre ellos por los rumores de la polémica contemporánea con Constantino V.
y las informaciones de la historiografía posterior. La situación se resuelve de otra Todo esto ayuda a comprender en qué tipos de hombres y en qué círculo so­
manera. Primero, domina Teoctisto, hasta el año 855, en que Teodora quiere cial se encarnan los debates de la capital. El patriarca está también, por lo demás,
separar a su hijo de su amante Eudocia Ingerina para obligarle a tomar esposa.: a la cabeza de una administración: así, las Vidas de los patriarcas Tarasio y Nicé­
Teoctisto es asesinado con la complicidad de Bardas, y Teodora apartada del po-r foro fueron escritas por el diácono Ignacio, conservador del tesoro patriarcal. El
der. Bardas ocupa el trono y recibe el título de César. Por último, se inicia la monasterio de Studa, a cuya instalación en la capital se ha hecho referencia, for­
fulgurante ascensión del futuro emperador Basilio, fundador de una dinastía que ma asimismo parte de la historia del siglo rx. La regla, compuesta en verso por
rodeará sus orígenes de historias justificativas. Teodoro, determinaba un organismo social completo, desde la escuela para los
Basilio, casi desconocido, originario de Andrinópolis y tal vez de ascendencia ninos destinados a profesar en el hospital, pasando por una serie de talleres, entre
paterna armenia, que había venido a probar fortuna a la capital, se convierte en los cuales pronto destacará el de copia. Aunque el origen de Teodoro se sitúa en
el compañero indispensable de Miguel, y su caballerizo. Además, Miguel le pro­ la alta función pública de la capital, el reclutamiento social de Studa parece bas­
porciona mujeres, en primer lugar Tecla, una de sus hermanas, a la que puede tante abierto, lo que es lógico, puesto que expresa la intransigencia radical de
verse en las monedas con su madre y él, y después su ya citada amante, Eudoxia una Iglesia. Studa no será, por lo demás, el único en encarnar el partido monás­
Ingerina, con la que Basilio se casa, una vez devuelta a su familia su propia mu­ tico, aunque conserve la dirección: el auge del monaquismo provincial es también
jer. Basilio elimina a Bardas en 865. En 866 es asociado al Imperio. Y en 867 un aspecto de la época.
asesina al propio Miguel III en su cámara, tras la comida imperial, con la ayuda El conflicto entre la facción patriarcal partidaria del compromiso y la reivindi­
de conjurados parientes o amigos; la escena nos ha llegado a través de relatos de cación estudita de la intransigencia se prolongará durante todo el siglo ix con
una violencia shakespeariana. El encadenamiento de sucesos políticos que condu­ diferentes excusas, y su verdadera clave sigue siendo la definición de las relacio­
cen a Basilio al poder supremo se desarrolla en su totalidad en el palacio. nes entre lo político y lo religioso en la cumbre del poder. La posición de Nicé­
foro 1 es opuesta a la de Irene. Apremiado por el esfuerzo bélico y, por lo tanto,
financiero, pone término a las disposiciones que favorecen los bienes de los mo­
nasterios y otros establecimientos piadosos. Por otro lado, ha heredado el conten­
cioso ori?inado en las designaciones episcopales de la primera iconoclasia, y por
el divorcio y las segundas nupcias de Constantino VI: se pone en cuestión el es-
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ta tu to del sacerd o te q u e consintió en celebrarlas. El patriarca T arasio m uere en siguió siendo tan ajena com o, al m enos en esta época, la veneración de las im á­
806 y el e m p erad o r lo sustituye por un personaje de similares características, Ni- genes mism as.
céforo, m iem bro, en p rim er lugar, del secretariado im perial al que ya había p e r­ T ras la m u erte de T eo d o ro en 826, y de N icéforo en 828, la cuestión se m ar­
tenecido su p a d re , y enviado en v irtu d de este cargo al concilio de 787, y después chita, aunque sin cerrarse. Teófilo adopta u na posición más severa. P ro h íb e pin­
retirad o a un m onasterio de su fundación. A u n q u e el em perador consultó a T eo­ tar im ágenes y castiga con rigor a los monj es, más que nunca asociados a su culto.
doro a p ro pósito de esta designación, la voluntad de com prom iso del nuevo pa­ E n 836, se im prim en con h ierro can d en te versos injuriosos en el ro s tro de dos
triarca suscita la oposición de los estuditas. El m onasterio es ocupado por la tropa frailes «fichados», T eodoro y T eófano, monjes palestinos. A sim ism o, se taladran
en 808; en 809, un sínodo condena a los estuditas, p ero declara, no obstante, el las m anos con las que pintaba el m onje L ázaro. Juan M orocarciano, cuyo papel
prim er m atrim onio de C onstantino V I com o el único válido: una p ru eb a, p o r si hem os visto en 815, llega a ser patriarca en 837. P ero T eodora y sus hijos veneran
había necesidad de ella, de que lo que está realm ente en juego es m enos el res­ en secreto los iconos en el palacio, y la iconoclasia im perial no sobrevive a la
p eto del canon que la reivindicación del poder religioso, o m ás precisam ente de . m uerte de Teófilo en 842. Juan es destituido en 843 y reem plazado p o r el m onje
su autonom ía determ inante en el seno del poder en general. Los dirigentes de siciliano M etodio, tiem p o atrás víctim a de la represión de M iguel II por ser p o r­
Studa se exilian, y T eodoro apela en vano a R om a: paso lógico, pues el p ap a es tad o r de un m ensaje pontificio de apoyo a los iconos.
el prim ero de los cinco p atriarcas y el único contrapeso concebible en Constanti- La restauración solem ne y definitiva de la devoción a las im ágenes tiene lugar
nopla, de la que R om a sigue separada p o r el contencioso relativo a los p atrim o­ el p rim er dom ingo de C uaresm a, fiesta conocida desde entonces y hasta nuestros
nios confiscados d u ran te el reinado de L eón III, y p or la alianza franca. Y paso días p or las Iglesias nacidas de Bizancio com o dom ingo de la O rtodoxia. No obs­
característico, en lo sucesivo, p o r p arte de los m o n jes, que lo rep e tirá n , no sin ta n te , se asegura la continuidad del poder im perial y de la dinastía al relatar el
que el propio em perador recurra a veces a él. B ajo el m andato de M iguel I, dócil arrepentim iento de Teófilo en su lecho de m u erte, la visión, concedida a la pia­
a los estuditas, este prim er episodio acaba con una reconciliación. dosa em peratriz, de C risto p erdonándole en su tribunal, y el hallazgo p o r el pa­
L eó n V conduce el Im perio a la iconoclasia, e n u n contexto d e angustia cau­ triarca del nom bre de Teófilo b orrado m ilagrosam ente de una lista de em perado­
sada p o r la gravedad del peligro búlgaro, ya com probada p o r los reveses de 811 res heréticos depositada la víspera sobre el altar. Se restaura la Sala de O ro del
y 813. E ste mismo año, la población de la capital acudía a la tum ba de C onstan­ palacio: la im agen de C risto corona nuevam ente el tro n o im perial, en tanto que,
tino V, cuyas victorias recordaba. D ebido a sus incursiones en Tracia, los búlga­ en la p u e rta occidental, se ve a la V irgen con el em p erad o r, el patriarca y los
ros co m p ro m etían adem ás el abastecim iento de grano de la capital, lo que pro v o ­ santos.
caba carestía. L eón V quiere ser un nuevo León III, aun cuando haga coronar a Se acaba así la segunda iconoclasia. Se distingue de la p rim era por la ciencia
su hijo Sm bat con el nom bre de C onstantino. La deliberada voluntad de resta u ra r de la que se hace alarde en las justificaciones, tanto en uno como en o tro cam po,
el m odelo victorioso del siglo preced en te explica sin duda, por una p a rte , la de­ p o r lo que hem os podido juzgar. La profundización filosófica de la teo ría de las
cisión iconoclasta. E n p rim er lugar com porta, en 815, la destitución del patriarca im ágenes y la profundización política de la E n cam ació n son fru to de esta época.
Nicéforo, cuya cooperación con el p o d er no llega al rechazo de las im ágenes. Es L a o b ra co n tin u ad a hasta su m u e rte p o r el patriarca N icéforo, aún inédita en p a r­
sustituido p o r T eodoto M eliseno, em p aren tad o , com o se ha visto, con C onstanti­ te, lo m u e stra claram ente, con sus referencias aristotélicas. E ste h echo va ligado,
no V . U n m es más tarde, un concilio reu n id o en la iglesia de Santa Sofía, en sin duda, a la m a d u rez de un m ovim iento que disponía ya de un a tradición, p o r
C onstantinopla, define la doctrina. Esta asam blea fue precedida p o r un trabajo u n a y o tra p a rte , p e ro so b re todo al resplandor intelectual del siglo IX, péríodo
de recopilación de m anuscritos con vistas a constituir un legajo de textos justifica­ b rillan te, creador y curioso, indudablem ente en m ayor m edida que la gran edad
tivos. La com isión estaba dirigida p or Juan M orocarciano, futuro p atriarca. Las clásica ab ierta a continuación p o r el advenim iento de B asilio I.
actas del concilio no sobrevivieron a la restauración de 843 y sólo p odem os hacer­
nos u n a idea de ellas a través de las citas y refutaciones del p atriarca exiliado.
T eo d o ro es d esterrad o tam bién después de haber apelado al papa u n a vez más; H a c ia u n n u e v o r o stro d e la Ig lesia
algunos de sus partidarios son ejecutados. Miguel II, tam b ién él iconoclasta, in­
tenta en vano una reconciliación, llam ando en prim er lugar a los exiliados y tole­ E n prim er lugar, se produce un cambio decisivo en los medios de difusión de
rando el culto privado de las im ágenes. P ero T eodoro exige la restau ració n del los libros. Bizancio desconoce aún el pap el, ya utilizado en esa época en los paí­
patriarca N icéforo y la reunión de u n concilio, y se rem ite, co ntra el em p erad o r, ses del Islam . En cam bio, sus copistas p asan entonces de la escritura uncial a la
a la au to rid ad d e la sede de R om a. M iguel escribe en 824 una carta de justifica­ m inúscula, tan rápida que su invención se ha podido com parar con la de la im ­
ción al em perador carolingio Luis II, en la que expone lo que había llegado a ser p ren ta; y, com o p o d rá observarse, este mism o paso se da, en este m ism o siglo
en la práctica la devoción a los iconos, y le pide su apoyo en R om a. L a misiva IX, en la escritura latina del O ccidente carolingio. El m ás antiguo m anuscrito grie­
no surte efecto. L a Iglesia latina no ignoró el conflicto de los poderes en Bizan- go conocido en m inúscula, una colección de los cuatro Evangelios, fue copiado
cio, en el que ella seguía siendo una em in en te instancia de apelación. P e ro la en 835 en el taller de Studa. E l uso de la nueva escritura, signo de una creciente
polém ica sobre las im ágenes, que constituyó una de las fases de este conflicto, le necesidad de libros, está en relación con el carácter erudito de la segunda icono-
|M |R

304 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 305

clasia: no podemos dudarlo aunque se hayan perdido los libros de la vertiente so en el caso del patriarca Juan, pero no así en el de Focio, cuyas preocupaciones
iconoclasta. La serie de manuscritos fechados, que en primer lugar recogen textos siguen siendo cristianas, y que no ocupa, de hecho, un primer plano hasta la si­
de las Escrituras y teológicos, continuará después con obras técnicas como los guiente generación, después de 843. Ésta heredará, pues, un modelo cultural ba­
tratados de agrimensura o de medicina y, finalmente, con la literatura en el sen­ sado en referencias antiguas elevadas a la categoría de clasicismo, y a partir de
tido más amplio de la palabra. .' entonces en manos de un poder que es de nuevo, y para siempre, partidario de
El reinado de Teófilo señala verdaderamente los comienzos del «renacimien­ las imágenes. N o se puede negar la parte que corresponde a lo individual, al pla­
to» del siglo rx, que es en realidad, como todos los renacimientos, el florecimien­ cer particular de los protagonistas de este «renacimiento», pero corresponde al
to de una modernidad. Dos hombres desempeñan aquí un considerable papel. historiador comprobar su coherencia política y explicarla.
Uno es Juan Morocarciano, llamado Juan el Gramático, hombre de ilustre origen La segunda iconoclasia es también, cosa que no es extraña, un período de
y gran cultura clásica, a pesar de lo que dijeran de él sus adversarios, que le de­ auge monástica. Studa prosigue su existencia, como lo prueban el manuscrito ci­
signaban con el diminutivo popular de Jannis. Su inclinación, al parecer, le llevó . tado más arriba, copiado bajo el mandato de Teófilo, la hagiografía estudita, re­
hacia la ciencia griega, y sin duda hacia la magia, inseparable de ella en el pensa­ latos de las experiencias de Teodoro y de su sucesor Nicolás, compuestos en el
miento de la época. Tuvo influencia sobre Teófilo, del que había sido su precep­ monasterio durante el reinado de Basilio I, y la formación dada en el monasterio,
tor y quien le envía en misión a Bagdad. León el Filósofo (o el Matemático), de la que el patriarca Ignacio será un ilustre ejemplo. Studa no es ajeno a la cul­
nació en Constantinopla hacia 790, recibió una primera formación constituida por tura antigua, a la que aborda desde otro punto de vista, el de la primacía de la
la retórica, pero también por la filosofía y por la aritmética. Enseña en privado, Iglesia de los monjes en el Imperio. Pero la segunda iconoclasia es también con­
en su propia casa, sobre todo matemáticas, y posteriormente Teófilo le confía temporánea, y sin duda causa, en parte, de una proliferación provincial de mo­
una enseñanza oficial. Llega a ser metropolitano de Tesalónica en 840, pero vuel­ nasterios, cuyas consecuencias serán importantes. El Olimpo de Bitinia, cerca de
ve a Constantinopla tras la restauración de 843. Iconoclasta moderado, sabemos Brusa, se convierte en el ámbito predilecto, donde se lleva a cabo la carrera as­
que repartía sus trabajos fundamentalmente entre Platón, corrigiendo su propio cética de los modelos de la época. Mientras Pedro, higúmeno del monasterio de
ejemplar, Euclides y la influencia de los astros sobre el destino. El futuro patóar- Atroa (773-837), continúa siendo una autoridad provincial, Joaniquio, nacido en
ca Focio, nacido hacia 810, estaba ya en actividad bajo el mandato de Teófilo. el reinado de Constantino V en una familia iconoclasta y -muerto en 846, llega a
Prosiguiendo entonces una carrera de alto funcionario, en cuyo curso irá también ser un punto de referencia a la medida del Imperio. Las Vidas de estos santos
a Bagdad, encuentra tiempo para componer, hacia 838, en honor de su hermano, hombres, escritas en ese tiempo, narran al mismo tiempo las actitudes de la pie­
su famosa Biblioteca, conjunto de 279 reseñas de libros que ha leído, entre las dad laica. Son menos curanderos que sus predecesores de los siglos v y vr, y mu­
cuales algunas, más detalladas, constituyen el único testimonio de obras antiguas cho más videntes. La previsión del futuro y del destino que un León el Matemá­
hoy perdidas. La curiosidad de Focio le lleva menos hacia la ciencia y la filosofía tico pedía a los cálculos astrológicos es asumida por sus fieles como una aplica­
que hacia la retórica, que englobaba entonces, no hay que olvidarlo, la historia. ción de su santidad. Por lo demás, su visión no se limita a iluminar los hechos
Parece que tuvo también una especie de círculo de lectura y de enseñanza. alejados en el espacio o en el tiempo. Penetra en el secreto de los corazones cul­
El propio Teófilo no sólo fue el jefe de los hombres de los que acabamos de pables, a los que arranca la confesión, preludio de la penitencia. La autoridad
hablar y el inspirador de una política creadora de una élite pública y de un apa­ del «padre espiritual» deviene entonces, en todos los niveles de la sociedad , un
rato cultural del poder. La figura imperial participa con él de la elaboración en elemento esencial del poder monástico. Además, las hagiografías subrayan cuida­
curso, y le confiere la dimensión intelectual, y no ya solamente teológica, como dosamente que sus héroes son sacerdotes. También a partir de ahora, la devoción
en el caso de Constantino V, que ofrecerá en los siglos IX y x. Su curiosidad común hacia las imágenes confirma sus rasgos futuros y ya tradicionales. La carta
respecto del poder y la civilización del califato se traduce, entre otras cosas, en de Miguel II a Luis II manifiesta la presencia viva que se esperaba de los iconos,
sus copias del arte del palacio omeya, problema' específico de un emperador ico­ haciéndoles apadrinar a los hijos en su bautismo, por ejemplo. Andando el tiem­
noclasta, que no podía mantener la decoración crística tradicional desde el final po, se referirá que Teodora y sus hijos tenían los suyos en un armario de su re­
del siglo vr. La victoria imperial es puesta en escena en las entradas triunfales sidencia, y que el bufón de Teófilo se deslizaba en él diciendo: «¡Emperador,
que le conducen a Constantinopla tras sus éxitos de 831 y 837. Su protocolo ha tened cuidado con las muñecas de la emperatriz!».
sido conservado por el Libro de las ceremonias de Constantino VII. Y aunque
Teófilo no dejó leyes a sus sucesores, sus virtudes de juez supremo son, no obs­
tante, ilustradas por los relatos piadosos relativos a su absolución, y en la colec­ bnpetu cultural, ímpetu imperial
ción de Vidas de emperadores compuesta en el círculo de Constantino VII: la
descendencia de Basilio I subraya así la dignidad ininterrumpida del poder impe­ Por tanto, sería erróneo definir esta época por la distinción entre una cultura
rial, más allá del personaje de Miguel III, negativo puesto que fue asesinado. erudita y una cultura popular. Ante todo, podemos decir, manifiesta una cultura
En resumidas cuentas, la cultura oficial de la segunda iconoclasia está marca­ común, en la que destacan en primer término la creencia y la práctica cristianas,
da por la relectura de lo antiguo y por una curiosidad específicamente laica, inclu­ a las que se superpone efectivamente un nivel erudito, recobrado.de lo antiguo en

20. —FOSS!ER, I

-•JÉíUk*.
306 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 307

los medios dirigentes, sea que trate del círculo imperial o del de Studa, que, como
ra no ha hecho votar al sínodo, de donde surge una oposición episcopal a Ignacio,
es evidente, no escogen exactamente lo mismo de la herencia de la Antigüedad..
una de cuyas voces es Gregorio Asbestas, obispo de Siracusa. En 858, Ignacio es
Pero, si la curiosidad científica parece haber sido una característica de los intelec­
desterrado por Miguel III y Bardas, por haber negado la comunión a este último,
tuales iconoclastas, la construcción de un relato biográfico, por ejemplo, está en
acusado de incesto con su nuera, y negarse también a aprobar la reclusión de
todas partes sometida a las mismas reglas retóricas y la lengua en todas partes
Teodora y sus hijos en un convento. Es sustituido por Focio, a la sazón director
alejada de la que los propios autores hablaban cotidianamente. Igualmente, sería
de la cancillería imperial y, como se recordará, sobrino de Tarasio y aliado de
erróneo hacer una distinción entre la cultura de la capital y la de las provincias,
Teodora. Recibe de una sola vez los diversos grados de la clericatura y se hace.
al menos en el plano erudito: el estudio de las escrituras y los grabados de los
consagrar por Gregorio Asbestas, al que Ignacio había destituido y que había
manuscritos muestra la difusión del trabajo. En cambio, en el plano que llama­
apelado a Roma. Desde entonces, una guerra de impugnaciones enfrenta a Focio
mos común, se percibe una cierta cultura regional: volveremos a tratar este tema
y a Ignacio y sus partidarios, con apelaciones al arbitraje del papa Nicolás I: este
a propósito de la frontera de Oriente en la segunda mitad del siglo IX.
último encuentra en ello la ocasión para reabrir el expediente de los patrimonios
La cultura dominante inmediatamente posterior a 843 se elaboró ya, de he­
confiscados por el emperador León 111, y se ve comprometido, por otra parte,
cho, durante la segunda iconoclasia, e incluso desde principios del siglo. La se­
en la rivalidad con Bizancio, junto a los búlgaros", como se verá más adelante.
gunda restauración de las imágenes modifica aún menos que la primera la elabo­
En septiembre de 867 se reúne un sínodo en Constantinopla bajo la presidencia
ración en curso de la figura imperial. Sólo el trabajo teórico e historiografico lle­
de Miguel III, que firma las actas. Focio obtiene de otros patriarcas de Oriente
vado a cabo de Basilio I a Constantino VII, su nieto, irá más lejos todavía. Pero
la excomunión del papa, declarado hereje en virtud de la doctrina romana sobre
el reinado de Miguel III cosecha, por su parte, los frutos del auge cultural que
el Espíritu Santo, que para los griegos procede «del Padre a través del Hijo», y
le precedió. El poder imperial continúa ligado a una enseñanza superior, en pri­ para los latinos «tanto del Padre como del Hijo». Esta divergencia, ya explícita
mer lugar con el impulso de Teoquisto - q u e hace remunerar la ensenanza de la
en el siglo vi , se convierte, a partir de 867, en un criterio de la ortodoxia según
filosofía a Constantino-Cirilo, futuro apóstol de los eslavos— y, posteriormente,
Bizancio, que se volverá a encontrar en el cisma de 1054. Además, Focio declara
de Bardas. Este último organiza hacia 855-856 la escuela de la Magnaura, en el
ilícita la intervención del papa y hace circular por Oriente las conclusiones del
palacio imperial, donde las enseñanzas de geometría, astronomía y gramática son
sínodo. A partir de entonces, no sólo hay un conflicto interno, que separa dos
colocadas bajo la autoridad de León el Filósofo. Existe la misma continuidad en concepciones de las relaciones entre el soberano y la autoridad de la Iglesia. Exis­
lo tocante a la posición simbólica del soberano y de su poder. El palacio sigue
te también, de cara al exterior, la asociación del emperador y su patriarca, esbo­
siendo el lugar de su representación, con el ceremonial de las audiencias de los
zada ya, como se recordará, en tiempos de Heraclio, y desarrollada en lo sucesivo
embajadores o el de la comida imperial, que se prolonga en el hipódromo, las
a la medida de los espacios que se abren al poderío imperial, sobre todo en lo
procesiones y las cacerías. La adoración de las imágenes inspira al patriarca Me-
que se refiere a los eslavos.
todio, desde 843, el oficio del domingo de la Ortodoxia (el primero de Cuares­
ma), celebrado en todas las iglesias del Imperio, en cuyo transcurso son aclama­
dos los nombres de los soberanos, y reprobados los de los herejes. En una pala­ B iz a n c io rea n u d a la ofensiva
bra, la ideología imperial cambia de posición en 843, pero no su pretensión cós­
mica. La vuelta a las imágenes significa para ella la definitiva opción por la En­
En este poderoso desarrollo de una soberanía y de su cultura, ¿qué sucede
carnación del poder supremo, la vuelta a la tierra del «Cristo-emperador». El re­ con las minorías y las fronteras del Imperio? La cuestión no puede separarse de
lato del perdón milagroso otorgado a Teófilo revela claramente que 843 no signi­ la de las relaciones exteriores de Bizancio. U n1\ primera ojeada permite percibir
fica una ruptura en la línea de la dinastía. el conjunto de los territorios, sus pueblos, su respiración, sus constantes, así como
El radicalismo monástico señala también su continuidad, subrayando por el la guerra en la que están comprometidos. Pero sería erróneo escribir este capítulo
contrario el corte entre el gobierno iconoclasta y la ortodoxia restaurada, con una únicamente en términos de la integridad del territorio imperial, como se suele
exultación de la que las miniaturas de un grupo de salterios de la segunda mitad hacer. Más que nunca, la guerra sigue siendo una forma normal y permanente
del siglo IX ofrecen una sorprendente ilustración. A partir de entonces, el conflic­ de la vida pública, de la ideología del soberano, de las relaciones internacionales.
to entre los poderes vuelve a encontrarse en los mismos términos que a principio Constituye, junto con las embajadas y el comercio, el sistema de estas últimas,
de siglo, entre una Iglesia auxiliar del soberano y la reivindicación de Studa. El de sus prestigios, de sus beneficios.
propio Metodio, aunque monje, no se alinea en las posturas de sus pares, con A principios del siglo ix , requieren la atención tres grandes zonas que a veces
los que se irrita después, por verles demasiado pasivos ante el retomo a las imá­ se interfieren. La primera está en el oeste: comprende los mares, el Egeo y el
genes. A su muerte, acaecida en 847, Teodora elige a Ignacio, el hijo eunuco y Mediterráneo central, con sus islas, Calabria, el Adriático y la costa dálmata, y
monje de Miguel I. Representa una concesión a los estuditas y, habida cuenta de la laguna veneciana: todo esto aún oficialmente bizantino. A continuación vienen
que se trata de un hombre de linaje imperial, vincula el poder presente con una las provincias balcánicas, con sus islotes eslavos aún parcialmente distintos, y los
dinastía pasada. Sin embargo, significa la apertura de otro conflicto, pues Teodo­ traslados de población efectuados por el Imperio; los estrechos y la costa occiden-
¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 309
308 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

d eres públicos tendían a h acerla m ás pesada, y p o r ta n to m ás eficaz, en tan to


tal del m ar N eg ro dom inan la ru ta de C onstantinopla; fre n te a Bizancio está el
q u e el uso la a tra ía hacia abajo, hacia gastos cada vez m ás fraccionados, hacién­
E stado b úlgaro, y, en la costa n o rte , donde Bizancio dispone del puesto avanzado
dola cada vez m ás ligera. E n tre am bas, la m o neda de p lata aparecía com o un
de Q uerson, elevado a la categoría de them a a p artir de 833, la zona al m ando
recurso ocasional y discontinuo. A h o ra bien, d esde el siglo v iii , el sistem a bizan­
del E stado jaza r, en tre el D on y el V olga. P o r ú ltim o, al este se halla u n a región
tin o fu ndado en el oro se encontró situado entre un O ccidente que se lim itaba
sensible desde el siglo v ii , el g ran arco d e circunferencia a p o y ad o en el T auro
p o r aquel entonces a la p lata, signo de una capacidad financiera y m o n etaria in­
por u n lado y en el C áucaso p o r el o tro, p o r donde toca, en los confines del
ferior, y un O rien te islám ico más próxim o al bim etalism o, pues el califato acuña
Im perio, los viejos países cristianos de A rm en ia e Ib eria. A d em as, tan to en M e-
un dinar de o ro inspirado en Bizancio y un dirhan de plata heredero de la m one­
litene, M anzicerta y A rzen com o en Tiflis, están instalados desde el siglo VIII los
da p ersa, e inspirador a su vez de acuñaciones bizantinas. A ñadam os que estas
em iratos árab es fronterizos, poco dóciles a B agdad, incluso rebeldes si llega el
m onedas se vuelven a encontrar y a ser com petitivas en las nuevas vías del m un­
caso, p ero fam iliares, en cam bio, de los príncipes arm enios de la región, con cu­
d o escandinavo y eslavo, ganadas p o r los m ercenarios y aportadas p o r los com er­
yas hijas se casan a veces.
ciantes.
A p a rtir del rein ad o de L e ó n III se acuñaban m onedas d e p lata conm em ora­
tivas, a unque tendían a un uso com ercial. T eófilo reanuda una acuñación regular
E l c a m in o , la ald ea y la m o n e d a , r e c u p e r a d o s
de la m oneda de p lata ( m ilia r is io n ) , con un aum ento tem poral del peso. M iguel
11 acu ñ a ya una m oneda de bronce m ás pesada ( fo llis ) continuada p o r T eófilo,
Las vías y los p u n to s clave de la estrategia se vuelven a en co n trar en el gran
cuya m oneda p erm an ece estable a lo largo de dos siglos. E stos dos m ovim ientos,
com ercio, cuyo auge a p artir del siglo ix corresponde al del consum o de palacio
en ta n to q u e la m o n ed a de o ro sigue inm utable, indican a las claras una acelera­
y el u rb a n o , así com o al de un conocim iento m ercantil de las l e n c a s , los itin e ra ­
ción d e los intercam bios locales y del tráfico a larga distancia. E l m apa de los
rios y los productos. U n saber en el que destacan los judíos, gracias a su facilidad
hallazgos de piezas aisladas, perdidas p o r sus usuarios, perfila sum ariam ente las
de com unicación escrita con u n a extensa red de corresponsales solidarios, ta l vez
direcciones de los intercam bios, así com o su respectiva im portancia. E n el siglo
acrecentada p or los caraítas (del h ebreo qara, ‘le e r’), disidentes judíos fieles al
IX aún circulaba poca m oneda en B ulgaria, m ientras q u e .e n M oldavia, al igual
texto exacto de la Ley, con exclusión de la exegesís rab m ica y de sus conclusio­
que en T ransilvania, la m oneda seguía las rutas de los p asto res, que sin duda
nes. Se les en cu en tra desde esta época en C rim ea. E n la m ism a región, en Jaza-
conducían el ganado a las ferias. E n la costa del m ar N egro circulaban m onedas
ria, los judíos ocu p an una posición privilegiada a p artir de m ediados del siglo V I .
de b ro n ce, tal vez en relación con el m ercado de abastos de la capital. Sólo había
Los com erciantes m usulm anes son igualm ente activos. Se reconocen dos grandes
m oneda de oro de T eófilo en los B alcanes del oeste, sobre todo en el interior.
corrientes com erciales: la prim era, tradicional, ap o rta las especias y la seda de la
P o r últim o, y fundam entalm ente, existía un auge económ ico en la costa del E geo
India y la C hina; la segunda im porta de U crania cu ero , p ieles, m ad era, imel y
y en la G recia central, donde p en etran las m onedas árabes, las piezas de cobre
esclavos. E l E stado b ú lg aro ocupa una posiciórt dom in an te en la ru ta del bajo
de los em iratos árabes de C reta y los dirham de plata vueltos a acuñar en m ilia -
D anu b io , que p ro ced e de los países eslavos. E l E stad o jazar se b eneficia de la
risia en C orinto y sobre todo en A tenas. E stas indicaciones son esenciales para
que, más oriental, conduce a Q u erso n y a T rebisonda. U n p o d e r vuln erab le que
rep resen tarse un m undo en que la guerra y la p iratería, p o r un lad o , y los in ter­
decae e n provecho de los rusos, cuan d o éstos com ienzan a navegar p o r el V olga
cam bios, p o r o tro , estudiados en los libros de historia en capítulos distintos, for­
y alcanzan el C aspio a finales del siglo IX.
D en tro del am plio m ovim iento d e productos y m onedas que se lleva a cabo man de hecho la tra m a d e una mism a realidad.
a través de los tres espacios consum idores, el O rien te m usulm án, el O ccidente y
Bizancio , el saldo de esta últim a no .es sin duda ta n deficitario com o se ha dicho.
L a r u p tu ra d e l c e r c o a l O e s te y a l N o r t e ...
C onstantinopla y T esalónica siguen siendo centros de redistribución cuyo papel
no adm ite com petencia, y cuya actividad com ercial q ueda en m anos de los p ro ­
L a p rim era m itad del siglo está dom inada en el M e d iterrán eo , p o r una p a rte ,
pios bizantinos. A tenas y C o rin to dan señales de ren acim ien to desde el principio
del siglo IX. L a m oneda, p o r últim o, aporta una prueba de lo que decim os. p o r la flo ta m usulm ana y sus éxitos, y, p o r la o tra , p o r la extensión terrestre y
m arítim a del sistem a defensivo bizantino. E n 805, las naves árabes to m an parte
C om o se reco rd ará, a p a rtir de C onstantino, el sistem a m onetario de Bizancio
se fu n d am en tab a en el sueldo de o ro, acuñado a ra zó n de 72 piezas por libra de en una gran sublevación de eslavos en la región de P atras. N icéforo 1 acaba con
327 g. de peso aprox im ad am en te, y una ley m uy elevada, 24 quilates (k e r a tia ). ella y p rocede en consecuencia a un traslado de población desde el A sia M enor.
E l sueldo, m edio p ara los pagos públicos, los im puestos, las pagas, las rentas con­ U n e stra te g a de C efalonia es m encionado p o r p rim era vez en 809. L os árabes
certadas para los particulares o los establecim ientos piadosos y los trib u to s sufra­ m ultiplican los desem barcos en las islas del E g eo , en C hipre en 806 y en R odas
gados p or el Im perio, era igualm ente muy apreciado en los m ercados internacio­ en 807. E l them a m arítim o del E geo es m encionado por prim era vez en 843. Las
nales. P or otra p a rte , una m o n ed a de bronce, aleación d onde p red o m in ab a el posiciones bizantinas en el A driático están am enazadas p o r los piratas eslavos de
cobre, servía, p or el co n trario , p a ra los intercam bios de la vida cotidiana: los p o ­ la costa dálm ata, las codicias carolingias y la expansión de los propios venecianos.
310 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 35 0 -9 5 0 ¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 311

F inalm ente, un tratad o , firm ado en 813 u 814, preserva la au toridad d e Bizancio, a su vez en 814, y su hijo O m urtag pacta en 814 u 815 u na paz de trein ta años
b ajo la cual V enecia gozará d e h ec h o de una situación d e autonom ía, pronto con Bizancio, en cuyo curso, com o tam bién hem os visto, ayuda a M iguel II con­
puesta de m anifiesto p o r la posesión de las reliquias de san M arcos, que los coi tra el levantam iento de T om ás el Eslavo. E l problem a de los islotes eslavos en
m erciantes venecianos ro b an en A lejandría en 828, y que perm iten a la d u d a d territorio del Im perio aún no se ha solucionado en esta fecha. M ás arriba recor­
reivindicar la dignidad apostólica indispensable en el juego de precedencias poé­ dam os la sublevación de 805 en la región de P atras. E n 841 se produce otra. Pero,
ticas d e la época. E n 836 se en cu en tra la p rim era m ención de un estratega de en lo que a ta ñ e a los búlgaros, d u ra n te algunos decenios re in a rá la paz: la eslavi-
T esalónica, que tal vez existe desde 824, y en 842-843 la de un estratega de Dirra- zación de la nación, el progreso del cristianism o y la m aduración de la estructura
quio (D urazzo). política requieren dar otros pasos, que se inician con la llegada al poder del kan
E n 825, los. árabes d e C ó rd o b a, expulsados d e A lejan d ría, donde se h abían B oris en 852. E l hecho de que un nuevo pueblo turco, los húngaros, procedente
refugiado, to m an C reta: privan así a Bizancio de una posición estratégica y ca'.: de la estepa, alcance las bocas del D anubio hacia 837, no representa todavía nin­
m ercial de p rim era im portancia, q u e le asegura el control de las rutas m arítim as gún problem a en el horizonte de Bizancio.
en el centro del M ed iterrán eo . U na expedición bizantina, que no será la única; M ás al E ste hay que h a c e r la m ism a observación respecto al dom inio jazar.
puesta en m archa en 828-829, no obtiene ningún resultado positivo. Los árabes- El p o d er de los jazares se basa en los pagos im puestos a las tribus de la región
fu n d an C an d ía en la isla, que conservarán en su p o d e r hasta el siglo X. E n 827, y a los usuarios de las rutas del gran com ercio. Los judíos se habían instalado
los aglabidas de Á frica desem barcan en Sicilia, aprovechando una sublevación lo" e n tre ellos hacia 740, y la adopción oficial del judaísm o por el grupo dirigente es
cal co n tra la au toridad bizantina: Sicilia, convertida en them a hacia 700, ocupaba un hecho com probado en la segunda m itad del siglo IX, que traduce evidentem en­
una posición p eriférica gracias a la cual conservaba la tradición de u n a cierta au­ te el propósito de abandonar el viejo politeísm o turco por una form a religiosa
tonom ía. N o ob stan te, su Iglesia era griega desde su incorporación al p atriarcado más acorde con la m adurez política del E stado. U na opción análoga a la que los
ecum énico efectu ad a p o r L eó n III. L as fuerzas árabes asedian P alerm o en 830 y E stados eslavos o eslavizados tom aro n a p artir de 860, y notable puesto que p re ­
se ap o d eran d e ella en 831. L a conquista prosigue d u ra n te m ucho tiem p o , ya que servaba su independencia fre n te a la cristiandad y el Islam , las dos esferas políti­
Siracusa no caerá hasta 878 y T a o rm in a h asta 902. Los árab es pasan de Sicilia a cas vecinas, pero por este mismo hecho insuficiente para garantizarlas. Sus rela­
la Italia del Sur, d onde B izancio ten ía el ducado d e C alabria, O tran to , e tc., y de ciones con Bizancio en la costa norte del m ar N egro son pacíficas. H acia 833,
m an e ra m ás teó rica aún que en el caso d e V enecia, el ducado de N ápoles, del solicitan a C onstantinopla ingenieros bizantinos que vienen a construirles la fo rta­
que d ependió A m alfi hasta 839 aproxim adam ente. Los árabes to m an T aren to en leza d e S arkel, a orillas del D on. Bizancio convierte entonces en th em a su antigua
839-840, lo que les perm ite am enazar el tráfico m arítim o de V enecia. U n a em ba­ cabeza de puente de Q uerson, térm ino m arítim o de la ru ta del gran com ercio
ja d a b izan tin a se dirige a Venecia en 840 y la flo ta v eneciana interviene este m is­ llegado de Kiev. Y precisam ente es el E stado de Kiev, es decir, los rusos (del
m o año co n tra T aren to , p ero sin éxito. E n 842, los árabes se adueñan de Barí". griego r o s), el que constituye la nueva am enaza de esta p arte del m undo, tanto
D esde sus posiciones insulares, asuelan perió d icam en te las costas griegas, p o r p ara los jazares, cuyo lugar tom aron finalm ente en el siglo x, com o p ara B izan­
ejem p lo la p en ín su la de A to s. Las V id a s d e santos de la época se hacen eco con­ cio, bajo cuyas m urallas aparecen sus naves por p rim era vez en 860. P ero en toda
tin u am en te d e estos desem barcos. E l d esastre causado p o r una incursión sarrace­ esta historia la guerra está en segundo térm ino y la volverem os a encontrar más
na abre, p o r ejem plo, la V id a de la san ta m onja de T esalónica, T eodora, nacida ad ela n te, al tra ta r de la integración al sistem a dom inante req u erid a p o r los jóve­
en 812 y que abandonó,' siendo aún n iñ a, su isla n a ta l de Egina. L a historia de nes E stados, y proporcionada p o r B izancio en la form a de misión cristiana.
la dom inación árabe en C reta es singularm ente caren te de acontecim ientos. C on­
viene apreciar en su justa dim ensión el vínculo existente en esta, época e n tre Bi­
zancio y su p eriferia italiana. Las exigencias fiscales y m ilitares del p o d er central ...a l E s te y a l S u r
en Sicilia p udieron p rovocar una fractu ra en esta isla- d onde este m ism o poder
parecía tan lejano. M ientras que la historia de V enecia, d e N ápoles o de A m alfi A l oriente de B izancio, la fro n tera estratégica está en principio trazada, al co­
es característica del m undo en que la indep en d en cia de hecho, indiscutible, es m enzar el siglo, p o r las cam pañas de H a rü n al-R ashíd, m uerto en 809, tras la anu­
paralela a u n a fidelidad fo rm al al Im p erio , p u e sta d e m anifiesto p o r los títulos lación p o r N icéforo I del trib u to que había aceptado Irene. Las cam pañas árabes
que Bizancio otorga a los d irigentes, y a veces trad u cid a en ayuda co n creta de en A sia M enor, llevadas a cabo d u ran te su rein ad o , entre las cuales u na alcanza
estos últim os: una superposición que nos es difícil concebir y q u e , sin em bargo, A n k ara en 806, son sem ejantes a las expediciones m arítim as de los mismos años.
es in h eren te a la definición m ism a d e l Im p erio . E l p e río d o de calm a de los años 814-829 apenas es p e rtu rb a d o p o r la ayuda que
E n los B alcanes, el com ienzo de siglo está m arcado, com o se ha visto, p o r la la sublevación de T om ás el E slavo recibe de al-M a°m ün. L a g u erra propiam ente
gu erra en tre Bizancio y el E stad o búlgaro. E l kan K ru m lleva a cabo u n a política dicha vuelve a estallar con T eófilo. P ero no se puede com prender lo que está en
de ofensiva en num erosas direcciones, con desigual fo rtu n a, ya que N icéforo I se juego en ella sin volver a situarla en el contexto reg io n al tan particular en el que
había apoderado de la capital,. Plisca, poco antes de la d e rro ta en la que en contró ya supuso un problem a en los siglos vii y V I , y m ás concretam ente en la coyun­
■1a m u erte el año 811. T ras h a b e r am enazado C o nstantinopla en 813, K rum m uere tura del siglo IX, a la que, p o r lo dem ás, hace referencia el papel desem peñado

.M í& L
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 ¿HACIA UNA NUEVA BIZANCIO? 313
312

por las tropas del thema anatólico en la sucesión imperial, contra el poder palacie- güedad tan significativa que entrará, algunas generaciones más tarde, en la epo­
g0 de Irene, y la sublevación de Tomás el Eslavo. Y a dijimos hasta qué punto la peya de Digenis Akritas, el guerrero «de doble raza».
afirmación de una vocación natural del Oriente hacia la iconoclasia estaba des­ La misma región y la misma época son testigos, finalmente, del auge de la
provista de fundamento. En cambio, lo que sí se constata es la distancia cultural'- secta cristiana de los paulicianos. Los paulicianos mantenían entre su Dios y el
entre la Iglesia griega de la capital, incluso en tiempos de los ic° n° clastas, y la mundo creado una distinción radical que recordaba las enseñanzas del gnóstico
cristiandad regional, animada por el clero jacobita de lengua siriaca. El patriarca Marción (siglo rr). Su rechazo de la imagen y, en consecuencia, del estatuto de
jacobita de Antioquía reside de hecho, desde el sigl° IV, no en esta ciudad, sino Marla y de los santos, los acercaba a los iconoclastas, aunque ellos eludían el uso
en los conventos fortificados de los alrededores de Harran (la antigua Carrhae), simbólico de la cruz. En cambio, les separaba de los iconoclastas su absoluto re­
sobre todo en el convento llamado de Barsoma, en territorio del Islam. La prime­ chazo de los sacramentos y de la jerarquía eclesiástica, que justificaban como un
ra mitad del siglo IX corresponde a una edad de oro de la literatura siriaca, en retorno a la pureza de la cristiandad apostólica. Se colocaban bajo la autoridad
que las traducciones del griego, homilías, hagiografía, derecho canónico, están , de «maestros» inspirados, entre los que a veces se producían fricciones, y cuya
próximas a una historiografía original en que se expresa la conciencia colectiva
T E " ■•fej
ín . ■ doble sene encontrada por la investigación llevada a cabo bajo el mandato de
de una particularidad cuyo signo es la diferencia cristológica con Constantinopla. Basilio 1 permite remontarse hasta finales del siglo v ii . Dos de ellos fueron ejecu­
Otro elemento de esta larga y ancha frontera es su estribación caucasiana. - tados en 682 y 688. Su negación de cualquier tipo de jerarquía les destinaba igual­
Durante los reinados de Nicéforo 1 y Miguel 1, y desde el siglo tanto Bizan" mente a la persecución de los soberanos iconoclastas: uno de sus maestros fue ,
cio como el califato concentraron su atención' en las luchas feudales entre tos en efecto, convocado e interrogado por León 111. Sólo durante el reinado de Ire­
grandes linajes armenios, los bagratunis del nordeste, una de cuyas ramas domi-'-‘ ne la secta pudo tal vez servir de refugio a los iconoclastas: el mismo fue, en todo
naba Iberia, y los ardzrunis, dueños del Vaspurakan, y pronto de todo el sudeste. caso, un momento de apogeo. El patriarca Nicéforo consiguió de Miguel I que
Las dos potencias mantienen su rivalidad a base de ti'tulos, que constituyen un los paulicianos fueran condenados a muerte, en tanto que Teodoro de Studa se
aval político, sin dejar sin embargo establecerse en esta posición estratégica indis­ oponía a tanto rigor: los dos hombres eran en esto fieles al respectivo orden de
pensable un Estado unificado que habla sido peligroso, o en todo caso molesto. sus valores, pues el patriarca afirmaba, tanto con esta severidad como con su fle­
En 806, Ashot Bagratuni, establecido en Bagarán, recibe de tos árabes el título xibilidad en el asunto de las segundas nupcias de Constantino VI, la prioridad
de príncipe de Armenia. Casa a una de sus hijas con un ardzruni y a otra con el que concedía al orden político del Imperio hasta en sus aspectos religiosos.
emir de A rzen. Sus hijos dividieron de nuevo el territo^o, y tuvieron que luchar Pero los paulicianos tenían también una definición provincial. En el origen de
contra los emires de Tiflis. En 813, su primo y homónimo de Iberia recibe la la secta se encuentra, sin duda, un armenio. D e todos modos, la Iglesia armenia
misma investidura. El linaje ocupa desde entonces una posidrá dominante en el reprime, y tal vez expulsa en el siglo v iii , a unos herejes que son, también sin
Cáucaso. duda, los paulicianos. A lo largo del siglo "vm, los movimientos de los maestros
Los emires de la frontera se instalan en Melitene, Tarso y A rzen. Se cuentan de la secta les llevan a una y otra parte de la frontera con el Islam, en la región
entre los protagonistas de esta sociedad de las fronteras que, de Tauro a ArmC- del alto Eufrates y de Melitene, y uno de ellos alcanza Antioquía de Pisidia. Du­
nia, aparece en el siglo IX, se extiende en el x , y se convierta hasta la llegada rante el mandato de León V, el maestro Sergio y los suyos se refugian junto al
masiva de los turcos en el siglo x i , en uno de los rostros de Bizancio, como Cons" emir de Melitene. Posteriormente, sin dejar esta situación fronteriza que tanto
tantinopla o la región de Tesalónica. Un mundo tan estable en su propia cohereu- les conviene, la secta se instala en un territorio propio: hacia 830 torna posesión
cia como fluctuante en sus fidelidades políticas y guerreras. Los guerreros del Im­ de la ciudad de Argaún, bajo la protección del emir de Tarso. A partir de enton­
perio se pasan allí, si se tercia, al otro campo, como en el caso del estratega Ma_ ces, los paulicianos son guerreros de frontera, enemigos de Bizancio. En 843 o
nuel, de origen armenio, refugiado, en tiempos de Miguel IL en el bando musul­ 844 surge un pequeño Estado pauliciano, cuyo jefe es Carbeas, sin duda un tráns­
mán, tras una falsa acusación, y que más tarde volvtó al lado de Teófilo en 830/ fuga bizantino, y su capital Tefrik, fundada antes de 856. Los paulicianos se cons­
para ocupar el cargo de doméstico de los scholes (‘comandante de la guardia) y tituyen así en los guerreros auxiliares del emir de Melitene. A su muerte, en 863,
ministro de los correos públicos, además de estar unido al soberano por los vln- Carbeas es sustituido por su sobrino y yerno Crisoqueir (‘Mano de Oro’). Los
culos del bautismo y del parentesco. Los emires actúan en el radio de la región; nombres de Carbeas y de Crisoqueir se vuelven a encontrar en la epopeya de
por ejemplo, emprenden ataques contra la vecina Armenia, cuyos habitantes lle­ Digenis Akritas, gesta de la frontera oriental, que no aporta datos concretos. En
van consigo entre 812 y 825, al igual que hace Teófilo en su campaña de conquista el lado bizantino, la defensa de la frontera descansa, durante la primera mitad
de 837. Su gloria local los coloca entre los héroes de los cantares épicos, conser­ del siglo IX, en los kleisourai (‘desfiladeros’), mandos militares convertidos poste­
vados a través de los siglos hasta nuestros dlas en la poesía p opu la griega, perd riormente en themas, como Carsiano, Seleucia y Capadocia.
cuyos primeros acentos se dejaron oír allí, como sabemos, en el siglo IX, y tal vez La guerra propiamente dicha se inicia en 830 con una ofensiva del califa al-
desde el reinado de Teófilo: cantos de amor y de guerra, donde los ,¡sarracenos!& Ma°m ün, y prosigue en Anatolia, al ritmo de campañas anuales y de triunfos de
. son los enemigos, sin duda, pero donde «el emir» también está a veces situado unos y de otros, entre los que destaca la toma de ^morión por los árabes en 838:
en el bando bizantino debido a sus amores con una cristiana, figura de una ambi- un resonante acon tecimiento, ya' que la ciudad era la cuna de la dinastía en el po-
314 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D JE V A L , 3 50-950 ¿ H A C IA U N A N U E V A B IZ A N C IO ? 315

der ráp idam ente recogido por relatos relativos a los traid o re s que habían entrega­ misión es igualm ente u n a solución satisfactoria p ara poner e n orden la periferia,
do A m orión y a los 42 m ártires que perm anecieron firmes en su fe cristiana. 4 tradicional tam bien, com o acabam os de decir, a la q ue, n o o b stan te, el auge cul­
m uerte de T eó filo y la de al-Ma°mün, en 842, señalan un corte. C on la mayoría tural descrito más arriba dará un relieve y una eficacia sin precedentes. P o r últi­
de edad de M iguel III se inicia una política más ofensiva. El em puje árabe de mo, la m isión en tierra eslava, considerada com o un nuevo m undo, inm enso y
860, apoyado por los paulicianos de C arbeas, y la cam paña del em ir de Melitene p ro m etedor que se abre entonces entre el E lba y el D an u b io , suscita de hecho
en 863 que llega hasta la ciudad de A m iso, van seguidas, ese mismo año, por dos el in terés no sólo de Bizancio, sino tam bién del im perio carolingio y del papa.
grandes victorias, una de ellas conseguida por el tío del em perador, P etro n as.. E sto ocasionará u na lu ch a que desem bocará, a fin de cuentas, en una división de
las influencias que trazará el límite más o m enos definitivo en tre la Iglesia griega
y la latin a. Los jazares, com o vimos, escogieron el judaism o aisladam ente, a pesar
L o s g r ie g o s en territorio esla v o de que la cristiandad de «G othia» se ex ten d ía p o r su territo rio , de C rim ea a Ku-
bán y a K ertch, y de que la conversión de sus vecinos, los abasgos, se rem ontaba
Las em bajadas bizantinas en A quisgrán o en B agdad, en Venecia o en C órdo­ al siglo VII. P ero la estru ctu ra del poder jazar era tam bién especial. E l m ovim ien­
ba, en 839-841, y la llegada de em bajadores extranjeros a C onstantinopla no cons­ to m isionero se concreta a partir de 860. E se año, algunos em bajadores venidos
tituyen sólo una serie que alterna con la de las cam pañas m ilitares. Son otras de Kiev tras el ataque ruso contra la capital habrían recibido el bautism o: al m e­
tantas etapas en los contactos de civilización, particularm ente entre C onstantino-. nos eso da a en ten d e r u na hom ilía de Focio, a la sazón patriarca. P ero el ges­
pla y B agdad, a causa de las ocasiones proporcionadas frecuentem ente p or la gue­ to no fue im itado de inm ediato. El verdadero acontecim iento lo constituyen las
rra, y de la im portancia claram ente o torgada p o r Bizancio a las realizaciones ca- misiones de C onstantino, cuyo nom bre religioso era Cirilo, y de su herm ano
lifales. Las im itaciones hechas p or Teófilo del arte de los palacios om eyas, h ere­ M etodio.
deros, sin duda alguna, del O rien te helenístico, constituyen u n ejem plo clásico, C onstantino y M etodio habían nacido en T esalónica, p u erta bizantina del
L a negociación sobre los prisioneros se prolonga en e ste sentido, a causa de las m undo eslavo, de p adre funcionario y, tal vez, de m adre eslava. C onstantino ha­
com pensaciones y presentes que pone en juego. U n em bajador árabe señalaba b ía estudiado en C onstantinopla y posteriorm ente h ab ía en señ ad o filosofía a ins­
que había llegado en 861 con «cerca de mil vejigas de alm izcle, vestidos de seda; tancias de T eoquisto. Su conocim iento del eslavo, apenas diferenciado en esta
gran cantidad de azafrán y cosas curiosas y nuevas», ju n to a costosos p ro d u cto s' época de un país a o tro , le capacita para resolver el problem a esencial de la mi­
ofrecidos com o obsequio y otros que tenían valor inform ativo. R ecíprocam ente, sión, la escritura de la lengua, condición previa p a ra la difusión del cristianismo
el esplendor y el protocolo de las audiencias im periales y las observaciones hechas. en su form a bizantina. E n prim er lugar, en 860 se dirige a territorio jazar, donde
en la capital llevaban lejos el prestigio del poder bizantino. P ero en la segunda se dice que polem izó en hebreo con los m aestros judíos en presencia del sobera­
m itad del siglo estas relaciones internacionales, por lo dem ás conform es a una no. C ualesquiera hayan sido las circunstancias de este paso aislado, C onstantino
tradición secular, dan un giro particular en la II\isión cristiana pedida y recibida y M etodio son enviados en 863 junto al príncipe de la G ran M oravia, Svatopluk,
por los E stados del m undo eslavo oriental. en resp uesta a su petición de un m isión. A m bos idearon una prim era escritura
F u er a cual fu era su origen étnico, estos E stad o s se enco n trab an situados en­ del eslavo llam ada glagolítica (a p artir del vocablo ruso g la g o l, ‘v e rb o ’), instru­
tonces, p o r su propia m aduración política, an te la opción d e u n a dim ensión reli- . m ento decisivo de p enetración cultural, y por tanto política, del Im perio. N o se
giosa adecuada a la elaboración de u n p o d er sob eran o . Sin duda, sus contactos está de acuerdo en si fu e M oravia o Bulgaria el lugar en que se tradujo el más
de to d o tip o , y en p articular la presencia d e prisio n ero s de g u erra, p ro d u cían en antiguo código escrito, Ja L e y d e lo s ju s tic ia b le s , calcado del E k lo g é de León III
su seno ufl creciente n úm ero de cristianos. P ero el problem a n o se p lan tea así en y C o nstantino V, el código en vigor en Bizancio en esta época. E l bautism o del
el siglo IX, ni tam poco, por o tra p a rte , en el tiem p o ya lejano en que Justiniano sob erano búlgaro, Boris,. se sitúa en 865. L a cuestión se venía m adurando desde
h a d a evangelizar el Cáucaso: la cristianización era u n a form a de la rom anidad a su advenim iento, en 852. Pero Boris se inclina entonces hacia los francos y la
p artir d e C onstantino, es decir, u n a m an era de in teg rar u n E stad o b á rb aro en el alianza franca. U na dem ostración m ilitar y m arítim a de Bizancio hizo variar Ja
sistem a im perial del m undo en el que en co n trab a tam b ién , y quizás a n te todo, situación, y Boris recibió el bautism o, sin duda en 865, con el padrinazgo del
su pro p ia referen cia política. Si se p u diera resum ir en u n a frase u n a evolución e m p e ra d o r, que le dio su propio nom bre, M iguel, con lo que le convertía en su
tan decisiva, diríam os que los viejos politeísm os eslavos o búlgaros llegaban a ser, «hijo espiritual». E l parentesco bautism al proporcionaba un nuevo vigor a un sis­
en cualquier caso, insuficientes a p artir d el m o m e n to en que el m odelo del sobe­ te m a , de hecho, antiguo y ya atestiguado en el siglo VI, el de un parentesco je ra r­
rano se perfilaba m ejor, en d etrim en to d e la aristocracia que tendía a dom inar, quizado entre los soberanos, sistema que alcanzaría su verdadero apogeo en to r­
y tam bién desde el m om ento en q u e este so b eran o deseab a un reconocim iento no a B izancio en los siglos IX y x. U n segundo aspecto de la conversión del sobe­
internacional de principio, y no sólo u n tra ta d o en que se acep tara u n a extensión ran o e ra la situación jurídica de la Iglesia así fundada. Boris deseaba sin duda
territo rial. E l acontecim iento de la conversión de los E stados eslavos es pues, en que fuera in d ep en d ien te, y Bizancio, por el contrario, que dependiera del p atriar­
esta época, u n a decisión política to m ad a en la cu m b re, a u n q u e su efectiva c ristd - ca ecum énico. E n esta coyuntura, B oris dirige al papa Nicolás I, en 866, la céle­
nización fu era otra h istoria, sensiblem ente'jm ás larga: P o r el lado b izantino, Ia b re carta en que le interroga tanto sobre la cuestión jerárquica, com o sobre las
316 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

normas a seguir en lo sucesivo y sobre la posibilidad de conservar algunas costum­


bres tradicionales , sobre todo en materia matrimoniad. Sus preguntas no rwibie-
ron una respuesta satisfactoria para él. Añadamos que su tomismo totna desen­
cadenado una sublevación de la aristocracia búlgara, en el sentido filie n del téiv
mino, los boyardos, que durante mucho tiempo fueron hosliles tanto a Bizanclo
como a la población eslava del país: esta configuración que se volverá a encon­
trar en Kiev, demuestra el significado político de las conversiones reales expresa
do más arriba. Pero la continuación de la historia pertenece ya al rein^ci to Ba­
/
silio I, cuando alcanza su máximo esplendor en el Imperi° c° nvaleciente el rena­
cimiento de las fuerzas vivas del Oriente cristiano.

C a p ítu lo 8

E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E

( m e d ia d o s d e l s ig l o I X - m e d ia d o s d e l s ig lo X )

Con la toma del poder por Basilio 1 en 867, tras la muerte de Miguel I I ,
conviene comenzar un nuevo capítulo. En efecto, hoy en día sabemos que este
cambio inauguraba una época de apogeo del Imperio o, mejor dicho, daba el úl­
timo toque al modelo que debía quedar en la historia general como el ejemplo y
la herencia de Bizancio. D e hecho, Basilio (867-886), su hijo León VI (886-912)
y su nieto Constantino VII (913-957) tienen que justificar a la vez el homicidio
inicial, la ruptura así introducida y su propia continuidad dinástica. Resuelven
tan bien este problema que la dinastía resiste las conmociones del siglo x, a saber,
la minoría de edad de Constantino VII, que introduce el reinado de su suegro
Romano 1 Lecapenos (920-944), y más tarde la minoría de edad de sus nietos, a
la muerte de su hijo Romano 11 en 963. Y lo resuelven como herederos no sola­
mente de la tradición imperial anterior, desde Constantino, sino, más directamen­
te, del auge ideológico y cultural de la primera mitad del siglo ix . Tal es, en efec­
to, el sentido político profundo de lo que se ha llamado el renacimiento macedó­
nico, de este clasicismo que viene a coronar la empresa cultural de las generacio­
nes precedentes. D e modo que los textos e imágenes que constituyen nuestra do­
cumentación sobre la historia de estos tres reinados y del de Romano 1 son en
gran parte el producto de una elaboración deliberada, en la que los emperadores
tomaron parte personalmente. Esta elaboración, evidente aunque todavía no en­
teramente elucidada, es el primer objetivo que se impone al historiador del pe­
ríodo.

R esta u r a c ió n d e las estructuras económ icas y sociales

Pero veamos en primer lugar el contexto de la empresa política, la evolución


económica y social del siglo, en la que la fecha de 867 no impone un corte. Un
primer dato importante es la reactivación urbana, acentuada precisamente a par­
tir de Basilio I. y a lo largo del siglo x, aunque provenga en parte del auge del
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com ercio a gran escala, ya sensible antes, y aunque suponga, tras las dificultades nivel d e las necesidades locales, pesas, alfarería, en tanto q u e los cueros o los
del siglo V I , un saldo dem ográfico restablecido, o al m enos un equilibrio dem o­ tejidos corrientes no se han conservado. N o ob stan te, constituye una produccción
gráfico renovado. digna de ten erse en cuenta en relación a la época, com o lo m uestran las excava­
ciones am ericanas de los niveles bizantinos de C orinto.
L o escrito añ ad e inform ación a la p u ra m e n te arqueológica y sugiere la in ter­
E l d e s p e r t ar d e las c iu d a d e s pretación de esta últim a. E n prim er lugar, deja constancia de las funciones que
recaen en este tiem po en las ciudades. Éstas pierden su antigua com petencia con
L a docum entación del problem a está aún incom pleta, faltan num erosos datos la organización de los th em a s: una ley de León vi abroga los últimos restos de
p ara dar cuenta de la variedad de em plazam ientos urbanos en el Im perio en los responsabilidad de las curias. Pero la adm inistración del th em a , la sede de un
siglos ix y x , razón p o r la que la últim a palabra sobre la m ateria ha de p roceder obispo, un astillero, una oficina de la aduana terrestre o m arítim a conservan aquí
de la arqueología. A dem ás, la absoluta p rio rid ad otorgada, desde el siglo XIx, a o allí, y a m enudo ju n tas, actividades ciudadanas, de las qu e, a decir verdad, es
los niveles antiguos h a dañ ad o irrem ediablem ente diversos em plazam ientos urba­ difícil concretar su alcance local. E l térm ino k a str o n , que subsiste en num erosos
nos, fundam entalm ente en G recia, y en A tenas en p rim er lugar. Las indicaciones toponím icos griegos term inados en c a s tr o (por ejem plo, P alaiocastro), llega a re u ­
que siguen son, pues, parciales y sin duda provisionales, p ero , no ob stan te, suges­ nir así los sentidos de ‘plaza fu e rte ’ y de ‘pequeña ciudad provincial’, lo que sin
tivas. C orinto cayó en el siglo v iii , a tal p u n to que las tum bas invadían la antigua duda encierra un profundo significado. L a actividad económ ica parece ser esen­
ágora: en el siglo IX se vuelve a en co n trar alfarería local, m onedas e incluso sellos cialm ente el com ercio, de cuyo auge en el siglo IX ya se ha hablado, aunque esto
de funcionarios, que p ru e b a n que la ciudad recuperó cierta actividad en la orga­ sólo es cierto en situ acio n es favorables, com o en Q uerson, Tesalónica y Trebison-
nización adm inistrativa del Im perio; en el siglo x se construyó una costosa iglesia, da, las dos prim eras en la salida de las rutas del m undo eslavo y la te rc e ra a la
así com o o tra capilla. E n A ten as ap areciero n , sin em bargo, m onedas de los em i­ llegada de la ru ta del E xtrem o O riente. Los p a n e g y r e is, reuniones religiosas, co­
res árabes de C reta, un lugar de culto m usulm án levantado sobre el ágora en el merciales y lúdicas a la vez, d an cuenta de un tipo m uy antiguo, y m uy apreciado
siglo x o a principios del XI, así com o iglesias cuya decoración, a base de m árm ol por los fieles, aunque no en teram en te por la Iglesia. L a fiesta de san D em etrio
local, utiliza caracteres cúficos e n tre los siglos X y x ii , lo que supone la presencia en T esalónica y la de san Ju an en É feso son tradicionales;-en cam bio, la de san
de artesanos árabes. Sardes resucita igualm ente en el siglo IX, p ero no se parece E ugenio de T rebisonda es instituida b ajo el reinado de Basilio I. M uchas de estas
ya a lo que era: a p artir de ahora será una ciudad m edieval, si se q uiere, pero fiestas perm anecen d u ran te siglos, y algunas han llegado hasta nuestros días. Si
desde luego n o antigua; posee u n a fortaleza refugio con un hábitat en te rre n o tal solem nidad no basta p ara conferir una verdadera im portancia com ercial a una
llano. E n el siglo x, la antigua acrópolis es vuelta a ocupar y e lh á b ita t se extiende ciudad, sí es a m enudo su signo, y la re d de estas jo rn ad as a trav és del Im perio
p o r el antiguo territo rio , p e ro a través de islotes independientes e n tre los que se conserva por su p arte u n papel específico en las ciudades. Lo m ism o ocurre con
en cu en tran cultivos. É feso tam b ién renace en el m ism o m om ento, p ero de la gran las oficinas del comercio m arítim o, instaladas para controlar el tráfico de viajeros
y agitada ciudad que fue, se convierte en u n a ciudad provincial fortificada, cuyo y productos con el extranjero, y que dependen de la oficina.del m ar abierta en
m ovim iento hacia la acrópolis, se explica sin duda, el m enos en p a rte , p o r el ena- la capital, sede del d r o n g a r io s, com andante suprem o de la flota, cuya nueva im ­
renam iento del puerto. Se ha in ten tad o tam bién considerar los hallazgos d e m o­ portancia caracteriza la estrategia m arítim a d e Basilio I y de sus sucesores. Los
nedas aisladas sobre el em plazam iento com o un indicador de la actividad h u m a­ sellos de los «jefes y condes» (a r ch o n te s c o m e te s ) de estas oficinas m anifiestan su
na: se pien sa, en efecto, que la p ro p o rció n de m onedas perdidas p o r los p articu ­ actividad, por ejem plo en Sinope y Q uerson, en E sm irna y É feso, en T esalónica,
lares es más o m enos constante en to d o m o m en to , y que la variación de su can­ T ebas y A tenas, en C orinto y Patras, en P alerm o y Cagliari, sin contar n atu ral­
tidad d e un nivel a o tro del em plazam iento excavado expresa, en consecuencia, m ente los estrechos, e n tre los que el puesto de A bidos había recibido ya un regla­
la de la p ro p ia circulación m onetaria. E l m étodo es p o r supuesto im perfecto. T ro ­ m ento a d u an ero bajo el m andato de A nastasia, a la m edida del tráfico com ercial
pieza en particu lar con el hecho d e q u e las piezas de u n e m p erad o r continúan en asociado a C onstantinopla. La hagiografía indica los ejes de las rutas, señala los
circulación d u ran te m ucho tiem po, al m enos m edio siglo, después de su m uerte. desem barcos árabes, de los que los em plazam ientos excavados p ru eb an que no
Sin em bargo, es sorprendente en co n trar un mism o vacío en el diagram a en el im pideron la reactivación u rb a n a . L a historiografía sugiere algo que estará aún
caso de A ten as, C orinto, A n tio q u ía y Sardes, un vacío que ab arca el siglo vii , el m ás claro e n la segunda. m itad d el siglo, que la política d e reconquista p u d o ser,
viii y una p arte del IX, m ientras que, de m an era eviden tem en te variable, los cua­ p o r el c o n trario , un fa c to r estim ulante p ara determ inadas ciudades, en ta n to que
tro em plazam ientos acusan una recuperación que em pieza, en líneas generales, suponía u na punción peligrosam ente fuerte sobre la producción de grano.
con Basilio I.
P or últim o, la función p roductiva d e la s ciudades d e provincia n o se percibe
claram ente. A dem ás de las construcciones públicas, iglesias, m urallas y o tra s, la
arqueología revela, com o se esp era, un tejido u rbano salpicado de cultivos y, p or
tanto, u n a división to d av ía incom pleta del tra b a jo y u n a p roducción al m odesto

r.
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320 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 EL RENACIMIENTO EN EL ESTE


321
Segunda juventud de Bizancio lado adquiere, también en este terreno, una primordial importancia en los siglos
rx y x, por las responsabilidades de dirección confiadas a su personal, por el tri­
Constantinopla es un caso aparte. En primer lugar por la información: n0 '!ia bunal del emperador, a la vez tribunal supremo y jurisdicción de apelación, por
sido posible ninguna investigación arqueológica, salvo en relación al emplai!).- la cancillería y sus expediciones a la provincia. El patriarca dispone de una orga-
miento de los palacios imperiales (autoritariamente desprovisto de sus viviendas rui:ación administrativa central. Por ultimo, la propia capital se encuentra siempre
a principios del siglo xx) y ello solamente en parte. En cambio, existe un incQni., bajo la autoridad del prefecto de la ciudad, fundamentalmente encargado de la
parable caudal de textos: los relatos de la historiografía y la hagiografía; los pro­ policía, que dispone también de diversas oficinas.
tocolos del Libro de las ceremonias de la corte, compilado por Constantino 'VI; • Desde entonces, Constantinopla es un foco del comercio internacional, y tal
el Libro del prefecto, reglamento de la actividad artesanal y comercial destinado vez también su centro de redistribución más importante. Los dos célebres docu­
por León VI a este funcionario, responsable de la gestión de la capital, al que- et mentos que son los tratados pactados con los rusos en 907 y 911 muestran la sig-
Epanagoge, el código de 879, restituye su antiguo prestigio, situándole inmediasa . miicativa indistinción de la diplomacia y del comercio, así como el principio de
mente después del emperador y el patriarca; los relatos, en número creciente, de asignar a los extranjeros lugares de residencia específicos, en este caso el barrio
los viajeros y embajadores árabes; los tratados firmados en 907 y 911 con Rusia de la iglesia de San Marcos. Los amalfitas son los primeros comerciantes de
y Kiev y cuyo texto, perdido en griego, se ha conservado en la más antigua cró' Oriente que se instalan en la capital: su colonia está presente en 944. Se dedica­
nica rusa, el Relato de los tiempos pasados, del siglo x i , y, por último, la literatura ban a exportar a Italia mercancías prohibidas para la exportación, como la seda
tradicional de las «maravillas» de la ciudad y de sus orígenes más o menos legen­ púrpura. Tenemos pruebas de la existencia de una mezquita, a finales del siglo
darios. A partir de este material se cree adivinar, a pesar de todo, una evolutión X, pero los musulmanes emprenden antes el camino de la ciudad. Finalmente, los
similar, salvando las distancias, a la de la provincia. Como se recordará, la ciudad judíos constituyen desde siempre un grupo, al que se añaden, precisamente en
estaba rodeada de dos murallas, la de Constantino y la posterior de Teodosio II. esta época, comerciantes llegados del extranjero.
El espacio exterior a esta última tendió a despoblarse, mientras que el espado La tradición urbana de Constantinopla prosigue sin interrupción desde el siglo
intermedio no estará verdaderamente ocupado antes del siglo x i i : comprende los Pi­ IV, y en esta primera mitad del siglo x subsisten muchos rasgos antiguos tales
monasterios y las grandes cisternas. En cambio, el espacio interior densificó su como los barrios, el hipódromo o las representaciones de J.as relaciones entre el
hábitat a partir del siglo v i , con sus casas de madera, rara vez con más de dos emperador y su pueblo. Y, no obstante, es otra ciudad, del monasterio de Studa
plantas, ocupadas por inquilinos. Subsistían, sin embargo, las calles, las plazas, a la iglesia de Blaquernus, lugar predilecto de las oraciones dirigidas a la Virgen;
los jardines, las residencias particulares, además del conjunto central del Oran del palacio a las casas aristocráticas, llenas de parientes, amigos, compañeros de
Palacio, que doblaba en densidad todo lo demás. Se ha estimado que, en sus me­ fortuna, abiertas, como el propio palacio, al santo hombre que ve a distancia y
jores tiempos, en la víspera de la peste de 541-544, o bien bajo el mandato de predice el futuro, y de los talleres de los artesanos a los mercados de los comer­
los Comnenos, la ciudad no sobrepasó nunca loo 400.000 habitantes. Esta cifra ciantes extranjeros. Constantinopla no experimenta ya los sobresaltos del siglo
fue, sin duda, alcanzada por la decadencia del siglo VIII, ya que la población.no VI, m aun los del XI, que expresarán una etapa efervescente de su evolución. Tal
era suficiente para cuidar las murallas, y un cierto número de cisternas estaban como es, sigue siendo única en la conciencia de los habitantes del Imperio y en
inutilizadas. Pero da, por el contrario, una impresión de recuperación y de activi­ el horizonte de todo el mundo medieval. La distinción entre la capital y las pro­
dad tal vez desde 760. En 766, un equipo de obreros repara, durante una sequía, vincias reviste una significación tan grande como la de las ciudades y los campos,
un acueducto derribado tras el sitio de 626. Pero es Basilio 1 quien hace revisa.r a los que brevemente nos referiremos a continuación.
las cisternas colmadas desde Heraclio.
Tal vez sea ya de por sí significativo que León VI promulgara el Libro ■del
prefecto, el primero desde las Novelas de Justiniano que reglamentó sistemática­ Solidez de la aldea
mente la actividad productiva de la capital a través de las asociaciones de oficios,
de los chacineros a los notarios, y de los fabricantes de cirios a los mercaderes
dirlíoa pios!oria,del campo presenta dos aspectos que conviene asociar sin confun-
de seda. El texto ofrece el cuadro de un consumo urbano diversificado, y pot
tanto de una activa demanda. El palacio desempeña por su parte una función d S a s v lun momicac . y de los campesinos, el hábitat, las técnicas
lífren, * las producciones anexas; p °r otro, la deducción sobre la producción
productiva de lujo, vinculada a su función política. De los talleres imperiales sa­
s o n íc r t r campesmos y los dueños de la tierra, allí donde estos último!,
len los tejidos de seda adamascada; y las placas y cofrecitos de marfil esculpido
S°dnodr aOS,f l0 quedimplica ej problema del estatuto de los campesinos y, sofue
que servían tradicionalmente para los regalos diplomáticos, que llevaron en el si­
í f T dependencia. Hemos que los campesinos d e é pocas
glo x las imágenes del poder bizantino a la corte de los Otones. El palacio posee
J ™ thabitnban en aldeas, agrupadas casi siempre, dotadas de una organiza-
asimismo sus copistas y pintores, que ejecutan libros suntuosamente iluminados, emi! colectiva sm duda muy antigua, anterior en todo caso a la llegada de los
y otros simplemente destinados a equipar de textos la biblioteca imperial. El tra­
bajo de la administración Céntral es otra actividad específica de la capital: el pa- i r m e por fo dei? s, no podrían dar cuenta de los hechos orientóles: aldeas
patn momales o formadas por proptótarios, o incluso compuestas, reuniendo a

21. —FOSS!ER, ¡
322 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 EL RENACIMIENTO EN EL ESTE 323

unos y otros, cuando no era el caso de un cabeza de familia que se declaraba t la del dominio público y el dominio imperial, que será flagrante en la época de
dependiente de unas tierras y propietario de otras. La época que se inicia en 867 los Comnenos, posterior etapa de la evolución social de Bizancio. En una pala­
proporciona al estudio histórico del campo documentos que -invitan a detenerse' : bra, la condición campesina no podía variar entonces más que en virtud de cir­
en ella. Ante todo, ias primeras escrituras de los archivos del Monte Atos, las cunstancias locales. La escala concreta de los recursos campesinos se mide, como
más antiguas de las cuales datan del reinado de Basilio 1, trasladadas al monaste-d antaño y siempre, a través de esta clasificación de origen público, en términos de
rio de Lavra partir de 963, al mismo tiempo que los bienes otorgados y conserva-. J medios de trabajo y ante todo de labranza. A partir del siglo x i , la propia termi­
dos por él hasta nuestros días. A continuación, una serie de leyes (novellae) del -d nología fiscal distinguirá a los que poseen «un par de bueyes» o «un buey» de los
siglo x sobre las desavenencias entre los campesinos, el fisco y los dueños de la 1 que «no poseen nada», estando inscritos, no obstante, en los registros. Más abajo
tierra , difíciles a veces de fechar o de restablecer en su texto original a causa de ' aún, el campesino «libre» no es titular del estatuto de independencia, ni de nin­
la multiplicación de copias en los libros destinados a la práctica de los juristas;, gún otro, está ausente de los marcos fiscales del campo, es un individuo fluctuan-
provistos en cambio algunos de ellos de glosas marginales que aclaran su aplica-. te. Los documentos del siglo X autorizan su inscripción en el registro de tal domi­
ción. También del siglo x es un curioso Tratado de percepción fiscal, conocido.- nio monástico, para provecho tanto del fisco como del propietario, siempre dis­
por .un manuscrito de la biblioteca Marciana de Venecia, destinado a facilitare! puesto a aumentar su fuerza de trabajo. Finalmente, más abajo sólo se encuen­
■trabajo de los funcionarios en visita de inspección. tran los esclavos, mano de obra de la familia campesina o de los dominios, a
El autor explica en este texto que la aldea comporta normalmente un centro manera de asalariados de refuerzo.
agrupado, pero que la unidad puede romperse en virtud de desacuerdos entre El principio de clasificación fiscal de los campesinos no tiene nada de sorpren­
vecinos o de otras circunstancias, como el exceso de población y la fragmentación. dente, pues el campo es ante todo proveedor del grano, necesidad vital de las
de- una familia convertida en demasiado numerosa. La comunidad aldeana, ci:; ciudades y los ejércitos. Tanto los dueños de la tierra como los campesinos tienen
mentada en las relaciones de vecindad, que a menudo son también las de paren­ acceso al mercado, cosa que es muy necesaria ya que estos últimos pagan sus
tesco, está gobernada por el consejo de «dueños de casa». Un gran impuestos y sus cánones en especie en su mayor parte. Existe el mercado comu­
puede estar presente en la comunidad de la aldea si posee una o varias parcelas nal, que incluso parece ser una ventaja codiciada por los grandes propietarios.
de la tierra de ésta. Por otra parte, el dominio bizantino está esencialmente cons­ Para el abastecimiento de Constantinopla se echa mano sin duda de las haciendas
tituido en esta época, según parece, por un conjunto de rentas y de derechos de los alrededores de la ciudad, de Bitinia, de Tracia: por Tesalónica pasa una
como la montanera o el pastoreo sobre la tierra comunal. No existe la corvea de vía terrestre, mientras que el puerto de Rodosto recibe el trigo por mar. Al este,
explotación. La prestación personal, .atestiguada en los documentos de inmuni- - otro itinerario que pasa por Trebisonda exporta hacia Querson el trigo de las ri­
dad, sigue siendo un requerimiento público, sobre todo para el mantenimiento:. beras del mar Negro. Lo que no excluye, en cambio, que el trigo búlgaro sea
de los caminos y los puentes. La explotación- directa dispone, cuando existe, d .. importado a través de Mesembría y Anquialo. Pero recuérdese la frecuencia de
esclavos capturados y de asalariados. D e hecho, un cuadro fiel exigiría que se;, los desplazamientos de las poblaciones transplantadas a Tracia: la práctica sigue
estudiaran por separado las regiones y, por tanto, las producciones. en vigencia, y asegura sin duda no sólo una mejor cobertura de la frontera, sino
Por otra parte, los campos soportan también, desde el comienzo de Bizancio, - también un refuerzo de la mano de obra, variable esencial de una productividad
lo esencial del impuesto. La comunidad aldeana independiente, y eveniualmente cuyas técnicas no cambian.
el dominio privado o monástico, se constituyen en motor fiscal. El campesino '
independiente paga su impuesto en el primero y el dependiente en el segundo ..­
La dependencia campesina se define, pues, por sus pagos, no por su estatuto per­ La expansión de las grandes fortunas
sonal, aunque la obligación comunal y fiscal implica desde siempre una vincula-,,
ción con la tierra. La continuidad del Estado en Bizancio era, en efecto, incom-::c f: El Estado, titular de la renta fiscal, se comporta, como hemos dicho, como
patible con una mengua civil en la categoría de hombres libres, o sea, los no-es--’-¡ un propietario eminente. Dos importantes variables concurren en el orden social
clavos. Los historiadores rusos, y Jllás tarde los soviéticos, pudieron, pues, soste-/ de los campos: la propia superficie de los propietarios y el reparto de las detrac­
ner con razón que la renta comunal y la renta fiscal de esta época tenían idéntica,- ciones sobre el producto de la tierra entre el Estado y los propietarios. Se puede,
naturaleza. Esta propuesta explica bastante bien las relaciones sociales en el cam­ pues, clasificar a estos últimos en virtud del viejo principio de la inmunidad, que
po bizantino de este tiempo y la posición del Estado en el seno de estas relacio­ dispensa al beneficiario de las contribuciones extraordinarias, de hecho las más
nes. Se comporta, en efecto, como un propietario eminente, haciendo perseuin: pesadas, en compensación de una tarea particular de interés general. Los bienes
a los contribuyentes refugiados en dominios privados, lo que sin duda es un anti­ monásticos pertenecen a esta categoría, ya sean los conventos independientes,
guo procedimiento, haciendo responsable a la aldea de las parcelas abandonadas propiedad de otros conventos o de particulares que a veces son sus fundadores,
por uno de sus habitantes, y disponiendo, con plenos derechos de propiedad, deé ■ entre los que se cuentan los propios emperadores. La época es testigo de un de­
las tierras abandonadas más de treinta años (klasmata), para enajenarlas por ven-. sarrollo del monaquismo en nuevos centros. La segunda mitad del siglo ix presen­
ta, alquiler o donación. Esta confusión estructural implicá'también el germen de< cia un hecho capital para la historia cultural de Bizancio: los inicios de la institu- ■
EL RENACIMIENTO EN EL ESTE 325
324 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
■globál de determinado patrimonio por debajo de 4 libras para el ejército de tierra
ción monástica del monte Atos, atestiguados en te larga Vida de E u tim o de lós themas y de sus flotas, y de 2 libras para los marinos de la flota imperial.
(823/824-898) y los primeros documentos; oficia1es. El 1ugar está protegid<lePor ssii. Respecto a las muy poco numerosas cifras de los documentos de los archivos de
£ l 4»?o í e n l a s l r , y dispon, al mismo .«_m » «> »pee'"Cr“ .diV
coraeblceosn?iear: los siglos ix y x, el valor mínimo de 4 libras aparece ya alejado del nivel inferior
rutas terrestres y marítimas. Tal vez la p o l t r a eslava de Calcidica 1e « f r a de la escda patrimonial, y por tanto social. Sin duda, la época señala el apogeo
f ón regional «te «desierto» desde el final de1 siglo Vtn. Un oscuro aSceta, de la institución. Pero Csta no es en ningún momento el único soporte de la gue­
í n d r C r S o de un canon (poema litúrgico) que se * m°nt° a1 n ^ t t e de
rra, y menos aun del propio reclutamiento. Las aldeas independientes y los domi-
Teófilo Pero^ «sl verdadero desarrollo se atribuye a Eutim i° e l E ^ l l i f a S í d ruos proporcionan reclutas a manera de impuestos, como se recordará. Sobre
del Olimpo de Bitinia a Atos en busca de soledad hacia 859 .E» f l S a e Sé todo, el reclutamiento de mercenarios entre las etnias de la frontera y los extran­
conveníosle Peristerai, en Calcídca, y su ^ ^ « o ■tU^ °r^0»°b°iefru»C°a t . t jeros es una V!ep practica cuya importancia no cesa de crecer desde el principio
Co1obu primero en Siderocausia y luego, m as en el mtenor, en Hierisco, ®n del siglo X, en las mismas fuerzas themáticas, así como en la marina y las fuerzas
mosmbuestreclio de la península. Una resolución de ^ s i t o I, fechadae n 833, centrales (tagmata), de las que forman parte especialmente los rusos a partir de
bra a ésta tanto de los funcionarios recaudadores de impuestos como del Aatbitual principios del siglo x. Los cirnientos sociales de los grandes jefes de guerra son,
P^ a^t0reotadt01°0 habitantes, pero la primera delimitación entre Hieris o y Atos no
en fin, mucho más complejos en relación a su primordial importancia política,
tiaesnteorru<gar hasta 942,en el mismo momento (941-942) en que esta u1t>ma ^ por lo que trataremos de ellos más adelante.
su primera renta , deducida por Romano I de los ingresos de un convento que le
per1tenecía' Una acta de 908 la hace independiente de Colobu, y mencio n a por
primera vez, a propósito del paso dado por los monjes atomtais con « « UP»ti'C0a Los «poderosos» y los «pobres»
ítl envío a la capitap¡>dc un protos (primero), dirigente de la co1ectiViSad. ^
de 958 hab1a del protos y de las tres asam ttoü anuales, es decir, . o instCtuci<l!1 En resumidas cuentas, a quienes distinguimos peor es a los propietarios laicos,
donve^tidaaby^ en tradicional. La montaña reúne entonces las ta r n » de v » « £ . desproV!stos de títulos estatutarios para la inmunidad, pues desgraciadamente ca­
taria o semlsolitaria y las comunidades del monaquismo griego. El convento p e . recemos aún de documentos de archivos en relación a este período, y nos debe­
JCeropótamu es anterior a 956. Pero las grandes fundaciones no comienzan antes mos basar principalmente en textos jurídicos y narrativos. Siempre existen propie­
dades del emperador, mal diferenciadas de las del Estado, ya sean bienes modes­
CC La3justificación de las inmunidades que d emperador otorgaa1ah ru»C1?mlC° mPlé"’ tos, inscritos en la instancia fiscal de una ciudad o de una aldea, ya propiedades
mon8isticas y de las donaciones de tierras o de rentas que hace hmcapiy considerables, como las de la familia Maleinoi en la región de Carsianon; ó inclu­
sobre el raV e intercesor de los monjes, cuy° función de «padre espintual» que
so señoríos armenios fronterizos convertidos en mandos militares en el siglo x.
les corresponde siempre en la sociedad as una aplicación. Su 1abor asistyncial a p e En líneas generales, la matriz de la aristocracia militar y política cuya expansión
»eeSsC° a»SvP0;ne'de com o lo era ea el Orleme de los 'siglos iv . v i ,_o «orno lo s . ^ 0
caracterza al siglo x , de León VI a Basilio II, es incuestionablemente el centro
la capital en el xn. El cambio remite sin duda a la disminución dy 1a p^V I^ .' y el este del Asia Menor, y sus propiedades se encuentran allí, cuando las posee.
sobre todo en las ciudades convertidas en bizantinas despuéts dy1 VI, . . La historia social de los campesinos y la de los dueños de la tierra marchan ,
otro 1ado, el desarrollo patrimonial de los monasterios atonites desde e1.oIg porV pues, a la par por sus relaciones con el Estado. Las concesiones de inmunidad'
n o 0pUaed0e, explicarse sin la renovación de la población aportada ,a 1a) regtoen F »- conservadas en los archivos monásticos de los que disponemos, enumeran exacta­
1os ps1avos Un célebre informe del monasteno de 1os Iberos PIviron) nps d», «s»! , mente los casos de exención de impuestos para sus beneficiarios, cuya lista nomi­
muchos otros­
é T iC S to íu » ejemplo referido a lo» alrededores de f e a t o y ™ chos
. través de los nombres es1avos de nal ofrece el documento. El Estado renuncia así a una parte de su renta fiscal.
documentos lo atestiguan en 1os sig1os x y XI, a Pero el reparto más significativo, y el más conflictivo también, es puramente
algunos campesinos y a veces de algún 1ugar. practico. Los funcionarios, que compran su cargo y que son pagados en el acto
' ares, soporte
l t biytnr^ militares, soportó dei serv'icio arma‘io e» ios theíi^^u1íe>lm lrii^el- por los contribuyentes o los justiciables, agravan desde siempre el descuento fis­
ipua1mente como hemos iemos visto, una
u categoría estatutariamente inmuny. E1 siste- cal, tanto como pueden, en su propio provecho, aunque, es cierto, han de sopor­
______
g
ma Cstá plCnamente t atestiguado, a1 mea'?1 en 1o referente ae1a Slt;^0ual^iaoí:eayre" tar la eventual responsabilidad de un déficit en la percepción. Los grandes propie­
, n .-j, la,
ción porn„1a Vida de Eutimio■elt Joven.r,*ven El
El núsmo^
mismo, y^ aun
^ más otro heroe de u tarios se esfuerzan a la vez por extender el campo de dependencia y reducir su
hagiografía, Lucas el Estilita, en el sigVi x , aparecen situados a un buep A propio pago fiscal. Las novellae del siglo x describen, a fin de condenarlos, los
r a S S C LeU;eOIe^eErd ter;I.°r^e■l; í> a miembros de u » o « a s » m b o p ^ '
procedimientos ya clásicos: desplazamientos fraudulentos de los límites del domi-
'úaelSS'r1ied °a i° ^ 1 * a cambio del servicio que pres.a «»o l e y el rno reconocidos por el registro fiscal, entrada en la comunidad aldeana por ventas
patrimonio puede, por otra parte, ser fraccionado e»tre van os propieten o y el
o donaciónes ficticias, comparables a la cesión de lo precario de Occidente, ó
pervicio pérsonal puede ser conmutado en especie , segun 1a antigua
incluso convirtiéndose en el hijo adoptivo de un campesino miembro de la comu­
Una ley de Constpntino VII concreta .a situación socia1 de esta clasbe . ^ a j * nidad.
mediadas del siglo x. El legislador proMbe 1as enajenaciones que rebalen e1 va ■ ■

.t r r ■
326 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350 -9 5 0 EL RENACIMIENTO EN EL ESTE 327

L0S propietariOS usurpadores son conocidos como los «p otrosos», detentado­ Basilio y Focio: un nuevo comienzo
res de una parcela del poder público, lo que les proporciona capacidad de presión
o de protección. Los miembros de la jerarquía episcopal o monástica pueden con­ Basilio se instala en el palacio imperial. Se hace representar en la pared de
tarse entre ellos, al igual que determinado campesinado piij'anmi Se instaura así la Sala de Oro con su esposa y sus hijos, donde se pintan también sus campos.
una rivalidad en la detracción sobre el producto de la tierra entre el Estado y l° s Edifica en el complejo palatino la iglesia Nueva (Nea), consagrada en 881 a Cris­
«poderosos», cuyo motivo pudo ser, qué duda ca b e el prestigio pmi'tiro y social to, a la Virgen, a Miguel y Gabriel, al profeta Elías y a san Nicolás. Asimismo
tanto como el beneficio propiamente dicho. El envite está constituido por los pro-. hace construir una iglesia dedicada al profeta Elías en el palacio de verano de
pietarios desprovistos de poder. Los más modestos de los bienes militares pueden Hieria, cerca de Calcedonia. Pero antes de seguir adelante es preciso hacer men­
verse asl afectadós, lo que explica la insistencia de la ley sobre su carácter inalie­ ción de sus relaciones con la Iglesia, y más concretamente con el patriarca Focio.
nable. Pero los poderosos anexionan ante todo los bienes de los campesinos inde­ En el momento en que Basilio toma el poder, la sede patriarcal está ocupada
pendientes, que el legislador designa con un término tan significativo como los . por Focio y en una situación de ruptura con Roma. Basilio hace intervenir a Ig­
«pobres», en un sentido menos económico que social de la palabra. Bizancio da nacio, buscanso asl el apoyo de Roma y de los intransigentes; con esta finalidad
cuenta, pues, de la misma pareja potens/pauper del Occidente carolingio . Los le envía a Roma las actas del concilio de 867. La reacción romana es contunden­
«poderosos» penetran, como se acaba de decir, en las comunidades independien­ te. En 869-870, Focio es condenado, Ignacio rehabilitado y los hombres ordena­
tes que acaban por privatizar. El legislador se dedica, en consecuencia, en la pri­ dos a partir de 858 suspendidos, a menos que reconozcan por escrito la suprema­
mera mitad del siglo x, a reafirmar el antiguo derecho de «preferencia de com­ cía pontificia. Focio, aunque exiliado, conserva su influencia. Incluso regresa a
pra» reconocido a los «próximos», vecinos, p a rie rt^ aliados y fiscalmente soli­ Constantinopla en 873, vuelve, sin duda, a enseñar en el' círculo de la Magnaura
darios, mientras que León VI lo había debilitado. y dirige la educación de los hijos de Basilio I, entre los que se cuenta el futuro
En 927-928 una hambruna que sigue a un invierno riguroso arruina a muchos León VI. Se reconcilia con Ignacio. Por lo demás, este último disentía de Roma
«pobres»: una novel/a de 934 se esfuerza por paliar las catastróficas enajenaciones . en relación a la cristiandad búlgara en que tomaba partido a favor de Constanti­
que se habían hecho y otra de 947 debe volver a dictar las mismas disposiciones. nopla: de este modo se interferían, en sentido contrario, la cuestión eclesiástica
Esta lucha de la administración contra las fuerzas locales llevada por una y otra y la cuestión política. A la muerte de Ignacio, en 877, Focio vuelve a la sede
parte al corazón del poder público, no es ninguna novedad. Ya la habíamos ob­ patriarcal y la ocupa hasta 886. En 879, convoca un concilio al que acuden lega­
servado en el siglo VI, e incluso antes. Pero la fisionomía de los unos y los otros, dos pontificios y que le rehabilita mediante concesiones de Roma a Bulgaria. Tras
así como la misma teoría del poder público han cambiado. ¿Se está llegando a la muerte de Basilio I, es destituido y sustituido por Esteban, hermano del nuevo
una Bizancio feudal? El problema no se planteará verdaderamente hasta después emperador. Muere retirado hacia 893.
Focio es una figura primordial del siglo ix , determinante para el futuro. Como
del 960.
vimos más arriba, compuso la Biblioteca, aT tiempo que se dedicaba a la carrera
pública bajo el reinado de Teófilo. Hizo además una labor de hombre de Iglesia,
cuando escribió durante su primera deposición, entre 868 y 872, sus respuestas
LOS «MACEDONIOS» SE INSTALAN
sobre cuestiones difíciles a Anfiloquio, metropolita de Cízica, las Amphilochia.
La figura imperial disfruta, a partir de Basilio I, de una elaboración terámi: Fundamentalmente, hizo oír la voz patriarcal del Imperio Bizantino y de la roma­
más rica al deber la dinastía su existencia a un homicmio a lo que se añade l a . nidad cristiana. Predica en Santa Sofía, donde algunos de sus sermones señalan
brillantez general de la época comenzada con Teófimi en la cumbre de la socie-' acontecimientos de profunda resonancia: el primer ataque de los rusos en 860, la
dad imperial, en el corazón del mundo visto desde Bizancio, el soberano requ¡era colocación o reposición en la Igiesia de una imagen de la Virgen, que manifiesta
una ilustración sin precedente, cuya sabia cultura enriquecerá el discurso, y de la el lugar que ocupa en la devoción imperial de Basilio I. Será el inspirador del
que l a iconografla se hace eco. Conviene también prestar una atención particulaE prólogo que encabeza el Epanagoge (Restauración de las leyes), que se sitúa des­
a las devociones imperiales: Cristo, cuya imagen ha vuelto a ocupar su lugar por pués de 879, carta completa en lo sucesivo de las relaciones entre las dos figuras,
encima del soberano en la Sala de Oro del palacio con Miguel III; la madre del la del emperador y la del patriarca, el primero responsable del bienestar del Im­
Señor, protectora de la capital desde el sitio de 626, como se recordará, cuyo perio, defensor de la ortodoxia del dogma, intérprete y responsable de las leyes;
culto conoce un gran fervor en los siglos IX y x y concretamente por parte de' el segundo, único intérprete de los cánones y los concilios. Esto es una buena
algunos soberanos; san Miguel, el guerrero; san Elías, a1 que Basilio profesa mi muestra de 1a interpretación específicamente bizantina de las relaciones entre el
culto que se podría explicar por la fisonomía celeste y solar que corresponde al' poder político y militar, y el poder religioso, modelo para las cristiandades esla­
profeta en Bizancio, en virtud de su carro, e incluso, tal vez, de su nombre (del vas, y sobre todo, más tarde, para la tercera Roma moscovita; y también del de­
sarrollo lineal de las premisas constantinianas, con la continuidad de los dos po­
griego Helios, ‘el sol’).
deres unidos en la misma capital, en el sentido simbólico y no solamente geográ­
fico que hay que dar, como hemos dicho, a este término en el Imperio Romano
328 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d ie v a l , 35 0 -9 5 0 EL RENACIMIENTO EN EL ESTE 329

CriStíano. Pero en una capital que no era sin embargo m ásq ue la Nueva Roma, completo del reinado de Basilio I, al menos en el plano i:nás aparente de las ope­
la segunda, mientras que el papado recogía sólo la eminente dignidad histórica e raciones militares. La guerra empezada en tiempos de Miguel III prosigue con
imperial de la primera. Esta fundamental diferencia puede explfear la diferente las incursiones que lleva a cabo Crisoqueir, yerno y sucesor de Carbeas, hasta
evolución del problema de los dos poderes, en Occidente y en Bizancio. Efeso y Nicea en 869. Es entonces cuando se sitúa la embajada a la que Pedro
La solución bizantina no tiene nada que ver con el concepto c° nfus° y sin de Sicilia se refiere en su informe sobre los paulicianos. En 872, Crisoqueir em­
fundamento de «cesaropapismo», inventado por algunos historiadores de Bizan- prende una campaña en Galatia, y resulta muerto por uno de los suyos en el
cio. Está, en cambio, en la base de la discordia entre las cristiandades latína y - curso de una batalla con los bizantinos. Basilio lanza otras ofensivas contra Me-
greco-eslava. Desde este punto de vista, se concibe que se haya atribuido a Focio litene en 873 y en 876. Por último, en 872, la caída de Tefrik señala el final del
el Nomocanon en X IV títulos (883). El Nomocanon, concordancia entre las feyes paulicianismo militar y político, cuyo desarrollo favorecido por los emires de Me-
(nomoí) y los cánones, presentada metódicamente, esbozada ya en el siglo VI, se litene y Tarso hemos visto ya. Esta victoria forma parte de la empresa de recon-
remonta en su primera forma al siglo VI. La redaccirá del sigfo IX produce a su . quista puesta en marcha por Basilio en Oriente. Entre 871 y 882, Bizancio vuelve
vez el nacimiento de una posteridad que se prolonga hasta el ágfo XVI, bajo la a adueñarse, en efecto, de los pasos del Tauro y del Antitauro, garantes de su
dominación turca, y que vuelve a encontrarse, por otra parte, en la cristiandad protección. Pero el problema religioso sigue abierto: los bogomilos a partir del
rusa. Por último, la biografía del patriarca Ignacio, que escribía entre 901 y 912, siglo x, en Bizancio y los Balcanes, y los tondraquitas en la Armenia del siglo XI
afirma que Focio compuso para Basilio una genealogía tan brillante como falsa, podrían ser a su vez los retoños de la vieja corriente que despreciaba la carne y
que escribió «en caracteres antiguos», y que la ocultó en la biblioteca imperial, la jerarquía, el engendramiento y el mundo, que la cristiandad de Oriente conocía
de donde un cómplice la sacó ante el soberano. Más adelante trataremos el tema desde el siglo i v . Nos encontramos frente a un problema de continuidad que sigue
historiográfico de la dinastía, elemento esencial de su política. Señalemos sola­ sin aclararse.
mente que Focio desempeña en esta malévola narración el papel que fue efectiva­ Basilio I es también, conforme al modelo, un emperador legislador, el prime­
mente el suyo cerca de Basilio y que él representa ingeniosamente, a todas luces, ro del siglo i x . Mas arnba hemos hecho alusión al Epanagoge, de 879 como muy
el papel de teórico del poder imperial. pronto, cuya aplicación no es, por otra parte, segura. A partir de 876, el Manual
de las leyes (Procheiron) vuelve a tomar la legislación prjvada y penal corriente
del Eklogé de los emperadores León III y Constantino V, al tiempo que utiliza
Unificación, legislación, enciclopedismo las Institutos de Justiiano, El Epanagoge afirma de manera patente la referencia
clasica i dispensable en lo sucesivo, no sólo en la apertura teórica ya evocada,
La historia interna del reinado de Basilio I ilustra, en gran medida, la defini­ sino en la misma ordenación de los capítulos, que empieza por las definiciones
ción que se le da a mitad de su trayectoria. Su observancia ortodoxa se traduce de derecho público como emperador, patriarca o prefecto de la ciudad , ausento
políticamente en el intento, en gran parte conseguido, de reducir las disidencias del código del siglo VII, y nó por los esponsales y matrimonios como este último.
culturales de todo tipo. Los eslavos de Macedonia y de Grecia consrítoyVI el ob­ Además, Basilio ordena una revisión general del cuerpo de las leyes (Anakathar-
jeto de un sistemático esfuerzo de integración, de helenización y de cristianiza­ sis), que no dara de hecho su fruto hasta la época del mandato de su sucesor. Se
ción que no se verá totalmente coronado por el éxito, como atestigua, bajo el hace leer «relatos históricos» y vidas de hombres ilustres, y se informa asimismo
mandato de Romano I todavía, la sublevación que a finales de 921 o a principios sobre la disciplina y las acciones de los santos de su tiempo. Se conserva una
de 922 abre el Peloponeso a la invasión búlgara. En 873 o 874 está atestiguado colección de homilías de Gregorio Nacianceno para el uso litúrgico, hecha por él
un decreto de bautismo obligatorio de los judíos por una novella de León VI, y entre 880 y 886, y adornada con una serie de pinturas suntuosas, a cuya cabeza
por un curioso testimonio judío, el Libro genealógico, compuesto en honor de su se encuentra su propio retrato y el de su esposa, entre sus hijos León y Alejan­
linaje , a mediados del siglo XI, por un tal Ahima°az de Oria, cerca de ° tranto. dro, así como imágenes de la soberanía cristiana: el arcángel Gabriel coronando
El autor ofrece en un hebreo versificado historias de milagros y sortilegio que a Basilio bajo una gran cruz con la leyenda: «¡Jesucristo vencedor!», y Cristo do­
deben sin duda mucho al ambiente del sur de Italia de su época, p r e c io s indica­ m a n d o la escena y bendiciendo con un libro en la mano. Este manuscrito, insig­
ciones sobre la situación, a menudo mediadora, de los ju d ío de la región en el ne producto del taller impenal, presenta la expresión iconográfica de la ideología
siglo IX, entre bizantinos, árabes y lombardos, y un relato de este infortunio, del imperial que sigue siendo la del siglo X, la forma y el fondo del modelo en el que
que, según él, se libró la comunidad de Oria gracias a la intervendrá del rabino el joven imperio otomano se inspirará tan acertadamente. A pesar de todo, Basi­
Chefatia, abuelo del narrador. Una vez en Constantinopla, convenció al empera­ lio no fue todavía en sí mismo un emperador docto, aunque conozcamos bajo su
dor, tanto por su talento polemista como por la curación de su hija endemoniada. nombre las mstrucciones a su hijo, una especie de espejo del príncipe. La sabidu­
Si la medida de excepción es cierta, tal vez se explica en el contexto de esta re­ ría y la escrítura de una obra propia como rasgos inherentes a la figura imperial
gión de Italia, donde acababa de comenzar, como se verá, la reconquista bizan­ solo se perfilaron firmemente en su hijo León VI, y sobre todo, en su nieto Cons­
tantino VII. ..
tina. ,
La cruzada contra los paulicianos de la frontera oriental constituye un éxito La obra legislativa de León VI no es quizás a este respecto la más significati-
330 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

va, aunque marca una etapa importante en el compromiso clasicista que inaugura
la ideología de los sucesores de Basilio I. Las novellae, dirigidas en su mayor par­
te al favorito Estiliano Zautcés, muerto en 896, deben sin duda mucho, si no
todo, a este último, al que volveremos a encontrar más adelante, y manifiestan
el deseo de. este tipo de textos de poner al día, o de completar, el derecho vigen­
te. En cambio, la gran obra de las Basílicas (Basilika, ‘las Imperiales’) emprendi­
da bajo el reinado de Basilio I, como hemos visto, ofrece un repertorio metódico,
del derecho clásico, o sea, del justiniano, que será a su vez objeto de scholie's
(‘comentarios’) y, desde el siglo x sin duda, de un resumen (sinopsis) enriquecido
por la continuación de las novellae imperiales a partir del siglo x, y diversos frag­
mentos, para uso de los funcionarios que eran a menudo sus poseedores. Se han
conservado numerosos manuscritos a partir del siglo xi.
Después de todo, era tradicional que el emperador distinguiera con su nombre
y su voluntad, sino con su puño y letra, una obra jurídica. Sin embargo, se atri­
buye también al propio León VI una producción que no tiene los mismos prece­
dentes. En primer lugar, un Tratado militar (Taktika), nutrido de referencias á
los tácticos antiguos, pero, no obstante, de una inspiración teórica absolutamente
contemporánea en la definición del emperador como responsable de la paz y, por
esta razón, obligado a hacer la guerra, y principalmente en la del general, cuyas
cualidades guerreras están fundadas en la nobleza de su origen. A continuación,
las homilías pronunciadas desde el pulpito de Santa Sofía, como el elogio fúnebre
de su padre: notable intrusión del soberano político en el terreno eclesiástico;'
que ofrece una prueba más, si es que era necesaria, de la unión de los dos pode­
res en el modelo bizantino, aunque estallasen los conflictos entre sus titulares o
en sus definiciones. Y, por último, la historiografía oficial subraya que León IV
era un cualificado copista.
La competencia cultural del emperador culmina con Constantino VII, aunque
sin duda es insuficiente su explicación no sólo por una inclinación personal, sino
por Ja inacción en la que le deja, hasta 944, el gobierno de su suegro Romano I
Lecapenos, convertido en emperador gracias a la corta edad del porfirogéneto.
Por el contrario, cabe pensar que la responsabilidad ideológica del poder sobera-:
no no estuvo nunca en manos de su legítimo heredero, incluso cuando Romano
I asumía la práctica. Dejando aquí de lado sus novellae, los discursos y el Libro
de las ceremonias, Constantino compuso dos tratados, D e los themas y De la ad­
ministración del Imperio (título dado a la primera edición en 1611). Este último,
escrito entre 948 y 952, considera las relaciones con los pueblos bárbaros, sus¡
principios y su práctica, que varían de uno a otro caso. Nos proporciona no sólo
una compleja teoría de las relaciones internacionales de Bizancio, sino también
un conjunto de valiosas noticias sobre el pasado y el presente de los pueblos en
cuestión, rusos, pechenegos y turcos. Posteriormente, Constantino aparece como
el inspirador y organizador de un trabajo colectivo de gran envergadura, que se
hace por medio de la biblioteca constituida en el palacio y del taller de copia del
que disponía esta última. El trabajo consiste, en primer lugar, en la compilación
de repertorios de textos antiguos sobre determinados temas, como las labores de
la tierra ( Geoponika), las emboscadas o las embajadas; dan prueba, al igual que
sus semejantes de Bagdad, de la afición del siglo x por las enciclopedias, caracte­
rística de una época de equilibrio y clasicismo. Pero también constituye un traba­
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 331

jo historiográfico, el más importante para nosotros, que establece bajo su direc­


ción la historia oficial no sólo de la dinastía, sino también la de los soberanos
que le precedieron en los siglos vm y ix: su objeto era mostrar la perfecta conti­
nuidad del poder, constantemente en las manos de los hombres más dignos. En­
carga a un equipo anónimo, conocido como «los continuadores de Teófano», una
serie de biografías imperiales, a partir de León V, que reflejan también el gusto
de la época, lectora de Plutarco. El propio Constantino aparece, con cierta vero­
similitud, como autor de la Vida de Basilio, importante narración donde se da
cuenta de los prodigios anunciadores de su grandeza futura, desde la antigua
águila que se cierne sobre su sueño de niño hasta las visiones piadosas, las virtu­
des del buen soberano y, sobre todo, la misericordia fiscal, así como la genealogía
que hacía de Basilio un descendiente de los reyes arsácidas de Persia, la misma
de la que sin duda Focio había hecho una primera redacción. El último libro al­
canza de hecho hasta 961. Constantino encargó también a José Genesio un Libro
de los emperadores, de León V a Miguel III.

