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La Picara Justina

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FRANCISCO LÓPEZ DE ÚBEDA

LIBRO DE ENTRETENIMIENTO DE

LA PÍCARA JUSTINA
Texto preparado por ENRIQUE SUÁREZ FIGAREDO
2 LA PÍCARA JUSTINA
LA PÍCARA JUSTINA 3

ADVERTENCIA

Q UIZÁ sea este libro de La pícara Justina la obra literaria más


extraña e inquietante que salió de las prensas en el Siglo de Oro:
hay misterio en quién fue su verdadero autor y de sus
intenciones al escribirlo; da a Don Quijote —que aún no había visto la
luz— el mismo tratamiento de libro-personaje consolidado que aplica
a Celestina y Lázaro de Tormes; sus lecturas —no bastará la
primera— dejan al lector desconcertado: si le dijeran que lo escribió
un bufón, lo creería; si un loco, también; si un genio, ¿por qué no?
Quizá su autor fue todo eso a la vez. De él opinó Gregorio Mayans:

Si el Autor hubiera procurado entresacar de dichas obras [Patrañuelo, Lazarillo,


Celestina, Eufrosina, Guzmán…] lo más discreto, y lo hubiera ordenado, como
Miguel Cervantes, en una forma apacible, ciertamente en este género de Fábulas
no habría más que desear; pero su invención fue muy extraña, y su imaginación
tan fecunda que la misma abundancia le es nociva: escribió cuanto pensó, y, por
su propia confesión, vino a componer, en gran parte, un Libro de vanidades…
Me parece éste el primer español que, dejando la propiedad y gravedad de
nuestra lengua, abrió el nuevo camino de inventar por capricho, no sólo
vocablos, sino modos de hablar: licencia que ha llegado a tal estado que parece
que podemos hablar dos lenguas totalmente diversas. Bien haya, pues, el Autor
que dejó de imprimir otros muchos tomos que tenía escritos prosiguiendo la
Vida de Justina Díez, pues no se pierde la noticia de algunas grandes virtudes, y
los Académicos están libres del trabajo de añadir nuevas voces al Diccionario.

En esta edición nos hemos desentendido de todo lo que no fuese


ofrecer al lector un texto lo más ordenado y depurado posible, por
facilitarle —que no es poco— la lectura de un libro caótico, con la
precaución de cotejar dos ediciones para la preparación del borrador y
resolver las discrepancias consultando un ejemplar de la edición
príncipe (Cerv. Sedó/8723 de la Biblioteca Nacional).

E. S. F.
Barcelona, diciembre 2005
4 LA PÍCARA JUSTINA

Haldeando venía y trasudando


el autor de La pícara Justina,
capellán lego del contrario bando;
y, cual si fuera de una culebrina,
disparó de sus manos su librazo,
que fue de nuestro campo la ruïna:
al buen Tomás Gracián mancó de un brazo,
a Medinilla derribó una muela
y le llevó de un muslo un gran pedazo.
Una despierta nuestra centinela
gritó: ¡Todos abajen la cabeza,
que dispara el contrario otra novela!
Dos polearon una larga pieza,
y el uno al otro, con instancia loca,
de un envión, con arte y con destreza,
seis seguidillas le encajó en la boca
con que le hizo vomitar el alma,
que salió libre de su estrecha roca.

Miguel de Cervantes
Viaje del Parnaso, Cap. VII,
Madrid, 1614.
LA PÍCARA JUSTINA 5

L I B R O D E
E N T R E T E N I M I E N T O, D E
LA PICARA IVSTINA,EN EL
qual debaxo de graciosos discursos, se
encierran prouechosos auisos.
Al fin de cada numero veras vn discurso , que te muestra
como te has de aprouechar desta lectura, para huyr los
engaños , que oy dia se vsan.
Es juntamente A R T E P O E T I C A , que contiene cincuenta
y vna diferencias de versos,hasta oy nunca recopilados,cuyos
nombres,y numeros estan en la pagina siguiente.
DIRIGIDA A DON RODRIGO
Calderon Sandelin , de la Camara de su
Magestad.Señor de las Villas de la
Oliua y Plasençuela. &c.
COMPVESTO POR EL LICENCIADO
Francisco de Vbeda, natural de Toledo.

C O N P R I V I L E G I O.
Impresso en Medina del Campo,por Christoual
Lasso Vaca. Año, M. DC. V.
6 LA PÍCARA JUSTINA

TASA

T ASOSE este libro, intitulado La pícara Justina, por


los señores del Real Consejo, en tres maravedís y
medio cada pliego.

APROBACIÓN

P OR mandado de V. A. he visto este libro de


apacible entretenimiento, compuesto por el
licenciado Francisco López de Úbeda, y me parece que
en él muestra su autor mucho ingenio, rara lectión en
todo género de lectura, gran elegancia y orden, subido
estilo, discreto, apacible, gracioso y claro; y que debajo
de gracias facetas y tratos manuales, encierra consejos
y avisos muy provechosos para saber huir de los
engaños que hoy día se usan. Y puede vuestra Alteza
dar la licencia y privilegio que suplica.
LA PÍCARA JUSTINA 7

PRIVILEGIO REAL

P
OR cuanto por parte de vos, el licenciado Francisco López
de Úbeda, nos fue hecha relación que habíades compuesto
un libro intitulado Libro de entretenimiento de la pícara Justina,
que tenía dos tomos, el cual os había costado mucho trabajo y
estudio, y era muy útil y provechoso, y contenía cosas muy
curiosas acerca de la moralidad y de las buenas costumbres; y nos
pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia para lo poder
imprimir y privilegio por término de veinte años o como la
nuestra merced fuese.
Lo cual visto por los de nuestro Consejo, y como por su
mandado se hicieron las diligencias que manda la premática por
nos últimamente hecha sobre la impresión de libros, fue acordado
que debíamos de mandar dar esta nuestra cédula en la dicha
razón, y nos tuvímoslo por bien. Por lo cual, vos mandamos dar
licencia y facultad para que por tiempo de diez años cumplidos,
primeros siguientes que eran y se cuentan desde el día de la data
desta nuestra cédula en adelante, vos o la persona que contra ello
vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el dicho
libro que de suso se hace mención, con las enmiendas en él puestas
por Tomas Gracián, que es la persona a quien por nos se mandó
viese y enmendase, el dicho libro.
Y por la presente damos licencia y facultad a cualquier
impresor destos nuestros reinos, que vos nombráredes, para que
durante el dicho tiempo le puedan imprimir por el original que en
el nuestro Consejo se vio, que va rubricado cada plana y firmado
al fin dél de Francisco Martínez, nuestro Secretario de Cámara y
uno de los que en nuestro Consejo residen, con que antes que se
venda le traigáis ante ellos con el dicho original, para que se vea si
esta dicha impresión está conforme a él, y traigáis fe en pública
forma cómo por el corretor por nos nombrado se vio y corregió la
dicha impresión con el dicho original.
Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro lo
imprima al principio y primer pliego dél y no entregue más de un
solo libro con el original al autor o persona a cuya costa se
imprimiere, para el efeto de la dicha correción y tasa, hasta que
8 LA PÍCARA JUSTINA

antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del
nuestro Consejo, y estándolo, y no de otra manera, pueda
imprimir el dicho principio y primer pliego, en el cual
seguidamente se ponga esta nuestra licencia y privilegio, y la
aprobación, tasa y erratas, y no lo podáis vender ni vendáis vos ni
otra persona alguna, hasta que esté el dicho libro en la forma
susodicha, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la
dicha pregmática y leyes de nuestros reinos que sobre él disponen.
Y mandamos que durante el dicho tiempo persona alguna sin
vuestra licencia no le puedan imprimir ni vender, so pena que el
que lo imprimiere o vendiere haya perdido y pierda cualesquier
libros, moldes y aparejos que dél tuviere, y más incurra en pena de
cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere. De
la cual dicha pena, sea la tercia parte para la nuestra Cámara, y la
otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra parte para
el que lo denunciare.
Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidentes y oidores
de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles desta nuestra casa
y Corte y Chancillerías, y otras cualesquier justicias de todas las
ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, a cada
uno en su jurisdicción, así a los que ahora son como a los que
serán de aquí en adelante, que os guarden y cumplan esta nuestra
licencia y merced que así os hacemos, y contra ella no vayan, ni
pasen, ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la
nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara.
Dada en Gumiel de Mercado, a 22 del mes de agosto de 1604.

Yo el Rey.
Por mandado del Rey, nuestro señor,
Juan de la Mezquita.
LA PÍCARA JUSTINA 9

ÍNDICE

A DON RODRIGO CALDERÓN Y SANDELÍN,


de la Cámara de Su Majestad, señor de las Villas
de la Oliva y Plasenzuela,
el licenciado Francisco López de Úbeda, que sus manos
besa ............................................................................................................ 12

TABLA DESTA ARTE POÉTICA.


En que se ponen todas las especies y diferencias de versos
que hasta hoy hay inventados, los cuales están en este libro
repartidos en los principios de los números ........................... 14

PRÓLOGO AL LECTOR
En el cual declara el autor el intento de todos los tomos y
libros de La pícara Justina ................................................................. 16

PRÓLOGO SUMMARIO
de ambos los tomos de La pícara Justina .............................. 23

INTRODUCCIÓN GENERAL
para todos los tomos y libros. Escrita de mano de Justina,
intitulada LA MELINDROSA ESCRIBANA ........................... 25
Número primero: Del melindre al pelo de la pluma .......... 25
Número segundo: Del melindre a la mancha ....................... 35
Número tercero: Del melindre a la culebrilla .................... 43
10 LA PÍCARA JUSTINA

LIBRO PRIMERO
intitulado
LA PÍCARA MONTAÑESA
Capítulo primero: De la escribana fisgada ..................... 54
Número primero: Del fisgón medroso
Número segundo: De la contrafisga colérica ....................... 64
Capítulo segundo: Del abolengo alegre
Número primero: Del abolengo parlero
Número segundo: Del abolengo festivo ................................ 78
Capítulo tercero: De la vida de el mesón ..................... 83
Número primero: De el mesonero consejero
Número segundo: De la mesonera astuta ............................. 93
Número tercero: De la muerte de los mesoneros .............. 99

LIBRO SEGUNDO
intitulado
LA PÍCARA ROMERA,
en que se trata la jornada de Arenillas
Capítulo primero: De la romera bailona ....................... 114
Número primero: De la castañeta repentina
Número segundo: Del escudero enfadoso .......................... 122
Número tercero: Del convite alegre y triste ..................... 128
Número cuarto: Del robo de Justina ................................ 137
Capítulo segundo: De la vigornia burlada .................... 144
Número primero: De la entretenedora astuta
Número segundo: Del parlamento loco .............................. 150
Número tercero: De los beodos burlados ......................... 159

Segunda parte del Libro Segundo de La pícara romera


Capítulo primero: De la jornada de León .................... 166
Número primero: Del afeite mal empleado
Número segundo: De la pulla del fullero ............................ 175
Número tercero: De la entrada de León .......................... 180
Capítulo segundo: Del fullero burlado .......................... 186
Número primero: De la del penseque
Número segundo: De la vergonzosa engañadora .............. 193
Número tercero: De la burla del ermitaño ....................... 204
Capítulo tercero: De las dos cartas graciosas ............. 211
LA PÍCARA JUSTINA 11

Capítulo cuarto: De la romera de León ..................... 219


Número primero: De la romera dormida y despierta
Número segundo: Del asno perdido .................................... 225
Número tercero: De la romera envergonzante ................ 231
Número cuarto: Del pleito de la romera con Justina ..... 241
Número quinto: Del engaño meloso ................................. 248

Tercera parte del Libro Segundo de La pícara romera


Capítulo primero: De la mirona gustosa ...................... 255
Número primero: De la mirona fisgante
Número segundo: Del barbero embobado .......................... 265
Capítulo segundo: De la bizma de Sancha Gómez ...... 270
Número primero: De la enfermedad de Sancha la gorda
Número segundo: De la bizma pegajosa ............................. 278
Capítulo tercero: Del bobo atrevido ............................ 287
Capítulo cuarto: De la partida de León ..................... 293
Número primero: De la despedida de Sancha
Número segundo: Del desenojo astuto ................................ 300
Número tercero: De los trajes de montañeses y coritos .. 307

LIBRO TERCERO
DE LA PÍCARA PLEITISTA
Capítulo primero: De la hermana perseguida ............. 314
Capítulo segundo: De la marquesa de las Motas ......... 320
Capítulo tercero: De la vieja morisca .......................... 329
Capítulo cuarto: De la heredera inserta ..................... 334
Capítulo quinto: Del sacristán importuno ................. 340
Capítulo sexto: De la partida de Rioseco ................. 343

LIBRO CUARTO
DE LA PÍCARA NOVIA
Capítulo primero: Del pretendiente tornero llamado
Maximino ...................................... 350
Capítulo segundo: Del pretensor disciplinante ............ 356
Capítulo tercero: De los pretendientes que ni quiero ni
creo .............................................. 363
Capítulo cuarto: De las obligaciones de amor .......... 369
Capítulo quinto: De la boda del mesón ..................... 377
12 LA PÍCARA JUSTINA

A
DON RODRIGO CALDERÓN
Y S A N D E L Í N,
DE LA CÁMARA DE SU MAJESTAD,
SEÑOR DE LAS VILLAS DE LA OLIVA
Y PLASENZUELA,

el licenciado Francisco López de Úbeda,


que sus manos besa

Señor:

E
STA es sólo para suplicar a v. m. me dé licencia
para honrar y amparar con el escudo de sus
armas este libro, el cual he compuesto sólo a fin
de que con su lectura (que es varia y de
entretenimiento mucho, y no sin flores que, gustadas y
tocadas de tan preciosa abeja, darán miel de gusto y
aprovechamiento). Digo, pues, que le compuse para
que v. m. descanse algún rato del trabajo y peso de los
gravísimos negocios en que v. m. sirve a la persona
Real de nuestro Catolicísimo César y Universal
Monarca y a estos Reinos, mostrando en tan altos
puestos las raras prendas de su discreción e ingenio, el
valor de su pecho en los negocios arduos, la rara
clemencia y mansedumbre con que ha obligado a su
servicio todos los ánimos nobles y gratos y a su
amistad grandes príncipes. Y demás desto ha
LA PÍCARA JUSTINA 13

mostrado la ilustre sangre que v. m. heredó del señor


Francisco Calderón, capitán de la guardia española,
padre de v. m., cuyas conocidas virtudes y modestia
han esmaltado la antigua nobleza de los Calderones y
Arandas, sus antecesores, linajes tan antiguos como
nobles y tan nobles como antiguos, a quien
dignamente se juntó la clara sangre de los nobilísimos
caballeros Sandelines, holandeses, progenitores de v.
m., cuya persona, casa, salud y estado prospere el
Cielo largos y felices días en compañía de mi señora
doña Inés de Vargas y Carvajal, gloria y honra de la
nobleza extremeña. Vale.
14 LA PÍCARA JUSTINA

TABLA
DESTA ARTE POÉTICA
En que se ponen todas las especies y diferencias de
versos que hasta hoy hay inventados, los cuales están
en este libro repartidos en los principios de los
números.

LIBRO PRIMERO
1 Redondillas
2 Quintillas
3 Soneto de pies agudos al medio y al fin
4 Octavas de esdrújulos
5 Terceto de esdrújulos
6 Redondillas con estribo
7 Glosa de uno en quintillas
8 Octava de pies cortados
9 Redondillas de pies cortados
10 Sextillas
11 Glosa de redondilla

PRIMERA PARTE DEL LIBRO SEGUNDO


12 Canción de a ocho
13 Villancico
14 Endechas con vuelta
15 Liras
16 Octavas españolas y latinas juntamente
17 Rima doble
18 Estancias de consonancia doble
19 Octava pomposa

SEGUNDA PARTE DEL LIBRO SEGUNDO


20 Sáphicos y adónicos de consonancia latina
21 Sáphicos y adónicos de asonancia
22 Redondillas de pie quebrado
LA PÍCARA JUSTINA 15

23 Seguidilla
24 Octava con hijuela y glosa
25 Sextillas de pie quebrado
26 Quintillas de pie quebrado
27 Sonetillo de sostenidos
28 Romance
29 Sonetillo simple
30 Media rima
31 Unísonas

TERCERA PARTE DEL LIBRO SEGUNDO


32 Esdrújulos sueltos con falda de rima
33 Versos sueltos con falda de rima
34 Tercetos de pies cortados
35 Sextillas de pies cortados
36 Liras semínimas
37 Soneto llano
38 Séptimas de todos los verbos y nombres cortados
39 Sextillas unísonas de nombres y pies cortados

LIBRO TERCERO
40 Tercetos de ecos engazados
41 Verso heroicos macarrónicos
42 Canción mayor
43 Octavas de arte mayor antigua
44 Seguidilla cortada
45 Séptimas de pies cortados

LIBRO CUARTO
46 Redondillas de solos dos consonantes
47 Liras de pies cortados
48 Redondillas de esdrújulos
49 Hexámetros españoles
50 Redondillas de tropel.

Son 50 maneras de poesía.


16 LA PÍCARA JUSTINA

PRÓLOGO AL LECTOR
En el cual declara el autor el intento de
todos los tomos y libros de La pícara Justina

H
OMBRES doctísimos, graves y calificados, en cuya
doctrina, erudición y ejemplo ha hallado el mundo
desengaño, las Escuelas luz, la cristiandad muro y la
Iglesia ciudadanos, han resistido varonilmente a gentes
perdidas y holgazanas y a sus fautores, los cuales, con
apariencia y máscara de virtud, han querido introducir y
apoyar comedias y libros profanos tan inútiles como lascivos,
tan gustosos para el sentido cuan dañosos para el alma. Esta ha
sido obra propia de varones evangélicos, los cuales no
consienten que la honra propia del Evangelio (que consiste en
una publicidad y notoriedad famosa) se dé a fútiles e
impertinentes representaciones de cosas más dignas de
perpetuo olvido que de estamparse en las memorias humanas.
Y que no es justo que el nombre de libro, que se dio a la historia
de la genealogía y predicación evangélica de Cristo, se aplique a
los que contienen cosas tan ajenas de lo que Cristo edificó con
su doctrina y pretendió en su venida.
Estos insignes varones han mostrado en esto ser custodios
angelicales, que defienden los sentidos para que por ellos no
entre al alma memoria del pecado ni aun de su sombra, tan
dañosa cuan mortífera; han probado ser jardineros del
dulcísimo paraíso de Cristo, pues han pretendido que, para que
las tiernas plantas (que son los niños cristianos) crezcan en la
virtud sin impedimento, no les ocupen viendo o leyendo en su
tierna edad cosas lascivas, las cuales, para impremirse en ellos,
halla sus sujetos de cera y, para despedirse, de bronce; hase
visto ser leídos en los santos de la Iglesia y criados a los pechos
de su doctrina sin discrepar un punto della, pues por ella han
juzgado cuán dañoso es en la Iglesia de Dios usar semejantes
libros y asistir a las tales representaciones; han mostrado en
LA PÍCARA JUSTINA 17

esto su modestia y mortificación rara, junta con una gran


caridad, pues, a trueco del universal provecho de las almas, han
carecido y querido carecer destos gustos, siendo ellos los que
por la gran capacidad de su ingenio pudieran mejor juzgar de
qué cosa sea gusto, si ya no es que la divina contemplación, a
que son dados, les quita el tener por gustos los que el mundo
aprueba por tales. Finalmente, entre otras grandes virtudes
suyas, dignas de eterna memoria, han mostrado el valor de su
cristiano pecho, pues ni el gusto de los potentados holgazanes
que amparan este partido, ni los importunos ruegos, ni
promesas de grandes intereses y ofertas, ni la contradición de
sabios placenteros ha sido parte para que no contradigan a un
tan perjudicial cáncer de la salud del alma, a un hechizo de la
carne, a una phantástica ilusión del demonio, y (por decirlo
todo), han resistido a un cosario infernal, el cual, a trueco de
juguetes niñeros, compra y captiva las almas y las engaña como
a negros bozales, obra propia de quien cumple y amplifica la de
la redemptión de Cristo y misterios de la redemptión de las
almas, que fue el fin que trajo a Dios del cielo al suelo, y a ellos
a la Iglesia, madre suya, en buena hora y feliz día.
Mas como sea verdad que el vicio es el más valido y sus
defensores más en número y la verdad tan atropellada, ya se
han introducido tales y tan raras representaciones, tan inútiles
libros, que en la muchedumbre del vulgo que sigue esta
opinión ha anegado y ahogado tan sanctos consejos cuales son
los que referido tengo destos sanctos varones, admitiendo sin
distinción alguna cualquier libro, lectura o escrito o
representación de cualquier cosa por más mentirosa y vana que
sea. Y callo el agravio que hacen aun los mismos que escriben a
lo divino a las cosas divinas de que tratan, hinchéndolas de
profanidades y, por lo menos, de impropriedades y mentiras,
con que las cosas de suyo buenas vienen a ser más dañosas que
las que de suyo son dañosas y malas.
De aquí infiero que si el siglo presente siguiera tan docto y
sano consejo como el de estos famosos varones, no me atreviera
aun a imaginar el estampar este libro; pero atendiendo a que no
hay rincón que no esté lleno de romances impresos, inútiles,
18 LA PÍCARA JUSTINA

lascivos, picantes, audaces, improprios, mentirosos, ni pueblo


donde no se represente amores en hábitos y trajes y con
ademanes que incentivan el amor carnal; y, por otra parte, no
hay quien arrastre a leer un libro de devoción, ni una historia
de un sancto, me he determinado a sacar a luz este juguete, que
hice siendo estudiante en Alcalá, a ratos perdidos, aunque algo
aumentado después que salió a luz el libro del Pícaro, tan
recibido. Éste hice por me entretener y especular los enredos
del mundo en que vía andar. Esto saldrá a ruego de discretos e
instancia de amigos. Diles el sí. ¿Cumplirélo? No más, sí; pero
será de manera que en mis escritos temple el veneno de cosas
tan profanas con algunas cosas útiles y provechosas, no sólo en
enseñanza de flores retóricas, varia humanidad y letura, y
leyendo en ejercicio toda el arte poética con raras y nunca vistas
maneras de composición, sino también enseñando virtudes y
desengaños emboscados donde no se piensa, usando de lo que
los médicos platicamos, los cuales, de un simple venenoso,
hacemos medicamento útil, con añadirle otro simple de buenas
calidades, y de esta conmistión sacamos una perfecta medicina
purgativa o preservativa, más o menos, según el
atemperamento o conmistión que es necesaria.
Si este libro fuera todo de vanidades, no era justo
imprimirse; si todo fuera de santidades, leyéranle pocos (que ya
se tiene por tiempo ocioso, según se gasta poco); pues para que
le lean todos, y juntamente parezca bien a los cuerdos y,
prudentes y deseosos de aprovechar, di en un medio, y fue que,
después de hacer un largo alarde de las ordinarias vanidades en
que una mujer libre se suele distraer desde sus principios,
añadí, como por vía de resumpción o moralidad (al tono de las
fábulas de Hisopo y jeroblíficos de Agatón) consejos y
advertencias útiles, sacadas y hechas a propósito de lo que se
dice y trata.
No es mi intención, ni hallarás que he pretendido, contar
amores al tono del libro de Celestina; antes, si bien lo miras, he
huido de eso totalmente, porque siempre que de eso trato voy a
la ligera, no contando lo que pertenece a la materia de
deshonestidad, sino lo que pertenece a los hurtos ardidosos de
LA PÍCARA JUSTINA 19

Justina. Porque en esto he querido pertuadir y amonestar que


ya en estos tiempos las mujeres perdidas no cesan sus gustos
para satisfacer a su sensualidad (que esto fuera menos mal),
sino que hacen desto trato, ordenándolo a una insaciable
codicia de dinero; de modo que más parecen mercaderas,
tratantes de sus desventurados apetitos, que engañadas de sus
sensuales gustos. Y no sólo lo parece así, pero lo es.
Demás, que a un hombre cuerdo y honesto, aunque no le
entretienen leturas de amores deshonestos, pero enredos de
hurtillos graciosos le dan gusto, sin dispendio de su gravedad,
en especial con el aditamento de la resumpción y moralidad
que tengo dicho. Y deste modo de escribir no soy yo el primer
autor, pues la lengua latina, entre aquellos a quien era materna,
tiene estampado mucho desto, como se verá en Terencio,
Marcial y otros, a quien han dado benévolo oído muchos
hombres cuerdos, sabios y honestos. Pienso que los que así
escriben, añadiendo semejantes resumptiones a historias
frívolas y vanas, imitan en parte al Autor natural, que de la
nieve helada y despegadiza saca lana cálida y continuada, y de
la niebla húmeda saca ceniza seca, y del duro y desabrido
cristal saca menudos y blandos bocados de pan suave.
Consulté este libro con algunos hombres spirituales, a quien
tengo sumo respecto y sin cuyo consentimiento no me fiara de
mí mismo, y dijéronme de mi libro que, así como Dios permitía
males para sacar dellos bienes, y junto con el pecado suele
juntar aviso, escarmiento y aun llamamiento de los
escarmentados, así (supuesto que en estos tiempos miserables
tan desenfrenadamente se apetece la memoria de cosas vanas y
profanísimas) es bien que se permita esta historia desta mujer
vana (que por la mayor parte es verdadera, de que soy testigo),
con que, junto con los malos ejemplos de su vida, se ponga
(como aquí se pone) el aviso de los que pretendemos que
escarmienten en cabeza ajena. Bien sé que en otro tiempo no
fueran deste parecer, y así me lo dijeron, ni yo sin su parecer me
fiara de mí mismo; pero, por esta vez, probemos; y
permítaseme que pruebe, si acaso tantos como están resueltos
de leer, así como así, leturas profanas y aun deshonestas,
20 LA PÍCARA JUSTINA

leyendo aquí consejos insertos en las mismas vanidades, de que


tantos gustan, tornarán sobre sí y acabarán de conocer los
enredos de la vida en que viven, los fines desastrados del vicio
y los daños de sus desordenados gustos. Y, finalmente,
probemos si acaso por aquí conocerán cuán fútil y de poca
estima y precio es la vida de los que sólo viven a ley de sus
antojos, que es la ley que Séneca llamó ley desleal y Cicerón ley
espuria o adúltera.
En este libro hallará la doncella el conocimiento de su
perdición, los peligros en que se pone una libre mujer que no se
rinde al consejo de otros; aprenderán las casadas los
inconvinientes de los malos ejemplos y mala crianza de sus
hijas; los estudiantes, los soldados, los oficiales, los mesoneros,
los ministros de justicia, y, finalmente, todos los hombres, de
cualquier calidad y estado, aprenderán los enredos de que se
han de librar, los peligros que han de huir, los pecados que les
pueden saltear las almas. Aquí hallarás todos cuantos sucesos
pueden venir y acaecer a una mujer libre; y (si no me engaño)
verás que no hay estado de hombre humano, ni enredo, ni
maraña para lo cual no halles desengaño en esta letura. Aun lo
mismo que huele a estilo vano no saldrá todo junto atendiendo
al gasto propio y al gusto ajeno. No doy este libro por muestra,
antes prometo que lo que no está impreso es aún mejor; que
Dios comenzó por lo mejor, pero los hombres vamos de menos
a más.
Puse dos consideraciones en dos balanzas de mi
pensamiento. La una fue que acaso algunos, leyendo este libro,
sería posible aprendiesen algún enredo que no atinaran sin la
letura suya. Diome pena, que sabe el Señor temo el ofender su
majestad divina como al infierno, cuanto y más ser catedrático y
enseñar a pecar desde la cátedra de pestilencia. Puse en otra
balanza, que muchos (y aun todos los que leyeren este libro)
sacarán dél antídoto para saber huir de muchas ocasiones y de
varios enredos que hoy día la circe de nuestra carne tiene
solapados debajo de sus gustillos y entretenimientos; mas pesó
tanto la segunda balanza, que atropelló el peso del primer
inconviniente. Demás de que ya son tan públicos los pecadores
LA PÍCARA JUSTINA 21

y los pecados, escándalos y malos ejemplos, ruines


representaciones de entremeses y aun comedias, alcahueterías y
romances, coplas y cartas, cantares, cuentos y dichos, que ya no
hay por qué temer el poner por escrito en papel lo que con
letras vivas de obras y costumbres manifiestas anda publicado,
pregonado y blasonado por las plazas y cantones. Que éste es el
tiempo en que, por nuestros pecados, ya los malos pecan tan de
oficio, que se precian de pecar como si cada especie de pecado,
cuanto más inorme y feo es, tanto más compitiera con la gloria
de un famoso artificio, sciencia, hazaña o valentía muy famosa.
Finalmente, pienso (debajo de mejor parecer) ser muy lícito
mi intento, y si no, condénense las historias gravísimas que
refieren insignes bellaquerías de hombres facinerosos, lascivos
y insolentes; condénese el procesar a vista de testigos y de todo
el mundo, y el relatar feísimos crímenes y delitos, según y como
se hace en las reales salas del crimen, donde reside suma
gravedad, acuerdo y peso; condénense los edictos en que se
hace pública pesquisa de crímines enormes y graves;
condénense las reprehensiones de los predicadores que hacen
invectivas contra algunos vicios, en presencia de algunos que
están sin memoria e imaginación dellos. Pero, pues esto no se
condena, antes es santo y justo, quiero que, por lo menos, se
conceda que mi libro es (no digo santo, que eso fuera
presumpción loca, ni tal cual es la menor de las cosas que he
referido), pero, a lo menos, concédase que el permitirse será
justo, pues no hay en él número ni capítulo que no se aplique a
la reformación espiritual de los varios estados del mundo.
Sin esta utilidad, tiene mi libro otra y es que no piensen los
mundanos engañadores que tienen sciencia que no se alcanza
de los buenos y sencillos por especulación y buen discurso, ya
que no por experiencia. Y para conseguir este santo fin que
prometo, había determinado hacer un tratado al fin deste libro,
en el cual pusiese solas las resumpciones y aplicaciones al
propósito espiritual; y moviome el pretender que estuviese
cada cosa por sí y no ocupase un mismo lugar uno que otro.
Pero, mejor mirado, me pareció cosa impertinente. Lo uno,
porque el mundano, después de leído lo que a su gusto toca, no
22 LA PÍCARA JUSTINA

hará caso de las aplicaciones ni enseñanzas espirituales, que son


muy fuera de su intento, siendo éste el mío principal. Lo otro,
porque después de leídos tantos números y capítulos, no se
podría percibir bien ni con suficiente distinción adónde viene
cada cosa. Y por esto me determiné de encajar cada cosa en su
lugar, que es a fin del capítulo y número, lo cual puse muy
breve y sucintamente, no porque sea lo que menos yo pretendo,
sino porque si pusiera esto difusa y largamente, destruyera mi
mismo intento; que quien hoy día dice cosas espirituales larga y
defusamente, puede entender que no será oído; ca en estos
tiempos, estas cosas de espíritu, aun dichas brevemente, cansan
y aun enojan.
Quiera Dios que yo haya acertado con el fin verdadero, y el
pío lector con el que mi buen celo le ofrece, a honra y gloria de
Dios, que es el fin de nuestros fines.
LA PÍCARA JUSTINA 23

PRÓLOGO SUMMARIO
de ambos los tomos de La pícara Justina

J USTINA fue mujer de raro ingenio, feliz memoria, amorosa y


risueña, de buen cuerpo, talle y brío; ojos zarcos, pelinegra,
nariz aguileña y color moreno. De conversación suave, única
en dar apodos, fue dada a leer libros de romance, con ocasión
de unos que acaso hubo su padre de un huésped humanista
que, pasando por su mesón, dejó en él libros, humanidad y
pellejo. Y, ansí, no hay enredo en Celestina, chistes en Momo
simplezas en Lázaro, elegancia en Guevara, chistes en
Eufrosina, enredos en Patrañuelo, cuentos en Asno de oro, y,
generalmente, no hay cosa buena en romancero, comedia, ni
poeta español cuya nata aquí no tenga y cuya quinta esencia no
saque.
La suma destos tomos véala el lector en una copiosa tabla;
mas, si con más brevedad quieres una breve discripción de
quién es Justina y todo lo que en estos dos tomos se contiene,
oye la cláusula siguiente que ella escribió a Guzmán de
Alfarache antes de celebrarse el casamiento:

Yo, mi señor don Pícaro, soy la melindrosa escribana, la honrosa


pelona, la manchega al uso, la engulle fisgas, la que contrafisgo,
la fisguera, la festiva, la de aires bola, la mesonera astuta, la
ojienjuta, la celeminera, la bailona, la espabila gordos, la del
adufe, la del rebenque, la carretera, la entretenedora, la aldeana
de las burlas, la del amapola, la escalfa fulleros, la adevinadora,
la del penseque, la vergonzosa a lo nuevo, la del ermitaño, la
encartadora, la despierta dormida, la trueca burras, la
envergonzante, la romera pleitista, la del engaño meloso, la
mirona, la de Bertol, la bizmadera, la esquilmona, la
desfantasmadora, la desenojadora, la de los coritos, la
deshermanada, la marquesa de las motas, la nieta pegadiza, la
24 LA PÍCARA JUSTINA

heredera inserta, la devota maridable, la busca roldanes, la


ahidalgada, la alojada, la abortona, la bien celada, la del
parlamento, la del mogollón, la amistadera, la santiguadera, la
depositaria, la gitana, la palatina, la lloradora enjuta, la del
pésame y río, la viuda con chirimías, la del tornero, la del
deciplinante, la paseada, la enseña niñas, la maldice viejas, la del
gato, la respostona, la desmayadiza, la dorada, la del novio en
pelo, la honruda, la del persuadido novio, la contrasta celos, la
conquista bolsas, la testamentaria, la estratagemera, la del
serpentón, la del trasgo, la conjuradora, la mata viejos, la
barqueada, la loca vengativa, la astorgana, la despachadora, la
santiaguesa, la de Julián, la burgalesa, la salmantina, la ama
salamanquesa, la papelista, la excusa barajas, la castañera, la
novia de mi señor don Pícaro Guzmán de Alfarache, a quien
ofrezco cabrahigar su picardía para que dure los años de mi
deseo.

Estos epítetos son cifra de los más graciosos cuentos, aunque


no de todos los números, porque son muchos más. Pero porque
aquí se ponen tan sucintamente, remito al lector a la tabla
siguiente.
LA PÍCARA JUSTINA 25

INTRODUCCIÓN GENERAL
Para todos los tomos y libros,
escrita de mano de Justina, intitulada
LA MELINDROSA ESCRIBANA
Es tan artificiosa introducción, que con su
ingenio capta la benevolencia a los discretos y
con su dificultad despide desde luego a los
ignorantes.
Divídese esta introducción en tres números

NÚMERO PRIMERO
Del melindre al pelo de la pluma
Suma del número.
REDONDILLAS
Cuando comenzó Justina
a escribir su historia en suma,
se pegó un pelo a su pluma,
y al alma y lengua mohína.
Y con aquesta ocasión,
dice símbolos del pelo
y mil gracias muy a a pelo
para hacer su introducción.
Pluma de pato es símbolo
de la amistad inconstante.

U
N pelo tiene esta mi negra pluma. ¡Ay, pluma mía, pluma
mía! ¡Cuán mala sois para amiga, pues mientras más os trato,
más a pique estáis de prender en un pelo y borrarlo todo!
Pero no se me hace nuevo que me hagáis poca amistad, siendo, como
lo sois, pluma de pato; el cual, por ser ave que ya mora en el agua
como pez, ya en la tierra como animal terrestre, ya en el aire como
ave, fue siempre símbolo y figura de amistad inconstante, si ya no
dicen los escribanos de el número, y aun los sin número, que con
ellos han hecho treguas sus plumas. En fin, señor pelo, no me dejáis
escribir.
26 LA PÍCARA JUSTINA

Huélgase de la travesía del pelo.


No sé si dé rienda al enojo o si saboree el freno a la gana de
reírme, viendo que se ha empatado la corriente de mi historia, y que
todo pende en el pelo de una pluma de pato. Mas no hay para qué
empatarme; antes os confieso, pluma mía, que casi me viene a pelo el
gustar de el que tenéis, porque imagino que con él me decís mil
verdades de un golpe y un golpe de mil verdades. Y entenderéis el
cómo si os cuento un cuento que puede ser cuento de cuentos.
Cuento a propósito
que los pelos hablan.
La prudentísima reina doña Isabel, prez y honor de los dos reinos,
queriendo persuadir al rey don Fernando que cierta derrota y jornada
que intentaba era tan contra su gusto, cuan contra el buen acierto,
volvió los ojos a unas malvas que estaban en el camino y, mirándolas,
le dijo:
Pregunta de la reina doña Isabel.
—Señor, si el camino donde están malvas, y no otra cosa, nos
hubiera de hablar en esta ocasión a vos y a mí, ¿de qué tratara?
Respondió el Rey:
—Vos lo diréis, señora.
Entonces dijo la Reina:
—Claro es que el camino donde solas las malvas sirvieran de
lengua no supieran, en esta ocasión, decirnos a mí ni a vos otra cosa,
sino Mal vas.
Volvió la rienda el prudentísimo monarca, y, sonriéndose, dijo a
su Isabela:
—No entendí que las malvas sabían hablar tan a propósito y tan
bien.
La Reina, echando el sello a su prudentísimo discurso y catecismo,
dijo:
Los hechos de los reyes las piedras
los pregonan. Cuento a propósito y
una fábula.
—No os espantéis, señor, de que las malvas hablen tan bien,
porque los yerros de los reyes, como son personas tan públicas y
comunes, por secretos que sean, las piedras los murmuran y las
malvas los pregonan.
Los reyes son muy sojuzgados. Tráense a
propósito jeroglíficos.
Dijo la Reina por extremo bien; que aun allá fingió el poeta que
por doquiera que caminaba Júpiter, rey de los dioses, llevaba delante
de sí, como pajes de hacha, Sol y Luna y todas las estrellas, para que
LA PÍCARA JUSTINA 27

el mundo y dioses menores viesen los caminos por donde su rey


andaba. Y otro pintó a un rey cargado de los ojos de sus vasallos.
El pelo de la pluma
honra a la escritora.
Mirad, pues, ¡oh pelos de mi pluma!, cuánto me honráis y cuánto
os debo, pues, para decir mis yerros, mis tachas y mis manchas,
hacéis lengua de vuestros pelos, como si fueran yerros de real
persona, que las malvas los pregonan. Así que, de haberse atravesado
este pelo, y de lo que yo alcanzo, por la judiciaria picaral, colijo para
conmigo que mi pluma ha tomado lengua (aunque de borra) para
hablarme. Sin duda, que me quiere dar matraca por ver que me hago
coronista de mi misma vida. En lo cierto estoy, como si lo adivinara.
Ella es matraca. ¡Al arma!, señora pluma. Aquí estoy, y resumo
fielmente lo que me decís, porque en pago escribáis con fidelidad lo
que yo os dijere.
Fíngese que los pelos dan matraca a la pícara;
habla con ellos y responde.
¿Ofreceisme ese pelo para que cubra las manchas de mi vida, o
decísme, a lo socarrón, que a mis manchas nunca las cubrirá pelo?
Agradézcoos la buena obra, pero no la buena voluntad, ni menos la
sana intención.
No es fuera de propósito pintar
una vida pícara. Tráense símiles
a propósito.
Mas entended que no pretendo, como otros historiadores,
manchar el papel con borrones de mentiras, para por este camino
cubrir las manchas de mi linaje y persona; antes, pienso pintarme tal
cual soy, que tan bien se vende una pintura fea, si es con arte, como
una muy hermosa y bella; y tan bien hizo Dios la luna, con que
descubrir la noche obscura, como el sol, con que se ve el claro y
resplandeciente día. En las plantas hacen labor las espinas, en los
tiempos el verano, y en el orden del universo también hacen su figura
los terrestres y ponzoñosos animales; y, finalmente, todo lo hizo Dios
hermoso y feo. Dígolo a propósito, que no será fuera dél pintar una
pícara, una libre, una pieza suelta, hecha dama a puro andar de casa
en casa como peón de ajedrez; que todo es de provecho, si no es el
unto del moscardón. Los que pretendieren entretenimiento, tras el
gasto hallarán el gusto. No quiero, pluma mía, que vuestras manchas
cubran las de mi vida, que —si es que mi historia ha de ser retrato
verdadero, sin tener que retratar de lo mentido— siendo pícara es
forzoso pintarme con manchas y mechas, pico y picote, venta y
monte, a uso de la mandilandinga.
28 LA PÍCARA JUSTINA

La vida picaresca préciase de


sus tachas. Símiles a propósito.
Y entended que las manchas de la vida picaresca, si es que se ha
de contar y cantar en canto llano, son como las del pellejo de pía,
onza, tigre, pórfido, taracea y jaspe, que son cosas las cuales con cada
mancha añaden un cero a su valor.
El pelo de la pluma moteja
de pelada y bubosa. Cuento
a propósito.
Mas ya querréis decirme, pluma mía, que el pelo de vuestros
puntos está llamando a la puerta y al cerrojo de las amargas
memorias de mi pelona francesa. Pareceisme al galán que, por
quejarse de un golpe de los desvíos presentes y daños pasados de su
dama, hizo que le sacasen de invención, echado e un pelambre, con
un mote que decía:
Acordaos de un olvidado,
que por vos está pelado.
Matraca a un buboso y pelado,
y dícelo la pícara por sí misma.
Así vos, con ese pelo, queréis publicar mi pelona antes que yo la
escriba. Según eso, ya me parece, señora pluma, que me mandáis
destocar y poner in puribus, como a luchador romano, y que
animando vuestros puntos a la batalla, viéndolos con pelo y a mí sin
él, tocáis al arma y les hacéis el parlamento, fundándolo en el que se
suele practicar en la batalla del ajedrez, que dice: cuando tuvieres un
pelo más que él, pelo a pelo te pela con él.
Cabellos de un buboso;
compáranse, etc.
Confiésoos de plano, señora pluma, que, con solo un pelo que se
os ha pegado a los puntos, me lleváis conoscida ventaja; y confieso, si
ya por tanto confesar no me llaman confesa, que los pelos que de
ordinario traigo sobre mí, andan más sobre su palabra que sobre mi
cabeza, que tienen más de bienes muebles que de raíces, que son
como naranjas rojas puestas en arco triunfal, que adornan plantas que
no conocen por madres, ni aun por parientas. Y que son mis cabellos
de manera que, si me toco de almirante, temo barajas de postre, no
tanto por el chinchón —que como ha tanto que soy condesa de Cabra
no temo golpes de frente— cuanto porque mis cabellos son amovibles
y borneadizos, temo que al primer tope vuelva barras al almirante y
descubra el calvatrueno de mi casquete, el cual, como está bruñido
sobre negro parece pavonado como pomo de espada.
LA PÍCARA JUSTINA 29

Símiles para consolarse un buboso.


¿Toda esta fanega de confusiones confieso que hay para ello? Digo
que sí. Concedo que soy pelona docientas docenas de veces. ¿Seré yo
la primera que anocheció sana en España y amaneció enferma en
Francia?. ¿Seré yo la primera camuesa colorada por defuera y
podrida por de dentro? ¿Seré yo el primer sepulchro vivo? ¿Seré yo el
primer alcázar en quien los frontispicios están adornados de ricos
jaspes, pórfidos y alabastros, encubriendo muchos ocultos embutidos
de tosca mampostería y otras partes tan secretas como necesarias?
¿Seré yo la primera ciudad de limpias y hermosas plazas y calles,
cuyos arrabales son una sentina de mil viscosidades? ¿Seré yo la
primera planta cuya raíz secó y marchitó el roedor caracol?
Mujer cuando dice las tres
verdades de un golpe.
¿Seré yo la primer mujer que al pasar el lodo diga las tres
verdades de un golpe, cuando, enfaldándome por todos lados, diga:
muy sucio está esto?; en fin, ¿seré yo la primera fruta que huela bien
y sepa mal? No me corro de eso, señora la de los pelos; antes
pretendo descubrir mis males, porque es cosa averiguada que pocos
supieran vivir sanos si no supieran de lo que otros han enfermado;
que los discretos escriben el arancel de su propia salud en el cuerpo
de otro enfermo, y no hay notomía que menos cueste y más valga que
la que hace la noticia propia y la experiencia ajena.
Prueba convenir manifestar
sus enfermedades.
¿Y piensa el dómine pelo que de eso me corro yo? ¡Dolor de mí, si
supieran los señores cofrades del grillimón, que me corría yo de
pagar culpas obscuras con penas claras!
Los bubosos no tienen vergüenza,
ni se corren, y por qué.
No, mi reina; que ya se sabe que un mismo oficial es el que tunde
las cejas y la vergüenza y, de camino, con el tocino de las tijeras, unta
las mejillas para desterrar el rosicler de las corridas. Un clavo saca
otro. Como este mal es todo corrimientos, con él se quitan los
corrimientos, y ansí se ve que ningún pelado se corre, por más que
lluevan fisgas y matracas. Otra tecla toque, señor pelo, que ésa, por
más que se curse, nunca me sonó mal.
Juramento en vago.
Antes, en buena fe, que me holgase saber si hogaño los señores
cofrades publican congregación, porque, como quien soy, juro…, a lo
menos como quien fui —que el otro juramento daba el golpe en
30 LA PÍCARA JUSTINA

vago—, de ir, por honrar su junta, más cargada de parches por la cara
que si ella fuera privilegio rodado y ellos sellos pendientes.
No quita un dolor todos los gustos.
¡Desmelenadas, desmelenadas de nosotras, si cuando nuestros
gustos dieron al dolor la tenencia de nuestros cuerpos, desterraran
para siempre de nuestras almas el consuelo!; como si el alma no
pudiera o no supiera dar posada a muchos gustos que vienen en
hábito de peregrinos, mientras el cuerpo llora y afana. Sin pelo salí
del vientre de mi madre y sin pelo tornaré a él; y si alguno pensare
que nací con pelo, como hija de selvajes, terné el consuelo de la rana.
Fábula a propósito de cómo
se consuelan los bubosos.
Dicen las fábulas, a propósito de que nadie hay contento con su
suerte, que la rana, en realidad de verdad, nació con pelo, pero no
tanto que no naciese con mucha más envidia que pelo.
Mosca y cisne envidiados de la rana.
Y de quien tuvo envidia fue del cisne y de la mosca. Del cisne,
porque cantaba dulcemente en el agua, y de la mosca, porque dormía
todo el invierno sin cuidado. Y así pidió a Júpiter le diese modo como
ella durmiese todo el invierno y cantase todo el verano. El Júpiter oyó
benignamente su petición, y la dijo: Hermana rana, harase lo que me
pedís; mas para conseguir el efecto que pretendéis es necesario que os
pelemos, y del pelo que os quitaremos se os infundirá una almohada sobre
que durmáis todo el invierno como la mosca, y del mismo pelo os haremos
una lengua de borra con que al verano cantéis, no con tanta melodía como el
cisne, pero con más gusto y mejor ocasión, pues él canta para convidar a la
muerte, pero vos cantaréis para entretener la vida.
Pelose la rana, y el pelarse le valió conseguir su gusto y su
petición.
Aplícase la fábula.
A propósito, los pelados tenemos este consuelo: que si algún
tiempo fuimos gente de pelo y ahora no le tenemos más que por la
palma —¡Dios sea loado! —, podemos decir que del pelo hecimos
almohada para dormir, mientras los sanos están en misa y sermón,
imitando las moscas, que todo el invierno son de la cofradía de los
siete dormientes; y, juntamente, hecimos lengua de borra para decir
de todos sin empacho.
Bubosos: hidalgos eclesiásticos
y pájaros harpados, y por qué.
Y viene esto bien con el refrán de los del hospital de la folga, en
Toledo, que dice: Los pelados son hidalgos eclesiásticos y pájaros harpados.
LA PÍCARA JUSTINA 31

Y dícenlo porque los de nuestra factión sin pena pierden la misa y sin
vergüenza la fama.
Bubosos son parleros.
Dicen de todos más que relator en sala de crimen, y aun de sí no
callan; y si una vez dan barreno a la cuba del secreto, hasta las heces
derrama. Para decir de los otros son como galeotes en galera, y para
pregonar su caza son como gallinas ponedoras, que para un huevo
atruenan un barrio.
Sesenta especies de bubas.
Sor pelo: sepa que, si en el discurso de la matraca de la pelona lo
quisiéramos meter a voces, no nos faltara cómo echarlo por la venta
de la zarzaparrilla. Mil escapatorias tuviéramos; que sesenta son las
especies de las bubas —como las de la locura—, y se apela de una
para otra, por vía de agravio. Y más yo, que, a puro pasar clases,
estoy de la otra parte de las bubas; pero no es mi desiño que salgan
las monas de máscara, sino que se venda cada cosa por lo que es.
Abona el tratar de la picardía
y bubas con varios símiles.
Si yo quiero, después de haber sido ladrona del tiempo, predicar
al pie de la horca, ¿quién me puede condenar, si no es algún sin alma,
que no quiere escarmentar en cabeza ajena? El cisne canta su muerte,
el cínife los daños de la canícula, la rana los ardores del verano, el
carro su carga y su peligro, y el invierno pregona, con trompetas y
atabales del cielo, los rayos y tempestades.
Abona el hablar a lo pícaro.
Según esto, ni es injusto ni indecente que permitan el Cielo y el
suelo el que sea pregonera de sus males la misma que los labró por
sus manos, y que con el mismo estilo con que hablaba, cuando sin
sentir nada —o por sentir demasiado— se le pegó esta roña, diga
ahora, a lo pícaro y libre, lo que cuesta el haberlo sido. Así que, para
con este artículo de retarme en España lo que pequé en Francia, ya he
cumplido.
El pelo moteja de pobre,
pícara, pelona.
Mas paréceme que me dice mi pluma que se le ofrece otro
escrúpulo, en prosecución de lo que significa el pelo atravesado a tal
coyuntura, y es lo siguiente:
Díceme mi pelo que me llamó pelona, no por bubosa, sino por
pobre. ¡Oh, qué lindo! Hablara yo entre once y mona, cuando
contrapuntea el cochino.
Pobreza, hermana de picardía.
Y en qué se diferencian.
32 LA PÍCARA JUSTINA

Sepa, señor pelo, que viene a pospelo esa injuria, y aun no la


tengo por tal, ni habrá pícara que tal sienta, porque pobreza y
picardía salieron de una misma cantera, sino que la picardía tuvo
dicha en caer en algunas buenas manos que la han pulido y puesto en
más frontispicios que rétulos de comedias; y a la pobreza la
arrimaron en la casa de una viuda vieja y triste, la cual, queriéndola
labrar para sacar della un mortero para hacer salsas de viandantes,
sacó della un cepo de limosna.
Pobreza, mortero de salsas.
Pobreza, cepo de limosnas.
Y por tanto, como la sangre sin fuego hierve, donde quiera que se
encuentran pobreza y picardía se dan el abrazo que se descostillan. Y
yo, que del ripio del mortero de la vieja cogí más que nadie, tan lejos
estoy de correrme de eso y de que me llaméis pelona, que antes es el
mote que ciñe el blasón de mi gloria y adorna el festón y cuartel de
mis armas.
Alabanza de la pobreza. Ejemplos verdaderos
aplicados ridículamente.
Llamome pobre y pícara mi pluma, ¡gran cosa!, ¡como si los
pobres no tuvieran la piamáter en su sitio! ¿Es porque no tengo más
que unas jervigillas, y esas ruines?
Pícaros cuando comen van a menos.
Pues emperador ha habido tan desherrado, que tenía unos
zapatos solos, y para remendarlos se quedaba en casa, hecho pisador
de uva o torneador de tinteros, que son oficios de a pie mondo.
Batalla nabal.
¿Es porque los pícaros siempre que comemos vamos a menos?
Pues capitán ha habido a quien príncipes tributarios suyos le
encontraron cenando nabos pasados por agua, dando en ellos con tal
prisa y furia, que se podía decir con toda propiedad que era la batalla
naval.
La pobreza tiene acción
a todo. Pruébalo.
¿Es porque los pobres traemos el testamento en la uña del
meñique? Pues romanos cónsules ha habido, para cuyo entierro fue
forzoso pedir limosna, sin haber muerto con otra deuda más que la
del cuerpo a la dura tierra, ¿Ello es, en resolución, que los pícaros
somos pobres, mendigones, menesterosos? Pues ¿no sabes, pluma
mía, que la diosa Pandora fue pobre, y por serlo tuvo ventura y aun
actión a que todos los dioses la contribuyesen galas, cada cual la
suya?
LA PÍCARA JUSTINA 33

El pobre sobre todas las haciendas tiene juros, y aun el español


tiene votos, porque siempre el pobre español pide jurando y votando.
Pobreza con soberbia es
cosa afrentosa. Ejemplo.
Si juntamente con ser yo pobre fuera soberbia, tuviera por gran
afrenta el llamarme pelona, como también la misma diosa tuvo por
afrenta que se lo llamasen, cuando (por haber sido pobre y soberbia)
la desplumaron y pelaron toda los mismos dioses que la habían dado
sus ricas y preciosas plumas, y por afrentoso nombre la llamaron la
pelona o la pelada.
Hidalgos pobres se llaman
pelones, y por qué.
Y de ahí ha venido que a algunos pobres hidalgos, que de
ordinario traen la bolsa tan llena de soberbia cuan vacía de moneda, y
piensan que por el barreno del casco han de evaporar el aire y yerran
el golpe, los llaman pelones, porque son pobres pelones como la diosa
pelada.
Pobres hidalgos son pandorgos.
Esos se podrán correr del titulillo, pues son pandorgos pelados;
pero yo, pobreta, que no hay hombre a quien no me someta, no tengo
por afrentoso el nombre. ¡Tristes pícaras! Si nos preciamos de
emplumadas, mal; si de peladas, también.
Confusión de pícara.
Digo que del mal, lo menos; más quiero ser pelada que
emplumada.
Juegos de pelos a la mar.
Paréceme, señor pelo, que no hay ya qué hacer aquí, pues, cuanto
me ha querido decir, no encaja. Podría yo jugar con él al juego que
llaman los niños pelos a la mar y echarle con un soplo a galeras, y no
estoy muy fuera de hacerlo.
Aplícase el atravesar el pelo al hacer el autor su
introductión retórica.
Pero antes que le dé yo baya y se vaya, le quiero hacer una fanega
de mercedes, y son: que le doy licencia para que se alabe de que, sin
saber lo que ha hecho, me ha hecho sacar del arca un celemín de
retórica.
Cualidad de exhordios.
Porque, con atravesárseme en la pluma y discurrir los símbolos de
el pelo y de los pelones, he tenido buena ocasión para pintar mi
persona y cualidades, lo cual es documento retórico y necesario para
cualquier persona que escribe historia suya o ajena, pues debe en el
exordio poner una suma del sujeto cuya es, describiendo su persona y
34 LA PÍCARA JUSTINA

cualidades, en especial aquellas que más a cargo suyo toma el


historiador.
Nota el artificio con que se trae
todo lo dicho a propósito, y se
resume lo dicho.
De manera que mi pluma, aprovechándose de sola la travesía de
un pelo, ha cifrado mi vida y persona mejor y más a lo breve que el
que escribió la Ilíada de Homero y la encerró debajo de una cáscara
de una nuez.
La pluma da seis nombres de P.
Ni fue mejor abreviador el artífice Mimercides. Sólo un pelo de mi
pluma ha parlado que soy pobre, pícara, tundida de cejas y de
vergüenza, y que de puro pobre he de dar en comer tierra, para tener
mejor merecido que la tierra me coma a mí, que si me rasco la cabeza
no me come el pelo, y según mi pluma lleva la corriente atrevida y
disoluta, a poca más licencia, la tomará para ponerme de lodo,
porque quien me ha dado seis nombres de P, conviene a saber: pícara,
pobre, poca vergüenza, pelona y pelada, ¿qué he de esperar, sino que
como la pluma tiene la P dentro de su casa y el alquiler pagado, me
ponga algún otro nombre de P que me eche a puertas?
Sopla Justina la tinta para
quitar el pelo de la pluma.
Mas antes que nos pope, quiero soplarle, aunque me llamen
soplona.

APROVECHAMIENTO
De lo que has leído en este número primero, lector cristiano, colegirás que
hoy día se precian de sus pecados los pecadores, como los de Sodoma, que con
el fuego de sus vicios merecieron el fuego que les abrasó. Es, sin duda, que el
mundo y demonio, por fomentar la liga que tienen hecha con la carne,
nuestra enemiga, acreditan y honran los vicios carnales.
LA PÍCARA JUSTINA 35

NÚMERO SEGUNDO
Del melindre a la mancha
A propósito de la mancha de la
saya, prosigue artificiosamente el autor la
introducción de su libro.

Suma del número.


QUINTILLAS
Por soplar, manchó Justina
saya, tocas, dedos, palma;
y por el mal que adivina,
aunque no era tinta fina,
le llegó la mancha al alma;
que no hay más justo recelo
que temer manchas de lengua,
pues no hay jabón en el suelo
que, si te manchan un pelo,
te pueda sacar la mengua.
Quéjase de los daños de la tinta.
¡Ay, que me entinté palma, lengua, toca y dedo por quitar un pelo! Ya
yo sabía, señora tinta, que vivo en cuaresma y con velaciones
cerradas, sin que ella viniera muy aguda a echar sobre el retablo de
mis dedos otro de duelos, con el guardapolvo de su luto.
Pinta el tiempo de su mocedad,
y cómo todo se muda.
Pues no nos coque, que tiempo hubo en el cual, si yo quisiera, me
sobraran sacrismochos que de un instante a otro me quitaran el
guardapolvo y me pusieran de veinte y cinco. Pasó aquel tiempo,
vino otro. No es culpa mía. Atribúyolo a la fortuna que es ciega, al
tiempo que es loco, al albedrío humano que es voltario.
Excusa sus rugas graciosamente.
Excusa el habérsele caído los cabellos.
Y, para decir verdad, parte de culpa tienen unos sulquillos que me
han salido a la cara, que algunos los llaman rugas; y engáñanse, no lo
son, sino que mi rostro es muy blando de carona, y los cabellos
soltadizos, que de noche se me han derribado por cuello, cara y
frente, me sulcaron la carne y me dejaron estas señales, y yo, de puro
enojada contra tan traviesos cabellos, los segué un agosto, y me unté
36 LA PÍCARA JUSTINA

con sangre de morciélago, porque no naciesen más cabellos tan


villanos y tan amigos de arar tierra virgen.
Rugas no se encubren.
Y aunque hallé remedio para dar carta de lasto a mis cabellos, no
le he descubierto para embeber estas alforzas o bregaduras del rostro,
que parece hojaldrado.
Como si en la palma
no se vieran las rayas.
Una bruja me dijo que no se me diese nada, que diz que las rayas
de mi rostro no se me echaban de ver más que por la palma.
¡Tómame el consuelo! ¡Como si en la palma no se vieran las rayas!
Ahora bien, pasé de la raya y saliéronme muchas rayas. No importa,
que el alma tiene muchos agujeros y, si huye de la cara, acude a la
lengua.
Consuelo de una mujer vieja.
Consuélome con que si la tinta se entona, por lo mucho que
reluce, a poder de goma preparada, tiempo hubo en el que relucía mi
cara como bien acecalada; tiempo en el cual mi cara andaba al olio,
mudando más figuras que juego de primera, ejercitando más
metamorphosis que están escritos en el poeta de las Odas, mudando
más colores que el camaleón, estrujando pasas, encalando carbón,
desgerrumando redomas.
Todo el bien parecer está
en manos de una mujer.
En fin, tiempo en el cual estaba en mi mano ser blanca o negra,
morena o rubia, alegre o triste, hermosa o fea, diosa o sin días.
Píntase una mujer afeitada.
Quien se afeita, tiene la potencia en las manos y
la sciencia en las salseras.
Verdad es que como esta arte estabularía requiere sciencia y
potencia, yo lo compasaba de modo que la potencia la encomendaba
a mi mocedad y a mis manos, y la sciencia a tres redomas y dos
salseras. Y con esto, cuando tañían a concejo en mi villa el día de
fiesta cantaba yo al son de mi bandurria tres y dos son cinco, y a Dios;
que esquilan.
De qué se acuerda, y con qué ocasión.
Mas ¡ay!, que no hay tanta infelicidad cuanto haber sido dichosa
una persona. Este amargo trago, aquesta memoria triste debo yo a la
mancha y fealdad que la tinta ha querido poner en los dedos con que
yo solía hacer estas maravillas.
Aplícase la mancha a la
introducción de la historia.
LA PÍCARA JUSTINA 37

Mas creedme, señora tinta, que aunque más ufana estéis de haber
manchado mis dedos, toca y lengua, y tras esto lo estéis de que la
mancha vuestra me llegó al alma, por lo menos no podréis negarme
que habéis calificado mi historia, porque de haber vos dado a
entender que ya no tengo sumilleres de corps, ni de cortina, ni
sacrismochos despolvorantes desojados por mi contemplación,
creerán que soy escritora descarnada, desocupada de mociles
ejercicios, que ni me vierto ni divierto, que estoy machucha, que soy
de mollera cerrada, que soy cogitabunda y pensativa, y no como otros
historiadores de jaque de ponte bien que de la noche a la mañana
hacen madurar una historia como si fuera rábano. Pero, porque no se
alabe tanto la hermana tinta, ni se precie de manchega y de que se
halla bien con estas carnes pecadoras, a fe que la he de quitar con
saliva.
Moja Justina el dedo y no puede quitar la
mancha, antes se entinta la saya. Hace
dello melindre, y concluye a propósito.
¡Ay! ¡Ay! ¡Por el siglo del buen Diego Díez, mi padre, que he
mojado tres veces el dedo con saliva en ayunas y no quiere salir la
mancha! Demonio es la negra tinta, pues aunque fuera serpiente,
hubiéramos ya aventádola y aun muértola; que, según dicen en
alabanza del ayuno, la saliva en ayunas mata las serpientes.
Saliva en ayunas.
Mas, según veo, esta tinta, mientras más la escupo, cunde tanto
como si fuera olio, con que asientan y se entrañan la tinta y colores.
Por mi fe, que lleva camino de pedir término peremptorio y meses de
plazo antes de salir a cumplir el destierro. Aun si fuese peor de sacar
una mancha de las carnes que de los vestidos, sería el Diablo.
Sopla Justina y cáese tinta en la saya.
Peor está que estaba. Juro como mujer de bien —a lo menos, como
mujer de buenos— que por quitar la mancha del dedo se me ha
entintado la saya blanca de cotonia, puesta de hoy.
La mancha es mal pronóstico,
y lo primero es símbolo de
castigo de soberbia.
Ya es esto mal pronóstico. Tiros son a mi fama, irremediable pena.
Que, en fin, para el vestido hay jabón, pero no para la mengua en la
fama, contra quien esta mancha arma la mamona, estando en ley
jirolífica, y quiere que mi misma pluma dispare contra mí la
ballestilla.
¡Ay de mí! Por soberbia me tiene la fortuna, pues ansí me trata,
pareciéndole que para humillar mi entonación son necesarias todas
38 LA PÍCARA JUSTINA

estas diligencias. ¡Oh fortuna! Admito la advertencia, pero niego el


presupuesto.
El título de pícara no es con mal fin. Autores
hay que con apariencia de estilo humilde,
lisonjean y hacen otras impertinencias.
Nadie piense que el intitularme pícara es humildad superba, o
que pretendo hacer lo que algunos, los cuales, disfrazando su nombre
o debajo de bucólicas églogas y diálogos pastoriles, intentan lisonjear
a otros y ensalzarse a sí mismos, volviendo las trabas en sueltas,
trepando con grillos de cordel y sacando caras de hombres debajo de
las máscaras de monas. Que quien entendiere bien qué cosa es
nombrarme la pícara, dará por creído que tomo otro rumbo y voy
ajena de toda soberbia y altivez.
Historia de Herodes
ensoberbecido con sus vestidos.
Herodes se ensoberbeció tanto un día que se vio adornado con
ricas topas de tela, reverberantes con el sol, que, deslumbrado del
resplandor de su vestido —o por mejor decir, de su ignorancia—, dio
en decir que era Dios y que como a tal le adorasen.
El Cielo, enemigo de soberbios
Mas como el Cielo es enemigo de soberbios —y tanto que por no
poder sufrirlos dio con la carga en el suelo y aun en el Infierno—,
quiso confundir su soberbia loca a papirotes, y aun a menos.
Confundiole con manchas, las cuales cayendo sobre la ropa le
traspasaron el alma, como si cada gota llevara una saeta de celestial
fuego envuelta en sí.
Divinidad ahogadiza, etc.
Y fue que un día le envió tanta agua y con ella manchas sobre su
vestido rico, con que le dio a entender que su nueva divinidad era
ahogadiza y pasada por agua, y aun aperdigada a ser pasada por
fuego.
Todo es memoria de la
muerte. Oro y metales.
Justo castigo, no lo niego. Justa pena contra quien, por verse
vestido de oro, se olvida que es de polvo y lodo, como si el oro y
cuantos ricos metales hay no trajesen consigo la memoria de la
muerte y corrupción, en razón de que las arenas exhaladas,
corrompidas y acabadas, en virtud de su corrupción, se convierten en
saphyros y en las demás piedras y metales preciosos.
Sedas. Gusano de seda.
LA PÍCARA JUSTINA 39

Y la misma memoria traen las sedas consigo, por haberlas tejido y


labrado un gusano, el cual, por unos mismos pasos va caminando a la
muerte y a hacer su tela.
Excúsase de la comparación
de Herodes. Y atribúyelo a
los murmuradores.
Mas, ¿a qué propósito se ha enfrascado Justina en el miércoles de
Ceniza, no habiendo pasado Carnestolendas? Yo te lo diré, amigo
preguntador. A un Herodes relleno de divinidad postiza, bien fue
que la tinta le diese a entender que tenía más de manchego que de
inmortal dios. Pero ni de mi vestido, ni del nombre que me doy en
esta historia, ¿qué soberbia se puede presumir, para que así me
humille el Cielo? Es, sin duda, que me tienen por tan soberbia los
murmuradores destos mis escritos, que han pedido al Cielo que, para
humillar mi entono, no se contente con haberme echado en remojo a
puro hacer saliva, sino que llueva agua de Guinea sobre mis vestidos.
Pues, por mi fe, que no hay para qué.
Ya sería posible que esta culpa no estuviese en mí, sino en mi
saya. Mas, por cierto, que no sé yo, saya mía, qué culpas sean las
vuestras que merezcan tan desproporcionadas penas; antes, de
verdad, afirmo que en mi vida tuve saya que más en estado de
inocencia viviese.
Cuenta cómo le dio la saya a un
bobo. Y que la saya no tiene culpa
que meresca pena de mancha.
Diome esta saya un inocente de los que caen por verano, habrá
cuatro días, con tan sana intención y con tantas reverencias, que tuve
escrúpulo de vestir saya tan reverenciada y reverenda, imaginando si
acaso la había rifado a alguna imagen, como el otro que azotaron
porque, después de haber ganado a San Antón la moneda, le rifó
todas las cochinillas que le encomendasen aquel año.
El rifador castigado.
Y lo mismos hizo con una Sancta Lucía, a quien, después de
ganado el dinero que tenía para aceite a la lámpara, le dijo:
—Señora Santa Lucía, una noche, y sin ojos, bien os podréis
acostar a escuras.
Con su salsa se lo coma, que, a lo menos, si pudo rifar la moneda
a estos santos, pero no los docientos amapolos que le mandaron
asentar los señores inquisidores por estas insolencias y otras
semejantes, que ni en burlas ni en veras es bueno partir peras con los
santos, que son nuestros amos. Así que quizá este era rifasayas, como
el otro era rifa cochinos.
40 LA PÍCARA JUSTINA

Niñas de los ojos.


Pero débome de engañar. Sin duda fue que aquel bendito que me
dio la saya había sido fraile novicio, y al dármela no me habló por no
quebrar silencio, si ya no es que las niñas de sus ojos —como niñas en
fin, parleras— me parlaron un montón de cosicas. También es verdad
que ayer, que se contaron tres días después de la data, salió, como
ahogado, a la orilla del río, donde me columbró, yendo yo a una
ermita de un ventero, y me dijo dos o tres razones pavonadas, en que
me apuntó algo tocante a la saya. Mas como yo estaba ya ensayada y
ero moza de buenas costumbres y mejores pasos, y el hombre no
sonaba, no dejé el portante, sino, a lo envarado, le volví a mirar con
unos ojos que enfrenaran un berraco, y desde aquel punto y hora
quedó tan a tapón el pobre noviciote, que no me ha dicho chus ni mus.
Jeroglífico de la injusticia.
Así que la saya no tiene la culpa, la pecadora, y no sería justo que
si la culpa es mía, lo pague ella. Señora saya, que ya se pasó el tiempo
de los Sicconios, Píndaros, Colonios, en el cual ahorcaban los sayos y
sayas de los malhechores, lo cual, después, la gentilidad tomó por
jiroblífico de la injusticia que hacen los jueces cuando imponen al
inocente la culpa del malhechor.
Péganse las malas mañas.
Mas ya podría ser que alguna otra saya mía, compañera vuestra,
os hubiese pegado ruines mañas merecedoras destas manchas, que
esto de malas mañas pégase más que frisa de verdugo a carnes de
público penitente.
Mas, ¿qué hago de espulgar culpas de mi saya? Ya no me falta
sino mirar si en el alforza se le ha retraído algún pecado nefando o
alguna descomunión de matar candelas, según ando echándola
hurones que husmeen los deméritos que la acarrearon la mácula.
La significación de la mancha,
a propósito de hacer su
introductión el autor.
Mas, ¿para qué me gasto, para qué me consumo en despabilar las
entendederas? ¿Qué puede haber sido el haberme manchado, lo
primero los dedos, y lo segundo el vestido, sino un pronóstico y
figura de lo que me ha de suceder acerca de mi libro, si ya no me ha
sucedido? Los dedos, ¿no son con quien escribo mi historia? Pues
¿quién duda sino que el haber caído en ellos mancha pronostica las
muchas que han de poner o imponer a mis escritos?
Dicho notable de Aristóteles.
Acuérdome haber leído que, tomando Aristóteles la pluma en la
mano para escribir ciertas cosas contra Platón, cayó una china de lo
LA PÍCARA JUSTINA 41

alto, la cual le hirió en el pulgar y, aunque no era nada agorero, dijo:


Dedo apedreado no puede apedrear bien. Y cesó por entonces de
impugnar a Platón.
Aplicación.
A propósito: mancharse mi dedo, y con el mismo material que le
había de ayudar a escribir, es cierto pronóstico de que pondrán tachas
o impondrán mácula y dolo en los dedos que lo escriben, cuanto y
más en la intención mía y en la perfectión desta mi obra. Y el
habérseme manchado la saya con que yo me adorno es indicio de que
no sólo en la substancia desta historia pondrán los murmuradores
falta y dolo, pero aun en el modo del decir y en el ornato della,
conviene a saber: en los cuentos accesorios, fábulas, jiroglíficos,
humanidades y erudición retórica pondrán más faltas que hay en el
juego de la pelota. Pero pongan, que les llamaré gallinas; murmuren,
que sobre lo que se habla no están impuestos millones;
dessubstancien, que no les engordará el caldo esforzado que de aquí
sacaren; digan, que de Dios dijeron; deslustren, desadornen.
Refranes a propósito de
tener en poco el qué dirán.
¿Saben con qué me consuelo? Con una carretada de refranes:
arrastren la colcha para que se goce la moza; tras diez días de
ayunque de herrero, duerme al son el perro; tañe el esquilón y
duermen los tordos al son; al son que llora la vieja, canta el cura en la
iglesia.
¡Afuera murmuradores cuyas lenguas son acicates de mi
intención!
Cuanto y más que el tiempo, aunque es todo locura, todo lo cura,
y es cierto que ningún otro médico da tan infalibles recetas para curar
un desengaño.
Excúsase de murmuradora
y maldiciente.
Y por eso dijo bien un poeta: No hay mancha que con algo no se quite,
ni detractión que el tiempo no desquite. Si yo manchare ajenas vidas,
linajes, estados, oficios o personas, o descubriere algún nocivo
secreto, el cielo manche mi honor. Mas, pues no trato de eso, ¿por qué
me quieren matare?
Habla con su criada.
—Venga jabón, Marina, no te de pena mi mal, que como dice el
refrán, no temas mancha que sale con agua.
Mira la saya atentamente,
y apódala.
42 LA PÍCARA JUSTINA

Donosa hisopada, que así me ha salmonado la saya. ¡Vive diez,


que como la saya es blanca y se ha salpimentado con tinta, parece
naipe de suplicacionero!
Treta de astutas.
Mas no importa, que las astutas, de un momento a otro, hacemos
verano y mudamos rostro, edad y casa. ¡Qué aliño para no mudar
saya! ¡Vive diez!
Nombres varios impuestos
por las melindrosas.
No digo yo saya, pero a poder de miel cerotera entraremos en
tantas mudas que mudemos el pellejo como la culebra o ciliebra, que
así la llaman unas benditas de mi barrio, que llaman a las zapatillas,
daifas; a las ligas, tenedorcillos; a las calzas, taleguillas; al faldellín,
cerco menor; a las piernas, listoncillas; al culantro, cilantro; a las
turmas del carnero, hígado blanco, y usan otros nombres a este tono
que les debieron de hallar en la catepina machorra, a quien atribuyó
la otra Melibea, que decía que este nombre asno se había de escribir
con equis.
Pero, dejados asnos a un lado, venga papel, Marina.

APROVECHAMIENTO
Especial vicio es de gente perdida no llorar los graves desastres de su alma y
lamentar ligeros daños del cuerpo. Tal se pinta esta mujercilla, la cual llora
la mancha de una saya como su total ruina, y de sus inormes pecados no hace
caso. Deste género de gente dijo el Propheta: Tienen manchas desde la
cabeza a los pies, y siquiera no cuidan del fin en que vendrán a parar
males tamaños.
LA PÍCARA JUSTINA 43

NÚMERO TERCERO
Del melindre a la culebrilla
Suma del número.
SONETO DE PIES AGUDOS
AL MEDIO Y AL FIN

Vio Justina una culebrilla en el papel. De lo


cual hace donosos melindres y, en achaque de
consuelo, declara el autor su intento y hace
prólogo al letor.
Púsose a escribir Justina, y vio
pintada una culebra en el papel.
Espantose y llamó al ángel San Miguel,
diciendo: ¡Ay, que es culebra, y me mordió!
Mas ¿si es pintada? Sí es. Mas bien sé yo
que la culebra es símbolo cruel.
Franqueola el temor, luchó con él,
es cobarde el temor, y amainó.
Ya que vio la figura sin temor,
discurre así: ¿Acaso este animal
anuncia sólo mal? No. Pues ¿qué más?
Bienes. ¿Cuáles son? Fuerza y valor,
prudencia, sanidad. ¡Oh pesia tal!
¿Qué me detengo, pesar de Barrabás?

Miró Justina al papel de culebrilla,


y hace melindres de haber visto la culebra. Habla
con su criada.
—¡Jesús, mi bien! ¿Qué has traído aquí, Marina? Buena sea la hora
que nombré culebra, pues veo con mis ojos la que con la boca
nombré. Mas ¿si es dragón? ¿Si me ha mordido? ¿Si me moriré? ¡Ay
Dios! Al rostro me mira, debe de ser salta rostro. ¡Válgame San
Miguel que venció al diablo, San Raphael que mató al pece, válgame
San Jorge que mató la araña, y S. Daniel que venció a los leones,
válgame Sancta Catalina y Sancta Marina, abogadas contra las bestias
fieras! ¡Ayme, dónde huiré!
Tornó sobre sí Justina, y vio que la culebra era
pintada en el papel.
44 LA PÍCARA JUSTINA

Mas ¡qué boba soy!, que no es cosa viva, sino culebra pintada en el
papel, que llaman de culebrilla. Ya parece que se me ha tornado el
alma al cuerpo; ya no tengo miedo.
Mujer, cosa pintada.
Mas ¡ay, qué necia! ¡Qué presto nos consolamos las mujeres con
cosas pintadas! Debe de ser porque somos amigas de andarlo
siempre.
El papel de la mano
es buen pronóstico.
Mas, si va a decir verdad, por mal pronóstico tengo ver pintada
culebra en el papel en quien estampo mis conceptos, y,
especialmente, me da pena el haberla visto al tiempo que tomé la
pluma en la mano.
Hace de todo introductión
a su propósito.
¡No fuera este papel de la mano! Ya siquiera, con serlo,
persuadiérame a que después de escrito tuviera mano para hacerme
mercedes y me acarreara honra y provecho, dándome a maravedí el
palmo. ¡No fuera este papel de la mano, para ganar por ella a los que
blasfemaren destos renglones por ser obras de las mías!
Jiroglífico de la esperanza
y la envidia.
Si fuera de la mano, creyera que era mostrador del reloj, con que
pintan a la esperanza cuerda. Pero siendo de culebrilla, entenderé que
es amenaza de la envidia, cuyas armas fueron una sierpe o culebra
que va engullendo un corazón.
Papel de corazón, buen pronóstico.
¡Ay mi Dios! Papel mío, ya que no sois de la mano, ¿por qué no
fuistes del corazón, para que en la historia donde hago alarde de
algunos empleos del mío fuérades tan felice pronóstico como yo
deseo?
Perdices de Faflagonia.
Necesidad teníades de corazón para mostrarle en las adversidades
en que os habéis de ver, y aun cuando tuviérades dos como las
perdices de Faflagonia, no fueran de sobra. Mientras un animal
muerto tiene dentro de sí el corazón, tarde y mal le penetra el fuego.
Excelencia del corazón
Y así, si vos, aunque váis muerto, tuviérades corazón, tarde os
venciera el fuego de la envidia de mis contrarios, los cuales, por
momentos, intentarán alquitranaros con el fuego de sus lenguas
fogosas.
LA PÍCARA JUSTINA 45

Culebrilla es símbolo de daños. Refiérense y


declárase.
Pero, siendo de culebrilla, pensaré que sois el fogoso cancerbero o
que habéis de ser traidor y ofreceros a quien de vos se quisiere servir
para atacar contra mí la culebrina de su intención infernal.
Propiedades del águila
y dragón y etites.
En ver que tenéis culebrilla o dragón pintado se me caen las alas
de águila, tan propias de mi arriscado ingenio, y me parece que, así
como es propiedad del dragón subirse al encumbrado nido de la real
águila, donde, con el veneno que allí pone, quitara la vida a sus
polluelos, si el águila no se valiera de la preciosa piedra etites,
llamada comúnmente piedra del águila, que es única para malos
partos, para ser gratos y amorosos, y tiene otras excelentes
propriedades.
Alabanzas de la historia.
Y historiador.
Así pienso que, cuando yo más me encumbrare en el nido de la
altísima elocuencia, cuando más levantare el estilo sobre las nubes de
la retórica, entonces el villano y terrestre vulgo hará alas de la envidia
y veneno de la murmuración, y querrá, como el dragón, oprimir los
polluelos de mi entendimiento, que son mis conceptos y discursos
ingeniosos, que creo son particulares, por haber sido engendrados de
un ingenio razonablejonazo, crecidos con lectión varia, aumentados
con la experiencia, acompañados y bañados de dulces facetias que,
demás de ser sin perjuicio de nadie, van en un estilo muy aparejado
para dar bohemio a los principotes, cansados de cansar y estar
cansados.
Todo animal tiene algunas buenas propiedades,
en virtud de las cuales significa algo bueno.
Mas, ¿de qué temo?, ¿qué me acobarda? Ya pensará alguno que
soy agorera, y tengo tanto de eso como de ermitaña. ¿Es posible que
la culebra sólo anuncia males y sólo es tablilla de malas mensajerías?
No lo creo. No hay animal cuyas propiedades, en todo y por todo,
sean tan malignas que, a vueltas de algunas nocivas, no tenga otras
útiles y provechosas.
Hormiga, abeja, león, aguila.
La hormiga con su gulosía daña y con su diligencia enseña; la
abeja con su miel convida y con su aguijón atemoriza; el león con su
cólera mata y con su nobleza acaricia; el águila con su fiereza
persigue al dragón, mas con su realeza ampara los hijos de la cigüeña
montañesa, su media hermana.
46 LA PÍCARA JUSTINA

Elementos. Animales venenosos.


Los elementos con sus excesos matan y con su temperamento
vivifican; los animales venenosos, con lo mismo que dañan,
aprovechan a los heridos; luego no es de creer que haya animal el
cual no tenga algunas buenas cualidades que sean pronósticos de
algún buen suceso.
Justina, lectora de romanticistas.
Según eso, algo de bueno habrá en la culebrilla que me prometa
un venturoso fin. Milagro es que no se me acuerde a mí lo bueno que
significa la culebrilla, que no hay hoja en los jiroblíficos, ni en cuantos
autores romancistas hay, que yo no tenga cancelada, rayada y notada.
Doyme en la frente con la palma para preguntar a mi memoria si está
en casa. ¡Ya, ya!, ya se me acuerdan mil primores acerca del símbolo y
buen anuncio de la culebrilla.
Habla con su criada.
—Moza, abre esas ventanas, que, según me yerve de concetos esta
cholla, no hay papel en casa de Anica la papelera, ni tinta en los
tinteros, para comenzar a discantar los alegres pronósticos que me
anuncia para en este caso la culebrilla, cuyo temor he rendido con la
memoria de lo que tengo de escribir a este propósito.
Culebra, feliz pronóstico
de muchas maneras.
Por cierto, si bien lo miro, antes tengo por anuncio de gran
consuelo que el papel en quien deposito mis conceptos y mi sabiduría
sea de culebrillas.
Fábula de la diosa de la
sabiduría y de la elocuencia.
Valentinianos.
Lo primero, porque quien viere que mis escritos tienen por arma y
blasón una culebra, pensarán que soy otra diosa Sophía, reina de la
elocuencia, y que me convertí en culebra, no para engañar al dormido
Adán, como los herejes valentinianos lo afirmaron de la dicha diosa
Sophía, vuelta en culebrilla, sino para enseñar sabiduría a los
dormidos que no saben en qué mundo viven, según como lo canta el
poético coro de la misma Sophía vuelta en culebra.
Intento del autor en su libro.
Y, en parte, no se engañará quien pensare de mí aquesto, porque
yo, en el discurso deste mi libro, no quiero engañar como sirena, ni
adormecer como Cándida, ni transformar como Circe o Medea, ni
deslumbrar como Silvia, que si esto pretendiera no pusiera las redes
en la plaza del mundo ni las marañas por escrito y de molde.
Es desengañar ignorantes.
LA PÍCARA JUSTINA 47

Quiero despertar amodorridos ignorantes, amonestar y enseñar a


los simples para que sepan huir de lo mismo que al parecer persuado.
Despídese de los necios el autor.
No hablo con los necios, que para ser oidores de mi sala, a los
tales cuéntolos por sordos, y aun ternía a gran merced si para en caso
de leer fuesen ciegos, que desta suerte pensaría que, siéndolo, me
serían más aceptas las oraciones que me rezasen a cierra ojos, que con
ellos. Así que, lo primero, la culebrilla os significa desengañadora
elocuencia mía.
Sabiduría de Aristótil
significada por la culebra.
Pintan a Aristóteles como que traslada sus escritos del corazón de
una culebra, por ser ella símbolo de la prudencia, astucia y sabiduría.
Y así debo entender e el papel que a mi autoridad importa que el
papel en quien yo escribo sea de culebrilla, porque de aquí colegirán
mis devotos, si gustaren, y mis enemigos aunque les pese, que mucho
de lo que aquí dije lo trasladé del mismo original, de quien
Aristóteles trasladó la sciencia con que se alumbra el orbe.
Medicina de ignorantes significada por la
culebra. Sicionia.
Esculapio, dios de la Medicina, tuvo por armas y blasón una
culebrilla argentada, en memoria de que en figura de culebra hizo en
Sicionia milagrosas curas, en especial en materia de ojos.
Provechos deste libro.
Esto me viene muy a propósito, porque la culebrilla me promete,
y yo me prometo, que con mis escritos he de curar y desengañar
muchos ciegos; conviene, a saber: madres descuidadas, padres necios,
inocentes niñas, errados mancebos, labradores tochos, estudiantes
bocirrubios, viejos locos, viudas fáciles, jueces tardos.
Justina, segunda Esculapia.
Y debérseme ha el blasón de segunda Esculapia, pues lo que la
culebra rasguña, mis obras lo dibujan. Y si faltare quien me diga un
amén, por lo menos, podré decir que una escritora ha dicho gran bien
de mis cosas, y será tanta verdad como que yo soy nacida y tengo
boca.
Gracia y donaire,
significado por la culebrilla.
El dios Mercurio era el dios de los discretos, de los facetos, de los
graciosos y bien hablantes, y este tenía por armas una hermosa
culebra enroscada en un báculo de oro. Según eso, norabuena os vea
yo, culebrilla mía, enroscada en el papel sobre quien yo recliné mi
corazón y mis manos. Pues con esto entenderán los que en vos vieren
48 LA PÍCARA JUSTINA

mis obras, que no les quiero dar pena, sino buenas nuevas, como el
dios Mercurio.
Intento del autor es dar
gusto sin hacer daño.
Que les hablo con donaire y gracia y sin daño de barras; que, si
con lisonjas unto el casco, por lo menos no es unto sin sal; que, si
amago, no ofendo; que, si cuento, no canso; que, si una liendre hurto
a la fama de alguno, le restituyo un caballo; que con los discretos
hablo bien, y con los necios hablo en necio para que me entiendan. En
fin, todas son gracias de Mercurio.
Palo de dama.
Y si doy algún disgustillo, es con palo de oro, que es como palos
de dama, que ni dañan ni matan.
Pero ya que tantas cosas se me acuerdan en pro del prójimo,
querría dar con alguna en derecho de mi dedo, por no ser del bando
de los galeotes, que dicen no se haber ensillado para ellos el refrán
que dice: Más cerca está la camisa que el sayo.
Propriedad de la culebra.
¡Ya! ¡Ya! ¡Una boa! La culebra, para no dar a la muerte franco el
postigo de los oídos, por donde el encantador la guía, cose el un oído
con el suelo, y el otro zúrcele con la cola, para que, a puerta cerrada,
se torne la muerte y aun el Diablo. ¡Oh culebrilla, amiga mía.
Remedio contra los lisonjeros,
significado por la culebrilla.
¡Y qué bien me está remirarme en el espejo que me aclara vuestro
catecismo, y aprender en él y en vos cómo me he de defender de los
que, so capa de melosas lisonjas, me baldonan!
Fisgas del libro de la pícara.
Bien sé que destos sirenos enmascarados me han de salir a cantar
y ladrar juntamente.
Unos me dirán:
—Buena está la picarada, señor licenciado.
Otro dirá:
—Gentil picardía.
Otro:
—¡Oh qué pícaro libro!
Otro dirá:
—Buena está la justinada.
Otros:
—Bueno es el concetillo, agudo pensamiento, gánasela a Celestina
y al Pícaro.
Responde a las tácitas del murmurador.
LA PÍCARA JUSTINA 49

¡Dolor de mí, si yo no supiera que hay mordiladas insertas en


unción de casco y pullas envueltas en lisonjas, y aun envidias
enroscadas en alabanzas! Hermanitos, a otro perro.
Mil años ha que hice esta obrecilla. Para aquel tiempo, sobraba, y
si no fueran mocitos, que de lástima no me han dejado vaciar esta
conserva, ya hubiera este librito ídose por su pie a la especería.
Dícenme que está muy bueno el librito picarero, y que se holgarán
con él.
Habla con el libro.
Vayáis norabuena, librito mío, que más cuestan los naipes y valen
menos. Si ello el libro está bueno, buen provecho les haga, y si malo,
perdonen, que mal se pueden purgar bien los enfermos si yo me
pongo ahora muy de espacio a purgar la pícara.
Mas ¡ay!, que se me olvidaba que ero mujer y me llamo Justina.
Vayan con Dios, que estábamos hablando yo y el señor don papel de
culebrilla.
Torna a hablar con el
papel de culebrilla.
Señor don papel: como digo de mi cuento, si alguno destos
hombriperros o perrihombres os saliere a cantar por delante y a
morder por detrás, no tengáis pena, que, teniendo culebrilla, con los
que os ladraren, jugaréis de diente, y con los que os cantaren con
lisonja o sin lisonja, haréis lo que la culebra, cosiendo el un oído con
el suelo de humildad y el otro con la cola de despedida.
Definición del vulgo,
que es perro de aldea.
El ignorante vulgo es de casta de perro de aldea, que halaga al
saphio mal vestido, y ladra y muerde al caballero bien ataviado que
pasa de camino, no teniendo otra causa deste mal acierto que su
natural ignorancia y el no tener trato ordinario con los de hábito
semejante.
Capta la benevolencia a los corteses.
Así el vulgo ignorante, como no conoce ni sabe qué cosa es una
discreción en hábito peregrino, a bulto ladra a la fama del autor, y
aun si puede morder, se ceba asaz. Culebra tenéis, papel mío;
defendeos. Si a lo grave que tenéis os perdieren el respecto, silbades,
y aprovechaos de que tenéis culebra, y tenéis de pícaro lo que yo de
pícara. Y si prohidiaren, morded, que los dientes no se hicieron para
echar melecinas.
Pérez de Guzmán.
Sólo os pido que si llegare un Pérez de Guzmán el Bueno, os
rindáis a su grandeza, acompañada de su hidalga intención y noble
50 LA PÍCARA JUSTINA

proceder, que ni por Pérez tendrá pereza en haceros bien, ni por


Guzmán le será nuevo el usar de cortesía. Y, generalmente, quiero
que os rindáis y sujetéis al noble lector que con bondad pasare los
ojos por vuestros sanos consejos, vestidos con el zurrón de chistes y
gracias picarescas, que, en fin, tenéis culebra, y es vuestro oficio
andar pecho por tierra.
Habla con el tintero.
Ahora bien, mal o bien preparado, ya tengo papel sin temor, dedo
sin mancha y pluma sin pelos. Puesta estoy a figura para escribir. No
me faltaba sino que vos, señor tintero, os entonásedes y hubiésemos
menester haceros otros tantos conjuros.
Olla de mondonguera.
Mas yo os fío que, siendo tan proprio de cornudos el sufrir, siendo
vos de puro cuerno —por bien lo nombremos—, forzoso será que
sufráis estocadas de pluma que os saquen sangre tinta, y tengáis tanta
paciencia cuanta suele tener una olla de mondonguera o
malcocinada, en la cual —según decía Cisneros— es mucho de
ponderar que, aunque tan de ordinario es combatida de esmerilazos
de cuchar herrera, jamás quebró, ni estalló, ni hendió por los lados
más que si las tales ollas fueran encantadas.
¡Agua va! Desvíense, que lo tengo todo a punto, y va de historia.

APROVECHAMIENTO
La verdadera sabiduría es luz que no sólo descubre su objecto, pero a sí
misma se manifiesta a quien la posee, de manera que nadie hay que mejor
sepa lo que sabe o lo que ignora que aquel en quien la sciencia está. Y, por el
contrario, el ignorante la primera ignorancia que tiene es de que es
ignorante. De aquí es que con razón pinta el autor esta mujercilla tan hueca
de cuatro jiroblíficos que leyó en cualque romancero, en el entretanto que se
le secaban los paños o traían el medio para medir cebada, que le parece que no
hay sabio de Grecia a quien no la gane, ni hombre que no envidie su
sabiduría y elocuencia.
LA PÍCARA JUSTINA 51

Los libros de La pícara Justina, que son la nata de todos los graciosos, pintando al vivo el
engaño y desengaño de vda ociosa en un navío do, sin sentir el tiempo, lleva a los ocios
alegres por el río del Olvido al puerto del Desengaño, 1605.
52 LA PÍCARA JUSTINA
LA PÍCARA JUSTINA 53

LIBRO PRIMERO
INTITULADO

LA PÍCARA MONTAÑESA
54 LA PÍCARA JUSTINA

CAPÍTULO PRIMERO
DE LA ESCRIBANA FISGADA

NÚMERO PRIMERO
Del fisgón medroso
Suma del número.
OCTAVAS DE ESDRÚJULOS
Da baya un fisgón a Justina, sobre
que se hace coronista de su vida.
Al comenzar Justina, entró Perlícaro,
llamado el matraquista, semi astrólogo.
Miró a medio mogate, al uso pícaro,
y viendo un libro sin título ni prólogo,
hizo el columbrón y pino de Ícaro.
Tosió, sentose, y dijo: Yo, el teólogo,
condeno por nefando ese capítulo,
pues va sin nombre, prólogo ni título.
¡Ah, sora cronicona! ¿Ya es deífica?
¿No responde? Pues oya: Es un mal pésimo,
que porque ha visto ya que no es prolífica,
dé en coronista el año quincuagésimo.
Métase a bruja, que es arte más pacífica.
¿Qué aguarda? Ello ha de ser, y no al centésimo.
Corriose Justina, bravea como un Hércules,
aquel que dio famoso nombre al miércoles.

N
ACIÓ Justina Díez, la pícara, el año de las nacidas, que fue
bisesto, a los seis de agosto, en el signo Virgo, a las seis de la
boba allá.
¿Ya soy nacida? ¡Ox, que hace frío! ¡Tapagija, que me verán nacer
desnuda! Tórnome al vientre de mi señora madre, que no quiero que
mi nacimiento sea de golpe, como cerradura de loba. Más vale salir
de dos golpes, como voto a Dios de carretero manchego. Quiero
marchar de retorno a la panza de mi madre, aunque vaya de vacío, y
estareme uchoando de talanquera, que todo lo he bien menester para
responder al reto de un fisgón, que, andando ayer cuellidegollado, ha
LA PÍCARA JUSTINA 55

salido hoy con una escarola de lienzo tan aporcada como engomada,
más tieso y carrancudo que si hubiera desayunádose con seis tazones
de asador. Y, para los que no le conocen, yo les pintaré su traza,
postura y talle.
Etimología del nombre de Perlícaro.
Llámase Perlícaro, a contemplación de una su doña Almirez, que
por el gran concepto que concibió de sus buenas partes, le llamó
Perlícaro, dándole nombre de perla por su hermosura, y el de Ícaro
por la alteza de su redomada sabiondez.
Nombres de jaracandina, y entrada de Perlícaro.
Mejor me parece a mí que fuera denominarle Perlícaro, de que en
ser murmurador de ventaja era perro ladrador (que el perro símbolo
fue de la murmuración por el ladrar, como de la lisonja por el lamer),
y en el trato era pícaro, y de uno y otro se venía a hacer la quimera de
un Perlícaro. Mas pase, que esto de dar nombres jacarandinos es
pintar como querer.
Entró el muy pícaro husmeando como perro perdiguero, jugando
de punta y talón, como si pisara sobre huevos, deshombreciéndose
por mirar lo que yo hacía, haciendo columbrones de sobre ojo con la
mano sobre la frente, empinándose por momentos, al modo que los
pícaros se realzan y alean de revuelto, cuando dicen que hacen los
pinicos de Ícaro.
Los ademanes del fisgón.
Ya que confrontó conmigo y tuvo llena la barjuleta de lo que
pensaba decir de repens, comenzó a retorcer y hilar un bigote más
corpulento que maroma de guindar campanas, mirando de lado y
sobre hombro, como juez de comisión a criados alquilones, torcido el
ojo izquierdo a fuer de ballestero, cabizbajándose a ratos más que
oveja en siesta, volteando la lengua sobre el arco de sus dientes con
más priesa que perro de ciego cuando salta por la buena tabernera,
con un si es no es de asperges de narices, hablando algo gangoso
como monja que canta con antojos, y, a puntería, me habló así:
Matraca del fisgón que fisga.
—Sora Justiniga, sora pícara en requinta, ¿de cuándo acá da en ser
cronicona de su vida y milagritos? ¿Escribe la historia de Penélope,
de Circe, de Porcia y de otras desta birlada? ¿Su vida guachapea?
Fisga de que la misma Justina escriba su vida.
Bien hace, que quizá no hallará otro historiador que contara la
vida de una persona tan necesaria como secreta. Pocos hubiera que a
cuatro azadonadas de su leyenda no quedaran oliendo a pastel de
56 LA PÍCARA JUSTINA

ronda. Para coronista no tiene poco andado, que algún día habrá
tenido más de cuatro coronas en su casa.
Contraposición de los que escribieron sus
historias. Eneas, César, Esdrás, Moisés.
¿Tienes verecundia, coronista de Bercebuc? ¡Qué madre Teresa
para escribir sus ocultos éxtasis, raptos y devociones! ¡Qué Eneas
para contar a Dido cómo salió libre y sin daño de los abrasadores
incendios de la tierra y de los recios infortunios y borrascas de la mar!
¡Qué César para comentar sus hazañas, indignas de que otro que él
las tomase en la lengua o pluma, ya corta por envidiosa, ya larga por
lisonjera! ¡Qué Esdras para contar la reparación de su pueblo, que
obró con una mano y escribió con otra! ¡Qué Moisés para escrebir el
Pentateuco sancto! ¡Maldita sea la manta que te escupió! Mas yo me
perdono porque voarced me perdone, y me deje llegar otro palmito.
Fisga de que había comenzado
a contar su nacimiento.
A buen tiempo llegué, señora niña, pues vine a punto en que, por
mi gran culpa, la vi nacer envuelta en las pares de los dos oficios más
comunes de la república. Pregunte a mamá si quiere que la enalbarde,
con miel y huevos hueros, unas torrijas y haga por ella los demás
oficios de partero. Mas ¿cómo no gritó su madre pariendo una hija
tan grande?
Motéjala de alcahueta y a su madre de lo otro.
Aunque debe de ser que como v. m. es hija tercera, y su madre
pare como descosida, la parió sin pujo, como quien se purga con
pepinos. Dígale a su madre si quiere unas cuentas de leche para
desenconar los pezones. ¡Dígaselo, ande, ea! Aunque no, téngase. No
se tenga.
Llámala vieja.
La verdad en mi almario, que cumpliera todo lo que la he
ofrecido, si su madre tuviera la mitad de años que v. m. alcanza por
el presente. No se me enoje, daifa, que vengo enfermo de vómitos. Y
aun ahora emprencipio.
Fisga de que el libro trata sin título ni prólogo.
Dígame (así se vea sin esa ruga que le hace la mamona en la
frente), ¿en qué ley de historia trágica halló voarced que se puede
comenzar un libro sin prólogo, ni capítulo sin título? Este capítulo
¿cómo puede ser capítulo sin cabeza? Este libro ¿cómo lo puede ser
sin título, prólogo, ni sobrescrito? ¿Es este, acaso, el original del libro
de los naipes? ¿Ella es la humanista? Por cierto, si no supiera más de
otras humanidades que de estas escritas, pocas cuentas tuviera que
rematar en el valle de Josafat.
LA PÍCARA JUSTINA 57

En esto, tosió, y con gran astrondidad se sentó. Y, como si fuera


un senador o concilista, dijo:
Cuenta todas las artes y sciencias, y atribúyelas
a sí el fisgón. Segundo pecado nefando.
—Digo yo, el licenciado Perlícaro, ortógrapho, músico,
perspectivo, matemático, arismético, geómetra, astrónomo,
gramático, poeta, retórico, dialéctico, phísico, médico, flebótomo,
notomista, metaphísico y teólogo, que declaro ser este primer
capítulo y todo el libro el segundo pecado nefando, pues no tiene
Señora suputante, la que fue nacida del año moquero, en el mes
gatuno, ¿a cuántos números o capítulos piensa poner el de mi
camarada el alférez Santolaja, llamado por otro nombre el moscón
celibato, que fue su marido?
Tráele a la memoria una afrentosa purga con
otras cosas de que se trata en el segundo tomo.
¿No ha de decirnos con muy buena corriente cómo la barqueó, y
lo de la purga surrepticia con que le hizo aflojar las cinchas un coto?
Avíseme cuando aportare a los arrabales deste capítulo, que yo le
pondré de mi mano una o dos márgenes sacadas del río Leteo.
Desde los diez años.
Harele una tabla señalando en ella los lugares comunes de su vida
y leyenda, que todos lo han sido desde que su edad encontró con
cero, y con la tabla le haré un par de cornucopias no malas. Y aun, si
yo quiero, le haré un sotano (digo un soneto) para la cabezada de su
libro, porque parezca madeja con cuenda, que, si llega a gozarla, no
será la primera madeja de que goce. Y si voarced no quiere que su
libro lleve pies ni cabeza, ahórquese en buen día claro, y aun esto no
habrá lugar, porque si para colgarla no tiene cabellos, ni pies, ni
cabeza, aun para ahorcada no será de provecho. Espéreme, que yo
daré la postrer bocada luego, que no acierto a morir de súpito.
Fisga de su abolengo
Díganos, madre Berecinta, si acaso es su intención traspalarnos su
vida a enviones de capítulos y sorbetones de números, como si fueran
las obras del buen san Buenaventura (buena nos la dé Dios), ¿por qué
se olvidaba los mejores dos tercios de su historia?
Motéjala de cristiana nueva, y nota que
a esta ni a otras injurias no responde,
sino al llamarla vieja.
Lo primero, el abolengo de la cristiandad de su padre, cuyos
abuelos son tan conocidos que nadie lo puede ignorar, si no es quien
no sabe que aquellos son cristianos a quien dan el sancto bautismo,
especialmente cuando son gente que lo hace a sabiendas. Lo segundo,
58 LA PÍCARA JUSTINA

¿por qué no alegró la fiesta con la cascabelada de los abuelos de parte


de madre, que si los pusiera en ringla sonaran más que recua
encascabelada?
Motéjala de parlera y enredadora.
Pues aun sin estos dos líos, se olvidó otro muy perteneciente a su
vida. Declárome:
Segunda Celestina.
¿Por qué calló su concepción, refiriéndonos por estupendísimo
portento que supo callar los nueve meses que anduvo en el vientre de
aquella su madrona, que en el cuerpo fue ballena y en el alma
Celestina? ¿Tan poco le parece que hay que hacer en comprehender lo
que hizo en el comedio de aquellos nueve meses de su taciturnidad
increíble?
Falencio, enredador, vendía
las tripas de su madre
Yo seguro que en toda aquella nuevemesada no anduvo ella
queda, sino que hizo algún enredo allá en las tripas de su madre,
como se escribe en la historia de aquel gran trapacista Falencio (todos
somos historieros), el cual en los nueve meses que estuvo en el
vientre de su madre, en estando ella dormida, le sacaba algunas
tripas y se las iba a vender a las bodegoneras. ¡Ah mi reñona! ¿A nada
responde? ¿Ya se nos hace deífica, después que tiene de historia lo
que se podía digerir con dos de jirapliega? ¿No oye? No, que está
muerta. Pues vaya de responso a humo muerto.
Llámala vieja y otras cosas con estilo satírico.
Ánima pecadora: sábete que si va a jeringar verdades por red de
matraca, que me parece pésimamente que ahora des en esa flaqueza.
¿Cómo? ¿Ahora que había voarced de aprovecharse de su experiencia
para ser maestra de principiántigas, y medio mundo, da en escriba?
¿Hase tardado toda su vida en hacer cortar plumas, tornear tinteros y
bruñir papel, sin haber escrito cosa que sea de provecho, y ahora
quiere en el más breve tercio de su vida guachapear historias?
Motéjala de que no ha sacado a luz ningún hijo.
En fin, que después que la experiencia le enseña que no es
prolífica, ni está de provecho para hacer oficios en derecho de nuestro
dedo, ¿quiere dar tan en derecho de los suyos, que pretende sublimar
en los cuernos de la luna una vida que ha tantos años que anda en los
del toro?
Zayérela sus mismas palabras.
¿Y para eso pone en cabeza de mayorazgo que nació en el signo
Virgo, olvidándose que aquella hora hubo eclipsi entre Virgo y
LA PÍCARA JUSTINA 59

Capricornio, y quedó Virgo de lodo? ¿Halo por dejar oficios


rencillosos y tomar oficio pacífico?
Llámala bruja.
Pues métase a bruja, que la mitad del camino tiene andado; ¿a
cuándo aguarda? Ello ha de ser, pues es cierto que es v. m. tan
diligente, que no ha de haber barranco que no navegue, ni mal paso
por do no ande. ¿Por ventura, piensa ser bruja en el año matusaleno?
No lo crea, que sería mucho durar vasija tan tresnada, que a mucho
que pisa la soga ya se roza. Yo bien estoy, señora miadora, que
después de ser quincuagésima de en carnestolendas, pero no
historiógrafa. Según eso, ¿a cuándo aguarda?
Llámala vieja de cuarenta y ocho años.
Dirame que es mocita la recién nacida. No medre don Perlícaro, si
a buena cuenta, tomada el bisiesto en que nació hasta el presente en
que estamos, no hace hoy cuarenta y ocho, tan justos como baraja de
naipes, si ya no es que los cinco ceros y un cinco le vengan a plana
ringlón por aforrarse con la mejor pinta de entrés.
Píntase una mujer que finge las causas
de un enojo, y calla la verdadera.
Aquí puso mi paciencia el non plus ultra a la espera de la enfadosa
matraca. Ya has oído lo que me dijo este alquilador de verbos. ¿Qué
sería bueno que hiciese en este caso una matrona como yo? Enojarse a
todo reventar. Y dirán: ¿de qué? Yo te lo diré, amigo preguntador, si
me dejas tomar huelgo para el salto.
Cómo es antiguo dar matracas y bayas.
Antiguas son las fisgas y matracas.
No se me hizo nuevo que hubiese matracas en el mundo, ni que a
él viniese quien diese bayas, que el dios de amor las dio a la muerte
en diferentes casos y en coyunturas en que el amor tomó por empresa
los mismos muertos amantes que la misma muerte había señalado
por triunfo de su vitoria.
Aun entre príncipes, dando y sufriendo
matracas con sus inferiores. Propiedad
del águila y corneja, a propósito.
No me dio pena que fray Menos diese matraca a fray Más, pues
en las historias consta que ha habido criados que se han puesto a dar
matraca a príncipes, sus señores, tmpoco me pareció cosa indigna de
pechos nobles sufrir bayas y fisgas de fisgones rateros y de medio
mocate, que aun el águila, según vemos, muestra su realeza y
condicionaza hidalga en estar muy paciente y serena cuando la
corneja se pone, papo a papo, a partir peras con ella, y aun a hacer
60 LA PÍCARA JUSTINA

della burla con visajes y ademanes, sin que esto gaste un adarme de
su paciencia.
Jeroblífico de la paciencia de los reyes.
Tanto, que algunos philósofos griegos dieron esto por jiroblífico
de la paciencia, a que su misma realeza les obliga a los monarcas.
Píntase una mujer corrida que
encubre estar enojada.
Pues dirás, ¿de qué se enojó Justina? Dirélo. Cómeme el pelo.
Ahora bien, yo lo diré a sorbitos, que los que enfermamos de
corrimientos no podemos estar tan a punto como los otros. Vaya el
primer sorbetoncito.
Enojeme, enojeme de que a tan mal tiempo y en tal mala sazón,
como era al punto que tomaba la pluma en la mano para sacar mis
partos a luz me hablasen a la mano. No ha salido mala la deshecha de
mi enojo y no poco verisímil la razón de mi enfado. Y por si alguno
pensare que la razón que he dado es cristiana, verdadera y católica,
yo la quiero confirmar, y sea con una fabulita que no yede.
Fábula de la zorra, a propósito.
¿Acuérdanse de la fábula de la zorra que, por otra causa
semejante a esta, se enojó, como yo, y echó su maldición a una gata
preñada en agosto, y desde entonces salieron los gatos agostizos
desmedrados? Pues si no sabes la fábula, oye, que con la fábula de la
zorra me destetó mi madre.
Enojan las burlas sin tiempo.
Estaba la zorra en una ría, y como siempre anda a buscar de
comer de lance, parece ser que quiso engañar a las sardinas para
cumplir con su buen deseo de cuaresmar por agosto, y para esto dio
en escribir una carta a las sardinas del mar. Escribió, y decía la carta
así:
Carta escrita de la zorra
para las sardinas, con engaño.

