Derciv Patrim
Derciv Patrim
Derciv Patrim
CURSO:
“DERECHO CIVIL PATRIMONIAL”
DOCENTE:
M. SC. JHONI SHANG CASTILLA COLQUEHUANCA
PUNO, PERÚ
2017
“El manejo de las categorías
conceptuales en el Derecho es
fundamental para el estudio de las
diversas instituciones sustantivas y
procesales que componen el
ordenamiento jurídico; cuya debida
atención (es decir, a dichas categorías
conceptuales) no sólo implica un
adecuado conocimiento y explicación
del mismo (esto es, del ordenamiento
jurídico), sino que también asegura un
mejor e idóneo desarrollo de la
actividad interpretativa y de aplicación
del derecho positivo, además de nutrir
debidamente la actividad que importa
la argumentación.”
J.S.C.C.
HECHO JURÍDICO.
En efecto, debemos hacer notar que una cosa es el hecho jurídico hipotético 1,
es decir, el hecho previsto hipotéticamente en la norma, y otra cosa es el hecho
jurídico concreto, el cual es el hecho (de la realidad) concreto aplicado en el
hecho jurídico hipotético de la norma jurídica. De la misma manera, una cosa
es el efecto jurídico hipotético y otra cosa es el efecto jurídico concreto.
Tendremos un efecto jurídico concreto cuando exista un efecto jurídico
hipotético correspondiente al hecho jurídico concreto.
Constituyen datos esenciales de la juridicidad: (a) la norma jurídica y (b) los hechos
por ella calificados. Sin norma jurídica y sin la ocurrencia de los hechos por ella
previstos no es posible hablar de Derecho. Cualquier tentativa de tratar el fenómeno
jurídico sin considerar, conjuntamente, esos dos elementos llegará, fatalmente, a
fracasar, por despreciar su propia sustancia.De ahí que es fundamental estudiar la
norma jurídica vinculada con la realidad. Por eso, para un estudio del fenómeno
jurídico deben ser considerados los datos siguientes: (i) la existencia de la norma
jurídica, con vigencia, que describe el mundo jurídico, definiendo, abstractamente, los
hechos de la realidad [suportes fácticos] y atribuyendo a los hechos jurídicos
respectivos la eficacia jurídica propia; ( ii) la eficacia de la norma jurídica, que está
constituida por su incidencia sobre su realidad [suporte fáctico], juridizándolo (=
creando el hecho jurídico); (iii) la verificación de la eficiencia de los elementos
de la realidad [suporte fáctico], constatando la perfección de los actos jurídicos
latu sensu lícitos y la aptitud de los hechos jurídicos de producir su eficacia
final(8). Nótese que en el nivel (i) se menciona a la norma jurídica en función
del hecho jurídico hipotético y del efecto jurídico hipotético. En el nivel (ii)
aparece en el mundo jurídico el hecho jurídico concreto. Y en el nivel (iii)
aparece en el mundo jurídico el efecto jurídico concreto.
Entonces, en el mundo de los seres humanos no hay duda que nos movemos
en dos niveles. En el espacio están los objetos y los sujetos. En el tiempo están
los hechos y los actos. De ahí que la norma jurídica y el mundo real están
intensamente ligados. No se puede hablar de uno sin el otro. Los objetos, los
sujetos, los hechos y los actos están permanentemente moviéndose en la
realidad. Lo que hace la norma jurídica es normar esos elementos del espacio
y del tiempo para permitir crear un lenguaje jurídico hipotético y concreto.
Asimismo, el mundo jurídico tiene tres planos netamente definidos:
Hecho jurídico:
- I) Involuntario.
- II) Voluntario: - 1. Ilícito;
- 2. Lícito; a) Con declaración de voluntad; y, b) sin
declaración de voluntad.
Hecho jurídico:
- I) Natural o externo.
- II) Humano o interno: - 1. Involuntario;
- 2. Voluntario; a) Licito; y, b) Ilícito.
Hecho jurídico:
- I) Naturales.
- II) Legales.
- II) Humanos: - 1. Involuntarios;
- 2. Voluntarios; a) Lícitos; y, b) Ilícitos.
Los actos jurídicos en sentido estricto son los actos que simplemente se
quiere o se conoce el hecho que ejecuta. Aquí los autores de los actos jurídicos
en sentido estricto tienen que tener necesariamente capacidad natural.
Los actos de autonomía privada son los actos según los cuales se ejercita un
poder privado autónomo de reglamentación de los intereses destinado a
producir efectos jurídicos. Aquí los autores de los negocios jurídicos tienen que
tener necesariamente capacidad natural y capacidad normativa.
Las situaciones jurídicas subjetivas son las posiciones ideales del sujeto
jurídicamente relevantes.
Por ejemplo, según el artículo 1969 del CC hay que dividir el hecho jurídico
hipotético del efecto jurídico hipotético. El hecho ilícito o doloso que ha
ocasionado un daño. El damnificado tiene un derecho subjetivo al resarcimiento
y el autor del ilícito un deber al resarcimiento. Derecho subjetivo y deber son
fórmulas sintéticas (situaciones jurídicas subjetivas) que resumen las
consecuencias del ilícito en cabeza de los sujetos de derecho.
Relación jurídica.
Derecho subjetivo.
El derecho subjetivo es una posición jurídica de ventaja, y precisamente, es la
posición jurídica reconocida al sujeto para tutelar directamente su propio
interés. En el derecho subjetivo se distinguen el elemento formal, el contenido
que identifica la posición del titular, y el elemento funcional, el interés, en razón
del cual el derecho está constituido.
b. La relación entre los poderes y las facultades que la ley atribuye a un sujeto,
y el interés de este último, que constituye el fin inmediato y directo por las
cuales aquellas prerrogativas le son conferidas. Entonces, hay derecho
subjetivo cuando la ley atribuye a un sujeto un poder para la tutela primaria y
directa del propio interés. El sentido de poder es más específico al sentido de
poder más amplio entendido como una situación jurídica de ventaja activa
diferente al derecho subjetivo.
Por otro lado, el contenido del derecho subjetivo está conformado por
facultades.
Para otro sector no hay una vinculación entre los derechos absolutos con los
deberes. En este sentido, derechos absolutos serán los derechos
subjetivos que no se desarrollan en una relación jurídica y los derechos
relativos se desarrollan en una relación jurídica donde ella vincula un
derecho relativo con un deber. La situación absoluta existe por ella misma sin
dependencia de otra situación contraria. Al contrario, la situación relativa
relaciona dos situaciones jurídicas. Consideramos que esta clasificación es la
correcta. En los derechos absolutos no existe relación jurídica. La relación
jurídica se aplica para los sujetos o las partes determinadas o determinables.
Entonces, los derechos patrimoniales son los derechos reales y los derechos
de crédito. Los derechos no patrimoniales son los derechos de la personalidad
y los derechos relativos con contenido no patrimonial (como los derechos de
los cónyuges de fidelidad, de asistencia moral, de colaboración y de
cohabitación).
Los derechos subjetivos patrimoniales son aquellos derechos que tienen un
valor de intercambio o derechos basados en bienes susceptibles de valoración
económica. El carácter patrimonial es reconocido a los derechos de propiedad
o a los otros derechos reales. También es reconocido carácter patrimonial a los
derechos de crédito.
Los derechos reales menores son derechos que un sujeto tiene sobre un bien
de propiedad de otro sujeto. Se trata de derechos reales sobre la cosa ajena.
La propiedad resulta limitada en el ejercicio de la facultad de disfrute. La
propiedad limitada por un derecho real menor se define como nuda propiedad.
Entre el propietario y el titular del derecho real menor no nace una relación
jurídica porque los dos derechos subjetivos son autosuficientes. El titular del
derecho real menor adquiere su propia facultad de disfrute. Cuando la
propiedad se transfiere, ella se transfiere gravada del derecho real menor. El
nuevo propietario adquiere solo la nuda propiedad, a él se le transmite el límite
o el peso impuesto al precedente propietario. Este carácter de los derechos
reales lleva el nombre de inherencia que, para los derechos reales menores, se
manifiesta como derecho de seguimiento (ius sequelae), expresión que
describe la posibilidad de seguir el bien al sucesivo y diverso propietario.
8. Derechos potestativos.
Las excepciones son situaciones según las cuales una persona puede rechazar
una pretensión, correspondiente a los poderes en sentido técnico. Ellas
integran la categoría de los derechos potestativos.
ACTO JURÍDICO.
Partamos por indicar que el acto jurídico en nuestro país está comprendido en
el Libro II del Código Civil nacional. Para conceptualizarlo debemos referirnos a
los hechos voluntarios, los cuales los clasificamos en lícitos e ilícitos, los actos
lícitos se subdividen en actos que tienen como fin inmediato producir los
efectos jurídicos enunciados en forma genérica por el ordenamiento jurídico, tal
como aparece en el artículo 140 del Código Civil y que consiste en crear,
modificar, regular o extinguir relaciones jurídicas. Es lo que se conoce con el
nombre de acto jurídico, ejemplos, los contratos, el testamento, el matrimonio 2.
Sobre el mismo asunto, León Barandiaran nos dice que basta simplemente un
hecho, una realización fáctica de actividad humana sin que exista mención
significativa alguna, con palabras o cualquier otro medio de una manifestación
de voluntad respecto al resultado, poniendo como ejemplo la especificación
que consiste en unir dos minerales para hacer una estatua, la edificación, etc.
De aquí podemos concluir que los actos lícitos se distinguen según que el
efecto jurídico sea consecuencia de una manifestación de voluntad
directamente encaminada a producir o que no lo sea. Sólo los primeros se
consideran actos jurídicos, porque tienen como nota esencial el ser queridos
por sus autores para conseguir un cierto efecto, el cual sí se verifica es
consecuencia inmediata de la voluntad: ejemplo, el arrendatario se hace
poseedor porque ha querido concluir un contrato de alquiler de un bien
inmueble Igualmente, el comprador se hace propietario, porque ha querido
concluir la compra venta de una casa. Estos actos constituyen manifestaciones
de voluntad en sentido técnico4.
2
ROMERO MONTES, Francisco Javier. Editorial Librería Portocarrero, Primera Edición 2003, p. 38.
3
CIFUENTES, LEÓN DE BARANDIARAN, TORRES VÁSQUEZ; citados por Romero Montes,
Francisco Javier. Op. cit., p. 39.
4
ROMERO MONTES, Francisco Javier. Op. Cit., p. 39.
Por eso cuando el Código Civil, en su artículo 140 dispone que el acto jurídico,
es la manifestación de voluntad, significa que deben existir dos elementos
diversos, uno interno, la voluntad, y otro externo, que se expresa a través de
medios sensibles que le hagan patente al otro interesado. Ejemplo, en el
matrimonio se exige la declaración de que los contrayentes quieran tomarse,
respectivamente como marido y mujer; que el testamento es un acto que
consiste en la exteriorización de una voluntad por la que el testador dispone de
sus bienes para después de su muerte.