El discurso del palacio

La historia más evidente de Bizancio entre 886 y 959 se nos presenta, una vez
más, a pesar de todo, centrada en el palacio. El sentido del espacio palatino y
de las ceremonias que allí se desarrollan está ilustrado de juanera fehaciente por
el tratado de las prelaciones (taktikon), fundamentalmente para las comidas im­
periales, compuesto por el maestro de ceremonias Filoteo en 899. El autor señala

“ f ienteras def Imperio (final del sigloX) Límites de los themaa del siglo X
‘N Umilesd e los Ihemasoriginata s (siglo VIII) alflnaldel Imperio

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Los th e m a s bizantinos en los siglos VUI-X


332 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

en el texto el lugar de cada uno en función de su dignidad; por ejemplo, la del


patricio y de su cargo: sitúa así la jerarquía episcopal, militar, civil, los servicios
y guardias del palacio, los «amigos búlgaros» y otros mandatarios. Para Filoteo,
el sistema de días festivos en el palacio no es más que el propio sistema impeftíl,
por lo que este documento adquiere un relevante interés. Constantino VII, en su
Libro de las ceremonias, hace hincapié más en el desarrollo mismo de las ceremo­
nias que en las prelaciones, en relación a las fiestas del año cristiano o imperial,-
las etapas de la vida en la familia imperial y las recepciones particulares. Tampo­
co faltan los relatos de los embajadores árabes referentes a todo este período.
Pero el palacio no es sólo el escenario de la pompa soberana, se convierte
también, a lo largo de diversas generaciones, en un organismo de gobierno y ad­
ministración cuyos documentos de archivos conservados o mencionados dan cuen­
ta de su funcionamiento: tribunal de apelación, o jurisdicción directa para deter­
minados monasterios, oficina fiscal donde se redactan los documentos de inmüni-
dad o de donación, etc. Desde finales del siglo ix, la cancillería imperial expide
los chrysobulloi, los documentos sellados con el sello de oro imperial, que se dis­
tinguían por una escritura especial, con palabras escritas con tinta roja, y una
firma autógrafa refrendada por el «encargado del tintero». Finalmente, de lo que
acabamos de decir, es fácil concluir que el palacio es un centro de decisión polí­
tica de impulso ideológico. La celebración de la grandeza y de la victoria impe­
rial, de los banquetes festivos y de los matrimonios es confiada a los discursos
del orador de palacio. Esta función la cumplió, en 901-902, Aretas de Patras,
nacido hacia la mitad del siglo ix y convertido después, hacia 902-903, en arzobis­
po de Cesárea de Capadocia. Aretas, partícipe en los manuscritos, sobre todo en
los de filósofos antiguos, entre los que se cuenta uno de Platón en dos volúmenes
revisado por su puño y letra, desarrolla la correspondencia estructural entre Cris­
to y el emperador en un lenguaje cuyo sabio virtuosismo, en el límite dé lo inte­
ligible, no es, o al menos no exclusivamente, deleite de pedante o guiño sabihon­
do: el uso de las palabras y la retórica antigua significan que el presente es tan
grande como el pasado, ya que la grandeza imperial es inmóvil e inmutable. A
partir de aquí se comprende que la actividad cultural de León VI y de Constan­
tino VII no fuera tampoco un simple capricho de hombres de elevada dignidad,
sino una parte integrante de su obra de soberanos.
Las otras fuentes, aunque no emanen del palacio, no se comprenden más que
en función de él. Es por definición el punto de mira del relato historiográfico,
sea cual sea. A las obras citadas más arriba se añade una crónica que continúa
la de Jorge el Monje, escrita bajo el mandato de Miguel III, e interrumpida el
año 842. Su tradición manuscrita, aún incompletamente analizada, está llena de
adiciones, variantes y continuaciones bajo nombres de autores de los que apenas^
sabemos nada, como es el caso del continuador de Jorge el Monje, Simeón el'’
Magistros, o el Logo teta (funcionario de finanzas), y algunos otros. Y de hecho
poco importa, pues, al nivel de los relatos en sí mismos, se distinguen perfecta­
mente las polémicas, sobre todo en tomo a Basilio y Focio, en cuyo tono y pro­
pósito los autores manifiestan su pertenencia a la alta función pública, o a algún
ambiente aristocrático de la capital. El palacio como lugar político es también el
punto de mira de las biografías patriarcales. D os de ellas revisten un particular
interés, la Vida de Ignacio y la Vida de Eutimio, qué aparecerán en el momento
E L R E N A C IM IE N T O EN E L E S T E 333

DINASTIA MACEDÓNICA
hasta 963

Basilio i el Macedonio
usurpador
867-886

León VI el Sabio
886-912
Alejandro
su hermano
912-913

con Constantino Vil Porfirogeneta


Romano I Lecapeno 913-959
920-944

después
Esteban y Constantino Lecapeno
sus hijos
944-945 Romano II
hijo de Constantino Vil
959-963

de la crisis desencadenada por el cuarto matrimonio de León VI. De hecho, la


Vida de Ignacio está escrita por Nicetas, convertido en el,monje David, en el
contexto de esta crisis. Ignacio es presentado como ejemplo de la resistencia de
la Iglesia a la omnipotencia imperial, frente a los compromisos de Focio. Es tam­
bién un ejemplo de la misma virtud que propone el monje contemporáneo del
patriarca Eutimio al componer la Vida de este último en el monasterio de Sama­
da, fundado por él.

. Implantar una dinastía

Los relatos relativos al palacio y al poder imperial están lejos de representar


todo lo que nos queda como fuentes referentes a los años que van de 867 a 957.
Pero ocupan, por así decirlo, el primer lugar en la escena y dan cuenta de los
acontecimientos en un medio restringido pero abierto, determinante, ya que es
el de las decisiones políticas. El emperador está rodeado por un doble círculo:
en primer lugar, los grandes, sobre todo los jefes militares y sus parientes; a con­
tinuación, todos los allegados al soberano más allá de su propia familia, como
son los consejeros, los favoritos o eunucos a su servicio personal y los monjes,
todos ellos también con sus familiares: a esta altura de la competición política
nadie está aislado. Los historiadores de Bizancio hicieron antaño caso omiso de
estos vínculos, cuya importancia está sin embargo puesta de manifiesto por la
atención que les otorga la historiografía. Las redes familiares se consolidan, se
rompen, desaparecen o se mantienen unidas en su más elevada expresión, y así
se va tejiendo la historia de la clase dirigente en la medida en que gravita alrede­
dor del trono y del palacio.
Basilio tuvo cuatro hijos. Constantino, el preferido, nació de su primera mujer
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y fue asociado al Imperio en 869. León era tal vez hijo de Miguel III y no de.
Basilio. Eudocia dio a luz también a Alejandro y Esteban. Basilio asoció asimis­
mo al trono a León, en 870, y a Alejandro poco después de 871. Constantino
murió en 879, y León se convirtió desde entonces en el presunto heredero. El
emperador lo casó con Teófano, descendiente del linaje de Martinacio, al que
posiblemente perteneciera también Eudocia Ingerina. León le era hostil, e inclu­
so llegó a apartarlo de él durante un tiempo. El autor contemporáneo de la Vida
de Teófano, un laico familiar de los Martinacios, atribuye esta actitud a las sospe­
chas despertada^ en el ánimo de Basilio por el monje mago Teodoro Santabare-
nos. El día de san Elias tuvo lugar una solemne reconciliación. Y en 886, antes
de morir a causa de un accidente de caza, Basilio designó a León su sucesor.
Alejandro quedó como co-emperador y León sustituyó aFocio por Esteban. Está
reunión de las supremas funciones en la hermandad imperial es significativa. Ca­
racteriza un modelo que el imperio otoniano aplicará a su manera, cuando Bru-
non, hermano de Otón I, sea arzobispo de Colonia. O, si se quiere, es una prime­
ra aplicación de la figura familiar, consanguínea o metafórica, que traduce la es­
tructura política de este tiempo.
León abandona a su esposa: la biografía de esta mujer, su hagiografía más
bien, la pintará como seguidora de una vocación ascética, puesta de relieve por
los milagros operados posteriormente en su tumba. Desde el siglo x, figura, en
efecto, en el calendario de los santos de la Iglesia bizantina. León «se une amis­
tosamente», según la expresión de su tiempo, con Zoé Zantcina, cuyo marido
había sido envenenado a raíz de esta relación, y la lleva a vivir al palacio. Era
hija de un armenio, Estiliano Zautcés, a quien León le encomendó la gestión de
sus asuntos y para quien creó el título de «suegro del emperador» {basiteopalor),
aunque el parentesco fuera ilegítimo. Zautcés, convertido en logothetos ton dro-
mon, responsable del correo, del interior y de una parte de las relaciones interna­
cionales, desempeñó hasta su muerte, en 896, un papel del que quedó constancia
por el hecho de que la mayor parte de las novellae de León VI están dirigidas a
él. Teófano murió en noviembre de 897, y León se casó con Zoé, que murió
asimismo en 899, dejando una hija. Los parientes de Zoé que, por lo demás, ha­
bían conspirado, debieron dejar el palacio. A falta de heredero, León se casó en
terceras nupcias con una jovencita originaria del thema de Opsiquion, Eudocia
Baiana, que murió en 901, con un hijo recién nacido. León había alcanzado el-
límite de la tolerancia canónica en mater ia de segundas nupcias sin haber resuelto!
el problema de su sucesión: él mismo había renovado algunos años antes la prohi­
bición de terceras nupcias, lo que hacía que su descendencia fuera ilegítima, y le
censuraba sus segundas nupcias. Vivió con una cuarta mujer, Zoé Carbonopsina'
(‘la de ojos ardientes’) sin casarse, por tanto. Parece ser que esta mujer era pa­
riente de Himerio, comandante supremo de la flota (drongarios tou ploimou) en
los primeros años del siglo x. En 905 dio al emperador el tan esperado heredero,
el futuro Constantino VIL A partir de entonces, se podía añadir un nuevo capí­
tulo al secular conflicto entre el bando integrista en el seno de la Iglesia y los
patriarcas políticos procedentes de la función pública.
Esta serie de cuatro matrimonios sorprende en primer lugar como ejemplo de
una historia familiar catastrófica. Los motivos del emperador pudieron ser: la ani­
madversión, sin duda, frente a Teófano y el amor por la primera Zoé en todo
E L R E N A C IM IE N T O EN E L E ST E 335

caso, pero también, incuestionablemente, la preocupación por la sucesión impe­


rial, puesta de manifiesto en él en virtud de las dificultades que encontraba, y no
porque fuera un problema nuevo; asimismo, siguiendo el ejemplo de Teófilo, que
condenó a los cómplices de su padre, León hizo enterrar a la víctima del suyo,
Miguel III, en la iglesia de los Santos Apóstoles, lugar de las sepulturas imperia­
les. Por último, de las cuatro mujeres, la primera y, sin duda, la última, en menor
grado, pertenecen a familias ilustres, mientras que Zautcés aparece, por su mis­
mo nombre, como miembro de un linaje de corta tradición. Sus parientes están
bien situados hasta la muerte prematura de Zoé, que deshace una fortuna aún
poco afianzada. Los demás personajes aún están en escena o acaban de salir en
el momento en que el nacimiento de Constantino reaviva un enfrentamiento ape­
nas aplacado. El patriarca Esteban, hermano de León IV, había muerto en 893.
La sede ecuménica estaba ocupada desde 901 por el patriarca Nicolás I, un hom­
bre en la línea de Focio, pariente y tal vez ahijado de este último, en todo caso
bastante próximo a él como para haber buscado refugio en un monasterio tras su
destitución. Nicolás I, pariente del comandante de la guardia y «hermano adopti­ 5
vo» del emperador, además de ser su secretario particular (m ystikos), tenía unas
experiencias y unos contactos que le destinaban a mostrarse partidario de un
compromiso favorable al palacio. León consigue, en primer lugar, que bautice a
su hijo en Santa Sofía en enero de 906; el monje Eutimio actuó como padrino.
En la primavera siguiente, un sacerdote celebra el matrimonio y León corona a
Zoé. El conflicto queda abierto desde entonces entre el patriarca, que prohíbe
al emperador avanzar más allá de la sacristía de Santa Sofía, pero que acepta y
prepara un proceso de penitencia, aunque el emperador lo rechaza y pide el ar­
bitrio de Roma, y un bando rigorista, a cuya cabeza se encuentra esta vez no el
higúmeno de Studa, como un siglo antes, sino Aretas, convertido en arzobispo
de Cesárea.
Sin embargo, la relación de fuerzas y el envite del conflicto han cambiado.
Nicolás, preocupado por la unidad de la Iglesia, disgusta a León, que le conduce
a la dimisión en 907, acusándole de complicidad en la reciente conspiración de
Andrónico Ducas. El emperador lo sustituye por Eutimio, que no manifiesta la
intransigencia monástica que se esperaba de él. El autor de su Vida lo describe,
sin embargo, como un notable «padre espiritual», uno de esos directores espiri­
tuales cuya omnipotencia es uno de los factores de la práctica religiosa desde el
siglo ix: le atribuye cierta influencia sobre el emperador. Pero, en realidad, Eu­
timio cede ante la apelación hecha por León a Roma y a los patriarcas orientales
y, si hemos de creer a su biógrafo, ante su amenaza de promulgar una ley que
autorice las cuartas nupcias. El matrimonio es entonces legitimado. León se hace
representar en una placa de mosaico colocada en Santa Sofía sobre la Puerta Im­
perial: se le ve postrado en actitud de arrepentimiento a los pies de Cristo, que
domina la escena entre la Virgen y un ángel, salvado ya que se encuentra a su
derecha. Muere en 912 y Alejandro toma el poder. Vuelve a ofrecer a Nicolás el
trono patriarcal, lo que implica la destitución de los obispos nombrados por Eu­
timio. Los partidarios de este último le perdonan la rehabilitación de Nicolás.
Alejandro muere en junio de 913, en medio de las dificultades ocasionadas por
los asuntos búlgaros. Nicolás forma entonces parte del consejo de regencia y el
peso del Imperio reposa sobre él una vez apartada Zoé. Se reconcilia con Eutimio '
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antes de la muerte de éste en 917. En 920 un Tomo de Unión puso fin oficialmen­
te al contencioso, aunque no consiguió apaciguar los resentimientos.
El conflicto y su desenlace dan que pensar sobre el estado de las relaciones
entre el emperador y la Iglesia de Bizancio en este principio del siglo x. La rei­
vindicación del poder monacal, aún presente en el conflicto entre Ignacio y Focio,
no aparece aquí prácticamente. El propio patriarcado político es, a fin de cuen­
tas, subyugado por la voluntad imperial. La victoria de esta última queda de ma­
nifiesto no sólo por la legitimación de una unión contraria al derecho vigente,
sino también por ,1a amenza esgrimida como argumento por León VI. Auténtico
o no, es significativo que incluso un monje lo tuviera en cuenta en la biografía
de otro monje, un monje puesto, además, como modelo.
En mayo de 919, Constantino VII se casa con la hija de Romano Lecapenos,
que vuelve a tomar el título de «suegro imperial» (basileopator), hacía poco os­
tentado por Zautcés; posteriormente recibe el de César, como Bardas, tío de Mi­
guel III (septiembre 920), para convertirse finalmente en co-emperador de su yer­
no (diciembre de 920). Para comprender este acontecimiento, hay que volver a
aludir a dos líneas directrices de los decenios precedentes, que corren paralela­
mente: las relaciones internacionales de Bizancio y el movimiento de personas y
linajes en el círculo imperial.

L a FUERZA DE LAS FAMILIAS, CULTURA DOMINANTE

La espléndida apariencia de continuidad de la cultura bizantina y la verdadera


continuidad de la teoría política, junto a la sofisticación, sin rival en esta época,
de la maquinaria administrativa y de sus medios escritos han disimulado frecuen­
temente ante los historiadores los verdaderos resortes del poder de este tiempo
en Bizancio. Un poder que pertenece incuestionablemente, por una parte, a los
hombres cultos, como prueba el hecho de que León VI y Constantino VII se
cuenten entre ellos: pues les incumbe Injustificación histórica, jurídica y cristiana
del poder soberano. Pero no hay que olvidar, sin embargo, la importancia de la
guerra: de su infinita serie de episodios proceden entonces los principales papeles
de la historia política y de los linajes.

Los poderosos linajes

Hemos visto que en el siglo vm y después en el ix, se afirmaba una conciencia


de linaje atestiguada por los nombres de familia, la preocupación por las relacio­
nes de parentesco y las palabras de elogio en relación a la notabilidad anterior.
El movimiento continúa de Basilio I a Constantino VII, paralelamente a la doc­
trina oficial del origen real en que se fundaba la legitimidad imperial. El proble­
ma de un Bizancio «feudal», de un imperio «feudal», sólo se plantea verdadera­
mente con Basilio II. Pero el relato historiográfico de los reinados de Basilio I y
de León VI, de Romano I y Constantino VII deja percibir, por una parte, la
presencia y el papel de las familias, algunas de las cuales seguirán en escena en
los siglos siguientes y, por otra parte, la dinámica de un grupo social en que los
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 337

valores guerreros, políticos y culturales tradicionalinenté característicos de una


aristocracia se conjugan con una apertura social todavía incompleta. Seleccionare­
mos tres ejemplos. El primero es el de los Ducas, con su fulgurante desarrollo y
su rápida caída a principios del siglo ix. El primer Ducas conocido, Andrónico,
tiene un nombre propio que evoca «la virilidad» y «la victoria», junto a la desig­
nación de «Ducas», a la vez título y sobrenombre, que parece que se convirtió
en un nombre de casta a partir de la siguiente generación. Se le encuentra, bajo
el reinado de León VI, junto a Himerio en la guerra contra los árabes y desem­
peñando un importante papel de gobierno en Asia Menor, con un hijo ya adulto
en 906, Constantino, casado con una hija de Gregorio, llamado el Ibero, que era
a la sazón domestikos de los scholai. Este mismo año, comprometido, con razón
o sin ella, ante el emperador por su favorito, el eunuco árabe-cristiano Samonas,
Andrónico se separa de «sus parientes, sus hijos y sus hombres», según un autor
de la época. Se encierra en primer lugar en la fortaleza de Cavalla, cerca de Co-
nia, y posteriormente se refugia en Bagdad. Sin embargo, su hijo Constantino
vuelve a Constantinopla y se deja tentar por el poder en 913, tras la muerte de
León VI, cuando era domestikos de los scholai. Su intento fracasa, pierde un hijo
en la conspiración y otro, aún niño, es castrado, una medida excepcional que da
cuenta de la importancia otorgada al asunto. Otro Ducas, Nicolás, muere en la
guerra contra los búlgaros en 917. A pesar de todo, tras esta erradicación, el lina­
je Ducas vuelve a salir a la luz en el siglo xi, y esta vez por más tiempo, aunque
probablemente proviniera de otra rama.
El segundo caso que expondremos es el de Romano I Lecapeno. Basándose
en un célebre pasaje de Constantino VII, se suele señalar su modesta condición.
Aunque nadie discute su origen armenio, los hechos no son sin embargo tan sim­
ples. Es cierto que no nos remontamos más allá de su padre Teofilacto, «el Insos­
tenible» (Abastaktos), cuyo sobrenombre no se transmitió, y de quien sólo sabe­
mos que salvó la vida de Basilio I en el curso de una desafortunada campaña en
Tefrik. Sea cual sea la verdad de la aventura, al menos se puede concluir que el
servicio de guerra se remonta al padre de Romano, aunque este último no hiciera
de ella una profesión. Sin embargo, una pariente de Romano se había casado
con Adralesto, estratega del thema de Oriente, hacia mediados del siglo ix, pues
fue abuela del monje Miguel Maleino, nacido en 894. Pero Romano I es el prime­
ro que se distingue en su actuación pública. Esto se traduce, en primer término,
en el rango de los suegros de sus hijos, sus consuegros: mientras su hija Helena
se casa con el joven emperador, su hija Agata se convierte en la mujer de un
Argiro, León, cuyo linaje está en ese momento en plena ascensión, y se remonta
a Miguel III; su hijo Constantino se alía con el patricio Panterio, y su hijo Cris-
tóforo con el patriarca Nicetas. Cristóforo y Constantino son asociados al Impe­
rio, así como su hermano Esteban, mientras que el menor, Teofilacto, es investi-
,do del patriarcado, según el esquema puesto en práctica por los hijos de Basilio
I, y el hijo bastardo, Basilio el Pájaro, desempeña el papel de eunuco en el pala­
cio, y, posteriormente, ocupa junto a Constantino VII la privilegiada posición de
guardián de la cámara (parakoimomenos).
Tras los Ducas y los Lecapenos, nuestro tercer ejemplo nos conduce a media­
dos del siglo x. Se trata del linaje de los Focas, del que provendrá el emperador
Nicéforo II, y a cuyo alrededor, por el juego de las alianzas, se organiza poco a

2 2 . — FOSSIER, I
338 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

poco la mayor constelación aristocrática de la época. La genealogía, presumible­


mente puesta en circulación por los propios Focas, se remonta hasta un tatara­
buelo de Nicéforo II, un tal Focas, cuyo nombre corresponde al de un mártir
venerado en la región de Sínope. Parece ser que el emperador (¿Teófilo?) se fijó
en él «por la fuerza de su cuerpo y la nobleza de su alma», y lo puso a la cabeza
de una turma, división principal de un thema. Un comienzo verosímil y compara­
ble al de Teófilacto Abastactos, acción ejemplar al menos, característica de una
sociedad en que la fortuna obtenida con la guerra servía para inaugurar nuevas
estirpes ilustres. El nombre de Focas se convierte en linaje: su hijo, Nicéforo Fo­
cas, es ya uno de los generales más brillantes de Basilio I y de León VI: ya vimos
cómo se destacó en la Italia meridional. Sus nietos, Bardas, cuyo nombre procede
de algún tío o abuelo armenio, y León, se distinguen bajo la regencia de Zoé,
madre de Constantino VII. Romano Lecapenos encuentra en ellos unos rivales,
'respaldados por sus alianzas. Bardas se casa con una Maleina, de cuyo linaje dio
.... (cuenta ya la historiografía bajo el mandato de Miguel III y Basilio I, y cuyo abue-
>. 5lo fue patricio y general, mientras que una de sus abuelas estaba emparentada
* con Romano Lecapenos: los Maleinos eran oriundos del thema de Carsianon,
i' 5 donde su pariente Eudocimo, tal vez estratega del thema, murió en olor de san-
• tidad hacia 840. León, hermano de Bardas, fue cuñado del parakoimomenos
S Constantino, eunuco favorito de León VI al final de su reinado. Uno de los hijos
\ í de Bardas, Nicéforo, nacido hacia 912, será emperador, tras una carrera a la que
nos referiremos más adelante, cargo en el que posiblemente fue secundado por
su hermano León; una de sus hermanas se casó con un sobrino de Juan Curcuas,
el mismo del que Romano I deseaba una hija para el hijo de Constantino VII.
De esta unión nacerá otro emperador, sobrino y asesino de Nicéforo II, Juan I
Zimisces, que se casará en primeras nupcias con una hija de los Escleros, otro
linaje dominante, atestiguado desde el principio del siglo ix. Esta anticipación
genealógica sólo pretende mostrar al lector que los Focas están emparentados a
lo largo de dos generaciones, la de Bardas y la siguiente, con algunas familias
que competían por obtener el poder supremo, ninguna de las cuales, por otra
parte, se remontaba más allá del siglo ix, por lo que hemos podido juzgar.
El acierto de Romano Lecapenos consistente en la elección de su hija para
Constantino VII representa de hecho la eliminación de León Focas, que en 917
estaba al mando de una expedición en Bulgaria, por el drongario de la flota, res­
paldado en el palacio, ante la emperatriz Zoé y el patriarca Nicolás I. Los espon­
sales imperiales incitan a León Focas, destituido de su cargo de domestikos de
los scholai, o lo que es igual, apartado del palacio por Romano, a sublevar los
themas de Oriente. Su intento fracasa y es eliminado definitivamenbte dejándolo
ciego. Su hermano Bardas conserva, en cambio, el mando e interviene en respues­
ta al ataque ruso de 941. Pero la impecable estrategia de Romano I, basada en
una numerosa descendencia, no basta para garantizar el futuro de los Lecapenos.
En 928 fracasa una conspiración en favor de Cristóforo urdida por su suegro. Tras
la muerte de Cristóforo en 938, sus hermanos Esteban y Constantino apartan a
Juan Curcuas, el general ya citado, que Romano I deseaba como suegro para su
nieto, el futuro Romano II. Por último, destituyen a su padre, pero son a su vez
destituidos por Constantino VII, que recobra así la realidad del poder en enero
de 945, y les envía a reunirse con su padre en el monasterio. Aunque una hija
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 339

de Cristóforo se casó con Pedro, zar de Bulgaria, el linaje desaparecía definitiva­


mente de la escena política, y Constantino VII vuelve a tomar en cuenta, natural­
mente, a los Focas. Bardas Focas se convierte en domestikos de los scholai y sus
hijos Nicéforo y León en estrategas. El hijo de Constantino VII, Romano, asocia­
do al trono desde 945, siendo aún niño, se había casado bajo el gobierno de su
abuelo con una hija bastarda de corta edad de Hugo de Provenza, que murió
pronto. Hacia 956 toma por esposa a una joven hermosa y misteriosa, se decía
que camarera de mesón, llamada Anastaso, convertida tras el matrimonio en
Teófano. Esta elección eludía el inconveniente de los cuñados aristocráticos y am­
biciosos. La historiografía de la época la representa como teniendo a Romano
hechizado. Volveremos a encontrarla más adelante, inaugurando en los relatos
de su tiempo el papel de la voluptuosidad impulsada al crimen, inusitado a nivel
imperial.
Constantino muere en 959, tal vez envenenado por su hijo, instigado por Teó­
fano. Se ha querido trazar de él un relato intelectual, a la vista de su obra, que
corre el riesgo, como tantos otros, de transmitir al lector de hoy sus propias su­
gestiones. Pero no hay que olvidar, se quiera o no, que no era sólo emperador.
Romano I y algunos generales como Juan Curcuas asumían muy bien la función
guerrera del poder imperial, como lo hicieron los Focas cuando Constantino se
apoyó en ellos tras la caída de los Lecapenos. Constantino, que no dejó de ser
emperador hasta el día de su muerte, ejerció por su parte, como ya dijimos, la
función del discurso, orientado a la justificación de la dinastía de los descendien­
tes de Basilio en el trabajo historiográfico, al simbolismo del poder en el Libro
de las ceremonias, y a la ubicación definitiva de las tradiciones y conocimientos
necesarios para su ejercicio universal en los libros sobre los temas y la administra­
ción del Imperio.

Los límites de una cultura dominante

A mediados del siglo x Bizancio goza de excelente salud, si es cierto que para
. una sociedad que vive en tomo al año 1000 la guerra y el comercio a gran escala
son síntomas de salud. Como toda sociedad sana desarrolla una actividad cultural
a través de la que expresa su presente.
Hemos hecho alusión constantemente a los resortes culturales de la historia
política de Bizancio, y en último término hemos visto a Basilio, a través de Focio,
a León VI y Constantino VII elaborar y llevar a la práctica la secular teoría del
poder imperial, y a Constantino VII, especialmente, asentar la dinastía violenta­
mente fundada por su abuelo sobre bases historiográficas. Pero también hemos
visto, a partir de Teófilo, cómo el propio poder imperial fundaba sus derechos
sobre la reivindicación de continuidad interrumpida de la cultura clásica legada
por la Antigüedad y acabada, de hecho, después de la segunda iconoclasia, a tra­
vés de una teoría completa y definitiva de la imagen. La exigencia clásica, facili­
tada, como también hemos visto, por el uso de la minúscula, se manifiesta en la
revisión filológica de los textos antiguos, de manera que nuestro Platón, por
ejemplo, es en una gran medida el de los siglos ix y x. Pero no hay que engañar­
se, esta depuración no traduce, o mejor dicho no traduce solamente, la búsqueda
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desinteresada de una cultura erudita, sino también, y sobre todo, el espíritu tota­
litario de una cultura dominante. Así, por ejemplo, la colección de efemérides
de las Vidas de los santos según el orden de los días de cada mes o menologio,
consiste en una ordenación draconiana que afecta tanto a los personajes, entre
los que los contemporáneos están prácticamente ausentes, como a los relatos, so­
metidos despiadadamente a una reescritura (metaphrasis) retórica fácilmente re­
conocible, cuya difusión masiva no hizo, por suerte, desaparecer las versiones an­
teriores. El autor de este trabajo, Simeón el Metafrasto, tal vez ejecutó una direc­
triz de Constantino VII. Se sospecha que tras su obra podría estar el cronista
Simeón el Logoteta, del que sabemos muy poco, o incluso el magistros Simeón,
del que se han conservado sus cartas.
La cultura dominante supone también, como se recordará, el ininterrumpido
ennoblecimiento del emperador por el retórico del palacio, el perfeccionamiento
administrativo imperial y patriarcal y la victoria de la ortodoxia. El palacio, el
monasterio de Studa, el patriarcado, la capital, en una palabra, son, al mismo
tiempo, el caldo de cultivo de esta cultura dominante, centralizada pero no loca­
lizada. Los documentos administrativos de las provincias, de los que empezamos
a disponer a partir de Basilio I, y sobre todo las cartas conservadas del siglo x
aportan la prueba de lo contrario. La carta, mensaje individual, era también un
género de la retórica tradicional, lo que motivó la composición de algunas colec­
ciones que han llegado hasta nuestros días, en las que se encuentran misivas de
hombres que partieron a las provincias como funcionarios u obispos, dirigidas a
sus amigos de la capital, a sus protectores, a veces al mismo emperador o al pa­
triarca, e incluso cartas de estos últimos. Conocemos así cartas de Focio y de
Nicolás I, del secretario imperial de Romano I, Teodoro Dafnopatés, al igual que
un conjunto muy valioso para el estudio de la segunda mitad del siglo. De estas
cartas, así como de las reflexiones anotadas por Aretas, convertido en obispo de
Cesárea de Capadocia hacia 904, hasta su muerte én 932, se desprende la nostal­
gia medio convencional, medio sincera, de letrados alejados de sus semejantes y
perdidos en medio de gentes sin instrucción.
La cultura dominante es, en fin, el discurso figurativo de las imágenes. Mu­
chas de ellas han desaparecido, como los mosaicos de la iglesia Nueva de Basilio
I, hoy día destruida. Pero no nos faltan testimonios de la restauración deliberada
de los antiguos cánones a este nivel en el desarrollo de la escultura sobre marfil,
que servía para decorar cofrecillos y tapas de libros; en la producción de platería
cincelada; en la pintura de manuscritos de contenido, sin embargo, religioso,
como el admirable Salterio de París, de principios del siglo x . Ésta es la cultura
dominante que Bizancio exporta a Preslav, y más tarde a Kiev, a través de sus
productos y sus artesanos. Pero, no obstante, cabe preguntarse sobre sus límites
sociales, provinciales, incluso nacionales, se puede decir, en el interior del inmen­
so imperio.
La primera certidumbre es que su lengua está desde ahora, y ya irreversible­
mente, alejada de la lengua hablada por todos, comprendida la élite política. Fo­
néticamente, las tendencias que han conducido a la pronunciación actual del grie­
go eran ya seculares en el siglo x, especialmente la evolución hacia el sonido úni­
co i de otras vocales y diptongos. Pero la misma configuración de la lengua, por
la simplificación de la flexión principalmente, anuncia desde esta época lo que
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 341

conocemos hoy. Los errores de las copias de los manuscritos son esclarecedores
a este respecto- En cuanto al vocabulario del griego moderno, lo vemos aparecer
según los textos, en algunas Vidas de santos en particular, mucho antes del siglo
x. El renacimiento clásico de los siglos ix y X, que vuelve a ensalzar los tratados
de retórica antigua, acentúa el corte, tanto político como cultural, entre los dos
niveles de la lengua, que desempeña en Bizancio el mismo papel que el uso del
latín y de las lenguas vernáculas en la cristiandad medieval de Occidente. La len­
gua vernácula hará su entrada en el terreno de la escritura en los siglos xn y xm.
En cambio, el principio de un doble lenguaje subsistió en Grecia hasta el siglo
XX, con un significado ideológico, en resumidas cuentas, inalterado. En esta pri­
mera mitad del siglo x, pues, la lengua hablada no aparece a nuestra vista más
que en manifestaciones indirectas, como la Vida (mutilada) del patriarca Eutimio,
compuesta por un monje de su monasterio de Samacia, que al menos antes que
el único manuscrito, escrito hacia 1080-1100 y hoy día perdido, fue corregido por
su editor. Se encuentra también en algunas canciones anatólicas de guerra y
amor, algunas coplas cortesanas conservadas en el Libro de las ceremonias, y
también, aunque no se ha tenido muy en cuenta, en determinados nombres de
linajes que surgen en la historiografía de los siglos ix y x: Garidas, ‘el del cama­
rón’, o Gonguilios, ‘el del colinabo’, formaciones cuyo significado social hemos
señalado.
Por otra parte, qué duda cabe que la propia cultura dominante no es imper­
meable y sufre influencias periféricas. Así, un Evangelio copiado en el siglo x, y
tal vez no ilustrado hasta el siglo xi, muestra una influencia islámica en los orna­
mentos de los títulos hechos por el escriba, así como en las orlas arquitectónicas
de las figuras de los evangelistas; este Evangelio procede de la frontera oriental.
En cambio, otro manuscrito, el tratado ascético de Juan de la Escala (klimakos),
copiado en Italia en el siglo ix, tiene una decoración similar a la occidental con­
temporánea. La Italia meridional produce, por otra parte, manuscritos caracterís­
ticos por su escritura, ornamentación y pinturas. Igualmente, la arquitectura ar­
menia, floreciente en la época del reinado de Ani, ejerce entonces en Bizancio
una influencia que se pondrá de manifiesto en la segunda mitad del siglo, con la
llegada al poder de Juan Zimisces, en la época en que los georgianos desempeña­
ron también un papel. Los caminos de Bizancio son, pues, el terreno de un tra­
bajo de aculturación.
Los judíos, que hemos vuelto a encontrar en la Italia meridional, nos propor­
cionan otro ejemplo, situados como estaban, con una cultura propia y floreciente,
en la intersección entre Bizancio, el Islam y la latinidad. No ocurre lo mismo en
el caso de la minoría judía en el Imperio, arrinconada por el rigor de la identifi­
cación en curso entre la romanidad y la cristiandad ortodoxa, y por añadidura
asociada, con o sin razón, como se recordará, a los movimientos iconoclastas. La
conversión de los judíos aparece por este hecho como cada vez más necesaria.
Basilio I la decreta, como vimos, en 873 o 874, y León VI recuerda esta medida
en una novella que ordena a los judíos a seguir en lo sucesivo la ley cristiana, al
estar la suya caduca. Un relato hagiográfico compuesto tras la muerte de Basilio
sitúa bajo su mandato la peripecia de Constantino de Sinnada, un judío que se
sintió cristiano por haber trazado, siendo aún muy joven, una cruz en la boca
después de un bostezo, según la costumbre, y que se hizo en seguida monje. Sea
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lo que fuera, Romano I dio a su vez un decreto de conversión en 932, que parece
haber provocado un éxodo, tal vez hacia Jazaria, y luego hacia la Rusia kieviana,
sobre cuya cultura la influencia judía fue directa e importante. La minoría judía
no fue, pues, aniquilada en Bizancio, ni entonces ni más tarde, aunque no encon­
tró el terreno adecuado para una floración comparable a la que se observa enton­
ces en Italia, Renania o en tierras del Islam. Sin embargo, se observa permeable
a la cultura bizantina, la cultura judía erudita o cuasierudita que produjo la curio­
sa descripción del rey Salomón que estaba en el hipódromo en medio de los cua­
tro colores, cuyo hebreo integra palabras griegas y cuyo autor conocía la capital,
e incluso el palacio, tal vez en la primera mitad del siglo x. La situación de los
judíos en Bizancio cambió después de 960.
Pero, ¿qué sucedió con la cultura de la mayoría? Ante todo conviene aclarar
la ambigüedad que se desprende de este término. Refirámonos, por ejemplo, a
la cultura material. Han llegado hasta nosotros muchos objetos entre los que al­
gunos, marfiles, tejidos de seda, joyas y cerámica de lujo, remiten, si no al pala­
cio, al menos a la élite. Pero también conservamos otros, procedentes de niveles
más modestos de consumo, cruces y amuletos, iconos portátiles de piedra dura,
cerámica ordinaria. Comprobamos, de todos modos, la uniformidad del reperto­
rio iconográfico religioso y, por tanto, del sistema de representaciones y creen­
cias. En cambio, la hagiografía de finales del siglo ix y del siglo x está a menudo
más cerrada socialmente que la de los siglos v al vil, que pintaba un cuadro social
muy diverso, incluso a través de sus tópicos. Los santos contemporáneos de Ba­
silio y de sus sucesores son monjes, padres espirituales e interlocutores de los
emperadores y los grandes personajes, como ya se ha dicho. El vulgo sólo ocupa
en los relatos, en el mejor de los casos, un segundo lugar indiferenciado. Está
presente, sin embargo, cuando los aldeanos de la región de Latros se dirigen a
Pablo el Joven (muerto en 955) para pedir la lluvia, o cuando las gentes de Tesa-
lónica se concentran al paso de'Eutimio el Joven (piuerto en 898) para tratar de
tocarlo, los días que baja del monte Atos a la ciudad. El triunfo del monje, implí­
cito en la restauración de 843, envite de todos los conflictos, de Constantino VI
a León VI, es definitivo a mediados del siglo x. Será a lo largo de los siglos la
voz común de la cultura bizantina a todos los niveles de la sociedad. Un monje
que vive en un monasterio, sumiso al higúmeno, el recluido, el solitario, es sos­
pechoso. Pero existe. Y la práctica religiosa, la representación del otro mundo,
que serán los del helenismo moderno, afloran claramente en el siglo x.

B iza n cio a l a bú sq u ed a de un m uro pr o tec to r

La guerra no ha estado nunca mucho tiempo ausente de nuestra exposición.


Sus armas siguen siendo las mismas: los navios de guerra, los dromones, atacan
por mar; por tierra, el primer papel en las batallas campales corresponde a los
escuadrones de caballeros que vemos aún galopar en algún que otro evangelio
del siglo xi, con el torso protegido por una cota de mallas, un casco de hierro en
la cabeza y una adarga triangular o redonda en el brazo izquierdo; intervienen
también tropas más ligeras, sobre todo arqueros, mientras que la frontera oriental
es él teatro de la guerrilla de los akritai, sus guardias. Florecen ya los valores,.
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E STE 343

que alcanzarán en su pleno desarrollo después de 960, de Nicéforo Focas, conver­


tido en el emperador Nicéforo II, hasta Alejo I Comneno. Los tratados tácticos,
el más insigne de los cuales se debe al propio León VI, nos sirven de testimonio
tanto como la historiografía. No porque esta última dé el protagonismo, como lo
hará a partir de 960, a la victoria militar del emperador, y con razón. Más bien
demuestra sin cesar a su lector que las promociones políticas proceden de la proe­
za guerrera. Así pues, los personajes que acceden al primer plano de la escena
actúan en el marco de la institución militar que conocemos. Las fuerzas centrales
(tagmata) están bajo las órdenes del domestikos de los scholai, su cuerpo más
importante. Como siempre, hay también mercenarios extranjeros, y a principios
del siglo x, sobre todo, «rusos», los Rós (palabra que hacía referencia al elemento
escandinavo del joven Estado de Kiev); asimismo, se encuentran hombres reclu­
tados en el Imperio. Las fuerzas themáticas se fundan en parte en el servicio de
los poseedores de bienes militares, pero también en el reclutamiento a título de
prestaciones fiscales. Por último, está atestiguada también la antigua costumbre
de instalar bárbaros en los lotes de tierra a cambio de un servicio armado.
Evidentemente, el emperador sigue siendo el jefe supremo de la guerra. He­
mos visto en el capítulo precedente dónde se libraba: Oriente y el Cáucaso; Bul­
garia, la costa norte del mar Negro, y Kiev; el Mediterráneo oriental y central,
y el Adriático de Tarento a Venecia. Se combina constantemente con otras rela­
ciones, a menudo sobre los mismos ejes, como el comercio a gran escala, la mi­
sión y las embajadas. Y todas juntas, como ya hemos visto, imprimen al mundo
de este tiempo las divisiones que se pueden aún reconocer en el nuestro: la cris­
tiandad greco-eslava, la cristiandad latina, el Islam. También vimos cómo Bizan­
cio vuelve a encontrar, en la periferia que se afana en constituirse en país eslavo
desde el siglo xi, el doble poder cristiano del papado y del Imperio Carolingio,
y posteriormente del Imperio Otomano, en tanto que el Islam le disputa en el
Este las viejas formaciones cristianas del Cáucaso y el camino mesopotámico.

Bulgaria, espejo de Bizancio

A esto se añade, a partir de Basilio I, la convergencia y el choque de los tres


poderes en el Mediterráneo central: Sicilia y la Italia meridional constituyen tal
vez el envite más significativo de las guerras de los siglos ix a xi. Y, por otro
lado, al este de la cristiandad los datos iniciales del período engendran su propio
cambio: la Bulgaria cristiana, nacida del modelo bizantino, evoluciona hasta con­
vertirse en un doble, a pequeña escala, de Bizancio, su asociado y adversario al
mismo tiempo, frente a los pueblos turcos aún no cristianos que se apiñan en las
bocas del Danubio, y frente al nuevo protagonista, el Estado, pronto cristiano,
de Kiev.
El Estado búlgaro cae definitivamente por el lado de Bizancio bajo el reinado
de Basilio I. El problema de Boris, convertido en Miguel, era, como vimos, en­
contrar en la cristianización el armazón ideológico de la monarquía, frente a los
boyardos apegados al viejo politeísmo, pero también, y por la misma razón, ase­
gurarse una Iglesia que fuera el soporte del poder, y no el medio de una depen­
dencia de cara a un poder externo. D e aquí sus vacilaciones entre Roma y Cons-
344 l a fo rm ació n d e l m undo m ed iev a l , 350-950

tantinopla. Boris, que consideraba insuficiente la reacción romana a su carta de


866, se vuelve hacia Bizancio. En 870, un concilio celebrado en la capital del Im­
perio decidió la incorporación de Bulgaria a la jurisdicción del patriarca ecuméni­
co, con una relativa autonomía. Y, muy rápidamente, la alfabetización eslava del
cristianismo bizantino ofrece la mejor solución. En 885, a la muerte de Metodio,
sus principales discípulos son expulsados de Moravia por la influencia victoriosa
de la misión franca. Clemente y Naum llegan a Plisca, llevando consigo libros en
lengua eslava, lo que supone un decisivo desarrollo de la cristiandad local. Cle­
mente evangeliza' Macedonia, en torno a Prespa y Ohrid, anexionada a Bulgaria
: en la primera mitad del siglo ix, y se convierte en obispo de Ohrid en 893, mien­
tras que Naum, antes de reunirse con él, actúa en los alrededores de Plisca y del
monasterio real, otorgado por Boris-Miguel sobre el modelo bizantino, San Pan­
telem ón de Preslav. En 889, Boris abdica y se hace monje. Le sucede su hijo
mayor Vladimir, que se pone de parte de los boyardos y se enfrenta al clero y a
la alianza franca. Boris-Miguel entra en Plisca en 893. Ciega y encarcela a Vladi­
mir, convoca una asamblea que proclama zar a su segundo hijo, Simeón, educado
en Constantinopla, y decreta el traslado de la capital a Preslav.
Se rompe así todo lazo con el pasado búlgaro, en el sentido turco de la pala­
bra, para el mayor provecho tanto de la monarquía como de una unidad nacional
ya fuertemente eslavizada. La decisión de 893 implica también la sustitución del
eslavo por el griego como lengua oficial del Estado y la Iglesia. La escritura gla-
golítica es sustituida por la escritura «cirílica», siempre en uso, mucho más flexi­
ble y próxima a la escritura griega. Bizancio mantiene una política que asegura
la más eficaz aculturación, a través de las traducciones de su literatura religiosa
e incluso profana, y de la difusión de su iconografía. Simeón se convierte en el
«hijo» del emperador, el más cercano, pues, en la metáfora familiar, que organiza
el mundo en torno a él a los ojos de los bizantinos. El reinado de Simeón (893-
927) supone para Bulgaria una edad de oro polítiqa, cultural y militar, en la que
se forma la coyuntura bizantino-búlgara del siglo x. Bulgaria se convierte enton­
*
ces en un segundo Bizancio, hasta el punto de que Simeón reivindicará para sí
mismo el título de basileus; y arrostrará sobre su propia retaguardia las presiones
de los pueblos eslavos y turcos, cuyas peripecias se enfrentaron con las de la po­
lítica bizantina en el mismo terreno, las llanuras de Ucrania y del Danubio.
La crisis estalla en 894, cuando el monopolio del comercio búlgaro se otorga
a dos comerciantes de Grecia, Estaurico y Cosmas, «amigos» de Estiliano Zau-
cés. Éstos trasladan la sede de Constantinopla a Tesalónica, medida perjudicial
para los búlgaros, en cuanto apartaba del tráfico la ruta Plisca-Constantinopla.
Además, las mercancías búlgaras se veían afectadas por elevados gravámenes. Si­
I, I
meón invade entonces Tracia. León VI hace intervenir en contra de él en 895 a
los magiares de la región situada entre el Dniéster y el Prut, mientras que la flota
bizantina bloquea las bocas del Danubio. Simeón replica empujando a los magia­
res más allá del río y lanzando contra ellos a los pechenegos instalados en el
Dniéper. Los magiares, quebrantados, se dirigen hacia el oeste, y de su definitiva
instalación en la llanura danubiana surge Hungría, con el apoyo germánico, en
detrimento del Estado moravo, cuya destrucción consuman. Entran así en escena
otros dos pueblos turcos. Los magiares no son recién llegados, ya que habían al­
canzado el Danubio en 837. Los pechenegos siguen a su vez la trayectoria clásica
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 345

de los pueblos de la estepa, y los volvemos a encontrar como la gran fuerza com­
plementaria al norte del Danubio, durante todo el siglo x y la primera mitad del
XI, sin que nunca su organización nómada se fije de forma estática.
En 896 se restablece la paz mediante un tributo anual pagado por Bizancio.
Pero tras la muerte de León VI en 912, su hermano Alejandro suspende el pago,
antes de morir, él también, en 913. Valiéndose de este motivo, Simeón ataca y
alcanza en septiembre del mismo año las murallas de la capital. Pero el fondo
del problema no era en realidad ése. La lección política de Bizancio y la grandeza
de su propio reino, y sin duda también la minoría del porfirogeneta Constantino
VII, habían inspirado otro propósito al búlgaro educado en Constantinopla: con-
. vertirse en basileus, es decir, no sólo desmultiplicar el poder imperial por un ba-
sileus de los búlgaros, sino centrar en Bulgaria el poder del basileus de los roma­
nos. Una prodigiosa aplicación del modelo que muestra hasta qué punto sigue
siendo único al este de la cristiandad del siglo x. El patriarca Nicolás, situado
por la minoría de edad de Constantino a la cabeza de los asuntos, le escribe cartas
sobre este tema que hemos conservado. El ataque de 913 le abre a Simeón las
puertas de la capital, donde se le promete que una de sus hijas se casará con
Constantino, y donde el patriarca coloca sobre su cabeza una corona que fue en
realidad, según se dice, acompañada de la fórmula «basileus de los búlgaros».
Pero Simeón no lo entendió así: tenemos constancia al menos de un sello, de
plomo y no de oro, cuyo texto griego le da el.título de «basileus de los romanos».
Las hostilidades prosiguieron, y el matrimonio de Constantino VII con la hija de
Romano Lecapenos no hizo más que avivarlas, pues fue una de sus causas. De
septiembre de 914, y la apertura de las hostilidades por Simeón, hasta 924, y su
último ataque contra Constantinopla, tienen lugar diez años de guerra, en cuyo
curso las dos potencias, Bizancio y Bulgaria, intentan por igual poner en juego a
pueblos secundarios, los servios eslavos y cristianos, y los pechenegos paganos y
turcos. Simeón muere en 927 y su hijo Pedro hace las paces, acepta el compromi­
so rechazado por su padre, con un tributo anual bizantino, y recibe como esposa
a una nieta de Romano I Lecapenos, María: una sutil solución, que otorga a un
asociado privilegiado una descendiente del emperador, pero no una porfirogene­
ta, afianzada según la fórmula familiar que caracteriza el sistema internacional
centrado en Bizancio. Hemos visto que en el siglo viii Constantino V se casaba
con la hija del kagan de los jazares, convertida con este fin en la cristiana Irene.
Hemos visto también que Boris de Bulgaria se convertía tras su bautismo en el
hijo espiritual de Miguel III. El Imperio, único por definición, considera, pues,
al creciente conjunto de soberanos como una familia. Y en esta familia el matri­
monio búlgaro de María abre con precaución la categoría de las alianzas matrimo­
niales propiamente dichas, a las que Constantino VII consagra una larga reflexión
en su tratado sobre la Administración del Imperio. A excepción de los «francos»,
las considera prohibidas para la descendencia porfirogeneta. La alianza de Basilio
II con Svjatoslav de Kiev a través de la hermana del primero, Ana, resquebrajará
este principio.
La paz de 927 permite a Bizancio recuperar su autoridad sobre los servios.
La sociedad búlgara prosigue por su parte una evolución cuyas principales carac­
terísticas son la eslavización, que absorberá en lo sucesivo a la vieja aristocracia
de los boyardos, y la cristianización, que progresa fuera de las ciudades y repre-
346 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 35 0 -9 5 0

senta un medio de unificación cultural y nacional. Una sociedad cada vez más
compleja y al mismo tiempo cada vez más aculturada, como atestigua el desarro­
llo de la herejía bogomila bajo el reinado de Pedro (927-969). La fecha de su
aparición está señalada por el sacerdote búlgaro Cosmas, en su célebre Tratado
contra la secta, compuesto bajo el reinado del emperador Juan I Zimisces, y aún
mejor por una respuesta del patriarca Teofilacto (933-956) a una consulta de Pe­
dro sobre el problema. La enseñanza de la herejía, atribuida por el sacerdote
Cosmas a un pope llamado Bogomil (‘que Dios compadezca’ o ‘que ruega a
D ios’), cuyo nombre es demasiado elocuente para ser ficticio, recuerda de mane­
ra insistente los temas dualistas de los paulicianos, su reprobación del mundo y
sus poderes, comprendido el de la Iglesia, de la carne y de la procreación. Temas
seculares en Oriente, como se ha visto, pero cuya procedencia es lícito buscar en
una cristiandad nueva de los Balcanes: recuérdese a este respecto las llegadas for­
zadas de paulicianos a Tracia en el siglo ix, tras el desmantelamiento de su terri­
torio, y posteriormente, cuando engrasan las filas de los ejércitos imperiales. Pero
el Tratado de Cosmas muestra al mismo tiempo el terreno local en que el movi­
miento adquiere un evidente e incuestionable aspecto de descontento social con­
tra la Iglesia integrada por obispos y monjes, y contra los ricos en general. Sin
embargo, se estaba lejos de limitar su alcance, puesto que volveremos a encontrar
a los bogomilas en el desasosiego religioso del siglo xi.

Cristianizar más lejos

Por lo demás, Bizancio y Bulgaria no están ya solas cara a cara. Los rusos
aparecieron ya en el capítulo precedente. Tras su ataque de 860, una carta envia­
da por Focio a los patriarcas orientales daba cuenta de su conversión. Pero, sin
duda, no fue más que formal, puesto que en 874 uq acuerdo preveía la cristiani­
zación del Estado, para lo que el patriarca Ignacio designaba un arzobispo. El
proyecto se ve comprometido por la llegada al poder de Oleg, hijo de Rurik: la
historia del encuadramiento escandinavo de Kiev es comparable en este punto a
la del encuadramiento proto-búlgaro en Bulgaria. La conversión real esperará la
maduración política del Estado ruso, a finales del siglo x. A principios de ese
siglo, los navios rusos amenazan a los j azares y Constantinopla. Hemos mencio­
nado más arriba los tratados firmados con los rusos en 907 y 911, que regulaban
las disposiciones desde entonces en vigor para las embajadas y los intercambios
en la capital. Los conocemos a través de la Crónica de los tiempos pasados, la
crónica kieviana cuya tradición textual y crítica provocan más de una dificultad.
En cambio, el ataque de 941 está atestiguado también por las fuentes bizantinas.
La Crónica presenta además el texto de un tratado fechado en 944. Se encuentra
allí la tarifa de rescate de los prisioneros hechos por los rusos, el cupo de seda
que éstos pueden comprar, así com o datos sobre la protección de los pescadores
de Querson. La importancia de los rusos en el horizonte bizantino queda de ma­
nifiesto en el capítulo que les dedica, a mediados del siglo, el tratado de Constan­
tino VII sobre la Administración del Imperio. Su evolución les conduce al proble­
ma de la cristianización y, en 957, Olga, viuda de Igor, recibe el bautismo en
Constantinopla coñ el nombre de Helena, el mismo, como se recordará, de la
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 347

esposa de Constantino VII. Aquí también la historia búlgara parece repetirse, y


en 959, en efecto, intenta también la solución latina y solicita un obispo y sacer­
dotes a Otón I.
La cristianización de los eslavos continúa siendo un envite de la rivalidad de
poder con Roma y con el Imperio Carolingio. Al oeste, los servios, antaño con­
vertidos bajo el reinado de Heraclio, y vueltos después al paganismo, piden mi­
sioneros y reciben el bautismo en el curso de los años 867-874, lo que refuerza
la influencia bizantina en el nordeste del Adriático. Bizancio se enfrenta a Vene-
cia y al problema de la piratería eslava: los piratas narentani son cristianizados
bajo el reinado de Basilio I. Se enfrenta principalmente con Croacia, Roma y los
francos. Pero las islas y las ciudades de Dalmacia siguen estando en la common-
wealth bizantina hasta el siglo x i i . Por último, el Adriático constituirá también
un envite de la guerra con los árabes. El avance bizantino se pone de relieve por
la creación del thema de Dalmacia entre 868 y 878, mientras que un estratega del
Estrimón figura en la lista de las prelaciones de Filoteo en 900.
En el Cáucaso, el reconocimiento de una monarquía armenia se inscribe en
la lucha secular entre Bizancio y los árabes en la región fronteriza del Tauro, en
Armenia. La guerra pauliciana estaba allí a la orden del día en 867, como se
recordará. Después de algunas tentativas infructuosas Basilio lleva a cabo, a par­
tir de 871 y hasta 882, una reconquista triunfal que proporciona a Bizancio los
puntos claves de la frontera, el Tauro y el Antitauro, así como los pasos del Éu-
frates. La posición territorial de los paulicianos es barrida, como ya vimos. En
885, Bagdad envía una corona al armenio Achot Bagratuni, como pago de un
tributo, y Basilio hace lo mismo. La capital del reino es la del linaje, Bagaran.
Achot, que muere en 891, y su hijo Smbat (892-914) combaten a los emires de
Mesopotamia y de Acerbaidján y, tras ellos, consecuentemene, el linaje rival, los
Ardzrunis del Vaspuracán, encuentra la oportunidad de obtener un apoyo. El rei­
no bagratida experimenta, sin embargo, un apogeo a partir del primer tercio del
siglo x, con Ani como capital, un desarrollo intelectual y monumental, contempo­
ráneo, por lo demás,- del primordial papel desempeñado por los generales arme­
nios en Bizancio, a cuya cabeza se encontraba Juan Curcuas.

Inicio de la réplica contra el Islam

La guerra mesopotámica prosigue. Romano I continúa la empresa de Basilio


I e inicia una verdadera reconquista hacia el este. Juan Curcuas toma Melitene
en 934, después de muchos intentos. Lleva a cabo campañas triunfales en Arme­
nia en 942 y. en Mesopotamia en 943: este mismo año los bizantinos vuelven a
apoderarse de viejas plazas como Daras, Amida y Nísibe. Asedian'Edesa y la
vieja ciudad les entrega el mandylion, la imagen de sí mismo que Cristo, según
se decía, había enviado en vida del rey Abgar. La reliquia es conducida triunfal­
mente a Constantinopla el 15 de agosto de 944. Bizancio se encuentra enfrentada
a los emires de la región, y sobre todo al de Alepo y Mosul, Saíf al-Dawla, de
la dinastía local de los hamdanides, héroe legendario de la alta Siria árabe. Los
cristianos son al mismo tiempo el envite y el medio de la lucha. Jefes y señores
armenios están integrados en él dispositivo fronterizo, cuya organización prosi-
348 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

gue, siendo a menudo la kleisoura (‘desfiladero’) una primera etapa antes de la


constitución del thema. Este es el caso de Licando, mencionado en 908 y después
hacia 916, y Sebasteia, mencionada antes de 908 y más tarde en 911. Igualmente
son mencionados un thema de Carsianon desde 873, y entre 899 y 901 (lo más
tarde en 911), un thema de Mesopotamia que no es más que un principado arme­
nio cedido a León VI y del que el príncipe armenio de Taron se convierte en
estratega entre 900 y 930. Todos estos hombres de la frontera van y vienen, pues,
de una fidelidad a otra, como siempre, sin alejarse después de todo. Bizancio,
por su parte, utiliza deliberadamente la cristiandad regional. Los armenios repue­
blan, desde el principio del siglo, las inmediaciones del emirato de Melitene,
abandonadas por la derrota de los paulicianos. Ocupan el thema de Mesopota­
mia. Después de 950, e incluso bajo el mandato de Romano I, la migración arme­
nia hacia el oeste reviste un carácter más regional y más masivo que la de los
guerreros en busca de fortuna que se alineaban ante el emperador en los siglos
vn y ix. Los themas fronterizos posteriores a 950 se reducen a menudo a una
plaza fortificada donde reside el estratega. Son, pues, más pequeños y, por otra
parte, calificados así frente a los «grandes» themas del interior, o incluso, cosa
que es significativa, de «armeniacos» frente a los themas «romaicos». En efecto,
sus fuerzas se componen de armenios, sirios jacobitas y también de paulicianos,
familiarizados con el terreno, e incapaces, en cambio, de constituir una amenaza
para la capital. Finalmente, durante el mismo período, las guerras de los grandes
linajes armenios, de sus aliados georgianos y de los emires de Melitene, a princi­
pios del siglo x, son objeto de una historia propia, en las fronteras de Bizancio
y del califato, conocida, o más bien accesible, a través de las fuentes armenias,
sirias y árabes (cristianas y musulmanas) mejor que por las fuentes bizantinas,
que no aportan aquí más que un complemento informativo. Es la historia de so­
ciedades nacionales, insuficientemente exploradas aún, a pesar de investigaciones
filológicas y arqueológicas prometedoras y ya fecundas, pero de la que al menos
hay que subrayar su riqueza e importancia en el umbral oriental de la cristiandad.
No obstante, en los últimos años de Constantino VII, Saíf al-Dawla vuelve a
tomar la delantera. Nicéforo Focas sustituye en 954 a su padre a la cabeza del
ejército y consigue la victoria en el campo bizantino. En 958, el sobrino de Nicé­
foro, Juan Zimisces, entra en Samosata. Ambos están desde entonces en el cami­
no que les conducirá al trono.

Progresos más inciertos en el Oeste

En el Mediterráneo la situación es diferente a causa tanto de los aliados como


de las posturas enfrentadas. En el mar, de Rodas y Creta a Sicilia y al Gargano,
la carrera árabe plantea a los ribereños y a los transportes marítimos un problema
de seguridad. En Sicilia e Italia meridional, cualquier maniobra bizantina reviste
necesariamente los contornos de la reconquista, del gran proyecto justinianeo,
que renace periódicamente en la historia del Imperio para gloria de Basilio y su
dinastía en los siglos ix y x, y para la de los Comnenos en el xn. Y, sin embargo,
también allí el cuadro está dominado en 867 por los progresos árabes y modifica­
do, respecto al modelo justinianeo, por el hecho carolingio y. por la existencia de
E L R E N A C IM IE N T O E N E L E S T E 349

los principados lombardos en el sur. Es evidente que las dos situaciones están
relacionadas entre sí, cosa que salta a la vista leyendo, por ejemplo, las Vidas de
dos monjes de la época, uno siciliano, Elias el Joven, nacido en Enna hacia 823
y muerto en Tesalónica en 903, y un calabrés, Elias de la Gruta (Speleotés), na­
cido en Reggio entre 860 y 870, y muerto hacia 960 en su convento. Ambos son
fundadores de monasterios al pie del Aspromonte, en la punta extrema de Cala­
bria. Ambos mantienen vínculos con Roma, puestos de manifiesto por el lugar
que ocupa su estancia romana en su biografía. Y ambos navegan mucho y son
empujados en particular hacia el Peloponeso por las circunstancias. Elias el Joven
está, sin embargo, en contacto con el gobernador de Calabria y con León VI.
Dicho esto, la historia de las incursiones árabes en las costas griegas e italianas
y la de las campañas marítimas en la Italia meridional tienen un alcance diferente.
El dominio marítimo de los árabes se traduce en golpes de diversa magnitud. En
896, los habitantes de Egina huyen al continente a raíz de un asalto, que conoce­
mos por la Vida de Lucas el Joven, cuya continuación tiene Grecia por escenario.
En 904, una expedición conducida por un renegado bizantino, León de Trípoli,
se aventura hasta los Dardanelos para atacar Constantinopla y luego se desvía
hacia Tesalónica. El relato de la toma de la ciudad, hecho por el clérigo Juan
Cameniatés, muestra que el apresamiento de cautivos para vender era un motivo
para tales expediciones. Juan Cameniatés presenta a los asaltantes según el este­
reotipo bizantino del salvaje, a través del que se distingue, a pesar de todo, la
considerable violencia del acontecimiento, cuya resonancia estuvo en proporción
a la ciudad que afectaba. En 925, Oria sufrió un desembarco referido en una car­
ta (en hebreo) del médico y filósofo judío Shabbeta'í Donnolo, que pertenecía a
la comunidad local ya mencionada aquí a propósito del decreto de conversión de
Basilio I. Sin embargo, junto a los muertos y desaparecidos que producían estas
incursiones, la proximidad árabe ofrecía también aspectos cotidianos. Un manus­
crito fechado en 916 contiene la historia de Atanasia de Egina, que había perdido
a su marido once días después de las bodas, durante una incursión árabe, y que
obedece luego un decreto imperial que ordenaba a todas las viudas y solteras de
la isla a tomar un esposo «bárbaro». Sin duda, el caso es ejemplar ya que este
último se dejó persuadir posteriormente para hacerse monje... La circulación de
monedas árabes, sobre todo las de los emires en Atenas, ha sido ya señalada, y
el descubrimiento de un lugar de culto musulmán en la misma ciudad, mejor aún,
el uso ornamental de caracteres cúficos en la decoración de las iglesias de las in­
mediaciones, manifiesta, alrededor del siglo x, una presencia árabe pacífica. En
una palabra, un Bizancio marítimo se extiende de Sicilia a la Apulia y de Calabria
a Tesalónica y el Egeo, donde la gama de contactos con el Islam es comparable
en cierta medida a la que mencionamos a propósito del Bizancio continental en
el este. Por ello, ese Bizancio de las islas y las costas está en relación incluso con
el Asia Menor, a decir verdad, por el envite chipriota, y por las ofensivas maríti­
mas de los emires de Tarso.
La política imperial apunta, pues, a dos objetivos, la reconquista de las rutas
marítimas y la de Italia. El primero apenas será cumplido antes de la segunda
mitad del siglo x. Sin duda alguna, Basilio cosecha de entrada éxitos en el Adriá­
tico. Libera Ragusa en 868 y toma Bari en 876 al emperador Luis II, que la había
ganado a los árabes en 871. Esta victoria es el germen del futuro thema de Lon-
350 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

gobardía, uno de cuyos estrategas es mencionado por primera vez en 911, que se
extiende, como su nombre indica, en detrimento de los príncipes lombardos de
la región, o mejor dicho, por encima de ellos, como un eminente poder. En 885-
886, una campaña victoriosa de Nicéforo Focas entrega a los bizantinos Amantea,
Tropea y Santa Severina, mientras que en 901 los árabes toman Reggio. Hasta
la mitad del siglo, la denominación administrativa sigue siendo la del thema de
Sicilia, aunque más tarde la terminología se hace eco de los hechos: el tratado
sobre la Administración del Imperio (entre 948 y 952) menciona a un estratega
de Calabria. D e éste modo, Bizancio es de nuevo un asociado político y un adver­
sario militar en la Italia del sur a partir del reinado de Basilio I. Y esta historia
oficial se superpone a la de un helenismo provincial, cuya obediencia política se
debe a Constantinopla y la religiosa a Roma. La conocemos por la literatura mo­
nástica a la que ya hemos aludido, una de cuyas partes se perdió en accidentes
posteriores, y cuyos vestigios dan ya cuenta holgada de la rica complejidad de
una cultura de confines, que sólo declinará lentamente tras la conquista norman­
da del siglo xi. Subsisten también restos arqueológicos cuyo inventario no se ha
acabado de hacer, así como documentos de archivos muy excepcionales, cuyo nú­
mero tal vez se acrecentará. Por último, el muy discutido problema de los dialec­
tos griegos de Calabria, aún hoy en día vivos, forma parte, en todo caso, de la
historia.
La extensión de Bizancio en la Italia meridional no resuelve el problema ge-
\ neral de las comunicaciones marítimas. A lo largo del siglo x los árabes acaban,
por el contrario, de cercar Sicilia, desde donde amenazan Calabria y donde, sin
embargo, sobrevive el helenismo. Las claves del mar están de hecho en Creta y
Chipre, y Bizancio fracasa allí, en 904 en Tesalónica, como vimos. La flota bizan­
tina está al mando del logothetos tou dromou Himerio, que desembarca en Chipre
en 910, tras una victoria en el Egeo en 905 o 906. Pero en 911, a la vuelta de
una inútil expedición a Creta, sú flota es destruida a la altura de Quío. Sin embar­
go, la segunda mitad del siglo IX es testigo de una importante reorganización de
la marina bizantina. El drongario de la flota imperial se convierte en comandante
supremo, apoyado por la oficina del mar. En 899 aparece la primera mención de
un nuevo thema marítimo, el de Sainos. Bizancio se apresta igualmente a un gran
esfuerzo de construcción marítima, y fortifica algunos importantes puntos coste­
ros como Tesalónica, tras el desastre de 904, y Atalia.
Alrededor de 950, Bizancio es, pues, al este de la cristiandad, un modelo im -'
perial, una moneda, una cultura dominante, y su periferia, pero también una so­
ciedad de guerreros y clérigos, de ciudadanos y campesinos, que hay que compa­
rar con el Occidente contemporáneo. Pero, sin duda, no es una sociedad sin agi­
taciones. Es preciso ir descifrándolas a través del descontento fiscal de una pro­
vincia, la disidencia de una herejía, la disconformidad de una cultura regional o
las empresas de un jefe militar. Todo esto compone la dinámica de una historia
que prosigue su curso, tras la muerte de Constantino VII, hacia lo que hay que
llamar con justicia, a pesar de una contradicción en los términos que no es sólo
una en realidad, un Estado «feudal».
Tercera parte
LOS PRIMEROS
ESTREMECIMIENTOS
DE EUROPA
(siglo VII - mediados del siglo X)
I

f
Capítulo 9
¿MONARQUÍAS BÁRBARAS,
IMPERIO CRISTIANO
O PRINCIPADOS INDEPENDIENTES?

Los reinos germánicos y celtas del siglo v i experimentaron un equilibrio frágil


aunque real a mediados del siglo vil, con grandes variaciones regionales. A ese
equilibrio siguió, a partir del 650 aproximadamente y hasta mediados del siglo
v iii , y de nuevo del 850 al 950 (después del intermedio carolingio), una serie de
crisis multiformes. Parecía iniciado un nuevo ciclo de destrucciones.
En realidad, las consecuencias de las regresiones de la romanidad y de los
progresos de las novedades germánicas produjeron el que se cuestionaran los éxi­
tos anteriores. Las dos fuerzas que habían colaborado en la vuelta al orden, los
reyes y los clérigos, no pudieron impedir la desaparición irremediable de las cos­
tumbres y las instituciones romanas ni contener el empuje de una nueva clase
social, la nobleza. La causa de ello se encuentra en una nueva evolución de la
población que pasó de un estado de profunda debilidad a una renovación impu­
table al restablecimiento del orden. Esas fuerzas nuevas pudieron enfrentarse al
Estado y a la Iglesia gracias a los lazos de hombre a hombre, pudieron transfor­
mar radicalmente los métodos agrícolas y crear nuevos métodos de intercambio
y de expansión marítima. Al mismo tiempo, una nueva cultura permitió reinsertar
la herencia de la Antigüedad en aquel mundo trastornado. Ya no se trataba de
una redistribución de las cartas, sino de otro juego y de otra civilización. El lento
y frágil enderezamiento de la población liberada del peso fiscal llevó a recuperar
las tierras perdidas y dirigió un primer ataque a las tierras yermas. La privatiza­
ción del Estado provocó la aparición de nuevos poderosos; los grandes propieta­
rios nobles sometieron a la Iglesia a sus secularizaciones e hicieron aparecer prin­
cipados regionales. De aquella situación confusa surgieron innovaciones funda­
mentales: los lazos de hombre a hombre, el espacio marítimo nórdico, el dominio
bipartito, la houlke (navio frisón), la moneda de plata y la Biblia como funda­
mento de toda la cultura. La mezcla de los mundos germánico y romano tuvo
lugar mediante un lento desplazamiento desde el Mediterráneo hasta el mar del

23. — FOSSIER, I
354 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d ie v a l , 35 0 -9 5 0 ¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? 355

N o rte de la heren cia antigua, hasta tal p u n to que el prerrenacim iento intelectual Pulverizaciones y desapariciones
y artístico fue m ayor en el territo rio m ás germ anizado: G ran B retaña. D e ese
m odo, d u ra n te el episodio carolingio, se hizo sentir «el estrem ecim iento de super­ E n efecto, el nacim iento de los principados territoriales fue la gran caracterís­
ficie» de que habla G . D uby com o precursor de un desp ertar ulterior. tica de aquella época. E n la Galia, aprovechándose de las rivalidades entre N eus-
Casi todas las innovaciones agrícolas y técnicas se dieron en tres regiones: la tria y A ustrasia, los turingios, los alam anes y los bávaros v o lvieron a ad q u irir su
cuenca del T ám esis, el n o rte de la G alia y G erm an ía y la llanura del Po. A hora antigua libertad. E n el sur, B orgoña se dividió en m últiples ciudades gobernadas
bien, ésas fueron las regiones donde las ru p tu ras fu ero n mayores; después de ha­ p or príncipes locales. L o m ism o ocurrió en P rovenza a p a rtir del 702, bajo la di­
ber sido tierras de futuro d u ra n te el Im p erio tard ío , estas llanuras de vocación rección del patricio A n ten o r. F inalm ente, A quitañia pasó a las m anos d e una
cerealística habían visto in terru m p id o su p rim er desarrollo p or las invasiones ger­ nueva dinastía fundada p o r E udes (antes de los años 700-735). E n el noroeste,
mánicas o p o r la p este. Convertidas en zonas de contacto e n tre los recién llegados los b reto nes eran cada vez más independientes, m ientras que en el noreste, diri­
y sus antiguos ocupantes, funcionaron com o bisagra e n tre el m undo antiguo y el gidos por R ad b o d o (antes de los años 689-719), los frisones extendieron su área
nuevo, en tre la vieja E u ro p a y la joven E u ro p a. Los bárbaros m ostraron allí sus de influ encia política y económ ica en las costas del m ar del N orte. Los reinos
notables dotes de adaptación y dieron a aquellos territo rio s, desde principios del vecinos im itaron aquellos com portam ientos. E n H ispania, la S eptim ania y la T a­
siglo vm , el esplendor que en condiciones norm ales tenían que haber conocido rraconense m ostraron u n a tendencia constante a erigirse en un reino visigodo
en el siglo v . D e los lugares d onde los trastornos fu ero n m ás profundos surgieron orien tal independiente de T oledo, m ientras que en la Italia lom barda los duques
las soluciones más nuevas: a lo largo de una zona de fractu ra q u e era al mism o de B en evento, de E spoleta o de Friul se negaron a som eterse a las órdenes de
tiem po una línea de fuerza, de Italia a G ran B re ta ñ a , pasando p o r A ustrasia y Pavía.
Frisia. L a clave de aquellas grandes m utaciones e innovaciones estaba en la alian­ E sas m últiples tom as de p o d er fueron o b ra de la nobleza germ ánica. E n Neus-
za com pleja en tre la violencia g u e rre ra g erm ánica y la fe pacífica rom ana. tria , u n gran funcionario, el m ayordom o de palacio E broín (653-687), ahogó en
E n efecto, el trinom io rom anidad -cristian d ad -g erm an id ad provocó, tras fu e r­ sangre las revueltas nobiliarias y acum uló tales odios contra él que acabó cayendo
tes agitaciones, u n a em ulsión desconocida h asta entonces. Se transform ó de am al­ ante la nobleza austrasiana dirigida p o r la fam ilia de los A m ulfianos, que consi­
gam a h eteróclita en cóctel original. L a dosificación fu e p articu larm en te acertad a guió d etentar de form a hereditaria la m ayordom ía de pala-cio. En T ertry , en el
e n tre los francos de A ustrasia o e n tre los sajones que acep taro n las lecciones. de 687, Pipino 11, llam ado «de H eristal», instauró definitivam ente la suprem acía de
sus m aestros m eridionales, sin por ello p erd er su originalidad. C onvertidos e n A ustrasia sobre N eustria, culm inando la obra que habían iniciado Pipino 1 y Gri-
dueños del nuevo espacio económ ico, amigos y p ro tecto res d e u n a Iglesia p o r m oaldo, su abuelo y su p ad re. Se preparaba el nacim iento de una nueva dinastía.
cuya reedificación pro cu ran , fu ero n los adversarios resueltos de to d o p o d e r regio­ El origen de su poder ya no estaba en tre el Sena y el E scalda, sino en el M osa.
nal y de cualquier p otencia religiosa herética o ex tran jera com o el Islam y Bizan- D u e ñ o de un im portante capital territorial y financiero, Pipino, m ayordom o de
cio. C uando se legitim ó a Pipino con la unción re,¡l que le faltab a, y cuando los palacio de A ustrasia desde el 679 y m ayordom o de N eustria desde el 687, se tituló
m agnates religiosos hicieron c o m p ren d er a los prim eros carolingios que el Im p e ­ entonces príncipe de los francos e intentó recuperar las tierras del reino que se
rio R o m an o se h ab ía v enido abajo definitivam ente con la caída de Je ru salén en habían independizado. P ero , prácticam ente, solam ente pudo rechazar a sus ad­
el 638 y que era preciso reco n stru irlo , entonces el cóctel se volvió explosivo. El versarios más peligrosos, los frisones, al volver a ocupar U trecht. E n otras partes,
bárb aro germ ánico, traum atizado p o r haber saqueado la R o m a pagana en el 410, en el sur del L o ira y en B orgoña particularm ente, su autoridad era nula. Incluso
intentó rep a ra r su falta convirtiéndose en el salvador d e la R o m a cristiana. Ello su m u erte en el 714 provocó una revuelta en N eustria, dom inada rápidam ente
le perm itió, gracias al papado, abrirse cam ino hacia la heg em o n ía eu ro p ea. p o r su enérgico hijo bastardo Carlos, en la sangrienta batalla de V inchy en el
717. Éste tom ó el sobrenom bre de M artel, que expresa bien cómo «m artilleó» a
los rebeides y luego suprim ió la independencia de los frisones, los alam anes, los
E l fin de los bárbaros borgoñones y los provenzales.
A l igual que los reyes m erovingios, los m onarcas visigodos no pudieron hacer
L a segunda m itad del siglo v r y la p rim era m itad del siglo v n v iero n cóm o fre n te al ascenso de la aristocracia. É sta rechazó la id ea de herencia dinástica e
se resq u eb rajab a el equilibrio de los reinos bárb aro s a consecuencia de crisis in ­ in te n tó incesantem ente hacer elegir a su candidato. L a Iglesia intentó en vano
ternas. Éstas llevaron a una v e rd ad era inversión de las posiciones que refo rzó a convertir al rey en intocable m ediante la unción real, que ya estaba generalizada
los reinos anglosajones, lom bardo y, so b re to d o , franco. L as causas políticas de en el 672 cuando W am ba fue elegido. Pero no por ello cesaron las rebeliones.
aquellas crisis p ro v en ían del rechazo de las instituciones m onárquicas germ ánicas C u an d o los ára b e s em pezaban a ser una am enaza p a ra la península ib érica, ésta
heredadas de R o m a y del ascenso de las aristocracias. T ras la fragm entación del se encontraba dividida e n tre el rey R odrigo y los hijos de uno de sus predeceso­
Im perio apareció la frag m en tació n de los reinos. res, W itiza. H em os visto cóm o el ataque del Islam la derrum bó com o a un castillo
de n aipes. E n el 718, el invasor ocupó N arbona y la S eptim ania. D esde ahí, los
bereberes lanzaron sus prim eros ataques contra la G alia, pero en el 721 fracasa-
356 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

La Galia en la primera mitad del siglo VIH

ron ante Eudes, príncipe de Aquitania, a las puertas de Toulouse. Al volverse


hacia el valle del Ródano, saquearon Autun en el 725. En el 732, después de
asolar Aquitania, se enfrentaron a Carlos Martel al norte de Poitiers y sufrieron
su segunda derrota. Pero hubo que esperar a una grave crisis interior en al-Anda-
lus para que Pipino el Breve pudiese reocupar Narbona en los años 752-759,
mientras que el emir de Córdoba cAbd al-Ráhmán fundaba con dificultad, en el
756, un nuevo régimen político.
Entre tanto, ya en el 722, aprovechándose de la victoria de Toulouse, algunos
hispanogodos dirigidos por Pelayo habían aplastado a un ejército musulmán cerca
de Covadonga. Eran los inicios del reino cristiano de Asturias. La irrupción del
Islam en Europa meridional reducía el dominio bizantino del Mediterráneo al
sector adriático y tirreno del sur, mientras que el único adversario que había re­
sistido, el reino de los francos, aumentó su prestigio. En adelante, la península
iba a estar en manos de los musulmanes, y el pequeño reino asturiano de Alfonso
I (739-757) parecía incapaz de reconquistar por sí solo el antiguo reino visigodo.
¿ M O N A R Q U ÍA S B Á R B A R A S , IM P E R IO C R IS T IA N O ? 357

Las repercusiones europeas de la batalla de Poitiers llegaron hasta Gran Bre­


taña, cuya forma de entrar en la cristiandad veremos más adelante. Mientras que
los pictos seguían dominando en Escocia, el reino anglosajón de Wessex tendió
a convertirse en el centro de gravedad político de la isla bajo la dirección del rey
Ina (689-726), que dominaba desde el paso de Calais al canal de Bristol. Pero
mientras continuaban las rivalidades entre reinos, Gran Bretaña dirigía cada vez
más su mirada hacia el mar del Norte y el canal de la Mancha, es decir, hacia
los francos. Del mismo modo, en Italia crecía la atracción hacia los francos, sobre
todo a medida que se acentuaba la fragmentación. Los territorios italo-bizantinos
se fueron separando del Imperio; el exarcado de Ravena tendía a convertirse en
una Romaña independiente; el ducado de Roma pasó a la autoridad del papa; el
ducado de Nápoles, Calabria y Sicilia eran los únicos que seguían siendo fieles.
Además, la adopción de la herejía iconoclasta por parte de Constantinopla opuso
todavía más al papado con los bizantinos. Por eso, cuando Liutprando, rey de
los lombardos (712-744), reanudó la política de expansión y de unificación, el pa­
pado se encontró totalmente aislado. Ya en el 739 pidió ayuda en vano a Carlos
Martel. Y cuando Astolfo, rey de los lombardos, avanzó hasta amenazar a Roma,
la situación se agravó sensiblemente.

Los austrasianos entran en escena

Desde el 741, el hijo de Carlos Martel, Pipino III «el Breve», asumía sin nin­
gún título la dirección del reino de los francos. Ante el hecho de que las auto­
nomías regionales seguían siendo fuertes, planteó la siguiente cuestión al papa
Zacarías; «¿Quién debe ser el rey en Francia, el que posee el poder o el que no
lo tiene en absoluto?». Respondió el papa que debía ser el primero para que no
se alterase el orden, y Pipino se hizo aclamar rey y consagrar por los magnates
en Soissons. En el 754, el papa Esteban II, que había ido a la Galia a pedir su
ayuda contra los lombardos, lo consagró por segunda vez en San Dionisio, al
igual que a sus dos hijos y a su esposa. Surgía una nueva dinastía, mientras que
Childerico III, el último merovingio, era tonsurado y encerrado en un monas­
terio. A la raza sacralizada por la sangre sucedía la raza consagrada mediante la
unción. El carisma pagano se borraba ante el de la gracia divina. Con la nueva
dinastía nacía una nueva legitimidad; esa dinastía no tardaría en llamarse «caro-
lingia».
Pero poco después surgió una segunda novedad igualmente importante, con­
secuencia de la anterior. Para agradecer al papa su ayuda, Pipino el Breve, influí-.
do quizás por la célebre «falsa donación» de Constantino que le habrían podido
mostrar entonces (pretendía que el emperador, antes de partir hacia Oriente, ha­
bía dado toda Italia al papa Silvestre), dirigió dos expediciones, en el 754 y en
el 756, contra los lombardos. Pipino obligó a los lombardos a «restituir» al papa
veintidós ciudades de Italia central que habían sido bizantinas. Eran los inicios
del «patrimonio de san Pedro» destinado, según las intenciones del papa, a con­
solidar y asegurar su poder universal sobre la cristiandad. Estamos ante la apari­
ción de un nuevo equilibrio.
A sí terminó, a mediados del siglo vm, la crisis de los reinos bárbaros. D e los
358 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 35 0 -9 5 0

ocho grupos políticos fundados en los siglos v y vi, solamente tres se mantenían
en pie: los anglosajones, los lombardos, y los francos. Pero sólo los francos se­
guían siendo poderosos y dinámicos, ya que realmente habían empezado a supri­
mir las autonomías regionales y pretendían reconstruir una unidad política que
ya no era solamente nórdica y franca, sino europea e internacional. Los francos
habían establecido numerosos lazos económicos y culturales con los anglosajones,
los lombardos e incluso los asturianos del norte de la península ibérica. A sí pues,
eran el centro de gravedad de una Europa que se estructuraba de nuevo. Habían
salido vencedores de las crisis y de las mutaciones del siglo vu, eran los dueños
de un nuevo espacio económico nórdico desconocido en el siglo v, amigos y pro­
tectores de la Iglesia, adversarios resueltos de cualquier principado independiente
y de cualquier potencia religiosa herética (como Bizancio), o considerada como
pagana (el Islam); por todas estas razones, el papado los empujaba hacia la hege­
monía. Los bárbaros germánicos que habían saqueado Roma en el 410, ahora,
tres siglos más tarde, querían restaurarla y asegurar la supremacía de la Roma
cristiana. Pero, después de haber creado el patrimonio de san Pedro, origen del
futuro Estado pontificio que duró hasta 1870, Pipino el Breve abandonó al papa
enfrentado siempre a los ataques continuos de los lombardos y prefirió ocuparse
de restablecer el orden interior en su reino, donde todavía había restos de prin­
cipados regionales. A pesar de una primera sumisión de Frisia en los años 732-
734, y de expediciones continuas contra el este, solamente estaban en sus manos
verdaderamente Borgoña y Provenza.
Por eso, después de sus dos expediciones italianas, preparó cuidadosamente
sus campañas contra Wifredo, príncipe de Aquitania. Empezó por aislarlo toman­
do la Septimania musulmana y garantizando a los hispanogodos, que tomaron
Narbona después de un largo sitio (752-759), el mantenimiento de su ley y de
una verdadera autonomía. Luego, del 760 al 768, cada año casi sin interrupción,
el rey de los francos lanzó una expedición contra Aquitania. Ciudad tras ciudad,
condado tras condado, se apoderó de todo el principado hasta el Garona. D es­
pués de haber destruido 35 monasterios y cortado la expansión de la última zona
de civilización meridional durante dos generaciones, murió de vuelta de la última
incursión y fue enterrado en San Dionisio. En adelante, el triunfo de los germá­
nicos sobre el viejo sur romano había de ser completo. En cambio, sus asaltos
repetidos contra los alamanes, los sajones y los bávaros habían fracasado.