Señoras sardinas: el salmón, mi señor, besa a vuesas mercedes las manos, y


dice que, por acá, en agosto hay frío en rostro, y así que vuesas mercedes se
vengan acercando adonde suelen, que ahora es buen tiempo, entre siega y
vendimia, que andan los pescadores en la labor del campo y le dan franco a
vuesas mercedes. Por caridad, las amonesto que no aguarden a venir cuando
suelen, que, como las han caído en el chorrillo, no dejarán piante ni mamante
a quien no pongan cerco y maten (matados ellos se vean, que tan
injustamente persiguen a vuesas mercedes). A mí no me va nada, mensajero
soy del señor salmón. Pesarmeía de su daño, por lo mucho que me muero por
vuesas mercedes, y también creo se morirán vuesas mercedes por mí. Y, con
LA PÍCARA JUSTINA 61

tanto, nuestro Señor guarde a vuesas mercedes de falsos y engañadores.


Fecha en Alba a los Hígados de agosto.

Ya que firmó su carta la hermana zorra, contrahaciendo la firma


del salmón lo mejor que supo, una gata preñada que allí estaba
(pareciéndole que la treta iba buena y que si las sardinas anticipaban
su venida, ella y la zorra sacarían el vientre de mal año), de puro
contento, comenzó a retozar.
Retozo dañoso.
Y el retozo fue tal, que repeló la zorra, quebró la pluma, borró el
papel, y lo peor fue que puso la carta de máscara e imposibilitó el
leerla. La zorra (viendo que se le iba el mensajero, que era la lamprea,
y que tenía poco tiempo y menos papel), viendo su traza resuelta en
retozos y su intento tan deshecho como su vientre desesperado,
maldijo con todo su corazón a la gata y a cuanto en el vientre traía,
diciendo:
—Asados veas tus hijos como sardinas.
Por qué los gatos agostizos son frioleros.
Comprehendió la maldición a la pobre gata, y, desde entonces,
salieron los gatos agostizos tan desmedrados y friolentos que, a
trueco de calentarse, se ponen a asar como sardinas.
La gata acusa a la zorra.
Quejose la gata criminalmente de la zorra ante el león, y dijo:
—Muy poderoso señor: Yo, doña gata, digo que tengo alquilados
por un tanto todos los retozos de mar y tierra, sin embargo de que
todo el linaje gatuno y todos mis antepasados han tenido ejecutoria
desto y privilegios inmemorial. Y, siendo así, que (usando yo deste
mi dicho privilegio y ejecutoria) cierto día retocé un poco con ciertas
menudencias, la madre zorra me ha echado maldiciones que me han
perjudicado a mí y a mis hijos. Por tanto, v. alteza me desagravie. Y
pido justicia, etc.
Diose un traslado a la zorra, la cual, en descargo de la sobredicha
acusación, dijo ansí:
Descargo de la zorra.
—Muy poderoso señor: Yo, doña zorra, digo que, respondiendo al
cargo que falsamente me impone nuestra hermana la gata, afirmo que
(caso negado que yo la haya maldecido a ella y a su generación) no lo
hice por impedirla sus retozos, que en esto ni entro ni salgo: retoce
hasta que reviente. Aunque fuera bien que una gata, que es gata de
bien y ya madura y preñada, mirara cuán mal le está andarse ahora
62 LA PÍCARA JUSTINA

en retozos. Mas, pues dice que ha ganado privilegio o comprádolo,


retoce; pero, señor león, cada cosa en su tiempo.
Cada cosa en su tiempo.
¿Es bueno que al punto que yo escribo mi carta y hago mi
hacienda, y aun la suya, venga la hermana gata con sus manos
lavadas y lo eche todo a mal? Antes digo que yo soy la agraviada y
ella debe ser castigada con la pena del talión, como acusadora inicua,
y pido justicia, etc.
Sentencia del león.
El león, como padre, en fin, proveyó una justicia de entre
compadres, y mandó que la gata pidiese perdón a la zorra y no
hubiese pleito entre personas de una profesión.
Aplícase a propósito que las burlas
fuera de tiempo no son buenas.
A propósito, yo no digo que quien tiene por oficio el fisgar no
viva de matracas, que es su oficio, como el de la gata retozar, Pero
quéjome que haya venido a hablar a la mano a una persona cargada
de concetos, a tiempo que comenzaba a parir y hacer hacienda, que
fue tanto como helar sobre yemas de vid y ventear sobre cierna de
espiga. Esta fue la causa de mi enojo para quien lo quisiere creer.
A duras penas dice la verdadera
causa de haberse corrido.
Pero si va a no meter la verdad entre cachibaches, sábete que me
enojé... ¿De qué? ¿Dirélo?
Mala burla, llamar vieja a una mujer.
Decláralo con símiles.
Otra vez me rasco. Vaya: de que me llamó vieja de cuarenta y
ocho años al menorete, y aun, si lo notaste, me llamó quincuagésima,
que es la edad en que las mujeres apelamos para Noé.
Niñas de los ojos.
Quiero decir: apelamos para decir que no es así, aunque nos
metan el libro del bautismo en las niñas de los ojos, que antes
nuestras niñas, por ser niñas, aborrecen semejante libro, que para
ellas no es libro de vida, sino de muerte. Son burlas tan pesadas que
no hay mujer, por atlantada que sea, que pueda llevar onza dellas. El
querer que la mujer guste destas burlas es querer darle un burro para
perro de falda y que guste de sus coces como si fueran paticas de un
don Florisel lanudo. El que gusta de decir las semejantes gracias, es
tanto como tener gusto de ver patalear las gentes, como hacía Perico
de Soria, el de la aguja de descoser almas y tripas; es dar en lo vivo; es
ser segundas parcas.
LA PÍCARA JUSTINA 63

¡Pardies!, yo me corrí. Enojeme, y hecha una onza de enojo y una


arroba de cólera, le dije en esta guisa.

APROVECHAMIENTO
Cuál sea el fin del hablar.
Concedió a los hombres el Autor de naturaleza la política comunicación de
palabras, y el uso dellas para ayudarse unos a otros en las miserias desta
trabajosa peregrinación, para pedirse socorro en los trabajos, para alentar el
amor del prójimo y de Dios, último bien nuestro.
Abuso de las conversaciones.
Pero los hombres ignorantes y viciosos adulteran la lengua y las palabras,
usando dellas para comunicar entre sí mismos cosas frusleras y vanas, más
proprias para calladas que dignas de salir a luz. Tales son las que en las
fisgas y matracas usan de ordinario pajes, estudiantes, damas cortesanas y
gentes de la factión de Justina y Perlícaro, como viste en el número pasado y
verás en el siguiente.
64 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO SEGUNDO
De la contrafisga colérica
Suma del número.
TERCETO DE ESDRÚJULOS
Justina fisga del fisgón con mucha
cólera, pero con mucha gracia,
por el mismo orden que él fue
fisgando della
Justina está de cólera frenética,
por ver que la llamaron quincuagésima,
como si aquesto fuera ser somética
Desmiente al fisgón.
—¡Miente! ¡Remiente —le dije— el muy picaño!, que no tengo tantos
años como matrícula el contador del Diablo, y no porque sea burro de
raza ha de retozar con los años, que es burla asnal.
Declara curiosamente cuán mal llevan
las mujeres que su edad se declare.
Sepa que la edad de una mujer en teniendo cero es de cera para en
caso de andar con ella. No sin causa, mandan los obispos que los años
de una persona se queden en la iglesia, en el libro del bautismo, y
guarden el libro los mismos curas que guardan los pecados en
secreto, todo a fin que nadie ande ni toque ni se burle con los años de
nadie.
Salpicón de varia lectión.
Y pues se precia de haber comido del salpicón de Silva de varia
lectión, ¿parécele que fuera tan grave afrenta y maldición ser las
mujeres estériles (según consta de las historias), si no fuera que la
esterilidad es ajuar de viejas?
Esterelidad, ajuar de viejas y cosa afrentosa.
Tráese el ejemplo del milano, culebra y águila.
¿No sabe que aun los milanos, en sintiéndose viejos (corridos de
serlo) no parecen entre gentes, y por no parecer, perecen de hambre?
Refrán.
La culebra, por no parecer vieja, se mete en prensa de piedra,
aunque le duela, y el águila demostola el pico por no parecerlo, y aun
se echa a cocer en agua caliente para renovar sus plumas, porque
tiene de coro el refrán que dice: Padecí cochura por hermosura.
Los niños enseñan a aborrescer la vejez.
Y aun los niños le pudieran enseñar esto, pues, para significar
cuán aborrecible es la vejez, dicen que el repelarles los cabellos por la
LA PÍCARA JUSTINA 65

parte más sensible y delicada (que es la mayor pena que ellos


conocen) la llaman estira viejos.
Jiroblífico de la odiosidad a la vejez.
Y pues v. m. toda su vida ha vivido a ratos perdidos, ¿por qué
algunos de los que ha ocupado en leer cartispitis no los aplicó a leer
que los griegos, para encarecer cuán odiosa es la vejez aun a los
mismos dioses, dijeron que porque una vez entró a ver el cielo,
mandó Júpiter que se hiciesen dos escobas de dos rayos y con ellas
barriesen el sitio donde la vejez estampó sus plantas, como si su mal
olor pudiera corromper lo incorruptible?
Fábula al mismo propósito.
Y las fábulas refieren que en la república de Gauja, una mujer riñó
con dos verdades, llamada la una Vieja sois, la otra Fea sois, y,
finalmente, no paró hasta que las acusó falsamente por sométicas,
induciendo muchas mujeres que fuesen testigos.
Verdades acusadas por sométicas.
Fue de modo que quemaron públicamente por sométicas las dos
verdades. ¡Mire él, si yo fuera de las mujeres de aquel tiempo, a qué
figurilla se habían puesto! Siempre estas verdades saben a nueces
verdes.
Objeción contra lo dicho.
Dirame que, pues los hombres no se añusgan de que los llamen
viejos, antes se afrentan de que los llamen mozos, tampoco es justo
que Justina se enoje de que se lo digan.
Respuesta.
¡Oh, qué gentil entablar para un penseque! Bien parece que no es
hombre, pues no sabe en qué cae el serlo, ni dónde el hombre tiene el
tuétano ni la mujer la cañada, y de ignorar estos principios le viene el
errar los fines.
Cuento a propósito.
Es como el otro desollador principiante que, en estando un animal
sin orejas, decía que no se podía atinar dónde estaba la cola, porque la
ignorancia de los principios es erradora de colas.
Dos razones porque los hombres gustan
de que los llamen viejos, y no las mujeres.
Si quiere saber que lo que ha dicho allá entre cuero y carne no
tiene entre sí más semejanza que un huevo con unas medias calzas,
sepa que los hombres, sólo por tener derecho a enfadar de oficio,
huelgan que los llamen viejos. Pero las mujeres, como huelgan de ser
bonazas, provechosas, salsa de gusto, pollas comedoras, rabanitos de
mayo, perritos de falda, por eso gustan de parecer mocitas y
desgustan de que las llamen talludas.
66 LA PÍCARA JUSTINA

Para qué fueron hechos el hombre y la mujer.


Y si va a hablar a lo gordo, como quien gobierna el mundo desde
el banco del Cid, sepa que el hombre fue hecho para enseñar y
gobernar, en lo cual las mujeres ni damos ni tomamos. La mujer fue
hecha principalmente para ayudarle (no a este oficio, sino a otros de a
ratos, conviene a saber:) a la propagación del linaje humano y a
cuidar de la familia.
Por qué no se corre el hombre de
que le llamen viejo, y la mujer sí.
De aquí nace (atención por caridad), de aquí nace que porque el
varón en la vejez está más a propósito para el gobierno por estar más
instruido y experimentado, lo mismo es llamarle viejo que decirle un
requiebro, y le pesa encontrar con Jordanes que le remocen (digo de
día, que de noche hay otro calendario). Por el contrario, la mujer,
como fue hecha para ayuda de cámara, en viendo que los años se van
de cámaras y los hombres las tienen por decírselo, ponen un gesto de
pujo, y el llamarlas mozas o niñas es tañerles una almendrada. Y por
eso dijo aquel gran trovador de las plateras:
Si quiés gozar lo que goza,
y lo que el sabio aconseja,
llamarás moza a la vieja,
carilla y niña a la moza.
Contrafisga a Perlícaro de que él
es más viejo que Justina, y hace
diligencia para parecer mozo.
Dígame, irregular, ¿hame visto dejar de comer nueces por falta de
muelas?, ¿soy yo como él, que para refinar y ennegrecer la barba
overa se peina con es carpidor de plomo, y no ve el pobreto que está
como el puerro, con porretas verdes y raíces blancas? No gasto yo mi
patrimonio, como él, en agallas, ferreto, nueces, granadas, piñones,
mirra, salvia y lejía, con que hace ungüento y liga para que el rey
negro restaure su barbacana.
Y ya que le parece mal que yo sea historiadora de mi vida, no lo
sea él de mis años, ni es bien que se meta en hacer cuentas justas un
tan público pecador como él.
Responde a lo de las rugas de la cara.
Sepa que si parece que tengo rugas, es que cuando me enojo con
hidarruines como él, hago alforzas en el rostro para embeber la
cólera. Y créame que a no saber que ha poco que le hizo de corona el
dueño de la montancha, Dios es mi padre, que le diera un cabe a vista
de oficiales.
LA PÍCARA JUSTINA 67

Responde al ofrecerse a ser partero.


Haga cuenta que no soy nacida y que en el vientre de mi madre
me estoy todavía, que acá sabremos nacer y ser nacidas sin que nos
madure ni partee el muy comadrero.
Llámale cobarde de espada virgen.
Lo que podrá hacer es: a la señora su espada virginal la partee y
saque del vientre de la vaina; que a fe de hija de agrio y nieta de
dulce, que pienso que la vaina de la dicha durindana ha mucho años
que está preñada, teniendo dentro en sí el intacto Joannes me fecit.
Nacidas o por nacer, así nos quieren en nuestra casa.
Responde a lo que la dijo de su marido, de
quien se hace mención en el segundo tomo.
Y el capítulo del viejo yo le pondré de modo que le amargue y
sepan todos cómo mi marido Santolaja, si fue moscón, le picó en las
mataduras, y (aunque celibato) le bregó a coces la barriga al muy
lebrón. Que si él tuviera sangre en el ojo (aunque parezca pulla el
hablar así), no había que atreverse a mirarme a este geme de cara que
Dios aquí me puso, ni a estos ojos pecadores, con los cuales le vi
tender como cuerpo de notomía y darle más azotes que a pulpo en
pila. Todo se andará.
Responde al aviso que le dio
de que contase su concepción.
¿Y quién le mete a él ahora en si cuento o no cuento mi conceta?
¿No sabe que los cristianos ni tenemos nombre, ni edad, ni historia
hasta estar bautizados, siquiera de socorro?
Hace ademanes furiosos contra el fisgón.
Aún podría ser que una sola cárcel que le falta de visitar le hiciese
yo que la tresnase y me soñase. ¡Hola, hola!, ¡conmigo no! ¿Y hace
gestos? Por el siglo de mis maridos, que le meta esta pluma por los
ojos y le escriba con ella una carta en la piamáter, haciendo tinta de
sus sesos, y le despache a las mil, de modo que esta noche llegue a
cenar sus sesos con los sesenta caballeros que hundió la tierra.
Amedrentose el fisgón.
Enojeme con tales ademanes, que se espantó el valentón,
mostrándose tan liebre como yo libre. Y, más por costumbre vieja que
por audacia nueva, retocó y espolvoreó la halda del chapeo, y
mirándome con un ojo de vergüenza y otro de miedo, me dijo lo
siguiente el medroso fisgón, entonando en ut:
Respuesta del fisgón.
—Perdone sarcé, sora Justisísima, que no entendí que tenía
calafateada esa ánima de tan varia historia, ni entendí que voarced
había acusado a la verdad por somética.
68 LA PÍCARA JUSTINA

Amágale Justina con un chapín.


Huye, y va mirando atrás el fisgón.
Al punto, baje la mano para desenvainar un chapín valenciano,
mas él comenzó a huir y medir tierra a varas de pescar, y, de trecho
en trecho, tornaba a mirar como ciervo acosado, cuidando si acaso se
le aparecía mi chapín en forma de bala o lágrima de Moisén, que, en
fin, los corridos, el nombre se lo dice, que tienen caras de tornillo para
bornearse y pies de pluma para el traspontín.
Cómo un necio cansa.
Cansada quedo de acuchillarme con un necio, que es tanto como
batallar con una fantasma, que para herir es furia infernal y para
herida es aire. Y, por tanto, reservo para el día y capítulo siguiente el
dar a mi libro cabeza, pues la mía, por ahora, está encalmada y
bocinada de oír las dichas roncerías o rocinerías deste asnal mancebo.
Probanza del linaje de Perlícaro.
El cual —para que veas quién es—, pretendiendo hacer su
información para graduarse de cola en Alcolá, intentó probar que
descendía de Balaán, y sacó en limpio que por línea recta descendía
del asna de Balaán.

APROVECHAMIENTO
Algunas mujeres hay de tan poco peso, que les pesa de que las llamen viejas,
y no porque les pese de carecer de fuerzas con que servir a Dios —que es la
causa porque les debría pesar—, sino porque, aun cuando el mundo y la
carne les despiden de sus vanidades, no se quieren dar por entendidas. Y no
sienten otras injurias y sienten que les digan la verdad más cierta de cuantas
hay.
LA PÍCARA JUSTINA 69

CAPÍTULO SEGUNDO
DEL ABOLENGO ALEGRE

NÚMERO PRIMERO
Del abolengo parlero
Suma de todo el capítulo
y número primero.
REDONDILLAS CON SU ESTRIBO
Cada cual de sus abuelos
dan a Justina una cosa,
como a Pandora, la diosa
que emplumaron en los cielos.
Melindres, el titerero,
el suplicacionero, andar,
el tropelista, engañar,
y locuras el barbero.
El mascarero, alegrones,
gaitero, quita pesares,
y el mesón, que pida pares
cuando le ofrecieren nones.
Mas, ¿cuál será Justina,
cuál su sciencia,
que es de tantos enredos
quinta esencia?
Curiosas semejanzas que declaran que el
consejo que da un necio debe ser estimado.

D
ICEN que el consejo que da un necio es comparado al oro,
porque es cosa de tanto precio, que no menoscaba su estima
el hallarse entre lodo y cieno. Y asimismo el consejo, aunque
se halle en la boca de un necio, es de gran valor y estima. Es también
comparado el consejo que da un necio a flor que nace de abrojos, al
sol de invierno, a la comida quitada de la boca de león, a la presa
cogida a ave de rapiña, a invierno, que con lo que yela aprovecha, a la
comida del puerco, que se vuelve en substancia regalada, al palo con
que azotan el pulpo, que azotando aprovecha. Así, las palabras de un
necio, aunque por ser de su boca enfadan y enojan, pero por ser
70 LA PÍCARA JUSTINA

consejo regalan y aprovechan. También el consejo que se da acaso es


comparado al estiércol de ovejas, que queda acaso y hace gran
provecho a la heredad.
Símiles del consejo dado acaso.
¿Dónde va san Geminiano con sus símiles? Dígolo, porque ya que
aquel necio importuno me dejó espinada, mordida, apaleada y
estercolada, será bueno aprovecharme del consejo que me dio,
diciendo que para que mi libro no fuese hombre sin cabeza ni madeja
sin cuenda, contase mi abolengo. ¡Por vida de mi gusto, que lo he de
hacer! ¡A fe, que les he de dar un alegrón de abuelos con que ande la
risa al galope!
El que cuenta vida propria
está a pique de mentir.
Mas ¿qué hago? ¿Historia de linaje (y linaje proprio) he de
escribir? ¿Quién creerá que no he de decir más mentiras que letras?,
que si el pintar (que es poco más que acaso) es al tanto del querer, el
hacerse uno honrado (que es cosa tan pretendida), ¿quién habrá que
no lo ajuste con su gusto, aunque sea necesario desbastar la verdad
para que venga al justo? Decía un Guzmán intruso, caballero de don
al quitar, camarada de un marido que me tuvo:
Abuso de poner armas.
—Nadie hay que tenga licencia para pintar armas en su casa, que
no ponga un castillo y un león, que para esto basta ser castellano o
leonés. Y si los oradores tienen licencia para dar el nombre de la
cabeza a los pies, sin que se les pueda decir que juegan a punta con
cabeza, también pueden los vasallos aplicar para sí los títulos reales,
pues todos somos miembro de rey.
Cuento a propósito.
Viene muy a cuento el de un sastre, natural de la provincia de
Picardía, el cual vino a ser rico, y se llamó Pimentel, y puso en la
portada de su casa un muy fanfarrón escudo de piedra y en él las
armas de los Pimenteles. Tuvo soplo de esto la justicia (que quizá fue
la fragua símbolo de la justicia, porque la una y otra cosa se gobierna
a soplos), y mandole que, o borrase la pimentelada, o declarase la
causa de haberse armado caballero tan de cal y canto y puesto las
venerables veneras de los Pimenteles, no habiendo para ello otro
fundamento que el haber sacado la piedra de la cantera de su rollo.
Respondió el caballero sastre:
Con cuán poco fundamento se ponen armas.
—Señor, las razones que me han movido a que lo escrito sea
escrito son tres: la primera, que el cantero las puso; la segunda,
LA PÍCARA JUSTINA 71

porque me costó mi dinero; la tercera, que lo mandé hacer por mi


devoción y en memoria de las muchas veneras que traje en mi
sombrero, yendo y viniendo en romería a Sanctiago tres veces, en los
cuales viajes me hice rico con limosnas, y en agradecimiento y
reconocimiento pongo estas veneras. Y el que me quisiere quitar mi
devoción no está dos dedos de hereje.
El juez, que era cristiano temeroso, respondió:
—¡A la Inquisición, chitón!
Y el sastre se salió con lo que quiso.
Así que todos se salen con poner las armas que pueden pagar, en
especial los que son de la mi provincia de Picardía. Y si los pedís
razón, cumplen con un pie de banco y con que les costó su dinero.
Abuso en tomar blasones de linaje.
¿Qué será lo que tan poco cuesta como escribir uno de su linaje lo
que soñó? Como el otro, que dijo haber descendido su linaje de la
casa de los reyes de Aragón, y fue porque algunos de sus
antepasados, mozos de caballos de la Casa Real, huyendo, de miedo
de sus amos, se hicieron descolgar en unos cestos desde la muralla
abajo, y esto fue descender de la Casa Real.
Un parecer, que sólo hay
dos linajes en el mundo.
Pues ¿qué en este tiempo, en el cual en materia de linajes hay
tantas opiniones como mezclas? Verdad es que algún buen voto ha
habido de que en España, y aun en todo el mundo, no hay sino solos
dos linajes: el uno se llama tener, y el otro, no tener. Y no me espanto,
que la codicia del dinero es mondonguera y hace morcillas de sangre
de toda broza, por ser toda de un color.
De un linaje hay diversas opiniones.
Y cierto que no es de espantar que haya tantas opiniones de un
linaje, porque después que en una casa entran cuatro o cinco mujeres,
cada cual con su suerte, con pan de diezmo o con morcilla rellena,
¿quién atinará cuál es lo gordo, cuál es lo magro, cuál es el piñón, o
cuál es el ajo o calavera?
En otro tiempo no había más que un linaje.
Bien haya el tiempo que hacían la torre y el que alcanzó el mundo
antes de ser pasado por agua, que en aquellos tiempos todos eran
guzmanes y todos eran villanos. Y así, los escritores que se quieren
engrandecer toman de atrás el salto, acógense a la torre de Babel o al
arca de Noé y salen tan godos como Ramiro Núñez.
El buen pícaro halo de ser por herencia.
72 LA PÍCARA JUSTINA

Empero, esto de sacar su piedra de la cantera de la torre o del


archivo de Noé no se entiende con la escritora que se intitula Pícara,
pues para fundar su intento, debe probar que la picardía es herencia;
donde no, será pícara de tres al cuarto.
Los fundadores de casas grandes preciaron
de venir de dioses y madres vírgines.
Y si alguno pensare que por el mismo caso que me hago
fundadora de la picardía, se cree de mí que, así como todos los
fundadores de casas grandes se preciaron de altísimos principios, así
yo me he de hacer de a par de Deus, ¡no, no!
Padres de Rémulo.
No fundo yo Roma, para decir de mí (como dijeron los romanos
de Rémulo, su sanguinolento fundador) que soy hija de Marte, nacida
por el costado de Ilia,virgen incorrupta; que si Rómulo fue de casta
de dolor de costado, la fundadora de la picardía es de casta de dolor
de piedra, que acude a las vías de la vejiga, que es camino real.
Padres de Eneas.
No quiero yo fundar la replública latina, como Eneas, de quien
fingieron ser hijo de los dioses, aunque no se le lució, cuando, al salir
de Troya, se aperdigó para asado, y, al entrar en Italia, para cocido.
Que la pícara nació de las tejas abajo, como tordo.
Padres de Platón.
No fundo la escuela de Platón para fingir (como fingieron dél sus
discípulos los platoncillos) que nací de una sombra y de la intracta
virgen Perictión. Hijo le hicieron de virgen y de sombra. Era agudo.
Debía de ser hijo de alguna doncella relamida, y su padre debía de
ser de a sombra de tejado, y, por eso, cátale hijo de sombra. No soy de
casta de sueño, que nazco a la sombra.
Padres del príncipe Budda
y otros fundadores diversos.
No fundo yo la escuela de los gimnosofistas, como Budda, para
decir de mí, como mintieron dél, y de Celso, y de Aureoto y
Cecloponto, que fueron hijos de vírgines incorruptas. ¡Como si el
parir fuera rebueldo o estornudo! Ni soy tan hereja ni tan necia.
Es mentira necia el fingir tales principios.
Pregunto: ¿de qué les sirvió a las palomas el honrarlas los poetas
con decir que son abuelas de Eneas y madres o hijas de Venus? ¿Por
ventura, por eso túvoles más respecto el pan en que las empanan o el
asador en que las asan? Pues ¿de qué le sirve a la pícara pobre
hacerse marquesa del Gasto, si luego han de ver que soy marquesa de
Trapisonda y de la Piojera y condesa de Gitanos?
LA PÍCARA JUSTINA 73

Los ridículos fundamentos que hay para


tomar los hombres los apellidos honrados.
Yo confieso que este es un tiempo en que el zapatero, porque tiene
calidad, se llama Zapata, y el pastelero gordo, Godo; el que
enriqueció, Enríquez, y el que es más rico, Manrique; el ladrón a
quien le lució lo que hurtó, Hurtado; el que adquirió hacienda con
trampas y mentiras, Mendoza; el sastre, que a puro hurtar girones fue
marqués de paño infiel, Girón; el herrador aparroquiado, Herrera; el
próspero ganadero de ovejas y cabras, Cabrera; el vaquero, rico de
cabezas irracionales y pobre de la racional, Cabeza de Vaca; y el
caudaloso morisco, Mora; y el que acuña más moneda, Acuña; quien
goza dinero, Guzmán. Todo esto, y más que yo me sé, pasa hoy día,
pero norabuena pase, que esto y mucho más merece el dinero. Pero la
ilustrísima picardía no va por esa derrota, porque eso es querer
engualdrapar las verdades.
¡Ea, Justina! Ya que no quieren veros nacer monda y redonda, sino
que vais con raíces y todo, para que adonde quiera que os planten
deis fruto, decid vuestra prosapia; vean que sois pícara de ocho
costados, y no como otros, que son pícaros de quién te me enojó
Isabel, que al menor repiquete de broquel, se meten a ganapanes. Una
gente que en no hallando a quien servir, cátale pícaro, y, puesto en el
oficio, vive forzado y anda triste contra todo orden de picardía. Yo
mostraré cómo soy pícara desde labinición (como dicen los de las
gallaruzas), soy pícara de a macha martillo.
Cada cual se ha de preciar de su oficio.
Dijo un labrador de Campos, de los del buen tiempo, a mi padre:
—Señor Díez, acá, entre los labradores, tenemos por nosotros,
que el macho, para ser buen macho, ha de ser bien amachado, el
caballo bien acaballado, el burro bien aburrado y el labrador, para ser
buen labrador, bien alabradorado.
Aquí entró mi padre, y dijo:
—Y el mesonero bien amesonerado.
Aquí entra Justina, y dice :
—Y la pícara bien apicarada.
Por lo cual no enmantaré cosa que a nuestra picardía pertenezca.
Padre de la Pícara Montañesa,
de Luna. La madre de Cea.
Nació mi padre en un pueblo que llaman Castillo de Luna, en el
condado de Luna, y mi madre era natural de Cea. Y si no saben
dónde es Cea, yo se lo diré:
Cuba de Sahagún.
74 LA PÍCARA JUSTINA

Es Cea junto a Sahagún, es Sahagún un pueblo donde reside una


reverendísima cuba, la cual, como casi siempre está tan vacía como
hueca, da en entonada, y dicen que la deben trigo y centeno, el cual se
le paga siempre. A lo menos, después acá que pasó el año del
muermo, digo, del catarro, nunca la hincheron de líquido, sino de
trigo y centeno. Aquel año de la moquera se hinchó de mosto, y cupo
tanto en ella, que molió un molino con él. ¡Bravo espectáculo!, ¡qué
sería ver salir sangre de aquella hermosa ballena, herida por las
manos de algún inhumano modorro de ropa parda! Y si no conocen a
Cea por la cercanía de esta dama, yo se le pintaré.
Descripción de Cea.
Es Cea un pueblo que está en dos tercios, como lío de sardina.
Otros dicen que parece puramente alforjuelas, en razón de que al
principio y al fin del pueblo están muchas casas apiñadas y en medio
está una puente, que es la faja con que se traba el alforjuela. A lo
menos, si las mujeres de aquel pueblo diesen en ser mal entalladas y
alforjadas, excusa ternían, por nacer en una villa que parece molde de
alforjas. Finalmente, es Cea una villa llana como la palma, no de la
mano, sino de las que llevan dátiles.
Justina, lunática y ceática.
De aquí colegirás, letor cristiano (y aunque seas moro colegirás lo
mismo) que siendo mi padre natural del Castillo y condado de Luna,
puede decir la pícara Justina que de parte de padre es lunática, a
pesar de su colodrillo, y siendo de Cea mi madre, podré decir que de
parte de madre soy ceática, a pesar de mis caderas.
Mas por no torcer el orden de una generación tan importante, diré
primero de mis abuelos machunos y hembrunos y luego diré de mis
padres. Ello, yo no sé por qué mi padre no me llamó la torda o la
papagaya, pues mis padres todos tuvieron oficios que no eran nada
deslenguados, antes eran el crisol de la parla. Pero llamáronme
Justina porque yo había de mantener la justa de la picardía, y Díez,
porque soy la décima esencia de todos ellos, cuanto y más la quinta.
Abuelo suplicacionero.
Fue mi padre hijo de un suplicacionero, el cual, en barajas y cestos
y gastos de bergantines cosarios traía más de cincuenta escudos en
trato.
El inventor del terlicampuz.
Él fue el que inventó traer los criados barajas, y por eso le
llamaban, por mal nombre, el de Barajas. Él fue el que inventó el
echar la buena barba y compuso el terlincampuz de tabla a tabla.
Nombre de suplicaciones y barquillos.
LA PÍCARA JUSTINA 75

En su tiempo, los que ahora se llaman barquillos, se llamaban


suplicaciones, porque debajo de cada oblea iban otras muchas que
hacían una manera de doblez, mas las de ahora, como no tienen
doblez debajo, sino una oblea desplegada en forma de barco,
llámanse barquillos. Es vergüenza, todo está sofisticado.
Naipes de suplicacionero.
Este mi abuelo enviaba todos sus ministros y agentes con general
licencia, para que, en campo raso y cuerpo a cuerpo, aguardasen a
todo jugador de primera y quínolas, mas no de otro juego, atento a
que cartas conocidas (cuales eran las que daba él a los suyos) para
ningún otro juego valen lo que para éstos. En los puntos de los naipes
tenía notables cifras y había buenos discípulos de cifra. Por oírle
echar una buena barba y repicar un terlincampuz se podía ir tres
leguas a verle uno, aunque fuera ciego.
Muerte del suplicacionero.
Murió en Barcelona, a la lengua del agua, y con su lengua, a lo
menos, por su lengua, hubo palabras con un rufo, el cual le echó de
un traspontín abajo, y aunque puesto de rodillas le hizo
suplicaciones, el rufo le hizo barquillo en el agua. No era muy malo
este oficio para una espía doble o un enfermo de bazo, pero mi padre
no se aplicó a él, porque era barrigudo y pesado, y así, de ordinario,
se estaba recogido en casa de su padre, cosiendo monteras y
aderezando banastas para los bergantines yentes y vinientes que
sulcaban el asturiano seno.
Bisabuelo titiritero, gran parlero.
Mi bisabuelo tuvo títeres en Sevilla, los más bien vestidos y
acomodados de retablo que jamás entraron en aquel pueblo. Era
pequeño, no mayor que del codo a la mano, que dél a sus títeres sólo
había diferencia de hablar por cerbatana o sin ella. Lo que es decir la
arenga o plática era cosa del otro jueves. Una lengua tenía arpada
como tordo, una boca grande, que algunas veces pensaban que había
de voltear por la boca. Daba tanto gusto el verle hacer la arenga
titerera, que por oírle se iban desvalidas tras él fruteras, castañeras y
turroneras, sin dejar en guarda de su tienda más que el sombrero o
calentador.
Muerte del titiritero.
¡Malogrado deste cuitado!, que, como parecía gurrión o pardal,
dio en aparearse y agarrarse tanto a hembras, que después de haberle
comido los dineros, vestidos, mulos, títeres y retablo, le comieron la
salud y vida y lo dejaron hecho títere en un hospital. Cuando quiso
tomar y, morirse, dio en frenético, y desenfrenose tanto, que un día se
76 LA PÍCARA JUSTINA

le antojó que era toro de títeres y que las había con una cruz de piedra
que había en el zaguán del hospital, y después de hechas algunas
suertes en su camisa y en otra de la hospitalera, embistió con la cruz
de piedra, diciendo:
—¡Apera, que te aqueno!
Y embiste con mi cruz tan fuertemente, que se quedó allí al pie de
la letra.
La hospitalera era simple y bonaza, y viéndole morir así, decía:
—¡Ay, el mí bendito, al pie de la cruz murió hablando con ella!
Este abuelo nos dejó un pesar, y es que algunos bellacos, por
hacer mal a sus sucesores, nos dicen que nuestro abuelo se mató en la
cruz.
Terterabuelo tropelista de masicoral.
Mi tercer abuelo de parte de padre alcanzó buen siglo; fue de los
primeros que trajeron el masicoral y tropelías a España. Casó con una
volteadora, gran oficiala de todas vueltas y larga de tarea, la cual, con
morir de más de cincuenta años, después un año tísica, murió
volando. Su marido no quiso casarse más por no ver volar más
mujeres. Ganó tanto dinero al oficio, que hombres muy honrados y
muy estirados le quitaban el sombrero; y es esto tanta verdad, que un
hombre, tan honrado que le sobraba un palmo de honra sobre la
cabeza, y tan estirado que murió en la horca, un día quitó a mi
tartatarabuelo el sombrero, de tal modo que por pocas le quitarala
vida a vueltas del sombrero.
Riña del tropelista.
Fue el cuento que mi terterabuelo estaba un día haciendo una
tropella llamada los nueve pasajes de embudón, y por donaire (que
era amigo de decirlos), dijo a fuer de gitano:
—¡Garda la bulza!
Y armó cierta mamona a una faltriquera.
Oyolo el hombre (que era honrado por parte de su mujer), y
creyendo que de veras había montería de bolsas, dio un torniscón a
mi tropelista en la cámara de popa, con que le derribó solas dos
muelas que le habían quedado de resto en el juego de las encías, y, de
recudida, el sombrero que tenía en la cabeza y, dentro dél, la mitad
del oficio. Era desgraciado en riñas, que de ahí a poco en una se le
cayeron todos los dientes; y fue el caso que, por decir otra gracia, le
sucedió otra desgracia en que a cierto roldanillo ratero se le deslizó
un puño de dedos y, como habían de dar en otra parte, le dio en los
dientes y quedaron vacantes las encías. El pobre tropelista (como aun
para hablar entre dientes no tenía resto), viendo que no le podían
LA PÍCARA JUSTINA 77

entender palabra de las arengas, más que si las tropelías fueran


arábigas, se fue, de corrido, a una granja de Guadalupe, donde
entendía en pasar higo.
Muerte del tropelista.
Y el sol de Guadalupe, como le vio un día en una higuera,
redondico, arrugado y negro, pensó que era higo pollino y pasole
desta vida a la otra. Tres días después de muerto le tuvo el sol en la
higuera, holgándose con él, y los tordos gorjeando al redor, que no
tuvo otros parientes más llegados que celebrasen sus exequias.
Abuelos de Justina en el catálogo de Cirino.
De los otros abuelos de parte de padre, no sé otra cosa más de que
eran un poco más allá del monte Tabor, y uno se llamó Taborda. Y
así, si no se hallaren en este catálogo, hallarse han en el que hizo el
presidente Cirino, que ellos y los chuzones están en una misma hoja.
Los parientes de parte de madre son cristianos más conocidos, que no
hay niño que no se acuerde de cuando se quedaron en España por
amor que tomaron a la tierra y las muestras que dieron de cristianos,
y con qué gracia respondían al cura a cuanto les preguntaba. Luego
los besarás las manos.
Ves aquí el abolengo parlón de quien nació Justina parlona. Sólo
les hago ventaja a mis abuelos, que ellos parlaban cuando el oficio lo
pedía, pero yo a los oficios mudos hago parleros.

APROVECHAMIENTO
No hay perdición ni libertad cuyo principio y fomento no sea la demasiada
parlería.
78 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO SEGUNDO
Del abolengo festivo
Suma del número.
GLOSA
Abuelos maternos de la pícara. Un
tamboritero, un barbero y un mascarero,
a los cuales imita en la condición.
Nace y vive y trota al son.
Siempre engendra un bailador
el padre tamboritero,
pero siempre con un fuero:
que si acaso da en señor,
se torna siempre a pandero.
Y porque estos aranceles
no tuviesen excepción,
Justina, que, en conclusión,
es hija de cascabeles,
nace y vive y trota al son.
Las hijas heredan de los padres
todo cuanto en ellos hay.
Tengo por averiguada cosa que los hijos no sólo heredamos de
nuestros padres los malos originales y los bienes naturales, pero malo
y bueno lo barremos, aunque no sea natural.
Herencias de Eva.
Especialmente las hijas, que el día que nos casan barremos la casa,
y el día que nacemos, del cuerpo de Eva heredamos las mujeres ser
gulosas y decir que sabe bien lo que sólo probamos con el antojo;
parlar de gana, aunque sea con serpientes, como quiera que tengan
cara y hablen gordo; comprar un pequeño gusto, aunque cueste la
honra de un linaje; poner a riesgo un hombre por un juguete; echar la
culpa al diablo de lo que peca la carne, y, finalmente, heredamos
comprar caro y vender barato.
Tácita obiectio.
Y no me digas que estos males se heredan, porque de puro usados
se hacen connaturales, y por eso se heredan como naturales. Cree que
no es ansí, sino que viejo y nuevo, natural y accesorio, todo lo
heredan los hijos.
Ejemplos de muchos que heredaron de sus padres y amas
cosas muy particulares de las costumbres citadas.
LA PÍCARA JUSTINA 79

Leonción, médico famoso, pintó los hijos como quiso, sólo con
mirar atentamente una hermosa imagen de Venus y Cupido un poco
antes de el conflicto maridable. Las preñadas imprimen en los hijos la
señal de una flor, si la huelen con intensión.
Cosa natural el salir corderos manchados,
cuando las ovejas miran cosas varias.
Yo he leído que es cosa muy natural que, si las ovejas poco antes
de concebir miran con intensión varas descortezadas, saldrán los
corderos manchados. Pero en las cosas racionales hay más notorios
ejemplos: una ama ladrona crió con su leche a un emperador, y salió
tan inclinado a hurtar, que por satisfacer su inclinación hurtaba; pero,
para remediar este daño, pregonó el emperador que cuando se
hallase faltar alguna hacienda mueble a algún cortesano, la primera
diligencia que hiciese la justicia fuese buscarla en su imperial palacio.
¡Ni sé, mamolo en la leche!
Justina muestra cómo sus
inclinaciones son heredadas.
¿Adónde vas, hermana Justina, cargada de prólogos de bulas?
¡Ay, hermano lector! Iba a persuadirte que no te admires si en el
discurso de mi historia me vieres, no sólo parlona, en cumplimiento
de la herencia que viste en el número pasado, pero loca saltadera,
brincadera, bailadera, gaitera, porque, como verás en el número
presente, es también herencia de madre.
Hallarás en el discurso desta historia que soy cofrada de la
ventosilla, que antes me faltará el huelgo que un cuento. No te
escandalice, que tengo abuelo barbero. Colegirás de mi leyenda que
soy moza alegre y de la tierra, que me retoza la risa en los dientes y el
corazón en los hijares, y que soy moza de las de castañeta y aires bola,
que como la guinda y, por no perder tiempo, apunto a la alilla. No te
espantes, que tuve abuelo tamboritero, a quien no le holgaba
miembro. Verásme echar muchas veces por lo flautado; no se te haga
nuevo, que tuve abuelo flautista, y parece nací con la flauta inserta en
el cuerpo, según gusto della. Verás, finalmente, varios enredos, trajes,
figuras, estratagemas, disimulos y solapos. No te espantes, que soy
nieta de un mascarero y, como tengo dicho, de los padres, madres y
lechonas (digo, de las que nos dan leche) chupamos, a vueltas de la
sangre, los humores y costumbres, como si fuéramos los hijos
esponjas de nuestros ascendientes.
Vaya de abolengo festivo, que harto hago no le intitular el loco. Y
sí hiciera, si no fuera porque no me dijeran que les ensucio el oficio,
como dijo el hijo del zapatero, cuando, mientras fue a su padre con
80 LA PÍCARA JUSTINA

un recado, un pasajero se ensució en la esportilla; tornó abajo el


muchacho, y hallando el mal recado, comenzó a dar voces, diciendo:
—¡Padre, que nos han ensuciado el oficio! ¡Aquí del Rey y del
Papa!
Abuelo barbero, y sus inclinaciones.
Fue, pues, el padre de mi madre, mi abuelo, y era barbero, el cual,
de solas figuras de monas, gatos muertos, armas de túmulo y retazos
de monumentos, tenía empleados en su tienda más de seis docenas
de reales; y aunque en casa no había seso, había muchas bacías, y aun
no había cosa en casa que no lo fuese, en especial su bolsa, que
siempre repetía para bolsa de arrepentida jamás hizo la barba a un
hombre que le faltase cuento. Almohazaba una guitarra por extremo:
vez hubo que, por hacer las crines al potro rucio, desechó buenas
barbas de su tienda.
Muerte del barbero.
Muerto por comedias —¡y cómo muerto! — en Málaga: saliendo a
representar la figura de Móstoles, cayó una teja de un tejado que le
desmostoló.
Bisabuelo mascarero, y sus inclinaciones.
Mi bisabuelo era mascarero, y aun más que carero, que era
carísimo. Vivía en Plasencia, donde ganó en alquileres de máscaras,
cascabeles y aderezos de farsas muy buenos reales. En lo que él solía
echar mucho clavo era en la cuenta de los cascabeles que daba a los
danzantes de las aldeas, porque los buenos de los labradores, como
venían con gran prisa de llevar los vestidos para ponerse galanes,
malcontábanse, porque, al llevar, contábanse a lo sordo, y al traer,
contábanse de sorna, y con esto pagaban la cascabelada.
Muerte del mascarero.
Su mujer, a ratos perdidos, hacía aloja, y por dársela un día a su
marido en otro rato perdido, perdió el marido: porque por dársela
muy fría de nieve la aloja, le alojó el ánima desta vida a la otra; que
todo es barrio y pared en medio, y no muy gruesas las paredes.
Terterabuelo y gaitero, y sus costumbres.
Mi tertarabuelo materno fue gaitero y tamboritero, vecino de un
lugar de Extremadura que llaman Malpartida, que es un lugar que,
con estar junto a Plasencia, no simboliza con él más que si Malpartida
fuese lugar de la China. El día de las danzas de el Corpus, o en
cualquier otro de alegría, el que llevaba a este mi abuelo no pensaba
que hacía poco. Hacía hablar a un tamborino, dado que algunas veces
hubo menester hacerle que callase algunas tamboriladas, que, si las
parlara, fueran más sonadas que nariz con romadizo.
LA PÍCARA JUSTINA 81

Tamboritero casamentero.
No había moza que no gustase de tenerle contento y ser su
parroquiana, teniendo muy en la memoria aquel refrán que dice: A
ruido de gaitero érame yo casamentero.
No le holgaba miembro; con la boca hacía el son al baile y, al de el
matrimonio con los ojos. A un volver barras, sacara él de la lunada de
un corrillo una sartenada de novios fritos. Verdad es que no eran los
matrimonios de aquel tiempo tan campanudos como los de éste, en el
cual son necesarios muchos arrequives para matrimoniar de modo
que aproveche. Por cierto, con más propriedad le pudieran llamar a
mi abuelo muñidor de matrimonios que tamboritero. Y todo lo hacía
el mi bendito por ganar un real y dejar a sus hijos bien puestos; y
salió con ello, pues nos dejó un tamborino relleno de tarjas, que para
aquel tiempo era un tesoro.
El tamborino de Malpartida.
Y porque gatos de dos pies no goloseasen la cañada de el
tamborilete, le tenía el mi buen Arias Gonzalo colgado en una estaca
muy alta, como atambor ganado en buena guerra. Y decía el buen
viejo, con grande desimulación, que no descolgaba aquel tamborino
porque era vínculo heredado de su padre, Fulano Garzón,
tamborinero también de fama, y que le tenía por consuelo de su
memoria, y que el día que no le viese, no estaría en sí, y que quería
más aquel tamborino roto y remendado que cien sanos. Y, de cuando
en cuando, dábale golpecitos, y decía: Más valéis vos, Antona, que la
Corte toda. Todas verdades apuradas.
Muerte del tamborinero.
Éste murió de desgracia; y fue que, yendo un día de Corpus como
capitán de más de docientos tamborileros que se juntan en Plasencia a
tamborilar la procesión, tañendo su flauta y tamborino, bien devoto
(a lo menos, bien descuidado de lo que podía suceder), sucedió que
andaba de bardanza en la procesión un hidalguete de los de la casa
de Doña Nufla, el cual (de pesadumbre que mi viejo le había
desentablado una amistad de una diechiochena, para acensuarla a
otro parroquiano suyo por dos años, o como la su merced fuese)
viéndole descuidado, le dio una gran puñada en la hondonada de la
flauta y atestósela en el garguero.
Muere con la flauta en el gasnate.
Debía de tener el pasapán estrecho, y atoró la gaita como si se la
hubieran encolado con las vías del garguelo. Y lo peor fue que, al
entrar, se llevó de mancomún tras sí los dientes que encontró en el
camino, como si la gaita no supiera entrar sin aposentadores.
82 LA PÍCARA JUSTINA

Tabernero saca la gaita.


Esta fue gaita, esta fue cuña, esta fue diablo de Palermo, que
nunca quiso salir, hasta que de un estirijón se la sacó de el cuerpo un
tabernero, pareciéndole que lo mismo era sacar una gaita de aquel
cuerpo, que sacar un embudo de un cuero empegado. Y también,
como más amigo, quiso ser verdugo en trance semejante. En fin, de
aquel envión salió la gaita, y junto a ella, revuelta, aquella animita
saltadera, trotadera, brincadera, bailadera, sotadera, que parecía un
azogue. Murió en su oficio y su oficio murió en él, que después acá no
ha habido tamboritero de consolación en todo aquel buen partido de
Malpartida.

APROVECHAMIENTO
Muchos hombres de oficios alegres, cuales son tamboriteros y gaiteros, son
nocivos en la república y dignos de gran castigo, porque en achaque de
entretenimientos lícitos, incitan y mueven a cosas dañosas, en lo cual imitan
a los que acompañaron la idolatría con el juego.
LA PÍCARA JUSTINA 83

CAPÍTULO TERCERO
DE LA VIDA DE EL MESÓN
NÚMERO PRIMERO
De el mesonero consejero
Suma del número.
OCTAVA DE PIES CORTADOS
Diego Díez, mesonero, padre de Justina,
practica a su hija todo lo que hoy día
pasa en los mesones.
na, Los padres de la Pícara Justi
ros, que fueron en Mansilla mesone
ja, siendo, como son, padres y ella hi
jos. la enseñan y la dan sanos conse
da, Como el consejo a gusto no se olvi
ne; éstos, por serlo tanto, los retie
dre, que ya no hay quien se humille a madre o pa
dre. si no es que al justo con su gusto cua
Vitupera artificiosamente el mesón,
pareciendo que le quiere loar.

L
A primera pluma que se ha ensillado en Castilla para alabar la
vida de el mesón será ésta, que tengo pico a viento esperando
si viene el arriero de el Parnaso y me trae alguna carraca con
que hacer la costa de la buena barba de el mesón. ¿No viene? Pues
crean que he recorrido hasta el pajar de las mulas y los moldes de las
loas y no hallo molde que diga de el mesón cosa que de contar sea.
Consuélome con que podré decir que los moldes se erraron, que son
grandes erradores. Pero allá en Castilla la Vieja, un rincón se me
olvidaba; dígolo por un librito intitulado la Eufrosina, que leí siendo
doncella, en el cual se refiere de un discrépito poeta que, para alabar
el mesón, dijo que Abrahán se preció, en vida, de ventero de ángeles
y, en muerte, de mesonero de los peregrinos y pasajeros del limbo, los
cuales tuvieron posada en su seno. Pero este escritor monobiblio no
advirtió dos cosas: lo uno, que es necedad traer tales personas en
materias tales, y lo otro, porque Abrahán dio de comer a su costa en
su casa a los vivos, y a los del limbo no llevó blanca de posada, lo
cual no habla con los mesoneros deste mundo, ni tal milagro acaeció
84 LA PÍCARA JUSTINA

en casa de mi padre. Demás de que yo no me quiero meter en


historias divinas, no porque las ignoro, sino porque las adoro.
Jiroblíficos del mesón.
Veamos si enristro con algo que de contar sea. Para alabar a los
mesoneros, unos les comparan a los grajos, otros a las hormigas, otros
a las abejas, otros a las cigüeñas, porque todas estas aves hacen oficio
de mesoneras con los huéspedes de su especie, entre las cuales quien
más se adelanta es el grajo, porque no sólo hospeda la cigüeña
cuando pasa por su casa, pero la acompaña hasta ponerla en
salvamento cuando va o viene de veranear.
Mesoneros, por qué amigos
de provisión de grajos en pan.
Y quizá de aquí les vino a los mesoneros ser tan amigos de tener
de munición grajos empanados.
Ya te veo estar gorjeando por decirme que ninguno destos
símbolos cuadran con el mesonaje porque ninguna destas aves
mesoneras pide dinero de cama ni de posada. ¡Oh, pues si todo lo
quieres tan guisado, hazte preñada! Vaya otra. El mesonero es como
la tierra, y el pasajero como río. Verdad es que el río, por donde pasa,
moja, y al mesón también siempre se le pega algo.
Símiles del mesón.
Es el mesón como la boca, y el pasajero es como la comida.
Verdad es, que siempre la boca medra, siquiera en probaduras, y lo
mismo el mesón. Finalmente, el mesón es como olla nueva, que
siempre toma el olor de lo que en ella se echa; si el que pasa es
próspero, queda el mesón oliendo a bienes, y si pobre, la casa huele a
trapos y la cama a piojos. ¿Qué más loor quieres del mesón que
compararle a la tierra, que es madre de los vivos, y al agua, que es el
espejo en quien nos remiramos todos? ¿Qué te contaré?, un dios
mesonero hubo; verdad es que le desterraron del cielo por alcahuete.
No se me logra cosa buena que diga del mesón. A eésta va, que
parece que hago pinicos de jineta, y a cada paso trota el potro.
La mayor loa del mesón, que
no es tan malo como el Infierno.
La mayor alabanza que yo hallo del mesón es que no es tan malo
como el infierno, porque el infierno tiene las almas por fuerza y para
siempre, y con no gastar con los huéspedes un cuarto de carbón, los
hace pagar el pato y la posada. Pero el mesón, cuando mucho, es
purgatorio de bolsas, y en purgándose las gentes, salen luego de allí,
y aun los hace salir.
Epítetos del mesón.
LA PÍCARA JUSTINA 85

¡Ah, ah! ¿Es por ahí la grandeza del mesón? ¡Oh, mesón, mesón!,
eres esponja de bienes, prueba de magnánimos, escuela de discretos,
universidad del mundo, margen de varios ríos, purgatorio de bolsas,
cueva encantada, espuela de caminantes, desquiladero apacible,
vendimia dulce, y, por decirlo todo, sois tan dichosos los mesones y
mesoneros, que tenéis por abogado a mi buen padre Diego Díez y a
mi buena madre, ambos mesoneros en la real de Mansilla de las
Mulas, cuyos consejos y astucias verás en este número, que, si le lees,
no te habrás holgado tanto en toda tu vida después que naciste.
Padres de Justina, mesoneros.
Mi padre y mi madre no quisieron tener oficios tan trafagones
como sus antecesores, porque (como eran barrigudos) quisieron
ganar de comer, a pie quedo. Pusieron mesón en Mansilla, que
después se llamó de las Mulas por una hazaña mía que tengo escrita
abajo. Es pueblo pasajero y de gente llana del reino de León, aunque
pese al refrán que dice: amigo de León, tuyo seja, que mío non.
Tres hijas de el mesonero.
Verdad es que no asentó de todo punto el mesón, hasta que nos
vio a sus hijas buenas mozas y recias para servir; que un mesón
muele los lomos a una mujer, si no hay quien la ayude a llevar la
carga. El día que asentó el mesón, éramos tres hermanas, buenas
mozas y de buen fregado (otras tres gracias), bien avenidas en lo
público, aunque en lo secreto cada cual estornudaba como el humor
la ayudaba. No eran nada lerdas, mas, pardiez, yo era un águila
caudal entre todas mis hermanas; víales el juego a legua, mas el mío
para ellas era de pasa pasa. Mis hermanos todos se fueron a romper
por el mundo, y asentáronse en la soldadesca.
Sisas del muchacho.
Sólo quedó en casa Nicolasillo, mochacho hábil, que le enviaban
por ocho de vino y sisaba doce; era el misterio que vendía el jarro en
un cuarto y decía que se le había vertido el vino y quebrado el jarro.
Este quedó para llevar al río las mulas de los huéspedes y ir por
recado de noche, que a nosotras no nos lo consentían, porque había
en el pueblo pisaverdes trasgueros, que es villa de buen gentío, y lo
fino de la ronda es en la calle de los mesones, y lo acendrado de el
mujeriego es el mesonaje.
Justina y su madre castigadas por un jarro.
En buena fe, que una noche que se me antojó ir por vino a una
taberna que estaba junto al cementerio, me sepultó mi padre el jarro
en las espaldas, y alegando que llevaba salvoconducto de mi madre,
fue a ella y la jarreó las costillas, y nos dejó tales a ella y a mí que, a
86 LA PÍCARA JUSTINA

puro gastar encienso macho en bizmarnos, quedamos oliendo a


vísperas por más de medio año.
Pero todos estos daños desquitaba mi buen padre con sanos
consejos, y tan sanos, que nunca les dolió diente ni muela. Mientras el
pulmón me sirviere de abanillo, no se me olvidará la plática que nos
hizo nuestro padre a sus hijas el día que puso el mesón en perfectión
y con todo buen recado de empeñan y suela. ¡Buen mesón tengas
donde quiera que te coja la noche, que tan bueno tú lo paraste, mi
buen Diego Díez, mi señor y mi bien y mi regalo, corona y gloria de
los mesoneros, que no parecían tus consejos sino parlamento de un
gran capitán! Y a mis ojos chorreaban lagrimoncitas. Pero estoy de
prisa y no me puedo detener a llorar.
La plática que hizo el mesonero a sus hijas.
Y porque veas la crianza de mí padre, te quiero contar la plática
que nos hizo el día que dedicó su casa a los huéspedes, que es la
siguiente:
Carta de postura de cebada.
—Hijas: la carta del mesón y la cédula de la postura pública de la
cebada esté siempre alta y firme. No haya junto a ella arca, banco,
silla, escabel, ni otro cualquier estribadero o arrimadero, porque no se
atreva algún bellaco a hacer cuenta sin la huéspeda y examinar y
cotejar por el arancel si yo relanzo mi hacienda, que, vive Crispo, que
no se ganó a mecer los niños de la rollona. No quiera nadie hacer
examen de mi conciencia a costa de mi sudor.
Medida de cebada, arca, rasero y medidas.
La cebada no se mida al ojo, antes el arca en que estuviere esté en
otro aposento más adentro del portal, y sea obscuro, y al medir,
siempre, la que midiere, vuelva barras a quien la pidiere recado.
Las medidas estén siempre dentro del arca, porque mientras os
dicen quíteme allá esas pajas, esté la medida conclusa.
El rasero no os obligo a tenerle en el arca, que, si hay tiento, el
rasero está en la mano.
Y si por la prisa, o por comprarse cara la cebada, o con celo de
hacer bien por vuestro padre, quisiéredes medir con el celemín del
gusto y con el rasero del ojo, bien podréis, que más valen vuestras
manos que un medio celemín, y vuestros ojos más que mil raseros.
Y por eso os encargo que la cebada esté siempre en parte
abscondida, y el arca no tenga otro fiador de la tapa más que vuestra
cabeza, y con eso estorbaréis que os husmeen el arca; que no es bien
que si está una moza honrada con medida en las manos, la hable
nadie a la mano, cuanto y más que la medida de un medio celemín no
LA PÍCARA JUSTINA 87

es palabra de rey, que no puede tornar atrás y bornearse un poco, ni


es calle de plaza, que no puede tener altibajos, ni es mesa de trucos,
que no puede hacer hoyos, que el medio celemín tan bien duerme de
lado como de barriga.
En año de carestía, ya sabéis que la cebada, si la dais un
hervorcito, crece mucho y pierde poco, y aun es de provecho para las
bestias que andan lastimadas con tolanos; y quien más medra es la
bolsa de el mesonero, si se corre el oficio y no le amarga el caldo del
cocimiento.
Mezcla de granzones.
Y años tales, en que se compra cara la cebada (y aunque sea
barata, que no debe nada lo barato a lo caro), tened siempre de
munición algunos granzones que revolver con la cebada, que para
quien lo quisiere creer, aquello es la nata, y para el que no, es la
espuma. Soplen y avienten, que así lo hacen las viejas en las eras,
cuanto y más que, si las bestias son buenas, de todo comen, y si no,
aun zarazas no merecen.
Vender caro.
Cuando el huésped os dijere:
—Señora huéspeda, ¿qué habrá que comer?
Encárgoos, por lo que debéis a la fidelidad de vuestros oficios,
que aunque tengáis en casa la cosa, no digáis que la tenéis. Encareced
la cura, que para tasar, de las puertas adentro, cada cual es señor de
su casa.
Cuando trajéredes lo que os encargare, decid que lo que os
pidieron lo comprastes al vecino a precio de ruegos y dineros, para
que al vecino se pague la hacienda y a vosotros la salsa y la gracia.
Pocas palabras, y cuándo.
Con los huéspedes, menos palabras que gracias, más donaire que
respuestas. No pongo puertas al mar, aunque el mar sí con quien
hablardes.
Mujer ha de ser vista de lejos. Trae símiles.
Siempre tierra en medio, que la mujer es cosa para de lejos, que es
como figura de cera, como pintura al temple, librea de oropel, labor
de masa, forma de emprenta, cadáver de embalsamado añejo, polvos
de clavete de azucena, que en tocándolos se descomponen, deslustran
y deshacen.
Gracia antes de comer.
Cualquiera demostración que hubiéredes de hacer de alguna
gracia, donaire o servicio, sea antes de comer, porque el pasajero
88 LA PÍCARA JUSTINA

todas las células libra en el cambio de la comida y, alzadas las mesas


haced cuenta que se alzó el cambio.
Modo de sacaliñas.
Al primero o segundo plato de servicio, tendréis mucha
advertencia si hubieren enviado algo a vuestra madre porque si no,
tendréis entrada vendiéndola por prefiada antojadiza, que ninguno
habrá tan incrédulo que viéndola con tan gran barriga, no lo crea, ni
sea tan mal cristiano que, de miedo que no se pierda un alma, no lo
haga. Y no reparéis en si os creerán, que con mozas de esperanza no
hay quien no tenga fe cuanto y más que encontraréis creederos que os
crean, si decís que yo estoy preñado y que de aqueso traigo tan
levantado el pecho.
Modo de pedir de comer buenamente.
Y porque no os quejéis de que todos los consejos que os he dado
son para nobis, oíd: cuando estuviéredes en la mesa delante de los
huéspedes, sacaréis de la vuelta del delantal, o de entre corpiño y
saya, un mendrugo de pan, o cosa que lo valga, y valdrán harto, que
por eso dijo el refrán: el francés, hueso de tocino, y la mesonera, pan
en el corpiño. Y sea el pan tan duro y seco, que sólo el verlo provoque
a lástima y gana de proveeros de algún socorro y remojar la obra. Y si
este tiro saliere incierto, a causa de que algunos a la hora de comer
miran hacía le redaño, llamad una vecina que, con ocasión de vender
algo, que sea o no sea necesario, conquiste su benignidad y levante
los golillas a la gana de daros algo con presupuesto que habéis de ir
horras a todo y mancomunaros, que lo que hoy por tú, mañana por
yo.
Sustento de picarillos.
Y cuando no haya más que estrujar y todos los cañales estén
requeridos, dejad entrar a los pobres, dando primer lugar a los que
sirven en casa; y si viéredes que éstos negocian mal, licencia tenéis
para abogar por ellos, pues aun los clérigos y frailes pueden (según
derechos que me han platicado) abogar por los pobres en las causas
civiles.
Huir de peligros.
En dándoos algo, no aguardéis que segunde, porque se tiene por
medio milagro que uno destos datarios rehaga la chaza. A primer
quilmo, recoged la tijera, que no nace lana tan presto. Aprended del
gato, que mientras tiene en la mano el primer ratón, no espera
segundo hasta orearse un rato. Huid luego; nadie piense que sois
alquilonas o que tornastes a censo lo que se os dio de gracia. Ida una,
entre otra y haga las mismas diligencias, hasta ver el hondón a todo.
LA PÍCARA JUSTINA 89

El huésped no da más que una vez.


Modo de quitar la mesa.
La que quitare la mesa, quítela sin reírse, porque no la hagan
fiadora y ejecuten por la que se hizo invisible. Antes, de mi consejo,
ha de entrar a quitar la mesa la que menos bien hubiere recebido, y
entre rostrituerta y ceñuda que unos pensarán que lo hace de celos,
otros que de envidia, otros que de hambre, otros que de indispuesta,
lo cual, como decía un discreto, la obscuridad de que se hace boca de
lobo. Item, se advierte a la tal moza quitante que si le dieren cosa de
poco momento, no la tome, sino diga:
—Déjelo ahí, señor galán, en esa mesa, y presto, que me quiero ir
a comer, y de camino lo daré a un pobre.
Y al alzar la mesa, revuélvalo con los manteles, que de derecho
toda sobra es sombra que sigue al cuerpo del mantel. Ademán es éste
tan eficaz, que muchos, por no ser notados de mezquinos, dejan
emboscar en los manteles el pan entero, el pedazo de queso, tocino,
conserva, etc. Y cuando hubiere este lance, sed diestras. No haya bien
caído la caza, cuando la amortajéis en los manteles, no llegue algún
criado que desvalije el mantel y lo meta en corbona y os quite la caza
de las uñas, que hay huéspedes astutos que traen hecho monopolio
con sus criados y dícholes que a cuenta de los amos está el ser reyes, y
a la de los criados ser tinientes. Y para hacerse mejor todo esto,
converná que deis traza de embarazar los criados en algún ejercicio
nada desabrido, mientras se hace la siega y se levanta de eras, que lo
que una vez traspusiéredes de un aposento a otro, es morcilla de
gato.
Consejos para después de alzada la mesa.
Alzada la mesa, suelen los huéspedes chorrear de rebalsa gracias
excusadas, pretendiendo evaporar la comida a costa de una pobreta.
Este es el Magallanes en que suele haber naufragio. ¡Hola, avisón!
Huid evaporaciones de sobrecomida. En chirlando más de lo que es
uso y costumbre, dejádmelos en golito, y si columbráredes que se
levantan a montear la caza, hablad alto, que será pedir favor, y si no
os valiere, asomaos a la ventana y decid a voces:
— ¡Nicolasillo, Nicolasillo!
Que como los Nicolases son obligados de la castidad, proveerá
Dios de que os oya yo. Demás de que yo siempre estoy cerca de mi
casa, y al primer vocear vendré, como que me vengo a mi casa o a lo
que Dios me diere a mí de gracia y a ellos de pena.
Ademán de mesonero.
90 LA PÍCARA JUSTINA

Veréisme que entro más sesgo que si me hubiera desayunado con


seis palmos de garrote, más severo que un Cid y más grave que el
conde Fernán González. No hayáis miedo que, en viéndome a mí que
vengo y a vosotras que huís de padre, hombre chiste, que por eso dijo
el refrán: No hay mejor perro que sombra de mesonero.
Tres figuras de la moza de mesón.
Hijas, si no estuviere en casa más de una de vosotras, una ha de
hacer todas las tres figuras, conviene a saber: que antes de comer sea
perrillo de falda halagüeño, mientras comen galgo hambriento, y al
levantar de eras, liebre huida.
Vender gato por liebre.
Encárgoos mucho que todo lo que entrare en vuestra casa lo
honréis mucho; no digo a los hombres, que en eso bailaréis al son y
haréis conforme a los méritos de cada cual, que de los hombres no
hay que tener pena, pues cada cual tiene boca alquilada y pagada
para alabarse a sí. A los que habéis de honrar son las cosas, que no
saben hablar y volver por sí. Declárome: si viene a vuestra casa un
gato muerto, honralde, y decid que es liebre; al gallo llamalde capón;
al grajo, palomino; a la carpa, lancurdia; a la lancurdia, trucha; al
pato, pavo. Las frutas nunca digáis que son vecinas de Mansilla, que
es decir que son villanas y montañesas, sino que vinieron de Bretaña
con los godos, que es villanía no honrar, pues la honra torna siempre
a su oriente. Y en tiempos que hay tantos dones pegadizos, como
piojo de cárcel, no os duelan estos bautismos, que en el mesón hay
pilas para todo.
Empanadas.
A lo que empanáredes, hacelde el vestido holgado para que
crezca, que si no creciere será por su culpa, y con eso podréis vosotras
decir que es la trucha tan grande como parece. Que estos yertos son
como los de los médicos, y aun mejores, que aquéllos los cubre la
tierra y a éstos el pan, que es cara de Dios, como dicen los niños.
La ropa.
Nunca digáis que vuestra ropa no es limpia, que en España es
cosa afrentosa. Y para vencer tretas de huéspedes que, para ver si la
sábana está limpia, miran si está tiesa o sin arrugas, si cruje o no
(como si hubiéramos de almidonar las sábanas), para esto, lo que
habéis de hacer es rociarlas y emprensarlas, que con esto podréis
hacer información que son limpias de todos cuatro costados.
Traer recado y venir presto.
LA PÍCARA JUSTINA 91

De día, yo os doy licencia que vais por vino y por recado a partes
públicas. Y no sea como una criada que tuve, que la enviaba por
pasteles y iba por ellos a los centenos, y si la reñía, me respondía:
—¡Eso merece quien se ha tardado por traer bien hojaldrada la
cosa y la carne aperdigada!
Y vez hubo que la di un real de a cuatro para que trajese para
comer lo que le pareciese, y trájolo todo de ñésferos. Reñíla. Díjela,
qué comida era aquella. Respondió:
—¿Él no me dijo que trajese lo que mejor me pareciese?, pues esto
es lo que mejor me pareció.
Tened mejor ojo que esta bobitonta.
Traer vino.
Cuando algún huésped os dijere que le vais por vino, preguntalde
en alta voz que la oyan todos:
—Señor, ¿cuánto quiere v. m. que le trayan de vino?
Que es buena treta (la cual llamaba un pariente mío la treta del
atambor), porque los huéspedes, parte por vergüenza de ver gran
jarro, parte porque no piensen que son mezquinos y acreditarse de
liberales, envían por más vino del que han menester. Y hacen bien
que, si el vino es bueno, jamás se pierde, y aunque sea malo, sirve
para lechugas. Hacen bien, rebién, buena pascua les de Dios, que
cuatro maravedís que un hombre alcanza son para lucir con ellos
fuera de su casa y pagar su trabajo a una moza honrada que se
desvela en almohazar el gusto a los huéspedes.
Estancia en la puerta.
Tampoco se os olvide que nunca falte una de vosotras a la puerta,
bien compuesta y arreada, que una moza a la puerta de mesón sirve
de tablilla y altabaque, en especial si es de noche y junto a la cancela.
Naipes.
En lo que no habéis de perder punto es cuando les oyéredes
boquear a los huéspedes que quieren jugar, porque esto es una mina.
Con tres us, decía un tío mío, mesonero de Arévalo, que se
enriquecían los mesones, y eran las us, uelas, uarato, uarajas. Y baraja
tengo yo en mi casa que ha entrado en percha de ochenta veces
arriba, y nunca salió a ver luz sin alumbrarse con un real de a cuatro.
Al más pobre que pidiere baraja, se la dad, no se diga de vosotras que
queréis mal a pobres.
A quién sea lícito el jugar.
Confiésoos que oí a un hombre de buen rejo que el inventor del
naipe había puesto en la baraja tres maneras de figuras, conviene a
saber: sota, caballo y rey, y que esto denotaba que el juego no le han
92 LA PÍCARA JUSTINA

de usar sino tres géneros de personas: una señorota, que es sota


sincopada, un caballero y un rey. Pero también oí que le respondió un
amigo que estaba par dél:
—Señor bacalario zurraverbos: advierta v. m., que aunque los
pobres y pícaros no entran en la figura del rey de oros o de espadas,
pero entran en la de copas y bastos.
¿Qué os parece de la respuesta? Pues yo fui el responsorio.
Atento eso, no quitéis a nadie su derecho. Jueguen todos con unos
mismos naipes, mientras no se mandare que los ilustres y señores
vasallos paguen ocho reales por cada baraja y los pobres dos reales.
Por aquí sacarás, lector benevirlo (digo, benévolo), la discreción de mi
padre, su erudición y maestría. Bien le llamaron a él Diego Díez;
Diego Diez mil le pudieran llamar, pues en sólo él había la estucia y
saber que pudiera hacer famosos a diez mil, y le pudieran cantar las
mozas del mesón el cantar de Carmona, que dice: Más valéis vos,
Diego Gil, que otros cien mil.

APROVECHAMIENTO
Hay mesoneros tan mal inclinados y disolutos, que hallarás en sus casas
aposentados más vicios que personas. En ellas se aposenta la codicia, la
sensualidad, el ocio, la parlería y el engaño, y, sobre todo, el mal ejemplo y
libertad, lo cual es causa de gran perdición en la república cristiana.
LA PÍCARA JUSTINA 93

NÚMERO SEGUNDO
De la mesonera astuta.
Suma del número.
REDONDILLAS DE PIES CORTADOS
Cuenta las costumbres de la madre
de la Pícara, y dice que tal fue la
hija como la madre.
Nunca de rabo de puer-,
se pudo hacer buen viro-,
ni para vihuela, cuer -
de palo, leña o garro-.
Cual el árbol, tal la fru-:
Pu- la ma- y pu- la hi-,
pu- la man- que las cobi-,
y el pobre yerno cornu-.
Ya que sabes quién fue Fernando, no puedo absconderte a Isabel. Yo,
hermano lector, ya adivino que en oyendo quién fue mi madre, te has
de santiguar de mí como de la Bermuda. ¿Qué quieres? Diérasme tú
otro molde, y saliera yo más amoldada. Soy fruta de aquel árbol y
terrón de aquella vena. ¿Qué me pides?
Escucha, y oirás las hazañas de otra Celestina a lo mecánico.
Callada la mesonera.
Mi madre era menos boquipanda que su matrimonio. Todos los
recados que nos enviaba eran con las dos niñas de sus ojos, los cuales
traía siempre a puntería de bodocazos. Era por extremo imaginativa.
Aguda lisonjera.
Nuestros pensamientos eran su melonar, y siempre calaba
melones. Decía que nos quería como a los ojos. Y para untarme el
casco, me decía:
—A tus hermanos quiérolos como a los ojos de la puente, y a ti
como a los de la cara.
Oyolo una hermana mía cierta vez, y dijo:
—Pagadas estamos, madre, que no faltarán ojos que sean tan cosa
de aire, a cuyo amor la compare.
Entonces ella, que era astuta, dijo:
—Calla, boba, que quien pasa por un río, tanto quiere que la
puente tenga los ojos en pie, como que lo estén los de su cara, pues le
va la vida.
94 LA PÍCARA JUSTINA

Con esto nos dejó contentas.


Fiaba de Justina.
La verdad es que me quería mucho; y debíamelo, que le presté
mucha masa en que empanar secretos tan graves, que el menor que
mi padre husmeara la despernara —y quizá, si esto hiciera, acertara
con el malhechor—. Mas Dios me libre que yo sea como otras, que en
haciéndose preñadas de un secreto, luego enferman de vómitos.
Quitaba la comida de
la boca, para vender.
Era muy caritativa, tanto, que quitaba la comida de la boca para
dar a quien nunca vio ni esperaba dél hazas ni viñas. Verdad es que
lo daba pagándoselo, y que lo que valía cuatro vendía en cuarenta,
pero todo es contar por cuatros.
Muy de ordinario nos decía que la mejor provisión que podíamos
hacer era de palominos empanados, porque lo uno es carne dura, y lo
otro, puestos en pan, son tan grandes como los hace quien los vende.
Empanadoras de palominos,
tienen calidad de reyes.
Que las empanadoras somos de la calidad de los reyes, que en
haciendo cubrir una cosa, la damos título de grande.
El que pesó una burra en
cierto pueblo de Campos.
Y lo otro, porque si fuere grajo, nadie habrá que lo jure ni
denuncie, como denunciaron del otro villano cortador y obligado en
tierra de Campos, que pesó una burra en la carnicería y, yendo a su
casa por carne, respondió un niño, hijo suyo, a los que importunaban
por ella, diciendo:
—¡Válganos el Diablo! ¿Tiene mi padre cada día una burra que
pesar?
Aquellos son hurtos bobos y peso de muchos pesares, que una
burra hay muchos que la conocen tan bien como a la madre que los
parió, pero un grajo, después de pelado y metido en la ataúd, el
Diablo que conozca si es palomino, o cernícalo, o pito, o cualque cosi.
Sisar cebada.
Gran mujer de pedir prestada a una bestia la mitad de la ración y
darle una libranza para el primer mesón.
No recebía pobres.
Era tan compasiva de los pobres, que a ninguno recebía, sólo por
no le ver malpasar en su mesón por falta de dinero; que quisiera ella
que cuantos entraban en su casa les diera Dios mucha hacienda y con
qué hacer mercedes.
Sisar comida.
LA PÍCARA JUSTINA 95

En su vida aderezó comida que no cobrase pasaporte, ni armó ave


caballera en asador que, demás de sacarle la quinta esencia en forma
de pringue para tostas, no le hiciese la salva, por tratarla como a
caballera.
La lectión de la confusa.
Y para excusar las mermas y alcabalas que por su propia
autoridad cobraba de todas las cosas asadas, usaba donosas tretas, las
cuales, cuando nos las platicaba, decía que era la lectión de la
confusa. Unas veces se excusaba con decir que los huéspedes se
habían tardado en venir y el gato dádose prisa a llevar; otras veces
soldaba la rotura con ceniza, como hondón de caldera rota; otras
veces quemaba lo desmantelado con un tizoncito, delicadamente, que
parecía todo una pieza, lo asado y lo castrado; otras —y esto era en
caso desesperado— hacía un guisadillo, atendiendo siempre a dos
cosas: la una, que llevase poco coste, y lo otro, que no fuese muy
sabroso. Aquí anegaba todas sus faltas, y solía decir:
Cazuela de engaños.
—Mirad, hijas, una cazuela es excusa barajas, porque como allí se
mete todo confuso, hueso y pulpa, viene a tener verdad el refrán
viejo, que a río vuelto, ganancia de pescadores y pescadoras. Y,
creedme, que los huéspedes se obligan mucho y dan de sí más que
calza de aguja, si ven que las mesoneras les guardan el aire al apetito
del comer. Pongo caso, hijas, que vaya mal guisado (que así ha de ser
siempre); luego dicen:
—El guisado, así, así. La intención fue buena, no supo más la
pobreta, que quien esto hizo sin decírselo, hiciera más si más supiera.
Y luego les veréis esquilar, diciendo:
Remedio para ser moza y hermosa.
—¡Señora María, señora María! —que no hay huésped que no
llame María a toda moza de mesón, como si todas nacieran la mañana
de las tres Marías.
O, si no, dicen:
—¡Señora hermosa!
Que, como dijo el otro, para que una vieja sea moza, no hay otro
remedio mejor que ser mesonera o ajusticiada, porque a la del mesón
no hay pasajero que no diga:
—¡Hola, señora hermosa!
Y si a una mujer la sacan a justiciar, luego dicen:
—¡La más linda mujer y de más bellas carnes que se vio jamás!
—Así que, señora María, alcance de su guisado, que está como de
su mano.
96 LA PÍCARA JUSTINA

Inocencia astuta.
Aquí haya gran advertencia: que la tal moza, en tal caso, ha de
hablar como inocente y vergonzosa, diciendo:
—En verdad, que compré por amor de sus mercedes un ochavo
de especias y un maravedí de vinagre y ajos, para que la cazuela
sabiese bien a sus mercedes, y dejé en prendas la mi sortija de plata,
que no tengo otra.
Y tras esto, hijitas, una reverencia, que estáis a pique de que, si es
hombre liberal, os dé una buena pieza en pago del empeño de vuestra
sortija y sin haber enajenado ni perdido nada.
No acabara hoy si te contara por extenso sus tretas. Concluyo con
decirte que para abrasar la casa, le sobraban dos hervorcitos de
imaginación, y para hacernos perder pie a todos, no había menester
echar toda la presa. Con todo eso, decía de mí:
Agudeza de Justina.
—Justinica, tú serás flor de tu linaje: que cuando a mí me
deslumbras, a más de cuatro encandilarás.
Y por verme tan bien aplicada, y por las buenas muestras que
siempre di, gustaba mucho de platicarme todos estos ejercicios que he
referido y otros que callo.
Estos trastos heredé de mi madre, sin quedar cachibacho que no
me traspalase. ¿Qué quieres? Quien da lo que tiene, no debe nada, y
quien enseña lo que sabe, menos.
Justina compara a su madre
al águila. Propiedad del águila.
Las águilas enseñan a sus hijos a que miren el sol de hito en hito,
porque como nacen con los ojos húmedos y tiernos, pretenden que el
sol se los deseque y aclare, para que vean la caza de lejos y se
abalancen a ella, por ser esta propriedad única del águila, la cual,
desde lo altísimo de las nubes, ve al cordero en la tierra y los peces en
el agua de los profundos ríos, y bajando con la furia de un rayo,
divide con las alas el agua y saca los peces del abismo. Así (puedo
decir), en esta materia era mi madre un águila, pues aclaró mis
tiernos ojos para considerar la caza desde lejos y saberla sacar,
aunque más encubierta estuviese en un mar de dificultades.
Aguilochos son lerdos.
Verdad es que yo no había menester mucho apetite, ni me costó
muchos pellizcos el aprender, en lo cual hice ventaja a los aguilochos,
y grande, porque ellos son lerdos y tan perezosos, que es necesario
que la madre, a punzadas y herronadas los saque del nido, y aun a
veces los cuelga de las uñas y los hace mirar por fuerza al sol.
LA PÍCARA JUSTINA 97

Jiroblífico de la vista del águila.


Y por eso fingieron los poetas que en el general repartimiento de
los oficios, el águila se inclinó a ser ballestera, y tiraba al sol
bodocazos y no erraba tiro.
Propiedad de la paloma aplicada
a la madre de Justina. Oropéndola,
símbolo de mujeres, y por qué.
La paloma enseña a sus pichones a barrer y limpiar el nido,
porque no es puerca como la oropéndola que, teniendo doradas
plumas, tiene enlodado el nido, lo cual es símbolo de las mujeres, las
cuales salen a vistas vestidas de oro y dejan un aposento más sucio
que una letrina. Pues ¿qué mucho que la palomita de mi madre me
enseñase a barrer y limpiar, no sólo la casa, pero las bolsas y alforjas
de los recueros y aceiteros, que son más sucias que ojos de médico y
nidos de oropéndola? Muchos puedo contar, a quienes el celo de
enseñar sus hijos los ha hecho maestros de todo el mundo,
especialmente en Egipto. Todo bueno y sancto. Pero mis padres no
sabían otros jiroblíficos, sino jacarandina, ni otras sciencias, sino
conjugar a rapio rapis por meus, mea meum. ¿De qué te espantas? Oye
un cuento a propósito.
Traje del estudiante bellacón e hipócrita.
Cierto soldado quiso ganar de comer a poca costa, y para esto se
puso a lo escolástico, aunque algo bastardillo, un bonete algo
lardosillo y muy metido hasta la cóncava; un cuello sólo asomado,
aunque pespuntado de grasa; una cara a humo muerto, un sayo
sayón, un ferreruelo largo y angosto como cédula de sacar prendas,
unas calzas que se reían del tiempo, un zapato empanado, un andar
de Pero Hernández, un mirar de brujulistas, un meterse de hombros
como concomido; una voz modesta y baja, aunque tenía el bellacón
más chorro que un pollino; y un cuello torcido, como remate de
cuchar.
Abajo, c. n.
Otro segundo Pavón, de quien te daré noticia después de andadas
algunas millas desta historia. Con esta figura y talle, se hizo
pedagogo intruso y ayo de algunos, a quien engañó en la mitad del
justo precio. Especialmente engañó a un caballero que confió dél un
hijo suyo para que fuese su ayo. Díjole el caballero:
—Mire, padre, que le encargo este mochacho, que es travieso, para
que le imponga. No sepa cosa buena que no se la enseñe.
El dómine ayo se lo prometió así, y cumpliolo. El ayo, a tercer día,
comenzó a leer la cartilla a su alumno, y díjole:
Enseñanza del bellacón.
98 LA PÍCARA JUSTINA

—Mocito, ¿él piensa que yo soy alguno de los siete de Grecia?


Engáñase. ¿Piensa que es todo oro lo que reluce? Engáñase. ¿Piensa
que hace el hábito al mono? Engáñase. ¿Piensa que soy quien piensa?
Engáñase. ¡Vive Cristobalillo!, que aunque le quiera enseñar cosa
buena, yo no sé otra, sino dos: una de guerra y otra de paz. De paz, es
un boquivuelto, y ver si pinta, y hago a todos tope donde topare. Y
por más señas, ve aquí la baraja. Lo de guerra, otro que tal: tome esa
espada, uñas arriba, punta al ojo, el pie siga a la cara.
Sacó ladrón a su alumno.
Medró tan bien el caballerito, que, a pocos días andados, se fueron
ambos a Sevilla, y en el camino comieron lo que hurtaron, y en
llegando a Sevilla, hurtaron lo que comieron.
Este fue el bellacón por quien se inventó el entremés que dicen: no
le enseñaba a matar, sino a ser el obediente Isaac.
Así que, hermano lector, cada cual enseña lo que sabe, aunque no
todos saben lo que enseñan.

APROVECHAMIENTO
Podrase decir de algunas madres deste tiempo que son para sus hijas más
crueles que avestruces, y que las que por naturaleza y obligación debían ser
misericordiosas, comen y cuecen sus hijos, como dijo Jeremías. Porque, ¿qué
más proprio cocer y tragar sus hijos puede haber que cocerlos en maldades y
aprender en ellos el fuego del pecado y deshacer sus almas con ruines
consejos y ejemplos?
LA PÍCARA JUSTINA 99

NÚMERO TERCERO
De la muerte de los mesoneros.
Suma del número.
SEXTILLAS
Murió el mesonero de un golpe que le
dio un caballero con un medio celemín,
y la mesonera de un hartazgo de
longaniza y carnero.
Diego Díez desafió
a romance y a latín
a la muerte:
ella venció,
y al Diego Diez le metió
en un medio celemín,
con que vencido quedó.
La mujer del mesonero
sustituyó el batallón,
mas también la dio tapón,
porque la atestó el garguero
con longaniza y carnero,
y así triumphó del mesón.
Las gentes, como viven, mueren.
Y como pecan, penan.
Siempre oí pregonar que las gentes como viven, mueren, salvo que
viven con aire y mueren sin él; y que como pecan, penan, salvo que el
gusto del pecar es enano y las penas del hogar son gigantas. Callo la
historia de la perra y aperreada Jezabel y otros cuentos de las
historias sacras, de hombres cuyos verdugos fueron sus mismos
gustos, que en chapines de tan altos cuentos no me atrevo a andar sin
caer.
Ejemplo de Diomedes, rey de Tracia.
Ahí está Diomedes, rey de Tracia, que fiará y abonará mi intento,
pues él usó engordar sus caballos con carnes de reyes vencidos, y
Hércules, con las suyas, dio un buen día a sus perros.
De Herodías.
También me fiará mi camarada Herodías que, por saltar y bailar
sin estorbo, mandó cortar una cabeza y, después de cortada, punzó
rabiosamente con un alfiler largo la lengua difunta; pero también ella
100 LA PÍCARA JUSTINA

murió bailando, y la hundió y cortó la cabeza un carámbano sobre


quien andaba danzando.
Mi padre, en lo que siempre ponía mucho cuidado, era en esto de
echar polvoraduque de granzones al medir la cebada, según y como
nos lo notificó el día de la erectión mesonil. Un día me mandó cargar
la mano algo más de lo acostumbrado, y yo, como hija obediente,
eché a osadas. Dormiose Homero. No reparó el buen padre que nos
oía un caballero ratiño de junto a Portalegre, que estaba junto a la
puerta triste del pajar, y era para sus bestias la cebada sobre quien
granizaban granzones.
Muerte del mesonero.
Hubieron palabras; mi padre, de corrido, arrojó la soga tras el
caldero; el caballero, de honrado, desenvainó un medio celemín, de
que había sobra en casa, con el cual le dio en la nuca, a tan buena
coyuntura, que le metió el ánima en el medio celemín y el cuerpo le
tendió a la puerta del pajar. ¡Vean aquí!, en el medio celemín pecó y
allí penó. A lo menos, podreme alabar que murió como un pájaro mi
padre, y que fue tan enemigo de dar fastidio, que murió sin gastar un
comino en su enfermedad.
La codicia hace disimular los daños.
Al caballero se le echaba bien de ver que era noble y principal,
pues no hubo bien mi padre caído en el suelo, cuando le pidió perdón
y le dijo que no lo decía por tanto, y otros cumplimientos muy de
cortesano. Y si mi padre no tuviera excusa que estaba muerto,
hubiera andado muy mal en no responderle muy buenas palabras.
Era comedido el señor, y liberal. En viendo el mal recado, luego (para
consolarnos), nos dio a cuantos estábamos en casa, a tres reales de a
ocho, y a mi señora madre doce, por ver que llevaba este negocio con
tanta paciencia, esperando a ver cómo lo hacía con ella y con nosotras
aquel buen señor. Y con esto, nos obligaron (él con su dinero y mi
madre con su mandato) a decir a la justicia que nadie le había hecho
agravio a nuestro padre ni tocado al pelo de la ropa; y era verdad,
que no le tocó en pelo ninguno, porque la parte que le tocó el medio
celemín estaba pelada, sino que cayó de la escalera, como él lo solía
hacer algunas noches. Y esto era verdad, y tanta, que una vez se quejó
de un cucharetero porque le puso una mano de mortero en una
escalera, y viéndola, dijo:
El mesonero era beodo.
—¿Mano de mortero a mí para caer, hidarruín? ¿He yo menester
mano de mortero ni otro apetite semejante para rodar cincuenta
pasos de una escalera?
LA PÍCARA JUSTINA 101

Con esta buena relación que dimos de nuestro padre, nos dejó la
justicia.
Mortaja ridícula.
Amortajámosle. Pusímosle en el aposento del horno, porque ya
que no estuviese honradamente, estuviese hornadamente. Sobre el
amortajarle hubimos palabras yo y mi madre, porque me dio una
mortaja vergonzosilla, que (por ir rota a ciertas partes y vérsele el
cuerpo a tarazones) algunos pensaron que habíamos enterrado a mi
padre con el rasero en la mano, en memoria de lo que había ganado
con el medio celemín, y por tener de sobra los raseros. Desto había
mucha risa y chacota en el entierro.
¡Tontos! ¡Por cierto, sí! ¡Las ganancias del Cid! Si supieran la
buena obra que le había hecho el medio, no pensaran que le habíamos
enterrado con el rasero. ¡Necios! ¡Mirad qué bastón de capitán, para
antojárseles que le enterrábamos con él en la mano, sino un rasero
negro y carcomido! Si mi madre en dar mortaja no anduviera tan
medida, nadie saliera della en maliciar lo del rasero.
Luto a malicia.
Tratamos de enlutarnos; y sí hiciéramos, sino que mi madre echó
de ver que no habría luto que le viniese bien, porque era muy gorda,
y así se puso a la malicia el luto. Aquella tarde toda no quisimos
recebir pésames de nadie, porque dijo mi señora madre:
—Aún ahora mi marido está en casa, no quiero pésames.
Cerramos nuestra puerta, como gente recogida, y aunque
quisimos velar al difunto, no pudimos, porque el ratiño de
Portalegre, en viendo cerrar las puertas, nos convidó a una muy
buena cena.
Cena sin pena, muerto el padre y marido.
Mi madre, como estábamos a puerta cerrada y sin nota, aceptó el
convite. Verdad es que le dijo:
—Señor, somos muchas. O todas, o ninguna.
El caballero hizo a todas. Era honrado.
Guarda un perro al difunto,
y hace un mal recado.
Fuímonos. Dejamos en guarda de mi señor padre un perrillo que
teníamos. ¡Linda pieza! Valía por seis hombres, y así, nos pareció que
para guarda aquello era lo que hacía al caso, que para lo que es
responsos y oraciones, las de sobremesa habían de ser todas suyas.
Con todo eso, el diablo del perrillo, como olió olla y carne, comenzó a
ladrar por salir, y viendo que no le abríamos, fuese a quejar a su amo,
que estaba tendido en el duro suelo. Y como vio que tampoco él se
102 LA PÍCARA JUSTINA

levantaba a abrir la puerta, pensando que era por falta de ser oído,
determinó de decírselo al oído. Y como le pareció que no hacía caso
dél ni de cuanto le decía, afrentose, y en venganza le asió de una
oreja; y viendo que perseveraba en su obstinación, sacola con raíces y
todo y trasplantola en el estómago. Con todo eso, por si era sordo de
aquel oído, acudió al otro, acordándose que suele ser respuesta de
discretos: a esotra puerta, que ésta no se abre. En fin, acudió a la otra
oreja, hizo su arenga y la misma diligencia. El perro debió de hacer su
cuenta: Éste está muy muerto y mis amas muy vivas; yo muerto de hambre
y ellas de boda. Así que, ¿sin mí hacen la boda?, pues yo haré la mía sin
ellos. Y, pardiez, diole de tajo y destajole el cuerpo y cara, de modo
que no le conociera el mismo diablo con ser su camarada.
La poca lástima y dolor
de la pérdida del marido.
Cuando yo llegué y vi al perro harto de carne de mesonero, y la
cara de mi padre tan descarada y el cuerpo tan emperrado, diome
lástima, y aun yo creyera que la tenía mi madre, si no la oyera decir:
—¡Valga el Diablo tanto muerto! ¿Dónde tengo yo ahora aquí hilo
y aguja para andar a coser muertos?
Por ahí lo remendamos, aunque mal. Lo que es la carne no tuvo
remiendo. Yo quisiera quitar unos pedazos de carne a un tabernero
vecino, pero como mi padre era mesonero, no venía bien remendarlo
con carne de tabernero, que es remendar paño de Londres con sayal.
Con esto, determinamos enterrarle muy en haz y en paz. Mi
madre no chistó más que si ella fuera la muerta, y aun el caballero la
dijo que si hablaba, la acusaría de que había echado a su marido a los
perros.
Fácilmente se consuelan.
Era discreta, vio lo que le convenía, ¿qué le había, ni qué
habíamos de hacer?, ya era muerto, lo perdido no era mucho, lo que
él había de hacer en casa nosotras lo sabíamos de coro, y aún mi
madre vivía de sobra. Aquel señor era comedido, mi padre le dio la
ocasión. Cuando le pidiéramos la muerte, sólo fuera enriquecer
justicias y empobrecernos nosotras, y perder los patacones que nos
dio bueno a bueno, sin pleitos ni barajas. ¿Qué había que hacer sino
pedir a la tierra que, pues cubre tantos yertos de médico y purga,
cubriese uno de un caballero y un medio celemín?
Entiérranle sin llorar.
En el entierro no lloramos mucho, que no llevamos palabras
hechas. Mi madre era muy ojienjuta, y nosotras no podíamos llorar si
no era comenzando madre y yendo arreo; y aunque comenzara, no sé
LA PÍCARA JUSTINA 103

si pudiéramos seguir la corriente de sus lágrimas, porque íbamos


muy ocupadas en mirar no hiciesen rabos los mantos, que era
invierno y los habíamos de tornar a sus dueños en acabándose la
tragedia. A lo menos, no enterré yo así a mis dos maridos. Veráslo.
Cita el tomo segundo,
en el primero y segundo libro.
Una verdad no podré negar, y es que, cuando me mandaron
enlutar, me holgué como los niños cuando los mandan poner
calzones nuevos. Mis hermanas lo mismo.
Míranse al espejo las enlutadas
con diferentes trazas.
Y sucedió que, a un mismo tiempo, tuvimos gana de ver al espejo
cómo nos estaba el luto y qué pantorrilla nos hacía. Mas por haber
gente delante, y unas de empacho de otras, no osábamos
descubrirnos ni salir a mirarnos en él. Pero como todas éramos
quimeristas, cada cual dio su traza para mirarse al espejo.
Una, la más boba, dijo:
—Quiero poner ese espejo a la boca de padre, por ver si echa vaho
y cubre el espejo.
¡Qué aliño para quien, sobre muerto, estaba atenazado con dientes
de perro! No se admitió su voto, ni sirvió de más que de desenlutar
un poco mi risa.
Otra, algo más hábil, dijo:
—Quiero ver si está firme el clavo deste espejo, porque como
entran tantos, no entre alguno que le derribe.
Mas yo dije:
—Mostrádmele acá, que en día de mortuorio no parece bien
espejo aquí, quiéromele guardar en el arca.
Mi madre dio su alcaldada, y le pidió para ver si le habíamos
quebrado, y con este achaque se miró a su sabor y me le dio,
diciendo:
—Toma, Justina, guárdale, que ya de poco servirá en esta casa.
De modo que, cada cual por su camino, dio un golpe al espejo,
según los méritos de su discreción, y consiguió su gusto.
En fin, llevámosle a la Iglesia. A fe que, si él fuera por su pie, no
llegara tan presto a ella. Tornámonos a casa y corrió el agua por do
solía. Mas antes que la de mi corriente dé otro paso, te quiero referir
una glosa que hizo un pisaverde a quien yo di cuenta muy de raíz del
caso, y hazla que sirve de epitaphio del túmulo y blasón del príncipe
de los mesoneros.
104 LA PÍCARA JUSTINA

REDONDILLA
A la muerte de Diego el mesonero,
muerto con un medio sin rasero.
Que a Diego Díez, mesonero,
le acabe un medio, es muy justo;
que en medio del summo gusto,
pide allí la muerte el fuero.
GLOSA
Un ratiño caballero,
con un medio que arrojó,
dio tal golpe a un mesonero,
que fue el primero y postrero
que en el medio el fin halló.
Prescrito ha la muerte un fuero,
que a cuantos lleva y da fin,
los lleva por un rasero;
mas no por el celemín
que a Diego Díez, mesonero,
Mas hay ley que a hierro muera
el que con hierro mató,
y es regla muy verdadera
que le miden a quienquiera
por el medio que midió.
Y, así, no te cause susto
que a Díez un medio mató,
ni digas que es caso injusto;
que a quien por medio pecó
le acabe un medio, es muy justo;
¡Oh cierto y incierto fin!
¡Quién pudiera imaginar
que te había de encontrar
debajo de un celemín
a la puerta de un pajar!
No me admira que se muera
en su cólera el adusto,
o en medio de un gran disgusto;
lo que pasmara a quienquiera
que en medio del summo gusto.
LA PÍCARA JUSTINA 105

Muerte, llévente los diablos.


