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El Charras

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Charras de Hernán Lara Zavala: la indagación

novelesca de una perfidia política

Renato Prada Oropeza


Universidad Veracruzana

resumen. Charras, reportaje novelado, saca lodo el provecho posible


de su naturaleza meta-discursiva (la de estar vertida hacia otro discurso,
el referencial, y hacer de esta actitud un mecanismo constructivo litera
rio), pues, de una manera u otra, obliga a una lectura inter-textual:
siempre está latente, en el transcurso de su lectura, el "otro" texto, el de
los hechos acaecidos, sobre los cuales echa la luz de la "indagación"
fictiva. Por ello, la obra es altamente reflexiva. Tiene, además, un carác
ter testimonial.

0. Novela-reportaje y reportaje novelado

En un ensayo anterior (Prada Oropeza 1991) hemos tratado de


deslindar teóricamente algunas características y categorías propias
al discurso que toma como sustancia del contenido "hechos" o
acontecimientos ocurridos fuera del mismo y cuyo alcance tempo
ral está en los linderos de lo que llamaríamos el pasado "contem
poráneo" de los receptores que compartimos el tiempo presente.'
Vimos también que se presentan manifestaciones discursivas que
no sólo toman los "hechos" ocurridos como material del nivel del

^ Esta característica de la temporalidad de los eventos es uno de los elemen


tos que distinguen a este género de discursos de los historiográficos, cuya am
plitud en el tiempo es más lejana. Por ello, propiamente no puede haber tina
historia de la novela contemporánea o del sindicalismo contemporáneo, al fal
tar ese fondo de distancia que permite ubicar el evento dentro de una configu
ración propiamente histórica, considerar las consecuencias que ocasiona, los
discursos que funda, etc.

141
142 RENATO PRADA OROPEZA

contenido, sino que se presentan como discursos reconocidos de


un tipo específico: el reportaje periodístico^ es decir, toman ade
más, \diforma de la expresión ue estos discursos, o, al menos, al
gunos de sus códigos característicos (fechas, apoyos gráficos, en
trevistas, etc.). Entonces, nos enfrentamos con manifestaciones
literarias complejas que, sin dejar de presentarse como "novelas",
por ejemplo, tienen una intencionalidad, marcada, incluso en el ni
vel de la forma de la expresión, como discursos referenciales de
acontecimientos más o menos sobresalientes, ocurridos en un pa
sado inmediato.
Ahora bien, esta forma de la expresión (que de alguna manera
incide, no sólo en su contenido, sino en el efecto de lectura que
configura en su lector virtual) puede servir de indicio para bosque
jar la diferencia entre dos sub-géneros literarios: la novela-reporta
je y el reportaje-novelado. El primer sub-género discursivo ofrece
un efecto de objetividad "débil", que lo asemeja a la novela llama
da realista: la lectura es conducida preferentemente por el dominio
de los procedimientos ficcionales, como ocurre, por ejemplo, en
dos novelas-reportaje paradigmáticas: A sangre fría de Truman
Capote y La canción del verdugo de Norman Mailer. En cambio,
el segundo sub-género, al resaltar los procedimientos discursivos y
sus correspondientes códigos propios del reportaje periodístico,
produce un efecto de lectura que llamaríamos de "objetividad
fuerte",^ sin abandonar, por ello, su intencionalidad de ser un dis
curso estético. La literatura latinoamericana —y en especial la ar
gentina y la cubana— ofrece manifestaciones ejemplares al respec
to: toda la obra de Rodolfo Walsh,^ especialmente Operación ma
sacre, Recuerdos de la muerte de Miguel Bonasso, Un nuevo día
de Julio Travieso, para citar las que nos vienen a la memoria en
este instante.^ Dentro de estos excelsos textos se ubica el reporta
je-novelado Charras del escritor mexicano Hernán Lara Zavala.