C arlom agno

Pipino el Breve había dividido su reino entre sus dos hijos, Carlomán y Car­
los, como los merovingios. Pero ese repartimiento duró poco, ya que el primero
murió en el 771 y su hermano se encontró a la cabeza de todo el territorio. Al
principio, siguió la política de su padre; «dilatación del reino» o más exactamente
recuperación de las antiguas tierras merovingias. Pero las circunstancias y el tem­
peramento de Carlos habían de llevarle por otros derroteros.
¿ M O N A R Q U ÍA S B Á R B A R A S , IM P E R IO C R IS T IA N O ? 359

La «dilatado regni»

Ese gigante de siete pies (1,92 m), con voz de' falsete y gran bigote, fue rey
a los 21 años. En primer lugar, era un soldado aguerrido en las campañas de
Aquitania y un cazador tan empedernido que un año antes de morir, en el 813,
cuando tenía sesenta y seis, todavía iba tras el jabalí en las Ardenas. Fue un es­
tratega sagaz, pero empírico al mismo tiempo, que seguía sus empresas con clari­
videncia, las interrumpía en caso de derrota y las acababa con prudencia. Para
consolidar definitivamente la posesión de Frisia, empezó por intentar anexionar
Sajorna, desde el Rin hasta el Elba. En el 722, destruyó el gran santuario pagano
de los sajones, el Irminsul, y empezó una lenta conquista atrayéndose una parte
de la nobleza. Pero llamado por el papa Adriano, a quien amenazaba Desiderio,
rey de los lombardos, Carlos franqueó los Alpes y sitió durante largo tiempo la
capital lombarda, Pavía, que se rindió en el 774. Entonces, el rey de los francos
se hizo coronar rey de los lombardos, confirmó el patrimonio de san Pedro y re­
cibió el título de «patricio» de los romanos, lo cual le tenía que arrastrar a otras
intervenciones. Cuando había vuelto de nuevo a la conquista de Sajonia, tuvo
que abandonarla al recibir la llamada de rebeldes musulmanes y cristianos en al-
Andalus. En el año 778, cruzó los Pirineos por los dos extremos, pero fracasó al
no ver claro en el embrollo hispanomusulmán que había alrededor de Zaragoza.
De vuelta, al pasar por el desfiladero de Roncesvalles, el 15 de agosto, su reta­
guardia, dirigida por Rolando, marqués de Bretaña, fue exterminada por vascos
y musulmanes unidos. Ante esa noticia, toda Sajonia se rebeló.
Carlos intentó superar esa primera gran crisis de los años 778-779 tomando
una serie de medidas oportunistas destinadas a calmar las oposiciones internas y
a someter a los irreductibles en el exterior. En el 781 dio como reyes a los aqui-
tanos y a los lombardos a sus dos hijos, Luis y Pipino. Luego redactó un terrible
«capitular» contra los sajones e inició siete años de expediciones continuas. Des­
pués de una grave derrota en el monte Suntal, hizo decapitar a 4.500 jefes nobles
sajones para extirpar el prestigio reügioso de aquellos sacerdotes guerreros. Por
otro lado, recibió juramento de fidelidad de los habitantes de la ciudad de Gero­
na en el 785; de ese modo, consiguió llegar al flanco sur de los Pirineos. En el
787, sometió teóricamente al duque lombardo de Benevento, que debía pagarle
tributo, pero de resultas, empezó a inquietar al Imperio Bizantino, cuyos territo­
rios se encontraban próximos. En el 788 obtuvo la condena y la destitución de
Tasilón III, duque de Baviera, a causa de las-repetidas negativas de éste a some­
terse. Desde entonces, colocó a la cabeza de aquella región a su cuñado, Gerol-
do, para acabar con la independencia de los bávaros.
Hemos de creer que esas medidas no bastaron porque, a partir de los años
791-795, estalló una nueva crisis: hubo una incursión musulmana en la Septima-
nia, una rebelión del duque de Benevento, malas cosechas y hambre y, finalmen­
te, un intento de asesinato contra su persona por parte de su hijo Pipino. La re­
cuperación se garantizó de nuevo gracias a una mezcla de flexibilidad y de fuerza.
Para suprimir la posibilidad de conspiraciones, hizo prestar un juramento de fide­
lidad a todos sus súbditos. Con el fin de consumar la conquista de Sajonia, cesó
el régimen de excepción inaugurado por el capitular precedente (¿782-785?) y lo
sustituyó por una práctica de igualdad entre francos y sajones. A continuación
360 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 ¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? 361

emprendió numerosos ataques contra los nómadas ávaros, que eran una amenaza romanos, escapó y consiguió refugiarse en la corte de Carlos, en Paderborn. Fue
para las tierras italianas y bávaras, en el 791 y el 795. En el 796 se apoderó final­ entonces cuando se entablaron las negociaciones definitivas. De los tres poderes
mente de su ring, fortaleza circular sita entre el Danubio y el Tísza. El botín que (Imperio, papado y realeza), solamente la realeza, concretada p,9 1' el rey de los
a l obtuvo le permitió recompensar ampliamente a sus fíeles servidores. Así francos, se mantenía todavía intacta. A sí pues, le correspondía a aquel príncipe
pues, la victoria de nuevo era la principal fuente de su autoridad y del respeto restaurar al segundo y apoderarse del primero, a la sazón vacante. De ese modo,
que se le confesaba. Carlomagno es incomprensible sin sus fracasos, que le atra­ el 25 de diciembre del año 800, en Roma, en la basílica de San Pedro, el papa
jeron la simpatía, y sin sus triunfos, que le aportaron prestigio y grandeza. colocó la corona imperial sobre la cabeza de Carlos y la muchedumbre de los
francos en armas aclamó al nuevo emperador. Decían: «Carlos, coronado por
Dios, gran y pacífico emperador de los romanos, vida y victoria». Finalmente, el
La Navidad del año 800 papa se arrodilló ante el nuevo emperador. Según Eginardo, su biógrafo, el rey
de los francos salió furioso de aquella ceremonia.
En esta fecha se inició la marcha hacia el Imperio. En los medios eclesiásticos En efecto, el papa había invertido el ceremonial habitual. En Bizancío, donde
nació una corriente de ideas políticas surgida de la nueva cultura. El príncipe, al se había conservado el protocolo romano, las aclamaciones de la multitud y el
reunir a los mejores representantes en su corte (Alcuino, anglosajón, en el 781;_ ejército precedían a la coronación por parte del patriarca. Ello significaba que el
el lombardo Pablo Diácono, en el 782; el hispano-visigodo Teodulfo, etc.), dio poder imperial provenía del pueblo y el ejército. León III, al coronar en primer
impulso al fortalecimiento de su poder. Ya se había restaurado la realeza, con lugar a Carlos, antes de que estallasen las aclamaciones, afirmaba que todo poder
las unciones de los años 751 y 754, y también el papado, dueño de Roma, con proviene de Dios mediante su intermediario. Así, la concepción laica del Imperio
las donaciones y confirmaciones de Pipino y de Carlos. Así pues, el paralelo bí­ que tenía Carlomagno se batía en retirada, y de ello venía su furor, puesto que
blico con David y Samuel aparecía a menudo bajo la pluma de los letrados caro- de aquel modo la independencia del emperador se veía fuertemente hipotecada.
lingios, sobre todo la de Álcuíno, que llamaba a Carlos rey-sacerdote. El papa Esta querella es capital para la comprensión de todo el ideal político de la Edad
Adriano I no dudó en otorgar al soberano el epíteto romano imperial de Magnus Media. Allí empezaron las difíciles relaciones entre el Imperio y el papado; Na­
(grande) que le quedó. Luego, en un mosaico 'de San Juan de Letrán, se le com­ poleón prefirió acabarlas brutalmente en 1804, cuando se colocó él mismo la co­
paró al emperador romano y cristiano por excelencia: Constantino. En él se le rona imperial sobre la cabeza.
representa recibiendo de manos de san Pedro, como Constantino, el estandarte, Durante los últimos catorce años de su reinado, Carlomagno intentó clarificar
símbolo del poder. Aparecieron, pues, dos ideológicos; uno alrede­ la noción de Imperio y hacer triunfar su concepción personal. Consideraba que
dor de Carlos y el otro alrededor del papado. P ero ambos intentaban, más o me­ el Imperio debía ser franco; por ello nunca abandonó sus títulos de rey de los
nos oscuramente o conscientemente (n o lo sabemos), llevar al rey de los francos francos y rey de los lombardos. En el 806, previó que, a su muerte, su reíno se
y de los lombardos hacía un poder que Alcuíno falificó, en el 798, de «imperio dividiría entre sus tres hijos (Luis, Pipino y Carlos), como con los merovingios.
cristiano». Pero, mientras que para el papado la restauración del Imperio signifi­ La muerte de sus dos últimos hijos le obligó a desechar tal proyecto, pero ello
caba volver a tener autoridad sobre el patriarca de Constantinopla y la Iglesia de demuestra que pensaba como franco. Además, englobó en el Imperio al pueblo
Oriente, parece que en los círculos allegados a Carlomagno había intenciones más cristiano y, en consecuencia, a la Iglesia. La manera con que hizo condenar el
laicas al respecto. El mismo Teodulfo suprimió la idea jurisdiccional de la supre­ adopcionismo (una herejía hispana) y la iconoclasia bizantina durante el concilio
macía del papa sobre toda la Iglesia, cuyo pontífice habría sido investido por san de Frankfurt en el 796, sin tener en cuenta la opinión del papa, muestra que a
Pedro. Carlomagno, mediante la pluma de Alcuino, precisó que, si era misión su modo de ver éste no era más que el primero de los obispos. A sí pues, asumió
del papa ayudar a Carlos con la oración para que fuese victorioso, sólo a él, el perfectamente la tradición de Constantino. Asimismo, transformando y corrigien­
rey de los francos, correspondía «defender donde fuese, en el exterior, a la Iglesia do las leyes germánicas, adoptaba la idea romana del emperador como fuente de
de Cristo contra los ataques de los paganos y las devastaciones de los infieles, y la ley. Pero las relaciones con Constantinopla fueron más difíciles, porque desde
velar desde dentro para que se reconociese la fe católica». Los intelectuales que allí se había considerado la coronación del 800 como una usurpación por parte
rodeaban al rey franco consideraban al papa como un servidor espiritual del prín­ de un bárbaro de un título cuya única depositaria era Constantinopla. Una prime­
cipe. Los clérigos pontificios estimaban que ambos poderes, papado e Imperio, ra serie de negociaciones fracasó en el 802. Luego, al apoderarse Pipino en Italia
provenían de san Pedro, y por consiguiente que lo espiritual era superior a lo de los territorios bizantinos de Venecia e Istria en el 810, una nueva embajada
material. obtuvo en el 812, a cambio de la restitución de aquellas conquistas, el reconoci­
Mientras que esas corrientes políticas se debatían en la ambigüedad, el «pro­ miento de Carlomagno como «emperador y augusto», con la condición de que
yecto imperial» se materializó bruscamente. En Bizancio, la emperatriz Irene ha­ no pudiese presentarse como «emperador de los romanos». En adelante, hubo,
bía hecho sacar los ojos a su hijo, Constantino VI, y había tomado el poder en pues, dos emperadores. En cuanto fue evidente que el único hijo de Carlos le
su lugar. ¿Significaba ello para los francos que ya no había emperador? El 25 de sucedería, el problema de la investidura imperial se clarificó. En la capilla de
abril de 799, el papa León III, a quien había encarcelado una facción de nobles Aquistrán, Carlomagno hizo que los grandes aclamaran el título imperial en favor
362 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 ¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? 363

de su hijo y le colocó la corona sobre la cabeza. F in alm en te h ab ía hecho triunfar expuesta se llenó de torres y de castillos fortificados, lo que le dio el nom b re de
su concepción de que R om a y los rom anos, la Iglesia y el papa ya no tenían nada C astilla. M ientras que A lfonso 11 acondicionaba una nueva capital en O viedo, el
q ue ver. L os nuevos ro m an o s eran los francos y de ah o ra en ad e la n te R o m a es­ descubrim iento de un sarcófago, a principios del siglo ix , en G alicia, tuvo conse­
tab a e n A quisgrán. cuencia políticas y religiosas im portantes. Se creyó que habría contenido las reli­
quias del apóstol Santiago, aunque probablem ente se trataba de las de un S antia­
go de M érida, transportadas a G alicia cuando la huida de los m usulm anes. San­
Som bras y límites tiag o d e C om postela se convirtió p ro n to , por su peregrinación, en una afirm ación
de la fe cristiana fren te al Islam y en una incitación a la lucha. C om o C arlom ag­
Los últim os años del reinado de C arlom agno estuvieron ocupados p o r las n e ­ no, los reyes asturianos desarrollaron un espíritu de pre-cruzada. T odo estaba
cesidades d el gobierno. P o r ello, del 800 al 814, dism inuyeron las conquistas. E n p rep arad o para una reconquista de la península.
efecto, a p a rtir del 794, C arlos pasó todo los inviernos en A quisgrán, donde esta­ A p esar de que hab ía buenas relaciones intelectuales y económ icas, el m undo
ba ocupado con las construcciones del palacio y de la capilla. E n tre tanto, sus céltico y anglosajón quedó fuera del alcance de C arlom agno. P a ra em pezar, B re­
ejércitos hacían grandes progresos en H ispania, d onde el rey Luis asistió a la tañ a siguió totalm ente in d ependiente, con sus jefes locales y su organización ecle­
to m a de B arcelona en el 801 y a la de T arrag o n a en el 808. Sin em b arg o , no siástica particular, a pesar de las expediciones del 786, 789 y 811. A l final, se
pudo conservar P am plona, to m a d a en el 811, y el p aís de los vascos (incluidos cerró sim plem ente con un a m arca fronteriza centrada en R ennes y N antes. Las
los territo rio s que éstos o cu p ab an en N avarra y G ascuña) sólo fue som etido en intervenciones del em perador a favor de un rey anglosajón u o tro jam ás se trad u ­
teoría. L a única zona que se dom in ab a efectivam ente era la m arca de H ispania, je ro n en un a influencia real sobre la isla de G ran B retaña. E n efecto, bajo la
más tard e llam ada C ataluña. E n Ita lia , lo s bizantinos conservaban V en ecia, Is- dirección del rey O ffa (757-796), M ercia estuvo a p u n to de unificar toda la parte
tria, A pulia, C alabria, Sicilia y C erdeña; el d uque lom bardo de B en ev en to e ra m eridional de la isla. O ffa consiguó reu n ir Sussex y A nglia O riental; estableció
prácticam ente in d ep en d ien te. E n cam bio, en Sajonia, Carlos hizo constantes es­ su protección en W essex y, p ara Juchar m ejor co n tra los bretones, hizo construir
fuerzos p o r consolidar la fro n tera con los eslavos. E n el 804, con q u isto N ordal- una gran fortificación de tierra con em palizadas llam ada el D yke de O ffa. Incluso
bingia (H olstein) y colonizó, con francos, ambas m árgenes de la d esem b o cad u ra o btuvo u n a alianza con N urthum bria. Sin em bargo, aquel esbozo de unidad no
d el E lb a d o n d e fu n d ó H am b u rg o . Lanzó expediciones c o n tra los so rab o s en el duró m ucho, pues al m orir Offa reaparecieron los antiguos reinos. N orthum bria
806, contra los bohem ios en los años 805-806, los wilzes (809-812), y los linones se independizó, m ientras que W essex, bajo la dirección de E g b ert (802-839), aca­
(808-811). A l m ism o tiem po se en fren tó con los daneses; su rey, G o tfrid, se co n ­ b ó dom inando el antiguo reino de O ffa. L uego obligó a N o rth u m b ria a obedecer­
virtió en u n a am enaza e n tre el 810 y el 813. C e rró el istm o m ed ian te u n m uro le y suprim ió el reino b retó n de C ornualles. P or prim era vez, la hegem onía de
de tierra con una em palizada: el D an ev irk e. T odo ello cuando ya las incursiones W essex reu n ía en una sola form ación a toda la In g laterra sajona. F re n te a aquella
de sus com patriotas los vikingos alcanzaban las costas del Im perio. unificación, los reinos célticos e irlandés hacían un pobre papel, víctimas de con­
A sí pues, cuando e l e m p erad o r m urió el 28 d e e n ero del 814, y fue e n terrad o tinuas luchas intestinas. L a Italia b izantina p resen tab a el m ism o p anoram a: el du­
en la capilla de A quisgrán, h ab ía agrupado a casi to d o el m undo germ ánico y el que de B enevento estaba incesantem ente en estado de gu erra con el ducado de
latino d u ra n te cu aren ta y siete años de .rein ad o . P ero aquella unificación, deb id a N ápoles, al que in ten tab a usurpar territorios. V enecia era la única que se m an te­
b ien al a z a r de las circunstancias favorables, bien a su o b stin ad a perseverancia n ía al m arg en con su dux independiente, al no m ezclarse en los litigios entre am ­
(tard ó 33 años en co nquistar S ajonia), no logró' hacer d esap arecer las originalida­ bos im perios.
des regionales en A quitania, en L o m b ard ía, en B av iera, etc. N o o b sta n te , su
prestigio en el exterior fue inm enso. E l califa de B ag d ad , H a rü n al-R ashid, in te r­
cam bió em bajadas con C arlom agno sobre la su erte de los pereg rin o s cristianos D e la unidad a la pluralidad
en Jerusalén, y le reconoció quizás un cierto derech o de p rotección so b re ellos.
Sus relaciones fu ero n excelentes con el re y O ffa de M ercia, así com o con el de A p esar de la p érd id a de im portancia de las guerras exteriores, v erd ad ero m o­
A sturias. P e ro esos dos reinos, al ig u a l que Irlan d a, q u e d a ro n co m p letam en te to r de la suprem acía carolingia, el Im p erio m antuvo cierta estabilidad gracias al
fuera del Im perio. im pulso de C arlom agno. A causa de esto, bajo el reinado de Luis el Piadoso (814­
E n efecto, m ientras que el e m irato d e C órdoba e ra cada vez m á s p o d ero so , 840) los problem as internos pasaron a prim er p lano y las facciones aristocráticas
el reino de A sturias estaba territo rialm en te separado del im perio nuevo p o r la in te n ta ro n de nuevo, a p artir del 840, apoderarse del m ando del Im perio. A l au­
creación de u n principado navarro, en zona vasca, que e ra fero zm en te in d e p e n ­ m en tar bruscam ente la peligrosidad de las invasiones ex tran jeras y al m ultiplicar­
d ien te y estab a p or cristianizar. E l rey A lfonso 11 (791-842) em p ezó p o r hostigar se las guerras civiles, el Im perio estalló en tres reinos en el 843, a raíz del rep arto
seriam en te a los m usulm anes con expediciones lejanas (u n a de ellas llegó incluso de V erd ú n , y luego desapareció en m edio del desorden general.
a L isboa). L a guerra continua tuvo p o r resu ltad o la aparición d e .u n a v erd ad era
tierra de nadie intensam ente d espoblada en las m árgenes del D u e ro . L á zona más
3 64 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

E l Imperio Carolingio en el año 814


¿ M O N A R Q U ÍA S B Á R B A R A S , IM P E R IO C R IS T IA N O ? 365

El Imperio ¿era laico o clerical?

El capital de autoridad adquirido por Carlomagno fue importante para la lle­


gada al trono de su hijo; Luis, a la edad de 36 años, salía de un largo reinado en
Aquitania. Aunque su lengua materna fuese el germánico, había recibido una
educación religiosa, de la mano de un hispano-visigodo de Septimania (Benito de
Aniane) que le había influido mucho. Ya en Aquisgrán, instaló a sus consejeros
aquitanos en los altos cargos (el canciller Helisachar, por ejemplo) y se rodeó de
clérigos como Agobardo, un hispano, que luego había de ser arzobispo de Lyon
y cuyas ideas políticas romanizantes constituían un todo coherente. Para ellos, el
Imperio era único y sus instituciones políticas debían traducir rigurosamente su
esencia cristiana, ya que la Iglesia, que era superior a él, era la única detentadora
de la verdadera justicia. Este programa de unidad del Imperio apenas fue modi­
ficado después de la muerte de Benito de Aniane, ocurrida en el 821, cuando
volvieron a gozar del favor del rey los antiguos consejeros de Carlomagno como
Adalardo, abad de Corbie, y el hermanastro del emperador, Wala, antiguo go­
bernador de Sajonia. También ellos eran partidarios de la racionalización de las
instituciones en pro de una mayor eficacia.
Querían someter integralmente la Iglesia y el papado al control del empera­
dor. Este último, cuyo físico no tenía la prestancia del de Carlomagno (era de
estatura baja y tenía las manos y los pies muy grandes), poseía una mentalidad
abierta ante todos los que intentaban influir sobre él. Desprovisto del empirismo
de su padre, creyó sinceramente que su programa era aplicable, olvidándose del
azar que le había convertido en el único superviviente entre sus hermanos supri­
miendo así toda posibilidad del reparto tradicional entre los germánicos. Entre
tanto, las guerras exteriores y los botines, elementos indispensables de riqueza y
de autoridad, siguieron hasta el 825 con expediciones contra los obodritas en el
Elba en el 817, contra los croatas (820, 821, 822), contra los bretones (818, 822,
824), y contra los musulmanes de la península ibérica (822, 824). Las pocas incur­
siones de saqueo de los vikingos en las costas no parecieron, de momento, peli­
grosas.
Por ello, la política imperial y religiosa pudo pasar a primer plano. Luis el
Piadoso, contrariamente a su padre, que se había negado a hacer evangelizar a
los daneses por razones políticas, aprovechó el bautizo del rey Haroldo, refugiado
en su corte, para mandar al misionero Anscario a Dinamarca, y luego a Birka,
en Suecia. A pesar de la creación de un arzobispado inmenso con sede en Ham-
burgo, los resultados fueron escasos. En cambio, bajo la inspiración de Benito
de Aniane, el emperador convocó una serie de concilios en Aquisgrán (816, 817,
818 y 819) con el fin de reorganizar la Iglesia. Todos ellos se caracterizaron por
una verdadera imposición del ideal monástico a los clérigos seculares. La renun­
cia de Luis el Piadoso a la posibilidad de convertir las tierras de la Iglesia en
«precario», aunque éstas sobrepasaran el mínimo vital indispensable para cada
obispado o abadía, tuvo consecuencias políticas importantes. D e resultas, la pro­
piedad eclesiástica volvió a iniciar un crecimiento imparable. Finalmente y a raíz
de una entrevista con el papa Esteban IV en Reims en el 816, reconoció la exis­
tencia del patrimonio de san Pedro. Así, la Iglesia se reformaba y se sustraía a
la influencia de los laicos. Ahora bien, ello era contrario a las intenciones de Car-
366 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 ¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? 367

lomagno, que había intentado controlar al clero. La Iglesia, gracias a la inde­ Imperii del 817, y Judith no cejó hasta que el principio del reparto se aplicó tam­
pendencia que le concedía ■Luis, podía convertirse en una potencia externa al bién a su hijo. Entre tanto, los dos hermanos Pipino y Luis intentaban con sus
Imperio. clientelas sacar provecho de aquellas rivalidades. '
Luis el Piadoso estaba demasiado convencido de la necesidad de defender y Una primera crisis (826-827) terminó con el triunfo del principio de los repar­
glorificar a la Iglesia para ver los peligros de su política de reformas, que a sus tos: Carlos obtuvo la promesa de un territorio que comprendía Alemania, Retia,
ojos sólo tenía intenciones morales. De igual modo, abandonó la concepción pa­ Alsacia y u.na parte de Borgoña, y Lotario fue relegado a Italia. Una segunda
ternal de un imperio laico por encima de la Iglesia. Desde el momento de su crisis (830-831) se solucionó de forma que los hermanos colocaron a Lotario como
llegada al trono, renunció a los títulos de rey de los francos y rey de los lombar­ emperador asociado al tiempo que aumentaban sus territorios respectivos. Ese
dos, importantes'para su padre, y se tituló «por la providencia divina, emperador nuevo triunfo del principio del reparto se acentuó cuando Luis desposeyó a Pipi-
augusto». El principio unitario cristiano se afirmaba finalmente en Reims en el no de Aquitania de su reino en provecho de Carlos. Entonces, Lotario cruzó los
816, en el momento en que el papa renovó la coronación y consagró a Luis el . Alpes, acompañado por el papa Gregorio IV, y al traicionar los jefes nobles al
Piadoso, como si la ceremonia laica del 813 fuese nula y sólo la intervención pon­ emperador, se obligó a Luis el Piadoso a hacer penitencia, a separarse de su mu­
tificia pudiese crear al emperador. Finalmente, para acabar de realizar su progra­ jer y a entrar en un monasterio, dejando a Lotario como emperador único. Sin
ma y ordenar su sucesión en un sentido unitario, Luis el Piadoso creó en el 817 embargo, lo fue por poco tiempo, puesto que, en febrero del 835, Luis el Piadoso
la Ordinatio Imperii. Conforme a las prácticas germánicas del reparto con las que fue de nuevo entronizado solemnemente por los obispos en la catedral de Metz.
no podía encararse, dejó intactos los tres vice-reinos: Italia, confiada a Bernardo, Así pues, la crisis acentuó, mediante la incapacidad de Lotario y de los laicos
hijo de Pipino, por Carlomagno; Baviera, reino creado el 814, que dio a su hijo para consolidar la unidad imperial, el deslizamiento de la función imperial en ma­
Luis, y Aquitania, finalmente, atribuida en el mismo año a su otro hijo Pipino. nos de los clérigos.
Pero sometió estrechamente esos tres reyes a su hijo mayor, Lotario, a quien hizo Los últimos años de reinado de Luis el Piadoso giraron en torno a una obse­
coronar emperador y único heredero del Imperio. Por otro lado, el padre mismo sión: crear un reino para Carlos el Calvo. Mientras que Aquitania volvía a su
coronó a su hijo Lotario, como Carlomagno había hecho con él en el 813. En antigua independencia y Baviera hacía otro tanto con Luis el Gertnánico, Luis el
resumen, el Imperio indivisible quedaba por encima de los tres reinos. Pero la Piadoso dividió el Imperio en dos partes a uno y otro lado.del Ródano, del Saona
nobleza, inquieta ante el gran favor otorgado a la Iglesia, protestó alegando que y del Mosa: Lotario se quedó con la dei este y mientras que Carlos obtuvo la del
los derechos de Bernardo habían sido silenciados en la Ordinatio Imperii del .817 oeste. Cuando Luis murió, el 20 de junio del 840, el Imperio estaba completa­
y empujó al rey de Italia a la rebelión. Luis el Piadoso la aplastó y le hizo sacar mente desmantelado.
los ojos por su tentativa de usurpación. Pero su sobrino murió a causa de ello y Había cesado la expansión. El fisco real había visto disminuir sus bienes terri­
los consejeros eclesiásticos del emperador impusieron a este último una peniten­ toriales de forma considerable y quebrantarse seriamente la fidelidad de los no­
cia pública que cumplió en el 822 en el palacio de Attigny. No contentos con esta bles y los vasallos a causa de las numerosas reiteraciones de los juramentos de
primera humillación del poder imperial, Adalardo, Wala, Agobardo e Hilduino fidelidad a nuevos reyes siempre cambiantes. La idea imperial les pareció dema­
(archicapellán y abad de san Dionisio), siguieron serrando la rama sobre la que siado abstracta para ser defendible, mientras que el clero, acaparándola, influyó
estaban sentados. Enviaron a Lotario como rey a Italia y le hicieron coronar y en el sentido de someter la dirección de lo temporal a lo espiritual. De resultas,
consagrar emperador por el papa Pascual 1 en Roma en el año 823, como si la este mismo clero se vio envuelto en el fracaso de una empresa que había querido
coronación del 817 hubiese sido también inútil. Con esas prácticas, el clero ataba dirigir. Pero a pesar de todo, conservó el tema del Imperio del que naturalmente
el título imperial a lo sagrado y a la coronación; hacía de él una prerrogativa se convertía en propietario. Los clérigos intentaron incesantemente profundizarlo
exclusivamente religiosa eii manos del papa y de la sede de san Pedro. Pero como con la esperanza de hacer resucitar aquella solución política.
contrapartida, Lotario, en el 824, puso a Roma y al papa bajo su autoridad.

Verdún (843) y sus consecuencias


Los clanes codiciosos
Las querellas condujeron a una división definitiva del Imperio en tres reinos,
Un segundo grupo de presión se formó alrededor de Lotario; estaba dirigido y luego a la desaparición misma del Imperio. Además, las nuevas invasiones faci­
por Hugo, su yerno, jefe de una gran' familia de Alsacia y conde de Tours, y pór litaron la fragmentación. Apenas había muerto su padre cuando Carlos el Calvo
Matfrid, conde de Orleans. Sus intereses, puramente materiales, les llevaban a y Luis el Germánico se aliaron contra el mayor, Lotario, que quería reunir toda
defender la unidad del Imperio en el que tenían sus bienes dispersos. Un tercer la herencia imperial bajo su dirección, sin reconocer a sus hermanos la corona de
grupo se reunió alrededor de la segunda mujer de Luis el Piadoso, Judith, de la- reinos autónomos. Le vencieron en Fontenoy-en-Puisaye, el 25 de junio del 841,
familia bávara de Welf, casada en el 819. Ahora bien, en el 823, ésta le dio un y luego se prometieron, con todos sus vasallos, una ayuda mutua contra su her­
hijo, el futuro Carlos el Calvo. Este nacimiento convertía en caduca la Ordinatio mano. Intercambiaron tres juramentos de fidelidad en Estrasburgo, el 14 de fe-
L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0
368

brero del 842. El historiador Nithard nos ha transmitido los textos respectivos.
Cada uno pronunció su juramento en la lengua del otro; uno y otro son los textos
más antiguos de antiguo francés y de alto alemán que se conservan. Esa división
en dos lenguas es ya el anuncio del reparto que iba a producirse. Después de un
año de laboriosas negociaciones, y gracias a los dictámenes de 120 árbitros, los
tres hermanos llegaron a un acuerdo serio, el primero, sobre el reparto del Impe­
rio; ese tratado fue ratificado en Verdón en agosto del 843.
Aquel reparto, que ha marcado a Europa hasta nuestros días, se guió por cua­
tro principios: los lazos de parentesco entre linajes con el fin de no dividir las
herencias, igualdad de las tres partes, unidad territorial de cada parte, y respeto
integral de los tres vice-reinos anteriores: Aquitania, Italia y Baviera. Como se
ve, se trataba de un compromiso delicado entre los nobles y los príncipes. A de­
más, algunos casos particulares modificaron aquellos principios. Por ejemplo, al
haberse unido los nobles de los Países Bajos a Lotario en el 840, su territorio se
atribuyó a este monarca. Asimismo, se reservó el condado de Chalon-sur-Saóne,
cuyo conde se había mantenido fiel a Carlos el Calvo, a este otro monarca. Pero
lo más difícil fue asignar a cada rey un número igual de fiscos reales. Situados
principalmente en el norte de Europa, los de. Neustria se atribuyeron a Carlos;
los que había entre el Mosa y el Rin a Lotario, y los del Rin medio, desde Ma­
guncia a Espira por la margen izquierda del río, a Luis el Germánico. A sí se
explica el trazado curioso de las fronteras que no tenía en cuenta para nada las
unidades lingüísticas. A grandes rasgos, y con las correcciones precisadas más
arriba, los países del este del Rin se atribuyeron a Luis. Carlos el Calvo obtuvo
las tierras situadas al oeste del Escalda, del Mosa, del Saona y del Ródano, pero
con excepciones como el Lionesado, la zona de Vienne, el Vivarais y Uzége, que
se reservaron a Lotario.
Este último quedó como dueño de Frisia, de las regiones entre el Mosa y el
Rin, de Borgoña, Provenza y la Italia franca. Instalado en ambas capitales,
Aquisgrán y Roma, fue normalmente el emperador preeminente sobre los otros
dos reinos. Teóricamente, a los ojos de los coetáneos, existía un solo imperio en
cuyo interior había tres reinos. En la práctica, muy pronto empezó la costumbre
de llamar al reino de Luis el de los francos orientales y al de Carlos el de los
francos occidentales; otros hablaban de Francia oriental y Francia occidental. En­
tre ambos, en lugar de un nombre étnico, fue el de Lotario, y luego el de su hijo
homónimo, el que designó al reino. El país de los «Lothringen», de la gente de
Lotario, de donde viene Lorena, fue en sus inicios un conjunto artificial ligado a
un hombre. La Lotaringia llevaba en su mismo nombre la fuente de su descom­
posición ulterior; ni tan siquiera tenía continuidad territorial a causa del difícil
obstáculo que la partía en dos: los Alpes.
Así pues, el Imperio se fue vaciando poco a poco de su contenido y de su
realidad. Al principio, los tres hermanos intentaron vivir en buena armonía bajo
la égida del clero que propuso un régimen llamado «de fraternidad» y de concor­
dia. El compromiso duró, a pesar de algunos choques y de diversas alianzas, has­
ta la muerte de Lotario I en el 855. Pero al morir el emperador y dividir su reino
entre sus tres hijos, el título y la función sufrieron de nuevo una degradación. En
efecto, si bien es cierto que Luis II.se convirtió en «emperador», de hecho sólo
dominaba Italia. Carlos obtuvo Provenza. Finalihénté, Lotario II dominó sobre
¿ M O N A R Q U ÍA S B Á R B A R A S , IM P E R IO C R IS T IA N O ? 369

I q s territorios que iban del morro de Alsacia hasta Frisia: la Lotaringia propia­
mente dicha. Los tíos no tardaron en acechar la herencia de los sobrinos. En el
863, la presa era el reino de Carlos de Provenza,' que murió sin heredero. Sus
dos hermanos se lo dividieron al capricho de los deseos de las aristocracias. Lue­
go, como Lotario II no tenía heredero de su esposa Teutberga, quiso divorciarse
de ella para casarse con su amante Waldrade, que le había dado un hijo. La crisis
del divorcio de Lotario II (861-869) provocó de nuevo la intervención del clero,
con Hincmar, arzobispo de Reims (845-882), y sobre todo con el papa Nicolás I
(858-867), que se mantuvieron siempre hostiles a aquel atentado contra la indiso­
lubilidad del matrimonio, fuesen cuales fuesen las consecuencias de su intransi­
gencia. Por ello, al morir Lotario II también sin heredero, sus dos tíos se pusieron
de acuerdo para dividirse la Lotaringia, en el tratado de Mersen, el 8 de agosto
del 870, pero sin que éste satisfaciese a nadie. La Lorena siguió siendo objeto de
discordias hasta aproximadamente el año 1000.
Carlos el Calvo, después de haber expulsado a Girard de Vienne de Provenza
para poner en su lugar a su cuñado Boson, esperó la muerte de Luis II de Italia,
que tampoco tenía heredero. Cuando ésta sobrevino, el mundo intelectual repre­
sentado por el clero estimó que Carlos el Calvo era el único que podía restablecer
la unidad imperial. El papado, que había visto cómo Luis II había defendido vic­
toriosamente Italia contra los árabes, necesitaba un hombre fuerte. Juan VIII co­
ronó a Carlos como emperador el 25 de diciembre del 875, en San Pedro de
Roma, tres cuartos de siglo después que a su abuelo. Pero el nuevo emperador
no pudo hacer nada: sufrió una derrota sangrienta ante Andernach en octubre
del 876 al intentar quitar la Lorena oriental a su sobrino Luis el Joven. A pesar
de que Hincmar presionaba para combatir a los escandinavos en Francia, Carlos
quiso someter a los nobles italianos rebelados y murió de regreso en el valle del
Maurienne, el 8 de octubre del 877.
El fracaso fue tan patente que el Imperio permaneció vacante del 877 al 881.
De los tres hijos de Luis el Germánico, sólo uno, Carlos el Gordo, consiguió reu­
nificar la Francia oriental y luego hacerse reconocer como rey de la Francia occi­
dental por parte de los grandes. Por ello, a instancias del papa, fue coronado
emperador en Roma en junio del 885, puesto que había reconstruido la unidad
territorial del Imperio. Pero las llamadas de las poblaciones a las que acosaban
los invasores escandinavos o musulmanes y las revueltas de los grandes fueron
superiores a él, y Carlos el Gordo abdicó y murió en enero del 888, en medio de
la anarquía general. A partir de entonces, el título de emperador no fue más que
un juguete. Los grandes de Italia lo otorgaron, en el 891, a Guido-^e Espoleta,
a quien el papa Formoso coronó, y luego a Arnulfo de Germania en el 896. Luis
el Ciego, rey de Pro venza, se lo atribuyó en el año 911, y luego Berenguer, rey
de Italia, en el año 915. Pero nadie tomó el relevo a partir del 924 cuando este
último murió.
En resumidas cuentas, al nivel de la idea política, aquella caída del Imperio
se había acompañado de una coloración cada vez más clerical. La concepción lai­
ca de Carlomagno había desaparecido. Como hemos visto, y bajo la influencia
de los clérigos, ya Lotario I había sido coronado emperador en Roma en el 823
por el papa Pascual I, a diferencia de su padre, que había sido coronado en
Aquisgrán. Después del año 843, el movimiento se precipitó: la consagración y

2 4 . — FOSSIER. I
370 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 -9 5 0

LOS CAROLINGIOS
Carlomagno
emperador
768-814

Luis el Piadoso
emperador
814-840

Lotario Luis el Germánico Carlos el Calvo


emperador (RG) 840-876 (RF) emperador
840-855 840-877

Lulsl? Lotario 11 Carlos de Carlomán Luis e( Joven Carlos el Gordo


r~
Luis el Carlos Carlomán
emperador de Lorena Provenza +850 +882 (RG, RF emp.) Tartamudo
855-875 +869 +863 +888 (RF) +879

Ermengarda Arnullo (bastardo)


- Boson emperador
(elegido rey +899
Luis III Carlomán Carlos el Simple
de Provenza) (RF) +929
(RF) +892 (RF) +884

Luis de Provenza Luis 111 Luis IV


el Ciego (RG) +911 (RF) +951
+928
Lotario (RF)
+986

RF-Rey de Francia
RG - Rey de Gemíanla Luis V
(RF)987
N,B. Se Intercalan algunoslobertlanoa entra ios
reyes «Je Francia enTa descendencia de
Carlos al Simple

la coronación estuvieron cada vez más ligadas, y en adelante se iban a producir


en Italia y de manos del papa. En el 850, Luis II fue consagrado y coronado por
el papa Juan IV, sin aclamación de los grandes ni del ejército. En el 875, Juan
VIII consagró a Carlos el Calvo, le coronó y le hizo prestar juramento de que
sería el defensor de la Iglesia: los grandes aceptaron aquella proclamación impe­
rial sin participar. Lo mismo ocurrió con Carlos el Gordo. Así pues, el papado
hizo triunfar su concepción de un Imperio Romano, y no ya franco, otorgado por
el vicario de san Pedro en la ciudad eterna. La idea imperial se había convertido
en una prerrogativa de los papas como consecuencia de la incapacidad de los lai­
cos para asumirla. Los pontífices aseguraban la unidad moral de la cristiandad,
inspiraban y controlaban a los reyes,y definían qué era el Imperio Romano por
oposición al de Oriente, rebajado a la categoría de imperio de los griegos. Luis
II, que sólo era un emperador italorromano, no dudó en decir a Basilio I en el
año 871: «Nosotros somos los sucesores de los antiguos emperadores por asenti­
miento de Dios y del papa». Al rechazar así al imperio bizantino, el papado fue
más consciente de las nuevas realidades políticas en que .se habían convertido
¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? " ^

Roma y Occidente. El fracaso de los carolingios hizo que su herencia pasase a'
manos de la Iglesia. El alto clero consiguió emanciparse de la tutela imperial
Nicolás I, al afirmar que la Iglesia de Roma era la cabeza de todas las Iglesias y
la madre de todos los emperadores, forjó la argumentación que utilizarían más
tarde los reformadores gregorianos. Así pues, el imperio carolingio no era un
gran recuerdo, sino que se había convertido en una idea-fuerza, en un programa
sólidamente estructurado. De la crisis carolingia surgieron las bases de un ideal
teocrático destinado a triunfar gracias precisamente a aquella derrota. Esas bases
eran una Iglesia libre y un imperio único a su servicio.

Poderes reales con dificultades

Se pueden sacar conclusiones idénticas de la evolución interna de los reinos


surgidos del reparto de Verdón del 843. A raíz de la asamblea de Coulaines, en
el mismo año, Carlos el Calvo se vio obligado a prometer a los nobles y a los
vasallos que no les desposeería de forma arbitraria de las tierras que hubieran
obtenido en beneficio. Aceptaba con ello un régimen monárquico contractual y
no absoluto. Más tarde, tuvo que retroceder ante algunos jefes bretones como
Nominoé, Erispoé y Salomón, y aceptar la pérdida de Vannes, Nantes y Rennes;
e incluso, en el 867, tuvo que tolerar que la frontera bretona llegase al Mayenne
y al Dives. En Gascuña, no tuvo ninguna autoridad sobre el duque, aunque éste
era de origen franco. En Aquitania, la situación era todavía peor. Para eliminar
a Pipino II, apoyado por los grandes, se hizo coronar como rey de los aquitanos
en el 848 en Orleans. A l no conseguir atraerse a los nobles, hizo coronar a su
segundo hijo, Carlos el Niño, como virrey de los aquitanos en Limoges (855).
Esperaba llegar a la solución utilizada por Carlomagno con su hijo Luis el Piado­
so, pero sólo consiguió provocar una revuelta general, acompañada de una llama­
da por parte de la nobleza a Luis el Germánico que entró en Francia occidental
en el año 858. Sólo la enérgica intervención del clero salvó a Carlos el Calvo; un
clero encabezado por Hincmar que apeló a la fidelidad que se debía al rey legíti­
mo. Pero no por ello se consiguió la sumisión de Aquitania. Carlos prefirió, a
partir del 860, crear grandes dominios militares, una especie de marcas interiores,
que confió a leales de los que pudiese fiarse. Se atribuyeron muchos condados
entre el Loira y el Sena a Roberto el Fuerte para que luchase contra los escandi­
navos. Creó otra marca alrededor de Autun y desvinculó las marcas de Hispania
y de Gotia del reino de Aquitania. Pero la mínima ausencia o debilidad le obliga­
ban bien a reconocer, por ejemplo, mediante el capitular de Quierzy-sur-Oise
(877), el derecho de los hijos de los condes a suceder a sus padres, bien a tolerar
la intervención de los grandes en el nombramiento de los missi dominici, sus en­
viados. Sus hijos, Luis el Tartamudo (877-884), Luis III (879-882) y Carlomán,
debieron a menudo su salvación a la intervención de Hincmar hasta que éste mu­
rió. En efecto, el hijo menor de Luis el Tartamudo fue apartado del trono por
un no carolingio, Eudes, elegido por la nobleza.
En la Lotaringia y en Italia, donde se encontraban todos los grandes linajes
r francqs, como en Francia occidental, las rebeliones nobiliarias fueron idénticas.
Después de que fuese eliminado el todopoderoso Girard, conde de Vienne, Bo-
372 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

son aprovechó la situación para hacerse aclamar rey en Borgoña y en Provenza


por los grandes (Mantaille, 879). Las fuentes indican claramente la causa de la
usurpación: su mujer, hija del emperador de Italia, Luis II, no podía estar en una
posición que no fuese real. En Italia, dos familias francas se disputaban el trono:
la de Guido de Espoleto y la del conde Berenguer, marqués de Friul. En resu­
men, sería pesado enumerar todos los casos de revueltas para apoderarse del tro­
no en todas esas regiones.
Ante esa anarquía, el clero intentó intervenir reforzando la idea monárquica.
Los obispos proclamaban que sólo la unción, y no solamente la elección, hacía
al rey. Por inspiración de Hincmar en particular, después de la consagración de
Carlos el Calvo (848), se condenó cualquier rebelión contra el rey como un acto
de impiedad. Cuando se consagró a Carlos el Calvo como rey de Lorena en Metz
(869), Hincmar afirmó que la unción era el signo de que Dios le había elegido.
Cuando Luis el Tartamudo fue coronado en Reims (877), recibió el cetro como
símbolo del reino que debía conducir a su destino final en manos de Dios. Así
pues, a finales del siglo ix todo el ceremonial de la consagración de los reyes de
Francia occidental en Reims estaba ya establecido. Se trataba de una ceremonia
envuelta de una atmósfera de sublimación cristiana en la que aparecía la leyenda
de la Santa Ampolla. En el momento en que renacía la elección real, la Iglesia
acababa de introducir una doctrina de la legitimidad del poder del rey de Francia
occidental. Como había ocurrido con el ideal imperial, esa teoría, convertida en
prerrogativa del clero, fue la base del poderío capeto. En definitiva, y a pesar
del fracaso momentáneo de finales del siglo ix, las grandes ideas políticas carolin-
gias se habían convertido en uno de los fundamentos de las monarquías medieva­
les clásicas.
En Francia oriental no fue necesario que ningún teórico clerical se manifesta­
se. El reino, continuamente amenazado por los daneses y los eslavos, descansaba
esencialmente sobre el elemento étnico franco. Las necesidades de la guerra y la
política de matrimonios entre los príncipes reales y las hijas de altos linajes impi­
dieron la división del reino entre los tres hijos de Luis el Germánico. En realidad,
la realeza todavía era fuerte cuando murió el último rey carolingio, Arnulfo, en
el año 911, y ello fue un hecho capital.

L a catástrofe final

, ^as únícaS causas del fracaso de la unidad no habían sido la torpeza de los
clérigos o la incapacidad de los reyes. La conjunción de los peligros exteriores e
interiores fue mucho mayor y mucho más ruinosa. Por otro lado, las invasiones
escandinavas, musulmanas o húngaras tuvieron efectos suplementarios: crearon
la división e hicieron renacer fenómenos de defensa local. Así pues, la reapari­
ción de los principados territoriales no se debió solamente a las ambiciones de la
nobleza, las necesidades militares también jugaron un papel importante.
¿MONARQUIAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? 373

El terror «normando»

Las causas de los ataques de los marinos daneses, suecos y noruegos desde
principios del siglo ix son difíciles de explicar; deben hallarse en la historia inter­
na de Escandinavia. Se ha hablado a menudo de una presión demográfica que
habría provocado que los primeros agrupamientos reales hubiesen obligado a exi­
liarse a los jefes tribales eliminados Qarí). También se han alegado necesidades
comerciales (aunque sólo podamos hablar así en el caso de que el hombre del
norte, el Northman, no sea del todo mal acogido) suscitadas por la ruta comercial
de los esclavos y del trigo que se esboza entre el Báltico y el Islam. En todo caso,
el movimiento afectaba a toda la península escandinava como lo atestigua, en las
tumbas de los guerreros que habían vuelto de expediciones lejanas, la mezcla in­
distinta de objetos o de monedas de Irlanda, de Polonia y del Islam, tanto en
Noruega como en Jutlandia y en pleno Báltico (en Gotland y en la región finesa).
Los «hombres de los puertos», los vikingos (a menos que no esté equivocada la
etimología), eran pescadores, a veces de altura, y también se revelaron a veces
como leñadores audaces, al igual que los godos (sus posibles antepasados) lo ha­
bían sido en otro tiempo. Con sus largas naves sin puente (esnéques) podían na­
vegar por alta mar según los vientos, las corrientes y los bancos de peces, y su
escaso calado posibilitaba una penetración profunda por los ríos y una gran capa­
cidad de maniobrar rápidamente. En el plano militar parece justificado hablar de
un armamento mediocre que solamente se perfeccionó con la adopción de los
cascos y espadas francos; pero como no les interesaba cargarse de prisioneros,
puesto que buscaban los objetos preciosos y los víveres, los normandos quemaron
y mataron en todos los lugares que atacaron. Sus incursiones fulminantes con las
que enmascaraban su reducido número, y sus saqueos, causaban terror y pánico
a unas poblaciones que apenas reaccionaron, sobre todo hasta que se reorganizó
la resistencia en el interior; entonces, sorprendidos en campo abierto, los nor­
mandos fueron casi siempre vencidos. Por lo demás, no debemos olvidar que los
eclesiásticos, los únicos que nos describen los estragos de los que ellos fueron las
primeras víctimas, debieron exagerar la nota.
Sus primeras oleadas de ataques, iniciadas el año 788 y aceleradas a partir del
840, no empezaron a encontrar seria oposición hasta el 880, aproximadamente,
y aquella oposición duró hasta el final de su primera fase de expansión (930). En
general, los noruegos buscaban sobre todo tierras para colonizar, mientras que
los daneses tan sólo buscaban botín. Los monasterios les atraían particularmente
por sus tesoros de orfebrería litúrgica o por sus bodegas llenas de vino. Los sue­
cos, también llamados varegos, fueron más negociantes que saqueadores. Los iti­
nerarios preferidos por los escandinavos eran las islas anglosajonas y célticas que
frecuentaban los noruegos, el mar del Norte y el canal de la Mancha, donde había
daneses, y el Báltico y los ríos rusos frecuentados por los suecos. De hecho, mu­
chas regiones no vieron jamás a un invasor, pero el anuncio de una incursión,
aunque fuese lejana, desencadenaba huidas masivas, éxodos hacia las murallas
de las ciudades, y, en todo caso, grandes perturbaciones de la vida social.
Las primeras incursiones se dirigieron hacia el norte de Inglaterra y hacia Ir­
landa, mientras que a partir del 839 los varegos consiguieron llegar al mar Negro
y luego al mar Caspio remontando y descendiendo los ríos rusos y con la ayuda
374 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Islas

Las islas británicas en los siglos VIH y IX


¿MONARQUÍAS b á r b a r a s , im p e r io c r is t ia n o ? 375

de numerosos transportes de sus embarcaciones por tierra. Pero, a partir del 840,
los daneses atacaron en las partes más ricas del Imperio Carolingio. Duurstede
fue saqueado por primera vez, luego (842) atacaron Quentovic, que fue temporal­
mente destruido; en el 843 tomaron, saquearon e incendiaron Nantes; Burdeos
padeció la misma suerte dos veces (844 y 847-848): Hamburgo fue completamente
arrasado en el 845, etc. Sería farragoso completar la letanía de las ciudades y de
los monasterios atacados, saqueados e incendiados. En cada nueva incursión, los
daneses remontaban los ríos hasta el límite de la navegabilidad, robaban caballos
y sorprendían a los monjes o a las gentes que estaban demasiado confiadas por­
que vivían lejos de la costa. Incluso encontraron aliados entre los celtas, conten­
tos de luchar contra los anglosajones.
A partir del 850, se organizó sistemáticamente la explotación de los países.
Se instalaban en bases de invierno situadas en las desembocaduras de los grandes
ríos: en Walcheren para el Escalda, en Jeufosse para el Sena y en Noirmoutier
para el Loira. En verano, penetraban hacia el interior para saquear regiones que
todavía no habían sido atacadas. Exigían entonces, después de cada éxito, el pago
de un tributo, el danegeld (el dinero danés), pagable en numerario por las pobla­
ciones a cambio de la retirada de los atacantes. Después de saquear Francia, pa­
saban al otro lado del canal de la Mancha para exigir otros tributos. Pero cuando,
en el 856, Roberto el Fuerte murió en Brissarthe durante un combate contra los
vikingos, las cosas empezaron a cambiar. Son indicio de ello los primeros intentos
de puentes fortificados por iniciativa de Carlos el Calvov o de construcciones de
castillos para las poblaciones locales a partir del 860. La victoria del rey de Fran­
cia Luis III en Saucourt en el 881, y luego la del hijo de Roberto el Fuerte, el
conde Eudes, al defender París de los daneses en el 885, iniciaron una lenta recu­
peración. En el 891, Arnulfo de Carintia tomó por asalto el campamento vikingo
de Lovaina.
Pero los vikingos no dejaron de atacar otras costas. Llegaron hasta los ríos de
la España cristiana y musulmana, y saquearon Sevilla en el 844. Luego entraron
en el Mediterráneo, remontaron el Ródano hasta Arles y saquearon el puerto
italiano de Luni (855-860). El reino de Francia oriental fue el único al que apenas
afectaron aquellos ataques. En cambio, en el mar del Norte, la acción de los no­
ruegos y los daneses desembocó por primera vez en una colonización y una ocu­
pación de los territorios. Algunos marinos noruegos se instalaron en las islas
Shetland y Far Oer, y luego, en el 870, colonizaron sistemáticamente Islandia,
que estaba completamente desierta a la sazón. En Irlanda, después de tomar la
isla de Man, acabaron creando cuatro pequeños reinos costeros en continua gue­
rra con los reyezuelos irlandeses. En Inglaterra, los daneses fueron todavía más
peligrosos. A partir del 866 ocuparon York, luego Northumbria, Mercia y final­
mente Anglia Oriental en el 878. Pero Alfredo, rey de Wessex, después de repe­
tidas derrotas, consiguió organizar la resistencia. La victoria de Ethanburth en el
878 y la reconquista de Londres le permitieron firmar un tratado de paz con Gut-
horm, el jefe danés. Reconocía a los invasores todo el territorio al norte del Tá-
mesis, del Lea y de la vía romana de Londres a Chester (Watlingstreet). A Alfre­
do sólo le quedaba Wessex, una pequeña parte de Mercia, Sussex y Kent, o sea,
un tercio de Inglaterra. El territorio danés se llamó «Danelaw».
En el 911, un ejército danés dirigido por Rollón se convirtió en una amenaza
L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 - 9 5 0 ¿ M O N A R Q U ÍA S B Á R B A R A S , IM P E R IO C R IS T IA N O ? 377
376

tan grande que el rey de Francia occidental, Carlos el Simple a la sazón, prefirió madas el 903) y toda Sicilia, de modo que separaban al Mediterráneo occidental
concederle el usufructo de las tierras situadas a un lado y otro del Sena, alrededor de Egipto. En el 916, se eliminó la base del Garigliano, pero el imperio griego
de Ruán y de Evreux (tratado de Saint-Clair-sur-Epte). Convertidos al cristianis­ no pudo restablecer su autoridad real en aquellas tierras. En cuanto a la Garde-
mo a base de muchos esfuerzos e instalados, los normandos no tardaron en ocu­ Freinet, aquel núcleo desde donde partían incursiones sorprendentemente auda­
par Bayeux, Sées, Avranches y Coutances, y luego, después de una crisis pasaje­ ces, incluso hasta Sabaya, no pudo ser eliminado hasta los años 972-973 gracias
ra, «Normandía» se convirtió en un ducado con instituciones originales bajo la a una expedición ordenada por el emperador y dirigida por los condes de Proven­
dirección del duque Ricardo I (942-956). Mientras que su instalación fue definiti­ za y de Turín a la vez. En la península ibérica, las relaciones con el Islam eran
va en aquella región, fue un fracaso completo en Bretaña, de donde fueron expul­ de una naturaleza demasiado distinta para que se desarrollase un ritmo similar:
sados en el 937. >En Irlanda, los jefes noruegos se fueron convirtiendo poco a se trataba de establecer un equilibrio entre un emirato cordobés en el apogeo de
poco y entraron en contacto con la sociedad céltica. A partir del 979, sus territo­ su poderío y los pequeños dominios cristianos de las montañas gallegas y cantá­
rios se convirtieron progresivamente en enclaves cada vez más aislados respecto bricas. El reino asturiano consiguió, de la mano de Ordoño I (850-866) y de Al­
a la isla. En cambio, en Inglaterra, el reino danés de York estuvo expuesto a una fonso II (866-911), y a menudo gracias a alianzas con mozábares y con musulma­
vigorosa reconquista por parte de los reyes de Wessex y de Mercia. El sucesor. nes sublevados, llegar a las orillas del Miño y del Duero. En el 884 se concluyó
de Alfredo, Eduardo el Viejo (899-925), y luego su hijo Aethelstan (925-939), una tregua que colocaba provisionalmente fuera de peligro a los cristianos hispá­
consiguieron recuperar todas las tierras perdidas y someter a los colonos daneses. nicos, y a principios del siglo xi, García I fijó su capital en León, en medio de
Tras haber vencido a los escoceses, Aethelstan se pudo incluso proclamar «rey los territorios reconquistados.
de toda la [Gran) Bretaña». A pesar de la recuperación de los vikingos alrededor Pero de todas aquellas nuevas invasiones, la de los húngaros fue la peor. Esos
del año 1000, de hecho, el protectorado danés ya había aceptado fundirse con el jinetes nómadas, de origen turco-mongol, se dieron cuenta tras una primera in­
reino anglosajón. La estabilidad reaparecía al tiempo que nacía la unidad. cursión de que Panonia había quedado vacía después de que Carlomagno aplasta­
ra a los ávaros, ya que los vecinos eslavos habían renunciado a ocupar aquella
zona de bajo valor cerealista. Sus ocho tribus cruzaron los Cárpatos por tres luga­
La expansión sarracena y el horror húngaro res distintos y se instalaron entre el Danubio y el Tisza..A partir del 899, sus
incursiones de saqueo se sucedieron regularmente; atacaron en Germanía, en Ita­
En el Mediterráneo se produjo un fenómeno idéntico. La aparición en Ifnqlya lia y en Francia occidental, donde llegaron incluso en el 924 a Mende y Nimes.
de un nuevo emirato, el de los aglabíes, reforzó la piratería musulmana que ya Saqueaban los monasterios, evitaban las ciudades fortificadas, devastaban los
había aparecido en las costas del Levante español. Hemos visto que a partir del campos, torturaban y aniquilaban a los hombres, mataban a los niños, esclaviza­
827, los sarracenos atacaron la Sicilia bizantina que conquistaron ciudad tras ciu­ ban a todas las mujeres jóvenes para que cultivasen sus tierras y se llevaban todo
dad hasta el 902, cuando cayó la última, Taormin¡i. Desde ahí, estaban en una el ganado. En el 937, los magiares cruzaron toda Germanía, Champaña, Borgo-
posición excelente para saquear las ciudades costeras de la península italiana: na, Italia hasta los Abruzas y regresaron por Emilia y Venecia. Además del pá-
Roma en el 845, Comacchio en los años 875-876, etc. A pesar de la resistencia mco que provocaron aquellas devastaciones sin remedio, el sentimiento de impo­
de Luis II, a veces victorioso, conquistaron Bari y Tarento. Fue necesario un tencia, como un tiempo atrás había ocurrido con los hunos, paralizó la resistencia
enérgico contraataque bizantino para expulsarlos de Calabria. En cambio después contra los «ogros»; los fortines hechos a toda prisa en tiempo del sajón Enrique
del 882, establecieron una base en la desembocadura del Garigliano, y en los años I (Heinrichsbürger) se revelaron poco eficaces ante aquella situación. Pero una
882-883 destruyeron la abadía de Montecassino. Los musulmanes de al-Andalus, última gran expedición acabó provocando una reacción general. El rey de Germa­
después de haber saqueado Marsella, Arles y todo el litoral, intentaron instalar nía Otón I consiguió aplastar a los húngaros a orillas del Lech cerca de Ausburgo
una base en la Camarga. Pero no lograron aquel objetivo hasta el 888, en la Gar- el 10 de agosto del 955. Con ello se cortó definitivamente la expansión húngara.
de-Freinet, al pie del macizo que tomó su nombre: los montes de los «Maures». Además, los progresos de la sedentarización y de la evangelización hicieron que
Atrincherados en aquellos campamentos, podían saquear impunemente los mo­ la inseguridad que habían creado fuera desapareciendo y les llevaron a acantonar­
nasterios y las ciudades del interior y entregarse con toda tranquilidad a la caza se en Panonia («Hungría» desde entonces).
de esclavos. Con los musulmanes allí instalados, el futuro era mucho más som­
brío, porque nadie había conseguido verdaderamente frenarlos, y todo el Medite­
rráneo occidental parecía estar condenado a la inseguridad: todos los intentos de La fragmentación
organizar una flotilla costera fracasaron. Además, aunque parecía preocuparles
más la instalación que el saqueo, los sarracenos llevaron a muchos cautivos como El largo período de impunidad de que gozaron los vikingos, los sarracenos y
esclavos al Magrib;de modo que muchas conquistas se vieron facilitadas por la los húngaros, se debió en gran parte a las disputas entre los reyes y los jefes no­
huida de las poblaciones que temían por su suerte. bles que habían sido funcionarios o los jefes de linaje. Estos últimos supieron
Muy lentamente se les fue conteniendo, aunque conservaron las Baleares (to­ vender con provecho su fidelidad al emperador o a los monarcas y acabaron a
378 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

j;
menudo apoderándose de la realeza, ya convirtiéndose en soberanos (como Bo-
son), ya participando en la elección de uno entre ellos como rey. El año 888 es
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particularmente revelador en ese sentido. En Germania se eligió a Arnulfo. En
Francia occidental los grandes eligieron a Eudes, célebre por su resistencia contra
los daneses, y eliminaron a Carlos el Simple, el heredero carolingio legítimo, que
no pudo recuperar el trono hasta el 893. En Borgoña, el duque Rodolfo se hizo
aclamar rey. En Provenza, Luis, el hijo de Boson, logró conservar un cierto po­
der real sobre el país. Finalmente, en el 933, estos dos últimos reinos se unifica­
ron en un solo reino: el reino de Arles. Pero en la práctica, aquellos reyes nd
eran verdaderamente obedecidos. Tan pronto como los magnates reconocían a
un rey, aunque sólo fuera de forma oral, empezaban a conspirar y a rebelarse
contra él. En el siglo x, la verdadera unidad poh'tica estaba en los principados'
territoriales. Se designa con ese nombre a «un territorio en el que el rey solamen­
te interviene por mediación del príncipe», según la expresión de Jan Dhondt. Ese
príncipe era a menudo un antiguo funcionario carolingio que había conseguido
unir las tierras personales y las de su jurisdicción pública en una región. Habría
ido gobernando y ejerciendo en provecho propio los derechos reales. A sí se crea­
ba una dinastía que utilizaba un particularismo tradicional y local como la lengua,
el dialecto, la civilización o el tribalismo subsistente. Ese empuje, a la vez anár­
quico y descentralizado, intentaba crear un orden al nivel de conjuntos más ho-
mogéneos y más defendibles que los reinos. En el fondo, los principados territo-:
ríales eran una resurgencia de los que habían nacido a finales de la época mero-.,
vingia, después del 673. , .¡
Hemos visto cómo surgía el más antiguo: Aquitania. Tras numerosas revueltas
y la desaparición del título de reino en el 877, se dividió en dos partes. Guillermo
el Piadoso, dueño de Auvernia y Lemosín, se proclamó duque de los aquitanos
en el 909. Su dominio se extendía hasta los condados de Macón y de Lyon, pero'
sus descendientes perdieron territorios y el título* ambos pasaron al conde de Poi-,
tou, Guillermo III, «Cabeza de Estopa», que tomó el título de duque de «toda;
Aquitania». Pero al mismo tiempo, Guillermo III estaba bloqueado a i el sur por
la familia de Raimundo, fundador del condado de Toulouse. Durante todo el si*
glo x, Poitou y Aquitania estuvieron en continua rivalidad. En la orilla izquierda.'
del Garona, una familia condal, los Sancho, consiguió imponerse y apropiarse
del título de duque de Gascuña a partir del 977. En los condados de Cataluña,,
la marca franca se disolvió lentamente, al principio en dos principados: Gotia (la-
antigua Septimania) e Hispania. Luego, del 878 al 897, Wifredo el Velloso, el-
último conde de Barcelona nombrado por el rey de Francia occidental, fortaleció
su poder local, se apropió de los derechos fiscales y convirtió el título de condé
en hereditario dentro de su familia. Fue prácticamente independiente, y sólo
prestaba un juramento de fidelidad teórico al soberano legítimo.
En el norte de Borgoña, Ricardo, conde de Autun, Macón y Chalón, después
de haber incrementado sus posesiones a partir del 890, hizo que el rey le recono­
ciera el título de duque. En el norte, un conde de Flandes, Balduino, aprovechó
el desorden reinante para raptar a la hija de Carlos el Calvo, Judith, e implantar
a su familia. En el 891, Balduino II se apoderó del Artois y amplió sus territorios'
hasta .Canche. En Bretaña, que volvía a ser independiente, los condes locales sé
disputaban el título de duque. Finalmente, la familia de Eudes, que había obtenri

t
¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO?
379

Eud« ny d» Francia

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•Gerona- jSÍ;:; ducado^
'Senevenio^y0E
Í a BENEVENTO-

do la realeza ai el 888, provenía del marqués Roberto el Fuerte, instalado por


Carlos el Calvo en Turena, Anjou y Blésois. Esta familia añadió a aquellas pose­
siones el condado de París y numerosas abadías.
Así pues, todos los principados territoriales estaban reconocidos en Francia:
eran de derecho público, puesto que el rey consentía en ello la mayoría de las
veces. También se desarrollaron en la península ibérica y en Inglaterra. Es parti­
cularmente impresionante ver cómo nació Castilla, el país de los castillos, bajo
la dirección de un conde, Fernán González (923-970), que desligó al país del rei­
no de Asturias y fundó una dinastía. En el este, en el 905, Navarra se erigió en
reino y anexionó temporalmente en el 925 un pequeño condado cristiano inde­
pendiente: Aragón. En Inglaterra se observa una fragmentación similar. Como
Carlos el Calvo, Eduardo el Viejo y Aethelstan crearon grandes regiones de do­
minio militar que agrupaban a numerosos condados bajo la autoridad de un eal-
dorman. Conocemos dos en Wessex, uno en Mercia, etc. D e hecho, recuperaban
los antiguos reinos anteriores a la unificación, pero no gozaban todavía de la in-
380 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d ie v a l , 3 5 0 -9 5 0 ¿M O N A R Q U ÍA S B Á R B A R A S , IM P E R IO C R IS T IA N O ? 381

dependencia que te n ía n los príncipes continentales. Su evolución fu e más tardía qués de E sp o leto , a p a rtir del 954. D e ello resu ltó una considerable postración
y no se llegó al mismo punto hasta el siglo xi . del pap ado.
E ste exam en del nacim iento de los principados territoriales en F ran cia occi­ A h o ra b ien, la evolución de G erm anía fue totalm ente diferente. P o r u n lad o,
dental, en la península ibérica y en In g laterra es p o r o tro lado muy revelador, es c ie rto que reaparecieron agrupam ientos territoriales en base a antiguos pa rti­
p o rq u e en cada proceso vemos ap arecer el m edio m ilitar q u e posibilitó aquella cularism os regionales, étnicos o incluso a veces tribales, qu e ya anteriorm ente ha­
independencia: el castillo. A las to rres de p ied ra y a los conjuntos fortificados de bían tenido duques independientes. Son los casos, p o r ejem plo, de los duques
C atalu ñ a ( C a stla n ia , país de los castlans) y de Castilla, co rrespondían en Wessex turingios, suabos o bávaros. P ero de hecho, C arlom agno había destruido los an­
los b u r th s d el rey A lfredo. T o d a una red de castillos reales se fu e construyendo tiguos ducados nacionales, y a veces los había rem odelado form ando ducados-
al sur del H u m b er. P ero en F rancia, el rey p erd ió el privilegio de construir forti­ fro n tera. Los antiguos S tiim m e , unidos p o r u na m ism a ley que se convirtió en
ficaciones: el edicto de P itres, del 864, prohibía la construcción d e firm ita te s y de territo rial y p o r una organización m ilitar igual, tuvieron que adap tarse a la defen ­
h a ia s (fortalezas y setos), p ero en la práctica los nobles se a p o d eraro n rápidam en­ sa co n tra los húngaros. E n B aviera, la fam ilia L iutpold tuvo un papel capital en
te de aquella prerrogativa so capa de defender a la población contra los vikingos la lucha co n tra el invasor. E n Suabia (antiguo país de los alam anes), la fam ilia
y los sarracenos. Esas fortalezas y setos eran com o unas colinas rodeadas de es­ ducal, los A haholfingianos, desposeída en el 746, reapareció y luego sucum bió
tacas y de una em palizada de árboles entrelazad o s; eran im pen etrab les, y todos ante los H unfroi. E n F ranconia, los Conra.dinos aplastaron a p artir del 902 a los
los nobles construyeron algunas. E n P rovenza, el prim er castillo privado apareció B ab en berg, héroes de la lucha co n tra los escandinavos. C uando m urió el últim o
en el 950, y en el Lacio el más antiguo que conocem os data de los años 945-946. rey carolingio de Francia o rien tal, Luis el N iño (899-911), el jefe de los C onradi-
E n el n o rte , el ejem plo que m ejor se p uede d ata r y que sería d e los mism os años nos, C onrado I, fue e k g id o rey. N o pudo evitar que los agrupam ientos territo ria­
es el de la m o ta de D ouai. A sí pues, u n m osaico de poderes locales cuadriculaba les siguiesen ¡administrándose com o reinos independientes: L o ren a, Frisia con su
el cam po y reestru ctu rab a com pletam ente el paisaje. ¿E m pezaba u n a nueva épo­ regim en to talm en te particular, T uringia, las m arcas orientales de B ohem ia y de
ca a m ediados del siglo x? C arintia, etc. P ero a pesar de todo, los cinco grandes duques (B aviera, F ranco-
nia, S ajonia, L orena y Suabia) no consiguieron nunca que sus títulos fuesen here­
ditarios, com o se había logrado en F rancia occidental. B l rey no les reconoció
¿ S e p o d ía sa lv a r e l I m p e r io ? ninguna existencia jurídica.
A quel fracaso de los principados territo riales de G erm anía se debió esencial­
L a fragm entación de los principados territo ria le s en m últiples castellanías no m ente a Sajonia. É sta era la región m ás próxim a a sus orígenes tribales, aunque
alcanzó a Italia, a F ran cia orien tal, ni a la E u ro p a del este e n general. E n efecto, tam bién la más m arcada por la organización carolingia que había destruido siste­
aquella debilidad o aquella desaparición de los poderes políticos centrales o regio­ m áticam ente los cuadros anteriores. E ra el pro to tip o de país nuevo p o r excelen­
nales solam ente afectó a los territo rio s que CarlQmagno había conquistado. E n cia, en el que el o rd en carolingio se había im plantado en su form a m ás pura. Los
los otros lugares, la autoridad gravitaba alred ed o r d e las ciudades com o en la daneses m ataron al conde L iudolfo en el curso de un com bate en el 880, y su
península italiana, o renacía a p a rtir de las estructuras carolingias, com o en el h erm an o O tó n , que le sucedió, obtuvo tales victorias sobre los escandinavos, los
Im perio G erm ánico. eslavos y los húngaros, que acabó dom inando todo el país de fo rm a totalm ente
T ras el fracaso de los últim os em p erad o res italianos, el reino de Italia (cen­ in d ep en d ien te. E ra tan poderoso, que el rey C onrado sugirió poco antes de su
trad o e n la llanura del Po), cayó en m anos de H ugo de A rles (926-947), que se. m uerte que el hijo de O tón, E nrique el P ajarero , fuese rey. E nrique 1, elegido
m ostró p erfectam en te incapaz p ara hacerse obedecer, tan to más cuanto q u e sus en el 918, fortificó sistem áticam ente todos los grandes centros y contem porizó
am plios proyectos de dom inar R om a y unirse con B orgoña se frustraron. No hábilm ente con los húngaros con el objetivo de som eter m ejor a los duques. O b­
pudo evitar el nacim iento de grandes marcas dom inadas p o r príncipes laicos, tu v o tal prestigio a raíz de sus victorias sobre los wilzes, los eslavos de la m argen
com o el m arq u esad o de Friul, el de Iv re a (que incluía los condados de T u rín y derecha del E lb a y los checos, que al m orir él, en el 936, los cinco duques acep­
A sti) y el de T oscana. Pero en los lugares d onde las ciudades era n num erosas, taro n elegir com o rey a su hijo O tón.
los obispos elim inaron a los condes y se arro g aro n la protecció n de sus ciudades. D e sd e su llegada al tro n o , aquel descendiente d e l jefe sajó n reb eld e, Widu-
P or eso ap areciero n im portantes principados eclesiásticos en P arm a, M ódena, k in d , dem ostró que estaba actuando com o sucesor de C arlom agno. Se hizo coro­
Plasencia, C rem o n a y B érgam o. E n esos principados, cada o b ispo ejercía los de­ nar y consagrar com o rey en A quisgrán. L uego se enfrentó dos veces con los du­
rechos reales, construía castillos, etc. E l resto de la península estaba atiborrado ques reb eld es, a los que fue som etiendo, y los sustituyó p o r m iem bros de su fam i­
de pequeños principados surgidos en los antiguos territorios lom bardos: Espole- lia a los que destituía a su antojo. Incluso a veces suprim ió algún ducado, como
to, B en ev en to , Salerno, C ap u a... P ero era m ás p reo cu p an te el destino del du­ F ran co n ia, que unió a Sajonia. T ras h aber bloqueado (bloqueo que iba a d u rar
cado de R o m a, que cayó en m anos de una fam ilia aristocrática, la de los Teo- 2 0 0 años) el proceso de fragm entación del reino som etiendo a la aristocracia lai­
filactos (904-932), en la que destacan T eodora y M arozia, dos m ujeres que hi­ ca, se apoyó en el clero p ara go b ern ar y reinició el p ro g ram a de expansión, a
cieron y deshicieron papas a su antojo, y luego en la fam ilia de A lberico, mar- costa de los eslavos, que hab ían inaugurado los prim eros carolingios. H izo en tra r
||i
382 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 (US ¿MONARQUÍAS BÁRBARAS, IMPERIO CRISTIANO? 383

al duque de B ohem ia en su fidelidad y creó dos m arcas en e lE lb a y Suabia co n tra '; deroso que el rey, que se en contraba lim itado a los dominios de A ttigny, Com-
los polacos que confió a H erm an n B illung y a G ero . M ientras que esos m arqueses piegne y L aon. P ero al m ism o tiem po no era m ás que un príncipe entre todos
alcanzaban el O der gracias a repetidos ataq u es, O tón co nvirtió a M agdeburgo en los dem ás. Y a a m edidados del siglo X era evidente que su familia acabaría apo­
la base de una m etrópolis eclesiástica que dom inase sobre todos los eslavos que derándose del trono, puesto que la realeza se encontraba en un estado tal de de­
se convirtieran en el fu tu ro . F in alm en te, su ro tu n d a victoria sobre los húngaros bilidad que ya era im posible que se repusiese. No obstante, por el m om ento no
en Lechfeld hizo de él el salvador de O ccidente. W idukind, su p arie n te , m onje podía desaparecer a causa de la protección germ ánica que la m antenía.
del m onasterio de C orvey en Sajonia, alabó en sus Res gesíae la gloria del pueblo Así pues, E u ro p a p resen tab a un nuevo aspecto político a principios del siglo
g u erre ro sajón, vencedor definitivo sobre las hordas orientales. El rey fue en ad e­ xr. M ientras que en el oeste dom inaba la fragm entación, en el este se iba hacia
lante llam ado O tón «el G rande», el que había iniciado la expansión germ ánica el fortalecim iento y la expansión. A lred ed o r del Im perio estaban naciendo n ue­
hacia el este, el «D rang nach O sten». A ñádase a ese panoram a triu n fan te la in­ vos reinos. D inam arca se consolidó con el bautizo del rey H arald II D iente Azul
corporación de L o ren a, que arrancó al débil rey de F rancia a p artir del 942 y a . (966). Con la introducción del cristianism o se p reparaban en N oruega y en Suecia
cuya cabeza colocó a su herm ano B ru n o n , arzobispo de C olonia, y finalm ente el dos nuevas entidades. T am bién iban a e n tra r en el concierto eu ro p eo Polonia,
vasallaje constante en el que se m antuvo al rey de B orgoña. O tón e ra ya más con e l bautizo d e M iesko (966), y H ungría. E n definitiva, a pesar del poderío del
que un rey; e ra el « tutor y provisor de O ccidente». «Sacro Im p er i o R o m an o G erm ánico», E u ro p a ya no era u na, sino que estaba
D esde entonces, el cam ino hacia el Im perio estaba y a m arcado. A p ro v ech an ­ diversificada. A la oposición norte-sur de la época b árb ara, se añadía ahora la
do la situación de anarq u ía rein a n te en Italia en el 951, O tó n se ap o d eró de la oposición este-oeste surgida en la época otoniana. Se había term inado la era de
corona de Italia y se casó con la últim a reina legal del rein o , A delaida. E n el los grandes trastornos; todos los b árbaros se habían integrado en reinos cristianos
961, llam ado p or el p a p a , que q uería liberarse de los señores ro m an o s, en tró en que dirigían sus m iradas hacia R om a. E l Im perio ya no representaba a la cristian­
Rom a y se hizo coronar em p erad o r. Ello o curría el 2 de fe b rero del 962. A cto ; dad: la R om a antigua, tom ada en el 410, había m u erto del todo y la R om a franca
i
seguido, d em o stró ser el dueño de la situación al p rom ulgar un edicto q u e colo­ de 1 año 800 no logró rehacer la unidad. E n cam bio, los program as políticos y
caba las elecciones pontificias bajo su co ntrol: en adelante, ningún p ap a p odía rel i giosos elaborados en el curso del siglo ix estaban a punto. Su aplicación en
ser consagrado si no había prestad o a n te rio rm e n te ju ram en to de fidelidad al em ­ el siglo xi dem uestra que el fracaso carolingio no fue m ás-que un a peripecia sur­
p erad o r. R establecía así las am biciones de C arlom agno y la práctica de L otario gida de las invasiones y de las am biciones de la nobleza. Los im perios Carolingio
I en el 824. P o r o tro lad o , tom ó el mismo título que el ilustre fundador: «em pe­ y O toniano fueron una etap a indispensable en la reconstrucción del E stado. E n
rad o r augusto». Por el m om ento, nadie observó que aquel im p erio se reducía a' efecto, el auge de los principados y el triunfo de las estructuras feudales no pue­
los países germ ánicos e italianos. A dem ás, las rebeliones de los príncipes italianos den explicarse sin la intervención de C arlom agno y de sus sucesores. P o r eso es
y de los papas d em u estran que el parecido e ra engañoso. Sin em bargo, después im portante analizar por qué los coetáneos tuvieron la im presión de que los tiem ­
de nuevas expediciones p ara so m eter Italia, hizo 'consagrar a su hijo O tó n II y se pos del em perador de la b arb a florida habían sido u na edad de oro que acabó en
apoderó de A pulia y C alabria con el objetivo de o b ten er a cam bio la m ano de una edad de hierro.
la princesa bizantina T eófano p ara su h eredero (972). E n el m om ento de su
m uerte (973) era el soberano m ás p o deroso de E u ro p a , p ero no había recreado
el Im perio F ranco de Carlom agno; solam ente h ab ía fundado u n Im p erio R om ano
G erm ánico.
P or o tro lado, el único rein o que no le perten ecía, F ran cia o ccidental, era
-prácticam ente su p ro tecto rad o . E n efecto, los reyes carolingios restau rad o s, en
particular Carlos el Sim ple (893-922) y Luis IV de U ltra m a r, in te n ta ro n a p o d erar­
se de L orena para volver a te n e r unos cim ientos políticos y territo riales sólidos.
Pero a consecuencia de ello cayeron e n la d ependencia de los reyes de G erm an ia,
qu e no podían to lerar aquel crecim iento. E n el año 954, el jo v en císim o hijo de
L uis IV , L o tario , pasó a la tu tela de B ru n o n , arzobispo de Colonia. C om o su
p a d re y su abuelo, L otario volvió a e m p ren d er aquella política de c o n q u ista con­
denad a al fracaso. Pero la causa de tal política e ra n los crecientes progresos de
la fam ilia de los robertianos. E n efecto, R o b erto , herm ano de E u d es, o btuvo la
realeza en los años 922-923; su hijo , H ugo el G ra n d e , al que los fracasos h ab ían
hecho p ru d en te, a len tam en te: acechaba el m o m en to en que L o ta rio se en ­
con trase red u cid o 'al m áxim o. A l ser n o m b rad o d u q u e de los francos (del L oira
a F landes) y al ser teóricam ente d u q u e d e A quitania y de B orgoña, e ra m ás p o ­

i i!
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 385

como h em os subrayado, no existía la distinción e n tre derecho público y derecho


p rivad o . Los dos fenóm enos se conjugaron y, por un efecto perverso, desem boca­
ro n en la privatización del E stado. '

L o s ta n te o s d e la s m o n a r q u ía s b á rb a r a s (s ig lo s V I - V I I )

Las m onarquías germ ánicas rep o sab an e n la libre elección del rey por los gue­
rreros e n función de sus aptitudes p ara ganar en la batalla. P o r eso la sucesión
dinástica, p ren d a de continuidad política, tuvo algunas dificultades p ara en raizar­
. se. E n H ispania, tras la desaparición de la fam ilia de los B althos, en el 531, la
C a p ítu lo 10 elección recayó e n m anos de los dignatarios del palacio de T oledo y de los obis­
pas. M ientras los prim eros se rebelaban sin cesar contra su propio elegido, los
L A « R E N O V A C IÓ N » C A R O L IN G IA segundos hicieron cuanto. p u d iero n p o r reforzar la m onarquía. A partir del 633
se reu n iero n concilios en T o led o , an te cada gran avatar, para asistir al rey, deli­
b e ra r sobre las cuestiones políticas y religiosas, votar las leyes que les eran pro­
Las dos prim eras generaciones de la época carolingia, la de Pipino el B reve puestas o que estaban en p rep aració n , juzgar los casos de alta traición, etc. Para
y la de C arlom agno d iero n indiscutiblem ente la im presión de que se estab a p ro ­ refo rzar la legitim idad real, el cuerpo episcopal practicó, siguiendo el ejem plo del
duciendo un v e rd ad ero despegue de la civilización. C onsideraron que su m undo p ro fe ta Sam uel, la unción real, reutilizada en tre el 621 y el 641. E n el 672 ya está
bárbaro y pagano se convertía en civilizado y cristiano. T rad u je ro n esta dilatación atestiguada com o norm al p o r el rey W am ba. Pero este fortalecim iento sacro de
y este bautism o de un m undo nuevo con un térm in o preciso, el de renovación. la legitim idad real no tuvo mucho efecto. Los nobles de origen visigótico consi­
E sta palabra, salida de un ren acim ien to intelectual que se buscaba desde fines guieron to m a r p arte en los concilios y el n ú m ero de laicos aum entó a expensas
del siglo vii, fue en particular utilizada en la expresión R e n o v a d o reg n i F ra n co - de los obispos de origen rom ano. E n el 711 esta inversión de la tendencia desem ­
ru m , renovación del reino de los francos. Los clérigos del e n to rn o de los prim eros bocó en un conflicto agudo en tre los hijos del rey W itiza y el nuevo elegido, R o ­
carolingios idearon la nueva form ación política no sobre los recu erd o s de la - d rigo, qu e fue fatal p ara la m onarquía visigoda.
R om a antigua sino a p a rtir de la respuesta de C risto a N icodem o (Juan, III,, 3): E n el caso de los lom bardos, la elección ta m b ié n prevaleció, despues del 584,
«Os hace falta nacer de arriba». A l p rim er nacim iento debe suceder un segundo con ocasión del restablecim iento de la m onarquía. P ero se practicaba u n a especie
nacim iento a través del agua d el bautism o. E ntonces aparece una criatu ra nueva de sucesión restringida gracias a la posibilidad que ten ían las m ujeres de transm i­
por segunda vez (re -n o v a tio ). Por consiguiente, el renacim iento carolingio fue tir sus derechos a la corona. É ste fue el caso a partir de T eodelinda hasta princi­
concebido com o el bautism o de una vieja sociedad b árb ara o com o la cristianiza­ pios del siglo viii. E l pueblo lo m b ard o , más próxim o a sus orígenes que el de los
ción de un m undo pagano y p ecador. Los m onjes y clérigos de Saint-M artín de visigodos, practicaba todavía en el siglo V I la asam blea de hom bres libres. E sta
T ours, Saint-D enis, Reims, C orbie, Corvey o Fulda estim aban que esta nueva re u n ió n del pueblo en arm as tuvo lugar aún en el .643, con ocasión de la procla­
sociedad debía ap arecer prim ero en el m arco de un nuevo E stado y u n a nueva m ación del edicto de R o tario . M ás ta rd e , las reuniones de duques o g a sta ld i (‘in­
Iglesia. L a refo rm a política no consistía sólo en reinventar el Im p erio y e n volver ten d en tes de las propiedades reales’), obispos y abades sustituyeron a las de hom ­
a crear la m onarquía, debía transform ar todas las estructuras políticas y eclesiás­ bres.lib res. R atificaban los tratad o s, elab o rab an los textos de leyes y ejercían así
ticas. Se m anifestó adem ás a través de un indiscutible florecim iento artístico e u n efectivo derecho de control sobre el rey. E n cuanto a las m onarquías tribales
intelectual: el p rim er ren acim ien to de n u estra historia. P ero surgió en g ran parte anglosajonas, éstas eran aún m ás germ ánicas e incluso escandinavas en su concep­
de las lecciones y de las innovaciones de fines de la época m erovingia. ción. E l térm ino de e y n in g o c y n g (m ás tarde k in g ) significa ‘hijo d e ’, ‘m iem bro
de la fam ilia’. E llo p rueba qu e e ra rey todo aquel que poseía una genealogía, Ja
cual re m o n ta b a la m ay o ría de las veces al dios W otan. E x istía, pues, un carism a
¿Volver a crear el E stado ? pagano de la m onarquía. P ero tam b ién allí las necesidades de la guerra hacían
q u e la heredabilidad real no fuese autom áticam ente practicada. A fines del siglo
Es p a rtic u lá m e n te so rp ren d en te le e r en la o b ra del h isto riad o r G regorio de vii , en particular, parece corriente la elección de un jefe de guerra. Se tratab a
T ours el térm ino r e s p u b lic a , el E stado, co n stan tem en te aplicado al Im p erio R o­ casi siem pre de que los nobles escogiesen e n tre los hijos del rey difunto. E n tre
m ano de O riente. A su m odo de ver, la m o n arq u ía franca no puso e n pie un los doce reinos anglosajones existentes hacia el año 600 se puede incluso constatar
E stad o . H em os visto que la sociedad rom ana in te n ta b a co n stan tem en te escapar la coexistencia de tres a cuatro reyes en el in terio r m ism o de Sussex o de Essex.
de la influencia estatal y que acabó p o r conseguirlo. E n las leyes germ ánicas, tal A pesar del títu lo de b retw a ld a (‘d o m inador de los b reto n es’) que se arrogaban

25. —FOSSIER, 1
386 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

algunos reyes, ninguno consiguió alcanzar verdaderamente una posición dominan­


te. Además, cada uno era asistido por un consejo de sabios (witenagemot) que
promulgaba con él la ley del reino. Así se hizo con la ley de Kent, bajo el reinado
de Ethelberto, o con el nuevo código de Wihtred de Kent, en el 695. En la misma
época, alrededor del rey Iná se agrupaban obispos y jefes de familias nobles que
ocupaban importantes funciones. Visiblemente, esta asamblea sustituía a los sa­
cerdotes paganos y a los guerreros libres que rodeaban al rey originariamente. En
Escandinavia nada había cambiado, el rey estaba incluso completamente sometido
a la decisión de la asamblea tribal, reunión de sacerdotes y guerreros.
Quizás sólo la monarquía merovingia intentaba escapar a las concepciones pri­
mitivas del «Estado» germánico. Los sucesores de Clodoveo, utilizando a fondo
el carismá pagano de ios cabellos largos y de la dinastía siempre victoriosa, capaz
de distribuir el botín en abundancia, procuraron eliminar el reparto del reino en­
tre los herederos. A esa concepción del reino, propiedad privada de un jefe ven­
cedor, se la llama «patrimonialidad» y condujo a las guerras civiles que hemos vis­
to durante la segunda mitad del siglo vi. Clotario II y Dagoberto se esforzaron
con éxito en suprimirla mediante asesinatos sin piedad. Pero a partir de la muerte
de Dagoberto, el reparto reapareció. En el 614 el edicto de Clotario II, que es­
tablecía que todos los altos funcionarios debían ser originarios del territorio ad­
ministrado, bloqueó lentamente la unidad monárquica. Por otra parte, el resurgi­
miento del reparto en el 640 hizo revivir el bloque Neustria-Borgoña contra Aus-
trasia, mientras que Aquitania y Provenza se alejaban irremediablemente de las
capitales merovingias. Ciertamente, a partir del 687 no hubo más que un solo rey,
Teodorico III, pero como el intendente de los dominios reales, el «mayordomo de
palacio» Pipino II de Heristal, había tomado el poder efectivo, esta unidad era pu­
ramente ficticia. En efecto, en Neustria y otras partes, las facciones aristocráticas
eran totalmente independientes. La asamblea de hombres libres que Clodoveo y
sus sucesores reunían regularmente antes de cadq campaña militar, y que se lla­
maba Campo de Marte en honor al dios de la guerra, sólo era controlada en Aus-
trasia, allí donde Pipino conducía continuas ofensivas contra sus adversarios los
frisones y otros vecinos germánicos. Fue en esta época cuando los pipínidas difun­
dieron la leyenda de estos reyes merovingios holgazanes llevados por carros de
bueyes de dominio en dominio. En realidad, el jefe de guerra había reducido al
rey a este estado de dependencia, y como no osaba tocarlo a causa de la legiti­
midad que le daban los obispos, intentaba ridiculizarlo. En resumen, a principios
del siglo VIH, por todas partes la monarquía se encontraba en estado de debilidad
o de crisis abierta, literalmente privatizada por las facciones nobiliarias o las asam­
bleas de altos funcionarios. Sólo permaneció poderosa donde su fuente seguía ma­
nando: la guerra. La paz terminó por destruir la monarquía germánica.

El Estado en manos de intereses privados (siglos Vil-VIH)

Además, se desarrollaba el nuevo fenómeno de los principados territoriales.