¿Somos aquí rocines,
que con medios celemines,
nos dejas por los establos
echos unos matachines?
Quien por ventas y mesones
gastare, de hoy más, dinero,
será muy gran majadero,
sabiendo que con traiciones
pide allí la muerte el fuero.
Contemplación de Justina
a la muerte de sus padres.
Yo no sé glosar, mas, a tino, me parece que mi padre, según era de
resabido, debió de desafiar la muerte, y ella, por ganar honra en sacar
del mundo a un hombre tan arraigado en él, le quiso meter en un
medio celemín, porque se dijese della que sabe tanto, que supo meter
a un mesonero en un medio celemín. Y no dudo, sino que, viendo mi
madre vencido a su marido, quiso ella salir a vengar los cuernos y
vencerla a bachillerías. Mas la muerte le dio tapaboca y aun
tapagarguelo. Y, si quieres saber el cómo, oye.
Muerte de la mesonera.
Mi madre era muy devota de cosa de asador, en especial era
perdida por cosa de longaniza y solomo.
Coloquio entre el asador y la mesonera.
Sucedió, pues, que una noche, viendo que ciertos pedazos de
longaniza medio asada pasaban carrera en la plaza de una chiminea,
y, a caballo en su asador, corrían parejas con otra cuadrilla de
pedazos de pierna de carnero, les mandó que, vista la presente, se
apeasen del asador. Los pedazos de longaniza se excusaron con decir
que no estaban tan bien asados como era razón, y que estando así no
podrían hacer cosa que fuese de provecho. Los otros pedazos de
pierna de carnero se excusaron con que estaban desnudos y en
piernas, y que no se podían apear sin tratarlo con su amo. Pero ella
les dijo que, sin embargo, obedeciesen lo decretado. Ellos, por vía de
fuerza, apelaron en segunda instancia para su amo, que era un
tocinero de Valladolid, pariente del de Villamañán, de quien te
contaré un gracioso chiste en el libro segundo siguiente.
Lloraban los pobretos tanto, que por pocas apagaran el fuego a
puro llorar, y ponían los suspiros en lo alto del cañón de la chiminea.
Derretíanse de puro miedo, y siempre apellidando por sus amos.
Pero el tocinero era de la condición del rey, que donde no está no
106 LA PÍCARA JUSTINA

parece, y así no pudieron ser socorridos de su amo. Ella, vista su


rebeldía, embiste con ellos, derríbalos del caballo, y así como estaban,
metió la mayor parte dellos en la cárcel del estómago, y a los otros les
temblaba la contera.
Cogiola el tocinero
engullendo de su longaniza.
Ella que estaba encarnizada, bebida y embebida, vele aquí el
tocinero que venía en favor de gente. Ella, por no ser sentida, metió
sin mazcar más de dos varas de longaniza, repartida en cuadrillas,
aunque mal ordenadas y peor mazcadas. Y como toda esta gente
entró tan aprisa por el postiguillo del gaznate y sin avisar a la mucha
gente que había dentro que se arredrase, pardiez, atoró la cuadrilla de
longaniza de modo que ni podía pasar atrás ni adelante, ni ella hablar
ni respirar, porque estaba atacada hasta la gola.
Entró el tocinero y pedíale razón de sí y de su gente, mas a esotra
puerta, que aquella estaba cerrada de longaniza.
Apodos de la postura de la mesonera,
que quedó con la longaniza atravesada
en el gaznate.
Y lo lindo era que demás de estar relleno el gaznate, le sobraba
fuera de la boca un pedazo de longaniza, que a unos parecía sierpe de
armas con la lengua fuera; a otros, ahorcada; a otros, bota con llave; a
otros, garguelo con rabo; a otros, que era boca recién nacida sin
ombligo cortado; a otros, tropelista con trenzas en la boca; a otros,
culebra a boca de vivar. Sólo al tocinero, que le dolían, le parecía
emboscada de enemigos y cueva de ladrones y, en fin, le parecía
sepultura de su longaniza.
Pedimos favor para que aquella longaniza desocupase el paso.
Los criados del tocinero, enojados del tuerto que se había hecho a su
amo y del derecho que a ellos se les había quitado, iban a emboscarla
el asador por el gaznate y, el más propicio, le metió la punta de un
cuerno albar con que la maltrató no poco. En fin, quedó tan lisiada,
que de harta y atormentada, de asada y asadorada, la dio dentro de
cuatro horas una apoplejía que la asó el ánima y la sacó de este
mundo malo, sin llevar más subsidio que la longaniza en la boca.
Espantome, a manera de decir, cómo pudo tan presto salir el ánima
por un garguero tan acuñado.
Ánima de un ladrón.
Decía un ladrón famoso que el ánima de un ladrón es de casta de
agua de pozo, que no sale sin soga. Mi madre, que se picaba de
ladrona más que de boba, pudo decir esto mismo, y aun añadir que
LA PÍCARA JUSTINA 107

como los famosos mueren con soga de seda, ella murió con soga de
longaniza, a lo menos, la muerte hízole más cortesía que a su abuelo
el tamboritero, que malpartió de Malpartida, que a ella le tapó las
vías con flauta de longaniza y al otro con flauta de madero. No sé, a
toda mi generación la llevó la muerte por lo enflautado. Mucho me
pesa; empero, vaya. Y tiraba de cantazos a su madre.
Llora poco Justina la muerte
de su madre, y por qué.
Lloré la muerte de mamá algo, no mucho, porque si ella tenía
tapón en el gaznate, yo le tenía en los ojos y no podían salir las
lágrimas. Y hay veces que, aunque un hombre se sangre de la vena
cebollera, no quiere salir gota de agua por los ojos, que las lágrimas
andan con los tiempos, y aquél debía de ser estío de lágrimas, y aun
podré decir que unas lagrimitas que se me rezumaron salían a
tragantones. ¿Qué mucho? Vía que ya yo me podía criar sin madre, y
también que ella me dejó enseñada desde el mortuorio de mi padre a
hacer entierros enjutos y de poca costa.
La mortaja de la mesonera, estrecha.
Pues a fe, que del trapo que sobró a la mortaja, de puro cumplida,
no se pudieran hacer muchas balas de papel ni muchas encamisadas.
La dicha camisa era ciclana de mangas, que no tenía más de una, y
era de pechos bajos, y tan bajos, que la hizo entrar a la sepultura a mi
madre pecho por tierra. De espaldas no era muy cumplida, porque
estaba aposta para deceplinante, y las faldas no carecían de celosías.
Como no tenía la camisa más de una manga, allí la metí ambos
brazos. Y créeme que no hice mal, que quizá si se los dejara sueltos
ambos, se anduvieran de sepultura en sepultura buscando longaniza,
y como no viese dónde topase, echaría mano de lo que hallase,
aunque fuesen tripas, y si algún muerto la riñera, no dudo sino que
respondiera una necedad con que se alborotaran los cementerios; o
cuando mucho, dijera:
—Cada loco con su tema, y perdonen que topo.
Que eran dos bordones que ella tenía muy ordinario.
Cierto que, cuando la estábamos amortajando, la miraba a los ojos
y me parecía que me hablaba con ellos tanto y tan a menudo, que el
encaje dellos parecía jaula de papagayo, y no se me pudiera quitar el
miedo y temor, sino que mirando cuán calafateado tenía el gaznate,
se echaba de ver que era muerte de a mazo y escoplo.
El poco llorar de las demás hermanas.
Mis hermanas también lloraron sus sorbitos, pero siempre
guardándome la antigüedad en que yo jugase de mano y llorase la
108 LA PÍCARA JUSTINA

primera. Y todo con mucho decoro porque cuando la una lloraba,


callaba la otra, que era para alabar a Dios oír el concierto de nuestro
lloro. Parecíamos los morteros de Pamplona, que cuando uno alza, el
otro abaja.
El olor que dejó.
Lo que más sentí fue que quedó oliendo la casa a longaniza por
más de seis meses, y el que guardaba los ataúdes se quejaba de lo
mismo, porque según dijeron los que la llevaron a hombros, yendo
allí, dio la cuerda y la longaniza, y fue tanta, que parecían trenzas de
tropelista. Yo me espanto de mi madre que quisiese dejar acá aquella
longaniza y no la enterrar en sagrado, como hizo el Cid con su
querido Babieca. A fe, que si no fuera el mal olor que dejó en casa,
que ella llevara más de cuatro responsos más de los que llevó, pero
con este achaque, más de cuatro maldiciones llevó de sobra. Dios nos
perdone a todos.
No la dijeron misas.
Misas no le dijimos muchas. Éramos tan bobas, que pensábamos
que todos los niños de la doctrina a quien diésemos pan decían misas
por ella, y repartimos una hogaza entre más de mil dellos que
vinieron de diversas partes, y con esto hacíamos cuenta que la
habíamos hecho decir de mil misas arriba. No le dijimos otra. Del
dinero que había en casa, no osamos gastar nada en cosa de Iglesia,
porque como no era muy bien ganado, temimos no se nos dijese que
hurtábamos el puerco y dábamos los pies por Dios, y por no dar a
Dios cosa mal ganada y ajena, retuvimos el dinero. Después, cuando
quisimos con ellos hacer por su alma algún bien, ya nuestros
hermanos nos habían hecho tanto mal, que no hubo lugar. Mi fe,
pensamos que nos durara mucho el ser mandonas, y con esto, todo lo
que se lloraba era de acarreo.
Vienen los hermanos de Italia,
y maltrataban las hermanas.
El llorar de veras fue cuando vinieron de Italia mis hermanos,
rompidos de vestido y de vergüenza, y, sin ninguna, nos tomaron a
mí y a mis hermanas los cetros del imperio, que eran las llaves de
casa, y nos ganzuaron arcas y buchetas. Trepaban por las paredes a
los socarrenes y desvanes con el orgullo que si entraran la Goleta, y
todo por ver si había emboscada alguna pecunia, para lo cual no
tuvimos otra defensa ni remedio, sino soltar la rienda al lloro y
madurar los tragantones pasados. Como éramos bozales, no
estábamos prevenidas de pendencieros. ¡No fuera ello ahora, que
LA PÍCARA JUSTINA 109

pudiera yo poner en campo unos doce pares, que ni por otros más
necios diera un garbanzo, ni por más determinados un comino!
Contentárame que mis hermanas lo fueran mías, mas estaba de
Dios que yo había de salir de Mansilla sin raíces, y así me dejaron, y
nunca comimos buenas migas. Verlo has en el segundo libro, si allá
llegamos.
Paréceme que te leo los labios, hermano letor, y que me preguntas
y me mandas que te diga muy en particular el discurso de mi vida y
aventuras del tiempo que fui mesonera con tutores y viví con mi
madre. ¡Oh necio quien tal preguntas! ¿Qué vida quieres que cuente,
sabiendo que bailaba al son que me hacía mi madre? Ea, déjame, no
me importunes, ¡gentil disparatón! No pienses que lo dejo porque es
de echar a mal, que cosas hice que pudieran entrar con letra colorada
en el calendario de Celestina, pero no quiero que se cuente por mío lo
que hice a sombra de mi madre. ¿Quiéresme dejar? ¡Quita allá tu real
de a ocho! ¿Dinero das? Pues si tanto me importunas, habré de pintar
algo, aunque no sea sino el dedo del gigante, que por ahí sacarás
quién fue Calleja. Una cláusula tenía yo ordenada para dejar en mi
testamento en favor de una discípula; esa quiero poner aquí, y sea
donación entre vivos en favor de las plateras del mesón, y serviráles
de ejemplo, de espejo y de aviso, pues ella es una summa en que se
suma y cifra lo que toca y pertenece a cuáles y quiénes, cuándo y
cómo y para cuándo han de ser cual fui yo, que dice así, y va medio
en copla:
Cifra de lo que es y lo que
hace una moza de mesón.
La moza del mesón, esto es en conclusión: en andar, gonce; en
pedir, pobre; de día, borrega; de noche, mega; en prometer, larga; en
cumplir, manca; antes de mesa, perrilla; después de mesa, grifa; en
enredos, hilo portugués; al fallo, puerco montés; lo empeñado, todo;
lo vendido, nada o poco; una alforja de bailar y otra de trabajar; en la
bolsa, munición; en la cara, siempre unción; cumplir con todos,
amistad con los más bobos; lo pagado, pase; lo rogado, no vale; de
ordinario alegría y siempre tapagija, y aires bola, y a Dios que
esquilan, que con decir viene mamá y rascar la cofia se avientan los
nublados, y no debo más.
Pide licencia para hablar con seso.
Querría pedir a sus mercedes una licencia, y es para ser un
poquito cuerda y durar como de lana, para enjaguarme los dientes
con una consideración que me brinca en el colodrillo por salir a
danzar en la boca a ringla con los dieciocho. Ya soy cuerda, dure lo
110 LA PÍCARA JUSTINA

que durare. Señores, los mis señores, compadeceos desta pobre que
tales alhajas de inclinaciones heredó de aquella que la parió una vez y
mil la tornó al vientre para renovar las marañas que en mí esculpió al
principio.
Encarece el haber heredado todas
las malas inclinaciones de sus padres.
Créanme que a veces me paro a imaginar que si fuera verdad que
las almas se trasiegan de cuerpo a cuerpo, como dijeron ciertos
philósofos bodegueros, sin duda creyera de mí que tenía a meses las
almas de padre y madre. Y pues va de seso, digo que ahora me
confirmo en que todas las cosas tornan al principio de do salieron.
Todas las cosas vuelven al principio
de a do salieron, y verifícalo en
todas las cosas.
La tierra se va al centro, que es su principio; el agua al mar, que es
su madre; la mariposa torna a morir en la pavesa, de quien fue hecha;
el sol torna cada veinte y cuatro horas al punto donde nació y fue
criado; los viejos se tornan a la edad que dio principio a su ser; la
espiga madura y abundante de granos se tuerce e inclina por tornar a
la tierra de a do salió, y el ave fénix vuelve a morir en las cenizas que
dieron principio a su vida. Y el hombre... ¿Dónde vas a parar, Justina?
Pardiez, que si no me hablaras a la mano, por pocas parara en el
miércoles de Ceniza, y dijera: Acuérdate, hombre, que eres ceniza.
Dicho ridículo de un predicador
del miércoles de Ceniza.
Mas no voy a eso, que cuando yo me hubiera de meter a
predicadera de los encenizados, no me faltara qué decir, aunque no
fuera sino lo que oí a un predicador que predicaba coplas desleídas, y
viniendo a tratar del Evangelio de aquel día, dijo:
—Hermanas, el Evangelio que se ha cantado en la misa de hoy
dice que el día que ayunáredes untéis la cabeza y lavéis la cara, mas
vosotras las mujeres, como en todo andáis al revés, hacéis esto a la
trocadilla, que untáis las caras y laváis las cabezas.
Fisga del dicho.
No me descontentó el puntillo de este padre ceniciento, porque
valía cualquier dinero para si yo fuera quien le predicara, o para él, si
el sermón fuera en la ronda, o entre las cercas, o en la lumbre asando
castañas. Mas en el púlpito, pardiez que fue una de las catorce. Por
otra parte, no me espanto, que quizá lo halló aquel bendito escrito en
algún cartapacio de alquiler y se le dieron con condición que lo dijese
todo como en ello se contenía, y emborrolo; o quizá de puro respeto o
de vergüenza. También le excuso por, ignorante, pero no de ser
LA PÍCARA JUSTINA 111

ignorante. Pero, ¿quién me hace a mí portazguera de púlpito ni


alcabalera de echacuervos? Mas no importa, que las necias, digo, las
mujeres, siempre tenemos pagado el alquiler de los cascabeles para
entrar en esta danza.
Mucho hace quien resiste
a las malas inclinaciones.
Pero cierto que no iba a decir nada desto de prédicas, sino que se
atravesó el acho y birlele. Iba a decirles que echen de ver que no hace
poco quien, naciendo de tales madres, se refrena, ni mucho quien se
desenfrena, que las hijas son esponjas de las madres.
Que es cansancio hablar con seso.
A fe, que he estirado bien la cuerda del ser cuerda. Ya bostezo.
¡Jesús, mis brazos! Entumida estoy, cansada estoy de tanto asiento y
enfadada de tanto seso. Ahora digo que no hay mayor trabajo que
obligase un hombre a hablar en seso media hora. Pardiez, ya temía
que me nacieran rugas en las entendederas; ya pensé criaba moho el
molde de las aleluyas, y telarañas el de decir gracias; ya me daba
brincos el corazón por decir de lo bien hilado, que los sentidos
habituados a decir gracias son como danzantes de aldea, que si una
vez se calzan los cascabeles para subir al tablado, no los harán
detener cuarenta alcaldes de corte.

APROVECHAMIENTO
No dice mal esta libre mujer en que todas las cosas tornan a su principio,
pero es culpable ella y otras de su jaez en no inferir deste punto que, pues el
nuestro fue tierra, polvo y ceniza, obremos como quien teme al que puso al
hombre este fin y paradero, y como quien agradece el haber salido de tal
principio, y como quien ha de volver a Dios, que es universal principio.
112 LA PÍCARA JUSTINA
LA PÍCARA JUSTINA 113

LIBRO SEGUNDO
INTITULADO

LA PÍCARA ROMERA,
EN QUE SE TRATA LA JORNADA DE ARENILLAS
114 LA PÍCARA JUSTINA

[PRIMERA PARTE
DEL] LIBRO SEGUNDO
DE LA PÍCARA ROMERA

CAPÍTULO PRIMERO
DE LA ROMERA BAILONA

NÚMERO PRIMERO
De la castañeta repentina.
Suma del número.
CANCIÓN DE A OCHO
Trata este número cómo en una romería
que hizo Justina, se mostró andariega y
bailadera. Y que en ella había mucha
libertad y gusto.
El Gusto y Libertad determinaron
pintar una bandera
con sus triumphos, motes y corona.
Y, aunque varios, en esto concordaron:
Libertad saque a Justina por romera,
el Gusto saque a la misma por bailona.
sea el mote: En Justina,
de gusto y libertad hay una mina.
Vida, llamada puerta del otro siglo.

S
I es verdadero el título que los poetas dieron a la vida presente y
a la inclinación natural que más florece, llamándola puerta del
otro siglo, yo digo que los dos quicios de mi puerta (que son las
dos más vehementes inclinaciones mías), fueron, y son, andar sin son
y bailar al de un pandero. Otras dirán que quieren su alma más que
sesenta panderos, mas yo digo de mí que en el tiempo de mi
mocedad quise más un pandero que a sesenta almas, porque muchas
veces dejé de hacer lo que debía por no querer desempanderarme.
Dios me perdone.
Justina comparada a Orfeo, y por qué.
LA PÍCARA JUSTINA 115

Con un adufe en las manos, era yo un Orfeo, que si dél se dice que
era tan dulce su música que hacía bailar las piedras, montes y
peñascos, yo podré decir que era una Orfea, porque tarde hubo que
cogí entre manos una moza montañesa, tosca, bronca, zafia y pesada,
encogida, lerda y tosca, y cuando vino la noche ya tenía encajados
tres sones, y los pies (con traerlos herrados de ramplón, con un
zapato de fraile dominico) los meneaba como si fueran de pluma; y
las manos, que un momento antes parecían trancas de puerta,
andaban más listas que lanzaderas. Todo es caer en buenas manos,
que quien las sabe, las tañe. Mas ¿qué mucho que fuese amiga de
adufe, pues mamé en la leche la flauta y tamboril de mi agüelo, el que
murió con la gaita atorada en el gaznate?
Qué cosi cosi a propósito de la
gaita del abuelo de Justina.
Antes que pase adelante, quiero contar un cuento a propósito de
la gaita que tapó a mi abuelo las vías. A un comediante oí yo una vez
apostar que nadie acertaría cómo es posible tapar siete agujeros con
uno o uno con siete. Yo, acordándome de la muerte de mi abuelo, dije
que los siete agujeros de la flauta los tapó mí abuelo con un agujero
del gaznate, y el uno del gaznate con los siete de la flauta. Con esto,
gané la apuesta, que fue unos chapines, con que me engreí; aunque
miento, que con ellos me humilló mi novio. Pero esto no es de aquí,
sino del medio.
Así que, el un quicio o polo de mi vida fue ser gran bailadora,
saltadera, adufera, castañetera, y la risa me retozaba en el cuerpo y,
de cuando en cuando, me hacía gorgoritos en los dientes.
La mejor comida y la mayor romería.
La segunda inclinación era andar mucho. Hubo un emperador
que dijo que la mejor comida era la que venía de más lejos, y yo sentía
que la mejor romería y estación era la de más lejos. Decía la otra: El
sancto que yo más visito es San Alejos. A la verdad, esto de ser las
mujeres amigas de andar, general herencia es de todas.
Todas las mujeres son andariegas,
y dispútase cuál sea la causa.
Y cierto que muchas veces he visto disputar cuál sea la causa por
qué las mujeres generalmente somos andariegas, y será bien que yo
dé mi alcaldada en esto, pues es caso propio de mi escuela.
Libro de las Cortes de las damas.
Un librito que se intitula Cortes de las damas dice que en las
cortes de las damas que se celebraron en el Parnaso se propuso esta
cuestión, y que sobre ella hubieron varios pareceres.
Primer parecer.
116 LA PÍCARA JUSTINA

Unos dijeron que la primera mujer fue hecha de un hombre que


estaba soñando, y que el sueño era que andaba por la posta una gran
jornada sin saber adónde iba ni para qué, y que así salieron las
mujeres tan andariegas, que salen de casa, y si las preguntáis dónde,
dirán que van a salir de casa, y no hay más cuenta.
Segundo parecer.
Otro reprobó este parecer, diciendo que tan viva y despierta
inclinación de andar no pudo tener principio en andador soñado, y
así dijo que pensaba que el pedazo de hueso o carne de que fue
formada la primera mujer fue hecho de tierra de mina de azogue, que
es bullicioso, inquieto y andariego.
Tercer parecer.
Otro dijo:
—No fue eso, sino que, en realidad de verdad, la mujer fue hecha
de un hombre dormido, y él, cuando despertó, tentose el lado del
corazón, y hallando que tenía una costilla de menos, preguntó a la
mujer:
—Hermana, ¿dónde está mi costilla? Dámela acá, que tú me la
tienes.
La mujer comenzó a contar sus costillas, y viendo que no tenía
costilla alguna de sobra, respondió:
—Hermano, tú debes de estar soñando todavía. Yo mis costillas
me tengo y no tengo ninguna de más.
Replicó el hombre:
—Hermana, aquí no hay otra persona que me pueda haber
descostillado. Tú me la has de dar o buscarla. Anda, ve, búscala y
tráemela aquí.
Pregón de la primera mujer.
La mujer se partió, y anduvo por todo el mundo pregonando:
—Si alguno hubiere hallado una costilla que se perdió a mi
marido, o supiere quien tiene alguna de más, véngalo diciendo y
pagarásele el hallazgo y el trabajo.
Mujeres, andan en busca de la costilla, etc.
Y de aquí les vino a las mujeres que, como la primera iba
pregonando, ellas salen vocineras, y como nunca acaban de hallar
quien tenga una costilla de más, nacen inclinadas a andar en busca de
la costilla y viendo si hallan hombres con alguna costilla de sobra.
Bien veo que esta es blasfemia para creída y fábula para reída y, para
entendida símbolo y catecismo no malo. Pero vaya de cuento.
Cuarto parecer de un galán.
Llegó a las cortes un enamorado, y dijo:
LA PÍCARA JUSTINA 117

—Las mujeres son cielos acá en la tierra, y por esto andan en


perpetuo movimiento como los cielos.
Bien hubiera dicho este galán, si las mujeres fuéramos
incorruptibles como los cielos, pero ni lo somos, ni él las buscaba así.
Muchos pareceres hubo que, por estar algo desarropados, no osan
salir al teatro y también por dar lugar a que salga uno muy acertado,
el cual dio la doncella Teodora, en el cual no sólo la razón de ser las
mujeres amigas de andar, pero declaró la causa porque todas, por la
mayor parte, somos amigas de bailar, en lo cual venció el parecer de
otra discreta dama, que afirmó sólo ser natural en las mujeres el
andar mucho, y que si son también amigas de bailar es por andar.
Mujeres bailan mucho por andar mucho.
Y vese en que las que pueden andar mucho, no bailan, sino
andan. Pero las que no tienen licencia para andar mucho, bailan
mucho, porque ya que no andan en largo, andan en ancho.
Trae a propósito el cuento y el dicho
del que se paseaba todo un día sobre
un ladrillo.
Este parecer hace mucho agravio a todo el hembruno, porque es
decir que son tan locas como el otro que se paseaba todo el día sobre
un ladrillo solo, y si le reñían, decía:
—Necios, cuando viene la noche, tantas leguas he andado yo como
un correo de a pie, sino que lo que él anda a lo largo lo ando yo en
redondo.
Sexto parecer de la doncella Teodora.
Pero la doncella Teodora dio mejor en el punto, y de cada una de
las dos inclinaciones de andar y bailar dio su distinta razón, aunque
en alguna manera redujo ambas cosas a un principio y razón, y dijo
así:
Cómo es mal y cómo no el
servir la mujer al hombre.
—Habéis de suponer, ilustres madamas y daifises, que aunque sea
cosa tan natural como obligatoria que el hombre sea señor natural de
su mujer, pero que el hombre tenga rendida a la mujer, aunque la
pese, eso no es natural, sino contra su humana naturaleza, porque es
captividad, pena, maldición y castigo. Y como sea natural el
aborrecimiento desta servidumbre forzosa y contraria a la naturaleza,
no hay cosa que más huyamos ni que más nos pene que el estar
atenidas contra nuestra voluntad a la de nuestros maridos, y
generalmente a la obediencia de cualquier hombre. De aquí viene que
el deseo de vernos libres desta penalidad nos pone alas en los pies.
Vean aquí la razón por qué somos andariegas.
118 LA PÍCARA JUSTINA

Conclusión de lo dicho: por qué las


mujeres son amigas de bailar.
Y la que hay para que seamos tan amigas de bailar, es la siguiente:
en el bailar hay dos cosas, la una es andar mucho, y la otra es
alegrarnos mucho con el alegre son. Y como en el estar sujetas hay
dos males, el uno estar atadas para no poder salir donde queremos, el
otro estar tristes de vernos oprimidas, y tanto, que no hay necio a
quien no le parezca que hace suerte en decir mal de nosotras, como si
fuéramos todas burras de venta y en mala feria, que para ser
compradas hayamos de ser vituperadas. Y como en el bailar hay dos
bienes contra estos dos males, el uno el andar y el otro el alegrarnos,
tomamos por medio de estas dos alas para huir de nuestras penas y
estas dos capas para cubrir nuestras menguas. Y esta es la causa
porque somos tan amigas de la baila, que encierra dos bienes contra
dos males.
Teodora laureada en las cortes.
Celebrose mucho este parecer en las cortes, dando a Teodora la
palma de discreta por una resolución tan atinada.
Ansí que, señores, no se espanten que Justina sea amiga de bailar
y andar, pues demás de ser herencia de agüelas, es propriedad de
muchas, especialmente de todas.
Encarece el ser amiga de gusto y libertad.
Verdad es que yo aumenté al mayorazgo lo que fue bueno de
bienes libres, porque en toda mi vida otra hacienda hice ni otro tesoro
atesoré, sino una mina de gusto y libertad. De modo que, aunque
entre la libertad y el gusto hubieran sucedido las discordias que
fingen los poetas, podrás creer que yo sola bastara a ponerlos en paz,
dándoles en mí campo franco para dibujar en mí sus blasones,
tropheos, victorias y ganancias.
El gusto y libertad concordan en
tener comunes tropheos en Justina.
Que cuando el gusto me considera tan bailona y la libertad tan
soltera y tan tronera, se contentan uno y otro con tener por armas y
divisa a sola Justina, única amada suya y propria mina de todos los
deleites suyos, confusión mía, escarmiento tuyo.
Herederos descuidados.
Muertos, pues, mi padre y madre, y entregados mis hermanos en
el cuerpo de la hacienda, y aun en el alma della, que es la bolsa, sin
decir más misas por sus ánimas que si murieran comentando el
Alcorán o haciendo la barah, tomé ocasión de andarme de romería en
romería, con achaque de hacer algo por ellos, porque se me deparase
quien hiciese algo por mí. Y a fe de veras, que sí ahora no tuviera más
LA PÍCARA JUSTINA 119

malicia que entonces, valiera mi saya un manto de burato. Verdad es


que era moza alegre y de la tierra, y, en viendo bailar, me retozaba la
risa en el cuerpo, y para hacer yo cada semana siete romerías de a
nueve leguas cada una, no había menester más razón que ver andar
la veleta de ábrego.
La primera que hice, después que murió mi madre, fue a Arenillas
la cual contaré por extenso, por cuanto en ella hubieron cosas dignas
de memoria.
Cisneros y la behetría.
Es Arenillas un pueblo que cae junto a Cisneros, donde hay la
behetría, de la cual dijo el otro bellacón que preguntó al diablo si
entendía los aranceles de aquella behetría, y respondió que toda una
noche había estudiádolos y no los había podido entender. A esta
romería fui desde mi casa de Mansilla.
Propriedad de las cigüeñas.
Salí de noche, como cigüeña que va a veranadero, aunque miento,
que las cigüeñas nunca hombre las vio salir, mas a mí me vio un
tabernero; por más señas, que me dijo, viéndome ir vestida de
colorado:
—Colorada va la novia, ella resbalará, o cairá, o cairá.
Mal haya quien no le dio docientos por adivino, pues, en efecto de
verdad, ya que no caí, resbalé.
Llega a la romería.
A Arenillas llegué a las doce del día a lo menos, entre once y
mona, cuando canta el gocho. Holgueme de ver en campo raso tantos
campesinos que me olían a camisa limpia, que son los ámbares de
aquella tierra. Viendo tanta gente, dije a mi vergüenza que me fuese a
comprar unos berros a la Alhambra de Granada. Luego, como buen
predicadero, di una vuelta al auditorio con los ojos, y no sé qué
fumecinos me dieron, que me parecía otro mundo.
La castañeta repentina.
Vi de lejos que había baile y, pardiez, no me pude contener, que,
sin apearme de la carreta, puse en razón mis castañuelas y en el aire
repiqué mis castañetas de repica punto, a lo deligo, y di dos vueltas a
buen son. Fue este movimiento tan natural en mí, tan repentino y de
improviso, que cuando torné sobre mí y advertí que había hecho son
con las castañetas, si no viera que las tenía en los dedos, jurara que
ellas de suyo se habían tañido, como las campanas de Velilla y
Zamora.
Instrumentos unísonos a propósito.
120 LA PÍCARA JUSTINA

Yo había oído decir que afirman doctores graves que cuando dos
instrumentos están bien templados en una misma proporción y
punto, ellos se tañen de suyo, y entonces me confirmé en que era
verdad, porque como mis castañetas estaban bien templadas, y con
tal maestría, que estaban en proporción de todo pandero, no hubieron
bien sentido el son, cuando ellas hicieron el suyo, y dispararon una
castañeta repentina, para que dijese a los señores panderos: acá
estamos todos. Como el bobo de Plasencia que, abscondido de una
dama debajo de la cama, luego que vio entrar el galán, salió de
adonde le había metido la dama, y dijo:
—Acá tamo toro.
Quizá pudo ser que aquella castañeta repentina se causó de que
las castañetas retozaban de holgadas, y no me espanto, supuesto que
en aquel momento se cumplían veinte y cuatro horas que no sabían
qué cosa era siquiera un adarme de golpecito.
Oyó el son un primo mío que guiaba el carro, y no tanto por mal
ejemplo que tomase (que también él era de los de la baila), ni por
pena que tuviese de ver bailar antes de misa, sino por temor de que
no se le espantasen las mulas, que eran nuevas, me riñó a lo socarrón,
diciendo:
Riñe su primo a Justina.
—Prima, muy a punto venían esas tabletas de San Lázaro. Muy
poca pena tenéis vos de la muerte de vuestra madre, mi tía, y de la de
mi tío, vuestro padre, que Dios tenga en el cielo.
Pardiez, si entonces tuviera mi vergüenza en casa, yo me corriera,
pero como no había venido de la Alhambra, donde la despaché por
berros, llamé al enojo, y con su ayuda dije:
De puro enojada, dice mal de su padre.
—Tenga en el cielo, tenga en el cielo, por cierto, tenga, porque
según vuestro tío era de urgandilla y amigo de husmearlo todo, y
según era cohete y busca ruido como su sobrino, y según era amigo
de verlo y escudriñarlo todo sin parar en ninguna parte, imagino que,
si posible fuera salirse las gentes del cielo, no le pudieran detener allá,
ni detenerle de que nos viniera a ver y tantear los pasos y contar si las
castañetadas fueron una o dos, como si fuera caso de Inquisición, que
se examinan los relapsos. Mira ahora, ¡para una castañeta repentina,
que se le podía soltar a un ermitaño, tanto ruido!
Pardiez, ello medio bobería parece, mas díjela con enojo, y luego
pedí perdón a Dios. Prosiguiendo mi enojo, le dije:
Respuesta de Justina.
LA PÍCARA JUSTINA 121

—¿Juraréis vos que fue castañeta lo que oístes?, ¿berros se os


antojan? Aguardad, que luego os los traerá una criada mía a quien
envié por ellos al Alhambra. ¡Bobo, tocan a misa, y piensa el muy
majadero que las repicamos a buen son!
En diciendo que dije esto de la misa, un esgrimidor que estaba
junto a nosotros (que siempre me depara la ventura con gente desta
cazolada), me dijo:
Misa breve.
—¡Oh, qué lindo! ¿Misa ahora? Por Dios, señora hermosa, que lo
que es misa voló, que en este punto dice la postrera el cura de Guaza.
Por señas que entre Dominus vobiscum y Amén no dejaba tragar saliva
al monacillo. Que aunque se puede pensar que lo hace por no hacer
falta a un convite de boda, pero creo que es porque los clérigos no
dicen misa después de medio día.
Misa mal oída.
Con todo eso, fuimos allá, y no con poca prisa, y todo fue
necesario, que por pocas no oyéramos misa; mas, si plugo a Dios,
llegamos al Ite missa est, y entre tanto que duró el oírle, encomendé a
Dios a mis padres y abuelos y todo el estado eclesiástico y la Casa
Real, los buenos temporales, la paz de los príncipes cristianos, los
pecadores y pecadoras, en mis pobres oraciones. Ello poco tiempo
fue, mas la oración breve diz que penetra los cielos, y aun en una
oración de ciego oí decir que las oraciones breves, si son fervorosas,
son como barreno de gitano o como ganzúa de ladrón, que en un
soplo hacen su efecto.

APROVECHAMIENTO
Muchos y muchas de las que en nuestros tiempos van a romerías, que van a
ellas con sólo espíritu de curiosidad y ociosidad, son justamente reprensibles
y comparados a aquellos peregrinos israelitas que, caminando por el desierto
a donde Dios les guiaba, dieron en ser idólatras. Y nota el modo de oír misa
que se pinta desta mujer libre y olvidada de Dios.
122 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO SEGUNDO
Del escudero enfadoso
Suma del número.
VILLANCICO
Muy bien la fablé yo,
mas ella me respondió:
Jo, jo, jo, jo.
Un muy gordo tocinero,
obligado de Medina,
quiso servir a Justina
de galán y de escudero.
Ofreciola vino y pan,
queso, tocino y carnero,
y ella le ofreció un No quiero
tan gordo como el galán.
Muy bien la fablé yo, etc.
Los suspiros que arrojaba
este nuevo Gerineldos,
eran muy crudos rebueldos
con que el alma penetraba;
y entre suspiro y rebueldo,
sacó un hueso de tocino
y una botilla de vino,
diciendo: Vida, bebeldo.
Muy bien la fablé yo, etc.
Dijo corrido el galán:
¿Jo, jo a mí? ¿Soy yo jodío?
Mientes, mientes, amor mío,
que mi padre es Reduán.
Y así te juro, Jostina,
como moro bien nacido,
que de gana te convido
a tocino y a cecina.
Muy bien la fablé yo, etc.
LA PÍCARA JUSTINA 123

Salimos de la iglesia llevando algo picado el molino del estómago,


con ánimo de ir a moler debajo de nuestra carreta.
Vestido de la romera.
Y al salir de la iglesia, como yo vi tanto mirador por banda, íbame
hecha maya, y tenía por qué, pues iba de veinte y cinco, sin los de los
lados. Llevaba un rosario de coral muy gordo, que si no fuera moza,
me pudiera acotar a zaguán de colegio viejo, y tuviera la culpa el
rosario, que parecía gorda cadena. Mis cuerpos bajos, que servían de
balcón a una camisa de pechos, labrada de negra montería, bien
ladrada y mal corrida. Cinta de talle, que parecía visiblemente de
plata. Una saya colorada con que parecía cualque pimiento de Indias
o cualque ánima de cardenal. Un brial de color turquí sobre el cual
caían a plomo, borlas, cuentas y sartas, con que iba yo más
lominhiesta y lozana que acémila de duque con sus borlas y apatusco.
Un zapato colorado, no alpargatado, que en mi tiempo no se nos
entraba a las mozas tanto aire por los pies. Mis calzas de Villacastín,
algo desavenidas con la saya, porque ella se subía a mayores.
Argótides.
Mas si los hombres mordieran con los ojos, según fingieron los
argótides, ¡qué de tiras llevara mi saya!
Oculatos.
Si los ojos, de puro mirar, se ausentaran de los párpados y
desampararan sus encajes, como fingieron los oculatos, sin duda que
me dejaran pavonada a puro enjerir ojos sobre mí.
La mujer mirada, estímase a sí
y desprecia a otros.
Nunca gozamos las mujeres lo que vestimos, hasta que vemos que
nos ven. Y así, pude decir que hasta que vi que me miraban de
puntería, no supe lo que tenía puesto ni por poner. Mas en viendo
que me miraban a dos coros aquellos deceplinantes que estaban en
ringla a la puerta de la iglesia, luego di en lo que era.
¡Qué cosa es ver gente! Vive diez, que me entoné por más de un
hora, y que al mismo Narciso despreciara si por entonces llegara a mi
puerta. Es necedad pensar que mujer estimada haya de hacer caso de
quien la mira. Antes hará mercedes a un verdugo, si la amenaza con
la penca, que favores a quien la quita una gorra y se le humilla.
La mujer se compara al pulpo.
Somos como pulpo, que nos halla mejores quien nos obstiga más.
Y véolo claramente en que habiendo por dos veces columbrado dos
pollarancones de los que no me solían saber a ruibarbo ni oler a
cuerno, que si en otra ocasión los viera, por todo el mundo no dejara
124 LA PÍCARA JUSTINA

de decirlos un remoquete en el aire (porque esto de un conceto agudo


siempre lo gasté), mas por verme tan llena de borlas y falsas riendas,
tan ojeada y reverenciada, no los hablé más que si estuviera en muda.
Cierto que eran de oír.
Unos me decían: Dios te bendiga, viéndome tan cariampollar. Otros
guiñaban con los ojos y me hacían el ademán del vino de al diablo,
que es el mejor, según Móstoles. Otros me hablaban con la boca del
estómago.
Píntase el talle del tocinero enamorado.
Y en este número entra un tocinero, obligado de la tocinería de
Ríoseco, muy gordo de cuerpo y chico de brazos, que parecía
puramente cuero lleno. Unos ojos tristes y medio vueltos, que
parecían de besugo cocido; una cara labrada de manchas, como labor
de caldera; un pescuezo de toro; un cuello de escarola esparragada;
un sayo de nesgas, que parecía zarcera de bodega; una calzas
redondas, con que parecía mula de alquiler con atabales; unas botas
de vaqueta tan quemadas, que parecían de vidrio helado; una espada
con sarampión en la hoja y viruelas en la vaina; una capa de paño tan
tosco y tieso, que parecía cortada de tela de artesa. Con esta figura,
salía más tieso que si fuera almidonado.
Contentele. Negra fue la hora. Pegóseme como ladilla. Quísome
hablar; no supo. Quísele despedir, no pude. Iba tan junto conmigo,
como si tuviera de tarea el injerir su bobería en mi picaranzona.
Ademanes del tocinero.
Y, de cuando en cuando, por hacerme la fiesta, hacía un rodeón de
pescuezo, cuerpo y espada (que todo parecía de una pieza), y cada
vez que volvía, me asestaba dos ojos del tamaño y color de dos
bodoques, y a cada bodocada, despedía un rebueldo, y tras él, como
cuando tras el rayo sale el trueno, me decía con una voz de mulo:
Razonamiento del tocinero.
—Señora Jostina, almorcemos, que no ha de faltar pan y vino,
carne y tocino, queso y cecina.
Yo, que nunca aguardo a desquitarme al miércoles corvillo, le dije:
—Jo, jo, jo, jo.
Él volvió, y con gran sinceridad me preguntó:
—¿Con quién habla, señora?
Yo dije:
—Señor, está aquí cerca mi pollino, el cual da fastidio, y si no digo
esto, no habrá diablo que le eche de adonde está.
LA PÍCARA JUSTINA 125

Creyolo el buen Juan Pancorvo, que ansí se llamaba el mal


logrado, y volviose a mirar atentamente mi pollino, rogándole con el
mirar de ojos que, por la amistad, lo dejase.
¡Maldígate Motezuma, tocinero de Burrabás, que aun ahora no me
parece que he acabado de abroquelarme de las estocadas que contra
mí sacaste de la vaina de tu estómago y de los tiros de tu boca, tan
secreta de palabras cuan pública de rebueldos!
Fue tanto el asco que me dio, que pensé que me dejaba conjurada la
gana de comer por un año. Donde quiera que iba, me seguía. No me
valían trazas; a todo salía. No me dejaba. No, a lo menos, por lo que
yo tenía de Elías ni él de Eliseo, que tan pecador era él como yo, salvo
que él pecaba caballero en un asno y yo al pie de la letra.
El era bobo en grado superlativo. Tantas veces le deseché, que él
se echó a pensar una traza con que me obligar, y fue que, echando
mano a la cinta, desenvainó una botilla de vino, y de la faltriquera un
zancarrón de tocino envuelto en un cernadero. Y con la bota en la
mano me saludó diciendo:
—Vida, mire qué belleza. Viva y beba, que es rico, rico, rico.
Fisga Justina del tocinero.
Yo, que me pico algo de poeturria, dije al mismo punto:
—Borrico, borrico, borrico, jo, jo, jo.
El tornó a mirar si acaso yo hablaba con el pollino, como la vez
pasada, y viendo que el pollino no parecía, medio corrido, medio
atolondrado, medio amante, medio enojado, me dijo:
—¿Jo, jo a mí, Jostina? ¿Soy yo jodío? Juro a San Polo que era mi
padre de la Alhambra y de los Reduanes. ¡Mire cómo podía ser jodío!
Yo, que oí ser Reduán, le dije:
—¡Oh, señor Reduán! Pues si es Reduán de los finos, yo quiero
ver cómo corre la vega en mi servicio. Vaya v. m., ande este campo,
haga gentilezas, y entre ellas una sea que me compre una sortija de
azabache, tan negra como estuviera ese sombrero suyo, si estuviera
bien teñido. Y no se me enoje, que no le dije jo, jo, por motejarle de
jodío, Muy lejos voy de eso. Y yo le diré el por qué cuando me
compre la sortija. Por ahora no digo más, sino que por tenerle por
muy caballero le dije lo que le dije.
Con esto conjuré aquella fantasma, y fue a correr la vega
pensando diligenciar la sortija, mientras yo diligenciaba el
absconderme donde correr la sortija, quiero decir, huir de adonde me
encontrase para darme la prometida.
Cuán penoso sea un bobo enamorado.
126 LA PÍCARA JUSTINA

Ciertamente, que no hay cosa más penosa que uno destos


caimanes enamorados. Son los tales como tiro, que si va muy atacado
y dispara, vuelve en daño lo que pudiera ser de gusto y de provecho.
Aquel necio más provecho se hiciera si dijera con el corazón (no
pudiendo o no sabiendo con la boca) a mí, que no pido. ¿Pues decir
que supo él manifestar su cuidado más que un jumento? En mi vida
vi amor enalbardado, si no fue este.
Contrapone las necedades de un necio
amante a los hechos de un discreto.
Miren qué aliño de dárseme a entender un hombre que, en vez de
ardientes suspiros, despachaba por instantes rebueldos que salían de
lo íntimo de la yel, que eran harto más a propósito de dar muestras
de una infernal piscina, que publicar tiernos sentimientos de un
corazón herido dulcemente.
Palomas desterradas, porque
requiebran con rebueldos.
De las palomas dicen las fábulas que las desterró del cielo el dios
de amor, aunque nieto y descendiente suyo. Y yo no hallo que pueda
haber habido otra causa, sino porque el dios de amor tiene por
asquerosos los amores del palomo, por cuanto van insertos en
rebueldos. ¡Miren cómo no me había de ofender a mí amor tan
aborrecible, que aun enfada al ahidalgado y sufrido dios de amor!
Celso y su transformación.
¡Qué Celso amador habíamos encontrado, el cual, a petición de su
dama, que era amiga de oír músicas en carros triunfales, se
transformó en el carro y buccina del cielo, para que su dama tuviese
carro triunfal incorruptible y, juntamente, música incansable!

Transfórmase Celso en el carro y la buccina.


Reniego de su bocina roldana, que tal son ella me hizo. ¡Mirad,
por vuestra vida, qué billetes en papel dorado!, ¡qué tercera
subtilmente injerida como cuña!, ¡qué dos mil patacones ojigallos
para guantes, conforme a la ley del siglo dorado!, que decía aquello
que tradujo el poeta, y dice:
Amor interesal.
Si tienen puntas de oro las saetas,
Amor puede al seguro hacer sus tretas.
¡Qué pasacalles en falsete!, ¡qué chinas al marco o golpecitos de
celosía!, ¡qué coplas en esdrújulos!, ¡qué canciones tan menudeadas
que unas a otras se alcanzasen, sino un rebueldo y otro tras él! Por él
se podía decir: ¿Sospirestes, vida mía? No señor, sino regoldede.
LA PÍCARA JUSTINA 127

Enfada que al maldiciente


le parezca alguno bien.
Corrida estoy de haber parecido bien a un tan mal pretendiente.
Más me holgara que dijera mal de mí, como el otro caballero que riñó
con un gran murmurador, y le dijo:
—Señor fulano, hanme dicho que todos los hombres honrados
deste lugar os parecen mal y habláis mal dellos, y que sólo yo os he
parecido bien, y decís bien de mí. Pues juro a diez y a esta cruz que, si
de mí habláis bien, os he de sacar la lengua por el colodrillo, que a
quien tan mal le parecen tantos hombres honrados, córrome yo de
parecerle bien. Decid mal de mí como dellos, para que entienda yo
que soy tan honrado corno ellos.
Consuélase de haber parecido bien a un bobo.
Así que estoy corrida de haber parecido bien a este burrihombre.
Mas, pues no se queja el dorado y rubio sol de que le miren tantos
feos, y el cielo no se cansa de que le miren tantos bobos, quiero
sobreseer del enfado, con presupuesto de no acordarme dél, si no
fuere cuando tenga hipo tras carcajada. Sólo digo que tornó a
buscarme con la sortija, pero yo me hice reina de Tacamaca, que
donde estaba no parecía y estaba encobertada. Dejo esto.
En resolución, yo despedí a mi avechucho y me fui a mi carreta,
donde asentamos real yo y la parentela de Mansilla, donde comimos
a dos carrillos lo que teníamos (y aun lo que no teníamos), y pasaron
lindos chistes. Excusome de ponerlo aquí el que, para hacer el retal de
las Carnestolendas, llevó de mi casa listas de seda, que en otra tela
vinieran bien. Digo que me hurtaron los escritos de lo que en todo
este convite y sus chistes pasó.
Y digamos a lo breve este paso, que, como dicen los labradores,
cuento de socarro, nunca malo.

APROVECHAMIENTO
Es tan sutil el engaño y engaños de la carne, que a los broncos, zafios e
ignorantes persuade con sus embustes y embeleca con sus regalos.
128 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO TERCERO
Del convite alegre y triste.

ENDECHAS CON VUELTA


No hay placer que dure,
ni humana voluntad que no se mude.
Cómo Justina dice muchos donaires.
Sentose a comer
la hermosa aldeana,
la que come ojos,
corazones y almas.
Dice mil apodos,
lindezas y gracias;
Fortuna, invidiosa.
las trueca en desgracias.
Que no hay placer que dure, etc.
Córrenla envidiosos; espántanse las mulas.
La envidia es arpía,
tigre y fiera hircana,
que en ajenos bienes
halla muerte y rabia.
Y viendo Justina
que ésta la maltrata,
con sentidas quejas
así lamentaba:
Que no hay placer que dure, etc.
Van tras ellas, y ella muy sin
cuidado, se va al baile y baila.
Con boca de perlas
mil perlas derrama,
pero los villanos
nada bueno alaban.
Que lo amargo es dulce,
si hay voluntad sana,
pero si está enferma,
lo sabroso amarga.
Que no hay placer que dure, etc.
LA PÍCARA JUSTINA 129

Mas considerando
que Fortuna es varia,
trueca sus suspiros
en gustos del alma.
Da higas al tiempo
y a la vil mudanza,
y al son de un adufe
esto dice y baila:
No hay placer que dure,
ni humana voluntad que no se mude.
Epítetos del tocinero enamorado.
Epítetos del necio galán.
Despedida aquella fantasma tocinera, aquel galán de ramplón, aquel
amante inserto en salvaje, me acogí debajo del pabellón de nuestra
carreta, donde nos asentamos yo y mi gente ras con ras por el suelo,
como monas. Estaban conmigo unas primillas mías, de buen fregado,
pero no tan primas que no fuese más la envidia que mostraban que el
amor que me tenían. Tenían por gran primor el servir a mis primos
de estropajo, y así las trataban ellos como a estropajos.
La mujer sólo compra barato lo que estima en poco.
Mas yo a ellos y a ellas hacía que me respetasen, y aun los
despreciaba, porque siempre tuve por regla verdadera que la mujer
sólo compra barato aquello que estima en poco.
Con todo eso, quise dar vado al virotismo y soltar el chorro a la
vena de las gracias y apodos, que es sciencia de entre bocado y sorbo.
Bien sé que no he errado cosa tanto en mi vida, porque las gracias no
son para villanos, y menos para entre parientes. El afeite, la gala, la
damería, la libertad, el favor, el dicho, el donaire, parece bien al yente
y viniente, pero no al pariente. Es como los que dicen: Justicia, y no por
mi casa. Ya se erró. Contémoslos, que de mis cascos quebrados habrá
quien haga cobertera para la olla de las gracias, para que no se le
vierta cuando más yerva.
Comen debajo de la carreta.
Comenzamos a hacer penitencia con un jamón y con ciertas
genobradas, bien obradas, y con nuestras piernas fiambres llenas de
clavos y ajos, y llueva el cielo agua.
Justina no bebe agua.
Miento, que maldita la gota bebí, porque en nuestra tierra
destétannos a las mozas con la que llora la uva por agosto, a causa de
que todas somos friolentas y boca de invierno, como dijo el otro que
nos vendió el rocín por mayo. Yo estaba recostada en el suelo a la
130 LA PÍCARA JUSTINA

usanza de los convites de los hebreos, y no me faltaba razón. Mis


primos y primas, todos echados en ala, que parecíamos tinajas
sacadas a lavar.
Mujeres parlan en misa.
Al principio de comer, no corría la vena, y así callábamos como en
misa, y aún más, que para las mujeres que contrapunteamos una misa
a lo jirguero, no es mucho encarecer; pero luego que el dios novio de
la vaca, que es el Baco carbonizó la hornacha, rechinaban las centellas
de los ojos y espumaba la olla por la lengua.
Justina movía plática.
A la verdad, si Justina no entonara los fuelles, maldita la tecla
había que sonara bien, sino que a ruido de una buena decidora todo
hace labor.
Enigmas de ‘qué cosi cosi’.
Pregunteles mil qué cosi cosi, y respondieron a todo como unos
muletos de tres años. Pregunteles cuál era la cosa de comer que,
siendo de carne, primero se cortaba el cuero que la carne; no dieron
en ello.
De la molleja.
Díjeles que era la molleja del ave, y persinábanse de verbum caro
como si relampagueara.
Enigma del cuerpo humano.
Pregunteles cuál era la cosa que con más carga pesa menos, pero
dieron en ello como en la ciudad de Constantinopla. Uno dijo que era
la porra de Hércules. Otros, que era el caballo Babieca. ¡Tómame el
tino! Y cuando los dije que era el cuerpo del hombre vivo, el cual
cuando está cargado de manjar pesa menos que cuando está vacío de
comida y muerto de hambre, por pocas se volvieran en matachines a
puro espantarse de la sabia Justina.
Discurre sobre que, tras cada gracia,
daban golpes en las espaldas.
Y eran tan discretas mis primazas o, por mejor decir, tan buenas
pagaderas, que me lo pagaban todo a golpes sobre mis espaldas.
Hacían bien, que si yo lo quisiera entender, me decían que gracias tan
mal recibidas las echase a las espaldas y al cabo del tranzado. En fin,
ellas, tras cada gracia, palmeteaban las espaldas, como si el decir
gracias fuera enfermar de tos, que se quita con golpe de espalda.
Otras mil preguntas les hice de las muy perfiladas, así de motes,
como de cifras y medallas, enigmas y cosicosas, mas para ellas era
hablarles en arábigo.
La ufanía ciega.
LA PÍCARA JUSTINA 131

Verdaderamente la ufanía de un vencimiento es ciega. Dígolo por


mí, que no miré que al paso que iban riendo mis agudezas, iban
envidiando mi buen entendimiento, y así iban resfriando la risa, hasta
tanto que se murió de frío, y después de muerta la enterraron la pena.
Pero mi orgullosa pujanza tenía vendados mis ojos para no echar de
ver que ya el placer había reconocido las riberas de su fin y que
aquella gente no estaba para gracias, y, en fin, siempre fue tan
celebrado como verdadero aquello que dijo el poeta español, y yo
cantaba:
No hay placer que dure,
ni humana voluntad que no se mude.
Yendo, pues, en alto mar de mi pujanza, queriendo, a lo solapado,
dar un picón a dos de los del corro, macho y femia, al uno de
comedor, y al otro de bebedor, escupí una bachillería que se me tornó
a la cara, y dije:
Pregunta maliciosa de Justina.
—Hola, oíd, que os quiero preguntar un qué cosi muy gustoso,
para que tornéis a enhilar el hilo de la risa. ¿Mas que no sabéis por
qué pintó Apeles a Ceres, diosa del pan, con un perrillo de falda, y a
Baco, dios del vino, con una mona?
Estaba allí una prima mía que había hablado con mi Apolo
(quiero decir, oídome a mí la resolución), y como tenía las armas de
mi sciencia y las de su invidia, entró con armas dobles, y con gran
desprecio (cosa que sentí mucho), me dio un mandoble, y dijo:
—¡Por cierto, sí! ¡Gran sabiduría! Ya no quiero callar como hasta
aquí he hecho, mas por ver que no dejas hacer baza y que hablas a
destajo, quiero decirlo.
Armas de Ceres y Baco, mona y perrillo, y por qué.
Y porque entiendas que si queremos hablar, podemos, y que
nuestro callar es de discretas y tu mucho hablar es de necia, mira: el
perrillo y la mona son dos animales los cuales crió naturaleza sólo a
fin de entretener las gentes con sus juegos, retozos y burlas y visajes,
y si dan a la diosa del pan, que es Ceres, y al dios del vino, que es
Baco, perrillo y mona, es porque se eche de ver que en habiendo que
comer y que beber, luego se sigue el haber entretenimientos, juegos; y
burlas, conforme al dicho de un poeta, que dijo:
Estos versos había oído a Justina la que los dijo.
Sin Baco y Ceres
son de sobra gustos, juegos y mujeres.
132 LA PÍCARA JUSTINA

Acertó. Corrime de verme cogida en mi trampa y empanada en


mi masa.
Nunca una desgracia viene sola, y sobre
esto es comparada a cosas graciosas.
Mas ya me contentara con que este disgusto fuera ciclán y sin
compañeros, pero nunca la adversa fortuna hizo una primera sin
hacer tras ella mazo o flux. Siempre llueve sobre mojado, como
distilación de alquitara; siempre pica sobre llagado como mosca; y es
de casta de albarda de rocín triste, que siempre cae sobre matadura.
Dígolo, porque luego que la primilla me fasquió de lleno, salió un
primo de bastos que, saliendo de su paso, aguzó, cosa desusada, y
dijo:
El malicioso comparado al pistolete indecente.
—Justina, ¿sabes qué se te puede decir acerca de tu misma
pregunta? Dos cosas: la una, que en esa pregunta muestras que eres
de casta de pistolete italiano, que apuntas a los pies y das en las
narices. Dígolo porque preguntas uno y malicias otro. Pero (dejando
aparte tus siniestros, que son más que de mula de alquiler), yo te
quiero responder a lo que has propuesto, ya que quieres que se ponga
la cátedra debajo del carro.
Justina con la bota al lado.
Digo, pues, que si aquí hay alguna persona que merezca nombre
de mona, eres tú. Lo uno, porque tienes la bota al lado (y decía
verdad, porque ella me rogó que defendiese su castidad, que corría
gran peligro, y tanto mayor, cuanto era más chica y ternecita), y lo
otro, porque si las armas y los nombres de Baco y Ceres se hubiesen
de repartir entre los del corro, a nosotros los hombres nos cabía el
nombre de Ceres y tener por armas perrillo de falda, y a las mujeres
el nombre de Baco y tener armas de mona.
Por qué se aplican a las mujeres las
armas de Baco, que son una mona.
Que por eso dijo el poeta picaresco que son los hombres cereros y
las mujeres bacunas. ¿Quiéreslo ver? ¿Qué hombre hay de nosotros
que, si le dejásedes, no os serviría de perrillo de falda sin dejar jamás
la tarea? Y en eso bien probada tenemos los hombres nuestra
intención. Pero tú y otras bailadoras como tú, que sois muchas,
especialmente todas, sois proprias monas, porque proprio de monas
es andar siempre bailando, ser mimosas melindreras y urgandillas. Y
yo seguro que antes de mucho te tome la mona y bailes.
Córrese Justina.
El Diablo se lo dijo. Por adivino, le pudieran dar docientos por
docena. Con esta respuesta me pagó el primillo. Confieso que lo
LA PÍCARA JUSTINA 133

pregunté con malicia, y confieso, no sin verecundia, que como tan sin
pensar revolvió sobre mí con tan buen discurso, no sólo no le di a él
ni a ellas más baya, pero me atajé y corté de manera que, por un buen
rato, no encontré con cosa buena ni mala que poder decir.
El buen decidor es de casta lanzadera, y por qué.
Un buen decidor o decidora es de casta de lanzadera, la cual
aunque muchas veces y mucho tiempo ande aguda y sutilmente
sobre los hilos de la tela, pero si por desdicha encuentra en uno solo,
aquél la ase y detiene. Así yo, aunque había gran rato dicho con
agudeza, topé en este hilo y perdí el hilo,
El ademán de Justina corrida.
Y, sin echarlo de ver, no hacía otra cosa sino mirar atentamente a
una cabeza de coneja monda y raída, después de repasada, que estaba
acaso en la mesa, y escarbarla con el dedo, como si allí me comiera.
Entonces, otro de la compañía, a quien jamás vi meter letra, ahora
dio tan en el punto, que en un punto me acabó de poner de lodo.
Condiciones de la adversa fortuna.
Como me vio estar maganta y pensativa, mirando tan
atentamente la calavera de conejo que yo tenía en las manos —que,
como dije, la fortuna adversa es tirana, si desea venganza es
insaciable, y a pendón herido da licencia general a todo necio para
que haga suerte en un discreto asomado. Y en parte hace bien, pues
con ellos gana la honra que pierde en ser tan favorecedora de bobos—
, dijo, pues, el decidor moderno:
El dicho de que se corrió Justina.
—Justina, si como creo que has sido pecadora, creyera que eras
penitente, dijera que, estando así pensativa mirando esa cadavera de
conejo que tienes en la mano, te estabas diciendo a ti misma:
Acuérdate, Justina, que eres conejo, y en conejo te has de volver.
A lo menos, no negaré que este dicho me tornó en gazapo, pues
me agazapó de modo que no dije más que si tuviera los dientes
zurcidos. Tanto fue lo que me hizo callar y encallar.
Mis invidiosas holgaban, la parentela reía, y todos daban las
carcajadas que se pudieran oír en Cambox. Yo, como avecindada en
la Corredera, quíseme vengar, y no fue poco ofrecérseme cómo
responder, de manera que le reñí al tono que él me habla reñido la
castañeta soltera. En fin, yo saqué fuerzas de flaqueza y troqué mi
cara por otro tanto de máscara de grave, y con ella, le dije:
Justina, con disimulación, hace que de grave
calla, y no de corrida. Y responde a punto.
134 LA PÍCARA JUSTINA

—Señores mancebo y mancebas y sor primazo: gentiles honras


hacen a su tía, mi madre, a quien Dios tenga en su gloria, pues con un
ite missa est que han rezado por su ánima, les parece que tienen
derecho a reírse con más bocas que pierna de pordiosero de cantón de
corte. Miren que es la casa baja y que con tantas carretadas de
carcajadas reventará la carreta.
Bien quisiera yo decirles más, pero a un corrido acábasele presto
el huelgo. El primo, como iba de vencimiento, sin interpolar risa —
antes, con mayor orgullo—, respondió al mismo tono que yo le
respondí cuando me retó la castañetada de marras. Y lo que me dijo,
fue:
—¡Boba allá, Justina!, no revientes tú de pena de estar corrida, que
la carreta segura está de eso. Justina, por tus ojos, que se te antojan
berros, que el ruido que has oído no son risas carcajales, sino que la
mula boba suena mucho los cascabeles del petral y collera. Verdad es
que yo no sé por qué ella lo hace, que comerle, nada le come, que está
encobertada. Debe de ser, sin duda, que la mula está corrida, como
tú, de que la llamamos la boba por mal nombre, y refunfuña.
En diciendo esto el primo, acaso la mula se meneó, y viendo que
le salía tan a cuento lo del refunfuño y los cascabeles acrecentó más la
risa suya y del auditorio, y todos (ni sé si a mí, si a la mula) dijeron:
—Jo, jo, jo!
Tan mal pronunciado como bien reído.
Huye la mula espantada.
Pardiez, la mula como todo andaba tan confuso y de revuelta, no
oyó bien, y aunque la decían jo, debió de pensar que la decían arte (si
ya de puro beodos no decían erre), y acordó de tomar las del
martillado.
Empanada de sesos.
Dio un estirijón para desasirse de la carreta con tanta fuerza, que
por pocas hubiera de hacer empanada de nuestros sesos, y aun fuera
con toda propriedad empanada, porque siendo nuestro seso tan poco
o tan ninguno, siendo empanada de sesos, fuera en pan nada.
Soltose la mula, quebró una maroma y el hilo de la risa. Pasó de
trápala por entre toda la gente, vendiendo coces a blanca y
encontrones a maravedí, y no se le dejaba de gastar la mercadería.
Si no me cayera tan en parte la pérdida de la mula y de su huida,
holgárame más que nadie de verla, aunque, para decir la verdad, tan
de corrida andaba yo como ella, y por eso no me vagaba el reír. No
me pesó del alboroto, porque a no romper el hilo de la matraca,
llevaban camino de torcer maroma con que ahorcarme.
LA PÍCARA JUSTINA 135

La mula andaba que parecía novillo encascabelado, y yo también


lo parecía con tanta sarta y apatusco como traía en la collera. Mis
parientes, los machos, fueron tras la mula. Mis parientas, las mulas,
quedáronse junto al carro recogiendo sobras, que eran aprovechadas
como monas de unto, y diz que sus abuelos fueron grandes
apañadores. Yo, pardiez, no soy tan apañadora ni aprovechada, si no
es de la ocasión. Esta tuve por buena para reírme un poco.
Ya me querrás reprender. ¿Qué querías que hiciese?, ¿correr? No
podía, porque con las sartas que llevaba hiciera más ruido que la
mula con sus cascabeles, y fueran muchos toros. ¿Había de llorar?
No, que si a la doncella Ío, por llorar la vaca, la llamaron jo, a mí por
lloramulas me llamaran mulata. ¿Habíame de sentar? Era mucha,
mucha, remucha flema, flemaza, para quien era prima de tan buenos
corredores. ¿Habíame de echar? Menos me convenía, porque
pensaran que, como pusilánime, me enterraba de pura pena, cosa tan
ajena de un corazón jinete. ¿Habíame de estar en pie como grulla?
Eso era mucho lanzón, en especial quien traía el molino corrido de
puro picado.
Prueba que lo más que le convenía fue irse a bailar.
En resolución, como me vi sola y a peligro de dar en la secta de la
melancólica, que es la herejía de la picaresca, determiné de irme al
baile, dando dos higas al tiempo y otras tantas a la mudanza, y
cuarenta mil a quien mal le pareciese. Senteme entre una camarada
de pollas que estaban en espetera aguardando el brindis de los
bailones. La moza que almohazaba al adufe, hasta que yo llegué,
había ido viento en popa, mas, en llegando yo, parece que reconoció
ser yo la princesa de las bailonas y emperatriz de los panderos, y
luego me rogó se le templase y pusiese en razón.
Tañe el pandero Justina.
Yo me hice de rogar, como es uso y costumbre de todo tañedor,
mas al cabo hice su gusto y el mío. Toqué el pandero y canté en
falsete unas endechas que yo sabía muy a propósito de mis sucesos,
cuya vuelta era:
Canta Justina al son del adufe.
No hay placer que dure,
ni humana voluntad que no se mude.
Salían estas palabras calientes del horno de mis fervorosas
imaginaciones, y así no dudo que avivaron más de dos friolentos.
Hecha mi levada, me torné a sentar, mas con la opinión de buena
oficiala de tañer y rebuena de cantar y rebonisa de bailar. Luego me
136 LA PÍCARA JUSTINA

apuntaron los bailones, no reparando en la poca antigüedad de mi


estancia ni en el agravio que se hacía en ser yo de las primero
escogidas, siendo la postrera venida, sino en los muchos méritos de
los buenos toques de pandero que habían visto y los de castañeta que
se esperaban. Sacáronme a bailar luego, lo cual no causó poco
fruncimiento, pero lleváronlo en dos veces. Sacome a bailar, en buena
estrena, un escholar, que siempre mí dicha me quería dar estos topes,
como si yo rabiara por ser de corona. Entonces, más quisiera yo que
me cayera en suerte un labrador, no, cierto, para que cultivara mis
dehesas ni labrara mis sotos, que no había aún llovido sobre cosa mía
que raíces tuviese, sino que son gustos. Pero al fin, no es fuerza que el
que escoge sea escogido, ni acendrado. Ley es de baile, salgan las que
sacan. Obedecí al sacamiento, y cuanto a la ejecución, apelé para las
castañuelas, mas ellas, de puro agudas, al instante me condenaron,
Entró el estudiante dando mil brincos y cabriolas en el aire, y yo a pie
quedo, como lo bailo menudito y de lo bien cernido y reposado, le
cansé a él y a otra trinca de compañeros suyos, que decían ser del
colegio de los dominicos de Sahagún. Mas, a lo que yo allí vi, ella es
gente floja para el oficio. Débelo de hacer que es muy húmeda aquella
tierra y mejor para criar nabos que bailadores.

APROVECHAMIENTO
La libertad y la demasía del gusto entorpece el entendimiento, de modo que
aun en los tristes sucesos no se vuelve una persona a Dios, mas antes
procura alargar la soga del gusto, con que al cabo ahoga su alma.
LA PÍCARA JUSTINA 137

NÚMERO CUARTO
Del robo de Justina.
Suma del número.
LIRAS
Una camarada, llamada la Vigornia,
robaron a Justina con un embuste
muy gracioso.
La Vigornia ladina
ordena una danza, máscara y canción,
con que coge a Justina
cantando en fabordón
su presa, su tropheo y su traición.
La máscara acababa
en robar la Boneta seis bergantes.
La Boneta cantaba:
Soy palma de danzantes,
Ay, ay, que me llevan los estudiantes.
Cogen en volandina
con este embuste a Justina descuidada.
La triste se amohína,
mas no aprovechó nada,
que fortuna, si sigue, da mazada.
Decía muy penosa:
Ay, ay, que me llevan los estudiantes.
Mas era ésta la glosa
de los mismos danzantes,
y así, todos pensaron ser lo que antes.
Ya venía la noche queriendo sepultar nuestra alegría en lo profundo
de sus tinieblas, cuando vi asomar una cuadrilla de estudiantes
disfrazados que venían en ala, como bandada de grullas, danzando y
cantando a las mil maravillas.
La Vigornia.
Eran siete de camarada, famosos bellacos que por excelencia se
intitulaban la Vigornia, y por este nombre eran conocidos en todo
Campos, y por esto solían también nombrarse los Campeones. Estos
traían por capitán a un mozo alto y seco, a quien ellos llamaban el
obispo don Pero Grullo, y cuadrábale bien el nombre. Cuadrole
138 LA PÍCARA JUSTINA

Justina para ser su feligresa, y enderezó la proa a someterme a su


jurisdictión, y sí hiciera, si mi industria no me hiciera exempta.
Disfraz de don Pero Grullo, obispo de la Picaranzona.
Éste venía en hábito de obispo de la Picaranzona. Traía al lado
otro estudiante vestido de picarona piltrafa a quien ellos llamaban la
Boneta, y cuadraba el nombre con el traje, porque venía toda vestida
de bonetes viejos, que parecía pelota de cuarterones. Los otros cinco
venían disfrazados de canónigos y arcedianos, a lo picaral. El uno se
llamaba el arcediano Mameluco, el otro el Alacrán, el otro el Birlo,
otro Pulpo, el otro el Draque, y las posturas y talles decían bien con
sus nombres.
La Boneta.
Era harto gracioso el disfraz para forjado de repente. Venían en el
proprio carro de mis primos, porque, con engaño, le habían cogido, y
como le enramaron a él y a la mula, no le conocí, porque entonces no
me entendía con carricoches rameros.
Canción del disfraz y el ademán de la Boneta.
Antes que hiciesen sus paradas, cantaban a bulto, como
borgoñones pordioseros, pero cuando paraba el carro, lo primero que
hacían era bajarse y danzar un poco de zurribanda, con corcovos, y
tras esto, a lo mejor del baile, cogían en brazos, a la picarona que
llamaban la Boneta y poníanla el bonete de don Pero Grullo y su
manteo roto, y metíanla en el carro con gran algazara, haciendo
ademán como que la robaban.
Luego se subían con ella al carro y cantaban una letrilla en
fabordón, la cual trataba de que por premio de buenos danzantes,
llevaban la moza llamada Boneta, que comenzaba y acababa la
canción. La Boneta tenía un buen tiple mudado. Lo que cantaba era
romance, con esta vuelta siguiente:
Vuelta de la canción del disfraz.
Yo soy palma de danzantes,
Y hoy me llevan los estudiantes.
Unas veces decía hoy, hoy, y otras decía ay, ay, con unos quejidos
tales, que parecía que real y verdaderamente la hurtaban. Con este
disfraz incensaron toda la romería, hasta que se cansaron todos de
verlos, y ellos cantar que cantarás.
Vigornia comparada al cínife, y por qué.
Con razón pudieran ser éstos comparados al cínife, que cuando
más muerde, más canta, pues cuando quisieron morder mi honor y
mi punto, cantaron en contrapunto.
Bullicio de la Vigornia.
LA PÍCARA JUSTINA 139

Aunque iban cantando todos los de la Vigornia, no les holgaba


miembro, porque con los pies danzaban, con el cuerpo cabriolaban,
con la mano izquierda daban cédulas, con la derecha bailaban, con la
boca cantaban, con los ojos comían mozas y, con el alma toda,
acechaban mí estancia, que por mí lo habían, y mi muerte clara
intentaban para echarme en sal en su carreta. No quiero dejar de decir
las cédulas que daban a los circunstantes, por que vaya el cuento con
raíces y césped.
Cédulas del disfraz.
Una cédula decía:
¡Oh, qué lindas niñas,
si pagan primicias!
Otra decía:
Bien estudiado habemos,
si a nuestro obispo aplacemos.
Otra, que pronosticaba que mis borlas habían de ser ornato de sus
bonetes y galas del pendón de su triunfo, decía así:
Doctor, ¡ea!, ganad las borlas,
que aquí están las sciencias todas.
La cédula de la Boneta decía:
Si me llevades, llevedes,
como no me matedes.
Duró buen rato el disfraz, pero como el cansancio tenga juros
sobre todos los gustos, cobró sus derechos en éste. Deshiciéronse los
bailes y corrillos, y cada cual comenzó a enderezar el norte de los ojos
y el timón de su carreta al puerto de su pueblo.
Descansa Justina.
Y ya que los recios vientos de mí importuno baile habían ondeado
con el presuroso movimiento el flaco navío de mi cansado cuerpo,
fueme forzoso descansar un poco sobre una blanda arena adornada
de oloroso tomillo, donde para mi descanso recliné y amarré mi
navichuelo, recogiendo los remos de las castañetas y las velas de mis
ganas. ¡Ay de mí!, que entonces debió de echar su sonda mi contraria
fortuna, y viéndome encallada en el arena de Arenillas, se atrevió a
embestirme a lo callado la que rostro a rostro no se atrevió jamás a
entrar a justar con Justina.
Roban a Justina.
Dígolo, porque, por gran desgracia mía, viendo la Vigornia que yo
estaba apartada del corro de la gente y. que nadie miraba en lo que
ellos ni yo hacíamos, sino que todos entendían en aprestar su jornada,
si no es yo, que ni tenía carro ni carreteros, en fin, viéndome
140 LA PÍCARA JUSTINA

descarriada y descarada, embistió de tropel conmigo toda la


Vigornia, cubriéronme el cuerpo con un negro y largo manteo y con
un mugroso bonete mi rostro, cogiéronme en volandillas, metiéronme
en el carro con los mismos ademanes con que metían en el carro a la
Boneta, y luego comenzaron a entonar la letrilla que solían:
Yo soy palma de danzantes,
Y, ay, ay, que me llevan los estudiantes.
Todos los que así me vían, pensaban que yo era la Boneta. En fin,
que me arrebataron, y comencé a ser ánima en penas mías y cuerpo
en glorias ajenas. Comencé a contemplar la vigilia de mi mal acierto.
Gritaba, lamentaba y decía a voces:
Laméntase Justina.
—¡Ay, que me llevan los estudiantes!
Mas de mí nadie se dolía, porque estaban hartos de oír ladrado y
cantado aquella lamentación. En especial, que ellos, para mayor
disimulo, echaban el bajo a mi voz en fabordón, con lo cual no podía
percebirse si eran las burlas pasadas o las veras nuevas. Era suyo el
fabordón, y así no quedó don de favor humano para mí.
Repetía mil veces:
—¡Que me llevan, que me llevan los estudiantes!
Desgreñábame y desgañábame, pero eran vísperas de regla en día
de atabales.
Confunde la voz de Justina.
En especial, que la Boneta me arropaba, porque pensasen que yo
era la verdadera Boneta, y para que mi voz no sonase, me hacía la
mamona y levantaba el tiple, y el obispote esforzaba el bajo. Con
razón pusieron en mi proprio carro sus arcos triunfales, en señal de
que con mis mismas armas y con mis mismas voces me habían de
vencer.
Va el carro ligero.
Al paso que corrían por el suelo las ruedas del carro acarreador de
mis males, corrían por mis mejillas lágrimas que las sulcaban, viendo
que con la ligereza que el águila arrebata el tierno corderito, y con la
que el presuroso Mercurio arrebató a la triste doncella Tevera para
forzarla, y con la que el pensamiento sulca el orbe, con esa me iban
remontando, hasta que me hicieron perder de vista el sitio de
Arenillas y la vista de la romera gente, la cual, como no sabían la gran
traición de aquel troyano seno en que iba el nuevo tesoro de pobres,
pensando los unos que era burla de entre primos, y los otros que era
el disfraz antiguo, o se reían de mí, o no reparaban.
LA PÍCARA JUSTINA 141

Justina llora la falta de socorro de sus parientes.


Ya que vi que la burla iba haciendo correa, congojeme más, y tenía
razón. Consideré que, aunque yo no era la primer robada ni forzada
del mundo, pero sabía que tenían cierto de mi parentela que mi rapto
y deshonor había de ser vengado con las lanzas de copos y espadas
de barro.
Tracia fue forzada de su hermano Leoncio, pero tuvo otro
hermano, llamado Serpión que, en venganza del agravio, le hizo
sangrar de todas las venas de su cuerpo, y con la sangre que salió,
argamasó la cal con que puso las primeras dos piedras sobre las
cuales levantó unas casas que edificó para su hermana sobre el cual
paso he oído discantar algunos poetas. Unos dijeron que Serpión no
quiso que se preciase su hermano de pariente, y que por eso le vació
toda la sangre. Otro lo llevó porque sangre tan insensible no podía
estar menos que entre piedras y arena. Pero lo que más hay que notar
en este cuento fue el rétulo que puso en un padrón que relataba la
historia, el cual, a mi ruego, tradujo del griego un buen griego, y
decía así:
Vivan los edificios señalados,
con sangre fratricida argamasados.
Sabna y Heris vengaron el agravio de su hermana Damaris,
sacando el corazón del incestuoso Arnobio, el cual dieron a los
leones. Lo cual discantó el poeta, que dijo:
Tan crudos corazones
sólo pueden ser comida de leones.
No traigo a este propósito lo de Tamar ni lo de Dina, porque no es
Dina Justina, sino indigna.
Así que estas pobres violadas tuvieron pendencieros de
mantuvión que despescaron su agravio, mas yo juraré por mis
hermanos, que si la burla viniera a colmo, perdonaran la sangre por
una banasta de sardinas. Todo esto tenían ellos muy bien tanteado, y
por eso iban tan satisfechos de la gatada.
¿Qué te contaré? Si vieras esta pobre Marta al revés, que quiere
decir Tamar, ir camino tan fuera de camino, enjaulada como toro que
llevan al encerradero, ladrando como perro ensabanado que llevan a
mantear, tuvieras duelo de la pobrecita, medio cocida, medio asada,
medio empanada, medio aperdigada.
142 LA PÍCARA JUSTINA

Una cosa me dio siempre mucho consuelo y esperanza de salir


intacta, y fue que, unos por otros, se detenían y me llevaban en
medio, sin hacerme declinar jurisdictión ni conjugar tampoco.
Asno Burridano.
Parecía al asno de Burridano, que estando muerto de hambre, y en
medio de dos piensos de cebada, de puro pensar a cual saludaría
primero, nunca comió del un pienso ni del otro.
Parecía también al zancarrón de Mahoma, en medio de dos
piedras imanes, las cuales, una a otra, se impide el robo. Y, a la
verdad, muchos pretendientes que aman una misma dama, cuando
así están juntos, son como olla de nabos que mucho yerve, que
aunque todos andan listos con el calor, ninguno se pega a la olla. Así
que todos me comían con los ojos y ninguno me tocaba con las
manos.
Estudiantes.
Hasta aquí se alargó fortuna a hacer limosna a estudiantes, con
quien pocas veces suele ser franca.
Eneas.
Mas, cansada la hermosísima gitana celeste de emplear su favor
en estudiantes (gente ingrata, gente que en ser voltaria compite con la
misma rueda de la Fortuna), extendió su mano diestra con rostro
favorable para ampararme y defenderme, pareciéndole que si para un
Eneas bastó una inclemente borrasca, para Justina bastaba una
carretada de enemigos, y que bastaba haberme armado la mamona
sin disparar la ballestilla.
Mas porque después de un reventón subido, da gusto el mirar
atrás por ser trabajo pasado, así me le da el referir unas octavas que
compuso un gran poeta a quien yo comuniqué esta historia, y cómo
iba lamentándome cuando me llevaban en el carro los de la Vigornia.
Y a este propósito compuso en octavas un diálogo entre mí y la
princesa de las Musas, que a la cuenta es Calíope, en que finge que la
diosa de las Musas me manda referir mis penas, y que yo, a duras, le
cuento mis ansias y suspiros.
Poeta loco.
Tienen un artificio singular, y es que juntamente son elegante latín
y elegante romance, dificultad que pocos la han vadeado con el
ingenio que éste, que si lo que le sobraba de poeta le faltara de loco,
era digna de lauro su cabeza.
LA PÍCARA JUSTINA 143

DIÁLOGO ENTRE LA PRINCESA DE LAS MUSAS Y JUSTINA,


A PROPÓSITO DE SU ROBO,
EN OCTAVAS ESPAÑOLAS Y LATINAS
Musa.
MUSA
Son juntamente en latín.
Declara, si me amas, ¡oh Justina!,
cuántas chimeras ibas fabricando,
instante una tan próxima ruïna;
cuáles internas voces replicando,
urgente tanta pena repentina,
cuáles lamentaciones resonando.
Cuando tantas injurias publicabas,
¿cuántos coelestes orbes penetrabas?
JUSTINA
Grandes penas intentas, Musa chara,
mandando tan acerbas jusïones;
suspende obediencias tales, dea praeclara,
suspende tan penosas relaciones.
¿Suspendes? Responde, oh Musa clara,
¿Respondes negativa? ¡Oh duras confusiones!
¿Mandas? Subjéctome. Afirmo, fui clamando,
tales infrascriptas voces dando.
¡Oh raras peregrinas invenciones!
¡Oh máchinas tan viles cuan brutales!
¡Oh chiméricas, oh vanas ilusiones!
¡Oh bárbaras personas animales!
¡Oh terrestres, caducas intenciones,
Serpentinas, crudas, duras, infernales!
¡Oh fortuna inhumana, ingrata, varia,
Tan dura cuan astuta, falsa cuan contraria!

APROVECHAMIENTO
En achaque de máscaras y disfraces se cometen hoy día temerarios
pecados, por lo cual los padres cuerdos y cristianos deben guardar a sus hijas
de semejantes ocasiones, en las cuales está solapado el anzuelo del peligro.
144 LA PÍCARA JUSTINA

CAPÍTULO SEGUNDO
DE LA VIGORNIA BURLADA.
NÚMERO PRIMERO
De la entretenedora astuta.
Suma del número.
RIMA DOBLE
Después que la carreta apresurada
quedó emboscada y lejos de la gente,
la Vigornia insolente alborozada
saltó en una llanada, y su regente
quedó muy prepotente en la emboscada.
Viose Justina apretada, y de repente
pensó tan conveniente modo y traza,
que el carro le sirvió de red de caza.
Paró la Vigornia en una llanada.

D
ESPUÉS que salí, o, por mejor decir, me llevaron por mar en
carreta, metida como carne de pepitoria entre cabezas y pies,
y ya después que la noche puso al sol el papahígo para que, o
durmiese, o fuese de ronda a visitar los antípodas, dejando a Delio su
tenencia, pararon en una llanada que estaba poco más adelante de un
bosque que les servía de trinchea y emboscada. Al parar, vieras llover
tanto del jo sobre las mulas, que se te amulara el alma. ¡Dolor de
quien temía que querían desquitar los jos de la mula con los artes de
su persona! Tras esto, saltó en la llanada la insolente Vigornia con
gran alborozo y algazara, diciendo todos:
—¡Víctor la secretaria del señor obispo!
Queda sola Justina.
Y para aperdigarme para el oficio, me dejaron sola con el
obispote.
Miren qué aliño para una pobre dieciochena, que era niña y
manceba y nunca en tal se vio. Temblábanme las carnes de miedo, y
aunque para él eran mis temores trémoles de bandera en coyuntura
de asalto, con todo eso, se detuvo y dijo:
—Justina, ¿de qué temes? ¿Aquí no estoy yo? ¿No estás conmigo?
LA PÍCARA JUSTINA 145

¡Ay, hermano letor, mira con quién, para consolarme con decir: no
estás conmigo! ¡Qué Faltiel para Muchol! ¡Qué Absalón en guarda de
Tamar, sino un obispo de la Vigornia y capataz de la bellacada!
Pero bien dicen que la apretura y estrecheza en que se ve un
entendimiento es la rueda en que cobra filos, pues en viéndome en
este nuevo estrecho de Magallanes, comencé a dar en el punto de la
dificultad, y lo primero en que me resolví fue en entretener
agudamente toda aquella noche el obispote, para que no corriesen sus
gustos por mi cuenta, dado que él pensaba rematar cuentas del pie a
la mano. Valiome mi ingenio; a él le doy gracias, que por su industria
embalsamé mi cuerpo y le libré de corrupción y del poder de aquella
fantasma eclesiástíca y del incendio que ya me tenía tan socarrada
como socarretada. Demás de que mi ganancia no fue de las de tres al
cuarto, pues, como verás, de los despojos de mi victoria quedé tan
aforrada de capas, sombreros, ligas, ceñidores, etc., que pudiera
poner en campaña sombrerados, ligados, ceñidos y capados otros
ocho capigorrones tan grandes bellacos como éstos, que quisieron en
tan breve tiempo dar a la enterísima Justina el ditado de Barca Rota.
Oyan, pues, mi traza; escuchen la victoria alcanzada de una
invencible novicia, no con más soldados que sus pensamientos ni con
más fuerza que sus trazas, y con tan buen modo, que quizá si algunas
le usaran, sonaran menos sus voces y más su fama.
Luego que me vi a solas con este sireno de carreta y vi que con la
una mano me tenía echado un puntal al cuerpo, como hacen al árbol
cuya fruta está a pique de caerse, compré una libra de Roldán por dos
arrobas de dolor de estómago, y con ella desleída en lágrimas,
jalbegué mi cara, la cual quedó tan arroldanada, que hiciera temer al
mismo Almanzor si estuviera en la carreta, y con buen tono, fablé así:
Razonamiento de Justina al obispo.
—Ea, picarón de sobremarca, obispo de trasgos y trasgo de
obispos; él no debe de haber medido los puntos del humor que calzo,
no me ha pergeniado, que a pergeniarme bien aún fuera Bercebú.
Amanse el trote y el trato, que el que por ahora usa es para motolitas
que no saben de carro y toda broza, que las de mi calimbo saben
hacer de una cara, dos, y en caso de visita, saben dar a un obispo
cardenales que le acompañen sin perderle de vista.
Como el bellacón oyó que yo le hablaba a lo de venta y monte, y
que yo había tomado el adobo de la lampa que él practicaba, en parte
le pesó, por ver que no podía sentenciarse de remate su pleito en tan
breve término como él pensaba, y en parte se le alegró la pajarilla,
viendo que había encontrado horma de su zapato. Con esto, deshizo
146 LA PÍCARA JUSTINA

la mamona, y mirándome de otra guisa, con más respecto y menos


vergüenza, me dijo:
Razonamiento del obispo a Justina.
—Picarona, si es que me había de responder al uso de la
mandilandinga, hablara yo para la mañana de San Junco. Por Dios,
que me encaja. Hermosa hilaza ha descubierto. Así la quieren en su
casa y así será de provecho, y yo la doy palabra que, por las buenas
partes que ha descubierto, la he de hacer obispa de la Picaranzona.
Dígame, rostro, atento que mi sentencia está dada contra ella, la cual
sentencia es la suprema por ser dada en consejo de Rota, mire si tiene
que alegar o suplicar, porque donde no, tomará la posesión quien
trabó la ejecución.
Como me quiso tocar en lo vivo, avivé y, rechinando como
centella, le respondí:
—Eso no. ¡Tate, señor picarón! —y dile un muy buen golpe en los
dedos—. Yo apelo, a lo menos, suplico del tribunal de su injusticia al
de su clemencia Pero no; aguarde; oya, oyámonos. Escuche, escuche.
Dígame, muy infame, ¿parécele que mi entereza, guardada por
espacio de dieciocho años (que tantos hago a las primeras yerbas), es
bien que se consuma a humo muerto y se quede aquí entre dos
costeras de carro, como si fuera hoja seca de carrasco viejo, que
después de vendida la leña se queda en la lastre de la carreta? No
quiero alegar en mi abono las leyes gentílicas que dan término para
llorar la virginidad, pero a lo menos, no permita que entre cristianos
muera una entereza tan de súpito. Dígame, ¿qué pícaro de hospital
muere sin más luz que ahora tenemos, sin más ruido de campanas
que el que ahora nos acompaña? Los descomulgados van a la
sepultura a lo sordo, pero, pues no lo está mi entereza, no quiera que
tan sin solemnidad se le dé sepultura de carreta a cencerros atapados.
Y cuando yo y mi entereza hubiéramos incurrido en descomunión
alguna por delictos, que nunca faltan, para eso es el obispo, para
absolverme dellos y dar orden que mi entereza sea honrosamente
sepultada. ¿Sabe lo que ha de hacer? ¿Sabe lo que quiero mandarle?
—que, pues yo soy obispa, justo es mandemos a veces—, que llame la
camarada y, por lo menos, de antemano bebamos la corrobla, como
dicen los montañeses de mi tierra, y delante de la insigne Vigornia se
ordene un festín, y me deje hacer cuatro pares de melindres, siquiera
porque vean que me duele el degollar un pollo que ha tantos años
que crío par, su mesa episcopal. Y también sepa, señor don Acémilo,
que me estimo, y quiero que delante dellos me dé palabra, aunque no
sea sino por bien parecer, que cuando sea cura me dará de beber (que
LA PÍCARA JUSTINA 147

lo que es de comer, ya sé que es pedir peras al lobo, pues no lo ha de


tener jamás, ni para sí ni para mí, si no es que comamos las calabazas
que tiene de renta, pagadas por mano de obispo cada cuatro
témporas un tercio, sin algunos que están caídos, que es la renta más
cierta que hay en Castilla). Y si esto le está muy a cuento, consiento; si
no, pique. Digo, pique el carro, que si por fuerza va, ya sabe que las
mujeres sabemos malograr los gustos.
Mujer, mala para forzada.
Más vale carnero en paz, que no pollo con agraz, créame. Amén,
que le digo la verdad. Persona forzada, aun para servir en galera es
mala, con ser oficio aquel de por fuerza, ¿cuánto menos podrá una
forzada servir de hacer favores, siendo oficio de gente voluntaria y
gustosa? Y si esta razón no le contenta, llame a consejo y verá lo que
le dicen sobre esto de las fuerzas.
Créanme o no me crean, sabe Dios que en esta ocasión me
encomendé con todo corazón a Santa Lucía, de quien dicen que es
abogada de los que la invocan en peligros semejantes. Vayan
conmigo: mi intento era apellidar por compañía para dar largas con
untura de almacén y entretener el tiempo, aunque el motolito, con
toda su Vigornia en el cuerpo, creyó que el llamar compañía era para
hacerle la salsa al plato o para tañer de mancomún al conjuro de la
bruja que decía: Allá vayas, piedra, do la virginidad se destierra.
Cuando yo vi que mi obispete suspendía el auto y me oía de
aután, y vi que el gustosillo y blando céfiro de mis regaladas y airosas
palabras borneaban su cabeza de porra de llaves y su cuello de
tarasca, y hacía ademanes de aprobar mi consejo y llevar este negocio
de gobierno conforme al arancel de mi petición, luego di por tan
hechas mis chazas como sus faltas.
Propriedad de las alas del águila.
Dicen que cuando las alas de cualquier ave de rapiña se juntan a
las del águila, con el poder y virtud de las del águila, se van pelando
y consumiendo las de las otras aves, en especial las de las panteras y
las grullas. Así, ni más ni menos, viendo yo que las trazas deste
avechucho y grullo, que así se llamaba, se juntaban con las mías, tuve
por cierto el apocar sus intentos y destruir sus estratagemas con mis
astucias. En especial me animó el ver que había perdido la primera
ocasión, porque es regla cierta que, quien pierde el primer punto,
pierde mucho, y no tuve mejor pronóstico de que la fortuna estaba en
mi favor, que el ver que se le había escapado el primer lance de
fortuna.
148 LA PÍCARA JUSTINA

Fábula. Sale el Amor a caza de la Ocasión.


Acompáñale el Consejo.
Acuérdome de un galán pensamiento de un poeta que fingió que
el Amor salió un día a caza llevando en su compañía al Consejo. Era
el desiño del Amor cazar una fiera llamada Buena Ocasión. Yendo,
pues, en prosecución de tan gustosa caza, llegaron a un espeso
monte, en el cual estaba la Ocasión encovada en el cabezo de un alto
y casi inaccesible risco. Luego que el Amor vio la presa deseada,
pidió ayuda al Consejo. Ayudole. Llegaron al puesto tan ligera y
astutamente, que el Consejo le puso la Ocasión en las manos, de
modo que el Amor la pudo asir. Ya que el Amor tuvo la presa en las
manos, volvió el rostro hacia donde estaba su compañero el Consejo,
y díjole muy de espacio:
—Amigo, haced traer una jaula en que enjaulemos y llevemos
viva la Ocasión, que tan perdidos nos ha traído.
Mientras el Amor volvió el rostro y cuerpo a decir estas razones al
Consejo, huyó la Ocasión a vuelta de cabeza, y dejó al Amor burlado
y aun afrentado. Quejose el Amor de la poca ayuda del Consejo, mas
el Consejo le respondió, diciendo:
El Consejo ayuda hasta la Ocasión, y no más.
—Amigo Amor, yo no acompaño más que hasta cazar, pero no
hasta enjaular. Y así, tuya es la culpa, que teniendo la caza en la mano
y armas en la cinta, no era necesaria mi ayuda.
Así que, con mucho fundamento, me consoló el ver que se ponía a
tomar consejo el Obispo en el tiempo que tenía la ocasión en la mano.
Símil.
Con las razones que le dije al obispote, puse su señoría de cera y
más obediente a mi mandato que si yo fuera la papesa. Queriendo,
pues, poner en ejecución mis ordenanzas, dio un silbo como de
cazador o ladrón (que todo lo era y de todo tenía gesto), y al reclamo
acudió la Vigornia, pensando que ya había, como ladrón, embolsado
el hurto, y, como cazador, degollado a la pobre tortolilla cogida en la
red que ellos dejaron armada. Y como los soldados, después que ven
desmantelado el muro que han sitiado, se entran con algazara a
tomar posesión del castillo conquistado, diciendo a voces: ¡Viva
España y su rey!, así ellos, con voces y alaridos, venían diciendo:
—¡Viva el Obispo y su Vigornia!
Y otro picarazo, que tenía una voz rocinable, dijo con un bajo
temerario:
—¡Viva el señor Obispo, remediador de huérfanas!
LA PÍCARA JUSTINA 149

Yo, por les ganar la boca para mis intentos, dije a bulto un amén, y
tras él, dos de mudanzas con tres castañetas en seco, en el poco sitio
que me cabía en el carro, donde íbamos como palominos de venta.
Usaba de todas estas trazas por vestirme del color de la caza, lo cual
fue parte para que el mismo carro que ellos ordenaron para su
triunfo, me sirviese a mí de vivar donde cazarlos (como más larga y
gustosamente lo verás en los dos números que se siguen).
Esto que he referido era entre dos luces, cuando se reía el alba, y
tanto más se reía, cuanto más de cerca iba contemplando la burla que
yo pensaba hacer al villadino, o, por mejor decir, al villadino.

APROVECHAMIENTO
Permite Dios que el pecador no sólo no consiga los gustos que pretende con
sus quimeras, pero ordena y quiere que ellas sean instrumentos de sus penas
y verdugos de su persona.
150 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO SEGUNDO
Del parlamento loco
Suma del número.
ESTANCIAS DE CONSONANCIA DOBLE
EN UN MISMO VERSO
Hizo sceptro de un garrote el obispote,
y a guisa de rey Mono, hizo su trono,
para más abono, dijo en tono:
Amigos, cese el cote y ande el trote.
Hoy se casa el monarca con su marca:
no quede pollo a vida, ni comida,
con que no sea servida mi querida.
Llamalda en la comarca, polliparca.
Traed tocino y bon vin de San Martín,
pan, leña, asadores, tenedores,
frutas, sal, tajadores los mayores,
presto, que el dios Machín pretende el fin.
Acabada esta razón, dijo el moscón:
Marchad luego, bola, sin parola.
Fuéronse con tabaola, y quedó sola
Justina en conversación con su obispón.
Justina entretenía y suspendía,
de modo que pudieron los que fueron
hurtar lo que quisieron, y volvieron
con lo que pedía su señoría.
Venidos, se asentaron y brindaron,
el obispo don Pero se hizo un cuero,
luego el carretero cargó muy delantero;
mas ¿qué?, si mucho pecaron, más penaron.
Ya que estaba el carro atacado de bellacos y el gobernador de la
Vigornia en medio dellos, pareciéndole que no venía bien el ser
obispo casado, no siendo obispo griego, aunque andaba cerca de
serlo, renunció los hábitos y hízose rey. Tomó un garrote en la mano
en forma de sceptro, hizo de las capas un trono imperial, poniendo
LA PÍCARA JUSTINA 151

por respaldar dos desaforados cuernos. Parecía rey Mono puramente.