Lo anterior quiere decir, que la voluntad por si sola no constituye sino un hecho
psicológico, que no puede comprobarse ya que pertenece a la interioridad del
alma humana y en todo caso es susceptible a continuas variaciones En
cambio, el derecho exige que cada uno tenga propósito firme y maduro de
provocar una modificación en sus propios derechos subjetivos y en su caso en
los ajenos. Lo mismo podemos decir cuando nos referimos a la simple
manifestación, la misma que no tiene ningún valor si no corresponde a un
propósito, a una intención.
Negocio Jurídico.
5
ROMERO MONTES, Francisco Javier. Op. Cit., p. 40.
6
MORALES HERVIAS, Rómulo. Estudios sobre Teoría general del contrato, 2006, Editora Jurídica
Grijley E.I.R.L., p. 53.
jurídicas de otros contratos (especies) establecidos normativamente. De otra
parte Friedrich Carl Von Savigny (1779-1846, estableció una dogmática
organicista para razonar jurídicamente el derecho positivo en su system des
heutigen römischen rechts –sistema del derecho romano- de 1840) expuso su
método que consistía en una contemplación total de las instituciones jurídicas
en sus aspectos formal y material; hablaba de una doble capacidad de los
juristas, una histórica para recoger con acierto todo cuando hay de
característico en cada época y en cada forma del derecho, y otra sistemática
para considerar toda idea y todo principio en íntima relación y en acción
recíproca con el conjunto, que es tanto como decir, en su posición natural y
verdadera.
La promulgación del BGB cerró la época en que las fuentes romanas eran
vigentes como derecho positivo en Europa, y así fue como la doctrina
romanista pasó a ser parte de la historia del derecho.
En tal sentido, afirma el profesor Morales Hervias, “la teoría general del negocio
jurídico representó la materialización de la unidad intelectual y metódica de la
ordenación jurídica privada. Asía tanto la teoría general del negocio jurídico
como los límites a la voluntad privada son el reflejo de los aspectos formal y
material de la metodología jurídica alemana” 8.
La doctrina del siglo XIX construyó las bases de la doctrina moderna del
negocio jurídico (Rechtsgeschäft). La categoría del negotium iuridicum había
hallado su primera formulación doctrinal en el Systema Elementare Universae
Jurisprudentiae Positivae publicada por Nettelbladt (1719-1791) en 1749. En
1807, Heisse construyó una teoría jurídica general que comprendía
<<derechos>> y <<actos>> (declaraciones de voluntad como negocios
jurídicos). Savigny fue el primero en estudiar coherentemente el negocio
jurídico al formular su método de la representación convencional entre el
lenguaje y la realidad; y de las relaciones lógicas de compatibilidad y
deducibilidad de las proposiciones jurídicas. Puede destacarse como decisiva
su obra, que utilizando como sinónimos los términos declaración de voluntad y
negocio jurídico, estudia unitaria y detalladamente la problemática del negocio
7
MARDOZZA, Massimo. Citado por Morales Hervias, en Estudios sobre Teoría general del contrato,
2006, Editora Jurídica Grijley E.I.R.L., p. 53.
8
MORALES HERVIAS, Rómulo. Estudios sobre Teoría general del contrato, 2006, Editora Jurídica
Grijley E.I.R.L., p. 54.
jurídico; cuya distinción respecto del concepto de acto jurídico resultará desde
entonces evidente9.
9
FRIEDRICH PUCHTA, Georg. Citado por Morales Hervias, en Estudios sobre Teoría general del
contrato, 2006, Editora Jurídica Grijley E.I.R.L., p. 56.
10
DE CASTRO Y BRAVO, Federico. Op. Cit., p. 20.
11
MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 59.
12
VON TUHR, Andrés. Derecho Civil, Teoría General del Derecho Civil Alemán, Los hechos
jurídicos, Traducción directa del alemán por Tito Rava, Editorial Depalma, Buenos Aires, 1947,
Volumen II, p. 120.
13
Ibidem, p. 121.
Entonces, aquí el ordenamiento jurídico atribuye los efectos jurídicos a la mera
declaración de voluntad, independientemente del contenido de esta. De otra
parte, las operaciones jurídicas14 son los actos que procuran un resultado de
hecho pero la consecuencia jurídica se produce solamente cuando se da dicho
resultado (verbigracia), ejemplo de ello constituyen los modos de adquisición
originaria del derecho de propiedad.
17
Que tiene una regulación en el nuevo Código Civil Brasileño promulgado en el 2002 y vigente
desde enero del 2003. El artículo 185 dice lo siguiente: “Aos atos jurídicos lícitos, que nâo sejam
negócios jurídicos, aplicam-se, no que couber, as disposigôes do título anterior”, es decir, las
normas sobre los negocios jurídicos se aplican supletoriamente a los actos jurídicos en sentido
estricto. MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 63.
18
La idea de propósito jurídico fue planteada de manera más explícita por Karl Friedrich
Wilhelm Gerbek al concebir al sistema jurídico como ordenamiento al servicio de la voluntad
individual. Asimismo, define el negocio jurídico como el acto a través del cual el propósito del
autor la constitución o extinción de derechos y al contrato como el negocio jurídico bilateral
expresivo del propósito común de las partes. Citado por MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit.,
p. 64.
19
A mayor abundamiento véase MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 64 y ss.
20
Planteada anteriormente por Leysser L. Leon, “Las malas lecturas y el proceso de codificación
en el Perú, El acto jurídico, el negocio jurídico y la historia de una confusión”, en proceso de
justicia. Revista de derecho procesal Nº 2, Año 2002, Lima, p. 124. Se hace dos afirmaciones:
“Solo que nunca ha existido una “teoría” francesa del acto jurídico”. “La teoría francesa del acto
jurídico no es otra cosa que la original alemana, sin otra modificación que la nominativa”.
Leysser L. León, “Vigencia y papel central del negocio jurídico en la parte General del Código
Civil”, en Advucatus, Nueva Época, Nº 9, II, Lima, Año 2003, p. 258: “La teoría francesa del acto
jurídico no existe”.
21
No hay que olvidar que Charles Audry y Charles-Frédéric Rau incorporaron en el ambiente
jurídico francés el método sistemático alemán a través de la traducción del manual (Handbuch
des französishen Zivilrechts) de Carl Salomo Zarchariä (tours de droit civil francais) en 1838 y
terminada en 1844. Luego los autores incorporaron sus ideas en las ediciones de 1869 y de 1878.
Después Jean Charles Florent Demolombre y Victor – Napoleón Marcadé profundizaron el
pensamiento pandectista antes de las obras conocidas antes de las obras conocidas de Raymond
De Castro y Bravo22 explicó que la doctrina francesa tuvo franca resistencia a
recibir el concepto de negocio jurídico. Ella se ha mantenido fiel al uso
tradicional del término acto jurídico (siguiendo a Grocio y Domat), más sobre
todo le ha detenido una dificultad léxica, la imposibilidad de utilizar la frase
“affaire juridique” para traducir la alemana “negocio jurídico” (con la que ya
chocaran los traductores Zachariä). En los últimos años se ha procurado utilizar
el término “acte juridique” con el significado restringido de negocio jurídico,
diciéndose (así, Planiol, Mazeud, Roubier) que se emplea para designar la
operación jurídica (<<negotium>>) y no su prueba (<<instrumentum>>). En
todo caso, como bien dice Sacco, la palabra acte servirá tanto para indicar la
handlung (acto) como el Rechtsgeschäft (negocio), y de allí la confusión de
categorías que influyo en el sistema jurídico iberoamericano 23.
Saleilles y Francois Gény. Veáse MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 65.
22
DE CASTRO Y BRAVO, Federico. Op. Cit., p. 20
23
MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 66.
24
El acto jurídico que es la manifestación de una o varias voluntades, que tiene por efecto crear,
modificar o extinguir un estado de derecho según el artículo 1° del Proyecto de la comisión
Reformadora del Código Civil de Francia de los textos relativos a los actos jurídicos. MORALES
HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 66.
25
Veáse MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 68.
b.1. Ilícitos, cuando la juridicidad se imputo a los comportamientos que
contravienen normas jurídicas.
b.2. Lícitos, los hechos jurídicos voluntarios lícitos son:
b.2.1. Sin declaración de voluntad (f+j+v+l), son aquellos hechos en
que el efecto jurídico no es establecido por los particulares sino
por el simple comportamiento.
b.2.1. Con declaración de voluntad (f+j+v+l+i), son aquellos hechos
cuando el efecto jurídico es deseado voluntariamente por el
autor de la declaración de voluntad. Los efectos jurídicos son
queridos (A.J.).
Hay dos premisas importantes en esta teoría: i) que el ordenamiento jurídico
se limita a amparar los deseos de los seres humanos libres e iguales, sin más
control que la licitud; y ii) que los seres humanos tienen (o deben tener) la
intención de producir (querer) consecuencias jurídicas, ya que conocen los
efectos jurídicos de los actos jurídicos.
Así, se indica que no todos los actos son actos jurídicos 26, ya que para ello se
requiere el ánimo de producir efectos jurídicos, pues aquí es decisivo el fin
perseguido y es decisivo y definitorio del acto jurídico.
Betti define: “El negocio jurídico es el acto con el cual el individuo regula por
sí los intereses propios en las relaciones con otros (acto de autonomía
27
MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 70.
28
SCOGNAMIGLIO, citado por Lizardo Taboada Córdova, en Acto Jurídico, Negocio y
Contrato, Editora Jurídica Grijley, Lima 2002, p.79.
29
MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 71.
30
RYCK, citado por Morales Hervias, Rómulo. Op. Cit., p. 72.
31
ENNECERUS, citado por Morales Hervias, Rómulo. Op. Cit., p. 72.
32
MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 72.
privada), y al que derecho enlaza los efectos más conformes a la función
económica-social que caracteriza su tipo”33.
Según esta teoría todos los sujetos sociales tienen la potestad (poder jurídico
denominado autonomía privada, que es el “hecho social” que el ordenamiento
jurídico toma en consideración para la atribución de efectos jurídicos) de
autorregular sus intereses (dignos de tutela), la cual crea, modifica o extingue
relaciones jurídicas. Entonces el negocio jurídico es un acto de autonomía
privada (que contiene intereses privados socialmente relevantes, y por tanto,
dignos de tutela), que el derecho (reconoce) enlaza los efectos jurídicos
destinados a actuar la función socialmente relevante que caracteriza el tipo,
Así, el acto de autonomía privada (negocio jurídico) constituye referente para
el hecho jurídico hipotético de una norma jurídica a través de un precepto
privado (que está contenido en tal hecho jurídico hipotético), al cual el
ordenamiento jurídico califica de dos maneras: con trascendencia jurídica
negativa (une efectos jurídicos contrarios al fin practico del negocio) si la
función practica del negocio es reprobable por el derecho positivo; o con
trascendencia jurídica positiva (reconocimiento jurídico del negocio) si la
función práctica del negocio es relevante socialmente y digna de protección
jurídica confiere a los particulares competencia dispositiva dentro de ciertos
límites y cargas, para crear, modificar o extinguir relaciones jurídicas). Ésta
última manera, se describe en la estructura que comprende la forma -el modo
(declaración o comportamiento) como el negocio se hace reconocible a los
demás (el cómo del negocio)-, y el contenido –el precepto de autonomía
privada (el qué cosa del negocio), y en la función del negocio jurídico-.