Sin tener en cuenta los reinos anglosajones, que nunca accedieron al estadio uni­
tario, los lombardos, los visigodps y los francos, todos conocieron el desmembra­
miento. En Hispania, la revuelta de Paulo, que se hizo ungir rey en Narbona en
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 387

el 672, es reveladora de esta tendencia. Los tarraconenses y los septimanos se


mostraban reiteradamente separatistas. En la Italia lombarda, la continuada inde­
pendencia del Friul, de la Toscana, de los ducados de Espoleto y de Benevento
es otra prueba de ello. El hecho de que tras la caída del reino visigodo un prin­
cipado de Murcia se mantuviera, bajo la dirección del noble Teodomiro, durante
un cierto tiempo, demuestra que esta fragmentación dependía de la presencia de
poderosos jefes locales. Por otra parte, Elispania renacería gracias a uno de ellos:
Pelayo. Pero el fenómeno tenía una mayor amplitud en la Galia. Ya en el 656,
en Aquitania la dignidad y la función de patricio de Toulouse dieron lugar a un
principado romanizante que en tiempos de Eudes (hacia 700-735) se transformó
en un virreino. Igualmente Alamania, Turingia y Baviera reencontraron su anti­
gua independencia con una dinastía local. La Frisia, que en parte había sido con­
quistada por Pipino II, recuperó su territorio en la desembocadura del Rin. La
Borgoña se fragmentó en pequeños ducados, y aprovechando la lucha contra el
Islam un patricio se puso al frente de la Provenza. En resumen, por doquier apa­
recieron agrupaciones políticas autónomas que correspondían en cada caso a ras­
gos regionales caracterizados por su población o su civilización. En algunas regio­
nes, era el retorno a las tribus originales (turingios, vascos) o una nostalgia del
pasado romano real y ficticio a la vez (Aquitania); en otras partes era la afición
al poder de un noble ambicioso (Espoleto) o el desarrollo de actividades maríti­
mas originales (Frisia); en una palabra, todo concurrió a la multiplicación de estas
monarquías locales. En los países germánicos, la ruptura debida a la gran peste
no hizo sentir sus efectos, pero unas estructuras administrativas incompletas y la
ausencia de la noción de bien público produjeron los mismos efectos.
La concepción romana del funcionario sólo sobrevivió de forma plena y com­
pleta en la Italia bizantina, alrededor del exarca. Éste mandaba a los gobernado­
res civiles (judices), nombrados con la recomendación de los obispos y los nota­
bles de las provincias. Tenía también bajo su autoridad a los duques y funciona­
rios militares que él mismo nombraba.
La solidez del Estado romano-bizantino era envidiada por los visigodos y los
lombardos. Sus reyes imitaban los títulos y los fastos de la corte de Constantino-
pla. Pero en el caso de los monarcas de Pavía todo esto no llegó muy lejos. Como
no habían conservado un sistema fiscal, la treintena de duques dispersos por el
. reino se quedaron con las tierras de las que se habían apoderado y otro tanto
ocurrió con sus subordinados, los sculdhais. Los gastaldi no pudieron oponer mu­
cha resistencia, más aún cuando las farae, los clanes primitivos, habían desapare­
cido. Sólo quedaban los arimanni (‘hombres del ejército’) instalados en las tierras
del fisco. Éstos fueron puestos bajo las órdenes de los gastaldi, que tenían el de­
recho de juzgarles. Como el fisco había sido ampliado por las conquistas de Ais-
tulfo en la Liguria y en Emilia, este último pudo entonces imponer el servicio
militar a todos los súbditos de su reino. Esto permitió el fortalecimiento de un
embrión de administración central en Pavía alrededor de un «mayordomo de pa­
lacio», un chambelán, un condestable y un senescal, jefe de los criados. Estos
oficiales privados existían en todas las demás cortes germánicas con títulos diver­
sos. En la Hispania visigótica eran llamados «conde del Patrimonio», «conde del
Tesoro», quien se encargaba de la tesorería junto con los «condes de las cáma­
ras», el «conde del establo» para la remonta de los caballos y el «conde de los
388 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 389

espatarios» para la guardia personal del rey. A esto se añadía una cancillería con Esta privatización del Estado se extendía incluso a la Iglesia. Hemos visto cuá­
un «conde de los notarios» para tomar documentos por escrito. En la Galia, la les eran los esfuerzos de los reyes por nombrar los obispos. Era normal que inten­
cancillería estaba en manos de un refrendario. Visiblemente, en Hispania existía tasen apoderarse del único poder ajeno al suyo! Además, los obispos, teniendo
la distinción entre lo público y lo privado, ya que se distinguía entre el tesoro, en cuenta sus cargos y la codicia de los poderosos hacia las tierras eclesiásticas,
público y la cámara del rey. Asimismo, en la administración local existía todavía buscaron la forma de hacer garantizar sus bienes por los monarcas. En particular
el conde de la ciudad, vieja institución romana, ayudado por los vicarios; pero °btuvieron de los reyes francos exenciones de impuestos, donaciones de talleres
hay que subrayar que los condes de los ejércitos eran comandantes divisionarios monetarios y títulos de inmunidad que prohibían a todo conde ejercer su función
de los ejércitos provinciales. La distinción entre lo civil y lo militar existía aún en los patrimonios de los obispados y más tarde de las abadías. El obispo o el
porque la percepción de impuestos directos continuaba en la península ibérica en abad cumplían entonces las tareas del funcionario y rendían cuentas directamente
el siglo viii. En cambio, su desaparición gradual en la Galia e incluso en Aquita- al príncipe. La Iglesia secular, más tarde la regular, entró así en el juego del po-
nia, donde los príncipes los hacían recaudar por los judíos, permitía al conde de ,der. Los pipímdas se apoyaron en gran parte en los monasterios. Carlos Martel
la ciudad acumular, por ósmosis con su homólogo germánico, el grafio, activida­ fue aún más lejos y nombró fríamente laicos al frente de obispados o de monas-
des militares, judiciales y financieras. Así se explica su tendencia a la usurpación. ferio^ que fueron así transformados en bases de poder político a su servicia U n
En el siglo vm, muchos condes de la_ Galia merovingia, en particular en las fron­ pariente llamado fue nombrado a la vez obispo de Ruán, abad de Jumiéges
teras, se convirtieron en verdaderos potentados locales. Pero aun cuando en la y de Milon, otro aliado de la familia, sin estar consagrado, acu-
Hispania visigoda sobrevivían la noción de funcionario y la separación entre con­ mutó durante 40 años los obispados de Tréveris y de Reims, así como el abadiato
des civiles y condes militares, es sorprendente encontrar la vieja tendencia a la de Mettlach. En las regiones mediterráneas, supuestos obispos ocuparon las se­
deserción. El rey Égica era incluso tan impotente contra esta práctica que se vio des, cuando en realidad llevaban una vida de jefes de guerra, hasta el punto de
forzado a enrolar en sus ejércitos a los clérigos y esclavos de los dominios reales. que más tarde los redactores de las listas episcopales se negaron a inscribir en
Así, bien sea por impotencia de una administración central todavía privada o por ellas sus nombres. Se había ido mucho más lejos de la compra de obispados (la
exceso de poder de una administración central pública, la monarquía no era obe­ simom'a) que estigmatizaba Gregorio el Grande en un carta a la reina Brunequil-
decida a menos que incrementara las tierras de su fisco y que adoptara el sistema da. lá ctica m en te, la Iglesia era arrastrada hacia su privatización por el Estado,
del soldado-campesino. e mcluso ya que los grandes propietarios nombraban a los curas de sus
En Inglaterra, la casa del rey era aún más de orden privado que la de los me- Eigenkirche (iglesias propias). La crisis de la monarquía comportaba la del obis­
rovingios. Como en el caso de los francos, los príncipes atraían a los hijos de las pado y la del abadiato. Todo favorecía al príncipe guerrero que sabía hacerse
familias nobles, les alimentaban y les educaban, esperando obtener, a partir de es­ respetar y encontrar nuevos medios de mandar y recompensar.
tos jóvenes, adultos que fuesen servidores fieles y agradecidos. En sus palacios de
madera, las funciones de botellero y copero pare'"ían más importantes que las de
administrador de los dominios, el chambelán y el condestable. Evidentemente, ' Una solución: el Estado cristiano y legislador
todo sistema fiscal había desaparecido y los impuestos habían sido privatizados y
asimilados a los otros tributos que pagaban los campesinos por sus tierras. El rey Pipino el Breve tuvo como consejeros políticos a dos obispos: Bonifacio y
tenía sus propios dominios. En todos los demás obtenía rentas en alimentos Chrodegang. Carlomagno se apoyó en Alcuino, un monje anglosajón. Luis el Pia­
feorm, del latín firma) suficientes para alimentarle a él y a su mesnada durante doso hizo venir a su lado a Benito de Aniarte, un monje hispano-visigodo, y más
un día y una noche: los aldeanos depositaban en el tun del rey cerveza, trigo, ga­ tarde a Adalardo, abad de Corbie. Carlos el Calvo se apoyó a veces en el muy
nado, miel y queso, como lo prueban las leyes de Ina del 690. Este feorm (que molesto arzobispo de Reims, Hmcmar. Hemos visto el papel que jugaron en la
ha dado ferme en francés y farm en inglés) era a veces conmutado en moneda. Por reaparición del Imperio y de la monarquía, y cómo los convirtieron en propiedad
último, se le añadían los tributos de los pueblos vencidos. Cada rey se desplazaba de la Iglesia. Pero cuando quisieron reconstruir el Estado chocaron con la con­
de un dominio, cercado por un seto, a otro para consumir estas provisiones. Por cepción de los francos que acabamos de describir, especie de condominio de los
su parte, los merovingios hacían otro tanto y la leyenda de los reyes holgazanes hombres libres y el rey que habían conseguido someter otros pueblos, y cuyo po­
es una buena prueba de estos viajes de una tierra a otra. Así, en el siglo vil, des­ der sólo era respetado en la medida que aportaba la victoria, el botín y la pros­
provistos de una verdadera organización central, los reyes anglosajones no deja­ peridad. Pipmo y Carlos conservaron cuidadosamente sus prerrogativas, sobre
ron de elaborar algunos elementos de administración local. Hacia el 690, algunos todo el derecho de ban, derecho de castigar y obligar al que no obedecía, y su
nobles recibían en Wessex un scir (más tarde shire, condado). Quizás opuesto, la gratia, favor real que se manifestaba en regalos suntuosos a los amigos
se trataba ya de una circunscripción territorial que tenía como subdivisión la cen­ leales. Pero es evidente que en un reino en expansión estas simples relaciones de
tena, que ya existía en el norte del reino franco. Pero no podemos afirmar nada jefe a guerrero no podían ser suficientes. Carlomagno puso de nuevo en vigor,
por falta de pruebas. Allí, «el Estado» germánico aún estaba en la fase de comu­ al menos en tres ocasiones, en el 789, el 793 y el 802, los juramentos de fidelidad
nidad sin domicilio fijo y con la violencia como única institución de base. a la manera romana. Todos los hombres a partir de los doce años juraban ante
390 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

el conde local no hacer nunca nada que pudiera poner en peligro la vida del rey.
Pero estas prestaciones de juramento fueron mal comprendidas porque su formu­
lación era negativa, aunque cada vez fuera precisada y mejorada. Algunos creye­
ron que el soberano las exigía porque tenía necesidad de apoyo y esto fue inter­
pretado como un signo de debilidad. Otros creyeron que, no habiendo prestado
juramento, no debían obedecer. Carlomagno y sus consejeros también se esforza­
ron en dar a conocer y aplicar sus decisiones de diversas maneras. La primera
fue convertir a sus consejeros eclesiásticos en verdaderos expertos políticos. En
el 813, el último'Capitular de Carlomagno ordenaba que los condes, los jueces y
el pueblo asistieran al obispo en sus funciones judiciales, ya que sólo él sabía
adonde debía ir la sociedad. Así, durante el reinado de Luis el Piadoso, el térmi­
no latín res publica, el Estado, fue «renovado» con la adición del término chris-
tiana. El Estado no podía existir si no era cristiano. Para conseguirlo, tal como
dice un capitular de 823-825, el emperador velaba por la Iglesia, mantenía la paz
y la justicia; pero de hecho, la carga estaba dividida de tal manera que «cada
uno, allí donde habite y en el rango social donde se halle situado, sepa que tiene
una parte del peso, de lo que resulta —dice el emperador— que yo debo ser vues­
tro admonitor y que vosotros debéis ser mis auxiliares». Todos los súbditos de­
bían colaborar al buen funcionamiento del Estado, empezando por los escribanos
eclesiásticos que proponían Espejos de los príncipes, verdaderos manuales de po­
lítica para uso de los miembros de la familia real. Smaragdo, Agobardo, Jonás,
obispo de Orleans, e Hincmar contribuyeron ampliamente a esta educación. Ar-
nulfo, rey de la Francia oriental, en el sínodo de Tribur, en el 895, no dudó en
definir esta concepción como un arte de «gobernar según el derecho eclesiástico».
La base del Estado carolingio era, pues, en primer lugar, de esencia espiritual y
eclesiástica.
A la ley de la Iglesia se añadía la ley laica. Esta verdadera repatriación del
Estado desde el Oriente bizantino hasta la Europakdel norte se acompañó de una
búsqueda de unidad en la legislación. Carlomagno volvió a ocuparse de la vieja
asamblea anual de hombres libres, que Pipino el Breve había transferido del 1
de marzo al 1 de mayo, en el 756. El «Campo de mayo», llamado también «asam­
blea general», era la ocasión, antes de partir de expedición, para ver causas im­
portantes y anunciar a los grandes, laicos y eclesiásticos, las decisiones reales y
luego imperiales. Se enviaba una lista de proposiciones a los nobles y clérigos,
que las discutían separadamente y reconocían si eran conformes a derecho. En­
tonces eran proclamadas en voz alta delante del pueblo en armas, después pues­
tas por escrito, capítulo por capítulo (capitula). Esta enumeración en pequeños
parágrafos dio al texto, copiado en cuatro ejemplares, de los cuales uno era depo­
sitado en los archivos de palacio, el nombre de «capitular». Las decisiones eran
aplicables inmediatamente después de su proclamación verbal por el soberano, a
causa del derecho de ban que le permitía mandar y castigar.
Pero ahí Carlomagno innovó, para, hacer sus decisiones aún más eficaces. Las
hizo escribir para reforzar la orden verbal e incluso para reemplazarla, ya que
hasta entonces pretendían obedecer sólo los individuos presentes durante la pu­
blicación de las leyes. Los capitulares fueron mucho más instrumentos de regla­
mentación administrativa que actos legislativos. Algunos concernían exclusiva­
mente a' Italia. Fueron documentos dé referencia copiados, difundidos e incluso
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA
391

releídos en el interior de cada condado. Recurriendo al documento escrito, Car­


lomagno prolongó el alcance de sus decisiones. En el campo de las leyes propia­
mente dichas, mantuvo la personalidad de las mismas. A lo largo de todo el Im­
perio y a pesar de las protestas de Agobardo, arzobispo de Lyon, quien hubiera
querido una ley única a la manera romana, los antiguos códigos continuaron sien­
do aplicados. Mientras los romanos conservaban sus leyes, igual que los hispano-
visigodos en Septimania, los bávaros, los burgundios o los lombardos, Carlomag­
no hizo correcciones y suplementos a las leyes francas, alamánicas y bávaras.
Hizo poner por escrito la ley de los frisones y la ley de los sajones. En cada pro­
ceso mixto que opusiera a un miembro de una comunidad étnica a uno de otra,
éste debía declarar, antes de que empezara la audiencia, de qué ley dependía.
Señalemos sin embargo que toda la gente de Iglesia dependía, fuera cual fuera
su origen, del derecho romano, así como de las decretales pontificias, cuyas colec­
ciones se acumularon en el curso del siglo ix. El clero realizó en efecto un esfuer­
zo legislativo y reglamentario mucho más importante que el de los laicos.

Un extraordinario esfuerzo por tomar las riendas

El gobierno imperial de Carlomagno y de Luis el Piadoso fue pues un intento


constante por salir de la herencia primitiva y hacerla evolucionar hada una mayor
unidad dentro de un espíritu romano. Pero la búsqueda de centralización no llegó
hasta la uniformización. Dejaron subsistir en el interior del Imperio reinos como
Aquitania, Italia y Baviera, primero prefectura y después reino. Cada uno de lo
que se ha convenido en llamar un virreino tuvo su propio gobierno central, su
corte y sus iniciativas particulares, en la medida en que el emperador del momen­
to los toleraba. D e todas formas, éste conservaba siempre una posibilidad de in­
tervención directa en el interior de estas entidades políticas oficialmente someti­
das a los francos, e incluso, como hemos visto, en el patrimonio de san Pedro.
En cambio, esta descentralización relativa necesitaba de una sede central de go­
bierno. La monarquía itinerante, que se desplazaba de gran dominio en gran do­
minio estatal, fue siempre practicada en los virreinos, pero terminó por ser aban­
donada por Carlomagno. Escogió el fisco de Aquisgrán, una estación termal gala
y luego romana situada a ocho leguas (32 km) del puerto fluvial muy frecuentado
de Maastricht, en el centro de los dominios patrimoniales carolingios. Allí residió
todos los inviernos a partir del 794 y después todo el año, a partir del 807 y hasta
su muerte. La construcción de un palacio y una capilla concretó el nuevo progra­
ma ideológico imperial y el poder político del conquistador. Aquisgrán simbolizó
siempre, a partir de entonces, un imperio laico, por oposición a Roma, la ciudad
de lo sagrado, la capital religiosa. A partir del 840, las necesidades de las guerras
convirtieron de nuevo a los reyes en viajeros. Carlos el Calvo intentó también
hacer de Compiégne su capital, pero no lo consiguió, mientras que Hincmar con­
seguía hacer de Reims la capital religiosa del reino de Francia occidental.
En el palacio, a la vez residencia y entorno, fue instalado un gobierno central
aún mal demarcado del de los reyes merovingios. El «mayordomo de palacio»,
demasiado peligroso, desapareció. Pero dentro de la clásica confusión entre car­
gos privados y cargos públicos, el senescal (sinisskalk, el criado más viejo) se ocu-
392 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

:p

1, Calle principal 2. Puerta monumental 3. Edifiiciode unión •


4. Aulapalatina 5. Galería con pórticos 6. Tórrela con escalera
7. Capilla palatina
3. W astbsu antecuerpo occidantal enmarcado por dosterres con escaleras
9-10. Airium con exedras
11-12. Edificios anejos, probablemente m etatorium (tt) y se cr$ tB rím (i2 )
13,Curia(?) 14, Pórtico 15. Galería de unión, de madera
16-17. Edificios da entramado o madera
10-19. Termas imperiales 10. Fuente d el emperador 19. Fuente de Quirinus
20. Fundación délastarmas romanas.

— Construcciones carolingias conservadas —~ “ Limite del palacio carolingio


m .
-------Trazado da las calles romanas

Plano del palacio de Aquisgrán


i?,

paba del aprovisionamiento de la mesa y, junto con el botellero, del suministro


de los vinos. Al mismo tiempo supervisaba la gestión de las tierras fiscales me­
diante los domestici, verdaderos administradores de los grandes dominios reales.
El «chambelán» continuaba ocupándose del tesoro privado del soberano, pero
entonces era ayudado por «sacelarios» que vigilaban las entradas en numerario';
El condestable, con dos mariscales, aseguraba la remonta de los caballos y el
transporte para el abastecimiento del ejército. Recién incorporado, el conde de
palacio sustituía al soberano cuando se ausentaba para resolver los procesos de
súplica que se multiplicaban, y debía utilizar, como el chambelán, los servicios
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 393

de algunas oficinas rudimentarias. Todos estos grandes oficiales laicos podían re­
cibir de improviso el encargo de una misión diplomática o un mando militar. Por
último, el emperador podía convocar a sus vasallos o a los grandes (proceres),
laicos o eclesiásticos, para pedirles su consejo. Y eran numerosos los porteros
encargados de levantar o bajar las cortinas ante cada solicitante o embajador que
llegara para pedir una audiencia.
El personal clerical, ocupado sobre todo en estimular el renacimiento del do­
cumento escrito y de la correspondencia, estaba agrupado en la Capilla. Éste or­
ganismo religioso tenía como finalidad primitiva conservar la más insigne reliquia
del reino de los francos: el manto de san Martín o, más exactamente, la mitad
que quedaba, la «capa». La Capilla era dirigida por un abad o un obispo de im­
portante familia, Fulrad con Pipino el Breve, Angilram y luego Hildebold, fueron
consejeros importantes, en el reinado de Carlomagno. El gran capellán tenía, en­
tre sus clérigos, notarios que registraban en notas abreviadas (llamadas tironia-
nas, del nombre del liberto de Cicerón) las deliberaciones y decisiones, y que
luego redactaban en forma oficial los documentos y diplomas reales. Su jefe, el
protonotario, que vigilaba también el envío de la correspondencia oficial y la pu­
blicación de la legislación eclesiástica, hacia el año 808 acabó por tomar el título
de canciller. Este nombre le venía de que, en la capilla, se situaba delante del
cierre de piedra calada, llamado «cancel», que separaba a los clérigos de los lai­
cos. En época de Luis el Piadoso, con el desarrollo de sus servicios, incluso fue
llamado archicanciller. Cuidaba de los archivos del palacio-, donde eran conserva­
dos todos los documentos enviados al rey y las copias de todos los que él expedía.
La orden emanada del palacio era inmediatamente ejecutable al nivel de la
unidad principal de la administración local, el condado. Según las últimas inves­
tigaciones, parece que en el Imperio se podían enumerar cerca de setecientos
condados, llamados pagi o bien, en la zona germánica, gau. En algunos casos
excepcionales pagi y gau eran subdivisiones de condados. Visiblemente, eran las
antiguas ciudades romanas convertidas en diócesis o los antiguos territorios triba­
les. En Germania, la red de los condados no era aún estrictamente continua.
Cada condado era dirigido por un conde nombrado por el rey, pagado por él,
desplazado según su voluntad o revocable por una falta cometida. El cargo, lla­
mado honor, como en el Imperio Romano, o bien aun ministerium (oficio, servi­
cio) , era remunerado de varias maneras. El conde obtenía el usufructo de bienes
territoriales imperiales, llamados también por asimilación honores o incluso res
de comitatu, que estaban situados dentro de su circunscripción. Recibía un tercio
de las multas inflingidas a los justiciables y un tercio de los peajes percibidos en
su territorio. Como las multas eran en general fijadas al tercio de la composición,
el conde de hecho conservaba en su poder la novena parte de la suma desembol­
sada por el condenado. Finalmente, tenía derecho a un tercio de las multas inflin­
gidas por la ruptura del ban real, es decir veinte sueldos de los sesenta previstos.
Sus ingresos eran pues muy importantes. Los condes estaban investidos de pode­
res múltiples: ejecutaban las órdenes reales y cada primavera convocaban los
hombres libres al ejército (hueste, del latín hostis, el enemigo). Aseguraban la
presidencia de un tribunal real, el malí público, a razón de al menos tres sesiones
por año, en cada subdivisión del condado, para todas las causas mayores que im­
plicaran asesinatos, adulterios o traición. A menudo, incluso eran llamados para
3 94 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0

una misión especial y se ausentaban de su condado al menos tres o cuatro meses,


aunque sólo fuera para conducir los soldados al lugar de concentración de las
tropas.
Sus funciones eran tan numerosas que a fines del reinado de Carlomagno apa­
recieron unos subordinados, los vizcondes, encargados de sustituirles en su ausen­
cia. Pero éstos sólo existieron en la Galia. De todas formas, en territorio latino,
el conde se apoyaba en vicarios (vicarii) encargados de causas menores (juicios
de deslindamiento, robos, etc.), y en territorio germánico, en «centenarios», res­
ponsables de una pequeña tropa de hombres encargada de hacer reinar el orden,
Vicarios y «centenarios» formaban un tribunal cada quince días. En conjunto, el
conde y sus auxiliares debían formar un personal administrativo de unas doce per­
sonas. Esto permitiría suponer que el Imperio Carolingio disponía de unos ocho
o nueve mil funcionarios públicos, cifra que, como se ve, es inferior a la del Im­
perio Romano tardío que mantenía, recordémoslo, sobre una superficie un tercio
más grande, quince mil funcionarios, de los cuales dos mil sólo en Tréveris. En
resumen, la administración carolingia, con el personal de Aix cuyo número igno­
ramos, debía quizás igualar la de la Romanidad tardía. Así, el retraso político de
las monarquías bárbaras había sido borrado.
No olvidemos tampoco que existían otros grandes funcionarios. Carlomagno
conservó la institución merovingia de los duques, o bien creó condes especiales,
llamados condes de la marca (M a rk g ra fde donde procede marqués). Les confió
varios condados situados en zonas fronterizas peligrosas. A la vez que administra­
ban su propio condado tenían autoridad en lo civil y en lo militar sobre los de­
más , para poder responder rápidamente a las amenazas de invasión antes de que
el rey o el emperador hubieran tenido tiempo de ser prevenidos. Las marcas más,
importantes fueron las de Hispania y Bretaña, así como las que fueron estableció
das frente a los daneses, los wendos y los ávaros. En resumen, cada marqués era
el jefe de la administración en el territorio que le había sido concedido. Allí re­
presentaba la autoridad real. No es sorprendente que en Germania, ya en 891,
Poppon haya sido nombrado marqués por Arnulfo, igual que Liutpold, en B avie­
ra, en el 898, y que hayan sido siempre considerados funcionarios fieles por el
rey, mientras en Francia occidental, Roberto, marqués de Neustria en el 893, o
Ricardo, marqués de Borgoña, sólo hacían lo que les venía en gana. La adminis­
tración imperial, con el conde, no era sólo romana de espíritu, también era de
esencia germánica con esta concepción muy descentralizada de los poderes civiles
y militares.
Esta imbricación de las marcas en los reinos y de los reinos en el Imperio fue
consolidada por la creación de los missi dominici. Estos enviados especiales del
soberano, ya documentados en época merovingia, fueron sistematizados por Car­
lomagno a partir del 775, y sobre todo después del 802, cuando su cometido de
inspección fue cuidadosamente delimitado. Circulaban en grupos de dos, tres y
a menudo más, y en general eran al menos un conde y un obispo. Velaban por
la publicación de'fos capitulares, presidían el tribunal en lugar del conde, inqui­
rían sobre los abusos de poder de este último, imponían sanciones y a continua­
ción hacían su informe al emperador. Escogidos entre los miembros de las gran­
des familias para que no fuesen tentados por la malversación o la venalidad, eran:
además íntegramente alimentados y transportados a expensas del antiguo cursus)
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA
395

Circunscripciones d e lo s missi dominici

En el 802
Límites del imperio carolíngio
Límites del reino de Aquitania
Límites de las missaíica

En el 827
Límites del imperio carolíngio
Límites delreino de Aquitania
Límites de las missatica

Limites del imperio carolíngio


Limites del reino de los
francos occidentales
Límites de las missatica
Límites del reparto de Verdún
3 96 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d ie v a l , 3 5 0 -9 5 0 LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 397

pu.bücus romano, con la ayuda de cartas de reqhíridto. Algunos estaban encar?a». les. El capitular de Villis, que ordenaba inventarios exactos de lo que debían ha­
dos de misiones ad hoc: inspeccionar los d °mmi°s reales en una i ' ^ 0^ inquirir. cer los campesinos en los dominios fiscales, y los célebres brevium exempla, un
sobre tal o cual conde. Pero a la mayor parte les fueron enc° mendad° s tem arios tipo de fichas descriptivas de los recursos disponibles en un fisco dado, aún están
denominados missatica. Estos territorios donde los missi eran nombrados regular­ ahí para probar el gran esfuerzo de productividad y conocimiento matemático de
mente todos los años correspondían, en el 802, a la Francia y la Borgoña <M los recursos del Imperio. La tradición romana de los catastros, relación de censos
norte. En el 827, alcanzaron el Rin, el Loira y el Ródan°. Por consiguiente, esta o de capitación se perpetuaba en los «polípticos» eclesiásticos. Los clérigos, los
institución centralizadora no entró realmente,y de manera continua en Aqui^nia, emperadores y los reyes debieron conocer, si no siempre el número de hombres,
ProVenza , Italia y Germanía. Se tiene pues la prueba de que el gobierno de Car- al menos la cantidad de fiscos y unidades territoriales (mansos) de que disponían.
lomagno y de sus sucesores sólo fue verdaderamente eficaz en la Galia del norte, La prueba está, como hemos visto, en el hecho de que los expertos que intervi­
allí donde justamente se encontraban las bases de su poder económico. El respeto nieron en el reparto del 843 tenían en las manos documentos que les permitían
de la autonomía de los reinos fue un medio de integrarlos a largo plazo, medio hacer una partición equitativa de las tierras públicas. Además, los tributos perci­
que por otra parte fue más tarde utilizado de nuevo por los capetos con la téchíra _ bidos en dinero por Carlos el Calvo para pagar la retirada de los daneses, en los
del «apanage». En todo caso, los missi dominici fueron tan eficaces que bajo el años 845, 860-861, 862 y 866, fueron cobrados a razón de una cierta tasa por cada
reinado de Carlos el Calvo, los grandes exigieron que se les diese posesi<°n de los tipo de manso. Para que las 6.000 libras de plata del danegeld del 866 fueran así
missatica donde intervenían. Sea como fuere, este debilitamiento de los missi do- percibidas era preciso que el gobierno central conociera el número exacto de uni­
minici no impidió que continuaran su acción en los tres reinos. En el 875 fodavla dades imponibles. El renacimiento de la escritura y de la cifra permitió, pues, a
existía uno en la ciudad de Cambrai y algunos son menci0nados aun en el siglo x . los carolingios llegar a una cierta eficacia en materia de hacienda.
Por orden de importancia, los fiscos, tierras públicas cultivadas e incultas,
iban en cabeza. Además de los bienes familiares, podían ampliarse por conquista
Intentar juzgar y buscar dinero en países como Sajonia o Italia, por desherencia, por confiscación a expensas de
los traidores o mediante condena judicial. Como estos dominios servían esencial­
La actividad esencial de estos funcionarios centrales y locales parece haber mente a la manutención de los reyes, al pago de los funcionarios y, como vere­
sido ante todo la justicia, incluso antes que la hacienda y el ejército. Por otro mos, cada vez más a la remuneración de los servidos de los vasallos, este capital
lado, fue en este campo en el que Carlomagno intervino más frecuentemente. territorial estaba constantemente amenazado de disminución. La guerra también
Sus capitulares incluyen numerosas prescripciones para mejorar la justicia adffil- era indispensable para mantenerlo. En otros casos, como en tiempos de Carlos
nistrada por el tribunal del conde. Suprimió los rachimbtifg^ hombres libres de Martel, los reyes podían lanzarse sobre las tierras eclesiásticas para distribuirlas
la comunidad aldeana que asesoraban en materia de y los reemplazó entre los nobles a fin de granjearse su fidelidad. Luis el Piadoso debió decidirse
por scabini (échevins), especie de jueces prófesjonales permanentes, a razón de a ello a raíz de las primeras revueltas. Sus hijos hicieron lo mismo y a fines del
siete por mall. Los primeros aparecen hacia el 774 en el norte de Francia. Para siglo IX casi todos los grandes dominios reales habían sido dispersados, mientras
compensar e incluso eliminar la prueba por «conjurados» (el acusado era absuelto que los de la Iglesia habían pasado a manos de los laicos. Sin embargo, podemos
si un mayor número de personas que las del acusador juraban que era híoOTteL señalar que la mayor parte de estos fiscos estaban situados en Neustria y Austra-
intentó desarrollar la prueba por testigos o aun la prueba por escrito. Pero las sia. Precisamente allí era donde se encontraban los últimos de que dispuso la di­
tentativas de eliminar la ordalía, prueba de origen pagano, destinada a resolver nastía. Carlomagno disponía de unos doscientos palacios, seiscientos fiscos y dos­
los casos dudosos, no tuvieron éxito. Se continuó haciendo andar al acusado des­ cientas abadías. Los otros ingresos estaban formados por el segundo tercio de las
calzo sobre nueve rejas de arado al rojo vivo o bie n para los más ricos, se siguió multas judiciales (!reda), por las multas por infracción al derecho de ban (cuaren­
con la práctica del duelo judicial con la ayuda de un campeón. Quien degoüaba ta sueldos sobre los sesenta restantes) o por no acudir al ejército (heriban). Ve­
al otro era absuelto, ya que la victoria era siempre considerada como una mter-' nían a continuación los impuestos indirectos, los peajes percibidos en puentes,
vención divina. Carlomagno organizó la apelación al rátrnnhí de palacio mediante por carros, en mercados o bien en puertos de montaña, a razón del 10 por 100
queja por falso juicio. Pero hemos visto cómo rápidamente el conde de palacio ad valorem. El conjunto era entregado al tesoro real, una vez descontada la re­
fue desbordado por la afluencia de causas. El príntipio del sistema judicial caro- muneración al agente encargado de percibir estos impuestos indirectos. Vista la
lingio , con sus dos distinciones, alta justicia (conde) y baja justicia. (vicario, «cen­ enormidad de las sumas (en particular los 60 sueldos), algunos debían pagarlas
tenario»), intacto durante el resto de la Edad Media, ¡ncluso después en especies, armas, caballos, esclavos, etc. La acuñación de la moneda real pro­
de su acaparamiento por los antiguos funcionario. Los hombres del conde o del porcionaba una media de doce denarios por los doscientos cincuenta y cuatro acu­
«centenario» hacían ejecutar la sentencia. ñados con una libra de plata. Los antiguos impuestos romanos, censo y capita­
La intervención de los emperadores fue aún más activa en el campo de la ha­ ción, no habían desaparecido. Pero, como hemos visto, entonces su montante era
cienda. Carlomagno y Luis el Piadoso, sin olvidar a sus consejeros, insistierohí fijo. Esta «costumbre» ciertamente aún existía en Aquitania, Provenza, Italia y
enormemente para establecer contabilidades escritas de sus posesiones toritofhí- algunas otras regiones, pues Carlomagno mandó hacer un inventario exacto allí
398 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

donde sobrevivía. Entre los ingresos «muebles» citemos además los regalos, a me­
nudo muy importantes, que los nobles debían hacer en el Campo de mayo, y los
tributos entregados por los bretones o el duque de Benevento (7.000 sueldos
anuales). Y no olvidemos los botines: fueron necesarios quince carros para trans­
portar los tesoros que los ávaros habían acumulado en su ring. En resumen, la
guerra y la importancia de los fiscos enmascaraban la necesidad de reanimar el
antiguo sistema fiscal romano que continuó, periclitándose, más aún cuando se
había convertid!) en un símbolo de servidumbre.

En definitiva, sólo el ejército sostenía al poder

La clave del sistema carolingio estaba pues en el ejército. Teóricamente, en


virtud del derecho de ban, todos los hombres libres podían ser convocados por
el rey en caso de invasión general. Debían presentarse armados a sus expensas
en el Campo de mayo, ya que la asamblea de los grandes coincidía frecuentemen­
te con la reunión del ejército. La movilización tenía lugar en tres tiempos: orden
de alerta, concentración bajo la dirección del conde y finalmente encuentro en el
punto de reunión general. Durante el reinado de Luis el Piadoso, para acelerar
el proceso, cada missus recibía la orden de alerta y la transmitía a los interesados,
que partían equipados dentro de las doce horas siguientes hacia la base de partida
del ejército. Las expediciones, casi siempre anuales, duraban como mínimo de
tres a cuatro meses. Era preciso prever requisiciones de forraje (fodrum), convo­
yes de carros cubiertos de cuero (bastarnae) capaces de transportar provisiones
para tres meses y armas y equipaje para seis. Cuando el peligro exterior estaba
más localizado, sólo eran convocados los vasallos de las grandes familias nobles,
del emperador, de los abades, abadesas y obispos. Para los hombres libres basta­
ba entonces el viejo sistema romano que consistía en pedir el envío a la hueste
de un solo hombre por cada cuatro mansos. Los que poseían menos se agrupaban
para llegar al mismo número de unidades territoriales y ayudar materialmente a
uno de ellos a marchar equipado. En las fronteras o marcas, el servicio era más
exigente. Todos los hombres libres estaban sujetos a la guardia (wacta) en las
torres o castillos. Unas unidades especiales, las scarae, compuestas por guerreros -
profesionales, estaban implantadas allí de forma estable. La disciplina era parti­
cularmente severa y la deserción en plena campaña (herisliz) era castigada con la
pena de muerte. Estos ejércitos contaban con numerosos soldados de infantería
armados con una lanza, un escudo, un arco y doce flechas. Pero tenían un papel
poco importante al lado de los combatientes a caballo, cuya función era provocar
el choque y la victoria final. Al lado de la caballería ligera de los bretones, sajo­
nes, austrasianos, gascones e hispanos, destacaba la importancia creciente de la
caballería pesada. Armados con una espada larga, un tahalí, una lanza y protegi­
dos por una broigne (‘loriga’), pesada capa de cuero cubierta de placas de hierro,
como mínimo eran propietarios o tenentes de doce mansos. Su armamento costa­
ba en líneas generales de treinta y seis a cuarenta sueldos, o sea el muy elevado
precio de veinte vacas. Carlomagno y Luis el Piadoso, sobre todo, utilizaron há­
bilmente estos combatientes a caballo acorazados. La mayoría de sus operaciones
militares consistieron en concentraciones de tres o cuatro columnas sobre un oh-
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 399

jetivo preciso, o bien, a la inversa, para las operaciones de pillaje, en la disper­


sión de un gran ejército desplegado, como los dedos de una mano, a través del
país a someter. Esta estrategia original explica el éxito de los francos.
El número de soldados fue también un elemento considerable del éxito. En
el 811, por ejemplo, cuatro ejércitos pudieron operar a la vez en el Elba, el D a­
nubio y el Ebro, así como en los confines bretones. Cada uno comprendía de seis
a diez mil soldados de infantería, más dos mil quinientos a tres mil combatientes
a caballo, de los cuales ochocientos iban acorazados. Sin movilización general, el
Imperio era capaz de poner en pie de guerra alrededor de cincuenta y dos mil
hombres, de los cuales doce mil eran combatientes a caballo. En resumen, se
estima que los emperadores podían reunir cien mil soldados de infantería y trein­
ta y cinco mil de caballería. Incluso si consideramos estos cálculos como demasia­
do optimistas, es cierto, de todos modos, que los carolingios tuvieron en sus ma­
nos un instrumento militar particularmente bien entrenado y ciertamente superior
a los sesenta y cinco mil hombres realmente eficaces de que disponía el Imperio
Romano tardío de Occidente. Por el contrario, estamos muy mal informados so­
bre las flotas de guerra. En el 811, Carlomagno restauró el sistema romano de
vigilancia costera en Gante, Boulogne y desembocaduras de la Gironda y del Ró­
dano, para luchar contra los escandinavos. Cada flotilla tenía tropas de embarco
dispuestas a partir a la primera alerta. N o tenemos ningún detalle sobre sus ope­
raciones pero a la vista de los resultados se puede dudar de su utilidad.
El ejército carolingio se cohesionó sobre todo por otra-iniciativa de Carlomag­
no: la introducción del vasallaje en el Estado. Recordemos la importancia de las
clientelas en el ascenso de la dinastía. Mientras estos vínculos eran de dominio pri­
vado y el beneficio era un regalo absolutamente gratuito del señor al vasallo, Car­
lomagno sistematizó la unión del beneficio con el vínculo personal. Exhortó a to­
dos los hombre libres a entrar en la obediencia de un señor por la ceremonia de
la encomendación. A cambio del servicio militar de este hombre, el señor estaba
entonces obligado a ofrecerle no ya su mantenimiento a domicilio como antaño,
sino el usufructo vitalicio de uno de sus propios bienes territoriales. El servicio del
vasallo se convertía también en la causa del beneficio. Toda una jerarquía de su­
bordinados se creó de este modo. Carlomagno mismo se vinculó a unos vasallos
reales (vassi dominici) a los que dotó («casó») con tierras fiscales. Considerando
que los bienes eclesiásticos le pertenecían, ya que los protegía concediéndoles el
beneficio de la inmunidad (es decir, mediante la prohibición a todo oficial público,
conde o duque, de ir a cumplir sus funciones públicas en aquellas tierras), exigió
a los obispos y a los abades que entrasen a su vez en los vínculos personales por
medio de la encomendación. Así se explica que estos grandes personajes eclesiás­
ticos hayan figurado en el ejército rodeados de sus propios vasallos. A través de
esa red de fidelidades entrecruzadas y centralizadas en su persona, el emperador
esperaba hacer reposar el edificio político en el respeto a la palabra dada, en la fe
jurada sobre los evangelios o sobre las reliquias y, sobre todo, en las obligaciones
mutuas del señor y del vasallo y en el llamamiento a los guerreros. No es menos
evidente que una doble contradicción minaba e incluso arruinaba esta forma pú­
blica vital: la que oponía un ideal cristiano pacífico a la obligación de saquear para
vivir y perdurar, y la que, a falta de medios para ser obedecido con seguridad, obli­
gaba al príncipe a caer en manos de las ambiciones privadas y las clientelas.
400 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 401

Reflejos empañados en tom o al Imperio haber derrotado a Carlos el Calvo en Bailan, hizo independiente a la Iglesia bre­
tona creando una metróp°lis eclesiástica en Dol. Instituyó y nombró condes y
Las formaciones políticas independientes del Imperio tuvieron unas estructu­ m¡ssi dominici. Sus f u j ^ Erispoé y Saloman, se proclamaron reyes. Vivían ro­
ras mucho menos completas. Las únicas que se les aproximaban eran las del reino deados de f i d ^ guerreros privados que les servían a la antigua manera céltica.
anglosajón. Alfredo fue de algún modo el Carlomagno de la isla, mucho más que Pero su esfuerzo por imitar la monarquía carolingia fue interrumpido por las in­
Offa. En el 780, este último había dotado al reino de una moneda fuerte, de vasiones y la Bretaña continuó de hecho viviendo bajo la dirección
plata, el penny (=penique), que inspiró la reforma monetaria de Carlomagno. de sus machtierns.
Igualmente, había inaugurado, contra los celtas del país de Gales, la técnica de Por el contrario, en Galicia y en Asturias, el reino neovisigodo continuaba las
- .í

vmm • vDaionw
una poderosa línea de fortificaciones de tierra coronadas por una empalizada, el prácticas gubernamentales del reino de Toledo. Nada cambió, ni siquiera el viejo
Dyke de Offa, que cerró la península a sus ataques. La Tribal Hidage, lista de impuesto romano, el tributum, que seguía cobrándose. Sólo desapareció la mone­
las hides (el equivalente del manso carolingio o de la hufe germánica) de toda d a mientras que las necesidades de la guerra omnipresente concentraban todos
Inglaterra, puesta por escrito en esta época, demuestra que la monarquía anglo­ los poderes en manos del rey. La monarquía se hizo pronto hereditaria en lugar

« * n n J U Wt
sajona era capaz de conocer las rentas imponibles sobre cada unidad territorial. de ser electiva. El ^príncipe estaba rodeado de gardingos que le habían prestado
A partir de Eigfrith, el hijo de Offa, consagrado en el 796, la unción real se con­ juramento de fidelidad. Todos los hombres libres le debían el servicio militar. El
virtió , a imitación de los francos, en un medio de consolidar la monarquía. Igual­ rey les daba armas o bien les pagaba concediéndoles una tierra del fisco (présta­
mente, la prerrogativa jurídica del rey fue puesta de nuevo en vigor por Alfredo, mo) . .Nombraba condes que tenían bajo sus órdenes sayones y merinos. Éstos
que publicó un código que recogía algunas leyes de sus predecesores, y que limi­ eran amovibles y administraban justicia en función de las leyes del Fuero Juzgo
taba el derecho de venganza (faide) y reforzaba las obligaciones debidas a los de Recesvinto. Incluso la Iglesia se hallaba totalmente en manos del soberano.
señores por sus hombres. El gobierno central de los reyes anglosajones es mal D el 755 al 1037, más de cien monasterios fueron fundados por los reyes asturia­
conocido, pero a nivel local sabemos que el eqldorman dirigía varios condados nos. Nombraban obispos e incluso creaban obispados sin intervención de Roma.
en el plano militar. En cada condado (shire) se encontraba un agente real, el shi- En resumen, el aislamiento de la monarquía y la necesidad continua de encontrar
re-reeve, que más tarde se convertiría en el sheriff. Presidía dos veces al año el hombres para luchar en el fossatum, la zona fronteriza desertizada que la separa­
tribunal de justicia delante de los grandes propietarios rurales, anunciaba las de­ ba del Islam ibérico, hicieron que los reyes cristianos hispánicos creasen un siste­
cisiones reales y recibía las rentas y tributos debidos al rey. Fue el agente princi­ ma mucho más centralizado. y mucho más obedecido. La nobleza no tenía tiempo
pal de la reforma militar decidida por Alfredo. Éste creó, como hemos visto, toda de implantarse en sus tierras. El clero meditaba sin cesar sobre las innumerables
una red de burgos fortificados. Cada uno debía ser construido y luego defendido miniaturas del A pocalipsis. U na sociedad sin clases, bajo la dirección de un rey
con la ayuda de los habitantes del país. El sheriff fijaba las contribuciones de cada guerrero al frente de campesinos-soldados, luchaba por su supervivencia.
cual en función de su riqueza. Finalmente, en virtud del fyrd, análogo a la hueste El régimen político del Imperio Otónida también se parecía mucho al de un
franca, el rey tenía el derecho de convocar a todos los sajones al servicio militar gobierno de guerra. Como hemos visto, no hacía más que imitar y reutilizar el
anual. Para obtener un ejército permanente, prefirió reclutar la mitad de cada . programa y las estructuras administrativas carolingias. Otón I, iletrado hasta los
contingente dos veces al año, durante tres meses. Además, para resistir a los da­ . treinta y cinco año^ guerrero y cazador, como Carlomagno, desplazó el Estado
neses, hizo construir una flota de guerra, utilizando las técnicas de los marineros carolingio a Germania, indiscutible progreso para una región que sólo habla co-
frisones. Finalmente, también aquí, los hombres libres fueron más o menos obli­ nociido el régimen carolingio en estado puro en Sajonia. Ya Enrique el Pajarero
gados a entrar en la encomendación de un señor propietario territorial (thane), había inaugurado su reinado con el lema Renovatio regni Francorum, renacimien­
forzado también a cumplir unas obligaciones militares. . to del reino de los francos. Como A.lfredo, fortificó sistemáticamente las grandes
En Danelaw o en Islandia, el elemento dominante siguió siendo la asamblea abadías, los grandes burgos rurales y hasta ciudades como Ratisbona y Augsbur-
de hombres libres, es decir de los guerreros. Los reyes escandinavos sólo eran go. Ampliando el sistema de los que contribuían y los que partían ( un solo gue­
jefes de guerra sometidos a estas asambleas. En Islandia, la asamblea lo dirigía rrero por cuatro mansos), prescribió que de cada nueve agrarii milites sólo uno
todo: la Althing fue así el primer «parlamento» europeo. tendría guarnición en el centro fortificado; sin embargo, los alojamiento de los
A la manera de los reinos irlandeses, la Bretaña, casi siempre independiente ocho restantes estaban previstos para el caso de movilización general. Estos gue­
en los siglos vm, x, conservó un gobierno estrictamente local. Cada parro­ rreros profesionales, dotados de tierras, protegían así la vida de los centros donde
quia (plebs) era dirigida por un noble de familia antigua, el machtiem. Como en se reunían los tribunales del conde, los concilios, los mercados, etc. Enrique I,
Escocia, residía en un dominio donde tenía su corte (lis). Allí ejercía funciones al mismo tiempo que hacila un llamamiento al campesinado sajón para luchar con­
judiciales y recogía los impuestos romanos convertidos en consuetudinarios. Por tra la caballería húngara, desarrolló progresivamente los milites armati, es decir,
otra parte, no ejercía funciones militares como en las islas, pero a partir del 830 los hombres a caballo y acorazados. Hacia mediados del siglo x, Otón I y Ofun
un bretón de la región de Vannes, Nominoé, convertido oficialmente en missus H ^podían reunir, tan solo al norte de los Alpes, unos quince mil hombres, de los
dominicus de Luis el Piadoso, intentó edificar un poder central. En el 845, tras cuales más de ocho mil iban a caballo y acorazados. ¡La proporción de la infan-

26. —FOSS!ER, l
402 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

tería pasó así, en relación a la época de Carlomagno, de tres cuartos a menos de. íf¡
la mitad! Y esto en un territorio que no representaba más que un tercio del úp- ¡f
perio de Carlomagno. Esto permite suponer pues que las tropas del Imperio Otó- S
nida eran iguales en número a las de Carlomagno, pero que la inversión a favor /
de la caballería pesada anunciaba una época diferente, la de los guerreros profe* 3
sionales. Señalemos finalmente que este ejército estaba aún más estrechamente ‘
vinculado al soberano, ya que estaba compuesto, tanto su guardia personal coma §
sus vasallos, por ministeriales o Dienstlehen, es decir antiguos esclavos encargados
de un servicio militar y que ocupaban un manso de aquél. Volvemos a encontráis '
aquí la tradición germánica primitiva del dependiente de origen servil, tanto más
fiel al jefe de la guerra cuanto que le debía toda su fortuna. La fraternidad militar ,5
de los tiempos antiguos aún servía para reforzar un sistema carolingio que Cario- vi
magno había querido basar en los vínculos de hombre a hombre. Indiscutible­
mente, el instrumento militar en Europa occidental no hizo ,más que progresar
regularmente en número y calidad, hasta el punto de superar las cifras del Impe­
rio Romano tardío.

¿B lo q u ea r la so cied a d ?

«Carlomagno fue traicionado por los hombres», ha escrito con mucha razón
Robert Folz. Y hubiera podido añadir: «porque fueron poco numerosos los que
comprendieron sus intenciones y las de sus sucesores». En efecto, de todas sus
construcciones sólo la estructura política fracasó totalmente. Las demás, en partí- v
cular las de la Iglesia, las de la enseñanza y las de la economía, en parte sobrevi­
vieron. El fracaso político es también incierto, ya que el mejor sucesor de Cario-
magno, Otón, supo reencontrar su inspiración. El estudio de los mecanismos men­
tales que llevaron a la disociación interna del Imperio puede esclarecer este fraca-
so. En efecto, estallaron incomprensiones y divergencias no sólo en cuanto a la
obediencia al rey y al emperador, sino también en lo que se refiere a las exigencias
religiosas de la Iglesia, tanto más peligrosas ya que implicaban la supervivencia en
el más allá. Los grandes rechazos son la clave de la explicación de los desordena­
dos años que van del 850 al 950. El impulso que no había podido desencadenarse
dentro del orden imperial estalló entonces en el orden local, el del feudalismo. ■

La obediencia al más próximo •t

Carlomagno esperaba fortalecer la obediencia de todos sus súbditos a través


del viejo juramento de fidelidad de los ciudadanos romanos. Las múltiples modi-.
ficaciones del texto, las campañas de explicación de los missi, la introducción de
la cláusula «obedece/com o un hombre obedece a su-señor» demuestran por el
contrario el fracaso constante de esta práctica. La causa del rechazo era la impre­
sión subjetiva de que el rey no tenía más remedio que pedir esta promesa porque
era débil. También el juramento de fidelidad de los súbditos desapareció, excepta
en Cataluña, por ejemplo, donde en el siglo x aún se prestaba este tipo de pro­
mesa al conde local. ),
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 403

Más grave fue, con la unión del vasallaje y el beneficio, el deslizamiento de


la obligación de servicio del vínculo personal hacia el vínculo real. Bajo la in­
fluencia de la noción meridional de stipendium (‘salario’) y de la noción germáni­
ca de que todo don es definitivo, la idea de goce temporal de los frutos de una
tierra no fue comprendida. En una mentalidad primitiva, acostumbrada a los do­
nes y contradones, la iniciativa venía ante todo del jefe o del poderoso. El inter­
cambio de regalos, bien fuese de los que hacían los grandes al rey a cambio de
las partes del botín, o de los xenia, capones y huevos que entregaban los campe­
sinos en agradecimiento por la tenencia, era un simple medio de reconocimiento
mutuo. Significaba en el fondo que el regalo era un deber, no una gracia o una
■generosidad excepcional. El aspecto social y contractual del don borraba todo im­
pulso del corazón y no tenía nada que ver con un impulso caritativo, a pesar de
que la Iglesia procuraba darle este tipo de coloración. También la tierra se con­
virtió poco a poco en un regalo definitivo, causa del servicio militar. Por esta
incomprensión, el soberano y luego el señor mismo, se hicieron solicitadores del
servicio y de la obediencia, cuando normalmente debían ser sus beneficiarios na­
turales. La Iglesia intentaba hacer del emperador o del rey un personaje intocable
y sagrado, hasta el punto de que efectivamente jamás tuvo lugar ningún atentado
contra la persona real, pero no pudo impedir que su soberanía se redujese cada
vez más. Y aun contribuyó a ello pidiendo, con Hincmar en particular, que los
obispos, cuando eran investidos por el rey con el obispado y con sus bienes, ya
no fuesen sometidos a la immixtio manuum, es decir por las manos, a la manera
franca, a la entrega de sí mismos en una relación de inferior a superior. Cierta­
mente, este rechazo se hacía apoyándose en el axioma evangélico de que nadie
puede servir a dos señores, pero de todos modos esto debilitaba el poder real.
Desde entonces se asistió a un primer fenómeno de degradación: el rey sólo podía
hacerse obedecer si concedía favores. En Coulaines, en el 843, se vio obligado a
prometer a la Iglesia no despojarla de sus bienes para obtener beneficios, y a los
grandes no quitarles sus cargos (honores) de forma arbitraria. Si no aplicaba estas
decisiones, los súbditos podían considerarse desligados de su juramento de fideli­
dad. La inversión entre la obediencia y el don era total. La formulación contrac­
tual de igual a igual, de tipo romano, quitaba al rey todo medio de presión, en­
mascaraba la rapacidad de los grandes y limitaba el poder real mediante la refe­
rencia a las leyes de Dios.
Condenado a dar, el rey distribuyó bienes fiscales sin cesar. Después del 840,
en efecto, la fidelidad ya no retenía a un solo noble, ni siquiera tras la ceremonia
de encomendación, a pesar de ser tan sobrecogedora. Efectivamente, las guerras
civiles y los múltiples repartos habían enturbiado completamente el respeto al se­
ñor, rey o emperador. ¡En Borgoña, del 806 al 839, los nobles debieron encomen­
darse seis veces seguidas a un nuevo rey! Y esto únicamente para obedecer las
órdenes legales de Luis el Piadoso. En estas condiciones, ¿cómo practicar una
fidelidad de por vida? A cada revuelta, el vasallo era convocado a la hueste. ¿A
quién debía seguir?, ¿al hijo sublevado, señor directo, o al emperador escarneci­
do, señor supremo? Casi automáticamente, el vasallo, e igualmente el vasallo del
vasallo, seguían al señor más próximo, el que directamente podía quitarles el be­
neficio si no obedecían. Así, el contrato y el poder directo eliminaban la autori­
dad suprema a través de la pantalla que constituía el señor interpuesto entre el
404 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA
405

rey y el vasallo. A sí pues, para atraer de nuevo la fidelidad era necesario un nue­ se v°lvieron contra el Estad°. Sin embargo, no implicaban una dependencia del
vo don de tierras. Carlos el Calvo distribuyó a sus fieles, en treinta y siete años, ,le hacia el soberano, como la encomendación. Las convenientiae meridionales
cuatro veces más tierras que Carlomagno en cuarenta y seis años en toda la exten­ tenian por finalidad establecer la paz o alianzas entre familias nobles, y los reyes,
sión del Imperio. Carlomán, desde el inicio de su reinado, por miedo a no ser excepto en Coulaines en el 843, no quisieron utilizarlas debido a las condiciones
obedecido, concedió tierras a diestro y siniestro, antes incluso de que cualquier . restrictivas que podían comportar. Daban pues ventaja a la aristocracia al invertir
oposición se hubiera manifestado. Así, en el siglo x, una vez que el capital de los papeles. L? mismo sucediin con el juramento prestado con la mano para la
tierras fiscales se había dilapidado y reducido a algunos dominios en la cuenca rr_ustls, la fidelidad. Implicaba, como hemos visto, un apoyo incondicional, en la
parisiense, los vasallos se apartaron de un rey que no tenía nada más para darles. vida y la muerte, para cualquier causa. Si esta guardia personal era privada,’ como
Incluso empezaron a recibir beneficios de varios señores diferentes, última prue­ en el caso. de, Ioü nobles constituidos en convenientia, pero con una duración y
ba de que la fidelidad se había convertido en una palabra vana. ™ f ,!ntensidad sin límite>'la trustis podía volverse aún más peligrosa para el poder
. publico. por esto fue severamente prohibida por Carlomagno. Luego, en Dijon,
en cl 851’ Carlos el Calvo reiteró, probablemente en vano, la misma prohibición
Juramentos locales pidíendo a los misú' que t o a r a n medidas contra los habitantes que se dedicaban
al p1llaje, a las mutüacinnes, in asesinato, que organizaban trustis, mandaban su
Pero ha de señalarse que estos bienes eran otorgados sólo por un tiempo o rebano a pastar en los prados cercados y devastaban las cosechas. Los esclavos
de por vida, y que si el caso de confiscación injusta era a partir de entonces im­ también formaban asociaciones de este tipo, auténticos grupos de presión cuya
posible, las recuperaciones nunca habían sido prohibidas. Ahora bien, ya en el , y era Jinstamente tener sóin la ley que ellos decidieran. Este tipo de agrupación
reinado de Carlos el Calvo, los honores del conde empezaron a ser asimilados a local era totalmente extraña a la noción de bien público. A la organización verti­
sus beneficios. En el 867, cuando quiso sustituir al conde de Bourges, Gérard, y cal de la sociedad oponía vínculos horizontales entre los hombres libres de un
nombrar en su lugar a Effroi, este último fue obligado a apoderarse del condado lugar. El Estado carolingio se apoyaba sobre tales mentalidades sin imbricarse.
a mano armada. En ello dejó la vida y Gérard conservó su condado como un Igua^ ente, prohibió en vano las ghilde (‘guildas’) en el 778 y el 884. Estas
bien patrimonial. A fines del siglo IX, ningún conde era revocable. Sin embargo, ' agrupac1ones de Juramento mutuo estaban prohibidas in cl^ o cuando estaban des-
sus bienes fiscales y sus beneficios habrían podido ser recuperados a su muerte. tiaadas a reforzar organizaciones de socorro mutuo contra el naufragio y el incen-
Pero pronto esta posibilidad desapareció. El linaje del difunto se interpuso e in­ dlo, pues la ley de estos «medios» era radicalmente ajena al Estado cristiano. La
tentó convencer al rey o al poderoso de que era oportuno, por razones de interés Igles ia en particular, las denunció muy violentamente e Hincmar nos explica por
bien comprendido, dejar al heredero en las mismas tierras. Desde el 868, Hinc- que eran peligrosas estas conjwcitiones. Sus miembros se reunían en banquetes y
mar encontraba normal, para sus vasallos de la iglesia de Reims, «dejar los bene­ a111’ después de muchas comilonas y borracheras, se hacían juramentos mutuos
ficios, en vista del servicio militar, a los hijos de ins padres que han servido bien. de ayuda y promesas de apoyo financiero o físico. D e ello resultaban asesinatos
a la Iglesia...». En el 877, Carlos el Calvo, por el capitular de Quierzy-sur-Oise, • o incluso auténticas guerras civiles. Las guildas parecen haber sido numerosas en
que procuraba salvaguardar su derecho de disposición de los honores y los bene­ el norte de früncrn. Se perpetuaron en particular en el comercio marítimo, y los
ficios, constataba que en su ausencia, durante su viaje a Italia, era preciso tolerar. escnbanos eclesiasticos continuaron denunciando su apego al beneficio , la dureza
que los hijos sucedieran a los padres, sin perjuicio de que a. su vuelta fuesen con­ de corazón y sobre todo la ausencia de cualquier tipo de ley en estas agrupaciones
firmados o se hiciesen nuevas nominaciones. Era confesar que la sucesión heredi­ de negociantes que efectivamente sólo tenían un objetivo: asegurar el éxito del
taria se había convertido en la norma habitual. En efecto, ésta se instalóinsensi- grupo,. pasase lo que pasase. La trustis o la guilda sólo tenían un imperativo, la
blemente a pesar de algunos retrocesos y se comprende que, en el curso del siglo supervivencia a toda costa. Eran perfectamente ajenas al nuevo mundo que que-
x, Luis IV y Lotario lucharan encarnizadamente por. conquistar la Lotaringia, nan construif los carolingios y que sólo podían rechazar.
donde el fenómeno aún no había aparecido y. donde, por consiguiente, habrían
podido reconstituir su f i ^ ^ ^ l vínculo personal desapareció. El beneficio pasó
de manos del propietario a las del detentador. El regalo, recompensa de una fi­ Retorno a la llamada de la sangre
delidad de toda una vida, se convirtió en la base de un poder político nuevo, el
señorío rural. El poder siguió el mismo camino que la tierra. Después de haber'. Más temible aún era el vínculo de sangre. Como se recordará , existían en las
pasado del imperio al reino, descendió del rey al príncipe territorial, más tarde sociedades germánicas venganzas sagradas, llamadas faidas, que se perpetuaban
al señor del castillo. de generación en generación sin que a veces las composiciones propuestas, como
Así pues, el vínculo de^ fidelidad negativa y el vínculo de la encomendación el Wergeld, lograsen parar esta cadena de asesinatos, ya que el linaje herido en
se habían hundido, ya que el primero había sido absorbido al nivel del condado su honor podía rechazarlas por respeto a sus muertos. Ahora bien, como la perso­
y el segundo se había hecho automático, fuera cual fuera el heredero. Otros dos nalidad de las leyes todavía subsistía, con sus tarifas de multas, la paz debía alcan­
subsistían. Eran los vínculosde igual a igual y los de sangre. Pero éstos también zarse con la ayuda de juramentos mutuos de seguridad llamados, entre los germá-
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LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 407
nicos, treuwa, de donde deriva nuestra palabra tregua. Todo esto, en la mayoría La unión imposible
de los casos, se arreglaba fuera de las instituciones jurídicas y reforzaba las estruc­
turas horizontales. Si el Estado intervenía para ponerles fin, también allí se reve­ .
Podrían ser aportados otros ejemplos de estos rechazos surgidos de psicologías
laba impotente. En Inglaterra, a pesar de las intervenciones de Alfredo para limi­ demasiado opuestas. El cambio de pesos y medidas y el lanzamiento de nuevos
tar las faidas, el asesinato del earl Uhtred por parte de un noble llamado Thur- denarios chocaron repetidamente con oposiciones categóricas •de la población.
brand provocó una cadena de asesinatos que sólo se detuvo en el 1073, cuando Fue necesario amenazar con los peores castigos a los que se oponían. La prohibi­
el bisnieto de Uhtred, el earl Waltheof, mató a la mayor parte de los descendien­ ción de la usura que, después del capitular de Nimega en el 806, afectó a toda
tes de Thurbrand en Settring, cerca de York. Sin embargo, la faida hubiera podi­ transacción mobiliaria que conllevara un interés, había sido hecha en nombre de
do continuar si Guillermo el Conquistador no hubiera hecho ejecutar a Waltheof los principios evangélicos. El usurero era condenado a una multa de 60 sueldos.
en el 1076. Igualmente, grandes familias carolingias se lanzaron también a inter­ Ahora bien, los mismos que en nombre del Deuteronomio condenaban el présta-
minables venganzas. Carlos Martel había tenido, con una concubina bávara de la . mo con interés, se convirtieron a su vez en prestamistas. Los abades, en particu­
familia ducal Swanahilde, un hijo llamado Grifan. Este había reclamado, de for­ lar, prestaban sumas importantes, cayendo así bajo el peso de la prohibición. Ésta
ma turbulenta y desordenada, una parte de la herencia de su padre. Tras intentar fue beneficiosa para los campesinos, a los que, si no salvó de la ruina, si al menos
aliarse con el duque de Aquitania, Wifredo, y luego con el rey de los lombardos, de la prisión por deudas, pero fue un impedimento considerable para el comercio
acabó por ser asesinado en el 753. Al mismo tiempo, la familia de los Eticónidas y quizás aún más para el alma de los negociantes que se preocupaban por su re­
perdía todas sus posesiones primitivas, expulsada por Pipino el Breve, en prove­ poso eterno. Explica al mismo tiempo que bastantes obispos hayan confiado la
cho de los Bernard. Ahora bien, los Eticónidas estaban aliados con los Welf de gestión de sus capitales a administradores judíos. Así, el programa chocó con obs­
Baviera, que descendían de la familia ducal, la cual, con Tasilón, luchó constan­ táculos tales que, o bien quedó pulverizado, como en el caso de los pesos y las
temente contra Carlomagno hasta el 778. Cuando Judith se casó con Luis el Pia­ medidas, que se diferenciaron según las regiones, o bien fue eludido, como ocu­
doso , la familia de los Welf entró nuevamente en el linaje carolingio. El recuerdo rrió con la usura, y en el mejor de los casos aplazado en su aplicación, como lo
de su antepasado Grifan, privado de la herencia, y de las luchas infatigables de fue respecto al sistema monetario, que se mantuvo.
su hermanastra Hiltrude para que el duque de Baviera lo vengase, fue ciertamen­ Queda una última causa del fracaso político que condujo a la fragmentación
te la causa de su empecinamiento por obtener-un reino para su hijo Carlos el en principados territoriales: la oposición entre pueblos, que Jan Dhondt ha des­
Calvo. Pero el apoyo que le proporcionó el «chambelán» Bernard, de origen ca­ crito con el término de «disolvente étnico». Por mi parte, vista la ausencia de
rolingio, fue interpretado como una traición por los Eticónidas Hugo y Matfrid, unidad racial en muchos casos, prefiero el término de particularismo regional.
quienes intentaron acabar con Judith por todos los medios. Seguramente se trata­ En efecto, no acabaríamos nunca de citar los clichés mentales de los contemporá­
ba de un gigantesco ajuste de cuentas entre dos grandes familias austrasianas, la neos de los siglos ix y x para definir a sus vecinos. Cuando Luis el Piadoso des­
de los pipínidas, que había conseguido apoderarse del trono, y la de los Eticóm- confiaba de los francos del oeste, prefería apoyarse en los germanos, es decir en
das, desposeídos de Alamania como los Welf lo habían sido de Baviera. Si esta los sajones, que consideraba buenos, leales y fieles. También Notker de Saint-
hipótesis pudiera ser consolidada, ¿la caída del Imperio Carolingio sería sólo el Gall oponía a este sólido núcleo «los galos (es decir, los francos del oeste), los
resultado de una faida interminable? El linaje habría destruido la dinastía y redu­ aquitanos, los borgoñones, los hispanos, los alamanes y los bávaros», que en
cido su legitimidad a un accidente histórico. tiempos de Carlomagno estaban muy orgullosos de poderse vanagloriar del título
Esta permanencia de los antiguos vínculos jurados o carnales explica la contra­ de «esclavos de los francos». Pero aquel tiempo no duró mucho y la unidad no
dicción insoluble con el programa aquitano-hispano de Luis el Piadoso, Benito de les sedujo, a pesar de las apelaciones del hispano Agobardo para formar un im­
Aniane, Agobardo y otros consejeros eclesiásticos. Dos mundos y dos mentalida­ perio donde, a la manera del ideal expresado por san Pablo, no hubiera «ni aqui­
des se enfrentaban. Mientras que, por un lado, dos linajes se lanzaban a una lucha tanos, ni lombardos, ni burgundios, sino uno en todos y todos en Cristo». Al
encarnizada por conservar el poder o vengar las esperanzas aniquiladas, por otro, «corazón de hierro» de los francos se "Oponía la necedad de los welchos, la ligere­
el arzobispo de Lyon, Agobardo, no encontró nada mejor que poner aceite en el za y la continua propensión a la traición de los romanos. La historia de las rela­
fuego con un solemne dis^oofSü a los grandes. Con una incomprensión total de la ciones con los aquitanos es particularmente reveladora. Carlomagno a menudo
situación, se dedicó, en una paráfrasis blasfematoria de las Lamentaciones de Je­ tuvo miedo de que el joven Luis el Piadoso se dejara contaminar por las costum­
remías, a hacer un ataque particularmente misógino de la mala conducta de la em­ bres insolentes de sus administrados. Temores bastante justificados puesto que
peratriz, que los otros testimonios no confirmaron. Creyendo defender el Imperio, Luis volvió a Aquisgrán, en el 814, acompañado de consejeros aquitanos que le
lo arruinaba aún más. Ofrecía armas inesperadas a los adversarios de Judith y del hicieron aplicar un programa excesivamente osado para la época y demasiado
emperador, quienes además no habían aceptado su nuevo matrimonio. El nudo de avanzado respecto a las mentalidades. Por el contrario, las familias francas insta­
víboras se había vuelto inextricable por la intervención clerical, y las divisiones de ladas por Carlomagno en Aquitania se meridionalizaron muy de prisa, seducidas
los años 830-840, inscritas en esta torpeza. La faida visceral y la abstracción mo­ por el modo de vida muy opulento y refinado de estos romanos. A partir del día
ralizante tuvieron el efecto del azufre en él-agua: una deflagración instantánea. en que los francos de Lombardía y Aquitania adoptaron costumbres y nombres
408 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

mediterráneos y se pasaron a la vieja Europa aband° nand° la j°ven Europa, el Mezclar la Iglesia y el Estado
ejérdto carolingio y la concepción de un Imperio franco se hundieron. ^ a lm e n -
te, en sentido contrario, el día en que, pronunciada por Luis el Piadoso, era pro­ Es evidente que la primera serie de concilios, del 743 al 747, que marcó el fin
puesta la concepción aquitano-hispana de un Imperio igualitario y uniforme, se del mayorazgo de Carlos Martel, sólo pudo reunirse con su autorización. Primero
despertaron los sentinúentos germánicos y la oposición a los traidores meridion a -.' se solucionó el problema de los bienes de la Iglesia que habían sido cedidos a los
les. «Los romanos son estúpidos, los bávaros sabios», dice el glosario de Kassel. vasallos. Frente a las necesidades de la guerra, los obispos aceptaron estas sus­
¿Y qué decir entonces de los inasimilables vascos o de los o b t o ° s bretones? tracciones temporales de las tierras eclesiásticas, a condición de que el titular pa­
«Completamente ajenos a toda civilización, propensos a la cókra, tienen costum­ gara un censo de reconocimiento al abad o al obispo propietario del bien, y que
bres incultas y chapurrean una jerga estúpida», decía Raúl Glaber a principios éste volviese al patrimonio eclesiástico a la muerte del beneficiario. Fue la preca­
del siglo xi. El foso cultural.entre estos diferentes pueblos fue una de las causas ria «por orden del rey». Bonifacio esperaba obtener a cambio una depuración del
del desmembramiento del Imperio. Se demuestra con el simple hecho de que, clero y el restablecimiento de los arzobispados. Pero los príncipes y los laicos te­
después del 930, el rey de Francia occidental no intervino más en el sur del Loira. nían demasiado interés en conservar su poder sobre la Iglesia, como para dejarlo
Cuando, en el 987, el conde de Barcelona solicitó ayuda contra el Islam en nom­ tan pronto. Chrodegang, obispo de Metz (742-766), puso a punto una regla para
bre de la antigua solidaridad, a su señor el nuevo rey Hugo Capet° éste ni tan los sacerdotes que rodeaban a cada obispo en su catedral, los canónigos. Inspira­
siquiera se tomó la molestia de moverse. da en los usos de san Agustín, intentaba hacerles vivir en común, en el refectorio
Pero se podría replicar que la fragmentación alcanzó también al núcleo primi­ y en el dormitorio, haciéndoles atender el servicio de la catedral y los oficios mo­
tivo del Imperio, Neustria, Austrasia, el norte de la Borgoña, donde la centrali-. násticos. Pero fue preciso esperar prácticamente hasta el concilio de Aquisgrán,
zació n, implantada con la ayuda de los missi, designados en un puesto f j o , había en el 816, para que esta regla se generalizara y se aplicara en todos los capítulos
sido particularmente fuerte. Allí donde las antiguas poblaciones galo’romanas se . canónicos. Indiscutiblemente, tuvo como resultado unificar la vida y la cultura
enorgullecían de llamarse «francos», la unidad debió haber subsistido. Sin embar­ espiritual del alto clero. Esta primera generación de reformadores fue relevada
go no fue así, puesto que la aristocracia seguía aún respetando al rey sólo en por una segunda, con Angilram, obispo de Metz, y Teodulfo, obispo de Orleans,
función de sus victorias. La concepción germánica del Estado se desplazó enton­ y una tercera, durante el reinado de Luis el Piadoso, donde destaca sobre todo
ces hacia el este, a Sajonia, donde el carisma de la violencia se reencarnó en el la acción de Jonás, obispo de Orleans, y de Agobardo, arzobispo de Lyon.
linaje de Widukind, el único jefe sajón que había sabido resistir a Carlomagno, Con Carlomagno, las relaciones entre Estado e Iglesia fueron más estrechas.
familia representada por Enrique y Otón. Entonces, la idea romana del Estado Y hemos visto cómo intentaba dominarla Carlomagno. Efectivamente, como en
cayó en manos de los aquitanos Girard de Vienne, Géraud d’Aurillac, Gerberto, tiempos del Impero Romano, nadie podía entrar en la clericatura sin su acuerdo.
y de los cluniacenses, cuyos primeros abades, como Odón, eran también meridio­ Nombraba todos los obispos e incluso, a veces, los abades. Para obtener un con­
nale s. El Estado fue todavía para los primeros unll propiedad personé y para los tingente más importante de vasallos, llegó a poner un abad laico al lado del abad
segundos un servicio público. La unión fracasada de estas dos grandes mentalida­ regular. Hizo entrar al clero en el vasallaje, obligó a los grandes dignatarios a ir
des produjo separaciones que anunciaban sin embargo otras disputa^ en particu­ a la hueste con sus contingentes de vasallos, a participar en el tribunal de la asam­
lar en el siglo XI, entre papado e Imperio. blea general, a vigilar a los condes nombrándoles missi dominici, o incluso a for­
mar parte de la capilla real. Sus capitulares legislaban también para la Iglesia y
están llenos de consideraciones de moral cristiana. Por último, Carlomagno pre­
¿R e n o v a r la I g l esia ? sidía los concilios ..
Esta penetración recíproca de la Iglesia y el Estado tenía ventajas indiscutibles
El factor pnncipal de la renovación de las instituciones políticas fue el grupo para la primera. El emperador era el protector normal de las tierras de la Iglesia,
clerical de los intelectuales, auténticos «consejeros de Estado», especie de tecnó- a las que otorgaba el privilegio fiscal de la inmunidad y la proteccción del ban.
cratas de un sistema im p ^ a l o real. En todas partes encontramos su influencia Carlomagno creó el advocatus para proteger y descargar al obispo o abad inmu-
y su deseo de «bautizar» las estructuras. Cuando los primeros carolingios com­ nista de funciones que le estaban prohibidas (juicios por crímenes de sangre,
prendieron perfectamente que no podían hacer nada sin la Iglesia, y se persuadie­ etc.). Este laico estaba encargado de ejercer, en los territorios inmunes, las obli­
ron de que debían defender y promover la fe cristiana, ya no se sabe muy bien, gaciones del conde. El alto personal clerical estaba así mejor situado para ocupar­
en medio de tal imbricación, quién sostenía a quién. En efecto, las reformas de se de su función espiritual. Cuando, a partir del 814, la reforma episcopal estuvo
la Iglesia, las misiones o los éxitos intelectuales y artísticos se debían a iniciativas casi terminada con el establecimiento de dieciséis arzobispados en lugar de las
que venían tanto de unos como de otros. metrópolis desaparecidas al norte de los Alpes, las múltiples funciones del obispo
pudieron entonces ser mejor atendidas: visitar cada año las parroquias rurales y
las iglesias privadas pertenecientes a los grandes propietarios, ordenar curas pá­
rrocos a los esclavos emancipados que éstos les presentaban, crear escuelas de

i
410 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

chantres y de lectores, vigilar los monasterios, nombrar jorepiscopoi si el ámbito


episcopal era demasiado extenso, rezar y defender la fe y, por último, asegurar
el servicio de la catedral con los canónigos. A partir de la reforma de éstos, pro­
mulgada en el 816, los ingresos de bienes episcopales fueron divididos en dos par­
tes: la mensa (o mesa) episcopal y la mensa capitular (o mesa de los canónigos).
La segunda mensa fue repartida en tantas «prebendas» como canónigos. Cada
prebenda estaba calculada para poder mantener y alimentar un canónigo cada
año. Finalmente, el obispo emitía una legislación sinodal que estaba destinada a
regular la situación de los diáconos y los sacerdotes.
En efecto, el nivel requerido para estos últimos fue mejorado, primero por
exigencias precisas en cuanto a su instrucción: saber escribir y leer, conocer el
símbolo de los apóstoles, el Padrenuestro, el sacramental gregoriano, los exorcis­
mos, el penitencial, el calendario, el canto «romano», es decir, gregoriano, la
Pastoral de Gregorio el Grande... en resumen, un mínimo estricto de acultura-
ción. Con sus sermones, el cura del pueblo desempeñaba un papel capital en la
transmisión de las iniciativas episcopales y fortalecía, a través de sus exhortacio­
nes, la obediencia al rey. La estructura eclesiástica, ahí, era mucho más eficaz
que la del Estado, porque afectaba en su sede, de forma estática, a todos los
campesinos, mientras que el conde y sus subordinados sólo podían hacerlo des­
plazándose. Así, los carolingios hicieron todo lo que pudieron para hacer del cura
un personaje más respetado y para facilitar su celibato. Dadas las confiscaciones
de tierras por causa de precaria, Carlomagno aceptó, por un capitular del 775,
que se diera una compensación al clero. Generalizó una medida esbozada por el
concilio de Mácon, en el 585: el diezmo. Todas las tierras, incluso las del rey,
debían entregar a las iglesias rurales la décima parte de su producción. Un cuarto
de este diezmo se enviaba al obispado. Finalmente, en el 827, Luis el Piadoso
hizo obligatoria la propiedad, para cada iglesia rural, de un manso con dos escla­
vos para cultivarlo y satisfacer las necesidades del vcura. D e esta manera, toda
actividad fuera de la espiritual podía serles prohibida.
Si la estrecha alianza de Carlomagno con el clero permitió al obispo desempe­
ñar un papel brillante, ésta tuvo consecuencias aún más importantes para el mun­
do monástico, cuya variedad era infinita a mediados del siglo vni. El emperador
vio, en el monasterio, un medio ideal de dominación, destinado a eludir a obispos
recalcitrantes como los de Aquitania, o bien a implantar la fe, sobre todo en Ger-
mania. Favoreció las abadías que tenían una misión político-religiosa, como
Saint-Denis y Fulda, o que le permitían ser mejor obedecido, como Aniane, fun­
dada en el 782, Charroux, en Aquitania, y Lorsch y Hersfeld, a orillas del Rin y
del Fulda. Las transformó en abadías reales, lo que, con la inmunidad, reforzó
su estabilidad a pesar de los servicios y prestaciones debidos al rey. En efecto,
Carlomagno desconfiaba de los monasterios donde se encerraban hombres libres,
porque esto disminuía su potencial militar. No quería la libre elección del abad
y prefería el sistema del abad laico que ,le permitía, a cambio del disfrute de tie­
rras abaciales, obtener un mayor número de vasallos para la hueste. Pero, al exi­
gir tantos servicios de seiscientos o seiscientos cincuenta monasterios del Imperio,
de los cuales doscientos estaban bajo su dependencia directa, Carlomagno tuvo
dificultades para unificarlos porque los hundía demasiado en el mundo.
Fue necesaria toda la obstinación de Benito de Aniane y de su protector im-
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 411

Plano de la iglesial abacial de Fulda

En Fulda, creación de san Bonifacio, la iglesia abacial fue reconstruida entre 791 y 819.
El edificio, de tres naves y presbiterio en hemiciclo, se completaba en el oeste por un im­
portante crucero continuo, ampliamente saledizo, sobre el que se abría un segundo ábside
semicircular.

perial Luis el Piadoso para conseguir una reforma general del orden monástico.
El capitular del 10 de julio del 817 reafirmaba la obligatoriedad de la regla de
san Benito en cada convento, masculino o femenino, con el propósito de dar al
culto y a la plegaria una primacía absoluta, a costa de las funciones políticas,
evangelizadoras o culturales. Esta medida permitía al mismo tiempo prohibir ri­
gurosamente el eremitismo, considerado como generador de anarquía. Efectiva­
mente, esta corriente de piedad individualista fue impedida hasta el siglo X. El
trabajo manual volvió a ser obligatorio, la escuela monástica se reservó a los obla­
tos y la clausura de los monjes fue observada severamente. La reforma se impuso
lentamente y con resistencias, en particular a propósito de la libre elección del
abad, que repelía a los grandes. También allí, Luis el Piadoso había puesto los
fundamentos del programa gregoriano.
La prueba es que Otón acentuó todos los defectos de una Iglesia cada vez
más sometida a los príncipes y a los laicos, a pesar de los buenos reclutamientos
que hicieron él y sus sucesores. Nombrando a los obispos e incluso a los abades,
como Carlomagno, Otón terminó por encontrar ventajoso ceder los poderes del
conde a sus excelentes servidores en el interior de su ciudad episcopal: Spita,
Magdeburgo, Maguncia, Coire y Colonia. Luego acrecentó los poderes del tribu­
nal episcopal en los territorios eclesiásticos que gozaban de la inmunidad. Des­
pués les concedió la percepción de peajes y el derecho de acuñar moneda para
evitar el acaparamiento por parte de los príncipes laicos. Por último, dio a los
obispos los derechos condales en todo el condado. Estos condes-obispos fueron
412 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

unos funcionarios perfectos a ojos del rey de Germania. Aseguraban el cobro de


los derechos reales por la gracia del privilegio de inmunidad. Aportaban al rey
su contingente militar: mil ochocientos veintidós combatientes a caballo de los
obispados y mil doscientos de los monasterios reales, ¡o sea, un cuarto del total!
Finalmente, cuando morían estos condes-obispos, que carecían de herederos, el.
obispado y el condado revertían automáticamente en el rey. Este fue el resultado
del sistema carolingio: el Kirchensystem, un clericalismo que integraba la Iglesia
en el Estado, el cual no podía sobrevivir sin ella.

Cluny

En cambio, allí donde el desmembramiento del Imperio dejó completamente


desarmados a los laicos fieles a la reforma inaugurada por Luis el Piadoso, la
evolución fue diferente. Tras un tiempo de incertidumbre en que los monasterios
y los obispados cayeron en manos de los laicos, nobles meridionales marcados
por el ideal de Benito de Aniane fundaron monasterios en los que la elección del
abad era totalmente libre. Gírard de Rosellón creó, en 858-859, el monasterio de
Vézelay. al que puso bajo la autoridad directa de san Pedro de Roma. Igualmen­
te, Géraud d’Aurillac inauguró, hacia el 871, bajo el mismo régimen, el monaste­
rio de Saint-Clément d’Aurillac, que más tarde tomó su nombre. Finalmente, el
duque de Aquitania, Guillermo el Piadoso, fundó, el 11 de septiembre del 909,
el monasterio de Cluny, con la condición expresa de que las tierras fueran propie­
dad exclusiva de san Pedro de Roma. Así, a salvo de toda injerencia laica, Ber-
non, el primer abad, obtuvo la libre elección del abad por los monjes y la supre­
sión de la jurisdicción del ordinario, es decir del obispo de Macón. Cluny vio
confirmados sus privilegios de exención por el papa Juan XI. Pero al otorgar el
sacerdocio a casi todos los monjes, Cluny abandonó la antigua tradición del laico
especialista en la plegaria. Luego, en el 951, el atad de Cluny recibió la autoriza­
ción para poner bajo su autoridad todos los monasterios que reformase. Los aba­
des Odón (926-942) y Ma'ieul (954-994) ejercieron una influencia enorme sobre
sus contemporáneos, en particular él segundo, por su papel al lado de Otón el
Grande. Este último, sin embargo, no aceptó nunca la solución cluniapense que
disminuía su potencial militar y administrativo. Las iniciativas de Gerardo de
Brogne, abad del monasterio del mismo nombre, que éste había fundado para
poder ser libre en su propio alodio, y las iniciativas de Juan de Vandiéres, restau­
rador de Gorze, en el 993, quedaron confinadas a la Lorena. Así se reveló la
incompatibilidad entre ías^dos visiones de la Iglesia que habían tenido Carlomag-
no y Luis el Piadoso. Para uno, una libertad vigilada y un Estado superior; para
el otro, una independencia parcial y un Estado diferente. Debido a ello, sus he­
rederos iban a chocar en el siglo XI.

La exaltación de la fe guerrera

Una oposición idéntica separó a Carlomagno y a Luis el Piadoso a propósito


de la misión. Para el primero, el refrán ciceroniano «No hay Estado sin justicia»,
completado por el comentario agustitúano «No hay Estado sin Dios» que enseña-
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 413

ba sólo la verdadera justicia, exigía que no hubiera Estado pagano. Así pues,
imponiendo su dominación a los sajones, Carlomagno les aportaba los beneficios
de una auténtica estructura política y del verdadero Dios. Todo se sostenía. Con
una perfecta buena conciencia, practicó pues el bautismo forzoso utilizando tro­
pas enteras, al mismo tiempo que tenía una creencia sincera en un sacramento
eficaz incluso sin el consentimiento de los interesados. El célebre capitular del
785 sólo proponía como alternativa el bautismo o la muerte. Fue necesario que
Alcuino protestase para que Carlomagno acabara por aceptar el recurso a predi­
caciones sumarias durante 40 días. Los bautismos siguieron siendo colectivos,
pero ya no fueron obligatorios. A pesar de la promulgación de un capitular más
suave, en el 795, la percepción rigurosa del diezmo aún provocó revueltas. Fue­
ron necesarios treinta y tres años para aplastar definitivamente a los sajones. Aún
se produjeron algunos resurgimientos del paganismo en el 830 y el 842. Al mismo
tiempo era fundada una jerarquía nueva. Entre el 785 y el 787, Willehad fundó
el obispado de Bremen; en 802-805, Liudger fundó el de Munster; un sajón, Hat-
humar, el de Paderborn, etc. Durante el reinado de Luis el Piadoso fueron aña­
didos otros cinco obispados. Una nueva metrópolis, Hamburgo, creada en el 804,
intentó englobarlos, pero fue un fracaso ya que Colonia y Maguncia, los otros
dos arzobispados, se opusieron. Los monasterios desempeñaron entonces un gran
papel en la conversión, en particular la nueva Corbie, Corvey, fundada en el 815
por monjes de la antigua Corbie.
Otro pueblo pagano fue evangelizado: los ávaros. Tras-un ataque de estos nó­
madas en el 788, la respuesta fue lanzada en una atmósfera de guerra santa. ¡Al
día siguiente de la toma del ring todo el ejército ayunó y siguió a las procesiones
de los clérigos durante tres días! La misión fue confiada a Arn, arzobispo de Salz-
burgo, que aplicó las modalidaes fijadas y precisadas por un concilio a fin de evi­
tar los excesos cometidos'en Sajonia. Efectivamente, todo transcurrió sin inciden­
tes pero, en cambio, Carlomagno, en el 804, prohibió formalmente al frisón Liud­
ger ir a evangelizar Dinamarca, con la cual estaba en guerra. A sí se afirmaba una
concepción primitiva de la misión, entendida como instrumento de expansión del
Imperio.
Con Luis el Piadoso las motivacioanes fueron diferentes. La voluntad de do­
minación política pasa a un segundo lugar en provecho de la conversión en el
interior de la civilización circundante. Pero esto implicaba al mismo tiempo que
los resultados fuesen mucho más lentos. Además, el miedo a los vikingos paralizó
largo tiempo a los misioneros. La ignorancia de su vida provocó fracasos resonan­
tes, sobre todo porque aquéllos no veían por qué tenían que convertirse a la fe
de los vencidos y a un Dios que se dejaba crucificar pasivamente. En 826-828,
Luis el Piadoso había encargado a Anscario acompañar a un rey danés, Harold,
hasta su casa. Esté se había hecho bautizar para obtener el apoyo político del em­
perador, Pero fue apaleado por sus propios compatriotas. Con anterioridad, en
respuesta a la demanda de sacerdotes por parte de los suecos, en el 823 les había
sido enviado Anscario. Luis había creído que los suecos esperaban el bautismo,
cuando en realidad querían establecer lazos comerciales. El misionero fue muy
bien acogido en Birka, pero casi no convirtió a nadie. A su retorno, cuando ape­
nas había sido nombrado arzobispo de una nueva metrópolis, Hamburgo, destina­
da a la creación de una Iglesia escandinava, ésta fue quemada por los vikingos,
414 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
L A « R E N O V A C IÓ N » C A R O L IN G IA 415

en el 845. R e tira d o en B rem en, in te n tó en vano m an ten er los lazos con B irka y
e ra rom ano en el sentido religioso y ya no político del térm ino, m ientras que no
m urió sin o b ten er resultados. T odo fu e ab andonado.
europeo e ra el que no hablaba latín sino griego. E l conflicto del papa Nicolás I
E n efecto, era necesario solucionar lo más urgente: la conversión de los dane­
con el p atriarca F ocio, en el curso de un cism a que duró del 863 al 867, es reve­
ses instalados en In g laterra desde el 888, y en N orm andía desde el 911. M uy a
lad o r de este prim er rechazo del O riente cristiano en provecho de una E uropa
m enudo, éstos acep tab an el bautism o p a ra o b ten er el derech o a com erciar, y así
cristiana. P o r o tra p arte, algunos años después, el papa Juan V III no dudó en
llegaban a recibirlo varias veces. L a inestabilidad de estos neófitos e ra pues el
to m ar el títu lo , en otros tiem pos atribuido a C arlom agno, de «rector de E uropa».
m ayor obstáculo. El cristianism o sólo se im plantó v erd ad eram en te con los esfuer­
A sí se revelaba la naturaleza profunda de un a n u ev a civilización cuya unidad no
zos del arzobispo de R u án , H erv é, que utilizó de nuevo los m étodos progresivos p o d ía ser política sino religiosa. -
y p ru d e n te s de G regorio el G ran d e. Con los escandinavos, el factor decisivo f ue
la acción de los reyes. Cuando en el 949 el rey de D in am arca, G orm , tom ó la
decisión de convertir a su p ueblo, p erm itió al obispo de H am b u rg o , A dalgag, .U n o s lím ite s e v id e n te s
crear tres obispados, Slesvig, R ibe y A arhus. H arald del D ien te A zul, su suceso r,
se hizo bautizar con to d a su g uardia personal. Sin em bargo, en N o ru eg a y en
L a renovación, es decir, el bautism o de las poblaciones paganas, ¿tuvo éxito?
Suecia la progresión fue más lenta y hacia el año 1000 estab a lejos de estar term i­
T am bien en este caso las poblaciones del Im perio Carolingio y de los reinos v e­
nada, incluso en Islandia, donde aquel año el cristianism o fue aceptado com o re­ cinos se co m portaron com o un Israel testaru d o , incluso aurn:¡ue los francos se
ligión oficial por el A lth in g .
enorgullecían de ser el nuevo p ueblo elegido. E s díficil en u m erar todas las p rác­
E l reino de F rancia oriental encontró muy p ro n to , en el E lb a y a lo largo de ticas paganas que to m aran un revestim iento cristiano. V olvam os p o r ejem plo a
los m ontes de B ohem ia y de L eith a, a las tribus eslavas paganas. A u n q u e la his­ las guildas y las conjuraciones. Los b anquetes que originaban el grupo eran en
toria de estos contactos sea tra ta d a en o tro capítulo, es im portante ver que ahí realidad ágapes religiosos paganos. T enían lugar el 26 de diciem bre, día de san
reapareció la concepción de C arlom agno. A p artir del 874, el arzobispo de Ma* E ste b a n , pero en realidad se tratab a de un período de doce días, el J u l, q ue em ­
guncia intentó hacer fran q u ear el Saale a sus m isioneros p a ra evangelizar a los p ezab a en aquella fecha p ara englobar la vuelta y el cam bio del año. D u ran te
sorabos. P ero la resistencia de los eslavos transform ó estas tentativas en expedi­
este lapso de tiem po, en q ue todo acababa y to d o em pezaba de nuevo, los m uer­
ciones g uerreras, h asta el punto de que germ anización y cristianización fueron a tos y los vivos entraban en contacto y se sentaban juntos en la m esa de los b an ­
la par. P ro n to los obo d ritas, los liutizos, los sorabos y los lusacos resistieron fe­
q u etes. E ra n fiestas, pues, en las que el tiem po histórico qued ab a roto, donde la
rozm ente los ataq u e s de los m arqueses de O tón. Este últim o, en el 937, creó un com unión e n tre los dos m undos se conseguía en el curso de festines so breabun­
m onasterio en M agdeburgo, lo transform ó en obispado en el 955 y luego, en el d an tes, destinados a excitar la fecundidad de los participantes, y de gigantescas
968, en arzobispado. E sta nueva m etrópolis debía recibir bajo su dependencia b o rrach eras en las que la em briaguez sagrada p onía a los participantes fuera de
otros tres obispados creados en el 947. P ero no d u ra ro n m ucho. T eó ricam en te, sí m ism os, en com unión profunda con los dem ás. ¿C óm o podía rechazarse des­
esta b a incluso previsto q u e M agdeburgo englobara a to d o s los eslavos, com pren­ pu és de esto el cum plim iento de los juram entos contraídos bajo tales auspicios?
didos los polacos. P ero tam bién allí, el arzobispo, tras el bautism o del príncipe E l m iedo a enojar a los m uertos y a sus espíritus h acía entonces realizar a los
M iesko en el 966, chocó con los deseos de indep en d en cia de la nueva Iglesia. m iem bros de la conjuración actos que parecían insensatos a los clérigos. T am bién
Salzburgo sufrió las mism as dificultades con el príncipe húngaro Va'ík, bautizado éstos in tentaron en vano cristianizarlos, autorizándolos p rim ero fu era de las igle­
en el 955. C om o se p u ed e con statar, la concepción carolingia de u n a misión im ­ sias y luego en su in terio r. P ero aún fue peor, porque las iglesias parroquiales se
perial e im perialista co m portaba la g u erra, el fo rtalecim iento del paganism o, lue­ convirtieron entonces en el lugar de verdaderas bacanales en el sentido pagano
go su supresión violenta y la sumisión de la Iglesia al E sta d o . E n cam bio, la prác­ y m o d ern o d el térm ino. R aoul, arzobispo de B ourges, se vio obligado a p ro h ib ir­
tica de Luis el Piadoso y sus ém ulos, m ás rom ana y m eridional de espíritu, con­ las sev eram ente en su diócesis y a replicar in ten tan d o tran sfo rm ar este sitio ecle­
ducía a la muy le n ta creación d e iglesias locales en u n a cristiandad pluralista. - siástico en un espacio sagrado.
E sta am pliación de la cristiandad h ab ía sido percib id a ya p o r los co n tem p o rá­ Se co m prende m ejor a h o ra cóm o repercutían estas costum bres p aganas en los
neos de la época de C a r l i ^ ^ n o . E n relación a la zona ro m an a m ed iterrán ea, háb ito s m ás cotidianos y p o r qué los ciento veinte a ciento trein ta días de ayuno
nació u n n uevo espacio geográfico: E u ro p a. P ero a d o p tó un sentido político y reclam ados p o r la Iglesia tenían com o objetivo b lo q u ear los hábitos alim entarios
religioso que no coincidía ex actam en te con la noción de Im perio. U n clérigo ir­ que provocaban som nolencia, em brutecim iento y, al mism o tiem po, violencias
landés, C atulfo, calificaba a C arlom agno de «jefe d el reino de E u ro p a» . N ithard, instintivas b ajo el efecto del alcoholism o am biental. E l trasfondo pagano estab a
nieto del em p erad o r, declaró hacia el 840 que «Carlos, llam ado p o r todas las n a ­ siem pre cerca de la superficie, detrás d e cualquier acontecim iento. ¿Por qué, p o r
ciones el g ran em perador, ha dejado a E u ro p a e n te ra saciada con sus bondades». ejem plo, en el 834, L o tario 1 hizo ahogar a G erberga, hija del h é ro e con d e G ui­
E ste concepto d e E u ro p a in te re sa b a pues a to d o s los pu eb lo s cristian o s, latinos llerm o , en un to n el, «a la m anera de las hechiceras»? Q uizá se trataba de una
y rom an o s, p orque según T eodulfo, q u e hab lab a en hispano-visigodo im pregnado ordalía: si h u b iera salido con vida, entonces h ab ría sido considerada inocente.
de fe rom ana: «Es la Iglesia de R o m a quién fija la fe rom ana». A sí; to d o europeo E sto p ru eb a en to d o caso que el em p erad o r, en el; cual el p artid o u n ita rio había

l
416 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

puesto sus esperanzas, creía en la existencia de las brujas y en su capacidad de


encadenar a alguien (¿Bernard?) con filtros amorosos. Las ordalías estaban efec­
tivamente tan ancladas en las mentalidades que el arzobispo Agobardo, por más
que las denunció, encontró para defenderlas, algunos años después de él, a otro
obispo igualmente culto pero de origen germánico: Hincmar. Para él, Dios, que
había juzgado a los israelitas con la prueba del agua que fue el paso del mar Rojo
y castigado a Sodoma y Gomorra con la del fuego, no podía tolerar ser engañado
por una vulgar trampa en el curso de una ordalía. Una interpretación fundamen-
talista de las Escrituras venía así en socorro de una mentalidad pagana cristiani­
zada sólo en ciertas zonas del inconsciente religioso.
Esta imperfecta penetración de las novedades cristianas en los espíritus fue
facilitada por errores de evangelización. El caso más claro concierne a la noción
pagana de lo sagrado. En todos los puebloss de origen indoeuropeo la sacralidad
exterior del individuo manifiesta de dos maneras su ambivalencia. En latín, la
palabra sacer significa «consagrado a los dioses y manchado con una mácula im­
borrable, augusta y maldita». Es, pues, bastante próxima a la noción de tabú. En
cambio, sanctus designa más bien al que está protegido de toda profanación por
una intervención divina. Esta dualidad existía también en antiguo alto alemán
bajo la forma de las palabras weihs y hails. Esta última no tenía el sentido peligro­
so de su homóloga latina. Significaba «dotado por un dios de buena suerte; salud,
etc». Sin embargo, los misioneros anglosajones escogieron, para traducir sanctus,
la palabra hails y no weihs. Esta confusión entre.sagrado y santo perpetuó el culto
al jefe guerrero, sacerdote de su tribu, propietario de lo sagrado. El significante
* cristiano continuó siendo utilizado e interpretado con un sentido pagano por los
... fieles germánicos. La aculturación del nuevo sentido cristiano no podía hacerse
con esta perpetuación del vocabulario primitivo. El jefe de guerra o el santo per­
manecían como personajes llenos de una fuerza divina que era preciso atraerse
con>aclamaciones (heil. vida, salud, victoria), sacrificios, ceremonias y plegarías.
No debe sorprendernos, pues, que la sacralización del jefe de guerra pudiera
mantenerse mucho tiempo en Germania y que permitiera la revivificación del Im­
perio en el linaje sajón y sagrado de los otónidas.
Toda presencia de algo sagrado exterior a la persona o «poseído» por un indi­
viduo fuera de lo común, debía ser exorcizada cuando era mala o bien captada
cuando era buena. También las^prácticas mágicas y astrológicas continuaron rea­
lizándose. El concilio de Leptines, en el 743, las prohibía todas en un catálogo1
particularmente revelador... Pero sobrevivieron mucho tiempo, como, por ejem­
plo, la técnica que consistía en hacer desaparecer un eclipse de luna, aconteci­
miento particularmente maléfico para la fecundidad de las mujeres. Mientras Rá­
bano Mauro (h. 780-856) preparaba un sermón en su abadía de Fulda, una tarde,
se alzó un inmenso clamor. «Se oía el bramido de cuernos como si fuera una
llamada a la guerra y los gruñidos de los cerdos; se veía gente lanzando flechas
y dardos hacia la luna, y otros que lanzaban fuegos al cielo en todas direcciones
... Afirmaban que no sé qué monstruo amenazaba a la luna y que si no la ayuda­
ban sería devorada. Finalmente, otros rompían los jarros que tenían en sus casas
con el mismo objetivo.» Ahora bien, hacía más de cien años que esta abadía ha­
bía sido fundada. ¡Debería haber irradiado su mensaje como mínimo en las pro­
ximidades de sus edificios! Bajo una cristianización superficial, las dos mentalida-

i
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 417

des, la antigua y la nueva, quedaban estancadas. La prohibición de esta ceremo­


nia mágica ni tan siquiera había sido percibida.
Igualmente, los concilios carolingios protestaron en vano contra los peniten­
ciales. Carlomagno había hecho obligatoria la presencia de un penitencial en la
biblioteca básica de cada sacerdote rural. De hecho, eran muy numerosos y las
tarifas penitenciales variaban de uno a otro. Por su clasificación de los pecados
nos revelan la importancia del perjurio y de los comportamientos paganos, pero
por el modo de conmutación de las penas de ayuno a pan seco y agua en número
de misas o en moneda, nos muestran cómo el concepto antiguo de un contrato
con la divinidad (do ut des, te doy una penitencia para que me des el perdón) se
mantenía vivo. La gratuidad total del perdón de los pecados era ignorada. Los
clérigos de la época de Luis el Piadoso lo percibieron. El concilio de Chalón, en
el 813, pidió la supresión de los penitenciales. El de París, en el 829, decidió
quemarlos. Ordenaron la vuelta a la penitencia antigua. En realidad, los peniten­
ciales , que correspondían más bien a una religiosidad aún en el estadio de la pena
del tallón, continuaron pululando. El único resultado práctico fue la coexistencia
de dos penitencias: por un pecado grave, público, penitencia pública, y por un
pecado grave, confesado secretamente en confesión, penitencia tarifada según el
catálogo de los penitenciales. Este compromiso condujo una vez más a separar
dos mentalidades, una consciente de un dios personal pero terrible y otra persua­
dida de que el poder sagrado podía ser dominado mediante prácticas rituales.