2 Y una connotación muy especial, que algunos críticos llaman de "denun


cia", como lo que veremos después.
3 Este autor, víctima de la sangrienta y vergonzosa represión de la llamada
"Guerra sucia", tiene además excelentes relatos ficticios.
^ No quisiéramos dejar de mencionar, sin embargo, la notable novela de
José Donoso, La desesperanza, aunque por ahora no le prestemos la atención
que se merece.
CHARRAS DE HERNÁN LAR A ZAVAI.A 143

\. Antecedentes literarios de Charras

El autor-persona, Hernán Lara Zavala, se refirió en alguna oportu


nidad a las novelas de Capote y Mailer como obras que, de algún
modo, considera paradigmáticas con respecto a su propio discurso;
nunca, que sepamos, mencionó las latinoamericanas. Si las toma
mos aquí como "antecedentes" es, obviamente, desde la perspecti
va de la recepción, desde la lectura contextualizada dentro del
marco latinoamericano. Sin duda, se podrían tomar otras, siempre
que fueran productivas de significancia, es decir, que contribuyan a
una interpretación pertinente del discurso desplegado en Charras.

1.1. La indagación del lado oscuro del corazón

Tanto A sangre fría como La canción del verdugo podrían ser to


madas como novelas literarias tout courty es decir, como discursos
"ficticios", pues su desarrollo discursivo apenas es interrumpido
en su fluir narrativo por otros tipos de discursos referenciales: en
trevistas, notas periodísticas; o por códigos propios de estos géne
ros: cronológicos, por ejemplo. No queremos decir que no inclu
yen tales discursos, sino que éstos se hallan, si se nos permite la
expresión, como mimetizados en la narración novelesca, que bien
pudieran ser tomados por "artificios" o marcas literarias para dar
un efecto de realidad más convincente, más densa.
Sin embargo, por informes extra-textuales sabemos que, tanto
Truman Capote como Norman Mailer, realizaron sendas y exhaus
tivas investigaciones sobre los casos delictivos —y, sobre todo,
sobre la vida de los criminales— que tomaron como sustancia del
contenido para sus respectivas novelas. Capote lo declara expresa
mente en una nota de "Agradecimientos", previa al discurso nove
lesco. A pesar de ser la representación escrita de "hechos reales",
ambos discursos se cuidaron desde el inicio de dar la forma de
expresión característica de la novela realista contemporánea, bas
tante "conductista" todavía en la literatura norteamericana, que las
acerca, si se tiene en cuenta su carga referencial, a los reportajes
del New Joumalism. Capote inicia el relato con una descripción
144 RENATO PRADA OROPEZA

del pueblo que Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith


convertirán en teatro de sus múltiples e irracionales crímenes:

El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del


oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas
llaman "allá". A más de cien kilómetros al este de la frontera de
Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro
como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece más al
Lejano Oeste que al Medio Oeste [...] (13).

Mientras que La canción del verdugo inicia de este modo más


"subjetivo" su discurso:

Brenda tenía seis años cuando estuvo a punto de caerse del man
zano. Había trepado a lo más alto, donde estaba la fruta buena, y
la rama se quebró. Gary pudo asirla conforme la rama se venía
abajo con un rechino. Estaban asustados. Los manzanos era lo
mejor que la abuela tenía en el huerto y les había prohibido trepar
por ellos. Pero ella le ayudó a esconder la rama rota y confiaron
en que nadie le advirtiese. Ése era el más temprano recuerdo que
Brenda guardaba de Gary (Mailer 11).