Captó la benevolencia, pidió atención; estaban boquiabiertos. Dijo
Eneas, y escuchaba Dido el parlamento muy atenta por su mal.
Refrán español alabado.
¡Oh, qué bien dijo el refranista español!: En consejo de bellacos,
razonamiento de trapos.
Jiroblífico de las juntas de bellacos.
Lo cual quisieron sin duda decir los antiguos, cuando para pintar
una tropa de semejantes bergantes gobernados por otro tal, pintaron
una zorra coronada de restas de ajos, predicando en un cesto a las
monas y a los gatos.
Pero vaya de parlamento episcopal:
Plática de don Pero Grullo.
—Charos infanzones míos, conocidos en nuestra región
campesina por vuestras hazañas, tan claras, que de noche relucen
más que ojos de gato, por lo cual son hazañas gatunas. Famosos por
vuestras prendas, nunca empeñadas, si no es en buena taberna. Lo
primero, hoy cese el cote, pues no hay para mí fiesta cumplida sin
cumplirse mis deseos. Lo segundo, quiero que andéis al trote, que es
el paso de mis cuidados. Demás desto, os aviso que os he juntado en
este mi carro triunfal para que, como a otro Scipión, coronéis de
gloriosa palma mi cabeza, no por la victoria que he alcanzado, sino,
por la que espero. Demás desto, os advierto que conviene a mi
servicio y a vuestra honra vigornial y a la virginal Justina, nuestra
hermana, tan cara cuan barata, que, pues puedo decir que hoy nació
del vientre de la fortuna, vea yo que con gusto festejáis mi nacimiento
claro. La circunstancia del tiempo, si queréis mirarlo, me da a
entender que, pues nació debajo del amparo de la estrella de Venus,
me ha de ser propicio el dios de amor, su hijo, y el alba de mi Justina.
Cantaréis a voz en grito, cuando el piadoso cielo honrare mi cabeza
con su lauro, y diréis que renazco como el ave fénix de las cenizas que
ha hecho Justina en mi alma, después de haber quemado las
potencias della con el inmortal fuego de su rigor. Atención, ella está
entera como su madre la parió —y aquí suspiró el auditorio—, mas
en esta hora piensa tomar puerto mi presuroso bajel y estampar en su
entereza el non plus ultra asido de mis dos columnas. Digo, claro, que
pretendo que dentro de una hora fatal la caza desta rara ave haga
plato al gusto mío.
Aloja su camarada.
Este es el día mayor de marca en que vuestro monarca se casa con
su marca, por tanto, mando y quiero que os extendáis por los lugares
152 LA PÍCARA JUSTINA

desta región comarcana, que son muchos y muy cercanos, y no dejéis


pollo, ni ganso, ni palomino a vida. Llámese mi Justina la polliparca,
porque quiero que ella sea hoy la parca que acelere la muerte a todo
pollo.
Manda traer comida.
No quede fruta, ni queso, ni bon vin de San Martín ni cosa de las
de pasagaznate que no adjudiquéis para mi cámara.
Y porque no hay principal sin accesorios, traed para mí servicio
asadores, tenedores, tajadores grandes de madera, que son los platos
de las bodas de los labradores; manteles, sal, cuchillos y todo buen
recado de pieza y suela. No quede cosa que no sea tributaria de mi
solemne día, ofreciéndola a los pies de mi Justina, a quien justamente
estoy rendido.
Cigüeñas festejan bodas.
A vueltas desto, no cesaréis de hacer perpetua demonstración de
la alegría que en vosotros causan mis esperanzas, pues os consta que
aun las cigüeñas se juntan a hacer fiesta el día que alguna se casa.
Amor, apresurado.
Ea, amigos, que el dios de amor tiene alas y no sufre dilaciones, en
especial el mío, que es más volandero que la garza de Valdovinos.
¡Hola, amigos, menos parola y más obediencia!, que pues las
esperanzas de mi placer no dan más larga que una hora, no es justo
que os dé yo más de plazo para cumplir lo que tengo ordenado y
dispuesto.
No hubo bien dicho esto el nuevo Heliogábalo, cuando los de su
factión, con gran tabaola, saltaron un barranco que nos dividía con la
presteza que los galeotes saltan un remo, ocupándose en obedecer al
principote de la Vigornia.
Caza la zorra con un cochino.
Tráese a propósito.
Entonces tuve por verdadera la fábula del zorro, el cual, para ir a
caza de una querida zorra, puso a un cochino alas de grifo, y se halló
mejor con este modo de cetrería que con otra ninguna. Así éstos,
aunque como cochinos iban hacinados en una carreta, pero este zorro,
con ánimo de cazarme, les puso alas de grifo. Sólo hay que, aunque
cazó carne, pero no la que él quiso. De la presteza con que parló me
espanto, mas si cochinos mandados de zorra vuelan, ¿qué me admiro
de la ligereza destos?
Cosa donosa es ver cuán de gana obedecen los bellacos a quien
gobierna su bellacada, y cuán de mala a sus legítimos superiores.
Cuento de un mal pagador liberal.
LA PÍCARA JUSTINA 153

Preguntó uno a un caballero:


—Señor, ¿por qué pagáis tan mal a vuestros acreedores, siendo
tan franco y pródigo con las personas a quien no debéis nada?
Respondió el caballero:
—Porque el pagar con obligación es de pecheros, y el dar sin
deber es de nobles.
El buen pagador muestra nobleza de muchas maneras.
No me quiero detener ahora en calificar este dicho, que bien se
echó de ver que erró este franco necio, que antes el pródigo paga
pecho a la imprudencia y al vulgo y al qué dirán y a todo el mundo,
y, por el contrario, el que paga a su acreedor muestra gran nobleza; lo
uno, en desechar sujeciones; lo otro, en ejercer la virtud más hidalga,
que es la justicia, la cual hace una ventaja a las demás, que las demás
sólo miran el provecho de su dueño, pero ella y las que a ella se
llegan no miran sino el provecho del tercero, que es más nobleza e
hidalguía. Y también porque ella es tan noble e hidalga, que iguala al
mayor, si debe, con el menor, si es acreedor.
Nombres de catedráticos de Salamanca.
Pero dejado esto para los sotos frescos, para los gallos briosos y
para las peñas fuertes, que son los floridos de nuestra Salamanca,
concluyo a mi propósito con decirte adviertas cómo estos bellacones
no tenían por bien obedecer a su verdadero obispo, el cual les traía
sobre ojo; empero, a su obispo soñado le obedecían, y con la presteza
que el rayo sale de Oriente y aparece luego en Occidente, con tanta y
aun con mayor obedecían estos demonios a su Belcebub.
Justina queda sola.
Dejáronme con él y sin mí, tan sola cuan mal acompañada, tan
triste cuan disimulada. Comenzome a decir muchas chanzonetas, y
de travesía me daba algunas puntadas para que le dijese lo que
pensaba yo hacer cuando tomásemos la Goleta. Yo, al principio,
comencé a responderle a son, mas, ya que vi que se metía a tantos
dibujos, eché por otro rumbo.
Juega de los nombres de todos los libros graciosos.
Comencé a contar cuentos, los más de risa que se me ofrecieron,
para divertirle la sangre. Contele medio libro de Don Florisel de
Niquea, que entonces corría tanta sangre como yo peligro, mas a éstos
me respondía que para entonces más se atenía a el Niquea, o por
mejor decir, al neque, ea, que al don Florisel, y que para quien
esperaba fruta, eran muchas flores. Dile algunos sorbos de Celestina,
mas decía que tenía espinancia y que no podía tragar nada de
aquello; pero ya que no me valieron los cuentos de mi señora madre
154 LA PÍCARA JUSTINA

Celestina, valiéronme sus consejos. Del Momo, un poquito, mas dijo al


Momo, no, no. De Alivio de caminantes dije lo que importó para aliviar
mi camino de la carga que tenía, mas él en nada sentía alivio. Bien es
verdad que todo cuanto yo le decía lo sabía bien, y todo lo aprobaba,
aunque era con tal modo, que daba bien a entender que como no me
tenía a mí toda, sino sola mi lengua y sombra, no las tenía todas
consigo.
Pinta que nacía el sol de la parte
de donde venían los de la Vigornia.
En esta sazón venía ya el hermoso Apolo corriendo
presurosamente por los altos de un cerro, siguiendo el alcance de los
alojados infanzones para descubrir los hurtos y emboscadas de que
siempre fue tan enemigo. Mas cansado el bellísimo joven luciente de
correr tras los nuevos Jonatases, parece que se detuvo y descansó tras
un espeso monte de encinas, y ellos llegaron ante el tribunal de su
antiguo obispote y nuevo rey de copas (y yo era una de ellas), con la
presteza y provisión que si ellos fueran el águila de caza que tuvo
Paleólogo el rústico.
Hurtos que traen los de la Vigornia.
Unos traían pollos; otros, palominos; otros, patos; otros, pan;
otros, platos. Que como era boda de pícara y pícaro y hecha por mano
de pícaros, casi todo cuanto despescaron empezaba en P. Pues,
¿instrumentos de platos y asadores, cazos, asartenes? Pudieran
alhajar dos novias con lo hurtado.
Pan caliente.
Uno trajo un costal de pan caliente, con juramento que se lo
habían sacado a traición a un horno por las espaldas, que tenía
vueltas a la calle, dejando por lengua que lo parló el calor y olor tan
conocido.
Diez candiles.
Otro, por no venir mano sobre mano, hurtó diez candiles de un
mesón para hacer en mi boda el entremés de la Encandiladora.
Mamona a una faltriquera.
Otro trajo una sobremesa de unos que se habían quedado
dormidos, después de haber jugado sobre ella a los naipes, y aun dijo
el estudiantico bigornio que, como vio los jugadores dormidos, hizo
al uno la mamona hacia la faltriquera. Parece ser que no traía bien los
dedos, por lo cual recordó el dormido, y como sintió sobre sí la mano
del nuevo reloj (que apuntaba a su faltriquera, no para dar, sino para
tomar), se alborotó y comenzó a dar voces. Era el estudiantico bello
LA PÍCARA JUSTINA 155

bellaco, y sin perder compás ni mostrar turbación, le dijo con mucho


sosiego y contento:
Desecha de un ladrón.
—Hermano mío, si como soy estudiante burlón fuera algún
ladrón de los que andan hoy día por el mundo, mala manera de
negociar teníades y muy peligroso era el sueño; pero amigos somos,
duerma, galán, y mire que por hacerle caridad y buena obra le
arropo.
Tras esto, le atestó el sombrero sobre los ojos, no tanto por
arroparle, cuanto por arroparse con la carpeta o sobremesa sin que lo
columbrase el labrador, a quien dejaba hecho pita ciega, y tan ciega,
que pensó que de pura caridad duranga y celo gatuno le dejara
casquiatestado. La sobremesa era galana; por señas, que una poyata
se la había prestado a la mesa sobre su palabra y el estudiantico la
tomó sobre su conciencia y debajo de sus brazos.
Otro trajo un tizón de lumbre. Quemado él sea con él, que éste me
desatentó, que no hacía sino soplarle y alumbrarme a la cara y reírse,
diciendo:
—Colorada va la dama.
Bodas de Júpiter.
No acabara, si contara por menudo las cosas de comer y el recado
que trajeron. No me espantó sino cómo no sacaron de cuajo las aldeas
y de cimientos los muros y casas de villas, según y como lo hizo
Júpiter cuando vino a las bodas de su querido.
Ya se juntaron todos. Vesme aquí con todo el conciábulo
congregado para decretar a costa de la pobre Justina, que en esta
ocasión era blanco de tantos necios; mas yo tenía reforzadas mis
trazas y un ánimo como una capitana.
Mirar del Grullo.
Mi inquina era toda contra aquel Holofernes eclesiástico que aun
reír no me dejaba, según que con los ojos me tenía confiscados boca,
lengua y sentidos.
Sácanla como a opositora.
En llegando, me sacaron del carro a hombros como a opositor de
cátedra, por mejor decir, como a cátedra de opositor, y el obispo don
Pero Grullo miraba a las manos de los apeadores por si acaso alguno
se le deslizaba alguna mano al tiempo del trasladarme del carro al
suelo. Di orden cómo se guisase de comer.
Prisa en guisar de comer.
Hiciéronlo, aunque sin orden, pero con tanta presteza que parece
que de mohatra se les hacía cuanto querían. En todo me obedecían, si
156 LA PÍCARA JUSTINA

no es en irse poco a poco, que esto no se podía acabar con ellos. Para
entablar mi juego, de trecho en trecho, y bien a menudo, les decía:
Justina les hace beber.
—Amigos, beban, y así lo llueven las viñas.
Yo, mirando al obispote, hacía que bebía con un vaso de cuerno, y
decía:
—Brindis quoties. Beba el obispo y vaya arreo.
El obispo se excusaba de beber con una gracia que contenía
mucho de naturaleza, y era decir:
Era judío.
—De vino, poco, que soy patrirca de Jerusalén.
Asomado.
Mas, aunque le amargaba, todavía por mi contemplación bebió
unos polvillos, los que bastaron para añublársele el celebro y aun
para añadir algunas erres al abecedario de su Vigornia.
Sal en el vino.
El que menos, ya estaba a treinta y uno con rey; ello, las gracias
sean dadas a ciertos puños de sal que eché en el jarro. Decíame el
obispo don Pero:
—¡Ay, mi Justina, que en todo eres un terrón de sal!
Decía yo para conmigo:
—Verdad dice éste, pues aun el vino, a pura sal, está echado en
cecina.
Ya que todo estaba guisado y a punto, hizo señal el señor bigornio
mayor, y todos escanciaron y comieron como unos leones; sólo mi
obispo tragaba más bocados de saliva que de otra cosa, y pienso que
en mirarme gastó una libra de ojos y en decirles que se diesen priesa
otra de lengua. No dudo sino que tras cada bocado que ensilaban los
de la Vigornia le daba su reloj las ciento; mas ellos (como de la fiesta
no habían de sacar otra cosa que entremesar a las panzas, y como las
traían húmedas del rocío y humedad de la noche, y daban de sí como
panderos mojados), iban dando alargas al tiempo, de lo cual recibía
yo tanto gusto como el obispo pena y rabia. Entre burlas y juego,
siempre yo muy cuidadosa con que bebiese el obispo y fuese arreo.
Borracho Pero Grullo.
Hízolo el obispo a tan buen son, que ya, por decirles daos mucha
prisa, hermanos, decía:
—Daos murria perra, hernandos.
Ya que tuvieron rehechas las chazas y hechas las rechazas, los
buenos de los mozalbetes decían donaires. No metían letra, y si
alguna metían era ces y erres. Hacíanme quebrar el cuerpo de risa,
LA PÍCARA JUSTINA 157

que ya el miedo había pagado el alquiler de la casa y ídose a Berbería.


Uno, que no tenía salero a la mano, echó cantidad de sal en el suelo, y
allí mojaba el carnero que, por ser sobre yerba, salía carnero verde, y
por ser sobre tierra, negro, y por todo salía verdinegro. Otro hacía
sopas de vino con briznas de cecina y sacábalas usando de huesos
como de cuchara. Otros bebían con un zapato, porque, a segunda
vuelta, voltearon las copas. Era hacienda hurtada, que se logra poco.
Silencio.
Ya viendo sus demasías el enfrenado y compuesto Pero Grullo,
menos bebido, aunque más beodo, puso general silencio, diciendo:
—¡Carren! ¡Carren!
Por decir Callen, callen. Averigüe Vargas el vocabulario. Los
mozuelos, como estaban metidos en la erre de Babilonia y su
confusión, no le respondían, porque ni se entendían ni le entendían.
Andar de borrachos.
Entonces el monarca, muy enojado, alzó una mano (que entre
ellos y en su habla jacarandina era indicio de imperativo modo en la
manera de mandar), y con esto se recogieron todos derechamente al
carro, aunque no tan derechamente ni tan por nivel, que no hicieran
algunas digresiones de cabeza, paréntesis de cuerpo y equis de pies.
Ya entraron todos, con que el carro quedó en cueros, o los cueros
en el carro. Lo que yo temí mucho fue que el carretero los había de
despeñar, porque había cargado la mano más que todos, y aun la
cabeza, y iba atacado hasta la gola.
Pero Grullo da traspiés.
El obispo me escudereaba y llevaba de la mano al carro, aunque
no tenía él poca necesidad de quien se la diese, para reparo de los
muchos traspiés que a cada paso daba. No he visto pies de goznes, si
aquellos no. Daba vueltas, como mona, en fin, y una vez dio una que
pensé se despuntara las narices, que las tenía sobresalientes un poco,
y aun un mucho. El bien vía que eran caídas de más de a marca, que
era beodo reflejo, que son los peores, mas por excusar su flaqueza,
decía el pobre obispote:
—Justina, por ti ranso.
Respondíale yo:
—Ya veo que por mí danza su señoría, sino que no quisiera yo
que hiciera tantas reverencias ni que llevara los cascabeles en la
cabeza y corona.
Yo, para decir verdad, mis ciertas mamonas le armé hacia los pies,
y no fueron de poco efeto, que maldita la que me salió en vano.
158 LA PÍCARA JUSTINA

Cuando se caía hacía mí, dábale un envioncito hacia el otro lado,


diciendo unas veces:
—Ox, que no pica.
Y otras:
—Allá darás rayo, que este lado es de ladina.
Con estas estaciones y revelladas llegó al carro hecho pedazos,
con más sueño que amor. Para subirle al carro le di de pie tres veces,
y él otras tantas de cabeza, y cada vez que se levantaba, decía:
—¡Upa, que désta entro!
Ya de pura lástima hice a mi maña que le sirviese de grúa y metile
en el carro, y yo tras él, tan sin miedo cuan sin tardanza y sin peligro.
Reclinele sobre las capas, sobre las cuales comenzó a dormir la mona
alta y profundamente.
Veslos aquí; todos duermen en Zamora; sola la hija de Diego Díez
velando. Pero no sin provecho, pues, según ya verás, en el carro que
cogieron el gato, pagaron el pato.

APROVECHAMIENTO
Los malos, como tienen dada la obediencia al demonio, sujétanse de mejor
gana a sus ministros que a los de Dios, mas cual es el dueño a quien sirven,
tales son los gajes que tiran.
LA PÍCARA JUSTINA 159

NÚMERO TERCERO
De los beodos burlados
Suma del número.
OCTAVA DE CONSONANTES
HINCHADOS Y DIFÍCILES
La Fama, con sonora y clara trompa,
publique por princesa de la trampa
la gran Justina Díez, que con gran pompa
vuelve su rebenque en sceptro y le estampa.
La que usa del rebenque como trompa,
la que llueve azotes y no escampa,
la que de su carreta hace palenque,
y sceptro, lanza y trompa del rebenque.
¡Oh Fama, cuyo acento el orbe encampa!
Tu sombrío clarín no se interrompa
hasta ver la picaresca estampa,
No digo en papel puesta, do se rompa,
o en letra de escribano, que haga trampa,
sino en peña, en quien no se corrompa
memoria de un triunfo tan ilustre,
con el siguiente mote por más lustre:
MOTE
Justina triunfó de ocho beodos,
echándolos del carro a azotes todos.
Trazas repentinas, las de las mujeres las mejores.
Cuando las necesidades son repentinas, las mejores trazas y remedios
son los que las mujeres damos, ca así como el uso de la razón en
nosotras es más temprano, así nuestras trazas son las que más presto
maduran. Mil veces verás en los entremeses ofrecerse necesidad de
trazas repentinas y, por la mayor parte, las dan mujeres, que son
únicas para de repens.
Símiles de las trazas repentinas.
Es el discurso y traza de la mujer como carrera de conejo, que la
primera es velocísima, o como envión de francés, que el primero es
invencible. Esto quisieron decir los antiguos cuando pintaron sobre la
160 LA PÍCARA JUSTINA

cabeza de la primer mujer un almendro, cuyas flores son las más


tempranas.
Decía un discreto:
Mujeres, por qué hablan delgado
y sutil y escriben gordo y mal.
—¿Las mujeres, por qué pensáis que hablan delgado y sutil y
escriben gordo, tarde y malo? Yo os lo diré: es porque lo que se habla
es de repente y, para de repente, son agudas y subtiles, por esto es su
voz apacible, sutil y delgada. Mas porque de pensado son tardas,
broncas e ignorantes, y el escribir es cosa de pensado, por eso
escriben tardo, malo y pesado.
Digo esto a propósito que tuve dos ocasiones para dar una galana
traza: la una, el cogerme de repente, y la otra, el verme tan apretada;
mas a la verdad, la mayor fue el ver que tan a mi salvo podía trazar.
Justina derriba el carretero.
Viéndolos todos beodos, y al carretero más que a todos, lo
primero que hice fue darle un torniscón por verle tan fuera de mí
como de sí. Con el golpe arrojó una espadañada de vino que espantó
a las mulas. Tomele el rebenque o látigo con que gobernaba las mulas
y con él derribé mi carretero en el duro suelo. El golpe fue grande,
con el cual quedó sin habla y yo sin pena. Sintieron las mulas notable
alivio. Volaban, pero más mis pensamientos.
Endereza Justina el carro hacia Mansilla.
El camino que el carretero había traído hasta allí no iba apartado
del de mi pueblo más que sola media legua, y yo le sabía, porque
algunas veces le había andado viniendo con mi madre, y también la
una mula sabía el camino. Piquéla, y como las mulas no eran nada
lerdas, el camino apacible, el azote menudo, el cuidado grande,
caminaron de modo que en espacio de dos horas pude meter por mi
pueblo esta carretada de odres, sin más sentido ni movimiento que si
fueran insertos en la misma carreta.
Trazas de Justina.
Yo comencé a pensar cómo diría al entrar con ellos por medio de
mi pueblo. Ofrecióseme si diría: ¡Guarda las zorras! O si diría: ¿Quién
compra cueros? O si diría: ¡Fuera, que entra la Vigornia y Pero
Grullo!
Mete los beodos por medio de Mansilla.
Mas para espantarlos bien y vengarme mejor, me resolví en entrar
dando voces y diciendo:
—¡Aquí de la justicia, que estos bellacos robaron la mula y el carro
en Arenillas! (y era así verdad, como lo viste).
LA PÍCARA JUSTINA 161

Hícelo así, y con tales voces que las pudieran oír en el real de
Zamora.
Los beodos, con mis grandes voces, despertaron despavoridos, y
como reconocieron que estaban en medio de la plaza de Mansilla,
castigados por mi mano y aun por la de Dios, como los de Senacherib,
acudían a derribarse del carro a toda furia. Esta era la primera
estación, y no poco gustosa, porque al echarse del carro, daban
temerarios zarpazos y sonaban a cueros que se enjaguan, y los más
dellos chocaban por salir con toda prisa y huir de mis rigores.
Símil de los cuervos traviesos.
Como los cuervos mansos y traviesos suelen derribar un vidrio,
vaso o copa y volver el oído para percebir con gusto el sonido, así yo,
aunque a rebencazos los derribaba, volvía el oído a percebir el sonido
del golpe.
La segunda estación era huir con tal prisa, que parecía llevaban
cohetes en los posteriores. Mas ya que habían huido algún tanto y
tornado sobre sí algo, echaban de ver que iban sin sombreros, sin
capas, sin cuellos, sin ligas, sin ceñidores. Asomaban a querer tornar
al carro a sacar su hacienda, yo les dejaba acercar en buen compás, y,
en viendo que estaban a mi mano, tremolaba el azote de las mulas y
dábales el rebencazo zurcido, que les aturdía.
Échalos a coces del carro.
Bravas suertes hice defendiendo mi carro encantado, o, por mejor
decir, encantarado. Jugaba de rebenque floridamente, porque para de
lejos, me servía de lanza; para de cerca, de trompa de elefante; para
en pie, de azote, y para asentado, de sceptro.
Con estas mis levadas se atemorizaron de modo que, sin capa,
ceñidor, liga, sombrero, ni cuello, ni otras muchas cosas suyas,
aunque habidas de por amor del Diablo, se fueron huyendo por entre
los sembrados, que parecían puramente las zorras de Sansón con
cuelmos encendidos en las colas.
Huyen y despárcense los de la Vigornia.
Todo el pueblo y muchachos se llegó al ruido, y todos les silbaban
y gritaban, y si alguno me miraba de lejos, tornaba a tremolar el
azote. ¡Qué confusión para ellos y qué gusto para mí! Estos fueron
zorros, estos fueron diablos, que desde ahí a más de dieciocho o
veinte días no se pudieron dar alcance unos a otros, hasta que un día
de mercado se juntaron en el de Villada, que era donde ellos solían
hacer sus conciliábulos zorreros. No se acababan de santiguar de la
villana de las borlas y de las burlas, que ambos nombres me llamaban
ellos; de las borlas, por las que llevaba al cuello, como montañesa,
162 LA PÍCARA JUSTINA

cuando me encestaron, a lo menos, cuando lo pensaron; de las burlas,


por las que les hice desde que les puse en cueros, dejándolos con sus
vestidos, que es el cosí cosí de Móstoles. Ya después que tornaron
sobre sí, alababan mi traza, pero escocíales la injuria, y tanto más
cuanto más sin reparo la hallaban, que al cabo, al cabo, todos éramos
de la carda cual más, cual menos, y no podían dejar de reconocerme
superioridad.
Deponen a Pero Grullo.
Después que se juntaron y trataron de lo pasado, quitaron al Pero
Grullo la presidencia y obispado de la Vigornia, con tales cerimonias
como si en hecho de verdad le quitaran algún insigne oficio, y, por
sus edictorrios, le privaron de oficio y maleficio por muchos años
precisos y otros a merced, y lo sintió él como si le quitaran algún
verdadero obispado, que, en fin, siempre fue verdadero el refrán que
dice: Lo que más se quiere, más se siente.
Decíanle:
—Hermano, no merece plaza quien tan infamemente salió de la
de Mansilla.
Dan bayas a Pero Grullo y fisgan de todo cuanto dijo.
Diéronle criadas bayas, lo cual él sintió más que todo.
Uno le decía:
—¿Cómo digo de aquella emperatriz ante cuyos pies hoy
habemos de pagar tributo? Mejor dijeras aquella emperrada
emperradera, ante cuyos pies caímos hechos unos zaques, y de cuyo
rebenque fuimos tan gobernados como desgobernados.
Díjole otro:
—¿Esta me llamáis polliparca? Llámola yo grulliparca, pues fue la
parca del Grullo y aun de toda su camarada.
Otro le dijo:
—Camarada, ¿cómo era quello de hoy renazco como ave fénix de
las cenizas que ha hecho Justina con el inmortal rigor con que me ha
quemado las tres potencias del ánima? Más cierto fuera decir: Yo
naceré con dolor del vientre de una carreta, cabeza abajo y pies
arriba, y hoy seré aborto de carreta, y me pondrá Justina como nuevo
de puro frisado con su azotina.
Otro le dijo:
Aceite de la mona.
—Hoy la rara ave de mi gustosa Justina hace plato al gusto mío.
¡Oh, pecador! Bien habías dicho, si no te hubiera primero dado con el
plato en los cascos, y si no quemara tanto el plato como el aceite que
lamió la mona golosa que estaba sobre una hornacha de lumbre.
LA PÍCARA JUSTINA 163

Otro decía:
—¡Viva el señor obispo, remediador de huérfanas! El huérfano sea
el Diablo, y tal remedio venga por su casa.
Otro dijo:
—Ella está entera como su madre la parió. Eso juro yo, que la
entera es ella y los quebrantados nosotros.
Otro dijo:
—¡Ea, presto, que el dios de amor tiene alas! juro a diez y a un
rebenque con que hace volar la carreta.
Otro, viendo que tan adelante iba el darle baya, medio
lastimándose, medio fisgando, dijo:
—Carren, carren. Murria perra es esa en dar bayas al rasante.
Tocó tecla de cuando por decir él: callen, callen, daos mucha prisa,
dijo: carren, carren, datos murria perra, etc.
Dijeron dichos agudos y donosos, que por agudos los río y por
largos los callo. Quédese a la discreción del pícaro más discreto, que
es el único censor de toda letura de folga. No dejaron cosa que no
tocasen, ni punto que no glosasen, hasta decirle:
—Bien pareces patriarchón de Jerusalén y nacido allá, pues tan vil
y cobarde naciste.
Henchíanlo de necio, cobarde y pusilánime, y fue tal y tan pública
la baya, que, corrido de los mates que le daban y motes que le ponían,
se fue de aquella tierra. Yo no dudo sino que no paró hasta Ginebra, y
aun, según le pusieron hecho un negro, se debió de ir a Mandinga, o a
Zape, donde envían a los gatos, aunque lo natural era que se fuera él
a la isla de las monas y yo a la de los papagayos. ¡La bellaca que le
saliera al encuentro a este toro agarrochado!
Muy capada quedó la Vigornia, y tan capada cuan descapada.
Con todo eso, se rehizo y cazaba, no como antes, sino mosquitos,
como milano de cuarta muda. Y a fe que no me da a mí poca pena
cuando veo picarillos de alquimia entonarse y que no encuentren
quien los haga tenerse en buenas. No sé acabar un cuento; ya sé que
enfado en él, pero ya acabo.
Vase a su casa Justina.
En fin, yo me fui a mi casa, donde fui recibida como un ángel, que
la gente de mi casa, aunque me quiera mal, holgaba destas
morisquetas, que lo mamamos todos en la leche retozona.
Símil de la pantera.
Y cuando fui a mi casa, llevé tras mí gran cáfila de gente de toda
broza, especialmente niños y páparos, como pantera, que con el olor
de su boca arrebata tras sí los animales, absortos tras su fragancia. De
164 LA PÍCARA JUSTINA

todos fui alabada, por casta, más que Lucrecia; por astuta, más que
Berecinta; por valerosa, más que Semíramis. Verdad es que, por si
acaso llevaba algo socarrada mi fama o otra cosa, me zahumé con
trébol y incienso macho en llegando a mi posada; quiero decir que
conté el cuento con tan buenas clines, que sobre él pudo volar mi
fama.
La burla de las mulas da apellido
a Mansilla de las Mulas.
Súpose y divulgose la burla en toda la comarca, y fue tan célebre
el cuento del carro y de las mulas, que por esta causa, desde entonces,
llamaron a mi pueblo Mansilla de las Mulas, que hasta entonces no se
llamaba más que Mansilla a secas. La gente que me venía a ver y
darme a mí el parabién, como presente, y a los bigornios el paramal,
como ausentes, me tenían despalmada a puros abrazos, aunque no
muy puros, que algunos me pellizcaban, que es uso de la tierra.
Después que reposé en mi casa y se me asentó la cosera, hice libro
nuevo. Ya era otra cosa; ya los principotes de mi pueblo me miraban
con otros ojos; ya me llamaban de merced y las gorras bajaban tantos
puntos que llegaban a dos corcheas, y aun al corcho de mis chapines.
Mujeres gustan de extraños.
Mas no sé qué me hube desde niña, que jamás hombre de mi
pueblo me cayó en gracia. Confieso que las mujeres somos de casta
de plaza, que siempre gustamos de lo de acarreo. Y somos como el
deseo, que siempre endereza a lo más remontado. Y somos como
perros, que no nos hallamos donde no hay gente, y por esta causa
apetecía yo emperrarme. Yo, en particular, siempre tuve humos de
cortesana o corte enferma, y cosa de montaña no me daba godeo. Con
todo eso, el tiempo que duró el festín de los parabienes viví contenta,
que el gusto es el corazón de la vida.
La JUusticia, sabido el caso, me adjudicó el despojo de la batalla y
mandó que el dueño de la mula hurtada me pagase muy buen
hallazgo, pues, por mi industria, había sido librada del poder de la
Bigorma, y que se me diese por testimonio, porque nadie me pudiese
motejar de mala, sino honrar por casta y astuta. Ello, nunca faltan
bellacos; alguno me ha dicho después acá:
Justina, si no quemada, tiznada.
—Hermanita, ¿cómo digo de la jornada de Arenillas? Si no
quemada, tiznada, que una vela pegada a un muro, aunque sea
argamasado, verdad es que no le puede quemar, pero dejar de tiznar
es imposible. ¿Qué será si se pega a carne gorda, que se derrite tan
bien como la misma vela?
LA PÍCARA JUSTINA 165

Como destas necedades he yo oído, digan, que de Dido dijeron.


Lluevan dichos, que ya ahora no me sabían en mi pueblo otro nombre
sino la mesonera burlona, aunque algunos me llamaban la villana de
las burlas. Ya yo no me preciaba de mirar a quienquiera, que una
honrilla sirve de garbo al cuello y de almidón al vestido.
Holgárame de haber tomado por tema deste número aquel refrán
que dice que Quien hurta al ladrón gana cien días de perdón, de los
concedidos por el obispo de sábado. Delos quien los diere, que si
perdones se ganaran, yo había ganado jubileo plenísimo; pero ya sé
que para perdones verdaderos, aun el nombre les sobra, cuanto y más
el hecho. Con el mío, a lo menos, glosé el refrán a osadas. ¿Pero quién
me mete en temas, ni glosas, sino en tejer historias y en hilar mis
romerías? Pero no, mejor me será dejarlo, que no es paro sin venta
para no dejar descansar las gentes. Yo lo dejo. Duerme, hermano
lector, que mañana amanecerá y quizá tendrás gana de leer más.

APROVECHAMIENTO
La beodez no sólo impide los buenos intentos y daña a la vida de la razón,
pero hace que el que se embriaga peque más y guste menos. En especial, note
el lector en qué paran romerías de gente inconsiderada, libre, ociosa e
indevota, cuyo fin es sólo su gusto y no otra cosa.

FIN
166 LA PÍCARA JUSTINA

SEGUNDA PARTE
DEL LIBRO SEGUNDO
DE LA PÍCARA ROMERA

CAPÍTULO PRIMERO
DE LA JORNADA DE LEÓN

NÚMERO PRIMERO
Del afeite mal empleado

SÁPHICOS Y ADÓNICOS
DE CONSONANCIA LATINA

Vencido el Grullo, Una mañana Fue bien arreada


cobra gran orgullo se puso galana, y mal afeitada,
la hermosa Justina, y desde el mesón y las que la vieron
y se determina se partió a León, tal baya la dieron,
salir de aldeana acompañada que, en fin, se apeó
y ser ciudadana de su camarada y el afeite lavó,
súbitamente. Bárbara Sánchez. triste picaña.

La vitoria ensorbece.

M
UCHAS veces he oído que los soldados viejos tienen por
común refrán decir: Nunca una victoria sola. Dice bien,
porque el orgullo de un triunfo hace los ánimos invencibles
y los arrisca y dispone para emprender nuevas hazañas.
El grifo, a propósito.
El grifo no pelea hasta que es de edad de cinco años y tiene buen
cuerpo y suficiente proceridad, y si en la primer batalla que tiene con
alguien, vence, es prodigio de fortaleza, y si vencido, queda más
pusilánime que un milano y pocas veces alza cabeza.
Especies naturales de águila. Águila mestiza.
Y cualquier águila —no digo yo la morphnos, ni osifraga, ni
halieto, ni pigargo, que son las especies naturales del águila, sino la
LA PÍCARA JUSTINA 167

bastarda o mestiza, llamada cigüeña montañesa— le vence y


acobarda.
Así yo, como de la pasada y referida empresa salí tan lozana cuan
triunfante, no sólo me ensanché, pero en mi mesma opinión crecí;
crecieron mis humos, mis desdenes, mis pensamientos, y aun pongo
en duda si creció mi alma, según vi en mí universal mudanza.
Justina se mete a dama.
Ya yo era dama; ya las cosas de montaña y de Mansilla, que todo
es uno, me olía a aceite de alacranes.
Condición de las simples doncellas de montaña.
Ya se había pasado el tiempo cuando quería yo más uno de
zaragüelles blancos con una pluma de pavo en el sombrero o
carapuza cuarteada, que a los mil Narcisos de corte con todos sus
alfeñiques y perfilados; ya se había pasado el tiempo en que yo
estimaba más que uno destos me prometiese una libra de lino o
azumbre de leche o vello en jugo, o un cordero hurtado a su abuela,
que si un cortesano me ofreciera una cadena o cabestrillo de oro.
Las lobas.
Son las labradoras y montañesas como la loba, que en tiempo de
brama huelen todos los lobos y siempre escogen el peor y más flaco.
Hablad con que se me diera a mí en aquel tiempo un pito por el galán
que, besando la mano, derribara la rodilla y dijera:
—Dama, tome ese cabestrillo de oro.
Pardiez, pensara que era pulla y que me quería encabestrar y
enalbardar.
Presente de enamorado de aldea.
El mayor presente que por entonces pensaba yo que se podía
hacer a una mujer de mi estofa era una sortija de latón morisco y, a lo
sumo, de plata, y cuando llegaba a ser sobredorada, venía a perder la
senda de la consideración y pensaba que era el finis terrae de los
presentes, que, como dice el refrán, En estómago villano, no cabe el pavo.
Desprecios de dama cortesana.
Pasose este solía, y a tal tiempo me trajo mi entono engomadero,
que no estimaba yo entonces un faldellín de grana de polvo con
franjones de oro, más que si nacieran los faldellines entre las cercas o
entre los cuernos del Rastro. Y todo esto vino de que, como dije, la
pasada vitoria sacó mis pensamientos de quicio y mi persona de mi
estado.
Viéndome, pues, encapada y ensombreada, a costa de la carretada
de tontos que desembarcaron por mi orden en la real de Mansilla, rica
168 LA PÍCARA JUSTINA

de sus despojos y ufana de mis trampantojos, se me puso en la cabeza


salir de aldeana y montañesa y dar de súbito en ciudadana.
Pavonada en León.
Resolvime en dar una pavonada en la ciudad de León, por ver si
se me pegaba en ella algo de lo civil, ya que de lo criminal yo era
maestra.
La ciudad de León está solas tres leguas de mi pueblo, aunque
hay en medio un mal paréntesis de un puertecillo, en cuya cumbre,
en tiempos pasados, estuvo gran tiempo la estatua de un hombre
capón. Hombre, digo, capón.
Alguno me dirá:
—Justina, adjetivad para peras.
Acaba ya, hermano lector. Vete conmigo, que buena es mi
compañía.
Así que, la estatua deste capón tenía el letrero siguiente: El capón
tiene del hombre lo peor y de la mujer lo más ruin. Cuando yo andaba
malherida deste escrupulete era por agosto, y muy cercanas las fiestas
agostizas que se celebran en aquel pueblo con muchos atabales,
cuando menos.
Resolvime de ir, y, resuelta, hice resolver a ciertos caballeros de
Aburra, hijos de rocino de mi pueblo, que me tocaban algo en sangre,
y aun no me tocaban poco, que me buscasen una pollina mansa en
que yo dromedease la llanada que hay desde Mansilla a la noble
ciudad de León.
Primer sitio de León.
Esta es la campaña donde los antiguos dicen que fue la primera
fundación de León cuando ella estaba en su flor, en hecho y en
nombre, pues se llamaba entonces Sublantia Flor. Mas el aire de la
mudanza, que todo lo derriba, la arrancó de cuajo y mudó al sitio
donde agora está, tan linda de lejos como fea de cerca, trocado el
nombre de Flor y su belleza en la ferocidad y en el nombre de León,
junto con el rigor del frío y la melancolía de las lluvias y humedades,
en que, por lo riguroso y melancólico, representa la fiereza del león y
la melancolía de su cuartana.
Leoneses, apasionados por su pueblo.
De veras puedo decir que no fui a León tanto con espíritu de
holgazana, cuanto de curiosa de ver cuántos grados de verdad me
trataban los leoneses que posaban en mi mesón, los cuales noche y
día se estaban contando las grandezas de León. Y leonés sé yo que,
por contarme toda una noche las excelencias de la Fuente del Piojo,
dejó de dar de cenar a su mula. ¡Miren con qué ansia estaría la pobre
LA PÍCARA JUSTINA 169

acémila de que su amo acabase de espulgar los piojos de aquella


fuente! No he visto hombres más moridos de amores por su pueblo, y
es de manera que donde quiera que se halla un leonés, le parece que
la mitad de la conversación en que se halla se debe de justicia a la
corona y corónica de León. En esto, todos tienen una pega: paréceles
a los leoneses que alabar otro pueblo y no a León es delicto contra la
corona real.
Oí decir a uno, que le venía el ser leonés desde que le quiso
bautizar un don Fulano Quiñones Lorenzana, su amo, honrado
caballero:
León no se denomina del rey de los animales.
—¡Oh, señora! León, entre los animales, rey; León, entre las
ciudades, reina.
Si cuando esto oí supiera lo que ahora sé de granuja y cronicones,
yo le dijera al páparo que no se entendía, pues, según consta de las
historias, dado que León se honre, arme y autorice con las armas,
blasón e insignias del león, que es rey de animales; pero su apellido
no viene de ahí, sino del nombre de una legión de soldados enviados
de los romanos para ganarla o fundarla o trasladarla o lo que sus
mercedes mandaren.
León, nombre de diablos.
Y aun, por su honra, no digo que el nombre de legión también le
han tomado los diablos. Pero voy a mi intento, y digo que, por
excusar a un leonés o otro necio de que, contando cuentos de las
grandezas de León, haga salivas por mi cuenta, y por poder decir con
libertad: no cuente más, sor leonés, ni entable juego tan largo, que ya
yo he andado esas andulencias y visto la leonera, determiné dar
principio a mi jornada.
Borrica para Justina.
Trajéronme una borrica donosamente aderezada, porque venía
ensillada y enfrenada y parecía mona con sayo. Como vi mi burra
disfrazada, dije:
—Por mi fe, que pues vos vais a lo húngaro, que he de ir yo a lo
del Diablo y que me he de vestir a mí y a mis mejillas de grana de
polvo, de modo que parezcan dos ajís bien maduros.
Envidia Justina a su borrica.
Mira qué envidiosas somos las mujeres, que aun de la burra tuve
envidia de verla venir tan galana. Mas no es nueva en nosotras esta
flaqueza.
Blandina tiene envidia del papagayo.
170 LA PÍCARA JUSTINA

De Blandina dicen los poetas que tuvo envidia a la gala y colores


del papagayo y, por verse con otros tales colores y plumas, pidió al
dios Apolo, o Júpiter, que no sé cuál era el hebdomadario de aquella
semana, que la convirtiese en papagayo. Hízolo Júpiter, y como
Blandina era mujer apapagayada o papagayo amujerado, parlaba por
papagayo de día, y por mujer de noche.
Blandina, parlando, enfada a los dioses.
Los dioses enfadados de tanto parlar, mandaron que la
enjaulasen, que, pues era papagayo, no se le hacía agravio, que el
refrán dice: Lo que me quise, me quise; lo que me quise, me tengo yo. Ella,
entonces, viendo acortados los pasos y libertad (cosa tan contra el
gusto de las andadorísimas mujeres), echó de ver cuánto mejor le
solía ir con sayas antiguamente que ahora con plumas de color. Pidió
a Júpiter que la tornase a su menester, que mujer solía ser, y el
Júpiter, que era bueno como el buen pan y debía de estar borracho
cuando tal hacía y deshacía, hízolo como se lo había pedido la
papagaita.
A propósito. Tuve envidia como Blandina, y por no tener que
pedir a Júpiter ni a otro beodo como él, y por tener juntamente galas
y colores de papagayo y libertad de andar y parlar como mujer, envié
por blanco y color a la tienda de una amiga, con que me pueda poner
hecha un papagayo real. Trajéronme buen recado, sino que yo no lo
supe amasar.
Pone cedazos para que no la vean afeitarse.
Recogime a un aposento, no tan defendido que no tenía dos
agujeros por donde un tabernero de la calle, que vivía frontero, me
solía dar unas esmeriladas de ojos en tiempo que yo solía recogerme a
ser cazadora y notomista de puertas adentro, y por jalbegarme a
gusto y no me ver corrida como otras veces, tapé lo desmantelado del
emplente con tres cedazos, porque ya que me viese el tabernero, fuese
por tela de cedazo, como a luna en eclipsi, y aun con todo eso, no me
aseguré, porque era el tabernero gran astrólogo destas visiones, y
eché de ver que no hube bien puesto los cedazos, cuando cernía
mucho por verme, y para excusarle desta labor y a mí deste temor,
volví hacia él las partes que no pensaba afeitar, y puesto el espejo en
el velador, me puse un poco de blanco y color de prima postura.
Scévola muere sentado en una letrina.
Ello no quedó tan bien asentado como Scévola, de quien dicen que
vivía tan de asiento, que por no desasentar de una letrina, donde le
dio el mal de la muerte, la aguardó allí tan de asiento, que, aunque le
LA PÍCARA JUSTINA 171

quitó la vida, pero no el quedarse sentado por más de cincuenta días


en aquella cátedra de pestilencia.
Efectos del primer afeite.
Podré decir desta primer postura, que la primera, en tierra. Como
era la primera vez que me hojaldré, encendióseme la sangre con la
bregadura y excitose tanto el calor que me derritió el pringue.
Lava el afeite.
De modo que cuando llegué a la puente de Villarente, que es
legua y cuarto de Mansilla, tuve por buen partido echar mi cara en
remojo y lavar toda la unción, que fue la extrema de aquel año. No
me pesa sino de ver el mal empleo de una salserita refina, que la reina
se podía amapolar con ella.
Afeite, cuándo ha de ser.
Tengo por cierto que esto de andar al olio es necesario que o sea
siempre o nunca, porque lo demás es como comer de una vez para
toda la semana, que ni luce ni engorda. Es linda cosa irse, entablado
el rostro a tercios concertados, amoldándose con la postura y
venciendo dificultades, que no se gana Zamora en una hora.
Vestido de aldeana para ir a León. Doncellas de tiro.
En fin, tornando a mi propósito, yo acabé de componer mi gesto,
si a Dios plugo. Tras esto, me eché una saya de grana de polvo, que a
fe que otra ha levantado menos polvareda; mis cuerpos de raso, un
rebociño o mantellina de color turquía, con ribetes de terciopelo
verde, mi capillo a lo medinés, que parecía monje de la cogujada,
unas chinelas valencianas con unas medias lunas plateadas, a usanza
destas nobles doncellas de Tiro, por si se ofrecía hacer alguno como el
de marras. Queríanme subir los galanes, mas yo les dije que era ligera
y saltaría sin ayuda de burreros encima de la burra. Puse la
sobremesa, que era del bigornio que hizo la mamona a la faltriquera
del dormido. En la manga de mi sayuelo metí un manto de burato
con puntas de abalorio para lo que se ofreciese, y ofreciose, como
verás.
Araucanos.
Mi burra iba galana, y yo también, de modo que ella y yo
parecíamos de una pieza, como lo sintieron los de Arauco de los
caballos y caballeros españoles.
Partí llevando los ojos de la vecindad, que si los ojos que tras mí
llevé se estamparan en mi jumenta, de burra se volviera pavón.
Burra ufana.
Iba la burra orgullosa y grave, como quien sentía el favor de la
carga, que no era mala, por ser yo, ni poca, porque, demás de que yo
172 LA PÍCARA JUSTINA

pesaba mis ciertas arrobitas, como lo podrán decir los del peso de
Valencia de don Juan, donde se pesan las mozas a trigo en la iglesia,
llevaba las alforjas cargadas de pepinos y cohombros, los cuales me
había dado un bendito hortelano, siempre augusto y nunca angosto,
el cual solía librarnos a las mozas todos sus favores en estas frutillas,
mas tampoco nosotras le pagábamos en mejor moneda.
Saca fiambre.
También saqué algo fiambre, por no andar en León pordioseando,
que como me decían que León era pueblo frío, temí que la caridad
leonina no tuviese la misma propiedad.
Fui en compañía de una Bárbara Sánchez, gran mi amiga, y aun
no quería yo tanta amistad como ella me ofrecía. Iban también
conmigo otras mozuelas que me alababan poco por mirarme mucho.
Dícenle a Justina lo del afeite, y ella responde una simpleza.
Una dellas, viéndome más lucida que todas, y aún que lo
ordinario y acostumbrado en mí, a causa del nuevo acecalado, no lo
pudo sufrir, y con más invidia de la fruta de mis granadas que deseo
del buen suceso de mis flores, me dijo:
—Señora Justina, muy sonrosada vas.
Yo, que siempre envido en las primeras cartas, la respondí luego
—mas confieso que el haberme aforrado de primera me hizo necia de
flux—, en fin, la dije:
—Señora Brígida Román, no es lo que piensa, sino que me lavé
con agua de agavanzas y amapoles.
Dio una gran risada de ver mi inocencia y de que pensase yo que
había de persuadirse ella que, porque las amapolas y agavanzas son
coloradas, me había de colorear a mí el agua dellas.
Nadie nace enseñado.
Confieso que respondí como inocente, que nadie nace enseñado,
si no es a llorar.
La muy matrera, como vio que me llevaba de vencida, me dijo:
Fisga del afeite.
—Mi hijita, pues, en verdad, que habiéndote encerado el rostro de
antemano con esa cera que se te derrite por el rostro, que fue mucho
pegarse tanto a él el agua de amapolas y su color, que no suele el
agua detenerse tanto sobre cosas enceradas.
Vime convencida de la nueva Celestina, y hube de ser confesora
sobre mártir. Mas juré de nunca llevar sobre mi rostro testigos que a
la primer vuelta de cordel parlan y descubren cuantos secretos les
encarga una mujer honrada en su retrete. Por esta causa, y por no
verme más corrida, me apeé y lavé mi rostro y garganta en una de
LA PÍCARA JUSTINA 173

agua, que iba mansamente murmurando de mi sencillez y de mis


enemigas por entre unos amenos y deleitosos sauces. Encarguele el
secreto que tocaba tanto a mi honra.
Agua, conserva secretos.
Prometiómelo, y creíla, que aunque las aguas no saben guardar
secretos, pero tampoco le descubren, que es el misterio que no
entendió Erasto. Mas es fácil de entender, porque el agua no tiene
sujeto sólido para conservar la memoria de los secretos, pero eslo
para que nadie los conozca en ella, porque a nada da asiento ni
firmeza. Como dijo el poeta español, no conserva el agua los escritos,
mas hace los secretos infinitos.
Agua, fue símbolo de la fidelidad.
Y cuando no conociera yo esta propriedad en aquella dulce
corriente, bastaba ver que se iba riendo conmigo para sospechar que
conmigo había de ser noble y fiel, que el agua fue símbolo de la
fidelidad, por la que guarda en tornar al mar, de do nació, a pagar el
tributo que debe.
Águila, como se remoza.
Estúvome tan propicia, que se detuvo a mi ruego, para que en un
breve espacio remirase en ella y en sus cristales mi rostro y mis
mejillas, renovadas como alas de águila anciana, la cual, para renovar
las plumas, pico y alas, las moja en agua viva, después de tenerlas
cálidas con el fervoroso sol y concitado movimiento.
Justina calla de corrida.
Hasta este punto, yo no iba muy de porte para con mis carillas,
como ni ellas muy de amistad con mis carrillos, a causa de que el
cuidado de mi cara fue prisionero de mi lengua, si vale tocar en los
jeroglíficos que acotó el gran maricón. Mas en echando que eché en
remojo mi cuidado, parlaba más que una picaza, y, si bien se contara,
más cuentos dije que pasos anduve. Mis carillas, a todo esto,
gustaban poco y respondían menos. Lo que más gastaban no eran
risas ni palabras, que no las llevaban hechas, sino las nesgas de mi
saya y ribetes de mi rebociño, siendo sus ojos, dientes, y su envidia,
vientre.
Varios símiles de la invidia bien ponderados.
Envidioso, con el bien desmedra.
¡Ah, envidia, envidia! Unos te pintan como perro rabioso, mas a
otros les parece que es decir poco, porque al perro el saludador le
sana con su gracia, mas el envidioso con ajenas gracias empeora.
Envidia, leona parida y peor.
Otros te llaman leona parida, mas a otros les parece que dicen
poco, porque el parto de la leona y sus furias son de cinco a cinco
174 LA PÍCARA JUSTINA

meses, mas tú, de un momento a otro momento, estás parida de mil


daños y preñada de dos mil amenazas, que eres Hidra en partos.
Envidia, peor que arpía.
Otros te dan epítetos de arpía, mas pareceres hay que es poco
subir de punto tu rigor, porque la arpía, después de haber muerto un
hombre, mira su rostro y figura en el agua, y como se ve tan parecida
al hombre que mató, ahoga en las aguas su vida por sepultar de una
vez su rigor, mas tú, mientras más te miras y remiras, más persigues,
y nunca te pesa de daño hecho de hombre a hombre, antes, entre los
más semejantes eres más cruel y metes más cizaña. Otros te pintan en
forma de un tigre que despedaza su propio corazón, mas otros dicen
que esto es decir nada, porque en un corazón no tienes tú para
comenzar y aun te parece poco si no llegas al alma misma. No
acabaré de decir pinturas tuyas, y aunque más males de ti diga, todos
serán pintados respecto de tus verdaderos daños. Píntante como
escuerzo y como ponzoñoso encovado, porque les parece que el
veneno del mal ajeno te engorda y su bien te da en rostro. Pero yo no
quiero meter contigo en dibujos, y menos en pintarte, que si a mí se
me cometiera tu trasunto y el compararte, sólo te pintara como mujer
y como una de mis carillas, en quien derramaste un veneno por
entero, y este bastara.
Envidia, nieta del Desamor y la Soberbia.
Epítetos de la envidia.
Pero quiérote dejar, porque me dejes. Sólo concluyo con decirte
que, entre muchos malos renombres y epítetos heredados de tu
madre, la Soberbia, y de tu abuelo, el Desamor, ya no te faltaba otro
sino llamarte come sayas, gasta tiras, engulle trapos, según lo cual, te
podrán también llamar tarasca, porque quien engulle sayas, engullirá
también caperuzas y sombreros. Esto he dicho a propósito de las que,
de pura envidia, comían con sus ojos mis sayas y engullían mis
ribetes y molinillos. Mas, punto en boca, que como yo pesqué tanto
del sombrero y capa, no faltará quien también a mí me llame traga
capas y engulle sombreros. Callar, callemos, que quien tiene tejado de
birlo, no es bien bolee al del vecino.

APROVECHAMIENTO
Pondera, el lector, que los males crecen a palmos, pues esta mujer, la cual, la
primera vez que salió de su casa, tomó achaque de que iba a romería, ahora,
la segunda vez, sale sin otro fin ni ocasión más que gozar su libertad, ver y
ser vista, sin reparar en el qué dirán.
LA PÍCARA JUSTINA 175

NÚMERO SEGUNDO
De la pulla del fullero

SÁPHICOS ADÓNICOS DE ASONANCIA

Yendo su camino, Mas, como el que peca Ella se las jura,


desde el jumentillo, siempre paga pena, y ordena tal burla
la hermosa Justina, vino un estudiante cual verás abajo,
mil gracias decía. fullero y farfante que es cuento galano,
De los estudiantes que la echó un pulla pues hizo la moza
no la habla nadie, con que quedó muda escupir la bolsa
Porque la temen. Y hecha una rosa. Mucha moneda.

No hablan a Justina los estudiantes.


Muchos estudiantes pasaban por el camino a las fiestas, mas como el
rumor de mis trazas y la fama de mis burlas les había dado
zahumerio de pimiento, y aun de rebenque, no había hombre dellos
que me osase encarar más que si yo fuera hosquillo jarameño y ellos
volteados, yo el perro de Alba y ellos Jerosolimitos, yo el león,
disfrazado en traje de cordero, y ellos los zorros de quien hace
mención la fábula.
Mujeres, mueren por quien las aborrece.
Trae símiles a propósito.
Con todo eso, les quiero decir una verdad, que aunque aborrecía
estudiantes, sentí y me dio pena que no me hablasen y mirasen, y
mientras menos me miraban, más crecía en mí el pesar y el deseo.
Somos, sin duda, las mujeres como puentes, que si no estamos
cargadas de ojos, se abre y hiende la obra, y antes quebramos por
falta de ojos que por sobra de pasajeros, aunque sean muy pesados.
Somos las mujeres como mosquitos, que se van con más deseo al vino
más fuerte en que más presto se ahogan.
Mujer, comparada a puente, mosquito, pulpo.
Somos como rabos de pulpo, que quien más le azota, le come
mejor sazonado. Somos como mariposas, que dejando la apacibilidad
del sol y de la luna, con toda propiedad morimos por la abrasadora
luz de la candela, donde juntamente hallamos el desengaño y el
castigo. Muere muy antes una mujer por un atrevido que ofendió su
honor, y aun su gusto, que por un comedido que la guarda el aire,
176 LA PÍCARA JUSTINA

que es un no sé qué y sí sé qué raro. Las mujeres, del disgusto


hacemos salsa de agraz al gusto. El Diablo entienda el guisado.
Dijo bien un discreto:
Mujer amiga de sierpe.
—El que quisiere que una mujer tope primero con él que con otrie,
hágase sierpe, que como él parle, aunque la haga mal, saldrá con lo
que quisiere, porque las mujeres heredaron de Eva hacer rancho con
una sierpe, aunque tengan a su servicio un bello Adán, aun en el
tiempo de pan de boda.
Mujeres comparadas a Atalía, y por qué.
Son como Atalía que despreció todos los dioses y casó con
Vulcano, el cual con un rayo había muerto a su padre y maridos, y
aquesta fue la causa porque los antiguos, para pintar la imprudencia
y condición de la mujer, pintaban una bellísima doncella pisando un
gallardo mancebo y dando la mano a un horrendo salvaje que, con un
nudoso bastón, amagaba un golpe a sus hermosos ojos.
No sé de adonde nos viene morir por lo peor, si no es que sea la
causa la que dio un griego, que, como por malo que sea un hombre,
siempre hay una mujer más mala, consiguientemente ningún hombre
debe ser despreciado de la mujer; mas cuando eso fuera, ¿qué es la
causa que tan mal sabemos tantear méritos, graduar personas,
diferenciar calidades? Averígüelo Vargas; ello va en la comadre.
Voy a mi cuento. Estudiantes fueron los que intentaron mi
deshonor, como viste, y porque pasaban sin hacer caso de mi
memoria por ellos, reventaba porque me dijesen algo, y si me lo
dijeran, no lo estimara en el baile del rey Perico. Si tengo culpa,
aparejen el borrico para cuantas son mujeres, que yo en el mío me
voy caballera como las otras, y cuento mi cuento.
Los estudiantes pasajeros andaban más cuerdos que yo, que,
como hostigados, no me miraban, aunque yo como mal
escarmentada, los echaba un ojo de a real. En viéndome que me veían
bajaban la cabeza y decían unos a otros:
No osan hablar a Justina.
—Pasito, hola, amigos, la mesonera burlona.
Las cuales palabras, en nuestro lenguaje castellano, era como si
más claramente dijéramos: ¡Agua va, que pasa la que imprime las burlas
con el rebenque!
Canta el pastelero.
Más quisiera entonces venir en mi carreta, que a quien me diera
un escudo, que para ellos no hubiera otro tal coco, y lo mismo fuera
verme los estudiantes en mi carro, que ver los moros al Cid en su
LA PÍCARA JUSTINA 177

Babieca, que fue la emprenta de sus bravezas, según y como me lo


solía contar, o, por mejor decir, cantar, un pastelero mi vecino, el cual
cada mañana me hacía desayunar con tres romances del caballo
Babieca. Yo no he visto pastelero más a pie ni más a caballo que
aquél, y echábasele de ver en los pasteles, que parecían tener la carne
del caballo Babieca.
Aunque los estudiantes no se dignaban de vernos, nunca me faltó
por el camino conversación de mujeres y espadachines, porque todo
hombre o mujer que no fuese estudiante me decían una chanzoneta.
Mujer, hija de flauta y tamborino.
Yo no la escupía, que las mujeres, si creemos a los maldicientes
talmudistas, somos hijas de una flauta y un tamboril, y así, salimos
estrechas de pescuezo y anchas de cuerpo y hablamos tiple. Si entre
chanzonetas y donaires venía de máscara alguna pulla, aunque fuese
mayor de marca, la rebatía con la presteza posible y procuraba hacer
el retorno con el mejor consonante que podía destilar mi alquitara:
Esto de repens es como sale, aunque los buenos dichos de las
mujeres, como son todo paja, son los que más presto salen al pelo del
agua.
Píntase el fullero.
De todas y todos me desquité; sólo de un pícaro, medio
estudiante, medio rufián, no me desquité, y no es mucho que una
pelota se me fuese por alto, y aconteciome lo que cantó el poeta, que
dijo: Quedose la respuesta en el tintero, que alguna vez se duerme el buen
Homero.
Mirar atento del fullero.
Así que este bribón inserto en escolar se llega a mí y, con la mayor
socarronería del mundo, me miró en redondo con una sorna que
entendí que me había de meter los ojos en el pulgarejo o comerme las
tripas con los ojos.
Habla el fullero a Justina.
Ya que le iba a decir un poco de lo bien hilado, atajome con
quitarme el sombrero y hacerme una inclinación capital y comenzar a
alabar mi talle, postura y cuello.
Mujeres alabadas se desvanecen.
Ya ven que una mujer alabada, no tiene espada, y si la tiene, no
mata. ¿Qué había yo de decir a un hombre que me estaba loando, y
qué no había de poder él decirme, usando de tan astuta invención?
Palomas, se cazan cuando se miran al espejo del agua.
Ya se sabe que el cazador, de ordinario, coge las palomas más a su
salvo cuando se están remirando en el espejo del agua su belleza y
178 LA PÍCARA JUSTINA

componiendo con el peine del pico sus doradas y plateadas plumas.


Así, no es mucho que me burlase y me cogiese con tiro de palabras y
pullas este cazahampo, estando yo como inocente paloma
entretenida, remirándome en el espejo que me hacían sus alabanzas
abogadoras de mis primores. Iba el hombre discurriendo en su
laudatoria, y vino a alabarme los agnus y piezas que yo llevaba al
cuello, y en esto gastó mucho almacén.
Preguntome:
—Y, señora, ¿qué piezas son esas dos que lleva asidas al rosario?
Respondí:
—Señor, son unos agnusdei.
Él dijo entonces:
—Eso no son ellos, juro a tal.
—Pues ¿qué son? —le repliqué yo.
Pulla del fullero.
Él entonces comenzó a concertar su capa y poner el freno a punto
de aires bola, para en acabando de decir su dicho, picar; lo cual
hecho, me dijo:
—Hermanita, estos son los sellos de las bulas de coadjutoria que
lleva para el canonicato del señor don fulano, canónigo de León.
Y señaló pieza no mala.
Deja con la palabra en la boca.
Tan presto como lo dijo, se traspuso, de modo que cuando me
quise descargar, a uso del duelo picaral, no tuve con quien hablar,
sino con su sombra y las pisadas del cuartago, y aun este parece que
iba ufano de la pulla que me echó su amo, según iba coleando; tal fue
su presteza.
Pónese colorada.
Quedé corrida, echa una mona. Nada hubo allí bueno para mí,
sino un rosicler que me dicen mis vecinas que me hacía no mala
pantorrilla a la cara. Juréselas, y no me las fue a pagar al otro mundo.
Acuérdate, y verlo has, que si él me glosó el agnus, iba a decir que yo
le glosé el quitolis, pero no quiero, por el respecto de cosas santas,
aunque es gracia sin perjuicio. Confieso que quedé picadilla, mas
estos enojillos son agua de fragua y ceniza, que hace cala para que
corte la espada.
El fullero, hijo de clérigo.
Este escolar era sobrino de un hermano de un cura rico de aquella
tierra. Gran fullero, iba a jugar a León, por fama que tenía de que a
las fiestas concurría gente del oficio brujular, que estos huélense de
LA PÍCARA JUSTINA 179

cien leguas como bizmados, y se conocen por brújula, que les sirve de
judiciaria en defeto de la cabeza toledana.
Caínes.
Y quiso su ventura que, en aquel breve rato que me hizo la
salutación, le eché de ver una señal, y aun señales, por donde no le
podían desconocer, que estos bellacones son los Caínes del mundo,
que andan vagamundos y traen señal para que todos les conozcan y
nadie les mate, porque quiere Dios que no tengan tan honrados
verdugos como manos de hombres, sino que sus pecados lo sean. Las
señales que en el rostro tenía, eran dos juanetes, que podían ser hijos
del Preste Juan —que yo supongo que los hijos del Preste Juan se
llaman Preste Juanetes—. Tenía un ojo rezmellado y el párpado
vuelto afuera, que parecía saya de mezcla regazada con forro de
bocací colorado, y el ojo que parecía de besugo cocido y no poco
gastado a puro brujulear.

APROVECHAMIENTO
Traza del Demonio es que las mujeres libres, a primera vista, encuentren
ocasiones con las cuales se conserven y continúen sus libertades, porque
toma él muy a su cargo fomentar la perdición que una vez persuade.
180 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO TERCERO
De la entrada de León
Suma del número.
REDONDILLAS DE PIE QUEBRADO
Tiene León una entrada
tan extendida y tan larga,
que, por desabrida, amarga,
y por importuna, enfada.
Mas Justina,
por vencer esta mohína
y por dar contento a todos,
comenzó a decir apodos
de una entrada tan malina
y tan lodosa.
Puente del Castro.
Yo entré por mi León por la puente que llaman del Castro, que es una
gentil antigualla de guijarro pelado mal hecha pero bien alabada,
porque los leoneses la han bautizado por una de las cinco maravillas.
Puentes de Segovia, Alcántara, Herodiana.
Casi yo tenía creído que era semejante a la segoviana que hizo
Hércules, o el Diablo por él, según dicen los niños, o Trajano, el que
hizo la de Alcántara, de quien dijo el otro al rey Filipo II que mirase
su majestad muy bien el ojo del medio, o como la que hizo de media
legua de largo Herodes, el que reedificó el Templo; pero, con licencia
de los señores leoneses, más gesto tiene de caballete de tejado que de
puente pasajera.
Puente de Villarente.
¡Dolor de la puente de Villarente, que está junto a mi pueblo!, que
si no tuviera en medio un tirabraguero de madera, a causa de haberse
quebrado por la parte más necesaria y de más corriente, pudiera
hablar donde hubiera puentes, aunque fueran las de Navarra, de
quien dice el refrán de aquella tierra: Puentes y fuentes, zamarra y
campanas, Estella la bella, Pamplona la bona, Olite y Tafalla, la flor de
Navarra, y, sobre todo, puentes y aguas.
Arrabal de Santa Ana, largo. El que
eligió morir sangrando de los tobillos.
LA PÍCARA JUSTINA 181

Junto a esta puente por do entré está el arrabal de Santa Ana, que
si como iba a ver fiestas, fuera a buscar la muerte civil, yo escogiera el
ir por allí a buscarla, como el otro que escogió morir sangrando de los
tobillos. ¡Necio!, mejor fuera escoger que le llevaran a morir cien mil
leguas de su lugar o que le dejaran ir a morir a León y entrar por la
puerta del Castro y arrabal de Santa Ana, que con este medio tuviera
esperanza de que en el ínterin pudiera apelar sesenta veces y tener
despacho.
Entrada de San Lázaro.
Ya quiso Dios que aporté a la ermita de San Lázaro. Quise entrar a
hacer oración, mas vi unos altarcitos y en ellos unos santitos tan mal
ataviados, que me quitaron la devoción, y yo había menester poco.
Tabletas de San Lázaro. Templo de Ceres.
A la puerta de San Lázaro oí tañer unas tabletas, no de botica, que
a serlo fuera más a cuento para remedio de mi cansancio, mas no se
me hizo creíble que la ermita de San Lázaro fuese como el templo de
la diosa Ceres, que tenía siempre a la puerta pan caliente. También se
me ofreció si acaso tañían a entredicho o tinieblas, que, pardiez,
según yo sabía poco de Iglesia, no me acordaba si caía el jueves Santo
en agosto. También me vino a la imaginación si acaso se habían
anticipado mis castañetas y hecho otra levada como en la entrada de
Arenillas.
Tabletas para pedir de lejos.
Mas nada de eso era, sino que aquella mujer pedía limosna con
aquellas tabletas, y para pedir de lejos, de modo que cuando allí
lleguen los caminantes traigan desatacada la bolsa y no se detengan
en madurar la gana de dar, se hace aquello.
Yo, como nueva, le pregunté a la tablera:
—Hermana, ¿no fuera mejor pedir con la boca, y no, que parecéis
que espantaís moscas?
Dijo:
—No, señora hermosa, que esto se hace para que puedan pedir
todos los pobres que aquí se curan, aunque sean gangosos y mudos.
Yo enmudecí también, porque me tapó la razón, sólo di un rodeón
hacia las compañeras, y les dije:
—Bueno, por vida de Justina, muy próvidos son los de León; a fe
mía que deben ser pedidores de a legua y de ventaja, pues enseñan a
pedir a los mudos. Amiguitas, otro ñudo a la bolsa, que piden mucho
en León.
Angerona, abogada de los mudos.
182 LA PÍCARA JUSTINA

De la diosa Angerona, dicen los relatores de la jiroblera, que era


madre del silencio y abogada de los mudos, y que tenía siempre
puesto el dedo en la boca.
Angerona, comparada a la tablera.
Pero los muy curiosos añaden una cosa en que se parece mucho a
esta tabletera de San Lázaro, conviene a saber: en que estaba a la
puerta de la iglesia, y en la mano derecha, un plato o cepo en que se
echaba limosna para la diosa Volupia. Ya sé que no es sólo León
quien tiene estas Angeronas, que todo el mundo es uno, sino que
entonces era tan bozal, que no pensé que había en todo el mundo más
que un San Lázaro y unas tabletas.
Pasa por el rollo, junto al cual está la casa.
Fui por adelante, y por mis pasos contados me fui al rollo. Vi que
enfrente dél estaban unas mezquitas pequeñas o casas de calabacero,
donde estaban asomadas unas mujercitas relamiditas, alegritas y
raiditas, como pichones en saetera. Parecían cotorreras de a seis en
libra, y no lo eran más que la Méndez.
En León no se puede decir a la mujer Vete al rollo.
Y, por vida mía, que para ser leoneses tan proveídos, no me
pareció que las habían puesto en lugar decente y acomodado; lo uno,
porque estando aquellas oficinas junto al rollo, ningún leonés
honrado puede decir a su mujer vete al rollo, sin que en estas
palabras vaya enjerida, como piojo en costura, la licencia para que la
tal mujer salga de sus casillas y entre en aquellas casillas, o se
ahorque en buen día claro, porque mujer junto al rollo y conjurada
con tal maldición, ¿qué otra tela tiene que echar ni otro oficio que
hacer, sino es ahorcarse de una manera o de otra, habiendo ocasión
para todo? Y tanto mayor inconveniente es éste, cuanto más usada es
esta maldición en aquella tierra. Bien sé que las leonesas nunca se
aprovechan desta maldita licencia y maldición licenciosa, mas si se
aprovechan, excusa tienen, diciendo: Marido, hice lo que mandastes.
Cuento del hortelano.
Como el otro hortelano motilón, a quien su provincial mandó que
le trujese una lechuga de la huerta, y por saber dél que era espacioso,
le dijo por gracia:
—Lo que habéis de hacer es no la traer en todo este año.
Fue el hortelano por la lechuga y no tornó desde allí a un año, que
vino con su lechuga al provincial y le dijo:
—Vea aquí la lechuga, padre, no dirán que no hice lo que me
mandó.
LA PÍCARA JUSTINA 183

Quiso el provincial castigarle por fugetivo, mas él se excusaba con


decir:
—Padre, ¿vos no me mandastes que no viniese dentro de un año?
Así, las de León las envían sus maridos al rollo, y van y se recogen
mientras hace calma o quiere llover, excusa tienen de un mal recado,
diciendo:
—Marido, vengo de donde vos me inviastes.
Otro inconviniente hallo yo en estar aquellas publicanas en aquel
puesto: que es muy húmedo y frío, lo cual, sobre cálido, pela a las
gentes y aun a las águilas, y aun hacen muy grande agravio a las
bubas que allí nacieren, porque las bubas son nobles y siempre
vienen de caballeros y caballería, y las que allí nacieren serán
bastardas, en fin, nacidas de polvo de la tierra y aun del lodo. ¡Dolor
de los que allí trajinaren!, que meterán carga de tierra de España y la
sacarán de Francia.
La casa junto al rollo es tener en un carpatacio culpa y pena.
Ahora se me ofrece la causa porque los leoneses debieron de
poner junto al rollo aquellas casas de placer; sin duda fue por tener en
un mismo cartapacio culpa y pena.
Decía un papelista de aquí de Salamanca que, como no hay
sermonario que no tenga junto con la Pascua la Cuaresma, tampoco
hay placer carnal que junto a un hoy no tenga un ay, y junto a un
pequé un pené. Ello, el ejemplo no es muy a pelo, pero pase, siquiera
porque no se quejen los papelistas que no entran en la picarada, y
ansí es bien que los citemos siquiera a una vez de remate.
Lo que yo sabré decir es que como yo era niña y vi la horca antes
del lugar y junto a la casa de las mujeres maletas, pensé que era tan
bravo el león, que en saliendo las gentes de el lastre de la casa, los
subían a la cámara de popa del rollo, y que en apeándose de las
burras, los subían al caballo de canto, y no de órgano; mas después
perdí el miedo y vi que no era tan bravo el león.
Todas estas imaginaciones y buenos concetos me importaban para
entretener el cansancio con el cual iban batanadas mis asentaderas, lo
que era bueno y aun lo que era malo. Si tuviera un ojo en un dedo,
como pidió el Momo, a fe que con él pudiera ver estampada en mis
espaldas la verdadera imagen de una albarda; por esta causa, si
alguna vez salía yo con alguna bachillería y me preguntaban mis
compañeras:
—Justina, ¿pero quién te mete la paja?
Respondía:
—Hermanas, la albarda.
184 LA PÍCARA JUSTINA

Humedad de León.
También estos buenos pensamientos me sirvieron de freno para
refrenar el temor que llevaba, pensando que por la mucha humedad
del sitio, cuando llegase a la posada nos había de haber nacido berros
en las uñas a mí y a la jumentilla.
Las cansadas hermosas.
Ya entré por la puerta que dicen de Santa Ana, y a fe que no
faltaron gentes que mirasen la procesión de los que entrábamos, y
sobre todo la mesonera burlona hacía raya, que un cansancio, aunque
embota el gusto, aguza el garabatillo.
Cansancio con muletas.
Hice paraje en un mesón que está pegante con la misma puerta de
Santa Ana, lo primero, porque mi cansancio no me daba más licencia
(que al cansancio los antiguos le pintaron con las piernas trozadas); lo
segundo, me entré allí por ver entrar gente de Campos empanada en
carretas; lo tercero, por tener cerca un paseo que llaman el Prado de
los judíos, y lo principal, porque vi una fuente apacible allí junto a la
puerta del mesón.
Fuente de la puerta de Santa Ana.
Fuente es que corre cuando quiere, y algunas veces se queda a oír
vísperas en la Iglesia Mayor o hacer colación de rábanos en la plaza
de San Martín. Dígolo, porque con todos estos puestos y manantiales,
tiene necesidad de hacer cuenta antes de llegar allí, y aun cuando
llega trae necesidad de otra tanta agua con que lavar el barro que ha
cogido en estas estaciones. Yo había oído nombrar la fuente Cabalina,
y viendo que allí iban a beber muchos caballos que habían venido de
acarreo para las fiestas, pregunté si aquella era la fuente Cabalina;
engañome el nombre.
Sucediome también un buen chiste, y fue que me dijo un leonés,
viendo que yo miraba a aquellos caballos forasteros:
—¿Qué mira, señora hermosa? ¿Espántase de que haya en León
gente de a caballo? A fe, señora, que si hubiera en León caballos, que
hubiera muchos caballeros.
Mira, por tu vida, qué querías que le respondiese, sino un ¡arre
allá! Pero dejele, porque me dejase, que, según vi en él, era uno de los
que buscaban caballo y pudiera ser que me cayera a cuestas la
respuesta y el ¡Arre allá!
Diome gusto que vi bien proveído el mesón, y sin duda lo estaba
mejor que el mío, digo, de alhajas, mas no de astucias, que a las
mocitas de munición se les vía el juego a legua.
Mozas del mesón, simples.
LA PÍCARA JUSTINA 185

Parecían todas sus trazas hijas de clérigo, según se traslucían ellas


de intención bien pecadoras, mas faltábales la sal y el saber.
Excelencias de sus padres, mesoneros astutos.
Faltábales el consejo de una buena madre que yo tuve, la cual, con
media espolada de ojos, nos hacía andar a las quince, si no es que la
mano de su reloj anduviese de posta, que para este caso no había
regla cierta. Si era necesario, con un mesmo candil nos hacía alumbrar
y deslumbrar. Era ella una Circe y mi padre otro Estabulario, tal que
no les faltaba sino convertir a los huéspedes en mulas; y si hicieran, si
no temieran que, siendo todos mulas, todos comieran la cebada y
ninguno la pagara. Yo no sé cómo no fundaron una universidad de
mesoneros, que otras ha habido de menos consideración, a lo menos,
provecho.
Mozas simples.
Así que, las mocitas deste mesón eran en grado superlativo
boquirrubias. ¡Cuitaditas! ¡No tenían maestra! ¿Qué habían de hacer?
¡Quién tuviera lugar para hacerles buena obra! Lástima les tuve. El
otro, para llamar siempre a uno, decían: El señor fulano, muchas
veces come sin plato. Yo se lo dije a las bobillas por ver si habían
aportado a la provincia de Pulla, siquiera de barbavento, y me
respondieron:
—Sí, el pan.
Y pensaron que habían hilado, beatillas.
Estando, pues, contemplando profundamente la somería destas
parvolitas y examinando una dellas que, según me dio a entender,
pretendía sacar carta de examen para poder públicamente hacer su
labor (digo, de mesonera), sin temer malsines, quiso mi buena suerte
que, acaso sin pensar, supe cómo el fullero del ojo rezmellado, el que
me dijo en el camino que los agnusdeis eran bulas de coadjutoría,
posaba en aquel mesón, lo cual no me dio poco gusto, porque demás
de que yo se las había jurado, toda mi vida tuve inquina contra
escolares, como el perro de Alba contra los carpinteros de la
Veracruz.

APROVECHAMIENTO
La persona que una vez pierde el respecto a Dios, mira con desprecio las
cosas santas y no santas, las honrosas y las que no lo son tanto; y de aquí es
que aun de las piedras, calles y edificios y paredes murmura y fisga.
186 LA PÍCARA JUSTINA

CAPÍTULO SEGUNDO
DEL FULLERO BURLADO

NÚMERO PRIMERO
De la del penseque.
Suma del número.
SEGUIDILLA
Hácese bobilla
la del penseque,
y no mira cosa
que no penetre.
Águila.

O
JOS que ven no envejecen, si no son los del águila, que cuanto
más pico ven, van más a Villavieja. También digo que de la
regla dicha exceptúo los ojos de mi amigo el ojimel, el sobrino
del hermano del cura, el que nos vendió el galgo, el cual, con la
continuación del juego y falta de sueño, andaba tan chupado que
pensé que se le había exprimido el alma por los ojos y de puro
brujulear se había tornado brujo.
Alusión tácita.
Así, porque no envejeciesen mis ojos, todos once, mientras
esperaba alguna coyuntura para hacer la burla al del ojo
arremangado, quise ver, y no por brújula, todo lo que había que ver
en León, que ojos, y de León, aun durmiendo, es bien que estén
dispiertos. Y aunque tuve bien que mirar en algunos buenos picos
que acudieron a decir donaires, mas como ojos de águila envejecen
viendo pico, no quise que me acaeciese otro tanto.
Vistas sin costas.
En resolución, quise ver libremente, sin costas, sin echar sisa en
voluntad ajena ni pagar alcabala de la propia, y para esto era propio
ver de lejos y guardarme de picos, que o son picadores o
picardeadores.
Fiestas de León.
Yo pensé que había mucho que ver en las fiestas, mas confieso que
no había; aunque miento, yo me asuelvo, que sí había, y es bien
decirlo porque no nos maten los legoneses, que tienen nombre de
LA PÍCARA JUSTINA 187

azadón de los que llaman legones, y azadonadas me harán decir la


oración de los leoneses y de León.
Lo primero, Granado y la Granada habían desembarcado allí y
habían de representar la comedia de Santa Tais y Santa Egicíaca, y
había de salir la Granada con una calavera en la mano, que cuando la
vi salir, pensé que era vieja que salía a echar agua bendita a algún
cimenterio.
Entremeses antiguos.
También traían el entremés de los sacristanes enharinados, que
parecían puramente torrijas enalbardadas, y otros muchos entremeses
que comenzaban: Digo que somos las más desgraciadas del mundo estas
que somos hermosas, como es uso y costumbre en todos los entremeses
de Maricastaña. Miren si había que ver. ¡Así hubiera que beber! Pero
todo el vino que había era vino a la malicia.
Pero dejado esto, cree que no soy tan festiva, ni que iba tan
descuidada de mi tiro, que no pregunté y supe a qué hora vendría
puntualmente el fullero al mesón, de lo cual hice alforja para su
tiempo y coyuntura, que todo está en guardarla, como boca de
enfermo.
Yo pensé que era verdad lo que maldicientes dicen, que las
mujeres tenemos correo ordinario y posta que marcha del corazón a
la lengua y de la lengua a todo el mundo, mas de veras que yo no
despegué mis labios para decir a persona alguna con qué fin inquiría
del estudiantón, y crean que nos agravian si piensan que no sabemos
ser cerrajeras de bocas las mujeres.
Mujeres, callan si interesan gusto.
Denme que sepa una mujer que le importa para algún gusto o
provecho, que con las de Nicodemus no le abrirán los labios.
Pregunto: ¿No era mujer Angerona? Sí. Pues ella fue la que a la
entrada del templo de la diosa Volupia estaba con el dedo puesto en
la boca. ¿Qué era aquello, sino que si la mujer huele que hay entrada
para algún gusto o deleite —significado por la diosa Volupia—, es
más cerrada que trozo de nogal rollizo?
Y informada, pues, deste punto con el posible silencio, partí a ver
un rato la ciudad, iglesia y fiestas.
Leoneses cachorros.
Debí de parecerles melosa a algunos hijos de vecino de León,
aunque los leoncillos son retozones como cachorros, y aun me dicen
que después, de grandes, son juguetones, deben de ser leones de la
cuarta especie, de los que fingió el poeta que se convirtieron en
moscas.
188 LA PÍCARA JUSTINA

Leones moscados.
Algunos de estos moscones se me pegaron a título de que en un
portal mío que yo tenía en Mansilla, bien regado, habían estado de
camarada, como huevos en cazo de agua. La que yo sudé en ir por la
calle de Santa Cruz, plaza y calle Nueva, a la Iglesia Mayor, no fue
poca, porque el calor era mucho y el trecho no poco. Yo pensé que
aquel pueblo era fresco, como me habían dicho, mas debíase de
entender que era fresco porque no es nada salado, o que lo es cuando
no es menester, o quizá, como los leoneses tenían tan publicadas sus
fiestas, debió de venir a verlas el calor de Extremadura.
León, fría y cálida.
Dijéronme que los temporales de León eran muy francos, y pensé
que nacían por las calles manzanillas de oro; mas, según vi, la
franqueza era que no sabe acabar por poco, porque comienza en
fresco y acaba en yelo, y su calor acaba en fuego: pueblo extremado.
Mozas de cántaro, parleras.
Llegué a la Iglesia Mayor, y poco antes de entrar en ella encontré
con una tropa de mozas de cántaro que pensé que eran gorriones en
sarmentera, según chillaban, y era que al pie del patio —que es el
paseo de los señores de la iglesia—, está la fuente que llaman de
Regla, no, a lo menos, por la que allí les vi tener, sino por la que fuera
razón guardar junto a tan sacro lugar. ya que está allí la fuente. Mas
estaba tan ajena de regla, que yo vi moza que, embebida en ver, oír y
no callar, con un lacaísimo bellaquísimo, se entretuvo cogiendo y
vaciando agua en su cántaro de barro más de media hora. ¡Dolor de
su ama, si la estaba esperando con el frío de la calentura para que le
echase ropa de la que le sobraba a ella!
Agua de León.
Lo que es la moza tardó mucho. Yo la perdono, porque me dio a
beber por su cántaro un poco de agua que, aunque gruesa y no nada
fresca, por donde mojaba pasaba, y aficioneme más a su cántaro que a
otro por ser el más enjuagado o enaguado, como dicen las
ciliantristas.
Iglesia mayor de León.
Comencé a entretenerme en mirar la iglesia. Es bien galana, tanto,
que pensé que era el carro del día del Corpus adornado de varios
gallardetes y banderolas.
Portada antigua.
Noté que estaba notablemente envejecida la portada, más que
ninguna otra parte de la iglesia, y pensé que la causa era porque
todas las viejas gastan más de boca que de ninguna otra parte, en
LA PÍCARA JUSTINA 189

especial cuando son afeitadas; pero no es eso, sino que aquella


portada está vieja y mohína y gastada de puro enfadada de ver entrar
allí tantas caperuzas y tan pocos devotos a oír vísperas y oficios tan
solenes. Aunque entré dentro de la iglesia, yo cierto que pensé que
aún no había entrado, sino que todavía me estaba en la plaza, y es
que como la iglesia está vidriada y transparente, piensa un hombre
que está fuera y está dentro, como corregüela de gitano.
Muchas vidrieras en la Iglesia de León.
De otras iglesias dicen que parecen una taza de plata; de aquella
puédese decir que no sólo parece, sino que es una taza de vidrio, que
se puede beber por ella.
Topo de León.
Yo no sé para qué fin hicieron tan abrinquinado aquel famoso
templo, si no fue porque como el frío y calor de aquella tierra son
traidores, quisieron que no se pudiesen absconder ni retraer a la
iglesia, que la Iglesia no vale a traidores, o quizá el topo que impidía
aquel edificio cuando se comenzó a hacer en aquel sitio Casa Real,
debió de sacar en condición que las paredes fuesen de vidrio y las
bóvedas de toba. ¡Mal año si les mandaran hacer tejados de vidrio,
que malas pedradas fueran éstas!
Yo hablo como boba y a fe de penseque, que pudo ser que como la
iglesia es chica y la gente de aquella tierra mucha en aquellos
tiempos, dieron traza que quedase la iglesia de modo que pudiesen
oír misa desde la calle. Ya la gente está apocada, y así han cubierto los
claros de las vidrieras y pintado allí unas cosas, aunque se han
atajado muchos de los inconvinientes que yo pensé que había, y no
debía de haber ninguno, sino que desto de Iglesia a mí no se me
entiende más que a puerca de freno.
A lo mejor de mi miradura entró gran tropa de canónigos,
vestidos de blanco, las camisas sobre el sayo, que iban entrando al
coro por diferentes puertas.
Canónigos que parecen hueste.
Yo, como era la primera vez que vi cosa semejante, pensé que era
la hueste, mas después, viendo que eran hombres como los otros, les
perdí el miedo.
Danza de cantaderas.
Tras esto vinieron unas danzas de mozas que llamaban las
cantaderas, y guiada por este nombre, pensé que habían de cantar en
el coro las vísperas con los canónigos, como cuando cantan las sibilas,
y como vi pocas sillas respecto del mucho número de prebendados —
que me dicen ser ochenta y cuatro—, y que las cantaderas eran más
190 LA PÍCARA JUSTINA

de cincuenta, pensé que en cada una silla habían de estar cantando un


canónigo y una cantadera; mas todo fue pensar en vago, que no iban
a cantar, sino a bailar. Por cierto, que las pudieran llamar bailaderas y
no cantaderas, y ahorrarnos de un penseque de los muchos que me
sobraban, y hay más de cuatro que yo no digo.
Desea Justina ser cantadera.
Estas cantaderas eran buenas niñas, pollas de hasta dieciocho o
veinte años, en fin, de mi edad, que no tuve yo poca gana de entrar en
la danza y injerirme, como fingen de Pigargo, que se metió en el sarao
de las reinas, y aun al principio estuve por hacerlo, porque como iban
bailando con atambores delante, pensé que iban haciendo gente, y
como somos gente, pardiez, por pocas nos asentáramos en la danza.
Preguntan a Justina si es cantadera.
Por esta causa, me anduve un rato tras ellas, bailando con los ojos
al son, y algunos de los que me veían me preguntaban si era yo
cantadera. Yo, aprovechándome del nombre de cantadera y de la
ocasión de fisga, le respondí:
Responde en pulla.
—No, hermanos, que estoy en muda como colorín. Yo no canto ni
soy cantadera por todo este mes; y si algo canto es clueco, como
gallina, y es cuando pongo, y entonces soy cantadera para lo que les
cumpliere.
Con esto conjuré algunos nublados.
Con esto desaparecían como trasgos los mancebos pescudadores,
aunque alguno dellos hubo que dijo:
—A lo menos, si vos no sois cantadera, tenéis gesto de
encantadera.
No se fue riendo, que yo le dije a él:
Alusión a las colas de las serpientes.
—Si yo soy encantadera, tápate con la cola, pues te sobra, asnazo.
Ya me dicen que no son las cantaderas de dieciocho años, como
solían, porque diz que han de ser doncellas, en memoria de las que lo
eran en tiempo del rey Almanzor, que es una historia brava. Yo no la
sé, mas bien pienso que si aquello durara y Santiago no lo remediara,
llevaba camino el Almanzor de barrer cuanta virginidad había en
España.
Fábula del lobo.
Parecía aquello a lo de la fábula del lobo, que pidió en parias las
ovejitas más bobas, y era el bobo él. Eran de cada perrochia diez o
doce cantaderas y diz que todas vírgenes; y en mi ánima que si fuera
LA PÍCARA JUSTINA 191

en este tiempo, lo tuviera por medio milagro, y aun en aquel no era


poco.
Testigos de la doncella.
Ellas decían que lo eran, que este es un pleito que nunca tiene más
de un testigo.
El modo de matricular estas danzantas me cuadró mucho cuando
me lo dijeron, que diz que los curas, tres meses antes de nuestra
Señora de Agosto, tienen cuenta con las casadas que mejor les
parecen, de quien saben que son diligentes, y les encargan que les
vistan y lleven una de aquéllas, bien impuesta, corriente y moliente
para bailar a son con un salterio que les van tañendo; también les van
tañendo delante a las cantaderas unos atambores.
Atambores.
Yo pensé que las llevaban a la guerra, porque pensé que fuera
imposible consentir que un día como aquel, en que procuran los
cantores desgañir los chorros a puro ser cantaderos de los forasteros,
se había de permitir henchir la iglesia de ruido de atambores, que
totalmente impide el poder oír la misa, y parecen todos caldereros.
Ello, causa debe de haber, mas si yo la entiendo, me quemen.
Danzas de Plasencia.
Habíanme dicho que en las fiestas de León salen unos que llaman
Apóstoles, y pensé que también habían de ser cantaderos y bailar,
mas después me dijeron que no se usaba salir sino el día del Corpus,
cuando sale la gomia y el gigante Golías, y que no bailan los
Apóstoles, por cuanto no hay allí el indulto que hay en Plasencia para
salir los Apóstoles con cascabeles y danzas y llevar en la procesión
borrico y borrica.
Zaharrones.
Pero ya que no danzan en León no les faltan danzantes baratos,
que de casa de el dianche sacan a danzar unos zaharrones, que es
danza de mucho ruido y poca costa, que así lo requiere la tierra.
Claustra de León.
Una cosa vi de que se consoló mucho esta alma pecadora; en la
iglesia de León hay una claustra o calostra, no sé cómo se llama, sé
que en ella hay un patio que gastaron muchos ducados en medio
enlosarle y lo dejaron a la mitad, como al labrador de Zahínos, que le
hicieron la media barba a navaja y la otra le dejaron, a causa de que
pidió plazos para la paga y el maestro para la hecha. Dicen que se
dejó así, medio enlosarle, porque aquella piedra la desmoronaba el
agua y a pocos años se volviera de piedra en arena. ¡Ay, Dios! ¿Y el
maestro no pudiera primero mirar los materiales que tenía?
192 LA PÍCARA JUSTINA

Ofrendas sencillas y sanas.


Así que en el claustro, donde está este medio enlosado o este
remiendo entero, me enteraron que ofrecen las cantaderas de la
perroquia de Señor Marciel —que es una iglesia que ha años que está
comenzada a hacer de por amor de Dios, y porque no se acabe tan
buen amor, no se acaba la obra—, unas ciruelas y aun no sé si peras, o
pan, o queso; y aun me dicen que no sólo ofrecen esto en aquella
iglesia, pero que pocos días después, las mismas cantaderas llevan en
un carro de bueyes un cuarto de toro y le ofrecen a nuestra Señora.
Llaneza santa
¡Ay, Dios, qué llaneza! Yo destas cosas de Iglesia siempre pensé
que era caso de Inquisición el murmurar, porque si no, desta ofrenda
y del tributo de las pescadas, ajos y puerros, a fe que les había de dar
una matraca que les enviara a Egipto a los leoneses, no para hacer
agravio a nadie (que bien sé que todo es santidad y nació de la
antigua devoción pura y llana), sino para entretenerles y galopearles
el gusto.
Sotadera.
Mas como temo no quiera algún bachiller ir a mi costa a besar las
manos a los señores inquisidores, no quiero meterme en agudezas,
sino creer firmemente; que las cantaderas de Señor Sant Marciel
llevaban por guía delante de sí una que llamaban la Sotadera, la cosa
más vieja y mala que vi en toda mi vida, que me parece que para
purgar una persona y digerir hígado y livianos y todos los entresijos,
bastaba enjaguar dos veces los ojos con la cara de aquella maldita
vieja cada mañana; que yo fío hiciera esto más efecto que tres onzas
de ruibarbo preparado.
Pinta la Sotadera.
La cara pensé visiblemente que era hecha de pellejo de pandero
ahumado; la fación del rostro, puramente como cara pintada en pico
de jarro; un pescuezo de tarasca, más negro que tasajo de macho;
unas manos envesadas, que parecían haberlas tenido en cecina tres
meses.
Sólo en una cosa vi que andaban bien los curas: que la mandaban
a la Sotadera cubrir el rostro con una manera de zaranda forrada en
no sé qué argamandeles, y con esto no la ven. Con todo eso, algunas
veces que soliviaba la zaranda, pensé que aquel maldito basilisco me
quería encarar por mi gran culpa, y daba el tranco que me ponía en
Baeza.
LA PÍCARA JUSTINA 193

APROVECHAMIENTO
Personas mal intencionadas son como arañas, que de la flor sacan veneno, y
así, Justina, de las fiestas santas no se aprovecha sino para decir malicias
impertinentes.

—oOo—

NÚMERO SEGUNDO
De la vergonzosa engañadora

UNA OCTAVA CON HIJUELA,


QUE GLOSAN EL PIE SIGUIENTE
Suma del número.
Hurté a un ladrón, gané ciento de perdón.

A un jugador famoso, gran fullero,


Justina, jugadera más fullera,
(con ser estítico y más duro que un madero)
le hizo derretir cual blanda cera.
Trocole el oro aparente en verdadero,
purgole la indigesta faltriquera,
y a sus oídos canta esta canción:
Glosa de octava.
Hurté al ladrón, gané ciento de perdón.
Madre, la mi madre,
remediadme vos,
que me miran ojos
con amor traidor.
Prestadme unos ojos
contra el mal mirón,
porque me desquite
y le cante yo:
Hurté al ladrón, gané ciento de perdón.
Traza la burla que hizo al fullero.
Ya que me vi libre desta medio Celestina y eché de ver que no había
más olas de forasteros ni forasteras, comíanme los pies por irme a
194 LA PÍCARA JUSTINA

casa a la hora de las cinco o poco más, porque sabía yo que


puntualmente aquella hora era en la que el fullero había de acudir al
mesón, y aun él me lo había enviado a decir, y que le viese a la hora
de las cinco o poco más. Ya eran cerca dellas. Dábame pena que no
sabía las calles, pero siendo fuerza el haber de ir a las cinco a la
posada, quise más dar cinco de calle que cinco de corto. Dios sabe la
intención con que él me envió a llamar, y aún yo la sé. La mía era
muy diferente. Yo la diré: él me echó la pulla aprovechándose de los
agnus que yo traía al cuello. Yo determiné hacerle con ellos mesmos
una que se les acordase.
Efectos que hace el oro en las mujeres.
Pues, para que comiencen a verme el juego, supongan que me
habían dicho que traía al cuello un muy hermoso Cristo de oro
esmaltado, que de sólo oro pesaba docientos reales, además de unos
pendientes de perlas graciosas y costosas, que de sólo oírlo me
jinglaba el corazón, que el oro tiene este efecto en las mujeres, que a
las quietas las hace corredoras, por cuanto el oro se labró con azogue
vivo, y a las corredoras las para y detiene, como se vio en la doncella
corredora, a la cual ganó y aventajó el mancebo que yendo corriendo
derramaba manzanas de oro, y, por cogerlas la doncella corredora, se
paró y perdió la apuesta. Así que sola la memoria desta pieza de oro
me hacía traer el corazón a la jineta.
Tretas de motolitos y feos. Amor interesal.
Esta era la pieza que él hacía asomadiza a las pollas, que es treta
de motolitos y feos mostrar el vellocino de oro para que les tengan
amor y vayan doradas las píldoras de sus faltas; y no dudo sino que
es eficaz, que yo me acuerdo cuando para significar esto cantaba:
Tárraga, por aquí van a Málaga, etc.
Y decía la copla:
Tárraga, ¿por qué camino
rendiré de amor el pecho?
Y respondía Tárraga:
Párraga, si fueres hecho,
cual Júpiter, de oro fino.
Replicaba Tárraga:
No, que el amor es divino
tiene alas y volará.
LA PÍCARA JUSTINA 195

Pero Párraga se estaba en sus trece, y decía:


Tárraga, por aquí van a Málaga,
Tárraga, por aquí van allá.
Así que yo no dudo sino que este medio fuera eficaz si lo que
ofrecen a los ojos estos de tú si la viste, dieran con ello en las manos.
Amor al Cristo sí que le tenía yo, mas el que a él le tenía era tan poco
que con dos de jirapliega le barriera de las faldas del corazón.
Entabla la treta.
Vaya de traza y no me maten, que esto de contar cuentos ha de ser
de espacio, como el beber.
Yo llevaba dos agnusdeis medianos a los dos lados de mi rosario
de coral, uno de plata sobredorado y otro de oro, notablemente
parecidos. Por éstos me había dicho el bellacón que eran las bulas de
coadjutoria del canonicato. Eran, como digo, los agnus tan parecidos
en la labor y aparencia, que a cualquiera que no fuera muy cursado
artífice le engañara la indiferencia y rara semejanza que tenían las dos
piezas entre sí. ¿Qué hago? Desato de mi rosario el agnusdei de plata
sobredorado, el cual guardé en la manga de mis cuerpos que para
secretaria era tan buena como una de un fraile francisco, de las que
llamamos las damas arca de Noé.
Azabache, costoso.
El otro, para que más campease, le puse con un rosario de
azabache, que entonces era muy estimado, y, con todo eso, costaba
menos que ahora, que es el cosi cosi de Fromista, que el pato que
valía menos vendían por más. Esto de los agnus a su tiempo verán de
lo que sirvió.
Entré en el mesón y, como supe donde estaba, entré como que no
sabía dél, pero tan compuesta y enfrenada como una mula de rúa.
Propriedad de necios.
No me hubo visto bien el fullero, cuando comenzó a meter fajina y
gastar boliña y decir fanfarrias y muchos donaires, y algunos
picantes, que estos necios son como lobitos, que no saben jugar sino a
mordicadas. Mas yo dejele gastar el pimentero y híceme cuenta que,
pues no había respondido a la echadiza del camino, mejor era llevarlo
por la vía de colotorto, tan encargada de las damas del tiempo de
Macastrada.
Disimulo de las mujeres, fictión inculpable.
Entré baja, encovadera, maganta y devotica, que parecía ovejita de
Dios. Entonces eché de ver lo que sabemos disimular las mujeres y
con cuánta razón pintaron a la disimulación como doncella modesta,
196 LA PÍCARA JUSTINA

la cual, debajo del vestido, tenía un dragón que asomaba por la


faltriquera de su saya. Por cierto, tan en mi mano estuvo disimularme
y mostrarme temerosa, que con no tener más vergüenza del hombre
que si me la hubieran tundido, hacía de la vergonzosa con tanta
facilidad como si mi voluntad y mis carrillos estuvieran hechos del
ojo.
Esto del disimular, según yo oí a un predicador, aunque seamos
santas lo hacemos, y trajo a propósito que Esther fingió delante del
rey Asuero estar tan flaca que no podía tenerse en pie sin el arrimo de
una dama de palacio; y trajo de Judit que fingió no ser viuda y otras
cosas; y la mujer de Abrahán fingió que era su hermana. Paréceme
que dijo que habían fingido sin mentir; yo no dijera así, sino que
habían hecho aparencia de ficción. Mas, ¡qué boba! ¿Ahora me subo
yo a quebrar púlpitos? Bájome con decir que no se espanten que las
pecadoras sepamos fingir y disimular.
Modestia poderosa.
Como el estudiante me vio tan humilde y vergonzosa y que de
sólo alabarme de hermosa me ponía colorada, iba quebrantando olas
y haciendo síncopas. En fin, poco a poco se iba enfrenando y hablaba
con menos orgullo, ca siempre fue verdadero aquel dicho del
maestro: La vergüenza en la doncella enfrena el fuego y apaga su centella.
En fin, ya vino a desfalcar y hablar con menos hipo; íbamos a menos
y calló.
Ves, aquí ya tenía Justina la perdiz parada; mira tú si soy buena
para perdiguero. Ayudome mucho a hacer mi tiro que este
barrabasino no sabía que yo era la que llamaban la mesonera burlona,
o si lo sabía, cegole el Diablo, que no se le acordó. Y no me espanto,
porque como esos fulleros lo viven todo de noche como predicadores
de sectas falsas, y como nunca salen de la emprenta de Pierrepapín,
no llegan a su noticia estas burlas largas y discretas más que si fueran
misas de pontifical, que para ellos es pueblos en Francia, pues hay
hombre dellos que el día de Pascua oye misa para todo el año; así que
no me conoció.
Respondile con gran mesura:
—Yo beso las manos de v. m.
¿Qué sería bueno que me dijese? ¿Qué te contaré? Cuadrole tanto
mi virginal vergüenza y cortedad de palabras, que comenzó a decir:
Alaba el fullero a Justina.
—¡Qué mujer ésta! ¡Qué vergüenza! ¡Qué agrado! ¡Mal haya yo si
no diera por una mujer como ésta cuanto tengo! Así han de buscar los
hombres las mujeres para casarse, con estas vergonzosas, encogidas,
LA PÍCARA JUSTINA 197

temerosas, compuestas, que todo es esmalte sobre el oro de la


hermosura (harto fue, oyendo oro, no saltar como la gata de Venus,
mas como era el punto aquel de cazar o espantar la caza, mandé al
corazón que se metiese adentro y a los párpados que echasen la tapa
a los ojos dello); éstas quieren de veras, éstas son fieles, éstas
obedecen, éstas regalan, éstas entretienen, esta es la hermosura que se
ha de preciar, esta es la hermosura que se ha de amar, este es el dote
que han de buscar los hombres, esta es la dicha y suma felicidad.
Pónese Justina colorada.
Aquí detuvo el portante, porque topó en la piedra del rubí de mi
vergüenza, lo cual me cubrió de una hermosa púrpura sembrada de
escarlates, cuando me alababa.
El blasfemo de Llerena.
Llanamente, él me compuso una letanía de epítetos y gracias mías
que, a ser yo tan blasfema como el pícaro del auto de Llerena, fuérale
respondiendo ora pro nobis. Lo que más sacaba a luz los granos de
mi granada era ver que, como el hombre me había perdido el miedo
por tenerme en posesión de parvulita e inocente, cuando me dijo
aquella arenga, daba de mano y traía la punta en par de os ollos,
como quien prueba vista de burra que anda en venta.
Tras toda esta laudatoria, arrojó un celemín de ofertas cordiales:
Ofertas del fullero.
—Mándeme, señora, que mal haya yo si no la sirva de ojos, que
aunque me ve apicarado y sin temor de Dios y de las gentes (de que
me arrepiento), vive Dios, que me muero por doncellas virtuosas y de
vergüenza. Juraré yo que está v. m. criada a pechos de buena madre,
que en el blanco de los ojos se lo echará de ver un niño.
En diciendo esto, trocó la lengua en ojos.
Digo que una modestia, aunque sea fingida, de una mujer pondrá
puertas al mar y quemará un río con toda su corriente.
Amante necio.
Véanlo por mi hombre, a quien mi vergüenza tenía en tal
disposición que, en el calor de su pecho, pudieran cocer más masa
que en un horno de concejo, en las llamaradas de sus ojos se pudiera
quemar Dardín Dardeña, y le debía de dar su corazón y el dios
machorro más recios golpazos que mazo de batán o que cordoncito
de santera.
Como yo vi buena coyuntura, y tal que pesara él cada onza de mis
palabras a otro tanto de topación, entré con mis once de oveja y
fingiendo que de pura vergüenza tenía caídas las golillas, y que
198 LA PÍCARA JUSTINA

tragaba saliva a duras penas, y tantas que a garabatadas de ruegos


era necesario partearme las palabras, le dije:

Justina ofrece al fullero dinero prestado para saborearle.