La Iglesia, propietaria de lo sagrado

Una resistencia tal tuvo entonces como resultado convencer a cienos miem­
bros del clero de que una aculturación demasiado intelectual sólo podía fracasar
y de que era mejor evangelizar partiendo de esta noción de poder sagrado, utili­
zando el miedo más que la esperanza y el respeto de la ley escrita. Nadie fue
más jurista que Hincmar durante la mayor parte de su episcopado. Pero al final
de su vida debió confesar que las ideas romanas de contrato, cosa juzgada, per­
manencia y universalidad de los principios jurídicos habían fracasado totalmente
y no eran todavía comprendidas. Asimismo, hacia el 880, poco antes de su muer­
te, redactó la vida de san Remigio, un «testamento de irracionalidad». El pedago­
go del futuro ya no sería el clérigo intelectual sino el santo protector de los me­
diocres, de los fieles libres y pobres que escuchaban, y al mismo tiempo el venga­
dor que ponía a los poderosos en su sitio a través de sus milagros de castigo.
Efectivamente, el culto de los santos fue el gran recurso de esta sociedad en pleno
movimiento atravesada por oposiciones y corrientes contradictorias.
Basta con estudiar las compilaciones de milagros de los grandes santuarios re­
ligiosos del Imperio Carolingio para darse cuenta de que las reliquias de los san­
tos habían «recibido de Dios una virtud», en el sentido primitivo de potencia,
capaz de eliminar todos los males y de castigar a los impíos. En esta fuerza estaba
el origen del milagro. Era, en efecto, característico ver que los milagros de casti­
go golpeaban a nobles y abades, mientras que las curaciones iban preferentemen­
te a los «pobres», en el sentido carolingio del término. Descubrimos entonces en
qué medida las comidas desequilibradas y las raciones alimenticias de más de

2 7 . — FOSSIER, 1
418 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
LA «RENO VACIÓN» CAROLINGIA
419
6.000 calorías provocaban enfermedades a base de avitaminosis o exceso de glú-
bía dado un sucesor. D el 850 a1868 el asunto tomó una mayor dimensión política
cidos, como las polineuritis paralizantes o la gota. Enfermedades características
ouesto que estaba en juego la Lotaringia. Sin embargo, Hincmar y Nicolás I se
del tercer mundo actual, el paludismo o el tracoma, causaban estragos. Los des­
opusieron c1aramente ál divorcio y el rem^ sin heredero legal, como hemos visto
heredados que se arrastraban por el suelo de las basílicas eran, pues, hombres y
fue repartid° . D e hecho, esta proeza no resolvió nada. Muchos príncipes y aris­
mujeres que por medio de una penitencia 'lo esperaban todo del poder de los san-,
tócratas siguieron eludiendo la prohibición. En el 887, Carlos el Gordo quiso se­
tos. D e esta manera, la Iglesia, con una primera cristianización ambigua, hacía
pararse de su mujer ^ cfin g ^ fin a la que acusó de adulterio. Ésta no sólo ofreció
desplazarse la esfera pagana de lo sagrado benéfico o maléfico hacia el mundo
justificarse, tanto a través de un duelo judicial como de la ordalía con rejas de
de la eternidad divina o santa. Se convirtió en propietaria de lo sagrado, encar­
arado ardiendo, sino también demostrar que aún era virgen. Entonces el empera­
gándose luego de depurarlo, pero alcanzó así a un pueblo doliente al que hizo
dor afirmó haber padecido impotencia y la relegó a un convento, despreciando
pasar del miedo a los malos espíritus a la esperanza en los santos protectores. La
l£ls leyes reUgiraas. Como podemos ver, la sociedad carolingia era un mundo en
aparición de las primeras estatuas relicario, como las vírgenes negras, a partir del
■plena transición, víctima de transformaciones capitales y de reacciones de rechazo
946, muestra, a pesar de su aspecto a los ojos de los intelectuales aun próx_uno
bruta1es. La ley de la Iglesia interfería en las viejas tradiciones, quebraba los con­
al ídolo, que a partir de entonces la bondad maternal de Mana introducía la idea
formismos y suscitaba querellas de resultados catastróficos.
de la encarnación de Dios.
El bautismo de la sociedad carolingia por la Iglesia no fue pues tota1. D el
mismo modo que la noción romana de bien público no pudo eliminar completa­
mente la de un Estado propiedad de los vencedores, la Iglesia no pudo inc1inar
¿Hacia una célula familiar más compacta?
totalmente a las pfinhdones hacia la reunión de un pueblo de bautizados. La
drueba está en que Hincmar fue el primero en definir la Iglesia como un pueblo
El fracaso de una evangelización carolingia formalista enseñó pues las vías in­
fin Dios y en que estuvo dispuesto a unirse in extremis a la concepción de una
trincadas que era preciso seguir para cubrir el foso entre los clérigos y el pueblo.
Iglesia propietaria de lo sagrado mediante el cu1to de los santos. El cristianismo
En otro campo, el clero esta vez no se anduvo con rodeos para hacer triunfar su
estaba obligado a comportarse como cómplice y como adversario del paganismo.
ideal: la indisolubilidad del matrimonio monogámico. En efecto, las costumbres
Los contemporáneos rocfinzaron pues el juramento de fidelidad, la relacifin de
sociales de origen pagano, la familia amplia y la consanguinidad, aún eran prac­
siiperior a inferior, los vínculos vertica1es en provecho de trnstis y guildas, poner
ticadas. En el interior de su parentela, la joven era considerada como un objeto
fin a la venganza o al desprecio hacia los pueblos vecinos, abandonar los viejos
de intercambio con otra familia, lo que hacía difícil la libertad del consentimien­
mi^dos y prácticas paganas, y la indisolubilidad del matrimonio para las mujeres
to. Además, en las aldeas como en las familias aristocráticas, los matrimonios
estériles. Todos estos bloqueos acumulados, estos éxitos parciales y estos conffin
por endogamia eran muy corrientes. En fin', la vieja polígama germánica aún so­
tos fueron el premio de una sociedad que el clero intentaba renovar. La inversión
brevivía, con una mujer libre en un primer rango, concubinas libres (friedlehe)
mtetecmál de tres generariones de letrados caro1ingios no fue suficiente para
de segundo rango y concubinas esclavas. Además, la repudiación de la mujer por
triunfar en un tarea semejante. Es admirable que la empresa fuera intentada, sor­
parte del hombre a causa de la esterilidad era considerada normal en una socie­
prendente que su programa sálo fracasara en parte en los aspectos político y es­
dad que asumía la fecundidad como una prueba del favor de los dioses. El empe­ piritual, y revelador que se haya deslizado del plano del orden universal al del
rador Carlomagno ofrece el último ejemplo de prácticas poligámicas, puesto que
orden locafi puesto que después de1 950 lo volvemos a encontrar intacto, de nue­
se le conocen cuatro esposas sucesivas, de las cuales la primera fue devuelta, y
vo en manos de los otónidas, los cluniacenses y los primeros capetos, quienes lo
seis concubinas que le dieron total dieciocho hijos conocidos. Esto no le impi­ utilizaron para domesticar la violencia y el feudalismo.
dió apoyar la política que consistía en prohibir los matñmonios con­
sanguíneos hasta el séptimo y en luchar contra los raptos. La .primera
prohibición tenía como objetivo dislocar las parentelas y los linajes y pulvenzar UN «RENACIMIENTO»
finalmente las herencias. También encontró feroces oposiciones y en numerosos
casos no fue observada antes de mediados del siglo xr. El rapto, en el espíritu
Si hay un campo en el que la unanimidad de los historiadores de este período
de los contemporáneos, tenía como finalidad evitar la oposición de los padres y
se haya producido, éste es e1 de la renovación sistemática de la cultura erudita,
convertir el matrimonio en definitivo mediante la consumación de la unión. Esto i 1 fin la reorganización «por arriba» del sector intelectual. Que se trate de una
negaba la igualdad de los sexos y la libertad del consentimiento, proclamadas por imitación de la Afingfinfind, de matices 1ocales a veces, de un asunto de c1érígos
todos los textos conciliares. De hecho, aun ahí la voluntad de los padres perma­ sobre todo, justifica su débil audiencia entre el pueblo; pero fue uno de los es­
neció como un elemento constitutivo fundamental del matrimonio. Por último, fuerzos más sorprendentes del siglo ix. Sin embargo, nos exponemos a no com­
en cuanto a la indisolubilidad, el hecho que más influyó en la época carolingia prender su originalidad y sus éxitos parciales si no indagamos profundamente las
fue el divorcio de Lotario II, que intentó en vano hacer válida su separación de premisas.
su esposa Teutberga, estéril, para casarse con su concubina Waldrade, que le ha­
420 ; “ ' LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

En busca de una nueva cultura

La crisis de la escuela antigua en el siglo vi y la de la Iglesia en el siglo viii


encontraron soluciones que resultaron a la vez de la ruptura con Roma y de la
continuidad al escoger la herencia intelectual a transmitir.
Los germanos no fueron, en efecto, únicamente responsables de la desapari­
ción de las escuelas antiguas. Teodorico, en particular, hizo todo lo que pudo por
mantenerlas y protegió a los escritores. Justiniano las restauró y prácticamente
no desaparecieron hasta el último tercio del siglo vi, incluso más tarde en Africa.
En Hispania y en la Galia, no consiguieron casi superar el principio del siglo vi,
pero la enseñanza por medio de preceptor continuó mucho tiempo entre las fami­
lias senatoriales. También la península ibérica y la Galia meridional se mantuvie­
ron como centros de cultura clásica romana, incluso en materia de derecho y de
técnicas utilitarias: agrimensura, arquitectura, medicina, etc. Pero esta cultura
clásica, aún intacta en la España visigótica, en el caso de Julián de Toledo por
ejemplo (muerto en el 690), fue privilegio de una élite cerrada, vuelta exclusiva­
mente hacia el esteticismo y la mundanidad. Ello sólo pudo exasperar a los mon­
jes preocupados por la cultura espiritual y a los obispos preocupados por la catc­
quesis práctica. Las violentas críticas monásticas contra el paganismo de las letras
antiguas junto con las proposiciones concretas de una nueva cultura cristiana he­
chas por san Agustín condujeron, poco a poco, a preferir el sermo rusticus (la
lengua simple) al sermo scholasticus (el esteticismo de la escuelas) y a proponer
la Biblia en lugar de Virgilio como textos de estudio.
Hombres como Cesáreo de Arles (470-542) y Benito de Nursia (h. 480-556)
rechazaron voluntariamente la escuela antigua para volverse hacia una cultura es­
piritual. En realidad, el estudio de la Biblia precisaba de un mínimo de conoci­
mientos literarios para comprender las dificultades del texto y, de hecho, las bue­
nas letras antiguas se pusieron al servicio del cristianismo. Los niños oblatos ofre­
cidos al padre abad por sus padres fueron educados por los primeros monjes en
base al aprendizaje de memoria del salterio. La regla de san Benito hacía obliga­
toria la lectura de las obras de espiritualidad,^alrededor de veinte horas por sema­
na. El conocimiento de los Padres del desierto y de la Biblia debía bastar para
todo. Y Cesáreo de Arles fue incluso más lejos, ya que quiso someter a los cléri­
gos de su obispado de Arles a la disciplina monástica según los ejemplos agusti-
niano y de Lérins.
En el fondo, las escuelas monástica y episcopal nacieron antes de su manifes­
tación oficial. En el 527, el concilio de Toledo, y en el 529, el concilio de Vaison-
la-Romaine, decidieron que los jóvenes lectores debían ser educados en cada casa
episcopal de tal manera que, una vez que estuvieran bien instruidos, a la mayoría
de edad, si escogían convertirse en curas, pudiesen enseñar al pueblo. Parece que
incluso se quiso extender estas escuelas a las parroquias, rurales. Pero fueron muy
raras. En realidad, sólo funcionaron las de las ciudades episcopales, y gracias a
la personalidad de los obispos, antiguos senadores convertidos en profesores de
sus jóvenes curas, estaban mucho más impregnadas de cultura clásica que las es­
cuelas monásticas. A pesar de todo la falta de clérigos era tan importante que
poco a poco las exigencias en materia de conocimientos se redujeron de forma
continuada. En el siglo vn, las necesidades de la evangelización, que habían ago-
LA «RENOVACIÓN» C/feOrL jS feÍÍP 421

tado los recursos en hombres versados en las Escrituras, llegados de las regiones
mediterráneas, dieron paso a un auténtico estiaje cultural. Bonifacio denunciaba
la ignorancia de algunos curas, a veces incluso su analfabetismo o su incapacidad
de pronunciar correctamente las fórmulas consagradas en latín. Asimismo, mien­
tras las grandes familias laicas germánicas ya habían adoptado la escritura en los
testamentos y aceptado una cierta cultura con fines utilitarios, hecha de conoci­
mientos jurídicos y morales, a principios del siglo v i i i algunos aristócratas no sa­
bían ni tan siquiera escribir su nombre.
La renovación surgió de la obra de los grandes pioneros de la cultura cristia­
na, que fue propagada por los monjes celtas y anglosajones. Presintiendo el retro­
ceso irremediable del griego, Boecio, miembro de una de las más grandes familias
senatoriales de Italia, tradujo al latín los principales textos de Aristóteles, la geo­
metría de Euclides y la astronomía de Ptolomeo. Si sus traducciones fueron más
tarde indispensables para el ejercicio de la lógica, su Consolación de filosofía,
escrita en prisión, se convirtió en una obra muy apreciada, impregnada de sabidu­
ría estoica. A pesar de la fe cristiana del autor, esta obra queda como el ejemplo
mismo de la cultura moral pagana, desprovista de referencias a Cristo y muy ale­
jada de la que buscaban los monjes. Otro gran funcionario de Teodorico, Casio-
doro (480-575), adoptó en su vejez la vida monástica. En su monasterio de Viva-
rium intentó lanzar el proyecto de una universidad cristiana, pero fracasó. D e su
obra quedan las Instituciones, auténtico manual de las siete artes liberales (gramá­
tica, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música), integradas
en tanto que ciencias profanas en el interior de una cultura sagrada. Otro sena­
dor, Gregorio el Grande, uno de los últimos que pasaron por la escuela antigua,
se convirtió al monaquismo hacia el 573. Fue también un gran letrado, a pesar
de sus protestas de ignorancia. Excelente pedagogo, tuvo sobre todo mucha in­
fluencia a través de sus Diálogos, una vida de san Benito en preguntas y respues­
tas, y a través de la Pastoral, verdadero manual del obispo perfecto o del buen
cura. Sea como fuere, no rechazaba las «ciencias exteriores» y las consideraba
instrumentos para llegar a la comprensión de la palabra de Dios y de las cosas
espirituales. Asimismo, Isidoro de Sevilla (h. 570-636) tuvo una formación mo­
nástica, pero a sus dotes de exégeta, moralista y teólogo añadió sus cualidades
de poeta, epistológrafo, gramático y músico. Compuso una enorme enciclopedia,
las Etimologiae, que recoge en veinte libros todos los conocimientos científicos
de la Antigüedad poniéndolos al servicio de la ciencia cristiana. Isidoro de Sevilla
sentó así los fundamentos de toda la cultura medieval. Sus manuales fueron uti­
lizados en todas partes y las Etimologiae consultadas sin cesar. La nueva cultura
estaba ya fundada: era ascética, bíblica, humanística y latina.

Los monjes, propagadores de una cultura espiritual

Pero era preciso que se extendiera, a pesar de la crisis. En estas circunstancias


se convirtió en privativa de los clérigos y, en primer lugar, de los monjes. La
evangelización de Irlanda tuvo como resultado la transformación de los celtas en
latinistas, tanto más cualificados cuanto que debían aprender esta lengua extran­
jera. Recibieron de Aquitania e Hispania toda la nueva cultura y se lanzaron a
422 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA
423

la exégesis e incluso al esteticismo. En resumen, muy rápidamente, los monaste­ en M °ntecasin°, pero también manuscritos italianos. Durante la primera mitad
rios difundieron activamente la cultura, y ya hemos visto cómo los misioneros del sigto VI11, los monasterios galos situados al norte del Loira reconstituyeron
irlandeses se desperdigaron por el continente. En la Galia y en el norte de Italia sensiblemente sus bibliotecas. Sin embargo, los monjes de la Galia del norte eran
las fundaciones de Columbano se convirtieron a su vez en nuevos centros de cul­ menos instruidos que los de los nuevos monasterios fundados por los misioneros
tura, en los que la escuela monástica y el scriptorium para copiar manuscritos en Turingia, Alamania y Baviera. En efecto, los anglosajones y sus émulos vela­
eran los centros de una vida espiritual e intelectual activa. Poco a poco, en Bob- ban por poner hombres muy cultivados al frente de sus nuevas fundaciones: Mur-
bio, en Luxeuil, en Corbie (fundada en el 659) y en Chelles, se percibió que el bach, Wissemburgo, Reichenau, Nieder-Altaích, Krernsmunster, Mondsee y, so­
impulso puramente ascético de los irlandeses iba unido a una preocupación por bre to d o Fulda, en 744. Por otra parte, en cada caso las concepciones irlandesas
la cultura religiosa que se hacía más profunda gracias a la influencia de la regla y anglosajonas rivalizaban o se compenetraban en las nuevas escuelas.
benedictina. La apertura de la Galia y de la Germanía francas a las influencias exteriores
Asimismo, la evangelización de Inglaterra condujo, gracias a las influencias preparaba una importante renovación intelectual y artística. Se sentía ya que los
conjugadas de los monjes irlandeses de lona que fundaron Lindisfarne y Whitby motívos antaate^ vegetales o abstractos que caracterizaban al arte germánico de
y de los monjes romanos que propagaron las escuelas catedralicias y monásticas fas hebillas de cinturón o de las fíbulas tendían a retroceder frente a la reapari­
a partir de Canterbury, a la eclosión de numerosos centros de cultura. Los anglo­ ción de la escultura en altorrelieve, bien sea en el tempietto de Cividale o en las
sajones, con Wilfrid hacia el 653, Benito Biscop y muchos otros, adoptaron en­ criptas de Jouarre. Las páginas-tapiz de los manuscritos ilustrados de Northum-
tonces la costumbre de viajar a Roma para obtener los numerosos manuscritos bria, por más que sean puramente abstractas por su práctica del descentrado asi­
de Casiodoro elaborados en Vivarium, sin olvidar las prácticas litúrgicas y el métrico, y resplandecientes de color, no estuvieron por ello menos abiertas a las
modo de canto romano llamado más tarde canto gregoriano. En el 664, un monje influencias italianas con la aparición de rostros humanos y drapeados. Igualmen­
griego y un monje africano, Teodoro y el abad Adriano, fueron enviados a Ingla­ te , las miniaturas de los manuscritos de Corbie, Luxeuil y Saint-Denis tienen aún
terra por el papa. Se ocuparon, uno de la escuela catedralicia de Canterbury, y motivos estilizados y sin modelado, pero están impregnadas de un expresionismo
el otro de la escuela monástica de San Pedro y San Pablo. En Wearmouth y Ya- nuevo. Esta mezcla de concepciones germánicas y antiguas o bizantinas se percibe
rrow, en Northumbria, Benito Biscop hizo venir al archichantre de Latran y aún mejor en la orfebrería, arte de los reinos bárbaros por excelencfa. Las c o io
maestros de obras «capaces de construir a la moda romana». Estas escuelas mo­ nas votivas ofrecidas por Recesvinto y Suintila a la catedral de Toledo, las joyas
násticas de Northumbria, en la confluencia de las corrientes irlandesa y romana, de Monza o la cruz de san Eloy en Saint-Denis, demuestran que el gusto romano
fueron el marco de la vida del mayor sabio de la alta Edad Media, Beda el V e­ por la simetría y la atracción germánica por los colores resplandecientes podían
nerable (673-735). A los siete años ingresó en Wearmouth, en el 685 se instaló combinarse bien.
en Yarrow, donde más tarde enseñó durante cuarenta años sin interrupción. Au­ Es evidente que gracias a la obra monástica fueron salvaguardados el pensa­
tor de libros científicos, históricos y exegéticos, escribió con una pluma clara y miento antiguo y la síntesis de las expresiones artísticas romana, gótica 0 celta.
fácil, muy lejos de las oscuridades del esteticismo de los autores irlandeses. Willi- Europa debe, pue^ un reconocimiento eminente al puñado de hombres que, an­
brord, que había estudiado en la verde Erin, también estaba marcado por este tes de la aportación oriental del siglo XI, preservó los legados de la A ntigüedad.
género, así corno Bonifacio. Pero el éxito de Beda fue mucho más grande preci­ Pero también es preciso constatar que, privilegiando el objetivo de la conversión
samente por su simplicidad. A partir de entonces las letras insulares, con Beda, dentro y fuera de la romanidad, los escribanos anglosajones, italianos o neustria-
crearon un programa de estudios que englobaba' claramente la gramática, la' poe­ nos eliminaron sistemáticamente las formas «inútiles» de la cultura antigua, como
sía y todos los fenómenos naturales, es decir, un embrión de las ciencias naturales la lírica, el teatro o la arquitectura urbana con fines sociales. Preservaron, pero
o astronómicas. Cuando Beda murió, su discípulo Egbert recibió como oblato al poniendo unos cimientos brutos. -
joven Alcuino, nacido hacia el 730, y le transmitió este nuevo programa que ha­
bía dado a Inglaterra una indiscutible superioridad intelectual. Ahora bien, Alcui­
no fue, como veremos, el «maestro» de la Europa carolingia. La vuelta al orden carolingio
El retroceso del conocimiento en el continente fue, en efecto, particularmente
claro a principios del siglo v iii , sobre todo a causa de la política de secularización La renovación carolingia, proyecto esenGÍ&lmente cristiano, se apoyaba en la
de Pipino y de Carlos Martel. Sólo una élite de monjes consiguió mantener un Biblia y en una cultura humanística que se quería universal. Carlornagno había
cierto nivel. Entonces, monasterios como Luxeuil, Corbie, Saint-Denis y, sobre comprendido la importancia de los monjes como educadores y profesores. Llega­
todo, Fleury-sur-Loire entraron en relación con Italia. En efecto, se produjo un do a la edad adulta, «cultivó las artes liberales y, lleno de veneración por los que
cierto despertar de la cultura en Pavía, Milán, Cividale, Luca y Benevento, bajo las enseñabam los colmó de honores. En el estudio de la gramática, siguió las
la influencia del rey Liutprando. En el 715, el futuro Pipino el Breve fue enviado lecciones del diácono Pedro de Pisa, entonces ya en su vejez. En las demás disci­
a la corte;.de Pavía por su padre Carlos Martel. Hacia 670-672, unos monjes ne­ plinas su maestro fue Alcuino ... el hombre más sabio que había entonces. Con­
varon a Fleury-sur-Loire las reliquias llamadas de san Benito, que habían robado sagró mucho tiempo y trabajo a aprender a su lado la retórica, la dialéctica
424 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 - 9 5 0 L A « R E N O V A C IÓ N » C A R O L IN G IA 425

y, so b re todo, la astro n o m ía. A p re n d ió cálculo y se apH te, ccm a ten d ón y saga­ T r iu n fo d e l p e n s a m ie n to e r u d ito
cid ad , a e stu diar el curso d e los astros. In ten to tam b ién escribir y te n ía te ro sto im
b re de p o n e r sobre los cojines de su cam a ta b lillas y h ° j as de pergam ino a fin de L o m ás sorp ren d en te es que este redescubrim iento del latín clásico se ope ró
aprovechar sus m om entos d e ocio para ejercitarse en trazar letras. p ero lo hiz° cuando esta lengua incluso ya se dejaba de hablar. E l concilio d e T ours, en el
dem asiado ta rd e y el resultado fu e m ediocre». . . , i
813, ordenó a todos los sacerdotes predicar en lo sucesivo «en lengua rom ance
P odem os v er h asta qué p u n to el e m p erad o r estab a convencido de te necesidad rústica o germ ánica». E l francés antiguo o el alto alem án estaban pues am plia­
d e ren o v ar los estudios, puesto que él m ism o se dedicó a á t e . T am bien reco^ 0 . m ente difundidos en esta época. A l m ism o tiem po que aparecían los prim eros
t od a s las in iciativas m erovingias en este cam po. E n el célebre capitular A d m onitio textos en lengua germ ánica, el catalán em pezaba a diferenciarse del futuro caste­
g e n e ralis , del 789, ordenó «que en cada obispado y en cada m o n asterio se ense­ lla n o . E n la G alia se p ro d u jo un fraccionam iento lingüístico e n tre las lenguas del
ñen los salm os, las notas, el can to , el cóm puto, la gram ática y que se tengan li­ n o rte del L oira, que fueron m ás tard e denom inadas «lenguas de o il» (que se debe
bros cuidadosam ente corregidos». E n los últim os veinte años del siglo ViI1 se rea­ p ronunciar o u i, ya que es así com o se asiente en francés), y las m ás próxim as al
lizó un esfuerzo inm enso. Prim ero fue preciso, tras te refo rm a del clero, p asar a la tín , que se llam arían occitanas o lenguas de o c . Así, las lenguas europeas ap a­
la re fu ndición de la liturgia. C arlom agno pidió al p a p ^ en el I I 4 , u n a colecció n recen n etam en te constituidas en el m om ento en q ue el la tín em pezaba su d esarro -
e n tera de textos conciliares y d ecretos p o ntificios p ara codificar la legislación t e com o le ngua m u erta universal. E sto corresponde al nacim iento de u n a E u ro p a
eclesiástica en u n texto base. ^ com puesta p o r varios reinos p e ro unificada p o r u na m ism a cu ltu ra cristiana. E n
D esen cadenó así el au g e d e u n derecho p ro p io de la Ig lesia, que m ás te n te , cada u na de las nuevas lenguas nacía al m ism o tiem po o tra tradición, principal­
a m ediados del siglo IX, fue reforzado p o r la colección llam ada t e las F a lsas d e ­ m ente gu e rrera. E n efecto, C arlom agno ordenó poner p o r escrito los poem as épi­
cr etale s . E n el 786, o b tu v o del papa Paulo I u n sacram ental g reg o rian o q ue le cos ge rm ánicos. D esgraciadam ente, no ha subsistido nada d e ellos. C irculaban
p e rm itió in tro ducir la litu rg ia ro m an a y elim in ar en el Im p e rio las litur ^ as p rece­ e P o Peyas en lengua rom ance, transm itidas p o r vía oral, de generación en genera-
d entes: galican a, visigótica o irlandesa. D e allí surgió t o t e una reT O tetirá m usical c1on, com o la céleb re C h a n s o n d e R o la n d . E x istía to d a una cu ltu ra p op ula r d e
con la invención de la polifonía. F ue el resu ltad o conju n to de la creación del neu- iletrados, p ero de ello no nos ha quedado nada.
m a, signo que p erm ite señalar la altu ra de u n sonido e n una p a rtitu ra , y del tro ­ A sí, los clérigos ten ían casi el m onopolio de la cultura letrad a erudita. A p re n­
p o , sílaba de un texto situada bajo el neum a. A p a rtir t e e n to n c e s, una com po­ dían a leer con el salterio, a escribir con la gram ática y a red actar b ien con la
sición m usical p odía ser conservada p o r escrito. A si se sen ta ro n las bases del con- , a yuda d e la retórica. Las dem ás m aterias del triviu m (gram ática, retórica y dialéc­
tra p un to m elódico, que p erd u ró h a sta el T ra ta d o d e la a r m o n ía de R am eau en tica) y del q u a d r iv iu m (aritm ética, geom etría, astronom ía y m úsica) eran poco o
1750. , . . nada e n señadas. P ero esto e ra suficiente p ara q ue los escritores que to m ab an la
E l perfeccionam iento d e lo s m anuscritos en lo s talleres m onásticos se trad u jo plum a p rogresaran d e generación en generación, aunque todos fuesen hom b res
en otros progresos. A lgunos escribanos de C o rbie,pusieron a p u n to , hacia el 770, de Iglesia. L as obras pedagógicas de A lcuino, la H is to r ia d e lo s lo m b a r d o s de
a partir de u n a letra m inúscula anglosajona, u n a m inúscula red o n d a que ahora P abl° los poem as de T eodulfo y los A n n a le s redactados en los m onas­
llam am os «carolina». A ú n hoy en día, a causa de su legib ilid a d , sigue siendo, terios eran obras de clérigos. E l único laico d e su g eneración q ue escribió, E g i-
desde su reintroducción en la im p ren ta en el siglo x 'V, con el n om bre de «ro m a­ n ard o , h a dejado u n a biog rafía clásica de C arlom agno, llena ciertam en te de giros
na» , el c a rácter básico d e todos los tipógrafos. C on e sta caligrafía m ás clara y estilíst icos to m ados de S uetonio, p ero de gran valor histórico. E n la segund a ge­
m ás ag rad ab le fueron copiados d e nuevo ^ ^ im ro so s m anuscritos- D u ran te t o t e n eració n, d u ran te el reinado de Luis el Piadoso, los frutos de este renacim iento
el siglo ix , los m onasterios y las catedrales recibieron la o rd e n t e crear escuelas. intelectual se hicieron m ás originales. Las obras de reflexiones políticas de Jo n ás
E l concilio d e M aguncia del 813 ordenó la creación d e escuelas ru rales p a ra la de O rlean s, A gobardo o A dalardo, los poem as religiosos de W alafrid S tra b on o
form ación de jóvenes curas. Poco a poco, sobre todo en el nOTte de E u ro p a, apa­ d e Sedulio Scoto, las cartas bien escritas de L o u p , abad de F erriéres, m uestran
reció una re d escolar. E sto hizo preciso p ara cada una d e ellas te posesion de u n a m ayor m a d u rez y u n buen dom inio del hum anism o antiguo. L a H i s to r ia d e
B iblias e n n úm ero siem pre im p o rtan te. A lcuino hizo estab lecer una, m ientras q ue lo s h ij° s d e L u is e l P ia d o s o , d e N ithard, es la o b ra histórica de un laico preocu­
T eod ulfo publicó una Biblia crítica establecida según to d as las varian tes t e tos p ad o p o r la au tenticidad y la exactitud. P or ejem plo, optó p o r insertar en su texto
m anuscritos subsistentes. L os auto res paganos no fu ero n d ejad os t e t e t e . Las b i­ un docum ento coetáneo de capital im portancia: los juram entos de E stra sb u rgo,
bliotecas m onásticas de In g laterra y del Im p erio se llenaron entonces de textos del 842 . L os pro g resos fueron tales que la destrucción de bibliotecas por p a rte
latinos clásicos o patrísticos. A lre d e d o r de ochocientos cincuenta au to res fueron d e los vikm gos no obstaculizó en nad a este renacim iento.
así escogidos, y m uchas ediciones actuales de o bras antiguas; se b asan en rnanus- La tercera generación de letrados carolingios, después del 840, constituye el
critos carolingios del siglo ix . E n cam bio, a p esar de la afrimimte al co ntm ente ap o geo de este renacim iento y supera am pliam ente a las precedentes. L a teo logía
de sabios irlandeses expulsados p o r los vikingos, m uy pocas obras griegas fu ero n re n a d<5, después de tres siglos de silencio, con las polém icas que opusieron a R a -
copiadas o traducidas después del 840. ' b an o M auro, abad de F u ld a y luego arzobispo de M aguncia, y al m onje G o tts-
chalk, acusado de creer en la predestinación de la salvación sólo p a ra ciertos fie-
426 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

^ U l N J I l U S f L U S ^ X I imOK^cr
Escritura uncial, siglos IV-V ________________

* \ ’6 N r'u m a .u J ieN"ri r i H c t ‘r r ' 0%0


___________ Escritura semiuncial________________ _

___________ Escritura llamada de Luxeuil,.siglos Vll-VIII ______________

j> cc& ty- < pjerti< nn < an ■« n o n e ffia c & z i

c j a & m ^ u < u n í^ in a ^ < tt u ir j2 < < r & 9 r t- j> < &


mcuE^qr^-7^&-2^n&<icnf^úffe^Sn7Tía6niTn!<£:

(rt>-pa^-ua^j7nne-ioc<|aonJj>r<cec&p^|^pftfp
_ E ser itura a z de Laon, siglo VIII _

-jtfS fi»CsflnrfWVfv*Acutík m
_________ Escritura merovingia documental -

^ y í j U l f ¿ ju f- € o n fty -u f U T u r ^ &

clefi¿9_ u . a í u S j ^ ^ o s p f SC^{¿(Ia .

__ ____________________ Precarolina italiana, siglos VIII-IX _________________________

CTALT 1Ú u I " . Or¿uLlf^-lUr flilAtrjfluim CkVÍc

d r r e * vm t 4 c m c S . v , o / O t a I>a I i «*i i a .u i c ’ÍC ’n J i u i l c y x t i

Jtn3/<S.'tnaiiiflrf^c-|^CTW'Tti7íC it in n ic in a c c iu r ,
______________________________ Carolina minúscula________________________________

c ^ fb c io r it id e o f* {T eT '^ou cT 'ú a tlic r i


_____________________ Escritura Carolina de la B ib lia d e A m i e n s _____________________
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 427

les y no para todos. Este lejano precursor del jansenismo fue condenado en el
845. Un irlandés, Juan Scoto Erígena, tradujo a partir del original griego los tex­
tos de Pseudo-Dionisio el Areopagita y creó la reflexión filosófica cristiana con
su De divisione naturae, gran síntesis acabada en el 866, de tendencia neoplatóni-
ca, que no parece haber sido demasiado comprendida por los contemporáneos.
El pensamiento político se precisó aún más con la obra de Hincmar, arzobispo
de Reims del 845 al 882, a través de sus cartas y su De ordine palatii. Hombre
de acción, pastor y jurista, Hincmar dejó una obra capital para la definición de
la Iglesia, considerada un pueblo de Dios, que no tema nada de gregoriana. Hizo
de Reims, gracias a la biblioteca y a la escuela que desarrolló, un centro intelec­
tual e histórico, particularmente al escribir la tercera parte de los Afínales llama­
dos de Saint-Bertin. Reims se pareció a Fulda como centro de desarrollo de un
pensamiento político y literario que apoyaba a la monarquía. Por otra parte, en
el siglo xi, Reims fue ilustrada por el analista Flodoardo, por el historiador Ri-
cher, apasionado por Salustio, y sobre todo por Gerberto, monje de Aurillac,
quien, tras haber hecho sus estudios en Cataluña, enseñó en las escuelas de
Reims del 972 al 980 y del 983 al 997. En efecto, Gerberto fue el primero en
superar la herencia intelectual carolingia y así abrió una nueva época.
Al mismo tiempo, no hay que olvidar la penetración de las reformas escolares
carolingias en Germania. En Lorsch, Wurzburgo, Reichenau y Saint-Gall fueron
copiados nuevamente numerosos manuscritos antiguos. Excepto en Fulda, la ex­
pansión intelectual aún no se manifestó en el siglo ix, porque la aculturación es­
taba sólo en su primera generación. En Saint-Gall, en particular, Notker el Tar­
tamudo (muerto en el 912), autor de una vida novelada de Carlomagno, y Notker
el Hocicón (muerto en 1020), el único que hizo traducciones en alto alemán de
Boecio, Catón, Virgilio, Terencio y Aristóteles, eran famosos maestros de escue­
la. En Corvey, Widukind (925-1004?) escribió las Res gestae saxonicae, obra his­
tórica escrita en un latín bastante bueno que describe los grandes hechos de la
dinastía otónida. Es muy curioso observar que, después del reinado de Otón I,
este renacimiento se efectuó primero en la lengua vernácula y luego en latín. El
mismo fenómeno tuvo lugar en Inglaterra, donde el rey Alfredo hizo traducir al
anglosajón la Biblia, la Pastoral de Gregorio el Grande, obras patrísticas, espe­
cialmente la Historia contra los paganos de Paulo Osorio y, sobre todo, la Histo­
ria eclesiástica de Beda. En el siglo xi, las obras pedagógicas de Aelfric (h. 955-
1020), una gramática latina y el Coloquio, diálogo entre un maestro y un discípu­
lo, de Byrhtferth, el célebre Enchiridion, demuestran que los escolares ingleses
poseían a menudo un mejor latín que el de sus condiscípulos del continente. En
cambio, la obra del obispo Liurprando de Cremona (muerdo hacia el 970), la Le­
gado, historia apasionada de su embajada a Constantinopla, nos revela la impor­
tancia y la calidad de los laicos cultivados, en la Italia lombarda. En este país no
se planteaba el problema de la lengua vernácula ya que el latín aún no se había
convertido en el italiano. Pero en Cataluña y Asturias, las guerras interminables
relegaron la cultura al interior de los claustros, sin que surgiera ningún escritor
de talla. En resumen, el renacimiento cultural carolingio no se debilitó nunca y
continuó enriqueciéndose hasta el punto de permitir una nueva expansión a partir
de fines del sielo x.
428 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
LA «RENOVACIÓN» CAROLINGIA 429

Primeros inicios de un arte europeo bajo el ropaje antiguo


Ebbon, revelan que el arte figurativo ya había conquistado un lugar de primera
El renacimiento cultural carolingio fue notable sobre todo en el campo artís- fila, muy por delante de los manuscritos que perpetuaban la tradición abstracto
tisco, especialmente en la arquitectura. Pensemos en el considerable número de irlandesa en Saint-Bertin o en Saint-Amandi Y aun allí, los manuscritos otónidas
construcciones religiosas y laicas realizadas durante los cuarenta y seis anos del. pintados en Tréveris, Echternach o Colonia, a pesar del hieratismo
reinado de Carlomagno: ¡doscientos treinta y dos monasterios, siete catedrales y adoptado de ^ z a s d o in stitu y en innovaciones carolingias. Las bases del arte
occidental acababan de ponerse: sentido de la línea y del volumen, juego de co-
sesenta y cinco palacios! El culto a las reliquias y la adopción de la liturgia roma,
k re^ rechazo del arte por el arte y afirmación de una grandeza divina y humana.
na requerían nuevos tipos de iglesias y monasterios. Las soluciones se encontra,
ron bien en las' iglesias merovingias, bien en la basílica constantiniana de San Pe; En este balance de la renovación carolingia está pues inextricablemente mez­
dro de Roma o bien compulsando el tratado de arquitectura clásica de Vitrubio. clado ^lo político y lo religioso, lo romano y lo cristiano. Conducidas por tres ge­
Entre las nuevas fórmulas cabe señalar la aparición de criptas, especie de cons­ neraciones de clérigos, las dinastías carolingias e incluso otónidas hicieron reposar
trucciones con bóveda, medio enterradas, destinadas a contener los restos de un sus construcciones políticas, religiosas, intelectuales y artísticas sobre la ley laica
santo, y la occidentalización de las iglesias. Se añadieron mausoleos en la cabere- y la ley religiosa. Reencontraron el sentido romano del Estado modificando el
ra y se idearon santuarios-tribunas, para la celebracion de las Pascuas, en el pri­ derecho de loan germánico con la llamada a la moral cristiana. Construyera el
mer piso de las torres de la fachada. A sí nacieron las iglesias de doble abside:. Imperio con la ampliación de sus tierras fiscales y la práctica de continuas opera­
Saint-Gall, cuyo célebre plano fue imitado sin cesar; Saint-Denis, Colonia, Fulda ciones guerreras. Introdujeron el vasallaje en el Estado. El empirismo de un Car-
lomagno preparó las medidas más radicales de un Luis el Piadoso, mucho más
o incluso las iglesias precedidas de un imponente macizo occidental (Westwerk),
especie de crucero coronado por una torre y dos torrecillas, como en Saint-K- favorable a la Iglesia que su padre. Esta última, protagonista esencial de la reno-
quier, Corvey, Lorsch, Reims, etc. La obra maestra es evidentemente la capilla ■vatofDto fue de hecho la única estructura que dio al Imperio, así como a los otros
de Aquisgrán, construida del 790 al 796, a partir de la cifra ocho, por el arquitec­ reinos europeos, un alma común y una organización común que tuvo el mérito
to Eudes de Metz. Él fue quien ideó, con tres siglos de antiápación, el arbotante • de alcanzar a las poblaciones mucho más profundamente que los agentes locales
interior para sostener el tambor que soporta la cúpula. Por su plano y su simbo, del poder real. Por eso, Carlomagno y Otón lo hicieron todo para someterla,
lismo recuerda los palacios bizantinos, el Santo Sepulcro de Jerusalén y el baptis­ mientras que Luis el Piadoso creyó más justificado darle una cierta libertad. La
terio de San Juan de Letrán en Roma o la iglesia de San Vital en Ravena. ¡ continuación de la misiones más allá del Imperio permitió esta distinción entre
Este arte carolingio, que quería parecer antiguo, hacía alternar el mármol de el Estado y la Iglesia y la aparición de la noción de Europa. La unidad ya no
color y la piedra blanca tallada en cubos con el ladrillo largo, com o en la puerta pudo lograrse mediante la uniformidad política, sino a través de una cultura co­
triunfal de Lorsch. Fue transmitido sin ninguna ruptura a Germama gracias al mún. La generalización de las escuelas monásticas y catedralicias y la adopción
notable edificio que es la segunda abadía de CCilrvey, construida del 873 al 885, de una cultura basada en la Biblia y el humanismo antiguo, transformaron los
con su célebre Westwerk. Las primeras iglesias otonianas continuaron utilizando espíritus e hicieron entrar definitivamente a la Germanía en el concierto europeo.
sus propias fórmulas, diversificándolas, por ejemplo en Minden (913-952) o bien¡ Finalmente el renacimiento artístico, con sus numerosas construcciones, com­
en Francia occidental, en Cluny II (955-981). Si hacia el 960-970 fueron construí, prendidas las de la España cristiana y las de la Inglaterra sajona, demuestra que
das nuevas iglesias, éstas eran indistintamente carolingias y románicas. Tampoco a partir de modelos antiguos se difundieron auténticas innovaciones para satisfa­
en este sentido se perdió nada. ^ , cer las exigencias litúrgicas. El programa de renovación mediante el bautismo fue
Las otras artes habían seguido también esta expansion. El interior de las igle­ pues muy real. Carlomagno y luego Luis el Piadoso lo orientaron en direcciones
sias estaba adornado con mosaicos de fondo dorado, como el que subsiste en diferentes. Pero ambos no hicieron más que sistematizar y coordinar las solucio­
Germigny-des-Prés, o con frescos que cubrían todos los muros, como en Saint- nes descubiertas en el momento de la crisis merovingia. La continuación y la am­
Germain de Auxerre o bien en Saint-Jean de Mustair. La escultura reapareció pliación de las novedades de fines del siglo vii caracterizaron la evolución social
en semiplano sobre los canceles, luego en altorrelieve en las estatuas. El trabajo y económica de los hombres que hicieron posible los renacimientos carolingio y
otónida. 1
del marfil y de los metales preciosos permitió la creación de cálices y relicarios .
con una decoración suntuosa destinada a crear una impresión de poder fuera de
lo común. Pero el arte más logrado fue el del libro. La influencia antigua, y parti­
cularmente la helenística, hizo reaparecer la tercera dimensión en los manuscritos
de pompa, escritos con letras de oro o plata sobre fondo púrpura del taller de
Aquisgrán. Después del 814, la dispersión de los artistas por los centros de Saint-’
Denis, Tours, Reims o Metz permitió la manifestación de temperamentos poco
comunes. Los plumazos agudos del autor del Salterio de Utrecht o las atmósferas
atormentadas de gran intensidad, como las del miniaturista del Evangeliario de
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 431

las hambrunas que aparecieron en casi todas partes y que numerosos cronistas
señalan en la Galia, Hispania e Italia, en el 409 y el 411. En Italia, en particular,
la del 450 fue calificada de «muy obscena», hasta ei punto de que los padres ven­
dían a sus hijos como esclavos para procurarse alimentos.
Por otra parte, hemos visto que el escaso número de invasores no era suficien­
te para llenar los vacíos. Quizás sólo la Bretaña armoricana sacó provecho de
una emigración constante de bretones insulares y vio aumentar su población hasta
alcanzar posiblemente los trescientos mil habitantes. Pero aparte de este caso, la
subalimentación dejó a la población totalmente indefensa ante una calamidad ve­
nida de Oriente; la peste bubónica, que hizo su aparición ya en el 442 en Italia,
la Galia e Hispania. Este primer aviso pasó desapercibido, pero con las malas
C a p ítu lo 11 cosechas de fines del reinado de Teodorico y con la llegada de tropas bizantinas
en convoyes regulares desde Constantinopla, Alejandría y Cartago, el azote veni­
L A A C U M U L A C IÓ N P R IM IT IV A do de Oriente se desencadenó brutalmente en el 542.

( s ig lo s V I - I X ) (j'síf'i
Un gran choque demográfico: la peste del siglo VI

En diversas ocasiones, los letrados carolingios intentaron reflexionar sobre >u Esta primera gran peste de la historia medieval siguió las mismas rutas marí­
sociedad. Tras haber definido su programa y su objetivo, consideraron, emplean^' timas que más tarde seguiría la de 1348; alcanzó simultáneamente la Iliria y Alri-
do un viejo esquema de san Agustín, que tres grupos formaban toda la human{;' ca, y después toda la Hispania oriental y meridional. En el 543, contaminó la
dad en marcha hacia Dios: los clérigos, los monjes y los laicos. Los primeros di-£f Toscana y la llanura del Po a través de Roma, mientras que'por Marsella remontó
rigían, los segundos oraban y los últimos, casados, trabajaban según la tipología el Ródano y el Saona; luego descendió por la margen izquierda del Rin para de­
bíbfica de Noé, Daniel y Job. Podemos leer estas distinciones en las obras d e . tenerse ante las puertas de Reims y de Tréveris. En el 544 llegó incluso a las
Teodulfo, consejero de Carlomagno, y de Rabano Mauro, preceptor de Carlos' costas de Irlanda y del País de Gales. Una segunda oleada irrumpió en el 559 en
el Calvo. Dos laicos también las proclamaron: el emperador Luis el Piadoso y el Istria y Ravena, en el 570 rebrotó en Ostia y Génova, y en el 571 en Marsella,
escritor Ermoldo el Negro. Este cómodo esquema, ¿corresponde a la realidad de alcanzando esta vez la Auvernia, el Berry y la Borgoña. Una tercera ola epidémi­
su tiempo? De entrada, es indispensable intentar precisar, aunque sólo sea apro':i ca tuvo lugar en 580-582 y en 588-591. Hispania oriental fue asolada hasta Toledo
ximadamente, el número de hombres y su evolución en este período. Entonces inclusive; después afectó a Cataluña, la Narbonense y la región de Albi, y nueva­
aparecerán los conflictos entre sacerdotes y monjes, entre poderosos y pobres,' mente a Marsella y al valle del Ródano, excepto Lyon. Volvió desde Antioquía
entre libres y esclavos, en resumen, todo un mundo en plena evolución, fluido y, a Ravena e Istria y contaminó Italia central hasta Roma. Al mismo tiempo, la
difícil de captar. Este mundo atravesaba por los inicios de una mejora de la pro­ disentería había afectado a toda la cuenca parisiense. Una cuarta oleada, en 599­
ducción agrícola y de los métodos de por una renovación urbana, poi; 600, afectó los mismos territorios italianos, Marsella y ^África. Luego la virulencia
la apertura de nuevos circuitos comerciales y por el desarrollo de la economía del bacilo pareció atenuarse. En el 654, únicamente la Provenza, el Lacio y Pavía
monetaria. Todo esto lleva pues a reconsiderar las causas del hundimiento del fueron contaminados. En el 664, un foco anglosajón se desencadenó hacia el sur
Imperio Carolingio, en función de los últimos hallazgos y en relación a los fraca­ de la isla e irradió hasta Northumbria, el País de Gales e Irlanda. La peste rein­
sos y éxitos de las monarquías bárbaras. cidió en 682-683. En el 694, la Narbonense experimentó aún una reaparición de
la epidemia. En el 746 y el 767, finalmente, Sicilia y el sur de Italia fueron alcan­
zadas por última vez.
LOS HOMBRES En conjunto, a la inversa de su homóloga de 1348, la peste «justinianea» pro­
bablemente causó menos muertos porque penetró bastante poco en el interior
A pesar de la ausencia de cifras y documentos precisos es posible, sin embar­ del territorio. El mapa muestra que estaba vinculada a las grandes rutas comer­
go, señalar algunos rasgos generales de la evolución de la población durante los ciales más frecuentadas, en particular a los ríos, y que no progresó más allá de
primeros siglos de la Edad Media. Las guerras y las invasiones del siglo v, según los puntos de intercambio. Los puertos y las ciudades debieron pagar un fuerte
todas las evidencias, afectaron seriamente a las ciudades y al campo, ya sea por tributo a la calamidad, la cual al mismo tiempo se enquistó perceptiblemente en
las masacres de Africa y Grair B.retaña, por ejemplo, ya por la sujeción a esclavi­ las zonas rurales, a excepción de la península italiana, donde el hambre ya había
tud', especialmente en la Galia y en Italia, o bien, por último y sobre todo, por provocado el vacío con anterioridad. En efecto, según Procopio, en 538-542 hubo
432 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

cincuenta mil muertos a causa del hambre en el Picenum. En cuanto a los dos-
cientos obispados de la península, sesenta desaparecieron definitivamente; es evi­
dente que la peste terminó lo que el hambre había empezado. No debió quedar
nada en Carpetania (la Mancha española), Auvernia e Italia, donde hacía 590-591
se abatió la langosta en densas oleadas. En resumen, a excepción de Aquitania
y la Hispania atlántica, todo el viejo mundo romano urbanizado fue asolado por
la peste. Esta ruptura demográfica disminuyó la población y benefició a los bere­
beres, a los vascos y a los bretones, que empezaron entonces a descender de sus
montanas hacia las llanuras vacías o bien a salir de su territorio para expandirse
a costa de las monarquías visigótica y franca. Favoreció pues el retroceso de la
civilización romana, en beneficio de la barbarie indígena. En las islas afectó mu­
cho más a los celtas que a los anglosajones y permitió a estos últimos reempren-
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 433

der su avance. Además, como casi nunca alcanzó a los países germanizados o
germánicos, favoreció especialmente a los lombardos, que desde el 568 entraron
en una llanura del Po cuya población estaba diezmada y luego se infiltraron fácil­
mente en la península. En el trascurso del siglo vil, grupos tribales eslavos, en­
cuadrados por los ávaros, se instalaron a lo largo de los cursos de agua de la
costa occidental del Adriático, en el ducado de Benevento «en tierras que habían
permanecido desiertas hasta esta época», tal como hicieron los búlgaros en la
Pentápolis. En resumen, mientras que la península italiana estuvo disminuida du­
rante todo el siglo vn e incluso aislada del resto de Europa bajo los golpes de los
lombardos, en otras partes, en particular al norte del Loira, en Galicia, Aquita-
nia, Baviera e Inglaterra, pudo producirse la recuperación demográfica. Entre el
Rin y el Mosela, cerca de Coblenza, el cementerio de Rübenaeh-Krefeld muestra
cómo la población local se duplicó del siglo v i al vil Demográficamente hablan­
do, el centro de gravedad de la población se desplazó de la Europa mediterránea
hacia el norte de la Europa continental, que no fue alcanzado por la gran peste.
Mientras este desfase en provecho de los países germánicos se aceleraba, es­
pecialmente en el Mosa y el Rin inferiores, las peculiaridades regionales se acen­
tuaron. A l oeste del Escalda, en particular, las poblaciones permanecieron dise­
minadas. A fines del siglo vn, los campos de la ciudad de Thérouanne estaban
aún vacíos cuando dos irlandeses, Lugle y Luglien, la atravesaron. Igualmente,
los habitantes de la llanura del Po sólo empezaron a aumentar en número después
del 700. Una de las raras regiones meridionales que experimentaron un incremen­
to de su población fue la cordillera de los Pirineos, la Narbonense y Aquitania.
La primera causa de esto fue la persecución de los judíos por parte de los reyes
visigodos, que les hicieron afluir a las llanuras del bajo Languedoc. La segunda
fue la ocupación musulmana de Hispania y las recaudaciones consecutivas de im­
puestos. Los cristianos hispano-visigodos se refugiaron entonces en las cordilleras
Cantábricas; luego, tras la gran hambre de 749-750, en los Pirineos, en sus flancos
septentrionales, casi en los límites meridionales de las Cévennes y a menudo in­
cluso más lejos. Esta emigración de hecho sólo se detuvo después del reinado de
Carlomagno. Asimismo, el abandono de las ciudades romanas del levante hispá­
nico y la débil ocupación beréber que le siguió explican la insuficiente ruraliza-
ción y la aparición de la piratería a partir de pequeños puertos de la costa, a falta
de otros recursos. En la vertiente pirenaico-vasca, del Adour al Garona, la red
urbana también desapareció, a falta probablemente de población local o de apor­
tes del exterior. Un fenómeno idéntico debió producirse en las costas centrales
de la península italiana. Quizá sea preciso incluso fechar en esta época el abando­
no de las llanuras irrigadas del Lacio que tomaron entonces el nombre de maris­
mas pontinas.

El primer empuje del poblamiento en el siglo VII

Dicho esto, allí donde las últimas investigaciones permiten afirmar que la cur­
va demográfica se recuperó, los aspectos propiamente humanos de esta recupera­
ción deben ser tomados en consideración a fin de comprender bien su naturaleza.
En este sentido, el cementerio galo-romano, luego merovingio, de Frénouville

2 8 . — FOSSIER. I
434 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 - 9 5 0
L A A C U M U L A C IÓ N P R IM IT IV A
435

(C alvados), cuyas tum bas van d el siglo m al V I, es p articularm ente revelador,;


de los te r p e n frisones dem uestra q ue, a pesar de las transgresiones m arinas, la G ro-
M ientras que el poblado galo-rom ano estaba habitad o por 250 personas, durante:
ninga y la Frisia increm entaron su población regularm ente y qu e, p o r falta de es­
los tres siglos merovingios su cifra osciló en tre 1.100 y 1.400. ¡El núm ero de ha-,
pacio para cultivar o p a ra p ro d u cir forraje, se volvieron cada vez m ás hacia el co­
bitantes , com o m ínim o se había quintuplicado! C om o la presencia de anglosajo --
m ercio m arítim o. E l proceso fue, pues, rigurosam ente opuesto al de las costas del
nes es dofícilmente discernible y el núm ero de guerreros poco im p o rtan te, es cast.
lev an te hispánico. Es un b u en ejem plo del cam bio del equilibrio en p rovecho de
seguro que estos aldeanos pacíficos aum entaran en nú m ero d u ra n te el siglo VI
la E u ro p a del n o rte. E n resum en, este prim er em puje de la población y de la ro ­
P ero esto se produjo siem p re en condiciones muy próxim as a las d el te rc e r mundo
turación se observa claram ente en In g laterra, la G alia del norte y la llanura del P o.
actual. L a esperanza de vida al nacer era m uy débil, apenas de trein ta años, y la
A s í, la crisis dem ográfica de lo s siglos v y vi produjo u n a ru p tu ra perjudicial
m ortalidad infantil m uy fu erte; de un cuarenta y cinco p o r cien. E n la época me-
sobre todo p ara el área m editerránea urbanizada, luego una lenta recuperación
rovingia la longevidad m edia se situaba a lred ed o r de los cu aren ta o cincuenta
que em pezó en el siglo V I y que se aceleró en el siglo v in en las tierras d e la
años p a ra los hom b res, pero sólo alrededor de trein ta a cu aren ta años p ara las
E u ro p a gennánica y germ anizada. P ero esta recuperación era aún dem asiado dé­
m ujeres. N atalidad y m ortalidad debían ser m uy elevadas: cuarenta y cinco por
bil, especialm ente p ara justificar la preem inencia austrasiana o sajona.
mil de m edia en los dos casos, p ero en realidad fluctuarían según incesantes va-:.
riaciones recíprocas. T o d o perm ite su p o n er, p u es, una recuperación demográfica
delicada , con ausencia de célibes y con m atrim onios desde la pubertad. A doraás, Las d e sig u a ld a d e s c a ro lin g ia s
esta fragilidad debía ser increm entada p o r u n a clara consanguinidad, como lo de­
m uestran la evolución de los diám etros horizontales de los cráneos y ciertas taras
E n el siglo IX, el paralelism o con la época m erovingia p erm ite captar m ejor
en núm ero superior a la m ed ía. T odo e ste aum ento dem ográfico, aparecido en
algunas características d e la evolución dem ográfica. U n prim er hecho salta a la
el siglo vii, p ero m ucho más claram en te en el siglo VIII, p o d ía pelig rar al m enor
v ista. la ausencia de ep id em ias. L a peste había desaparecido p o r m ucho tiem po.
acontecim iento m ilitar o con el p rim er pillaje.
E l h am b re sólo aparecía tras u n a inundación o u n a sequía. D e sd e e l 751 h asta el
E sta len ta recuperación después del choque d e la gran peste justinianea tuvo,
840, tófo se cuentan tres h am brunas, luego aum en taro n con las invasiones y las
com o hem os visto, consecuencias en la ocupación del suelo. Sucesivam ente se de­
guerras civiles: ocho en cincuenta años. Igualm ente, en Italia, el ham bre sólo rea­
sarrollaron g ran d es zonas boscosas en las tie rra s abandonadas y luego aparecie­ pareció en el 859, el 8 7 2 y el 9 4 0 , y la plaga de la langosta lo hizo en G erm an ía
ron algunas roturaciones. F u e el caso de la región e n tre el R in, el M osela y el
en el 877. P ero m uy frecuentem ente los autores de los anales califican exage ra da­
E ifel , asf como de la baja llanura del P o. C uando los bosques alcanzaban los lla­
m ente de h am b ru n as a simples escaseces q ue se reducían a coyunturas difícile s .
nos borgoñones, los valles del A uxerrois experim entaban el fénóm ero inverso.
E n e l 779, Ben it0 d e A niane suprim ió u n a supuesta h am b re distribuyendo c a rn e .
U na vez que las tre in ta y pico p arro q u ias instaladas en las antiguas v illa e galo-ro­
In d iscutiblem ente, el aum ento dem ográfico debió continuar hasta m ediad os del
m anas q u ed aro n arruinadas, se crearo n o tras a lo largo del valle del Lom g, a siglo IX.
p a rtir del siglo V I, según u n itinerario nuevo, e incluso a veces la planicie forestal E n algunas regiones, u n o de los factores de este increm ento fue el aflujo de
se vio afectada. P e ro al final, una vez recu p erad o el te rre n o p e rd id o , el progreso
in m ig ran tes. L o s m ozárabes, conm ovidos p o r la d e rro ta de Z aragoza, en el 778,
fue débil. Los resultados de los análisis polínicos efectuados en la Bélgica m ediáf y a p la stad os tras sus inútiles revueltas en C órdoba, en 850-859, y en Bo b a s tro,
y en las A rdenas apuntan en el mismo D esde principios del siglo v, ár­ en 850-928, to m a ron p o r costum bre dirigirse al reino asturiano, a C atalu ñ a y al
boles, helechos y zarzales p ro gresaron a costa d e los prados y los cultivos. ^ t o s sur del rein o de A q u ita n ia. fu e ro n b ien acogidos, com o lo testim onian los
últimos reap arecen en los siglos vi y V I, pero hacia el año 700 se p ro d u jo .u a p recep tos de C arlom agno del 802, renovados p o r Carlos el Calvo en el 884. P u­
fu erte em puje de las hayas y los alisos. Luego vuelven a ser num erosos los póle­ dieron instalarse en las tierras desiertas de Septim ania, y esta em igración du ró
nes de p lantas cultivadas. A q u í, el fin de la época m ero v n g la re p resen taría quizás hasta ffuos del siglo IX. A sim ism o, en In g laterra, la construcción de grandes m u­
un retroceso tem p o ral de los cultivos, ocurrido an tes de que los pipínidas, i tu rallas de alineadas a través de valles y colinas, com o el D y k e de O ffa ,
ticos dueños de aquellas regiones, d o n d e se h a n localizado n o v en ta I d em u estra q ue la p o b lación había sido suficientem ente num erosa com o p ara ro tu ­
nios agrícolas que les pertenecían a lo largo del M osa, tran sfo rm aran definitiva-' ra r bosques de gran extensión. L os frisones, qu e abandonaban sin cesar sus ter-
m en te el país tras su victoria de T ertry en el 687. p e n , ciertam en te tam bién se encontraban estrechos en su territorio. A nglosajones
In g laterra, después de la reocupación de ciertas tierras cultivadas en época y d a n e ses, al o tro lad o del m ar del N o rte, im itaban sus técnicas p oniendo en cul­
ro m an a y del bloqueo de la conqu ista, experim en tó tam b ien u n inicio de la rotu­ tivo las m arism as de W ash y los F e n s de E ast A nglia. F inalm ente, los m ovim ien­
ración en el curso del siglo viii. E ste nuevo desarrollo d e la colon i zación anglosa­ tos de colonización vikinga ciertam ente acrecentaron las poblaciones locales de
jo n a a p artir de u n a vieja inm igración sería d etec tab le, según alg u n o s historiado ­ D anelaw y N ° rrn a n d ía. E n Islandia, fu ero n alrededor de v ein te m il personas, se­
res ingleses, gracias a los raros to p ó ^ m o s acabados en in g a que se encuentran ñ o re s n o ruegos y esclavos irlandeses m ezclados, las que colonizaron la isla a fines
en W egld, . C am bridgeshire y E ast A n ^ a . P e ro .los anáfisis polín icos no oonducem del sigfo IX. A estas p ru eb as de aum entos locales d e la población se a ñ a d en indi­
■ a los mism os resultados que en el con tin en te. E n cam bio, el estudio arqueológlco cios de densidades d e población rural interesarnos.
rr

436 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA


437

A partir del estudio del políptico de la abadía de Saint-Germain-des-Prés, Fer- mil soldados con que podía contar Carlomagno. Más vale, pues, aceptar los quin­
dinand Lot estima que la densidad media de estos dominios era en la cuenca pa­ ce millones como un mínimo seguro y quizás suponer un total de dieciocho millo-
risiense de veintiséis a veintinueve habitantes por kilómetro cuadrado. Otros his­ n®s, a raznÓn de diez habitantes por kilómetro cuadrado para las tierras incultas
toriadores, que han estudiado el políptico de Saint-Bertin (844-859), atribuyen a (75 por 100 de las tierras) y treinta para las tierras cultivadas (25 por 100). A sí
partir de estos documentos densidades de treinta y cuatro habitantes por kilóme­ la población del Imperi° Carolingio sena ligeramente superior, teniendo en cuen­
tro cuadrado al territorio situado entre el Yser y las laderas del Artois, de veinte ta su i;nenOr superficie , que lá del Imperio Romano tardío, que era, según se cree
habitantes en una zona más al norte, de nuevo doce en los alrededores de Lille de vemtiseis millones. ’
y de cuatro en el valle del Mosela. Del mismo modo, se ha calculado que la zona Todo esto, una vez más, es sólo una aproximación, igual que la de los demó-
de los terpen frisones tenía, hacia el 800, veinte habitantes por kilómetro cuadra­ mgleses que atribuyen al Imperio Otónida, en el siglo x, alrededor de diez
do en las arcillas marítimas, para descender hasta cuatro en las arenas del sur del de habitantes. De todos modos, un hecho es absolutamente cierto: la
Drenthe. El estudio del políptico de Saint-Rémi de Reims (hecho del 845 al 882) mterrupcion de este crecimiento demográfico después del 840, y probablemente
aporta idénticos datos. Un burgo rural como Viel-Saint-Rémi tenía cincuenta ha­ hasta el 95°. Los estudios sobre el abandono de aldeas muestran que el fin de la
bitantes por kilómetro cuadrado; dominios como Vilers-le-Tourneur, veinticua­ ramillradrá agncola en el Eifel se sitúa a mediados del siglo IX. H asta el 972
tro; Sault-Saint-Rémi, cuarenta y cinco, y Courtisols, quince. Cuando a estos te­ las razzias de los sarracenos ciertamente vaciaron la Provenza oriental de su po­
rritorios cultivados se añaden todas la dependencias, la mayoría situadas en pleno blación. En el 867, nueve mil cristianos del Benevento fueron llevados esclaviza­
saltus, evidentemente las densidades caen respectivamente a treinta y siete, trece, dos, en seis barcos musulmanes, a Trípoli de África y Alejandría. Los esclavos
veinticinco y quince habitantes por kilómetro cuadrado. En resumen, en la capturados por los vikingos en sus razzias acabaron sus días en Islandia, Noruega
Champaña seca, a mediados del siglo IX, es posible avanzar como cifra de densi­ o bien en Dmamarca. Las mujeres desnudas, atadas por los cabellos en fila india
dad media en las tierras cultivadas una treintena de habitantes por kilómetro cua­ a los carros húngaros, poblaron las planicies del Danubio. Al mismo tiempo, los
drado, y en las tierras incultas una decena. Estas estimaciones, que se apoyan en esclavos y la mano de obra agrícola huían de los vikingos para escapar de sus
documentos de la práctica dominical, no pueden ser puestas en duda seriamente, manos. Un capitular de Carlos el Calvo reconocía que valía más que se escondie-
porque probablemente los polípticos pecan más bien por defecto que por exceso mn en los bosques de los alrededores. En el 853, un éxodo general afectó la
en el recuento de campesinos, con la reserva, es cierto, de que podamos estar Neustna, a causa. de los saqueos de bretones y daneses. No olvidemos tampoco
seguros de la superficie que cubren. Demuestran que se realizó un indiscutible las masacres debidas a las guerras civiles. En el 841, en Fontenoy-en-Puisaye,
progreso en relación a la Antigüedad tardía, en las mismas tierras catastradas, vanos miles de soldados habrían caído muertos. En el 923, Rodolfo de Borgoña
procedentes de la herencia familiar de Saint-Rémi, ya que la cifra del siglo v, de y Berenguer del Fnul chocaron en la Uanura del Po: quinientos combatientes de
ocho trabajadores agrícolas por kilómetro cuadrado, había sido superada y que la caballería pesada, miembros de las más grandes familias, quedaron, según se
el índice ideal de dieciséis braceros fijada por el-agrónomo Columela ¡se había nos dice, en el campo de batalla. Flodoardo nos indica el número preciso de
doblado! Revelan, finalmente, la diferencia de uno a tres que separaba a las zo­ muertos en cada raid de los vikingos: mil doscientos normandos muertos en el
nas del saltus y las del ager. La población de la época carolingia, estaba, pues, sitio de Clermont-Ferrand en el 923, mil trescientos cerca de Étampes en el 925,
formada por un entramado de pequeños villorrios muy poblados en medio de híi1 cien en. Fauquembergue en el 926. Semejantes pérdidas ciertamente detuvie­
grandes territorios más o menos incultos. J ron el creciimento de la población, y los desplazamientos intensos de mano de
Como podemos ver, zonas más cultivadas que otras atraían a la población. A obra agrícola redujeron el cultivo de los suelos.
principios del siglo x, la vertiente catalana de la montaña pirenaica estaba total­
mente superpoblada, con densidades que alcanzaban, a más de mil metros de al­
titud, como mínimo los dieciocho habitantes por kilómetro cuadrado. Igualmen­ Un clero rico y dividido
te, la alta Lombardía y el Piamonte estaban más ocupados que los Apeninos y
la baja llanura del Po. A fines del siglo IX, la llanura del Limagne estaba clara­ En un mundo tan diverso como el de la Europa cristiana de los siglos vm y
mente saturada. En resumen, a partir de esta gran irregularidad geográfica de la IX, atravesado por este claro despertar demográfico, ¿podía la sociedad ser clasi­
expansión demográfica, especialmente nítida en la cuenca parisiense, Picardía, ficada, según el lecho de Procusto de la antropología espiritual, en clérigos, mon­
Flandes, el eje del Mosa y la región de Colonia, no es arriesgado proponer algu­ jes y laicos? Si, en la medida en que, justamente, clérigos y monjes se oponían;
nas hipótesis sobre la población totaldel Imperio. Para un millón doscientos mil ’ no, en la perspectiva siempre presente de una violencia que separaba a los laicos
kilómetros cuadrados, se han propuesto alrededor de quince millones de habitan­ en dos grupos: los que poseían la seguridad material o política, es decir, los escla­
tes. Ferdinand Lot calcula de catorce a quince millones, pero para la superficie vos y los nobles, y los que no tenían ninguna influencia ni protectores, los hom­
actual de Francia. Jan Dhondt, en cambio, no atribuye más de tres millones al bres libres y totíos los que formaban parte sólo de pequeños grupos. D el mismo
mismo territorio, setecientos mil en Germanía y la misma cantidad en Inglaterra. modo, la división social vigente en Sajonia o entre los daneses y los suecos, que
Sin embargo, no olvidemos los diecinueve mil funcionarios y los cincuenta y dos oponía de manera severa a los nobles (edhelingi) que debían gobernar, a los libres
438 l a f o r m a c ió n d e l m u n d o m e d i e v a l , 35 0 -9 5 0

(frilingi) y a los esclavos (lazzi) que debían obedecer, no se correspondía en ab­


soluto con la realidad que se vivía, ya que los status sociales cambiaban muy rá­
pido y nadie estaba seguro de conservar el suyo, sea porque deseara cambiarlo,
sea porque le expulsaran.
Hemos visto la fuerza y el poder del clero. El concilio de Aquisgrán del 816
clasificaba la fortuna de las iglesias según el número de mansos que poseyeran.
La primera categoría poseía de tres mil a ocho mil mansos, la segunda de mil a
dos mil, y la tercera agrupaba las instituciones más pequeñas, de doscientos a
trescientos mansos. La catedral de Augsburgo tenía mil quinientos siete mansos,
la de Ratisbona mil cien. En cambio, monasterios como Wissemburgo, Lorsch y
Saint-Gall poseían cada uno alrededor de cuatro mil, ¡y Fulda llegaba hasta los
quince mil! Los monjes de Fontenelle (Saint-Wandrille), que se quejaban de ha­
ber sido despojados por los carolingios, oficialmente eran señores de al menos
cuatro mil mansos. Un «pequeño» monasterio como Saint-Bertin alcanzaba ya,
con doscientos cincuenta y cuatro mansos, sólo para el uso de los monjes, ¡una
superficie de más de diez mil hectáreas! Alcuino fue abad a la vez de Ferriéres,
Saint-Loup de Sens, Saint-Josse, Flavigny, Cormery y Saint-Martin de Tours. Se
le reprochaba que fuera amo de más de veinte mil esclavos. Además, la impre­
sión de una desproporción entre los bienes de las catedrales y los de los monas­
terios, es corroborada por las diferentes cargas que soportaban las primeras.
Aparte del servicio de hostelería para los viajeros, de ayudar a los pobres y de
la escuela para los oblatos, los monjes desempeñaban menos tareas de asistencia
que los canónigos de las catedrales. Todos los servicios creados en época antiguá
y merovingia: xenodochia, matrícula de pobres, derecho de asilo, tribunal episco­
pal, etc., siguieron recayendo sobre ellos, mientras que sus propiedades territo­
riales eran inversamente proporcionales a sus necesidades, sobre todo en compa­
ración con las de los monjes. Se comprende que en estas condiciones los obispos
carolingios practicaran prodigiosas argucias jurídicas para someter completamente
a los monasterios. El célebre asunto de los documentos falsos de Le Mans, donde
el obispo intentó en vano poner a Saint-Calais bajo su autoridad, es revelador de
la aspereza de estos conflictos, de los cuales el rey y los grandes se aprovechaban
a menudo para obtener un beneficio material. Así, a pesar del hecho de que los
bienes episcopales estuvieran en el límite de lá supervivencia, como lo demuestra
la obstinada actividad epistolar de Hincmaf destinada a recuperar sus tierras, no
existía ninguna solidaridad entre seculares y regulares. Por otra parte, hemos vis­
to cómo utilizaba Carlomagno en Aquitania a los monasterios contra los obispa­
dos. El privilegio de exención obtenido por Cluny en el 910 fue, en parte, un
resultado de esta lucha para sustraerse al obispo.

Aparición de la aristocracia guerrera desde el siglo VII

Las aristocracias, desconocidas entre los vencedores pero poderosas entre los
vencidos, se impusieron a principios del siglo vm. ¿De dónde procedían? Es inútil
extenderse en el mantenimiento y la supervivencia de las grandes familias senato­
riales que, al monopolizar los obispados meridionales, redujeron el número de
sus miembros por falta de herederos numerosos, y mantuvieron su fortuna e in-
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 439

cluso la aumentaron mediante fructuosas alianzas con las familias reales. En el


caso de los germanos, la lenta desaparición de las asambleas de hombres libres
en provecho del officium palatinum del consejo del rey o de la asamblea de los
grandes, demuestra que habían aparecido familias nobles. En el caso de los pue­
blos más arcaicos, lombardos y anglosajones, esta nobleza era una auténtica aris­
tocracia de sangre. Estas familias siempre podían aspirar a la monarquía, como
los aethelings en Kent o los ealdormen en otros reinos. En Lombardía, los duques
fueron capaces de suprimir la monarquía durante diez años y, luego, de hacerle
frente constantemente. En la Hispania visigoda y en la Galia merovingia, la no­
bleza de sangre fue menos importante porque muy rápidamente, gracias a «las
. escuelas de cuadros» que eran las cortes reales, apareció una nobleza de función,
ya no igual sino inferior al rey. Bien recompensados con tierras por sus señores,
estos nobles debían, como los guerreros y todos los súbditos, prestarle un jura­
mento de fidelidad, análogo al de los antiguos legionarios romanos. Pero su sed
de tierras y su voluntad de poder no fueron detenidas por esta barrera demasiado
ligera. Chindasvinto y Ebroín decapitaron en vano a los principales cabeza de fila
de estos nuevos linajes. En la Galia, especialmente, la conjunción de tres noble­
zas, galo-romana y borgoñona en la zona mediterránea, franca en el norte, con­
dujo a la formación de un grupo de presión que sacó partido de su fidelidad,
desde el 614, con el edicto de Clotario II contra la concesión automática de fun­
ciones públicas en el condado de residencia.
Era preciso pagar los servicios de los «compañeros» -del rey convertidos en
importantes cargos de función. En la Galia, el rey merovingio era el mayor pro­
pietario territorial de toda Neustria, Borgoña del norte y la parte occidental de
Austrasia. Mientras que en tierra hispánica o en la Galia meridional la distinción
entre propiedad y posesión permanecía clara, no ocurrió lo mismo en el caso de
los francos, que consideraron todo salario como un don perpetuo y todo cargo
como un bien propio. A l igual que los anglosajones y los lombardos, consiguieron
conservar las tierras fiscales mezcladas con los regalos reales o con el botín que
habían recibido. Sólo el rey lombardo bloqueó el proceso de desaparición de su
fisco en la mitad del camino, ampliándolo con sus conquistas del siglo vm. Con­
siguió formar una clientela propia, pero no logró demoler las de los duques. En
la Galia merovingia, a medida que las tierras fiscales pasaban a manos de los
poderosos, éstos adquirieron al mismo tiempo el privilegio de inmunidad que las
caracterizaba. Las ventajas de estos bienes, que estaban exentos de toda interven­
ción de los administradores públicos, fuera del control de los intendentes reales
(domestici, al servicio del «mayordomo de palacio») y libres de todo censo del
Estado, fueron otorgadas junto con las tierras a los nuevos propietarios. Estos
aprovecharon la circunstancia para someter más rigurosamente a los esclavos y
colonos, y empezaron a sustraer importantes masas de la población rural al rey.
Llegó un momento en que el fisco real fue insuficiente para responder a las
demandas. Hacia el 600, el rey Recaredo encontró una solución: arguyendo que
las tierras eclesiásticas eran roturaciones efectuadas en tierras públicas y que él
era el protector de la Iglesia, atribuyó a un duque una parte de los bienes terri­
toriales de un monasterio, como salario por sus funciones militares. Dagoberto
lo imitó en seguida, en el 630, e ingresó en su fisco numerosas tierras monásticas
o episcopales, para entregarlas en usufructo a sus soldados. Cuando aparecieron
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 441
440 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

a los parientes del príncipe, como Adalardo y luego Wala, en Corbie , o bien a
los principados, el método se generalizó y los p^úúfoü h ic ie r a lo mismo para
los amigos, como Eginardo, el biógrafo de Carlomagno, abad laico de Selingen-
ah0rrar sus propios dominios. A través de este contrato, llamado de precaria,.,la
stadt, San Juan Bautista de Pavía, Saint-Servais de Maastricht, Saint-Pierre y
tierra de la Iglesia era entregada a un grande laic° a ruego (precaria) del ^mripiei
Saint-Bavo n de Gante. El emperador favoreció ya a las antiguas familias nobles
Carlos Martel lo utilizó de forma tan desmesurada que así pudo disponer de un
de Austrasia ya a las nuevas, como las de Sajonia, Lombardla, Baviera, Hispania
numeroso ejército. Pero desorganizando completamente las estructuras «teriásti-
visigoda o Fnsia. Una sola familia de este último país proporcionó, hacia el 804 ,
cas se granjeó los anatemas del clero. Como siempre en esta época, crisis del
el obispo de Chalons, Hildegrin, el abad, luego primer obispo de Munster, san
Estado y crisis de la Iglesia estaban estrechamente l i g ^ ^ ya que los grandes
Liudger, y su sucesor, tío o sobrino, no se sabe, Gerfrid. Tomemos otro ejemplo:
dominios eclesiásticos tenían desde Clodove° el mismo régimen que los fiscos ¡
la familia alamamca de los Eticónidas, dueña de Alsacia al final de la época me-
reales, y asl se comprende mejor porque fueron puestos laicos a la cabeza de obis­
roVIngia. Entre el 709 y el 746, el nieto de Etich, Liutfrid, conquistó para Carlos
pados o abadías. . Martel los territorios situados al este del Rin. En época de Carlomagno y Luis
Al mismo tiempo, las insuficiencias políticas, las violencias las faidas
el Piadoso, Hugo fue conde de Tours. Una de sus hijas se casó con el emperador
entre linajes y las exacciones de ciertos cargos de función empujaban a buscar
Lotario I, la otra con el conde Conrad, de la familia de los Welf, hermano de la
más ávidamente que nunca la protección de los poderosos. En los países meridio.
emperatriz Judith. El tercero, su hijo Girard, se convirtió en conde de París , lue­
nales se multiplicaban los vínculos de hombre a hombre, siempre fundamentados
go de Vienne y finalmente en regente del reino de Provenza. Matfrid , otro des­
en la fidelidad, que era un contrato revocable de igud a igual, y en el manteni­
cendiente de Etich, tee conde de Orleans y, junto con Hugo, uno de los principa­
miento por parte del patrón. Hemos visto la importancia de los gardingi visigodos
les opositores de Luis el Piadoso. Sus descendientes monopolizaron el condado
y de los gasindi lombardos. En Hispania, el rey Ervigio (680-687) admitió a los
de Eifel y su hija se casó con Boson, el cual, como hemos visto, se proclamó rey.
primeros en el officium palatinum, el consejo del rey. En Italia, los segundos se
Este linaje estuvo en lucha constante, como consecuencia de sus alianzas con los
convirtieron en gastaldos. Todos eran retribuidos con tierras del fisco real. En la
Unroch, contra otra gran familia austrasiana, la de los Guillermo. Carlomagno
Galia merovingia, donde la relación de superior a inferLa entre el señor y sus
nombró conde de Toulpuse al primero de este nombre en el 790. Este héroe de
vasallos o bien entre el rey y sus antrustiones era mas forzada, se percibía sin
canción de gesta, vencedor de los musulmanes, se retiró a-un convento que había
embargo un mismo ascenso social. Se mezclaban con la alta aristocracia a pesar
fundado en el 804. Pero un poco más tarde encontramos a su hijo Bernardo, mar­
de su origen humilde. Igualmente, los gesiths a n g lo s^ ra ^ de guardias persona"
qués de Septimania, luego chambelán de Luis el Piadoso, denunciado por Hugo
les que eran, accedieron al nivel de nobleza intermedia, los thegns. A sí surgieron
y Matfrid como amante de la emperatriz. Conspirador audaz y sin escrúpulos,
alrededor de los reyes y los poderosos unas redes de subordinación que formaban.
Bernardo ternrunó siendo condenado por lesa majestad por Carlos el Calvo y eje­
varios círculos concéntricos. A cambio de urn función doméstica o privada o de
cutado en el 844. Su hijo mayor, Guillermo, también traicionó y fue ejecutado
un servicio anual o perpetuo, reyes, jefes de guerra y poderosos, llamados °pti-
en Barcelona en el 850. Su hijo menor, Bernardo Plantevelue, hizo lo mismo,
mates o proceres, concedían a sus «séquitos» aiiténticos regalos {beneficia, de
pero recobró el favor del soberano y se convirtió en marqués de Septimania y
donde más tarde salió el término beneficio) en múltiples formas: mantenimiento
conde de Auvernia. Finalmente, el nieto, Guillermo el Piadoso, asentó definitiva­
a domicilio, don de armas, salarios por usufructo de una tierra o bien en plená
mente la independencia del ducado de Aquitania y fundó el monasterio de Cluny
propiedad, o incluso en precaria, etc.
en el 909. Los bienes territoriales de esta familia germánica, «importada» en las
/ ■ regiones mediterráneas, se extendían entonces de Austrasia a la región de Tou-
louse, pasando por la de Autún, el Maconnais y la Auvernia. Igualmente, los
El «salto adelante» carolingio bienes de los Guido y los Lambert iban de la Bretaña a Italia.
Todos estos linajes estaban aliados con los carolingios, pero, apenas salían de
A pesar de sus tentativas por reestructurar el E s t e ^ los carolingios no pudie"' í
Francia, se mezclaban con las viejas familias senatoriales y se implantaban con
ron frenar este movimiento: más aún, creyerra posible, se ha apoyarse en ^
una rapidez sorprendente en el territorio donde habían sido nombrados condes
las encomendaciones individuales para reforzar la pirámide social y prolongar de
o marqueses. La «meridionalización» de los Guillermo y los Bernardo fue impre­
nivel en nivel su propia autoridad hasta llegar a la base. La única precaución que
sionante. Además, estas grandes familias debieran haberse unido para hacer
tomaron fue privilegiar esencialmente a los miembros de los clanes pariMte^ o
triunfar sus intereses. Sin embargo, no fue asl. Lucharon unas contra otras. El
susceptibles de serlo, de su propio linaje. En efecto no podemos más que sor­
linaje de origen sajón de Roberto el Fuerte, aliado de los carolingios, fue introdu­
prendernos ante el pequeño número, de grandes familias nobles y sus continuas
cido en los condados de Tours y ^ g e r s no sólo para luchar contra los vikingos,
alianzas con la familia carolingia, deseadas ciertamente por los emperadores, con
sino tambien para eliminar a los Gmdo-Lambert. También hubieron querellas se­
un objetivo de dominación. .
mejantes entre Rarruro II, rey de Asturias, y Fernán González (923-970), rebela­
La dinastla nació de la unión de dos patrimonios, el de Begga en Austrasia y
do y preso en dos ocasiones. Sin embargo, estos ricos aristócratas eran cultos,
el de Ansegisel en la región de Metz, donde su padre, Arnoul y luego Clodulfo,
como lo demuestra el testamento de Eberardo, marqués del Friul en el 865, que
su hermano, fueron obispos. También los grandes monasterios fueron reservados
4 42 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

repartió numerosos libros entre sus hijos. Paradójicamente, sabían cómo debía
ser la sociedad, lo que les enseñaban los Espejos de los príncipes, pero hacían lo
contrario. No hay nada más sorprendente que leer los consejos de fidelidad al
rey que Dhuoda, madre afectuosa, dirige a su hijo Guillermo en el 841, ¡pues
éste murió decapitado por traición en el 850! Sin embargo, la fidelidad existía,.
Los condes visigodos de Cataluña permanecieron leales hasta el 888, fecha de
elección de Eudes, rey ilegítimo a sus ojos, ya que no era carolingio. Y la fidei­
ficad de la nobleza sajona a Luis el Piadoso y Luis el Germánico nunca se des­
mintió.