Ambas novelas-reportaje se hallan centradas en la configuración


de una mentalidad lindante con la psicosis criminal, así como del
comportamiento inaudito de los personajes, no sólo marginales so-
cialmente, sino cuya actuación se enmarca en el desafuero con res
pecto a los programas sociales acciónales establecidos por la cul
tura burguesa norteamericana. Sus actos francamente delictivos,
como los múltiples asesinatos y robos, y su comportamiento mis
mo dentro de la prisión, durante el proceso judicial, en la cárcel y
en la dura espera del cumplimiento de la condena final, se resiste
a ser calibrado por la moral del sentido común de la sociedad que
los rodea y que brinda sus parámetros ético-sociales. El esfuerzo
de los autores implícitos se centra, precisamente, en una especie
de indagación novelesca, apoyada en "documentos" de diferente
naturaleza, es verdad, para, mediante la ficcionalización, ofrecer la
relación narrativa más completa y comprensiva posible. De ahí
que la carga argumentativa vaya por el lindero de una especie de
reflexión sobre la "naturaleza" de la mentalidad delictiva y sobre
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVAI.A 1 45

la falta de elementos y voluntad de la sociedad que los juzga para


acercarse al menos a una especie de aprehensión, si no de apren
sión, de esos seres, humanos a pesar de lodo. De ahí la insistencia
y la amplia atención ofrecida por la narración a la condena judicial
y la actitud de los personajes frente a su cumplimiento fatal. Los
mismos códigos veridictivos, como los cronológicos y documenta
les, afloran más frecuentemente en la parte del discurso que abor
da los momentos finales de los personajes condenados a muerte.
Veamos el relato mismo:

Y así, a primeras horas de la madrugada de aquel miércoles. Al-


vin Dewey, que tomaba su desayuno en la cafetería de un hotel de
Topeka, leyó en primera página del Star de Kansas el titular que
hacía tanto tiempo esperaba: "Ahorcados por sangriento crimen".
El artículo, escrito por un cronista de la Associatcd Prcss, empe
zaba: "Richard Eugene Hickock y Pcrry Edward Smith, socios en
el crimen, murieron en la horca de la prisión del Estado, por uno
de los más sangrientos asesinatos con que cuentan los anales cri
minales de Kansas. Hickock, de 33 años, murió a las 12,41. Smi
th, de 36, murió a las 1,19" (Capote 437).

Como se puede verificar, los códigos que apoyan el efecto de ob


jetividad dominan el fragmento: título del periódico, cita completa
de la breve crónica, la cual, corno le corresponde, utiliza los códi
gos veridictivos abundantemente: toponímicos, edad de los conde
nados, hora de la ejecución.
El fusilamiento de Gary, en el relato de La canción del verdu
go, se halla más ficcionalizado, mediante la descripción detallada
de las acciones secundarias y los diálogos, y ofrece una narración
más amplia y dramática.
Como característica semiótica, podemos decir que ambos dis
cursos narrativos convergen en la intencionalidad de configurar los
mundos, complejos y llenos de vericuetos psicológicos "inexplica
bles" e inabordables para un discurso estrictamente periodístico
—penetran en el pensamiento de los personajes, describen accio
nes íntimas imposibles de verificación, inventan diálogos (o los
acomodan cuando han sido grabados en magnetófonos), para dar
mayor densidad realista a las secuencias relatadas, etc.—, que ma-
146 RENATO PRADA OROPEZA

nifíestan una constelación particular en la alteración de la conduc


ta "normal". De este modo, al entrar en ese mundo de la "sinra
zón" del crimen y su irracional castigo, la reflexión parece condu
cir a lo expresado por uno de los personajes de la novela de Mai-
1er: "¿Qué hemos conseguido? —se preguntó Schiller conforme
salía [del lugar de la ejecución]—. Esto no hará que haya menos
asesinatos".
La argumentación narrativa de ambas novelas-reportaje corres
ponde a una indagación narrativa que se interesa centralmente en
la mentalidad, en el comportamiento del personaje que comete un
desafuero dentro de una sociedad, la cual se defiende con otro
igualmente irracional.