El negocio jurídico es regulado por la ley como hecho (dato); como norma el
negocio a su vez regula comportamientos. Con la palabra negocio se designa
tanto el acto creador de normas (es decir, el hecho), como las normas por
ellas creadas (es decir, el derecho)36.
El maestro Carnelluti hace una distinción a este respecto y señala que “…Los
juristas tratan la realidad no menos que los médicos, los físicos, los sociólogos
49
MORALES HERVIAS, Rómulo. Op. Cit., p. 82.
50
Acertadamente el profesor Alberto Trabucchi señala que “Existen volúmenes y volúmenes de
leyes (demasiados!), bibliotecas de obras jurídicas, edificios y palacios para la administración
de justicia, organizaciones escolásticas y universitarias para el estudio del derecho; pero como
observaba un famoso jurista, todavía hoy resulta difícil responder a esta simple pregunta:
“¿Qué es el derecho?”... La infinita serie de relaciones que ponen en contacto a los hombres
entre si en la sociedad, requiere de una organización basada en principios que se traducen en
normas; es obvio que la convivencia civil no puede prescindir del derecho, que el ordenamiento
que regula las relaciones humanas: ubi societas, ibi ius”. Pero las relaciones entre los hombres
se encuentran disciplinadas también por reglas que no forman parte de la organización jurídica;
recordemos las normas de etiqueta, del honor, así como los imperativos morales y los
preceptos religiosos. Las reglas de la vida jurídica se distinguen de las demás por su necesidad
social: el derecho constituye aquel principio de cohesión sin el cual la sociedad civil se
disolvería en la anarquía.” En “Instituciones de Derecho Civil” Alberto Trabucchi. Traducción de
Luis Martínez Calcerrada. Editorial Revista de Derecho Privado. Madrid 1966.
y los economistas. En particular, aquellos conceptos del Derecho que sirven
para construir, entre otras cosas, los artículos de las leyes, son instrumentos
del Derecho, pero no son todo el Derecho; por ej.: la definición de la venta o del
hurto, que se leen en las páginas del Código Civil o del Penal, no son aquello
sobre lo que, sino con lo que opera el Derecho, como un eclipse o una
enfermedad no es la descripción que de ello se hace en un libro de astronomía
o de medicina”51. Esta distinción entre lo que es el Derecho y aquello con lo que
opera el Derecho nos da una idea de cuánto se ha avanzado, en términos
doctrinarios, en el esfuerzo de definir y entender el verdadero sentido y objeto
del Derecho. No está de más señalar que existe coincidencia en los autores en
que todavía hoy resulta difícil intentar una definición que satisfaga
completamente toda la amplitud del Derecho, pero la doctrina es pacífica en
consentir que definitivamente el Derecho es mucho más que simples normas y
reglas, elementos con los que opera.
La ardua tarea de buscar una definición del Derecho, que algunos consideran
arte y otros una ciencia, no es materia de nuestro estudio, pero es conveniente
referirnos a esta parte del estudio de la Teoría General del Derecho para
entender que la función social que se le reconoce al Derecho tiene muchos
matices de controversia. No obstante ello, es claro que ésta función social está
orientada a regular la convivencia pacífica, armónica de los hombres, por ello
se dice que ella requiere un orden, pero este orden no nace a partir de
abstracciones filosóficas o de creaciones intelectuales, sino que es mucho
anterior a éstas. “Dios – dice Manuel Albaladejo – ha establecido la base del
orden justo al prescribir unas reglas fundamentales a las que debe atenerse tal
convivencia. El conjunto de ellas constituye el Derecho Natural, Derecho que
es perceptible por la razón humana, que es congruente con la naturaleza del
hombre, y que representa la perfecta Justicia o el ideal de lo justo.” 52. Y añade
más adelante que “El Derecho positivo ha de inspirarse en el natural, no
contradiciéndolo, sino desarrollando sus principios y reglas en tenor de las
circunstancias y necesidades de cada momento y lugar. Sólo su armonía con el
Derecho natural legítima al Derecho positivo”. Entonces, siguiendo a este autor
español, es claro que las relaciones sociales y las normas de conducta que de
ellas se derivan, se han dado aún incluso sin la existencia de un norma
positivizada que las regule. Las normas y leyes que han venido a reglamentar
estas relaciones, sólo han contribuido para ordenarlas positivamente, es decir
se ha traducido en reglas positivizadas aquellas que el Derecho natural ya
había reconocido anteriormente.
Estas relaciones entre los hombres dan como resultado la aparición de ciertas
normas de conducta que son de obligatorio cumplimiento, aún incluso antes de
su traducción en normas positivas. Es claro suponer que para efectos de
nuestro estudio, nos interesa particularmente las relaciones consensuales de
tipo patrimonial que se dan entre particulares principalmente, puesto que en
ellas vamos a identificar las diferentes etapas de la formación de estos
acuerdos y vamos a poder establecer sus particulares características.
51
CARNELUTTI, Francesco. “Teoría General del Derecho.” Traducción del italiano por
Francisco Javier Osset. Editorial Revista de Derecho Privado. Madrid 1955. Pág. 14.
52
ALBALADEJO, Manuel. “Compendio de Derecho Civil.” Librería Bosch. Barcelona 1987. Pág
9.
Entendemos que la más pura expresión de la voluntad recíproca de las
personas, en materia civil, es la celebración de acuerdos, de negocios
bilaterales, de contratos, en los cuales se plasma la común intención de las
partes y se fijan las normas particulares que van a regir la naciente relación
obligatoria. Por eso entiende Luigi Ferri que el contrato tiene una función
normativa, ya que a partir de su celebración se van a fijar pautas de obligatorio
cumplimiento entre sus otorgantes53. Estos acuerdos, como sinónimo de
expresión de la libertad de las personas, si bien tienen vida propia a partir de su
existencia, también tienen un antecedente, traducido en el proceso previo a su
celebración, en el cual han existido, por derecho propio, reglas particulares de
conducta que han normado la relación entre los otorgantes.
55
Leysser León tiene escrito un muy interesante artículo sobre la trasposición al Derecho
Francés y posteriormente a sus pares latinoamericanos desde el Derecho Alemán de la Teoría
del Negocio Jurídico, la cual nos ilustra, documentadamente por supuesto, acerca de los
errores que dieron lugar a la concepción de la Teoría del Actor Jurídico. El artículo se denomina
“Las malas lecturas y el proceso de codificación civil en el Perú. El acto jurídico, el negocio
jurídico y la historia de una confusión”. En “El sentido de la Codificación Civil”. Leysser L. León.
Palestra Editores. Lima 2004. Pág 60 y ss.
56
En el Derecho Romano antiguo los formalismos y ceremonias daban validez a los pactos o
convenios y luego en el Derecho Canónico el aspecto moral y religioso cobró mayor
importancia. Hoy en día, las necesidades del tráfico patrimonial han simplificado la rigurosidad
de otros tiempos.
Según comenta Lizardo Taboada Córdova, “Dentro de la temática del derecho
privado existen dos teorías fundamentales para la lógica de todo el sistema en
su conjunto: la teoría general del contrato y la doctrina del negocio jurídico, las
mismas que han demandado la atención preferente de la mayor parte de los
civilistas, dando lugar a un enorme y sobresaliente desarrollo de estos
aspectos y conceptos.”57. Esto nos lleva a señalar que ambos conceptos son
fundamentales para poder entender el verdadero sentido del intercambio
patrimonial y, para nuestro particular estudio, nos servirá para poder clasificar
adecuadamente la responsabilidad precontractual.
A decir del maestro Manuel de la Puente y Lavalle y atendiendo a la definición
dada por nuestro código en el Art. 1351, “...el contrato es un acto jurídico
plurilateral y patrimonial.”58. En dicha definición, el autor resalta
fundamentalmente hasta tres características del contrato: que es un acto
jurídico (concebido como la manifestación de voluntad destinada a crear,
modificar o extinguir un derecho, según la doctrina francesa que el autor
explica en su obra y que ha sido seguida por nuestro Código), que es
plurilateral (pues necesita el concurso de las manifestaciones de voluntades de
varias partes, de lo contrario sería únicamente una promesa unilateral) y que
es de naturaleza patrimonial (puesto que debe versar sobre bienes o intereses
que posean una naturaleza económica, es decir que deben ser objeto de
valoración, dentro del tráfico del comercio, lícito por supuesto).
Luego añade el autor que “El contrato, como acto jurídico, es una
manifestación de voluntad cuya razón de ser es crear la relación jurídica. Una
vez cumplido este cometido, que se alcanza plenamente con la sola
manifestación de voluntad (al menos en los contratos consensuales), el
contrato deja de existir, porque ha terminado su rol. Lo que subsiste es la
relación obligatoria nacida del contrato, que es la que vincula a las partes y la
que debe ser cumplida.”59. Se distingue pues, de esta manera, el momento de
la celebración del contrato con los efectos que se generan a partir de dicho
momento. Este autor explica luego que lo que obliga a las partes es la relación
obligatoria que nace del contrato y no el contrato en si, e insiste en afirmar que
deja de existir en el momento en que éste se perfecciona. Entonces, debemos
tener en cuenta que es un error identificar al contrato con la relación obligatoria
generada entre las partes: ambos conceptos son complementarios pero no son
sinónimos. El contrato es fuente de obligaciones mientras que la relación
jurídica creada por el contrato son esas obligaciones.
Se reafirma entonces la calidad del contrato de ser una especie del género
convención. Esto no afecta sus alcances, pero consideramos que es
importante hacer este tipo de distingos a fin de comprender el tema de la
responsabilidad precontractual que es el objeto central de nuestro estudio, ya
que servirá para comprender la naturaleza jurídica de las tratativas
precontractuales y nos es de utilidad a fin de poder clasificar adecuadamente
dicha figura.
61
BORDA, Guillermo A. “Manual de Contratos.” Editorial Perrot. Buenos Aires 1989. Pág. 07.
62
ALBALADEJO, Manuel. “Compendio de Derecho Civil.” Librería Bosch. Barcelona 1987. Pág.
191.