Nacimiento del vasallaje

El poder territorial proporcionaba pues a los nobles prestigio, fuerza y altas


funciones, pero no explica su comportamiento absolutamente contradictorio y su
falta de solidaridad. Su tendencia al acaparamiento y al enriquecimiento estaba
efectivamente contrapuesta a la red de vínculos de vasallaje destinados a estruc­
turar la sociedad. En el 757, Pipino el Breve intentó hacer indisoluble el vínculo
de hombre a hombre con un grande, añadiendo a la encomendación germánica
la fidelidad romana. La prestación que hizo Tasilón, duque de Baviera, es reve­
ladora: «Se encomendó en vasallaje por la manos, prestó múltiples y numerosos
juramentos poniendo las manos sobre las reliquias de los santos, y prometió fide­
lidad al rey Pipino y a sus hijos susodichos, los señores Carlos y Carlomán, así
como por derecho un vasallo debe hacerlo con espíritu leal y con una firme abne­
gación, tal como un vasallo debe serlo con su señor». Como vemos, esta amalga­
ma de derecho privado y derecho público, esta mezcla de dos tradiciones tenía
como objetivo hacer absolutamente irrescindible este contrato, hasta la muerte
de los dos asociados. Todo perjurio comportábala confiscación de las tierras con­
cedidas en usufructo (como fue justamente el caso de Baviera), e incluso la muer­
te eterna, la condenación, ya que el juramento era prestado ante Dios. El vínculo
personal, el parentesco adoptivo que acababa de nacer y el afecto que se derivaba
de ello en la tradición germánica debían detener al vasallo en la pendiente de la
ruptura, y se explica así que en num erosos^sos el contrato fuera respetado. La
Iglesia, qué glorificaba sin cesar los contratos de derecho romano o de derecho
canónico, intentó impregnar la sociedad carolingia de esta noción. Además, el
interés bien concebido de la nobleza la empujaba a aceptar la entrada en enco­
mendación. La obtención de un beneficio a cambio del servicio militar ampliaba
su capital territorial. El rey o emperador ganaba con ello en autoridad o en po­
der. A partir de entonces, con la generalización de esta práctica, un conde tuvo
tres clases de bienes: tierras personales o familiares, adquiridas por compra o re­
cibidas en plena propiedad por dote o por testamento y llamadas, por esta razón
«alodios». En segundo lugar, los honores, tierras fiscales recibidas en usufructo
como salario por su función. Ciertamente, esta posesión estaba limitada a la du­
ración del cargo administrativo y un desplazamiento hacia otro condado implica­
ba automáticamente un cambio de titular para los bienes del comitatus. Finalmen­
te, el conde disponía de una tercera clase de tierras: los beneficios recibidos esta
vez a título vitalicio a continuación de la entrada en vasallaje. En efecto, tras
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 443

poner sus manos entre las del rey o señor, y hacer el juramento de fidelidad,
recibía la investidura del «beneficio», con la ayuda de un símbolo: un puñado de
tierra o una rama con hojas que representaban el usufructo de la tierra concedida
(y, otra vez, no su propiedad). Carlomagno empujó a los nobles a hacer lo mismo
con los hombres Ubres, lo que le proporcionó numerosos subvasallos, además de
los vasallos reales que dependían de él directamente. Así, la sociedad estaba es­
tructurada desde la base hasta la cumbre por toda una cadena de vínculos de
hombre a hombre, incluyendo a los obispos y abades. Además, el emperador pre­
cisó bien que los contratos así concluidos eran indisolubles, excepto en caso de
crimen o injusticia del señor con su vasallo. La unión del beneficio y el vasallaje
. se extendió así por todos los territorios que van del Rin al Loira.
En todas partes los emperadores y los reyes intentaron generalizar estos con­
tratos: en Italia septentrional y en Aquitania. En el 884, Carlos el Calvo empujó
a los hispano-visigodos libres a «entrar en el vasallaje de nuestro conde». Pero
parece que esta invitación fue hecha en vano. Excepto entre las familias francas
instaladas al sur del Loira y en la llanura del Po, los antiguos juramentos de fide­
lidad con contenido negativo continuaron practicándose. Las funciones públicas,
tanto en Hispania como en el sur de la Francia occidental, fueron siempre remu­
neradas con un stipendium, un salario constituido por el goce de una tierra públi­
ca. En el siglo x incluso apareció el término de feo o fevum para designar este
modo de pago. Aunque esta palabra, «feudo», aparezca por primera vez en las
regiones mediterráneas, la sociedad llamada feudal aún no aparecía ahí, al con­
trario de lo que ocurría en el norte. No existe ninguna relación entre la fidelidad
y el feo. Los contratos de igual a igual entre nobles, las convenientiae, se hicieron
cada vez más numerosos, en el siglo x, en el Languedoc, Cataluña y Lombardía.
Este mantenimiento de las viejas tradiciones romanas representa el límite de las
influencias septentrionales y un comportamiento muy diferente de la alta nobleza.
En Inglaterra y en Germania, países siempre próximos a sus orígenes, el in­
tento carolingio de unir la fidelidad con la encomendación por las manos o el
vasallaje con el beneficio, también encontró obstáculos. Los nobles ingleses pro­
pietarios sólo estaban vinculados al rey por el juramento de fidelidad. En Sajonia
y en Francia oriental, la vieja práctica del juramento de encomendación, que per­
mitía a los esclavos entregarse por las manos a un señor, no había desaparecido.
Por eso, muchos grandes de altas familias nobles, a diferencia de las de Francia
occidental e Italia, rechazaron esta práctica y esta ceremonia, que les parecían
infamantes. En cambio, las viejas comunidades de guerreros libres, las trustes,
que se encomendaban al jefe por la mano, tocando su mano y ya no dándole las
dos manos, lo que era considerado signo de inferioridad, continuaban conservan­
do sus atractivos para ellos. En Gran Bretaña, los thegns, que habían recibido
tierras en un manor real o que incluso disfrutaban de más de un manor, le debían
toda clase de servicios en moneda. Formaban comunidades horizontales naturales
agrupadas en familias amplias alrededor del señor, fuera éste el rey o pronto un
ealdorman. Le debían el servicio militar únicamente porque le habían jurado fide­
lidad. En Castilla, la behetría (benefactoría) recompensaba al guerrero fiel, pero
no constituía un derecho. En Italia, la encomendación estaba siempre separada
de la concesión del beneficio. D el mismo modo, en Frisia, las comunidades aldea­
nas permanecieron aún más próximas a los orígenes e impidieron el surgimiento
444 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 445

de cualquier tipo de señor. Así se explica que la relación de inferior a superior- disminución constante. En ciertas tierras de Saint-Germain-des-Prés, no repre­
finalmente sólo haya podido desarrollarse entre el Rm y el Loira, allí donde el sentaban más que el diez por ciento de la mano de obra. En Champaña, en tres
poder carolingio era particularmente fuerte. villae de Saint-Rémi de Reims, no eran más que el ocho, el siete y el cuatro por
Por esto aparecieron cuatro clases de vasallos. En la cumbre, los vasallos rea­ ciento del total de la mano de obra. Estamos muy lejos de las tasas del doce por
les (vassi dominici), integrados por aristócratas y grandes propietari os; luego los ciento características de los dominios del Imperio Romano tardío. Evidentemen­
vasallos señores de cuatro a treinta mansos, que dependían de los grandes, laicos te, esta categoría estaba en retroceso. Los esclavos carolingios tenían un estatuto
o eclesiásticos; después los vasallos no establecidos, es decir, «no casatus» (no, económico y una personalidad jurídica en algunos dominios. Hemos visto que po­
dotados de tierras), que formaban la escolta de un poderoso. Entre los escandina­ dían convertirse en ministeriales, comerciantes o guardias personales. Algunos se
vos, este grupo de guerreros, análogo a la trustis, era llamado hird. Finalmente, convirtieron en obispos, como Ebbon, arzobispo de Reims, y Arn, arzobispo de
el cuarto grupo, más o menos híbrido, a medio camino entre los vasallos ordina­ Salzburgo; otros, en condes, y esto provocó, por otra parte, el furor de sus con­
rios y los no dotados de tierras, era el de los ministeriales, antiguos esclavos en­ temporáneos.
cargados de un servicio para su señor, como los caballarii de Saint-Bertin, que Pero una vez más, la evolución fue diferente según las áreas de civilización.
detentaban mansos de unas cuarenta hectáreas y acompañaban a su señor a caba­ En la joven Europa, los antiguos esclavos liberados pedían la protección real o
llo. Se les encontraba sobre todo en las tierras germanizadas: Flandes, Lotaringia eclesiástica. Como siempre, la búsqueda de un protector era más interesante que
y Germanía. Sólo los primeros formaban parte de la gran aristocracia. Los segun­ la independencia total. ¡Qué importaban los tributos, simbólicos o no! Por otra
dos formaban una nobleza intermedia, aún bastante mal conocida. Los siguientes parte, la mayoría de las veces, éstos se desviaban de los individuos a las tierras.
estaban justo encima de los esclavos y los últimos fueron considerados siempre Además, como demuestra la lectura de los polípticos, eran los propios campesi­
como parte integral de los esclavos. En otros sitios sólo existían fieles o thegns, nos «libres y colonos» quienes juraban ante los enviados del gran propietario ha­
todos libres, evidentemente. ber entregado el importe exacto de las cargas que debían cumplir. El poder del
amo no podía imponerles demasiadas, ya que hubieran huido. Sin embargo, este
no era el caso en la Europa septentrional, en la época carolingia. Por eso, anti­
Persistencia de un esclavismo mejorado guos esclavos liberados, colonos y otros campesinos con un-estatuto más o menos
preciso entraron en una dependencia más o menos ventajosa según las regiones,
Ya hemos abordado pues insensiblemente el mundo de los libres y los no li­ que daría lugar más tarde al apelativo «servidumbre». En el 941, en Cambrai, los
bres a través del vínculo de hombre a hombre. De los poderosos aristócratas pa­ esclavos aún estaban diferenciados de los dependientes. En cambio, esta evolu­
semos directamente a aquellos que disfrutaban, en período de paz, de otra segu­ ción era mucho menos rápida en la Europa romanizada. Los esclavos de tipo an­
ridad material, los esclavos. Como en la Antigüedad tardía, los esclavos, en efec­ tiguo son mencionados en los cartularios meridionales hasta mediados del siglo
to, tenían ventajas apreciables, ya que, como hejnos visto, estaban todos dotados XI. Visiblemente, se continuó considerando a todos los colonos y otros tenentes
de tierras (casatus), a semejanza, por otra parte, de los vasallos, y el acercamien­ como mancipia, esclavos para todo. En el 889, Géraud d’Aurillac se contentó
to no era fortuito. La trata de esclavos experimentó un incremento importante con aplicar la ley del reinado de Augusto, incluida en el código de Justiniano, y
gracias a las conquistas de Carlomagno; luego declinó con la prohibición a los liberó tan sólo a cien esclavos cuando seguramente poseía muchos más. Las libe­
mercaderes judíos de poseer esclavos c^ristianos. Ciertamente, un hombre libre raciones eran hechas siempre cum obsequio: el antiguo amo continuaba conser­
podía aun venderse él mismo, definitivamente o bien temporalmente. A veces, vando toda su autoridad de patrón sobre el antiguo esclavo. Además, la rigidez
como indican las fórmulas imperiales, aún algunos poderosos esclavizaban a los de la ley romana fue reforzada por la presencia de esclavos musulmanes prisione­
pobres. Pero al mismo tiempo, el concilio de Meaux, en el 845, prohibió la venta ros de guerra. En ciertas regiones, como Cataluña y el Lacio, es preciso esperar
de esclavos paganos no sólo a los judíos sino también a los paganos. La legisla­ hasta la mitad de siglo x para ver desaparecer a los últimos esclavos entre los
ción conciliar se volvió cada vez más precisa y consideró casos que pueden pare­ campesinos libres, gracias a las roturaciones. Ya no suponía ninguna ventaja que­
cemos sorprendentes. Si un esclavo se casaba con una mujer noble sin saberlo, darse al lado del amo. En otras zonas, en el sur de Italia y Aquitania, el esclavo
¡debía ser liberado! Si un esclavo tenía por concubina a su propia esclava, podía de tipo romano, es decir, ni eslavo ni musulmán ni extranjero, aún tardó en de­
separarse de ella para casarse con otra, esta vez legalmente. Así, poco a poco, a saparecer, a causa del conservadurismo jurídico de estos países.
causa esencialmente de los sacramentos del matrimonio y de la ordenación, apa­
reció la personalidad jurídica del esclavo. ■
Desde luego, las liberaciones de esclavos eran poco numerosas e incluso esta­ ¿Se podía ser libre y pobre?
ban prohibidas en las tierras de la Iglesia. Pero indiscutiblemente se produjeron.
Apareció un nuevo tipo: la liberación in albis para el hijo de un libre y una escla­ A medio camino entre los poderosos nobles protectores y los esclavos a salvo
va, nacido en la casa del amo, que era automática.En resumen, excepto en paises de la necesidad se encontraban los propietarios libres del condado, los pagenses,
germánicos; como Flandes, Sajonia y Baviera, el grupo de los esclavos estaba en y los colonos. Podían optar entre dos soluciones, en esta sociedad que iniciaba
446 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 447

su expansión pero que volvió a caer rápidamente, después del 840, bajo el peso elevado: (doscientos sueldos, es decir, el equivalente de treinta y tres bueyes. Po­
de la violencia. En el primer caso, podían aprovecharse de las conquistas, entrar dían enriquecerse claramente e incluso entrar en la nobleza. En el Imperio Caro-
en vasallaje y escalar varios peldaños en la jerarquía social. En el segundo, po­ lingio, sus homólogos eran los franci, hombres libres, o aun los pagenses. En lí­
dían convertirse en una capa social turbulenta que vendía sus servicios armados neas genera les eran propietarios de alodios que equivalían como mínimo a cua­
al mejor postor. En cambio, antes que caer en manos de los poderosos, les con­ tro mans°s y como máximo a doce. El umbral de la riqueza y la nobleza parece
venía convertirse en tenentes y perder el estatuto de hombre libre o convertirse haber estado en más de un centenar de hectáreas, ya que un capitular del 805
en protegidos de una abadía. Eterno ludión subiendo y bajando, el libre pasó por, precisa que un individuo de estas características debía automáticamente ir a la
todas las vicisitudes de una sociedad sacudida por movimientos contradictorios hueste con el equipamiento del combatiente acorazado a caballa
A pesar de'la escasez de la documentación concerniente a esta capa de la po­ Pero al lado de estos propietarios medios, señores de más de cincuenta hectá­
blación, que debía constituir la mayor parte de la sociedad rural, es posible per­ reas, encontramos numerosos hombres libres. Una categoría desconocida hasta
cibir que los colonos, aunque fuesen oficialmente libres, eran situados justo enci­ . entonces, los «huéspedes», apareció en las tierras incultas, cerca de las tierras de
ma de los esclavos. Es verdad que las cargas fiscales que pesaban sobre ellos o cultivo. En la Italia lombarda, los campesinos libres concluían contratos de libe-
sobre los campesinos aún libres disminuían, se hacían consuetudinarias, desapare­ llum con los grandes propietarios por un período de veintinueve años renovable,
cían o se desvanecían entre otros tributos. Pronto, pagar el impuesto sería asimi­ o bien por dos o tres generaciones. Este alquiler por veintinueve años tenía como
lado a la servidumbre, tanto más cuanto que los germanos no lo pagaban. A sí se finalidad evitar que se convirtieran en propietarios al cabo de treinta años porla -'
explica que el étnico Franco haya terminado por dar el adjetivo «franco», que ley romana de la prescripción trentenaria, pero era muy ventajoso para estos pe­
significa libre. Entre el Loira y el Rin, a lo largo de los siglos vii y VIII, estos queños propietarios. Igualmente, el contrato de complantatio, utilizado sobre
campesinos tuvieron pequeñas explotaciones llamadas mansos. La palabra, atesti­ todo para la viña, continuó siendo un excelente medio para multiplicar el número
guada hacia el 620, designaba ya un alodio, propiedad integral de un campesino,' de pequeños propietarios, porque al cabo de cinco años se dividía en dos la par­
ya una tenencia de un esclavo casatus o de un colono perteneciente a un gran cela puesta en explotación. Por último ¡cuántos cultivadores completaron sus ga­
dominio. Por otra parte, en las regiones mediterráneas era llamada colonica y e];. nancias alquilando sus brazos! En Corbie, trabajaban en los huertos de los monjes
campesino estaba estrictamente fijado a ella. Es cierto que, en el 802, el capitular- a cambio de su alimentación. En Prüm y en Saint-Bertin ss les llamaba prebenda-
para los missi señalaba que ciertos colonos del fisco o de la Iglesia tenían benefi-;; rii porque eran. pagados con raciones diarias. Éste era el estadio del libre más
cios u oficios (ministeria) y formaban parte del círculo de allegados al señor. La. pobre, el de simple asalariado en especie.
situación económica de los colonos era, pues, muy variable.
De todos modos eran todos tenentes de un manso o de una colonica, de una
hufe en territorio germánico o de una hide en tierra anglosajona. Esta tenencia Los fermentos de una conmoción
era a menudo definida como «la tierra de una sola familia». Su superficie estaba
pues calculada para permitir teóricamente la vida del hogar del colono. En Italia T o d as las categorías de cam pesinos tenían, adem ás, la ventaja de v iv ir en co­
era definida como la cantidad de tierra que se podía labrar con dos bueyes duran­ m unidades ald ea n as o en fam ilias am plias. A llí, los diferentes grados de riqueza
te un año. La superficie variaba mucho según las regiones y la calidad de los se difum inaban. La necesidad de explotar en com ún los pastos y las tierras incul­
suelos. A veces tenía de doce a veinticua^^ectáreas. En Inglaterra podía pasar, tas las obligaba a agruparse. R esolvían sus diferencias e n tre ellas. A p arecen cla­
de dieciséis a cuarenta y ocho hectáreas. En cada una se encontraba la morada, ram en te en L eón y C atalu ñ a, donde perm anecieron intactas hasta el siglo XI, y
a menudo una choza donde vivía la familia del campesino. Estos colonos eran en P roveiiza, L anguedoc, B orgoña y la Italia lom barda. E n este últim o país se
convocados cada año a la hueste real y al mall condal. Hemos visto que si tenían reu n ían en asam blea d elan te de la iglesia de la p arroquia. E n el n o rte , las com u­
menos de cuatro mansos debían asociarse para legar a esta cifra, para que uno nidades de cam pesinos frisones eran tan poderosas que rechazaban pagar el dane-
de ellos pudiera ir. Algunos se las arreglaban para conservar un pequeño alodio geld a los daneses p o rq u e ya lo habían pagado al rey Luis el G erm ánico, y con­
o bien para obtener una tierra en precaria de un abad o de un obispo. En el siguieron efectivam ente expulsar al enemigo. E n Sajonia perm anecieron intactas,
Imperio Otónida los leibeigen eran campesinos dotados de una cierta libertad de y en el Im p e rio O tó n id a, los lib res d el rey, los Konigs Freie, antiguos colonos
movimiento, pero parece que pertenecían en plena propiedad al señor eclesiásti­ vinculados al suelo, que dependían en lo judicial del juez carolingio d e la centena,
co. D e estos dependientes salieron los artesanos y los mercaderes. En Inglaterra, el vogt, continuaron p ag an d o im puestos territo riales, capitación y p ronto un a tasa
el gesith podía ser asimilado al colono porque estaba vinculado a la tierra y no de rescate p a ra el servicio m ilitar, cuando los com batientes a caballo com enzaron
tenía derecho a legar lo que poseía. En cambio, con el ceorl entramos en la cate­ a eclipsar a los soldados de infantería. A l í , la protección del rey les p erm itía con­
goría de los hombres totalmente libres, que podían ser tanto patronos como arte­ servar su estatuto; en otras p artes, les vemos p leitear la defensa de sus derechos
sanos, orfebres, herreros o mercaderes. Éstos también debían prestar el servicio an te el abad de S aint-G all o b ien , en el 864, rech azar los tran sp o rtes de m argas
militar y pagar ciertas tasas. Podían purgarse en justicia de una acusación con el o las trillas q ue les im ponían.
juramento de tres conjurados de su grupo-sodal. Su wergeld era particularmente E ste m undo de libres estaba en plena transform ación. T an pronto era elevado
LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 4 49
448

hacia l0 alt0 de la jerarquía social, en los reinos hispámc° s particularmente, a m a L a tie r r a


arrastrado por el envilecimiento de su situación a consecuencia de los abusos de
poder de los condes (servicio militar demasiad ° largo ° convocatorias a los tribu­ La tierra seguía siendo la única fuente fundamental de riqueza. Ahora bien ,
nales demasiado frecuentes), o bien de los intente» de los grandes propietarios. numerosos indicios demuestran que la producción agraria había aumentado , sea
por sujetarlos a su autoridad. También es sorprendente ver, en los capitulares, por una mejor utilización de tos tierras sin cultivar, sea por la difusión del gran
que los libres a menudo eran llamados «pobres». Es evidente que un hombre li" dolmnio bipartito, sea por ultimo a causa de las innovaciones técnicas. No hay
bre que no acudía a la convocatoria de la hueste era automáticamente c° ndenad°! que olvidar, sin embargo, que todos los datos, accesibles en un puñado de fuentes
a pagar una multa de sesenta sueldos. Entonces quedaba k remediablemente aristocráticas, sólo pueden referirse a una ínfima parte del suelo (del 2 al 10 por
arruinado. Los métodos utilizados por los grandes propietarios de la Antigüedad 100, todo lo más) y no hablan mucho del resto, lo esencial.
tardía para tranformar a un campesino libre en colono continuaban siendo prac-.
ticados. Todos los capitulares y concilios carolingiqs dan fe de ello. Protestaban
contra los poderosos que despojaban a los pequeños propietarios de alodios.: Progresos agrícolas
Como en época merovingia, pues, el pobre era sobre todo un libre que no tem'a.
protector político. A partir del 840, la Iglesia, que . s o p o r t é mílteriídmmte a El paisaje rural no había cambiado mucho y los bosques, las ciénagas y las
todos estos nuevos pobres, reclamaba sin cesar la restitución de sus propias tie­ landas seguían estando presentes. Y los inmensos espacios germánicos cubiertos
rras para darles pan. Al norte del Loira, antes del 84°, cuando pudo haberse he­ de hayas y robles, añadidos al Imperio por Carlomagno, eran también predomi­
cho un esfuerzo muy nítido en favor de las matrículas y los hospitales, parece nantes. Pero visiblemente, los recursos que se extraían eran mejor obtenidos. Los
que la situación empeoró con las invasiones. La imposibilidad de Pagar las deuda5 emperadores velaban cuidadosamente por el mantenimiento de sus cotos de caza
tras una mala cosecha, la rapacidad de jueces y co n tes los peligros de lpS S{!- ■ y sus «bosques», o sea, sus viveros. El capitular De villis está lleno de prescripcio­
queos y la posibilidad de ser capturado como esclavo por los piratas o los húnga-. nes sobre el arte y la manera de. dejar prosperar la caza, persiguiendo a los ani­
ros, precipitaron a numerosos campesinos libres en la dependencia de los podero • males salvajes. En el mes de mayo, los cazadores de lobos debían cavar fosos o
sos o, de hecho, les obligó a recorrer los caminos. Saint-Riquier alimentaba ero-; depositar alimentos envenenados para capturar a los lobezi'los. En otoño, casi to­
trocientos pobres cada día. En Corbie, cada pobre recibía un pim y medio, o dos das las operaciones guerreras se interrumpían para la caza y cada cual se dedicaba
kilos y medio de pan, por su jornada y el viaje. Tales cargas debieron ser insos.; I a ella sin parar, ¡hasta el punto de que los accidentes eran numerosos! Así, en
tenibles durante la segunda mitad del siglo IX, y la excomunión o el miedo al el 884, el rey Carlomán fue mortalmente herido en el curso de una cacería de
infierno sólo se tradujeron en limosnas de los poderosos de manera insuficiente. jabalí. Entre los pescados, cada vez más consumidos por la ampliación de los días
Los pobres eran, pues, oprimidos de toda clase. Además de los campesinos, em_ de ayuno (de 120 a 130 días al año), parece que los más apreciados eran las an­
pobrecidos y despojados, había jóvenes, viejos, enfermos, lisiados, peregrinos guilas y las truchas. Los monjes de Bobbio recibían quinientos peces cada año,
que habían dejado su patria y extranjeros expulsados de su hogar, por eiemplo en censos de sus campesinos; los de Saint-Germain-des-Prés y de Corbie, doscien­
los irlandeses, o bien refugiados que huían de los vikingos. Se comprende que la tas anguilas. Se pescaban también muchas lampreas, esturiones y salmones, en
amenaza de ser reducido a la esclavitud acrecentara la necesidad de buscar im las costas y los ríos. El potencial animal debió ser muy explotado, porque desapa­
protector y luego encontrar un estatuto v^^^joso. Así era favorecido el sistema recieron entonces los uros y pronto también los castores, ya que después del siglo
del señorío rural. La libertad, que había sido una ventaja social innegable durante IX no vuelven a ser mencionados.
el período de la expansión carolingia, se convirtió en un inconveniente. Así se Los polípticos distinguen a menudo la silva grossa de la silva minuta. Este.
explica el desplazamiento hacia la servidumbre a lo largo del siglo xr. _ último tipo de bosque, explotado, proporcionaba toda la madera de trabajo, pér­
D e nuevo encontramos estas contradicciones propias de una sociedad que tigas para los setos, estacas para las viñas, lechos vegetales para los animales,
atravesaba un despertar demográfico y un comienzo de expansión, y que lueg0 etc. El bosque de castaños, cada vez más extendido en Italia, se desbordaba fuera
se encontró bloqueada brutalmente por desórdenes internos y externos. La paz de la zona mediterránea. Los sauces que crecían en estado natural a lo largo de
y luego la violencia continua explican estas oposiciones entre clérigos seculares y los ríos eran podados cuidadosamente, para obtener mimbre y fabricar harneros
regulares, entre grandes familias aristocráticas, estos movlmientos de ascenso so­ y cestos. Los bosques de hayas y robles eran frecuentemente protegidos a expen­
cial o de proletarización en el mundo de los librea La lenta desaparición de los sas de los bosques resinosos, a los que se continuaba destruyendo para obtener
esclavos es otro factor sorprendente de esta época. Cualesquiera que fueran las la pez. En efecto, valía más dejar que se desarrollaran los árboles portadores de
variantes regionales, invita a examinar la economía agram a fin de saber si los hayucos y bellotas para los cerdos. La carne salada de estos últimos seguía siendo
violentos contrastes de esta sociedad eran debidos a un régimen de escasez funda­ la alimentación cárnica fundamental de los campesinos. Los pastos de las comu­
mental o de abundancia real. nidades rurales también estaban situados en el saltus, y numerosos litigios estalla­
ban entre ellas y los grandes propietarios vecinos por falta de delimitaciones pre­
cisas. Se criaban corderos para obtener lana, quesos, sebo y pergamino. El gana-

29. — FOSS!ER, l
450 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

do bovino era alimentado sobre todo para tirar del arado, pero había poco en
los pastos. Además, los productos silvopastorales eran tan importantes en el equi­
librio alimentario, y la explotación de las tierras incultas tan activa, que paradó­
jicamente se tomaron medidas para protegerlas. No olvidemos que, en Europa
meridional, ¡oficialmente aún eran propiedad pública! Pero incluso allí donde la
apropiación privada había sido tolerada, Carlomagno, en el capitular De villis,
intervino para recomendar que «allí donde debe haber lugares para roturar, que
se hagan roturar, pero que no se permita avanzar los campos sobre los bosques;
y allí donde debe haber bosques, que no se tolere cortar demasiado o que se
sigan deteriorando». Este miedo a ver roto el equilibrio entre el saltus y el ager,
entre las tierras incultas y las zonas cultivadas, en provecho de los campos, puede
parecer curioso. Esta preocupación muestra dos cosas: que los recursos silvopas­
torales eran demasiado importantes para ser despreciados y que había al mismo
tiempo una tendencia constante a roturar.
En efecto, indiscutiblemente, la tendencia a la roturación existía en la Europa
carolingia. Los campesinos del monasterio de Montierender eran impulsados a
hacerlo gracias a la ayuda técnica del seto forestal. En Germania, el bifang con­
tinuó practicándose e incluso a veces era previsto sistemáticamente. En el 867,
un diploma de Lotario II concedía la propiedad de un espacio sin cultivar: el fu­
turo propietario podía crear cien mansos o dejar pastar allí mil puercos. En Italia,
los gualdi publid, el equivalente de las forestes carolingias, también eran acome­
tidos por campesinos libres o antiguos colonos. Pero los movimientos más claros
de roturación se perciben sobre todo en el Languedoc, el sur de Aquitania, Ca­
taluña y Asturias. Los emigrantes hispanos recibían de los reyes carolingios la
autorización para acometer las tierras públicas desiertas y convertirse en sus pro­
pietarios al cabo de treinta años de ocupación continua. Estas tenencias por apri-
sio acabaron por conducir al nacimiento de pequeños propietarios rurales libres,
completamente aislados en sus alodios. Así, descendieron lentamente de sus
montañas superpobladas hacia las llanuras. A la inversa, en Auvemia, desde fines
del siglo ix, la llanura del Limague, saturada de hombres a causa de su fertilidad,
se lanzó al asalto de las tierras «yermas» (desiertas) escalando las primeras lade­
ras situadas por encima de Sauxillanges y Brioude. Es cierto que se trata de una
zona muy al margen de los conflictos de le época. En la cordillera cantábrica,
también superpoblada, se produjo el mismo fenómeno, con la garantía jurídica
del mismo contrato, llamado esta vez de pressura. La palabra designa lo mismo.
Se trataba de ocupar, de abrir una tierra vacía y de arrancarla del áspero desierto
(eremus squalidus). En Galicia y el norte de Portugal, más de catorce topónimos
neovisigodos corresponden a esta ola de poblamiento, en la cual se fusionaban
todas las condiciones sociales para detenerse temporalmente a orillas del Duero.
Pero, en resumen, estos movimientos de roturación estaban claramente localiza­
dos. En otras partes parecen poco importantes. El hambre de tierras, incluso en
época carolingia, era débil pero no despreciable.
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 451

Unos resultados discutidos

¿Es preciso creer que la imbricación del saltus y el ager aportaba recursos su­
ficientes? Primero señalemos la existencia de prados cultivados y regularmente
segados, como muestra el calendario carolingio de Vienne para el mes de julio.
Parecen particularmente importantes en el norte de Francia occidental, Frisia e
Inglaterra. Es evidente que la cría de ganado bovino, carneros y caballos estaba
más desarrollada en estas regiones. En Frisia se hablaba corrientemente de tierras
de 16 ovejas, 15 vacas, 12 bueyes o 40 carneros. Alcuino, para alabar al obispo
de Utrecht, encontró un curioso neologismo: vaccipotens: ¡poderoso en vacas! En
las remontas imperiales, los intendentes debían hacer entrar con cuidado a los
potros en el establo antes del 11 de noviembre. El Mulomedicus, tratado de me­
dicina veterinaria para bestias de carga, se encontraba en las bibliotecas de ciertos
monasterios.
Pero lo esencial de las tierras cultivadas evidentemente estaba reservado al
cultivo de cereales. En los países mediterráneos podemos ver que el trigo y la
cebada eran los más frecuentemente sembrados. En Europa occidental, para lu­
char contra la humedad, se utilizaba más bien el centeno y el trigo. La cebada
era más característica de Inglaterra, junto con la avena, ya que servían para la
elaboración de cerveza. Pero los cereales pobres aún eran muy apreciados: el
mijo y el sorgo en la llanura del Po y en la Gascuña, y la espelta en Francia.
Finalmente, las legumbres secas: habas, garbanzos y lentejas, desempeñaban un
papel de primer orden porque podían conservarse mucho tiempo.
El cultivo era aún más intensivo en tres lugares privilegiados: el huerto, los
vergeles y las viñas. Los textos mencionan a menudo huertos, cercados o aun
setici cuya superficie no excedía una hectárea. Cuidadosamente trabajados con la
azada y abonados, producían coles, nabos, puerros, pastinacas, ajos, chalotes,
etc. En el plano del monasterio de Saint-Gall, modelo que fue frecuentemente
imitado, figuran los bancales del huerto con las diferentes especies de legumbres
verdes y condimentos que en teoría debían plantarse. Pero el huerto también te­
nía un objetivo curativo y numerosas plantas medicinales eran cultivadas allí por
los monjes o los campesinos de los dominios imperiales. El capitular De villis
aconseja plantar sesenta y dos especies de plantas, de las cuales un tercio eran
de uso alimentario. Los vergeles son menos conocidos y parecen poco importan­
tes. El de Saint-Gall estaba situado en el cementerio; los manzanos, perales, ci­
ruelos, nísperos, laureles, castaños, higueras, membrillos, melocotoneros, avella­
nos, almendros, moreras y nogales no debían ser muy numerosos, quizás uno por
especie; y también era preciso que el clima les fuese propicio. Cultivar un solo
tipo de árbol parecía impensable. Esto sólo ocurrió con el olivo, que era ignorado
en Cataluña pero remontaba el Ródano hasta Donzére. La viña arborescente o
bien a ras del suelo estaba en cambio cada vez más extendida. Era apropiada
para un obispo, un gran propietario noble o un campesino libre, para quien con­
siguiera hacerla crecer lo más al norte posible, a fin de disponer de una cantidad
apreciable de vino para consumir. Entre los dominios que dependían del fisco de
Annapes, uno de ellos producía vino, Treola. Se trata del actual terruño de Lille
(cuyo antiguo nombre se ha convertido en Nuestra Señora de Treille), donde hoy
en día sería preocupante hacer crecer cepas de viña. Los viñedos eran tán impor-
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 453
452 la formación del mundo medieval , 350-950
En cuanto a los tratamientos dados a la tierra, éstos mej oraron. La labor de 1a
tantes que Luis el Germánico obtuvo los de la orilla izquierda del R i^ en e1 re-.
tierra yerna en el mes de jumo está representada en el calendario de Vienne. Pero
parto de Verdún, en el 843; porque no tenía otros en Francia oriente^ y de aquí
hemos visto las dificultades que Carlos el Calvo encontró para imponer las corveas
el curioso trazado de la frontera. Como el vino era el únic° verdader° tónic° de
de cargamentos de marga para mejorar la fertilidad del suelo; en cambio, las cor­
la época, se hacían prodigios para proveerse de él. Los monjes de Redon hicieron
veas de estiércol existían ya en el dominio de Viel-Saint-Rémy, mientras que la en­
plantar viñas hasta en Vilaine. El obispado de Tongres acabó por ser desplazado
trega de paja para el lecho de animales era impuesta a los tenentes de Gerson . Y
a Lieja, en gran parte a causa de las viñas de las laderas del Mosa. ° tras abadías
Carlomagno ordenó que se echara abono compuesto en campos y parcelas. En fm,
de Flandes y Austrasia preferían comprar parcelas de viña en Laom Champaña
la rotación trienal de los cultivos quizás estaba señalada en un diploma de Saint-
e incluso en la orilla de los lagos de Italia del norte. El artículo 8 d d caphdar
Gall en el 763, y en Turmgia en el 783. En el capitular De villis y en el políptico
De villis está enteramente consagrado a los cuidados que se debía tener en los -
de Montierender aparece como algo corriente. Este sistema no parece haber sido
dominios imperiales con las prensas, toneles, etc. En suma, todo podía producirse
exportado fuera de Francia y Germania en los siglos IX y x. Sin embargo, combi­
en las tierras de los ricos, y podía pensarse en el ideal de autarquía expresado
nada con el cultivo de las leguminosas, que fijan el nitrógeno en el suelo y man­
por los textos carolingios. Pero, ¿era verdaderamente reafiratite?
tienen su fertilidad, la rotacion trienal podía hacer aumentar las cosechas en un 33
Sea cual fuere el modo de unión entre sus dos partes, el gran dominio no
por 100. Avance considerable que explicaría que el hambre de tierras fuera mode­
podía de hecho ser autárquico, a pesar del ideal pregonado, puest° que debía
rado y las roturaciones poco extensas, excepto en los frentes pioneros hispánicos
alimentar lo que hoy llamaríamos el sector terciario. Ademán le era rigurosamen­
e italianos, donde además continuaba el uso del arado romano y del sistema bie­
te imposible procurarse sal y hierro sin comprarlos en d exterior. Hacía falta pues
nal. Por eso es difícil suscribir las afirmaciones de ciertos historiadores que consi­
salir obligatoriamente de la agricultura de subsistencia mediante innovaciones téc­
deran que los rendimientos eran muy débiles. Los menos pesimistas estiman , en
nicas y aumentos del rendimiento. En Corbie habían seis fundidores de mineral
efecto, que el grano rendía tres por uno. Ahora bien, ¡Columela declaraba que
y seis herreros fabricantes de lingotes de hierro, y en la C dle-les-Bordes treinta
cuatro por uno era un rendimiento de mal año! Nuestros grandes propietarios lai­
y dos esclavos debían producir cada año una tonelada de hierro, es decir, el equi­
cos y eclesiásticos que poseían a Columela y a Paladio en su biblioteca, ¿podían to­
valente a más de un millar de azadas. Ciertamente, la industria de armamento
lerar y encontrar normal un resultado tan miserable? D e hecho, estos rendimien­
consumía mucho, pero justamente Carlomagno prodttó la exportación de espu-
tos han sido calculados a partir de los Brevium exempla de Annapes, donde apa­
das por razones a la vez estratégicas e internas. En el fisco de A nnapes fueron
rentemente, a la vista de las cantidades de cereales mencionadas, la tasa era de 1,6
construidos cinco molinos y cuatro Las tierras de Saint-Germain-des-
por l. Pero, como bien indica el término que designaba estas cosechas (conlabo-
Prés tenían 83 u 84 molinos de agua. en Corbie, tenían de tres a seis
ratus), se trataba solamente de una parte de los productos del dominio. El capitu­
ruedas. Irminón se enorgullecía de haber instalado siete y renovado cuatro. Des­
lar De villis precisa, en efecto, que los intendentes debían dividir en varias partes
graciadamente, esto no quiere decir que el molino de sangre hubiera desaparecí-
las cosechas de los dominios fiscales/ una para el rey (el conlaboratus), una para
do, sino simplemente que se intentaba economi21ar la mano de obra dh' donde ■
el intendente militar, una para los prebendara, una para las mujeres del gineceo ,
gestores conscientes de las necesidades y lectores atentos de los agrónomos anti­
etc. A cada parte correspondía una lista diferente. Una contabilidad semejante,
guos intentaban valorizar el gran dominio. .
tan diversificada, en los fiscos imperiales y eclesiásticos, invita pues a considerar
El arado de ruedas pesado, tirado por seis a ocho bueyes, existía e n Ile-de-
las cifras dadas no como las de la totalidad de la producción sino más bien como
France. Las excavaciones arqueológicas han descubierto en Frisia la existencia de
una parte de los ingresos en especie del propietario. De este modo , los rendimien­
surcos asimétricos y simétricos, prueba de que fueron hechos por dos típos de
tos habrían estado situados ciertamente, entre 5 y 7 por l, vistas las otras cantida­
aparatos: el arado romano y un instrumento de origen eslavo (rejas moravas del
des de trigo que quizá fueron contabilizadas en otra parte, fuera de los documen­
siglo toii) o germánico (citado en el edicto lombardo de R o ta n g en el 683, y en
tos que han sobrevivido. Esto nos daría una cosecha media de diez a catorce quin­
la ley de los alamanes, en el 725, con el nombre de plum , la Pflug germánica y
tales por hectárea, cifra enorme a primera vista. Y si la reserva era cultivada de
la plough sajona). Ahora bien, cuanto más al norte, mayor era la propOTdfa d e
forma descuidada y extensiva por trabajadores no remunerados y refunfuñantes,
prados de siega en relación a las tierras arables, lo que permitía alimentar bien
en cambio los mansos debian ser cuidadosamente labrados, cavados y escardados
a los bueyes que tiraban de los ingenios agrícolas. Adem á s d arado de ruedas,
con la azada para producir aún más. Consideremos, en efecto, las viñas. En las de
si realmente se utilizaba, podía acentuar el avance económico de los países situa­
Samt-Germam-des-Prés, los monjes imponían un tributo fijo a los esclavos y colo­
dos al norte del Loira, ya que sólo él permitía poner en cultivo las tierras pesadas
nos que las cultivaban en forma de tenencias. Estos tenían, pues, interés en pro­
compuestas por limo de las planicies o sedimentos arcillosos glaciares Como _por
ducir mucho para vender el excedente. Efectivamente, el rendimiento medio era
azar, aun en el siglo xix, el límite norte del arado de ruedas muestra los temto-
de treinta hectolitros por hectárea en la reserva. Era ligeramente superior en las
rios favorecidos por esta innovación: Galicia, Francia, Inghtora, Germanía y la
tenencias y, en total, cada año, deducido todo el consumo, quedaban seis mil hec­
baja llanura del Po. Añadamos finalmente la aparición de la herradura, señalada
tolitros de vino para vender para los monjes, y aún más contando la producción de
por primera vez en el 855, y el desarrollo de la collera rígida fepresentada en el
los campesinos, ¡quizás alrededor de diez mil hectolitros!
Apocalipsis de Tréveris en el año 800.
1

454 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

:!
i;O-

Un dominio inculto: el dominio de Fesmy en el año 845


LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 455

Así pues, el agricultor carolingio satisfacía sus necesidades y disponía de exce­


dentes reales. El gran dominio respondía a las esperanzas que en él habían depo­
sitado sus promotores. Esta prosperidad incluso se tradujo en un claro y confor­
table aumento de la ración alimenticia de los monjes. Mientras que la regla de
san Benito la fija en alrededor de trescientos gramos de pan y medio litro de vino
por día, en época de Carlomagno pasó a más de un kilo y medio de pan y a un
litro y medio de vino. Añadamos cien gramos de queso y más de doscientos gra­
mos de legumbres secas en puré. Este no era un régimen de ricos privilegiados,
ya que los laicos que vivían en los grandes monasterios: Corbie, Saint-Germain,
Saint-Denis o Soissons, tenían raciones idénticas o casi, a las que es preciso aña­
dir como mínimo cien gramos de tocino o cerdo salado. Este fuerte consumo,
que será necesario explicar, no era extensivo a los hambrientos o a las poblacio­
nes presas de la escasez. La gran variedad de recursos, junto a la eficacia del
gran dominio, allí donde existía, incluso privilegió a ciertas regiones. Las corveas
de transporte impuestas a los campesinos para llevar vino o trigo hacia los puertos
fluviales o a los mercados urbanos demuestran que se vendían cantidades impor­
tantes. Ciertos campesinos de Saint-Germain-des-Prés debían incluso ir hasta
Quentovic. Indiscutiblemente, una producción agrícola sostenida, dotada de ren­
dimientos superiores a los de la Antigüedad tardía, desembocaba finalmente en
una economía de mercado, el menos para el puñado de grandes explotaciones
que iluminan estas escasas fuentes.

Desarrollo del sistema dominical

Sucesivamente preconizado como una originalidad, luego considerado como


un reflejo de la explotación de las tierras imperiales antiguas, para unos en pleno
apogeo en el siglo vm , para otros una reliquia de otra edad, el «sistema» de ex­
plotación del suelo en dos partes, el sistema «dominical», marcó toda la primera
mitad de la Edad Media. D e todas formas, era el resultado de los problemas de
explotación planteados al amo por un esclavismo en decadencia y unas posesiones
dispersas.
Tres tipos de solución fueron aportados de manera casi simultánea en el norte
de la Galia y en la Italia lombarda. El primero fue la parcela roturada llamada
akker en flamenco (probablemente la vieja palabra latina ager), situada en una
zona inculta cuyos fuertes ingresos silvopastoriles iban directamente al propieta­
rio; en Italia se les llamaba «curtes pioneras». El segundo caso consistía en masas
importantes de tierras arables, reagrupadas por compra o intercambio, llamadas
en Flandes kutter (en latín, cultura, cultivo), pertenecientes al mismo dueño que
poseía tenencias dispersas en la zona boscosa o pantanosa donde los colonos es­
taban unidos entre sí por usos comunitarios. El aprovechamiento de la parte cen­
tral se hacía en explotación directa por esclavos (mancipia) y con la ayuda de
algunos días de trabajo anuales de los tenentes. Este vínculo entre la parte seño­
rial, la «reserva» y las tenencias, era aún más claro en el tercer tipo «dominical»
que deriva de él. Estas curtes, llamadas gewanne en Flandes, estaban muy próxi­
mas al hábitat del señor. La reserva comprendía amplias parcelas dedicadas a la
cerealicultura, llamadas también condominae (pertenecientes al dueño). Los es-
LA ACUMULACIÓN
456 ► . ... ; ■ LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950
1¡ ‘^ ' -
conquista agraria en células dispersas. Por doquier, en la Galia meridional , la
clav0s y los tenentes la trabajaban, éstos últimos en función de un número impor­
Hispania del noroeste, y la Italia central y meridional, el primer tipo, los campos
t ó t e de días de «corvea», a menudo de uno a tres por semana. En este últim o'
creados en el saltus, es decir, en el fondo del viejo gran, dominio de la A ntigüedad
caso se trata cada vez de tierras pesadas, compuestas por aluviones fluviales 0
tardía, se perpetuó, multiplicándose, como lo demuestran los topónimos herm y
limos, que necesitaban el empleo del arado de ruedas con reja de hierr°. .
hermas en Aquitania y en Galicia. En resumen, esta «invención» de un gran do-
A demás, este nuevo sistema de aprovechamiento de un gran dominm por l i
rmmo bipartido dio sus mejores resultados fuera de los territorios de la vieja Ro­
partición parece desarrollarse en la misma época al sur y al oeste de Inglaterra.
manidad, allí donde la distinción entre esclavo y libre era vaga , y sobre todo allí
Las leyes de Ina, a fines del siglo VI, describen, en efecto, grandes dommks donT
donde el dueño tenía fuerza guerrera a su disposición: entre los lombardos, los
de señores laicos habían recibido el usufructo de tierras ocupadas por tenéntes,-
francos de Austrasia y los anglosajones.
Se trataba de tierras que estos últimos habían roturado. Estos gesiths e r ó consi-.
El tercer tipo, llamado villa en nuestros documentos, era una explotación agrí­
derados colonos libres. A menudo eran confundidos con los geburs, esclavos ca-
cola que, sobre todo en el caso de los reyes y los eclesiásticos, intentaba crear
sati en el mismo tipo de tierras que las de los gesiths, que llevaban d nombre de
grandes conjuntos macizos, mediante una operación de concentración de tierras ,
gesithland, gafolland (‘tierra que paga el impuesto’) o incluso oudcmd (‘tierra del
en los que las tenencias estaban lo más próximo posible a la reserva para facilitar
exterior’), por oposición a la inland, la tierra interior, reservada al dueño. No se
la prestación de corveas por parte de los tenentes. Su superficie era de al menos
puede precisar si la corvea en la reserva era impuesta a los tenentes, pero dw te-
cien hectáreas y llegaba a alcanzar algunos miles. Agrupaba en la reserva, llama­
mente pagaban tributos y antiguos impuestos al señor. Grandes probabilidades
da entonces manso señorial, grandes parcelas de tierras arables, prados, bosques
inclinan pues a pensar que el sistema del manor, como se le llamó más tará^ fue
y zonas no cultivadas, sin olvidar las viñas. Los edificios de la explotación, la
creado poco antes de la proclamación de las leyes de Ina, rey de Wessex.
curtís, se encontraban allí junto con los graneros, las bodegas, los molinos, etc.
¿Cuándo y cómo fue inventada esta unión orgánica por medio del tributo en
La mano de obra de esta reserva estaba compuesta por esclavos que vivían en
días de corvea entre la reserva y las tenencias? El segundo tipo de gran dominio,
casas cerca del patio. Otros eran dotados de tierras (casati) en mansos vecinos
con parcelas instaladas en amplias llanuras, parece haber sido inaugurado en los
(mansos serviles) que cultivaban para cubrir sus propias necesidades, pero cons­
dominios imperiales de África en el siglo n. Los colonos poseedores de tenencias .
tantemente eran llamados por el dueño o su administrador para realizar trabajos
debían al intendente de uno a seis días de trabajo cada año. En un solo dominki
en la reserva. Ahora bien, como no bastaban en el momento de los grandes tra­
de la Iglesia de Ravena, a finales del siglo VI, tres tenentes estaban obfigados a
bajos: labranzas, siegas de heno o cereal y vendimias, entonces era preciso llamar
cumplir uno a seis días de corvea a la semana. Pero esto parece absolutamente
a los colonos detentares de mansos llamados ingenuiles ( = libres) y que de algu­
excepcional. La generalización del principio fue probablem óte obra de Dagober-
na manera pagaban el alquiler de su tierra con trabajos de distinta especie. O
to, entre el 623 y el 635, cuando confirmó las leyes de los alamanes y los bávaros.
bien trabajaban un lote de tierra de la reserva, el ansange, o eran obligados,
Estableció que en todos los dominios fiscales .y eclesiásticos los esclava debían
como en Saint-Bertin, a hacer corveas de riga, es decir, a labrar un cierto número
hacer tres días de corvea a la semana en la tierra ,del ueño, la reterv^ mientras
de rayas o surcos. En otros casos, debían un cierto número de días o de «noches»
que los colonos, además de pagar los tributos habituales, d eM ó cumplir un tra­
de trabajo en la reserva: reparar los setos, conducir cargamentos de vino 0 trigo
bajo a destajo, llamado más tarde riga (raya o surco de labran za ) en los campos,
hasta un lugar preciso, y las mujeres hilar o tejer en el gineceo, es decir, el taller
prados y viñas del propietario. A sí, mientras que era normal hacer trabajar a los
de la reserva. Por último, cabe añadir los tributos en especie o en dinero que
esclavos reales en el dominio, como antaño, la extensión de los tributos en traba­
existían por doquier y en todos los tipos de gran dominio: huevos, capones, tabli­
jo a los colonos creó un nuevo sistema de explotación de las tierras que paliaba
llas o chillas, lechones o trozos de tocino, o algunos denarios para el censo o el
la insuficiencia de la mano de obra servil e intentaba reemplazarla por un colona­
rescate de cualquier vieja prestación. Este sistema nos es revelado sobre todo por
to en el que se mezclaban los antiguos esclavos, los libertos, los antiguos libres
los grandes polípticos del norte de Francia: Saint-Germain-des-Prés , Saint-Bertin ,
y los nuevos libres. Estas tres soluciones evolutivas se extendieron e n t o ó ^ gm -.
Saint-Rémi de Reims, Montierender y Prüm, en suma, en la región comprendida
cias a su flexibilidad, de manera diferente según las regiones. Mientras que en
entre el Sena y el & n. .
A ustrasia los nobles aprovecharon la decadencia del poder real para desarrollar
Pero tras la aparente simplicidad del sistema se esconde de hecho una gran
la corvea privada en sus propias tierras, el tercer tipo de gran dommki se desarro­
complejidad y grandes variantes de un dominio a otro. Este régimen no fue jamás
lló mejor, gracias a la fuerte autoridad del jefe de guerra sobre sus serví. ministe-
conforme al modelo teórico. En el políptico de Saint-Germain-des-Prés , escrito
tid es, sus acompañantes más o menos libres, a los cuales convertía en sus admi­
a principios del siglo IX, la superficie en tierras arables de los mansos serviles
nistradores. La ley de los alamanes, puesta de nuevo por escrito en 1Y1-! 19, y la
varía de 0,25 ha a 9,25 ha y la de los mansos libres de 1,50 ha a 15 ha. Si ciertos
de los bávaros, 144-148 demuestran la extensión de estas grandes propiedades y
mansos eran ocupados efectivamente por una sola familia, otros estaban reparti­
el agravamiento de las corveas que pesaban sobre los colonos. Es probable que
dos entre varias parejas, ¡mientras que numerosos mansos sólo eran ocupados por
en Wessex ocurriera lo mismo. En cambio, en la Italia padana y en Sabina, el
un u n co colono y otros estaban registrados como vacíos! Además, ciertos mansos
segundo tipo de gran dominio, con unas relaciones más o menos laxas entre la
serviles estaban en manos de libres y viceversa. Por esto, los tributos se desplaza-
reserva y las tenencias, fue mucho más corriente a causa del dinamismo de la
458 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 459
ban del tenente al manso y éste, fuese cual fuese su estatuto, debía pagarlos. Esto
sólo los geburs y los gesiths eran requeridos de esta manera. En cambio, cuando
explica la uniformización de la condición campesina alrededor del colonato y la
el poder real era indirecto, especialmente en los virreinos, vemos desaparecer
aparición de la dependencia intermedia que sólo podemos calificar de no libertad.
este tipo carolingio de gran dominio y reaparecer los dos primeros. En Aquitania,
Estas disparidades, incluso en el interior de la región que vio florecer el gran
las grandes propiedades comprendían varias tierras que se explotaban directa­
dominio clásico bipartido, sólo pueden explicarse por la dificultad que encontra­
mente, llamadas mansos señoriales o cap-mansos, y numerosos mansos dispersos,
ron los dueños para imponer su sistema, hacer desplazarse a los campesinos hacia
a menudo muy lejos de los primeros. No existía ningún vínculo entre los primeros
mansos que no querían y suscitar las iniciativas de tenentes que preferían, más
y los segundos. Asimismo, en Germania, la curtís era con frecuencia sólo un cen­
que ampliarse, permanecer en un manso dividido por el juego de las herencias,
tro de percepción de tributos. La yuxtaposición de dos sectores, reservas y tenen­
La resistencia de los campesinos a esta reorganización fue la causa de estas va­
cias, se percibe también en las zonas italianas de roturación: baja llanura del Po
riantes innumerables.
y Sabina. En otras partes, eran los esclavos quienes trabajaban en la reserva, y
Por eso, este «sistema» sólo estaba próximo a la ejemplaridad en regiones re­
en las tenencias lo hacían campesinos libres, contractuales, los libellarii, que de­
cientemente conquistadas para el cultivo, cuyos mansos y reservas habían sido
bían entregar una parte de la cosecha al dueño y a veces uno o dos días al año
previstos y creados desde el principio de manera mucho más amplia y compacta,
de corvea. Italia poseía un sistema de grandes dominios mucho más flexible que
como en el norte de la Francia occidental o bien en las tierras nuevas de Baviera
el de Francia. La casa colonica, la tenencia campesina, jamás estuvo superpobla­
o de Franconia. En otras partes la concentración necesaria jamás pudo lograrse,
da porque no se hizo ninguna tentativa de concentración o reagrupamiento de
y a menudo el vocabulario que designaba las antiguas parcelas aparece como una
tierras. La resistencia de los campesinos era más grande y el poder político más
filigrana.' En el Beauvaisis, por ejemplo, ¡vemos un vasto huerto (seticus) conver­
débil.
tido en reserva! A pesar de estas dificultades, esta orgamzación «dominical», con
su vínculo orgánico entre la reserva y los mansos, se a través del reino
carolingio, adaptándose a las situaciones Samt-Remi de Reims, se Los NUEVOS INTERCAMBIOS
dejó fríamente fuera del sistema a algunos campesinos llamados forenses. En el
Maine , Anjou y Touraine, las viejas parcelas creadas a partir de roturaciones he^
Ahora es posible observar el desplazamiento de la eeonomía local hacia la
chas por esclavos fueron transformadas en mansos. Basta revisar todos los diplo­
renaciente economía de los intercambios, particularmente en las zonas esenciales:
mas reales emitidos por Carlos el Calvo para darse cuenta de que, durante su
llanura del Po, Francia, Frisia e Inglaterra, y comprender también cómo pudo
reinado, este régimen de organización del suelo había alcanzado los temtorios
desarrollarse una economía de mercado rudimentaria, bien sea gracias a la reno­
entre el Sena y el Loira. Pero su frontera no llegaba hasta la Bretana, no traspa-.
vación urbana o mediante un sistema monetario que su uniformó en todo el mun­
saba el Loira; llegaba a Cosne, evitaba el Morvan y en Borgoña no se aventuraba
do europeo conocido, con nuevos circuitos internacionales.
más allá de Macon , mientras que caracterizaba el centro y el norte de la Lotarin-
gia. Esta expansión corresponde exactamente a la zona cubierta por las missatica,
donde la autoridad carolingia fue más fuerte. Sin duda alguna, la difusión de este Remodelar la ciudad
tipo de gran propiedad fue estimulada por el poder político, quizá con el propó­
sito de armonizar los recursos fiscales y eclesiásticos; y en consecuencia, los de
Una de las primeras tareas de Carlos Martel fue facilitar, con el capitular del
los nobles que servían al Estado carolingio. Las ventajas económicas que se obte­
144, la creación de mercados rurales en cada vicus. Se multiplicaron rápidamente.
nían eran tales que todo debía ser intentado para obtener su No
A llí se intercambiaban productos de primera necesidad con una única monedilla,
concluyamos por ello que este sistema cubría todo el territorio, ya que tenemos
el denario (per denarata), expresión que ha dado la palabra francesa denrée (‘pro­
numerosas pruebas de que la pequeña propiedad seguía siendo mayoritaria inclu­
ducto,), lo que se compra con un denario. Su éxito fue tal que Carlos el Calvo,
so en estas regiones. Simplemente, era un instrumento político para organizar las.
en el 864, intentó limitar su número. Otros mercados aparecían al lado de las
estructuras gubernamentales: avituallamiento de las tropas, beneficios para los
ciudades, en particular las ferias de vino, como las de Troyes, Chappes, cerca de
vasallos, honor para los condes, alimentos para los pobres, etc.
Bar-sur-Seine, y Saint-Denis, que se abría cada año el 9 de octubre, En Genna-
A llí donde la influencia política de los reyes era directa, este tipo de donunio
n ia los reyes multiplicaron las autorizaciones para crear puertos y mercados. U n
se reforzó. Esto está claro para la Inglaterra sajona, donde, tras las luchas contra
poste de madera (stapl) era clavado en las proximidades de una fortificación cir­
los daneses, el manor inglés estrechó los lazos entre la reserva y las tenencias.
cular de tierra, como los grods eslavos, o de Un emplazamiento urbano antiguo,
En un dominio de Hampshire, los ceorls que detentaban hides entregaban al se­
o incluso en una playa. D e ahí viene el nombre del puerto de Étaples y la palabra
ñor cuatro denarios por año y por hide, cerveza, trigo y cebada; labraban alrede­
«etapa», que significaba primitivamente lugar de intercambio. El fenómeno era
dor de una hectárea de la reserva y la sembraban con su propia semilla, segaban
tan generalizado, que sól° puede ser una prueba suplementaria del aumento de
menos de una hectárea de prado y estaban obligados a presentarse en la reserva
la oferta de productos para intercambiar.
cada semana para cumplir corveas (excepto tres veces al año). Sin embargo, antes
Esto repercutió en las ciudades. Recordemos el número de iglesias, catedrales
——
460 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA
461
y abadías construidas o reconstruidas en los siglos :rn y ix . Tras el coiícilio.‘de
Aquisgrán, se organizó la vida canónica: fue necesario acondicionar en el interior Salnt-Mariial en Limoges. En Saint-Omer, las dos abadías fueron unidas por una
de cada ciudad episcopal un claustro y casas para los canónigos. Esto desembocó so|a mubríllla a pa,rtir del 879. El obisp° de Metz reconstruyó la muralla pomana
en un auténtico remodelaje de las ciudades antiguas. A menudo, en esta ocasión, y nglobó uim iglesia exterior. En T r o y ^ tras el incendio del 887, la poMactón
la vieja muralla del siglo m fue abatida y sus piedras utilizadas para c o n sta - se agrupo dentro del recinto galo-romano, que fue reedificado. En Provenza en
nuevos edificios. Además, el cambio de liturgia implicaba la desaparición de muí, cambm, j as pérdidas fueron muy d ams; dertos arrabales y algunas ciudades
tiples santuarios temporales merovingios a fin de reagruparlos en vastas naves_,¡ mo Fréjus o Cimiez, se vaciaron. Lo mismo ocurrió en los puertos g ^ m M co ^
En Lyon, Leidrade reparó los techos de Samt-Jean y de Saint-Etienne, amplió' ' qu.e tenian construcciones de madera dispersas a lo largo de la orilla: Hamvih’
su palacio episcopal, edificó el claustro canonical y restauró dos iglesias y tres Quentovic y Duurstede, donde los incendios y los pillajes fueron desastrosos T o
monasterios. Metz, Arras, Reims, Le Mans y Vienne estaban visiblemente en dos terminaron,por ser completamente abandonados, a pesar de algunas recupe­
pleno crecimiento. Arrabales poblados por mercaderes nacían en el exterior de raciones despues de los por la razón esencial de que eran ciudades de
las antiguas murallas. Metz poseía veinticuatro iglesias, de las cuales diecisiete creeumMto rápido creadas sólo por una expansión de tipo primitivo y que no
estaban fuera de los muros. Pronto un frenesí de grandeza sacudió a los construc­ estaban sof nidas por construcciones sólidas. A principios del siglo x , ya habían
tores de iglesias. Mientras que las iglesias merovingias superaban sólo excepcio­ desaparecido, de la misma manera que Haithabu fue abandonada poco a poco
nalmente los 20 metros de largo, la primera iglesia de Reichenau, que tema 21 a pesar de s u espesas murallas de tierra, en provecho de Slesvig, obispado y ver­
metros en el 724, pasó a 43 metros en el 746. Saint-Just de Lyon, reconstruida dadera ciudad nueva. En tote], pues, el despertar de las ciudades había sido fre­
por Agobardo , alcanzó más de 60 metros de largo. La catedral de Coloma, em.' nado. Pero la mayor parte de los progresos realizados fue conservada y el estan­
camiento que siguió no puede ser asimilado a un retroceso.
pezada en el 800, llegaba los 94,5 metros; Fulda, tenía 39 metros en el 744, y en
el 842 había pasado a 98 metros. Finalmente, Saint-GaU, según su plano y las
excavaciones, batía el récord con 102 metros. Luego, hacia el carrei
La supresión del oro
ra hacia el gigantismo se detuvo por falta de nuevos medios La cate­
dral de Hildesheim, construida entre el 852 y el 872, solo tenia 60 metros. Todo
esto revela la misma dicotomía que hemos encontrado varias veces: expans16n En este primer y breve sobresalto urbano, como en la recuperación o innova­
hasta mediados del siglo IX y luego recesión. ■ . ción de los intercambios, el papel del instrumento monetario parece haber sido
Las ciudades antiguas se despertaban. En Roma, los papas restauraron o. re­ capital. Después de una vuelta atrás, exige una investigación precisa.
construyeron más de una veintena de iglesias, desde Adriano 1, muerto en el 795, En primer lugar, la picota deflacionista impuesta por el sistema monetario del
hasta León IV , muerto en el 852. En los reinos hispánicos astur-leoneses, desde Imperio Romano tardío desapareció ya en el siglo v ii , por iniciativa de los diná­
Ordoño 1, hacia el 860, hasta Ramiro 11, hacia al 940, veinticuatro ciudades r^u- micos mercaderes frisones y anglosajones. Para comprar los productos pesados o
peradas a los musulmanes fueron enteramente repobladas con cristianos descen­ ligeros de consumo corriente que ellos ofrecían, el patrón oro resultaba cada vez
didos de las montañas, en particular Astorga, Burgos y Avila. En Inglaterra, las más incómodo. En efecto, después de que los monederos de Duurstede hubieran
antiguas ciudades romanas se habían convertido todas en obispados: Canterbury, acuñado imitaciones de trientes merovingios, hacia 630-650, el retroceso de la in­
Rochester, Londres, Winchester, Dorchester, Leicester y York. Pero, a partir del fluencia franca permitió a los frisones innovar. Casi al mismo tiempo que sus ri­
reinado de Alfredo, fueron pronto superadas por los puertos, los wic y sobre todo vales anglosajones, entre el 650 y el 660, emitieron monedas de plata llamadas
los burhs, a la vez ciudades y mercados fortificados. La aparición de ciudades sceattas, del viejo inglés sceatt (en alemán Schatz, tesoro). Algunas llevaban a ve­
nuevas fue también característica del norte de Francia. En la desembocadura de! ces inscripciones rúnicas. La zona en que fueron descubiertas estas monedas co­
Aa, a partir del puerto, y al pie de dos abadías, Saint-Bertin y Saint-Omer, ce rresponde exactamente al área de influencia comercial de los frisones hacia el
desarrolló una aglomeración comercial. En el Escalda, alrededor de los monasté, 730-740: Inglaterra propiamente dicha, el norte de la Galia, el Mosa, el Fri-
rios de Saint-Pierre, en el monte Blandin, y de Saint-Bavon, a partir de un casti­ sia y Dinamarca. Alcanzaban a veces la desembocadura del Loira y la Gironda
llo construido en el 900, nació poco a poco Gante, y más arriba, en un fisco e incluso Provenza. Por eso, ante un éxito tal, el reino merovingio, gracias a la
perial, Valenciannes. Ratisbona, cuyo obispado fue creado en el 739, incorporó, apertura de las minas de plata de Melle, en Poitou, lanzó a su vez una moneda
más adelante, en el 917, el barrio de Saint-Emmeran y el de los mercaderes a su de plata: el denario. Su peso era aproximadamente de 1,23 gramos y acabó por
núcleo primitivo. ' eliminar las antiguas monedas de oro, que por otra parte eran devaluadas sin ce­
Esta recuperación fue evidentemente frenada por las invasiones sar. Las últimas fueron acuñadas en Marsella hacia 690-700, mientras que el de­
Quienes habían practicado importantes brechas en las murallas galo-rom eas de­ nario apareció hacia el 670. Finalmente, sólo al-Andalus y Lombardía conserva­
bieron darse prisa en taponarlas. En el 869, Carlos el Calvo ordenó fortificar las ron el patrón oro. La primera acuñó dinares de oro, análogos por su peso y sus
ciudades. Primero se rodeó a los arrabales con empalizadas y castillos de madera, títulos al nomismon bizantino; la segunda, cuyo monopolio real estaba intacto,
luego un muro de piedra circundó Saint-Vaast en Arras, Saint-Renu en -"-eims y continuó acuñando el oro a causa de sus lazos económicos con Bizancio. En efec­
to, mientras que las monedas bizantinas desaparecen después del 670 de los teso-
462 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

ros descubiertos en la Galia, aún están presentes, después de esta fecha, en los:
encontrados en la llanura del Po.
Las ventajas de la nueva moneda de plata eran numerosas. Por su poder dé
compra inferior a la de oro, gracias a la relación de uno a doce entre el precio
de los dos metales, la de plata permitía procurarse cantidades más pequeñas de
mercancías. Mientras que el sueldo o el tercio de sueldo obligaban al campesino,
a vender sus excedentes de trigo en grandes cantidades para pagar el impuesto/
a partir de entonces con un denario podía procurarse un cerdo o el moyo de trigo
que le faltaba. En tanto que en el siglo vi la utilización del oro monetarizado tan
pronto hundía brutalmente los precios como los hacía subir vertiginosamente, ca-r
ricaturizando los azares de la coyuntura, a partir del siglo vn la moneda de plata,
permitió a los precios subir o descender más lentamente, en función de una de­
manda mejor repartida en el tiempo y en el volumen. En fin, la pérdida en poder
adquisitivo de la unidad monetaria quedaba ampliamente compensada por la ga­
nancia en número de usuarios de la nueva moneda. Ciertamente, el denario no,.,
permitía comprar un huevo o un pan, puesto que ningún submúltiplo fue acuña­
do. Pero no estaba ahí el problema de la sociedad de la época, cuyos gastos se
hacían a nivel de un hogar familiar muy amplio o mediante trueque. Lo importan­
te era el acceso a la economía monetaria de toda una masa de productores y con­
sumidores para su propio uso. En consecuencia, el sceatta y el denario permitie;
ron un aumento ciertamente importante del volumen de los intercambios, del nú­
mero de clientes y de la velocidad de circulación de las monedas. Por eso sus
cantidades fueron insuficientes, como permite constatarlo su devaluación conti­
nua durante la época de los primeros carolingios. Pero al mismo tiempo, esto
demuestra que la deflación había cedido definitivamente el paso a la inflación y
que la expansión acababa de empezar realmente.
Aquí también fue decisiva la acción de Garlomagno, aunque no hiciera más
que generalizar soluciones anteriores. Antes d& Pipino el Breve, el denario se
devaluó y cayó a 1,10 gr. El primer gesto del rey fue volver a ocuparse de la
acuñación monetaria y emitir monedas de calidad. En el 751 apareció un nuevo
denario, de 1,23 gr. A partir de entonces fueron precisos 12 denarios, y ya ño
40, para completar qq sueldo. Luego, mientras el rey se esforzaba por hacer de­
saparecer las acuñaciones privadas, el denario pasó a 1,30 gr. Convertido én due­
ño de Italia, Carlomagno eliminó la moneda de oro como patrón. Por último, en
793-794, por el capitular de Frankfurt, decidió imitar el denario de Offa (penny)
y lanzó una nueva moneda con un peso de 1,70 gr. Esto coincidía con la refundü
ción de todo el sistema de pesos y medidas. El «grano» de cebada, unidad dé
peso germánica, fue sustituido por el grano de trigo, unidad de peso romana, que
pasó así de 0,048 gr a 0,053 gr y de este modo la libra-peso fue elevada a 409 gr.
Al mismo tiempo apareció una nueva unidad monetaria, el óbolo, que valía me­
dio denario. Durante el reinado de Luis el Piadoso, hacia 829-835, una nueva
revaluación situó al denario en 1,75 gr. Luego, durante el de Carlos el Calvo,
aunque el monopolio completo de la acuñación monetaria había sido recuperado,
para suprimir la falsificación el rey intentó, con el edicto de Pitres del 864, con­
centrar las emisiones en sólo nueve talleres. Asimismo, el denario fue llevado de
nuevo a 1,50 gr. Pero la reforma fracasó y durante el reinado de sus sucesores
reapareció insensiblemente la devaluación en el peso. En el siglo x, los denarios
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 463

de tipo inmóvil de Carlos el Calvo pesaban alrededor de 1,30 gr. La acuñación


privada reapareció en Corbie hacia 884-887 y hacia 900-910 con el monedaje de
los duques de Aquitania; y los príncipes territoriales hicieron otro tanto. En cam­
bio, el Imperio Otónida y el reino anglosajón continuaron centralizando la acuña­
ción monetaria, conservando así el sistema carolingio.

Triunfo de la plata

Este breve esbozo de la evolución monetaria merece ser explicado. El triunfo


del monometalismo de la plata era deseado. Su débil poder de compra permitía
la multiplicación de los mercados rurales. Además, estos denarios fueron acuña­
dos en inmensas cantidades. Jan Dhondt ha destacado que los 230.000 dirhams
de plata descubiertos en Escandinavia y en Rusia corresponden al capital de una
media docena de mercaderes «varegos» o «rusos» y que las 60.000 libras de plata
de los danegelds entregadas a los vikingos por Carlos el Calvo representaban la
colecta de 14.400.000 denarios. El estudio de los troqueles es aún más revelador.
A partir de 5.000 troqueles encontrados y utilizados en los talleres del rey Bur-
gred de Mercia (852-874), fueron acuñados más de cincuenta millones de pence.
El tesoro de Ide, fechado en el 850 y descubierto en los Países Bajos, demuestra,
a través de sus 112 denarios, una circulación de al menos diez millones de mone­
das. Estamos, pues, en un período de recuperación económica, porque el aumen­
to del número de monedas debió corresponder al de la oferta en los mercados.
Pero entonces, ¿por qué, en estas condiciones, fue revaluado el denario en dos
ocasiones? ¿No era volver a una política monetaria deflacionista que hacía peli­
grar el despertar económico? Quizá se trataba de una consecuencia de las varia­
ciones de precios de los metales preciosos en el mercado internacional. La rela­
ción entre el oro y la plata era, en Occidente, de 1 a 12. En el Oriente bizantino
y musulmán, que emitían sueldos de oro y dinares de oro, luego en al-Andalus,
que a partir del 929 sustituyó el dirham de plata por el diñar de oro, el Estado
hacía subir los precios del metal oro a expensas de la plata. Los precios del metal
plata eran pues más bajos en Oriente que en Occidente. Los mercaderes interna­
cionales, italianos o judíos, que frecuentaban Alejandría, podían entonces hacer
dos tipos de especulación. O bien compraban plata en una relación de 1 a 15,
por ejemplo, y la revendían en Occidente para acuñar denarios en una relación
de 1 a 12, de modo que, antes de la reforma del 794, ganaban en peso de plata
y en número de denarios, o bien preferían importar dinares y venderlos al precio
internacional, a cambio de metal plata a precio europeo, que era más elevado.
Ganaban entonces con la diferencia del precio del metal plata entre Occidente y
Oriente. Los emperadores carolingios, que tenían horror a la especulación, prefe­
rían en estas condiciones equiparar el valor nominal del denario con el valor in­
trínseco de la plata y entonces revaluar. Esta política no frenó en nada los inter­
cambios, a pesar del aumento del poder de compra, porque temporalmente la
moneda de oro, gracias a estos intercambios, reapareció para transacciones muy
grandes.
En efecto, aparte de algunas piezas de oro de prestigio emitidas en el 814 y
el 815 por Luis el Piadoso, sabemos que en Italia, Francia e Inglaterra circulaban
464 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 465-

monedas de oro llamadas mancusi. Eberardo, marqués del Friul, en su testamen­ señal regular y que se rompían pieza a pieza según las necesidades. Exigían que
to, fechado en el 838, legó cien mancusi a uno de sus hijos. Offa (757-796) había el danegeld les fuese entregado en lingotes de plata_ tras la fundición de las mone­
acuñado monedas de este tipo. Se trataba de una imitación del dinar musulmán. das. La economía escandinava estaba, pues, en camino de imbricarse en la de la
Por otra parte, la palabra árabe manqush significa «grabado». Esta circulación Europa del norte. Pero entonces, ¿por qué recurrieron a los raids de pillaje en
de monedas de oro probablemente quedó reducida a las personalidades más ricas lugar del comercio? La única hipótesis que permite explicar la multiplicación de
del Imperio, y fue más a menudo tesaurizada que puesta en circulación. De todos los raids después del 840 es la siguiente: a falta de medios de intercambio para
modos, estas monedas, según las menciones de los textos y los hallazgos, corres­ compensar sus compras de trigo y vinos, los vikingos acabaron por tomar la plata
ponden a la zona de los intercambios comerciales más intensos de la época: el allí donde la encontraban: La razzia tuvo como finalidad paliar sus carencias en
eje Italia, Frisia, Inglaterra. Pero los descubrimientos son muy poco numerosos. un gran comercio que no dominaban, al contrario de los varegos, que consiguie­
Sobre treinta y seis hallazgos, solamente seis conciernen el período 750-850. De­ ron imponerse pacíficamente en Rusia. Los vikingos obtuvieron por la fuerza lo
limitan pues la IIlÍsma época de prosperidad que hemos señalado, en la que la que el freno de la expansión ya no podía procurarles mediante el trueque habi­
cantidad de productos para intercambiar hacía preciso el retorno al oro en Ciertos tual. En efecto, la desaparición del oro en el momento álgido de sus expediciones
casos. Otros siete hallazgos, del 880 al 950, efectuados en las costas, provienen y la devaluación del denario a partir del 864, son el reflejo de una disminución
de los pillajes de los vikingos. A sí pues, la aportación del oro musulmán jugó un de los intercambios y de una inversión de la tendencia en el precio del metal
papel muy débil en la economía carolingia, el de simple apunte y anuncio del plata, que volvía a aumentar.
papel que jugará en los siglos xii y xm. Además, cuando la plata musulmana
dejó de llegar a Escandinavia, las monedas de plata inglesas y carolingias, raras
en el siglo IX (102 en Escandinavia y 115 en Polonia), se convirtieron entonces Las nuevas vías comerciales en los siglos V il y VIII
en mayoritarias. Nos encontramos, pues, en plena génesis de una zona monetaria
de plata que salía a la conquista i^finercados extranjeros. 1 El viejo comercio mediterráneo continuó en el siglo VI, pero cambió de natu­
Instrumento de expansión, el denario era también un instrumento político; raleza y redujo su alcance. Los productos de lujo (seda, especias, incienso y per­
Carlomagno y Luis el Piadoso utilizaron a fondo una iniciativa de Dagoberto y / fumes) aún eran importados, sin ignorar las mercancías básicas exportadas: la ma­
san Eloy: la moneda acuñada en palacio. Se trataba de centralizar las emisiones dera, el garum, los esclavos, etc. Pero el aceite de oliva y el papiro desaparecie­
monetarias a fin de que el fraude fuera nulo. Esta acuñación fue practicada hasta ron, sustituidos por la cera para la iluminación y el pergamino. Las rutas maríti­
el reinado de Eudes, incluido, y quizás aún más tarde. Los lugares donde las mo- • mas se habían desplazado con la integración del reino lombardo en la cristiandad
nedas han sido descubiertas muestran claramente las zonas más importantes en y la irrupción del Islam: el periplo hispánico se convirtió en episódico, Cartago
el plano comercial: la Francia al norte del Loira, Frisia e Inglaterra. Carlos el ya no servía más como escala, Narbona y Marsella desaparecieron como puntos
Calvo, con su edicto del 864, quiso concentrar ios talleres, además del palacio,- finales de las rutas bizantinas. Incluso si las relaciones con Alejandría se mantu­
en Quentovic, Ruán, Reims, Sens, París, Orleans, Chalon-sur-Saflne y Melle vieron, de hecho el sector occidental del Mediterráneo sufrió una disminución
(donde se encontraban las minas de plata). He aquí las grandes metrópolis econó" del tráfico debido al incremento de la piratería musulmana, en provecho del mar
micas del reino de Francia occidental, a las que haría falta añadir los puertos del Tirreno y de los pasos alpinos que fueron abiertos de nuevo por los lombardos.
Mosa y el ^m. El estudio de la circulación de las monedas de Carlos el Calvo A partir de 630-640, la ruta de Provenza por el Ródano, el Saona, el Mosa y el
demuestra, en efecto, que en todo el reino predominaba la circulación local, ex­ Rin quedó cada vez más eclipsada por la del Po, los pasos alpinos y el Rin. Mien­
cepto en la Francia propiamente dicha, del Sena al Rin. Por Ruán, Quentovic y tras que los mercaderes anglosajones y los peregrinos aparecían en este nuevo
Duurstede llegaban las monedas de Aquitania, Inglaterra e Italia. Ninguna venía itinerario, los negociantes griegos y sirios desaparecieron en provecho de los ju­
de Lotaringia o Germanía, donde aún no habían talleres de acuñación. En cam­ díos. En efecto, estos últimos mantuvieron el antiguo tráfico hacia África por la
bio, las monedas acuñadas en Francia inundaron literalmente los países renanos, península ibérica, y hacia Oriente por Italia. Empezaron incluso a instalarse en
Neustria y Borgoña. Además, el 20 por 100 de esta circulación estaba constituida las ciudades mosanas y renanas (Verdún, Maguncia) y entraron en contacto con
por óbolos, prueba de las numerosas pequeñas transacciones. Así, podemos con­ los mercaderes francos que se internaban en búsqueda de esclavos y pieles más
firmar la importancia económica de esta región, verdadero centro de gravedad allá del Elba, en pleno territorio eslavo.
político, agrícola y comercial del Imperio Carolingio. Esta aparición de nuevas rutas continentales correspondía a nuevas activida­
Quedan entonces los países que no acuñaban moneda: el norte de Hispama, des marítimas, especialmente en el mar Tirreno. A partir del 680, los lombardos,
Irlanda, Escocia y Escandinavia. Los vikingos fueron durante mucho tiempo rea­ haciendo retroceder a los bizantinos hacia las costas, desbloquearon el comercio
cios al instrumento monetario y sus primeras monedas datan, de hecho, del siglo interior. Mercaderes de Comacchio remontaban el Po e intercambiaban la sal de
x. Pero en realidad, el trueque fue influenciado por la proximidad de las monedas sus salinas y el pescado con el trigo del interior, pero vendían también pimienta
robadas. Los vikingos utilizaban láminas de plata, de peso idéntico, denominadas y aceite, pruebas de un comercio aún más lejano. Los ciudadanos que habían
plata cortada (hacksilber). Otros utilizaban collares de plata marcados con una huido de los lombardos desde fines del siglo VJ, para vivir entre los pescadores en

30, - FOSSIER, 1
466 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA

las lagunas, terminaron por fundar en el marco bizantino varias pequeñas ciuda­ Maguncia y Worms; remontaban el Mosela hasta Tréveris, el Sena hasta Saint-
des, entre las cuales la situada en la isla de Rialto, Venecia, empezaba a conver­ Denis. En Inglaterra estaban presente en Londres y en York. En Escandinavia
tirse en la más importante. En 726-727, como más tarde haría Ravena, Veneciá> se instalaron en Ribé, en Haithabu, en el istmo danés y en Birka; en Suecia
eligió por primera vez a su duque, rebelándose contra la iconoclasia biiantina. cerca del lago Malar. Este embrión de red comercial evidencia que un nuevo es_
El primer dogo, Pablo, y su sucesor Orso, no tardaron en extender su dominación pacio marítimo había nacido en torno al mar del Norte a partir de los grandes
marítima, mientras que sus marinos vendían madera y esclavos eslavos a los bi­ ejes fluviales reno-mosanos.
zantinos y a los musulmanes. Venecia, gracias, por un lado, a sus relaciones con­ Nos podemos interrogar sobre las causas de este desarrollo, que apareció de
tinentales a través de Pavía y a las rutas alpinas, y, por el otro, a sus relacione®'; pronto. Hemos visto sus bases humanas y económicas. Pero la innovación técnica
marítimas, seconvirtió en un poderoso organismo económico en la desembocad u ¿rífe • fue ciertamente una de las claves de la expansión. A principios del siglo 'vrn, el
ra de la llanura del Po, cuyo progreso agrícola, interrumpido en los siglos v y uso de la vela cuadrada se había convertido en habitual en los barcos de remos
volvía a generarse. El desarrollo de Ravena y de su puerto, Classis, ahora llena frisones, lo cual liberaba espacio y mano de obra. Pero además, los frisones in­
de arena, da testimonio de un primer intento debido a la Romanidad tardía. Más ventaron un nuevo tipo de barco en el curso del siglo viii, la houlke. Este barco
al norte, pero también más cerca del paso del Brennero y de los territorios ger­ redondo con un mástil era capaz de soportar el oleaje de alta mar, tanto como
mánicos, Venecia sostuvo un segundo intento: éste sería el bueno. remontar los ríos. A semejanza del barco descubierto en Utrecht, podía llevar
La situación era la misma al otro extremo de las rutas comerciales, pero me::- diez toneladas de flete. Por tanto, esto constituía un primer progreso en relación
nos madura. La progresión franca en dirección a Frisia y la llegada de los monjes a los tonelajes de la Antigüedad tardía. La potencia marítima frisona es pues la
y de los negociantes anglosajones cambiaron los ejes comerciales. Periclitó la vie­ prueba del advenimiento de un nuevo espacio comercial marítimo en Europa del
ja vía romana que pasaba por Boulogne, Thérouanne, Arras, Cambrai, Maas- norte y el signo de un desplazamiento del centro de gravedad de la civilización
tricht y Colonia, mientras que, en el Mosa, Verdún, Mouzon, Dinant, Namur y- más allá de los antiguos límites del Imperio Romano. El gran eje económico eu­
Huy se convirtieron en centros de intercambio tanto más importantes cuanto que ropeo de Italia a los Países Bajos acababa de aparecer.
eran la salida natural de los productos de los grandes dominios carolingios ved­
nos. En el siglo viii, de la región terminó por instalarse
en Lieja. El eje mosano se hizo fundamental. A causa de esto se desarrollaron En los inicios del siglo IX: ¿primera expansión?
dos puertos. Los sajones de Quentovic en el Canche se habían convertido en
tianos hacia el 660, y la actividad de este puerto, así como la de Ruán, estaba Podemos imaginar los circuitos comerciales de la Europa carolingia y otónida
cada vez más vinculada a Inglaterra, ya fuese en dirección a Hamvih, ya hacia , de la manera siguiente: todo gira en torno a dos grandes polos económicos: Ve-
las abras del estrecho de la Mancha y Londres. Relaciones cada vez más frecuenJí necia y Pavía al sur, y Quentovic y Duurstede al norte, hasta su destrucción. En­
tes animaban las costas de Irlanda, Inglaterra y^el norte de la Galia, hasta el P o i tre ambos, los pasos de los Alpes eran, junto con los dos puertos nórdicos, los
tou. Los productos intercambiados eran esclavos de las islas, vinos del continente¡: mayores peajes del Imperio, en los que se cobraba a su paso el 10 por 100 ad
estaño de Cornualles, plomo de Melle, en el Poitou, y sal de la desembocadura valorem de toda mercancía. El eje económico europeo estaba, pues, bien defini­
del Loira. Quentovic era de alguna, manera el punto de convergencia de todos do. El sector mediterráneo era activo sobre todo en el Adriático. Venecia acabó
estos intercambios con el mundo anglosajón. Pero sufría la competencia de una por eliminar a Comacchio y se- apoderó de su monopolio de la sal. En el 883,
potencia marítima claramente superior, .la de los frisones. Del Escalda al Elba, acuñaba m oneda y luchaba contra los esclavones, los croatas y los serbios paga­
éstos consiguieron dominar todas las costas y las desembocaduras de los ríos. Una nos, a los que redujo en esclavitud y vendió a los musulmanes a pesar de las
vez vencidos y dominados por Carlos Martel, en el 734, prosiguieron sin embargo prohibiciones. Pero proporcionaba también madera para los talleres navales egip­
su expansión a partir de su principal emporium: Duurstede. Fundada probable­ cios y armas. Dos mercaderes lo aprovecharon para robar, en el 828, en Alejan­
mente a principios del siglo VI, entre los tortuosos Lek y ^ n , se convirtió rápi­ dría, las reliquias del apóstol san Marcos, que se convirtió entonces en el patrón
damente en el punto de contacto de todos los negociantes venidos de Inglaterra, de la nueva potencia. En Bizancio vendían los mismos productos que en Egipto,
del Rin o de Escandinavia. Con sus grandes casas de madera y sus desembarca­ además de trigo, y adquirían sederías y especias. Las ciudades de Campania hicie­
deros hechos de maderos puestos uno al lado de otro sobre pilotes, atrajo lo esen­ ron lo mismo, aliándose incluso más claramente con los musulmanes vecinos. En
cial de la vida marítima del mar del Norte e incluso del Báltico. Las excavaciones cambio, del Tíber al Ebro, la guerra continua con el Islam y la piratería impidie­
arqueológicas han demostrado la importancia de su comercio y, más allá de los ron un comercio regular. Sólo la ruta continentafque atravesaba el Languedoc y
productos clásicos ya mencionados, de la exportación de cristalerías renanas a los Pirineos occidentales u orientales permitía un comercio regular con al-Anda-
Suecia, y de la producción y venta de paños de lana, llamados frisones porque lus. Judíos y cristianos vendían esclavos, en particular eunucos. En época de
justamente eran fabricados en el país. Incluso se han hallado tablas de toneles cAbd-al-Rahman III, hacia el 930, Córdoba contaba con una guardia personal del
untadas con pez, prueba. ge un comercio de vino de tipo mediterráneo. La activi­ califa formada por catorce mil eslavos. Él mismo era hijo de una cautiva cristiana,
dad de los frisones fue m uitifom e: Remontaban el Rin para comprar trigo en de la que heredó los ojos azules y el pelo rubio. Los andalusíes compraban tam-
468 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 50-950

L a s r u ta s d e l c o m e r c io v i k i n g o

bien pieles, armas francas y telas, y cedían a los cristianos perfumes, especias;
sedas y cueros teñidos de Córdoba. En cambio, a pesar del diñar de Offa, nó
existe ninguna prueba de que hubieran relaciones marítimas continuadas de al-
Andalus con Inglaterra.
Para penetrar en Europa desde el Oriente lo mejor era, pues, salir de Venecia
remontando el Po hasta Pavía, verdadera plataforma giratoria del comercio inter­
nacional, en dirección a Francia y Germania. A llí llegaban, desde los pasos alpi­
nos, peregrinos anglosajones que iban en dirección a Roma, así como negocian­
tes. Mientras que los venecianos acudían-a buscar trigo y vino, los anglosajones
les llevaban armas francas, pieles, caballos, paños de lana y lino, telas de cáñamo
y estaño. Se iban, evidentemente, con productos orientales comprados a los vene­
cianos. En el siglo x, este comercio continuaba con normalidad. Tres itinerarios
posibles, después de los pasos alpinos, les conducían a Ruán, Quentovic o Duurs-
tede y luego a Inglaterra. A lo largo del Rin se encontraban con los frisones, que
remontaban el río halando sus navios, a pie, por la orilla. Compraban el trigo de
las llanuras germánicas, el vino de las laderas renanas y vendían las pallia frisoni-
ca, paños de lana teñidos de colores variados que anunciaban ya los célebres pa­
ños de Flandes del siglo xn. A su paso compraban cerámicas y muelas de molino
de lava de Maguncia, para venderlas en Inglaterra y en Haithabu, y cristalerías
de Colonia para Suecia. Las excavaciones arqueológicas de Duurstede han de­
mostrado la importancia de las actividades de este puerto: tejidos, trabajo del hie-
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 469

rro y del cobre, del hueso y el ámbar. El número de monedas francas que allí
han sido descubiertas demuestra que su actividad aumentó regularmente desde
Pipino el Breve hasta Luis el Piadoso; luego, durante el reinado de Lotario I, se
produjo la ruina y a fines de siglo la desaparición.
Desde Duurstede se abrían dos grandes rutas comerciales. La primera bordea­
ba los terpen frisones y permitía alcanzar el istmo danés; luego, por tierra, el
puerto de Haithabu, otro gran centro internacional. Por supuesto, los frisones
venían a vender sedas, especias, vinos y otros productos occidentales, a cambio
de pieles, cueros, ámbar, cera, miel e incluso mantequilla, que era transportada
en tazones de esteatita. A partir de allí se podía ir de isla en isla hasta Birka, en
Suecia, otro centro cosmopolita, o bien a Kaupang, en Noruega. Desde estos
puertos, los escandinavos iban hacia las riberas sur del Báltico y penetraban en
Rusia. Pero desde mediados del siglo IX, los vikingos, como hemos visto, corta­
ron claramente el gran comercio frisón, y las excavaciones arqueológicas mues­
tran en todas partes su dominio en este sector y hasta en las costas inglesas e
irlandesas. Las colonias danesas o noruegas de York y Dublín practicaron un co­
mercio totalmente distinto orientado hacia Dinamarca e Islandia. En el siglo x
llegaban a Dublín los esclavos y los vinos continentales, las pieles y los colmillos
de morsa del cabo Norte y de Groenlandia, seda y especias procedentes del Bál­
tico, a través de Rusia. Incluso llegaban a Londres telas de lana irlandesas.
El sector Duurstede-Londres, Quentovic-Londres y Ruán-Hamwih fue tam­
bién muy activo, en particular para las exportaciones de vinos parisienses y de
sal de la desembocadura del Loira. En contrapartida, los anglosajones exportaban
estaño y telas. En resumen, se desarrollaron dos mundos marítimos que practica­
ban tanto el comercio pesado como el de objetos de lujo. El más joven, el espacio
nórdico, parecía bloqueado por la desaparición en el siglo x de todos sus grandes
puertos: Quentovic, Hamwih, Duurstede, Haithabu, Birka y Kaupang. Pero este
retroceso sólo era aparente, porque los sucesores de estos emporia demasiado jó­
venes ya nacían desde mediados del siglo x. En cambio, el espacio mediterráneo,
con Venecia, acababa de tomar una ventaja considerable que no disminuyó ni
fue bloqueada.

Mercaderes aún al margen de la sociedad

Quien dice comercio dice mercaderes. Estos eran de todo tipo y muy difíciles
de comprender, pues no interesaban mucho a los escribanos del mundo clerical.
De la época precedente surgían los judíos, siempre intactos en sus comunidades
del Languedoc y, entonces, también de la Champaña. Sus grupos más importan­
tes estaban situados a lo largo de los grandes ejes comerciales: Narbona, Arles,
Vienne, Macón, Verdón, Troyes y las grandes ciudades renanas. Carlos el Gordo
trasladó el de Lucca a Maguncia. Otro se estableció pronto en Magdeburgo, al
extremo de la gran ruta continental que por Praga y Polonia alcanzaba Kiev. A
principios del siglo x, en el peaje de Raffelstetten, en la confluencia del Enns y
el Danubio, era habitual y de muy antigua costumbre que entrasen en el Imperio
con convoyes de esclavos. Otros, llamados radaníes, castraban a los esclavos en
Verdún y los expedían a al-Andalus, hacia Zaragoza y Toledo, o bien se embar-
4 70 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

caban con su cargamento en dirección a Egipto. Estos mercaderes profesionales,


cuidadosamente protegidos por los emperadores, a los que servían a veces como
embajadores, eran ciertamente muy ricos. En el 877, Carlos el Calvo los gravó
con el décimo del valor de sus mercancías, en contraste con otros negociantes a
los que impuso sólo un onceavo. Estos últimos eran sin duda de orígenes diver­
sos, pero es preciso decir que destacan los frisones. Sus colonias estaban instala­
das a lo largo del Rin, desde Birten hasta Estrasburgo, y a partir del siglo x en
los ríos germánicos, en Hiidesheim, Brunswich o Magdeburgo. Otros estaban im­
plantados en Hamwih, York, Haithabu y Birka, en Suecia, pero sólo permanecie­
ron allí durante la primera mitad del siglo ix.
Estos pequeños comerciantes independientes fundaban barrios comerciales en
el interior de las ciudades, las más de las veces a la orilla de los ríos. En Birka,
como en York, ya se beneficiaban de un privilegio de extraterritorialidad. Los
únicos rivales de los frisones eran los anglosajones, pero sus relaciones eran espe­
cialmente activas en Francia. Presentes en Ruán y Saint-Denis, los vemos tam­
bién en la desembocadura del Loira. En el siglo x atravesaban los Alpes para
comerciar en Pavía. Los mercaderes suecos y daneses de Birka y Haithabu fre­
cuentaban sobre todo York y Duurstede. Pero eran menos numerosos y estaban
menos especializados. Finalmente, no podemos olvidar a los mercaderes italianos
y particularmente a los venecianos, «que no siembran ni labran» y que vivían úni­
camente del comercio. Esta afirmación es por lo demás completamente falsa: así,
por ejemplo, el dogo Justiniano Partecipiazo, en su testamento del 829, nos dice
que era un gran propietario y que obtuvo de este capital territorial mil doscientas
libras de plata que invirtió en los negocios marítimos. En el 840, Lotario I conclu­
yó con los venecianos un tratado comercial de libre circulación en el interior de
Italia que demuestra que ya estaban en vigor los contratos de commenda, que
permitían acumular un capital mueble para el comercio marítimo. Por otra parte,
los venecianos no estaban solos, ya que en los mercados interiores iban codo a
codo con los mercaderes de Comacchio, Pavía, Cremona, etc. En el sur, gracias
a sus contactos con Bizancio, salernitanos, amalfitanos y napolitanos se lanzaron
también por las mismas rutas marítimas. No olvidemos tampoco las pléyades de
comerciantes más o menos ocasionales, peregrinos al acecho de buenos negocios,
vendedores ambulantes, carreteros, portadores de cargas dentro de caravanas y
ministeriales de abadías encargados de cumplir ciertos pedidos a cuenta de Saint-
Denis, Saint-Vaast de Arras o Saint-Germain de Auxerre. En el punto de unión
de este pequeño y de este gran mundo social se encontraba el monedero, cambis­
ta y prestamista a menudo obligatorio.
Por otra parte, este gran comercio era organizado por los reyes y los empera­
dores. Carlomagno fijó los precios de los productos en el 794 y prohibió en el
805 la exportación a los eslavos de las corazas y las excelentes espadas francas.
Luis el Piadoso, en el 825, eximió a los mercaderes de palacio del servicio militar
y de las requisiciones y los peajes dentro del Imperio. Hemos visto el cuidado
que se ponía en vigilar o prohibir el comercio de esclavos cristianos. Pero los
emperadores lo hacían mejor cuidando la red de carreteras romanas, que lo nece­
sitaban. Los missi dominici estaban encargados de vigilar que los puentes públicos
y los albergues fueran reparados o reconstruidos. En el 821 debían obligar a los
campesinos a reconstruir los doce puentes sobre el Sena (Pont-sur-Seine, más
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 471

abajo de Troyes) que permitían ir de Meaux a Sens, luego a Troyes y, por lo


tanto, a las ferias vecinas. En el 853, Carlos el Calvo recordaba a los que habían
recibido el usufructo de las tierras fiscales que debían prestar, a cambio, el servi­
cio de reparación de carreteras. Así se explica, en particular, el excelente estado
de conservación de las célebres «calzadas de Bruneguilda» en el norte de Francia.
Pero también las invasiones danesas tuvieron resultados catasfróficos para la red
de carreteras, ya que el primer medio de defensa que se utilizó, a partir del 850,
consistía en cortar los puentes e inundar las calzadas a fin de bloquear su penetra­
ción. Ahora bien, más tarde, la iniciativa privada sustituyó a la del Estado y la
red de carreteras romana fue desmantelada, aunque otras rutas menos buenas
aparecieron aquí y allá. Una vez más, encontramos un frenazo del comercio se­
mejante al de la segunda mitad del siglo IX. De nuevo se trataba sólo de un fre­
nazo porque, a pesar de la presencia de los moros en Provenza, que cortaban de
vez en cuando los pasos de los Alpes, Géraud d’Aurillac consiguió realizar siete
veces el viaje de Lyon a Roma cruzando el Grand-Saint-Bemard.
A partir de entonces quedaba establecido el armazón económico y comercial
de la Edad Media central. Sólo experimentaría variaciones y desplazamientos li­
geros. Fuesen cuales fuesen las consecuencias para la sociedad y la economía ca-
rolingia, de la ralentización del 850 al 950, los inicios de la expansión demográfica
permitieron mejoras sociales como la desaparición muy lenta de la esclavitud,
pero también mejores modos y métodos de cultivo de las tierras. A l menos en el
gran dominio bipartido desarrollado en Francia, la producción agrícola, estimula­
da por un poder político preocupado por la rentabilidad y gracias a una contabi­
lidad precisa, aumentó considerablemente. Permitió obtener excedentes que fue­
ron la base de un primer despertar comercial al que ya no faltaron medios mone­
tarios. Al mismo tiempo, las rapiñas guerreras, dentro y fuera del Imperio, per­
mitieron esta primera «acumulación» primitiva indispensable para el desarrollo
ulterior. Toda la sociedad se vio afectada por este principio de expansión. Pero
esto fue particularmente claro allí donde el gobierno directo de los carolingios
era muy eficaz, en Francia, del Sena al Rin. Allí fueron sentados por escrito los
polípticos de los más grandes dominios conocidos, allí se desarrollaron los más
grandes puertos, allí también fueron mejor reparadas las vías romanas. En resu­
men, la «edad de oro» de Carlomagno y de Luis el Piadoso no fue un mito. Ade­
más, tanto más dura fue la caída y tanto más dolorosos fueron los desórdenes,
cuanto que la paz y la prosperidad habían sido vislumbradas. La «edad de hierro»
fue tomada por una edad de bronce, la disminución de la actividad por una para­
da completa. Sin embargo, la energía desplegada en los márgenes hispánicos o
escandinavos están ahí para probar lo contrario.

■- • . -PUSUCA
U n ba la n ce d e l per ío d o ca ro lin gio
SfóUO-íECÁ . TUNM
«Que cada cual aprenda aquí que quien comete la locura de descuidar el'mte-
rés público y se libra insensatamente a sus deseos personales y egoístas, ofende
con ello a tal punto al Creador que torna a los mismos elementos contrarios a su
extravagancia ... Porque en tiempos de Carlomagno, de dichosa memoria, que
murió hace ya cerca'de treinta años, cuando el pueblo caminaba por una misma
472 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 473
v ía re c ta , la v ía pública d el S eñor, la paz y la concordia rein ab an en to d as p artes; P o r su p a rte , la Iglesia hab ía vaciado todas sus estructuras en las del E stado
p ero ah o ra, al con trario , c o m o c a d a cual sigue el sen d ero q u e le place, p or todos ro m an o . D esconfiada con los m onjes y las herejías, im p lan tó el p apado en R om a
lados se m anifiestan las disensiones y las querellas. E n to n ces había en todas par. y se le reprochó estar instalada en un m undo al qu e adm iraba dem asiado. E n el
tes abundancia y alegría, ah o ra hay m iseria y tristeza.» A sí term in a, m elancólica­ siglo ix, convertida en h e red era del legado rom ano, escogió de él lo que favorecía
m ente, la Historia de los hijos de Luis el Piadoso, escrita p o r el historiador Nit- sus designios. C onvertida en p ro p ietaria del Im perio, de la realeza y de la noción
hard, algunos m eses antes de su m u erte en com bate, en jun io del 844. E l m ismo de E stad o , in teg ró a los m onjes benedictinos e n tre sus m iem bros y conquistó p a ra
era abad laico d e Sainí-Riquier, hijo ilegítim o de A ng ilb erto y B e rth e , una hij a la fe a todos los países celtas y germ ánicos. L a cristiandad fue finalm ente la única
de C arlom agno. P o r su propia situación p ersonal y su visión dicotóm ica de los u n id ad superviviente de las dos tentativas de resurrección del Im perio, y R om a
tiem pos carolingios, resum e b a stan te bien las contradicciones de u n a época que fu e a p a rtir de entonces la única capital p erm an en te d e O ccidente.
buscó desesp erad am en te el equilibrio. E n realidad, estas distinciones son p u ram en te intelectuales, p o rq u e civiliza­
D e l 406 al 962, de la m u erte d e u n Im p erio al nacim ien to d e u n tercero que ción ro m an a y civilización germ ánica de hecho habían sido unidas en profundidad
se p reten d ía sem ejante al segundo, el cual había sido p re se n ta d o com o el renaci­ p o r el cristianism o, gracias por o tra p arte a los com prom isos de este últim o con
m iento del m odelo, la p rim era im presión p o d ría ser la de un desolador y angus-' ellas. Su acercam iento se p ro d u jo en dos tiem pos: apogeo de los reinos bárbaros,
tioso e te rn o reto rn o . Invasiones, m asacres, reinos, guerras civiles, Im perio, gue­ en los siglos v y v i , y apogeo del reino d e lo s francos en los siglos viii y IX. D e
rra s civiles, invasiones, m asacres, Im p erio ... estaríam os ten tad o s a decir: y así estas d o s fusiones surgieron considerables novedades, especialm ente en el p erío ­
sucesivam ente. D os ciclos infernales se ab riero n y c e rra ro n del 406 al 751 y del do capital de la crisis d e los reinos b árbaros. F u ero n la recuperación dem ográfica,
751 al 962. P ero su repetición sólo fu e una ilusión engañosa. El te a tro d e los- la privatización del E sta d o y de la Iglesia a través de la Eigenkirche, la tom a del
acontecim ientos p erm ite darse cuenta de que los perío d o s d e desó rd en es que van p o d e r p o r p arte de nuevos poderosos, los aristó cratas y sus vasallos, la génesis
del 650 al 750 y del 850 al 950 era n en realid ad aquellos e n que las tradiciones y de los principados territo riales, el nacim iento de grandes dom inios bipartitos, la
las innovaciones se fundieron en una aleación desconocida h asta entonces. Tras creación de la m oneda d e plata, la aparición de los venecianos y d e los frisones
la vuelta al principio se adivinaba una línea d e progreso. en las ru ta s m arítim as, y finalm ente la pu esta a p u n to de una nueva cultura cris­
E n efecto, considerem os cóm o evolucionó cad a u n o de los tres g ran d es acto­ tian a. T odas las prem isas del éxito de C arlom agno estaban reunidas antes incluso
res de estos dram as: rom anos, germ anos e Iglesia. L a sociedad rom ana sólo tenía de los inicios de su reinado. Su talento consistió en haber sabido p onderarlas y
un objetivo: la paz, que in ten tab a d esarro llar a través del derech o público y el h a c e r d e ellas un conjunto equilibrado.
d erech o privado, de u n ejército p rofesional y unos funcionarios al servicio del. Se po d ría creer que esta época constituye el nudo gordiano de la alta E dad
bien público, el E stad o . P ero , a c o rralad o p o r las necesidades de la g uerra, desa­ M ed ia y, en rigor, b o rra r todo lo q ue ocurrió del 750 al 850, porque, después del
rrolló u n sistema fiscal dev o rad o r, intro d u jo a los germ anos en el ejército, fijó a Im p erio, volvieron con fuerza los rasgos característicos de aquella época, con la
los colonos en la tie rra , desarrolló la econom ía m o n etaria y se apoyó en la Iglesia. única diferencia de que los escandinavos habían reem plazado a los frisones. Pero
E ntonces se p ro d u jero n oposiciones q u e d escu artizaro n el m u n d o ro m an o y em ­ la repetición, de nuevo, sólo e ra una ilusión. E l Im perio C arolingio no fue una
pujaron a la sociedad a escapar del E sta d o , m ientras aparecían nuevos poderosos: ola en la playa q ue viene, culm ina y se retira, dejando en su sitio la aren a de los
m ilitares, senadores y obispos. E n el siglo IX, ¿qué qu ed ab a en pie? El derecho últim os m erovingios. Se trataba de una reorganización en profundidad de la so­
rom ano estaba todavía vivo en una p a rte de E uropa; el conde, últim o funcionario ciedad a través de la conjugación del sentido rom ano del E stado, del ejército so­
rom ano, se había apropiado de los p o d eres y las tierras públicas del fisco estaban m etid o al d erech o de ban y de la m oral cristiana.
en gran p a rte en sus m anos; las carreteras rom anas era n aún utiJizables, los m er­ L a introducción del vasallaje en el E stad o fue un acontecim iento cap ital, la
caderes judíos seguían allí y el sistem a m o n etario reposaba todavía en la libra y p rim era ten tativ a laica de estru ctu rar la sociedad hasta el últim o de los hom bres
en el sueldo. E n cuanto al p a tro n a z g o , éste p erm itió estab lecer vínculos d e hom ­ libres, tal com o lo hacía la Iglesia a través de la p arro q u ia. P ero el E stad o caro­
bre a hom bre, una fidelidad de igual a igual, 'Salarios en tie rra y santuarios que lingio sólo p odía tener éxito utilizando al m áxim o la ayuda de la Iglesia p ara
extendían su p rotección sobre los cam pesinos vecinos. tran sfo rm ar los espíritus y vam pirizando literalm en te al clero. E sta solución, por
Los g erm anos a p o rta ro n la personalidad de las leyes, la prim acía del jefe de o tra p a rte , fue utilizada de nuevo p o r O dón. P ero Luis el Piadoso m odificó radi­
guerra, la sacralización d e la violencia, la confusión e n tre lo público y lo privado, calm ente el program a de Carlom agno; llam ándose a sí m ism o «bonachón», quiso
el vasallaje y la encom endación p o r las manos. C oncedían a la g anadería u n papel acelerar una centralización q ue nadie com prendía y obligar a sus súbditos a acep­
de prim er o rd en , así com o a la com unidad fraternal am plia, y o to rg ab an fácil­ ta r unas estructuras políticas qu e im bricaban a los reinos en un Im perio único.
m ente a los esclavos su libertad. E n el siglo IX se fusionaron con casi to d as los E stim uló la renovación h asta suponer a la Iglesia u n a influencia que ésta aún no
poblaciones, crearo n tropas en las que dom inaba cada vez m ás la caballería pesa­ te n ía . A celeran d o la p u e sta a p u n to d e un p rogram a dem asiado avanzado en re ­
da, m antuvieron las leyes de cad a pueblo, la trustis y las guildas, y generalizaron lación a las m entalidades de la época, provocó un verd ad ero síncope del organis­
los vínculos de h om bre a h om bre hasta el p u n to de q u e las instituciones feudova- m o social. Carlos el C alvo tam bién lo hizo estallar en pedazos al suprim ir la au ­
salláticas. p ro n to invadieron to d a la sociedad. tonom ía gubernam ental del reino de A q u itan ia. D em asiado p ro n to y dem asiado
!