\.2. La indagación del lado oscuro del poder

La literatura latinoamericana, desde el momento en que empieza a


tener conciencia de sí misma y no representa una especie de repro
ducción imitativa de modelos transoceánicos, es predominante
mente factual, pretende narrativizar "hechos", acontecimientos y
situaciones sociales que se presentan en su contexto socio-cultural
en formas discursivas o series culturales diferentes y pre-existen-
tes: el mundo social de las relaciones de clases (el patrón en rela
ción con el indígena explotado), en acontecimientos "históricos"
que conmueven su contomo socio-político (la Guerra de la Inde
pendencia, la Revolución mexicana, las guerras entre países veci
nos: la del Chaco entre bolivianos y paraguayos, la Revolución
cubana, la represión sangrienta en el llamado Cono Sur, etc.). Esta
característica de su contenido ha dado pie a que muchos críticos la
califiquen de "testimonial", connotación que indudablemente pue
de tener, aunque, en definitiva, su significancia estética no se re
duce a ello.
Dentro de ese marco de narraciones literarias de fuerte tenden
cia factual se deben situar las notables manifestaciones discursi
vas, con sus propias peculiaridades, que trataremos de describir
luego: Operación masacre de Rodolfo Walsh (aparecida por pri-
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 147

mera vez, en la Argentina, en 1957),^ Recuerdo de la muerte de


Miguel Bonasso y Un nuevo día de Julio Travieso.
Operación masacre es precedida, en la segunda edición, por un
prólogo que declara:

La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de 1956


me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La
Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres o Nim-
zovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que
gozaba de algún renombre era el ataque a bayoneta de Schlechter
en la apertura siciliana (7).

Luego, con esa prosa nítida, brillante y adornada de giros hu


morísticos tan propia de este escritor de raza, nos relata el picaro
juego del azar que lo llevará de su mano hasta encontrar a lofr sie
te sobrevivientes de una de la más atroces carnicerías que cometió
el Estado burgués en Latinoamérica, mediante sus "perros del pa
raíso", los militares argentinos, en un fusilamiento clandestino en
Lanus. Los datos son sometidos a una investigación prolija, y el
resultado es vertido en un discurso muy parecido al novelesco,
aunque con advertencias palpables para que no sea tomado, simple
y llanamente, por una narración ficticia: los códigos cronológicos,
fechas, toponímicos claramente referenciales, nombres propios que
corresponden a personas existentes, hechos registrados por otras
formas discursivas referenciales (las notas periodísticas), etc. En la
edición revisada y definitiva, dieciséis notas finales aclaran mu
chos aspectos del discurso narrativo y le confieren, además, una
forma de expresión propia del discurso referencial historiográfico
o de un reportaje. De este modo, se inclina la balanza más por el
"dato" (documento) relatado que por su ficcionalización; aunque
en la "reconstrucción" que de los mismos hace el autor implícito,
los procedimientos de ficcionalización se hallan manejados con
maestría y pertinencia perfectas; tales, por ejemplo, la focaliza-
ción interna, los diálogos y descripciones que no obedecen a "da-

^ Waish es autor, además, del reportaje-novelado ¿Quién mató a Rosendo?


(1969).
148 RENATO PRADA OROFEZA

tos" extemos, "objetivos", así como el abundante uso de la prolep-


sis, que descubre a un narrador extemo a la diégesis, dueño de
todo el asunto, ya concluso, cuya reconstmcción discursiva "fin
ge" ir articulando paso a paso. Veamos:

Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio


de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa,
y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos
del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tum
ba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra.
Por un momento, sin embargo, pudo olvidar sus preocupaciones.
Tras el azorado silencio inicial, un coro de voces chillonas se alzó
para recibirlo. Seis hijos tenía Nicolás Carranza. Los más pequeños
se habrán prendido a sus rodillas. La mayorcita, Elena, habrá pues
to la cabeza al alcance de la mano del padre. La ínfima Julia Re-
née —cuarenta días apenas— dormitaba en su cuna (Walsh 23).