—Por cierto, señor licenciado, que no está v. m. engañado en
ofrecerme toda esa merced, que es cierto, verdad, que anoche, aquí en
la posada, me dijeron que v. m. pretendía empeñar una pieza de oro
por no sé qué dinero prestado, y dije que me le llamasen a v. m., que
yo quería, sin otra prenda más que su palabra, prestarle todo el
dinero que trayo, que son cincuenta y cinco reales y dos cuartos,
porque yo sé que el señor su tío de v. m. es muy abonado y rico, y v
m. puede pagar más que eso, que ha días que una mal lograda
hermana que tengo, a quien no me parezco en la condición, antes, por
huir sus libertades, vengo a buscar mi remedio y encomendarme a
Nuestra Señora del Camino; ésta me dijo quién era su tío de v. m.
A esta razón, como fundada en falsa presumpción, él se hizo de
nuevas, y dijo:
Respuesta del fullero.
—Por cierto, señora, en lo que toca al ofrecerme el empréstito, v.
m. me ha echado una ese y un clavo, y una argolla, y un virote, y una
cadena, y unos grillos, y una amarra —mejor dijera: y una albarda—
para todos los días que yo viviere. Mas eso de empeñar mi pieza, no
me ha pasado por el pensamiento, porque a mí me sobran quinientos
reales a su servicio de v. m., y harto mal me habían de andar las
manos si a costa de bobos no hubiese yo de sacar de León horros
unos ochocientos y el papo fuera; que el trato que yo tengo es más
seguro que en cueros de Indias. Tener un Cristo de oro, sí que le
tengo, y le mostré a Julianica, la moza de casa, mas ella podrá decir si
yo he tratado de tal empeño. Sólo le dije por vía de chacarra: ¿Cuánto
me darás, Juliana, por esta pieza?
—Así lo creo yo, dije, que esa pieza no la había v. m. vendido ni
empeñado, sino que la debe de traer consigo.
—Así es, dijo el hombre, y véala v. m.
Y comenzó a desabotonar el sayo.
Finge honestidad.
Yo, como vi a hombre quitar botones de sayo, atemoriceme y
aparteme un poco, mas él se me llegó un mucho y me hizo miralle
por fuerza, diciendo:
—Mírele, señora, que quizá no habrá visto otra tal pieza.
Yo, no con pocos ademanes de vergüenza, soltándole y
tornándole a tomar, le miré y remiré a mi sabor, por señas, que creo
LA PÍCARA JUSTINA 199

que se me salió el alma a los ojos, y tras ella las tres potencias a mirar
la pieza. Alabésela parte por parte y púsele en las nubes por ver si me
le daba, mas, ¿quién le había de alcanzar, habiéndole puesto en las
nubes? Repetile mil veces:
—V. m. le goce con quien más bien quiere.
Pensando que quizá me respondiera.
—Pues v. m. la goce, porque v. m. es a quien yo más quiero.
O, si quizá me preguntase si me quería servir dél, mas paréceme
que por entonces no quizó.
Loar una treta es pedirla.
Es muy ordinaria treta de mujeres alabar una cosa para que nos la
den, o por ganar nuestra boca, o por temer no reventemos de
antojadas. Están tan en uso esto, que ya se tiene por vil quien no se
deja caer en este lazo. Mas yo conocí un bellaco que con gran
subtileza se salía dél. Si le alababan mucho alguna buena pieza, oíalo,
y ya que se habían cansado de alabarla, o, por mejor decir, de
pedírsela, preguntaba muy de reposo:
—¿De veras, señoras, que a vuesas mercedes les parece bien?
Modos de no dar lo que se loa.
Decían sí y resí mil veces, por entender que a cabe de paleta
estaba el decir: Pues sírvase v. m. de la pieza. Mas él entonces, con
mucha pausa, decía:
—Huélgome que esta pieza esté calificada con tan buenos votos,
por estimarla más de aquí adelante. Yo, por ser tal la aprobación, la
terné por pieza avinculada.
A gente más moderna solía decir cuando le loaban sus cosas:
—No me espanto que a v, m. le parezca bien, que por buena me
costó a mí.
Este mi hombre no sabía tanto de respuestas como de echar
cerraderos, y hízose gorra, aunque pienso que lo debió de hacer por
pensar que de vergüenza no la recibiera yo a título de dada.
Ya que vi que este tiro había salido incierto, eché el resto de mis
estragemas, y comencé a fingir con ademanes y tragantones de saliva
y encorvadas de rostro y cuello, que no me atrevía, aunque quería,
decirle una cosa. Mas él, que de mis palabras rozaba más que rocín de
yerba nueva, no vía bien asomada a mi boca una palabra, cuando me
la procuraba sacar con raíz y todo, y desta suerte, y con protesta de
que cuanto le pidiese me daría, aunque fuese la mitad de su reñón,
me sacó la razón siguiente:
Pide que la trueque una pieza de oro con intención
de encajalle una pieza de plata por una de oro.
200 LA PÍCARA JUSTINA

—Señor, yo quisiera… No sé si lo diga. Yo quisiera trocar este


agnusdei de oro; y así, si v. m. en algún tiempo ha de trocar esa pieza
de oro, yo trocaré con v. m., y lo que pesare más yo lo pagaré a v. m.;
que ya yo he dicho a v. m. que traigo dinero. Y, si no alcanzare, aquí
traigo un manto de soplillo y estos corales para paga o empeño,
cuanto y más que bien sabe v. m. y bien saben los de la posada que yo
quería fiar de v. m., y asimesmo creo me fiará, pues soy abonada.
¿Qué razones éstas para no le enternecer? ¿Qué cabe para no le
tirar? ¿Qué lazo para no caer? No hube bien dicho esto, cuando
descuelga la pieza de oro del cuello y me la pone en las manos.
¡Miren qué duro trance para una doncella vergonzosa como yo! Yo,
cuitándome toda, sonrojada e inquieta, andando el medio caracol y
orejeando con las dos manos, le dije:
—Ay, señor, que no quiero. ¡Tómelo allá! ¡Desdichada de mí! No
quiero yo nada dado, lo que quiero es que lo tase un platero, y lo que
fuere de más a más de su Cristo a mi agnus de oro yo lo pagaré a
dinero. ¿Qué dirán de mí los primos y primas que vienen conmigo,
sino que soy alguna mala mujer?
Adviértese su traza.
Vaya conmigo el piadoso lector y no me tenga por boba, que yo
me entendía. ¿Quieres saber por qué lo dije esto del platero? Hícelo y
díjelo porque pudiese yo decir que el trueco —o, por mejor decir, el
engaño— había sido a vista de oficiales, sin poderse llamar jamás a
engaño ni ponerme ante justicia, y para otras cosas que luego verás.
Trae el platero.
Tanto le porfié, que por mi ruego trajo un platero amigo, a quien
dijo:
—Señor, a esto os llevo. Encárgoos que en todo seáis contra mí y
en nada contra la dama con quien trueco; que vive Dios que mi gusto
era que ella se sirviera de la pieza de bueno a bueno.
Fanfarrias de los galanes.
De las fanfarrias que él dijo al platero sobre la paga que él
esperaba de su alejandría no me haga Dios testigo, ni de otras tales;
mas vaya, que ya se sabe que los hombres las más veces se alaban, no
de lo que es o fue, sino de lo que les estaba bien que hubiera sido.
Vino mi platero con su peso y todo recado, y por pocas no me
hallara, que me escondí de vergüenza. Verdad es que a la ventana
aguardé, como Hero a Leandro, a lo menos como a Alejandro, y
después que vi que estaba en casa, me metí detrás de una cortina.
Todo lo llevaba la jacarandina. Sacaron a la infanta detrás de la manta.
El platero pesa la pieza.
LA PÍCARA JUSTINA 201

Mirelos, desenvainó su peso el platero, que no fue estocada, y las


pesas, que no fueron pedradas. Pesó la pieza y dijo:
—Pesa ducientos reales.
Hace mal gesto Justina.
Hícele un gesto de probar vinagre. El fullero hízole del ojo al
platero para que no anduviese tan en fiel.
Añadió el platero:
—De hechura, perlas y esmaltes, tres ducados (no medre yo si no
valían otros ducientos reales).
Y así enmendé el rostro y púsele de perlas.
Llegó a pesar mi agnus, no tan en el fiel del peso cuanto en el de
los ojos del fullero, y como eran algo desconcertadillos, no tomó bien
el tino, y dijo:
—Pesa el agnus solos diez ducados.
El fullero, que no perdía compás alguno de mi rostro, como me le
vio avinagrado en segunda instancia, dio un golpe al platero y, de
conchabanza, mientras yo luchaba con la vergüenza que tanto me
azotaba, tasaron que yo pagase solos dieciséis reales, diciendo que
bien mirado todo no iba de más a más del Cristo al agnus, sino solos
dieciséis reales.
Paga el fullero al platero.
Pagó el fullero al platero su trabajo, que fue como quien paga al
verdugo. Despidiose el platero, mas yo, para entablar otro segundo y
mayor engaño (que te dará gusto el oírle), le dije al platero:
Pregunta si es oro fino, para asegurar el trueco.
—¿Qué le parece, señor maeso? ¿No le parece que es buen oro y
muy fino el de mi agnusdei que doy en trueco al señor licenciado?
El dijo:
—Muy bueno, señora, de Portugal.
Y aun el platero pienso yo que era algo de allá, que sus fumeciños
daba de muito galante, que a no venir de tasa, él saliera de ella; mas
como temió al fullero, tornose con su peso y pesas como se vino.
Toma los dieciséis reales el fullero.
Dicho esto, eché mano a un bolso que traía y, temblando de
vergüenza de dar y tomar con hombres, le di al escolar en sus manos
los dieciséis reales en que fui condenada y al dárselos me animé a reír
un poco, mostrándome contenta, agradecida y halagüeña más que
perrilla de falda, que siempre acompaña la alegría con temor de que
le destierren de las faldas a título de ¡Cipe, zucio!
Díjele:
202 LA PÍCARA JUSTINA

—Tome v. m. los dieciséis reales, con lo mío me haga Dios bien —


entablando para que no pidiese paga en otra moneda.
Él entonces me volvió los dieciséis reales, y aun me los metió por
fuerza en la manga. Ya te he referido que en esta manga tenía yo
emboscado el bolsillo con el agnus de plata parecido al de oro, y así,
porque no encontrase con este bolsito en quien yo tenía envuelta mi
segunda treta, acudí a la manga y metí mi mano a las vueltas de la
saya.
Encarecimiento de la vergüenza.
Él lo tomó por favor. Verdad es que la sacó presto, porque se
compadeció de ver que yo, de pura vergüenza, estaba por cortarme la
mano o por raer el cuero donde las suyas me habían dado un cabe, y,
sobre todo, por verme que decía yo entre dientes:
—Nunca más, nunca otra en mi vida tal me acaeció con hombre.
En esta coyuntura, entró la segunda burla.
Yo, para darle a entender que me daba pena el verme tan
obligada, le dije:
—Muéstreme v. m., muéstreme v. m. ese mi agnus de oro, que no
me ha de llevar por ahí, que yo quiero no quedar a deber más que
buena voluntad.
Él se hizo de pencas, por pensar que yo quería deshacer el trueco,
pero como le importuné, me lo dio al cabo, diciendo:
—Tome, señora Justina, veamos lo que manda. Suyo es, haga dél
guerra y paz.
Tomé el agnus de oro, y dije:
—Si no fuera grosería yo deshiciera el concierto, pero ya que v. m.
quiere hacerme tanta merced, yo le quiero dar de mi mano cierta cosa
con que se desquiten los dieciséis reales.
Entonces (como de vergüenza niñera) le volví las espaldas porque
no viese lo que quería yo hacer. Él estuvo quedo como un cepo
mirándome sólo por detrás, como si yo tuviera vidrieras en el
espinazo, sin intentar ver mis manos ni lo que hacían.
El amor es ciego.
Bien dicen que el amor es ciego, no sólo porque ama feo, sino
porque aquello en quien él pone su blanco le ciega, para que piense
que el engaño es gozo, la traición servicio, el daño obligación y el mal
bien. Verdad es que cuando este amante tuviera ojos de lince, estaba
la burla tan bien trabada que no la alcanzara, porque toda pasaba de
mi manga adentro, que para él fue manera de arcabuceros contra su
bolsa más que manga de sayuelo.
LA PÍCARA JUSTINA 203

Hácele entender Justina que le torna su agnus de oro


en un bolsillo, y dale otro de plata sobredorado.
En esta manga metí el agnus de oro que le tomé y saqué el bolso
de tela con el agnus de plata, el cual había yo guardado para esta
sazón y coyuntura.
Dale el bolso con el agnus de plata sobredorado.
Alargué la mano, hícele una solemne reverencia y dile el bolso.
Sacó el agnus de plata sueltos los cerraderos para que le viese y no
pensase que era engaño. Mas no dudo sino que, aunque le diera un
pardal piando dentro del bolso, pensara que era agnusdei y pensara
que en mi poder le había cubierto pelo. Valía el bolso y agnus de
plata, todos gordos, cuatro ducados. Al darle, dije:
—Tome v. m., que en verdad este bolso me le dio por vistas uno
que había de ser mi esposo, y le costó cuatro ducados, y por seis no
estuviera en m poder. Bien empleado va. Dóisele a v. m. por dos
cosas: lo uno, porque no es cosa lícita que las doncellas se carguen de
obligaciones que no pueden desquitar; lo otro, porque ya que lleva mi
agnus de oro, tenga en qué le guardar, porque es de oro de Portugal,
él cual, de puro fino, se toma de cualquier cosa si no anda muy
guardado.
No hube bien dicho lo del coste de los cuatro ducados, cuando el
dómine licenciado escupió otros tantos de su indigesta faltriquera y
me los dio. Yo, por no ser porfiada, tomelos con dos deditos. Entré en
el número de damas —cuyo nombre quiere decir da más—, y él en el
del buen ladrón —que es Di más. Y es claro que las mujeres, pues
fuimos hechas de una costilla de hueso de hombre, tenemos
privilegio para recebir y pedir hasta dejar al hombre en los huesos, y
aun después de todo, pedir los huesos por justicia.
Avanzo de la burla.
En resolución, haciendo avanzo de la burla, yo saqué horro el
Cristo de oro enteramente, pues me quedé con el agnus de oro y los
dieciséis reales que había dádole en trueco. Ítem, vendí mi agnus de
plata y mi bolsillo muy honradamente, sin miedo de que mi burla sea
conocida, ni descubierta, ni probada hasta que nos veamos el fullero
y yo de patas en el valle de Josafat.
Y aun para doblar la burla, de ahí a un hora, estando él jugando,
me puse a cantar una canción que entonces andaba muy valida, pero
tan a propósito que no pudo ser más. Al principio del número la
puse.
Él se puso a escucharme con harto gusto. Y decía:
—En todo tiene gracia esta doncella.
204 LA PÍCARA JUSTINA

Mejor dijera: En todo tiene agraz esta matrera.

APROVECHAMIENTO
La modestia y vergüenza, aunque sea fingida, es agradable y muy decente a
las doncellas, y gran pecado el aprovecharse mal de una cosa, de suyo tan
buena y loable, para fines malos.

—oOo—

NÚMERO TERCERO
De la burla del ermitaño
Suma del número.
SEXTILLAS DE PIE QUEBRADO

Fue un ermitaño ladrón,


llamado Martín Pavón,
a dar una pavonada
en la ciudad de León,
y posó en el mesón
en que estaba aposentada
Justina,
gran zahorí y adivina
de gente desta bolina.
Él era muy redomado,
mas ella fue tan ladina,
que a puro meter fajina,
le cogió como a un cuitado
sus dineros.
Por qué los hipócritas son aborrecibles.
Todos los días de mi vida quise mal a bellacos hipocritones, y no me
falta razón. Los malos justamente son aborrecidos por las virtudes en
que faltan como flacos, pero los hipócritas sólo por lo que tienen y
por lo que mienten. Caso bravo que quieran éstos que respectemos
las virtudes que no tienen, que llamemos al mono hombre, al lodo
oro, al oropel perlas y a sus marañas y latrocinios tesoro de bienes.
LA PÍCARA JUSTINA 205

Dios me deje avenir con un bellaco de pan por pan, y no con estos
sirenos enmascarados.
En mi pueblo hubo uno déstos, tan gran ladrón como hipócrita,
que en hábito de ermitaño era gran garduño; por tal le prendió el
corregidor. Escapose dos días antes de Nuestra Señora de Agosto y
fue a posar en el mesmo mesón del fullero con quien tenía especial
conocencia, porque se llamaban Pavones —¡la bellaca que fuera la
pava! —. No osaba salir de día porque no cayesen o porque no
recayesen en él, y fuese por la recaída.
Los bellacos traen el marbete en el nombre.
Al justo le venía llamarse Pavón, proprio de bellacos famosos,
según he oído decir a uno que llamaban Pico de Perlas, es traer
puestos en el nombre el marbete de su marca, como Lutero y Manes,
autor el uno de los luteranos y el otro de los maniqueos, que el un
nombre quiere decir una cosa sucia en su lengua, y el otro, Lutero, en
la nuestra significa una cosa de burla y mofa.
Por las calidades del pavón va contando las del fullero.
Pavón se llamaba, y es proprio este nombre para que por él y por las
cualidades desta ave me vaya yo acordando de las malas y perversas
deste bellacón.
Pavón, figura de hipócritas.
El pavón es propria figura de un hipócrita, porque tienen
propriedades tales los pavones que unas desmienten a otras, y, en
hecho de verdad, parece uno y es otro. Tiene el pavón en la cabeza
crestas, en las cuales denota lozanía como la del gallo y poder como
de serpiente, pero el macho es muy flaco y de pocas fuerzas y la
hembra de tan poco calor que los más huevos que pone los enhuera.
Tal era mi Martín Pavón.
Gallo vence al león.
Quien le oyera decir cómo antes que se recogiese había servido al
rey en Orán, en Malta y otras fronterías, pensara que era gallo de cien
crestas, que es tan lozano que vence al león, y poderosa serpiente
temida de todo hombre.
Pavón, flaco y frío, pareciendo lo contrario.
No hay cuclillo que así cante su nombre como él cantaba y
cantaba sus hazañas, pero venido al fallo, era tan grande lebrón que,
si no es en la batalla de cortabolsas y en la guerra de gallinas, nunca
otro acometimiento hizo ni otra cabeza cortó.
El pavón todo está lleno de ojos, y ve tan poco, que, si la pava se le
asconde, jamás la puede descubrir hasta que ella quiere. Este bellacón
tenía tantos ojos para censurar vidas ajenas, que nunca hacía sino dar
206 LA PÍCARA JUSTINA

memoriales y en ellos noticia de los amancebados y amancebadas de


Mansilla. Teníanos enfadadas a las pobres mozas de mesón, y él tenía
tres, por falta de una, todas hormas de su zapato.
Pavón, símbolo de compasión.
Quien viere una ave tan linda como un pavón, pensará que tiene
la carne más blanda que el pavo de Indias, mas, en hecho de verdad,
no la hay más mala, más negra ni más dura. Así, quien viera a este
hipocritón tan cargado de los ojos de todos como de trapos, descalzo,
maganto, ahumado, macilento, pensara que sus proprias miserias le
pusieran ojos y compasión de las ajenas, pero era un Nerón, y donde
él hurtaba con mejor denuedo era en los hospitales. ¡Qué ánima ésta!
¿Quién fuera a él en confianza que había de partir con ella la capa
como San Martín? Yo sé que se le averiguó que de un manto que le
dieron a guardar partió la mitad, pero no para dar, sino para tomar...,
y llamábase Martín.
Color del pavón.
El pavón tiene un pecho dorado, de color de finísimo zafiro, pero
los pies son feos y abominables; así, quien viera la modestia deste,
pensara que era oro todo lo que en él relucía. Hacía que rezaba y
daba el silbo como cañuto de llave; sospiraba, hacía ruido como que
se azotaba y hacía mil embelecos con que parecía un zafiro de
santidad en la tierra, mas sus pasos eran negros y feos, que ni había
bolsa que no conquistase ni mujer que no solicitase, y en saliendo el
tiro en vano, echábalo por lo de Pavía y tornábase a azotar a santo.
Voz del pavón.
El pavón es de terrible y espantosa voz, mas los pasos tan sin
sentir como si pisara en felpa. Así, éste daba gritos que fuésemos
buenos y metía más herrería que un Ferrer, mas de noche, sin sentir,
descorchaba cepos y ganzuaba escritorios con el silencio que si fuera
llover sobre paja.
En suma, el pavón tiene figura de ángel, voz de diablo y pasos de
ladrón: puro y parado Martín Pavón.
En fin, como no hay cosa encubierta si no es los ojos del topo,
vínose a saber su vida y milagros. Prendiéronle. Soltose. Llevaba
muchos reales. Fuese a León a dar una pavonada en las fiestas de
agosto. Estaba en el mesón en hábito de ermitaño. Vile a las dos de la
tarde, otro día después del tiro del rezmellado. Conocile y no me
conoció, y en viéndome tomó un libro en la mano que decía llamarse
Guía de Pecadores, y yo, como pecadora descarriada, llegueme a él
para que me guiase. El bien vio que la moza que entraba no hedía,
mas no me quiso mirar en tientas, dando a entender que lo hacía por
LA PÍCARA JUSTINA 207

no caer en la tentación. Yo me llegué tan cerca dél con el cuerpo como


él lo estaba con la voluntad.
Saludome humildemente, diciéndome:
—Dios sea en su alma, hermana.
Yo confieso que como no estaba ejercitada en esas salutaciones a
lo divino, no se me ofreció qué responder, porque ni sabía si le había
de decir, et cum spiritu tuo, o Deo gratias, o sursum corda, mas a Dios y
a ventura, díjele:
—Amén.
Ya que me tuvo parada, y tal que a su parecer no era censo de al
quitar, me dijo:
—Hija, razón será que se acabe de leer este capítulo que tengo
comenzado, porque como son cosas de Dios, no es razón que las
dejemos por las terrenas, vanas, caducas y transitorias de las tejas
abajo.
Yo, cuando oí aquello de las tejas abajo, sospiré un sospirazo que
por pocas hiciera temblar la taconera de Pamplona, como cuando la
ciudadela mosquetea.
El prosiguió con su sermona:
—Podrá ser, hija mía, que la haya encaminado el Espíritu Sancto,
para que oya algo que le aproveche, y si tiene algo tocante a su alma,
después habrá lugar para comunicarlo.
Pardiez, por entonces tapome y hízome oír lo que bastó para
enfadarme, y díjele:
Las ficiones de Justina para engañar al ermitaño.
—Padre mío, yo traigo lengua de su buena vida y tengo necesidad
de consolarme con su reverencia. Traigo priesa y no me puedo
detener. Ruégole que, si es posible, deje eso por ahora y oya una cosa
que quiero comunicar con él, que importa a la salvación de mi alma.
Él, entonces, que no quería otra cosa, sino que aguardaba a que yo
le hiciese el son, dejó el libro, y aun y aun asomó a quererme consolar
por la mano, por consolarme en arte de canto llano, que comienza por
la mano. Mas yo, como intentaba consuelos en contrapunto, ahorrele
esta diligencia, y propuse y dije:
—Padre, yo soy una mujer honrada casada con un batidor de oro.
Soy natural de Mayorga. Vine aquí con unos parientes míos a las
fiestas de la bendita Madre de Dios y a estarme aquí algunos días en
casa de una prima mía, beata, haciendo algo y comiendo de mi sudor.
Hanme hurtado la bolsa y algunos de mis vestidos y la almohadilla y
los majaderos que traía para hacer puntas de palillos, que las hago
muy buenas. Véome tal, que estoy a pique de hacer un mal recado y
208 LA PÍCARA JUSTINA

afrentar a mi linaje. Por caridad, le ruego que, pues la gente bendita


como su reverencia tiene mano con los señores honrados y ricos, y
también quien tiene mano para ricos la terná con la justicia, que dé
orden cómo me socorran, y si su reverencia tiene algo, reparta
conmigo.
Respuesta del bellacón.
Respondiome y díjome muchas cosas que de suyo provocaran a
castidad, si él no castrara la fuerza dellas con ser quien era. Decía sin
duda, buenas cosas, pero con un modillo que destruía la substancia
de la dotrina, que bien parecía obra de diferentes dueños, pues la
sustancia olía a Dios y el modillo a Bercebú.
Después de alargar arengas, tan malas de entender como buenas
de sospechar, no pude atar cosa que dijese, sólo colegí que, en buen
romance, me aconsejaba que muriese de hambre en amor de Dios, si
pensaba ser buena, y si mala, que él me aplicaba para la cámara, y
que menos escándalo era que entre Dios y él y mí quedase el secreto;
y que cuanto al pedir para mí, pienso que dijo que tenía gota y no
podía andar, y cuanto a darme de su dinero, que él no lo tenía, y que
antes un rayo abrasase sus manos que en ellas cayese dinero, cuanto
y más tenerlo.
¡Tómenme el despecho del ermitaño! Ya yo sabía que éste había
de ser el primer auto, pero yo iba pertrechada de fajina. Díjele, pues:
—¡Ay, padre! ¡No quiera Dios que yo llaga mal a un siervo suyo
como él! Ya que yo haya de serlo, acá con estos bellacos del mundo es
mejor, porque lo uno es menos pecado, porque es caza que se sale ella
al encuentro, es mancha en más ruin paño y es más a provecho; en
fin, saca el vientre de mal año. ¡Ay, padre!, quiérele confesar mi
flaqueza, ya que le he comenzado a decir toda mi vida con tanta
verdad y me parece tan humano que se compadecerá de mí.
Dale a entender que está en León
el corregidor que le prendió.
Sabrá, padre, que un criado del Almirante, muy gentil hombre y
caballero, corregidor de cierto pueblo suyo aquí cerca, que ha venido
aquí a León, me ha ofrecido muchos reales porque acuda a su gusto,
y si Dios y él, padre, no me remedian por otra vía, pienso echarme
con la carga.
Él, en oyendo corregidor de cerca de León, criado del Almirante, luego
sospechó (como culpado y temeroso) si era el de Mansilla, y
preguntome:
—Jesús! ¿Quién es ese mal juez o de qué pueblo? Dios tenga
piedad, por su misericordia, de pueblo gobernado por un hombre de
LA PÍCARA JUSTINA 209

tan poco gobierno. Decidme, hija, de qué pueblo es, para que yo le
encomiende a Dios.
Yo, con inocencia aparente, me di una palmada en la frente, y dije:
—No se me acuerda; bien sé que es tres leguas de aquí.
Él me dijo:
—¿Es Mansilla?
Respondile:
—Sí, sí, sí, ese es el pueblo. Y ha venido aquí el corregidor a ver
las fiestas, y como me ha visto a mí, dice que si yo le hago placer, no
quiere más fiestas.
Lo que él se inquietó y azoró no se puede significar, porque se le
traslució que le venía a buscar y a prender y a hacer extraordinarias
diligencias, pero el hipocritón, como yo le dijese que no se inquietase,
me respondió:
—No os espantéis, hija, que las ofensas de Dios en el pecho de un
cristiano son pólvora que le minan y hacen que se inquiete y salga de
sí. Pero con todo eso, decidme, hija, ¿ese corregidor sabe adónde
vivís?, ¿no os podíades vos esconder dél? Ítem, si yo os buscase
dineros, ¿cómo le habíades de huir el rostro?
A esto le respondí:
Modo de huir y resistir al corregidor.
—Padre, el corregidor bien sabe que yo poso aquí, y dice que
aquí, a este mesón donde estamos, ha de venir a la noche, y que para
esto tiene un buen achaque, y es que anda espiando un famoso ladrón
que en Mansilla llaman el Pavón, el cual se le fue de la cárcel de
Mansilla y se vino aquí a León, y creo no tardarán mucho en venir.
Mas si su reverencia me buscase algún remedio, muy fácilmente me
escaparía yo dél, porque aprestaría luego mi jumentilla y iríame esta
noche a nuestra Señora del Camino con mis compañeras, que van allá
todas, y si me dice algo, direle que en la romería se verá su negocio;
en la romería excusareme con mis parientes y compañeras, direle que
me lleve a Mansilla, que es camino de mi pueblo; en Mansilla avisaré
a su mujer que mire que su marido anda perdido y le recoja, y con
esto iré mi camino y él se quedará en su casa. Pero si voy sin manto a
mi casa y sin la hacendilla que traje aquí para entretenerme algunos
días, ¿qué he de hacer?
Entonces el bellacón se alteró aún más, viendo que si el corregidor
venía, le había allí de coger in fraganti. Con todo eso, me hizo otro
sermoncete, pero con mejor método que el pasado, porque la
conclusión fue darse otra palmada en la frente (confrontábamos) y
decir:
210 LA PÍCARA JUSTINA

—¡Ya, ya, alabado sea el Redemptor! Algún ángel dejó aquí unos
dineros de un mi compañero para tal necesidad. Yo me quiero atrever
a tomárselos, con que vos le recéis otros tantos rosarios como os doy
de reales.
Dicho esto, sacó de un zurrón seis escudos y me los puso en estas
manos pecadoras. Juntáronse su temor y mi contento para que ni él
me dijese otra palabra ni yo a él. Fuime.
Él luego mudó de traje y se fue a ver con el fullero. Yo ensillé mi
burra y marché, porque los Pavones no me cayesen en la treta.
Pavón fue éste que en mi vida más supe dél, que ha sido mucho
para la mucha tierra que he visto y para la dicha que he tenido en
encontrar con bellacos.
El del ojo rezmellado no me vio jamás, pero escribiome una
donosa carta, y yo, en respuesta, otra no menos, y por mi fe, que
aunque sea detener la historia de la vuelta de León a mi tierra, te he
de referirlas, y si te parecieren larga cartas, ya te he dicho que yo
siempre peco por carta de más, y si buenas, holgareme de que
encartaré gente honrada.

APROVECHAMIENTO
Hipócritas y gente que no viven en comunidad y hacen ostentación de
ejercicios y ceremonias y hábitos inventados por sólo su antojo, siempre
fueron tenidos por sospechosos en el camino de la virtud.
LA PÍCARA JUSTINA 211

CAPÍTULO TERCERO
DE LAS DOS CARTAS GRACIOSAS
Súmase el capítulo.
QUINTILLAS DE PIE QUEBRADO
El fullero escribe y pica
a la pícara Justina.
Ella, picando, replica,
y repicando, repica,
y con furiosa bolina
le demuestra
que su burla fue más diestra,
lo otro, más provechosa,
lo tercero, más graciosa.
En fin, burla de maestra,
en todo el mundo famosa.
y ainda.

E
STE es un tralado bien y fielmente sacado de un scripto y
rescripto que pasó entre mí, Justina, y el bachiller Marcos
Méndez Pavón, en razón de una burla mayor de marca, que
después de haber pasado en cosa juzgada por espacio de nueve años,
retoñando las quejas en el corazón y lengua del sobredicho bacalario,
enviaron a las quince un correo a su pluma y ella al papel, y todos
dieron de rebato sobre la pobre Justina, a quien con parte de real y
medio, bien llorado y mal pagado, le publicaron la sentencia y misiva
siguiente, que a no poder apelar para la respuesta, era casi casi cosa
de afrenta.
Va de carta.

Yo, el bachiller Marcos Méndez Pavón, el agraviado, a vos, Justina Díez,


ovejita de Dios, trasquilada a cruces, que a precio de vuestras vergüenzas
comprastes las que yo tengo de mis faltas en dinero y mis sobras en
manilargo. Por estos mis escritos, os reto a campo abierto para que aguardéis
las asadoradas de mis razones, no con menos paciencia que la que mostráis
en esa insigne escuela, teniendo tantos actos y aguardando en ellos tantos
argumentos cornutos de tanto género de estudiantes capigorristas,
resolviéndoles y resolviéndoos sin dificultad ni impedimento cuantas
objeciones os representan.
212 LA PÍCARA JUSTINA

No podéis negar que una mía vale por ciento, pues, por una palabrita que
en el aire os dije de las bulas de coadjutoria, armastes todo el caramillo que
ha pasado y metido más obra que los cazos de Toledo y monumentos de
Sevilla, y creed que en buena philosophía natural —la cual vos sabéis ya
muy bien, atento que profesáis mucho los movimientos sentibles de que ella
trata—, toda causa es mejor que su efecto, y por tanto, se conoce que mi
burla fue mejor que la vuestra, pues ella os hizo a vos parir la que me
hecistes. Reventáredes con ella el cuerpo.
Otrosí, bien sabéis que todo licor mezclado no es tan perfecto en su
especie como el puro, y, pues mi burla fue burla de todos cuatro costados, sin
brizna ni mezcla de veras, ni de ofensa, ni de venganza, fue burla más
perfecta en su especie que la vuestra, la cual vino envuelta en un muy
verdadero y averiguado latrocinio. Creedme que, así como se tienen por
malas las burlas del burro y otros animales de su jaez, porque no se saben
burlar sin estampar uñas o patas, así vuestra burla se ha de llamar burral,
por cuanto en ella señalastes las manos y aun las uñas. Yo burlas he visto de
damas que, con amor fingido, parece que echan llamaradas y queman la olla
del seso, y de recudida espuman la bolsa, pero vos, no con demostración de
amor, sino a título de trueco, engañastes, y por trueco bautizastes el hecho.
Ruégoos que si otro trueco hubiéredes de hacer al tono deste, lo primero que
troquéis sean esas manos por otras, so pena de que, a pocas tretas, os
cortarán las uñas para asentaros el guante, y no sólo os cortarán las uñas,
pero los pasos.
No se alabe tanto, que sepa que yo pensaba darle la pieza que me llevó y
más barata y con menos trotes de pasos, que si bien se acuerda, anduvo al
trote desde la iglesia al mesón para topetar con yo. ¡Pecadorcita, en qué vicio
dio! Menos inconveniente fuera dar en otro vicio menos costoso en quien,
aunque llevara carga, pero no de restitución. No le declaro el vicio porque de
ese menester se le entiende mucho. Dirame voarced: señor licenciado, todo se
andará y aun todo se ha andado. Créolo, porque el vicio que yo digo y el
hurto son grandes camaradas. Por eso dijo el otre que los vicios son conejos.
Allá en Salamanca le declararán este latín, que, a lo que yo perjunco, quiere
decir que como los conejos y conejas todos paren y ninguno es estéril, así, un
vicio pare más vicios que un conejo gazapos.
Engañome su merced, pero puédome alabar que me engañó tomando por
medio un agnus de cera, cordero mudo. Hágome cuenta que tomó la pieza de
mi cuello, como tomaron a Cuenca los soldados en hábito y forma de ovejas y
corderos a la misma hora que voarced me hizo el tiro. Sólo me pesó que para
un hecho tan humano tomase un medio tan divino. ¡Herejota! ¿Por fuerza
había de serla burla en cosas de las tejas arriba? ¿No me podía hacer la burla
en unas calzas de obra que yo tenía en la posada o en algún dinero seco? Mi
fe no se atrevió a venir cara a cara, sino que se metió detrás de un santo como
LA PÍCARA JUSTINA 213

fugitiva y lebrona. ¿Por qué no me pretendió hacer la burla de Pero Grullo,


el de Arenillas? Por estas pocas que aquí Dios me puso, que si yo fuera el
obispete y conmigo las hubiera, que yo la había de traer un extra tempora y
me había de salir del carricoche ordenada o desordenada de mi mano.
Yo juraré que dejó su merced en León bien cacareada y pregonada la
burla que me hizo. Eso creo yo, que mujeres no saben callar cosa, aunque sea
la caca y el coco y el cuco. ¡Gran hazaña! ¿Por qué no les dijo que me
enviaba preñado por obra de gatuperio, que a trueco de llevar adelante el
nombre y opinión de mesonera burlona, dirá eso y más, y porque la crean
dará un cuarto al diablo? ¡La inocentilla! ¡Y con qué sencillez me decía si
quería prestado los cincuenta y cinco y un cuarto! El cuarto dele ella a
Bercebú, y no sea el trasero porque no paguen justos por pecadores. Los
cincuenta y cinco guárdelos, porque siquiera se pueda decir della que entró
una vez en su poder un mazo y se descartó dél.
¿Cómo digo de aquel bolso que le dio en vistas su novio? ¡Oh, válame
San Macario!, si cada uno de sus novios le hubiera de dar un bolso para
vistas del pleito. Y qué de bolsos tuviera, aunque todos los tuviera necesarios,
si es que ha de ir adelante en embolsar muy a menudo de manos a boca
docientos y cuarenta y cuatro que me llevó en un soplo. Si pensara que tenía
alma, rogárala que me lo dijera de misas, pues que tiene tantos capellanes
como días hay en el año, y en el bisiesto dos más, para andar conforme al
tiempo, a uso de potrosa. Mas no la quiero encargar esto ni meterla en
escrúpulos excusados, porque me temo que si se encarga de decir estas misas,
cuando se muera, hallará tan quejosos los del purgatorio como los que acá
quedan, que, si bien lo mira, son todos los estados, que cuando tan
atrevidamente se atreve a entrar burlando y burlando de el estado
eclesiástico, cuyo mínimo profesor y acólito cuadragenario soy, no ha de
dejar hombre a vida. ¡Ay, hermanita! ¡Ay, nueva parca de bolsas, Caribdis
del dinero, silla de piezas de oro, tarasca de sombreros, gomia de capas,
zángano de meleros, condesa de gitanos, pícara de tres altos! Ruégola, mi
santita, que se reporte; no piense que es grandeza menudear tanto el hacer
burlas a los hombres, que alguna vez vendrá por lana y muy cicofanta.
Ya que quiso hacerme la burla, ¿para qué volvió barras y sacó a
somorgujo el agnus de la manga?, ¿no fuera mejor rostro a rostro? Pero es
de casta de caracoles, que hacen su hecho a traición. No le pediré el hurto
ante justicia, que ya sé que no teme varas altas, pero apareje el zarzo que yo
la haré vomitar la empanada. No me dieron pena los ducientos reales, pues
de una asentada gano yo más a los boquirrubios de su tierra, pero pésame del
mal empleo.
Avíseme de su salud y si llega ya a tener el alma setena, que de su edad
ya otras tienen seis almas y media. A lo menos, bien pienso yo que si con
cada muela que se cae entra un alma de nuevo, pasan ya de doce sus almas, y
214 LA PÍCARA JUSTINA

terná ya las encías hechas un purgatorio. Sobre todo, me diga si ha entrado


algún cardenal en la corte de sus espaldas, y si le han frisado la costilla que le
cupo en el repartimiento de Adán, que no me holgaría yo poco una tan gentil
tundidora de bolsas ajenas hallase un buen frisador de espaldas proprias.
Mas en manos está el pandero que le sabrán tañer, porque me dicen que el
señor corregidor de esa ciudad —buena vida le dé Dios— los pone como
nuevos a los que tienen los dedos de más de marca, y porque me nombres, te
digo que Marcos te llama marca de más marca.
Con esto, ceso, y no de rogar a Dios que, si es posible, en la resurrección
de la carne, por burlarte, te hurte el cuerpo un caimán y salga tu alma
trocada, metida en un bolso o bolsa de arzón o manga de sayuelo, como el
cordero que fue signo de tu cielo y memoria de mis penas.
Fecha en el General, donde dicen Leyes, en la universidad de Asma.
El bachiller Marcos Méndez Pavón.

Respuesta de Justina por los tenores mismos de la carta arriba


dicha:
Advierte la aguda correspondencia de todas las razones
desta carta a las del fullero y su arriba puesta.

Yo, la licenciada Justina Díez, llamada por otro nombre la Guzmana de


Alfarache, y Pícara de prima por claustro, a vos, el bachiller Marcos Méndez,
fullero, burlón de palabras y burlado de obras, nariz de alquitara, ojo de
besugo cocido, pescuezo de tarasca, cuerpo de costal, piernas de rastrillo, pies
de mala copla, que a precio de la desvergüenza que me dijistes en el camino
de Mansilla, comprastes la privación y traspaso jurídico de una buena pieza
de oro y perlas que decís estar en mi poder; salud e gracia. Sepades... Digo
salud que os reviente, gracia que mejor os venga que la mía, y sepades, para
que no os engañen ni os esquilmen.
Primeramente, por estos mis escritos, os inhibo de mi fisgón y os apercibo
que para el tiempo que durare el resolveros el alma con dichos y la bolsa con
hechos —que será el que la nuestra merced durare—, os arméis de la
paciencia que tuvo vuestra caritativa madre en oír llamar a su marido,
vuestro putativo padre, hijo de Cornelio Tácito, por vía de hembra, y por la
del varón, de Rabí Sidraque. No podréis negar, señor ojunregazado, que una
mía vale por mil, pues de un golpe os engañé en mil géneros de cosas, cuya
suma vos la podéis hacer como a quien más le toca, y como tocóos en las tres
potencias del alma, y aun en las de la bolsa. En la voluntad os tocó, pues, con
cebo de amor, llegastes y quedastes oliendo el poste como el amo de Lazarillo;
en el entendimiento, porque os hice ver por tela de cedazo y creer que tenía
vergüenza de vos quien no os estimaba en un pelo de buboso, salvo el guante
a la pieza y a la chrisma —si es que estáis bautizado, siquiera de socorro—, y
LA PÍCARA JUSTINA 215

no me engañaría si dijese que el zahumerio de la burla llegó a vuestra


memoria, pues la ternéis y debéis tener de mí mientras durare el nombre y
vida de Justina, a quien Dios conserve muchos años, y a vos también,
aunque sea hecho tarazones y en escabeche.
Ponéis tacha a mi burla que tiene más obra que los cazos de Toledo, pero
si yo fui el Juanelo del artificio, vos fuistes el pagador del trabajo. Mirad vos
quién es el más medrado en este lance. ¿Con filosofía me acotáis o azotáis?
Yo no sé qué es filosofía, ni la he menester, porque para saber yo que vuestros
ojos no salieron por el orden común de naturaleza, sino, cuando mucho, por
alguna jeringa, ni vuestra fullería se dio por el arancel de los honrados, no he
yo menester filosofía natural, ni moral, ni enviar por sabios a Grecia.
Preciáisos de que vuestra burla parió la mía. Ahí veréis vos que me sirvo
yo de vos como de potra paridera. No me diera Dios mayor trabajo que, si
conversáramos mucho, haceros cada año escupirme más renta que una
potranca de las de buena arca, que maldito más me diera que tener cada año
una mula boba, bija de madre.
Ríome mucho de que repudiéis mi burla por ir mezclada con veras; ¿pues
ahora sabéis que todas las cosas vivientes, cuanto más perfectas, son más
mixtas? Hermanito, mi burla era viva y vivirá, y porque fuese más perfecta,
la hice mixta. Es que soy boticaria de entre cristianos y no curo con simples,
como árabe, sino con pildoritas que le hagan buen provecho. No hay mentira
sin mezcla de verdad, ni mal sin mezcla de bien, ni aun bobo —como vos
bien sabéis— sin mezcla de discreto, y aun vos, con ser tan tonto,
comenzastes a querer soñar de poder tener algo de discreto.
El tiempo que os duró el fisgar de mí, decid: ¿no tenéis vos por buena
burla el ser fullero? Pues, por mi fe, que vuestras fullerías no van forradas
menos que en pellejo de garduña. Mi burla no tiene lugar de ser llamada coz
burral, que os haría yo agravio al quitaros ese nombre y usurpar el título que
tenéis avinculado y puesto en cabeza de mayor asno. ¿Sabéis cómo podéis
llamar mi burla? Llamalda retozo de garduña, ojimel de daca y toma,
agridulce de bobos, que estos nombres le vienen mejor, y si no, sea como su
reverencia mandare, con que no tenga pena que por acá nos corten las uñas,
que moza soy yo que no sólo sé trocar mi plata por su oro, pero sé asentar el
guante y, tras él, las uñas, y tras todo, armar mamona, sin ser necesario
traer de acarreo quien suelte la ballestilla.
De la intención con que pensábades darme el Cristo dado, no tenéis para
qué darme cuenta, que yo creo alforjaríades mil quimeras; pero uno piensa el
bayo y otro lo ensilla. No tengáis por consejo sano dar joyeles dados, que no
hay peor juego que el dado. Y si vine apriesa y dejé la iglesia para venir al
mesón a buscaros, sabed que era porque sabía que aunque estuviera a todas
horas en todas las iglesias del mundo, en ninguna os había de encontrar,
216 LA PÍCARA JUSTINA

porque sé que lo que vos tenéis de oficio no se cursa en la iglesia; y si dejé


vísperas de nuestra Señora, fue por las del Cristo.
Los consejos que me dais de escoger vicios que no deban restitución, la
villa os los pague, pero tomaldos para vos, y no en el juego de la primera, en
el cual me dicen que, de puro escoger, echáis en la mesa muchas primeras que
no se hacen ellas, sino vos las hacéis por un molde hecho en Asís. Debe de ser
que como enseñáis a otros a escoger pecados, vos os habéis enseñado a escoger
cartas, y pues vos hacéis primeras a vuestro gusto, no os metáis en los flujes
de bolsa que yo hago al mío. Y, pues sabe que los vicios andan de camarada,
como él y los fulleros que trae en rueda, aprovéchese de ese buen consejo para
advertir que cuando viere una moza de buen fregado, como yo, carilucia,
barbiponiente, pieza suelta, sin tío ni sobrino al lado y sin can que la ladre,
sino sólo con su borrico y su picarico y su baldeo y moza de la jábega y a
Dios que me mudo, no la crea; santígüese della, lea en un libro como su
primo el ermitaño, conjúrela, y por relucir que vea las cosas, no piense que
son oro, aunque se lo diga un platero de oro o un orero de plata, que de bajo
de un bolsito de tela hay mil telas y mil engaños. Desto le puede servir aquel
ejemplo de los zamarrones de Cuenca que trajo a tan buen propósito.
Y si le parece que mi burla es caso Inquisición, hable a esos señores y
cuénteles el caso, que quizá les entretendrá y aliviará un poco del cansancio
que suelen tener de tratar con algunos tan grandes bobibellacos como él. Ello
bien puede ser caso de Inquisición, mas crea que no me acusa la conciencia
del haber consentido deliberadamente en pensar que una imagen de un
Cristo crucificado en poder de un sayonazo como él no andaba segura, y es
caridad quitar la ocasión. Alegarme ha en su favor que fueron parientes
suyos los que labraron la cruz a Cristo; pues, ¡pesia tal con él!, ¿labró una de
palo y quiere poseer en pago una de oro? Para renovar memorias, una de
palo le bastaba, demás de las muchas que hace cada momento en los dedos
para jurar que pierde, aunque gane. ¡Linda maña, mentir aboque de abaque,
y ahí está la cruz que lo atestiguará! Ahora bien, unas nuevas le quiero dar,
y son que los cristianos viejos le damos licencia para que pueda traer al
cuello una cruz de palo, para que Dios le libre de los relámpagos de Justina,
aunque a un motolito como él debajo de los pies le saldrán ocasiones y
peligros que temer, que para los bobos se hizo la mala fortuna y mal caso, que
a los discretos nada les sucede acaso, porque todo lo previenen.
Paréceme que a su noticia ha venido la burla de Pero Grullo. ¿Y
júramelas? ¡Ay, bobito, bobito!, con él me deparara mi dicha siempre que yo
fuese a caza, que a fe que no la tuviéramos mala, y a fe que si él fuera el
bigornio, yo le hiciera entender que la carreta era bolso.
No le quise hacer la burla en calzas, que yo no trato de echarlas a pollos.
Demás de que la burlada yo lo fuera, si me cargara de sus calzas de obra, que
a mí no me la podían hacer buena, ni tengo por buena burla espulgar
LA PÍCARA JUSTINA 217

vestidos de mona. ¿Alega que no fui cara a cara y que volví barras? A eso
digo: lo uno, que en guerra de retorno son lícitas las tretas; lo otro, que si fue
engaño, fue engaño a vista de oficiales. ¿No estaba un platero delante, con
sus pesas y apatusco, y entre ellos dos lo ordenaron como quisieron? ¿Qué
más quiere? ¿No le dije yo que guardase bien el agnus en el bolsillo, porque
el oro de Portugal, de puro fino, se toma? No quise decir que se tomaba él de
fino, sino que por ser tan bueno le deseaban muchos tomar y le tomaban, y
echáralo de ver cuán presto se toma, pues no se le hube bien dado, cuando fue
tomado de mí.
No le dé cuidado pensar si acaso parlé el chiste en León, que le digo de
verdad que nunca fui amiga de vender secretos que se suelen pagar por calles
públicas, y no quiero yo que por falta de secreta me hagan hacer la digestión
en la calle, jeringándome las espaldas con alguna penca o rebenque o cualque
cosi. Acá, para conmigo, confieso que mil veces me parlo el chiste entre pecho
y espalda, y a su costa traigo forradas en risa todas las tres potencias del
alma, especialmente cuando me acuerdo que se queja de mí porque, con
inocencia fingida, le ofrecí si quería prestados los cincuenta y cinco y un
cuarto. Sepa que a tontos como él no se pueden ofrecer los cincuenta y cinco
justos; lo uno, porque no vienen bien justos con pecadores; lo otro, porque
como es número de mazo, morirase por él, como gavilán por rábanos, y así,
no se le podrán envidiar de falso. ¿Y dirá que no me descarto de mazos y
descártome de él? Ofrecile un cuatro. ¿Pregunta si es trasero o delantero? El
que su merced mandare, que para él tanto monta, que me dicen hace a dos
luces, como candil de mesón, y que ha estado a pique de una plaza él y otro
por ser amigos de atrás, y aun dicen de él que es dado a perros.
No se espante que le dé el bolso de los novios, porque quien no vio, novio
es. Si no está roto el que le di, por su vida que me le envié con un poco de
almizcle, porque después que tomé en las manos su carta, me huelen a sudor
de jalma, y prométole, si me le envía, de pagárselo en mandar a una recua de
tontos que traigo tras mí con cebo de que serán mis novios, que bailen toda
una tarde por su ánima, disfrazados con vestidos hechos de ochos y nueves,
que es librea muy a su gusto. Mas eso de hacerle decir misas ni sacrificios,
¡no me lo mande voarced no me lo mande voarced!, porque unos pocos de
capellanes amigos que tenía están depuestos como gallinas cluecas. Si él
quisiere que por su intención y a su costa haga que me recen cada día a mi
puerta la oración del justo Cordero, yo lo haré con que me envíe el agnus de
plata que me tomó, que, tal como es, a mí trie hace falta y a él sobra, por ser
cosa buena y de devoción.
Ya sé que tengo enojado el purgatorio, mas también sé que tiene él por
amigos los del infierno; cuente a cómo salimos. Cuando leí los muchos títulos
que me daba, conocí que esa debe de ser la letanía que reza: cual es el devoto,
tal el santo y tal la devoción.
218 LA PÍCARA JUSTINA

Lo menos a propósito para él es contar mis años, porque si con los pocos que
tenía entonces le di la papilla que papó, ¿qué le parece al papenco que será
agora si le tornase a requerir el cañal, después de haber comido mán guindas
que él arrobas de bobo?
¿Por los dientes me cuenta el alma? Bien parece que le mordí. Por lo
menos, sabe que soy viva, pues muerdo. Con salud lo cuente, y sea tanta que
le reviente por los ijares. Ya pensé que tenía olvidada esta burla, mas
paréceme que según busca consuelos, no debe de tener aún bien sana la llaga.
Échela un poco de massea y mascunda, con un granito de sal de necio, y
luego sanará.
Por acá no hay nada de nuevo, sino que el cardenal vive en esta ciudad y
trae orden de desterrar todos los vagamundos y fulleros. Avísole porque no le
tiente el Diablo de venir a esta tierra en tan mala coyuntura, porque, demás
y allende que los cardenales desta tierra son muy rigurosos, tenemos un
corregidor en esta ciudad que a cincuenta pasos huele cuerpos malhechores.
Por allá, que es tierra de bobos, se le correrá bien el oficio, que por acá
hendemos un cabello por veinte partes.
Lo de la marca se borre, que el rey no comete el marcar a gente de tan
ruin marca, cuanto y más que un pigmeo como él no puede marcar a una
giganta como yo.
Ríome de que se me firme Pavón. ¿Cómo digo de aquella bendita limosna
que me pidió su pariente, el que nos vendió el galgo? ¿Sabe qué veo? Que les
viene tan de casta el ser ladrones como el ser engañados.
A buenas noches, Pavón, deshace el rodancho, mosquilón, arrímate,
gigantón, que eres un bobarrón, y por si acaso quisieres presentar esta carta
a la justicia para pedir lo que fue ganado en buena lid, advierte que va de
letra de un escribano muerto, que suele ser falso, y sin firma, porque sólo un
tonto como tú podrá firmar carta semejante.
Fecha en Salamanca, en el mes gatuno, entre once y mona.

APROVECHAMIENTO
La gente disoluta no se empacha de publicar sus maleficios por palabra y por
escrito, pero Dios las escribe en el libro donde las leerán con gran confusión y
mengua suya.
LA PÍCARA JUSTINA 219

CAPÍTULO CUARTO
DE LA ROMERA DE LEÓN

NÚMERO PRIMERO
De la romera dormida y dispierta
Suma del número.
UN SONETILLO DE SOSTENIDOS
Ni dormida más dispierta,
ni dispierta más dormida,
ni ganada más perdida,
ni perdida más alerta.
Cubierta más descubierta,
cosiente más descosida,
jineta más a la brida,
fisgona más encubierta.
Devota más sin rezar,
pagadora más en venta,
veladora más en vano.
Huéspeda más sin pagar,
cual este número cuenta,
jamás la vido cristiano.

Y
A que he dado cuenta de lo que me sucedió en León y del
retoño que de ahí a nueve años hubo (lo cual puse junto
porque se conociese más de próximo la materia de que las
cartas trataban), quiero que nos descartemos de cartas para ir
adelante con el cuento de mi jornada.
La causa de la partida.
Aquel día de Nuestra Señora en la noche, porque acaso aquellos
pavitos no me apareciesen en sueños y pidiesen carta de pago de mis
deudas y desengaño de mis burlas, y por quitarles del cuidado que
querían tomar de ser de mi guardia sin ser ángeles buenos, determiné
ser romera, como quien va a Roma por todo.
Pártese en silla.
220 LA PÍCARA JUSTINA

Mandé a mi mochillero que ensillase mi hacanea y que me la


sacase al Prado de los Judíos, donde también encontré otras mozas
que aquella misma hora iban de tropel a la romería que llaman de
Nuestra Señora del Camino, que es una legua de León, donde van
aquella noche casi todos los forasteros.
Cuenta con la huéspeda.
La cuenta que hice con la huéspeda fue ninguna, sólo hice cinco
reverencias a un San Cristobal que tenía junto a una lamparilla y le
encomendé la huéspeda, que lo había menester, porque como era
colérica —como verás abajo— y se ahogaba en poca agua, le sería de
mucha importancia un tan buen barquero de a pie, y si San Cristobal
me oyó, bien pagada quedó, y si no, basta que yo fuese contenta sin
que ella quedase pagada.
Camino fragoso.
El camino de la romería no es muy bueno, pero la compañía lo
era, y con ella y con la profunda consideración de mi Cristo lo pasé
con mucho consuelo y como muy buena cristiana.
La pícara soñolienta.
No pude a la ida despabilar mucho la lengua, porque el sueño me
hacía hacer mucha pavesa; si no fuera que mi picarillo de cuando en
cuando me soliviaba con un cantarcito que decía: No durmáis, ojuelos
verdes, que por la mañanita lo dormiredes, bien creo que la romera diera
un par de romeradas en aquel suelo de Jesuchristo. Ni me
aprovechaba mudarme de bridona en jineta, ni mudar más posturas
que veleta en campanario, que, en fin, el sueño es volteador y me
enseñaba las vueltas peligrosas. La postrera me vi en gran peligro,
porque no estuve dos dedos del duro suelo, y entonces, con el gran
espanto, desperté despavorida y no pude tornar a pegar ojo.
Males del sueño; lo primero, es loco.
Maldita sea cosa tan mala como el sueño. El sueño es loco; si da en
seguir, no hay quien le eche a palos, y si da en huir, no hay traerle con
maromas. Dicen que las mujeres tenemos dos extremos de locas: el
uno, que si decimos de no y tijeretas, no hay villanchón como
nosotras, y el otro, que si decimos de sí, rogaremos a un caimán.
Excusa de las mujeres por ser hijas del sueño.
Yo digo que sea así verdad, pero decidme, maldicientes, si la
mujer es hija del sueño de un hombre dormido, y tan dormido que le
sacaron una costilla sin sentir dolor de más ni hueso de menos, ¿qué
os espantáis de los siniestros mujeriles? Cuando la mujer fuera la
misma ficción y engaño, la pura vanidad y mentira, no había que
espantar, pues es hija del sueño vano, phantaseador y loco.
LA PÍCARA JUSTINA 221

Holofernes y otros que durmieron a medias en esta vida y en la otra


bien saben ser verdad lo que digo, pues el sueño trocó su descanso en
alas, su quietud en azogue, su lecho en potro y su reposo en horca y
cuchillo. Dije esto a propósito de mi cabezudo sueño, que me puso a
pique de hacer tortilla de sesos para perseguirme, y en un momento
se ausentó de mí y desvió con el denuedo que si yo hubiera muerto a
su padre. Y, la verdad, quizá dirá el sueño que sí maté, porque las
mujeres matamos con Eva al primer hombre, padre primero del
sueño, y por eso las mujeres somos de poco dormir, porque el sueño,
en odio y venganza de que matamos a su padre, no quiere hacer con
nosotras mucho rancho.
En mi vida vide dispierta más dormida ni dormida más dispierta.
Ya que del todo despabilé los ojos, iba imaginando mil cosas por
momentos, y la que más a menudo salteaba mi pensamiento era si
acaso en esta romería me sucedía otra gatada como la de Arenillas. Si
las veces que esto se me acordó se convinieran en repollos de oro,
mejor estuviera mi olla.
Apacibilidad de la ermita y su sitio.
Ya llegué a la ermita, y de veras que me dio gusto el sitio, que es
un campo anchuroso que huele a tomillo salsero, proveído de
caserías, y aun hay allí personas que no las podrán sacar tan presto de
sus casillas; dígolo porque engordan mucho las venteras. La ermita,
bien edificada, adornada, curiosa, limpia, rica de aderezos, cera y
lámparas, ornamentos, plata, telas y presentallas.
Etimología del nombre de Nuestra Señora del Camino.
Gran concurso de gente, que por eso y por estar en el camino de
Santiago, se llama Nuestra Señora del Camino. Notable provisión de
todas frutas, vino, comidas.
Frutas llamadas perdones.
Acuérdome que desde esta romería quedé muy devota de los
perdones de aquella tierra. Fue el cuento que un cierto galán estaba
rifando al naipe ciertas avellanas y genobradas, lo cual ganó, y
viéndome, me convidó a ello, y dijo:
—Tome perdones, señora hermosa.
Yo no entendía el uso de la tierra, y pensando que se burlaba y
que me había deparado Dios otro obispo de romería, le dije:
—Beso a v. m. las manos, señor obispo, que en verdad que me
suele a mí ir bien con obispos, aunque a ellos conmigo no tanto.
Replicó el galán (que era a mi parecer galán comedido):
222 LA PÍCARA JUSTINA

—No piense, señora hermosa, que me burlo, que en esta tierra es


uso llamar perdones todo lo que se da en la romería, porque se tiene
por devoción como si fuera pan bendito.
Con esto me quieté, y di grandes gracias a Dios Nuestro Señor de
haber encontrado tierra donde los galanes saben tan de raíz las cosas
eclesiásticas. Verdad es que antes de decirme esto, había yo recebido
los perdones con una mano, porque esto del récipe es cosa que las
mujeres lo decoramos en el vientre de nuestras madres, y por eso nos
llaman boticarias, porque nunca salimos de récipe. Estos perdones
fueron para mi jubileo plenísimo, porque como partí sin cenar más
que de una empanada, a la salida de la ciudad, traía picado el molino,
y en un punto comí tanto del perdón que, si como quedé sin pena,
quedara sin culpa, fuera jubileo de veras.
Busca a sus compañeras y no las halla.
Al candil de la luna, que la hacía no muy clara, pude maniatar mi
borrico y tender mi albardoncito en el duro suelo, junto a unas
mujeres que allí estaban en un corrillo, que las de mi pueblo a
cabezadas me huyeron; digo mohínas de verme dar con el sueño
cabezadas contra el aire, y aunque algunas veces una amiga me daba
con la punta de un palillo, mi sueño burlaba de todo y jugaba a punta
con cabeza. También es verdad que las busqué con el candil de la
luna, mas no las hallé porque alumbraba mal.
El mochillero, hecho grulla y centinela.
Echeme junto a unas mujeres, grandes estornudadoras en sueños;
eran morcilleras de pato; reclineme, y porque no me faltase centinela
que me hiciese cuerpo de guardia, di a mi mochillero un pedazo de
mollete duro, de lo que metí en la alforja en Mansilla, para que se
entretuviese y royese en él.
Grullas.
Y bien tenía que roer, mas hice mi cuenta que aquel pan en la
mano le serviría de lo que a las grullas les sirve una piedra que llevan
en la suya para sentir si duermen las que son de guarda.
Yo le dije:
—Leonardillo, come este pan poco a poco, que está como unos
bizcochos (entendíase de galera), y en acabándosete, despiértame.
Mira, no te duermas, y en pago te prometo para almorzar el mayor
pepino que traemos, y si algún hombre llegare muy junto a nosotros,
recuérdame.
Las causas porque las mujeres no
quieren ser cogidas al descuido.
LA PÍCARA JUSTINA 223

¿No notas el natural cuidado que tenemos las mujeres que no nos
vean los hombres? ¿Qué piensas que es? Por ventura, ¿huir dellos?
No, hermano, y si no, mira tú cuán pocas dejan de salir de casa por
miedo de encontrallos.
Mujer basilisco. Hermosura de mujer es purga.
No es sino una de dos; o que como basiliscos queremos ganar por
la mano, por matar y no morir, o porque nuestro bien parecer es de
casta de purgas, que nunca se hacen con sola naturaleza, sino con
artificio, y por eso no queremos que quien nos viere nos coja
descuidadas, y así verás que en mirando a una mujer de repente,
luego se inquieta y se remira, acude a cubrirse y descubrirse en
aquella forma y manera que a ella le parece que es más a propósito de
agradar. Mal me haga Dios si jamás quise mal a hombre; con todo
eso, nunca gusté que me cogiese de repente, aunque ni mato ni
espanto.
Condición de Justina.
El muchacho comenzó a tascar con su bizcocho, y al ruido que
hacía con el juego de las muelas —que era mayor que el de los veinte
y ocho majaderos de la pólvora de Pamplona—, me dormí como
perro al son de los golpes del ayunque.
Por qué las mujeres duermen poco.
Descansé, y aunque el sueño fue poco más de hora y media, con
todo eso me satisfizo, porque las mujeres, como vivimos depriesa,
dormimos poco, y aun si dormimos es a ojo abierto como leones, y no
cerramos ojo sino a pura fuerza de naturaleza.
Dormí, y debime de echar de mal lado, porque todo se me fue en
soñar, y fue el sueño que, por las burlas que había hecho en León, me
habían desterrado un año.
Penas dadas por Dios.
¡Cosa notable! Que me pareció real y verdaderamente que había
pasado por mí un año, por donde eché de ver cuán fácil será a Dios el
día del juicio dar a un hombre en un instante tanta pena de fuego en
alma y cuerpo que le parezca que ha sido un año, y que le haya de
doler como si tuviera diez cursos de infierno.
El sueño es traidor.
También me confirmé en sentir cuán traidor es el sueño, pues
igualmente abre las puertas a el gusto y al daño nuestro, para que
igualmente haga suertes en nuestra imaginación, y aun abre puerta
para que entre la muerte en sueños, como el ladrón que saltea con
máscara.
Aplica lo dicho.
224 LA PÍCARA JUSTINA

Miren quién y cuán traidor es el sueño, que aquel a quien yo hice


la burla estaba quieto y sin acordarse de pedir justicia, y mi traidor
sueño me desterró, y por un año, y sin oírme de justicia. Mil cosas
pudiera decir del sueño muy a propósito, mas no quiero que me
digan que yendo caballera en una burra predico el sermón de las
vírgines locas. Dígalo otra, que a mí no me vaga.
Despierta Justina.
Parece ser que mi mochillero, siguiendo su molienda, debió de
encontrar algún nudo en el mollete, y, queriendo conquistalle, avivó
el ruido, y con él me despertó a muy buen tiempo, porque ya la gente
se rebullía y parece que hormigueaba el trato. Di dos o tres esperezos
y levántome más tiesa que un ajo, dando de camino un pescozón al
mochillero para sacarle el sueño con raíces y todo; y las porconas
todavía roncando como unas poltronas.
Cose Justina unas dormidas.
Pareciome mucho sosiego y buen aparejo para darles un poco de
almagre de mi mano. Pardiez —si no lo han por enojo—, viendo que
una dellas traía aguja y hilo en la vuelta de una alforza y un ovillito
de hilo de buen tomo en la de la saya, cosílas muy a mi gusto por las
faldas de las sayas del lienzo, que en aquella tierra se llaman camisas.
Por el hilo y su olor, saqué que aquéllas eran tan malcocinadas como
bien cochinadas, y debían de estarse allí a hacer morcillas de pato, y,
las otras, según me lo parlaron mis narices, eran del oficio también.
Burlas son como pinturas.
Ya que tuve hecha mi tarea, pareciome que estas burlas son como
pintura, que se ha de ver de lejos para que parezca bien, y así me
aparté a ver la labor que había hecho. No fui yo sola la mirona, que en
breve espacio tuvieron al auditorio que bastó para reír asaz la
encamisada. Era cosa donosa ver la labor que hacían sueño, enojo,
vergüenza y descoberturas. Andaban en torno unas tras otras, que
parecían el toro de las coces; en fin, ellas andaban como cosidas y yo
me reía como descosida.

APROVECHAMIENTO
Los que toman la santidad por vía de burla, hacen la de los santos lugares,
pero tiempo verná en el cual lo baga de ellos el Juez Universal.
LA PÍCARA JUSTINA 225

NÚMERO SEGUNDO
Del asno perdido
Súmase el número.
SÚMASE EN UN ROMANCE
Una notoria excelencia
que vemos en los borricos
es que casi todos son
de un color y talle mismo;
y aun hay algunos dolores
de que sanan los heridos,
si se sientan ras por ras
encima de algún pollino;
y aun quien quisiese emborrar
propriedades de borricos,
se pudiera estar roznando
desde aquí al otro siglo.
Basta saber que las dichas
fueron único motivo
para que Justina hiciese
a su salvo un lindo tiro.
De puro bobidevota,
se le traspuso el pollino,
y ella traspuso en otro
el sillón y albardoncillo;
que si los hurtan o truecan,
ni lamentan ni hacen mimos,
y con el mismo semblante
sirven al pobre que al rico.
Tanto le parecía
el nuevo hallado al perdido,
que a boca llena le dice:
Vos sois burro y asno mío;
que pues tanto os parecéis
al burro que se me ha ido,
y me sanáis del dolor
que mis entrañas ha herido,
y pues que concurre en vos
todo burral requisito,
226 LA PÍCARA JUSTINA

sin duda que vos sois él,


o sois hermanos o primos.
Norabuena lo seáis,
desde hoy llamados mío.
Mío sois, pues mío os dice
la gata que os ha cogido.
Esgrimidor lucido.
Comenzaron muchos corrillos de bailes, juegos de naipes y de
esgrima.
Esgrimidores y médicos inventan nombres, y por qué.
Allí oí que alababan a un negro de que esgrimía bien con dos
espadas y montante, en especial, decían que jugaba por extremo un
tiempo que llaman los esgrimidores tajo volado, con sobre rodeón y
mandoble, que también los esgrimidores son como los médicos, que
buscan términos exquisitos para significar cosas que, por ser tan
claras, tienen vergüenza de nombrarlas en canto llano, y así les es
necesario hablarlas con términos desusados, que parecen de junciana
o jacarandina. Y en verdad que las mujeres habíamos de usar esto
mismo y poner nombres particulares a nuestras ordinarias cosas, que
ya, de puro usadas y nombradas, sería necesario novarles los
nombres con que se ennobleciese el arte.
Justina aficionada a un esgrimidor.
Mas, pues hablo de esgrima, quiero ahorrar de gracias, porque
siempre que nombro esgrima y esgrimidores, se me arrasan los ojos
de lágrimas en memoria de un malogrado a quien quise bien, que era
la prima de los esgrimidores, tan aficionado al arte, que muchas
veces, faltándole con quien esgrimir, a deshora, me pedía que por su
gusto tomase yo la espada negra y esgrimiésemos, lo cual yo hacía de
buen rejo, porque, como dice el refrán, Quien bien quiere, bien obedece.
Esgrimidor poderoso.
Muriose, mas no se me da nada, que donde quiera que estuviere,
él sabrá defender su capa, que aunque la muerte esgrima con
guadaña, él la hará con su montante tener a raya.
Justina desea bailar, refrénase
con la memoria de Herodías.
Había buenos bailes de campesinas, mas como yo ya era mujer de
manto, y en esta sazón estaba enmantada, no quise meter mi cuerpo
en dibujos, porque ya me había hecho por qué quererle más que a
sesenta panderos. Verdad es que los pies me comían por bailar, como
si en ellos tuviera sabañones, mas vencí la tentación acordándome
que Herodías murió bailando.
LA PÍCARA JUSTINA 227

Pregunta a Justina y respuesta graciosa.


Sólo de lejos me holgué en la taberna y vi algunas vueltas, no
malas, desde un repecho que sobrepujaba la gente, y como algunos
me viesen hacer el son al baile con los ojos, me preguntaban si quería
bailar.
Yo respondí:
—No, señores, que soy coja.
No faltó quien con curiosidad llegó a ver de qué pie cojeaba, pero
dile un favor de pantuflo tal, que a asegundar el favor, no fuera
mucho sembrar por agosto.
Curiosidad de españoles.
Somos muy curiosos los españoles. Diz que porque le dije que era
coja, había de saber en qué nervio estaba la falta. Por diez, que si le
dijera que no bailaba por estar enferma del bazo, se me chapuzara en
las tripas a tomar el pulso del pulgarejo. Yo le perdono y quiero paz,
porque me perdone la que le di.
Fortuna de pícaros, no muy favorable.
Digámoslo todo. Bien dicen que la fortuna del tiñoso tiene la
rueda de corcho; y quieren decir que nunca la fortuna de las pobres
pícaras es tan favorable que no tenga mal de bazo y se canse de
correr.
Quiero, pues, contarles una desgracia que entre mis fortunas
buenas me sucedió. Mi mochillero andaba guardando la burra, y al
son de la guarda, tascaba el pan que le di, mas como estaba tan seco,
añusgó de sed y dejó a la burra sobre su palabra, fiando no menos de
su fidelidad que de su castimonia; y tuvo bastante ocasión su
confianza, porque había visto que habiendo llegado a hacerle el amor
algunos de su especia y clavo, respondió a pies juntillos que no
quería amores en romerías; de adonde se pudo certificar el mochacho
que quien con sus amigos jugaba de pie, a los ladrones y enemigos
daría de mano.
Muchacho sediento pide de beber.
En fin, el mochacho sediento, boquiabierto como un pato, se fue a
un pozo que estaba junto a la ermita, donde pidió de beber a una
medio samaritana, bachillera y relamida, y parece ser que la mozuela
tenía poca caridad para con mochachos, y el mayor bien que le hizo
fue enjaguarle los dientes con un refrán que es muy común entre las
mozas de aquella tierra, que dice: Quien no trae soga, de sed se ahoga. El
muchacho era ladino, y, aunque sediento, respondió:
Respuestas del mochillero y la moza de cántaro.
228 LA PÍCARA JUSTINA

—A ese andar, la primera soga que hallare será para ahorcarme.


Quede con Dios, bendita, y Dios la depare quien la dé agua cuando
tenga toca y potro y verdugo a mano, tan sediento de su sangre como
yo de su agua.
No se enterneció la daifa ni se aplicó más que a darle la sed de
agua que él mismo se llevaba consigo, diciéndole:
Juega del vocablo de sed de agua.
—No te quiero dar agua, rapaz, porque dejándote sediento,
puedas decir que te he dado una sed de agua.
Él replicó, no mal:
—Aun eso no os debo, que si sed de agua llevo, es la mesma que
yo traía.
Aguardó el muchacho a mejor nubada, y allá después de buenas
noches, tras mucho Dios agua, le echaron una poca en un sombrero,
como si fuera ración de galera.
Húrtanle la burra.
En este ínterin, parece ser que mi burra hubo palabras con otra
algo revoltosilla. De una en otra, se desafiaron, apartáronse por no
alborotar el bodegón; debiolas de encontrar algún condestablo —que
es prebenda de gitanos—, y por vía de justicia mayor, les dio su casa
por cárcel, y las metió donde hasta hoy no han parecido. No dudo
sino que por no escandalizar la asnería, les dio garrote secreto.
Busqué mi burra; pregunté por ella a su guardián.
Mas él, con una cara de risa, respondió:
—Los gansos a bolorón y la burra huse.
Yo comencé a reírme, porque entendí que el pícaro quería
regodearse, que también calzaba buen humor.
Él, viendo que me reía, alzando y bajando su cabeza, me dijo:
—Ríete, ríete, que ofreco al diablo la burra si parece.
Ya que vi que la burla iba talluda, comencé a buscar la burra con
más diligencia, y aun ya andaba perdida por la perdida.
Algo de reyes, buscar asnos perdidos.
A lo menos, podré decir que tengo algo de reina, que es haber
buscado asnos perdidos, mas como soy de inclinación humilde, de
profesión pícara, de cuidado ajena, y como ni viven Saúles ni
Samueles, determiné carecer de la expectativa y actión que podía
tener por este camino a ser reina. Qué cosi cosi, hallé mi burra sin
parecer mi burra. Explícome sin declararme, porque no me lleven
ante el nuncio. Para hallar mí burra, di la traza siguiente:
Cuenta el hurto de la burra.
LA PÍCARA JUSTINA 229

Yo, luego que desperté, había rogado a una mesonera o ventera


gorda, que vivía frontero de la ermita, que me guardase el sillón y
aderezo de la burra, porque como era de codicia, temí no me le
aplicasen al fisco, y porque con achaque de ver mi burra ensillada y
enfrenada, muchos se desenfrenarían a tratar de ensillar la sobre
burra. En fin, pedí mi aderezo, diómelo, con que de antemano pagase
tres cuartillos de posada, como si el aderezo de mi burra hubiera
tomado cama y sudádole las sábanas y almohadas. ¡Vaya con Dios!,
venteras son, su oficio hacen, y yo el de discreta en callar aqueste
punto, pues la emprenta de estas peticiones salió de el mesón que me
parió.
Sacó mi mochillero el aderezo de la burra, poniéndose el freno en
la boca, condenándose a servirme de asno por haber sido él causa de
la perdición de mi burra por hilar tan flojo su cuidado. Muy poco
atenta estaba yo a aquestas gracias por estarlo mucho en acotar con
los ojos la burra que mejor me pareció y la que más se parecía a la
mía.
Paré una con los ojos y, para mayor certificación, le eché las
manos y dije al mozuelo:
—Mochacho, ensilla aquí, que pues esta borrica está queda, o es
nuestra o lo quiere ser. Mira, ¿tú no lo ves, que parece que nos
conoce? No temas, haz lo que sabes.
El mochacho era obediente y inclinado a estas levadas, mas era
algo temeroso, como niño, por lo cual volvió los ojos atrás, y dijo:
—¡Hola, nuestrama, no sea que por un burro que tomamos, nos
hagan subir en cada sendos!¿No hay nadie que replique? Pues yo te
ensillo.
Por cierto, la burra estuvo tan sujeta y obediente que a mí me echó
en obligación, y a sí uno de los mejores sillones que jamás burra
vistió. Paréceme que la burra engordó un palmo en ancho y largo de
verse en mi poder y tan galana, con que quedó contenta, tanto como
yo pagada de la burra.
Burra salutífera.
Muchas buenas propiedades he oído de los jumentos de boca de
algunos philósofos burreros. La una es que, si alguno mordido del
escorpión se sienta sobre una burra, traspasa en ella el dolor que le
causó la mordedura. A lo menos, el de mi pérdida, como por la mano
me le quitó esta mi burra.
La mejor propiedad de los jumentos
es que no se conocen.
230 LA PÍCARA JUSTINA

No es mi intento hacer catecismo sobre las propriedades asnales,


como el otro que se cansó de tratar del asno que llamó de oro y le
dejó en el lodo, mas tampoco quiero dejar de decir que la propiedad
que en las burras me contenta más a mí es que, como unas se parecen
a otras en el color y talle, cualquier trueco, bueno o malo, pasa por
ellas y ellas por él, y cualquier burla de trasposición, si se hace con
ligereza, tiene efecto. Otros sabrán otras mejores propiedades de
burras, que, como las maman en la leche, no se les caen de los labios;
mas a mi gusto y parecer, la mejor que yo hallo en ellas es la dicha.
Gitanos, por qué tratan en borricos.
A un caballo nunca le falta un remiendo en el pellejo, a una mula,
unos pelos en la bragadura; a un rocín, una estrella; mas las burras
todas parecen que salen por un molde, y cuando sea alguna la
diferencia, que con lodo seco, que con trasquilarlas, se desconocen
más que Urganda la desconocida, sin que haya Vargas que lo
averigüe ni Ronquillo que lo sentencie, y así verán que el gitano, por
la mayor parte, trata de burras, por ser hurto enaveriguable.
Simplada a propósito de lo mostrenco.
En fin, yo le dije mío y por mío quedó; nunca fui mejor gata, ni
jamás mejor mié. Quiérote confesar una ignorancia crasa que
entonces tuve, y fue que como yo oí decir a vulto a algunos teólogos
de bodega no sé qué casos de las cosas mostrencas y de que la
necesidad gradúa a las gentes de licenciadas, me pareció que —
siendo la mía extrema y siendo yo de la Santa Trinidad, pues soy su
criatura y profeso su fe y alabo su nombre, y en especial, que
entonces traía un hábito de la Trinidad que compré a un padre sin
licencia de mí madre— me podía componer conmigo misma en razón
del aplicamiento burriqueño. Verdad es que después acá me han
mandado hacer restitución dello, y no lo tengo olvidado, que si
muero con mi lengua y mi juicio, que, bendito sea Dios, hay tanta
falta dello como sobra della, en mi testamento he de mandar al
escribano que me lo diga de misas por no ir cargada de una borrica
desta vida a la otra, que pesa mucho y el camino es largo.

APROVECHAMIENTO
El malvado, como por burla, obra la maldad. Ansí se ve en Justina, que
celebra sus hurtos como si fueran virtudes heroicas y excelentes hazañas.
LA PÍCARA JUSTINA 231

NÚMERO TERCERO
De la romera envergonzante.
Suma del número.
SÚMASE EN UN SONETILLO
Demás de ser cosa bella,
no hay cosa más subida
que vergüenza de doncella.
Y, ora dada y ora vendida,
la que se aprovecha della,
con ella pasa su vida.
Con aqueste presupuesto,
dio Justina en vergonzante,
con que ganó un joyel de oro.
Y si como hizo un cesto,
hiciera más adelante,
pudiera hacer un tesoro.
Vendedera.
Una vendedora o corredera de León andaba cruzando entre todos los
de la romería a fin de que la comprasen un joyel de oro que traía en la
mano para vender, que estas venteras de ciudad son como
pescadores, que mudan mil veces el anzuelo agua arriba, agua abajo,
hasta encontrar pez que pique, y como yo era hacendosilla y
codiciosa destas piezas, piqué en el anzuelo y puse en venta la pieza,
que si buena era la que se vendía, mejor era la ventera, sin hacer
agravio a la merchante.
Confieso que, como maliciosa, temí no me hiciese otra gatada
como la que yo dejaba hecha en León, mas mal año, que sabo yo
mucha mona.
Prueba de oro y alquimia.
Bien sabía yo que para ver si una cosa es oro o plata el mejor
contraste es morderla, y para ver si es alquimia o latón, ver si mancha
en raso blanco. Hice la prueba y saliome a prueba.
Compra sin hacer cuenta con la bolsa.
Concertela en ocho ducados, pero como inadvertida no hice
cuenta con la bolsa, y así, cuando fui a pagarla, eché de ver que no
podía sufrir tantas ancas, porque me venían a faltar dieciséis reales, y,
232 LA PÍCARA JUSTINA

sin embargo deso, no tenía con qué tornarme a mi pueblo ni con qué
pagar aquella noche cena y cama.
Aquí verán mi virtud, pues estando yo en tiempo en el cual
pudiera yo hacer dinero empeñando la honra, no consentí en tal
tentación, ni nunca Dios tal permita, porque tenía yo muy de coro
una sentencia que vi escrita en el pedestal de una cruz de canto que
está hacia Villamartín, en la Montaña, que dice: Antes arreventar que
pecar. Y así yo eché a volar mi pensamiento para cazar una traza
conveniente con que cumplir mi deseo sin pecar.
Desean las mujeres galas con extremos.
Y crean que las mujeres, en orden a cumplir un antojo de galas,
somos extrañas, y si nos determinamos a comprar una gala, nos ha de
venir a las manos, aunque nos cueste lo que la manzana de Paris.
Herencias de Eva.
Es herencia de Eva,. y desde que ella, por un gusto que el Diablo
pintó, puso a riesgo un hombre y en él el mundo todo, quedamos mal
enseñadas a poner a riesgo cuanto hubiere y atropellarlo todo a
trueco de salir con nuestros gustos; y mucha parte es para salir con
nuestros antojos, el poder estar preñadas, o el estarlo, o el querer que
lo estemos, y a este título, quedamos tan mal acostumbradas, que,
aunque las demás costumbres se nos alcen y hagan treguas, pero esta
nunca jamas, amén.
La mujer halla todos sus bienes en el oro.
Pues que si el antojo es de galas de oro, es carta ejecutoria para
trabucar un mundo, y es la causa de semejante afecto es porque todos
nuestros bienes los hallamos juntos en el oro.
Míralo tú; los bienes son en tres maneras: honesto, útil y
deleitable. En el oro hallamos honra y estima, que es mona del
premio del bien honesto; en el oro tenemos el interés y el provecho,
que es el bien útil; tenemos gusto, hermosura y gala, que es bien
deleitable. Mira, pues, con tanto tropel de bienes adunados, cómo no
se ha de avivar el deseo.
Pinturas de los afectos más intensos.
A la vanagloria (que es un deseo de honra y estima) la pintaron
con unas velas hinchadas que caminan presurosamente al gusto, con
tijeras y aguja para cortar y coser nuevos trajes; a la codicia, con alas;
pues juntándose todo en uno, ¿qué se puede imaginar sino que, como
codiciosa, había de ser inventiva y enhilar mil trazas y dar mil Cortes,
y como deseosa de gusto y fau fau, había de andar solícita, viento en
popa y volando, para poner mis deseos en ejecución?
LA PÍCARA JUSTINA 233

¿Para qué ando por rodeos? Yo determiné hacerme pobre


envergonzante y ponerme a la puerta de la iglesia para igualar mis
deseos con mi bolsa y con mi deuda.
Excusa de haber dado en envergonzanta.
Ya parece que te ríes y das baya a la envergonzanta. Oye, por tu
vida, siquiera un descarte, para no hacerme tener tanta vergüenza
ahora como entonces. Deseos de galas hicieron a Medusa idólatra; a
Hortensia, incestuosa a Pentesilea, patricida; a Romelia, voladora; a
Ceusis, gata; a Silvia, impúdica; que a mí me hiciesen pobre
envergonzanta, ¿qué hay que espantar?
Hecho el concierto de la pieza, dile a la vendedera ocho reales por
principio de paga, y no más, porque le dije que por no trocar un poco
de oro, no le pagaba por entero. Depositamos de mancomún la pieza
en poder de un mercero que allí estaba; por señas, que se quiso hacer
depositario de lo que no había para qué. ¡Vaya con el dianche! No
hay gato que no diga mío y al cabo no le dan nada. Dejele con su
petición en los ojos y lengua y con la pieza en las manos, con
apercibimiento de que dentro de seis horas que pedí de término
perentorio, remataría la paga y el depósito, con que dejé segura la
compra; mas para la paga, en que estaba el busilis verdadero,
comencé a entablar.
Manto de Justina.
Mi manto, para desvergonzada, era muy vergonzoso, y para
vergonzosa, muy desvengonzado; para rica, muy pobre, y para
pobre, rico; fueme necesario buscar un manto que cubriese mi traza y
mi persona; en fin, tal cual el oficio. Yo había visto andar por allí
cruzando, cubierta con un manto viejo de anascote, tan sobrado de
rugas cuan falto de tinte, a una media santera del año de uno, y
cuando no trajera cara, por el manto se lo podían adevinar los años y
servir de libro de bautismo.
Yo la dije:
Toda mujer huelga de que la llamen hermosa.
—Señora hermosa (que aunque sea una lamparera más pasada
que higo duñigal, se huelga de que la llamen hermosa y se derrite
aunque sea durandarta), señora hermosa, ruégole por su cara que en
prendas desta burra y deste manto nuevo me haga merced de
prestarme ese su manto viejo para llegarme con él aquí a un pueblo
que se llama Trobajo y está cerca.
Fictión de Justina para pedir manto prestado.
Tengo en este pueblo un poco de fruta que me la goloscan los
pasajeros y se me pierde de madura; habemos de ir yo y una tía mía y
234 LA PÍCARA JUSTINA

buscar de camino unos primos. No nos atrevemos a llevar buenos


mantos, porque, si llueve, se nos destruirán, y creo será la lluvia muy
cierta, porque un primo me dijo que su repertorio daba agua.
Ruégole, pues, mi reina, que me le dé. Ande acá, que si llueve, ella se
podrá entrar debajo de los portales, mas a mí hame de coger el agua
en descampado. Mire que soy agradecida y no faltará un regalo con
que servirla esta amistad.
Quédase el mochiller con la vieja.
Quédese aquí este mochacho para que tenga la burra de cabestro
y la entretenga mientras yo vengo. Yo sé que gustará dél, que es
donoso. Ea, muchacho, quédate con la señora.
Dale la vieja su manto.
No hube bien acabado mi arenga, cuando la mujer se desmantó a
sí y me enmantó a mí. Era leonesa de las del buen tiempo.
Alusión al nombre de puerta.
Llamábase Fulana de la Puerta, y como puerta cuyo quicio estaba
untado con mis mantecosas dulzuras y promesas, dio entrada a mi
gusto y puerta franca a mis intentos.
Yo puse el manto una vez y ciento me pesó. Manto fue que me
hubo de matar con un abominable hedor de malvas y jirapliega que a
mi gusto es insufrible. Por la cuenta, era melecinera de concejo, y
díjome el manto que se le corría bien el oficio en León. No me admiro,
que los de León, como con el frío traen reconcentrado al calor, de
ordinario enferman de estíticos.
Pone Justina el manto viejo.
Ya, en fin, me puse mi manto, que era largo y me cubría todos mis
ribetes y cortapisas, y puesta ansí —que el Diablo no me conociera—,
me tapé como condesa viuda.
Siéntase a la puerta de la iglesia,
y dícese el modo y traza.
Y después de dada una vuelta a la ermita para deslumbrar la
vieja, me senté a la puerta de la iglesia como pobre envergonzante;
puse sobre mis rodillas un pañuelo blanco para que los que me
hubiesen de tirar limosna diesen en el blanco y para señuelo de que
pedía y no para los mártires. Y como la gente de la romería viese a la
puerta de la iglesia —cosa allí pocas veces usada— una mujer de
buen talle, compadecíanse de mí y decían:
—¡Ah, triste de ti, que te hace la pobreza ser niña grande echada
en la arca de la misericordia!
Danle mucha limosna
Mucha fue la limosna. Sin duda creo quedaron todos
descuartizados, según los cuartos muchos que me echaron sobre mis
LA PÍCARA JUSTINA 235

rodillas. Caían de recio, y pensé que por pocas me las quebraran, pero
Golpe de cobre nunca mató a hombre.
Dice de quien le dio ocho reales.
En resolución, dentro del término perentorio que pedí a la moza
corredora y a la vieja corrida, saqué más de dieciséis reales en
moneda de vellón, sin un patacón de a ocho que me metió en las
manos un canónigo que debía de ser un santo. A lo menos, si tenía
tanta mano para con Dios como para conmigo, él pudo medir el
camino del cielo a palmos. Yo, de en cuando en cuando, en achaque
de componer el pañuelo, sacaba mi mano nada negra y no poco larga,
con la cual, pareciendo moza de respecto, provocaba a lástima a los
que veían que a una tan buena moza la obligaba su pobreza a tales
extremos y su castidad a tales trazas.
Llegaban galanes; ella cabecea.
Algunos galanes me echaban alguna limosna por los oídos o, por
mejor decir, me la pedían. Mas yo cabeceaba como rocín enfrenado
que siente mosca y la espanta a cabezadas, y dilas tan buenas, que
aunque di algunos cincos de calle, una vez encontré el achón y llevé
de camino una nariz jerusalena que parecía cuatro de bolos y —como
es uso y costumbre— me descarté, diciendo:
Da a uno con la cabeza en las narices.
—Perdone, que topé.
—Estaba junto a mí cierto niño diechiocheno, de los que crió la
Rollona a castañas y pan de boda, el cual, viendo mi resolución, dijo:
—¡Ox, cómo se espolvorea la envergonzanta!
Descúbrese algo.
También, a ratos, descubría un si es no es de una mejilla en buena
coyuntura y sazón, y vi palpablemente la eficacia desta actión, pues
hubo mozo que entró y salió seis veces en la iglesia con su antepos,
sólo por dar limonsna a la envergonzanta.
Levántanse
Ya que tuve hecha mi mochila, me levanté del ponedero.
Codicia de los pobres.
Y no fice poco en acabar de levantar de eras, porque cada cuarto
que me echaban era aceite en el fuego de mi codicia y clavo que me
cosía de nuevo con el asiento adonde estaba. Es verdad, cierto, que
probé a levantarme más de cinco veces, y que con decir: Tras deste
cuarto, voy; ya va; agora; luego... Mas luego me detuve un juicio.
¡Válgate el Diablo, la codicia, cuál eres!
Pondera el mal de la codicia.
Agora digo que no me espanto de los escribanos ni de otra gente
de a dinero fresco por barba, aunque estén amancebados a pan y
236 LA PÍCARA JUSTINA

cochino con la codicia y que abrazados con ella se dejen caer en el


infierno, porque es liga que cose, red que caza, sirena que engaña,
Circe que transforma; es, en fin, un embeleco vivo para cuerpo y
alma. Yo pienso que si no fuera el temor de que mi manto se perdiera
y de que mi burra la hallara otro dueño aparecido, ahora no me
hubiera apartado del ponedero.
El pícaro Alfarache, loado.
Bien dice el Pícaro, mi señor, que nadie cree cuán sabrosa es la
vida del pícaro pobre, si una vez le paladean con ochavo tras ochavo.
Hace la deshecha que va a sus necesidades.
Levanteme de mi folga, amortajé en mi pañuelo los cuartos
advenedizos, llevelos tan atados en él cuan cosidos en mí mil ojos de
pisaverdes. Tomé la derrota hacia unas peñas que están allí cerca de
la ermita, camino de Astorga y Páramo; allí me traspuse y detuve un
rato, el que bastó para que los galanes perdiesen la esperanza de
verme y el hipo de buscarme. Senteme. Conté mi hacienda y puse
aparte el dinero que me restaba de la paga del joyel. Quiteme el
manto y, para deslumbrar la gente, me puse un galán rebociño o
mantellina que yo llevaba en mi manga, en la cual metí mi manto
viejo —que no fue poco caber, según tenía el bolumbo.
Huele menos mal el manto.
Ya no me olía tan mal el manto, parte por el bien que me hizo,
parte porque la costumbre se vuelve en naturaleza, y el haber cursado
el olor hacía no extrañarme tanto.
Disimulo de Justina.
Torneme hacia la ermita con mucho desenfado, como si viniera de
suplir algunas necesidades de las que no pueden tener sostituto ni
coadjutor. Metime entre la gente. Aquí se acabó el ser envergonzanta
y comenzó el tornar a andar con mi cara descubierta y tan sin
vergüenza como antes.
¿Qué te parece de la invención? Dirás que bien. Pues a mí mejor.
Dirás quizá que aunque fue la traza aprovechada, pero no honrosa.
Hidalgos pobres.
¡Ay, hermanito, cuántos hidalgos honrados hay que en achaque
que piden para pobres envergonzantes piden sin vergüenza para sí!
Pues, ¿qué mucho que yo trocase mi vergüenza en menudos, si tanto
dicen que vale la vergüenza de una mujer?
Dice Justina que bien merece lo dado, y pruébalo.
Yo, a la verdad, no he tenido aquélla por limosna, sino por justo
estipendio de mi trabajo. ¿Parécete, hermano, que fue poco estar una
moza de buen gesto y mejor pico más de hora y media con funda en
LA PÍCARA JUSTINA 237

el rostro y lengua, en tiempo que andaban de sobra veedores y


conceptistas? Pues si esta paciencia es tan difícil, no te lo sea el
entender que merecí lo que se me dio con mucha honra mía.
Ya te estará silbando la lengua, como a rezadora escrupulosa,
porque te diga cómo me hube y cómo despaché la vieja que me dio el
manto, con que mi vergüenza se desvergonzó a ser envergonzante de
asiento.
Finge que no quiere contar cuento de viejas.
¡Jesús! ¿Quién tal pregunta? Reniego de fautores de viejas.
Dejémosla, que otros mejores chistes te diré; mas, pues porfías con la
tácita, habréte de despenar contándote lo que a la vieja le acaeció con
la burra, con el mochillero y con mi manto y sin el suyo. Vaya de
cuento malecinero.
No llevó el Diablo a la vieja.
Mientras yo andaba en estas estaciones, la vieja melecinera,
cubierta con mi manto de soplillo y abalorio, se dio al diablo tantas
veces, que si no la llevó fue porque le pareció que ni era de provecho
para sí ni para ningún enemigo del alma; tales son las viejas.
La vieja con razón quejosa, y por qué.
A la verdad, su queja era no muy mal fundada; lo uno, porque yo
la tuve cosida a la burra largas dos horas (que no tuvo ánimo la triste
vieja para levantarse de encima de un canto pelado más que su calva,
porque no dijese yo que huía con mi prenda); lo otro, porque por
causa del manto mío que se cubrió, la hicieron tantos sinsabores que
fuera el menos mal el mantearla como a perro.
Pisaverdes pasean la vieja cubierta
pensando que era dama.
Fue el caso que como los pisaverdes husmeadorcillos de ojeo que
por allí andaban vían una mujer sola con buen manto de soplillo y
abalorio, no mirando que debajo de buena capa hay mal bebedor,
pensaban que había caza. Hacíanla de señas, mas ella no entendía el
reclamo. Llegábansele, hacían cabriolas como perros coliholgados,
más la triste, de corrida y confusa, se cubría el manto y trascubría de
sudor. Ellos pensaban que era doncellita de a quince, vergonzosita y
moderna, y que, por el tanto, no tenía muestra. Con esto de cubrirse,
echaba agua al fuego y gana a quien no había menester apetite.
Juntábansele más y porfiaban a que se les descubriese, alegando mil
razones, afinadas al uso, mas no a propósito.
Descúbrese la vieja; habla y huyen.
Ya vio la vieja que le era mejor partido el descubrirse. Desmantose
de súpito y, medio deletreando por falta de dientes, dijo:
238 LA PÍCARA JUSTINA

—¿Qué me queréis, malogrados? ¡Dejadme en paz!


Los mozalbetes, viendo su gesto y habla, huyeron della como si
fuera fantasma.
Estas y otras rociadas de pesadumbres causaron muchas a la triste
vieja, no acostumbrada a tanto trabajo. Esta era su queja.
Por qué causa podían tener queja de Justina los galanes.
Y para decir la verdad, mayor la podían tener de mí aquellos
galanes, pues por una parte les chupé la moneda o, por mejor decir, la
troqué a vergüenza, y por otra les puse ojos de médico con una tan
mala visión forrada en soplillo y abalorio.
La burra quejosa.
Hasta la burra estaba de mí tan quejosa que por pocas se
arrepintiera de ser mía, y si no la detiene, se acoje por pies. Miren
cuál estaría el ánima de mi vieja mientra yo estaba echando el
altabaque.
Compra melones.
Estando, pues, ya su paciencia para escurrirse, me fui acercando a
ella. Compré de camino tres meloncitos por medio real; con los dos le
pagué el alquiler del manto, con que le di tapaboca de melón para no
quejarse ni de mi venida ni de su estancia. Era tina cuitada la triste
melecinera. Quizá se contentó porque de melón a melecina va muy
poco.
El mochacho parla lo de la burra.
Con el otro contenté al mochillero, que estaba tan descontento,
que en venganza había parlado a la vieja lo del aplicamiento de la
burra y gran parte de mi vida y milagros.
La vieja predica restitución.
Y así, la buena vieja, que debía de ser escrupulosa, como lo suelen
ser muchas, me dijo:
—Señora, yo la perdono lo que me ha hecho esperar, porque Dios
nos espere a todos, mas mire, hija, que torne la burra a su dueño,
porque con lo ajeno nunca Dios hizo bien a nadie.
Las viejas no sufren gracias.
Yo quísele decir por gracia: Madre vieja, eso no es ansí, que si Dios no
hiciera bien a nadie con lo ajeno, no me hubiera ido a mí tan bien con vuestro
manto.
Mas porque no hay gracias con viejas, a quien en un mismo
tiempo se les seca la madre y el gusto, quíselo llevar por otro rumbo.
Hipocresía de Justina.
Derribé mi cabeza a lo santucho, para darle a entender que todas
éramos escrupulosas, aunque no melecineras. Puesta ansí en figura,
LA PÍCARA JUSTINA 239

abemolé mi voz, clavé mis ojos en el suelo, y muy aserenada me volví


al mochilero y dije:
—Sea por amor de Dios, niño, pues de una gracia que te dije a ti
has sacado una infamia para mí. Más padeció Cristo por viejos, y por
mozos, y por niños, aunque no por bestias. Señora, con su licencia,
me quiero enojar.
Persuade Justina que no tomó el burro, sino que fue por burla.
¡Hideputa, bobo! ¿Y tan presto creíste lo que te dije por burla, que
esta burra no era la nuestra? ¡Anda, bobo, que lo hice por probar tu
memoria de gallo! ¿No ves, necio, que mientras fuiste al pozo y te
tardaste, siempre yo tuve cuenta con la burra y vi adónde fue y con
quién se juntó, y por eso estuvo ella queda cuando la echamos el
albardoncillo, que a no ser la nuestra huyera como un pecado?
Volvime a la vieja y díjela:
—Señora, si esta burra fuera hurtada, no la había yo de dejar aquí
públicamente a que la conocieran y vieran el hurto.
Creénlo vieja y mochacho.
Con esto embazó la vieja y me creyó a macha martino.
El mochacho, como si despertara de un sueño, levantando las
manos, dio una palmadica sorda, diciendo:
—¡Ay, Dios es mi padre, que dice verdad mi señora!
Sabe Dios que temí no hablara la burra como la de Balaán y
descubriera mi enredo. Mas consoleme con que si la burra hablara,
enfrenada así como estaba, no se le entendiera palabra.
Entonces, viendo la buena vieja mi notoria inocencia y un falso
testimonio tan convencido y patente, contrita de haber sospechado lo
que sospechó de una tan honrada moza, se hincó de rodillas y, con las
manos puestas, me dijo:
Pide perdón la vieja y el mochacho.
—¡Ay, señora! Perdóneme su merced, que bien había yo de echar
de ver que no tenía ella cara de andar en tales tratos, sino que este
mal mochacho, de enojo que tuvo por ver que tardaba tanto, lo dijo.
Yo no se lo decía por mal a su merced, sino que este muchacho (mal
logrado él se vea) debe de ser algún pecado. Perdóneme, señora.
Llora la vieja.
Sonreíme de haber de perdonar a una inocente, y con un ademán
de paciente la abracé, y si no concluyo presto y me aparto, ella me
echa una espadañada de lágrimas con que un molino pudiera moler
pan de dolor. Yo la perdoné la injuria porque Dios me deparase otra
perdonadora tan buena y tan creedora. El mochacho también, medio
240 LA PÍCARA JUSTINA

llorando, medio riendo, me pidió perdón y besó la cinta, y púsola en


la cabeza como mona, que no sabía hacer cosa sin sal.
Lo que puede la virtud.
Hermano letor, ruégote que si no te duele la muela del seso,
escuches un poco de sermón cananeo. ¿No echas de ver cuánto puede
la virtud?
Virtud omnipotente.
Cree que es omnipotente, a manera de decir. Dime: si sólo el
parecer virtuosa una ladrona como yo, hizo semejante efecto en un
corazón humano, ¿qué será el serlo? Mucho puede contra el calor la
sombra de un frondoso, acopado y fresco limón, naranjo, plátano o
laurel, pero más puede la sombra de la virtud, pues ella sola vence
enojos, allana cóleras y ataja pesadumbres.
Por qué fingen que el divino Platón nació de una sombra.
Muchos grandes philósophos de los antiguos dicen que el divino
Platón nació de una sombra, y quisieron decir que la sombra de la
virtud hace hombres divinos y efectos soberanos. No predico ni tal
uso, como sabes, sólo repaso mi vida y digo que tengo esperanza de
ser buena algún día y aun alguna noche, ca, pues me acerco a la
sombra del árbol de la virtud, algún día comeré fruta, y si Dios me da
salud, verás lo que pasa en el último tomo, en que diré mi conversión.
Basta de seso, pues. Quédese aquí. Voy a mí cuento.
Vieja se desayuna con melón.
La vieja se partió, y no con poca prisa, a desayunarse con el melón
que la di y un poco de pan que ella traía, más duro que ánima de rico
avariento, que había sacado de mohatra de poder de mi mochillero.
Cuentas con mozos de servicio.
Y a fe que le escalfé el valor del pan cuando hice con él las
primeras cuentas; ca con mozos de servicio todo se ha de llevar por
punto crudo, pues ellos no perdonan una jota.
Aquí acaba la historia de la vieja. Ruégote, letor de mis ojos, que
esta vez y no más me hagas escurrir cuentos de vieja.
Torna por el joyel y págale.
Hecha esta diligencia, fui al mercero, pagué el joyel a la
vendedera, dando todo el menudo y moneda de vellón que saqué en
el ponedero, púseme la pieza al cuello y díjela, si bien me acuerdo:
Habla con su joyel.
—Ah, pieza rica, cara me habéis costado, mas yo fío que me lo
pagaréis. Honrad mi cuello, y mirad que me lo debéis, que, pues me
habéis hecho ser pobre envergonzante, podré decir con más
propiedad que nadie que me habéis costado mí vergüenza.
LA PÍCARA JUSTINA 241

APROVECHAMIENTO
Algunas mujeres se enriquecen a título de pobres envergonzantes, mas no
por eso los siervos de Dios han de olvidar de dar la limosna que dan por sólo
amor de su buen Dios y Señor.

—oOo—

NÚMERO CUARTO
Del pleito de la romera con Justina
Suma del número.
MEDIA RIMA
Riñe Justina con unas romeras;
llámalas bordionas; danse de
las astas y hácense amigas.
Dijo a Justina un galán:
Vamos al Humilladero,
do aquestas romeras van.
Ella dijo: ¡Majadero,
Vaya él!, que yo no quiero
ir do bordionas están;
que ir virgen con hombre a humilladero,
es irse tras el manso al matadero.
Las romeras que esto oyeron,
de tal suerte se enojaron,
que sus bordones alzaron
y por pocas no la hirieron.
Mas de palabra chocaron,
aunque al cabo amigas fueron;
que la guerra y la paz de las mujeres
anda presa con puntas de alfileres.