Para Albaladejo, no existiría pues una diferencia de género y especie entre
convenio y contrato, tal como lo habrían definido Planiol y Ripert, sino una
suerte de contenido común por lo tanto, la distinción sólo se centraría en la
extensión de su aplicación y no en su definición misma, ya que en el sentido
más estricto del término, contrato significa creación de obligaciones y en el
sentido más lato, es cualquier acuerdo de voluntades. Tal parece que según
este autor español, no existiría pues una dicotomía conceptual entre negocio y
contrato, sino que serían ambos términos elementos de un solo concepto. Por
su parte, los profesores Luis Diéz Picazo y Antonio Gullón definen al contrato
en un análisis a partir de lo que el Código Civil español preceptúa en su
artículo 1,254. Señalan dichos autores que “De estos preceptos podemos
deducir que el contrato aparece por la conjunción de los consentimientos de
dos o más personas con la finalidad de ser fuente de obligaciones entre ellas.
Es una de las ideas centrales de todo el sistema de Derecho privado y, junto
con la propiedad, constituye uno de los pilares básicos del orden económico,
pues a través de él se realiza la función de intercambio de los bienes y
servicios. Pero también es un supraconcepto (Oberbegriff), que es aplicable a
todos los campos jurídicos y, por consiguiente, tanto al Derecho privado como
al Derecho público e incluso al Derecho matrimonial. En un sentido más
restringido y buscando el sometimiento a un régimen jurídico unitario, la
doctrina más reciente aplica el concepto de contrato exclusivamente respecto
de todos aquellos negocios jurídicos que inciden sobre relaciones jurídicas
patrimoniales. Visto desde esta perspectiva, el contrato es el negocio jurídico
patrimonial de carácter bilateral cuyo efecto consiste en constituir, modificar o
extinguir una relación jurídica patrimonial.” 63.
Al decir que “...el contrato es el negocio jurídico...”, nos dan a entender que
esta figura es una más de las que comprende el negocio jurídico, con lo cual
89 Es decir que tenemos una definición de negocio que indica que éste es un
campo general, con una abstracción mucho más amplia que el concepto del
propio contrato y que éste último es uno más de los negocios jurídicos que
caben dentro de este concepto. Así vistas las cosas, se propone una revisión
de ambos conceptos para determinar efectivamente si tal definición es la
correcta. 90 Como vemos, esta concepción del contrato, como una especie del
negocio jurídico, no es una definición moderna ni tampoco una construcción
joven; es más bien el desarrollo de toda una corriente que se ha preocupado
en darle un contenido más amplio al concepto del contrato. En efecto,
haciendo una reflexión sobre nuestro propio modelo doctrinario y legislativo,
con referencia a nuestra definición del contrato, nunca hemos tenido a la vista
esta ubicación del contrato que le dan otras corrientes. La categoría del
negocio jurídico, como un supraconcepto que abarca todos los actos humanos
con contenido jurídico y dentro de ellos a los contratos en particular, es una
noción que no hemos considerado o que se ha dejado de lado al momento de
elaborar nuestra propia legislación, lo cual definitivamente nos obliga a
repensar nuestros conceptos.
64
SCONAMIGLIO, Renato. “Teoría General del Contrato.” Universidad Externado de Colombia.
Traducción del italiano por Fernando Hinestrosa. Bogotá 1996. Pág. 13.
65
Ibid. Pág. 24.
66
FERRI, Luigi. “Lecciones sobre el contrato.” Traducción de Nélvar Carreteros Torres. Editora
Jurídicia Grijley. Lima 2004. Pág. xlvii.
contrato es fuente de obligación, por que es fuente normativa, es decir acto
con el cual se imponen la normas o imperativos jurídicos. El contrato es fuente
de normas y, por lo tanto, de deberes jurídicos, y, entonces, de obligaciones
en sentido lato.”67.
Esta función del contrato nos interesa especialmente para nuestro estudio,
porque vamos a ver más adelante que existen deberes de las partes que no
solamente nacen a partir de la celebración del acuerdo, sino que estos
deberes también están presentes en la etapa formativa del contrato, es decir
en la etapa precontractual, a la cual, entendemos, se extienden también
obligaciones para las partes.
Pues bien, dado que ya hemos analizado las diferentes definiciones que se
dan sobre el contrato y los puntos comunes que la doctrina comparada ha
encontrado, debemos centrarnos ahora en el aspecto anterior a la existencia
del contrato, es decir en aquellos momentos que se han identificado y que han
sido delimitados por la doctrina.
68
DIEZ PICAZO, Luis. “Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial.” Editorial Civitas. Madrid
1996. T. II. Pág. 267.
69
DIEZ PICAZO, Luis “Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial.” Editorial Civitas. Madrid
1996. T. I. Pág. 270.
caracteres de casi todos los contratos: su conmutatividad. Esa desigualdad es
la que ha dado origen a los contratos de adhesión. 70.
70
BORDA, Alejandro. “La Contratación en Masa” en “Contratación Privada”. Carlos Soto
Coaguila y Roxana Jiménez Vargas-Machuca, coordinadores. Jurista Editores. Lima, junio
2002. Pág. 265.
71
TABOADA CORDOVA, Lizardo. “Acto Jurídico, Negocio Jurídico y Contrato.” Editora Jurídica
Grijley. Lima 2002. Pág. 126.
72
ARIAS-SCHREIBER PEZET, Max. “Exégesis del Código Civil Peruano de 1984. Tomo I.
Contratos: Parte General.” Gaceta Jurídica Editores. Lima 1995. Pág. 154.
veces carece de libertad de determinación efectiva. 73. Por su parte, Diéz
Picazo y Gullón advierten que “El peligro de estas fórmulas (contratos por
adhesión y condiciones generales de contratación) es evidente. Cierto que
facilitan la contratación en masa, porque el empresario no puede discutir
individualmente cada contrato. Pero cierto también que le procuran todas las
ventajas, eximiéndole generalmente de responsabilidades o aceptándola en
términos tales que prácticamente se llega al mismo fin (por ejemplo, obligación
de denunciar el siniestro en un plazo a todas luces corto bajo pena de que el
asegurado pierda el derecho a la indemnización). Además, frecuentemente
están redactadas las cláusulas de una manera laberíntica y oscura, apta para
su comprensión por especialistas solamente.” 74.
Pues bien, vemos que estos tipos de contratos han sido discutidos en el
campo doctrinario y algunos de los comentaristas convienen en que el exceso
que se puede presentar en la aplicación de los mismos (exceso entendido
como abuso) perjudica directamente al contratante más débil. No obstante,
creemos que no necesariamente estas figuras son negativas. De ninguna
manera. Admitir ello sería negar la capacidad evolutiva de los contratos. El
rigor del tiempo, el avance tecnológico, el incremento de opciones y el
creciente consumismo social, determina que se generen nuevas variantes en
la forma de contratar. Siempre ha sido así, por eso la permuta dio origen a la
venta, por ejemplo. Entonces, no podemos negar que el origen de este
contrato, cuya expresión de “contrato de adhesión” fue acuñada por Saleilles a
principios del Siglo XX , no ha sido producto de la creación abstracta de
legisladores o juristas, todo lo contrario, ha nacido de la necesidad misma del
avance social y económico. Carlos Soto Coaguila nos habla del origen de la
denominación de los contratos de adhesión y nos dice que: “No se sabe con
exactitud. Cuando surgió el fenómeno de la contratación masiva. Para algunos
pensadores como Alvin Toffler, las categorías de productores y consumidores
surgieron con el nacimiento de la sociedad industrial. Jurídicamente, creemos
que fue Raymond Saleilles en una obra publicada en París en 1902 y
destinada al estudio de los numerales 116 a 144 del Código Civil Alemán
(BGB), sobre la Declaración de la Voluntad, el que acuñó el término “contrats
d’adhesión”. Este jurista afirmaba que, ‘indudablemente hay contratos y
contratos (…) Existen unos pretendidos contratos que no tienen de tales más
que el nombre, y cuya construcción jurídica está aún por hacer; (…) se les
podría llamar, a falta de otra denominación más adecuada, contratos de
adhesión, en los cuales se da un predominio exclusivo de la voluntad de una
de las partes contratantes actuando como voluntad unilateral, la cual dicta su
ley no ya sólo a un individuo, sino a una colectividad indeterminada, y que se
vincula por anticipado, unilateralmente, salvo la adhesión de quienes deseen
aceptar su lex contractus y entrar a formar parte de este acuerdo ya creado
por si mismo’.”75.
73
DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel. “Estudios del Contrato Privado”. Editorial Cultural
Cuzco. Lima 1981. Pág. 287.
74
DIEZ PICAZO, Luis y GULLON, Antonio. Op. Cit. Pág. 78.
75
SOTO COAGUILA, Carlos Alberto. “La Transformación del Contrato: Del Contrato Negociado
al Contrato Predispuesto.”, citando los trabajos de Raymond Saleilles “De la déclaration de
volonté, contribution a l’ étude de l’ acxte juridique dans le Code Civil allemand (Art. 116 á 144)”
París 1929 y “La déclaration de volonté” París 1902. En “Contratación Contemporánea”.
Palestra Editores, Lima - Editorial Temis S.A., Bogotá 2000. Pág.405.
Por ello no se puede voltear la mirada ante este fenómeno, sino que debe ser
regulado, tal como lo ha hecho nuestro Código. No obstante ello, el
pronunciamiento, si no unitario por lo menos ampliamente mayoritario de la
doctrina, es por que en la interpretación de estos contratos, siempre
prevalezca el principio del favor debitoris, por una razón de equidad en la
calificación (art. 1404 del C.C.). En efecto, ante la duda o ambigüedad en la
redacción de los contratos de adhesión o de las cláusulas generales de
contratación, se ha visto por conveniente que el Juez las interprete de manera
beneficiosa para el contratante que no intervino en su elaboración o redacción,
ya que es el menos favorecido en el contrato.
76
En este punto el autor hace un pie de página y señala que “Conviene advertir a su vez, que
no deben confundirse los términos “formación”y “conclusión” del contrato, pues éste es el
evento final del procedimiento de aquel.”
jurídica obligacional.”77. Luego el autor hace la explicación acerca de la
distinción de ambos conceptos, explicando que lo usual es que la conclusión de
un contrato sea coetánea con el perfeccionamiento del mismo, ya que en un
solo momento se pueden dar ambos supuestos: celebración y eficacia. Sin
embargo, anota que es posible que ello no se produzca en un mismo momento,
distinguiendo, por ejemplo, en los contratos celebrados bajo condición
suspensiva, el momento de la conclusión de los mismos cuando hay la
verdadera concurrencia de voluntades y acuerdos, del momento del
perfeccionamiento, que se dará cuando tenga lugar el hecho estipulado como
condición: recién el contrato adquirirá eficacia y podrá ser exigible, recién se
habrá producido el efecto de crear obligaciones.