Como se puede advertir en una lectura atenta, no todo lo relatado


por el autor corresponde a un posible "dato", es referencial directo
y susceptible de verificación —aunque sea por simple inferencia—;
así: la afirmación tajante sobre la infelicidad de Nicolás, las supo
siciones, la descripción de algunos detalles que sólo una reproduc
ción fotográfica podía haber conservado.
Miguel Bonasso no hace preceder el discurso narrativo de un
prólogo referencial, sino de un "Epílogo a manera de prólogo",
situado en Roma, enero de 1979, que es en realidad una prolepsis,
un adelanto temporal de un fragmento del discurso que luego to
mará su ritmo temporal narrativo a partir del lejano junio de 1955,
el día del frustrado golpe militar contra el General Perón, que, en
una segunda embestida, echará por tierra a uno de los gobiernos
más ambiguos, al menos para entonces, de la historia latinoameri
cana.

Sin embargo, el autor añade en la parte terminal una especie de


colofón literario titulado "Crónica final", en la cual, no sólo se
identifica como actor (personaje) del relato, declara su admiración
por su maestro Rodolfo Walsh y sitúa "políticamente" la crisis
que, entonces, sacudía al movimiento liberador Montoneros, sino
que se refiere a la propia novela. Veamos un párrafo:
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 149

Recuerdo de la muerte no se llama así por casualidad, ni porque


me emocionó el hermoso poema de Quevedo. Es un libro contra
el olvido. Impiadoso, tal vez, como suelen ser los espejos.
No es por azar, tampoco, que asumió la forma novelística. La
narración muestra, no demuestra. La novela permite desenterrar
ciertos arcanos que a veces se niegan a salir dentro de las pautas
más racionales de la crónica histórica, el testimonio de denuncia o
el documento político. Pero la voluntad de novelar no encubre
aquí el designio de modificar los hechos. Todo lo que se dice es
rigurosamente cierto y está apoyado sobre la base documental
enorme y concluyente (Bonasso 392).

Este reportaje-novelado se centra en un "personaje" que corres


ponde, en la vida real, a Jaime Dri, llamado en el discurso sobre
todo con su apodo "el Pelado", un montonero, un revolucionario,
que cae en manos del criminal aparato de represión militar y es
sometido al más sistemático, espeluznante y sádico mecanismo de
tortura. Por mucho tiempo fue oficialmente un "desaparecido",
pues estaba en las manos de la institución paralela creada por el
gobierno y asesorada por la CIA, oculto a la opinión pública y a
los órganos informativos.^
Los procedimientos de ficcionalización son abundantes en el
discurso de Recuerdo de la muerte, pues ofrece todo un relato
vivido y bellamente expresado de la "Guerra sucia", cuadro tan
estremecedor como el recorrido de Dante por el Infierno, ya que
están también presentes los lados siniestros de la dictadura: los
personajes, sus acciones y configuraciones semánticas. A esto se
añade, en el nivel de la forma de la expresión, la presencia de
otros géneros discursivos: comunicados políticos, gubernamenta
les, documentos epistolares, cables telegráficos y las crónicas pe
riodísticas; por ejemplo, las de nuestro ejempleu* mártir de su mi
sión, Manuel Buendía.

^ Todos sabemos que muchos "desaparecidos" fueron cruelmente asesinados


y luego sepultados en tumbas comunes y cementerios clandestinos, entre ellos
los notables escritores Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, autor de una de las más
bellas y significativas obras de nuestras letras latinoamericanas, la novela Mas
cará, el cazador americano, premio Casa de las Américas 1975.
150 RENATO PRADA OROPEZA

El texto del cubano Julio Travieso, Un nuevo día, es el relato


de un momento de la epopeya de liberación que sostuvo el pueblo
cubano contra la dictadura de Batista: el asalto al cuartel de Mon
eada. Es producto también, como Operación masacre, de un traba
jo de investigación centrado sobre todo en entrevistas a testigos y
protagonistas, cuya intención declarada, en la "Nota introducto
ria", es la siguiente:

El presente libro no se propone reconstruir toda la historia de los


asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo, ni mu
cho menos los ongenes del 26 de Julio [...]. En este libro hemos
querido mostrar, a la luz del asalto y de los hechos que le prece
dieron y le sucedieron, a nueve de los hombres que estuvieron en
el Moneada, tomando como base sus vivencias. Ellos son: Floren
tino Fernández, Reinaldo Benítez, Generoso Llanes, Pedro Trigo,
Óscar Quíntela, Ernesto González, Israel Tápanes, Ricardo Santa-
na y Gabriel Gil (Travieso 9).