En la romería de quien voy contando de la ermita de Nuestra Señora


del Camino hay uso que todos los que allá van vayan juntamente a
otra que llaman el Humilladero.
Justina piensa que ir al humilladero es pulla.
Andándome entreteniendo, llegaron unos galanes que me dijeron:
242 LA PÍCARA JUSTINA

—Señora Justina, véngase con nosotros, llevarla hemos al


Humilladero, que también van allá estas damas.
Define la cólera de las mujeres.
Yo (como no sabía el uso de la tierra y oí que me querían llevar al
humilladero) pensé que era pulla y respondiles con extremada cólera,
ca la de las mujeres es siempre de Extremadura.
Jiroblífico.
Jamás nuestro enojo es niño, siempre nace vestido y calzado; ca
por eso y por decir que nuestros enojos nacen siempre de ocasiones
ligeras, pintó el otro nuestra cólera dibujando una fuerte amazona
que nacía de un colchón de lana; y otro lo volvió al revés y pintó un
hombre de borra, nacido de una mujer enojada, dando a entender que
nuestro enojo nace de pelos y para en borra. En fin, yo me enojé hasta
tentejuela y en un tono irregular le respondí:
—No soy yo de las que ellos ni otros como ellos han de llevar al
humilladero. Allá a otras bordionas de su marca podrán ellos
humillar y llevar al matadero o humilladero, que yo soy muy
soberbia para semejantes humildades.
Por pocas se alborotara el bodegón, porque como dije de
bordionas y estaban allí tres romeras de no mal fregado con sus
bordoncillos en las manos, a las cuales escudereaban los galanes que
he dicho, sobre que menté bordionas, por poco me bordonearan los
hocicos con sus bordoncicos, y por pocas me humillaran porque lo
que les dije del humilladero.
Mujeres no hacen caso de palabras.
De las palabras que me dijeron no hago caso, porque entre
mujeres esto de palabras, por donde se van se vienen. Los hombres,
como son sólidos y macizos, en echando una palabra de la boca de
uno a otro, se les torna a ella la injuria, que como encuentra en duro,
torna de rebote; mas las mujeres diz que andamos muy barrenadas, y
así, las palabras que nos decimos no han llegado de una para otra
cuando colan tierra. Y aun dicen que, conforme al libro del duelo del
género femenino, palabras de mujer a mujer no cargan. Debe de ser
que pesan menos y son hechas de aire colado.
Duelo de mujeres.
Y aun dicen que dichos de mujer a hombres se desquitan con dar
una carrera por su calle o darlas paz de Francia. Lo que yo sé de uso
es que entre nosotras aquella queda cargada a quien le quedare o por
corta o mal echada.
Reñir, de medrosas.
LA PÍCARA JUSTINA 243

En este sentido, yo quedé cargada, porque como vi que eran tres a


una, siempre que les decía injurias era con veinte conquies y
cincuenta peros. Duró buen espacio la rociada de palabras sin
reconocerse victoria de una ni otra parte, y en el ínterin, los
mancebilletes, considerando que todo aquel ruido había nacido de mi
inocencia y de la falta de haber cursado vocabularios de romería, no
cesaban de reír al ver que tenía yo por pulla el decir que me querían
llevar al Humilladero.
La doncella deshonesta se llama humillada, y por qué.
Mas de mi inocencia no hay mucho que espantar, porque yo había
oído decir a buenos predicadores de mi pueblo que cuando se cuenta
a lo divino algún mal recado de alguna virgen loca, se significa
diciendo que la humillaron, lo cual se funda en que no hay cosa que
más entone a una mujer que el tener su caudal entero, ni que más la
humille que lo otro. Digo si se sabe, que si es oculto, siguen su trote.
Sermones en romance.
En fin, yo me tripulé en el nombre de humilladero, y fue la causa
del tripularme y del engaño esta negra habla española, que después
que hay sermones impresos en romance, da de sí más que unto de
anguila. Declarome la timulgía del nombre o como se llama, y tan
amigos como antes. Ya que se apaciguó el pleito y se fue el Diablo
para ruin y nos concertamos como buenas cristianas, fuímonos de
camarada todas con tanta hermandad como si todas cuatro fuéramos
mellizas.
Loa el uso de la facilidad de desenojarse.
Este sí que es uso y no el de los hombres, que por dos palabras
que se digan cara a cara, se descaran para no verse la cara uno a otro
en mil años.
Locos los que guardan aire e injurias.
Por gran loco fue tenido el que dijo que quería hacer un soterrano
en que guardar el aire del invierno para el verano, como la nieve,
pero por más locos tengo a los hombres que guardan las palabras de
diez en diez años, que pues las palabras son aire, quien las guarda,
guarda aire. Por cierto que es empertenencia. De miel a yel sólo va de
diferencia una letra; de jo a yo ninguna, sólo ser letra de griegos o
nuestra. Lindo caso, que por echar una y por otra, cata el pleito en
casa.
Mujeres comparadas a arcos de cubas y carretas.
Igual lo paramos las mujeres, las cuales somos como arcos de
cubas, que cuanto más rechina es señal que están más cerca de
juntarse los extremos del aire, y ansí, mientras más rechinamos
244 LA PÍCARA JUSTINA

riñendo, más amistad nos hacemos, y aunque más nos carguen de


injurias, no por eso hacemos más ruido, antes somos como carretas,
que mientras más las cargan, menos ruido hacen.
Niñeras, riñas de las mujeres.
Las riñas de las mujeres son sobre si dejiste cipe o zape, y sobre si
parece bien el hurraco, o sobre si arrastra la falda. Nunca reparamos
en cosa sustancial, nunca reñimos injurias graves, que esas antes
sirven de hacernos callar. Pardiez, mientras me dijeron de floreo,
bravamente les reenvidé, mas en diciéndome dos o tres verdades que
contenían la casa y nombres pascuales, callé como en misa. No
nacieron las injurias graves sino para capitanazos.
Yo, en fin, vine a buenas y ellas a rebuenas, y de mancomún me
llevaron en medio, como armas de frontispicio engazadas en sirenas.
E ya que me vieron de paz, me contaron ellos y ellas el
fundamento de la devoción y denominación del Humilladero,
diciendo:
Decláranle el nombre del Humilladero.
—Mire, señora Justina, lo que llamamos el Humilladero es una
ermita pequeña en que la Virgen se apareció a un humilde pastor, y
él, humillado, la adoró y hizo humilde oración, y por eso y porque los
que allí van se humillan a la santa imagen, se llama el Humilladero.
Justina soberbia.
A mí muy bien me pareció, y reconocí con humildad interior
aquel santuario, pero soy tan poco humilde, que por excusar el yerro
de mi enojo y la ignorancia del vocablo, di una gran risada, y para
restañarla, como sangre de vena rota, me di una gran palmada, y dije:
—¡Hablara yo para mañana! ¿De manera que porque allí se
humillan las gentes se llama humilladero? Yo digo que a esa cuenta
se puede llamar volteadero, que yo he visto desde lejos que los que
allí van dan más vueltas a la ermita que reverencias a la imagen.
Con estas y otras chanzonetas fuimos entreteniendo el tiempo
para no sentir el calor, que nos hacía llevar humildes las cabezas
como a ovejas en sesteadero.
Oración de perdidos. Vueltas de San Antón.
Ya que llegamos al Humilladero, hecimos nuestra oración enana,
como suele ser la oración de los perdidos, y dimos nuestras vueltas
alrededor como sí fuera casa de San Antón, aunque desto no hay de
qué hacer escrúpulo, porque en aquella tierra hay tantos volteantes
de obligación, que para ellos cada día es de San Antón para bien
hacer y bien voltear.
LA PÍCARA JUSTINA 245

Ya no quedaba nada que hacer ni estación por andar; sólo me


restaba oír misa. En esto fui desgraciada, que no bastó mi descuido de
acudir tarde, sino que cuando la quise oír, se me pusieron mil gentes
delante que me estorbaron el oír misa. Como supe, me encomendé a
la Santa Virgen, aunque si va a hablar de veras, fui tan sin acuerdo,
que me fui a mi casa sin verla, y para desquitar algo de mis
descuidos, hice cien reverencias, treinta y dos a cada altar de los
colaterales y treinta y seis al altar mayor. ¡Mira mi muchachería!
¡Todo en loco!
Devociones en loco de niñas ignorantes.
No faltó quien se rió de mí y me contó las veces, mas esto es lo de
menos, ca si yo fuera quien debía, pudiéralo sufrir, pues de Ana y de
otras santas mujeres se rieron de verlas devotas, y alcanzaron lo que
pedían; lo malo era que yo era tan bobilla, que si me preguntaran qué
pedía a Dios con tantas reverencias, no supiera responder, porque
todo aquello iba en loco, y el mayor cuidado que yo tenía en cuantas
reverencias hacía, era ver si salían buenas y conforme a un molde de
reverencias que a mí me había dado una dama mesonera, gran mujer
de reverencias.
Concluido mi centenario de reverencias, besé la cruz de mi
rosario, como es uso y costumbre, y tomé agua bendita y hice como
fiel cristiana, aunque en todo conozco mis faltas, si va a hablar de
veras.
El molino de mis tripas iba bastante picado, y como mis
ocupaciones habían sido tantas que me estorbaron al prevenir
comida, lo más a propósito que se me ofreció fue injerirme a buenas
gentes y comer a bulto.
Come de mogollón Justina.
Así lo hice. Pegueme a ciertas camaradas de Mansilla, con quien comí
de maquilas, y no mal. Súpome ricamente, porque esto que se come
de mogollón siempre sabe a pechuga. Después que hice y rehice la
chaza, despedime muy en breve para tornarme a León y ver
curiosamente las cosas de ciudad —que fue el desinio que me sacó de
Mansilla—, y tornarme luego a mi pueblo.
Paga con una reverencia.
Despedime pagando el escote con una reverencia de medio
tornillo.
Fisga de Justina un galán, y ella responde.
Cierto fisgón que a su parecer había entablado conversación
conmigo para toda la tarde, como echó de ver la treta y reparó en que
yo me había hecho gorra y comido de mogollón, estándose
246 LA PÍCARA JUSTINA

escarbando los dientes con un palo de tomillo, me dijo muy a lo


fanfárrico:
—¡Vaya con Dios la gorra!
Como si más claramente dijera que me había yo hecho gorra para
comer y que con brevedad levantaba de eras a tiempo de pagar el
recibo.
Yo, que le leí el corazón, le respondí:
—Agradézcame, sor galán, que tan presto me he comedido a
quitar la gorra de despedida, que suelo yo no alzar el cerco en tres
días cuando sitio un puesto.
Yo quisiera mucho tornarme sola a León por poder contar a mi
salvo el dinero que me había quedado después de tantas aventuras,
pero no pude, que una mujer moza es como un fraile, que nunca le
falta compañero.
Péganse a Justina un bobo y un bachiller.
Pegóseme un bachillerejo que, de puro agudo, era bobo, y un
bobo que, de puro bobo, era agudo. El bachillerejo no se fue alabando
de la aventura del encuentro, de lo cual daré más larga cuenta en el
número siguiente. El bobo era un barbero de mi pueblo, tan discreto
como oficial y tan bobo como tocho. De este no me pesó, lo uno,
porque hizo la barba a mi burra, socorriéndola con cebada,
quitándola de su boca.
Bobo, de provecho para un discreto, y en qué y cómo.
Ellos se entendían, que eran para en uno. La otra causa porque no
me pesó del encuentro fue porque los bobos son de muchos
provechos para un discreto. Un bobo picado y enojado sirve de
truhán; mandado, sirve de burro; despachado, sirve de posta; y a mí
me sirvió éste de todo esto y de sombra de hombre, por ser, como era,
hombre de sombra. A lo menos, no era loco como lo son otros
barberos, según dicen malas gentes; algo arrocinado, eso sí era. Como
me conocía el humor, por parecer que quería simbolizar con él, se
esforzó a decir algunas gracias, esforzadas como caldo de enfermo.
Gracia del bobo y donaires de Justina.
La mayor gracia que halló a mano para entretenerme fue decirme:
—Señora Justina, ¿sabe qué voy mirando?
Respondile:
—¿Qué, señor Araujo?
—¿Qué? —replicó—. Que esa su burra me mira mucho, y no sé si
lo hace porque la dé el parabién de que va galana.
Yo le dije entonces:
LA PÍCARA JUSTINA 247

—Podría ser, señor Araujo, que con el favor que v. m. hace a mi


burra se entone, y creo que hay algo entre los dos, sino que v. m. no
lo dice todo.
Justina echa pullas al barbero bobo y él no las entiende.
Él se comenzó a, echar maldiciones, afirmando que no me tenía
cosa secreta.
Yo le hablé a la mano y dije:
—Tenga, que sin duda le diré en qué prende mirarle tanto mi
burra. Sepa, señor maeso, que la sangre sin fuego yerve.
Si otro fuera, ya ven si se diera por agraviado del impositicio
parentesco; mas él entendiolo como el Arte de Nebrija. ¿No es lindo
que entendió que le había yo dicho que la sangre sin fuego hervía,
por querer decir que la burra era nueva y su sangre fervorosa? Yo no
diera en que él había entendido mi dicho en esta significación, sino
que por el hilo de su respuesta saqué el ovillo de su concepto.
La respuesta fue decirme:
—Por cierto, señora Justina, si el hervor de la sangre hiciere mal a
su burra, a falta de otro más honrado, yo seré albéitar, por servir a su
merced.
A este dicho, ¿qué querías que respondiese, siendo el cabe tan de
paleta y la respuesta tan a la mano?
Díjele:
—Por cierto, señor Araujo, muy enterada estoy yo que adonde v.
m. estuviere no puede haber falta de albéitar.

APROVECHAMIENTO
Las mujeres libres, aun los nombres de los santos lugares ignoran: tal es
descuido que tienen de las cosas santas.
248 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO QUINTO
Del engaño meloso
Suma del número quinto.
UNÍSONAS
A un bachillerejo, por echarle
de sí, le hizo una burla tan
necia como graciosa.
Un bachiller, graduado
de importuno y porfiado,
se pegó a Justina al lado,
mas él quedó escarmentado
del habérsele pegado
en tan mala coyuntura
para su ventura.
Enviole por cierta miel,
pero volviósele en yel;
y aun anduvo tan cruel,
que le llevó a Peñafiel
el chapeo y zaragüel,
de que quedó avergonzado
el Antón Pintado.

Dos maneras de gentes que no saben lo que tienen,


y dos cosas cuyos provechos son innumerables.
Dos maneras hay de gentes que no saben lo que tienen: unas que, por
ser tan ricas, no lo pueden contar; otras que, por ser tan pobres, no
tienen qué contar. Asimismo, hay dos maneras de cosas que no se
sabe bien los provechos que tienen: unas, porque tienen
innumerables, como si dijésemos el unto del hombre, la camisa de la
culebra, flor de romero, bálsamos y, sobre todo, el dinero, y sobre
todo, el amarillo; otras, porque no tienen ninguno, como si dijésemos
el unto de mona, cabeza de rana, ombligo de oso, ojos de lobo y,
sobre todo, la pobreza y la sarna.
Entre los hombres, unos sin provecho, otros de mucho.
Asimismo, entre los hombres unos hay de notable provecho,
como si dijésemos los buñoleros, figones, hojaldristas y, sobre todo, la
familia picaral; otros, por extremo desaprovechados y sin jugo, como
si dijésemos los médicos y boticarios y, sobre todo, los escribanos sin
número.
LA PÍCARA JUSTINA 249

Bachillerejo pegado.
Pero si algún hombre sin provecho vi en el mundo, fue un
bachillerejo algo mi pariente que aunque me pesó, se me pegó al
tornarme de la romería a León. Este, en virtud de ciertos cursos
interpolados que había tenido en el Colegio de los Dominicos de
Trianos, llevaba un pujo de decir necedades como si hubiera tomado
alguna purga confeccionada de hojas de Calepino de ocho lenguas y
dieciséis onzas de disparates de Pero Grullo y trecientas cosas más.
Bachiller necio.
Iba tan disparatado en el decir, que si no fuera por mi respecto,
cuantos pasaban le hinchieran la cara de dedos, porque en achaque
de decir gracias, les decía lástimas, y si replicaban, les decía
necedades desaforadas y daba la pernada que desmostolaba la gente.
Respuesta de un discreto padre francisco.
Un padre de San Francisco le respondió a él como merecía. Iba el
fraile en un pollino y el bachillerejo en otro; no le faltaba sino no ir
tan fuera de sí. Así que mi bachiller, en viéndole, dijo así:
—Padre, en tiempo de nuestro padre San Francisco, no andaban
los frailes a caballo.
El fraile le respondió:
—Hermano, es porque entonces no había tantos asnos como
ahora.
Yo me espanto cómo a cordonazos no le echó a orear el seso, que
me pareció mozo de digo y hago.
Yo mil veces, hecha una diosa Angerona, puse el dedo en la boca
pidiéndole que callase, mas él, hecho un Vulcano, arrojaba rayos de
lástimas envueltos en truenos de pullas, con que abrasaba la gente.
Donaires de necios, decir secretos;
y el principio de su engaño.
Esto de decir gracias, si no cae en manos de discretos, es retozar a
coces. A un necio parécele que la mejor gracia del mundo es decir
secretos propios y menguas ajenas, y es general engaño de bobos, que
como ven que la gente se ríe de lo que dicen, y imaginan que hacen
aplauso a sus gracias, y no ven los cuitados que son risas que
canonizan su necedad y tonterías. Demás de que no es mucho que se
rían los que oyen faltas ajenas, porque eso procede de que no hay
quien no guste de sacar a luz faltas ajenas con la mano de un tonto.
Donaires de los discretos.
El discreto hace las gracias del aire, y de que el otro escupió recio
o paso saca facetas gracias, dichos donosos y entretenimientos
suaves.
Mercurio, dios de los buenos dichos, y su jeroblífico.
250 LA PÍCARA JUSTINA

Ca por eso a el dios Mercurio —que era el dios de las gracias y


buenos dichos— le pintaban con un perrillo de falda, el cual, sin
morder ni hacer perjuicio, retoza con el aire y con su sombra.
Séneca.
Y he oído referir de Séneca que llamaba perversores de
naturaleza, corruptelas del tiempo y enemigos de la vida humana a
los que por vía de gracia decían verdades que amargaban. Y, como
dicen las fábulas, aun el pito, pronosticador de buenas nieves y malas
nuevas, formó quejas ante Júpiter, porque la corneja un día, burlando,
le llamó carro de malas nuevas, y dijo que las veras no se han de decir
por burlas. Helo dicho a propósito del gran enfado que me dio este
mi primo endecir de burlas cuantas veras él alcanzaba. Decir que
llevaba pies ni cabeza en cuanto decía es pensar que el cielo de
Burgos se cae a pedazos.
Por esta causa, me resolví en buscar un medio y traza con que
echarle de mí, porque viéndose ausente no ternía correncia de decir
gracias en mi servicio. Así que, para aventarle que fuese otro poco en
cas del Diablo y juntamente aprendiese a cómo se han de hacer burlas
a otros y de las suyas escarmentase, entablé lo siguiente.
Envía al bachiller por unos favos de
miel que se olvidaron en la posada.
Díjele:
—Primo, mire que me importa mucho que se adelante y vaya con
mucha prisa al mesón donde yo posé ayer y anteayer, porque ahora
se me acuerda que por olvido se me quedó debajo de mi cama un
cesto con unos favos de miel que yo traje para presentar a un
procurador que en tiempos pasados hacía los pleitos de mi madre y
ahora ha de hacer los de mi partija. Entre en él mesón como que va a
otra cosa, y sáquelo sin que lo sienta la huéspeda; y si le apretare en
que le pague lo que yo quedé a deber de posada, abóneme, que bien
me lo debe. ¡Ande, aguije! ¿No vuela? Ya ve lo que importa, no se
quede aquella hocicuda con la miel, que es un muy buen regalo y
vale dinero. ¡Hola, mire que es miel virgen!, guárdela el decoro, no la
lleve su entereza. Vaya, que importa a mi servicio.
Va como necio el bachiller.
Pensó el bobo que le había hecho los hijos caballeros en mandarle
cosas de mi servicio, y aun no entendió el majadero cuán de mi
servicio era.
Fue hecho un rayo al mesón. Llegó jadeando, desasosegado, y
inquieto y orgulloso, como si, a título de la encomienda y comisión de
LA PÍCARA JUSTINA 251

los favos, llevara un rey en el cuerpo y fuera juez pesquisidor de la


mesonera y del mesón.
Entra alborotado en el mesón.
Entró, pues, muy alborotado, y dijo:
—¡Ea, huéspeda, deme cuenta de aquellos favos de miel que mi
prima dejó!
La huéspeda, como le vio tan alborotado, pensó que alguna gran
presea se me había olvidado y díjole:
Enójase la mesonera con Justina.
—Aquí no sabemos nada deso. Lo que sabemos desa buena pieza
de vuestra prima es que se fue anoche sin más ni más y sin hacer
cuenta ni pagarme un chocho. Si ella dejó algo en la posada, yo no
estoy obligada a dar cuenta dello, pues no me entregó cosa; pero si
ello ha quedado algo en mi casa o alguna prenda suya, no me saldrá
della hasta que me pague el último maravedí. ¿Pensaba la muy
pelleja hacer burla de las mujeres de bien que ganan de comer con el
sudor de sus carnes? ¡Pague, noramala!, que según trae los pasos,
muy barato le cuesta el dinero, y esta noche debe de haber ganado
ella eso y mucho más.
¡Han visto el tontillo! No supo responder, sino subiose de rondón
por la escalera y, de en aposento en aposento, andaba husmeando
dónde hallaría el cesto de los favos, que era su comisión mal
entendida y peor efectuada.
Cursos de Justina y su efecto.
Y supongan, para la inteligencia de la burla, que yo, a causa de
cierta prisa ocasionada de unos pepinos y ensalada que comí, me
había aprovechado de un cestillo de la huéspeda que hallé a mano, y
le hice servicio y me hizo servicio.
La cosa más agradecida del mundo, el vaso de aguas bastas.
Por eso dijo el otre que el bacín era la cosa más agradecida del
mundo, porque le hacen servicio y hace servicio. En fin, el cesto
sostituyó otro vaso más sólido, hícele servicio y hízome servicio.
Ya parece que me llamas puerca; no te espantes, que son cosas
que pasan por las gentes. Andando, pues, el señor mi primo hecho
hurón buscando el canastillo, viendo la huéspeda que el mocito no
descubría caza ni prenda mía en que poder ella trabar ejecución para
hacerse pagada de lo que yo la quedé a deber, asiole la capa y no la
soltó hasta que le hizo escupir tres reales de moneda forera que se me
cargaron de cama, paja, cebada, candil y posada.
Maldición de la mesonera.
Hecho esto, le dijo:
252 LA PÍCARA JUSTINA

—¡Ahora busque su miel, melada mala venga por él!


Debía de ser justa aquella mesonera, pues le comprendió aquella
maldición que le echó diciendo: ¡Melada mala venga por él! Aunque
bien creo yo que no estuvo la lacre en ser ella justa, sino en serlo la
causa y en ser yo Justina, y mis trazas más que por justicia.
Ya que tuvo licencia cumplida para buscar lo que quería, entró a
somormujo debajo de la cama en que yo había dormido, donde
encontró con el cestillo que yole dije. Sacole y dio una gran risada,
diciendo:
—¡Sea Dios bendito, que ya he encontrado miel y cesto!
La mesonera, como reconoció ser suyo el cestillo, que era nuevo y
bien labrado, le dijo (un disparate que suele pasar por gracia):
—No muy bendito, galán, que es mío el cesto.
Y diciendo y haciendo, arremete al estudiante a quitarle de la
mano el cesto, que estaba cubierto con alguna cantidad de lana que
pedí prestada a una almohada.
Derrámase el licor por los vestidos del bachiller.
El pobre, por defender el cesto y los favos putativos, no sé cómo
se fue, que, queriéndole encorporar consigo, se le trastornó el cesto
con todo el matalotaje, y se puso de lodo, vestido, manos y hocicos. El
olor no era el mejor del mundo, el disgusto no poco, y todo lo pasara
el estudiante si la rabia de la mesonera no fuera tan inexorable y
furiosa.
Águila quitó el sombrero a Macrino.
Mas quiso su desgracia que, como la mesonera vio su cesto
perdido, arremetió a él por detrás y quitole el sombrero con la
presteza que el águila quitó el de Idumeneo, hijo de Macrino; sólo fue
la diferencia que aquel quitar de sombrero fue pronóstico de
investidura real, pero este de desnudez picaral. Y no sólo le quitó el
sombrero, pero un zaragüel de paño que para ir más ligero había
quitado y ido con un sevillano de lienzo.
El estudiante quisiera arremeter a la mesonera y darse un
refregón con sus sayas para medio partir la ganancia, mas ella, por no
encerarse, asió de un látigo y a palos le fue guiando hacia la calle,
haciéndole hacer algunas síncopas y sinalefas en la escalera,
atrancando los pasos de tres en tres. Desta suerte le echó a orear en la
calle, quedándose ella ladrando —que morder era caso peligroso—, y
diciendo:
—¡No tengo yo cestos para pícaros! ¡Anda, bordión!
Esto decía dentro de su casa, teniendo a lo público al pobre
secretario del Papa, etc.
LA PÍCARA JUSTINA 253

El triste mozuelo, de corrido, no hablaba, de temeroso, se


escondía. Al fin, tuvo por bueno darse a partido y hablar a la mi
señora con aquella humildad y sumisión que si ella fuera la
mandomesa y él un pobre cautivo.
—¡Señora huéspeda, máteme v. m., que voto a Dios, siquiera por
sacar el alma de entre tanta suciedad, me holgara que me matara!
¡Señora huéspeda, déjeme llegar y no me haga estar aquí afrentado
entre tantos mochados que tienen mi cuerpo cercado! ¿Han visto
cómo se han juntado como moscas a la miel? ¡Señora huéspeda,
compadézcase de mí, que estos mochachos no me dejan, como si
nunca hubieran visto a un hombre enlodado! ¡Mal haya aquella
infame de mi prima, que me hace andar en estas estaciones! ¡Ande,
señora, meta aquí la mano y sacará dinero!
Habla humilde a la huéspeda el bachiller, y llámala señora mía.
Como la huéspeda oyó dinero, enterneciose algo y, por gran merced,
le miró al rostro, mas como le vio sayo, gregüescos, manos, cara y
calzas tan avecindados en Mérida, no sólo no llegó, pero huyó, y dijo:
—¡Algún sin alma! ¡Andad para burdión a burlaros con la
hideputa de vuestra prima!
Da a palos tras el bachiller.
El mocito, pensando que sus ruegos habrían enternecido la
empedernidísima mesonera, íbasele acercando, mas ella, asiendo del
látigo, tornó a hacer segunda impresión de Palude y Palazos sobre el
cuarto derecho delantero, con lo cual le hizo ir trepando calle a hita
hasta que embocó por la puerta de la ciudad, y no fue poco caer,
yendo tan rodeado de muchachos que festejaban la burla a osadas.
Échase en remojo.
En fin, el triste, por último albergue, se fue a lavar a una alberca
de agua que estaba junto a la barbacana del muro; allí se echó en
remojo, pero ni quitó la mancha del vestido ni de la fama.
Ya que esto hubo pasado por agua, parece ser que le miraron con
mejores ojos y le recibieron en el mesón, donde sacó real y medio con
el cual hizo fin y quitó de la deuda del cesto.
Corrección de la mesonera.
Cobró su sombrero y zaragüel y, a vueltas desto, le dio una
corrección fraterna la hermana mesonera, a la cual estuvo
descaperuzado y tan temeroso como si fuera penitenciado por la
Inquisición; y así era, sino que la inquisición no era santa.
Yo bien adiviné el ruido que a esta hora debía de haber en el
mesón, porque conocía el humor del mozo y la codicia y cólera de la
mesonera, aunque a prima faz parecía borrega, pero, en fin, leonesa.
254 LA PÍCARA JUSTINA

Mesonera comparada a reloj, y por qué.


Decíame a mí mi madre que una mesonera es corno un reloj.
Decía bien. El reloj, cuando va de en lance en lance y de muesca en
muesca, ruido hace, pero es pequeño y gustoso; mas si da un golpe en
vago, todas las ruedas se descomponen y hace gran ruido. Así, una
mesonera, que de momento en momento va golpeando la bolsa con
dinero fresco de huéspedes que van y vienen, hace un ruidito suave,
y al son de las llaves del llavero alegra el hemisferio de su mesón;
mas si un huésped se le escapa sin pagar, da el golpe en vago,
desconciértase el reloj y arma un ruido del Diablo.
El estudiante despachado salió como una vira a buscarme, pero
por ahora no te daré cuenta del suceso del encuentro, porque tengo
que despachar otros mejores cuentos.
Así que, adivinando el alboroto que a este punto pasaba en el
mesón, que estaba junto a la puerta de Santa Ana, no quise tornar por
ella, que es sobreasnedad no huir del lugar en que una vez hubo daño
y peligro. Fuime por una calle que los leoneses llaman Renueva, y
creo pusieron este nombre a aquella calle con intención de renovarle
las casas, y como quizá no hubo bolsa para tanto, pusiéronla aquel
nombre para cuando lo hagan. Ya no le falta todo, que tras el nombre
le vendrá el hecho, si Dios quiere; a lo menos, ella es angosta y larga
como cédula de sacar prendas.
Con todo eso, cupimos por ella yo y mi borrico, que no fue poco,
según iba ancho de ver que entraba en ciudad y en poder de quien le
sabía bien tañer y acompañado de otro, digo de Bertol, que tanto
monta. Ya te cansará el leer los arrabales de mi leyenda; pues, ¿por
qué no me lo decías antes, lector amigo? Quédese aquí, norabuena, y,
en estando de aután, avísame, que me verás ciudadana y en el mesón,
que es mi centro, y quizá te dará más gusto.

APROVECHAMIENTO
La mujer viciosa fácilmente se precipita a poner los hombres en peligro, que
quien no teme el suyo, tampoco teme el ajeno.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE


DEL LIBRO SEGUNDO
LA PÍCARA JUSTINA 255

TERCERA PARTE
DEL LIBRO SEGUNDO
DE LA PÍCARA ROMERA
CAPÍTULO PRIMERO
DE LA MIRONA GUSTOSA

NÚMERO PRIMERO
De la mirona fisgante
Suma del número.
ESDRÚJULOS SUELTOS CON FALDA DE RIMA
Justina dice gracias, mirando con
atención dos monasterios, Huerta de
Rey y casa de Guzmanes, en León.
Pero aunque parece que murmura,
alaba.
Suele en el verano el blando céfiro
hacer entre las yerbas varios círculos,
éntrase penetrando hasta lo íntimo,
queriéndolas haber con los antípodas;
no pudiendo bajar, sube al empíreo,
no pudiendo subir torna a lo ínfimo;
anda, vuelve y revuelve, y desde el ártico
da vuelta general hasta el antártico.
El necio, cuando oye tal estrépito,
teme como si fuera ruido bélico;
el sabio dice que es cosa utilísima,
pues los terrestres, aéreos y acuátiles,
en él tienen contra el mal antídoto,
gusto, regalo, esfuerzos, ánimo;
sólo el enfermo dice ser mortífero
el dulce viento, a los sanos salutífero.
Nota mucho que con los mismos
consonantes hace la aplicación.
256 LA PÍCARA JUSTINA

Así, Justina, hecha un blando céfiro,


con pies, ojos y lengua hace mil círculos,
apodos da, que penetra hasta lo íntimo,
sus ojos son zahorís de los antípodas;
lo que encarece, súbelo al empíreo,
lo que vitupera, abátelo a lo ínfimo,
anda, vuelve, revuelve, y desde el ártico
no deja cosa intacta hasta el antártico.
Oyola un necio, y hizo tal estrépito,
cual si resonar oyera rumor bélico;
mas ella prueba ser cosa utilísima,
trayendo a cuento (¿qué piensas?) los acuátiles,
y concluye que las gracias son antídoto
contra el daño, y en las penas ponen ánimo,
Introducción de la 3ªp.
Que sólo un necio siente ser mortífero
aquello que llama el cuerdo salutífero.
Vista, el más noble sentido.

D
ICEN que la vista es el sentido más noble de los cinco
corporales, y por esta causa los philósofos le dan muy
honrosos epítetos.
Dícense alabanzas de la vista; Aristóteles, Platón,
Séneca, Eurípides, Teseo. Griegos; poetas.
Y he oído que Aristóteles dijo ser la vista la más noble criada del
alma y la más fiel amiga de las sciencias; y Platón la llamó espejo del
entendimiento; Séneca, arcaduz de bienes; Cicerón, mina de tesoros;
Eurípides, llamó los ojos los galanes del alma; Teseo, escuderos de la
voluntad; Menandro, espejos de la memoria; los excelentes griegos,
reyes de lo criado; los poetas los llaman aljófares, perlas, cristales,
diamantes y estrellas.
Estos diz que lo dicen; véanlo allá, que si la cota saliere falsa, no
seré yo la primera que creo en cotas que no son a prueba.
Así que todos convienen en que no hay gozo sin vista, y que con
ella todos los gustos son tributarios del alma. Por mí digo que esto de
ver cosas curiosas y con curiosidad es para mí manjar del alma, y, por
tanto, les quiero contar muy de espacio, no tanto lo que vi en León,
cuanto el modo con que lo vi, porque he dado en que me lean el alma,
que, en fin, me he metido a escritora, y con menos que esto no
cumplo con mi oficio. Y noten que cuando les parezca que mormuro,
me aguarden, no me maldigan luego. Espérenme, que, cuando no
LA PÍCARA JUSTINA 257

piensen, volveré con la lechuga, que aunque sea para con tocino no es
mala, y hecha la cuenta, verán que torno más honra que la que debo,
que no pretendo disgustar a nadie ni llevar lo bien ganado.
Descripción de el edificio de San Marcos.
Como digo de mi cuento, yo entré en León, caballera en mi
borrica, por la puente que llaman de San Marcos, que es el nombre de
un ilustre convento de los señores freiles de Santiago, a cuyas paredes
está arrimada la puente. Esta casa, según me pareció, tenía muy
buena habitación, si se toma en las sillas del coro, que son tan buenas
como yo pienso que serán las celdas en que han de vivir, cuando las
hicieren.
Iglesia de los Santos Freiles; dice algunas
gracias y torna con mayor loa.
También la iglesia está muy buena. Es muy sumptuosa, capaz,
exenta, costosa, alta, anchurosa, desenfadada, grave y galana; sino
que yo quisiera que la volvieran lo de dentro a fuera, como borceguí,
y si así estuviera, estuviera al derecho.
Por qué pusieron hacia fuera las mayores
curiosidades del edificio, y sobre esto
varios pareceres graciosos.
Dígolo porque noté que lo más delicado de la obra, lo más primo
y más costoso y la imaginería de canto más delicada y más subtil la
pusieron hacia fuera, al oreo de viento y agua, y lo más llano hacia
dentro. Yo no sé qué fundamento tuvieron los artífices para hacer un
tuerto tan contra derecho.
Esta misma cuestión se movió estando yo presente, y sobre cuál
hubiese sido la ocasión de traza semejante, daban mis compañeros los
romeros varios pareceres. Y no se espanten, que ya han prescripto los
holgazanes en dar sus votos sobre toda architectura y perspectiva, y
aun los pícaros no admiten cuento que sea de menos estofa que la
toma de la Goleta; y cuando mucho quitan del precio, consienten, de
por amor de Dios, que se cuente a la ligera un poco del señor don
Juan de Austria, con censo de que al mejor tiempo se le ponga
silencio para que se trate de mayores cosas. Así que comenzaron a
discurrir mis camaradas en esta cuestión, que, a caer entre pícaros, la
llamaran de vos, sin permitirla sentar; pero romeros comen de todo.
El primer voto, sin duda galano, fue decir:
—Mirad, esta iglesia, como está tan junto al río, débenla de lavar a
menudo, y ahora, como la han puesto a secar, sécanla por el derecho,
que en estando enjuta, volverán la haz hacia dentro, como a ropa
seca.
258 LA PÍCARA JUSTINA

Otro dijo:
—No es eso, sino que esta iglesia la fundó gente caritativa, y
viendo que todo el aire burgalés, que es el dañoso, había de entrar
por esta parte, pusieron hacia fuera la imaginería, para que tocando el
aire en ella se purificase de pestilencia.
Devota contemplación, por cierto, pero a mí no me cuadró,
porque si esto pretendieran, no habían de haber puesto, entre otras
santas imágines, algunas medallas que allí hay de mozas tan
pecadoras como yo y otras como yo.
Otro dijo que, como aquella casa se ha mudado tantas veces, a la
iglesia se le antojó también, y no se le amañando jornada más larga,
se volvió lo de dentro a fuera, que fue encamisada de las más galanas
que yo he visto.
Queja de los pasajeros.
A lo menos, si es así que desde principio la fundaron aquella casa
como ahora está, una queja tenemos los forasteros de los señores
tracistas, y es que, sin duda, fiaron poco de nuestra devoción y
curiosidad, pues creyeron que no tendríamos flema para entrar
adentro a ver lo bueno, si lo pusieran dentro sino que lo dispusieron
de tal modo que visto el lienzo del frontispicio, no hay más que ver.
Todo galano junto.
Es como colgadura de tela, que todo se ve de una vez, o, por
mejor decir, es comida a la borgoñoña, que todo se sirve junto.
Escalera agria.
Verdad es que adentro diz que tienen un muy buen medio
claustro con una escala de Jacobe que parece que se hizo aposta para
enseñar a trepar. A fe, que diz que es agria, aunque no sé si esto de la
escalera mal madura es allí o en el monasterio de Señor San Claudio,
donde cantan muy recio unos pavos.
Obra que no es de cantería.
También tienen allí en San Marcos una sacristía de muy buen
yeso, con variedad de molduras y medallas, que, por lo menos, nadie
dirá que aquella sacristía está hecha en canto llano. Junto a este
convento, vi un hospital, que se edificó para que estén allí malos los
franceses y otras gentes que van camino de Francia y no buscan a
Gaiferos.
Justina, por murmuradora, se compara al
hortelano, y loa lo que al parecer vituperó.
Parecerle ha a alguno que soy corno el hortelano, que de cuantas
yerbas toco, sólo echo mano de la mala, pero aunque pícara, sepan
que conozco lo bueno, y sé que aunque esta iglesia, mirada con ojos
LA PÍCARA JUSTINA 259

médicos, cuales son los míos, parece que está al revés. Pero para
quien mira a las derechas, al derecho está, sino que siempre fue
verdadero el refrán de aldea: Cual el cangilón, tal el olor. Los ojos
picaños, aunque sean trucheros, siempre tienen algo de borrachos en
pensar que las combas del nivel propio son tuertos de lo que mide.
Bien veo que fue muy buena traza no poner aquellas medallas
junto al Sacramento y en parte tan escura, y si dije que no hay más
celdas y habitación que iglesia y coro, burleme, ca, hablando de veras,
es claro que es suma alabanza suya el no haber edificado celdas para
sí ni cuidado de su descanso por sólo dársele a Dios, y carecer de
aposentos porque Dios los tenga holgados, que aunque pecadora,
bien sé la historia de Salomón, el cual primero dio templo a Dios que
palacio a su corona, y la de Urías, que no quiso cama por saber que
estaba en campaña la tienda del capitán general de los ejércitos del
cielo y suelo.
Los santos freiles; Urías y Salomones.
Si mi voto no acortara la grandeza de aquellos señores, yo los
llamara segundos Urías y Salomones, pues por haber dado insigne
templo y casa de descanso a Dios, carecen del suyo propio.
Profesión de los ilustres caballeros de
Santiago, y su fortaleza y otras cosas.
Cuanto y más que la orden de aquellos ilustres caballeros no
quieren descanso, siendo su profesión y ejercicio el quitar a los
enemigos el que desean y ahuyentar la infidelidad de los términos de
su invencible España.
Estos cuidados los hacen no acabar claustros, pretendiendo antes
atender a cercar y claustrar ciudades y reinos enemigos. Y este asiduo
y trabajoso ejercicio les hace que no sientan la subida de escaleras
agrias, gente que escala fuertes con tal valor, que si en las nubes
hubiera muros de enemigos, por ellos rompieran y en el más alto
alcázar pusieran su real bandera adornada con la espada que da a
España renombre famoso y blasón insigne.
¿Paréceles que lo he parado bueno? ¿No ha estado buena la buena
barba? Pues déjolo, con juramento que es verdad todo esto y otro
tanto que callo, así de lo de veras como de lo de burlas. Hágome de
cuenta que, callando lo ridículo y lo no tal, quedará la olla de mi seso
hecha cazuela de pepitoria.
Quiero contar mi derrota y camino.
Ríos que coronan a León.
Dos famosos ríos cercan a León, para que entre otras coronas que
ciñen aquella ilustre cabeza de las Españas, no sea menor una corona
260 LA PÍCARA JUSTINA

de claros y cristalinos ríos, adornados de varios y frondosos árboles


pregoneros de una victoriosa e ilustrísima cabeza. Por la ribera de
uno destos ríos, alta, llana y apacible, fui caminando para entrar en la
ciudad.
Amor, anda por extremos.
Yo amo a aquel pueblo por ser cabeza de mi madre Mansilla, y así
me perdono por haber dicho mal dél. Cuanto dije de mal en la
primera entrada fue disimulo, que el que quiere bien una cosa
siempre anda por extremos, cuando diciendo mucho bien, cuando
mucho mal. Pero siguiendo el picaral estilo que profeso, acudiré a lo
uno y a lo otro.
Advertencia al lector.
Sólo vayan con lectura que lo bueno se tome por veras, y lo que
no fuere tal, pase en donaire, porque lo contrario sería sacar de las
flores veneno y de la triaca que hago contra sus melancolías tósigo
para el corazón.
Ribera espaciosa y fresca.
Fui caminando, como dicho tengo, por una espaciosa y apacible
ribera, hasta entrar en una ancha calle que tiene ambas las aceras de
huertas y planteles amenísimos. Llegué hacia otro convento que está
junto a la puerta por donde entré en la ciudad, y no tuve poca gana
de entrar dentro de la iglesia, siquiera a la puerta a tomar agua
bendita, que no venía yo tan mal obligada de entradas de iglesia, que
trajese perdidos los aceros de entrar por sus puertas.
Puerta chica y vieja de una iglesia.
Pareciome el monasterio grave y bien edificado, mas quiso mi
desgracia que, aunque vi la iglesia y el monasterio por defuera, no
entré dentro, porque jamás pude columbrar ni divisar la puerta de la
iglesia, o si la vi no la conocí, porque una que allí se descubría era
agravio manifiesto pensar que por ella se entraba. Por menos
inconveniente tuve pensar que en aquella iglesia se entraba por
minas, como en la ciudadela de Pamplona, o por el tejado con
garruchas, como en algunos castillos, que pensar que por tan poca
puerta, vieja y baja, astrosa y estrecha, habían de entrar. Porque
pensar que era casa encantada y con puerta invisible, es pensar que
somos esdrújulos.
Puerta de la virtud.
A lo menos, no podrán decir que aquella es la puerta de los vicios,
sino puerta de las virtudes, pues en la entrada es tan estrecha cuan
anchurosa después.
Tapias; casas hechas a mazadas.
LA PÍCARA JUSTINA 261

Con esta ocasión, pasé de largo sin ver el monasterio más que por
defuera; sólo pude echar de ver que aquel monasterio tiene más tierra
que el Escorial —entiéndese en las tapias—. Por eso decía el otro: Dios
te deje, hijo, tratar con gentes llanas que hacen las casas a mazadas.
Verdaderamente que cuando los predicadores quisiesen decir a los
hombres que sus cuerpos son casas terrenas, les podrían decir:
Acuérdate, hombre, que tu cuerpo es casa leonesa, que en nuestro lenguaje
jacarandino sería decirle: Acuérdate que tu cuerpo es terreno y
desmoronadizo.
Aunque no vi el monasterio, tuve mucho cuidado de preguntar a
mis compañeras si le habían visto, y me dijeron que sí.
Candelero precioso.
Pediles que me contasen lo visto, y una me dijo que le mostraron
un candelero de Flandes, el cual, sobre una piramidal de bronce
torneado, funda un vistoso artificio, y deste tronco de bronce salen
cuarenta y cinco hermosos candeleros de tres órdenes, a quince por
banda, con gran proporción, y, de trecho en trecho, entre candelero y
candelero, sembradas bolas de bronce y selvajes de preciosa labor, y
en el último remate, un selvaje bravato con unas armas asidas de la
una mano y en la otra un ñudoso bastón. Yo, cuando lo oí, las dije:
—Según eso, cuando ese selvaje y selvajicos estuvieren colgados,
al menearse el candelero, parecerá danza de títeres o matachines
gobernada por el gran selvaje.
En fin, me hicieron creer que era el mejor candelero del mundo, y
por hacerles limosna y buena obra, lo creí.
Figuras de vírgines.
También me dijeron que les mostraron seis cabezas de vírgines,
las tres bien puestas, bien labradas y aderezadas, con unas piedras
que fueran preciosas si todo lo que reluce fuera oro; las otras dos o
tres las tienen en unas cajas de unas madera muy no sé cómo, y
hízoles lástima su mal aliño.
Efectos de la pobreza.
Mas esto de la pobreza hace que las cosas estén al justo del posible
y fuera del nivel del deseo. Yo mando dos reales de limosna para el
aderezo y ruego que pidan para ellas, que cuando todas las pícaras
den tanto como yo prometo, yo creo que en son de hacer cabezas de
vírgines, podrán hacer otras tantas de lobo.
Como cuando yo oía esto iba diciendo algunas gracias, quiso mi
ventura que un cura, muy aficionado a los frailes de aquella orden,
que me había venido escuchando y llevaba muy mal las gracias que
yo decía, rompió la presa de súbito y, queriendo hacer la corrección
262 LA PÍCARA JUSTINA

fraterna, cogió un periquillo de predicarme con un hipo, como si


hubiera jurado a Dios de convertir esta mí ánima pecadora, que es
muy proprio de necios tener las gracias por agraz y pensar que todo
donaire es aire corrupto y todo entretenimiento tiempo perdido.
Comenzó a dar voces, diciendo:
—¡Aquí de la Inquisición, que murmura de los conventos de Dios!
¡Aquí del rey, que dice mal de los monasterios reales!
Y no le faltó sino decir:
—¡Al arma, al arma, que es el cuerpo del Draque y el ánima de
Lutero!
No podré ni sabré referir todas las razones que me dijo en
reproche de las mías, pero diré las que mi memoria pudiere sacar al
ojo de la colada.
Va de sermón.
Loa un cura los religiosos de
cuya casa fisgó Justina.
—Hermana, si estos padres no tienen gran puerta de iglesia, es
porque ni han menester mucha puerta para salir ellos, ni para que vos
entréis; que lo primero les viene de su mucho recogimiento, y lo
segundo de su poca codicia, tan conocida en el mundo. Y si vos no
hallastes por dónde entrar, no importa, que los monarcas,
emperadores, papas, reyes y príncipes hallan puerta para entrar por
ella a tratallos, regalallos y estimallos. Por esa puerta han entrado y
salido gentes que, con milagro conocido, han alcanzado salud del
cielo en raras y estupendas enfermedades.
Llama a las puertas de castillo, y por qué.
Es puerta chica, como de castillo, porque los conventos de
religiosos son castillo de sabiduría, muro de sciencia, alcázar de
sabiduría, y como castillo de universal armería cristiana tiene la
puerta estrecha. No me espanto que para vos no haya habido puerta,
que por la tan estrecha no entran sino los que pretenden desnudarse
de la camisa vieja del mal trato y vida pasada.
Puertas estrechas y anchurosas.
Puertas son que, allí donde las veis, a muchos han parecido
estrechas al entrar y anchurosas al salir; quiero decir, pesádoles que
fuesen tan holgadas para poder salir, y al entrar no tan anchurosas
cuando la gana de entrar por ellas.
Dice del candelero.
No se rían del candelero, que tal candelero para tales luces de
religión, y tales luces para tal candelero.
Selvajes, por qué en el candelero.
LA PÍCARA JUSTINA 263

Y si tiene selvajes, es una gala que para ornato divino es muy


bueno; y crean que si los santos que sanan enfermos tienen en sus
altares las muletas en señal de el hecho, no fuera impropriedad decir
que delante de sus luces están hombres selvajes en testimonio de las
bárbaras e incultas naciones que han reducido a la luz del Evangelio.
Excusa la pobreza de las reliquias.
Las santas vírgines confieso que están mal puestas, mas eso es
confusión de nuestra corta devoción y argumento de su pobreza,
cuanto y más que es grandeza que de tal materia hayan salido
hechuras de tres medios cuerpos humanos, y con poco aderezo se
pudieran adornar de modo que parecieran mucho. Y otra vez,
hermanas, no les acontezca hablar así de los monasterios.
Justina pide la Unción.
Aquí paró el santo cura, que no fue poco, según había sido la
carrera que había tomado. Halleme tan confusa y apretada de ver su
enojo y mi inocencia, que no supe sino decirle que yo pedía a la
Iglesia el otro sacramento de la extrema unción que me faltaba. Tan
afligida me vi, que ya pensé que había recebido todos los demás
sacramentos y sólo me faltaba luchar con el Diablo.
Quiso Dios que una vecina mía, por divertir mi pena y la
correncia del padre cura, salió a decir un cuento, y fue que entrando
en aquel convento de que tratábamos, vio en una capilla unas
bimbres atadas, con que diz que azotan a los frailes, y se llaman
disciplinas, y el fraile que les enseñaba la casa, tomando la diciplina
en la mano, las dijo:
—Señoras, ¿quieren colación?
Y ella respondió:
—Padre, yo ayuno, que es hoy viernes.
Torna cura a reñir y loa su trato.
¡Alza, Dios, tu ira! ¡Hele aquí mi cura, otra vez mohíno! Con este
tema, tornó el cura a sus alegorías, diciendo:
—Ahí verán, son unos santos, no convidan mujeres con veinte
meriendas profanas, sino con diciplinas. Más quieren parecer secos,
que profanos, más desamorados, que pretendientes.
Pardiez, mi vecina y yo, viendo que entablaba para otro sermón, y
dejámosle dando de mano hasta que se cansó y dejó de moler.
Prueba que generalmente todas las
cosas usan las burlas y juegos.
¿No ves qué necio? ¡Miren de qué se enojó! De oírme decir
gracias, como si mis donaires fueran bombardas. ¡Qué mal sabía este
buen señor que no hay mejor rato que un poco de gusto!
264 LA PÍCARA JUSTINA

No hay hombre discreto que no guste de un rato de


entretenimiento y burla. En su manera, todas cuantas cosas hay en el
mundo son retozonas y tienen sus ratos de entretenimiento: la tierra,
cuando se desmorona, retoza de holgada; el agua se ríe, los peces
saltan, las sirenas cantan, los perros y leones crecen retozando, y la
mona, que es más parecida al hombre, es retozona; el perro, que es
más su amigo, es juguetón; el elefante, que se llega más que todos al
hombre, los primeros días de luna retoza con las flores y dice
requiebros a la luna.
Contra los que no saben de burlas.
Lo demás que falta, dígalo doña Oliva, que libra en el gusto salud,
refrigerio y vida; ¡esta sí que era discreta! Pero ya se sabe para quién
no es la miel, ya se sabe qué ojos disgustan del sol. Aclárome:
también y todo, ahora que no me oye el clérigo, es necesario pensar
que a una mujer dice una gracia, luego es hereja. Sí, que cristianos
somos, y aunque no sabemos artes ni toldogías, pero un buen
discurso y una eutrapelia bien se nos alcanza, sino que estos hombres
del tiempo viejo, si dan en ignorantes, piensan que no hay medio
entre herejía y Ave María.

APROVECHAMIENTO
A los santos templos, que para el santo son un despertador del alma y un
incentivo de devoción, hacen la gente libre y disoluta casa de conversación y
blanco de entretenimiento, cosa que por ser tan contra la honra de Cristo,
morador de los templos, la castigará ásperamente. De lo cual dio indicio su
Majestad Divina viviendo en esta vida mortal, pues sólo castigó por su mano
a los violadores del templo, cosa digna de notar de su modestia, ¡oh, Majestad
Suprema!
LA PÍCARA JUSTINA 265

NÚMERO SEGUNDO
Del barbero embobado
Suma del número.
VERSOS SUELTOS CON FIN DE RIMA
Va Justina por la huerta que llaman del Rey
y, acompañada del barbero bobo, el cual
gustó mucho de ver unos selvajes de canto.
Un vivo selvaje vio pintados
ciertos selvajes que, con sus lanzones,
ocupan un hermoso frontispicio
de unas ilustres casas que en León
habitan los Guzmanes más famosos.
Quedó abobado sólo en ver selvajes.
Puédese decir deste embobado:
No difiere lo vivo y lo pintado.
Bertol Araujo, que así se llamaba el malogrado del barbero que se me
injirió, tenía muy poco de especulativo, y dábale notable pena verme
tan escudriñadora y curiosa. Mas viendo que no me podía sacar de
mi paso y que era fuerza verlo todo, me dijo:
Dícela el barbero que pique
y que vea la Huerta del Rey.
—Señora Justina, pique esa burra, si trae con qué, o si no, déla que
ande, y verá la Huerta del Rey, que es nombrada en León y está dos
pasos de aquí.
Yo, como oí decir huerta de rey, pensé que era algún Aranjuez
ricamente aderezado, con mucha murta, jazmín, arrayán, alhelís,
mosqueta y clavellinas. En fin, huerta de rey.
Vitupera a prima faz la huerta del Rey,
y abajo torna a loar el caso.
¿Qué será bueno que viese yo en la Huerta del Rey? Por vida de
mi gusto que, si no fueron muchos infinitos cuernos del Rastro, otra
mosqueta ni mosquete, otros claveles ni clavellinas yo no vi. ¿Pues el
olor? De pecinas, sangre, lodos, charcos, lechones. Era todo tan lindo,
que hacía olvidar la fragrancia de los mil Aranjueces.
Vista de cuernos, odiosa.
Eran tantos y tan innumerables los cuernos que cubrían el suelo y
aun mi corazón de tristeza, que verdaderamente no sé quién puede
llevar en paciencia aquel estar un cuerno siempre jurándolas por la
punta, la cual, por la mayor parte, está vuelta hacia la cara; y querría
266 LA PÍCARA JUSTINA

más ver puesto hacia mi cara un mosquete a puntería, que aquel


maldito y descarado encaramiento corniculario. Esto llaman los
leoneses huerta de rey, que si hay herejías contra la majestad real, esta
es una. Mas soy tan dichosa, que nunca me falta quien me saque el
ánima de pecado. Direles el cuento, que es donoso.
Pinta de los pies a la cabeza un soldadillo desgarrado.
Encontrome un soldadillo leonés, donosa figura. Traía un
alpargate y calza de lienzo, un gregüesco de sarga, o, por mejor decir,
arjado de puro roto y descosido; una ropilla fraileña, que, de puro
manida, parecía de papel de estraza; un sombrero tan alicaído como
pollo mojado; una capa española, aunque, según era vieja y mala,
más parecía de la provincia de Picardía; un cuello más lacio que hoja
de rábano trasnochado y más sucio que paño de colar tinta; una
espada del cornadillo en una vaina de orillos.
Era pequeño, azogado, inquieto, bullicioso y gran bachiller; otro
segundo melado. Sin más ni más, se enojó en forma de ver que me
reía de que llamasen a aquella huerta de rey, y hecho un león, con la
espada empuñada, me dijo:
Riña de un soldado con Justina.
—El Rey, mi señor, hizo esta huerta, y esta huerta es huerta del
rey, mi señor, aunque le pese a la relamida. El rey, mi señor, es rey de
España, y cuando plantó esta huerta le pareció que, para el sosiego
que él había de tener en su casa, le bastaba haber unos simples sauces
e alisos que aquí plantó, porque lo más del tiempo ocupaba en vencer
infieles, moros y paganos. Sí, y aunque pese a quien pesare, esta es
huerta de rey, mi señor.
Yo no me turbé desto, que no soy espantadiza, mas a mi burra no
sé qué le tomó, que no daba paso adelante, aunque la daba palos
asaz, pues no sé por qué, que yo no iba a maldecir a maldito aquel.
Fieros de Justina.
Visto que Bertol Araujo no respondía, y la burra no caminaba, y
el soldadillo no cesaba, determiné hacerle un fiero espantavillanos, y
díjele:
—Si es huerta de rey o no, no se meta el muy pícaro en eso, que si
llamo a mis criados, le haré moler el colodrillo a palos.
¡Oh, cómo relampagueaba los ojos! ¡Oh, qué asas de brazos! ¡Oh,
qué ademanes! Todo fue tal y tan bueno, que el soldado determinó
encomendarse a San Pies y rezar la oración del buen callar llaman
santo.
Condición de fanfarrones.
LA PÍCARA JUSTINA 267

Ansí, noramala, ansí se han de tratar estos buscarruidos, que son


como cohetes, que no hacen mal a quien los apuña y ofenden a quien
dellos se desvía. ¿Qué se le daba al picarillo que yo dijese lo que
quisiese? ¿Yo no tenía pagado el alquiler de mi boca por todo el día?
El rey, mi señor, decía. ¡Mira quién dijo el rey mi señor! Todos somos
del rey, y si tales hombres, por ser soldados, son del rey, muchas
mujeres que somos soldadas, aunque mal soldadas, también somos
del rey.
Concluida esta aventura, apresuré el paso, porque me sacó del
mío la pesadumbre de la rencílla, y si por mí fuera, no anduviera más
a caza de ver curiosidades en León, por no encontrar más uñas de
león; pero como sea verdad lo que oí a un galán, galinillo, que
adonde acaba el philósopho comienza el médico, parece ser que
cuando yo acabé el deseo de ver curiosidades, comenzó a tenerle el
barbero Bertol, mi íntimo.
Reyes difuntos.
Persuadíame fuésemos a San Isidro, donde están muchos reyes
juntos sin baraja, que no es poco; mas yo le dije que no era amiga de
ver reyes tan de por junto, y por buen arte, me escapé de que me
llevase a ver las antiguallas de aquel santo monasterio.
Celebérrimo el convento de San Isidro.
Si yo fuera muy devota, en lo que yo me había de ocupar era en
ver a San Isidro de León, pues aquella casa, en reliquias preciosas, es
una Jerusalén; en indulgencias, una Roma; en grandezas de edificios,
un Panteón; en religión, la anacoreta; en coro, un cielo; en el culto
divino, riquezas, brocados, plata, oro, un templo de Salomón; pero
como a los ojos tiernos es la luz ofensiva, también esta grandeza lo
era para mí en el tiempo que mis mocedades me traían como corcho
sobre el agua.
Indevoción de Justina.
Ya soy otra. Aquí venía bien el dicho de Marioleta, si no fuera
gracia insolente, la cual, para persuadir a un su sobrino en que fuese
bueno, le dijo:
—Mochacho, aprende de mí, que ya soy otra, que compré un
rosario, si a Dios plugo. Por señas, que aunque está enhilado en un
simple hilo de seda floja, no se me quiebra, que no soy como otras
traviesas que a segundo día quiebran el rosario. Noranegra,
cuélguensele de un clavito, como yo hago, y así durará el rosario.
Mal cuento, peor dicho, pero peor era yo.
Casas de Guzmanes, famosas.
268 LA PÍCARA JUSTINA

Fuímonos por las casas de los Guzmanes, que es paso forzoso.


Estas me parecieron una gran cosa, mas bastaba ser aquellos señores
del apellido del mi señor Guzmán de Alfarache, para pensar que
habían de ser tales.
Descripción de la casa de los Guzmanes.
Ahora me dicen están muy, mejorados y muy ricamente
adornados los dos lienzos de casa, con ricos balcones dorados, en
correspondencia de muchas rejas bajas y altas de gran coste y
artificio, de lo cual resulta una gran hermosura, acompañada de una
grandeza, gravedad y señorío trasordinario, anchurosas salas,
aposentos ricos, vigamento precioso, cantería y labor costosa y prima.
Hermosa casa a fe.
Sólo me pareció mal que a una escalera le falta cosa de veinte y
cinco varas de pasamano y dos o tres salseritas de blanco color para
afeitar unas desvergonzadas tapias de la caja de la escalera, lo cual,
por ser en parte tan notoria y común de aquella casa, hace notable
fealdad, digna de enmienda.
Abobose el barbero.
Aquí, en ver estas cosas, se quedó abobado el barbero Bertol
Araujo, aunque para esto de embobarse no había él menester apetite.
Epitaphio: Non dominus, domo,
sed domino domus ornanda est.
Lo que a él más le cuadró fueron dos selvajes de cantería que
están a los dos lados del balcón, que están sobre la portada principal,
en cuyo frontispicio está un epitaphio o letrero, el cual, a dicho de los
que le entienden, es tan verdadero como bravato.
El Bertol, viendo los selvajes —que eran de marca mayor—, nunca
acababa de repetir:
—¡Estos sí que son hombres, pesiatal!
Cualidad del bobo en burlas y veras.
Porque entiendan el gusto del barbero, que no supo hablar de
burlas, sino con burras vivas, ni de veras, sino con selvajes pintados.
En San Marcos había él visto las figuras de muchos emperadores,
capitanes, emperatrices, reinas, galanes, damas y otras mil
curiosidades, y en la misma casa las había, mas nunca despegó su
boca para alabar cosa ninguna, sino estos selvajes; sólo a estos dio
título de hombres, y dábale gran gusto verlos tan denodados con sus
lanzones.
Por qué cuadran al bobo los salvajes.
Yo pienso que estos selvajes le cuadraron por dos razones: la una,
por la conveniencia bobuna, y lo otro, porque según era animal
LA PÍCARA JUSTINA 269

desasociable, si a él le dejaran sangrar conforme él quisiera, sangrara


las gentes con un lanzón, en la figura, traza y postura que tenían
aquellos selvajes.
Cartas de examen fáciles.
Y con todo eso, tenía carta de examen, que, según he oído decir, el
que va graduado por el que llaman daca dinero, nunca negoció mal.
Vaya con Dios, que con esto se podrá decir que somos hoy día tan
caritativos, que aun los bobos nos llevan la sangre del brazo, y aun
con eso, mueren hoy día las gentes a humo muerto.
Mirar de bobos.
Yo bien dejara a mi sangrador espetado y boquiabierto a que se
hartara de ensalvajar los ojos y alma con la vista de sus queridos
selvajes, mas por los que nos habían visto venir juntos, y por llevar
compañía de hombre, como moza honesta, le recordé del susto para
que pasásemos adelante, y él, a mis ruegos, lo hizo. Verdad es que le
di dos aldabadas a la boca del estómago para que recordase, y aun
ahora no sé si ha acabado de mirar los selvajes.
Asno Ciprico.
Hasta que colamos toda la calle que llaman la Herrería de la Cruz
otra cosa él no hizo sino volver aquellos sus ojos a los amigos, que yo
no sé cómo no se descervigó a puro torcer la cabeza, que parecía
cigüeña cantora o el asno Ciprico, el cual, después que Júpiter le
convirtió en hombre, siempre que oía roznar, bailaba y volvía la
cabeza atrás.
Posada de Justina junto a la casa del Obispo.
Ya quiso Dios que llegamos a un mesón que está a las espaldas
del palacio del Conde Fernán González, donde entonces vivían los
obispos.
Consolome ver que hubiese mesón a quien hiciese espaldas un
obispo, y más yo, que tenía algunos pleitos con estudiantes. Antes de
tomar posada, le pregunté a mi camarada qué pensaba hacer y
cuándo se pensaba ir a Mansilla. A lo cual me respondió que él había
de comprar unas ventosas de vidrio y dos lancetas, y no sé qué
listones y algunas monas, muertes y gatos para la tienda, y que
comprado aquello, se pensaba partir de mañana.
Yo le dije:
—Pues, señor Araujo, si es que por la mañana se parte, todos
iremos de camarada, que gusto de oírle rocinar, digo, razonar por el
camino, y crea que, poco más o menos, toda la lana es pelos. No sabrá
por qué lo he dicho. Dígolo, porque cuanto a habitación, conversación
y recreación, Mansilla y León para en uno son.
270 LA PÍCARA JUSTINA

Con esta determinación, entramos en el mesón yo y Perantón.

APROVECHAMIENTO
Las mujeres dadas a vano gusto no le tienen en mirar cosas honrosas y de
autoridad.

—oOo—

CAPÍTULO SEGUNDO
DE LA BIZMA DE SANCHA GÓMEZ.

NÚMERO PRIMERO
De la enfermedad de Sancha la gorda
Suma del número
TERCETOS DE PIES CORTADOS
Pinta Justina la persona, traza y trato
de Sancha Gómez, su huéspeda, y cómo
enfermó. Y en el terceto se pone un nombre,
que por mal nombre llamaban a la mesonera.

co Aquí verás la pintura del dios Ba


ba, en una mesonera gorda y bo
na. que es un puro bodego en carne huma
res, Descúbrele a Justina sus amo
tos; su trato, su hacienda y sus secre
na. Justina, en pago, le hace la mamo

Tocas de Sancha.

E
RA dueña deste mesón viuda de dos maridos, o, por mejor
decir, de marido y fiador, a cuya causa traía una toca roquetal
muy larga, que, en razón de exceder la gravedad de su persona
aquel hábito y toca, se puede creer que la mitad de la toca era por el
marido y la mitad por el fiador.
Las gordas siempre cojean.
Pareciome algo coja, y no lo era, sino que las gordas siempre
cojean un poco, porque como traen tanta carne en el peso, nunca
LA PÍCARA JUSTINA 271

pueden andar tan en el fiel que no se desquilate una balanza más que
otra, y esta era gorda en tanto extremo, que de cuando en cuando la
sacaban el unto para que no se ahogase de puro gorda.
Cura de perrilla con hastío.
¡No la hubiera conmigo!, que yo la enjutara la panza con
cortezones duros y secos; que ansí curé yo una perrilla de una dama
que tenía hastío de comer bizcochos. A esta mesonera, mi huéspeda,
la llamaban en León, por mal nombre, Cobana Restosna, de que ella
se corría mucho, porque se le pusieron por causa de que cierta noche
que se halló bautizada en vino, como sopa, preguntándola un
huésped:
Mesonera llamada Cobana Restosna, y por qué.
—¿Cómo se llama, huéspeda?
Respondió que Cobana Restosna, y con él se quedó.
La triste quiso decir que se llamaba Juana Redonda, y por decir
Juana Redonda, dijo Cobana Restosna. No hay que espantar, que si
los moldes, con ser moldes, se yerran, que la lengua se yerre de noche
y ascuras y en tiempo cargado y con nieblas en el celebro, no hay que
espantar. Después deste suceso, se mudó nombre y sobrenombre, y se
llamó Sancha Gómez.
Torna a ver la suma del número
y verás la curiosidad del poeta.
Mas, para memoria del antiguo nombre de Cobana Restosna, le
hallarás en la suma del número, en lo sobrado de los pies cortados,
que soy como sastre hacendoso, que hasta los retacitos aprovecho.
Cordón y otros donosos atavíos de la mesonera.
La cuitada, para echar el resto de sus pesadumbres, traía un muy
grueso cordón, que más parecía bordón según era duro, ñudoso y
grueso, y a los dos lados deste gordo cordón una bolsa y llavero de
llaves; la bolsa, de la hechura de huevo de avestruz, el llavero
tamaño, y con tanto hierro como el incensario de Santiago. ¡Miren si
esta carga era para doblegar una mujer que parecía que constaba de
sólo carne momia, o que era carne sin hueso, como carne de
membrillo!
Facciones de Sancha.
Sin duda era mala visión. Toda ella junta parecía rozo de roble.
Era gorda y repolluda. No traía chapines, sino unos zapatos sin
corcho, viejos, herrados de ramplón, con unas duras suelas que en
piedras hacen señal. Los anillos de sus manos eran verrugas, que
parecían botones de coche en cortina encerada.
Fealdad de Sancha.
272 LA PÍCARA JUSTINA

Nariz roma, que parecía al gigante negro. Labios como de brocal


de pozo, gruesos y raídos, como con señal de sogas. Los ojos chicos
de yema y grandes de clara. Gran escopidora, que si comenzaba a
arrancar, arrancaba los sesos desleídos en forma de gargajos. Tenía
dos lunares en las dos mejillas, tan grandes, que entendí eran
botargas untadas con tinta. Parecía ella, por cierto, en la sodomía del
rostro, no muy avisada, aunque para su cuento nada boba y menos
descuidada. En casa destapose, y echarán de ver cuán endiablada
cara tenía, pues no bastó mi presencia para aperroquiar el mesón de
pisaverdes, que, en fin, como dijo el otro, poco puede un buen
despejo donde hay un buen despego.
Sancha gargajosa.
Luego que columbró gente la mesonera, vino a recebirnos de paz,
aunque antes de hablar disparó una rociada de gargajos, y yo la hice
la salva a la gran salvaja.
Mochillero agudo da recado a la bestia.
Primero que ella bajó solas seis gradas de la escalera de su casa
para dar conmigo y proveer de recado, ya tenía mi mochillero
hechado a mi jumenta todo buen recado de paja y cebada. Anduvo
agudo el mochacho, porque en un momento columbró que en los
pesebres había reliquias y pareciole darlas a besar a mi burra porque
ganase las dulugencias. ¡Cosa del Diablo!, que en un invisible aparvó
el muchacho un gran montón de comida.
Pesebre vacío.
Solía él decir que un pesebre recién vaciado era la era de Dios, y
que allí cogía él más que si sembrara.
Bajó la huéspeda, si a Dios plugo, y me dijo:
—¿Cuánto quiere de cebada, hija?
Yo la respondí que, de nada abajo, cuanto quisiese me diese.
No entendió el jiroglíphico, y antes pensó que decía que de medio
abajo le diese algo. Iba a echar un cuartillo, que es ración de burra.
Yo la dije:
—Tenga, madre, que mi burra ayuna y viene acebadada.
Con esto soltó el rasero y acudió al harnero a dar paja.
El mochacho, que era agudo y decía sus gracias de en cuando en
cuando, la habló a la mano y desde lejos la dijo:
Burra empajada.
—Madre, tampoco es menester paja, que está la burra empajada.
Acudiendo a que yo había dicho que estaba encebadada.
La Sancha estaba atónita, oyendo la nueva jacarandina, y, muy
asustada, dijo con mucho pasmo:
LA PÍCARA JUSTINA 273

—Nunca tal vi ni oí de burra, aunque ha que trato burras más de


veinte años.
El barbero echó cebada por sí y por otre, que era tan franco como
bobo, y con esto, se fue a comprar sus ventosas, y, yo quedé con mi
mesonera, que de ella a una ventosa encarnada había muy poca
diferencia.
Llamábase la mesonera Sancha Gómez, y siempre se me iba el
silbato a llamarla Sancha la gorda, como a la tripera de Jaén. Luego
que vi el talle de la mujer y el ingenio de ramplón, se me ofreció que
había de hacerla algún buen tiro, y asesté a este blanco, poniendo en
razón la ballesta de la atención, el arco de palabras dobles, el virote
de la lisonja y el jostrado de mi perseverante ingenio.
Justina, lisonjera astuta.
Senteme a sus pies, habléla con mucha humildad y vergüenza y
llaméla madre y hermosa, y estuve con ella más amorosa y retozona
que gato de monasterio.
Partes de la astucia, tres.
Ya yo sé que la discreción tiene tres partes: la primera, olvido de
majestades; la segunda, halagos de palabras, y la tercera, inquisición
de secretos.
Jiroblífico de la astucia, y armas de Mercurio.
A cuya causa el prudentísimo Mercurio tenía por armas el perro
retozón, el lobo olvidadizo y la culebra escudriñadora.
Justina se compara a lobo, perro, culebra.
Y puesta en este aviso, como loba, me olvidé de otras curiosidades
y desiños, y aun de mis narices, que, a acordarme que las tenía, no
sufriera un olor de la rabia y de la mesonera, que todo es uno; mas
híceme cuenta que olía a boca de lobo. Como perrita de falda, la hice
mil halagos, y como culebra, la saqué cuantos secretos tenía, y, sin
duda, la caí en gracia, que es gran cosa entender el trato como yo lo
entendía desde que mi madre me crió, que fue flor de mesoneras.
Alusión al nombre de Gómez.
Con estas mis razones la ataladré los hígados a la buena vieja, y
me dijo de pe a pa toda su leyenda, tomando por presupuesto el
declararme su sancho nombre en vano y el apellido de los Gómez. Si
bien me acuerdo, redujo su linaje a los goznes de un arquetón de un
molino, de adonde vino que sus abuelos se llamaban Goznes, sino
que se corrompió el nombre, y como cuando ella vino, venía
corrompido, la llamaron Gómez. Todo lo hacía por asentar conmigo
al odio el nuevo nombre, porque el antiguo de Cobana Restosna no
viniese a mi noticia; ¡y era boba!
274 LA PÍCARA JUSTINA

Yo, al principio, pensé que lo redujera a la tarasca, que en mi


tierra la llaman la gomia, que tiene simpatía con el nombre de
Gómez, pero no me estuvo mal que se apellidase de los Goznes, para
que su arca me diese puerta franca.
Trajes antiguos.
Díjome cómo cuando era moza traía una albanega labrada con
hilo acaparrosado, con unos majadericos que entonces se usaban, y
un rodete hecho de cabellos tranzados sobre alambre. ¡Galana Inés,
con trenzas de pábilos y rosario de agavanzas! Mil cosas me dijo de
los trajes de su tiempo, que si era como ella lo pintó, andaban las
gentes vestidas de monas. No hubo cosa que me abscondiese.
El Momo pone faltas a la composición humana.
A lo menos, si todas las mujeres tuvieran tan buen desportaje, no
se quejara el Momo, ni don Alonso, de la fábrica humana, ni retara la
falta de no haber puesto Dios vidriera al lado del corazón por donde
se vieran sus secretos, aosadas, que la vi el alma. Pues, ¿decir que me
abscondió los trances de sus amores en cecina?
Deben poco al amor los galanes, y por qué.
Todo lo dijo, y allí vi cuán poco deben al amor los discretos, los
galanes y las damas, pues aquella había tirado sus gajes.
Encuentros de amor, que juega a la pita ciega.
A esto dice el amor que estos son los encuentros de cuando juega
a la pita ciega, mas a otros con eso, que eso fuera si él jamás saliera de
ciego.
Mas, ahorrando de cansadazos cuentos e historias que me contó
—yendo a lo que hace al caso—, diré una, que fue la que me abrió
camino para mis deseos. Teníame ya por tan suya, que quiso repartir
conmigo de sus males y descansar de sus peñas, y no lo errara si,
como tenía por suyos mis oídos, tuviera también mi lengua. Pero no
echó de ver que donde una puerta se cierra, ciento se abren. A este
fin, me dijo (no sin algunos sospirones enalbardados con lágrimas)
cómo ella había hecho diligencia de juntar algunos huevos para
vender a los huéspedes que habían venido a las fiestas, mas que como
valieron las truchas baratas, no gastó siquiera uno, de lo que estaba
muy apesarada, porque tanto venía a ser la pérdida en los huevos
como la ganancia en posadas de huéspedes. De camino, me dijo cómo
por temor de traviesos huéspedes estudiantes había escondido los
tocinos, miel y manteca.
Ocasión inquieta.
Vayan conmigo, por caridad, ¿qué alma había de escaparse de
inquieta y azorada, sabiendo que estaba donde había tocino, huevos y
LA PÍCARA JUSTINA 275

miel?, ¿qué entendimiento hubiera que no moliera más que un


molino?, ¿qué voluntad que no se engolosinara ni qué memoria tan
olvidada de su estómago que no le hiciera amistad en semejante
trance?
Justina traza a lo gatuno.
Pero vamos con el cuento, y advierte que me precio de llevar una
ventaja a las mujeres, y es que otras, comúnmente, trazan para de
repente, y soy mujer que trazo a lo gatuno, quiero decir que me estaré
un día aguardando lance, como cuando al ojeo de un ratón está un
gato tan atento y de reposo, que le podrán capar sin sentir, según está
atento a la caza.
Después de todas nuestras conversaciones — como ella se fiaba de
mí, me dijo que la alumbrase con un candil a sacar de un bodegón
todo lo que había abscondido, según y como más largamente lo
habemos referido. Alumbréla. Trasladolo todo a una alacena con la
veneración y atención que si fuera cuerpo santo.
Llave de bodegón estimada.
Cena y todo lo encerró so el poder de una llave que traía asida de
un cordón harto manido y jugoso, el cual se echó al cuello por sobre
toca y la llave por joyel, con la estima y respecto que si fuera llave del
arca del tesoro de Venecia.
Yo no andaba muy sobrada de comida, como ni de dineros, pero
nunca hay falta donde traza sobra, en especial en esta ocasión, en la
cual con el dedo se adivinara que era muy cierta la merced de Dios,
que así se llaman huevos y torreznos con miel.
Moza de cántaro trajinada.
Fue de gran consideración para mis trazas que no había otra
persona en el mesón sino sola yo, porque una criada, y mal criada, a
lo que dijo la Sancha, que tenía, se le había ido de casa, y a lo que
piadosamente se cree, con un recuero que la trajinó hacia Santander,
donde son los buenos besugos y frescos.
Como anduvimos la vieja y yo haciendo San Juan, traspalando mil
géneros de baratijas que tenía abscondidas por temor que tenía de
que los estudiantes se las hiciesen declinar jurisdición, quedó muy
cansada, y no me espanto, porque yo no la ayudé nada, ni la ayudara
aunque la viera echar los bofes a tarazones; antes me holgaba de verla
despeada como puerco en camino de feria. Parecíame que, para lo
que había que nos conocíamos, bastaba que la alumbrase con un
candil tan trabajoso, que, a puro amecharle, me dolían los dedos.
Murmura ingeniosamente de los candiles.
276 LA PÍCARA JUSTINA

¡Maldita sea tan mala invención como fue la de los candiles! He


oído decir que todos los malhechores tuvieron parte en la invención
de los candiles, y que inventó el garabato un gitano, la punta un
ladrón, la torcida un judío triste, la crisuela una vieja, y el cazo un
tahúr, y el atizador una sodomita, y el fuego trajeron prestado de una
aldea del infierno. ¡Miren qué aliño para no me cansar yo en entender
con este malhechor!
La pobre Sancha Gómez, con el ansia de acabar su tarea y
componer las alhajas de su casa, no cesó hasta que todo lo puso en
buena razón y gobierno.
Andar de Sancha.
Sólo su cuerpo quedó desgobernado con el desmoderado
cansancio de las idas y venidas del bodegón al aposento, y tan molida
y quebrantada de piernas y cuadril y caderas, que le fue forzoso, en
acabando estas diligencias, irse derecha a la cama, aunque no muy
derecha, pues a cada paso se le torcía el cuerpo, de modo que parecía
que iba sembrando cuartos de mesonera o que era morcilla al aire.
Resfriado de Sancha.
Desnudose, y como iba sudando, y el desnudar era tan espacioso,
resfriose, y con esto, le sobrevino al cansancio un dolor de panza tal,
y con él tan apresurados cursos, que entendí serle más fácil el parir
que el parar. Dos mangas de arcabuceros no trajeran más obra e
inquietud que ella. Al cabo, se echó. Ya la tuve un adarme de
compasión, y quisiera acudir a su consuelo viendo lo que por ella
pasaba.
Tusón de la mesonera.
Verdad es que, si alguna era mi compasión, mayor era la pasión
que yo tenía por mirar en cuál lugar ponía la mesonera el tusón, digo
el cordelejo untado, con el pendiente de la llave de la alacena, porque
me importaba para mi traza, que no era mala.
Como estaba tan acongojada y decía a voces que se moría, pensé
que también se le muriera el cuidado de la llave; mas, si no lo han por
enojo, después de desnuda y en camisa, la puso otra vez al cuello en
lugar de gargantilla. ¡Miren qué hábito del Carmen!
Entre aves de caza, cuándo
se adivina la ventaja.
Lo cual, parte, me hizo reír, porque se me acordó del morisco que
comulgó para morir, puestas las manos, y tenía entre ellas muy
apretada la bolsa, y, en parte, me hizo rabiar, de ver que mi traza se
iba descabalando, que, en fin, entre aves de caza primas y oficialas, en
el primer vuelo se adivina el alcance y se ven las ventajas. Mas, con
LA PÍCARA JUSTINA 277

todo eso, volví sobre mí, considerando que no hay castillo roquero ni
alcázar pertrechado que deje de rendir su entono y descervigar su
presumpción, si se ve sitiado de una perseverante estratagema o
imaginación constante determinada a morir o vencer.
Acrecentó mi ánimo ver el poco que tenía la vieja. Ello, la diablesa
de la Sancha estaba perdida y quejábase de modo que, a no ser mal
conocido, yo pensara que hacía cuenta con pago. ¡Plugiera a las
ánimas del purgatorio!, que, si así fuera, a fe que habíamos de ser
herederos ab intestato Araujo y yo.
Sota de bastos.
Pero guardábame la ventura para serlo in solidum de la morisca de
Rioseco, según verás en el tercer libro, que ya asoma la caperuza
como la sota de bastos.
Testamento del gato.
¿No dicen que el gato hizo un testamento en que mandó a sus
descendientes todo lo puesto a mal recado, y por no se hallar presente
el gato, entró el ratón ab intestato, con decir que él y el gato se
parecían en el color del pellejo, y viniendo el gato a cobrar su
testamento, el ratón lo tragó y royó.
Hereda el ratón al gato, y la causa
de la disensión entre gatos y ratones.
A cuya causa quedó perpetua disensión entre gatos y ratones?
Pues, según eso, bien pudiéramos Araujo y yo ser herederos ab
intestato de Sancha por la parecencia, puesto que Araujo se le parecía
en lo bobo y yo en lo mesonático.
Pero dio en no se morir y yo en que con su candil había de
encontrar la merced de Dios con miel por encima, como dijo el bobo.

APROVECHAMIENTO
Débense guardar las viejas sencillas de mozuelas que con halagos
conquistan, no tanto su amistad, cuanto su hacienda.
278 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO SEGUNDO
De la bizma pegajosa
Suma del número.
SEXTILLAS DE PIES CORTADOS
Entre el barbero y Justina ordenan
una bizma con que estafan a la
mesonera.
Sancha Gómez, mesone-,
en su mesón recibi-
a la pícara Justi-
y al mochillero y barbe-.
¡Linda trinca, por mi vi-,
de mazo, flux y prime-!

Tomaron la posesi-
de la apacible posa-,
y la Sancha los rega-.
Mas llevó su mereci-;
que quien hace bien a rui-
jamás espera otra pa-

Prueba ser la mujer inventora


de estratagemas y fictiones.
La primera que oyó fictiones en el mundo fue la mujer; la primera
que quimerizó y fingió haber remedio cierto para muerte cierta fue
ella; la primera que buscó aparentes remedios para persuadirse que
en un daño claro había remedio infalible fue mujer; la primera que
con dulces palabras hizo a un hombre, de padre amoroso, padrastro
tirano, y de madre de vivos, abuela de todos los muertos fue una
mujer. En fin, la primera que falseó el bien y la naturaleza fue mujer.
Dirás, hermano lector:
—Pues, Justina, ¿adónde apuntan los registros de ese breviario?
Anda, déjame letorcillo, que en haciendo un pinico de
predicadora, luego me tiras nabos. ¿Sabes a qué voy? A que nadie se
espante si nos viere a las mujeres fingidoras, disimuladas, recetistas,
bizmadoras, saludadoras, y todo sobre falso, que todo es heredado, y
más que yo me callo. Y también voy a contarte lo siguiente.
Higas a médico.
LA PÍCARA JUSTINA 279

Ofrecióseme decir a Sancha, la mesonera que te he referido, que


aquel hombre que venía conmigo, a quien ella había visto apearse,
era el médico de mi lugar, y que era muy inteligente y cursado en
semejantes necesidades, y, pardiez, arrojeme a esto porque me hice
cuenta que lo que allí había que curar, entre él y yo lo podíamos
recetar, y dar una higa al médico y dos a la bolsa de Sancha y tres a la
alacena y mil a otras cosillas y adherentes necesarios. A este fin,
despaché a mi mochillero para que diese priesa a Bertol Araujo, y que
acabase de negociar en la plaza de la Regla y viniese, porque
importaba.
Desgracia de Bertol.
Salió el mochacho tocando con la boca la trompetilla como posta
real, que era este su ordinario caminar. Mas cuando el mochacho salía
del lumbral del mesón, ya Araujo venía cargado de ventosas y aun de
penas, a causa de que, por haberse parado a ver una mona, se le había
caído una ventosa en el duro suelo y, temiendo la estrecha cuenta que
della había de dar a su mujer en Mansilla, a quien temía como al
fuego, comenzó a llorar de modo que las lágrimas hacían correa como
si llorara arrope.
Mujer apitonada.
Ello no me espanto que el hombre temiera aquella mujer, porque
solía ella decirle al Bertol:
—¡Hola Araujo! No me hinchas las narices, que por esta señal que
Dios aquí me puso (y era un lunar), y por aquella luz que salió por
boca del ángele, y por el pan, que es cara de Dios, que esa tu cara te
sarje.
¡Miren quién no la temiera!
Esto alegaba él, y añadía:
La barbera, llamada muerte supitaña.
—Señora Justina, ¿ella no sabe que en toda Mansilla no la saben
otro nombre sino muerte supitaña? Pues, ¿con qué ojos quiere que
vaya yo a verla enojada? ¡Querría más ver cien diablos!
Yo le consolé y dije:
—Por cierto, que me parece que ese su mal tiene tan fácil remedio
como el hastío de la mula enfrenada del vizcaíno y el estar la roseta
del sombrero adelante, que lo uno se curó con quitar el freno a la
bestia y lo otro con volver barras al sombrero. No diga él que compró
más de siete ventosas, y si pidiere cuenta del dinero, dígale que lo
gastó en cebada, que hombres como él es forzoso gastar mucha
cebada por estos caminos.
280 LA PÍCARA JUSTINA

Con esto quedó más sosegado que el cornudo, a quien, llevando a


degollar a su mujer porque había parido de solos cuatro meses y
medio, le dijo uno:
—Hermano, cuatro meses y medio de día y cuatro meses y medio
de noche son nueve meses, y así vuestra mujer es nuevemesal.
Con lo cual dejó el cuchillo, diciendo:
—El diablo me lleve si te mato.
Tras esto, le dije en cifra la burla que tenía pensado hacer a
nuestra huéspeda, mas hablarle en cifra era hablarle en arábigo;
fueme forzoso llegarme más hacia él y decirle, pan por pan, lo
siguiente:
Fíngese médico Bertol por orden de Celestina.
—Amigo, yo he dicho a esta mesonera que sois médico de nuestro
pueblo. Tomalda el pulso y salíos luego conmigo afuera, que yo os
diré lo que habéis de hacer y lo que nos puede valer la trama si se
teje.
Ya yo le tenía acreditado con la mesonera y díchole, a lo menos
mentídole, dos o tres curas milagrosas que había hecho en mi pueblo,
y que nunca hombre que él curase se murió. Todo verdad lisa, que
eso de verdad siempre me precié della.
Bobo callado.
Hizo lo que le dije, que era puro para rocín de tahona, según era
de bien mandado. Sólo lo que él eceptuaba en todos los
mandamientos era que no le estorbase el llevar con cabezadas los
compases a quien le hablaba, y que no le mandasen hablar, porque
para semejantes ocasiones nunca tenía palabras hechas.
Ademanes de médico.
Entró, pues, a la cama de la huéspeda, de la cual a una pocilga no
había diferencia. Sentose el médico, graduado en mi escuela; tomola
el pulso, el cual, con la inquietud, andaba tan recio como mazo de
batán. Advertile, por señas, que la hiciese sacar la lengua y la tentase
estómago, hígado y espaldas, haciéndola volver y revolver barras por
momentos. No hago caso de decirte cómo nos hizo ver visiones. Sólo
digo que en estas tentativas se le aumentó el resfriado y, con él, las
quejas y deseos que la curásemos.
Consultas de médicos.
Hechas estas diligencias, nos salimos afuera yo y el hermano
médico a consultar el mal y la cura; y a fe que he oído yo consultas de
buenos médicos que en graves enfermedades iban con menos tiento
que yo en esta ocasión. Resultó de la consulta que por mi orden, en
un tono bajo y grave, difinió una receta vocal por el orden que yo se
LA PÍCARA JUSTINA 281

lo iba diciendo, que si alguien lo oyera, más aína pensara que era
pregonar que recetar, pues iba diciendo conmigo, y acabose el
razonamiento con decir:
—Y no falte nada de lo que dijo y ordeno.
Yo le respondí:
—Amén.
Porque parecía mesa de órdenes, según iba de grave y repetido.
Con esto me entré adentro a intimar a Sancha más distintamente
lo que con un confuso sonido había oído al doctor Bertol.
Díjela:
Receta Justina lo que era necesario para
coger miel, huevos y torreznos.
—Madre, dice el doctor Araujo que a v. m. se le ha de hacer una
bizma estomaticona, y ha de llevar los requisitos siguientes: tomarás
de lo gordo del tocino que está más metido y entrañado en lo magro
de un pernil añejo, sin rancido ni corrución; derretirlo has y, con ello
algo caliente, fregarás las sobretripas, que por otro nombre se llama
barriga o espalda delantera, y juntamente las mejillas dentonas y
molares del rostro, porque no acuda el mal a perlesía, después desto,
la fregarás el cuerpo con pan rallado; hecho esto, harás una estopada
con doce o catorce claras de huevos, no muy frescos, sin que se
mezcle yema ninguna, sobre esto, harás una sufasión de miel en
buena cantidad, & fiat mixtio; encerótenla y arrópenla. No entenderá
todo esto, madre, pero lo principal y los materiales ya lo habrá
entendido. Yo me ofrezco a ponerla las manos, y agradézcamelo, que
con mi propia madre no hiciera esto. Manda también el doctor que,
después de echada esta bizma, se esté queda y cubierta de ropa
cuerpo y cara por espacio de hora y media, que con esto será su
remedio cierto. ¿Qué me dice? ¿No me agradece la diligencia? Pues a
fe que si no entendiera della que es liberal y dadivosa y que en otra
cosa me lo podrá pagar, no me ofreciera a tanto.
Justina encaja la saya.
Ella —que estuvo atenta a la receta y tan medrosa de que no se le
ordenase cosa que costase dinero, como yo astuta en echar el cartabón
de las puertas adentro—, acabado que la oyó, dijo:
Recado de la vieja.
—¡Oh, bendito sea Dios!, que no he menester enviar fuera por
cosa ninguna de las que ha recetado el señor doctor, que todo eso
tengo yo de mi puerta adentro. Y vos, hija, no perderéis de mí la
paga. Tomá, hija, esta llave, con ella podréis sacar pan, huevos,
estopa, tocino y miel. Cerrad la puerta de la calle, no entre nadie
282 LA PÍCARA JUSTINA

(treta vieja para decir que no le cogiésemos nada. Mas, ¿con quién las
había?).
Yo la dije:
—No la hurtará hombre un pelo ni se disporná de nada si no es
como lo manda la receta.
Enciende la lumbre con aceite.
Fue necesario hacer lumbre, y como las mujeres somos soplonas
de oficio y no había otra por el presente, cúpome a mí la tanda, mas
por salir deste trabajo y por no rogar nada a soplos, supliqué al aceite
de una alcuza que atizase por mi intención.
Fríe sus torreznos.
Remojé con ella los maderos verdes, hice una lumbre real, saqué
la yema a un pernil de tocino, freíla con una docena de huevos.
Rechinaba el oficio, y la mesonera, muy contenta, pensando que
estábamos muy ocupados en hacerle su socrocio.
Sancha, untada y calafeteada.
Sacamos de pañales lo frito, pusímoslo a enfriar. Mientras tanto,
eché en una escodilla el pringue de lo gordo del tocino, lo cual, con
unas claras de huevos, llevé para curar a Sancha. Con esto la unté la
barriga, y quedó tal que parecía cordobán vaqueteado; con lo que
sobró, le floté los hocicos, de modo que parecía vendimiadora golosa.
Tras esto, le calafeteé todo el cuerpo con mucha de la clara de huevo
y miel, con que quedó tan clarificada como pegada. Tras esto, la
revolví las estopas al cuerpo, y quedó de suerte que, en ser redonda y
con pelos, parecía vellón en jugo, y en lo apretativo de las estopas y
claras, parecía cuba breada. Cubríla cuerpo y rostro y arropéla. Como
todo su mal era cansancio y frío, con ropa y calor descansó.
Sancha, arropada y sudando.
Dejé a mi Sancha cubierta como perol de arroz, sudando más que
gato de algalia, tan cubiertos sus ojos y sentidos, cuan atentos los
míos por ir a despachar lo frito.
Cenamos, y no digo más, porque sabiendo la cena y la gana,
estase dicho el cuento. Ya que vimos a la cena el fondo y bebido de la
bota de cuero de Araujo, remordiome la conciencia, y fui a destapar el
perol de Sancha. Halléla medio loca de contento, dándome por lo
hecho más gracias que si yo fuera el mismo benedicamus domino en
persona. Parlaba tanto y prometía tanto, que temí no se resolviesen
sus promesas en palabras y las palabras en aire, que es su fin y su
principio.
Ya me enfadaba, y díjela:
Vanidad de palabras.
LA PÍCARA JUSTINA 283

—Madre, acabe de dar gracias tan repicadas en canto de órgano;


déjelas para el Gloria in excelsis.
Ofreciome si quería quedarme en su casa, dándome a entender
que no estaba fuera de hacerme heredera de su hacienda.
Doncella Onocrotala,
convertida en chinche.
Yo repudié la herencia, y repudiara mil a trueco de no quedar en
la pocilga de tan gran cochina, porque temí que, a pocos días que allí
estuviera, me convirtiera en chinche como la doncella Onocrotala.
Chinche, por lo que tiene de mujer,
busca compañía, y por su honra,
busca ropa limpia.
La cual, por ser tan puerca, fingieron los poetas haberse
convertido de mujer en chinche, y que desde entonces este animal,
por lo que tiene de mujer, busca de noche compañía y, por volver por
su honra, busca ropa limpia, porque piensen que lo es ella. Así que
herencia de a pie quedo yo la repudié. Verdad es que si yo me
quedara en su casa, a pocos sorbos como estos yo la pusiera a ella y a
su hacienda tan en delgado, que ni tuviera para qué sacarse el unto ni
para qué gastar un comino para dar al escribano por la nota del
testamento o codicilo.
Móstoles condena receta donde no hay vino.
Bien sé yo que si le preguntaran a Móstoles qué le parecía de la
burla, bizma y receta, dijera mal della, por cuanto no se recetó vino
para la cura, pero no creo yo del clementísimo Móstoles que, si me
oyera mi razón y viera que no era justo hacer receta dudosas con que
se pusiera la burla a peligro de dar en vago, dejara de darme por
excusada.
Trazas para ser buenas las burlas.
¿No es claro que si yo recetara vino, corría peligro el querer sacar
dinero y, tras eso, se había de dar cuenta a vecino? Sí. Pues, ¿qué
burla puede medrar donde el secreto se extiende más de a dos?
Antes, por esta misma razón, enviamos a pasear el mochacho
mientras anduvimos de botica, cuanto y más que todo tenía remedio,
ni aun yo le di malo, y es el siguiente:
Yo le dije al barbero:
—Señor licenciado, no es justo que la vieja deje de pagar la bota,
pues lo bebido fue por su intención. A la verdad, si yo quisiese de
bueno a bueno sacar a la huéspeda para vino, bien creo yo sería el
lance cierto, pero lo uno, por reservarme para cosas mayores, y lo
otro, porque lo hurtado es más sabroso (y aun de más estima, porque
va por obra de entendimiento y traza), quiero que con maña
284 LA PÍCARA JUSTINA

saquemos a Sancha dinero con que remojar la obra, que anda muy
seca, como dicen los oficiales cuando echan la buena barba.
¿Qué hago? Dígola:
—Madre, ahora sólo resta, para que el mal no acuda a perlesía,
que se le echen dos ventosas en los dos carrillos.
Mamonas a Sancha.
No hube bien dicho esto, cuando el Bertol, que estaba encarnizado
en curar la vieja, desenvainó las dos ventosas; pero antes que se las
echase, de común consentimiento, la hecimos muchas mamonas, con
achaque de que era necesario hacer llamamiento de humores a las
mejillas para que la ventosa los desbombase.
Ya que tuvimos gastados los dedos de hacer mamonas, y las
reideras de celebrarlas, echámosle las dos ventosas, las cuales
encarnaron y tiraron de manera que la boca se reía renegando, los
ojos parecían deciplinados y los oídos como de liebre.
Ventosas de Sancha, con que
excede los consejos de Catón.
Con esto, excedía la Sancha a los consejos de Catón, pues no sólo
callaba como él manda en la cartilla, pero ni vía, ni oía, ni aun podía.
Coge cuartos a Sancha.
Con todo eso, la cubrí la cara con la sábana, porque de lo que no
se ve no se da testimonio, y con dos deditos eché mano a la bolsa de
Judas que tenía colgada a la cabecera como si fuera diciplina, y saqué
a discreción cuartos, los que bastaron para lamprear los torreznos en
la sartén de mi estómago. Ya diome conciencia de tenerla tanto en el
potro, y cuando la destapé, estaban tan bien medradas las ventosas,
que no se le vía la cara.
Símil.
Parecía acémila de grande, con armas de bronce en la cara.
También, para quitar escrúpulos, le dije al licenciado que si algo fuese
de más a más, lo tomase por el trabajo.
Dicho del sotateólogo que,
con mal fin, reprendió a Justina.
Muchas veces me he acusado de esta gatada que hice a Sancha, y
estoy bien en que me culpen, pero no tanto como me culpó una vez
un sotateólogo, que me dijo en una venta y sobremesa —sabe Dios
con qué intención— que él sustentaría que el mayor pecado del
mundo era retozar con la bolsa, y que esto defendería en pública
disputa.
¡Hideputa traidor! Sin duda lo dijo por concluir que era menor
pecado el retozar con las gentes que con la bolsa. Nunca argüí tanto
como con aqueste cabrahigo de teología. Oye lo que le dije, que
LA PÍCARA JUSTINA 285

aunque es necedad meterse las hembras a tontólogas, con todo eso, sé


que te holgarás de verme metida a teóloga.
Díjele:
Albórbolas de necios teólogos.
Necesidad excusa en parte.
—Señor talego, digo teólogo, no niego que burlas con la bolsa
traen consigo carga de restitución. Bien sé que es gran pecado, pero
no hay por qué hacer albórbolas, sabiendo que una gran necesidad,
aunque no todas veces excusa del todo, pero siempre excusa en parte,
que aun los sabios, para pintar la excusa, la pintaron muy flaca,
hurtando un asador con carne asada, donde dieron a entender que no
hay pecado más excusable que aquel que procede de la necesidad de
comida y sustento.
Estuvo tan necio, que se puso a disputar conmigo, como si yo
fuera la misma universidad de Bolonia, y arrojaba teologías de dos en
dos, como pernadas de mulo, que no había quien asiese una. Si
alguna dijo que se le pudiese apuñar, fue que mirase que por gula se
perdió el mundo.
Yo, pardiez, como vi que la teología me había venido a las manos,
díjele:
Gula, feliz ocasión.
—Ahí verá que este pecado de la gula no es tan desesperado, pues
aunque fue principio de nuestros primeros males, también fue
ocasión de nuestros postrímeros bienes.
¡Tomaos con Justina! ¡Si se ha emboscado en por el paraíso
terrenal! ¿Qué pensaban? Concluí la disputa con darle un
corregimiento hermanal, diciendo:
Mala la gula y hurtos de comidas.
—Hermanito, ya que es sembrador, no me siembre de espinas el
camino del cielo; distinga entre el ser gulosa y pecar contra el Espíritu
Santo. No quiero decir que no es mal hecho, que cristiana soy y bien
se me entiende que comer a costa ajena no está en ninguna de las
siete obras de misericordia, sino, cuando mucho, estará a las espaldas
de los cinco sentidos corporales, juntico a los tres enemigos del alma,
sino que es malo y remalo, pero no nos quiera decir que todos los
pecados son de una marca.
Eutropolo, convertido en mona, y por qué.
Ya me iba enojando contra los espantadizos, mas yo les perdono
con que rueguen a Dios me dé con qué restituir estas y otras burlas,
porque no piense alguno que me ha de acontecer lo que fingieron
haber acontecido a Eutropolo, que era gran burlón —conforme al
286 LA PÍCARA JUSTINA

nombre—, y, porque pagase culpas, le convirtieron en mona, a la cual


los muchachos hicieron muchas burlas hasta tanto que lastó sus
maleficios en el mismo género de sus ofensas.
Ello no es posible este metamorfosis. Mas cuando mis culpas lo
hicieran posible, sólo me consolara con que hay ya en el mundo
tantas monas de medio mogate, que si yo lo fuera, fuera, entre tantas
monas, monarca.

APROVECHAMIENTO
Permite Dios, por justo juicio suyo, que quien gana hacienda con engaño, sea
engañada de otros en honra, salud y hacienda, porque pague en la misma
moneda sus delitos.
LA PÍCARA JUSTINA 287

CAPÍTULO TERCERO
DEL BOBO ATREVIDO
Suma de todo el capítulo.
LIRAS SEMINIMAS
El bobo se atreve casi a Justina,
ella se defiende con buena traza.
Es muy recio
el tiro del dios rapaz,
y más necio
quien sustenta paz
con él, que al mejor tiempo echa el agraz.
¿Quién pensara
que el rey de la afición
intentara
tirar a un bobarrón
flecha, saeta y dardo al corazón?
Mas, sin pensar,
le hizo tal herida,
que, a perseverar
Justina dormida,
hubiera de caer de recudida.

Echar la comida en la cama.