En este punto del estudio, cabe detenernos un momento para tratar el tema de
la oferta y la aceptación, como elementos esenciales de la conclusión del
contrato y como presupuestos necesarios de un consentimiento válido. 78.
Al respecto, dice De la Puente que “Se ha visto que la etapa de las tratativas
termina con la formulación de la oferta, lo que da lugar a la iniciación de la
segunda etapa, que es la celebración del contrato. Esta etapa comprende
desde la declaración de la oferta por el oferente hasta el conocimiento por éste
de la aceptación del destinatario de la oferta, que da lugar a la celebración del
contrato, incluyéndose en la etapa las posibilidades de la retractación de la
oferta, la contraoferta y la retractación de la aceptación.” 79.
Sobre este aspecto de los negocios que se celebran sin mayor negociación
(concepto paradójico pero cierto), en Italia se dio una interesante discusión
77
DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel. “El Contrato en General”. Palestra Editores. Lima
2003. T., I. Pág. 96.
78
Sobre este aspecto profundizaremos los conceptos más adelante, sin embargo es preciso
anotar en esta parte del estudio, las características generales de la oferta y aceptación,
elementos antecesores del consentimiento.
79
DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel. “El Contrato en General.” Palestra Editores. Lima
2003. Pág. 373.
80
CABANELLAS, Guillermo. “Diccionario de Derecho Usual.” Bibliográfica Omeba Editores.
Buenos Aires. Cuarta Edición. T. III. Pág. 108.
académica acerca de si efectivamente había o no manifestación de voluntad
en los contratos celebrados por adhesión. El debate doctrinario fue iniciado por
el Profesor Natalino Irti, quien escribió un ensayo titulado “Intercambios sin
Acuerdo” (“Scambi senza accordo” publicado originalmente en Rivista
trimestrale di diritto e procedura civile. Anno LII. Milano: Dott. A. Giuffré, 1998.
Pp. 347-364) y fue motivo de su ponencia en un Congreso de estudios
promovido en honor de Renato Sconamiglio, el 12 de diciembre de 1997.
Habla también de los contratos telemáticos, que van ganando terreno gracias a
la internet, en el cual dice que existiría un cierto retorno a la palabra escrita
más que dicha, vista más que oída, pero finalmente concluye en que “El
interactuar telemático se delinea como un procedimiento que se sirve de la
lengua por simples propósitos ostensivos, y que bien podría sustituirla con
íconos o signos del todo convencionales.” En síntesis, tampoco existe un
81
IRTI, Natalino. “Intercambios sin Acuerdo.” Traducción de Rómulo Morales Hervias y Nélvar
Carreteros Torres. Artículo publicado en “Ius et Veritas Nº 24.” Revista de Derecho. Lima 2002.
Pág. 46.
verdadero diálogo en este tipo de contratación moderna, ya que en realidad las
opciones se limitan a escoger alternativas pre-diseñadas, más que a una
negociación, en el sentido clásico de la palabra. Irti concluye argumentando
acerca de los intercambios de mercado y los coloca alternativamente, o en una
noción de contrato ampliada más allá del acuerdo o en una noción de
intercambio sin contrato, reconociendo en todo caso dos decisiones
unilaterales destinadas a permanecer como tales (la del vendedor que ofrece
una cosa y la del comprador que va en busca de la misma cosa); el autor
prefiere la segunda de las nociones, porque ni la ciencia, ni la práctica precisan
de una moderación de los conceptos y de los institutos. En definitiva, el
profesor Irti hace una descripción del retroceso del lenguaje en la contratación
moderna, en la cual los acuerdos se celebran sin negociarse siquiera,
contrahere sin consintere, lo que da pie a decir que estamos acudiendo a la
desnaturalización del concepto clásico del contrato.
82
OPPO, Giorgio. “¿La deshumanización del contrato?.” Traducción de Rómulo Morales
Hervias y Nélvar Carreteros Torres. Artículo publicado en “Ius et Veritas” Nº 25. Revista de
Derecho. Lima 2002. Pág. 39 – 45.
Italiana (precepto que afirma in primis la libertad, con la cual todo es
coordinado y compatible, no con el ‘dirigismo totalitario’ que otras veces Irti ha
reprochado en la Constitución) Libertad no simplemente de exponer y de
escoger sino de vender exponiendo y comprar escogiendo. Igualmente
‘vaciado de la libertad de tratativa’ (pero vaciado por las partes, no por
imposición externa), el acuerdo no es ‘reducido a la elemental libertad de no
cumplir el acto’ sino exalta y concilia antes que todo la libertad de ambas
partes de cumplir el acto para realizar un interés propio. Sólo así se salvan,
como también Irti desea salvarlas, objeto y causa que no se pueden reconocer
solamente en la decisión de exponer y en la decisión de escoger.”
Como vemos, el profesor Oppo ejerce una férrea defensa de su posición,
contrapuesta a la de Irti, considerando que los actos que ejercen los
contratantes son verdaderas manifestaciones de voluntad y, llegado el
momento, determinan el consentimiento en la celebración de un contrato,
elemento esencial para la validez de los mismos. Finalmente hace una
reflexión en torno a un ensayo escrito por Alberto Trabucchi quien también
considera que las voluntades de los sujetos, que se encuentra como
justificación y por consiguiente – directa o indirectamente –- en el origen de las
continuas transformaciones de las relaciones, en uno y en otro polo, tienen
siempre su significado esencial. Con esto busca resaltar el aspecto de la
expresión de la voluntad como manifestación de la intención íntima de los
sujetos, la cual siempre estará por encima de las leyes de mercado.
Similares propuestas tenía otro alemán, Martín Posch. Sin embargo, explica el
jurista que estas tesis ya han sido superadas y que en todo caso, su aplicación
es muy limitada, aplicables quizás al contrato de trabajo nulo o contrato de
sociedad nulo. Pero si bien es cierto que la teoría de Irti no es igual a la de los
contratos de hecho, se puede concluir en que es su punto de partida, ya que
ambas se sustentan en la falta de dialogo de las partes.
Para concluir con la reseña de este debate, diremos que el profesor Irti publicó
un artículo titulado “El Intercambio de Pañoletas. (Réplica semi seria al
profesor Massimo Bianca)”86 (“Lo scambio dei foulards (réplica semi seria al
85
BETTI, Emilio. “Teoría General del Negocio Jurídico.” Traducción de A. Martín Pérez.
Editorial Comares S.L.. Granada 2000. Pág. 111.
86
IRTI, Natalino. “El intercambio de pañoletas. (Réplica semi-seria al profesor Massimo
Bianca.” Artículo publicado en “Estudios sobre el Contrato en General” Por los sesenta años
prof. Bianca) publicado originalmente en Rivista Trimestrale di Diritto e
Procedura Civile. Anno LIV. Milán 2000. Pp. 601-604). En este artículo
pretendía aclarar ciertos conceptos que a su entender no habían sido
debidamente profundizados por el maestro Bianca y que en suma, la carencia
de dialogo en las transacciones actuales, reseñadas en su artículo
“Intercambios sin acuerdo”, representa una propuesta de análisis y una
invitación a mirar dentro de nosotros y en torno a nosotros. Vale la invitación a
la discusión, sin embargo, no es oportuno en este momento detenernos en su
análisis.
Entonces, para efectos de nuestro trabajo, sólo queremos resaltar que, aún
cuando un contrato haya sido celebrado y se encuentre en ejecución, es
posible que encontremos aspectos de responsabilidad precontractual, por
hechos ocurrido justamente antes de dicho perfeccionamiento. Las
consecuencias de dichos actos las desarrollaremos más adelante, pero por el
momento es oportuno tener presente lo acotado.
Según hemos visto, el contrato tiene diferentes etapas, siendo la que nos
interesa en particular la anterior a la celebración propiamente del mismo. No
debemos olvidar que cuando nos referimos a los orígenes de los estudios de la
responsabilidad precontractual, habíamos señalado que la teoría de Rudolf von
Jhering fue aceptada casi sin discusión por la doctrina, hasta que Gabriel
del Código Civil Italiano (1942 – 2002) Selección, traducción y notas de Leysser L. León. Ara
Editores. Lima 2003. Pág 383 – 388.
87
DIEZ PICAZO, Luis. “Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial.” Editorial Civitas. Madrid
1996. T. II. Pág. 268.
Faggella publicó su obra. Este trabajo, hemos dicho, fue el primero en
denominar “responsabilidad precontractual” a la responsabilidad que se genera
en este período y en él también se precisó que la extensión que corresponde
otorgar a ese período previo a la formalización del acuerdo contractual la
divide en dos etapas, para su mejor comprensión: a) las tratativas realizadas
por las partes antes de que se emita la oferta y b) la que comienza con la
emisión de la oferta y concluye con la formación del contrato o la cesación
definitiva de las tratativas por no llegar a un acuerdo. 88.
Manuel de la Puente señala que “Al lado de esta contratación veloz existe, sin
embargo, otra en la que las partes necesitan obtener una mayor información
que la contenida en la proposición para resolverse a contratar, con cuyo fin
inician conversaciones o tratos preliminares. En estos tratos los tratantes
hacen cálculos, valoran posibilidades, plantean problemas, sondean puntos de
diferencia, sugieren variantes, en fin, van formándose un criterio sobre la
verdadera naturaleza y alcances del negocio, que les permita tomar una
decisión sobre llevarlo adelante o no.” Agrega luego que “La opinión más
difundida es, sin embargo, que las tratativas terminan en el momento en que
se formula la oferta. Comparto esta posición desde que creo que las tratativas
son los tanteos preliminares en que los tratantes, sin haber llegado a tomar la
decisión de contratar, tienen la intención de hacerlo si es que el negocio sobre
el cual recaen conviene a sus intereses. Pero precisamente como no existe
aún decisión de contratar, los tratantes desean estar en situación de libertad
para adoptar su posición definitiva. La formación de la oferta y el conocimiento
de ésta por el destinatario dan lugar a que ésta libertad se pierda, pues con la
aceptación de la misma se dará lugar a la celebración del contrato.”“ 89.
En concordancia con lo ya descrito por Diéz Picazo 90, se señala que “las
negociaciones preparatorias de un contrato se inician por una parte invitando a
la otra a entrar en tratos acerca de un determinado negocio. Este hecho y los
actos posteriores que al respecto se vayan sucediendo, todos enfilados a la
formación de la voluntad contractual, no constituyen, como ya se ha dicho,
actos jurídicos ni tampoco generan efectos del mismo orden, pero, sin
90
DIEZ PICAZO, Luis. “Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial.” Editorial Civitas. Madrid
1996. T. I. Pág. 270.
embargo, los sujetos de dichas conversaciones si que asumen deberes de
comportamiento mientras contraen, cuales son los de actuar correctamente en
relación a la otra parte que interviene en la negociación, observando las
pautas que configuran el principio de la buena fe, cuyo principio informa, con
carácter general, el ejercicio de todos los derechos... Al propio tiempo, las
partes negociadoras vienen compelidas, también, a la observancia de aquellos
otros deberes de información, en orden a circunstancias y personas y en
relación a la cosa o derecho objeto de la negociación, de confianza,
confidencialidad, deberes de no negociar con terceros, al tiempo y mientras
duren las conversaciones preparatorias del negocio, así como de aquellos
otros comportamientos tendentes a evitar que se cause algún perjuicio a la
otra parte.”91.