Como se ve, la reconstrucción narrativa del gesto histórico se


asienta en los participantes que no alcanzaron la notoriedad de un
Fidel Castro, Haydée Santamaría, Raúl Castro...; de personas de
una carrera política secundaria y que, algunos de ellos, se hundie
ron en el anonimato en el transcurso del tiempo. De ahí la impor
tancia de este reportaje-novelado.
El discurso es predominantemente lineal, sin anacronías sobre
salientes: apenas algunas analepsis para aclarar una situación o
contar su antecedente causal. Los enunciados, precisos, son mane
jados con un ritmo propio de un relato centrado en los eventos y
que muy raras veces se permite la focalización interna para confi
gurar el efecto de subjetividad propia de la novela psicológica. Ini
cia con el viaje de los conjurados a Santiago, luego hace una ana
lepsis narrativa para ofrecer el relato de la conjura, continúa con el
acto bélico y su fracaso y termina con la aprehensión de los com
prometidos y el acto judicial del gobierno para su condena oficial.
Como los anteriores discursos, se apoya o utiliza, a modo de códi
gos veridictivos, otros discursos referenciales, perfectamente asi
milados a su funcionalidad narrativa. Una ligera vista al párrafo
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 151

inicial, además de la ya citada declaración explícita del autor, nos


inducirá a ubicar este discurso dentro del sub-género descrito en
este párrafo:

La mañana del 24 de julio de 1953 se presentó como cualquier


otra de un mes en extremo caluroso que, por lo demás, con tem
peraturas de 32 grados C, no era excepcional para el verano; aun
que todos repitiesen que era el calor más horrible que jamás hu
biesen padecido. El 24 de julio era viernes y ya algunos grupos de
habaneros, especialmente de la pequeña burguesía, poseedores de
automóviles comprados a plazos, comenzaban a viajar hacia las
playas situadas al este de la ciudad: Tarará, Santa María del Mar,
Guanabo; playas de arenas líquidas y aguas mansas que consti
tuían el placer de los bañistas (Travieso 16).

2. El discurso narrativo de Charras

2.0. El autor-persona de este reportaje-novelado pertenece a la ge


neración de escritores mexicanos nacidos en la década de los cua
renta, precedidos por esa brillante pléyade de escritores de la déca
da anterior: Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Juan Vicente
Meló, Sergio Pitol, Inés Arredondo, Julieta Campos, Femando del
Paso...; la nueva generación se manifiesta con excelentes novelas,
tales como Pretexta de Federico Campbell, Galaor de Hugo Iriart,
Anónimo y Madero, el otro de Ignacio Solares. Hernán Lara Zava-
la es autor de dos libros de cuentos precedentes: De Zitilchén
(1981) y El mismo cielo (1987), ambos publicados por la editorial
Joaquín Mortiz en su colección El Volador. Seguramente la gran
economía del lenguaje narrativo la aprendió Lara Zavala en el
ejercicio de sus certeros relatos cortos. La novela cuyo estudio
abordamos apareció en 1991, publicada por la misma casa editora
en su colección Novelistas Contemporáneos.