S
ENTIME muy cansada y, para remediar mi mal, determiné
echar la comida, quiero decir echarme yo y la comida sobre la
cama, que eso llamo yo echar la comida.
Justina mentirosa.
Quiero confesar una verdad, aunque no la doy de diezmo, que
según son pocas entre año, más gana conmigo el alcabalero de las
mentiras, que el dezmero de las verdades.
Nogal junto a hortaliza, jeroglífico
de la mujer junto a hombre solo.
Es, pues, la verdad ciclana que, si el barbero Araujo fuera de otro
humor, sin género de duda afirmo que no me atreviera a dormir sola
en el mesón tan junto a él, que el hombre solo y con mujer fue
simbolizado en un nogal junto a la hortaliza, la cual con su sombra se
enflaquece y, con sus nueces se deshace. Mas como era un cuitado,
pareciome que no se le entendía cosa de provecho y que cuando
288 LA PÍCARA JUSTINA

tuviera algunas trazas, fueran enfermas, que no pasaran del quinto,


aunque de el quinto al sexto no hay más que un tabique en medio.
Confianza necia.
Con esto, me acosté tan segura de que él cantara el ala miré, como
de que podía yo dormir de re mi fasolá.
Bobos, son menos confiables.
Pero no hay que fiar en esta materia de hombre nacido, que antes
las personas más arrocinadas son más tocadas de este muermo.
Animales que han acometido mujeres.
Por esta causa fingieron poetas que animales como son cisne,
águila, cigüeña, pato, íbice, elefante y centauro han acometido diosas
celestiales.
Pasión de procrear, muy divina y muy humana.
Dijo bien un philósofo de entre cuero y carne, que la pasión de
procrear es muy divina y muy humana, muy alta y muy bajaza; por la
parte que tira al bien común, es tan divina que pretende que las
bestias puedan arribar a las nubes, y por la parte que es tan terrena,
pretende deprimir las nubes. Como esta es cosa que no consiste en
perfiles de razones, ni en bemoles de palabras, ni en curiosos ardides
o estratagemas, por mi fe, que estos asnos presumen de que para el
caso hacen al caso mejor que los discretos. Verdad es que se explican
mal, pero Dios nos libre de burros en descampado, que como no
saben de freno ni le tienen, con todo atropellan.
Así que estando yo dormiendo a sueño suelto, pasada ya la media
noche y digerida la mona, me cantó el gallo muy cerca y despertome,
y a no tener pepita, me fuera mal con él.
Cura impertinente.
Fue el caso que el señor doctor Bertol quería hacer otra cura en
casa, y no a la huéspeda. Echen la buena barba y vean a quien cabía el
miedo. Yo debo de ser. Triste de mí, si no supiera conjurar fantasmas
de entre once y mona.
Yo que le sentí el humor y adeviné de qué pie cojeaba el muy
licenciado, díjele muy de priesa:
Traza de Justina para detener al bobo.
—Señor Araujo. ¡Ce, ce! ¿No oye? Escuche, escuche, ¿No sabe?
Estése quedo, no haga ruido. ¿Oyeme? Oya.
Él, con esto, detúvose, y aun creo, si fuera mujer, se le rayara la
leche, según tomó el espanto, a lo que él después me confesó.
—Señor Araujo dije, sepa que después que se acostó han venido
un montón de huéspedes, y yo, por la lástima que he tenido desta
pobre mesonera y porque no pierda la ganancia, los he hecho las
LA PÍCARA JUSTINA 289

camas y acomodádoselos a todos. Ahí, junto a su cama, está uno, y


dice que es muy pariente mío, y me da muy buenas señas de que
conoció a mi padre y a mi madre. Por su vida le ruego dos cosas: la
una, que si le preguntaren si es mi pariente, diga que sí, porque tiene
traza este hombre de matarme si sabe que estoy aquí con él sin ser mi
pariente, y parece un Roldán. Lo segundo, le ruego que pise paso,
porque no los despierte, que vienen cansados y molidos de la
romería. Si se ha levantado a buscar jarrillo de orinar, hacia acá no
hay maldito sea aquél por ahora; yo le vi anoche debajo de su cama,
hacia los pies; búsquelo bien, que ahí lo hallará o, si no, váyase al
hospital de las cien doncellas (el hospital de las cien doncellas
llamaba él el corral, por las tejas que en él destilan agua, y hablele en
su lenguaje).
Añadí:
—Tórnese a la cama y duerma un poco, que ya casi será tiempo
que tomemos las del martillado.
Declara la astucia de su traza.
Con esto, amainó. ¿Has oído mi traza? ¿No has atendido cómo en
ella acudí a todo? ¿Qué portillo dejé por cerrar? ¿Qué razón sobró ni
faltó? Y después dirás que las mujeres somos indiscretas e incapaces,
y que por eso no nos dan estudio.
Por qué a las mujeres no se les da estudio.
Engáñanse, y crean que si nos niegan el estudio, es porque de
antemano sabe más una mujer en la cama que un estudiante en la
universidad deshojándose. Es nuestra sciencia natural, y por tanto las
sciencias de acarreo son de sobra. No conviene que a las mujeres nos
ocupen en estudios que duren de media hora arriba, porque si tal nos
ocuparan, se acabaran todas las buenas trazas repentinas.
Diferencias entre las trazas
de hombres y mujeres.
Los hombres trazan de tarde en tarde y con tinta y pluma,
nosotras en el aire, y por eso, para que se conserven las sciencias
repentinas, no es justo nos ocupen en las de asientos. ¿Qué
predicador ni qué Apolo pudiera con más presteza remediar un
peligro como el que yo remedié con solas cuatro palabras?
Mujeres hay sabias.
Acaba, pues, de creer que hay sophías, y que son mujeres.
El Bertol creyó y temió.
El bueno del doctor fantasma, como me oyó decir que había en el
mesón gente, y pariente mío arroldanado, no sólo no me habló, pero
comenzó a temblar y a mover el aposento a puro temblor, tanto que
290 LA PÍCARA JUSTINA

pensé quedara como otro Caín, conocido por malhechor; pero no era
su culpa tanta, pues no hubo sangre.
Solíame decir mi madre
—Hija, tú fueras buena para falso testimonio, porque te levantas
tarde.
Justina, segura junto al nido de Sancha.
Pero en esta ocasión, como sentí la mosca, avivé, levanteme y
vestime, y aun si hallara una cota, me la atacara; y no contenta con
esto, me fui junto a la cama de la mesonera, con achaque de que iba a
saber de su salud.
Oropéndola.
Mas la verdad era que me pareció a mí que junto a ella no podía
correr peligro mujer ninguna, que ansí como a la oropéndola ninguna
vez la conoce el macho en el nido porque le tiene sucísimo, así junto a
tan sucio nido no me parecía a mí que corría peligro mi honestidad.
Ello, pardiez, que si allí viniera, que lo había de pagar la vieja, porque
a repelones la había de sacar la bizma de claras de huevos y flotar con
ello la cara a Bertol.
Levántase Bertol y ve su engaño.
Levantose por la mañana Araujo, y como me vio vestida y en
talanquera junto a Sancha, el mesón sin gente, toda la casa yerma, que
parecía cosa de encantamiento o aventura de Galiana, echó de ver su
necedad y mi discreción, y, de espanto, comenzó a dar manotadas en
seco; parecía gato que está a caza de pardales en punta de canal de
tejado y, al querer hacer la presa, da una gatada en el suelo por causa
de querer echar al aire las dos manos en que estribaba. Este no tenía
de donde caer alto, porque siempre andaba a burra, sin peligro de
poder caer della; mas lo que es dar manotadillas en seco como gato
burlado, dábalas que era un contento. Corriose de ver que le habían
entendido la treta, y defendido el saco, y tanto de corrido y
avergonzado, voló sin decir siquiera a Dios que me mudo, y ya
disimulara con que no me dijera a mí quedad con Dios, pues estaba
excusado de ofrecerme salud de Dios quien me había intentado
enfermedad del Diablo. Pero el no pagar la posada con un decir,
señora huéspeda, mire que vuelvo barras, fue recio caso.
Para remate de sus desdichas y principio de sus temores, se le
olvidaron en la cabecera de la cama de la mesonera cuatro ventosas y
una venda de sirgo que él decía que le había mandado su mujer
comprar para sangrar las damas, y entre ellas a un muy melindroso
capón de mi pueblo que se sangraba muchas veces del tobillo, y, a
LA PÍCARA JUSTINA 291

pesar del Diablo, que le habían de poner una venda de sirgo. A este
llamaba un sobrino mío mamá, taita, por verle sin barbas.
Olvidos del bobo.
Pérdida fue ésta por la cual fue ásperamente reprendido Bertol
Araujo de su mujer, a quien llamamos muerte supitaña. ¿Qué diré?,
hasta los tiros de la espada dejó olvidados. Negro tiro fue el suyo, que
tan mal salió. Pienso yo que los vientos no llevaban más ligereza que
aquella con que la vergüenza le sacó de la posada. Aquí verán que
tuvieron razón los que pintaron a la vergüenza con alas, pues el
vergonzoso, cuando huye, vuela; y por eso dijo el refrán: El toro y el
vergonzoso poco paran en el coso.
Aunque sea anticipar cuentos, es muy donoso el que me aconteció
con Araujo en Mansilla. No había darle un alcance, que la vergüenza
de no se haber careado conmigo le hacía no carearse ahora a las
derechas. Ya, una vez, no pudo dejar de verme en mi casa, porque le
hice llamar para sangrar a un huésped que estaba en ella, de quien él
sabía que tenía tan buena sangre en la bolsa como en las venas. Vino,
y no le quise hablar hasta que hiciese la sangría, por no le alterar la
mano con el miedo, como el emperador, cuando para sosegar un
barbero medroso de ver a su majestad, le tomó de la mano.
Ya que acabó, hice encontradiza con él y díjele:
Da baya Justina al bobo.
—Señor Araujo, esta es buena hora para sangrar, pero en horas
desacomodadas avísole, como amigo, que no use oficios que no son
para hacer a tientas Y dígame, mameluco, ¿cómo se ha atrevido a
venir a mi casa, que nacen en ella Roldanes de la noche a la mañana,
que son espantavillanos?
Decir discreciones a necios es
probar corneta donde no hay eco.
Estas y otras mil gracias le dije buenas, pero a hablar con un
discreto. Pero decir semejantes gracias a tontos, es como quien prueba
corneta donde no hay eco. Con todo eso, si alguna vez estuvo menos
necio, fue entonces, que me dijo:
Razonamiento de Justina y Bertol.
—Señora Justina, ¿qué se le antojó decir que había tanta gente en
el mesón del país de marras? ¿A media noche ve visiones?
Yo le dije:
Justina en el mesón, Anteón sobre la tierra.
—¡Ay, el mi buen Bertol, buen Bertol! ¡Y aun por no ver yo una,
dije que vía tantas! Diga, bambarria, ¿al maestro cuchillada? ¿Con
mesonera burlona quiere burlas en mesón? ¿No sabe que yo en un
292 LA PÍCARA JUSTINA

mesón estoy como Anteón sobre su madre la tierra, que nadie le


podía hacer mal ni de veras ni de burlas, y él a todos sí? Pues aprenda
y, para semejantes trances, busque aprendizas, que yo he comido
muchas guindas y tirado muchos huesos, y descalabro con ellos.

APROVECHAMIENTO
No hay hombre que, estando con mujer a solas, comúnmente sea seguro en
caso de sensualidad, y aunque más ignorante sea. Antes deben ser
reprendidas las que con decir fulano es un ignorante, excusan su flaqueza y
falta de recato, siendo ésta razón que antes acusa que excusa, pues la
ignorancia es la que carece de freno y suelta las riendas en semejantes casos.
LA PÍCARA JUSTINA 293

CAPÍTULO CUARTO
DE LA PARTIDA DE LEÓN
NÚMERO PRIMERO
De la despedida de Sancha
Suma del número.
SONETO
Despedida de Sancha
y segunda estafadura.
Justina se despide y pide a Sancha
la paga de la bizma y medicina.
Y porque dé de sí, la muy mezquina,
la aprieta con sus brazos, aunque es ancha.
Y como la lisonja siempre ensancha,
dio de sí, y dio truchas, miel, cecina.
¡Oh, omnipotentísima lisonja!
¡Cuánto vales, cuánto puedes, cuánto enseñas!
Y más si te encastillas en mujeres:
allí del bien ajeno eres esponja,
de allí vences durezas, rompes peñas,
lo que quieres puedes y puedes lo que quieres.

E
S uso en la ciudad de León —a lo menos entonces éralo, ahora
no sé si se ha quitado con los diez días—, digo que era uso que
a las cuatro de la mañana el abogador de una cofradía en voz
muy alta, iba por todas las esquinas de las plazas diciendo a voces:
—Encomendaréis a Dios las ánimas de Fulano Pillitero y de
Fulana Pilletera.
Y por aquí iba echando una letanía de gente del otro mundo.
Justina se espanta.
Y como yo aquella noche había estado tan despierta que había
contado todos los relojes, y estuve atenta al pasar este pregonero
eclesiástico, espantome y durome el periquillo hasta que la Sancha
me refirió la corónica de la cofradía y no con poca devoción.
Después acá me ha parecido que sería bien mandar quitar aquel
uso, que quien oyere aquello a tal hora, pensará que o es cofradía de
trasgos o zorra de morrazos.
294 LA PÍCARA JUSTINA

En esta sazón me acabé de vestir y fui a dar los buenos días a mi


burra, y qué tales los tenía ella con estos bodorrios. Volví arriba a
tomar la bendición de la gran Trapisonda de mi huéspeda, y
preguntome que qué hacía el licenciado que no la vía.
Excusa fingida y verdadera.
Yo le dije que había partido muy deprisa aquella mañana y que
las causas de irse ansí habían sido muy urgentes, lo uno, porque a lo
que yo creía, tenía mucho que curar en Mansilla, y lo otro, porque él
había allí en León ordenado una sangría a una persona en sana salud,
la cual no sucedió bien, y por temor de que no le denunciasen, se
había partido. Verdad es —añadí luego— que él no tuvo la culpa,
porque la misma persona que el quería sangrar le dio ocasión, y antes
me espanto cómo no la desangró, según ella anduvo descuidada y
dormida.
—Así lo creo yo —dijo Sancha Gómez—, que no tendría la culpa
el señor dotor, que se le echa a él muy bien de ver que es muy cuerdo
y atinado, y por mí lo veo, que nunca hombre tanto bien me hizo, ni
médico me curó tan diestramente, y cuando más señales no hubiera
en él para ver cuán honrado, cuán discreto, cuán cuerdo y cuán
bendito es, basta a ver las pocas palabras que habló.
Capta la atención al lector.
Por tu vida, oyente mío, que aunque te parezca fuera de
propósito, me escuches y juzgues si tengo yo razón en una cosa que te
diré.
Enójase contra los que alaban a otros
sólo porque no hablan, siendo bobos.
Sabrás que no hay cosa que más ofenda y dé en rostro que oír y
ver que algunos, y aun muchos, alaban y engrandecen a algunas
personas bobas de ejecutoria, sin otro fundamento, principio, ni razón
más que decir: Fulano es discreto, es santo, sabido. ¿Por qué? Porque
no habla, porque no dice gracias, porque no se burla. Y hoy día
hallarás en las repúblicas y comunidades que unos necios
desconversables, impolíticos, groseros hacen favor a algunos
personajes por decir que no hablan.
Prueba ser indignos de ser loados
los que callan por no poder más.
¡Aquí de Dios y válgalo el Diablo!, como decía el bobo. Si estos no
saben hablar, ¿qué mucho que no hablen? ¿Qué universidad jamás
graduó de dotor en callar?¿Qué virtud puede haber donde hay
fuerza? Luego si estos callan por no poder y no saber hablar, ¿por qué
LA PÍCARA JUSTINA 295

han de dar nombre de virtud a lo que ellos mismos quisieran


excusar?
Dirá la otra vieja roñosa:
—Hija, ¿no ves el seso de Fulanita, que ni ríe, ni burla, ni dice
gracias, ni donaires, ni es chocarrera?
Diré yo:
—Pues, ¡vieja maldita!, ¿hay cosa más fácil que dejar de hacer lo
imposible? Pues ¿por qué alabas en aquella lo que le es forzoso? ¿Qué
donaires quieres que diga quien, si se echa al aire, no tiene alas con
que volar? ¿Qué gracias quieres que diga quien por naturaleza salió
en desgracia con las tres hermanas que son las madres de las gracias?
¿Qué burlas quieres que haga quien no sabe qué son veras ni qué son
burlas?
Tontos puestos en honra porque
favorecen a otros tontos.
Lo que yo entiendo es que como algunas veces hay tontos mudos
en buenos oficios, acreditan otros tales por calificar su patrimonio y
aperdigarlos para que sus oficios se hereden en personas tales.
Declara qué loa y qué no alaba.
Y lo que peor es, que discretos habladores favorecen a veces
tontos mudos, parte porque los han menester para campear junto a
ellos como rosa entre espinas, parte porque presumen que los tales,
como no hablan, no parlarán sus males, y de éstos se fían por ver que
tienen el secreto en el pecho, y yérranlo, que antes estos tontos medio
mudos, como no saben hablar en canto de órgano, una vez que abren
la boca es para decir en canto llano las verdades que saben, tope a
quien topare. En fin, que tienen en el pecho secreto y en la boca
secreta.
Vituperio de parleros.
No alabo el parlar mucho, que bien sé que es gran mal; bien sé
que es resolver el alma en aire y dar la llave del castillo al enemigo
(Dios nos libre y nos guarde), y que contiene otros mil males que la
lengua los calla por no escupirse a los ojos; mas lo que vitupero es
que se tenga por grandeza y blasón decir que uno no hace lo que no
sabe y que sepa callar quien no sabe hablar.
Cuándo el callar sea bueno.
Si el que no habla es porque no conviene, santo y bendito; ese tal
es digno del lauro de un Hipócrates y Agenore; pero que ese se dé a
un callón de por fuerza, es necedad, y por tal la declaro por estos mis
escritos.
296 LA PÍCARA JUSTINA

Bien está, tornemos a poner los bolos y vaya de juego, que no


quiero predicar porque no me digan que me vuelvo pícara a lo divino
y que me paso de la taberna a la iglesia.
No consiste todo en callar.
Sólo dije esto a propósito de la mesonera que alababa al doctor
Bertolo, no sólo de gran médico, pero de hombre de pro, porque
hablaba poco. ¡Concértame esas medidas! ¿Qué tiene que ver hablar
poco con ser buen médico?, como si el ser médico consistiera en
abogar en el tribunal de las parcas para que de hilanderas se tornaran
en ser cocheras, para traspalar gentes de muerte a vida. Vean aquí lo
que yo digo:
—Esta Sancha, como era una jumenta, cuadrole aquel asno mudo.
—Pues, dime, vieja de Bercegüey, si todo el mundo fuera mudo,
¿quién te relatara la bizma que te sanó?
Sino que ya es refrán viejo, Lo que ignoran baldonan.
Una cosa dijo Sancha con la cual yo estuve muy bien, porque la
estuve aguardando el envite al embocadero.
—Pésame —dijo Sancha— que se haya ido el señor dotor sin
decirme nada, que quisiera yo darle un muy buen regalo por el
trabajo.
Regalos de obra menguan con la ausencia,
y los de la boca crecen.
Ya yo sabía que la ausencia aumenta los regalos de boca y apoca
los de obra, que por eso pintan a la ausencia con la lengua de fuera y
las manos cortadas, y porque esto no tuviese lugar, determiné hacer
conforme al antiguo refrán que dice: Cuando te ofrecieron la cochinilla,
etc., y en cumplimiento dél, la dije:
Sacaliñas de Justina.
—¡Ay, señora! Si v. m. tiene afición al dotor, mi primo (que mi
primo es), y tiene gusto de obligarle, no lo pierda por estar ausente,
que yo se lo llevaré, que aunque sea una trucha o cosa fresca llegará
muy buena a Mansilla, pues me parto ya y he de caminar con la
fresca de la mañana.
Dávida de mala gana.
A ella, creo, le pesó de haber regoldado la oferta del regalo, mas
como la había hecho con tanto ahínco y yo fortalecídola con mayor y
tomado los puertos a todos los peros que podían estorbar su intento,
no tuvo lugar de tornar la habla al cuerpo.
Replicó:
—Pues, hija, ¿qué os parece a vos que se le podría enviar que le
estuviese bien?
LA PÍCARA JUSTINA 297

A mí bien se me ofreció decirla:


—Pues, madre, ¿ese es el buen regalo que teníades aparejado? Mal
aliño tiene de dar regalo quien no tenía determinado nada.
Bordón de lisonjeros.
Pero no me pareció ir en esa letura; antes, para alejandrarla, así
del ordinario bordón de lisonjeros, diciendo:
Pide la miel con maña.
—Madre, en casa llena presto se guisa la cena. Tiene la casa tan
proveída de regalos, que el menor se puede dar al príncipe y a la
princepa, cuanto y más al dotor, mi primo. Mas, pues lo pone en mi
albedrío, paréceme que aquel jarrillo de miel que tiene en la alacena
será allá muy estimado, y yo me amañaré bien a llevarlo si va así
lleno como ahora está, porque si se vacía algo, batucarse ha todo y
perderá la miel su fuerza, y por mucha cuenta que se tenga, se caerá y
verterá toda.
Fue razón concluyente, y allá, a tragantones y con hartas
contenencias, me la dio.
Dar de avarientos.
Paréceme que si la Sancha cupiera dentro del pipotillo de la miel,
se me metiera en ella, según se le fueron los ojos tras él al punto que
me hizo la entrega, y no hacía sino destaparle y mirarle como si me
pidiera que la diera testimonio jurídico de algún cuerpo muerto que
me depositara allí. Harta gana tuvo ella pedirme que la dejase
mermar algo de la miel, pero, para si esto me dijera, ya yo había
reparado el golpe con lo del batuquerio y derramamiento.
Tras esto, metí yo mi coleta también, y dije:
Segunda vez pide Justina para sí.
—¡Ah, señora! ¡Para mi primo se hizo la tierra de promisión, que
manaba leche y miel, y para mí no darán agua las piedras! Pues a fe
que, si no fuera yo nacida, que v. m. fuera muerta, y con los muchos
no apedreé yo las viñas. Si yo comiera miel, no se me diera nada, que
de este regalo partiéramos yo y mi primo, mas soy muy poquito
gulosa de cosas dulces. ¡Ea, reina, siquiera porque me acuerde della
en mis pobres oraciones!
Confianza necia.
Quiso Dios que oyó las mías la vieja, y me dio un pedazo de
cecina que tenía debajo del almohada, no tan frío como puerco, y una
gargantilla de abalorio, un rosario melonado, bien labrado, de
azabache tan fino como yo, y (lo que más es) me dio la llave para que
yo sacase estas galas de una arca donde tenía este flete, en un
escaparate hecho de ochos y nueves.
298 LA PÍCARA JUSTINA

Cógele el espejo.
Yo, por pagarle la confianza que de mí hizo, le cogí un espejo del
arca.
Arpía, se ahoga viendo su cara
en el espejo del alma.
Merced fue que le hice para que no viese su maldita cara y se
ahorcase como arpía; mas no haría, que yo la vi tocar en los cristales
de una herrada de agua, y no desesperó ni se ahogó. De gasto de
cebada y costa de posada no hubo memoria, que Cuando corre la
ventura, las aguas son truchas.
El avaro cuando da es largo.
Créeme que un avariento, la vez que da, es Alejandro, es como
Zapardiel cuando sale de madre.
Tanto da el avaro como el franco, y por qué.
Yo hallo por mi cuenta que tanto da el avaro como el franco, sino
que el avaro lo da de un golpe y el franco de muchos; el liberal, como
siempre piensa en el dar, siempre piensa en el retener, y así salen de
sus manos las franquezas con freno y falsas riendas; pero el avariento
da sin freno, porque da con deseo de poner fin de una vez a los dones
todos.
Séneca: Aténgome a don de liberal vivo
y testamento de avariento muerto.
He oído referir de Séneca que, en materia de espontáneas
donaciones, se atenía a los dones de avariento vivo y testamento de
liberal muerto.
Fábula de la gata bodegonera, a propósito
de que el avaro cuando se suelta a hacer
amistad, da mucho.
Y en el libro de jauja se refiere que cierta gata era bodegonera y
tenía en su servicio otra gata a quien encargó ciertas varas de
longaniza para que las vendiese a palmos; vino a la tienda cierta
garduña amiga suya a comprar ciertos palmos de longaniza.
Corta las uñas la gata para medir.
Quísola hacer cortesía y dar buen palmo y, pareciéndola que
palmo de gato es muy estrecho, se hizo cortar las uñas y con ellas
enhiladas en largo le midió el palmo tan largo como su voluntad.
Pidiole su ama a la gata razón de tamaña perdición y de un medir tan
sin medida; a lo cual respondió:
Medir de entre amigos.
—Quien mide a amigos, no puede medir con uñas, y por eso me
las quité, y si el palmo salió grande, yo no excedí el mandato de v. m.,
porque palmo hecho de uñas de gato, palmo de gato es.
LA PÍCARA JUSTINA 299

Entonces la gata señora dijo con grande prosopopeya esta


sentencia:
Sentencia de la gata, con que se cierra el intento.
—Sin duda, que la vez que hace merced un gato, es Alejandro.
El emboque de la aplicación me perdona, pues ves que le dejo por
estar la bola tan junto a barras, que entre buenos jugadores pasó por
hecha.
Apunta otros jiroblíficos a propósito.
Bien te pudiera traer el jeroglífico del gusano de seda el de las
hojas del oro y el del cáñamo, mas no quiero, por cesar de ser
coronista de esta mesonera de la pestilencia.
Sólo te digo que harto bien pagué su liberalidad, pues sufrí que
me abrazase, o, por mejor decir, me cinchase, y yo la medio abracé.
Abrazo de Sancha, enfadoso.
Digo medio abracé, porque para abrazarla por entero fuera
necesario un arco de la cuba de Sahagún.
También sufrí derramarse sobre mi albanega ciertos lagrimones
de oveja vieja, y me retocase con sus claras, olor y estopas, que tuve
bien que hacer en sacudir de mí tascos y pegotes.

APROVECHAMIENTO
La hacienda mal ganada siempre paga censo a malos y a buenos, que contra
el ladrón, los unos sirven de verdugos y los otros de jueces.
300 LA PÍCARA JUSTINA

NÚMERO SEGUNDO
Del desenojo astuto
Suma del número.
SÉPTIMAS DE TODOS
LOS VERBOS Y NOMBRES CORTADOS
Parte de León Justina encuentra en el
camino al bachiller y, con un nuevo engaño,
le desenoja y le coge dinero, y hace creer
que ella le trató verdad en lo de la miel.
En el capítu- siguient-
se cuent- un cuent- admira-
de un bachill- disparata-
Neci-, bo-, loc-, imprudent-,
en quie- se cumplí- el refrá
que tras cornu-, apalea-,
y tras los cuern-, peniten-.
Salida apresurada.
Salí del mesón con la furia que sale el impetuoso torbellino impelido
del Eolo enojado, y aunque pasé por mi primera posada, no me dio
temor ni de los Pavones ni de la mesonera, porque los unos tuve por
cierto que estaban en cartis pitis, y la mesonera —a la ley de creo—
había trabado la ejecución en los muebles del bachiller.
Burra cargada.
Mi burra iba bien cargada y sin peligro de que el aire la llevase a
transformar en canícula, a causa de que mi criado y yo habíamos
metido en las alforjas más especies de cosas que cupieron en el arca
de Noé.
Mochillero hace tiros como su ama.
Porque como mi mochillero entendió la vida y humor de su ama,
también él hacía por su parte tiros, mochilla y levadas conforme a su
capacidad, que no se puede pedir más a un muchacho de poca edad.
Seguía el arte y entendíala, y vilo en algunos buenos tiros que hizo a
inocentes platerillas. Mucho me debe aquel muchacho. Hícele
hombre, que si yo no fuera tamboritera, no saliera bailador.
Buenas salidas.
Aunque salí de León por la misma parte que entré, y dije mal de
las entradas, me parecieron bien las salidas, que las tiene León muy
buenas, mucho, mucho. Entiéndese si las salidas son para no tornar
jamás, como yo lo he hecho.
LA PÍCARA JUSTINA 301

Cantar alivia el camino.


Venimos cantando yo y mi lazarillo —que el cantar alivia el
cansancio—, y aun la burra roznó su poquito bien, viendo echar el
bajo a un burro que la salió a recebir, el cual para medir lienzo no le
faltaba todo.
Mujer cantora, sospecha de mal inclinada.
No me alabo de lo que canté, porque no falta quien diga que en
las mujeres, en cuanto crece la dulzura del canto, mengua la
inclinación a las virtudes, sino de que dije coplas que me parecía que
se me hacían de mohatra.
El contento, padre de la Poesía, y por qué.
No me espanto que cantase Marta después de harta, que el
contento fue el padre de las musas y abuelo de la poesía, y el Parnaso
fue corte de la poesía por ser paraíso de los deleites.
Con este ejercicio fue mi burra viento en popa hasta encimarse y
arribar a la cumbre del portillo de Mansilla, y, en viéndose a vista de
mi pueblo, cayó, mas la noble e hidalga burra se levantó en un punto
más orgullosa que antes, de modo que me dio al alma, si, aquella
burra, como era ciudadana y reconoció tierra de villa al caer, hizo lo
que Julio César, que cayendo dijo: Téngote, África, no te me irás.
Mudanza acarrea el deseo de sosiego, y
un extremo otro extremo, y da la razón.
Todas estas aventuras y concetos me llevaban empapirotada el
alma y con próspero viento marchaban mis sentidos a tornar puerto
en mi querida villa, que es naturalísima cosa a una mudanza acarrear
un deseo de sosiego y un extremo otro extremo, porque como, desde
el príncipe hasta el último gusano o polvo terreno, todas las cosas
están armadas en el fuste de la mudanza, es claro que, por no salir de
quien son, jamás toman ningún puesto, si no es para que sirva de
paso y tránsito.
Nunca engaña el corazón, y por qué.
Algún miedo llevaba de si el bachiller melado, parte de cansado y
parte de enojado, me aguardaba en el camino, y como sea verdad que
un fiel corazón nunca engaña, por la parte que tiene correspondencia
con principios aún más altos que el mismo cielo corporal, tampoco en
esta ocasión me quiso ni pudo engañar.
Dicho y hecho. Al revolver de una peña cortante, le encontré muy
melancólico y pensativo, que sin duda la cólera adusta y requemada
de tanto esperarme se le había vuelto en melancolía.
Enojo necio del bachiller.
Pero como es natural que la vista del matador hace revivir la
sangre helada e inquietar las precordias, alborotósele la pajarilla, y,
302 LA PÍCARA JUSTINA

como si él fuera una colmena de avispas ofendidas, con esa misma


furia y susurro de palabras comenzadas y no acabadas, henchía el
aire de quejas y a mí de algunos temores.
El mayor que yo tenía era no hubiese cogido alguna sopa de
arroyo o marinica de cascajal —que es lo mismo que lágrima de
Moisén, y, dicho en romance, es un guijarro—. Esto me hacía mirarle
a las manos y a la faltriquera, por si la había hecho vivar de
estebanías, que lo demás no me daba pena, que era un lebroncillo y
no valía sus orejas de agua para cosa de pendencia. Si él fuera un
David no temiera, que los Davides y los corteses sólo tiran piedras a
los gigantes y no a damas; si un Adán, aunque yo hubiera pecado
más que Eva, no temiera, porque nunca he oído que Adán apedrease
ni aun tiñese a Eva por el daño que hizo. Si supiera el capítulo que en
el libro del duelo, que compuso Doña Oliva, y trata la venganza que
pueden tomar los hombres de las mujeres que les ofenden, no
temiera, pues se dispone allí que basta por venganza tomarlas un
guante. Mas de todo sabía poco, y menos de disimular. Pero, confiada
en que nunca me fue mal con estudiantes, se atrevió mi pobre
chalupa a abordar con su buen calafateado o enmelado bergantín, no
con poco cuidado de desimular la risa de la burla, la pena del mal
olor y el temor de sus desacatos.
Llegada con temor.
Era gran habladorcillo, y, por no perder la costumbre, quiso
vengarse, no con piedras, sino poniendo en la honda de su lengua las
crudas e indigestas razones que se siguen:
Represión del bachiller.
—Mala hembra, ¿por qué has querido autorizar con la honra que
me has quitado tu mesonera e ingrata descendencia? Serpiente, ¿por
qué me has hecho arrastrar por los suelos de las camas bañándome
de espurcicia? ¿No sabes lo que yo y tú oímos en un sermón, que el
estiércol de una golondrina causó mil pesares en casa de un santo que
no se me acuerda cómo se llamaba? Pues ¿por qué has querido
estercolarme de hoz y de coz tan sin lástima de mí? ¿No había otras
burlas más enjutas y de mejor olor? ¡Naciste entre sebosos ratiños!
¡Criástete como gusano en estiércol de letrina!
Llámale asno.
¿Qué te contaré? Díjome cosas que no cupieran en el Calepino. Yo
no por eso perdía tiempo ni perdoné algún jo a la burra, antes decía el
jo doblado, con presupuesto que el un jo era para la burrica y el otro
jo para el bachiller melado, aunque no melifluo. Ya quiso Dios que
paró la bomba. Bien pensó él que le respondiera yo algunas razones
LA PÍCARA JUSTINA 303

con que ablandara algo su escropuloso enojo, mas no se me ofreció


otra respuesta sino la de Marcela a Garcerán:
Respuesta de Marcela.
¿Quiere darme por escrito
ese largo parlamento?
Que me importará infinito
para un negocio que intento.
Corriose, porque era copla usada en Mansilla y recibida por
afrenta, si una moza la decía a quien la hablaba.
Ademán de necio enojado.
Entonces él, enojadísimo con la afrenta de la respuesta presente y
burla pasada, echa mano a un puñal, de dos que llevaba en la mano,
y, a cofre cerrado, me amagó como valentón.
Yo quisiera atropellarle con la burra, mas aunque la espoleé, no
me entendió, o si me entendió, no le quiso hacer mal, por el símbolo y
parentesco que entre ellos había.
Ofrecióseme de hacer del ojo al acólito para que conjurara sobre él
una nube de pedradas con que siquiera le espantara. Dejélo de hacer,
porque como mi picarillo era determinado, sabía que tardara yo más
en decírselo que él en empedrarle la cara y esmaltar la miel dorada
con la sangre de sus venas. Y ansí me determiné tomar por mi
persona la empresa de espantarle, confiada en que no era yo la
primer mesonera que triunfó de hominicacos.
Ademán de Justina enojada.
Bajé, pues, como un león pardo o azul, y fingiéndome furia de
onza, y aun de arroba, le amagué con un terrón y juntamente le hice
un gesto tan de hircana furia, que tuvo por mejor mostrarme él a mí
las espaldas, que esperar a que yo le mostrara a él los dientes.
Quédanse como estatuas.
Con este ademán, nos quedamos ambos hechos estatuas de
salvajes de armas, él con sus dos dedos empuñados en la mano, yo
con mi terrón, punta al ojo; él medroso, espantado y absorto de ver
mi ademán; yo perseverante por meterle el gesto en las tripas.
Desenojo.
Ya fuimos a menos. Retraje el brazo, eché a mis espantadores ojos
las cortinas de mis párpados y plegué el pendón de mis extendidas
cejas. Yo perdí el miedo y él la cólera, con que pudo hablarme con
algo menos rumbo, aunque no menos correa —que en esto del decir
tenía rauda despepitada. Llegóseme cerca y dijo:
Razón de menos enojado.
304 LA PÍCARA JUSTINA

—Señora Justina, que no lo hacían por tanto, que cinco dedos


envainados en la palma nunca dan estocada de muerte.
Particularmente que un agraviado, de justicia, pide algún camino
para su descargo, y el que yo intenté no era el más costoso. ¿Parécele
bien, señora Justina, haber afrentado su sangre, enlodar a sus
parientes, poner mal olor en mi fama y mi persona? ¿Pues así me
paga que todo el camino de la romería la vine acompañando, hecho
un Roldán contra todos aquellos y aquellas que la querían agraviar?
Cargo necio.
Dígame, ¿es posible que no tuvo miramiento una doncella tan
limpia y tan honesta en porcar un cesto nuevo y limpio como aquel, y
tras esto, poner mi vida al tablero por defender su honra y su
limpieza, o, por mejor decir, su suciedad?
Ya yo sabía que aguardar fin a sus bachilleras razones era buscar el
fondo al mar con sonda de calabaza o cabeza de alfiler, y por tanto le
quise atajar, temiendo no me diese ocasión de segundo relámpago.
Habla a la mano al bachiller.
—¡Basta, basta! —le dije—. Basta, señor enlodado, el de mal olor
en su fama y su persona. Si él es un bobo, ¿qué culpa le tiene el
concejo? ¿Por qué, pues yo le dije que fuese a la cama en que yo
dormí, no subió paso a paso, sin ruido, a la propria cama donde yo le
dije?
Entabla segundo engaño diciendo
que el bachiller tuvo la culpa.
Si él fue a otra cama de algún puerco como él, ¿de qué se
maravilla que le ensuciasen y afrentasen? En las camas donde yo
duermo nunca yo dejo esos incestos. Si fuera a la propria cama donde
yo dormí, hallara ser verdad cuanto le dije, y que debajo della estaba
un gran cesto de favos de miel. Y, por más señas, sepa que el
procurador que trataba mi pleito en León no los quiso, porque me
hace el pleito de balde, y yo, por no traer sucia la alforja, derretí los
favos en casa del procurador y traigo la miel conmigo en un perolejo
vidriado. Véala aquí, para que entienda que es un tortolico y que no
hace cosa a derechas.
Persuade su pérdida Justina.
Y sepa que no lo tiene todo averiguado, que no lo hará con un real
de a cuatro lo que me debe. Lo uno, porque sepa que no me costó
poco a sacar de rastro el cesto y favos, que como él lo metió todo a
barato, ya no había rastro de la miel y pensaba que era negocio
dejado, y para sacar el juego de mañana, di un real a una moza del
mesón que me parló cómo y dónde estaba. ¡Mire si yo no fuera
LA PÍCARA JUSTINA 305

ladrona de casa y supiera negociar en mesones, qué bueno lo había


parado! Lo segundo, que por el daño que él hizo y por vengarse dél,
me tomaron a mí más de tres reales de miel y el cesto, y hube de
comprar este pote vidriado. Velo aquí todo, pote y miel y el cesto.
Quítale el sombrero en prendas de cuatro reales.
Y mostréselo, y al verlo, quitele el sombrero en prendas.
Convéncese el bachiller de culpado.
Él, confuso y convencido de verse culpado y la claridad al ojo,
cortose y no supo qué se hacer. Pareciole que había de ser segundo
pleito de mesonera, y tanto mayor cuanto yo era mesonera mayor de
marca. No tuvo otro remedio sino hincarse de rodillas y pedirme, por
las plagas de San Lázaro, que le fiase la paga hasta que nos viésemos
en Mansilla, mas yo, como soy misericordiera y eché de ver que no
llevaba moneda en que trabar la ejecución, se le torné con algunas
ceremonias y ratificaciones de que escupiría el real de a cuatro en
viéndonos en Mansilla.
Pidiome también con mucha instancia que no dijese cosa de lo que
por él había pasado a nadie de Mansilla.
Disimulación de Justina.
Yo no le dije sí ni no, porque pensaba, en cobrando el cuatrín, no
dejar persona escolar ni lega a quien no dijese el chiste.
Toma lo que le da y con gran señorío.
Y, por contentarme, me dio algunas cintas y arenillas que de León
traía, lo cual todo lo tomaba yo con un ademán tan grave, como si le
hiciera merced de la vida.
Dale matraca Justina para que se vaya.
Ya que vi que no tenía más que dar sino palabras suyas, que para
mí eran tan enfadosas, comencé a darle matraca, avisándole que si allí
no desfogaba, no me podría contener en Mansilla y que mejor era que
allí descargase la nube. Con este presupuesto estuvo un poco quedo,
lo que bastó para decirle galanas cosas sobre lo del haberse ido a
fregar al caño como muchacho azotado, y echarse en remojo como
pescada salada, y sobre lo de haberle hecho perder tierra la diosa
Palas, digo la mesonera con el palo.
Quisiera que se me acordaran los dichos que le dije, pero ya es
común que los que decimos de repente no tenemos buena retentiva, a
causa de no ser húmedos de celebro. El sí, con su humedad, podrá
haber retenido. Para esto de matracas era entonces yo una cendra, y
aun ahora: No es tan viejo el moro que puñalada no diera, si ocasión de
burla y fisga hubiera.
Huye el bachiller por la matraca.
306 LA PÍCARA JUSTINA

La matraca fue tal y tan buena, que no fue en su mano aguardarla


más que si fuera melecina de plomo derretido. En fin, tomó y fuese.
Cuando yo entré en Mansilla, vi que se estaba paseando por la
plaza, con el vestido mudado y en compañía de Bertol.
Un ce, ce, entendido de dos, a dos propósitos.
En viéndome que me vieron ambos a dos, fue como si se les
apareciera algún muerto a pedir ejecución de testamento, y aunque
más los ceceé, no hubo venir, y no me espanto, que como yo decía ce,
ce, el Bertol pensó que era el ce, ce de marras, cuando le dije: ce, ce,
téngase, que está aquí mi pariente Roldán. Y el bachiller, oyendo ce,
ce, se acordó del cesto, y por esto huyeron ambos.
Con todo eso, el bachiller lo pensó mejor y, para obligarme a que
callase, me vino a besar las manos y me trajo un real de a cuatro tan
duro como un hueso. Puso el dedo en la boca, y como así el callar
como el hablar se hace con la boca, y él apuntaba a la boca, no entendí
bien si me decía que callase o divulgase la burla. Yo, por acertar, eché
a la peor parte, en especial que ya yo tenía el cuatrín embolsado.
Vi buen auditorio; comencé a decir ¡pu, pu! y taparme las narices.
—¿Qué ha, señora Justina? —dijeron los del mercado.
Respondí:
Justina descubre el secreto y da
matraca públicamente al bachiller.
—¡Fuego de Dios, señor bachiller, y cómo huele a miel de ovejas!
—¿Yo, señora?
—¡Ay, sí! —dije—. Él es, señor bachiller melado, que no debió de
lavarse bien en los caños de León. ¡Mal haya la mesonera que le
enceró con tan mala trementina! ¡Hideputa de mal hojaldre! ¿Este es
el secreto macho que me encargaba, siendo él secreta? ¡La bellaca que
tal callara! ¡Parez que calla, señor bachiller! ¿Vuélvese a niño, que no
sabe decir la caca?
De aquí fui diciendo bellezas, que después que una pícara
desprende tres alfileres del secreto, no hay tal bohemio del gusto.
Furiosa fue la avenida de bayas que le di y la que le dieron los de mi
pueblo, que había en él muchos de baya.
Quedó tan asentado el nombre del bachiller melado, y con él tal
mancha y mal olor en su fama, que por muchos años que dure no le
jabonará Taborda.

APROVECHAMIENTO
Quienquiera triunfa de un labrador, porque su indiscreción da armas contra
él.
LA PÍCARA JUSTINA 307

NÚMERO TERCERO
De los trajes de montañeses y coritos.
Suma del número.
SEXTILLAS UNÍSONAS
DE NOMBRES Y VERBOS CORTADOS
Refiere Justina los trajes y un
razonamiento que tuvo con
un asturiano.

Yo soy due-
Que todas las aguas be-

Escuch- que quier- pintá- Soy la rein- de Picardí-,


un mapamund- generá- más que la rud- conoci-,
de montañé- y asturiá- más famo- que doña Oli-,
desde el cocó- hasta el zapá-, que Don Quijo- y Lazari-,
espad-, monté-, sombré-, guadá-, que Alfarach- y Celesti-.
Y si pregunt- quién lo ha he-, Si no me conoces cue-,
yo soy due- yo soy due-
que todas las aguas be-. que todas las aguas be—.
Bondad consiste en accidentes,
ornatos, menudencias.
Yo pienso que la bondad de las cosas no consiste tanto en la sustancia
dellas cuanto en menudencias y accidentes de ornatos y atavíos. Ansí
mismo, pienso yo que la bondad de una historia no tanto consiste en
contar la sustancia della cuanto en decir algunos accidentes, digo
acaecimientos transversales, chistes, curiosidades y otras cosas a este
tono con que se saca y adorna la sustancia de la historia, que ya hoy
día lo que más se gasta son salsas, y aun lo que más se paga.
De aquí saco que, pues he referido lo que toca a la jornada de
León, será justo decir algunas menudencias de graciosos trajes y
figuras que vi por las aldeas y en el camino, especialmente cuando
me torné a Mansilla. Y si lo que dijere para alguno fuere agraz, haz
cuenta que mi historia es polla y que la salsa es de agraz.
Señoras de la casa del Infantado.
Yo gustara ser una duquesa de Alba, Béjar o Feria —y más ahora,
que las tres hermanas son las mismas tres Gracias sobre una misma
ínclita e ilustre naturaleza.
Tapicerías buenas.
308 LA PÍCARA JUSTINA

Quisiera, como digo, ser una duquesa para hacer destos trajes una
tapicería tan costosa como la de Túnez, tan graciosa como la de los
disparates, tan fresca como la del Apocalipsis. En fin, fuera tapicería
tan varia y de tanto gusto, que su variedad te excusara un Aranjuez,
su riqueza unas Indias, su gusto los mil placeres.
Decía (y decía bien) una dama discreta:
Declara por qué no es amiga
de colgaduras de seda.
—No soy amiga de tapicerías de seda, brocado, terciopelos, ni
damascos, porque estas son colgaduras de pobres.
Y probábalo, porque estas son telas de repuesto para que, faltando
dinero para saya, puedan servir de lo que les mandaren.
Excelencias de las tapicerías de figuras.
La que es propio ornato para tapicería es la que tiene figuras,
porque éstas tienen mucho provecho y gusto. En invierno, arropan;
en soledad, acompañan; en tristeza, divierten; en necesidad, adornan.
Cuento a propósito.
En fin, casi, casi suplen lo que los hombres, como se vio en el otro
capitán que no quiso ir en casa de un enemigo suyo que tenía muy
buenos tapices, diciendo:
—No quiero ir a ver hombre enemigo mío que tiene dinero para
sustentar tantos hombres pintados, que quien compra pintados que le
deleiten, buscará vivos que le venguen.
Así que, si yo fuera duquesa, es sin duda que yo mandara hacer
una tapicería destos trajes de los montañeses y montañesas de mi
tierra, y coritos y coritas, que te diera muy grande gusto.
Asturianos, llamados guañinos.
Lo primero, yo encontré unos asturianos, a los cuales, por aquella
tierra de León, unos les llamaban los guañinos, porque van
guarrando como grullas en bandadas, o quizá porque siempre van
con las guadañas insertas en los hombros.
Asturianos llamados coritos, y por qué.
Otros les llaman coritos, porque en tiempos pasados todo su
vestido y gala eran cueros. Alguno dijo ser la causa otra. La verdad es
que la falta de artificio, la necesidad del tiempo, la simplicidad del
ánimo y la necesidad de su defensa, les hizo andar deste traje, y no,
como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que
inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no
por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdición y gran
parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos. Agora ya
no se visten de cuero, si no es algunos que le traen de partes de
LA PÍCARA JUSTINA 309

dentro, y para esto tienen comercio de por mar con las Indias de
Ribadavia, que engendra vino de color de oro.
Pernina de Oviedo.
Otros llaman a estos coritos hijos de la Pernina. Maldicientes
quieren decir venir esta denominación de una gran hechicera que allí
traía los diablos al retortero y se llamaba la Pernina.
Asturianos, hijos de la Pernina,
porque andan en piernas.
Pero no es por eso, sino que por denotar que sus piernas andan
vestidas de las calzas de aguja que sus madres les labraron en los
moldes de sus tripas, les llaman de la Pernina. Todos estos nombres
son asentados en las cortes de los muchachos con sólo el fundamento
de su niñero gusto y no es mi intención que pasen por verdades, pues
se sabe que los mochachos han tomado licencia para dar bayas a los
más calificados del mundo, y si yo hubiera de tejer historias de seda
fina, a fe dijera bellezas de Oviedo y de la Cámara Santa y del
Principado de Asturias, pero soy relatera ensarta piojos, y si tomo
pluma en la mano, es para hacer borrones. Voy con la pluma
retozando con orlas de cortapisas. Díselo tú, que a mí no me vaga.
Postura y figura de los asturianos.
Va de cuento. Estos asturianos encontré en diversas tropas o
piaras, con tales figuras que parecían soldados del rey Longaniza o
mensajeros de la muerte de hambre. Lo cual creyera cualquiera que
los viera flacos, largos, desnudos y estrujados, y con guadañas al
hombro. Vi también que llevaban unas espaditas de madero en la
cinta. Pareme a pensar qué podía ser aquello, porque decir que había
enemigos que no podían morir— si no es con puñal de madera, era
negocio difícil de entender, si no es creyendo que eran enemigos
encantados como los de don Belianís. Imaginé si era batalla de sopas,
en la cual se suele hacer la guerra con madera, pero eso fuera si las
espadillas tuvieran forma de cucharas. En fin, no atinando la causa,
me resolví de aguardarlo a saber en el otro mundo.
Razonamiento de Justina y un asturiano.
Miren si es por ahí la gente corita, pues llevan armas
incomprehensibles que agotan el entendimiento.
Los que iban, iban sin sombreros y casi desnudos; los que venían,
traían dos sombreros y mucho paño enrollado, de manera que
imaginé si acaso iban a la Isla de los Sombreros y allí los segaban con
aquellas guadañas. En lo del paño tuve envidia, porque las mujeres
somos grandes personas de andar empañadas, y de los sombreros
tuve curiosidad.
310 LA PÍCARA JUSTINA

Así, con toda mi inocencia, pregunté a un asturiano lo siguiente:


—Hermano, decidme, ¿cuánto hay desde aquí a la Isla de los
Sombreros donde segáis, y desde aquí a la Isla Pañera donde os
habéis empañado?
El bellacón del asturiano debía de ser hijo de la Pernina y tener la
redoma llena.
Respondió:
—Señora, los sombreros se siegan en Badajoz y el paño en Putasí,
digo en Potosí.
A esto le repliqué luego:
—Yo entendí que me habían engañado. ¡Bien haya el que es llano
y dice las verdades a las gentes! Y diga, hermano, y estas espadicas,
¿para qué son?
A esto me dijo él:
El asturiano echa pullas a Justina.
—Vamos contra unas mujeres que están rebeladas contra don
Alfonso el Casto, y porque no es honra pelear con hierro contra gente
de corcho, llevamos armas de madera.
Preguntele más:
—¿Y en qué isla es eso, galán?
Respondió tan presto:
Motéjala de no casta.
—Dama, en la Isla del Cuerno.
Pareciome mozo alegre y de la tierra y, por diez, metí el buen sol
en casa y estiré las preguntaderas, y dije:
—¿Y esas guadañas?
Dice:
—Son para segar oro para contentar las mujeres ruines, que son
muchas, a las cuales, como por una parte son locas y por todas
codiciosas, se les ha encajado que hay en Potosí una dehesa en que
nace el oro con barbas y raíces como puerro. Y así, a ruego de
muchas, les vamos a segar el oro con estas guadañas, y les dejamos
las casas en prendas de que volveremos, y a esto vamos para lo que
cumpliere.
Mil gracias me dijo el asturiano. Preguntele que por qué los de su
tierra no tenían cocote. Y díjome:
Por qué los asturianos no tienen cocote.
—Señora, en Asturias, entre dos hombres tienen una cabeza
partida por medio, y, para que se junten corno medias naranjas, están
así sin cocote para estar lisas y juntar.
LA PÍCARA JUSTINA 311

Preguntele que por qué andaban en piernas los asturianos. Dijo


que porque hay una profecía de Pero Grillo, que fue asturiano, de que
en Asturias ha de venir por el río una avenida de oro y toneles de
vino de Ribadavia, y por estar prevenidos para la pesca, andan
siempre descalzos.
Por qué andan en piernas los asturianos
y por qué hablan en tono de pregunta.
Preguntele que por qué hablaban siempre en tonillo de pregunta.
Y dijo que, como tienen fama de que yerran mucho, preguntando
siempre pueden decir que quien pregunta no yerra, si no es que
pregunte lo otro, que ya me entiendes. También dijo que hablaban en
tono de pregunta porque como están lejos de corte, siempre llevan de
acarreo respuestas. Íbanse lejos los compañeros, que, a no verlo, traza
tenía el asturiano de entretenerme todo el día. Verdaderamente
parecía noble, y sin duda lo sería, que aquella tierra tiene las noblezas
a segunda azadonada, dado que los nobles de aquella tierra son
ilustre y heroica gente.
Varios tocados de las asturianas.
No te he dicho del traje de las asturianas. Oye: Unas traían unos
tocados redondos que parecían reburojón de trapos en empujo de
melecina; otras los traían que parecían turbantes de moros; otras, las
más galanas, azafranados como cabeza de pito; otras, de tanto
volumen y de tal hechura, que parecía tejado lleno de nieve. Vi tantas
diferencias dellos como hechuras de pan de ofrenda.
Luto de los montañeses.
En aquella sazón traían todos luto por una persona de la Casa
Real, y era cosa de risa ver los lutos de las asturianas. Una vi que por
luto traía una soleta de calza parda presa con dos alfileres sobre el
tocado.
Asturianas, feas.
Puramente me pareció que las ánimas de aquellas asturianas
debían de ser de casta de truchas empanadas en pan de centeno,
porque quien viera un rostro negro, una mantilla atrás y otra
adelante, no podía pensar sino que allí vivían empanadas las ánimas
no encorporadas ni humanadas.
Calzados de asturianas.
Pues las diferencias de los calzados ¿no eran donosas? Unas traían
unos zapatos de madera, que llamaban abarcas, con unas puntas de
madero que parecían colas de ternero retozón. Si aquellas mujeres
supieran escribir, con los pies pudieran firmar, que aquel pico
sirviera de pluma. Otras usan unas sandalias que llaman zapato de
312 LA PÍCARA JUSTINA

apóstol, éstas son de cuero o pellejo, y las traen atadas con un cordel
tan fuertemente, que después de calzadas pueden en las soplantas
hacer son como pandero, y creo lo hacen a veces, a falta de témpano.
Otras traen unos zapatos de vaca, no cosidos, sino clavados con tan
fuerte clavazón, como si fuera postigo de fortaleza, y aun algunas
para vestir tan al propio como al provecho, traen echados tacones de
herraduras viejas. Una cosa vi en que juzgué que los asturianos deben
de ser volteadores de inclinación y aves de caza, porque sus madres
los crían en el aire. Y es que van camino ocho y diez leguas y llevan
los mochachos en unos cestos o banastos sobre las cabezas. Si como
los traen en el aire, fuera en el agua, según razón, habían de ser
pescados, y cerca andan ellos dello, pues no suelen tener casi nada de
carne. Verdad es que a ellas les sobra.
Selvajes escamados.
Todas estas visiones llevara en paz y en haz de mi gusto, si
encontrara alguna de buena cara, pero teníanla todas tan mala, tan
negra y abominable, que yo imaginé que eran selvajes escamados y
que quitados los pelos y cerdas, habían quedado ansí las caras sin
barbas. Yo no sé cómo, siendo aquella tierra fría, son aquellas mujeres
negras, porque el color negro es efecto de mucho calor, como se ve en
el cuervo. Mas debe de ser que con el frío se queman y ennegrecen
como los naranjos cuando se yelan, o se deben de afeitar con color de
guinea, o las paren sus madres en los cañones de las chimeneas, o las
ponen al humo que se acecinen, o cualque cosi.
Los antechristos del ocio no quieren estar en Asturias.
Ya sería posible que como Asturias ha sido y será el muro de la
Fe, y la herejía tiene por antechristos al ocio, al gusto y al dios
Cupido, proveyó Dios destas malas caras, porque sin duda, viendo
estos caballeros tan malas visiones, se tornarán a la herejía, su señora,
diciendo: Señora, hay peste. No es tierra para nosotros, que no viviremos
dos días. Y con esto, dejara la herejía la jornada y el intento de entrar
allí. Santo y bendito. Ahora digo que las doy licencia para que sean
feas del Papa, pues tanto importa.

APROVECHAMIENTO
Ánimos libres y holgazanes sólo ponen su fin en cosas vanas y de poco
momento, olvidándose de las cosas sólidas e importantes.

FIN DEL LIBRO SEGUNDO


LA PÍCARA JUSTINA 313

LIBRO TERCERO
DE LA PÍCARA PLEITISTA
314 LA PÍCARA JUSTINA

CAPÍTULO PRIMERO
DE LA HERMANA PERSEGUIDA
Suma del número.
TERCETOS DE ECOS ENGAZADOS
Pusieron en Justina sus hermanos
manos, lengua, y tras esto, una demanda.
Manda el juez pague costas de escribanos.
Vanos jueces —dice—; apelo al Almirante,
ante el cual llamaré a Justes de Guevara,
vara de manteca y pecho de diamante.
Vale mal en su pueblo.

Y
A, Dios norabuena, asenté real en Mansilla. Pero fueme como
en real, pues contra mí asestaron sus tiros los que más
obligación me tenían: hermanos y hermanas, unos por codicia
y todos por envidia. Y esto duró lo que bastó y aun lo que sobró para
desengañarme, que la esperanza de buen suceso era ninguna, porque
la ocasión era tan durable como mi persona aunque a los principios
me mostraban hocicos solos a boca cerrada, de ahí a poco abrieron la
boca y desbocáronse. Luego, mostraron dientes, luego me mostraron
las manos y luego las uñas, cada cosa por su orden. Tras ten con ten,
pinicos; tras pinicos, andadura; tras andadura, trote, y tras trote,
asomo de garrote. Como el odio es fuego, si una vez mina el alma,
crece, y cuando más no puede, revienta.
Justina reprehendida de libre.
Mis hermanos siempre salían con decirme que yo era libre y pieza
suelta, y esto de pieza suelta me repetían cada paso, porque, demás
de parecerles injuria, la tenían por brava elegancia.
Yo jamás les respondía de veras, por no les dar ocasión a que la
tomasen, sino hacía mis letradas por vía de gracia, que siempre tuve
esta por muy buena manera de responder, que la tal respuesta tiene
lo bueno de la venganza y lo bueno de la trapagija; es fruta madura
para el dador y verde para quien la recibe.
A esto de pieza suelta les solía yo decir:
Aprovéchase del nombre de pieza
suelta para excusar su libertad.
—Por cierto, que no os entendéis. En realidad de verdura que una
moza villana (digo de villa), yendo a ciudad, es como peón, que en
LA PÍCARA JUSTINA 315

yendo suelto se hace más presto dama, según dicen los jugadores del
juego de los de Alba, que es el de los escaques.
Decíales más:
—¿Qué sabéis vosotros si con esto granjearé yo un casamiento con
que honre a mi linaje y sea nuestro mesón casa solariega, y se llame la
casa de los Dieces o de los Justinos? ¿Cuántas doncellas las envían sus
padres a comedias y fiestas para que finjan que van sin licencia, en
demonstración de las finezas de amor, sólo a fin de que acarreen a
casa un novio mostrenco de los que creen a las quince? Andad, que
bolos son diablos, como dijo el otro que iba a birlar y le faltaban diez.
Donde no se piensa salta la liebre, y andaba sobre un tejado. Creed
que, antes, ser pieza suelta me ha de hacer a mí mucho provecho, y
quizá a vosotros.
Otras veces, pardiez, espumaba la olla y se desespumaba la mar, y
les decía con toda la cólera del mundo y del Diablo y la carne:
Justina aborrece el encerramiento y la monjía.
—¿Qué pensábades, que me había yo de estar aquí hecha monja
entre dos paredes? Nunca medre Justina si vosotros tal viéredes en
los días de vuestra vida, aunque viváis más que Matuta. No ha
habido monja en nuestro linaje; no quiero yo ser la primera que
quiebre el ojo al diablo. No en vano, dice el cantar: Mariquita, daca mi
manto, que no puedo estar encerrada tanto.
Estas gracias no podían sufrir, que eran para ellos sol de Marzo,
que parece que sabe y da mazada. En fin, viéndome moza de tan
buen descarte, mis hermanos me querían tan mal, como si de
hermana me hubiera vuelto en almorrana. ¿Qué piensas? Viniéronse
a poner conmigo en contarme los pasos, en fingir quimeras, y todo
era sobre que yo les pedía mi hacienda. ¡Ah, interés, interés! Más
puedes que la naturaleza, pues ella me dio hermanos y tú me los
volvistes culebrones. Hacíanme fieros, y aun si va de confesión, me
pusieron las manos, y no para confirmarme ni aun para componerme
el albanega. ¡Ay, me!, que no hay peores ni más crudos verdugos
para una mujer que hermanos.
Hermanos son crueles enemigos.
Estos, para decir desvergüenzas, se aprovechan del privilegio de
hermanos; para reprimir y quitar gustos, del oficio de padres; para
regalar y hacer bienes, se acotan a hombres; y no más, que en esto se
dice que son tiranos, y para si una pobre moza hace alguito, luego
tocan a la hermandad y aun el arma. Un mal hermano es enemigo
como la carne, que no la podemos echar de nosotras. Quien dijo
316 LA PÍCARA JUSTINA

hermano, dijo herir con la mano. Hablo de los que tienen tan
corrompido el amor corno el nombre.
Hermanas cizañeras.
Mis hermanas me ayudaban poco, antes creo que ellas
descomponían la paz y armaban las pendencias, y sabido el porqué,
no era otro sino que me olían dama y orgullosa de condición y no
podían llevar mis cosas. Maleaban con los de fuera mi crédito y con
los de dentro mellaban mi honra. La tijerada me daban que me
toreaban la ropa y ainda.
Declara cómo gastó más hacienda que nadie.
Decían de mí que era una arpía, que había yo sola gastado a mis
padres más que todas; y tenían razón, que yo gasté a mis padres todo
el caudal de entendimiento y no dejé que heredasen. Esto sí gasté más
que ellas, mas de hacienda, yo seguro que la mitad del tiempo comí lo
que no entrara jamás en casa, si no fuera a contemplación mía.
Persigue el villano perseguir al de buen
entendimiento y noble de condición.
Es ordinario en gente de condición villana perseguir las personas
de buen entendimiento.
Tráese el jeroglífico de la águila y la corneja.
A este propósito pintaron los sabios a la villanía como corneja y a
la nobleza como águila, y es la causa porque el águila es tan noble de
condición, como libre, y la corneja tan envidiosa como villana.
Alas de Águila corroen las de la corneja.
Es de manera que la corneja siempre anda machinando males al
águila, tanto que cuando más no puede, se le pone frontera al águila
para hacerla gestos, más ella, como reina, no estima por afrenta lo que
hace una ave vil, vasalla suya, que es tan para poco, que, aun muerta,
el águila puede comer y de hecho con sus alas come las suyas y las de
la epantera.
Epantera.
Esto para mí no era consuelo, porque yo quisiera comerlas en vida
y no aguardar a cuando muerta, que entonces no es tiempo de comer.
Ignorantes persiguen a los sabios.
Es muy proprio de ignorantes envidiar a los sabios, y todo
menesteroso tiene envidia de aquello que no tiene.
Enemiga del ratón y elefante, a propósito.
Cuando yo veo que el elefante sufre que se quiera con él levantar
a mayores un ratón, no me admiro de la enemiga y odio natural y
entrañado que tienen los hombres de corto y ratero y ratonado
entendimiento con los de bueno. Persigue el ratón al elefante por ver
que el elefante tiene todo lo que a él le falta. El elefante es
LA PÍCARA JUSTINA 317

enamoradizo, y tanto, que los pechos de una doncella pueden matarle


de amores, con ser hembra de especie diferente, y como el ratón es
tan vil, que tiene por madre y padre la corrupción, telarañas y tierra
de sotambanos, y las menos veces engendra un ratón a otro, de aquí
procede que el ratón persigue al animal en quien florece la inclinación
de engendrar, la cual, según he oído, llaman los philósophos
divinísima. Y a fe, que es mucho para ser cosa tan de acá bajo.
Calidades del elefante.
Otras muchas propriedades tiene el elefante, como son grandeza,
proceridad, compañía, habilidades varias, gustos de comidas,
nobleza, gratitud y excelencias que no hay en ratón, por lo cual, no
reparando en que el elefante le puede sorber como a mosquito, le
pretende hacer guerra con grande detrimento suyo, no por otra causa
sino porque lo que al ratón le falta de cualidad, le sobra de envidia al
elefante. En fin, que mis hermanas eran ratones y yo elefante. Mal
haya el haber nacido sin trompa, que a tenerla, trompeara el cuerpo y
trampeara la hacienda.
Con estas consideraciones me animaba a tener por honra esta
contienda y por cualidades esta porfía; pero como, en fin, las mujeres
no somos de hierro, no es mucho que ratones que matan elefantes,
minando la trompa de mi entono, de cansada me venciesen.
Justicia torcida.
Tras todos mis males, me pusieron demanda de mi hacienda ante
la justicia de mi lugar. Para mí fue la justicia justicia, para mis
hermanas misericordia.
Condenan a Justina.
En resolución, el señor Justes de Guevara, que así se llamaba el
cogedor de mi pueblo, me condenó a desheredada y a que pagase
costas de escribanos. ¡Qué aliño para no quererlos como a dolor de
ijada! ¡Ay de mí! Para mí tenía vara de hierro y para mis contrarios de
manteca.
Mujeres sobornadoras.
Harta desta enjundia hacían mis hermanas. A estas sí consentían
mis hermanos que saliesen a deshora a informar la justicia en el pleito
y esto no les afrentaba, y si yo miraba al cielo, ya pensaban que
llevaba el río el ojo a la puente. Todo esto se excusara si Justez me
hiciera justicia, Dios nos libre de pleitear en pueblos chicos, donde
hace la cabeza del proceso la envidia; el proceso, el soborno; los
autos, la afición; la apelación, la del alcalde; la revista, solturas y,
sobre todo, el dinero. Hízome daño el ser conocida por burlona, que
nadie se atrevía a hacer conmigo alparcería pensando medrarían
318 LA PÍCARA JUSTINA

conmigo como el melado y Bertol. Llamábase el corregidor de mi


pueblo Justez de Guevara, y aunque por el nombre de Justez me
debía favorecer de justicia, más paréceme que se acotó el apellido de
Ladrón. Mas a fe que no se fue alabando, que de pe a pa lo conté al
Almirante, mi señor.
Viendo, pues, que cada día salía para mi el sol con ceño y para
ellas sol de boda, determiné ir a buscar tierra donde el sol no fuese
embarrador; en fin, determiné irme a Rioseco, adonde estaba el
Almirante, mi señor, a seguir el pleito en grado de apelación y hacer a
derechas el negocio de mi partija.
Muchos hermanos juntos por maravilla están en paz; son como
nabos muy atestados, que no los penetra el fuego; como arcabuz muy
atacado, que revienta, y como plantas juntas en la tierra de do
nacieron, que si no se apartan y trasplantan, nunca medran. Y con
esto terná suficiente excusa mi determinación, y si esta no bastare,
llámome Marimaricas, que es tanto como hacer ceribones.
Dirásme:
—Pues, ¿cómo se partió Justina tan de sópito?
Aguarda, amigo interrogatorio, verás que tomé gentil carrera para
el salto, y sábete que para esto veinte días antes hice un ruido
hechizo, y fue que descerraje unas arcas en que me tenían encerradas
unas joyas mías, las cuales saqué con otras niñerías comuneras que
valían buen dinero. Moneda no la saqué, porque no faché geito, como
dijo el Galateo, y porque no estaba madura, como dijo la zorra; ello,
voluntad visto habías, como dijo el vizcaíno. Mas porque el disimulo
del descerrajar no era bastante a encubrirme, antes, en caso que me
partiese, me hacía mucho más sospechosa, hice otra cosa que me
aseguró, y fue que a cierto galán floreado, a quien yo daba alguna
audiencia a la buena fin, le dije que me importaba que a las cuatro de
la mañana pasase por mi calle y por junto a mi puerta corriendo y
fuese por cierta vereda, y que si fuesen tras él, hurtase el cuerpo a
quien le siguiese, y al revolver de un cantón, quitase una media nariz
postiza, y que si le diesen grita y le dijesen al ladrón, él también a
bulto lo dijese para disimularse, y que lo más presto que pudise
pusiese los pies en polvorosa. No le dije más, y él lo hizo sin
discrepar, que como el amor es ciego, a cierra ojos obedece.
Aguardé al punto concertado, y poco antes que pasase, arrojé
desde la ventana dos piezas de plata, una taza y un copón, y comencé
a dar voces:
—¡Al ladrón, al ladrón, que nos lleva robada la hacienda!
LA PÍCARA JUSTINA 319

Levántanse despavoridos y en camisa los de mi casa y los vecinos,


corren tras él, y no le pudiendo dar alcance más que si fuera hombre
de sombra o sombra de hombre, se tornaron, no con poca risa de la
gente que los vio ir y venir desnudos.
Yo les dije al venir:
—Levantad esas dos piezas de plata que se le cayeron al bellaco.
Disimulo de ladrones.
Y con esto hízose más que creíble que aquel ladrón había entrado
y descerrajado las arcas.
El mozo no pudo ser descubierto, porque, demás de que corría
con la ligereza de un pensamiento, se puso la media nariz de máscara
que yo le di, y al revolver de una calle se la quitó y tornó atrás y
comenzó con los otros a apellidar el ladrón, con lo cual fue imposible
dar en él como ni en mí.
Yo luego comencé a entablar mi juego, y les dije que mirasen que
aquello era castigo de Dios, y todos aquellos veinte días antes que me
partiese a Rioseco, hacía ruidos hechizos como de trasgo y estallidos
como de amenazas de ruina, hasta que un día de San Cristobal,
puesta de rodillas ante una imagen, oyéndome ellos, dije:
—Yo hago voto a tal y a tal (ellos pensaron que de meterme
monja, y parece ser que se alegraban, esperando que renunciara lo
demás de mi legítima, mas salioles el sueño del perro), voto a tal y a
tal, de no anochecer en esta casa, porque no quiero que se caiga y me
coja en pecado mortal de odio y de rencor, que no sólo hay en ella
ladrones de la hacienda, sino de la paciencia, y aun parece que los
diablos andan en esta casa.
Díjelo con tal grima que les puse miedo, y aunque me dijeron que
estaba loca, tenían temor, y tanto, que aunque me vieron tomar el
manto y mi hatillo, me dejaron salir, pensando que de veras y de
temor me iba en casa de alguna vecina. Ya yo tenía prevenido un
truchero cosario que me llevase a Rioseco, y así lo hizo.
Entra en Rioseco.
Entramos las truchas y yo frescas y corriendo sangre; frescas,
porque entramos de mañana, y corriendo sangre, porque la burra sin
duda iba pensando algún consonante para alguna copla, cuando se le
resbaló un pie quebrado y me sarjó las narices de la vena de las dos
ternillas, y fue la sangre que me salió mucha.
¡Así supiera hablar aquella sangre inocente! Y cómo dijera: ¡Aquí
de Dios! ¡Justicia contra los mesoneros de Mansilla y contra aquel ladrón de
Guevara!
320 LA PÍCARA JUSTINA

Y sí debió de decir, sino que con el frío llevaba el pecho apretado,


y lo otro, era de mañana, y como estaban todos en las camas, no la
oyó nadie gritar.
Púdose decir por ella lo que dijo el alcalde bobo a Mariforzada: De
hablar, hableste, mas no te entendieste.

APROVECHAMIENTO
Los malos no saben tener paz aun entre sí mismos, que lo heredan del
demonio, que es príncipe de las discordias.

—oOo—

CAPÍTULO SEGUNDO
DE LA MARQUESA DE LAS MOTAS
Suma del número.
VERSOS HEROICOS MACARRÓNICOS
Usa oficio de hilandera y en él
raros enredos por los cuales le dan
nombre de Marquesa de las Motas.
Ego poeturrius, cabalino fonte potatus,
Ille ego qui quondam Parnaso in monte pacivi,
Iam sum cansatus luteas transcendere tejas;
Iam cantare nolo porrazos atque cachetes;
Non porra Herculea, non iam roldánica maza
Arridet michi. Cosas de marca minori
Nunc cantare volo. Fusum, turnum atque mazorcam,
Hiis quasi gladiis Justina picaña triumphat;
Quam cardatores titulis regalibus ornant
Haec est hilanderarum princepa sublimis,
Haec cardatorum barbatorum stafatora,
Haec vetularum bruxarum garduna sutilis;
Inter aceitatos, haec est Marquesa Motarum,
Atque inter pícaros, haec est picaña suprema.
Oficiales de Audiencia alargan los pleitos.
LA PÍCARA JUSTINA 321

Q
UÉ vieja cosa es entre oficiales de Audiencia untar con manteca
los pleitos para que den de sí! Como los de cierto pueblo, que
untaron un banco con manteca para que diese de sí y cupiese
más gente, y sí cupo, mas fue porque se quitaron los capotes. Pero la
untura destos escribas hace que quepa un mundo en sus manos, y
todo con capote de justicia.
Justicia torcida.
¡Ah, vara de justicia!, que siendo tan delgada, hace sombra más
que el árbol de Nabico de Sorna, como dijo el bobo, y con ella se
disimulan y encubren hartas cosas. No lo digo sin propósito, que soy
linda aplicativa.
Presteza de negociantes.
Es el caso que, pensando que mi negocio era más breve que acento
de monjas, aún no despedí al truchero —que esto de negociar, como
sale tan del corazón, siempre camina con alas—, pero un solicitador
mío que hacía mi negocio, aunque más el suyo, me dijo que sería mi
negocio largo.
Solicitador pervertido.
Pesome, porque se me representó que quería gastar papel, tinta,
dinero y tiempo a costa de la pleitista novicia, e hícele un gesto de
golosa en miércoles de Ceniza. Y como él viese que yo me amohinaba
de tan largas esperanzas y temiendo no me solicitase otre para darle
la ganancia de solicitador mío, deseoso de no me desaperroquiar, me
apuntó cierta vereda y camino para abreviar mi negocio, diciéndome
que por el camino que él me apuntaba había tanta diferencia para
negociar como hay diferencia en andar un camino a caballo y con
acicates a las quince, o andallo a pie y con muletas y a legua por día y
a veces tornar atrás; y añadió:
—Y con todo eso, es vía ordinaria.
¿Qué cosi cosi? Pensó el necio que ignoraba yo aquella junciana si
la quisiera usar, y así le dije:
Castidad de Justina.
—Señor mío, no me está a cuento la abreviatura que me ofrece de
mi negocio. ¡A otro hueso con ese perro!
Entonces él, por abonar su yerro, me comenzó a decir:
Excusa de hipócritas.
—Pues en verdad, señora, que han venido a mí pleiteantas que
han seguido mis consejos, y alguna pleiteanta entró a pie, pobre y sin
blanca, que salió con sentencia en favor y con dinero de sobra y a
caballo, y todo por orden mío.
322 LA PÍCARA JUSTINA

También me dijo que entendiese era mucho lo que me ofrecía, y


tornó a repetirme lo de la comparación del que anda el camino a pie o
a caballo.
Arenga de necio.
No tenía este necio otro estribo de su arenga ni de su amor sino
esta comparanza torreznera, y por darle tapaboca y que se le acabase
la listecilla con que quería hacer ostentación del abismo de su aviso,
le dije:
—Señor mío, v. m. se resuelva, que yo quiero que mi negocio
camine a pie y con muletas, y ándese lo que se anduviere, que bien sé
yo entenderme con muletas y aun con mulas.
Pleito mendicante.
¡Aquí de Dios, no me muela!, que este pleito no es de a caballo,
sino de a pie. Haga cuenta que es mi pleito mendicante.

El solicitador, viendo mi resolución, redujo sus motus proprios a mi


derecho común y prometió acortar rienda y tiempo.
Pleitos largos.
Con todo eso, no fue muy poco el que tardó, pero no tanto como
fuera si yo no le hubiera cercenado el portante.
Dinero sustenta el pleito.
Yo tenía mucha cuenta de cebar la lámpara con dinero, y con esto
me parece que no se perdía lance, a lo poco que a mí se me entiende
de pleitos. Nunca daba dinero adelantado, que son peores que sastres
algunos escribanos y letrados, y antes esto les descuida que les aviva.
Cascabeles de oficiales de Audiencia.
Aguardaba a la puerta de la Audiencia con el dinero en la mano, y
con esto era como llevar cascabeles para que a mi son danzasen.
Abusos de escribanos.
Lo que nunca pude acabar con el escribano fue que metiese más
letra en las planas, que iban tan apartadas las partes que parecían que
estaban reñidas o que eran rebujones de cabellos en cabeza de tiñoso,
ni con que tomase los derechos delante de testigos. No sé qué
misterio tenía esto, aunque sí sé que mi bolsa me lo parló.
Harto ánimo tenía para gastar, que esto de pleitos es como pasión
de cátedras, que saca fuerza de flaqueza y hace que las gentes sean
como las perdices de Flafagonia, que tiene cada una dos corazones.
Pleitos consumen las haciendas.
Mas como el corazón y la bolsa no se cortaron en una misma luna,
ni tienen una misma propriedad, vino a ser que el corazón se me
hinchó de esperanzas y la bolsa se me vació de dineros a pocos días
LA PÍCARA JUSTINA 323

andados después que entré en Rioseco. Verdad es que era fácil


consolarme de la falta del dinero, atento que tenía conmigo piezas y
joyas, como ya tengo dicho, y en la presente sazón andaba más
enjoyada que tienda milanesa.
Joyas, fiadores ciertos.
Ya que me fue forzoso deliberar sobre el medio para tener dinero,
imaginé si sería bueno vender las joyas, las cuales son las más ciertas
suplefaltas y fiadores abonados en semejantes trances; pero, si no me
engaño, paréceme que me dijeron que no querían salir de mi casa,
porque no esperaban tener otra tal ama, y tenían razón, porque ama
que así las sacase a vistas, ninguna como yo.
Piezas ganadas en buenas lides.
Sin embargo desto, pareciome que era lástima vender piezas
ganadas en tan buenas lides, y que aunque hubiese dinero para pagar
su valor, pero no mi estima, porque no eran mis joyas invendibles ni
avinculadas a mi mayorazgo, pero estábanlo a mi gusto y, por tanto,
me resolví de buscar dineros por otra vía.
Resolución de Justina.
Díjeme a mí misma:
—Ea, Justina, ¿no eres tú la que hallas Indias entre salvajes? ¿No
eres la que arenillas de campo vuelves arenas de oro? ¿La que en las
romerías haces hechos romanos? ¿La que sacaste un Cristo de oro de
poder de un sayón? Pues confía que ahora saldrás de aqueste aprieto,
pues eres la misma que antes y tu ingenio el mismísimo.
Andaba mi cabeza como rueda de molino y molió un poquito de
lo bien cernido; digo que, al cabo, acerté con el punto de la dificultad,
y, tanteando la disposición del pueblo, la ocasión presente y
esperanzas futuras, di en la mejor traza que se pudo imaginar. Óyela,
que yo sé que te cuadrará; sólo no me pidas cochite hervite, que yo
cuento de espacio, aunque trazo deprisa.
Yo vivía en una calle donde moraban muchas hilanderas que
hilaban lana de torno, y también mi posada era en casa de una
viejecita, que el rato que le sobraba de hacer los ejercicios que abajo
verás, lo gastaba en hilar lana de torno.
Las tres parcas.
En esta calle había especialmente tres famosas viejas hilanderas,
que, según eran enemigas del género humano, parecían las tres
parcas que hilan las vidas, y la principal era mi huéspeda, que está de
Dios que yo he de topar siempre con casas señaladas.
Pareciome que en este trato podría tener alguna granjería, no en
hilar (que, por mis pecados, nunca llamé granjería lo que no se hacía
324 LA PÍCARA JUSTINA

sólo con grojear), sino en lo que verás. Mas como para un trato tan
mecánico como este era necesario bajar el entono, determiné mudar
pellejo como culebra, quiero decir mudar de vestido.
Vestido de hilandera.
Así lo hice. Recogí mis joyas, corales y sartas, mis sayuelos y mis
sayas, mi manto y rebociños, y quedeme —como representante
desnudo— con sola una sayita parda y corta, una mantillina blanca,
mi zapato mocil; en fin, a lo hilandero.
Ello, el jemecillo de cara siempre puesto en razón, que por
virtuosa que sea una mujer, nunca se suele olvidar desta estación, y
yo, en particular, siempre tuve por opinión que no hay traza buena
que no tenga en la cara el molde; y esto mejor lo sé entender que
explicar.
En la cara, el molde de las trazas.
Puesta, pues, como pícara pobre —aunque no rota—, fui una o
dos veces a pedir lana para hilar en compañía de la vieja mi
huéspeda, y traíamosla de casa de un cardador que vivía junto a San
Andrés.
Cardadores, muy barbados.
Era el cardador muy barbado, como ellos suelen serlo de
ordinario, a causa de que el aceite y el arroyo de Berrueces tienen el
arrendamiento de las barbas de España.
Ya yo tenía prevenida a mi vieja que llevase más lana de la
ordinaria para que yo la ayudase a hilar.
Remoquetes de cardadores.
Ella la pidió de muy buena gana, y el cardador me la dio de mejor,
y aun me prometió que para mí nunca faltaría lana en su casa. Los
cardadores no dejaban de decirme sus remoquetes, y yo los llevara
menos mal, si no fuera que aquel olor del aceite me daba intolerable
fasquía. Mas decíanme mis compañeras que, cuando melindreando
decía:
—¡Ay, Jesús, con el aceite, y qué mal huele!
Se me ponía el rostro como unas flores. Era sin duda de pura
congoja, y ahora echo de ver cuán bonita estaba, pues mientras más
me enfadaba yo, más se desenfadaban conmigo los de la carda.
Interés villano.
¡Ah, interés villano, que para poseer tu gusto es necesario comerte
como perdiz manida, con las narices tapadas!
Fuerza del interés.
¡Oh, interés, interés! No me admiro que esfuerces a pasar mil
mares de agua en navíos de frágil madera, ni que al delicado galán y
LA PÍCARA JUSTINA 325

melindrosa dama los cuezas en el frío de la escarcha, nieve y granizo,


y vistas de trapos al que pudiera andar como un conde, pues
desnudaste a Justina de sus tan queridas joyas y galas y la heciste que
en compañía de una abominable vieja y unos agaleotados cardantes,
pasase por los mares del aceite, que son sobremanera penosos, contra
quien no bastan alas de paloma ni aun de grifo.
Interés diligente.
¡Oh, interés, interés! Bien te pintan con espuelas calzadas y con
alforjas, pues en mí vi que de plano me volviste en mujer de alforja,
cuanto al vestido, y en mujer de pluma, cuanto a la ligereza. Tal era
mi diligencia.
Así que yo iba y venía en casa del cardador, cuando con la vieja,
cuando con mis vecinas, hasta que ya me conocían y tenían en aquel
obrador y en otros por parroquiana ordinaria, y me prometieron dar
a mí que hilar sin llevar padrinos ni intercesores, ni más fiadores que
mi persona y mi cara.
Andados unos pocos de días, les dije a las tres parcas:
Compasión fingida.
—Madres, vosotras no os podéis menear, porque una de vosotras
es tullida, otra gotosa y otra coja, y mientras vais y venís en casa del
cardador a pedir y traer la lana que habéis de hilar, perdéis de hilar
cada una tres libras y de salud cuatro, porque la congoja que os causa
la prisa de tornar a vuestra tarea, os acaba, y es lástima, madres,
trocar la vida por lana de ovejas. Mejor será que vais hoy conmigo
todas tres al obrador del maeso y digáis que a mí me entreguen en
vuestro nombre toda la lana que vosotras y yo hubiéremos de hilar,
que yo daré de todo muy buena cuenta.
Cumplimiento.
A vosotras os está bien y a mí no mal. La paga que de vosotras
quiero, sea vuestro gusto, y si le ponéis en el mío, digo que no quiero
de cada una de vosotras más que un cuarto por ir y venir cargada,
que son tres cuatros entre todas, ¡quemado sea tal barato! Y, para
decir verdad, lo que más me mueve es la lástima que os tengo.
Millón de vieja.
Las viejas entraron en acuerdo sobre la concesión destos millones
—que para ellas lo eran—, y aunque las demás decían que bastaban
tres maravedís, mi vieja, como era la bruja mayor de el hato, las hizo
acetar el partido.
Abono de cardadores.
Celebrado este contrato de mancomún, se fueron conmigo y me
abonaron con el maeso y maesos, de lo cual se holgaron no poco los
326 LA PÍCARA JUSTINA

lanudos, viendo que ahorraban de tan malas caras y que el trueco era
tan bueno. Con esto, entablé yo mi juego como se podía desear.
¿Pensarás que pretendía yo hilar esta lana? Mejor me trasquilen, que
yo tal quise ni hice. Yo te diré lo que hacía: yo traía la lana y
encargaba a las vecinas que la hilasen delgada, igual, lasa y a
provecho. Cobraba el hilado, tornábalo, y dábame el dinero.
Dirás ahora:
Declara la ganancia.
—¿Pues esa es la famosa traza que Justina tanto cacareó? ¿Pues
qué ganaba Justina en trajinar cada día treinta o cuarenta libras de
lana? ¿Negros doce maravedís? ¡Gran cosa! Antes parece que era
perder tiempo y servir de balde, y ser como el sastre del Campillo y la
costurera de Miera, que el uno ponía manos y hilo, y la otra trabajo y
seda.
Caso puesto por mercader.
Advierte, y no te engañes, que si no miras más de a cómo lo he
contado, es como caso de conciencia en materia de restitución puesto
por boca del mismo mercader interesado, que lo afeita de manera
que, si encuentra un nuevo teólogo buscadero, de los de a ciento en
carga, no sólo le tumbará, pero harále parecer que un promontorio de
injusticia es monte de piedad, y una manifiesta usura es una variedad
heroica.
Sábete que, en esto de pedir yo la lana y traerla y llevarla por mi
mano, tenía yo muchas e infinitas ganancias que yo había aprendido
de hilanderas famosas, que, si como me enseñaron a hilar lana, me
enseñaran a enhilar rosarios, ellas me aprovecharan más y yo me
engañara menos. Pero ya ves que hago alarde de mis males, no a lo
devoto, por no espantar la caza, sino a lo gracioso, por ver si puedo
hacer buena pescadora.
Al punto que yo llegaba en casa del maeso, los cardadores,
desvalidos y a porfía, se levantaban a tomar el peso y pesas para
pesarme las libras de lana que se me habían de dar para llevar, como
colectora y agente de mis viejas, para que hilasen.
Pesadores infieles.
Y entonces, ora por descuido del que pesaba —que atendía más a
verme que a poner el peso y pesas en razón—, ora por hacerme placer
y obligarme, ora por mi ruego, ora porque yo daba al peso un
pasagonzalo a lo disimulado, me solían dar dos o tres onzas y a veces
un cuarterón de más.
Mermas en la lana hilada.
LA PÍCARA JUSTINA 327

Vean, pues, en treinta o cuarenta libras, otros tantos cuarterones


de más que me daban y otros tantos de menos que yo tornaba,
confiada en que las mismas diligencias me habían de valer, si era una
mina, ¡y sin hilar una mota!
Demás desto, yo ponía la lana hilada en parte húmeda, y como la
lana cogía humedad, pesaba mucho más, que la lana coge cuantos
licores se le juntan, y por eso fue jeroglíphico de la niñez y del mal
acompañado.
¡Hola amigo, avisón!, que por eso te hago avanzo de mis pasadas
travesuras, que para sólo decirlas, bien excusado fuera el hacerme yo
escriptora.
Vino, pues, a ser que no había día en el cual con faltas y sobras no
me quedasen borras tres, cuatro, cinco libras de lana hilada en mi
casa, porque la cuenta que yo pedía a las viejas era estrecha, más que
pulgarejo de liendre, y la que yo daba más ancha que calle de corte.
Compra de motas de jergas.
Vendía cada libra de lana por tres, cuatro o cinco reales, y a veces
por siete, según era, y para abonar más mi hecho y mi persona y
asegurar mi juego, di en una cosa, y fue que compré a una moza de
un tejedor gran cantidad de tamo y motas de jerga.
Roda el pan y muere de hambre.
Y no me costó muy caro, que por un pedazo de pan me lo dio la
triste, que diz que en su casa rodaba tanto el pan, que no lo podía
alcanzar, si no era con las alas del corazón. Deste tamo y motas
llevaba con cada libra de hilaza un poquito, mostrándome tan fiel que
hasta el tamo y motas tornaba, y este punto fue el que me acreditó
tanto, que por la fidelidad de las motas, me llamaban en todos los
obradores la Marquesa de las Motas. Vine a tener opinión de tan
buena y tan fiel y aprovechada hilandera, que en teniendo un
cardador un paño regalado o prisa de hacer algún surtimiento, me
llevaban a casa la hilaza.
No recibe lana en su casa.
Verdad es que nunca recibí hacienda que de esta suerte me
trajesen, porque libras enaviadas por mano de maeso y pesadas en mi
ausencia, venían pesadas muy a lo justo, y por eso no las quería yo
recebir, porque no había lugar de hacer mangas de lana. Lo que les
decía era:
Respuesta astuta.
—Señor, torne esa lana a su casa, que yo no quiero hacienda
sorda, sino delante de testigos, que acaecen muchas desgracias por
328 LA PÍCARA JUSTINA

recebir las mujeres lana en secreto, y debajo de los pies le salen a una
mujer embarazos.
Tornábanla, y después iba yo a ventura de que los oficiales y mi
ventura y mis diligencias me valiesen. Con este tratillo muerto vine a
revivir y juntar muy buenos reales, con que hice mis negocios,
pasando como marquesa, y de lo restante, compré una borrica que
me costó veinte ducados, que las borricas de aquella tierra andan
muy subidas.
Esta di a comisión a un aguador por un real y de comer cada día,
y él sacó en condición que las fiestas gozase de los alquileres de
trajinar dueñas honradas. Y corríasele el oficio, porque había entonces
en aquel pueblo unas doncellas amovibles y algunas viudas de oropel
y cierta camarada de mujeres que parecían de casta de nabos, que
para no se esturar, es necesario revolverlos y menear la olla.

APROVECHAMIENTO
En las hilanderas hay muchas marañas y embustes para hurtar lo que se les
encarga, y deben restituirlo, porque en tanta cantidad de menudos, vienen a
defraudar notablemente.
LA PÍCARA JUSTINA 329

CAPÍTULO TERCERO
DE LA VIEJA MORISCA
Suma del número.
CANCIÓN MAYOR
Habla con Calíope.
Finge el autor que, de enfado desta
inicua vieja, no quiere aun sumar
el número en verso. Es figura
retórica que encarece la materia.
¡Que no viera yo un barbero acaso,
o siquiera un albeítar no se hallara,
que con ballestilla o mano de mortero,
de la vena poética sangrara
un triste rozayerbas del Parnaso!
¿No basta media vez decir no quiero,
sino que a fuer de fuero,
me pidas, Musa mía,
que con mi talante
los hechos de una vieja en verso cante?
Que doña Lucía,
si no una parca, una arpía en el alma y gesto,
vaya en prosa, que de verso sobra aquesto.
Símil. Pinta un río y su ornato.
Justina, río, y la vieja, mar.
Encarece las astucias de la vieja.

A
SÍ como los caudalosos ríos se van ufanamente gallardeando
por junto a las márgenes de la tierra, sustentando un paso
grave y entonado, usando de sus hinchadas olas como de
brazos para ir poniéndolos sobre las cabezas de las tiernas plantas
que a uno y otro lado le acompañan, llevando un ruido majestadoso y
autorizado, pero en entrando en la corte de la mar, en presencia del
emperador Neptuno, enmudecen y se esconden, sin dar más
muestras de autoridad que si se hubieran convertido en terrestre limo
o polvo seco y menudo, así yo, la que entre estudiantes, galfarros,
barberos, mesoneras, bigornios, pisaverdes, mostré mi entono, sin
poder alguno medir conmigo lanzas iguales, reconociéndome todos
superioridad, dando a la excelencia de mi ingenio título de grandioso,
ahora que entré a competir con el mar de una morisca vieja,
hechicera, experta, bisabuela de Celestina, me verás rendir mi entono
330 LA PÍCARA JUSTINA

y humillar mi no domada cerviz, sin más ruido ni semejanza de quien


fui que si nunca fuera.
Vieja de Andújar.
Esta vieja, en cuya casa posaba, era advenediza, natural de
Andújar. No dudo sino que me recibió de buena gana en su posada
por parecerle que era yo algo a propósito para enseñarme el arte, ca
es muy proprio de herejes y de brujos desear herederos de su
profesión.
Herejes y brujos son como bubosos.
Son como los bubosos, que quieren beber por todos los vasos
porque hereden todos sus bubas. Ella era morisca inconquistada, y
aún tengo por cierto que sabía mejor el Alcorán que el Padrenuestro,
y viéraselo un niño, no sólo en la lengua, pero en las obras, de las
cuales diré algo, no para escandalizar al lector, sino para que fíe poco
de viejas ruines que parecen rezaderas y ejemplares y no relucen sino
al candil del Diablo, y para que te guardes de tales.
Vieja indevoluta debe ser huida.
Refiérense sus blasfemas necedades.
Yo creo en Dios, pero que ella creía en él, créalo otro. Cuando se
persinaba, no hacía cruces, sino tres mamonas en la cara, como quien
espanta niños, y cuando llegaba al pecho, hacía un garabato y dábase
un golpecito con el dedo pulgar en el estómago. Entiende por allá el
presignum.
Si la quería enmendar, respondía:
—No querer máx persino, que no ser santiguadera.
Preguntábala si sabía el Ave María.
Respondía:
—Ben saber Almería, e Serra de Gata e todo.
En las cuatro oraciones decía más herejías que palabras, que por
no hacer agravio a tan santas oraciones, no quiero conquistar la risa
con trabucos de necedades y aun blasfemias.
Preguntábala por qué no se había casado ni quería casar.
Por qué no se quería casar la morisca.
Respondía:
—No haber marido bueno si no ser morisco.
No sé en qué lo podía fundar, sino en que temía casarse con quien
la hiciese ser cristiana.
Algunos moriscos, sospechosos.
No niego que pueda haber y haya muchos moriscos buenos
cristianos, mas cosa notable es que los más no quieran casarse con
cristianos viejos. Quién duda sino que dan sospecha, de que quiero
LA PÍCARA JUSTINA 331

callar, por no me acordar del cuento del que castigaron, y yo conocí,


que antes que bautizasen un hijo o él hiciese alguna aparencia de
cristiano, decía.
—Perdonar, Mahoma, que no poder más, so pena de caraña.
En lo que toca a ir esta mujer a misa, era hablar en cosas
excusadas. Una sola vez la vi ir a misa, y mientras estaban alzando, se
echó de hinojos sobre la tierra, y todo el más resto de la misa estuvo
tosiendo, con ser la mujer más enjuta y avellanada que en mi vida vi,
y tanto, que jamás, sino entonces, la vi toser.
¡Maldita sea persona que de cuantas veces Dios nos visita con sus
bienes, no va a visitar a Dios en su casa! Pero si yo se lo decía,
cumplía con trómposelas. Veis aquí un clavo para la herradura.
Y ahora me acuerdo que un día, tratando ella y yo de la obligación
que todos teníamos a la Iglesia y a los señores curas, que son nuestros
pastores.
—Sí, hija, que el primer medio real que yo gano cada año lo
guardo para el cura.
Yo que pensé que tenía devoción de dar aquel medio real al cura
para aceite de la lámpara o para la fábrica de la iglesia, o por otra
cualque devoción, y no era sino que ella pensaba que todo el toque de
la confesión y de los misterios de la Iglesia consistía en pagar el
medio real, y que con eso se acababan cuentos. Nunca vi tal vieja.
Otras indevociones.
De la gente en procesión se espantaba y huía, y cuando había
truenos, se salía a la calle. Si pasaba el Sacramento, luego tenía en qué
entender en algún retrete, y si había un ahorcado, se descervigaba por
mirarlo, y hasta perderle de vista, le hacía ventana, que era pura para
dama de ahorcados. El día que los había era el día de sus placeres, y,
con ser coja, todos aquellos tres días siguientes no cojeaba, antes con
gran prisa salía todas aquellas tres noches de casa.
Brujas reprehensibles.
Lo cierto era que no iba a rezar por ellos, sino que la primer noche
traía los dientes que podía, la segunda de la soga y la tercera hacía
conjuros al pie de la horca. ¡Qué demonio! Dábala osadía el Diablo,
que es el maeso destas obras. Era cosa particular el agua que gastaba
en lavatorios y cocimientos. Malditas sean personas que tan sin gusto,
ni honra, ni provecho se dejan engañar del Diablo. Siempre yo
entendí della que era bruja, y no me engañaba, porque ella hacía unos
ungüentos y unos ensalmos, que no era posible ser otra cosa.
Si no me tuviera Dios de su mano, yo hubiera caído en tentación
de rogarla que, pues sabía tanto de nigromancia, me resucitase a mi
332 LA PÍCARA JUSTINA

padre, según y de la manera que la hechicera de Saúl le resucitó a


Samuel, o al diablo por él. Y a fe, que si a mi padre resucitara, le había
de preguntar que quién libraba peor en el infierno, porque me han
dicho que los que más carena llevan son los malos escribanos, y otros,
que los letrados injustos, y otros hablan diversamente. Pardiez, yo
sospeché que me dijera que ni unos ni otros, sino los confesores
absolvedores destos, pues sin celo de gusto ni intereses los absuelven,
como ignorantes. Mas no quiera Dios que yo pidiera que a mi ruego
se pusiese en cerco al diablo, que es gran pecado, porque, en buen
romance, es tener al diablo por amigo y con marchán.
Brujas, amigas de enseñar sus bellaquerías.
Ella bien me quisiera enseñar el oficio por pegarme la sarna, y aun
si yo quisiera aprovecharme de cosas que ella me decía, bien supiera
yo en una noche coger sangre para hacer morcillas.
Brujas, todo lo que hacen, sueñan.
Pero no quise, lo principal, por temor de Dios, y lo segundo,
porque siempre fui enemiga de oficios que se hacen medio
durmiendo como este de la brujería, en el cual por la mayor parte —
como yo vía— las brujas se quedan amodorridas de sueño, y lo que
en sueños hacen les persuade el Diablo que es de veras, con unos
enredos que, si los hubiera de contar como ella me los refirió, nunca
acabara.
Bueno es saber de todo, no para usarlo, ni aun para saberlo, sino
porque ya que se sabe, sirva de defenderse una persona de bellacas
brujas sanguijuelas, que así llamaron los antiguos a las lamias, brujas
y megas.
Advertencia contra viejas.
Y advierto que es cosa de risa pensar que es cosa de importancia,
ruda, ni salvia, ni otras destas cosas sólo naturales, pues no pueden
impedir que el demonio chupe la sangre y se la dé a las brujas.
Remedio contra brujas.
Lo que es de más importancia es, sobre todo, rezar; lo segundo,
traer el Evangelio de San Juan escrito, y lo tercero, bendiciones santas.
Y así decía esta bruja:
—¡Ay, hija! Las matronas (que así llamaba a las brujas), las
matronas no temen ruda ni salvia, poleo ni yerbabuena, sino conjuros
de abad.
Llamaba la vieja conjuros de abad a las santas oraciones que
nosotros reverenciamos.
Con todo eso, por el bien que me hacía, estaba con ella en paz, no
siendo jamás fautora de sus ensayos.
LA PÍCARA JUSTINA 333

No denuncié della porque, como ignorante, se me escapó la


obligación que yo tenía de decirlo a los señores inquisidores, y si la
hice bien, fue por la natural obligación que tiene cada cual a querer
bien a quien le hace bien.
Bolsa inconquistada.
Estábamos como madre y hija, y aunque me quería bien la diablo
de la vieja, con todo eso, ni por amores que la decía, ni servicios que
la hacía, jamás pude conquistar la bolsa, porque cuando yo pensaba
la cosa, ya ella iba dos leguas adelante.
Jeroglífico de las viejas astutas y malas.
Eran sus mañas, enredos y ardides tantos y tan disimulados, que
me hizo caer en la cuenta de una cosa que leí y dudaba sin atinar
salida. Leí que en el templo de Arcadia dibujaron al dios Júpiter de la
estatura de un gran gigante que tenía los pies sobre una tinaja vuelta
boca abajo, y hacia la parte de la tierra, una vieja chica y fea.
Significaban en esto que Dios tiene debajo de sus pies la luna del cielo
y el terreno mundo, y el jeroglífico se concierta desta suerte: por la
tinaja entendían la luna, porque ésta preside el agua, significada por
la tinaja; y por la vieja entendían el mundo, porque los engaños y
embustes del mundo no pueden tener mejor imagen y dibujo que una
vieja hechicera.
Refrán y su emposición.
También entonces entendí un refrán que dice: La águila enseña a
vivir sin mengua, y creo quiere decir que como el águila cuando se
remoza se despide de ser vieja, puédese decir que cuanto más
desecha la vejez, desecha menguas que están avinculadas al estado de
la senectud femenina, a lo menos, cuanto a la significación jeroglífica.
Confieso que me acobardó tanto su ingenio, que ya, aunque
dejara el arca del dinero abierta, no me atreviera a hacerle de menos
un comino, antes hiciera como el Draque, que cuando vio las puertas
de La Coruña abiertas, huyó y temió, pensando que era ardid.
Pero, ¿quién diablos se ha de atrever a una bruja, que es el Diablo
el reñidor de sus pendencias?

APROVECHAMIENTO
Mujeres viejas que son indevotas dan indicio que son un abismo de mil
miserias y hechicerías.
334 LA PÍCARA JUSTINA

CAPÍTULO CUARTO
DE LA HEREDERA INSERTA

OCTAVAS DE ARTE MAYOR ANTIGUA


Símil hecho de todas las cosas
naturales, por su orden reridas.
Cual suele la tierra con agua amasarse
y como el rocío sin sentir desciende,
como suele el aire por lo hendido entrarse
y como a lo sordo el luego se prende,
cual suelen las plantas en tierra entrañarse,
cual yedra que en canto y en un muro prende,
y cual corderito que al pecho se pega,
y cual sanguijuela que la sangre allega.
Cual suele la planta por la subtil yenda
juntarse con otra a quien se semeja,
de la misma suerte y sin que se entienda,
Justina, hecha nieta de la muerta vieja,
se pega a la sangre, pecunia y hacienda;
y sin tener gana, a gritos se queja;
en mañas y hacienda hereda a la muerta.
Por eso se llama la heredera inserta.