Debemos tener en cuenta que “...de acuerdo con el sistema adoptado por el
Código Civil peruano, las obligaciones patrimoniales sólo surgen de las fuentes
taxativamente enumeradas en el Libro VII de dicho código, entre las cuales, si
bien se encuentra el contrato, no están comprendidas las tratativas. Estas son
sólo una etapa del iter formativo del contrato, que pueden conducir o no a la
celebración del mismo, de tal manera que las tratativas, de por si, constituyen
únicamente un camino hacia la constitución de una fuente de las obligaciones.
Ello determina que, en sentido estricto, el iniciar las tratativas no crea un
vínculo obligacional entre los tratantes.” 96. Es decir, que no nos encontramos
ante una relación con contenido obligacional, sino que la relación entre las
partes tratantes tiene otra naturaleza.
98
DE CASTRO Y BRAVO, Federico. “El Negocio Jurídico.” Editorial Civitas. Madrid 1997. Pág.
11.
99
VIDAL RAMIREZ, Fernando. “El Acto Jurídico.” Gaceta Jurídica Editores. Cuarta Edición.
Lima 1998. Pág. 90.
manifestación se constituye en la voluntad propiamente jurídica o, si se
prefiere, jurígena”100.
100
Ibid. Pág. 93.
101
Ibid. Pág. 106.
3. Los sujetos, al celebrar actos o negocios, no buscan la producción de
efectos jurídicos, sino efectos meramente prácticos y empíricos.
102
DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel. “El Contrato en General.” Palestra Editores. Lima
2003. T. I. Pág 54.
103
Ibid. Pág. 111.
declarante queda comprometido por ella aunque realmente no la haya
querido.104”
Finalmente, en cuanto a la Teoría de la Confianza, explica De la Puente que,
“según ella, la declaración discrepante de la voluntad tiene valor cuando el
destinatario ha confiado razonablemente sobre la seriedad y sobre el
significado objetivo de ella. Se basa en que la certeza del tráfico jurídico exige
privilegiar la confianza respecto a la realidad del consentimiento, en el sentido
que la buena fe, que preside la formación del contrato, permite al destinatario
dar valor como declaración de voluntad a lo que se le presenta verosímilmente
como tal”105. Es decir, que lo resaltante es que el contratante perjudicado haya
confiado razonable y objetivamente, que su contraparte actuaba de buena fe,
principio sobre el cual vamos a volver más adelante.
Dice este autor que “En la generalidad de los casos es la culpa – como ya
hemos señalado – el fundamento inmediato de la obligación de resarcir, pero
su configuración revestirá diversas características según el tipo de actos (de
vinculación absoluta o relativa) que se producen en el período precontractual.
Se debe concluir, entonces, que los actos de voluntad unilateral constituyen el
terreno en el cual opera el principio de la culpa en el período
precontractual,...”107.
Pues bien, luego del estudio que se ha hecho de las diferentes teorías que
tratan de explicar la naturaleza de la voluntad y su ingerencia en la validez de
los actos jurídicos, debemos señalar que para efectos de una adecuada
interpretación de la responsabilidad precontractual, podemos tener en cuenta
lo señalado por el Max Arias-Schreiber, quien dice respecto a nuestro Código
Civil que “Para nosotros, el Código ha recogido el sistema declarativo, pero
sólo a mérito de una presunción ‘juris tantum’. En efecto, no descarta la
posibilidad de demostrar que lo declarado no constituye la voluntad común de
las partes y si esta última queda acreditada, prevalecerá sobre la declaración,
en armonía con la regla que contiene el artículo 1362. La solución, tal como
nosotros la vemos, es niveladora y se aparta de un radicalismo que
conceptuamos peligroso e inconveniente.”109
Por su parte, Lohman Luca de Tena dice que “aunque resultaba más seguro
decirlo sobre el texto del Proyecto de la Reformadora, consideramos que
nuestro codificador civil no parece haber optado por ninguna de estas
corrientes extremas (la de la voluntad y la de la declaración), inclinándose por
las tesis de la responsabilidad y de confianza, que atenúan los rigores de uno
y otro extremos. Responsabilidad, confianza y presunción de buena fe son
regalas que deben inspirar todas las relaciones jurídicas y, por lo tanto,
aquellas dimanantes de las declaraciones de voluntad. Estas reglas en modo
alguno pueden ser genéricas, si se atiende a la naturaleza de cada negocio y a
las circunstancias que le rodean. No podrá medirse con la misma regla un
testamento que una donación. En el primero se deberá preferir la intención del
agente, con prescindencia de si dice que lega o dona o deja; la donación, en
cambio, se juzgará restrictivamente.”110
108
SOZZO, Gonzalo. Op. Cit. Pág. 62.
109
ARIAS SCHREIBER PEZET, Max. “Exégesis del Código Civil Peruano de 1984. Tomo I.
Contratos: Parte General.” Gaceta Jurídica Editores. Lima 1995. Pág. 92.
110
LOHMANN LUCA DE TENA, Juan Guillermo. Op. Cit. Pág. 104.
artículo 1362 del Código Civil, que admite dicha teoría a través de la buena fe
creencia, coincide con la presunción contenida en el segundo párrafo del
artículo 1361, que concede a la declaración una apariencia de responder a la
voluntad común.”111
5. Precontrato.
CONTRATO
I. CONCEPTO.
II. ELEMENTOS.
1. Consentimiento.
2. Objeto.
Las obligaciones que nacen del contrato pueden recaer sobre toda clase de
prestaciones, ya se trate de bienes o servicios, siempre que reúnan los
requisitos que ya se vieron en la lección anterior: debe tratarse de prestaciones
posibles (aunque, en general, se admite que pueda tratarse de cosas futuras,
siempre que puedan llegar a existir), lícitas, y determinadas o determinables
con arreglo a criterios objetivos y sin necesidad de que medie un nuevo
acuerdo entre las partes.
3. Causa.
Se puede definir la causa del contrato como el fin esencial, común a ambas
partes, por el cual éstas celebran un determinado contrato, y que justifica la
tutela que el ordenamiento otorga a dicho contrato: así, por ejemplo, en los
contratos onerosos la causa está en el intercambio de prestaciones, mientras
que en los contratos gratuitos la causa está en el ánimo de liberalidad de quien
realiza una atribución patrimonial a favor de otro. Distintos de la causa del
contrato (que es necesariamente común a ambas partes) son los motivos
individuales que hayan podido llevar a cada una de ellas a celebrar aquél;
motivos que, en principio, son irrelevantes para el Derecho.
Para que el contrato sea válido, la causa debe ser existente, lícita y verdadera.
Aunque no se haya expresado en él, se presume que el contrato tiene una
causa, y que ésta es lícita, mientras no se pruebe lo contrario. En cuanto al
requisito relativo a que la causa sea verdadera, hay que señalar que los
supuestos de falsedad de la causa contractual dan lugar a la figura conocida
como “simulación”. La simulación se da cuando las partes, con la finalidad de
engañar a terceros, manifiestan exteriormente celebrar un determinado
contrato, sin que tal declaración se corresponda con su verdadera voluntad. La
simulación puede ser absoluta (cuando el contrato simulado no encubre ningún
otro contrato), o relativa (cuando el contrato simulado encubre un contrato
distinto, al que se denomina “contrato disimulado”). El contrato simulado, que
es pura apariencia, es nulo por falta de causa; pero, en cambio, el contrato
disimulado será válido cuando se pruebe que reúne los requisitos necesarios
para su validez. La necesidad de que exista una causa que justifique la eficacia
que el ordenamiento reconoce al contrato se aplica a cualquier atribución o
desplazamiento patrimonial. De ahí la vigencia en nuestro sistema de la
“doctrina del enriquecimiento injusto o sin causa”. Se trata de un principio
general del Derecho, no formulado expresamente por el CC, pero que se
induce a partir de la observación del ordenamiento en su conjunto, y según el
cual el que obtiene un enriquecimiento a costa de otro, sin que ello esté
justificado por la existencia de una causa que el ordenamiento considere
suficiente (un contrato entre las partes, la necesidad de reparar el daño
causado por una a la otra, etc.), está obligado a reparar el consiguiente
desequilibrio patrimonial mediante el reembolso de una cantidad cuyo límite
máximo vendrá determinado por el enriquecimiento de una parte y el
empobrecimiento de la otra (es decir, consistirá en la entrega de la menor de
las dos cifras). Este principio tiene un carácter subsidiario, por lo que no puede
ser aplicado cuando existan normas específicas que sean aplicables al
supuesto en cuestión.
4. Forma.
III. CLASES.
- “Contratos societarios”: son aquéllos en los que intervienen dos o más sujetos
que se obligan a poner en común dinero, bienes e industria con ánimo de
repartir entre sí las ganancias, eventualmente mediante la creación de una
persona jurídica nueva.
- “Contratos parciarios”: son aquéllos en que un contratante se obliga a ceder a
otro la explotación de algo a cambio de una participación alícuota en los
rendimientos que obtenga.
- “Contratos típicos”: son los que están expresamente previstos y regulados por
la Ley.
- “Contratos atípicos”: los que no tienen una regulación legal propia, sino que
surgen del tráfico jurídico y de la autonomía negocial de los particulares,
pudiendo alcanzar, en determinados casos, una cierta “tipicidad social”. Los
contratos atípicos plantean el problema de determinar el régimen aplicable
cuando surge algún conflicto entre las partes. Para configurar ese régimen,
habrá que tener en cuenta: a) los pactos que hayan establecido las propias
partes; b) las normas generales reguladoras de las obligaciones y contratos; c)
las normas reguladoras de aquellos contratos típicos que guarden una relación
de analogía o proximidad con el contrato celebrado.
NOTA IMPORTANTE: Los temas precedentes del contrato, así como los que
consignan a continuación están desarrollados en las copias que aparecen a
continuación.
IV. EFECTOS.
V. INTERPRETACIÓN.
VI. INEFICACIA.
Ser, valer y ser eficaz son situaciones distintas, con consecuencias específicas
e inconfundibles cada una, y así deben ser tratadas. ¿Se puede hablar de
actos de autonomía privada existentes o inexistentes?
Luego de haber desarrollado las normas del Anteproyecto, no cabe duda que la
inexistencia puede servir de mucha utilidad en la praxis. De ahí que
consideramos que la inexistencia es la primera forma patológica del contrato.