4 74 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

rápido. Los carolingios dejaron en su sitio una obra interrumpida. Era preciso
adoptar de nuevo un ritmo’más natural. Esto sólo se consiguó en las células loca­
les, por el abandono del ideal de unidad. Mentalmente sobre todo, la sociedad
IÍ! carolingia estaba despedazada en actitudes contrarias en las que la moral de la
sangre y del linaje se oponía a la de un Estado civilizado y la de una Iglesia que
era pueblo de bautizados. La incomprensión total de clanes que permanecían en
el estadio de vendetta hizo fracasar una manera de pensar globalizante. La vieja
sabiduría pagana, todavía fuerte, había hecho retroceder una ciencia cristiana aún
demasiado poco convincente.
Sin embargo, social y económicamente hablando, la obra era realizable. Re­
cordemos el estiaje demográfico de los veintiséis millones de habitantes del Impe­
rio Romano de Occidente en el siglo v, la sangría de la gran peste justinianea,
el ligero incremento en tiempos del buen rey Dagoberto, el frenazo de las crisis
del siglo vn, el nuevo arranque en el siglo vm y los quince a dieciocho millones
de habitantes del Imperio de Carlomagno, luego el nuevo frenazo del 850 al 950.
Comparemos el número de estos hombres con la continua disminución de las car­
gas de los campesinos, que hizo derretirse literalmente el montante de los im­
puesto romanos al hacerlos consuetudinarios, con el aumento de la producción
en los grandes dominios, con la supresión del sistema monetario del oro y con la
fijación por escrito de las cargas de los tenentes. ¿No habría aquí dos grandes
ciclos agrarios de tipo maltusiano?
Contrariamente al esquema clásico, las disponibilidades alimentarias no ha­
brían limitado la población; habría sido la debilidad de la recuperación demo-
gráfica frente a los pillajes y a las guerras civiles la que ralentizó el despertar
económico. Cuando desaparecieron las últimas punciones del Estado carolingip,
el servició militar de los hombres libres y las requisiciones de avituallamiento
para el ejército en los dominios fiscales privatizados, entonces las grandes ro­
turaciones pudieron- emprender Su' desarrollo. Tal sería quizá la mejor explica­
ción de estos dos despegues, frenados apenas se habían puesto en marchar J§Ér
Como la presión cultural jamás fue suficiente para permitir que los proyectos
políticos calasen en la sociedad, la privatización y el abandono de las cargas es­
pecíficas del Estado se convirtieron en el único medio de liberar energías. La
producción, que disponía de todos los medios técnicos y financieros necesarios
para un verdadero crecimiento, podía entonces ser reorientada, en particular,
el gran dominio, que había perdido su razón política de existencia. Y los cam­
pesinos, a pesar de las violencias nobiliarias, pudieron entonces aprovecharse det­
este relajamiento de la autoridad central, al que aún no había sucedido el re­
fuerzo de la autoridad local, el señorío banal, para ir al asalto de las tierras vír­
genes.
Todo esto sólo era cierto en el centro del antiguo Imperio Carolingio. Las
marcas, Hispania, Inglaterra y Germania, bloqueadas por la lucha contra el Is­
lam, los daneses y los eslavos, permanecieron en un estadio arcaico cuya expan­
sión era la guerra. El Estado guerrero de tipo germánico, a la manera de Carlo­
magno, de Alfonso III el Magno, de Alfredo y de Otón, conservaba toda su ra­
zón de ser. La población, con sus rangos acentuados por las batallas, permaneció,
uniforme en el plano social e hizo progresar lentamente su frontera. Pero bastaba
con que la paz definitiva llegase para que todo cambiara, como en Cataluña y el
LA ACUMULACIÓN PRIMITIVA 475

Lacio a partir del 950. El corazón del Imperio Carolingio se encontraba, pues,
adelantado respecto al resto del continente.
En el siglo v, en efecto, todo giraba en torno al Mediterráneo. Ahora bien,
hemos visto a la Europa meridional debilitarse poco a poco en provecho de una
Europa septentrional. Todas las innovaciones beneficiaron esencialmente a la lla­
nura del Po, Francia al norte del Loira y el valle del Támesis. Así, entre la vieja
Europa romana y la joven Europa germánica, el corte no fue total. Allí donde
las rupturas debidas a las invasiones fueron más fuertes, también brotaron las
fusiones y las originalidades más nuevas. La línea de fractura se convirtió en un
cinturón de fuerza. Venecia, Pavía, los pasos alpinos, el Saona, el Rin, el Mosa,
el Sena, la Mancha, Londres y York formaban una diagonal que estructuraba la
nueva civilización y ponía en comunicación lo antiguo con lo nuevo. Venecia ha­
bía reemplazado a Ravena, Aquisgrán había tomado eí lugar de Tréveris. Pronto
Brujas sustituiría a Duurstede. Los centros de decisión operaron un desplaza­
miento significativo hacia las zonas más dinámicas. Al mismo tiempo, el paso del
Rin por Carlomagno, que había triunfado allí donde Augusto había fracasado,
permitió la creación del Imperio Romano Germánico. El Rin, tras el reparto de
Verdón, fue a la vez vínculo de unión y línea de separación. A la Europa del
Oeste, en perpetuo movimiento, se opuso una Europa del Este que intentaba
cuajar en estructuras arcaicas. D el sur al norte, del oeste al este, la cristiandad
europea, en el siglo x, ya había tomado el aspecto que aún tiene hoy en día, el
de una taracea.

n ;; ■„
üW rN tC
GLOSARIO

E s t e g lo s a r i o d e l o s t é r m in o s t é c n i c o s e m p le a d o s a l o l a r g o d e l t e x t o t i e n e p o r o b je t o
a y u d a r a l l e c t o r a e n c o n t r a r e l s e n t i d o d e u n a e x p r e s i ó n o d e u n a p a l a b r a q u e l e h a s id o
p r e s e n t a d a e n u n d e s a r r o l l o a n t e r io r , y c u y a d e f i n i c i ó n l e s e r ía d if íc i l e n c o n t r a r r á p i d a m e n ­
te . P o r e l l o s e h a n e x c l u i d o lo s t é r m in o s q u e n o a p a r e c e n m á s q u e u n a v e z y q u e , p o r lo
t a n t o , n o n e c e s it a n u n a e x p l i c a c i ó n m á s a m p l i a . D e ig u a l m a n e r a , s e h a n d e s c a r t a d o to d a s
la s e x p r e s i o n e s q u e , p o r s e r in s ó l it a s , n o f i g u r a n n i s i q u i e r a e n d ic c i o n a r i o s m á s d e t a ll a d o s .
N o h a p a r e c id o n e c e s a r io r e p e tir a q u í lo q u e c a d a u n o h a p o d id o le e r e n e l t e x t o : se tr a ta
s i m p l e m e n t e d e b r e v e s d e f in i c io n e s d e s t in a d a s a u b i c a r e l c u r s o d e l r e l a t o e n s u p e r s p e c t i v a
n a t u r a l , s in a ñ a d ir d a t o s o c o m e n t a r i o s .

a d a e r a tio : p a g o e n m o n e d a , g e n e r a lm e n t e d e a k k e r (¿ d e l la tín ager)'!: s u p e r fic ie d e tie rra


o r o , d e lo s trib u to s d e b id o s a tít u lo d e im ­ r o tu ra d a ( o c u lt iv a d a d e s d e t ie m p o atrá s)
p u e s to . . , c u y o p r o d u c t o e s a b s o r b id o e n su m a y o r
a d a m a s c a d o : d íc e s e d e u n t e jid o c o n d ib u jo s p a rte p o r e l a m o ; e l r e s to c o r r e s p o n d e al
en r e lie v e , m e d ia n t e h ilo s in s e rto s e n la e x p lo t a d o r d ir e c t o .
tr a m a , a im ita c ió n ' d e l d a m a s q u in a d o , a k r i t a í: . g u e r r e r o s b iz a n t in o s e s t a c io n a d o s
n o m b r e r e s e r v a d o a lo s o b je t o s d e m e ta l c o m o g u a r n ic ió n e n las fr o n te r a s o r ie n ta le s
c o m o h ie r r o , c o b r e o p la t a ( t é c n ic a c o n s i­ d e l I m p e r io .
d e r a d a d e o r ig e n s irio ). a lf a q u í: ju r is t a , y , t a r d ía m e n t e , le t r a d o .
a d v o c a t u s (fr . a v o u é ; a l. V o g t ; v ic e d o m in u s o a lh ó n d ig a : v é a s e funduq.
v id a m e e n F r a n c i a o c c id e n t a l) : c u s t o d io . a lo d io , a llo d iu m : alleu ( fr .) ( d e l a lt o a l. Ali­
(cusios) d e u n e s ta b le c im ie n to e c le s iá s t ic o ad, ¿ b ie n t o t a l? ) : b ie n p a r t ic u la r c u y o p r o ­
q u e s u p le a lo s h o m b r e s d e la I g le s ia e n la s p ie t a r io n o e s tá s o m e t id o a m á s c o e r c io n e s
ta r e a s m ilit a r e s o ju d ic ia le s ; f u n c ió n g e n e ­ q u e la s d e r iv a d a s d e su c o n d ic ió n d e h o m ­
r a lm e n t e c o n f ia d a o a b a n d o n a d a a l s e ñ o r b r e lib r e , s ú b d it o d e u n s o b e r a n o .
v e c in o m á s p o d e r o s o . cá m il: a g e n t e r e c a u d a d o r f is c a l d e s ig n a d o p o r
a e d e lin g i, a e th e lin g s , e d h e lin g i: m ie m b r o s d e e l c a lifa .
la s fa m ilia s n o b le s , s a jo n a s o g o d a s, s itu a ­ ■ amina: la m a s a u r b a n a d e lo s a r t e s a n o s , c o ­
d o s a u n n iv e l s o c ia l lo s u fic ie n t e m e n t e a lto m e r c ia n t e s , o c io s o s y g e n t e s s in t r a b a jo d e
c o m o p a r a a s p ir a r e v e n t u a lm e n t e a la r e a ­ la s c iu d a d e s m u s u lm a n a s , p o r o p o s ic ió n a
le z a . la jdssa.
a g e r : la tie r r a la b r a d a , e l s u e lo d o m in a d o p o r a m s á r ( s in g . m is r ): c iu d a d n u e v a d e l I s la m ,
el h o m b r e ; g e n e r a lm e n t e , la p a r t e p r iv a ti- g e n e r a lm e n t e fo r m a d a en to m o a una
z a d a d e l s u elo . g u a r n ic ió n m ilita r .
a g n a tis m o : e s tr u c tu r a fa m ilia r b a s a d a e n la a n s a n g e : p a r c e l a g e n e r a lm e n t e a m p u t a d a d e
p e r t e n e n c i a s ó lid a d e su s m ie m b r o s a u n l a « r e s e r v a » d e u n p r o p ie t a r io t e r r a t e n ie n ­
m is m o tr o n c o m a s c u lin o q u e c o n t in ú a e je r ­ te y c o n c e d id a c o m o lo t e p a r a c u lt iv a r b ie n
c ie n d o su c o n tro l. a u n o f ic ia l d e l « d o m in io » , b ie n a u n e sc la -
GLOSARIO 4 77

v o a q u ie n s e q u ie r e d o t a r c o n tie rr a s, o t a c a r su s u p e r io r id a d s o b r e lo s re s ta n te s j e ­
b ie n a u n h o m b r e lib r e a c a m b io d e s e r v i­ f e s lo c a le s .
c io s d o m é s tic o s . b r e u il , b r o ilu m : v é a s e coto de caza.
a n t r u s tio n : h o m b r e li b r e , d e r a n g o s o c ia l e l e ­ b r o ig n e , b r o g n e , b r u ñ ía : c a p a d e c u e r o r e f o r ­
v a d o , u n id o a la p e r s o n a d e u n r e y fr a n c o z a d a c o n an illo s d e m e t a l q u e p r o t e g í a e l
o d e u n o d e s u s r e p r e s e n ta n te s m e d ia n t e t ó r a x d e l g u e r r e r o c a r o lin g io ; a r m a m e n to
u n ju r a m e n t e d e f id e l id a d ( v é a s e trustis). p e s a d o y c o s t o s o r e s e r v a d o a lo s c o m b a ­
a p r is io : c o n t r a t o d e a lq u ile r - p o s e s ió n , c o n c e ­ t ie n t e s ric o s.
b id o c o m o la complantatio, y con una d u ra­ b u c c e la r ii, b u c e la r io s : lo s q u e c o m e n e l p a n
c ió n d e 30 añ o s; p a r tic u la r m e n te u tiliz a d o d e lo s s e r v ic io s d e in t e n d e n c ia ; d e s ig n a b a
e n S e p tim a n ia p a r a e s ta b le c e r a lo s g o d o s a lo s s o ld a d o s d e b a ja e x t r a c c ió n s o c ia l q u e
q u e p r o c e d í a n d e la H is p a n ia in v a d id a p o r f o r m a b a n la g u a r d ia p e r s o n a l d e u n g r a n d e
lo s m u s u lm a n e s . y q u e e r a n a p to s p a ra c u a lq u ie r s e r v ic io ,
a r c h o n te s c o m e te s : e n B i z a n c i o , j e f e s d e lo s b u r h s : a ld e a s n u e v a s s a jo n a s ,
d e p a r t a m e n t o s m a r ítim o s ; e v e n t u a lm e n t e , c a b a lla r ii: te n e n t e s de p a r c e la s a m en udo
je f e s d e d e p a r t a m e n t o s , e n g e n e r a l. g r a n d e s , y q u e e fe c t u a b a n s e r v ic io s a c a b a ­
a r im a n n i (lo s h o m b r e s d e l e jé r c i t o ) : e n tre llo p a ra su am o (m e n s a je s , v ig ila n c ia ,
lo s lo m b a r d o s , h o m b r e s lib r e s g u e r r e r o s , tra n s p o rte , ¿ s e r v ic io s d e la b r a n z a ? ) ; c o n
in s t a la d o s e n lo te s d e t ie r r a y s u s c e p tib le s f r e c u e n c ia , e ra n d e o r ig e n s e r v il,
d e s e r c o n v o c a d o s p o r e l r e y o su s a g e n ­ c a d í (q á d í): o f ic ia l d e ju s t ic ia e n la c iu d a d o
te s . e n e l c a m p o , e n e l m u n d o is lá m ic o ,
'a t a 3: p e n s ió n p a g a d a a lo s g u e r r e r o s m u s u l­ c a lz a d a , c a lc e a t a : v í a r o m a n a ,
m a n e s r e tir a d o s d e lo s c o m b a te s y r e s id e n ­ c a m a r e r o , c a m e r a r iu s : s e r v id o r y , d e s p u é s ,
t e s e n l a c iu d a d . o f i c i a l p a la t in o e n t r e lo s g e r m a n o s , r e s p o n ­
a t r i u m : e s p a c io de a s ilo a lr e d e d o r d e una s a b le d e la camera r e a l, y , p o r e x t e n s ió n ,
ig le s ia , d o n d e s o lía e s ta r e l c e m e n t e r io o d e s u te s o ro p e rs o n a l y d e s u g u a rd a rro p a ,
la s c a s a s d e lo s h u é s p e d e s ; lu g a r d e r e u ­ c a n c i lle r , c a n c e lla r iu s : r e s p o n s a b le d e la v a li­
n ió n d e la c o m u n id a d , y t ie r r a c o n s id e r a d a d a c ió n y d e la a u te n tific a c ió n d e la s c a rta s
c o m o « c o m ú n » d e lo s h o m b r e s lib r e s d e la r e d a c t a d a s e n p a la c io ; u n e c le s iá s t ic o a l c o ­
a ld e a . r r ie n t e d e lo s u s o s d ip lo m á t ic o s ,
b a r i d : s e r v ic io d e c o r r e o s e n e l i m p e r io p e r s a c a p it u la r : t e x t o o r d e n a d o p o r c a p ít u lo s (capi­
y , d e s p u é s , e n e l I s la m ; ó r g a n o d e tr a n s m i­ tula) d o n d e s e c o n te n ía n la s d is p o s ic io n e s
s ió n d e la s d e c is io n e s fis c a le s o m ilita re s e n u n c ia d a s y a p r o b a d a s c o n o c a s ió n d e la
d el so b e ran o. r e u n ió n d e l C a m p o d e m a y o q u e p r e c e d ía
b a s ílic a : o b ie n u n e d i fi c io ( d e s t in a d o a f u n ­ a c a d a p a r t id a d e l e jé r c i t o e n la é p o c a ca -
c io n e s ju d ic ia le s y , d e s p u é s , d e c u lto ) c o n ­ r o lin g ia .
c e b id o s e g ú n la p la n ta d e la s salas d e r e ­ c a r a ít a : d is id e n te j u d í o , q u e p r e t e n d e lim ita r ­
c e p c i ó n d e lo s p r ín c ip e s a n t i g u o s r o m a n o s s e a la e s tr ic tís im a le c t u r a (qara en h eb reo)
o p e r s a s ; o b ie n , te x t o d e o r i g e n r e a l q u e d e la L e y m o s a ic a .
c r e a ju r is p r u d e n c ia e n la le g is la c ió n b iz a n ­ c á r m a t a s (q a r m a t í, p l. q a r á m it a ) : s e c t a m u ­
t in a p o s tju s tin ia n e a . s u lm a n a d e e s p ír itu ig u a lit a r io y d e in s p ira ­
b a s t a r n a e : c o n v o y e s d e f o r r a je , d e r e m o n t a o c ió n p r ó x im a a l is m a ilis m o .
d e a r m a s , q u e a c o m p a ñ a b a n a lo s e jé r c it o s c a s a t u s : d íc e s e d e u n in d iv id u o a l c u a l s e h a
f r a n c o s e n c a m p a ñ a ; s e a b a s te c ía n g e n e r a l­ c o n c e d id o u n a t ie r r a p a r a q u e la e x p lo t e ,
m e n t e c o n lo s u m in is tr a d o p o r lo s h o m b r e s a c a m b io d e u n a fid e lid a d o u n s e r v ic io ,
n o c o m b a tie n te s . c e n o b itis m o : v id a e n c o m ú n d e lo s r e lig io s o s ;
b e h e t r ía : b e n e f ic io e n tie r r a o e n e s p e c ie c o n ­ en p r in c ip io , el « m o n je » (monos) v iv ía
c e d i d o p o r u n s o b e r a n o c a s t e lla n o - le o n é s a s o lo , s e g ú n la e tim o lo g ía d e la p a la b r a ,
u n g u e r r e r o f ie l. c e n t e n a , h u n d r e d : e n s u o r i g e n , d e s ig n a b a e l
b e n e fic iu m : r e g a lo , a l p r in c ip io d e to d a c la s e , t e r r ito r io d o n d e e l o r d e n e r a m a n te n id o ,
m á s b ie n a c a m b io d e u n s e r v i c io p r e s t a d o ; e n la z o n a g e r m á n ic a , p o r u n g r u p o d e c ie n
q u iz á s u n a d o n a c i ó n d e t ie r r a e n p le n a p r o ­ gu erreros; por e x t e n s ió n , c ir c u n s c r ip c ió n
p ie d a d . in f e r io r a l c o n d a d o ,
b r e t w a ld a : d o m i n a d o r d e lo s b r e to n e s : t ít u lo c e o r l : h o m b r e li b r e s a jó n ,
t o m a d o p o r a lg u n o s r e y e s s a jo n e s p a r a d e s ­ c ó d i c e , c o d e x : li b r o , ta l y c o m o n o s o t r o s lo
478 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

c o n c e b im o s h o y , e s d e c ir , f o r m a d o p o r h o ­ u t iliz a d o p a r a la tra n s m is ió n r á p i d a d e la s
ja s e n c u a d e r n a d a s , p o r o p o s ic ió n a l ro tu lu s ó r d e n e s m ilit a r e s o d e g e s t ió n d e lo s e m p e ­
( r o llo ) d e la A n t ig ü e d a d , ra d o r e s o d e lo s g o b e r n a d o r e s ,
c o g n a tis m o : e s t r u c t u r a f a m ilia r a m p lia p e r o c h a m b e lá n : v é a s e ca m a re ro .
d o n d e la s r e la c io n e s d e o r ig e n m a s c u lin o y c h r y s o b u llo i, c r is ó b u la s : d o c u m e n to s im p e r ia ­
f e m e n in o s e a d m it e n e n p ie d e ig u a ld a d , lo le s b iz a n tin o s a u te n tific a d o s p o r u n a b u la
q u e lim ita la a u to rid a d d e l t r o n c o in ic ia l d e oro .
( v é a s e a g n a tis m o ). d a n e g e ld : trib u to e n p la t a o e n o r o p a g a d o a
c o lo n g e , c o lo n ic a : t e n e n c ia d e u n c o lo n o ; p o s ­ lo s n o r m a n d o s e n e l s ig lo ix .
te r io r m e n t e , p o d r á d e s ig n a r a un c o n ju n t o D a n e la w : p o r c ió n n o r e s t e d e I n g la t e r r a p r á c ­
d e p e g u ja le s d is p e r s o s p o r v a r io s lu g a r e s , tic a m e n te « b a jo la le y da n esa » e n e l sig lo
c o lo n o : t e n e n t e d e u n a tie r r a m e d ia n t e c o n ­ x.
tr a to , e n p r in c ip io , lib r e p o r lo q u e r e s p e c ­ d a y 'a : g ra n p r o p ie d a d e n u s u fr u c t o , e n e l
ta a s u p e r s o n a p e r o s u je t o a o b lig a c io n e s m u n d o m u s u lm á n ,
fis c a le s o m ilita r e s ; e n el m u n d o b iz a n t in o , d e c u r io n e s : v é a s e curiales.
c a y ó e n la d e p e n d e n c ia d e u n p o d e r o s o , d e n a r io , d e n a r iu s : o b je t o d e c o m e r c io , « a rtí­
c o l la d o lu s t r a lis : im p u e s t o e x ig id o a lo s m e r­ c u lo » ; s im b o liz a b a e l in s tru m e n to m o n e t a ­
c a d e r e s in d e p e n d ie n t e s , rio , p e r o b a jo to d a s sus f o r m a s : m o n e d a d e
c o lle g ia : a g r u p a m ie n to s p r o fe s io n a le s del p la t a ( O c c id e n t e ) , d e oro (d in á r d e l Is­
m u n d o a n t ig u o u r b a n o , g e n e r a lm e n t e e ra n la m ) , así c o m o t a m b ié n la le y d e la m o n e ­
c o n t r o la d a s p o r lo s p o d e r e s p ú b lic o s , d a (d e n a r io d e le y ) .
c o m ita te n se s: e jé r c it o d e c a m p a ñ a e n B iz a n - d h im m í: s ú b d it o n o m u s u lm á n , « p ro te g id o »
c io . p o r e l Isla m .
c o m ita tu s : o b ie n la fu n c ió n d e l c o n d e y , p o r D ie n s tle u te , D ie n stm a n n e n : g e n t e s d e s e r v i­
e x te n s ió n , su s d e r e c h o s , s u s re n ta s y e l t e ­ c io .
r r ito r io d o n d e la s p e r c ib e o e je r c e ; o b ie n , d ih q a n s : p r o p ie t a r io s t e r r a t e n ie n t e s q u e s e
t r o p a s d e a s a lto e n B i z a n d o . o f r e c ie r o n v o lu n t a r io s p a r a la p e r c e p c ió n
c o n d e s ta b le ( d e c o m e s s ta b u li): d o m é s t ic o y , d e lo s im p u e s to s en e l m u n d o m u s u lm á n y
d e s p u é s , o fic ia l d e c o r t e , r e s p o n s a b le d e la q u e p e r c ib ía n e n su f a v o r u n a p a r t e d e lo s
r e m o n t a d e l a c a b a lle r ía d e lo s r e y e s g e r ­ in g r e s o s .
m á n ic o s ; e je r c e u n c o n t r o l m ilita r s o b r e e l d ir h a m ( d e l g r ie g o D r a c h m a ): m o n e d a d e
e jé r c it o . p la t a m u s u lm a n a .
c o n d o m in a : p a rc e la s g e n e r a lm e n t e agru p a­ d íw á n , d iv á n : e l lib r o , e l r e g is t r o y , p o r e x ­
d a s, e x p lo t a d a s d ir e c t a m e n t e p o r u n a m o . t e n s ió n , e l s e r v i c io p ú b li c o , c u a lq u ie r a q u e
c o n r o i: g r u p o d e g u e r r e r o s p a r ie n t e s o am i­ s e a , e n O r ie n t e : d íw á n d e l e jé r c i t o , d e la s
gos, a v e c e s lig a d o s e n t r e sí p o r ju r a m e n t o s fin a n z a s , d e c o r r e o s , e tc .
d e f id e lid a d , y q u e s e e je r c ita n e n e l c o m ­ d ja r id : m e d id a p e r s a p a r a lo s c e r e a le s p a g a ­
b a te o g u e r r e a n d e c o m ú n a c u e rd o , d o s e n c o n c e p t o d e d jiz y a .
c o n v e n ie n tia : e n d e r e c h o r o m a n o , c o n t r a t o si­ d jih á d : la e x t e n s ió n d e la f e p o r t o d o s lo s m e ­
n a la g m á t ic o e s c r ito ; d e s ig n ó d e s p u é s c u a l­ d io s, s o b r e t o d o , la g u e r r a s a n ta , a u n q u e
q u ie r a c u e r d o ju r íd ic o s a n c io n a d o p o r un e s t a f o r m a v io l e n t a n o e s t á f o r z o s a m e n t e
te x t o (fid e lid a d , a r r ie n d o d e tie r r a s , e t c .) im p lic a d a p o r e l s ig n ific a d o d e l t é r m in o ,
d o n d e la s d o s p a r te s s e tr a ta b a n e n p ie d e d ji z y a : e l im p u e s to « s o b r e l a s n u c a s » , e s d e ­
ig u a ld a d . c ir, p a g a d o p o r lo s d h im m íe s .
c o t o d e c a z a : e s p a c io g e n e r a lm e n t e c e r r a d o , d ju n d : c o n tin g e n te á r a b e , d e s p u é s , d e c u a l­
s itu a d o e n tie r r a n o c u l t iv a d a ( b o s q u e , la n - q u ie r o t r o p u e b lo , a s o ld a d o p o r e l p o d e r
d a .. . ) y q u e s e r e s e r v a b a e l a m o d e l s u e lo c e n t r a l; p o r e x t e n s ió n , c ir c u s c r ip c ió n m ili­
o e l s o b e r a n o p a r a la c a z a y e l d e p o r t e , ta r.
c ú f ic a : ( d e K ü f a , c iu d a d d e la B a ja M e s o p o - d r a k k a r : n a v io d e a p a r a t o e n t r e lo s e s c a n d i­
ta m ia ): e s c r it u r a c u r s iv a r e la t iv a m e n t e a le ­ n a v o s , a lg u n a s v e c e s d o t a d o d e p u e n t e y
ja d a d e la e s c r itu r a s a g r a d a , é s ta r e s e r v a d a o c u p a d o p o r u n e d í c u lo d o n d e s e c o l o c a b a n
a la s in s c r ip c io n e s c o r á n ic a s , lo s d e s p o jo s d e l ja r l m u e r t o ( v é a s e ja r l ).
c u r ia le s , d e c u rio n e s : ord en de lo s a g e n t e s d r o m o n : n a v io d e g u e r r a b iz a n t in o d e l t ip o
m u n ic ip a le s e n la A n t i g ü e d a d t a r d í a . m e d it e r r á n e o d e l a g a l e r a d e la A n t i g ü e ­
c u r s u s p u b lic u s : s e r v ic io d e c o r r e o s r o m a n o , dad.
GLOSARIO 479

d ro m o s: e l cursus publicas b iz a n tin o , e s d e ­ r e n ta m á s c o n e l s a la r io q u e c o n e l r e g a lo ,


c ir , c o r r e o s , la p o lic ía e in c lu s o las r e la c io ­ beneficium.
n e s e x te r io r e s ; e l lo g o t e t a d e l d r o m o ju e g a f e o r m (¿ d e l la tín firmal): e n t r e lo s s a jo n e s ,
u n p a p e l p r e p o n d e r a n te e n e l p a la c io im ­ r e n t a e n a lim e n t o s ; p o r e x t e n s i ó n , e x ig e n ­
p e r ia l. c ia s d e a v itu a lla m ie n to y d e a lb e r g u e e x ig i­
d r o n g a r io s : c o m a n d a n te d e u n a c ir c u n s c r ip ­ d o p o r el s o b e ra n o y su s a g e n te s,
c ió n m a rítim a e n B iz a n c i o ; d e s p u é s , je f e fiq h : l a c ie n c i a ju r íd ic a y r e l ig io s a e n e l Is la m ,
d e la flo ta . fir m ita s : f o r t ín , « fo r ta le z a » ; o b r a d e d e f e n s a
d u n a to i: lo s p o d e r o s o s , lo s r ic o s , lo s p r im e ­ h e c h a d e t ie r r a y m a d e r a , d e p e q u e ñ a s d i­
ro s . m e n s io n e s .
e a r l: c o n d e s a jó n . fis c o : e l b ie n p ú b lic o y lo s s e r v i c io s c o n é l r e ­
e a r ld o r m a n : m ie m b r o d e u n c la n s a jó n su s­ la c io n a d o s ; s e id e n t if ic ó p o c o a p o c o co n
c e p t ib le d e a c c e d e r al c o n d a d o ; p o s e s o r d e la s tie rr a s p ú b lic a s r o m a n a s , r e a le s , im p e ­
t ie r r a s . r ia le s .
é c h e v in : v é a s e scabini. fo d r u m : la s r e q u is ic io n e s e n f o r r a je e x ig id a s
e d h e lin g i: v é a s e aedelingi. p a r a e l e jé r c it o g e r m á n ic o ,
E ig e n k ir c h e : lesser churches en I n g la te r r a o f o g g a r a : .t é c n ic a d e ir r ig a c ió n e n z o n a s u b t r o ­
« ig le s ia s p ro p ia s» e n lo s r e in o s h is p á n ic o s , p ic a l q u e p e r m it ía c o n d u c ir e l a g u a , sin e x ­
d e s ig n a b a n a la s ig le s ia s y , p o r e x t e n s ió n , p e r im e n t a r u n a n o t a b le e v a p o r a c ió n , a t r a ­
a la s p a r r o q u ia s fu n d a d a s o a p r o p ia d a s p o r v é s d e c a n a liz a c io n e s s u b t e r r á n e a s ,
u n g r a n p r o p ie t a r io t e r r a t e n ie n t e , e l c u a l fo llis : m o n e d a f r a c c io n a r ia d e b r o n c e , e n O c ­
d e s ig n a b a al s a c e r d o te d e la ig le sia , se c id e n te y e n B iz a n c io ; fals, fulas, m oned as
quedaba con el d ie z m o y e x p lo t a b a lo s d e c o b r e e n e l Is la m .
b ie n e s e v e n t u a le s , a v e c e s , c o n m e s u r a y f o r , fu e r o : t e x t o n o r m a t iv o c o n c e d id o p o r e l
p ie d a d . p o d e r c e n t r a l a u n a c o m u n id a d d e h o m ­
e n fite u sis : tip o d e c o n tra to ro m a n o de 18 b r e s , q u e r e g u la b a su s p r iv ile g io s ; a q u ita n o
a ñ o s , p o r lo m e n o s , y 9 9 a ñ o s c o m o m á x i­ e h is p á n ic o .
m o , q u e p r e v e ía el p a g o d e u n a lq u ile r , lla ­ f o s s a t u m : p a r t ic u la r m e n t e , l a z o n a f r o n t e r iz a
m ado canon, y la a tr ib u c ió n d e la p r o p ie ­ h is p á n ic a q u e s e p a r a b a a c r is tia n o s y m u ­
d a d al te n e n te , a l fin a l d e l c o n t r a t o , s u lm a n e s.
e r e m o s , y e r m o : e l d e s ie r t o , e l e s p a c io v a c ío , f r e d a : la s m u lta s d e ju s t ic ia e n lo s p a ís e s g e r ­
la s o le d a d . m á n ic o s .
e s n é q u e : n a v io d e c o m b a t e y d e tr a n s p o r te f r ilin g i: h o m b r e s lib r e s e n t r e lo s s a jo n e s ,
e s c a n d in a v o , sin p u e n te , y c a s i s ie m p r e d o ­ fu e ro : v é a s e for.
t a d o d e re m o s . fu n d u q , fo n d a c o ( it .): alhóndiga, m ercad o ce­
e s tilita : d íc e s e d e u n a s c e ta e n c a r a m a d o e n r r a d o y v ig ila d o e n la s c iu d a d e s d e l Is la m ,
u n a c o lu m n a p a r a e n t r e g a r s e a l a m e d it a ­ d o n d e la v e n t a a l p o r m a y o r s e a d m itía
c ió n . b a jo c ie r t a s c o n d ic io n e s ; p o r e x t e n s ió n , e l
exarca: g o b e r n a d o r b iz a n t in o , c o lo c a d o en m e r c a d o y , d e s p u é s , e l b a r r io d e lo s c o ­
la s fr o n t e r a s d e l I m p e r io y q u e , p o r e s e h e ­ m e r c ia n t e s e x tr a n je r o s ,
c h o , g o z a b a d e g ra n d e s lib e r t a d e s , fiin d u s : c o n ju n t o t e r r ito r ia l y ju r íd ic o q u e f o r ­
e x ila r c a : r e p r e s e n t a n t e y d e f e n s o r d e la s c o ­ m a b a u n g r a n d o m in io c o n u n h á b ita t c e n ­
m u n id a d e s ju d ía s e n los im p e r io s o r ie n t a ­ t r a l q u e , a m e n u d o , r e a g r u p a b a a t o d o s lo s
le s . t r a b a ja d o r e s d e l t e r r u ñ o ,
fa id a : la v e n g a n z a f a m ilia r e n la s c o s t u m b r e s f u q a h á : p lu ra l de faqih.
g e r m á n ic a s , fú t u w w a : s o c ie d a d u rb an a in ic iá tic a e n las
fa ls: v é a s e follis. c iu d a d e s d e l I s la m , q u e c o n s t it u y e r o n u n a
fa q ih : v é a s e alfaquí. fu e rz a p o lít ic a s u s c e p t ib le de apoyar un
f a r a : e le m e n t o d el c la n lo m b a r d o , m o v im ie n t o r e lig io s o , fre c u e n te m e n te ,
f a r a m a n n i: v é a s e arimanni. s h ír í
fe o , f e u m , f e v u m : a n te s d e fin a le s d e l s ig lo x , f y r d : e l e jé r c i t o d e lo s h o m b r e s lib r e s e n t r e
f o r m a q u e a d q u ir ió e l d o n , g e n e r a lm e n t e lo s s a jo n e s , y la s d iv e r s a s o b lig a c io n e s q u e
e n p r o p ie d a d , p e r o a títu lo d e r e c o m p e n s a d e ello d e r iv a b a n p a r a los h o m b r e s ,
p o r u n s e r v ic io p r e s ta d o ; r e n o v a b le a la g a fo lla n d : e n t e r r ito r io s a jó n , e l s u e lo q u e
m an era d el stipendium rom a n o; se e m p a ­ p a g a e l im p u e s t o .
480 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0 GLOSARIO 481

gardingi, gardingos: guardias jurados y perso­ Mahoma y que no figuran en la «recita­ meter al impuesto ni controlar ni requerir Profeta como lugar preferente del hadjdj
nales del rey en la Hispania visigoda; o ción», esto es, el Corán; el concepto se ha nada sin el consentimiento del poder en ( = peregrinación).
guardias personales del rey encargados de ampliado a las glosas que se refieren a éste ella establecido; privilegio, en un principio, kalílm: la teología dogmática musulmana.
un servicio militar concreto. último. únicamente fiscal. kan: véase jdn.
garum: espesa salsa de pescado, muy aprecia­ hadjdj: la peregrinación a La Meca. indicción: período de quince años correspon­ katib: secretario, escriba, en el Islam.
da en la Antigüedad, que servía para sazo­ haia: bosque generalmente público; pero pa­ diente a los períodos de rectificación del klasmata: tierras que han permanecido incul­
nar algunos platos; parece próxima a los rece designar también una empalizada de catastro romano o bizantino; por este he­ tas durante treinta años y que son ocupa­
condimentos anamitas. ramajes erigida con finalidades defensivas. cho, elemento de cronología. das para ser redistribuidas (Bizancio).
gasindi: entre los lombardos, servidores de haníf: hombre piadoso, que vive en medio de infield: suelo explotado por los hombres, por kogge: navío báltico de estructura parecida a
origen servil. la comunidad y que sirve de ejemplo a los oposición al outfield que permanece en es­ la de la houlke.
gastaldi: entre los lombardos, intendentes de fieles en el Islam. tado salvaje. No implica forzosamente la komgsfrei: antiguo colono dotado de tierras y
las propiedades regias, que se elevaron al henotikon: fórmula de conciliación entre or­ labranza. Inland tiene un sentido compara­ sometido al impuesto por el conde germá­
rango de responsables de funciones públi­ todoxos y monofisitas. ble. nico.
cas. heriban: la ausencia a la convocatoria militar iqtíl': en tierra del Islam, concesión en princi­ kouter, kutter (¿del latín cultura?): tierras en­
gau: circunscripción germánica que se debe entre los francos; castigada con una fuerte pio temporal de una tierra fiscal por el so­ tregadas a tenentes, en Europa del norte,
poner en relación tanto con el pagus, es multa. berano a un servidor, un guerrero o un y puestas por ellos en cultivo, a cambio de
decir, el espacio territorial que tenía cierta herisliz: abandono del ejército, deserción en gran propietario terrateniente. . diversas obligaciones que conservaban un
cohesión étnica o geográfica, como con el campaña. isma'iH: de Isma'il, hijo de Abraham, protec­ carácter comunitario.
condado, área de administración pública. hide, hufe: véase manso. tor de los árabes y eslabón entre el mundo latifundia: grandes dominios, en general, re­
gebur: esclavo casatu.s, entre los sajones. hidjra: emigración; por excelencia, la partida bíblico y el Islam; epónimo recuperado por servados a la ganadería extensiva bajo el
geniza: archivos de una sinagoga, particular­ de Mahoma hacia Yathrib (Medina), la las formas contestatarias del Islam, particu­ control de esclavos; eran fruto, en la cuen­
mente la de El Cairo. «hégira». larmente, el shítismo'.en ciertos casos el ca mediterránea, de las concentraciones de
gesiths: guardias sajones, parecidos a los ga- himaya: protección ejercida por un personaje propio nombre del jefe religioso ha susti­ tierras.
sindi lombardos; con frecuencia, eran dota­ poderoso, en tierra del Islam, sobre los dé­ tuido a la expresión genérica. lavra, laura: agrupamiento de carácter piado­
dos de tierras y quedaban asimilados a co­ biles; a veces, paga el impuesto debido por ján: o bien un jefe de tribus asiáticas turco- so de hombres y mujeres, que vivían aisla­
lonos; trabajaban la Gesithland. éstos para asegurarse su devoción. mongolas federadas; o bien, un centro de dos conforme a las exigencias ortodoxas y
giróvago: dícese de un monje que ha abando­ honor: cargo público cuya remuneración se intercambio de monedas en tierras del Is­ que se reagrupaban en los fines de semana
nado su comunidad, o que nunca la ha te­ basa en unos beneficios eventuales y en las lam, una especie de «bolsa». para realizar los oficios en común.
nido, y que erra predicando y mendigando. rentas de una tierra afectada a la función; jaradj: el peso, el tributo territorial, en tierra lazzi: esclavos sajones o escandinavos.
gnosis: actitud filosófica, desarrollada en los por extensión se aplica a dicha tierra. del Islam. leibeigen, leibingen: campesinos, poseedores
primeros siglos después de Cristo, que se hospitalitas: costumbre de alojamiento de tro­ járidjíes: los «que se salieron», los que opta­ de su propio cuerpo, es decir, que poseían
propoma articular en un programa cohe­ pas ei\ campaña durante la Antigüedad tar­ ron por una aplicación rigorista, casi «puri­ la libertad de poder desplazarse.
rente las aportaciones del pensamiento pa­ día, convertida en una obligación para los tana» de la Ley musulmana; terreno fértil leti: mercenarios; generalmente germánicos
gano y las enseñanzas cristianas. propietarios terratenientes romanos quie­ para el shí'ismo. (aunque también pueden ser iranianos o
grafio, Graf, Markgraf: conde en los países nes estaban obligados a ceder una parte de jarl: jefe de clan escandinavo. celtas), enrolados por los romanos y acan­
germánicos, particularmente encargado de sus bienes (viviendas, tierras, rentas o es­ jllssa: en las ciudades islámicas, la parte rica tonados formando efectivos bastante den­
defender las zonas fronterizas. clavos) a las guarniciones bárbaras. y organizada que formaban la aristocracia, sos en campo raso.
grod, gorod: «ciudad» eslava; campamento houlke, hougge: navío frisón de vela y casco los servicios de corte, los funcionarios; por libellum, libellarü, livello (ita!.): contrato de
fortificado en torno al cual se agruparon en forma de cáscara de nuez. oposición a la cámma: (véase ‘dmma).. arriendo de tierras de 29 años de duración,
artesanos y comerciantes. hueste: (del latín hostís): el ejército de los jítta: en las ciudades islámicas, concesión de y sin graves contrapartidas en servicios y
gualdi publici: equivalente al fisco entre los hombres libres germánicos (véase fyrd). una parte del suelo urbano para la implan­ prestaciones.
lombardos. hufe: véase manso. tación de una tribu o de uno de sus ele­ libra: peso romano (alrededor de 327 gramos
guiida: agrupamientos de hombres libres, ar­ hundred: véase centena. mentos. y que en Occidente aumentó a 406 y, des­
tesanos, comerciantes, etc., bajo juramen­ irníim, imán: guía de la plegaria a Alláh; pue­ jugatio, jugum: superficie fiscal en la Anti­ pués, a 491) mediante el cual se estimaban
to de prestarse ayuda y socorro mutuos. de no ser más que el director de la oración; güedad tardía y Bizancio y, por extensión, las mercancías; particularmente, elemento
gynecia, gineceos: talleres de mujeres reserva­ por extensión, jefe espiritual con ocasión los impuestos que la afectan; se calculaba de peso para la plata y el oro, pero que no
dos al tejido, a la cerámica, etc.; general­ de cualquier nueva toma de conciencia reli­ en función del trabajo anual de un yugo de era utilizado sino a título de estimación de
mente, estaban ubicados en los «fondos de giosa. bueyes. una cantidad de artículos que valían tal o
cabaña» de la Alta Edad Media occidental, immixtio manuum: unión de las manos de dos jutba: la proclamación, con ocasión de la ple­ cual peso de metal precioso.
hacksilber: plata rota, es decir, fragmentos de individuos; generalmente, un superior en­ garia musulmana del viernes, de la santi­ limitanei: soldados del limes, es decir, de la
piezas de plata o de orfebrería, a veces, cierra entre las suyas las manos de un infe­ dad del dogma y del nombre del jefe de los frontera de la Antigüedad; ejército de co­
también monedas, recortadas por los vikin­ rior; símbolo de entrega. creyentes. bertura. Riparienses tiene un sentido pare­
gos para facilitar su comercialización al immunitas: situación jurídica de una tierra, ka'ba: el cubo, la casa primitiva de Isma'il, cido.
peso. muy a menudo de la Iglesia, que los agen­ centro de reunión de las creencias premu­ logoteta: responsable de un «departamento»
hadith (hadiz): juicios y axiomas atribuidos a tes de la autoridad central no pueden so­ sulmanas, adoptado y santificado por el administrativo en Bizancio.

31. —FOSSÍER. i
482 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0

lo r ig a : v é a s e b ro ig n e. m e rin o s : e n e l r e in o a s tu r -le o n é s , ju e c e s a m o ­
m a c h tie r n : j e f e d e lin a je b r e t ó n q u e e je r c ía v ib l e s e s p e c ia liz a d o s e n d e r e c h o v is ig o d o ,
u n c o n t r o l s o b r e la o la s p a r r o q u ia s e n las m ih r á b : n ic h o a b ie r to e n e l m u r o q ib la d e la
c u a le s e s t a b a n u b ic a d o s sus b ie n e s , m e z q u it a y q u e in d ic a b a la d ir e c c ió n d e la
m a d r a s a : c a s a s d e e s t u d io s y d e r e f le x ió n , e n o r a c ió n .
t e r r it o r io is lá m ic o . m in b a r : e n la c a s a d e M a h o m a , lu g a r d o n d e
m a h d i, m a h d ls m o : e l « b ie n g u ia d o » , e l a n u n ­ s e s e n t a b a e l P r o f e t a ; e n la m e z q u it a , p u l­
c ia d o r p r o f é t ic o d e u n r e t o m o a la p u r e z a ; p ito d o n d e e l im a m p u e d e s u b ir p a ra p r e d i­
su a p a r ic ió n y su r e c o n o c im ie n t o a c o m p a ­ c a r o r e c it a r .
ñ a b a n a t o d o s lo s m o v im ie n to s d e c o n t e s ­ m in is t e r iu m , m in is te r ia le s : o f ic io , fu n c ió n ,
t a c i ó n r e lig io s a e n e l I s la m , s o b r e t o d o , e n ­ p r o f e s ió n y q u ie n e s la e je r c e n ; t o m ó e l s e n ­
tr e lo s s h i'íe s . t id o g e n e r a l d e a g e n t e d e l p o d e r lo c a l,
m a lm b o u r : v é a s e m u n d e b u r d iu m . m is a b a : m e d id a d e t ie r r a q u e s e r v í a e n e l I s ­
m a lí: a s a m b le a d e h o m b r e s lib r e s g e r m á n i­ la m o r i e n t a l d e b a s e a la p e r c e p c ió n d e l ja-
cos; p o r e x t e n s ió n , t r ib u n a l d e l E s t a d o , radj.
m a n c ip ia : lo s e s c la v o s . m is n v é a s e am sár.
m a n c u s o : e x p r e s ió n q u e d e s ig n a b a , e n t r e lo s m o n o fis is m o : c r e e n c ia c r is tia n a seg ú n la c u a l
c r is tia n o s , la s m o n e d a s d e o r o o d e p la t a la n a t u r a le z a h u m a n a y la n a t u r a le z a d iv in a
d e l I s la m ; su e t im o lo g ía es p r o b le m á t ic a e n la p e rs o n a d e C r is t o s e h a lla n c o n fu n d i­
(¿ d e m a n q u s h : g r a b a d a ? ) , d a s e n u n a so la d o n d e p r e d o m in a la d iv in a ,
m a n s io : r e le v o d e c o r r e o s , r o m a n o y g r ie g o , m o n o te lis m o : s o lu c ió n b iz a n t in a d e c o m p r o ­
m a n s o , h ld e (e n t r e lo s s a jo n e s ) , h u f e (e n tre m is o r e lig io s o s e g ú n la c u a l e n C r is t o las
lo s g e r m a n o s ) : s u p e r fic ie d e tie r r a s u s c e p t i­ d o s n a tu r a le z a s s o n d is tin ta s , p e r o a n im a ­
b le d e a lim e n t a r a u n a fa m ilia d e t r a b a ja ­ d a s p o r u n a ú n ic a a c c i ó n y v o lu n ta d d e
d o r e s , c o n to d a s la s v a r ia c io n e s q u e e llo e s e n c ia d iv in a .
e n tr a ñ a ; e l m a n s o p o d ía e s ta r r e p a r tid o e n m o n ta ñ is ta s : ilu m in a d o s c r is t ia n o s q u e atri­
u n a o v a ria s p a r c e la s ; b a s e f is c a l y m ilita r b u ía n a la in t e r c e s ió n d e lo s s a n to s u n p a ­
d e las e x ig e n c ia s p ú b lic a s , p e l e s e n c ia l e n la e s p e r a d e u n p a r a ís o p r ó ­
m aq sü ra: e s p a c io c e r r a d o e n la m e z q u it a , x im o ; te n d e n c ia s m ile n a r is ta s .
d o n d e se c o lo c a b a e l im a m q u e d ir ig ía la m ozárab es: c r is tia n o s que v iv ía n e n tre lo s
o r a c ió n . m u s u lm a n e s , e s e n c ia lm e n t e e n a l- A n d a lu s .
m a r e s c a lc i: m a r is c a le s , s e r v id o r e s q u e a s is ­ m u d é ja r e s : m u s u lm a n e s q u e v iv ía n e n t r e lo s
t ía n a l s e n e s c a l y q u e e s t a b a n e n c a r g a d o s c r is t ia n o s , e s e n c ia lm e n t e e n lo s r e in o s his- '
d e o r g a n iz a r lo s c o n v o y e s p a r a e l a b a s t e c i­ p á n ic o s .
m ie n t o d e l e jé r c it o , m u fti: ju r is c o n s u lt o d e p r o f e s ió n , c o n s u lta d o
m a r k g r a f : v é a s e g ra fio . c o m o c o n s e je r o p o r e l s o b e r a n o ,
m a r t y r la : t u m b a s d e s a n to s , lu g a r e s d e d e v o ­ m u h á d jír ú n : m u s u lm a n e s que s ig u ie n d o a
c ió n . M a h o m a , e m ig r a r o n d e L a M e c a a M e d i -
m a ssa e : c o n ju n to de tie rr a s , g e n e r a lm e n t e ,n a .
d is p e rs a s en una a m p lia e x t e n s ió n (en m u h ta s ib ( a lm o t a c é n ) : g u a r d iá n , d e l m e r c a ­
L o m b a r d ía ) . d o , p o r e je m p lo ; p o r e x t e n s ió n , re s p o n s a -
m a tr ic u la , m a t r ic u la r ii: lis ta d e d e r e c h o h a - ' b l e d e l o r d e n p ú b lic o ,
b ie n t e s e n la A n t ig ü e d a d t a r d ía , y a f u e s e m u ja h e n a : s o c ie d a d f o r m a d a p o r la p u e s t a e n
c o n o c a s ió n d e l s e r v i c io d e la a n o n a , y a c o m ú n d e b ie n e s m u e b le s q u e p e r m it ía n e l
f u e s e e n la é p o c a e n q u e lo s o b is p o s te n ía n la n z a m ie n t o d e u n a s u n to c o m e r c ia l e n e l
la s lista s d e lo s in s c r ito s ; lis ta d e lo s a sisti- I s la m .
tos (p o r e je m p lo , « m a tríc u la d e p o b r e s » ) , M und, m u n d e b u r d iu m , m a im b o u r: fu erza
m a w á lí: c lie n t e s , a r m a d o s o n o , e n e l I s la m m á g ic a a d q u ir id a p o r c ie r t o s c la n e s g e r m á ­
(p lu r a l d e m a w lá , s e ñ o r , p e r o t a m b ié n e s ­ n ic o s y su s j e f e s , d e b id o a u n a a s c e n d e n c ia
c la v o lib e r t o ) , d iv in a ; p r o t e c c ió n a s í e je r c id a s o b r e lo s p a ­
m e d e rs a : v é a s e m a d ra sa . r ie n t e s y lo s c lie n t e s ; p o r e x t e n s i ó n , fo r m a
m en sa : p o r c ió n d e un t e m p o r a l e c le s iá s t ic o d e p r o t e c c ió n d e l f u e r t e s o b r e e l d é b il,
r e s e r v a d a a la m e s a (m e n sa ) d e l a b a d o d e m u q á s a m a : e n t e r r i t o r io is lá m ic o , r e p a r t o d e
la c o m u n id a d ; p u e d e se r u n r e p a r t o d e t ie ­ * los t r ib u t o s d e b id o s al s o b e r a n o y a los
rra s o u n r e p a r t o d e la s re n ta s. a m o s e fe c t u a d o e n la m ism a e r a .
GLOSARIO 48 3

m u s á q á : a p a r c e r ía e n t e r r ito r io is lá m ic o , u n a m o ; p u e d e c o n c e r n ir a u n a I g le s ia , a
m irita z ilí: c r e e n c ia m u s u lm a n a s e g ú n la c u a l u n h o m b r e , a u n a tie r r a ,
la e s p e r a d e u n im a m ju s to s o s tie n e u n a f e p a u lic ia n o s : d is id e n te s c r is t ia n o s , p a r t ic u la r ­
m u y r ig o r is ta ; c o n v ic c ió n d e q u e se e s ta ­ m e n te e n A r m e n ia , h o s tile s a la s im á g e n e s ,
b le c e r í a e n to n c e s u n a s o c ie d a d s in c la s e s , a la je r a r q u ía e c le s iá s t ic a , a l o s s a c r a m e n ­
u n g o b ie r n o d e l b ie n . to s , a l m a t r im o n io , e tc .
m u w a lla d ( m u la d í): e n a l- A n d a lu s y e n el p a u p e r e s : lo s d e s v a lid o s ,
M a g r ib , in d íg e n a r e c ie n t e m e n t e c o n v e r t id o p e n ite n c ia le s: c o le c c ió n d e c a s tig o s c o r p o r a le s
a l I s la m . o r e lig io s o s q u e se p r e s e n ta n e n f o r m a d e
n e s to r ia n is m o : c r e e n c i a , e n la fro n te ra del c a t á lo g o s d e fa lta s q u e s e d e b e n c a s tig a r ,
c r is t ia n is m o , s e g ú n la c u a l C r i s t o n o h a s e g ú n e l e s t a t u t o s o c ia l d e l p e c a d o r ,
s id o m á s q u e e l « te m p lo » p r o v is io n a l d e l p e n n y : d e n a r io s a jó n .
V e r b o d iv in o . P f lu g , p lo u g h , p lu m : ¿ s e tr a ta d e l « a r a d o d e
n e u m a : n o ta c ió n d e s tin a d a a g u i a r la v o z e n r u e d a s » g e r m á n ic o o se r e f ie r e a o t r o in s ­
e l c a n t o lla n o , m a r c a n d o la s a c e n tu a c io n e s t r u m e n t o a r a to r io ?
y la s d u r a c io n e s d e l s o n id o ; n o c o m p o r t a p ie v e (it a l.) : v é a s e p le b s.
p e n t a g r a m a m u s ic a l. p la c itu m : a s a m b le a d e lo s h o m b r e s lib r e s ;
n o m is m a : la f ig u r a y , p o r e x te n s ió n , la m o n e ­ p r o g r e s iv a m e n t e , t r ib u n a l lo c a l,
d a g r ie g a q u e in c lu y e la e f ig ie d e l s o b e r a ­ p le b s , p lo u , p ie v e ( it a l.) : p a r r o q u ia d e la A l t a
no. E d a d M e d ia .
n o r i a : r u e d a c o n c a n g ilo n e s d e s tin a d a a la p o líp t ic o : h o ja s e n s a m b la d a s ; e n la p r á c tic a
ir r ig a c ió n y m o v id a p o r u n c u r s o d e a g u a , d ip lo m á t ic a , e l té r m in o se a p lic a a lo s in ­
p o r a n im a le s o p o r e s c la v o s c u a n d o s e tra ta v e n ta rio s d e b ie n e s y d e p r e s ta c io n e s c o n ­
d e u n a c a p a s u b te r r á n e a , fe c c io n a d o s p o r lo s s e ñ o r e s e n tr e lo s s ig lo s
n o v e lla : c o n s id e r a n d o s y d e c is io n e s d e ju ris ­ v i y x ; e n su m a y o r ía , s e r e f ie r e n a d o m i­
p r u d e n c ia p o s t- ju s tin ia n e a . n io s d e la Ig le s ia .
o b la to : in d i v id u o q u e s e d a b a a u n a I g le s ia , p o lit lk o i: p a n e s d is tr ib u id o s e n la s c iu d a d e s
c o n su s b i e n e s , p a r a r e c ib ir a c a m b io p r o ­ p o r lo s p o d e r e s p ú b lic o s b iz a n tin o s ,
t e c c ió n y m e d io s d e e x is te n c ia , p o r fir o g é n it o : n a c id o e n la « c á m a r a d e p ú r p u ­
ó b o lo : t r é b e d e s p a r a in c ie n s o ; p o r e x te n s ió n ra» im p e r ia l e n B iz a n c io ; d e s ig n a b a a l s o ­
le ja n a , m o n e d a fr a c c io n a r ia d e l d e n a r io . b e r a n o le g ít im o n a c id o d u ra n te e l r e in a d o
o b s e q u lu m : r e s p e t o , o b e d ie n c ia d e b id o s p o r d e s u p a d re .
e l l i b e r t o a s u a n tig u o a m o ; p o r e x t e n s i ó n , p r a e d iu m : s e n t id o p a r e c i d o a l d e f u n d a s .
o b lig a c ió n m o r a l d e l d é b il r e s p e c t o a l p o ­ p reb en d a, p r e b e n d a r il: c o n ju n t o d e r e n ta s ,
d ero so . t e r r ito r ia le s o n o , q u e p e r m it e n e l m a n t e n i­
o u t fie ld : e l s u e lo q u e e l h o m b r e n o d o m in a ; m ie n t o d e u n c a n ó n ig o ; d e s ig n a ta m b ié n
o u tla n d t ie n e u n s e n t id o c o m p a r a b le , c u a lq u ie r d o n a c ió n d e v ív e r e s y d in e r o q u e
p a g u s , p a g e n s e s : p a ís , h a b it a n t e s d e l p a ís ; n o p e r m it e n la s u p e r v iv e n c ia ; lo s p r e b e n d a r ii
t ie n e s ig n ific a c ió n o b lig a t o r ia m e n t e ru ra l; e ra n e n to n c e s c lie n t e s « a lim e n ta d o s » ( p o r
c ir c u n s c r ip c ió n p r o p ia d e la A n t ig ü e d a d e l a m o ).
ta rd ía , o m á s a n tig u a a ú n , q u e o f r e c e u n a p r e c a r i a : tie rr a d e la I g le s ia c e d id a m e d ia n t e
c ie r t a h o m o g e n e id a d d e e s t r u c t u r a , fís ic a , u n c e n s o d e r e c o n o c im ie n t o a u n p r o p ie t a ­
é t n ic a , lin g ü ís tic a , e t c . rio la ic o , a « p e tic ió n » (p r e c a r ia , d e p r e c o r )
p a lllu m : b a n d a d e la n a b la n c a a d o m a d a c o n d e l p r o p io b e n e f ic ia r io , o d e l r e y (p reca ria
c r u c e s n e g r a s lle v a d a p o r el p a p a y q u e s u b v e r b o regis).
és te e n t r e g a a l o b is p o m e t r o p o lit a n o c u a n ­ p r é s t a m o : c o n c e s ió n d e t ie r r a fis c a l e n e l r e i­
d o é s te v ie n e a r e a liz a r la v isita a d lim in a n o a s tu r -le o n é s h e c h a a un g a rd in g o .
( h a s t a la s p u e rta s d e R o m a ) p a r a r e c ib ir la p r o t o n o t a r lo : o f ic ia l p ú b lic o b iz a n tin o e n c a r ­
c o n fir m a c ió n d e su d e s ig n a c ió n , g a d o d e l e n v ío d e lo s d e s p a c h o s y d e la c o ­
p a n e g ír ic o : d is c u r s o d e c o r t e e n h o n o r d e un r r e s p o n d e n c ia o f ic ia le s ,
s o b e r a n o v iv o o m u e r t o , q á d i: v é a s e cadí.
p a t r i a r c a : títu lo e p is c o p a l li g a d o e n p r in c ip io q ib la : m u r o d e la m e z q u it a h a c ia el c u a l se
a las c iu d a d e s q u e ju g a r o n u n p a p e l e s e n ­ d irig e e l c r e y e n t e ; in d ic a b a e l es te y , d e s ­
c ia l e n e l d e s a r r o llo d e la f e c ris tia n a , p u é s , la d ir e c c ió n a L a M e c a ; p o d ía c o n ­
p a t r o n a z g o : p r o t e c c ió n d e u n « p a tr o n o » , d e v e r t ir s e e n u n s ím b o lo m ís tic o .
484- LA FORNICACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0

q u ila te : ( d e keratia, u n id a d d e p e s o , d e u s o r i o r d e la a d m in is tr a c ió n d e ju s t ic ia y u n
e n M e s o p o t a m ia ) : u tiliz a d o p a r a e l p e s a je a g e n t e e je c u t iv o .
d e la s m e r c a n c ía s y , d e s p u é s , p a r a c a lc u la r s c a b in i: ju e c e s p r o f e s io n a le s p e rm a n e n te s,
la le y d e l o r o (1 u n id a d = 24 q u ila t e s ) , q u e a s is te n a l malí o al placitum, p rim e ro
r a c h im b u r g i: h o m b r e s lib r e s d e la c o m u n id a d e n lo s p a ís e s d e d e r e c h o e s c rito y d e s p u é s
g e r m á n ic a en cargad o s, con o c a s ió n del e n t o d o O c c id e n t e .
malí, d e a s e s o r a r e n c u e s t io n e s d e d e r e c h o , s c e a tta s : m o n e d a d e p la ta s a jo n a (¿ d e l a le ­
r a q t q : s in h o n o r ; d e s ig n a b a a l c a m p e s in o d e ­ m án Schatz, te so ro ? ),
p e n d ie n t e e n e l Is la m . s c r ip t o r iu m : e s c r it o r io l a ic o o m o n á s tic o ,
r e e v e : in t e n d e n t e s a jó n c o l o c a d o a l f r e n t e d e s c u ld h a is : a g e n t e d e l r e y lo m b a r d o e n c a r g a d o
la a d m in is tr a c ió n d e lo s d o m in io s ; e l shire- d e la a d m in is t r a c ió n d e u n b a r r io d e la c iu ­
reeve (s h e r if) e r a e l in t e n d e n t e d e l earl sa ­ dad.
jó n . s c h o la : t r o p a s d e g u a r n ic ió n e n B iz a n c i o .
r e fr e n d a r io : a g e n t e p ú b lic o , g e n e r a lm e n t e d e se n e sc a l (d e s in is s k a lk , el c r ia d o de m ás
I g le s ia , e n c a r g a d o d e v e r if ic a r la a u t e n t ic i­ e d a d ): re s p o n s a b le d e l a p r o v is io n a m ie n t o
d a d d e las c a r ta s r e d a c ta d a s e n e l P a la c io d e l p a la c io e n t r e lo s r e y e s g e r m á n ic o s ,
g e r m á n ic o . s e t ic i: tie r r a s a g r u p a d a s e n t o m o a la v iv ie n d a
r e s e r v a : d e s ig n a , p o r c o n v e n ie n c ia e r u d it a y a y e x p lo t a d a s p o r el t e n e n t e p a r a su p r o p io
q u e la p a la b r a n o e s m e d ie v a l, la p a r t e d el u so : ja r d in e s y h u e r to s ,
d o m in ip q u e p e r m a n e c ía a d is p o s ic ió n d i­ s h á h , s h a : tít u lo d e l s o b e r a n o p e r s a s a sa n í,
re c ta d e l a m o y q u e és te e x p lo t a b a m e d ia n ­ r e u t i liz a d o p o r lo s t u r c o s p o s t e r io r m e n t e ,
te c o r v e a s o g r a c ia s a la m a n o d e o b r a s e r ­ s h a r ik a : s o c ie d a d c o m e r c ia l b asad a en la
v il. a p o r t a c ió n d e la m ita d d e l c a p it a l y p u e s t a
rig a : e l s u rc o , d e s ig n a b a a la c o r v e a q u e c o n ­ a p u n t o p a r a la r e a liz a c ió n d e u n s o lo n e ­
s is tía e n a b r ir y m a n t e n e r c ie r t o n ú m e r o d e g o c io (e n e l m u n d o is lá m ic o ),
s u rc o s e n la t ie r r a d e l a m o . s h ^ a : e l p a r t i d o , la p a r t e le g ít im a d e l Isla m ;
r ip a r ie n s e s : v é a s e limitanei. a p a r tir d e la e v ic c ió n d e lo s 'a l i e s , se id e n ­
r o t u lu s ( r o llo ): p e r g a m in o s c o s id o s uno a t if ic a c o n e l m e s ia n is m o q u e e s p e r a su r e ­
c o n t in u a c ió n d e l o t r o y e n r o lla d o s e n u n o t o m o ; s h i'ís m o .
o d o s p e q u e ñ o s p a lo s ; p r in c ip io d e l « lib ro » s h ir e : c o n d a d o s a jó n .
d e la A n t ig ü e d a d , p e r s is tió e n la E d a d M e ­ s ile n tio n : e n B iz a n c i o , c o n s e jo e n t o m o d e l
d ia p a r a lo s d o c u m e n t o s c o n t a b le s y c ie r t o s b a s ile u s .
d o c u m e n t o s litú r g ic o s o d e c a r á c t e r ju d i­ s k la v in iá i: la s z o n a s o c u p a d a s d e m a n e r a b a s ­
c ia l. t a n te d e n s a p o r lo s s k la v e n o s , n o m b r e g e ­
s a c e lla ir e s : a g e n te s s u b a lt e r n o s al s e r v ic io d e l n é r ic o a p lic a d o a lo s e s la v o s .
c a m a r e r o y e n c a r g a d o s d e v ig ila r las e n t r a ­ S t a m m e : a g r u p a m ie n t o s g e r m á n ic o s d o n d e se
d a s d e n u m e r a r io e n la C á m a r a , m e z c la b a n la s e s p e c if ic id a d e s é t n ic a s , lin ­
s a c r a m e n t a l: lib r o de o r a c io n e s d e l o f ic io g ü ístic a s y c u ltu r a le s ; s ó lo m ás ta rd e d e s ig ­
c r is t ia n o y d e lo s r e c it a d o s n e c e s a r io s c u a n ­ n a r í a a u n c o n ju n t o te r r ito r ia l,
d o se im p a r tía u n s a c r a m e n to , s ta p ): p o s t e d e m a d e r a h in c a d o e n el a g u a ;
s a k k a : e f e c t o d e c r é d ito , e q u iv a le n t e a u n a p o r e x t e n s ió n , m u e lle f lu v ia l o m a rítim o ;,
p r o m e s a d e p a g o a p la z o s ; c h e q u e , « e ta p a » .
s a lte r io : l i b r o q u e c o n t ie n e lo s s a lm o s b í b l i ­ s tip e n d iu m : s u e ld o o s a la r io ; p u e d e se r en
cos. t ie r r a s .
sa ltu s: l a t ie r r a v ir g e n ro m a n a : b o s q u e s , la n - s t r a t io t a : e n B iz a n c i o , c a m p e s in o - s o ld a d o ,
d a s , r o z a s ; p o r e x te n s ió n , la t ie r r a n o a p r o ­ s u e ld o , so lid u s: m o n e d a d e o r o b iz a n t in a , e n
p ia d a p r iv a d a m e n t e y d e la q u e , n o r m a l­ su o r ig e n a c u ñ a d a p a r a e l p a g o d e la s s o l­
m e n te , e l d u e ñ o e r a e l s o b e r a n o , d a d a s (d e a h í su n o m b r e ) . E n O c c id e n t e ,
s a q á lib a : e s c la v o s d e r a z a b la n c a e n e l I sla m s e r v ía p a r a e s t im a r e l v a lo r d e u n a m e r c a n ­
o c c id e n t a l; ¿ d e r iv a d e « e s la v o s » ? , c ía o d e u n a m u lt a , c u a lq u ie r a q u e s e a e l
s a w á fi: b ie n e s c o n fis c a d o s a la a r is to c r a c ia tip o d e p a g o u lte rio r : d e n a r io s , o b je t o s ,
v e n c id a p o r lo s m u s u lm a n e s , s o b r e t o d o a lin g o t e s , e tc .
la a r is to c r a c ia p e r s a , o b ie n a la s I g le s ia s s u f t a d ja : le t r a d e c r é d it o c o n p a g o d if e r id o ,
c ris tia n a s. e v e n t u a lm e n t e e n o t r o lu g a r ; ¿ a n t e c e d e n t e
s a y o n e s : e n lo s r e in o s h is p á n ic o s , o f ic ia l i n f e ­ d e la le t r a d e c a m b io ?
s u lh : tr e g u a o a c u e r d o d e p a z e n t r e d o s trib u s ju s tic ia m e n o r , la p o l ic ía d e lo s c a m in o s , la
m u s u lm a n a s . v ig ila n c ia e n la p e r c e p c ió n d e im p u e s to s ;
t a cdí): in v e s tig a c ió n p ú b lic a d e s t in a d a a m e d ir s u p a p e l m ilit a r q u e d a b a p o c o d e f in id o .
a n te s d e l a c t o im p o s itiv o e l n iv e l d e la s fo r ­ v ic e c o m ita tu s : v iz c o n d e ; e n p r in c ip io , p o d r ía
tu n a s (e n e l Is la m ). t e n e r lo s d e r e c h o s d e l c o n d e e n a u s e n c ia
t á d jir : e n e l I s la m , m e r c a d e r s e d e n t a r io q u e d e es te ú ltim o ; p r á c t ic a m e n t e se c o n v ie r t e
e n v ía a p u n to s le ja n o s a fa c to r e s y c o m is io ­ e n u n a g e n t e s u b a lte r n o f ijo .
n is ta s . v ic u s : a ld e a a g r u p a d a ; c o n ju n t o d e tie n d a s y
ta g m a ta : c u e r p o s d e t r o p a b iz a n tin o s q u e f o r ­ p u e sto s de v e n ta en to rn o d e u n c e n tr o r e ­
m a b a n e l e jé r c it o c e n tr a l ( v é a s e c o m ita tu s ). li g io s o o d e u n p a la c io ; e s p o s ib le q u e e l
t a l d jB a : p r o t e c c ió n m o r a l y p o lít ic a e je r c id a w ic h e s c a n d in a v o ( q u e s ig n ific a la b a h ía )
p o r u n p o d e r o s o e n b e n e f ic io d e u n c lie n t e lle g a s e a a d q u ir ir , p o r c o n t a m in a c ió n , e l
c o n u n c ie r t o n iv e l s o c ia l ( v é a s e h im á y a ). m is m o s e n tid o .
te r p e n : m o n t íc u lo s in s u m e r g ib le s , e v e n t u a l­ v illa : e n p r in c ip io , u n g ra n d o m in io b ip a r t it o ;
m e n t e r e a lz a d o s d e f o r m a r e g u la r , q u e f o r ­ m u y p r o n t o , d e s ig n ó s im p le m e n t e a u n l u ­
m a n u n c o r d ó n lito r a l a lo la r g o d e la c o s ta g a r h a b it a d o ; d e s p u é s , to m ó e l s e n t id o d e
d e lo s P a ís e s B a jo s . « a ld e a » .
t h a n e : g r a n p r o p ie t a r io te r r a te n ie n t e s a jó n , v i s i r , w a z ir : e l q u e « tie n e u n c a r g o » , a u x ilia r ;
th e g n s : n o b le s s a jo n e s , p o r e x t e n s ió n g e n e r a l, p r in c ip a l a y u d a d e l
th e m a s, th e m a ta : c ir c u n s c r ip c ió n t e r r ito r ia l c a lifa .
b iz a n tin a ; tr o p a s e s ta c io n a d a s e n e lla y q u e v o g t: v é a s e a d v o c a tu s.
e s ta b a n e n c a r g a d a s d e la d e f e n s a c e r c a d e w a q f: t ie r r a ex on erad a, que g e n e r a lm e n t e
las f r o n te r a s . p r o c e d í a d e u n b ie n d e la I g le sia ; se d ir ía
t h in g : a s a m b le a d e lo s h o m b r e s l i b r e s e s c a n ­ en O c c id e n t e , d e « m a n o m u e r ta » ; u n o d e
d in a v o s . lo s m e d io s d e r e m u n e r a c ió n d e la s f id e l id a ­
t ir á z : m a r c a d e l E s t a d o c o l o c a d a e n lo s t e ji­ d e s e n t ie r r a d e l Isla m .
d o s , e n e l Isla m ; p o r e x t e n s ió n , ta lle r e s p ú ­ w a z ir : v é a s e visir.
b lic o s d o n d e s e f a b r ic a b a n lo s v e s t id o s y W e r g e ld : e l o r o de la s a n g r e ; e l t o t a l d e la
o tr a s m e r c a n ía s b a jo c o n t r o l p ú b lic o , c o m p o s ic ió n p e c u n ia r ia q u e t e n ía d e r e c h o
t ir o n ia n a s (d e T i r o , ¿ n o m b r e d e l lib e r t o d e a e x ig ir u n a v íc t im a o s u p a r e n te la e n f u n ­
C ic e r ó n ? ) : d íc e s e d e la s n o ta s a b re v ia d a s c ió n d e l e s ta tu to y d e l n iv e l s o c ia l.
(n o es u n a e s t e n o g r a fía ) q u e s e r v ía n de W e s t w e r k : m a c i z o o c c id e n t a l d e la s ig le s ia s
m e d io r á p id o de c o r r e s p o n d e n c ia en las c a r o lin g ia s q u e g e n e r a lm e n t e in c lu ía u n s e ­
c a n c ille r ía s c ris tia n a s , g u n d o c r u c e r o y d o s t o r r e s d e fa c h a d a .
t r a c t u s : s e n tid o p a r e c id o a s a ltu s. w ic h : v é a s e vic u s.
tre m is s e s : p e q u e ñ a s m o n e d a s d e o r o e q u iv a ­ w ilá y a : c o n t r o l, sobre to d o , d e l m erca d o ;
le n te s a la t e r c e r a p a r t e d e l s u e ld o ; trientes á r e a s o b r e la c u a l se e j e r c í a d ic h o c o n tr o l.
tien e u n s e n tid o p a r e c id o , w ite n a g e m o t: c o n s e jo d e s a b io s e n t r e lo s s a jo ­
t r e u w a : tr e g u a ; a c u e r d o o b t e n id o e n ju s tic ia , n e s ; g u ia b a a l r e y .
t r ie n te s : v é a s e trem isses. x e n ia : d o n e s e n e s p e c ie im p u e s to s a lo s c o l o ­
tro p o : n o ta c ió n m u s ic a l d e l c a n to lla n o d e s ti­ n o s b iz a n t in o s , u n a v e z a lc a n z a d o e l t e c h o
n a d a a m o d ific a r e l s o n id o d e la v o z en u n a d e l a lq u ile r im p o n ib le .
s ó la s íla b a . x e n o d o c h ia : a b r ig o s y h o s p ic io s p a r a p e r e g r i­
tr u s tis : ju r a m e n t o d e f id e lid a d ( v é a s e a n tru s- n os, e n fe r m o s y m e n d ig o s , d e o r ig e n a m e ­
tio n ); p o d ía d e s ig n a r a u n g r u p o u n id o p o r n u d o ir la n d é s .
ju r a m e n t o . z a k a t , s a d a q a , u s h r (e n a l- A n d a lu s ) : l a lim o s ­
eu la m á s: d o c t o r e s d e la le y m u s u lm a n a , n a v o lu n t a r ia d e b id a p o r e l c r e y e n te e n tie ­
v a s s u s (¿ d e l c e l t a g w a ss, m u c h a c h o ? ) : d e p e n ­ r r a d e l I s la m .
d ie n te h o n o r a b le . z a r : (d e C é s a r ) : títu lo ll e v a d o p o r lo s s o b e r a ­
v e r b u m r e g ís : l a o r d e n r e a l, s o b r e t o d o , p r o ­ n o s b ú lg a r o s .
n u n c ia d a c u a n d o la r e u n ió n e n e l C a m p o zin d íq : secta h e r é tic a m u s u lm a n a , a d e p t a a l d u a ­
de m ayo. lism o , q u e p ra c tic a b a u n e s c e p tic is m o ra d ic a l
v ic a r i a : d iv is ió n d e lo s d e r e c h o s (y , d e s p u é s , h a c ia lo s te x to s sa g ra d o s y u n a lib re crítica.
d e l te r r ito r io ) d o n d e e l c o n d e e je r c ía su z o c o ( d e sü q ): m e r c a d o a l p o r m e n o r e n la c iu ­
h o n o r ; el v ic a riu s e je r c ía g e n e r a lm e n t e u n a d a d m u s u lm a n a .
i

CUADRO CRONOLOGICO
488 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

M U N D O S G E R M A N O -C E L T A S

H e c h o s e c o n ó m ic o s
D a to s p o lític o s E x p r e s ió n c u ltu r a l
y so cia les

392 P r o h ib ic ió n d e lo s cu lto s
395 M u e r te d e T e o d o s io paganos
398 E d ic t o s o b r e la h o s p it a ­
lid a d

H o n o rio , e m p e ra d o r de
O c c id e n t e
406 E l R i n f r a n q u e a d o p o r
lo s g e r m a n o s
407 L a s le g io n e s evacúan
B r e ta ñ a
C o n s t r u c c ió n de San
4 12 V is ig o d o s in s t a la d o s e n G ereón de C o lo n ia , y
la G a lia d e l M a r t ir io d e T r é v e r is
418 A r le s c a p it a l d e lo s g a-
los
4 1 9 V is ig o d o s e n H is p a n ia

428 D e s e m b a r c o d e lo s an-
g lo -s a jo n e s en B re ta ñ a
o r ie n t a l
432 S a n P a tr ic io e n Irla n d a
438 P u b lic a c ió n del C ó d ig o
T e o d o s ia n o E v a n g e liz a c ió n d e I r la n ­
da
442 P e s te e n I t a lia .
440 -461 S a n L e ó n , p a p a

451 A ta q u e de A tila en la
G a lia
4 53 M u e r t e d e A e c i o
455 I n sta la c ió n de lo s b u r-
g u n d io s
P e r s e c u c io n e s a rria n a s
4 5 7 -4 6 1 R e i n a d o de M a jo - e n A q u i t a n i a e H is p a n ia
r ia n o .

L o s s a jo n e s e n la G a l i a
s e p te n t r io n a l
CUADRO CRONOLÓGICO 489

M U N D O S M E D IT E R R Á N E O S

H e c h o s e c o n ó m ic o s
D a t o s p o lític o s E x p r e s ió n cu ltu ra l
y so c ia le s

392 P ro h ib ic ió n de lo s c u lto s
paganos
395 M u e r te d e T e o d o s io 3 9 6 E d ic t o s o b r e la e s t a b ili­
d a d d e lo s c u r ia le s
398 E d i c t o s o b r e la h o s p it a ­
lid a d

A rc a d io , em p era d o r de
O r ie n t e
40 6 E x p u ls ió n d e lo s v is ig o ­ 4 0 7 M u e r te d e s a n J u a n C r i-
d o s h a c ia I ta lia s ó s to m o
408-450 T e o d o s io II, e m p e ­
rad or
4 10 S a q u e o d e R o m a p o r el
v is ig o d o A la r ic o
420 M u e r t e d e s a n J e r ó n im o

M u r a lla s d e T e o d o s io 4 2 6 -4 2 9 L a c iu d a d d e D io s
429 L o s v á n d a lo s e n tr a n e n 430 M u e r te d e san A g u s t ín
Á f r ic a 4 3 1 C o n c ilio d e É f e s o
C o n s t r u c c ió n de S a n ta
I n s t a la c ió n d e lo s h u n o s S a b in a e n R o m a
e n P a n o n ia 4 3 5 -4 4 5 C o n s t r u c c ió n del
438 P u b li c a c ió n del C ó d ig o m a u s o le o d e G a l a P la c í-
T e o d o s ia n o d ia e n R a v e n a

4 5 1 C o n c ilio d e C a lc e d o n ia :
4 5 2 I n c u r s ió n de A t ila en condena d e l m o n o fis is -
I ta lia mo
4 5 3 M u e r te d e A t i l a
4 5 5 P il la je e n R o m a p o r e l
v á n d a lo G e n s e r ic o
4 5 7 -4 7 4 L e ó n I, em p erad or
d e O r ie n t e
490 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0

MUNDOS GERMANO-CELTAS

H e c h o s e c o n ó m ic o s
D a to s p o lític o s E x p r e s ió n c u ltu r a l
y so cia les

481 ¿ C l o d o v e o , re y en T o u r-
n a i?

486 L o s f r a n c o s d e s t r u y e n e l
« rein o » d e S ia g r io
L e y e s d e E u r ic o en H is -
490-496 U n if ic a c ió n de la s p a n ia
trib u s fr a n c a s L e y « G o m b e ta » 49 6 ¿ C o n v e r s ió n de C lo d o ­
veo?

B r e v ia rio d e A la r i c o 50 3 S a n C e s á r e o , o b is p o d e
A r le s
507 V o u illé : c o n q u is t a de
A q u it a n ia p o r lo s fra n ­ T eso ro de C esen a
cos 5 1 1 C o n c ilio d e lo s g a lo s e n
5 1 1 M u e r te d e C lo d o v e o O r le a n s
5 13 S a n C e s á r e o , le g a d o d e
516 S e g is m u n d o , r e y d e lo s lo s g a lo s
b u r g u n d io s P r im e r o s m o n a s t e r i o s i r ­
la n d e s e s
S a n B e n it o s e r e t i r a a l
d e s ie r to

, 5 2 5 M o n t e c a s s in o
5 2 9 C o n c il io d e V a is o n : u n a
V e s c u e la p o r o b is p a d o

53 0 -536 C o n q u is ta d e l re in o
b u r g u n d io , d e P r o v e n z a
y de T u r i n g ia por lo s E lim in a c ió n d e l arria n is-
fran co s mo
5 3 7 ¿ R e g la d e s a n B e n it o ?

I n ic io d e la in m ig r a c ió n 542 G r a n p e s t e « ju s tin ia n e a »
b r e t o n a e n A r m ó r ic a

5 5 6 M a r t ín d e B r a g a c o n lo s
suevos
558 -56 1 C lo t a r io I, ú n ic o re y
fr a n c o
5 5 9 P e s t e e n O c c id e n t e M u e r t e d e s a n B e n it o
R a id s fr a n c o s e n B a v ie -
r a y S a jo n ia M a n u s c r it o s y m in ia t u ­
r a s ir la n d e s e s (in ic io s )
568 A v a n c e de lo s ávaros
h a s ta B a v ie r a 5 7 0 -5 9 1 R e c u r r e n c ia de la 5 7 3 -5 9 4 G r e g o r i o , o b is p o d e
G u e r r a s c iv ile s m e ro v in - p e s te T o u rs
g ia s ....... .. .
C U A D R O C R O N O L Ó G IC O 491

M U N D O S M E D IT E R R Á N E O S

Hechos económicos
Datos políticos Expresión cultural
y sociales
475

4 7 6 F in del I m p e r io d e O c c i­ 48 3 L o s n e s to r ia n o s e n tra n
d e n te e n P e rs ia
4 8 6 S e g u n d o c o n c ilio d e S e -
E x p u ls ió n d e lo s o s t r o ­ le u c ia
g o d o s h a c ia I ta lia
H e r e jía de M azda en
4 9 1 -5 1 8 A n a s t a s io , em p era­ P e r s ia
dor
493 I n s t a la c ió n d e T e o d o r i-
c o e n I t a lia

500

50 3 L o s b ú lg a r o s e n e l V o l-
ga

D e s c e n s o d e lo s lo m b a r ­
d o s h a c ia lo s A l p e s , y d e
lo s e s la v o s h a c ia e l D a ­
n u b io (? )
5 2 4 E je c u c i ó n d e B o e c i o ,
S a n B e n it o s e r e t ir a a l
d e s ie r t o

525
5 2 6 M u e r te de T e o d o r ic o , 52 5 M o n t e c a s s in o
r e y d e lo s o s tr o g o d o s 52 6 S a n V i t a l d e R a v e n a
5 2 7 J u s tin ia n o , e m p e r a d o r 52 9 C ie r r e d e la E s c u e la d e
530- 540 G u e r r a s d e l Y e m e n A te n a s
53 1- 579 C o sro es I 52 9 -53 3 C ó d ig o ju s tin ia n e o
533 R e c o n q u is ta de A fr ic a E lim in a c ió n d e l a rria n is -
535 R e c o n q u i s t a d e R o m a 5 3 5 -5 3 6 R e f o r m a fis c a l mo
5 4 1-5 5 2 T o t i la , r e y d e lo s o s ­ R e o r g a n iz a c ió n de lo s 536 C o n s t r u c c ió n de S a n ta
tro g o d o s s e k re ta S o f ía
537 Regla d e san B e n it o
5 4 8 -5 6 2 M o n a s t e r io s d e l S i-
naí
550

552 I n t r o d u c c ió n d e l g u s a n o 553 Las instituciones de C a-


5 6 3 F i n d e la r e c o n q u is t a e n d e s e d a e n G r e c ia s io d o r o
I ta lia
565 M u e r te d e J u s tin ia n o Historia secreta de P ro­
568 I n s ta la c ió n d e lo s á v a r o s c o p io
en P a n o n ia
E n t r a d a d e lo s lo m b a r ­ S a n ta I r e n e d e C o n s ta n -
d o s e n I ta lia tin o p la

5 7 0 -5 7 2 G u e r r a g r e c o - p e r s a

1
492 L A F O R M A C IÓ N D E L M U N D O M E D IE V A L , 3 5 0 - 9 5 0 CUADRO CRONOLÓGICO 493

MUNDOS GERMANO-CELTAS MUNDOS MEDITERRÁNEOS

Datos políticos Hechos económicos Expresión cultural Hechos económicos


y sociales Datos políticos Expresión cultural
y sociales
575 575
Los persas en el Yemen
Historia de los francos,
de Gregorio de Tours 580 Penetración de los esla­ 4 «MHfcuoT
585 Institución del diezmo vos al sur del Danubio ^ * TüHja
582 Los ávaros en Sirmium
582-604 Mauricio, empera­
590 San Columbano en la dor 583 Muerte de Casiodoro
Galia Los búlgaros en el Da­ 584 Exarcado de Ravena
590-604 Gregorio el Grande, nubio
papa 590-628 Cosroes II
596 Agustín con los sajones 591 Los jazares en el Volga
599-605 Peste
600 600
600 Recaredo incauta los 602-610 Focas, emperador Constitución de los skla-
bienes de la Iglesia vinai en los Balcanes 610 Inicio de la prédica de
610 Monasterio de Luxeuil 610-641 Heraclio, empera­ Mahoma en La Meca
612 Monasterio de Bobbio dor Organización de los the-
ws
613-629 Clotario II, único 614 Edicto de Clotario sobre 614 Toma de Jerusalén por
rey franco la administración públi­ 615 Muerte de san Colum­ los persas
ca bano
Contraofensiva griega
622 La «Hégira»

625 625
627 Conversión de Nort- 626 Los ávaros ante Cons-
humbria tantinopla
629-639 Dagoberto, único 627 Derrota de Cosroes II 632 Muerte de Mahoma
rey franco Monedas de oro en la
Galia Sarcófagos de Poitiers y 634 Los árabes en Iraq y en 635 La Ekphesis de Heraclio
Moissac Siria
635 Fundación de la feria 636 Muerte de Isidoro de 636 Los árabes en Persia
del Lendit Sevilla 641 Muerte de Heraclio
643 Los sajones de Oswaldo 642 Los árabes en Egipto 642 Fundación de Fustat
aplastan a los bretones 643 Código de Rotario 641-668 Constancio II, em- 643 Código de Rotario
perador
650 650
651 Fundación de Fleury- 653 Fijación del texto del
sur-Loire 656 Aü, califa Corán
Emisión de los sceattas 661 Asesinato de Alí 656 Cautiverio y muerte del
sajones 653 Conversión de . los lom- / papa Martín
bardos Empieza el dominio de 662 Muerte de Máximo el
654 Código de Recesvínto 654 Corona de Recesvinto los Omeyas Confesor
664 Peste i
Leyes de Mercia 669 Ataque árabe a Cons-
670 Última llegada de papi­ 670 Cripta de Jouarre tantinopla
ros a la Galia 670-686 Incursiones árabes
en el Magrib 670 Fundación de Qairwiln
494 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0

MUNDOS GERMANO-CELTAS

Hechos económicos
Datos políticos Expresión cultural
y sociales
675
E s c u e la s de N o rth u m -
b r ia (Y arro w , W ear-
m o u th )
680 P ip in o d e H é r is t a l, m a-
yordom o
690 W illib r o r d o e v a n g e liz a
la F r is ia
698 F u n d a c ió n de E ch te r-
nach

700
P r in c ip a d o e n A q u it a n ia
7 1 1 F in d e l r e in o v is ig o d o 7 1 1 F in d e la a c u ñ a c ió n d e
7 1 3 -7 4 4 L iu t p r a n d o , re y de o r o e n O c c id e n t e
lo s lo m b a r d o s
7 1 4 C a r lo s M a r t e l, m ayo r­
dom o
718 L o s ára b es en el Lan - 7 1 9 S a n B o n if a c io e v a n g e li­
guedoc z a H e s s e y T u r in g ia
7 2 2 L o s a s tu r ia n o s fr e n a n a 722 San B o n if a c io , o b is p o
lo s á r a b e s e n C o v a d o n - d e G e r m a n ia
ga 7 2 4 F u n d a c ió n de R e ic h e -
nau
72 5
72 5 I n c u r s ió n árab e en
A q u it a n ia y P r o v e n z a L e y d e lo s a la m a n e s

72 8 -7 30 C a r lo s M a r t e l r e d u ­
c e A la m a n ia y T u r in g ia S e c u la r iz a c io n e s d e b ie -
n e s d e la I g le s ia
73 2 P o it ie r s F o r m u la r io s de re co -
m e n d a c ió n 7 3 5 M u e r te d e B e d a el V e -
7 4 7 P ip in o el B r e v e , m a y o r - 743 Ú l t im a p e s t e a n te s d e l s. n e r a b le
dom o X IV S a c r a m e n t a l d e G e llo n e
74 9 A s t o l f o , r e y d e lo s lo m - 7 4 3 P r e c a r io s verbo regis
b ard o s T e m p ie t t o d e C iv id a le
750
7 5 1 P ip in o e l B r e v e , r e y d e E l c o m e r c i o fris ó n
lo s fr a n c o s
7 5 4 C o n s a g r a c ió n d e P ip in o 7 5 4 M u e r te d e S a n B o n if a -
p o r el p ap a C ÍO

75 6 C r e a c ió n del E s ta d o
P o n t ific io 76 7 A lc u in o , m a e s t r e s c u e la
75 7 -7 9 6 O f fa , r e y d e M e r c ia en Y o rk
7 5 9 R e c o n q u is t a d e N arbo - 76 8 R e f o r m a c a n ó n ic a de
n a a lo s á ra b e s san C r o d e g a n g o
76 8 C a r lo m a g n o , r e y
7 7 4 A n e x ió n d e l r e in o lom - 7 7 5 G e n e r a liz a c i ó n d e l d ie z - E s c r i t u r a « C a ro lin a » en
b a rd o mo C o r b ie
CUADRO CRONOLÓGICO 495

M U N D O S M E D IT E R R Á N E O S

Hechos económicos
Datos políticos Expresión cultural
y sociales
675
A p a r ic ió n d e lo s thema- 680 F o r m a c ió n d e l s h i'ism o
ta y lo s tagmata 681 C o n d e n a d e l m o n o t e lis -
684 G u e r r a c iv il q a y s í- k a lb í mo
R e f u e r z o d el c h o r io n
R e v u e l t a d e lo s b e r e b e ­ 6 8 7 M e z q u it a d e la R o c a
res
6 9 5 E m is ió n d e l d iñ a r 6 9 5-70 1 P r im e r a r e v u e lt a
687 L o s b ú lg a r o s a n te C o n s - sh F í
ta n tin o p la
670-686 I n c u r s io n e s á ra b e s
e n e l M a g r ib

700
7 0 5 -7 1 4 L o s á ra b e s e n T r a n -
s o x ia n a La c o n v e r s ió n de lo s 70 5 G r a n m e z q u ita de D a­
7 1 1 - 7 1 3 L o s á r a b e s c o n q u is ­ d h im m íe s e s fr e n a d a m asco
ta n H is p a n ia
7 1 2 L o s b ú lg a r o s a n te C o n s -
ta n tin o p la
7 1 7 - 7 1 8 S itio de C o n s ta n ti- « F u e g o g rie g o »
n o p la p o r lo s á r a b e s
7 1 7 -7 4 0 L e ó n e l I s a u r io , e m ­
p erad or
7 2 1 -7 2 3 L o s árab es en el
S in d
72 5
72 6 P rim e r o s e d ic to s ic o n o ­
L e v a n t a m ie n t o b e r e b e r e c la s ta s
731 E l papa G re g o rio III
73 9 L o s árab es en S am ar­ c o n d e n a la ic o n o c la s ia
can d a
7 4 0 -7 7 5 C o n s ta n tin o V , e m ­ 740 E l É c lo g a d e C o n s t a n t i­
p era d or no V
7 4 7 R e o c u p a c ió n de C re ta 744 L e v a n t a m ie n t o s liH
p o r lo s g r ie g o s

750
7 5 0 R e v u e lt a 'a b b á s i
751 B a t a lla d e T a la s 7 5 4 C o n c ilio ic o n o c la s t a de
7 5 5 C o n s ta n tin o V a ta c a a H ie d e ia
lo s b ú lg a r o s M u e r te d e s a n J u a n D a -
75 6 M a s a c r e de la f a m ilia m ascen o
o m e y a . L o s ca b b á s íe s e n 759 -82 6 T e o d o r o E s t u d it a
el p o d e r 7 6 2 F u n d a c ió n d e B a g d a d R e c o n s t r u c c ió n de la
7 6 5 -7 6 8 E m b a ja d a s fr a n c a s m e z q u it a a l- A q s a e n J e-
en B ag d ad r u s a lé n
76 7 R ito haníf
76 8 E l S t u d io n e n C o n s ta n ti-
n o p la
496 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

MUNDOS GERMANO-CELTAS

Hechos económicos
Datos políticos Expresión cultural
y sociales

F ra g m e n to s de O ffa en 7 7 6 I n ic io s d e la p o lifo n ía
7 7 8 S u m is ió n d e B a v ie r a le y e n d a s á ra b e s
E m bo scad a d e R on ces- 780 R e f o r m a m o n e ta r ia ca- P a u lo D i á c o n o
v a lle s r o lin g ia

78 3 -8 0 5 C o n q u is ta de S a jo ­ 78 3 -8 0 4 A lc u i n o e n la G a l ia
rna
7 8 7 N u e v a s u m is ió n d e B a - 7 8 7 C o n c ilio d e L e s E s tin e s
v ie r a 790 L a E s c u e la P a la tin a 7 9 4 C a p it u l a r d e l m á x im u m
79 3 P r im e r a s in c u r s io n e s v i- 79 5 C a p it u la r d e Villis (? )
k in g a s e n I r la n d a e In - 79 6 -8 0 5 C a p illa de A q u is -
g la t e r r a g rá n

800 C a r l o m a g n o , e m p e r a d o r 8 02 R e g u la r id a d de los mis- G e r m ig n y - le s - P r é s


satica
806 Divisio imperii
807 F u n d a c ió n de H a m b u r- 813 C o n c ilio d e T o u r s s o b r e
8 1 4 M u e r te d e C a r lo m a g n o g° la p r é d ic a
C o n c ilio de M a g u n c ia
L u is e l P ia d o s o , e m p e - s o b r e la s e s c u e la s
rad or 8 17 S a n B e n it o d e A n i a n e
819 C o n c il io d e A q u is g r á n y
r e f o r m a d e lo s m o n a s t e ­
rio s
823 P la n o d e S a in t - G a ll

829 A r r e g l o d e l d e n a r io d e E l p o l íp t ic o d e I r m in ió n
830 L o s á r a b e s e n P a le r m o p la t a

838 L e v a n t a m ie n t o d e A q u i- L u p o d e F e r r ié r e s
ta n ia 840 M u e r t e d e E g in a r d o
8 4 0 -8 75 I n c u r s io n e s v ik in g a s 8 42 L o s ju r a m e n to s d e E s-
e n d é m ic a s tra s b u rg o
843 T r a t a d o d e V e r d ú n 8 43 A c u e r d o de C o u la in e s
s o b r e lo s honores
845 S a q u e o d e R o m a p o r los 845 C o m ie n z o del D a n e g e l d N ith a rd
á ra b e s Juan E sc o to
R ab an o M au ro

8 52 P rim e r o s é x ito s de la 850 F u n d a c ió n d e B u r g o s


R e c o n q u is t a 8 52 F o r m a c ió n d e g u ild a s e n B ib lia d e C a r l o s e l C a l-
8 55 M u e r te del e m p era d o r e l n o r te d e E u r o p a vo
L o t a r io 864 E d ic t o d e P itre s 858 F u n d a c ió n d e V é z e l a y
8 66 A lf o n s o I I I , r e y d e C a s - 869 L a s c iu d a d e s deben
tilla a m u r a lla r s e
8 70 R e p a r t ic ió n c a r o lin g ia L o s ju d ío s r a d a n ita s S a lt e r io d e U t r e c h t
de M erseen I n ic io de la fo r m a c ió n
8 70 -8 71 E l « añ o t e r r ib le » e n d e lo s p r in c ip a d o s te rri- 8 7 1 M o n a s t e r io St. G érau d
I n g la t e r r a to r ia le s d ’ A u r il a c
871-899 A l f r e d o , rey de
W esses 8 73 W e s t w e r k d e C o r v e y
CUADRO CRONOLÓGICO 49 7

M U N D O S M E D IT E R R Á N E O S

Hechos económicos
Datos políticos Expresión cultural
y sociales
775
7 7 5 M u e r te del c alifa al- 7 7 6 P r in c ip a d o d e T a h e r t e n M e z q u it a d e C ó r d o b a
M an sür c o n e x ió n c o n e l S a h a r a
7 7 7 B a u t is m o d e lo s b ú lg a -
78 3 P a z g r e c o - á r a b e ros
786-809 H S r ú n , c a lifa 7 8 6 M a s a c r e d e lo s a lid e s
78 7 H u id a d e I d ris s a l M a - 78 7 C o n c il io ic o n o d u lo de
g r ib N ic e a

790 R it o m a lik it a

T r a d u c c ió n d e E u c lid e s
7 9 7 I r e n e , e m p e r a t r iz al á ra b e
800
800 L o s id r is íe s e n M a r r u e - 800 F u n d a c ió n d e F e z Vida d e S a n F ila r e t o
eos I n t r o d u c c ió n d e l O in d io
L o s a g la b fe s e n T ú n e z D e s a r r o ll o d e la s cu ltu - T r a d u c c io n e s d e A r is t ó -
8 1 1 K r u m , r e y d e lo s b ú lg a - ras d e c a ñ a , d e a r r o z y te le s, P t o lo m e o , A r q u í-
ro s d e a lg o d ó n en Iraq m e d e s , e tc
M u e r te d e N i c é f o r o
8 13 -8 3 3 a l- M a ’ m ú n , c a lif a
8 18 -8 7 9 T a h ir íe s y s a m a n íe s 8 18 R it o s h a fí
en Irá n
820 C r e ta r e o c u p a d a p o r el 820 O b r a d e a l-J w á r z im í
Isla m

825
830-845 L o s a g la b íe s e n S ici- 830 B lo q u e o d e l t r ig o e g ip -
lia e I ta lia CÍO A p e r t u r a d e « c a sa s d e la
836 F u n d a c ió n d e S a m a r r a s a b id u ría »
840 C r e a c ió n d e la g u a r d ia M e t o d io , p a tria rc a
m a m e lu c a 843 F in d e la ic o n o c la s ia
845 S aq u e o d e R o m a p o r el D e s a r r o ll o d el iqtff V i a je s d e I b n K u r d a d b ih
I s la m

F o r m a c ió n de la G ran
M o ra v ia

850
L o s tu rc o s d e T r a n s o x ia -
na
8 5 2 -8 8 9 B o r i s I , z a r d e lo s M ercad eres « ru s o s » en 8 55 M u e r te d e I b n H a n b a l
b ú lg a r o s C o n s t a n t in o p la R it o h a n b a lit a
« A r t e d e S a m a r ra »
862 R iu r ik en N o v g o ro d L o s ju d ío s r a d a n ita s 863 U n iv e r s id a d d e la M a g -
n a u ra
864 F u n d a c ió n d e K i e v Epanagdgé d e B a s ilio
865 M is io n e s de C ir ilio y
8 67 U s u r p a c ió n d e B a s ilio I 8 6 9 -8 78 R e v u e l t a s e r v il de M e t o d io
868 L o s t u lu n íe s e n E g ip t o lo s z e n d j 8 67 F o c io , p a tr ia r c a

3 2 , — FOSSÍER, I
4 98 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 35 0 -9 5 0 CUADRO CRONOLOGICO 499

MUNDOS GERMANO-CELTAS MUNDOS MEDITERRÁNEOS

Datos políticos Expresión cultural Datos políticos Expresión cultural


y sociales y sociales
875 875
875 Carlos el Calvo, empe- 877 Revuelta cármata León el Matemático
rador 877 Capitular de Quierzy Las basílicas
878 Creación del Danelaw Libro del Eparca 879 Mezquita de Ibn Tulíln
en Inglaterra 880 Cantilena de Santa Eu- 883 Primera acuñación vene- en El Cairo
879 Bosón proclamado rey lalia 886-912 León VI, empera- ciana Crónica de Teófanes
881 Derrota vikinga en Sau- 881 La palabra «feudo» 882 Muerte de Hincmar dor
court 883 Sant Miquel de Cuixa 886 Restablecimiento de la La «biblioteca» de Focio
888 Carlos el Gordo depuesto monarquía armenia 891 Muerte de Focio
Los sarracenos en Pro- 893 Último políptico (Prüm) 893-927 Simeón, zar búlgaro 893 Extensión del kommer-
venza 895 Pluralidad de los home- kion
898 Primeros raids húngaros najes 895 Los húngaros en Pano- Tablas astronómicas en
en el oeste ■ nia Irán
900 900
900 Inicio de las devastado- Utilización del astrola- 902 Sicilia enteramente mu- 900-905 Dispersión de los
nes húngaras en Alema- bio sulmana shl"íes
nia Inicios de la construc- 905 Muerte de Remigio de 909 Predicación fü.timí en el
Eduardo, rey de Wessex ción de motas castrales Auxerre Magrib 911 Tratado de comercio
905 Fundación del reino de Santiago de Composte- 913-959 Constantino Porfi- ruso-griego
Navarra la, lugar de peregrina- rogeneta Rescate de tierras por
909 Ducado de Aquitania ción ; 917 Los búlgaros amenazan los poderosos
911 Ducado de Normandía 910 Fundación de Cluny s Constantinopla
Muerte del último caro- 913-952 Construcción de ■; 921 Los fatimíes dueños del
lingio del este Minden i Magrib
923 Usurpación «robertia- Arado de ruedas en el Poemas de Ekkehard de | 922 Inicios del sufismo
na» norte del Loira Saint-Gall i 923 Muerte de Rhazes
925 ■J 925
Reagrupamientos pobla- , 929 Proclamación del califa- Redacción de los Takti- Libro de los themas
cionales ; to de Córdoba ka administrativos Libro de las ceremonias
929 Acuñación del oro ien 931-964 La «pornocracia» | Libro de la administra-
933 Reino de Arles Hispania romana i Incursiones fatimíes ha- 934 Edicto de protección de ción
936 Otón I, rey de Germa- 933 Reforma de Gorze cia Egipto la pequeña propiedad
nía Los duques alemanes 934 San Maximino de Tréve- i 935 Muerte de Ashari, codi-
937 Apogeo de los ataques llevados a la obediencia ris 941 Igor de Kiev amenaza ficador sunita
húngaros Constantinopla 944 Los amalfitanos en
941 Última mención de sier- 942 Reforma del clero an- Constantinopla
vo en Francia septen- glosajón 945 Los bílyíes en Bagdad
trional 946 Catedral de Clermont
i
950 950
951 Expedición de Otón a Nuevas murallas en Gé- Flodoardo j 950 Muerte de Al-Farabí
Italia nova ” Terminación de la mez-
955 Lechfeld y Recknitz Abadía de Gernrode quita de Córdoba
958 Sublevación urbana en
Cambrai Libro de los milagrosde
962 Coronación de Otón Ste. Foy y estatua Con- 961-964 Los griegos retoman 962 El Gran Lavra del At-
emperador ques Creta y Chipre hos

969 Los fatimíes en Egipto 969 Fundación de El Cairo


BIBLIOGRAFIA

Esta lista de títulos, en general bastante recientes, no tiene otra pretensión que la de
ayudar al lector a satisfacer la curiosidad despertada por el carácter necesariamente con-
densado de la obra. Por razones comprensibles, la proporción de libros escritos en francés
es muy amplia.