U
N martes, a la noche, se levantó una gran tempestad de
truenos, relámpagos, aires, lluvia y turbiones que ponían
grima, Yo encendí una vela bendita y púseme a rezar. La
vieja fuese a otro aposento, y pensé que se iba a acostar, porque ella
no temía nada destos embarazos.
Como dormía con luz por defuera y miedo por de dentro, no
pude enristrar el sueño, ni aun pude acabar con mi fiel corazón que
dejase de dar aldabadas a la puerta de mi imaginación, el cual, por
instantes, las daba a las puertas de mi alma para que recordase y
escudriñase lo que pasaba.
Levanteme y vestime, y fui al aposento de la vieja por salir de la
inquietud que me atormentaba sin saber la causa. No hube bien
entrado, cuando veo mi vieja papo arriba, como trucha amorguada,
que estaba muy en sana paz dando la última bocada.
Verdaderamente, confieso que en verla muerta perdí algún tanto del
LA PÍCARA JUSTINA 335

miedo que tenía de los relámpagos y truenos, porque saqué por mi


cuenta que, según ella había muerto y aun vivido sin rastro de
arrepentimiento, sin duda los diablos hacían fiestas por la muerte de
aquella su amiga, y que los relámpagos eran cohetes y los truenos
atabales, a fin de festejar la entrada de la diablesa.
Yo, como vi que la vieja había dado en esta flaqueza y que tan sin
ruido había hecho finiquito, comencé a ensanchar el corazón y mirar
la casa con ojos señoriles, y tras esto, comencé a hacer libro nuevo y
trazar una buena vida tras una tan mala muerte; y presto tracé cuanto
me convenía.
Amortaja sin temor.
Lo primero, yo la amortajé sin asco de mal olor, porque estaba la
vieja avellanada y enjuta que era un contento, y porque no se le
antojase hacer alguna travesura, la até pies y manos a osadas, y aun
así como estaba, temía que en cogiéndola el menor real, me había de
espantar, como el Cid al judigüelo que le tiró de la barba estando
muerto. No lo digo por la semejanza que con el Cid tenía en lo bueno,
sino por la que yo tenía con el judigüelo. Tras esto, voy derecha a la
cámara benedicta donde tenía la pecunia.
Busca los doblones.
Fui cargada de llaves, y probando una y otra, abrí un cofrecillo
barreteado y en él hallé —gloria es el decirlo y regocijo el mentarlo—
envueltos cincuenta doblones de a cuatro, con lo cual pude hacer
doblar por ella, pues ella doblaba por mí.
Oro junto al corazón.
Como hacían poco volumen, metí parte dello en las zapatillas y
entre soletas de las calzas, parte de la faja de grana que traía junto al
cuerpo; y como algunos cayeron junto al corazón y el oro es
confortativo, tuve un ánimo invencible, tanto, que estuve sin comer ni
beber hasta que eché la vieja de casa y la di eclesiástica sepultura
como si fuera cristiana.
Luto de Justina.
Púseme un luto muy de gobierno, para lo cual me vestí una saya
negra de la misma vieja, y de unos griñones que tenía para vender,
corté asaz una toca de luto muy honrosa, que del pan de mi comadre
nunca fui escasa. Bajé al portal, puse dos o tres sillas de costillas en
hilera, abroqué los tornos y arrimelos como quien arrastra banderas y
voltea arcabuces y destempla añafiles y atambores en entierro de
capitán general. Llamé al sacristán que me pusiese el cuerpo en un
féretro.
336 LA PÍCARA JUSTINA

El primero que piensa que la vieja


era abuela de Justina es el sacristán.
Concerté a destajo todo el entierro y oficios, lo menos costoso que
pude, diciéndole que mi abuela era pobre y que la comodidad que me
hiciese lo pagaría en oraciones.
Él me dijo:
—Por cierto, señora, cuando más razón no hubiera que haber
criado a v. m. su abuela con tanto recogimiento, que la primera vez
que a v. m. la veo es ésta, bastara a creer que era una santa y que debo
hacer cortesía.
Preguntome que cómo no me vía él en misa. Yo le respondí que
siempre me hacía mi abuela oír misa de alba, porque no me viese
nadie y porque no tenía manto.
Él respondió:
—Pobre y honesta.
No le dije que había muerto sin sacramentos, sino que ella, por su
pie, el día antes había confesado y comulgado, y aun dicho:
—Hija, ten cuenta conmigo, que mañana pienso ver a Dios.
Entonces el sacristán comenzó a decir a voces:
—¡Profeta, profeta!
Y fue a besarle el pie.
Mentira de Justina.
Yo le dejé besar, porque nunca fui amiga de desembotar a nadie.
Llama las vecinas.
Llamé algunas vecinas, y todas decían que para ser una santa no
había tenido otra falta sino haber sido desconversable.
Ocasión para ser nieta y heredera intrusa.
No me dio poco gusto este conque, porque con él me persuadí
que era fácil persuadirles lo que les era difícil de averiguar, conviene
a saber: que yo era nieta de la difunta y traída sólo para heredera. A
las vecinas no les iba nada, y así me creyeron, de modo que me
sobraban testigos para probar cuanto quisiera.
Tuvo soplo la justicia de la repentina muerte de la morisca y
mandó a un alguacil viniese a hacer la diligencia y depósito, en el
ínterin que parecía el heredero, según los derechos disponen.
Justina no se turba.
Entró el alguacil, pero yo no me turbé, y de propósito no le quise
decir cosa alguna del ser yo nieta de la difunta, sino al descuido y
como cosa asentada, entablé mi hecho.
Llora con astucia.
LA PÍCARA JUSTINA 337

Y el modo fue que comencé a derramar unas lágrimas que


enternecieran un Agamenón, cuantimás un alguacil, y con ellas en mí
rostro, le dije:
Entabla el engaño con descuido.
—Mire, mi señor alguacil, mi desgracia, que se me murió esta
bendita como un pájaro, confesada de ayer, como no han sabido mi
mala suerte, no ha venido un ánima que me consuele, hasta ahora
que vinieron estas señoras (Dios las dé salud) y v. m., a quien Dios
prospere muchos años, como yo deseo. ¡Ay, mi señora abuela! ¡Ay,
abuela mía! ¡Lumbre de los mis ojos! ¿Y qué haré yo sin vos? ¡Que me
trujistes vos a vuestra casa para vuestro regalo después de haberos
Dios llevado todos vuestros hijos y nietos, y sola yo he quedado para
cubrir los vuestros ojos! ¡Mejor fuera que vos cubriérades los
míos!¡Ay, señor alguacil! ¡Mucho debo a Dios, que ya que a esta
pobre la llevó Dios todos sus hijos y nietos, quedó sola esta triste
nieta suya para cubrir sus ojos! ¡Que era ella una santa, un alma de
paloma! ¿No es verdad, señoras vecinas, que era mi abuela una
bendita?
Ellas respondieron todas juntas y a voz de uno:
—Sí, por cierto. No llore, señora, que su abuela está gozando de
Dios.
Créela el alguacil.
Como el alguacil oyó todo lo que dije con inocencia, y que como
cosa asentada me trataba como única nieta y heredera suya y que las
vecinas decían lo mismo, no sólo no me embarazó la hacienda, pero
dijo:
—Pues, ¿qué me traen engañado, supuesto que esta pobre
doncella es la heredera?
Yo entonces, por asegurar más el caso, me volví al alguacil y
díjele:
Hácese pobre.
—¿Heredera yo, señor alguacil?
Maldición verdadera y astuta.
¡Negra herencia de cuatro trapos! ¡No me dé Dios salud si hay en
mi casa un real en cuartos ni en plata con que enterrarla, sino vendo
estos tornos y cachibaches! (Y decía verdad, que yo no tenía suyo real
en plata ninguno, porque todo estaba en oro y no había plata ni
cuartos).
El alguacil echa el altabaque para Justina.
Con esto se compadeció de mí el alguacil tanto, que para darme
limosna echó el altabaque y sacó treinta reales. Maldita la blanca él
338 LA PÍCARA JUSTINA

puso de su bolsa, sino la diligencia sola, pero harto fue para un


alguacil.
Una cosa juraré yo, y es que si él entendiera lo de la morralla de la
morisca, nunca él me creyera tan presto lo del abolorio. Pero la poca
esperanza avivó su fe, en especial que mis tretas y eficacia en el
hablar dio la vida al negocio, y tanto mayor, cuanto menor era mi
miedo. Ca atento que la vieja era muerta, no tenía recelo alguno de
que pudiese en el mundo haber quien me alcanzase en marañas. Con
esto, me entregué en el cuerpo y aun en el alma de la hacienda y hice
y deshice como quise en todo y por todo.
Ya eché mi viejecita en la fuesa lo más honrada y prestamente que
yo pude, y a fe que me costó la burla buenos cinco ducados, pero
guarde Dios al alguacil y buenas gentes que lo socorrieron.
Siéntese la pérdida de una vil codizuela.
Casi estoy por decir que aunque se ofrecieron algunas cosas de
disgusto en este entierro, ninguna sentí tanto como el interrumpir la
ganancia de las libretas, porque cree que cuando una codizuela va
llevando rauda y corriente, da notable pena el ver que se perturba y
que, por perturbarse, no hay dinero fresco cada día. Pero en fin, si
duelos con pan son buenos, con dineros son rebuenos.
Ignorancia maliciosa de Justina.
Digo mi simplicidad, que para abonar mi atrevimiento y el
meterme tan sin escrúpulo en la herencia, no tuve para conmigo otra
excusa sino sólo el parecerme que aquella bruja —después del
cabrón— me quería más a mí que a nadie. Otre necedad: no la dije
misas, por parecerme que no la podía hacer mayor pesar que
ofrecerle en muerte lo que tanto aborreció en vida. Otra simpleza:
pareciome que si ella muriera con su lengua, mandara aquella
hacienda a algún mal morisco, lo cual fuera como quien lleva armas a
infieles, y, por tanto, me pareció a mí que era mejor ahorrar destos
inconvenientes a España y meter en ella paz bien pagada y mejor
merecida. Por esta causa, me pareció en el pleito de propriedad y
herencia sentenciar en mi favor en vista y revista, y me hice
poseedora inquilina, como dicen los escribanos. Lo que hay de culpa,
Dios lo perdone; lo que hay de donaire, el lector lo goce.
¡No encontrara yo otras ochenta mil viejas como esta cada día,
para que tan sin contrapeso me hicieran bien! Aunque mal digo sin
contrapeso. Uno tuve muy a mi despecho, y fue que antes del
entierro, y en el entierro, y después del entierro, me vi necesitada de
echar algunos lagrimonatos mal maduros que me daban gran
fastidio, porque llorar una persona sin gana, cree que sólo se puede
LA PÍCARA JUSTINA 339

hacer en dos casos: el primero, que sea mujer, y el segundo, cuando


ve el interés al ojo. Particularmente cree que forcejar a llorar a una
mujer que le estaban retozando en el cuerpo cincuenta doblones de a
cuatro, ya ves qué trabajo sería.
Hijas de Silva.
Casi parece tan grande como la colisión del retozo de las dos hijas
de Silva, que forcejaban en el vientre de su madre sobre cuál saldría
primero.
Justina, ojienjuta.
De verdad te digo que sólo por haber vencido el torrente del
alegría y forzado el alma a llorar en ocasión tan sin ocasión, merecí
los docientos ducados, porque te doy mi palabra que desde el día que
mi padre me imprimió el jarro en las costillas, como viste arriba,
hasta aquella presente hora, mis ojos no se habían desayunado de
llorar, si no fueron aquellos dos sorbitos que lloré y pucheritos que
hice en la jornada de Pero Grullo, que aun cuando mis hermanos
pusieron en mi cara la verdadera señal de sus cinco dedos, no lloré,
que soy muy ojienjuta.
No soy yo moza de los ojos cebolleros, como otras que traen la
canal en la manga y las lágrimas en el seno, y en queriendo llover,
ponen la canal y arrojan de golpe lágrimas más gordas que estiércol
de pato. Allí eché de ver que el suelo de un pueblo hace mucha
impresión en las condiciones y en el cuerpo, pues como Rioseco es y
se llama seco, me pegó la sequedad a mis ojos y celebro, o debo yo de
ser sola la agraviada, pues otras le han hallado más húmedo para sí
que yo le hallé para mí.
Lloros desentonados.
Era gusto oírme las simplezas de niña inocente y tierna que yo
decía en la iglesia, cuando, como tórtola cuitada, lloraba la muerte y
ausencias de mi querida abuela.
Muerte de Ícaro y lloro de sus hermanas.
Daba gritos, y eran tan recios como si estuviera de parto, y tan
altos, que no sé cómo no me subieron al cielo estrellado y me
convirtieron en estrellas higadas y pluviales, como a las hermanas de
Ícaro en la muerte y lloro de su loco hermano, que murió asado en el
sol, cocido en el agua de las fervorosas lágrimas de sus hermanas.
Debía de ser mejor hermano que los míos, pues le lloraban tanto, o
debían de ser tan locas como él, que pretendió con caballos de cera
vencer a los del poderoso Phaetón.
340 LA PÍCARA JUSTINA

Con estas ceremonias y lloros, eché el sello y confirmé la opinión


de ser mi abuela y aseguré mi herencia, que bien pienso yo que
cuanto ha que hay lloraderas en el mundo —sean precisas, sean
voluntarias, sean alquiladas, sean insertas—, no ha habido lloradora
más bien pagada que Justina.

APROVECHAMIENTO
Nota las falsas lágrimas de una mujer, las astucias de una doncella, la
codicia de una mozuela, sus embustes y mentiras, y todo te sirva de
escarmiento y de aviso.

—oOo—

CAPÍTULO QUINTO
DEL SACRISTÁN IMPORTUNO
SEGUIDILLA CORTADA
Señor sacristán, vay con el Dia-,
que no quiero honras que cuestan ca-.
Mirar de casa con ojos señoriles.

Y
A que la gente, después del entierro, me trajo a mi casa y tuve
segura posesión del arca del tesoro y del tesoro del arca, paseé
la casa toda muy bien y vi el mueble, que era poco, pero no
malo. Verdad es que los vestidos estaban más a propósito para sacar
dellos polilla que dinero.
Estando mirando lo que en casa había, llamó a la puerta el
sacristán, que era una sal; digo en el color, que en la gracia era una
salmuera. ¡Lindo talle para trasgo! El sacristán más asacristanado que
comí en toda mi vida. Era lego, soltero y bien soltero, aunque a los
principios no se atrevió a soltar.
Sacristán, pide el dinero del entierro.
Venía el bueno del hombre por el dinero del entierro, que eran
cinco ducados, en honor y reverencia de los cinco sentidos corporales.
Hablome con tres mil retruecanos y cortesías, dicho todo con una
manera de angustia, que entendí que era segundo mortuorio a humo
muerto. En resolución, él me dijo que entonces no quería más de un
LA PÍCARA JUSTINA 341

ducado y que poco a poco le iría pagando lo demás, que quería


cobrar en tres tercios la deuda. Yo le dije:
No quiere dares ni tomares con el sacristán.
—Señor, la limosna de la sepultura no es alquiler de casa, que se
paga a enviones, ni quiero dares ni tomares con sacristanes. No
quiero censos de quita y pon con gente eclesiástica que anda cada día
entre la cruz y el agua bendita. Ve aquí todo su dinero y váyase con la
paz de Cristo.
Él entonces, por complacerme, me dijo que si a mí me parecía, que
él quería hacerme alguna baja. Yo le dije:
—Señor sacristán, ni quiero que me haga baja ni quita. Tome su
dinero y déjeme con mí sosiego. A cada cual haga Dios bien con lo
que es suyo. V. m. no tiene otra renta sino su trabajo, y deste dinero lo
menos es lo que a él le toca; no haga franquezas que le salgan al ojo.
No le dije a los ojos porque no tenía más que uno, y más que era el
del cañón el que le faltaba.
Importunidades del sacristán, y a mal tiempo.
Estuvo el sacristán bien importuno, y para mí lo era más, y en la
presente sazón mucho más, porque me comían los pies por tornar a
acabar de hacer escolta y visita general de las preseas que la vieja
había dejado.
Vase el sacristán.
Y se fue haciendo más reverencias que hay en un convento de
frailes.
Esotro día tornó tan sin vergüenza como si yo le hubiera pedido
por amor de un santo que me viese. Díjome mil principios de cosas, y
si alguna siguió, fue decir:
El sacristán repregunta.
—Señora, véngola a preguntar si ha de hacer honras a su abuela.
Yo, entonces, hice el ademán del piojoso y, concomiéndome toda,
le dije:
—¿Y de qué, señor sacristán? Las mayores honras que v. m. y yo
la podemos hacer a mi honrada abuela es no hablar juntos, que yo sé
della que disgusta mucho que yo hable con sacristanes. Eso de honras
guárdese para los caballeros y ricos, que yo no tengo sino tres sillas y
dos tornos, un jarrillo, un cántaro y dos cestos, y una triste ropa de
cama y un vestido roto. ¡Mire si terné bien que hacer para ganar para
pagar el entierro, cuanto y más hacer honras!
Intento ruin, entendido.
A él le pareció que era este buen pie para tomar la mano en
proseguir su intento y hacer su oferta, y hízomela de hacer las honras
342 LA PÍCARA JUSTINA

a su costa y pensión; mas, por la cuenta, quería honrar a mi abuela en


la iglesia y deshonrarla en su casa.
Yo, que le entendí la honorífica, le dije:
Vuélvese Justina contra el sacristán
y zayérelo con lo que había hecho y dicho.
—¡Tate, señor sacristán! ¡Honrados días viva, que así me quiere
cargar de honra! Yo se lo tengo a merced. Honra, el rey tiene harta,
descuide de eso. Y, por hablar más claro, dígame, señor honrador,
¿era él el que estimaba tanto la santidad? ¿Era él el que canonizó a mi
abuela por profeta? ¿Eran estas las profecías? Pues crea que no se
cumplirán en mis días. ¿Era él el que alababa la honestidad con que
me crió mi abuela? Sola una excusa tiene, y es que así como lo que el
león toca con la boca no queda de provecho, así castidad alabada de
su boca no queda a su parecer sino para echar a mal. Diga, pensadero,
¿en qué pensaba cuando dio en pensar que a dos días muerta mi
abuela he de perder lo que he ganado por espacio de tantos días?
Enamorados son locos y confiados.
No hay enamorado que no sea loco y confiado. Este pensó que yo
le dilataba con esto la cura, y que decirle que mi abuela había solos
dos días que era muerta, era darle póliza con plazos y esperanza para
el tiempo de por venir. No me salió el sueño del perro.
Vuelve a importunar.
Dicho y visto No me cato, cuando desde allí a otros veinte días
tornó con la misma demanda, tomando por terna el preguntarme si
quería hacer el cabo de año de mi abuela. Aquí ya perdí pie para no
hablar en copla, sino en el estilo de ambausán. Díjele:
Despide al sacristán sangrientamente.
—Señor don besugo estrujado, no me enfade, que el día que
enterré a mi abuela, acabé con sacristanes para todos los días de mi
vida, y crea que un sacristán a media legua me huele a requiliternam
y a neque especias, lo cual para un vivo tan ruin y pecador como yo
es peor que regüeldo de descasado.
Desáhuciale.
¿Adónde o en qué calendario halló que en veinte días se acaba el
año, para venirme a acabar la vida sobre que haga cabos de años?
Digo, que cuando el sol tornare atrás y concluyere su curso en los
veinte días dentro de los cuales dice que es cabo de año, entonces
daré a sus porfías cabo. Y no es poco decirle esto, que aunque sé que
es imposible la condición, con todo eso, por pensar que pensará que
le prometo algo, me animo a mucho; y avísole no me atraviese los
umbrales, porque mi abuela me dejó casi concertada en Mansilla con
LA PÍCARA JUSTINA 343

un hidalgo honrado que tiene ya mi honra por su cuenta, y si viene y


sabe que aquí entra a ofrecerme esas honras, crea que el menor
pedazo será la oreja. Y mire lo que ha hecho en solos tres días que
aquí ha venido, que por conservar mi honor, me es forzoso irme a
Mansilla, y de hecho lo haré, que ya lo he dicho a mis vecinas y me
aconsejan que lo haga.
Con esto, el sacristán voló, despedido de honras y provechos de
cabo de año y de todos sus intentos. ¡Cuál iría su ánima!

APROVECHAMIENTO
Un loco amor lo menos que acarrea es deshonor.

—oOo—

CAPÍTULO SEXTO
DE LA PARTIDA DE RIOSECO
SÉPTIMAS DE PIES CORTADOS

Cual mercader codicio-


que de Indias viene ri-,
cuya galera o navi-
trae el dulce viento en po-,
ni más ni menos, Justi-,
rica, ligera y gozo-,
de Rioseco va a Mansi-.
Entrega una obligación con que
obliga a que no la descubran.

E
NTRE la hacienda que había en casa, encontré dos
obligaciones: una, contra una morisca muerta, y otra contra
otra viva, la cual yo conocía y aun la temía, porque ésta sabía
muy bien que yo no era nieta de la vieja, sino que todo era trama, y
para que no me descubriese, usé de este ardid.
Yo le dije:
—Hermana, veis aquí una obligación de seis mil maravedís que
debéis a mi abuela. Ella me la dio y entregó para que cobrase de vos,
344 LA PÍCARA JUSTINA

pero creed que yo no os he de dar pena, porque espero que me haréis


merced en otras cosas.
La cuenta de la deudora.
La morisca era astuta y entendiome, y hízose esta cuenta: si yo
descubro que esta no es heredera, entrará la justicia en la hacienda, y
ella, por vengarse, descubrirá lo de mi obligación para que de mí
cobren el dinero, y por tanto me perderé, y si callo, no me hablará
palabra. Visto esto, determinó callar, y calló más que una muerta, y
yo callé porque ambas teníamos buen callar.
Cobrar deudas es busca ruidos
y descubre verdades.
De los herederos de la otra morisca también pudiera yo cobrar,
que abonados eran, mas no quise, porque no me pusiesen alguna
objeción con que lo borrásemos todo, que esto de cobrar deudas es
busca ruidos y descubre verdades.
Fábula de la paloma que
prestó al sapo la castidad.
A este propósito, dice la fábula que la paloma prestó al sapo, en
prendas de la cola, la castidad, y que el sapo no teniendo de qué
pagar y aun enfadado de verse tan casto, pidió a la diosa Venus le
convirtiese en paloma. Ella lo hizo, pero por si el sapo se entonase,
sacó dél un retrato y escondiole en las aguas del Danubio, para
cuando se entonase, darle en los ojos con el retrato de quién fue, y
que la confusión de ver quién fue y quién era le hiciese acortar de
presunción.
Villanos son ingratos.
La paloma, viendo al sapo tan paloma como ella, pidiole su deuda
y que le daría su prenda. Hubieron palabras en que vino a decir el
sapo a la paloma que era tan bueno y mejor que ella.
La paloma se queja a su madre Venus. La paloma, corrida, quejose a su
madre natural, Venus, que la vengase de aquel agravio.
Ella le dijo:
—Anda, hija, y busca en las aguas el retrato del sapo, y con esto le
convencerás para que torne la castidad que le prestaste, que
poniéndole delante su figura, se acordará de lo que no tuvo y lo que
tiene.
La paloma es torpe.
Fue la paloma y, como es torpe, jamás pudo descubrir el retrato,
pero siempre iba y venía a buscarle.
Inquietud de la paloma en el agua.
Y de allí le quedó a la paloma que nunca cesa de andar solícita
mirando y remirando el agua, por si halla allí el retrato del sapo para
LA PÍCARA JUSTINA 345

que le torne su castidad y aun su honra, lo cual ha sido causa que


muchos cazadores maten palomas embebidas en mirar las aguas.
Vean aquí en qué para pedir deudas: en no cobrarlas y recibir
afrenta, pues el sapo, tras no volver a la paloma su castidad, la dijo
injurias y puso a pique de que el cazador la mate. Por eso no quise yo
ser paloma en pedir deudas al sapo.
Refrán de pleiteantes.
Bien creerás que con tan buena ayuda de costa concluiría bien mi
pleito y sacaría sentencia en mi favor. Así fue, y tan favorable, que
sólo mi generoso gusto pudiera hacer tal efecto, que, como dice el
refrán, Trae la bolsa abierta y entrársete ha en ella la sentencia.
Concluso el pleito, hice la almoneda (el almoneda), afeitando
primero todo el ajuar y emprensando la ropa de lino, y como se
vendía en parte escura, pasó como cuarto falso.
Requerimiento de Justina.
Debiome esto de valer otros trecientos reales, sin ocho ducados
que pagué, porque los debía la vieja del alquiler de la casa, y aun para
éstos hice que me tomasen para en parte de pago unos cachibachos
que no podía vender, requiriéndolos que yo me había de ir a servir a
Mansilla forzada de mi pobreza y que no había otra cosa de qué
pagar.
Vende la albarda.
Entre otras cosas, les hice tomar en pago una albarda vieja de mi
burra en tanto precio como si fuera nueva, mas ellos se conformaron,
diciendo: La mala paga siquiera en pajas, cuanto más en albardas.
Partí de Rioseco a Mansilla en burra propria, con sentencia
favorable y con trecientos ducados, poco menos. ¿Qué te faltaba,
Justina, sino sarna? Vine cantando las tres ánades, madre. No dejaba
de tener algún recelo de cuán mal recebida había de ser. Bien se me
ofreció enviar delante de mí presentes a mis hermanos y algún recado
amoroso, mas no era yo tan cuerda que imitase a otro mejor que yo, al
que por gran temor de su hermano, yendo rico y poderoso, le envió
presentes para que dádivas ablandasen peñas. Antes, me pareció
como a necia que tanto me perdiera y diera nota de que había ganado
mucho en poco tiempo, que es cosa de mucha nota en mozas cual yo
era, y aun no pudiendo esconder que el burro era mío, dije que me le
había encargado una vieja, la cual, cuando se murió, me dijo se le
vendiese y se le hiciese decir de misas.
Y fue donoso cuento, que cuando mis hermanos me preguntaron
la primera vez lo del borrico, estaba delante un clérigo, y como me
346 LA PÍCARA JUSTINA

oyó decir que le había de vender para decir de misas, me salió a la


parada ofreciéndose a decirlas a cuenta.
Mas yo le dije:
—No señor, que han de ser misas con diácono y sudiácono, y en
su aldea no hay lugar para tanto.
Si esto no digo, cogido me había el cura.
Entré en mi casa, recibiéronme, vivía, y aun a penas. Con todo
eso, me temían, por ver que me había sabido valer tan bien de Rey y
de Iglesia, pues traje carta de excomunión para los ladrones de fuera
y ejecutoria contra los ladrones de adentro.
En virtud de la sentencia, nombré un curador a mi gusto, que era
un hombre de armas a quien yo conocía muy de atrás y a la sazón
estaba conmigo muy adelante en voluntad, y no le nombré tanto por
finezas de amor, cuanto porque para defender mi hacienda y persona
tenía armas y dientes contra aquellos galeotes, mis hermanos, cuya
cólera creció con el nuevo enfado de la sentencia favorable.
Este hombre de armas era viudo y estaba de asiento en Mansilla y
posaba en la misma casa de mis hermanos, y aun la sustentaba, no de
comida, sino de juego.
Mujeres, como mariposas.
La voluntad que yo le tenía era sana y sincera, aunque no poca,
que verdaderamente las mujeres, si no nos pervierten, sabemos
querer sin ofensa de Dios mucho tiempo, sino que no nos entienden,
que nosotras somos como mariposas, que querríamos tratar el fuego
sin quemarnos.
Con esta lectura acudía a él en todas mis necesidades, y aunque el
hombre me amparaba de merced, con todo eso, me pareció que me
importaba buscar marido que le doliese mi hacienda y me amparase
de justicia, por lo cual determiné mudar estado y meterme en la
orden de matrimonio.
Algunas amigas mías me daban modos de devociones para
casarme, mas viendo que eran muchas dellas de risa, las dejaba. Hallé
por mi cuenta que son más las recetas de devoción para casarse, que
las que hay para dolor de muelas.
Acuérdome que hice azotar a una mujer porque me dijo que
madrugase la mañana de San Juan al punto que alboreaba, y que cual
fuese la primer cosa que viese, tal sería mi novio. Madrugué, y lo
primero que vi fue un borrico que venía roznando. Esperé otro poco,
y pasó un sacristán capón. ¡Tómame la esperanza para bien
matrimoniar!
Casamiento de tórtola.
LA PÍCARA JUSTINA 347

Dejeme de esto y di en hacer las romerías cosarias, que son ir a las


más lejos, parte por alejarme de aquellos verdugos insertos en
hermanos, parte por poder decir que el marido traído de lejos es
precioso. Imité en esto a la tórtola, que cuando está descasada, se aleja
de su nido y no vuelve a él hasta venir enmaridada.
Cualidades del melón.
Esto de encontrar con buen marido es como quien compra
melones, que ni el hombre sabe si el melón que compra está maduro
o verde, ni si es todo pepita o todo carne. Sólo dice que el melón ha
de tener tres cualidades: pesado, escrito y oloroso. Y a esta cuenta,
buen marido encontré yo, porque en lo que toca a escrito, no había
otro más escrito en España, pues lo estaba en más de veinte
compañías de soldados, y a las menos había servido, y aun la frente
traía escrita con cuchilladas; pesado, no lo era poco; oloroso, tampoco
lo era, que de ordinario traía una poma porque no le oliese mal una
fuente, y le duró la poma hasta que un día la jugó al treinta y uno,
mas no por eso dejó de oler, que como quedó pobre, olía a pícaro a
cien pasos, que todo es olor, o bien o mal.

APROVECHAMIENTO
Pondera el gran descuido de tomar santas devociones para encaminar a Dios
el matrimonio santo, por lo cual hoy día tienen los matrimonios fines tan
aviesos y desgraciados.

LAUS DEO
348 LA PÍCARA JUSTINA
LA PÍCARA JUSTINA 349

LIBRO CUARTO
DE LA PÍCARA NOVIA
350 LA PÍCARA JUSTINA

CAPÍTULO PRIMERO
DEL PRETENDIENTE TORNERO LLAMADO
MAXIMINO
Suma del número.
REDONDILLAS DE SOLOS DOS CONSONANTES,
DE MANO DE JUSTINA
Máximo de Umenos pretende a Justina;
finge ser más de lo que es. Infórmase
Justina, deséchale y dale baya donosa.
Un Maximino de Umenos,
por ir de menos a más,
quiso, ni poco menos,
poseer en mí lo más.
Fingiome ser, cuando menos,
Mendoza, Guzmán y aun más;
mas todo fue por demás,
porque era un pelón y aun menos.
Yo le dije: —No haya más,
señor mínimo de menos;
que ni tengo amor de más,
ni tengo seso de menos.
Y no me torne aquí más,
señor tornero; a lo menos,
visite mi casa menos,
si quiere no tener más.
Dijo Umenos: —A lo menos,
no me quitarás jamás
que te quiera mucho más,
cuanto me quisieres menos,
Si ansí procedes de hoy más,
tal es lo más cual lo menos;
ruégote vamos a menos
y no me envides más y más.
LA PÍCARA JUSTINA 351

Ni mates, ni mueran más;


que Dios nos hizo de menos,
y aun es poco más o menos
lo que va de más a más.
Y si es extremo tu más
y es otro extremo mi menos,
estima menos tu más
porque valga más mi menos;
que aunque yo te viera en menos
y me viera a mí en lo más,
en mi más tuviera menos
porque entraras tú en lo más.
Sube un poco más mi menos,
Baja un poco más tu más,
Y con eso, desde hoy más
Umenos no será menos.
Porque siendo tú algo menos
y yo también algo más,
creceré yo tanto más
cuanto tú fueres de menos.
Aquesto me dijo Umenos,
y trecientas cosas más,
y aunque nunca me amó menos,
nunca yo le quise más.
Dos cosas en pueblos pequeños
que no se pueden esconder.

D
OS cosas hay en los pueblos pequeños que no se pueden
esconder: almoneda y moza casadera. Y como me olieron a
víspera de novia, iban y venían pretendientes como la
vanagloria.
Descripción de Umenos.
El primer pretendiente mío (a lo menos, de los primeros) fue uno
tan faltoso de hacienda y traza cuan sobrado de amor y buen despejo,
mocito espigado, barbiponiente, bermejuelo, pintojo, espadachín, no
mal talle, sino que tenía la cabeza chica, que parecía porra de llaves,
señal de poco seso, y la cara hoyosa de viruelas, tal que parecía molde
de picar botas. Llamábase Maximino de Umenos, y aun era menos de
lo que parecía. Éste, después de haber hecho algunas
352 LA PÍCARA JUSTINA

demonstraciones, no tan costosas como graciosas, pensando que mi


casamiento era de casta de quínola, que se hace sin descarte, o de
ñublado, que se hace en el aire, me dijo, como cosa hecha, sin arengas
ni exordios:
Razonamiento liso de Umenos en
que pide a Justina sea su esposa.
—Señora Justísima, si v. m. me quiere por su criado de las puertas
adentro, para almohazar su mula, ensillar su yegua, lavar sus paños,
coser sus sayas, y para otros oficios a esta guisa, aquí estoy, hágase su
voluntad. Créame que no soy perdido sino de amores, y no por todas,
sino sólo por voarced, a quien quiero por mi esponja.
En parte me cayó en gracia el denuedo del hombre.
Díjele que me dijese qué oficio tenía. Él titubeó algo acerca deste
punto, pero como era descaradillo, limpiose de saliva y de vergüenza
y díjome:
Finge Umenos tener muchos oficios y dícelos
donosamente. Torneador, toreador, etc.
—Una alma conjurada no puede negar la verdad, y así sabrá v. m.
que no tengo un oficio, sino muchos, y son más que los del libro de
Tulio. Mis oficios tienen tiempos, como el ganado pastos. Yo, al
verano, torneo; al invierno, pongo en orden lanzas, garrochones y
rejones para hacer lo que se ha de hacer en su tiempo, y aderezo
garrochas pavonadas para toros, y aun si tomo un caballo entre
manos, no hay quien dé mejor cuenta dél que yo.
Dormir en pajas.
Hidalgo como el gavilán, que soy Mendoza, Guzmán, Cabrera, y
de ahí arriba cuanto mandare. Soy vizcaíno, alavés, linda res y mozo
que no me duermo en las pajas.
Empeño del pretendiente.
En esto último, bien sabía yo que mentía, porque me constaba que
maldito el colchón tenía en su cama, sino que dormía ras con ras
sobre las pajas de un jergón, a causa de que el colchón le tenía
empeñado en casa de un sastre que le hizo coleto, ropilla y valones
para seguir su pretensión.
Jeroglífico de los eclipsis y diluvios
de la luna, a propósito.
Yo bien adeviné que este mocito no traía caudal para ser admitido
a tálamo y que todo era fruslería, mas con todo eso, no le quise
responder de repente porque no me sucediese lo que a la diosa Delio,
que queriéndola por mujer el dios Apolo, le desechó por verle que
venía mal vestido, y a la ligera. Él pasó de largo, y cuando ella vio
que llevaba tras sí todo el ejército del cielo por criados, arrepentida,
LA PÍCARA JUSTINA 353

juró hacer de ciertos a ciertos tiempos un gran llanto y vestirse de


luto, y de aquí provinieron los eclipses y diluvios de Delio, que es la
luna.
Es necedad de casaderas despedir pretendientes.
Ansí, yo no quise desechar a este pretendiente, lo uno, por lo
dicho, que debajo de sayal hay al; lo otro, porque es ignorancia de
damas casaderas despedir un pretendiente hasta que pique otro.
Refrán a propósito.
Es cordura que nunca esté vacío el puesto, que taberna sin gente,
poco vende. Mas ya que acudieron al reclamo otros opositores de más
suficiencia y partes, yo, que estaba informada de las pocas deste
barbiponiente espadachín, le llamé y dije:
Respuesta de Justina y declaración
de los oficios del tornero.
—Señor, yo he pensado en aquel negocio que v. m. me dijo el otro
día, y creo que conforme a la relación que v. m. me hizo, me
engañaba en la mitad del justo precio.
Torneador de verano.
De veras que cuando v. m. me dijo que era torneador en verano,
entendí que ocupaba v. m. el tiempo del verano en torneos y justas, y
parecíame bien, porque el tiempo del verano, en el cual la sangre se
dilata y los miembros se desencogen, es acomodado para los
ejercicios belicosos, y yo no estoy mal con personas de esa profesión.
Tornero de trompos de niño.
Mas según soy informada, el tornear v. m. en verano es que v. m.
es tornero, y en el verano tornea trompos para los muchachos. Y me
han dicho que el poner v. m. en orden lanzas y garrochones, es que
en invierno no tiene qué hacer sino aderezar estos instrumentos a
quien se lo paga.
Suma los oficios de Maximino.
Y lo de dar cuenta del caballo, según me han dicho, es que v. m.,
si se lo pagan, engorda los caballos con zanahoria, pan de linaza y
aceituna, que dicho en buen romance, es que v. m. es tornero de
niños, garrochero de bobos y almohacén de caballos. ¿Es ansí como lo
digo y la fama lo canta?
El bueno del alavés, que tenía muy poquita vergüenza, se quitó su
sombrero y dijo:
Respuesta descarada.
—Sí, señora, lo mismísimo, está vuested en lo cierto; véalo
voarced si le arma el mozo.
Cuando esto oí, quisiera pelarle las cejas de puro enojo, mas
templeme considerando que él hacía como discreto en buscar su
354 LA PÍCARA JUSTINA

remedio como mejor podía, y que yo era libre para hacer mi gusto, y
por no perder ocasión ninguna que fuese dél, le comencé a dar un
poco de baya, y volviendo el rostro al sesgo como se usa entre
matraquistas de la hampa, le comencé a decir veinte cosas.
Matraquea Justina al pretendiente y
zahiérele con su misma información.
—Sor tornasolado —le dije—, dígame por vida de ese banco de
botonera y por esas barbas de oropel, ¿no halló otro oficio que más
me cuadrase que el de tornero veraniego? Pues ¿tan amiga le parece
que soy de maridos que tengan oficio de a pie quedo y de siempre en
casa?
Fisga de que se llamó tornero.
Pues ¿no ve que siendo tornero de dos de queso, en faltándome
qué hacer, le enviara por cuernos al Rastro para que torneara tinteros
para toda la vecindad?
Fisga del aderezar garrochones para torear.
Dígame, ¿tantos toros pensaba correr, siendo mi marido, que se
ofreció de aderezar lanzas y garrochones con que torearlos?
Fisga de que dijo daba cuenta de caballos.
Consuélese con que sabe poner en orden caballos, que para
cuando haya de salir de semejantes ocasiones tan avergonzado como
corrido, estarle ha bien, y saldrá encima de esos caballos.
Pregunta Justina de qué pensaba servirse della.
Una cosa le quiero preguntar, y respóndame, que yo le doy
licencia que me hable: ¿Por qué en aquella relación que me hizo de
sus oficios, calidades y partes, no me dijo en qué le podía yo ayudar
en aquel oficio de torneador veraniego? No hube bien preguntado
esto, cuando el mancebillete me respondió sin maldita la pepita:
Responde sin vergüenza
y echa pullas a Justina.
—Sora mía, yo la diré a voarced de lo que me había de servir si
matrimoniáramos los dos. Habíame de hacer cordeles de cerro y
amolar las puntas a los clavos de trompos y peonzas, porque los
muchachos dejaran toda la ganancia en casa.
Enójase Justina con Maximino y hácele fieros.
Aquí confieso que me enoje en un si es no es, y me desprendí dos
alfileres de la paciencia, y sin ellos y sin ella, le dije:
—¡Muy pícaro de a ocho en cuarterón! Lo que ha de hacer es ir a
buscar moza a Úbeda, donde son los buenos cerros, y busque una
aguzadera de puntas de trompos en la manflota, que, Dios es mi
padre, si otra vez me mira al rostro ni estampa el pie veinte y cinco
pasos de mi puerta, le haga yo al trompero trompón, no sólo ir
LA PÍCARA JUSTINA 355

trompicando, pero tornearle las espaldas y sacarle la punta de la


lengua por el colodrillo de esa cabeza de peonza.
Teme y huye Maximino.
Temiome sin duda el pretendiente, y imaginando que yo tenía de
respuesta los diablos de San Antón, se encomendó al caballo de los
pies.
¡Cosa rara, cuán en manos de una mujer está en coger y en
descoger un hombre, ponerle hecho un ovillo y hacerle dar hebra!
Ansí le metí a éste las cabras en el corral, como si yo fuera el gigante
Golías.
Mujeres, ponen temor. Calidades de un capitán.
Mas no me espanto que nos teman los hombres, que —como decía
el señor don Carlos— aquel capitán es más temido que sabe mejor
vencer con paga y amor la voluntad de sus mismos soldados, y como
nosotras pagamos a nuestros Roldanes en moneda de a dos caras,
adelantadas las pagas, no hay hombre que no nos tema.
Mujeres, temidas, y por qué.
Jiroglíficos varios a este propósito.
Una vez oí en casa de unos caballeros, sobremesa, seguir este
intento; y uno trajo a este propósito aquella pregunta común de que
por qué causa a la fortaleza la pintan como mujer, y respondió
diciendo que por la causa dicha. No me pareció cosa muy a
propósito. Mejor dijo otro que salió con menos orgullo y más razón.
Mujeres valientes de acarreo.
Jiroglíficos a propósito.
Éste prosiguió el intento, y dijo que para significar los antiguos
cómo las mujeres somos valientes de acarreo y temidas cuando
queremos, pintaron a la fortaleza en servicio de Venus, y que otro
pintó a Venus que, yendo volando, arrebató la fortaleza y la llevó
gran trecho a mal de su grado y la metió entre unos agrios peñascos
convecinos de su jardín, y en estando en ellos, le quitó la capa a la
fortaleza y la hizo que cavase y cultivase las peñas, plantando en su
lugar árboles deleitosos, y edificase una fuerte torre.
Sirven las fuerzas al amor.
Y añadió haber leído en muchos poetas que los más copiosos
ejércitos del mundo los habían capitaneado mujeres, no por otra
causa, sino porque la fortaleza viene a ser esclava del amor y las
mujeres.
Y concluyendo la plática, dijo:
Descripción de las pagas de las mujeres.
—No se espante nadie que las mujeres sean temidas, que pagan
sus soldados adelantado, trazan sosiego y pelean sin peligro.
356 LA PÍCARA JUSTINA

Este pretendiente se llamaba Maximino de Umenos, y sobre uno y


otro apellido le dije algunos conceptos razonablejonazos, parte de los
cuales puse al principio deste número, y parte está escrito en el envés
de mi memoria, y, por no descogerla, me perdonarás el cuento.

APROVECHAMIENTO
Los que pretenden casarse en estos tiempos mienten en su calidad y casi en
todo, siendo el contrato que con mayor verdad se debe tratar.

—oOo—

CAPÍTULO SEGUNDO
DEL PRETENSOR DISCIPLINANTE
Suma del número.
LIRAS DE PIES CORTADOS
Un hidalgo, hijo de viuda, no pudiendo
de otra suerte, ronda a Justina en
hábito de disciplinante. Justina
le envía corrido.
Un pelón desgarra-
que andaba amartelado por Justi-,
por verse remedia-,
pidió al dios Cupi-,
le diese de limosna un buen vesti-.
El ciego de Cupi-,
como ciego, pobre e inocent-,
le dio un pobre vesti-,
más para penitent-
que para ostentación de pretendient-.
Amor es inventivo.
Dio al triste amant-
camisa, capirote y discipli-,
y, hecho disciplinant-,
pasea su Justi-,
mostrando en azotarse gallardi-.
LA PÍCARA JUSTINA 357

En fin, de aquesta empres-


salió el diciplinante remoja-
y a toda furia y prie-,
seguido de mocha-
que le hicieron huir más que de pa-.
Justina no se atreve a tratar de
las cosas de las tejas arriba.

N
O se le puede negar al amor que es inventivo y que en trajes
y disfraces tiene la prima. No trato del amor excelentísimo,
porque en m casa llueve como en Toledo, de las tejas abajo,
que no soy Ícaro, ni Phaetón, ni Simón Mago, ni marqués de las
nubes, para que el vuelo de mi lengua y pluma suba medio coto sobre
el caballete de un tejado.
Amor muda trajes.
Digo, pues, que con justo título se le dan al amor de inventivo,
pues muda y disfraza como quiere las gentes.
Portugués, muere vestido, y por qué.
Porque quien es tan poderoso para en un instante trocar las almas,
no es mucho que lo sea para trocar los vestidos, si no es que sean los
vestidos del otro portugués, que se vistió para morir, y dijo: Ahora,
máteme Deus, con condezaon que el día do juicio no me tire este vestido o
truque, que eo quiero que co o meo me faga Deus ben.
El amor ha dado todas las libreas.
Muchas cosas te pudiera decir por donde conocieras los raros
disfraces y ensayos del amor, mas por ahora me contentaré con
decirte uno de los más donosos que has oído, y es de un pretendiente
mío que, no teniendo otro modo ni manera cómo hablarme, dio en
vestirse de diciplinante para que no le faltase al amor librea que haya
dado a los suyos.
Hijo de viuda.
En mi pueblo había un hijo de una lavandera viuda muy regalón
y muy hijo de viuda.
Madre de Jauja.
Éralo tanto, que él solo se sentaba a comer a la mesa y su madre le
servía, como si fuera madre al uso de Jauja. Nunca la llamaba mi
madre, sino la mi lavandera.
Provechos sin provecho.
Harto tenía la madre que afanar para sustentarle a él. El provecho
que dél se tenía en casa no era sino sólo que, estando él en ella, jamás
se endurecía ni tomaba de moho el pan, y para pasar dos azumbres
de vino de un aposento a otro, no había menester bota, ni jarro, ni
358 LA PÍCARA JUSTINA

cuero. También había su madre dél otro provecho, y era que cada día,
después de comer, la contaba un pedazo de la historia y descendencia
de los Machucas, y concluía siempre diciendo:
Porfía necia del presumido hidalgo.
—Lavandera mía, desta gente fue vuestro marido y mi padre, que
sea en gloria. Hidalgo era, aunque pese a ruines hombres, que
aunque le hicieron pechero, fue cosa injusta, y el rey nos debe todos
los pechos mal llevados desde docientos años acá. Yo soy hidalgo,
que en Castilla el caballo lleva la silla.
Con este cuento andaba la madre tan pagada, viendo que su hijo
no era sólo hidalgo, sino becerro de hidalguías, y daba sus servicios
por bien empleados en razón que de su linaje hubiese en el mundo un
hidalgo. En fin, la pobre vieja andaba machucada y él muy pomposo
por el lugar.
Talle del disciplinante.
Tenía el mozo no mal talle, antes era alto, bien dispuesto y por
extremo blanco, y de tan buenas carnes como mal espíritu. Púsosele
en la cabeza casar conmigo.
Ladrón perezoso.
Gustara él para esta aventura hallarse muy vestido y arreado, mas
no le fue posible por ninguna vía, porque aunque él quisiera hurtar
algún vestido negro mal guardado, no le había en el pueblo, que por
entonces no vestían los de Mansilla paño guineo, ni tampoco era para
el oficio de ladrón, porque por no llevar él una mala noche anduviera
en cueros.
Esta ocasión de verse con tan poca ropa le detuvo de venirme a
hablar cuerpo a cuerpo y decirme su razón. Sí que pasaba él con otros
por la calle y miraba hacia mi ventana, mas tornando a mirarse,
deshacía la rueda de los ojos y alentaba las del cuerpo para pasar de
largo.
Vestidos del pretendiente pobre.
Sin duda que le vi un día con unas calzas que, para no perderse el
pie y pierna al embocarse en ellas, era menester una guía de hilo a
hilo; los gregüescos tan repelados, que más traía gesto de toreador
acornado que de pretendiente amoroso; sayo y capa de la misma
suerte.
Hidalgo porfiado.
Y con andar ansí, era tan poderoso para con él la descendencia de
los Machucas, que forcejeaba contra la tempestad de sus trapos y
pobreza, pretendiendo arribar al tálamo de Justina, la hidalga.
Diciplinante rondador.
LA PÍCARA JUSTINA 359

Vino Mayo, y con él un día florido, alegre y claro, fiesta de la


Cruz. Este día se resolvió ponerse de librea para rondarme la puerta y
decirme su razón, y la librea que tomó fue vestirse de diciplinante.
Mortajas de venta en el templo de Venus.
Y porque se declarase ser acertado jiroglíphico el de aquellos que
por ley ordenaron que las mortajas de venta se colgasen a las
espaldas del templo de Venus, madre del dios de amor, pues este
idólatra de su cuidado descolgó este ensayo y mortaja del templo de
Venus, que en su alma hizo para suplir la falta de un buen sayo.
Discurso del pretensor diciplinante.
Su discurso fue éste: Las partes con que yo puedo competir son con que
me vea mi buen cuerpo, disposición y blancura de carnes descubiertas, y aun
será posible que el verter mi sangre la mueva a compasión.
Diciplinante fanfarrón.
En cumplimiento deste propósito, se fue a la ermita que llaman de
San Roque, y allí se vistió de una sábana de Ruan mía, la cual yo
había dado a lavar a su madre. Comenzose a azotar y andar a son. La
traza del diciplinante era tan donosa como gallarda si cayera en otro
sujeto. Dábase tres azotes en buen compás, y tras ellos, daba otros
tres gallardos pasos con el azote sobre la espalda y los brazos puestos
en asa.
Júntanse los mochachos.
Como el diciplinante era sólo uno y el ruido tanto y el uso tan
nuevo para aquella tierra, en un punto aparrochió todos los
muchachos de la villa. Llegaron a mi puerta, y como no podía llamar
al cerrojo, un poco antes de llegar avivó en tanta manera el ruido de
los golpes, que entendí que me corría la calle algún desaforado
caballo.
Paseo y ademanes del diciplinante.
Asomeme a la ventana, y como el diciplinante vio que yo le
miraba, por me hacer favor, dobló la parada de los azotes y acortó la
de los pasos, dándose a cada paso y medio seis azotes, y repicábalos a
buen son.
Azotes del otro mundo.
Cuando vi tal furia de azotes, tembláronme las carnes de miedo, y
cierto que sospeché que eran azotes del otro mundo o que era el
ánima de Pavón que andaba en penas por mi puerta. Quitome deste
miedo un muchacho que me dijo:
Muchacho descubre al diciplinante.
—Señora, Machín es, ¿no le conoce?
Entonces, viendo que era hombre de carne y sangre, y buena
sangre, según él decía, naturalmente me compadecí dél, y sin mirar lo
360 LA PÍCARA JUSTINA

que decía ni lo que podía suceder, olvidada totalmente de que aquel


era pretendiente mío, dije:
Justina, al descuido, le habla compasivamente.
—¡Ay, el mí disciplinante, y qué llagado vas, y quién te pudiera
socorrer y consolarte!
Deja el hato el disciplinante y éntrase en casa.
No hube bien dicho esto ni él oídolo, cuando, pensando que era
hecho su casamiento y mi voluntad conquistada, sin más ni más,
dejando la procesión de los muchachos en la calle, dio a uno el capillo
y a otro el azote y se entró en mi casa, y subiendo a toda furia uno y
otro alto, se puso en mi presencia.
Yo temí que así, hecho morcilla, me diese paz y huile, el cuerpo.
Yo no sabía si reírme o enojarme en semejante ocasión. En fin, me
reporté y le pregunté:
—Hermano, ¿quién sois, a qué venís, o qué queréis?
A esto me respondió:
Razona el disciplinante con Justina.
—Señora, al quién sois, digo que soy un ave fénix; y si me
pregunta a qué vengo, digo que a si me quiere mandar algo; y si me
pregunta que que quiero, es si le está bien casarse conmigo.
Risa lenta y mortecina.
Yo no pude tener la risa; soltéla, salió, y queriendo mi risa retozar,
con el disciplinante desnudo, enfriose y tornóseme al cuerpo. Con
esto tuve lugar de hablarle y díjele:
Despedida de Justina.
—Por cierto, señor hidalgo nuevo, yo tenía lástima de ver sus
carnes tan desangradas, pero ya más la tengo al seso que se le va que
a la sangre que le corre. Y pues me habla por párrafos, haciendo una
razón de tres esquinas, como bonete de entremés, yo le quiero
responder con otra razón de tres gajos, como cuerno de ciervo o
asador de boda, por los mismos casos.
Justina le da baya sobre lo del ave fénix.
Hame dicho que es ave fénix, y mucho me pesara si lo dijera de
veras, porque si se le antoja morir quemado, como suele el ave fénix,
no querría me quemase esa sábana de Ruan que di a su madre para
lavármela.
Mantel de Plinio, se purificaba en el fuego.
Y como sea verdad que esa sábana no se cortó de la tela del
mantel de Plinio, el cual se lavaba y purificaba con el fuego, no
querría que pensase su madre que quedara lavada mi sábana
quemándola él con el fuego que promete. No debió de querer decir v.
m. que es ave fénix, sino pelícano, y eso aun se puede creer, y yo lo
LA PÍCARA JUSTINA 361

creyera, si la sangre que saca a traición la sacara en somo del


garguero, como dicen los de su tierra.
Dale baya en lo que le dijo.
A lo segundo que me dice, que viene a que yo le mande algo, digo
que yo no he visto diciplinante tan bien mandado ni él ha visto más
mala mandona de disciplinantes. No mando yo a gente en camisa,
demás de que yo tengo escrúpulo de sacarle de un tan buen paso
como lleva.
Fisga de venirse a casar en camisa.
A lo tercero, de casarse conmigo, la respuesta está en la mano; yo
concedo que los hidalgos han de ser recebidos con sola la capa y
espada y las hidalgas en camisa, pero no pide justicia que reciba yo a
un hidalgo en camisa como si fuera mujer y sin la mitad de la buena
sangre que yo tanto apetezco. No quiero yo amante que echa su amor
en las espaldas, sino por el lado del corazón.
Despide al disciplinante.
Hermanito, tome su capirote y su azote, y trote. Mire que hace
falta a tanto del bello muchacho que le aguarda, que no quiero yo que
por mi culpa se deshaga la procesión de la Vera Cruz de Mayo, ni
quiero, si hay falta de agua, tenga la culpa yo por hablar a la mano a
un diciplinante tan devoto como él.
Diciplinante, corrido, baja.
Ya tú ves con esta respuesta cuál se marchitaría el pobre
diciplinante. Cree que si le vieras bajar las orejas y las escaleras,
vieras el retrato de la quinta langosta. Tardó en bajar media hora, que
un corrido corre poco.
En este comedio tuve yo lugar para hacer del ojo a un angelito de
la vanguarda, que estaba fregando las escudillas, que hiciese lo que
sabía. Entendiome, que en mi casa todos entendían a medio guiñar.
Ya que salió a la puerta, fue muy bien recebido de los muchachos
que allí esperaban su advenimiento.
Tórnase a vestir el diciplinante.
Duró no poco la risa, y él tuvo por bien tornarse a encorporar el
capillo, por no se ver más avergonzado. Tomó su azote, y dando un
vehemente sospiro, alzó los ojos a mi ventana.
Diciplinante remojado.
Entonces, por sus méritos y pasiones, de la nube de una gran
caldera descendió sobre cuerpo una gran chaparrada de agua de a
medio hervir, harto limpia, pues limpiaba los platos, en que hubo
para él y para los mochachos. Ellos, enojados de la mala vecindad,
362 LA PÍCARA JUSTINA

comenzaron a tirar barro y terrones al disciplinante, como si fuera


encorozado.
Echa la moza la tranca.
Él, con la cólera, quisiera entrar a machucar la moza, mas ya ella
había asegurado el paso, porque tenía echada la tranca, y por si
replicase, el aldaba, y por si replicase, un canto.
Ratones de Rodas.
Ya que no tuvo otro medio con que mostrar su enojo, echó tras los
muchachos con intención de hacerlos disciplinantes de por fuerza.
Mas ellos revolvieron sobre él con tanto brío que, como los ratones
vencieron a los valientes de Rodas, le vencieron al valiente hidalgo.
Echan del pueblo los mochachos al disciplinante.
Y fueron tan poderosos, que le echaron del pueblo así, en pelete,
como estaba, y hasta hoy no ha tornado al pueblo.
Depone Justina el caso ante la Justicia.
Sabido el alboroto, vino la justicia. Tomome el dicho. Yo dije que
aquel hombre me había dicho que yo era un ángel y que aquella casa
era cielo y cosas a este tono, y que yo me hice cuenta: mi casa es cielo,
y este disciplinante de por mayo sin duda pide agua, y así mandé que
se le echase porque no fuese corrido de que con tan recios azotes no
sacaba agua del cielo de mi casa.
Por libre, Justina.
Diéronme por libre, aunque no había para qué, que yo me lo tenía
a cargo, pues fui siempre más libre que el ave que canta siempre su
nombre.

APROVECHAMIENTO
El loco amor vuelve los hombres locos y hace que con vergüenza y deshonor
sea castigado quien le admite en su alma.
LA PÍCARA JUSTINA 363

CAPÍTULO TERCERO
DE LOS PRETENDIENTES QUE NI QUIERO
NI CREO
Suma del número.
REDONDILLAS
DE PIES ESDRÚJULOS
Refiérense los pretendientes que
desechó Justina, que son varios.
Aquí verás junto al tálamo
la celebérrima Phílide,
y festejar a Amarílide
el amor con dulce cálamo.
Aquí verás la matrícula
de muchos míseros zánganos,
que con almas de canícula
tienen bolsas de carámbanos.
En fin, verás que amor, si es pobre y pícaro,
alas da, pero son alas de Ícaro.

No consiste la hermosura en solas partes


principales. Aplícase al propósito.

A
SÍ como en un cuerpo humano vemos que su hermosura no
consiste toda en ojos, que eso fuera ser el hombre puente, ni
toda en pies, que eso fuera ser copla, ni toda en brazos, que
eso fuera ser mar, ni toda en manos, que eso fuera ser papel, sino que
también requiere la hermosura que haya uñas, cejas, cabellos, vello y
otros excrementos, así el conocer el honor de haber sido pretendida
no consiste en que se conozcan los amantes admitidos tanto cuanto en
que se conozcan los desechados, que son como excrementados. Estos
han de honrar mi historia.
Los pretendientes desechados
honran a las damas.
Estos desechados honran a las damas como espina a flor, como
cabeza de tirano a pies de capitán, como cautivo acoyundado en carro
de triunpho.
Mozas casaderas, compiten
con todos los vientos.
364 LA PÍCARA JUSTINA

Y créeme que pudiera hacer una historia entera de los varios


sucesos que en mi breve doncellez me sucedieron, porque no hay
duda sino que una moza, después que se embarca en el propósito de
casar, es navío que compite con todos los vientos, derechos y
traveses, altos y bajos, mansos y furiosos, y aun es como roca o muro
de junto a mar, donde son tan frecuentes las olas, que por instantes
unas a otras se van siguiendo el alcance, hasta que mansamente se
quebrantan en la ribera, roca o playa arenosa; sino que hay olas que
para ser apacibles es necesario que no salgan de madre y otras que
para serlo es necesario que salgan de madre. Quédese ansí. Sólo haré,
en general, alarde de mis aventureros pretendientes, porque decir en
particular de todos fuera reducir a cuenta los átomos del sol, las
estrellas del cielo, las gotas del mar y los mínimos de las cosas
cuantiosas y continuas y los juramentos falsos de los mercaderes.
Galanes a lo grave, desechados.
Unos de mis pretendientes poníanla gala en mostrarse graves, por
parecerles que yo tenía algunas avenidas de toldo y entono grave.
Estos pasaban por mi calle tan llenos de este almidón y tan embutidos
de juiciazo, que parecían unos senadores de Atenas.
Es necedad pensar que caben
juntos gravedad y primor.
De éstos me reía yo mucho, considerando su corto entendimiento,
pues no veían que el fuego corporal de las minas quita la gravedad a
las rocas y peñas y las levanta desde lo ínfimo hasta la torre de Eolo,
aligerando su peso, y ellos, siendo de pluma, presumen que el fuego
interior de su amor los vuelve en piedras, peñas y rocas de gran peso.
El amor, por veloz, tiene
alas y saetas con plumas.
No creo amor tan de a pie quedo, que es amor peñasquino, amor
que para cuerdo es loco y para loco es cuerdo. No creo al amor, si ese
es amor. Eso fuera creer que el amor sólo por bien parecer tiene saetas
ligeras en las manos y en el cuerpo voladoras alas, y fuera pensar que
el fuego enfría y la agua seca. No creo en el amor si ese es amor.
Galanes sólo galanes. Píntalos bien.
Otros daban en quererme enamorar por galas, y estos ponían todo
su fin en ir muy entablados de espalda, a puro papel y engrudo;
sobrepuestos de pantorrilla, a puro embutir calzas estofadas;
asentados de planta, a costa de tacón delantero; borneadizos de
empeña, a puro torcedor, y sobre todo descontentadizos de cuello,
yendo siempre tomando el somorgujo hacia dentro, y finalmente,
nunca contentos del asiento del vestido. Allí vi ser verdad que una de
LA PÍCARA JUSTINA 365

las necedades que están en la lista de España es que el galán español


siempre se anda vestiendo. Mas no creo en amor, si este es amor, si
no es que pensemos haber sido acaso el pintar al amor desnudo y
como niño que no se sabe ni puede vestir.
Amor, no atenido a vestidos.
Al amante de veras no le ha de sobrar tanto tiempo para acordarse
de su vestido, ni ha de ser su amor tan garrapato, que se quede en el
vestido del mismo amante sin salir afuera.
Narcisos de sí mismos.
Eso llamo yo ser Narcisos de sí mismos y no amantes de sus
pretendidas. Es su amor fuego de tan poca fuerza, que los enciende
por de fuera, como a ungidos con agua ardiente, y por de dentro los
deja fríos. Estos son amantes de entre cuero y carne, requebradores de
boca de estómago y aun estomagadores de boca.
Enamorados de apariencia.
Otros daban en representarse enamoradísimos y derretidos. Estos
iban por la calle como absortos y asustados, haciendo de su corazón
Vulcano, y de su frente cielo, y de sus ojos rayos con que abrasar mi
casa y persona. Y si les parecía no tan a propósito este ensayo, luego
que me vían, mudaban figura, trocando sus guiños locos en un mirar
piadoso y tierno, y con él iban mansamente repasando el espejo de
mis ojos, y al trasponer de la calle, se cosían como pulpos a un cantón,
tan sesgos y enteros como si hubieran venido por cuerda como
cohetes.
Galanes alcachofados.
Y si acaso yo al descuido les daba una onza de mírame Miguel,
allí era el alcachofar el alma y regraciar mi vista con tanto del meneo,
que parecían sus rostros colas de mula rabona, ya ojialegres, ya
elevados, ya hacia un lado, ya hacia otro. Aún destos me reía más, y
no creo en amor, si este es amor.
Amor mal maduro.
Amor que, antes de llegar a su punto, representa los extremos de
su última perfectión, es como camuesa que sin estar madura huele y
está amarilla; amor que sale primero a los ojos y a los meneos que a
las manos, no creo en él; manos muertas y ojos vivos es imaginación y
quimera de amor. Si con este éxtasis de contemplación tuvieran obra
realengas, era entrar por camino real, mas esotras veredas no las
conozco. Reniego del amor, si ese es amor.
Dios de amor, con ojos vendados.
Creer que en mirar ventanas echa el amor su caudal es creer que
sin fundamento pintaron al amor con los ojos vendados. Es risa
366 LA PÍCARA JUSTINA

pensar que está atenido el amor a mírame Miguel. No creo en amor,


si ese es amor. El amor chapado cierra los ojos y abre los puños,
encarcela la lengua y desataca la bolsa; en fin, es calentura, que tiene
el pulso en las manos.
Enamorados Roldanes.
Otros hubo que pensaron de Justina que se moría por Roldanes, y
a esta causa pasaban por mi puerta con espadas de a más de la marca,
hechos festones de armas, tozadas de instrumentos bélicos. Esto era
de día que de noche todo era sacar lumbre de las piedras con los
golpes de sus espadas, intentando ruidos hechizos.
Enamorado valentón; necio.
Uno destos me acuerdo pasó una vez, entre otras, por mi puerta, y
antes de hacer su acostumbrada salva, comenzó a hilar y torcer los
bigotes, metiendo el uno en la boca, mientras el otro se hilaba, y,
torcidos ambos, dio un soplo que sirvió de goma para entiesarlos; tras
esto, recorrió espada y daga y, finalmente, dando un rodeón al
chapeo, alzó los ojos y dijo:
—Reina mía, ¿hale enojado alguno? Que, ¡vive Dios!, que le acabe.
Yo le dije:
Amante contentadizo reprehendido.
—Si me hubiera v. m. de matar a quien me enoja, no hiciera v. m.
testamento, pero con todo eso, viva mil años para hacer reír a las
damas.
Con esto se fue él muy contento, y contaba por favor el ventanazo.
Necedad ser enamorado valentón.
¡Oh, ignorantes, que pensáis que las damas viven de valentías y
roldanajes! Eso es no saber que Cupido jamás ciñó espada ni daga, ni
embrazó adarga ni escudo, ni empuñó lanza ni chuzo, ni jugó
montante ni alabarda. Son dos cosas entre sí muy diferentes cursar
valentía y profesar amor, que lo uno vive en el alma y es huésped del
cuerpo, y lo otro vive en el cuerpo y sólo tiene por mesonera al alma.
Cualidades del amor.
Es el amor humano, si está en posesión, noble, ahidalgado, manso,
apacible, quieto, asentado y reposado. Pero la fiereza y braveza es
rigurosa, avara, inquieta, impaciente, tirana, espantosa y formidable.
De adonde saco que quien lleva el amor por estos cerros no conoce
qué es amor, o es su amor cerril, que no puede ser domado menos
que con albarda, y aún.
Recopila varios modos de pretendientes.
Ya quiero callar pretendientes de otras sectas por no hacer letanía
de erradores. Callo los donaires que me decían algunos, tan fríos, que
LA PÍCARA JUSTINA 367

al llegar a mi ventana se volvían calamocos o pinganillos. No digo de


los muchos billetes, que fueron en tanto número, que no se hacía
empanada en el pueblo que no se sentase sobre ellos, ni rueca de vieja
que no se enmitrase con un rocadero hecho dellos.
Billetes de necios.
Una moza tenía que ganó muchos ochavos a engrudar papel de
estraza aforrado en billete, y a cuarto el rocadero rayado con
bermellón hecho de teja.
¿Qué diré de las músicas zorreras con que me hacían tornar a la
memoria el olor del requieliternam con que me sahumaron en el
entierro de Rioseco? Pues, ¿qué si contara los pretendientes rústicos
que con su humilde bucólica aspiraban a la pretensión y cátedra de la
pobre mesoneruela? Fuera un juicio contarlos.
Desecho de amadores impertinentes.
Mal digo fuera un juicio, antes fuera una gran locura. ¿Qué cuenta
ni qué cuento he yo de hacer de amadores de estómago, indigestos de
bolsa, mancos de manos, que piensan conquistar la torre de un
corazón atacando el arcabuz de sólo papel de billete y pólvora de
apariencias? Si no hay cosa que vale, no vale nada, y es tirar sin bala,
que por eso se dijo: Quien dispara sin bala nunca mata. Tales amantes,
ni los creo ni los quiero.
Símiles de los amantes campanudos.
¿Saben a qué los comparo yo estos amantes campanudos que
hacen aparencias y no ofrecen? Parécenme que son como afinadores
de órgano, que le templan y no le tocan; son como hombres de reloj,
que amagan a quebrar la campana y sólo la hacen sonar; son como
truenos, que hacen ruido y nunca daño; son como fuego, que guisa lo
que no come; son, finalmente, como parras locas, que todo es hoja y el
fruto no es ninguno. ¿De qué sirven accidentes sin sustancia, plumas
sin carne, paja sin grano, apariencias sin verdad? Es disparate pensar
que esto puede satisfacer a una mujer. Tal amor, ni le creo ni le
quiero.
Sin el dinero, nada va plus ultra.
Sí que a las damas las despierta el gusto, pero luego se queda
como pulso de desahuciado. Es el dinero el plus ultra con quien todo
crece y pasa adelante. Gustamos las damas que haya pasajeros por
nuestra puerta, que no es buen bodegón donde no cursan muchos.
Amor, reducido a dinero.
Pero no es ese el finis terrae, que ya la gallardía, gravedad, señorío
—y aun el gusto y el amor—, por pragmática usual se ha reducido a
sólo el dar.
368 LA PÍCARA JUSTINA

El amor tiene solos dos casos.


Decía un licenciado soleta, mi amigo, que se halló en la batalla
gramatical en que salieron muchos verbos con las narices cortadas,
que el amor se declina por sólo dos casos, conviene a saber: dativo y
genitivo. El primero por antes de casarse y el segundo por postre. ¡El
diablo soy, que hasta los nominativos se me encajaron!
El dinero da todas las partes al galán casadero.
Discurso por lo que tienen las armas reales.
En resolución, el arancel con que hoy se miden las cualidades y
partes humanas es el dinero. ¿Quiéreslo ver? El dinero, para ser
hermoso, tiene blanco y amarillo; para galán, tiene claridad y
refulgencia; para enamorado, tiene saetas como el dios Cupido; para
avasallar las gentes, tiene yugo y coyundas; para defensor, castillos;
para noble, león; para fuerte, columnas; para grave, coronas, y, en fin,
para honra y provecho, es dinero; que quien esto dijo lo dijo todo.
Un sabio dijo que el dinero tenía tres nombres, el uno por fuerte,
el otro por útil, el otro por perfecto; por fuerte, se llama moneda, que
quiere decir munición, y fortaleza; por útil, se llama pecunia, que
quiere decir pegujal o granjería gananciosa y paridera, y por perfecto,
se llama dinero, tomando su apellido del número deceno, que es el
más perfecto.
No anduvo mal este loador de la moneda; sin duda que era
letrado o a lo menos escribano. De aquí podrás colegir mi seso y buen
acierto, pues no andaba a lo loco, sino a lo cuerdo y aprovechado.
Siempre tuve por dotrina cierta que los hombres, cuanto más
calificados son, tanto son de mayor capacidad, cuanto más largos son
de manos, que es señal que tienen grandes alas de corazón, pues les
hace volar fuera de sí.
Somos las mujeres como astrólogos, que las malas o buenas
calidades las conocemos por las manos. Si el amor gana por mano,
bésole las manos, y si en otra parte hace su manida, ni le creo ni le
quiero.

APROVECHAMIENTO
La mujer vana es terrero de necios en quien hacen suerte los locos y de poco
seso, y el vano amante es vil esclavo, que en las minas de su proprio cuerpo y
alma cava el azogue y metales para pagar el verdugo de sus gustos, que es la
mujer a quien sirve y el proprio amor en quien idolatra. Y finalmente, no hay
quien no compre el amor a dinero.
LA PÍCARA JUSTINA 369

CAPÍTULO CUARTO
DE LAS OBLIGACIONES DE AMOR
Suma del número.
HEXÁMETROS ESPAÑOLES
Dice Justina qué causas la
obligaron a amar a su Lozano, y
las que generalmente obligan
a todas las mujeres, y encarece
por la mayor el interés.
Tanto crece el amor cuanto la pecunia crece,
que hoy día todo a él se rinde y todo le obedece.

Natural deseo del matrimonio. Varios símiles.

V
ARIAS semejanzas y jiroblíficos dibujaron los antiguos para
por ellos significar qué cosa es la mujer, pero casi en todos
iban apuntando cuán natural cosa le es buscar marido para
que la apoye, fortalezca, defienda y haga sombra, ca aun pintadas, no
nos quieren dejar estar sin hombres.
Símil de la paloma y la yedra.
Unos la dibujaron en la paloma, porque esta ave sin hembra
conocida, jamás está en palomar ni la hembra sin el macho. Si así nos
pareciéramos a ellas en tener la yel en el zancajo, no fuera malo.
Otros, por la yedra, por cuanto esta planta jamás puede prevalecer sin
tener parte de adonde asir, en tanta manera, que por asirse
fuertemente a lo que topa, suele derribar los muros, a cuya causa
establecieron las leyes que no plantasen yedra junto a los muros, lo
cual he visto yo traer a propósito de que las mujeres hagan menos
sombra en los muros de la república y demoronen menos cal. Bien
aludieron a esto los que dijeron ser la mujer una planta que en ojos,
frente, cabellos, manos y vestidos tenía raíces como de yedra para
prender doquiera que acostase.
Varios epítetos de la mujer.
Otros llamaron a la mujer tierra, otros agua, otros aire, otros fuego
y otros cielo, y aunque esto fue dicho a diversos propósitos, conviene
a saber: que por su bajeza y menoría, la llamaron tierra; por su
parlería, ola, y por su fecundidad, mar; por su instabilidad, aire; por
su cólera, fuego, y por su hermosura, cielo.
Mujer, salió del hombre y a él desea tornar.
370 LA PÍCARA JUSTINA

Pero todos estos epítetos convienen en que así como todas estas
cosas buscan su centro y natural región para conservarse y el cielo
polos y ejes en que apoyarse, así la mujer, naturalmente, apetece
hombre que la defienda, y como salió del hombre, que es su centro, al
mismo quiere tornar para adquirir su conservación, si ya no es que lo
apliques a que una mujer dentro de una casa es junta la contrariedad
de todos los elementos. ¡Hola, amigo, basta! Lo aplicado estaba
bueno.
Viendo, pues, yo que allende de las comunes y generales
obligaciones que las mujeres tenemos de ser varonesas y buscar
varón, a mí me corría tan particular por el aprieto en que me vía, me
casé con un hombre de armas a quien yo había nombrado curador y
defensor en los negocios de mi partija.
Modo de bien querer.
Este hombre de armas me armó, y si quieres saber cómo fue, no
digo más sino que me miró y mirele, y levantose una miradera de
todos los diablos, semejante al humo de cal viva. Ahora, ¡qué cosi,
cosi! Solía yo con este hombre hablar de la oseta y meter más ruido y
armonía que gorrión en sarmentera; mas luego que le quise bien,
nunca tuve palabras.
Amor tiene pocas palabras.
Sin duda es que diz que el dios de amor condena a los parleros a
que saquen la lengua por los ojos y el corazón por las manos. Ya es
verdad que en esto de sacar la lengua, siempre apelamos con las mil y
quinientas.
Amor tiene ciertos dos tiros, y cuáles sean.
Pienso, sin duda, que la causa que movió a pintar al dios Cupido
con dos saetas es porque el amor tiene dos tiros: el uno al corazón y el
otro a traspasar la lengua.
Amor, por arrogante, tiene los ojos vendados.
Símil a propósito.
Y eslo tanto, que para mostrar su destreza se venda los ojos, como
el diestro tañedor que para hacer ostentación de su arte no mira al
juego del instrumento más que si fuera ciego.
En resolución, digo que como el verdadero amor nunca echa su
caudal en palabras, al punto que en nuestras almas entró, vació el
alma del aire con que se hacen las palabras, y metió en su lugar fuego
con que abrasa los corazones. Era fuego y quememe, que ni soy
Larins, ni Setin, ni Arbeston, ni pabilo de la vela de Venus, ni mantel
de Plinio, ni dedo de Pirros, ni cuerpo de Falisco para que el fuego no
me queme.
LA PÍCARA JUSTINA 371

Cuidado dicho con pocas palabras.


Díjome Lozano su cuidado con tan pocas palabras y tan cortas,
que daban bien a entender que más se hicieron para pensadas que
para dichas, y como venían abrasadas del fuego de amor, salían tan
estrujadas, que denotaban quererse tornar a su alma en saliendo por
no se enfriar fuera della ni perder el espíritu interior con que las
despedía el arco del alma por la cuerda de la lengua.
Palabras fervorosas.
Y si pocas razones manifestaron su cuidado, menores fueron las
que sacaron mi consentimiento, que, en fin, es cosa constante que por
pequeño que sea el eslabón, siempre es de más cantidad y más ruido
que la del fuego que levanta la de la yesca en quien aprende. Sus
palabras hicieron oficio de eslabón, y las mías, de amoroso fuego y
yesca, de fuerza habían de ser tan pequeñas como lo es un sí quiero,
que en ocho letras se concluye.
Ya no falta sino decir las gracias y partes de mi novio. Dirélas, y
con ellas las tachas, que, en fin, no hay cosa criada sin chanfaina de
malo y bueno, que aunque más digan de un hombre que es como un
oro, nunca es oro acrisolado.
Era mi marido lozano en el hecho y en el nombre, pariente de algo
y hijo de algo, y preciábase tanto de serlo, que nunca escupí sin
encontrar con su hidalguía. Podía ser que lo hiciese de temor que no
se nos olvidase de que era hidalgo; y no le faltaba razón, porque su
pobreza era bastante a enterrar en la huesa de el olvido más
hidalguías que hay en Vizcaya.
Phisionomía de Lozano, y su declaración.
Era alto de cuerpo, tanto, que unas damas a quien pidió licencia
para entrar a visitarlas, se la dieron con que se hiciese un ñudo antes
de entrar.
Calvos.
Era algo calvo, señal de desamorado; ojos chicos y perspicaces,
señal de ingenioso, alegre y sobrino de Venus.
Nariz afilada.
Nariz afilada, que es de prudentes; boca chica con frente rayada,
que es indicio de imaginativos.
Cortos de cuello y espaldudos.
Corto de cuello, que es señal de miserables; espalda ancha, de
valiente; hollábase bien, más de punta que de talón, que es señal de
celoso; no tenía un cornado, señal de pícaro y efeto de pobre. Dos
cosas tenía por las cuales le podía despreciar cualquier mujer de bien.
Marido jugador, cosa penosa.
372 LA PÍCARA JUSTINA

La primera, que jugaba el sol antes que naciese, y no digo yo el


sol, que con quedarme a buenas noches se acabara, pero jugaba toda
la noche; la segunda, que era muy amigo de pollas. En esto no
reparaba tanto, por creer de mí que le supiera amansar, mas lo
primero siempre me dio pena, porque no tenía más retentiva en el
juego que si jugara a deber o a pagar sobre los montes de la canela.
Mas, ¿qué de tachas digo? Digo mal de la prenda y quedeme con
ella. Caseme con él.
Pero dirame alguno:
—Pues, ¿cómo Justina, la tan guardada, la astuta, la que a todos
engañaba y nadie a ella, se había de dejar engañar tan a ojos vistas en
hacienda, en gusto y en dinero, y más en materia de casamiento, que
es nudo ciego?
Excusa de casamiento errado.
A esto pudiera yo responder que quien quiere bestia sin tacha, a
pie se anda; o con el otro refrán que dice: Es mucho don Diego, buen
marido y caballero. Pero quiero que me lean el alma y en ella un
consejo digno de saber de todos, ora sean de nuestro bando picaral,
ora sean de otra lampa, y, en resolución, quiero enseñar la vereda por
donde camina el corazón de una mujer, que quizá me echará
bendiciones alguno de los muchos que andan este camino.
Verdaderas inclinaciones de la mujer
en materia de amor.
Sepan todos cuantos quieren conquistar corazón de hembra que
las menos se rinden a poder de pasión de amor o afición, porque en
las mujeres las pasiones de amor no sólo son, como dijo el otro,
reposadas y raposadas, sino son lentas y amortiguadas.
Amor, fruta que no madura en las mujeres.
Es su amor fruta que no nace en ellas, y si nace, no madura, si no
es con humanas diligencias de regalos, importunidades y servicios.
Es como fruta, que a veces madura en paja, otras en pez y otras en
arena, y si hubiera fruta que madurara en la bolsa, era la comparación
nacida.
Si quieres saber por qué caminos le viene a la mujer de acarreo el
amor, yo te lo diré. Por una de tres razones ama una mujer. La
primera y más principal es por dádivas e interés, por manera que, si
estimamos calidades, partes, prendas y grandeza, es por pensar que
es plata quebrada, por la cual hallaremos moneda e interés; en fin,
que trocarnos la estima del honor por el valor del útil que deseamos.
Nadie se espante de que yo diga lo mucho que puede con las mujeres
LA PÍCARA JUSTINA 373

el interés, pues natural razón lo persuade y patentes ejemplos lo


declaran.
Los que pagan censo a la avaricia:
niños, viejos y mujeres.
¡Oh, si atinase a contrapuntear este puntillo! Tres géneros de
gente hay que, por tener avinculada la necesidad, pagan fuero a la
avaricia: niños, viejos y mujeres. Los niños, porque ni tienen ni saben
qué es tener; los vicios porque han menester tener mucho y no tienen
nada; las mujeres, porque, demás de que tienen el mal de los niños y
los viejos, tienen extremo en antojos, con el cual pueden menguar el
caudal imaginable. No te quejarás que esta razón ha salido mal
hilada.
Todas las mujeres regatean.
¿Quieres ver cuán codiciosas somos las mujeres? Pues repara que
no hay mujer, por excelente que sea, que no regatee en lo que compra,
aunque sea una reina. Nadie hay que se salga del número de las
damas ni del da más; y si es verdad que al oro todas las cosas le
obedecen, la mujer jamás cometió crimen lese majestatis contra esta
obediencia debida al rey de oros. Así que el interés es la primera y
principal cosa que acarrea nuestro amor. Esto bien claro va.
Perdonen las Alejandras; aunque no, no perdonen, que no ha
habido más de un Alejandro macho, y hembra deste hombre ni deste
humor, ninguna.
Segunda obligación es verse servidas.
Lo segundo que nos rinde y obliga es ver que un hombre nos está
sujeto, rendido, puntual, reconocedor de nuestras excelencias y
hermosura, protestador de que es indigno siervo y nosotras reinas
meritísimas.
Por qué la mujer estima el tener por siervo al hombre.
Este es gran punto, y su fundamento también es muy natural, y, si
no me engaño, es éste: las mujeres nacimos esclavas y sujetas, y como
por nuestros pecados todo el dominio y sujeción es aborrecible,
aunque sea natural y para nuestro bien, ni cosa más amable que el
mandar, viene a ser que no hay cosa de nosotras más estimada que
vernos con cetro sobre las vidas y sobre las almas, aunque sepamos
que ha de durar poco. Y lo peor es que no dura más el cetro que si
fuese hecho de humo, y si lo es, humo es que nace de fuego de estopa.
Esta es la causa porque preciamos tanto las agorradas, los paseos, las
estancias al agua, yelo, granizo, escarcha, nieve, relámpagos, truenos,
torbellinos, turbiones, borrascas, rayos y peligros varios, en fe de que
son esclavos nuestros, que si desto gustamos, es porque nos ensancha
374 LA PÍCARA JUSTINA

el verlos como a esclavos herrados con el sello de nuestra obediencia,


aunque yo confieso que esto de servirnos los hombres, o no lo
entiendo bien, o es el servicio del juego de quebranta hueso. Empero,
vaya, servir lo llaman, no le quitemos el nombre.
Importunidad vence a las mujeres.
El tercer modo, también muy cosario para rendir voluntades
mujeriles, es la importunación perseverante o perseverancia
importuna. No lo digo por decir, sino porque es verdad notoria, y la
razón lo es mucho más. Las mujeres nacimos para dar gusto, y no hay
cosa que a nuestro natural más le contradiga que dejar a nadie
descontento.
Por qué se componen las mujeres tanto.
Aquí prenden los muchos alfileres con que nos prendemos; aquí
consiste el deseo de componernos y ataviarnos para dar gusto; de
aquí nace favorecer a los atrevidos y escoger el más feo, por ser el
más importuno.
Dirasme:
—¿A qué propósito tan larga arenga?
No te espantes, que para gran salto es menester tomar muy de
atrás la carrera, y para excusar un tan errado casamiento es necesario
poner tales fundamentos como los que has visto, y aun plega a Dios
no se nos caiga la casa. Digo, pues, que no te espantes de mi yerro,
porque si alguno tuvo excusas, fue el mío.
De los fundamentos dichos colige la excusa de
su yerro. Justina, conquistada por tres caminos.
Tres cosas he dicho que rinden una mujer: interés, presumpción y
importunidad. Interés, no dudes que le hubo, pues sin quien me
amparara, ni mi sentencia era sentencia, ni mi hacienda fuera mía. Mi
presumpción no era poca, pues casando con hijo de algo, había de
salir de la nada en que me crié. Demás de que era muy puntual
sirviente, y, si se puede decir, me adoraba.
Arengas comunes de amadores.
Y lo que es importunarme, fue de modo que siempre me andaba
haciendo arrumacos y formando querellas, diciendo las arengas
comunes, conviene a saber: que me matas, que me acabas, toma este
puñal y muera a tus manos, tigre, y todo lo demás que en semejantes
ocasiones se suele necear.
Con esto desató mi corazón y me determiné meterme a caballera y
mujer de algo. Quísome, quísele, ¿que se ha de hacer? Puso el fuego
la codicia, atizole la importunidad, soplole la vanagloria; el Diablo
LA PÍCARA JUSTINA 375

cayera. Y más, después que el amor es indiano y aun avestruz, que


come metal acuñado.
De todos nuestros conciertos no dimos parte a mis hermanos, que
ya sé el refrán que dice: Quien sus propósitos parla, no se casa.
Enemiga entre villanos e hidalgos.
Jiroglífico de la tierra y el sol.
Sé de cierto que si les descubriera mi pecho, antes me le
atravesaran con lanzas, que dejármelas correr con este hidalgo, que
ya se sabe que es natural la enemiga que tienen los villanos a los hijos
de algo, que para dibujar los antiguos un villano, pintaban un
montón de tierra, y para pintar un noble, dibujaban un sol. ¡Y qué
bien, y qué a mi propósito!
Símil de la tierra y el sol a propósito
de la enemiga entre villanos e hidalgos.
La tierra, con ser ansí que del sol recibe tantos bienes, procura,
como villana, con sus vapores y exhalaciones tupir el aire y ofuscar y
enturbiar la clara y hermosa luz de el sol; mas él, como hidalgo,
trueca estos vapores en agua, con que se fertiliza la tierra villana, y
paga su osadía con hacerse el sol estómago de sus indigestas
crudezas y alquitara de sus exhalados vapores.
Villanía ingrata.
Ansí el villano, con recibir de un hidalgo hombre de armas honra
y provecho, siempre le aborrece y persigue.
Fábula de la riña de los
animales nobles e hidalgos.
Y allá fingió la fábula que riñeron los hidalgos y villanos animales
y publicaron sangrienta guerra. Mas salió de concierto quedos, por
ambos campos, las hubiesen. En nombre de los hidalgos fue
nombrada el águila y de los villanos, el dragón. Salieron al campo. El
dragón anduvo en todo como villano; lo primero, dijo al águila que,
para pelear con armas iguales, había de ser la batalla en el suelo y que
le había de prestar unas alas.
Ventajas y nobleza de el águila.
Todas estas ventajas le dio el águila, y, en entrando en batalla, al
segundo encuentro se retiró el dragón diciendo que no quería pelear
más. Preguntando el águila que por qué causa lo dejaba, respondió:
—Yo lo diré. O me vences, o te venzo. Si me vences, muy bien es
dejarlo. Si te venzo y te mato, ya sé que es condición de águilas venir
cada día muchas a ver el cuerpo muerto de su especie hasta que del
todo se corrompe, y aborrézcoos tanto, que más quiero no ser
vencedor, que veros tan a menudo.
Jeroglíficos de hidalgos: águila y dragón.
376 LA PÍCARA JUSTINA

¡Mira hasta dónde llega el odio de villanos e hidalgos! Es tanto,


que un día, de burlas, se lo dije a Nicolasillo, mi hermano menor, y
me dijo que la maldición de Dios hubiese si me casase con hombre
hidalgo. Por esta causa se lo encubrí a los demás, hasta que un
domingo fuimos mi esposo y yo y mis hermanos juntos a la iglesia, y
allí nos amonestó el cura.
Mis hermanos, cuando vieron nombrar Justina Diez, hija de
Fulano Díez, con Fulano Lozano, embazaron: mirábanse unos a otros,
y luego todos me miraban a mí.
Y pareciome ya mucha miradera, y, pardiez, no lo pudiendo
sufrir, aunque estábamos en la iglesia, afirmé mis manos sobre las
sobre arcas y la cabeza sobre el cuello, y en buen tono les dije:
En la iglesia se descomide Justina.
—¡Yo soy! ¿No me conocéis? ¿Qué me miráis?
¡Mal era, en buena fe, que no les iba yo a ellos a dar cuenta de lo
que yo hago! ¿Vistes ahora? ¡Buen aliño tuviera yo, para que me lo
estorbaran! Lea, señor sacristán, y digan, que de Dios dijeron.
No me chistó hombre. Riñome el cura, mas, como dijo la
asturiana, vengué mi corazón. Con esto, y con ver que mi pandero
estaba en tan buenas manos como las del hombre de armas, no
boquearon palabra, sino que vomitaron hasta el postrer maravedí de
mi hacienda.
Desde allí, comencé a cobrar bríos de hidalga, mas no por eso mis
hermanos me tenían más respeto.
¡Mal haya el nacer villana y montañesa, que nunca sale la persona
de capotes! Es lo que dijo el otro carnicero que no quiso adorar la
imagen de Venus, porque supo que se había hecho de un tajón en que
él cortaba carne, y dijo:
—Como la conocí tajón, no la puedo tener respeto.
Ansí que, como me habían conocido tajona, nunca me guardaban
el debido acatamiento.

APROVECHAMIENTO
Una mujer libre a la misma Iglesia santa pierde el respeto y en ella se
descompone, porque quien niega a Dios la posada de su alma y la tiene tan
en poco que, de casa de Dios, la hace pocilga de demonios, tampoco atiende
cuán digno es de suma reverencia aquel divino templo en que Dios está real y
verdaderamente.
LA PÍCARA JUSTINA 377

CAPÍTULO QUINTO
DE LA BODA DEL MESÓN
Suma del número.
REDONDILLAS EN TROPEL
Casó Justina en Mansilla,
y tañérone y cantárone
y bailoren y danzárone.
Hubo cien mil maravillas
y trecientas mil cosillas.

Nació el sol sin bemol, Colaciones de piñones


con cuernos de caracol, y buñuelos y melones,
hecho harnero y trompetero, y el bon vin de San Martín
y su cara de pandero, hecho un mastín con retintín,
y su gesto de perol, de avellanas, dos serones,
Haciendo dos mil cosquillas, de altramuces, mil cestillas
Y trecientas mil cosillas. y trecientas mil cosillas.
La madrina muy aína Un cantor y un atambor,
vino a tocar a Justina: Y bailó el corregidor,
fue el tocado barajado, y el sacristán sin bragas
y el velado lo echó a un lado. nos convidó a verdolagas;
La madrina se amohína, y todos al derredor
paga el jarro las rencillas hicieron mil maravillas
y trecientas mil cosillas. y trecientas mil cosillas.

Sol de boda el día de la de Justina.

Y
A que vino el día de mi casamiento, si no lo han por enojo,
amaneció, y amaneció puro sol de boda, de suerte que era
necesaria muy poca astrología para adivinar por el sol que se
casaba Justina aquel día, porque salió el sol con su caraza de harnero,
todo muerto de risa, dando porradas en las gentes, que son las
cualidades de novios de aldea, según dijo el buen Cisneros.
En todo hay opiniones.
Por la mañana me vinieron a tocar mis vecinas, y me tocaron más
que si si yo fuera portapaz. Fue tal la prisa de tocarme, que riñeron
sobre mis toquijos, que en todo hay opiniones, hasta en tocar una
novia.
378 LA PÍCARA JUSTINA

Pandora. Madrina gorda.


Lo que una tocaba, destocaba la otra, y ya que de común acuerdo
estuve tocada como la Pandora, al gusto de muchos, entró la que
había de ser mi madrina, tan ancha y gorda que no cabía por las
puertas.
Oficio de madrina.
Y la primera diligencia que hizo fue quitarme el tocado al
rodopelo, diciendo que nadie se metiese en oficio ajeno, y sobre esto,
hubiera de abrasar la casa, quejándose que nadie se hubiese atrevido
a tocar su ahijada, sin estar ella presente.
¡Desmelenada de mí, y si fuera ahora, tengo la cabeza in puribus!
Traía de su casa para tocarme un papel de alfileres, y creo que si
como comenzó a tocarme, prosiguiera, entablaba para día y medio.
La del corregidor viene.
Mas quiso Dios que vino la del corregidor Justez de Guevara, que
me libró de las manos desta bada, que me tenía martirizada, y a pesar
del Diablo, que diz que si me hincaba un alfiler de a blanca por las
sienes, había de callar, porque diz que las novias no han de abrir la
boca aunque las abran a puro hincar alfileres, como si la novia no
fuese persona el día que se casa. Así que entró la corregidera y dijo
que muchos componedores descomponían la novia, y, por tanto, me
dejasen a mí a mis solas tocarme a mi gusto, que era muy justo.
Advertencias de la madrina.
No quisieron más las vecinas para vengarse de la madrina, y en
justo y en creyente, me metieron adentro y me libraron de sus manos.
Ella, de acá afuera, me hacía algunas advertencias, y yo, por bien de
paz, decía que todo lo que su merced mandase se haría, pero aunque
esto decía, hice a mi gusto.
Cogujada y garza, quién sale
mejor tocada. Apuesta.
Acordóseme de la fábula de la cogujada y la garza, que apostaron
cuál salía mejor tocada, y la cogujada se ayudó de muchas aves, y la
garza sólo de su garzón, y salió la garza incomparablemente mejor
tocada. Ansí mismo, el señor mi marido me ayudó a tocar su pedazo,
y diz que salí bonita, si a Dios plugo.
Garbos, mal uso. Mujer de bocací.
Usábanse entonces unos garbos que parecían carrancas de mastín,
y con uno dellos salí tan cuellierguida, lominhiesta y engomada como
si fuera mujer de bocací desayunada con virotes.
Justina, miembriesenta. Hombres
de paja sobre fuste de lanzón.
LA PÍCARA JUSTINA 379

Diome gran pena el verme obligada a ir tan cuellierguida y sujeta


a falsas riendas, porque toda mi vida fui amiga de jugar bien de mis
miembros. Ni sé cómo hay mujeres que gusten de ir de aquella
suerte, que parecen hombres de paja sobre fuste de lanzón.
La comida fue buena y bueno el servicio, y con todo eso, hubo en
ella algunos que comieron sin plato.
Pelones, en boda, envían platos.
Diome gusto de ver que dos pelones de mi pueblo, con achaque
de pan de boda, enviaban a sus casas cuanto podían a sus mujeres, y
mirándome, decían como por donaire:
—Con licencia de la señora Justina.
Justina los entiende.
Mas yo, porque no pensasen que el ser novia es ser boba y no ver
nada, les decía, también por burlas, lo que pudiera pasar por veras, y
era responder:
—Vaya en amor de Dios.
Vino de boda. Beodos.
El vino no fue malo. Por señas, que algunos de los convidados, a
tercera mano, se pusieron a treinta y una con rey, y a cuarta, hablaban
varias lenguas sin ser trilingües en Salamanca ni babilonios en torre.
Beodos, honran las bodas, y lo que dicen.
Estos son los que honran las bodas, porque después de acabadas,
dicen a los que les preguntan lo que pasó, que en la boda hubieron
danzas, y que hasta la casa era volteadora, y que ardían setenta
candiles por arte de encantamiento sin haber gota de aceite, y que
hubo colaciones de letras y que a ellos les cupo la equis, y que todos
los de la boda traían cascabeles, y ellos en la cabeza, y que todos los
convidados vinieron de lejas tierras y hablaban con tal destreza que
con sola la R decían cuanto querían, y cuentan mil maravillas con que
pretenden hacer una boda tan famosa como la de Daphne, en cuyo
casamiento se volvieron las piedras en vino.
Colación de la boda.
La colación no fue mala, pues allende de ciertos melones de
invierno que hicieron madurar a pulgaradas, hubo piñones
mondados y en agua, que para en aquella tierra es el non plus ultra de
los regalos; avellanas en abundancia, y aun agavanzas y altramuces,
con un si es no es de turrón.
Buñuelos con tripas de estopa.
Yo, para reír, había mandado hacer unos buñuelos con tripa de
estopa, y maldito el hombre dejó de picar. ¡Mira tú cuáles debían de
estar sus almas, pues les hice hilar estopa con los dientes!
Buñuelos con pimienta.
380 LA PÍCARA JUSTINA

Otros tenía hechos con pimienta, pero no los quise servir, por
creer que era hacerme a mí la burla y ponerme a peligro de gastar
otro tanto de vino. Lo de las estopas me dio mucho gusto, porque
hubo hombre que con las estopas en los dientes se halló más
embarazado y enredado que si tuviera entre los dientes el labirinto de
Creta.
Madrina bebedora.
La madrina comía poco, porque con el enojo de los tocados se las
juró a un pichel, porque tenía en el pico pintado un rostro semejante a
la que sin su orden me había tocado, y con la saña asió el pico y del
pichel y dio tanto en él, que no le dejó, con ser de azumbre, gota de
sangre. Mira tú cuál estaría para darme los consejos que suelen dar
las madrinas.
La madrina ronca.
Yo me viera harto corrida si no proveyera la fortuna que esta se
durmiera, a tan buen son, que al de su ronquido se dieron algunas
zapatetas.
Bailan corregidor y corregidora.
Una cosa muy calificada tuvo la boda, y fue que bailaron
corregidor y corregidora y los corregidoricos y todo.
Baile de la boda; baila la hija del corregidor.
Una hija del corregidor bailó bien, y recibiendo dello gran gusto
su padre, la dijo que pidiese cosa de su gusto, aunque fuese la mitad
de su reñón.
Petición por el gusto del baile.
Ella le pidió una cabeza de ternera y una caja de carne de
membrillo y unas medias lagartadas. Mas él le dijo en su casa a solas:
—Hija, no lo decía por tanto. Cabeza, yo te la daré. Di tú a la moza
de casa que vaya al Rastro por una de cordera tierna, y cata ahí una
cabeza de ternera. Lo otro que pides no se usa en esta tierra ni
pertenece a mi reino.
Baile del sacristán; dice a la gala.
También el sacristán bailó su poquito y aun zapateó un si es no es,
y aun algo más de lo que sus bragas requerían. A cada zapateta,
repetía:
—A la gala de San Martín.
El bendito decíalo por honrar al patrón de la parroquia en que nos
casamos, que se llamaba San Martín, mas algunos bellacos,
maliciando que lo hacía el sacristán en honor y reverencia del vino,
que era de San Martín, le comenzaron a arrendar, y tras cada
zapateta, decían:
LA PÍCARA JUSTINA 381

—A la gala de lo de Ribadavia, Cocua y Alaejos, que sustenta


niños y viejos.
Impedidos del vino, rodaron en la boda.
En lo que toca a bailar, yo creo que no ha habido boda, desde la de
Hornachos acá, tan festejada con bailes. Fuelo tanto, que hubo
persona en la boda que, no pudiendo bailar con las manos y pies, por
legítimo impedimento que le vino y sobrevino —y otra vez vino—, ya
que no pudo bailar, se echó a rodar por el aposento, y no sé si del
peso, si del gusto, cantaban o rechinaban las vigas.
Música, mal agüero en la boda.
Una comedia hicieron los estudiantes de Mansilla de repente, y
era la historia del rey Morcilla y las cortes del Malcocinado. La
música fue buena, y cantaron el cantar de la bella Malmaridada, que
fue pronóstico de mis sucesos. Pero dejemos esto de mis malas
andanzas y varias aventuras y alojamientos en compañía de mi
marido para el segundo tomo siguiente. Concluyamos el cuento de la
boda.
Vanse los huéspedes.
Acabose la fiesta y fuéronse a sus casas los bodeantes
acompañados del tamborino y una hacha de tea, que es el uso de las
bodas de los ilustres de nuestro país. Yo me quedé en mi casa con mi
Lozano.
No te puedo negar que la noche de mi boda tuvo un poco de
desconsuelo, y aun mucho. La causa yo te la diré:
Melindres de novias.
Las doncellas que tienen madres o tías o otras mujeres a quienes
toque el bien o el mal de una novia, sácanla de vergüenza en la noche
de la boda, y la novia, confiada que tiene valedores, hace algunos
desvíos, y como quien recela el salto, hace que se torna atrás,
escóndese, concómese, y hace otras diligencias semejantes con que da
a entender su inexpugnable entereza y hace estimarse y desearse.
Fin de los melindres.
Yo también quisiera hacer algunos melindricos a este tono y llorar
de vergüenza de ver que había de dormir con hombre. Quisiera ir a la
cama medio por fuerza, gritando, sospirando y gimiendo, a fuer de
las gentiles doncellas que lloraban su virginidad, pero aunque volví
el rostro a una parte y a otra, no hallaba persona de quien poder fiar
esta aventura.
Fáltale a Justina quien la saque de vergüenza.
Mis hermanas excusábanse por ser doncellas, y aún tenían
entonces más invidia que dinero y no estaban para hacer mercedes, y
382 LA PÍCARA JUSTINA

de mis hermanos no había que hacer caso, porque este oficio de


quitar vergüenzas es de mujeres y no de hombres, pues ellos antes las
ponen que las quitan.
Confusión de la novia. Marido jugador.
Vime confusa, porque si iba luego mal; si tardaba, peor, porque
había en el mesón unos huéspedes que le convidaban a jugar a mi
novio, y era mozo que si tantico me descuidara y se sentara a jugar,
bien podía yo estarme cantando el socorred con agua al fuego toda la
noche, porque él no era mozo que no se sabía sentar a jugar para
menos que una noche, y aun cenando hizo dos o tres partidos.
Miren si me descuidara y le soltara de la mano, cuál anduviera el
mío.
Advertencia de novias.
Por eso hacen mal las novias que se casan con hombres que las
han visto mucho y aperdigado, porque al menor césped que se
atraviese, se les empata el molino.
Novia rogadora.
En fin, tanteando uno y otro, me pareció que no sólo no me estaba
bien hacerme de rogar, pero lo que más convenía por entonces era
rogarle yo tanto como si él fuera la novia. Y a fe que hizo harto, y vi
que me quería mucho en que dejó por mí la baraja, que era su
hembra, como él decía.
Novia prevenida.
Yo bien sabía mi entereza y que mi virginidad daría de sí señal
honrosa, esmaltando con los corrientes rubíes la blanca plata de las
sábanas nuptiales.
Maridos incrédulos.
Pero sabiendo algunos engaños y malas suertes que han sucedido
a mozas honradas, me previne, que si esto hubieran hecho algunas
mujeres casadas con maridos tomines, no hubieran padecido tantos
trabajos con sus maridos incrédulos y protervos, que les parece que
no hay virginidad carbonizada que le baste para serlo ser
confesadera, sino que por fuerza ha de ser mártile, sanguinolenta y
morcillera.
Desengaño de los incrédulos
en materia de entereza.
Y engáñanse, que hay tiempos en que el haber precedido, de
próximo, abundancia, causa esterilidad; lo otro, que hay sujetos
abertices como prados concejiles; y otras tienen otras excusas, más
para dichas entre sopa y brindes, que para escritas en papel.
LA PÍCARA JUSTINA 383

Yo sé que mi marido no se quejará de mí en esta materia, cuanto y


más que ingenio tenía yo para, si quisiera andar a engañar motolitos,
vender quebrado por sano; mas no me dé Dios tal dicha.
Mujeres, invencioneras en caso de honestidad.
Con todo eso, ¡amigo, avisón!, que las invenciones de las mujeres
para en semejantes casos son raras, porque tienen la experiencia por
maestra, la necesidad por repetidora y la inclinación por libro.
Blasón del sueño.
Todo cansa. Dígolo porque cuando más gusto pensé tener, fue
forzoso dar al sueño mi cuerpo, para que tuviese verdad aquel
antiguo blasón que sacó el Sueño en las justas de Marte, diciendo
entre otras bravatas: Yo soy el primer novio de las damas y el que más
estoy con ellas en las camas.
Y si todo cansa, aunque sea el sumo gusto, justo es que piense yo
que la larga historia de mi virginal estado te dará fastidio.
Despídese del letor.
Adiós, piadosos lectores. Los cansados de leer mi historia,
descansen. Los deseosos de el segundo tomo, esperen un poco,
guardando el sueño a la recién casada. Y crean que si los principios
de mis infantiles años les han dado gusto, les será
incomparablemente mayor saber las aventuras tan extraordinarias
que en largo tiempo me sucedieron con gentes de varias cualidades,
no sólo en el tiempo que estuve casada con Lozano, el hombre de
armas, como se verá en el libro primero,
Cítase el segundo tomo.
Pero en el que lo estuve con Santolaja, que fue un viejo de raras
propriedades, como se verá en el libro tercero y cuarto.
Desto se trata en el fin del segundo tomo.
Era único el mi Santolaja, cuya muerte dio principio a más altas
empresas, las cuales me pusieron en el felice estado que ahora poseo,
quedando casada con don Pícaro Guzmán de Alfarache, mi señor.
Justina, famosa en mucho.
Mostrarlo ha en los libros siguientes.
En cuya maridable compañía soy en la era de ahora la más célebre
mujer que hay en corte alguna, en trazas, en entretenimientos, sin
ofensa de nadie, en ejercicios, maestrías, composturas, invenciones de
trajes, galas y atavíos, entre meses, cantares, dichos y otras cosas de
gusto, según y como se lo dirá el citado segundo tomo.
Libros del segundo tomo.
En cuyo primer libro me llamo la alojada, en el segundo la viuda,
en el tercero la mal casada y en el cuarto la pobre. Libros son de poco
gasto y mucho gusto.
384 LA PÍCARA JUSTINA

Pide paga.
Dios nos dé salud a todos; a los lectores para que sean paganos,
digo para que los paguen; y a mí para que cobre, y no en cobre,
aunque si trae cruces y es de mano de cristianos lo estimaré en lo que
es y pondré donde no lo coman ratones.
Soy recién casada. Es noche de boda. A buenas noches.

APROVECHAMIENTO
Generalmente, en el discurso de este primer tomo y en el de la mocedad de
esta mujer, o, por mejor decir, desta estatua de libertad que be fabricado,
echarás de ver que la libertad que una vez echa en el alma raíces, por
instantes crece con la ayuda del tiempo y fuerza de la ociosidad. Verás ansí
mismo cómo la mujer que una vez echa al tranzado el temor de Dios, de nada
gusta, si no es de aquello en que le contradice, siendo ansí que sin Dios no
hay cosa que merezca nombre de gusto, sino de pena mayor que los mil
infiernos. Mas como Dios sea infinitamente bueno, de los Males saca bienes
para los suyos y para su divino nombre, honra y gloria.

—oOo—

T ODO lo que en este libro se contiene, sujeto a la


corrección de la Santa Iglesia Romana y de la Santa
Inquisición. Y advierto al lector que siempre que
encontrare algún dicho en que parece que hay un mal
ejemplo, repare que se pone para quemar en estatua
aquello mismo, y en tal caso, se recorra al
aprovechamiento que he puesto en el fin de cada número y
a las advertencias que hice en el prólogo al lector, que si
ansí se hace, sacarse ha utilidad de ver esta estatua de
libertad que aquí he pintado, y en ella, los vicios que hoy
día corren por el mundo. Vale.

LAUS DEO

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