Hay inexistencia de un negocio cuando sea irreconocible como figura
examinada o cuando no sea reconocida como aquella hipotetizada.
La juridicidad del contrato inexistente se refiere más bien a las situaciones que
se afirman existentes (o inexistentes) cuando son tomadas en cuenta por el
ordenamiento jurídico. En particular se puede hablar de inexistencia jurídica (en
el sentido de inexistencia solo para el derecho) para subrayar que cierto
fenómeno, empíricamente determinado, es invisible a los ojos del legislador,
porque el ordenamiento no hay normas que lo prevén. Para tales fines
disponemos de una noción más clara y menos equívoca que existencia jurídica,
vale decir aquella de relevancia jurídica.
El artículo 140 del CC establece las normas de producción que son reglas del
ordenamiento jurídico, es decir, que prevén y norman un particular modo de
incluir reglas de derecho, al acto de autonomía privada. Cuando un acto de
autonomía privada presenta todos los requisitos, que la ley prevé como
necesarios, por que tal tipo de acto puede valer como fuente de auto-
normatividad, nosotros decimos que aquél acto es válido: o, que es en sí
idóneo para producir sus específicos efectos jurídicos. El acto debe
corresponder al modelo establecido por la norma legal.
El derecho positivo no conoce una categoría del acto o del contrato válido, la
cual es por eso mismo una creación doctrinal. La noción de invalidez nace y se
desarrolla en dependencia directa con la afirmación y el desarrollo de la teoría
del negocio jurídico(366). En efecto, la categoría de la invalidez nace en
estricta conexión con la teoría del negocio jurídico, como calificación reservada
al hecho jurídico concreto [fattispecie] que se presenta como negocio.
En el Título IX del Libro II del Código Civil peruano (en adelante CC) regula la
invalidez en sus dos figuras: la nulidad y la anulabilidad.
La invalidez más grave –la nulidad- hace que el acto originariamente sea
ineficaz; la invalidez menos grave –la anulabilidad- afecta la regla contractual,
pero no le impide generar provisionalmente efectos, aunque sean precarios e
inestables, los cuales están destinados a dejar de producirlos retroactivamente
con el eventual pronunciamiento judicial o arbitral de la anulabilidad del
contrato.
Las dos figuras (y su normatividad) difieren, además, por el fundamento de la
invalidez y, por eso, por el tipo de exigencias protegidas. La nulidad defiende
intereses generales, intereses de terceros o intereses indisponibles. De reflejo,
la legitimidad para obrar es absoluta en la nulidad: cualquiera que tenga interés
puede hacerla valer y también es estimable o valorable de oficio por el juez,
mientras la legitimidad de obrar es relativa en la anulabilidad porque puede ser
formulada por una sola parte en cuyo interés ha sido concedida por la ley.
En verdad, este nuevo concepto de invalidez tiene relación con el poder que
tienen los particulares de crear reglas para ellos mismos a través del acto de
autonomía privada. Si el privado no fuera dotado de autoridad normativa, ni
siquiera podría ser destinatario de las normas que regulan la producción, así el
legislador estaría impedido a priori de la tarea de incidir sobre este aspecto y
guiar de tal modo la actividad de los privados. Sólo admitiendo una fuerza
causal del privado sobre el negocio al legislador puede precisamente ―regular
la fase de producción‖ y perseguir mediatamente específicas finalidades. La
fuerza causal del privado sobre la regla negocial, no constituye por ello un
postulado dogmático, ni una exigencia ideológica, sino un principio de
racionalidad y de oportunidad, porque solo sobre tal presupuesto el
ordenamiento puede interferir sobre la actividad de producción de normas
privadas(382). Entonces, el acto de autonomía privada es nulo o anulable por
una patología en el reglamento de intereses en la formación del acto mismo.
Sobre el poder de los particulares de crear reglas se ha dicho que la autonomía
comienza cuando el ordenamiento pone a disposición del particular uno o más
procedimientos, en mayor o menor medida expeditos y fáciles de actuar, con
cuya adopción el particular logra crear la regla jurídica. Este planteamiento ha
sido replicado indicando que la autonomía de los particulares comienza mucho
más allá (y mucho antes) de la verificación, en los hechos, de esta
compatibilidad.
Es claro que la validez implica el modo de los privados de crear ellos mismos
sus normas, y la invalidez el modo en que el ordenamiento jurídico valora y
califica las normas creadas por los particulares. Que el sujeto tenga atribuido el
poder y que lo ejercite de acuerdo con las reglas de forma y procedimiento son,
básicamente, cuestiones de hecho (y su prueba) y de subsunción. Respecto de
la coherencia con normas superiores, se trata, sustancialmente, de valoración,
de comparación entre contenidos normativos para establecer su compatibilidad
o incompatibilidad.
Por ejemplo, en los negocios jurídicos con eficacia relativa hay una vinculación
entre las partes con plena producción de efectos jurídicos pero no son
oponibles a los terceros cuando los negocios jurídicos no se inscriben. La falta
de inscripción es un ejemplo de ineficacia relativa o de inoponibilidad para los
terceros que eventual y posteriormente inscriban sus derechos. De ahí que el
efecto jurídico de la inscripción(394) es, como regla general, la oponibilidad de
los actos inscritos a los terceros que tengan derecho sobre el mismo bien en
base a un acto no inscrito en fecha posterior. Esta oponibilidad también se
denomina como eficacia relativa (y la inoponibilidad como ineficacia relativa).
Esta eficacia relativa comporta al mismo tiempo: a) ser eficaz entre las partes
pero ineficaz en relación a determinados terceros; b) ser eficaz en relación de
los terceros que no han inscrito sucesivamente, e ineficaz en relación de quien,
por el contrario, ha inscrito anteriormente.
Los artículos 140 y 219 del CC no han regulado expresamente todos los
elementos y requisitos que debe contener un acto de autonomía privada. La
ausencia de los elementos normalmente implica la inexistencia o la nulidad.
Ello dependerá de la normatividad de cada código civil. El CC no ha regulado
expresamente la consecuencia jurídica cuando hay ausencia de las partes, del
objeto y de la causa. Solo ha regulado la consecuencia jurídica de la nulidad
por ausencia de la declaración de voluntad (numeral 1 del artículo 219 del CC)
y de la formalidad obligatoria bajo sanción de nulidad (numeral 6 del artículo
219 del CC). El CC regula claramente la inexistencia del contrato cuando no
hay acuerdo (artículo 1359 del CC). Entonces, tenemos tres hipótesis no
reguladas taxativamente por el CC: la ausencia de las partes, del objeto y de la
causa. Como quiera que la nulidad debe ser indicada expresamente en la ley
(numeral 7 del artículo 219 del CC), consideramos que la ausencia de las
partes, del objeto y de la causa deriva que el acto de autonomía privada debe
ser considerado inexistente mediante una aplicación analógica del efecto
jurídico del artículo 1359 del CC. También existen requisitos no regulados
expresamente en los artículos 140 y 219 del CC. Ellos son la capacidad
natural, la determinación de las partes, la legitimidad para contratar, la
seriedad, la realizabilidad de la causa en el plano genético y la realizabilidad de
la causa en el plano funcional. No obstante la falta de regulación taxativa,
existen otras normas jurídicas que se refieren a estos requisitos. La capacidad
natural puede ser absoluta o relativa. De ahí que el acto de autonomía privada
es nulo cuando la parte celebra con incapacidad natural absoluta o es anulable
cuando la parte celebra con incapacidad natural relativa.
Las causas de nulidad y las razones del instituto El artículo 219 del CC
establece diferentes causales de nulidad que se pueden clasificar según los
intereses protegidos: Un primer grupo de hipótesis se refiere a las disfunciones
de la regla contractual que afectan intereses indisponibles de las partes y,
específicamente, la exigencia de cualquier parte contratante de quedar
vinculado mediante un contrato: Acto de autonomía privada insensato o
caprichoso como el contrato con violencia física o mediante la falsificación de la
escritura privada (numeral 1 del artículo 219 del CC) o el contrato bajo
condición suspensiva meramente potestativa (artículo 172 del CC).
Teóricamente un contrato con ausencia de seriedad contiene una causa no
seria. Esta hipótesis no está regulada expresamente en el CC como causal de
nulidad. Dicho contrato será inexistente de conformidad con la aplicación
analógica del artículo 1359 del CC salvo el artículo 172 del CC.
Asimismo, la violencia física es aplicable al numeral 1 del artículo 219 del CC.
Cuando se usa la fuerza física para la celebración del acto de autonomía
privada, están ausentes la voluntad de acción, la voluntad de declaración y la
voluntad del reglamento de intereses.
Hay una excepción referida a los incapaces de obrar con discernimiento o con
capacidad natural. Ellos podrán celebrar contratos vinculados con las
necesidades ordinarias de su vida diaria (artículo 1358 del CC).
El CC exige para la validez del acto de autonomía privada que el objeto cumpla
con los requisitos de la posibilidad y de la determinación o determinabilidad
(numeral 2 del artículo 140 en concordancia con el numeral 3 del artículo 219
del CC). El otro requisito del objeto es la patrimonialidad pero referido solo a los
contratos. El artículo 1351 del CC hace referencia a este requisito según el cual
el objeto del contrato debe tener un valor económico o pecuniario
independientemente si el interés del contrato es patrimonial o extrapatrimonial.
Su ausencia será la inexistencia del contrato o la nulidad si es considerado
como un aspecto de la imposibilidad jurídica del objeto del contrato.
d. Fin ilícito (numeral 4 del artículo 219 del CC). Asimismo al definir el interés
expresamos que es la necesidad de un bien. El fin es la necesidad. La
necesidad del acto de autonomía privada es la función económico individual o
la finalidad concreta programada o la función concreta del acto en el sentido
que el mecanismo programado por las partes debe subsistir no solo ―sobre el
texto y el contexto, pero también debe ser desde el inicio idóneo para funcionar
y, por lo tanto, a priori no irrealizable. En definitiva, la causa sirve para
garantizar que el conjunto de intereses programados por las partes no sea
radical y originariamente inidóneo a cualquier funcionamiento, que permite una
tutela mínima y fundamental de los contratantes; al mismo tiempo, mediante la
verificación sobre la licitud de la causa, se asegura que la función del contrato
no se coloque concretamente en contra de las normas imperativas, del orden
público y de la buena costumbre.
El fin del acto de autonomía privada no debe ser contrario a las normas de
orden público, a las normas de buenas costumbres o a las normas imperativas.