EL OCCIDENTE «BÁRBARO»

P resentación de conjunto de problemas y estudios globales por regiones y períodos

I.° Manuales

En la colección Hachette-Université:
Balard, M., J.P. Genet y M. Rouche, Des Barbares á la Renaissance, 1973.

En la colección «U» (A. Colin):


Chelini, J., Histoire religieuse de l’Occident médiéval, 1968.
Fossier, R ., Histoire sociale de l'Occident médiéval, 1970.
Fournier, G., L'Occident de la fin d u V e á la fin du 1X‘ s,, 1970.
Fourquin, G ., Histoire économique de l'Occident médiéval, 1969.

En la colección «Nouvelle Clio» (P.U.F.):


Doehaerd, R., L e haut Moyen A ge occidental, économies et sociétés, 1971; hay trad. cast.:
Occidente durante la Alta Edad Media, Labor, Nueva Clío, Barcelona, 1974.
Musset, L., Les invasions, 19692, 2 vols.; hay trad. cast.; Las invasiones. Labor, Barcelona,
Nueva Clío, 19823.

En la colección «Glotz; Histoire générale du Moyen Áge»;


Lot, F., C. Pfister y F.L. Ganshof, Les destinées de l’Empire en_ Occident de 395 á 888,
1940.

Véase también:
Dhondt, Jan, La A lta Edad Media (trad. cast.), Siglo XXI, Madrid, 198310.
Falz, R., A. Guillou, L. Musset y J. Sourdel, D e l ’Antiquité au monde médiéval, París,
1972.
BIBLIOGRAFÍA 501

Lot, F., La fin du monde antique et le début du Moyen Age, París. 19682.
Riché, P., Grandes invasions et Empires (fin TV‘ -début X Ie), 1968.

2.° Estudios por grandes fases cronológicas

Las invasiones:
Daniélou, J. y H .I. Marrou, Nouvelle histoire de l’Eglise, 1: Des origines á Grégoire le
Grand, 1963; hay trad. cast.: Nueva historia de la Iglesia, Cristiandad, Madrid, 1964.
Joris, A., Du Ve au milieu du VIIP siécle: á la lisiére de deivc mondes, Bruselas, 1978.
Riché, P . , Les invasions barbares (Que sais-je?), 19684.
Settimane... di Spoleto, 5: Caratteri del secolo VII in Occidente, Hspoleto, 1958.
Wolfram, H., Geschichte der Goten, Viena, 1976.

Los carolingios:
Boussard, J., Charlemagne et son temps (Univers des connaissances), 1968; hay trad. cast.
en Guadarrama, Madrid, 1968.
Fichtenau, H., D as karolingische Imperium. Solíale une geistige Problematik eines Gross-
reiches, Zurich, 1949.
Karl der Grosse. Lebenswerk und Nachleben, Dusseldorf, 1965-1966, 4 vols.
Perroy, E ., L e monde carolingien, 1973.
Tessier, G ., Charlemagne, 1967.

Período postcarolingio:
Boüard, M. de, Les Vikings, 1968.
Fasoli, G., «Point de vue sur les incursions hongroises au Xe siécle», en Cah. de civ. méd.
(1959).
Haenens, A. d’, L es invasions normandes: une catastrophe? (Questions d’histoire), 1970.
Mor, C.G., L'etá feudale, Milán, 1952.
Occident et Orientan X e s. (Actes coll. médiév.), Dijon, 1979.
Sawyer, P. H., T he A ge o f the Vikings, Londres, 1962.
Steensthrupp, J., Les invasions normandes en France, 1969.
Zimmermann, H., D as Dunklejahrhundert, Graz, 1971.

Algunos estudios regionales:


a) Galia y Aquitania:
Auzias, L., L ’Aquitaine carolingienne, Toulouse, 1937.
Fossier, R., La terre et les hommes en Picardie jusqu'á la fin du X IIP s., París-Lovaina,
1968.
Foumier, G., L e peuplement rural en Basse-Auvergne, 1962.
— , Les Mérovingiens (Que sais-je?), 19692.
Perrin, O ., Les Burgondes, Neuchátel, 1968.
Roblin, M., L e terroir de París aux époques gallo-romaine et franque, 19712.
Rouche, M., L ’Aquitaine, des Wisigoths aux Arabes, 418-781, 1979.
Salin, E., La civilisation mérovingienne, 1950-1960, 4 vols.
Tessier, G., L e baptéme de Clovis, 1964.

b) Zona germánica y escandinava:


Cuvillier, J.P . , L'Allem agne médiévale: naissance d ’un Etat, 1979.
Faider-Feytmans, G., La Belgique á l ’époque mérovingienne, Bruselas, 1964.
Ganshof, F .L . , La Belgique carolingienne, Bruselas, 1958.
502 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Holtzmann, R., Geschichte der sachsischen Kaiserzeit, Munich, 19553.


Musset, L . , Les peuples scandinaves au Moyen Age, 1951.
Perrin, C.E., L ’Allemagne et l’ltalie de 843 á 962, C.D.U., 1953.

c) Anglosajones:
Hadrill, J.M. Wallace, English Kingship and the Continent, Oxford, 1971.
Hodgkin, R.K., A History o f the Anglo-Saxons, Londres, 19523, 2 vols.
Levison, W., England and the Continent in the eighth Century, Oxford, 1956.
The Oxford History o f England, Oxford, 1957-1962.
Stenton, F., Anglo-Saxon England, Oxford, 19472.
Whitelock, D.H., The Beginnings o f English Society, Londres, 1956.
Wilson, D., The Anglo-Saxons, Londres, 1971.

d) Penínsulas mediterráneas:
Abadal y de Vinyals, R. d’. Del reino de Tolosa al reino de Toledo, Madrid, 1960.
Berolini, O., Roma di fronte a Bizancio e ai Longobardi, Bolonia (t. IV, Storia di Roma),
1941.
Cilento, N., Italia meridionale longobarda, Milán, 1966.
Menéndez-Pidal, R ., Historia de España, Madrid, vols. III-V, 1947-1957.
Orlandis, J ., Historia social y económica de la España visigoda, Madrid, 1975.
Pérez de Urbel, J., España cristiana, 711-1038, Madrid, 1956.
Thompson, E. A . , The Goths in Spain, Oxford, 1969; hay trad. cast.: L os godos en España,
Alianza, Madrid, 19792.
Valdeavellano, L. de, Historia de España, Madrid, 1968.

C uestiones económicas y sociales

l.° Presentación global

Bloch, M., «Les invasions: deux structures économiques», en Ann. d’hist. sec. (1945).
Boutruche, R., Seigneurie et féodalité: le premier age des liens d'homme d homme, 19682;
hay trad. cast.: Señorío y feudalismo, Siglo XXI, Madrid, 1979-1980, 2 vols.
Daumas, M., Histoire générale des techniques, París, vol. 1, 1962.
Ganshof, F.L., Qu'est-ce que la féodalité?, 19626; hay trad. cast.: E l feudalismo, Ariel, Bar­
celona, 19827.
Latouche, R., Les origines de l’économie occidentale, IVe-IX‘ s., 19702; hay trad. cast. en
U TEH A , México, 1957.
Lelong, C., La vie quotidienne en Gaule á l’époque mérovingienne, 1963,
Magnou-Nortier, E ., Foi et fidélité: recherches sur l’évolution des liens personnels chez les
Francs du V lle au 1X‘ siécle, Toulouse, 1976.
Riché, P., La vie quotidienne dans l’Empire carolingien, 1978.
Singer, C., A History o f Technology, Oxford, vol. 2, 1956.
Tellenbach, G., Vom karolingischen Reichsadel zum deutschen Reichsfiirstenstand, Berlín,
1943.
Verlinden, C., L ’ esclavage dans l’Europe médiévale I: Péninsule ibérique—France, Brujas,
1955.

2.” La tierra

Chapelot, j . y R. Fossier, Le village et la maison au Moyen Áge, 1980.


BIBLIOGRAFÍA 503

Duby, G., L'économie rurale et la vie des campagnes en Occident..., 1962, 2 vols.; hay
trad. cast.: Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Península, Bar­
celona, 1968.
Ganshof, F.L., Manorial Organisation in the Low-Countries in the 7th, 8th, 9th Centuries
(Trans. of the Roy. Soc.), Londres, 1949.
Lesne, E., Histoire de la propriété ecclésiastique en France, Lille, 1910-1943, 8 vols.
Medieval Settlement, Londres, 1976.
Rouche, M., «La faim á l’époque carolingienne: essai sur quelques types de rations alimen-
taires», Rev. hist. (1973), pp. 259-320.
Settimane... di Spoleto, Agricoltura e mundo rurale in Occidente..., Espoleto, 1966.

3. ° La ciudad y el comercio

Ennen, E . , Frühgeschichte des europaischen Stadt, Bonn, 1953.


Ganshof, F.L., Étude sur le dévsloppement des villes entre Loire et Rhin, 1943.
Grierson, P., “Carolingian Europe and the archaeology: the myth of the Mancus”, en Rev.
belge de philol. et d’hist., (1954).
Lewis, A .R., Naval Power and Trade in the Mediterranean, A D 500-1000, Princeton, 1958.
Lewis, A .D ., The Northern Seashipping and Commerce in Northern Europe, A D 300-1000,
Princeton, 1958.
Lombard, M., «L’or musulmán du V IIe au X Ie s.», en Annales d’hist. soc. (1947).
López, R.S., East and West in the early Middle A ges Economic Relations, Florencia, 1955
(Roma).
Pirenne, H ., Mahomet et Charlemagne, 19702; hay trad. cast.: 'Aiahorna y Carlomagno,
Alianza, Madrid, 19813.
Settimane... di Spoleto. Citta nell’alto medioevo, Espoleto, 1959. Moneta e scambi n ell’alto
medioevo, Espoleto, 1961.

E xpresión cultural de Occidente

1.0 Las formaciones políticas

Bonnaud-Delamare, R., L ’idée de paix á l ’époque carolingienne, 1939.


Dhondt, J., Étude sur la naissance des principautés territoriales en France, Brujas, 1943.
Ewig, E., «Résidence et capitale pendant le haut Moyen Áge», en Rev. hist. (1963).
Folz, R . , La naissance du Saint Empire, 1967.
— , Le couronnement impérial de Charlemagne, 1964.
— , L ’idée d’Empire en Occident, 1953.
Ganshof, F.L., Recherches sur les capitulaires, 1958.
— , The Carolingians and the Frankish Monarchy, Londres, 1971.
— , The Frankish Institutions under Charlemagne, Providence, 1968.
Flalphen, L., Charlemagne et TEmpire carolingien, 19682; hay trad. cast. en UTEFIA, Mé­
xico, 1956v
— , «L’idée d’É tat sous les Carolingiens», en Rev. hist. (1939).
Mitteis, H., Der Staat des hohen Mittelalters, Weimar, 1955.
Tellenbach, G., Die Entstehung des deutschen Reiches, 19463.
Ullmann, W., The Carolingian Renaissance and the Idea o f Kingship, Londres, 1969.
504 r .... LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

2.a Las formas intelectuales y artísticas

Heitz, C., L'architecture religieuse, París, 1980


Hubert, J., L'art prérornan, 1939.
Hubert, J., J. Porcher y V. Volbach, L'Em pire carolingien (FUnivers des formes), 1968;
hay trad. cast.: E l Imperio Carolingio, Aguilar, Madrid, 1968.
— , L ’Europe des invasions, (l’Univers des formes), 1967.
Laistner, M,. Thought and Letters in Western Europe, A D 500-900, Londres, 19572.
Riché, P., De l'éducation antique á l’education chevaleresque (Questions d’histoire), 1968.
— , Écoles et enseignement dans le haut Moyen Age, París, 1979.
Rouche, M., L'éducation en Fronte, vol. 1, París, 1981.
Verlinden, C., Les origines de lafrontiére linguistique en Belgique e tla civilisation franque,
Bruselas, 1955.
Wolff, P., L es origines linguistiques de l'Europe occidentale, 1971.
— , L ’éveil intellectuel de l’Europe, 1971.
Zumthor, P., Histoire littéraire de la France médiévale (VP-XFA), 1954.

EL ORIENTE BIZANTINO

P resentación de conjunto de problemas y estudios globales por periodos

l . ú Manuales

Bréhier, L., L e monde byzantin, 1969-19702, 3 vols.; hay trad. cast. en UTEHA, México,
1956.
Cambridge Medieval History, vol. TV: The Byzantine Empire, Cambridge, 1967-1968, 2
vols.
Ducellier, A., L e drame de Byzance: idéal et échec d’une société chrétienne, 1976.
— , Les Byzantins (Le temps qui court), 19702.
—, M. Kaplan y B. Martin, L e Proche-Orient médiéval (Hachette-Univ.), 1978.
Guillou, P La civilisation byzantine (Les grandes civilisatións), 1975.
Lemerle, P., Histoire de Byzance (Que sais-je?), 19563.
Ostrogorsky, G., Histoire de l'État byzantin, 19762; hay trad. cast.: Historia del Estado bi­
zantino, Akal, Madrid, 1983.

2.a Fases y regiones

a) Períodos cronológicos:
Jenkins, R.H., Byzantium, the Imperial Centuries, A D 610-1071, Nueva York, 1969.
Jones, A.H.M., The later Román Empire (284-602), Oxford, 1964.
Rubín, B., Das Zeitalter Justinian, Berlín, 1960.
Stein, E., Histoire du Bas-Empire (284-565), 1959, 2 vols.
Stratos, A.N., Byzantium in the Seventh Century, 602-634, La Haya, 1968.
Vasiliev, A.A., Justin the First: an introduction to the epoch o f Justinian, Cambridge
(Mass.), 1956.

b) El Oeste y el Centro:
Dvomik, F., Les Slaves (trad. fr.), 1970.
Gordon, C.D., Byzantium and the Barbarians, 1972.
Guillou, A., Régionalisme et indépendance dans l’Empire byzantin: l’exemple de l’exarchat
et de la Pentapole d’Italie, Roma, 1969.
L e m e r l e , P . , « I n v a s i o n s e t m ig r a t i o n s d a n s le s B a l k a n s d e p u i s la f in d e l ’é p o q u e r o m a in e
Rev. hist. ( 1 9 5 4 ) .
j u s q u ’ a u V H P s ié c le » , e n
P o r t a l, R . , Les Slaves: peuples et nations (VIP-X X ’ s.) ( C o l l. D e s t i n s d u m o n d e ) , 1 9 6 5 .
R u n c im a n , S ., A History o f the first Bulgarian Empire, L o n d r e s , 19 3 0 .

c) E l E ste :
A h r w e i l e r , H . , « L ’A s i e M i n e u r e e t l e s in v a s io n s a r a b e s » , e nRev. hist. ( 1 9 6 2 ) .
B ra tia n u , G ., La mer Noire des origines á la conquéte ottomane, M u n i c h , 1 9 6 9 .
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C a h e n , C . , « L a p r e m i é r e p é n é t r a t i o n t u r q u e e n A s i e M i n e u r e » , e n Byzantion (1 9 4 8 ) .
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O b o l e n s k y , D . , The Byzantine Commonwealth, L o n d r e s , 1 9 7 1 .
P i g o u l e v s k a y a , N . , ‘B i z a n c i o e I r á n e n t r e lo s s ig lo s V I y V I I ’ , M o s c ú , 1 9 4 6 ( e n r u s o ) .

3 .a E l emperador y la Iglesia

a ) E l b a s ile u s y su s p o d e r e s :
A h r w e ile r , H ., Études sur les structures administratives et sociales de Byzance (V a r io r u m
R e p r in ts ) , 1 9 7 1 .
—, L'idéologie de i’Empire byzantin, 19 76 .
Bull.
— , « R e c h e r c h e s s u r l ’ a d m i n is t r a t io n d e l ’E m p i r e b y z a n t i n a u s I X e e t X ' s ié c le s » e n
corres, hell. ( 1 9 6 0 ) .
C a m e r o n , A . , Circus factions. Blues and Greens at Rome and Byzantium, O x f o r d , 1 9 7 6 .
— , Continuity and Changes in sixth Century Byzantium ( V a r i o r u m R e p r i n t s ) , 1 9 8 1 .
G r a b a r , A . , L ’empereur dans l’art byzantin, 1 9 7 1 2.
O i k o n o m i d é s , N . , L es listes de préséance byzantines des IX‘ et X ‘ siécles, 1 9 7 2 .
S v o r o n o s , N . , Études sur l’organisation intérieure, la société et l’économie de l’Empire by­
zantin ( V a r i o r u m R e p r i n t s ) , 1 9 7 4 .

b ) A l g u n o s p r o b le m a s r e l ig io s o s :
A le x a n d e r , P .J .,The Patriarch Nicephorus ofConstantinople. Ecclesiastical Policy and ima-
ge worship in the byzantine Empire, O x f o r d , 19 5 8 .
B a r n a r d , L . W . , The Graeco-Roman and Oriental Background o f the iconoclasmic Contro-
versy, L e i d e n , 1 9 7 4 .
B r o w n , P . , « T h e R i s e a n d F u n c t io n s o f t h e H o l y M a n in L a t e A n t i q u i t y » , e n Journ. Rom.
Stud. (19 7 1).
B r y e r , A . y J. H e r r ín , Iconoclasm, B ir m i n g h a m , 1 9 7 7 .
D a g r o n , G . , « L e s m o in e s e t l a v i l l e : le m o n a c h is m e á C o n s t a n t i n o p l e j u s q u ’ a u c o n c i l e d e
Centre de rech, d’hist, et de civ. byz. ( 1 9 7 0 ) .
C h a lc é d o in e (4 5 1)» , e n
D v o m ik , F . , The Idea o f Apostolicity in the Byzantium and the Legend o fA p o stle Andrew,
H a r v a r d , 19 58 .
G ra b a r, A ., L ’Iconoclasme. Dossier archéologique, 1 9 5 7 .
H o n in g m a n , E ., Le couvent de Barsauma et le patriarcat jacobite d'Antioche et de Syrie,
L o v a in a , 19 5 4 .
K a r l i n - H a y t e r , P . , « L e s y n o d e á C o n s t a n t i n o p l e d e 8 8 6 á 9 1 2 e t le r ñ le d e N i c o l á s le M y s -
tiq u e ...» e n Jahrbuch Ósterr. Byzanti. (19 7 0 ).
L e m e r l e , P . , « L ’ h i s t o i r e d e s P a u li c i e n s d ’A s i e M i n e u r e d ’ a p r é s le s s o u r c e s g r e c q u e s » , e n
Centre de rech. d’hist. et de civ. byz. ( 1 9 7 3 ) .
M a sp e ro , G .,Histoire des patriarches d’Alexandrie depuis la m orí de l’empereur Anastase
jusqu’á la réconciliation des Églises jacobites (518-616), 1 9 2 3 .
506 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Cuestiones económicas y sociales

1 . 0 Problemas de sociedad

Charanis, P., Studies on the Demography o f the Byzantine Empire (Variorum Reprints),
1972.
Le féodalisme á Byzance. Problémes du mode de production dans l’Empire byzantin (Rech.
interjijá Ja lumiére du marx.), 1974.
Jhcóby) D., Société et démographie á Byzance et en Romanie latine (Variorum Reprints),
l¿p5v-r '
Morris,,R.‘, «The Powerful and the Poor in tenth-century Byzantium: law and reality», en
Past and Present (1976).
Ostrogorsky, G., «Observations on the Aristocraty in Byzantium», en Dumbarton Oaks
Papers (1971).
Patlagean, E., Pauvreté économique et pauvreté sociale á Byzance, TVe-VIIe s., 1977.
— , Structures sociales, famille, chrétienté á Byzance, TV’-X P s. (Variorum Repiints), 1981.
Starr, J., The Jews in the Byzantine Empire (641-1204), Atenas, 1939.

2.a Ciudad y campo

Ahrweiler, H., Byzance et la mer..., 1966.


— , Byzance: les pays et les territoires (Variorum Reprints), 1976.
Antonianis-Bibicou, H ., Recherches sur les douanes á Byzance, 1963.
Beck, H. G., Ideen und Realitaten im Byzanz, Bonn, 1972.
— , Studien zur Frühgeschichte Konstantinopels, Munich, 1973.
Boulnois, L., La route de la solé, 1963.
Dagron, G., Naissance d’une capitale. Constantinople et ses institutions de 330 á 451, 1974.
Eickhoff, E., Seekrieg und Seepolitik zwischen Islam und Abendland, Berlín, 19662.
Grierson, P., «Coinage and Money in the Byzantine Empire, 498-1090», en Settimane...,
Espoleto (1961). i
Janih, R., Constantinople byzantine, 19642.
Kirstep, E., «Die byzantinische Stadt», en Berichten z. X I intern. Byz■ Kongress (1958).
Lemerle, P., «Esquisse pour une histoire agraire de Byzance», en Rev. hist. (1958).
Lewis, A .R., Naval Power and Trade in Mediterranean, A D 500-1000, Princeton, 1951.
López, R.S., Byzantium and the World around its economic and institutional relations (Va­
riorum Reprints), 1978.
Morrisson, C., «La dévaluation de la monnaie byzantine au XIe siécle: une réinterpréta-
tion», en Centre de rech. d ’hist. et de civ. byz. (1976).
Svoronos, N., «Sur quelques formes de la vie rurale h Byzance», en Annales E.S. C. (1956).
Tchalenko, G., Les villages de Syrie du nord..., 1953-1958, 3 vols.
Teall, J.L., «The grain supply of the Byzantine Empire, 330-1052», en Dumbarton Oaks
Papers (1959).

E xpresión cultural

Byzantine Books and Bookmen, Dumbarton Oaks Papers (1975).


Dagron, G., «Aux origines de la civilisation byzantine: langue de culture el langue d’Etat»,
en Rev. hist. (1969).
Delvoye, G ., L ’art byzantin, 1967.
Grabar, A., L ’áge d ’ or de Justinien (l’Univers des formes), 1966, 2 vols.
BIBLIOGRAFÍA 507

— , La peiníure byzantine, Ginebra, 1953.


Lemerle, P., L e premier kumanisme byzantin. Notes et remarques sur enseignement et cul­
ture á Byzance des origines au X e siécle, 1971.
— , Le style byzantin, 1943.
Peeters, P., L e tréfonds oriental de l’hagiographie byzantine, Bruselas, 1950.

EL MUNDO MUSULMÁN

P resentación general del Islam

l .° Estudios de conjunto

Cahen, C., L ’Islam des origines á l'empire ottoman (Coll. Fischer), 1970; hay trad. cast.:
E l Islam. Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, Siglo XXI, Ma­
drid, 19847.
Cambridge History o f Islam, vols. 1 y 2, Cambridge, 1970.
Ducellier, A., M. Kaplan y B. Martin, Le Proche-Orient médiéval (Hachette-Université),
1978.
Elisseeff, N., L ’ Orient musulmán au Moyen Age (Coll. «U», A. Colín), 1977.
Encyclopédie de l’Islam, 2? ed., a partir de 1960.
Grunebaum, G.E. von, L ’Islam médiéval (trad. fr.), 1962.
Hitti, P.K., History o f the Arabs, Londres, 1956a.
Hodgson, M.G.S., The Venture o f Islam. Conscience and History in a Worldcivilization,
Chicago, 1974, 3 vols.
Lewis, B., Les Arabes dans THistoire, Neuchátel (trad. ir.), 1958 (hay trad. cast. en Espa-
sa-Calpe, Madrid, 1956).
Mantran, R., L ’expansion musulmane, VIT-IX* s. (Nouvelle Clio), 1969; hay trad. cast.:
La expansión musulmana, Labor, Nueva Clío, Barcelona, 1973.
Miquel, A ., L ’Islam et sa civilisation (Destins du monde), 1968.
Sauvaget, J. y C. Cahen, Introduction á l’histoire de l ’Orient musulmán, 19612.
Sourdel, D., Histoire des Arabes (Que sais-je?), 1976; hay trad. cast.: E l Islam, Oikos-Tau,
Vilassar de Mar, 1973.
Sourdel, D. y J ., La civilisation de l’Islam classique (Grandes civilisations), 1968; hay trad.
cast.: La civilización del Islam clásico (Las grandes civilizaciones), Juventud, Barcelo­
na, 1981.

2 .a Algunos puntos de vista particulares

Cahen, C., «Points de vue sur la révolution abbasside», en Rev. hist. (1963).
— , L es peuples musulmans dans l ’histoire médiévale, Damasco, 1977.
Lombard, M ., L ’lslam dans la premiére grandeur, VIIIe-XT s., 1971.
Shaban, M.A., Islamic History A D 600-750: a new ínterpretation, Cambridge, 1971; hay
trad. cast.: Historia del Islam, Labor, Barcelona, 1976, 1979, 2 vols.
— , The Abbassid Révolution, Cambridge, 1970.
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508 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

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INDICE ONOMASTICO

cAbbás, tío de Mahoma, 192, 219 Agustín, arzobispo de Canterbury, 112, 113
'abbasíes, familia de califas, 183, 194, 201, Agustín, san, 38, 45, 75, 78, 110, 409, 420,
203, 208, 217-218, 219-224, 235, 237-240, 430
243, 245, 247, 249, 256, 259, 264 Ahaholfingianos, linaje de Suabia, 381
cAbd al-Malik, califa omeya, 201, 208 Ahima=az de Oria, escritor judío, 328
cAbd al-Ráhmán I, emir de Córdoba, 356 Alarico, rey visigodo, 38, 45, 78
'Abd-al-Rahmán III, califa de Córdoba, 467 Alarico II, rey visigodo, 108
'Abd Alláh, general árabe, 198 Alberico, marqués de Espoleto, 380-381
Abgar, rey de Edesa, 347 Alcuino, monje anglosajón, 360, 389, 413,
Abraham, profeta, 185, 187-188, 215 422-425, 438, 451
Abraham de Zaragoza, mercader judío, 268 Alejandro, hermano de León VI, 345
Abü Bakr, califa, 192, 194 Alejandro, hijo de Basilio I, coemperador bi­
Abu Hanifa, jurisconsulto árabe, 255 zantino, 329, 333-336
Abü-l-'Abbás, califa cabbásí, 218, 219, 221 Alejandro el Aceneta, monje griego, 153
Abü Ma'shar, sabio árabe, 242 Alejo I Comneno, emperador griego, 343
Abü Muslim, emir árabe, 213, 215, 217 Alejo Moselé, oficial griego, 285, 294
Abü Qurra, teólogo árabe, 193 Alfonso I, re,y de Asturias, 356
Abü Saláma, visir cabbásí, 217, 220 Alfonso II, rey de Asturias, 362-363, 377
Abü Tálib, tío de Mahoma, 186 Alfredo el Grande, rey de Wessex, 375, 380,
Abü Yüsuf, jurista árabe, 209, 228, 255 400-401, 406, 427, 460, 474
Abü Zayd, comerciante persa, 261 cAli, familia árabe, 193, 216, 217-218, 219,
Acacio, patriarca de Constantinopla, 157 221-222, 237, 270
Achot Bagratuni, rey de Armenia, 347 cAlí, yerno de Mahoma, califa, 186, 192-193,
Adalardo, abad de Corbie, 365, 366, 389, 194, 195, 215-216, 217
425, 441 'Alt al-Ridá, príncipe aliado, 222
Adalgag, obispo de Hamburgo, 414 Amand, san, evangelizador, 113
Adelaida, reina de Italia, 382 Ambrosio, san, obispo de Milán, 51, 69, 73
Adralestos, estratega griego, 337 Amin, al-, califa cabbásí, 221, 240, 256
Adriano, abad, 422 cAmr, general árabe, 188, 194, 256
Adriano, emperador romano, 76 Ana, esposa de Svjatoslav de Kiev, 345
Adriano I, papa, 359, 360, 460 Anastasio, emperador de Bizancio, 82, 125,
Aecio, general romano, 79 130, 157-160, 162, 319
Aelfric, pedagogo, 427 Anastasio, monje griego, 276
Aethelstan, rey de Wessex, 376, 379 Anastasio II, 280; v éa se ta m b ié n Artemio
Aetio, eunuco bizantino, 296, 300 Andrónico Ducas, general bizantino, 335,
Ágata, princesa bizantina, 337 337
Agilulfo, rey lombardo, 109 Anfiloquio, obispo de Cízica, 327
Agobardo, arzobispo de Lyon, 365, 366, 390- Angilberto, abad de Saint-Riquier, 472
391, 406-408, 409, 416, 425, 460' • Angilram, obispo de Metz, 393, 409
ÍNDICE ONOMÁSTICO 511

Anicios, familia romana, 162 Banü Qays, tribu árabe, 195; véa se ta m b ié n
Anscario, misionero, 365, 413 qays
Ansegisel, patrimonio austrasio, 440 baráníes, tribu berebere, 226
Antenor, patricio de Provenza, 355 Bardanes Turco, general bizantino, 299
Antonio, san, eremita, 116, 145 Bardas, príncipe bizantino, 285, 300, 306-307,
Apiones, familia de Egipto, 169 336
Apolinar, patriarca de Alejandría, 171 Bardas Focas, general griego, 338-339
Apsimar, comandante y emperador bizanti­ Barmakíes, visires de los ‘abbásíes, 183, 221,
no, 272; v é a s e ta m b ié n Tiberio II 223
Aqueménidas, familia real persa, 247 Barsauna, monje sirio, 153
Arcadio, emperador de Oriente, 50, 120, 128 Basilio I, emperador bizantino, 295, 296, 297,
Arculfo, peregrino, 259 300, 303, 304-305, 306, 313, 317-320, 322,
Ardaburius, general romano, 156 324, 326-334, 337-338, 340, 341, 343, 347,
Ardzrunis, familia armenia, 312, 347 348, 350, 370
Aretas de Patras, arzobispo de Cesárea de Basilio II, emperador de Bizancio, 325, 336.
Capadocia, 332, 335 345
Argiro, familia bizantina, 337 Basilio, patricio de Occidente, 88
Ariadna, emperatriz bizantina, 156 Basilio, san, monje griego, 63, 116
Aridio de Limoges, senador galorromano, Basilio de Cesárea, canónigo griego, 13S,
92 148, 152-154, 294, 295
Ariperto I, rey de los lombardos, 85, 109 Basilio el Pájaro, príncipe bizantino, 337
Aristóteles, filósofo griego, 241, 427 Basiliscos, ministro griego, 156-157
Am, arzobispo de Salzburgo, 413, 445 Beda el Venerable, monje sajón, 422, 427
Amulfianos, familia carolingia, 355 Begga, princesa austrasiana, 440
Amulfo, rey de Gennania y emperador, 369, Belisario, general bizantino, 83, 90, 160, 163
372, 378, 394 Benito Biscop, monje anglosajón, 113, 422
Amulfo, san, obispo de Metz, 118 Benito de Aniane, san, 365, 389, 406, 412,
Amulfo de Carintia, príncipe carolingio, 375 435
Arquímedes, sabio griego, 241 Benito de Nursia, san, 117-119, 410-411, 420-
Arrio, sacerdote, 81, 108, 139 421, 422, 455
Arsaber, general bizantino, 299, 301 Benjamín, patriarca de Constantinopla, 182
Artavasdos, comandante y emperador bizan­ Berenguer de Friul, rey de Italia, 369, 372,
tino, 281, 285, 288, 290 437
Artemio, general y emperador bizantino, Bernardo, marqués de Septimania, 441
280, 283; V éa se ta m b ié n Anastasio II Bernardo de Italia, príncipe carolingio, 366
Asad ibn al-Furát, cadí de Qayrawán, 251 Bernardo el Monje, monje griego, 259, 261
Ashor Bagratuni, príncipe de Armenia, 312 Bernardo Plantevelve, marqués de Septima­
Aspar, general bizantino, 156 nia, 441
Asparuc, jan de los ávaros, 278 Bemon, abad de Cluny, 412
Astolfo, rey de los lombardos, 356 Berthe, hija de Carlomagno, 472
Atanagildo, rey visigodo, 83, 84 Bertoaldo, administrador merovingio, 89
Atanasia de Egina, matrona griega, 349 Bihafarid, agitador persa, 215
Atila, rey de los hunos, 38, 79 Bilál, compañero de Mahoma, 186
Augusto, emperador romano, 91, 127, 445, Boecio, filósofo, 91, 421, 427
475 Bogomil, pope búlgaro, 346
Avito, emperador romano, 91 Bonifacio, san, evangelizador, 113, 389, 409,
421; v é a s e ta m b ié n Wynfrith
Boris de Bulgaria, zar llamado Miguel, 311,
Bábak, agitador persa, 215 315, 343-344, 345
Babenberg, linaje de Franconia, 381 Boson, rey de Provenza, 369, 371-372, 378,
bagratunis, familia real armenia, 312 441
bakr, tribu árabe, 209 Brunequilda, reina franca, 389
Balduino I, conde de Flandes, 378 Brunón, arzobispo de Colonia, 334, 382
Balduino II, conde de Flandes, 378 Burgred, rey de Mercia, 463
Balthos, familia real visigoda, 101, 385 büyíes, visires de ios ‘abbásíes, 264
512 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Buzurg, negociante persa, 261, 268 Comneno, familia imperial bizantina, 320,
Byrhtferth, clérigo, sajón, 427 323, 348
Conradinos, linaje de Franconia, 381, 441
Conrado I, rey de Germania, 381
Calomaría, princesa bizantina, 301 Constante II el Barbudo, emperador bizanti­
Camsaracanos, linaje armenio, 285 no, 271-272, 274, 277-279
Carbeas, jefe pauliciano, 313, 329 Constantina, hija del emperador Tiberio, 173
Carlomagno, rey y emperador franco, 175, Constantino I, emperador romano, 38, 54,
269, 296, 358-366, 369, 377, 380-383, 384, 57, 59, 127, 129, 130, 132, 133, 137, 161,
389-402, 405-415, 417, 423-424, 425-427, 163, 271, 275, 291, 293-295, 302, 308, 314-
428, 429, 430, 433, 435, 437, 438, 441, 443, 315, 317, 320, 331, 333-334, 337-339, 357,
444, 450, 452-453, 455, 464, 470-472, 473- 360, 361
475 Constantino IV, emperador bizantino, 272,
Carlomán, hijo de Carlomagno, 358, 404, 442 276, 278, 279
Carlomán, rey de Francia occidental, 379, Constantino V, emperador bizantino, 281-
449 282, 285-294, 297, 301, 302-305, 315, 329,
Carlos, hijo de Carlomagno, 361-362 345
Carlos, rey de Provenza, 368-369 Constantino VI, emperador bizantino, 281,
Carlos V, rey de Francia, 22, 27 292, 296, 299, 301-302, 313, 342, 360
Carlos el Calvo, rey y emperador franco, Constantino VII, emperador bizantino, 161,
366-369, 370, 371-372, 375, 378-379, 389, 233, 291, 304, 306, 317, 320, 324, 330-339,
391, 396, 397, 401, 404-405, 430, 435, 441, 345-350
443, 453, 458, 459, 460, 462-464, 470, 471, Constantino, general romano, 78, 86
473 Constantino, hijo de León III, 288
Carlos el Gordo, emperador franco, 369-370, Constantino, papa, 280
419, 469 Constantino de Nacoleia, 288
Carlos el Niño, rey de Aquitania, 371 Constantino de Sinnada, judío, 341
Carlos el Simple, rey de Francia occidental, Constantino-Cirilo, monje griego, 306, 315
376, 378, 382 Corbiniano, evangelizador franco, 112
Carlos Martel, mayordomo de palacio, 355- Coricio de Gaza, retórico griego, 125
356, 389, 397, 406, 409, 440, 441, 459, Cosmas, comerciante griego, 344
466 Cosmas, sacerdote búlgaro, 346
carolingia, familia real, 118, 296, 347, 348, Cosmas Indicopleustes, 132, 166
354, 357, 364, 369-372, 381-383, 384-429, Cosroes I, emperador persa, 41, 163, 172
430, 435-438, 445, 447, 450, 455, 463-465, Cosroes II, emperador persa, 183
472, 473-475 Crisoqueir, jefe pauliciano, 313, 329
Casiano Baso, escritor griego, 233 Crispo, patricio bizantino, 173
Casiodoro, filósofo, 421 Cristóforo, hijo de Constantino V, 292
Catón, escritor romano, 427 Cristóforo, príncipe bizantino, 337-339
Catulfo, clérigo irlandés, 414 Currat, jefe búlgaro, 277-278
Cesáreo de Arles, san, 92, 420
Cirilo, patriarca de Constantinopla, 139
Ciro, patriarca de Alejandría, 276 Chefatia, filósofo y rabino judío, 328
Clemente, evangelizador griego y obispo de Childerico I, rey merovingio, 81
Ohrid, 344 Childerico II, rey merovingio, 84
Clodovedo, rey merovingio, 38, 81-82, 108- Childerico III, rey merovingio, 356
109, 386, 440 Chilperico, rey merovingio, 41
Clodulfo, obispo de Metz, 440 Chindasvinto, rey, 89, 439
Clotario I, rey merovingio, 82 Chlodweg, v éa se Clodoveo
Clotario II, rey merovingio, 386, 439 Chrodegang, obispo de Metz, 389, 409
Clotilde, reina franca, 109
Columbano, san, evangelizador, 111-113,
117, 118 Dagoberto, rey merovingio, 41, 84, 386, 439,
Columela, ingeniero agrónomo romano, 70, 456, 464, 474
233, 436, 453 Daniel, estilita griego, 135
ÍNDICE ONOMÁSTICO 513

David, mercader judío, 268 Estoraquio, eunuco bizantino, 293, 296, 299
Dáwüdi, al-, jurista árabe, 228, 230 Ethelberto, rey de Kent, 101, 386
Demetrio, san, 134, 174, 274, 319 Eticónidas,- familia de Alsacia, 406, 441
Dhuoda, princesa carolingia, 442 Euclides, sabio griego, 241, 304, 421
D ig e n is A k r i t a s , héroe épico griego, 313 Eudes, duque de Aquitania, 355-356
Dimashqi, al-, mercader egipcio, 258 Eudes, rey de Francia occidental, 371, 375,
Dínawari, al-, escritor árabe, 259 378, 382, 442
Diocleciano, emperador romano, 38, 282-283 Eudes de Metz, arquitecto carolingio, 428
Diofanto, sabio griego, 242 Eudocia, emperatriz bizantina, 128, 149
Dionisio de Tell-Marhé, cronista árabe, 206 Eudocia Baiana, emperatriz bizantina, 334
Dioscórides, médico griego, 241 Eudocia Ingerina, emperatriz bizantina, 300,
Djacfar, visir del califato cabbásí, 253 334
djacfarfes, familia persa, 219, 264 Eudocimo, estratega griego, 338
Djáhiz, al-, escritor persa, 260 Eufemia Lupicina, emperatriz bizantina, 160
Domiciano, obispo de Melitene, 174 Eufemio, patriarca de Constantinopla, 159
Donato, gramático romano, 74, 268 Eufrosina, emperatriz bizantina, 300
Ducas, familia bizantina, 337 Eugenio, san, 319
Eurico, rey visigodo, 88, 96, 100, 108
Eustato, obispo de Sebaste (Armenia), 152-
Hbbon, arzobispo de Reims, 428-429, 445, 153
460 Eutimio el Joven, asceta griego, 284, 341
Hberardo, marqués de Friul, 441, 464 Evagrio, cronista bizantino, 173
Hbroin, mayordomo de palacio, 355, 439
Eduardo III, rey de Inglaterra, 24
Eduardo el Viejo, rey de Wessex, 376, 379 Farábi, al-, filósofo persa, 241
Effroi, conde de Bourges, 404 Fátima, hija de Mahoma, 222
Efrén, patriarca de Antioquía, 171 fatimíes, familia de califas, 187, 206, 227,
Egbert, abad de Wearmonth, 442 255, 266
Egbert, arzobispo de York, 112 Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, 27
Egbert, rey de Wessex, 363 Fernán González, conde de Castilla, 379, 441
Egica, rey visigodo, 90, 388 Filareto de Ammia, san, 294
Egidio, general romano, 80 Filípico Bardanes, emperador bizantino, 280,
Eginardo, cronista franco, 425, 441 281, 285
Elias el joven, monje griego, 349 Filón de Bizancio, filósofo griego, 241
Eloy, san, obispo de Noyon-Tournai, 111, Filoteo, escritor griego, 332, 347
423 Filoxeno de Mabboug, obispo de Hierápolis,
Emerando, evangelizador franco, 112 159
Enrique I el Pajarero, rey de Germania, 377, Flaviano, patriarca de Antioquía, 148
381, 401, 408 Flodoardo, historiador franco, 427, 437
Epifanio de Salamina, canónigo griego, 140 Focas, emperador bizantino, 174
Erispoé, jefe bretón, 371, 401 Focas, familia bizantina, 299, 337-339
Ermoldo el Negro, escritor carolingio, 430 Focio, patriarca de Constantinopla, 301, 305,
Ervigio, rey visigodo, 440 315, 327-328, 331, 333, 335, 339-340, 346,
Escleros, familia bizantina, 338 415
Estaurico, comerciante griego, 344 Formoso, papa, 369
Esteban, abad de monte San Au-xencio, 291 Fructuoso de Braga, evangelizador hispano,
Esteban, hijo de Basilio I, 334-335 118
Esteban, hijo de Romano I, 338 Fulrad, obispo de Metz, 393
Esteban, san, 71
Esteban II, papa, 289, 356
Esteban IV, papa, 365 Gainas, jefe godo, 126
Estaban bar Sudaili, filósofo griego, 171 Galeno, emperador romano, 241
Esteban el Joven, monje griego, 289 Gall, san, evangelizador irlandés, 111
Estiliano Zautcés, oficial bizantino, 330, 334- García I, rey d e Asturias, 377
336 gassaníes, tribu árabe, 164, 176, 183

33. — fo sster, t
514 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Genserico, rey vándalo, 79, 82 Hassán ibn al-Nucmán, general árabe, 198,
Gérard, conde de Bourges, 404 248
Gerardo, abad de Brogne, 412 Hathumar, obispo de Paderborn, 413
Géraud d’Aurillac, san, 408, 412, 445, 471 Hawwára, tribu árabe, 226
Gerberga, princesa carolingia, 415 Helena, hija de Romano I, emperatriz bizan­
Gerberto d’Aurillac, abad, 92, 408, 427; v é a ­ tina, 337
se ta m b ié n Silvestre II Helena, madre de Constantino I, 293
Germanos, general bizantino, 163 heráclidas, familia imperial bizantina, 271-
Germanos, patriarca de Constantinopla, 288 273, 280
Gero, marqués sajón,,382 Heraclio I, emperador bizantino, 39, 41, 173,
Geroído, príncipe carolingio, 359 178, 182, 271, 273-276, 282, 299, 307, 320,
Girardo, conde de Vienne, 369, 371, 408, 347
412, 441 Heraclio II el Joven, emperador bizantino,
Girbíb, poeta andalusí, 205 272
Gordianos, familia imperial romana, 92 Heraclio, hijo de Heraclio I, 272
Gorn, rey de Dinamarca, 414 Heraclonas, hijo de Heraclio I, emperador
Gotfrid, rey de Dinamarca, 362 Heraclio II, 271
Gottschalk, monje carolingio, 425 Hermann Billung, marqués sajón, 382
Gregoras el Ibero, general bizantino, 337 Hermenegildo, rey visigodo, 108
Gregorio, exarca de Africa, 278 Herón de Alejandría, sabio griego, 241
Gregorio I el Grande, papa, 85 , 89, 92, 109, Hervé, arzobispo de Ruán, 414
112, 113, 118, 162, 175, 275, 278, 389, 410, Hidebold, abad de San Dionisio, 393
414, 421,427 Hildegrin, obispo de Chálons, 441
Gregorio II, papa, 113, 288 Hilduino, abad de San Dionisio, 366
Gregorio III, papa, 288 Himerio, comandante supremo griego, 334,
Gregorio IV, papa, 367 337, 350
Gregorio Asbestas, obispo de Siracusa, 307 Hincmar, arzobispo de Reims, 369, 371, 372,
Gregorio Naciancieno, canónigo griego, 148, 389-390, 391, 403, 404-405, 416, 417, 419,
329 427, 438
Gregorio de Nissa, canónigo griego, 148 Hipócrates, médico griego, 241
Gregorio de Tours, historiador franco, 39, Hishám, califa omeya, 209-210, 214, 248,
384 287
Grifón, hijo bastardo de Carlos Marte!, 406 Honorio, emperador romano, 50, 58, 120
Grimoaldo, mayordomo de palacio, 355 Honorio, papa, 276, 279
Guido de Espoleto, emperador, 369, 372 Huberto, san, 112
Guillermo, conde de Toulouse, 441 Hüd, profeta de Moab, 185
Guillermo III, conde de Poitou, 378 Hugo, abad de Jumiéges, 389
Guillermo, familia de Auvemia, 441 Hugo, conde de Tours, 366, 406, 441
Guillermo el Conquistador, duque de Nor- Hugo Capeto, rey de Francia, 408
mandía, 406 Hugo de Provenza, rey de Italia, 339, 380
Guillermo el Piadoso, duque de Auvernia y Hugo el Grande, príncipe franco, 382
Lemosín, 378, 412, 441-442 Hunerico, rey vándalo, 82, 109
Gundobaldo, rey burgundio, 37, 82, 87 Hunfroi, linaje suabo, 381
Guthorm, jefe danés, 375 Husayn, príncipe aliado, 192, 193

Hádi, al-, califa cabbásí, 231 Ibn Abí Du3ád, cadí de Bagdad, 222
Hadjdjádj, al-, gobernador, 215 Ibn al-Faradí, sabio andalusí, 230
Hakam I, al-, emir de Córdoba, 214 Ibn al-Habháb, gobernador de Túnez, 249
hamdanides, emires de Siria, 347 Ibn Hambal, filósofo árabe, 240, 255
Harald II del Diente Azul, rey de Dinamar­ Ibn Hawqal, escritor árabe, 225 , 230
ca, 383, 414 Ibn Jurdádhbih, señor del correo, 267-269
Hárun al-Rashid, califa cabbásí, 206, 209, Ibn Tulün, príncipe de Egipto, 240, 242
220-221, 228, 242, 253-257, 311, 362 . Ibn Washiyya, escritor árabe, 210
Hasan, príncipe cAlí, 193 Ibráhím, príncipe cabbásí, 217
ÍNDICE ONOMÁSTICO 515

Idris I, emir árabe, 249 Juan I Zimisces, general y emperador bizanti­


idrísíes, familia real marroquí, 208, 212, 225 no, 338, 341
Ignacio, escritor griego, 292, 301 Judith, hija de Carlos el Calvo, 378
Ignacio, patriarca de Constantinopla, 297, Judith, segunda mujer de Luis el Piadoso,
306-307, 327, 332-333, 336, 346 366, 406, 441
Igor, príncipe de Kiev, 346 Julián de Toledo, escritor godo, 420
ijshídíes, familia reinante en Egipto, 253 Juliano, emperador romano, 57
Ina, rey de Wessex, 41, 101, 356, 386, 388, Juliano de Halicamaso, canónigo griego, 171
456 Justiniano I, emperador bizantino, 41, 83, 87,
Irene, emperatriz bizantina, 281, 285, 292- 95, 124-125, 155, 160-164, 167, 169, 171-
294, 295, 299-301, 311-312, 345, 360 175, 178, 271, 282, 320, 329, 431, 435, 445
isáurica, dinastía bizantina, 298 Justiniano II, emperador bizantino, 169, 178,
Isháq ibn Hunayn, sabio árabe, 241 272, 275, 277-278, 279-280, 291
Isidoro de Sevilla, 421 Justino I, emperador bizantino, 155, 160,
IsmáTl, hijo de Abraham, 185, 188 162-163, 173
Justino II, emperador bizantino, 173-174,
177, 273, 289
Jacob, escritor judío, 173 Jwárizmí, al-, sabio persa, 242
Jacobo Baradai, obispo de Edesse, 171, 182
Jadídja, mujer de Mahoma, 186, 192
Jálid, general árabe, 188, 194 Káhina, heroína berebere, 198
Jerónimo, san, 38, 145 kalbíes, tribu árabe, 209, 215
Joaniquio, asceta griego, 297, 305 Kindí, al-, sabio persa, 241
Jonás, obispo de Orleans, 390, 409, 425 Krum, jan búlgaro, 299, 310
Jorge, san, 134 Kubadh, emperador persa, 183
Jorge de Pisidia, poeta griego, 275 Küfa, tribu árabe,-217
Jorge el Monje, cronista griego, 332 kutama, tribu berebere, 231
José, sacerdote griego, 294
José de Lyon, mercader judío, 268
José Genesio, historiador griego, 331 Iajmíes, príncipes árabes, 125, 183
Juan, exarca de Ravena, 275 lamaya, tribu andalusí, 228
Juan, obispo de Éfeso, 171, 172 Lamberto, san, 112
Juan, patriarca de Constantinopla, 305 Lázaro, monje griego, 303
Juan IV, papa, 276, 370 Leandro, obispo de Sevilla, 108
Juan VIII, papa, 369, 370, 415 Lecapenos, familia bizantina, 337-339
Juan Cameniatés, historiador griego, 349 Leidrade, arzobispo de Lyon, 460
Juan Casiano, monje griego, 63, 75, 145 León I, emperador bizantino, 155-156, 162,
Juan Colobo, monje griego, 324 163,166
Juan Crisóstomo, patriarca de Constantino­ León II, emperador bizantino, 271
pla, 124, 136, 137, 142, 148, 151, 154 León III, emperador bizantino, 280, 283,
Juan Curcuas, general griego, 338-339 285, 287-288, 290, 302, 307, 309, 310, 313,
Juan Damasceno, 193, 288 315, 329
Juan de Capadocia, prefecto del pretorio, 160 León IV el Jazar, emperador bizantino, 281,
Juan de Conza, gobernador griego, 275 285, 292, 293, 296, 299
Juan de Vandiéres, abad de Gorze, 412 León V, emperador bizantino, 299- 300, 302,
Juan de la Escala (Klimakos), asceta griego, 313, 331
341 León VI, emperador bizantino, 291, 317,
Juan II el Bueno, rey de Francia, 24 319, 320, 325-330, 333-334, 339, 341-342,
Juan el Lidio, prefecto del pretorio, 160 344-345, 348, 349
Juan el Misericordioso, patriarca de Alejan­ León, papa, 79, 139
dría, 149, 173 León III, papa, 360-361
Juan Marocarciano, patriarca de Constanti­ León IV, papa, 460
nopla, 301, 302-304 León, hijo del emperador León III, 329
Juan Moscos, historiador griego, 177 León de Narbona, cuestor de palacio visigo­
Juan Scoto Erígena; '427 do, 88 •
516 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

León de Trípoli, general musulmán, 349 Mamiconianos, linaje armenio, 285


León el Filósofo, sabio bizantino, 304 Ma-mun, al-, califa cabbásí, 220, 221, 222,
León Focas, general griego, 338 237, 240, 241, 242, 255, 300, 311, 313-314
Leoncio, emperador bizantino, 272 Mani, príncipe persa, 183
Leoncio, obispo de Neápolis, 149. 173 Mansür, al-, califa 'abbásí, 220-222, 235, 237,
Leovigildo, rey visigodo, 84, 96, 108-109 239, 257
Libanios de Antioquía, retórico griego, 124, Manuel, estratega bizantino, 312
125 Maqrizi, al-, sabio egipcio, 233
Liudger, obispo de Munster, 413, 441 Marciano, emperador bizantino, 128, 156
Liudolfo, conde de Sajonia, 381 Marciano Capela, gramático romano, 75
Liutfrid, conde austrasio, 441 Marción, filósofo griego, 313
Liutpold, linaje de Baviera, 381, 394 Marcos, san, 310, 467
Liutprando, rey de los lombardos, 356, 422 María, esposa del zar búlgaro Pedro, 345
Lotario I, emperador, 366-368, 369, 382, 441, María de Amnia, emperatriz bizantina, 292-
469, 470 294
Lotario II, rey carolingio, 368-369, 418, 450 Marinos de Apamea, prefecto del pretorio,
Lotario, rey de Francia occidental, 382, 404 159
Loup, abad de Ferriéres, 425 Marozia Teofilactos, aristócrata romana, 380
Lucas el Estilita, asceta griego, 324 Martín, san, 62, 113, 393
Lugle, evangelizador irlandés, 433 Martín I, papa, 278
Luglien, evangelizador irlandés, 433 Martina, emperatriz bizantina, 271
Luis el Piadoso, emperador, 359, 365-367, Martinacio, familia bizantina, 334
371, 389-390, 391-393, 396-398, 400, 406- Maslama, príncipe omeya, 210
408, 410-414, 417, 425, 429, 430, 442, 462, Maslama, profeta árabe, 186
469, 470-471, 473 Mas'-üdi, al-, viajero persa, 264
Luis II, emperador, 302, 305, 349, 368, 370, Matfrid, conde de Orleans, 366, 406, 441
372, 376 Mauricio, emperador bizantino, 41, 88, 173-
Luis II el Tartamudo, rey de Francia occiden­ 176
tal, 371-372 Mauricio, exarca de Ravena, 278
Luis III el León, rey de Francia occidental, Máximo el Confesor, monje griego, 279
371, 375 Mayoriano, emperador romano, 39, 53, 63
Luis IV de Ultramar, rey de Francia occiden­ Mazdaz, filósofo persa, 183
tal, 382, 404 Melania, sartta, matrona romana, 62
Luis IX, rey de Francia, 27 Malisenoi, familia bizantina, 301
Luis XI, rey de Francia, 27 merovingios, familia real franca, 41, 42, 356-
Luis el Ciego, rey de Provenza, 369, 378 358, 378, 386, 388, 435, 439-441, 448, 461,
Luis el Germánico, rey de Germania, 361, 473
366, 372, 442, 447 Metodio, monje griego, 315, 344
Luis el Joven, príncipe de Germania, 369 Metodio, patriarca de Constantinopla, 301,
Luis el Niño, rey de Germania, 381 306
Lupicina, emperatriz bizantina, 160; véase midraríes, tribu berebere, 224
ta m b ié n Eufemia Miesko, príncipe polaco, 383, 414
Miguel I Rangabé, emperador bizantino, 299-
301, 302, 306, 312-313
macedonia, dinastía bizantina, 297 Miguel II el Tartamudo, emperador bizanti­
Macedonia, patriarca de Constantinopla, 159 no, 287, 289, 301, 302-303, 305, 311, 312
magíla, tribu berebere, 228 Miguel III el Borracho, emperador bizantino,
Magnerico, obispo de Tréveris, 116 300, 304, 307, 314, 317, 326, 329, 331-338,
Mahdí, al-, califa cabbásí, 221-222, 228, 237, 345
241 Miguel, hijo de Miguel II, 300
Mahoma, 184-188, 189, 192, 194, 202, 215- Miguel Laconodracon, general griego, 289
216 Miguel Maleino, monje griego, 337
Maieul, abad de Cluny, 412 Miguel Meliseno, patricio griego, 301
Maleinoi, familia bizantina, 325, 337 Miknása, tribu berebere, 227
Málik ibn Anas, jurista árabe, 250, 258 Mistasa, tribu berebere, 227
ÍNDICE ONOMÁSTICO 517

Moisés, profeta, 187, 215, 291 Odón, abad de Cluny, 412


Monaxios, prefecto de Constantinopla, 151 Offa, rey de Mercia, 362, 363, 400, 435, 462,
Mucáwiya, califa omeya, 192, 194 464, 468
mudar, tribu árabe, 209, 216 Oleg, hijo de Ruvik, príncipe de Kiev, 346
Muhammad ibn cAbd Altüh, califa, 222 Olga, esposa de Igor, príncipe de Kiev, 346
Muhammad ibn al-Hanafiyya, hijo de Alí, Olimpio, exarca de Ravena, 278
193, 215 Omeyas, familia califa, 186, 188-194, 195-
Mucizz al-Dawla, príncipe büyí, 239 198, 200-204, 206, 210, 214-218, 220, 230,
Mujtár, al-, general árabe, 216-217 243, 256, 259-260, 282
Muntasir, al-, príncipe cabbásí, 220 Omurtag, jan búlgaro, 300, 311
Muqannac, agitador persa, 215 Onomagulo, familia bizantina, 299
Muqtadir, al-, califa cabbásí, 237 Ordoño I, rey de León y Asturias, 377, 460
Müsá ibn Nusayr, gobernador del Magrib, Orso, dogo, 466
198-199 Oswald, rey sajón, 112
MustaTn, al-, califa cabbásí, 238 Otón I, emperador, 334, 347, 377, 381-382,
Muctadid, al-, califa cabbásí, 239 401-402, 408, 411, 427, 429
Muctasim, al-, califa cabbásí, 222, 238 Otón II, emperador, 382, 401
Mutawakkid, al-, califa cabbásí, 220, 222-223 Otones, familia imperial germánica, 320, 334,
Muctazz, al-, califa cabbásí, 220, 238 383, 416, 428, 446, 463

Nafusa, tribu berebere, 227


Narsés, general bizantino, 94, 102 Pablo, dogo, 466
Nasír-i Jusráw, viajero persa, 256 Pablo, general romano, 80
Naum, evangelizador griego, 344 Pablo, patriarca de Constantinopla, 293
Nestorio, patriarca de Constantinopla, 139 Pablo Diácono, representante de corte, 360,
nibelungos, familia mítica burgundeia, 39 425
Nicéforo I, emperador bizantino, 284, 296, Pablo el Joven, asceta, 342
298-301, 309-311 Pacatus Drepanius, panegirista romano, 49,
Nicéforo II Focas, emperador bizantino, 294, 50, 75
338, 343, 348, 350 Paconio, san, monje griego, 63, 116, 145,
Nicéforo, hermano de León IV, 285, 292, 296
296, 299 Paladio, agrónomo romano, 70, 110, 453
Nicéforo, hijo de Bardas, 338 Panterio, patricio griego, 337
Nicéforo, patriarca de Constantinopla, 289, Papiniano, jurisconsulto romano, 87
302-303 Partenius, administrador merovingio, 89
Nicéforo, príncipe bizantino, 288, 294 Pascual I, papa, 366, 369
Nicetas, patriarca bizantino, 337 Patrick, san, 110
Nicetas, príncipe bizantino, 289 Paulino de Burdeos o de Pella, senador ro­
Nicolás, monje griego, 305 mano, 62, 69, 75
Nicolás I, papa, 307, 315, 335, 338, 340, 369, Paulo, arzobispo de Narbona, 386
371, 415, 419 Paulo I, papa, 424
Nicolás, patriarca de Constantinopla, 335, Paulo Osorio, historiador romano, 427
345 Pedro, abad de Atroa, 305
Nicolás Ducas, general bizantino, 337 Pedro, asceta, 324
Niquetas, monje griego, 292, 333 Pedro, patricio bizantino, 161
Nithard, historiador carolingio, 368, 425, 472 Pedro, zar búlgaro, 339, 346
Nizier, arzobispo de Tréveris, 116 Pedro de Pisa, gramático, 423
Noé, 187 Pedro de Sicilia, oficial griego, 329
Nominoé, jefe bretón, 371, 400 Pedro Monge, patriarca de Constantinopla,
Notker el Hoción, monje de Saint-Gall, 427 157
Notker el Tartamudo, monje de Saint-Gall, Pelayo, jefe asturiano, 356, 387
407, 427 Petrarca, poeta italiano, 21
Nüh, príncipe samání, 253 Petronas, príncipe griego, 300
pipínidas, familia real franca, 118, 387, 389,
Odoacro, jefp. huno, 80, 87 434
518 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Pipino I de Landen, mayordomo de palacio, Rodolfo, duque y rey de Borgoña, 378, 437
112, 355 Rodrigo, rey visigodo, 199, 355, 385
Pipino II, rey de Aquitania, 371 Rollón, jefe normando, 375
Pipino II de Heristal, mayordomo de palacio, Romano, hijo de Constantino VII, 339
355, 386-387 Romano I Lecapenos, emperador bizantino,
Pipino III el Breve, rey de los francos, 289, 318, 324, 328, 330, 336-339, 340, 342
354, 356-358, 384, 389, 393, 422, 442, 462, Romano II, emperador bizantino, 317, 338
469 Rómulo Augusto, emperador romano, 38,
Pipino de Italia, hijo de Carlomagno, 359, 49, 80
361, 366 Rotario, rey lombardo, 101, 385, 452
Platón, abad de Sacudión, 292, 293-295, 304 Ruperto, evangelizador franco, 112
Platón, filósofo griego, 241, 339
Poppon, marqués austrasio, 394
Porfirio, filósofo griego, 133 Sabas, san, monje palestino, 170
Prisciano, gramático romano, 74 sádjíes, familia emiral persa, 264
Prisco, historiador griego, 126 Sa'id, príncipe omeya, 210
Procopia, emperatriz bizantina, 299 Saif al-Dawla, emir hamdanides, 347
Procopio de Cesárea, historiador griego, 135, Sálih, profeta de Moab, 185
157, 160, 165, 431 Salmán el Persa, compañero de Mahoma,
Procopio de Gaza, retórico griego, 125 245
Ptolomeo, geógrafo griego, 241-242, 421 Salomón, rey de Bretaña, 371, 401
Pulquería, princesa bizantina, 128 Salustio, historiador romano, 427
Salviano, monje romano, 43, 60
samantes, familia emiral persa, 264, 268
qaysíes, qays, tribu árabe, 209, 215, 216 Samh, al-, gobernador de Córdoba, 207, 249
Quenudi, abad copto, 139 Samo, jefe franco, 91
Quraysh, qurayshíes, tribu árabe, 185-186, Samonas, eunuco bizantino, 337
188, 194 Samuel, mercader judío, 268
Qurayza, tribu árabe, 188 Sancho, duque de Gascuña, 378
Qustús ibn Askuraskina, sabio persa, 233 Sanhádja, tribu berebere, 265
Santiago de Compostela, san, 363
Santiago de ^Mérida, san, 363
Rabano Mauro, abad de Fulda, 416, 425-427, sarracenos, 265, 276, 312, 376-380, 437
430 sasánidas, familia imperial persa, 205, 211,
rabi'a, tribu árabe, 209 247, 254
Radbodo, jefe frisón, 355 Sedulio Scoto, escritor irlandés, 425
rádháníes, mercaderes judíos, 267-269, 469 Segismundo, rey burgundio, 108, 116
Raimundo, conde de Toulouse, 381 Sergio, jefe pauliciano, 313
Ramiro II, rey de León y de Asturias, 441, Sergio, papa, 280
460 Sergio, patriarca de Constantinopla, 274,
Raoul, arzobispo de Bourges, 415- 275-276
Recaredo, rey visigodo, 41, 84, 109, 439 Severino, papa, 276
Recesvinto, rey visigodo, 101, 401, 423 Severo de Antioquía, canónigo griego, 159,
Remigio, san, arzobispo de Reims, 82, 93, 171, 182
417 Severo Sebojt, canónigo sirio, 203
Ricardo I, duque de Normandía, 376 Severos, familia imperial romana, 150
Ricardo, marqués y duque de Borgoña, 378, Shabbetoí Donnolo, filósofo y médico judío,
394 349
Richegarde, mujer de Carlos el Gordo, 419 Shaybáni, al-, escritor persa, 258
Richer, historiador franco, 427 Shiraw, príncipe persa, 274
Ricimero, patricio romano, 80 Shu3ayb, profeta de Moab, 185
robertianos, familia real franca, 382-383 Siagrio, general romano, 80, 81
Roberto I, rey de Francia occidental, 382 Sidonio, obispo de Clermont, 36
Roberto eLFuerte, marqués de Neustria, 371, S ilv e s t r e , papa, 357
375, 379, 394, 441 Simeón I, zar búlgaro, 344-345
ÍNDICE ONOMÁSTICO 519

Simeón el Magistros o el Logoteta, cronista Teodosio I, emperador romano, 38, 49, 70,
griego, 332 120, 289
Simeón el Viejo, 135 Teodosio II, emperador romano, 87, 128,
Simeón Estilita el Joven, 170 152, 250, 320
Sinesios, obispo de Cirene, 149 Teodosio III, emperador bizantino, 280
Sinhádja, tribu berebere, 227 Teodota, amante de Constantino VI, 294-295
Smaragdo, escritor franco, 390 Teodotos Meliseno. patriarca de Constanti­
Smbat Bagratuni, rey de Armenia, 285, 302, nopla, 301-302
347 Teodulfo, obispo de Orleans, 360, 409, 414,
Sofía, emperatriz bizantina, 173 424, 425, 430
Sofronio, patriarca de Jerusalén, 276 Teófana, emperatriz bizantina, 299
Song, dinastía china, 254 Teófanes, cronista, 274, 277, 284, 287, 289,
Suetonio, historiador romano, 425 291-296
Suintila, rey visigodo, 423 Teófano, cronista, 331, 334
Sulayman, mercader persa, 257-258, 261 Teófano, emperatriz de Occidente, 382
Svjatoslav, príncipe de Kiev, 345 Teófano, monje palestino, 303
Swanahilde, concubina de Carlos Martel, Teófano Anastaso, emperatriz bizantina, 339
406 Teofilacto, patriarca de Constantinopla, 301,
337, 346
Teofilacto Abastactos, general griego, 337-
Táhir, general persa, 221, 223, 253 338
táhiríes, familia emiral persa, 264 Teofilacto Simocatta, historiógrafo griego,
Talha, hijo de Tahir, 253 173
T’ang, dinastía china, 254, 261 Teofilactos, familia romana, 380
Tarasio, patriarca de Constantinopla, 293, Teofilactos Rangabé, general griego, 299
295, 301-302 Teófilo, emperadpr bizantino, 300-301, 303,
Táriq ibn Ziyád, jefe berebere, 198-199 306, 309, 311-314, 324, 326, 327, 335, 338
Tasilón III, duque de Baviera, 359, 406, 442 Teoquisto, eunuco bizantino, 300, 315
Tecla, princesa bizantina, 300 Terencio, poeta latino, 427
Teias, rey ostrogodo, 92 Teutberga, princesa franca, 369, 418
Telerig, jan búlgaro, 282 Thábit ibn Qurra, sabio árabe, 242
Teodato, rey ostrogodo, 83, 109 Thurbrand, conde sajón, 406
Teodeberto, rey merovingio, 82 Tiberio, emperador bizantino, 173
Teodolinda, reina lombarda, 109, 385 Tiberio II, emperador bizantino, 176, 272,
Teodomiro, jefe visigodo, 207 275, 290
Teodora, emperatriz bizantina, 160-161, 171 Tiberio III, emperador bizantino, 289
Teodora, emperatriz bizantina, esposa de Tiberio, hermano de Constantino IV, 272
Teófilo, 300-301, 305, 306 Tiberio, príncipe bizantino, 280
Teodora de Tesalónica, monja griega, 310 Timoteo Ailuros, patriarca de Alejandría,
Teodora Teofilacta, matrona romana, 380 157
Teodoreto, obispo de Ciro, 133, 139, 149 Tomás, obispo de Claudiópolis, 288
Teodorico, rey ostrogodo, 41, 80, 82, 83, 87- Tomás (santo), 140
88, 89, 90, 91, 92, 97, 420-421, 431 Tomás el Eslavo, general griego, 299-300,
Teodorico I, rey franco, 96 311-312
Teodorico III, rey franco, 386 Totila, rey ostrogodo, 94, 164
Teodorico el Bizco, 156 Trajano, emperador romano, 284
Teodoro, monje palestino, 302 Trasamundo, rey vándalo, 82, 109
Teodoro Balsamón, canónigo griego, 280 Triboniamo, jurista romano, 161
Teodoro Dafnopates, secretario bizantino, Tülüníes, familia emiral egipcia, 260
340 Turtüshi, al-, viajero español, 268
Teodoro de Mopsuente, teólogo griego, 182
Teodoro de Studa, monje griego, 292, 293-
296, 302, 305, 313 Uhtred, e a r l sajón, 406
Teodoro de Tarso, evangelizados 422 Ulfila, monje griego, 108
Teodoro Santabarenos, monje griego, 334 Ulpiano, jurista romano, 37
520 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

cUmar ibn al-Jattáb, califa, 186, 192, 204 Wifredo el Velloso, conde de Barcelona, 378
cUmar II ibn cAbd al-cAzlz, califa omeya, Wihtred, rey de Kent, 386
203, 217 Wilfrid, monje anglosajón, 112, 422
Unroch, familia austrasiana, 441 Willehad, obispo de Bremen, 413
cUqba ibn Náfic, general árabe, 198, 265 Willibaldo, peregrino sajón, 200
Uraia, jefe ostrogodo, 94 Willibrord, monje inglés, 112, 114, 422
'Uthmán, califa, 186, 192, 195, 244 Witiza, rey visigodo, 355, 385
Widukind, jefe sajón, 381, 408
Wynfretch (Bonifacio), monje anglosajón,
Valle, rey de Hungría, 414 113
Valentiniano I, emperador romano, 41, 59
Valentiniano III, emperador romano, 49, 53,
Yahyá, visir 'abbásí, 221
58, 79
Yahyá ibn Salama, gobernador de al-Anda-
varegos, tribu vikinga, 373, 465
lus, 207
Varrón, agrónomo romano, 70, 233
Yahyá ibn cUmar, jurista andalusí, 214
Verina, emperatriz bizantina, 156
Yacqüb ibn Dátvüd, príncipe 'abbásí, 221
vikingos, 264, 362, 365, 373, 375-378, 380,
Ya'qfibi, al-, viajante árabe, 226-227, 231,
413, 424, 425, 435, 437, 441, 448, 463-465,
239
469
Yazíd II, califa omeya, 247
Virgilio, poeta latino, 420, 427
Yazid ibn Hátim, gobernador del Magrib,
Vitaliano, general griego, 159, 170
249
Viturbio, ingeniero romano, 428
yemeníes, tribu árabe, 216, 260
Vladimir, zar búlgaro, 344

Zacarías, papa, 356


Wala, príncipe carolingio, 365, 366, 441 Zanáta, tribu berebere, 228
Walafriol Strabon, poeta carolingio, 425 Zandjs, población mesopotámica, 243, 261
Waldebert, abad de Luxeuil, 117 Zayd, compañero de Mahoma, 186
Waldrade, princesa carolingia, 369, 418 Zenón, emperador bizantino, 38, 81, 155-
Wantheof, e a rl sajón, 406 157, 162, 166, 183
Wamba, rey visigodo, 355, 385 Ziryáb, poeta andalusí, 240
Wathíq, al-, califa 'abbasí, 222 Zoé Carbonopsina, emperatriz bizantina,
wazdadja, tribu berebere, 231 334-335, 338
Welf, familia bávara, 366, 406, 441 Zoé Zantcina, princesa bizantina, 334
Widukind de Corvey, cronista sajón, 382, 427 Zoroastro, 215
Wifredo, príncipe de Aquitania, 358, 406 Zubayr, al-, general árabe, 198
ÍNDICE DE MAPAS

El Imperio Romano en el siglo I V ................................................................52


Los estados bárbaros a principios del siglo v ..................................................81 i
El Imperio Romano de Oriente a la muerte de Justiniano............................ 175
Las grandes expediciones tras la muerte del P ro fe ta ................................... 196
La España musulmana y cristiana en la primera mitad del siglo IX . . 226
Las relaciones comerciales entre el Islam y el resto del mundo en la
época ca b b á s í ........................................................................................................ 262
Los themas bizantinos en los siglos v m -x .........................................................331
La Galia en la primera mitad del siglo vm . . . . . . . . 356
El Imperio Carolingio en el año 8 1 4 ................................................................364
Las islas británicas en los siglos v m y I X .........................................................374
La fragmentación del Imperio franco en el siglo I X ................................... 379
Circunscripciones de los missi d o m in ic i..............................................................395
Trayectos de las epidemias de peste en Occidente, siglos v i -v iii . . . 432
Un dominio inculto: el dominio de Fesmy en el año 845 ............................ 454
Las rutas del comercio v ik in g o ........................................................................... 468

ÍNDICE DE PLANOS

Dijon y Cambrai en el siglo v i .......................................................................95


Plano de San Pedro de la N a v e ............................................................................114
Plano de Constantinopla.......................................................................................... 129
Plano de B a g d a d ................................................................................................. 236
Plano del palacio de A q u is g rá n ............................................................................392
Plano de la iglesia abacial de F u l d a .................................................................... 411
ÍNDICE

A d v e r t e n c i a ............................................................................................................ 7
Introducción, por R o b e r t F o s s i e r ..................................................................................9

LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 350-950

Preámbulo, por R o b e r t F o ssier ................................... 35

P r im e r a P ar te
LA FRAGMENTACIÓN DE LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS
(finales del siglo iv-finales del siglo vn)

Capítulo 1. Autopsia de Occidente (principios del siglo v), por M ic h e l


R o u c h e ....................................................................................................................... 49
Un Estado rígido y v o r a z .....................................................................................50
La vacía majestad de la función imperial, 50. — Una burocracia devoradora de
hombres y de oro, 53. — Una carga militar agobiante e inútil, 55.
Una sociedad que huye del E s t a d o .......................................................................58
Alienación o estrangulamiento de la mano de obra, 58. — ¿Era la Iglesia el
único recurso serio?, 61. — La acción de los senadores y sus clientelas en la
ciudad, 63.
Inicio de la primacía del campo sobre la ciu d ad ................................................. 65
Pocos hombres y mucho espacio vacío, 65. — ¿Qué ocurrió con la gran propie­
dad?, 67. — Una agricultura que seguía siendo vigorosa, 69. — La ciudad se
marchita, 71.
El prestigio de Roma se opone a un bajo nivel de romanización . . . 74
Una cultura elitista, humanística y superada, 74.

Capítulo 2. Fragmentación y cambio de Occidente (siglos v-vu), por M ichel


R o u c h e ....................................................................................................................... 77
Del Imperio a los reinos............................................................................................77
Una muerte lenta y dolorosa, 78. — La sorpresa franca, 80. — El retorno de
los romanos, 83. — Un equilibrio precario, 84.
¿Qué quedó de R o m a ? ............................................................................................85
Subsistieron el derecho y la burocracia, 86. — Subsistió la impopular presión
524 "i , LA FOgMACJpN. DELÍMUNDO MEDIEVAL, 350-950
S hi* „ --r* ’’’ rr*{ t 'A r ‘ t '* **■'* *■<*

fiscal, 89. — Esclavos y patronos; una sociedad polarizada, 91. — La tierra ad­
quirió una nueva importancia, 92. — La ciudad subsistía, 94. — Subsistían tam­
bién la moneda y el comercio, 96.
¿Qué aportaron los recién llegados? ................................................................ 98
Una lenta fusión de pueblos, 98. — Una sociedad tribal y guerrera, 100.
Hombres ligados por el servicio y la fidelidad, 103. — Un hábitat impreciso y
cambiante, 104. — Una intensa economía silvo-pastoril y nuevos intercambios,
106. — La unificación en la fe, 108.
Nacimiento de una cristiandad ........................................................................110
El ardor de la conversión, 110. — Una fe simple, un marco fijo y un vínculo
fuerte, 113. — La Iglesia, defensora, activa y salvadora, como ideal del mundo,
115. — San Benito, el «padre de los monjes», 117.

Capítulo 3. In tro du cción a una historia d e O riente (principios d e l sig lo v),


por E velyne p a t l a g e a n ............................................................................ 120
El espacio de Bizancio ......................................................................................121
El cuerpo del Imperio, 121. — A las puertas de la Romanía, 125.
Una fachada antigua y s ó l i d a . ............................................................................ 127
La cabeza, 127. — Los medios, 130.
El abrumador peso de lo s a g r a d o . ..................................................................... 153
¿Qué cristianismo?, 133. — ¿Y qué Iglesia?, 136. - Probables resbalones, des­
viaciones seguras, 138.
Una sólida base c a m p e sin a ................................................................................... 140
Producir y comer, 141. — El vigor de las comunidades aldeanas, 143. — Los
vacíos, 145.
L a fuerza de los valores de la ciudad y de las realidades urbanas • • • 146
La ciudad, vestigio de la Antigüedad, 146. — La emergencia del episcopado
urbano, 148. — El «pueblo» urbano, reflejo de la Antigüedad, 149. — La plaga
de la indigencia y la irrupción de los monjes, 152.

Capítulo 4. L a gloría d e l Im p erio (m ediados d e l siglo v-m ediados d el


sig lo vn),por E velyne Pa t l a g e a n ............................................................. 155
El desorden isáurico, 156. — Las discordias dogmáticas, 157.
Justiniano; el esplendor.......................................................................................... 160
El siglo de Justiniano, 161. — Grandeza y límites de la «reconquista romana»,
162.
Justiniano; las d ific u lta d e s................................................................................... 164
El peso de los hombres y del oro, 165. — La efervescencia de la ciudad, 167.
El decaimiento campesino, 169. — El mundo de los monjes, 170. — El fracaso
religioso, 171.
El momento crucial de una época; 565-610 ...........................................■ 173
El fracaso de una política dinástica, 173. — El final de la reconquista, 174.

S eg u n d a P arte
LA CONSTRUCCIÓN DE LOS NUEVOS MUNDOS EN ORIENTE
(siglo vn-finales del siglo x)

Capítulo 5. D e l m od elo hegirio al rein o árabe (siglo vil, m ed ia d os d el si­


glo viii), Pox H enri B resc y P ierr e G u ic h a r d ....................................181
| 'UNCO i*í ia Kí?U»UCA ¡
índ ice } MUOTBGA * TUNJA I 525

U n O riente Próxim o desgarrado ante una revolución religiosa . . . . 182


Mahoma, 184. — De la predicación a las armas, 186.
E l m odelo de E sta d o m e d in í....................................................................................... 189
El Estado recluido íntegramente dentro de la mezquita, 189. — La «familia»
ante los poderes, 191.
L a cosecha del I s l a m ......................................................................................................194
Desde el Turquestán hasta Libia, 194. — Y desde Libia hasta Aquitania, 198.
¿Agonía del mar latino?, 199.
¿E s posible un rein o á r a b e ? ............................................................................................. 201
¿Cómo unificar todos esos pueblos?, 202. — ¿Cómo obtener recursos?, 204.
La fiscalidad sigue el mismo ejemplo en Occidente, 207.
U na recuperación económ ica d i f í c i l ..............................................................................208
Una base rural encogida y anémica, 209. — Herencia urbana y nuevas ciudades
tribales, 211.
Las dislocaciones y el f r a c a s o ..................................................................................... 214
Revueltas y aculturación, 215. — La crisis del 750, 216.

C apítulo 6. E l m u nd o d e lo s cabbásíes. E l éxito d e l Islam, p o r H enri B resc


y P ie r r e G u i c h a r d ............................................................................................. 219
M a n d a r ..............................................................................................................................219
Una monarquía «islámica», 219. — ¿Qué sentido tiene?, 221. — En Occidente,
¿berberización o arabización?, 224.
P r o d u c i r ....................................................................................... 228
Una reforma fiscal, una revolución agrícola, 228. — Más desórdenes en el Oes­
te, 230. — Una producción agrícola sabia en un medio ingrato, 232.
T riunfo de la ciudad m u s u lm a n a ......................................................................................235
Capitales colosales, 236. — Focos de aculturación, 239. — Una civilización ur­
bana sin igual en la Edad Media, 242. — Un poderoso dinamismo artesano y
una expansión artística, 245. — Al Oeste, una reanimación y no un despegue...,
248. — ...pero una misma sociedad urbana, 251.
L os lazos d el c o m e r c i o ......................................................................................................253
¿Para qué clientela se produce?, 254. — Las falsas apariencias del «despegue»
comercial, 256. — El mercado rey, 259. — Rutas lejanas hacia el Este y produc­
tos de excepción, 260. — Mayores incertidumbres en Occidente, 264. — Pero
los comerciantes extranjeros penetran ampliamente en el Islam, 266. — Elabo­
ración de un modelo de sociedad, 269.

C apítulo 7. ¿H acia u na nueva B iza n cio ? (m ediados d el sig lo vil-m ediados


del siglo ix ), por E velyne P a t l a g e a n ..............................................................271
L a m u t i l a c i ó n ..................................................................................................................... 271
Persas, árabes y eslavos: el asalto, 273. — Resignación y balance en el Este,
276. — Alejamiento e incompresión en el Oeste, 278.
H acia el «Im perio de O riente» ......................................................................................280
La guerra, siempre la guerra, 281. — Nuevas estructuras para un nuevo Impe­
rio, 282. — El nacimiento de una nueva sociedad: guerreros y campesinos, 284.
Las i m á g e n e s ..................................................................................................................... 287
La destrucción de imágenes en el siglo vm, 287. — ¿Por qué una crisis tan par­
ticular?, 290. — Irene, una mujer emperador, 292. — El triunfo de los monjes,
294.
E l «prerrenacim iento» b iz a n tin o ..................................................................................... 297
5 26 LA FORMACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL, 3 5 0 -9 5 0

L a s u c e s i ó n e s a ú n d i f í c i l y s ie m p r e c o n f u s a , 2 9 7 . — U n s o s i e g o r e l i g i o s o , 3 0 1.
H a c i a u n n u e v o r o s t r o d e la I g le s ia , 3 0 3 . — í m p e t u c u l t u r a l , í m p e t u im p e r ia l,
305.
Bizancio reanuda la ofensiva........................................................................................ 307
E l c a m i n o , l a . a l d e a y l a m o n e d a , r e c u p e r a d o s , 3 0 8 . — L a r u p t u r a d e l c e r c o al
O e s te y al N o r te , 309. — . . . a l E s t e y al S u r , 3 1 1 . — L o s g r ie g o s e n t e r r i t o r i o
e s la v o , 3 1 4 .

Capítulo 8. E l renacimiento en el Este (mediados del siglo ix-mediados del


siglo x), p o r EV elyne P a t l a g e a n ......................................................................317
Restauración de las estructuras económicas y sociales......................................317
El d e s p e rta r de la s c iu d a d e s , 3 18 . — Segunda ju v e n t u d de B iz a n c io , 3 20 .
S o l i d e z d e l a a l d e a , l a e x p a n s ió n d e la s g r a n d e s f o r t u n a s , 3 2 3 . — L o s « p o d e r o ­
so s» y lo s « p o b r e s » , 325.
Los «macedonios» se i n s t a l a n ................................................................................. 326
B a s il io y F o c io : u n n u e v o c o m i e n z o , 3 2 7 . — U n i f i c a c i ó n , le g i s l a c i ó n , e n c i c l o p e ­
d is m o , 3 2 8 . E l d is c u r s o d e l p a l a c i o , 3 3 1 . — I m p l a n t a r u n a d in a s t í a , 3 3 3 .
La fuerza de las familias, cultura dom inante..................................................... 336
L o s p o d e r o s o s li n a je s , 336. — L o s lím ite s d e u n a c u l t u r a d o m i n a n t e , 3 3 9 .
Bizancio a la búsqueda de un muro protector..................................................... 342
B u l g a r i a , e s p e jo d e B i z a n c i o , 3 43. — C r is t i a n iz a r m á s l e jo s , 34 6 . — I n i c i o d e l a
r é p l ic a c o n t r a e l I s la m , 3 4 7 . — P r o g r e s o s m á s in c ie r t o s e n e l O e s t e , 3 4 8 .

T er c er a P arte
LOS PRIMEROS ESTREMECIMIENTOS DE EUROPA
(siglo vn-mediados del siglo x)

Capítulo 9. ¿M on arq u ías bárbaras, im perio cristiano o p rin cip a d os indepen­


dientes?, por M i c h e l R o u c h e . . . . i .................................... 353
El fin de los b á r b a r o s ........................................................................... 354
P u l v e r i z a c i o n e s y d e s a p a r ic io n e s , 3 5 5 . — L o s a u s t r a s ia n o s e n t r a n e n e s c e n a ,
357.
C a r l o m a g n o ................................................................................................................358
L a « d ila t a d o r e g n i» , 3 5 9 . — L a N a v i d a d d e l a ñ o 800, 360. — S o m b r a s y lí m it e s ,
362.
D e la unidad a la pluralidad......................................................................................... 362
E l I m p e r io ¿ e r a la i c o o c l e r i c a l ? , 3 6 5 . — L o s c la n e s c o d i c i o s o s , 3 66. — V e r d ó n
(8 4 3 ) y s u s c o n s e c u e n c i a s , 3 6 7 . — P o d e r e s r e a le s c o n d i f i c u l t a d e s , 3 7 1 .
La catástrofe f i n a l ........................................................................................................ 372
E l t e r r o r « n o r m a n d o » , 3 7 3 . — L a e x p a n s ió n s a r r a c e n a y e l h o r r o r h ú n g a r o , 3 7 6 .
L a fr a g m e n ta c ió n , 3 7 7 . — ¿ S e p o d í a s a lv a r e l I m p e r i o ? , 3 8 0 .

Capítulo 10. L a «renovación» carolingia, por M i c h e l R o u c h e . . . 384


¿Volver a crear el E s ta d o ? ......................................................................................... 384
L o s t a n t e o s d e la s m o n a r q u í a s b á r b a r a s ( s ig lo s v i -v h ) , 3 8 5 . — E l E s t a d o e n m a ­
n o s d e i n t e r e s e s p r iv a d o s ( s ig lo s v i i - v m ) , 3 8 6 . — U n a s o lu c ió n : e l E s t a d o c r i s t i a ­
n o y le g i s l a d o r , 3 8 9 . — U n e x t r a o r d i n a r i o e s f u e r z o p o r t o m a r la s r ie n d a s , 3 9 1 .
I n t e n t a r j u z g a r y b u s c a r d in e r o , 3 9 6 . — E n d e f i n i t i v a , s ó lo e l e j é r c i t o s o s t e n í a
a l p o d e r , 3 9 8 . — R e f l e j o s e m p a ñ a d o s e n t o r n o a l I m p e r i o , 400.
ÍNDICE 527

¿ B l o q u e a r l a s o c i e d a d ? ............................................................................................................................................4 0 2
L a o b e d ie n c ia al m ás p r ó x im o , 402. — J u r a m e n t o s l o c a l e s , 40 4. — R e to rn o a
la ll a m a d a d e la s a n g r e , 4 0 5 . — L a u n ió n i m p o s i b le , 4 0 7.
¿ R e n o v a r l a I g l e s i a ? ...................................................................................................................................................... 4 0 8
M e z c l a r la I g l e s i a y e l E s t a d o , 40 9 . — C lu n y , 4 1 2 . — L a e x a lta c ió n d e la f e
g u e r r e r a , 412 . — U n o s lí m it e s e v i d e n t e s , 4 15 . — L a I g le s ia , p r o p i e t a r i a d e lo
s a g r a d o , 4 1 7 . — ¿ H a c i a u n a c é l u la f a m i l i a r m á s c o m p a c t a ? , 4 18 -
U n « r e n a c i m i e n t o » .......................................................................................................................................................4 1 9
E n b u s c a d e u n a n u e v a c u lt u r a , 4 2 0 . — L o s m o n j e s , p r o p a g a d o r e s d e u n a c u l t u ­
ra e s p ir it u a l, 4 2 1. — L a v u e l t a al o r d e n c a r o li n g i o , 4 2 3 . — T r i u n f o d e l p e n s a ­
m ie n t o e r u d i t o , 4 2 5 . — P r im e r o s in ic io s d e u n a r t e e u r o p e o b a jo e l r o p a j e a n t i ­
g u o , 42 8 .

C a p ítu lo 1 1 . L a acum u lación prim itiva (siglos vi-ix), por M ichel R o u ch e . 430
Los h o m b r e s ................................................................................................................................................................. 4 3 0
U n g r a n c h o q u e d e m o g r á f i c o : la p e s t e d e l s ig lo v i, 4 3 1 . — E l p r im e r e m p u je
d e l p o b la m ie n t o en e l s ig lo v i i , 4 3 3 . — Las d e s ig u a ld a d e s c a r o lin g i a s , 4 3 5 .
U n c l e r o r i c o y d i v i d i d o , 4 3 7 . — A p a r i c i ó n d é l a a r i s t o c r a c i a g u e r r e r a d e s d e el
s i g l o vii, 438. — E l « s a lt o a d e la n t e » c a r o li n g i o , 44 0 . — N a c im ie n t o d e l v a s a ll a ­
je , 4 4 2 . — P e r s i s t e n c i a d e u n e s c la v is m o m e j o r a d o , 4 4 4 . — ¿ S e p o d í a s e r li b r e
y p o b r e ? , 4 4 5 . — L o s f e r m e n t o s d e la c o n m o c i ó n , 4 4 7 .
La t i e r r a ............................................................................................................................................................................ 4 4 9
P r o g r e s o s a g r íc o la s , 4 4 9 . — U n o s r e s u l t a d o s d is c u t id o s , 4 5 1 . — D e s a r r o l l o d e l
s is t e m a d o m i n ic a l , 4 5 5 .
L o s n u e v o s i n t e r c a m b i o s ........................................................................................................................................... 4 5 9
R e m o d e l a r l a c i u d a d , 4 5 9 . — L a s u p r e s i ó n d e l o r o , 4 6 1 . — T r i u n f o d e l a p la t a ,
4 6 3 . — L a s n u e v a s v í a s c o m e r c i a l e s e n l o s s ig lo s v i i y v m , 4 6 5 . — E n lo s in ic io s
d e l s ig lo IX: ¿ p r im e r a e x p a n s i ó n ? , 4 6 7 . — M e r c a d e r e s a ú n a l m a r g e n d e la s o c i e ­
dad, 469.
U n b a l a n c e d e l p e r í o d o c a r o l i n g i o ...........................................................................................................4 7 1

G l o s a r i o ............................................................................................................................................................................ 4 7 6
C u a d r o c r o n o l ó g i c o .......................................................................................................................................................4 8 8
B i b l i o g r a f í a ............................................................................................................................................................................. 5 0 0
ín d ic e o n o m á s t i c o .......................................................................................................................................................5 1 0
ín d ic e de m a p a s .......................................................................................................................................................5 2 1
ín d ic e de p l a n o s .......................................................................................................................................................5 2 1

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