Ahora bien, la licitud del fin debe ser entendida según lo normado en el artículo
V del Título Preliminar del CC. Entonces, el numeral 8 del artículo 219 del CC
es redundante porque el numeral 4 del artículo 219 del CC regula la misma
hipótesis. Lo ideal hubiese sido que esta última norma dijera que el fin es ilícito
cuando es contrario al orden público o a las buenas costumbres. De esta
manera, serían innecesarios el numeral 8 del artículo 219 y el artículo V del
Título Preliminar del CC. Ahora bien, tal como están las cosas actualmente, es
inevitable que tanto el numeral 4 del artículo 219 como el numeral 8 del artículo
219 y el artículo V del Título Preliminar del CC, se refieren a lo mismo. Es decir,
las tres normas se refieren a un mismo hecho jurídico hipotético el cual es que
el fin es ilícito cuando es contrario al orden público o a las buenas costumbres.
Del mismo modo, el artículo 1354 del CC establece que el contrato no debe ser
contrario a norma legal de carácter imperativo. Como quiera que el fin ilícito no
incluye expresamente la violación de una norma imperativa al amparo del
numeral 4 del artículo 219, del numeral 8 del artículo 219 y del artículo V del
Título Preliminar del CC; es menester preguntarse en qué supuesto un contrato
viola una norma imperativa. Consideramos que la imposibilidad jurídica del
objeto regula tal hipótesis según el texto expreso de la norma. Aunque en
realidad, el objeto no es imposible, sino que el fin es imposible jurídicamente.
Por eso, es lógico sostener que cuando la norma se refiere al objeto imposible
jurídicamente, en realidad la mención es al fin imposible jurídicamente. Para
que no quede dudas de esta interpretación, el artículo 171 del CC regula la
condición ilícita y la condición jurídicamente imposible. Es claro que no es la
condición la ilícita o no es la condición la imposible jurídicamente, sino que el
fin es ilícito o el fin es imposible jurídicamente. En todas las hipótesis de ilicitud
del fin y de imposibilidad jurídica del fin, el efecto jurídico es la nulidad del
contrato en el CC.
De otro lado, el primer párrafo del artículo 1403 del CC regula la ilicitud del
objeto sin indicar el efecto jurídico. Si se añade que el numeral 3 del 219 del
CC solo hace mención a los requisitos de la posibilidad física o jurídica; y de la
determinación o determinabilidad, es necesario evaluar qué implica la ilicitud
del objeto. Considerando que el objeto es el medio o el instrumento para
satisfacer la necesidad, es claro que el medio no puede ser lícito o ilícito.
Tampoco se puede decir que el efecto jurídico es lícito o ilícito. Lo adecuado es
aplicar la ilicitud a la necesidad o al fin que las partes buscan realizar.
Entonces, la ilicitud del objeto debe ser absorbida por la ilicitud del fin. En otras
palabras, el fin ilícito es el hecho jurídico hipotético y el objeto ilícito hace
referencia a ese mismo hecho. El efecto jurídico hipotético será la nulidad(415).
De todo lo expuesto sobre la causa del acto de autonomía privada, el CC debe
ser correctamente interpretado, en forma doctrinaria, en el sentido de que para
la validez del acto de autonomía privada se requiere de su fin sea lícito, es
decir, que el fin no viole normas de orden público, normas de buenas
costumbres y normas imperativas.
Los casos de actos de autonomía privada para matar, renunciar a matar,
vender sangre, donar sangre y ceder el útero para la fecundación, se analizan
claramente con el concepto de causa que hemos propuesto.
g. Nulidad expresa (numeral 7 del artículo 219 del CC). El acto de autonomía
privada es nulo cuando la ley lo declare nulo. Alguna doctrina sostiene que hay
dos tipos de nulidad. Las nulidades expresas y nulidades tácitas o virtuales. En
ese sentido, el numeral 7 del artículo 219 del CC regularía la hipótesis de la
nulidad expresa. Esta clasificación es falsa. En realidad las nulidades siempre
son las expresamente previstas en un texto legal. No existen las nulidades
tácitas o virtuales. Lo tácito o virtual se aplica a la declaración de voluntad y no
a las causales de nulidad.
h. Nulidad según el artículo V del Título Preliminar (numeral 8 del artículo 219
del CC). Esta norma jurídica también es redundante. No cabe hablar que
existen actos de autonomía privada nulos por fines ilícitos y actos de
autonomía privada nulos por ser contrarios al orden público y a las buenas
costumbres. En realidad aquellos dos actos no son dos actos diferentes sino en
realidad es un solo acto.
La nulidad parcial.
Anulabilidad.
La anulabilidad del acto de autonomía privada puede ser pedida solo por la
parte en cuyo interés el remedio está establecido por ley: legitimidad de obrar
relativa (1). El acto anulable inválido es provisionalmente eficaz (2) hasta que
se declare judicial o arbitralmente. La sentencia o el laudo que verifique los
presupuestos de la anulabilidad y que decrete la ineficacia retroactiva del acto
de autonomía privada tiene naturaleza constitutiva (3)(444). La acción, o sea el
acto con que la parte legitimada asume la iniciativa judicial o arbitral de pedir la
anulabilidad, prescribe (4) en el plazo de dos años (numeral 4 del artículo 2001
del CC). La excepción de anulabilidad, que es el instrumento por el cual la
parte legitimada puede oponerse, es imprescriptible. La acción o la excepción
son preventivamente irrenunciables pero una vez celebrado el acto de
autonomía privada, el vicio es sanable (5) posteriormente mediante la
convalidación o la confirmación.
El acto de autonomía privada puede ser sanado por la parte legitimada a la que
le corresponde la acción de anulación que sea capaz de celebrar válidamente
tal acto. La convalidación o la confirmación es expresa cuando ella consiste en
una declaración realizada por la parte a la que corresponde la acción de
anulación, mediante un acto que contenga la mención del contrato y del motivo
de la anulabilidad (artículo 230 del CC)(447).
Rescisión
En efecto, el negocio con lesión enorme es aquel negocio jurídico por el cual
alguien, explotando la necesidad, la ligereza o la inexperiencia de otro, se hace
prometer o se procura para sí o para un tercero, a cambio de una prestación,
unas ventajas patrimoniales que sobrepasen de tal forma el valor de la
prestación, que según las circunstancias expresan un manifiesta desproporción
con dicha prestación. Si el negocio jurídico tiene tales características, es nulo
porque viola las normas de buenas costumbres. La solución propuesta da
realce a la intrínseca inmoralidad del desproporcionado aprovechamiento(450).
El negocio jurídico con lesión enorme o el negocio usurario son nulos si solo es
usurario una parte del negocio. Puede exigirse la devolución de la prestación
hecha. En caso de usura es nulo no solo el convenio causal sino también el
negocio de cumplimiento. Por consiguiente, nada se opone que un contrato en
que la prestación y la contraprestación sean extraordinariamente
desproporcionadas, según la opinión general de los hombres que piensan con
espíritu de equidad y justicia, se tenga por contrario a la moral, y, en
consecuencia, por nulo a tenor del § 138 ap. 1, aunque no medie explotación
de la situación de necesidad, de la ligereza o de la inexperiencia. Por lo demás,
la simple desproporción entre prestación y contraprestación no puede todavía
dar lugar a la nulidad según el § 138 ap. 1. Debe añadirse un elemento
subjetivo, del que se desprenda la inmoralidad de la acción, sobre todo de una
intención reprobable. La nulidad según el § 138 ap. 1 puede darse también
sobre todo en los casos de aprovechamiento inmoderado de la prepotencia
económica o de la posición, absoluta o relativa, de monopolio, que lleva a
condiciones contractuales prácticamente injustificadas, contrarias a la equidad
y opresivas (por ejemplo, en el orden de las cláusulas de no responsabilidad),
como también en los casos de aprovecharse de la mayoría que se tiene en una
sociedad para perseguir intereses egoístas contrarios a los de la
sociedad(451).
Remedios sinalagmáticos.
Término esencial.
La resolución produce el efecto restitutorio (tercer párrafo del artículo 1372 del
CC). El efecto restitutorio es aquel por cuya virtud las prestaciones ya
ejecutadas se reincorporan nuevamente al patrimonio de quien las efectúo en
mérito del contrato resuelto(506). La retroactividad del efecto resolutorio
determina que las partes se reintegren o restituyan aquello que han recibido
por razón de la extinción del contrato(507). Las prestaciones ejecutadas son
repetibles, según la normatividad del indebido(508). La retroactividad admite
una importante excepción que se encuentra reservada a los contratos de
ejecución continuada o periódica, en los que el límite de la retroactividad está
determinado por las prestaciones y contraprestaciones ya ejecutadas al
momento en que la resolución produce(509).
Según esta doctrina, en los contratos duraderos hay una cláusula implícita
según la cual las partes contratan y se vinculan en las circunstancias vigentes
al tiempo y en el presupuesto que esas circunstancias se mantendrán(517).
Normalmente, la cláusula ―rebus sic stantibus‖ fue construida formalmente
por la doctrina como una estipulación implícita(518).
Esta cláusula es subjetivista y voluntarista porque no se fundamenta en el
contenido del contrato objetivamente considerado en sí mismo sino en la
voluntad contractual y en las cláusulas que, tácita o implícitamente, habrían
estipulado(519).
La doctrina de la presuposición.
La doctrina de la imprevisión.
La doctrina de la “frustration”.
Los casos más paradigmáticos del derecho inglés son los llamados coronation
cases. En el caso Herne Bay Steamboat Co. V. Hutton (1903), el litigio se
centró en el alquiler de un barco de recreo para observar la flota de guerra
británica, que para la celebración del evento, se había previsto la coronación
del rey Eduardo VII. La ceremonia de coronación fue cancelada por
enfermedad del futuro rey, pero el tribunal mantuvo el contrato considerando
que no se había frustrado el fin de ver la flota a pesar de la cancelación de la
ceremonia de coronación. En los casos Krell v. Henry (1903) y Griffith v.
Brymer (1903) se relacionaron a contratos de arrendamiento de habitaciones
con vista para el cortejo de la coronación; en el primero, el contrato fue
celebrado antes y, en el segundo, después de la cancelación del cortejo real
aunque desconociendo de esta cancelación. En ambos casos, el tribunal liberó
a las partes de la vinculación asumida como fundamento en la frustración del
fin contractual(532).
En efecto, en el leadig case Krell v. Henry, una persona había arrendado una
habitación (por solo dos días) a fin de poder asistir al cortejo organizado para la
coronación del rey Eduardo VII. A causa de una enfermedad del futuro rey, la
ceremonia se canceló, así que el arrendatario respecto al contrato celebrado
había perdido toda utilidad. La autoridad judicial declaró extinguido el contrato
en cuanto había desaparecido los presupuestos, los propósitos y
consecuentemente el fundamento (frustration of purposes) del contrato
celebrado.(533).
La frustration of contract (que se aplica cuando la prestación contractual se
convierte en imposible, ilegal o completamente diversa de aquella
originalmente pactada), determina la extinción del contrato y la liberación de los
contratantes sin que se configure entre ellos responsabilidad alguna(534).
La excesiva onerosidad sobrevenida.
Receso.
El receso convencional.
El receso legal.
Remedios correctivos.