2.1. La articulación estructural de Charras

Si prestamos atención a la forma extema —forma de la expresión


para Hjelmslev— el discurso narrativo de esta novela tiene mu-
152 RENATO PRADA OROFEZA

chas características que la emparentar!, inmediatamente, con las


obras latinoamericanas citadas arriba, aunque, y aquí marcará su
particularidad, tiene también las suyas propias, distintivas en cuan
to discurso propio.
Lo primero que llama la atención es que carece de declaración
explícita del autor que manifieste la procedencia/¿rema/ del relato,
como también es el caso de la novela-reportaje de Mailer; sin em
bargo, la primera solapa, ignoramos si escrita por el mismo autor-
persona, que es en realidad un elemento para-discursivo y parece
pertenece más bien a la intencionalidad informativa de la editorial,
nos dice lo siguiente:

Charras es la versión literaria de un crimen político perpetrado en


Yucatán hace poco más de quince años. A partir de lo publicado
en los diarios, de testimonios escritos con posterioridad y de en
trevistas con personas que vivieron de cerca el episodio, Lara Za-
vala pone en Juego los recursos de la novela-testimonial para re
crear a los personajes, reconstruir los pormenores de lo sucedido y
explorar los móviles secretos. De ello resulta un relato desgarra
dor que mueve a la indignación, y una disección de las sutiles ar
ticulaciones a través de las cuales se ejerce el poder en su instan
cia última que, por encima de la culpa y los motivos personales
de los involucrados, otorga plena beligerancia al "sistema".

De este modo, el lector está advertido e informado de que el dis


curso que empezará a leer es un discurso literario factual, cuya
intencionalidad referencial se debe tener en cuenta para su cabal y
completa interpretación. Aunque no estamos de acuerdo con que
se la llame novela testimonial (ver nuestras razones en 3.1.), cree
mos que las palabras citadas cumplen plenamente con la finalidad
de ubicar este discurso literario en el sub-género al cual, según
nosotros, pertenece, y cuyos marcos de constitución semiótica (có
digos, registros discursivos, inclusión de discursos "objetivos",
etc.) ofrecen al lector una de las "plataformas" más importantes
para su interpretación: se lee desde una situación literaria, la cual
comprende los géneros literarios como elementos primordiales.^

^ Al respecto es sumamente ilustrador un cuento que ofrece una "lectura" de


la tragedia shakespeariana Macbeth desde el género de la novela negra, si bien
CHARRAS DE HERNÁN LAR A ZAVAI.A 153

En lo que Genette llama seiiils, "umbrales"» del discurso se en


cuentran los epígrafes, insertados en el texto, las más de las veces
entre el título y el discurso narrativo. El reportaje novelado Cha
rras nos ofrece el siguiente "umbral":

Ojos y oídos serán vanos


testigos para los que tienen
alma de bárbaros.
HERÁCLrro

Palabras del profundo filósofo griego —llamado el "oscuro" preci


samente por su aguda profundidad— que, en íntima relación con
lo dicho en la solapa, parece fungir como una advertencia severa
al lector que no sepa "oír" y "ver" verdaderamente y no asuma el
discurso que seguirá como algo digno de ser tomado en cuenta en
relación con la "realidad", con los "hechos verdaderos", si se quie
re, que serán relatados: ser testigo es siempre serlo ante algo pre
senciado y asumido. De esta manera, el discurso, que empezará
inmediatamente después de las palabras del sabio de Éfeso, se pre
senta para ser interpretado por un "testigo": el lector. Y así, el au
tor implícito, con una competencia literaria ejemplar, anuncia la
intencionalidad referencial y la naturaleza factual de su relato.
Creemos que la connotación del epígrafe no puede ser ofrecida de
una manera más pertinente, tan pertinente que haría redundante
una declaración explícita, como las encontradas en ciertos discur
sos similares. Muy raras veces el epígrafe cumple esta función de
precisar, de manera connotativa, ya lo dijimos, el género del dis
curso. Sin embargo, no queremos decir que no se sugiera una cier
ta dirección de lectura {isotopía) en Charras^ pues ésta es una de
las funciones más características del epígrafe, sino que esta direc
ción de lectura debe estar enmarcada en una asunción previa: to
mar el discurso como un "testimonio", un mostrar la verdad a los

el efecto de lectura es humorístico: "El misterio del asesinato de Lady Mac-


beth" de James Thurber, un cuento meta-literario, sin duda, como toda parodia.
Eco en su libro Lector in Fabiila también teoriza el efecto de lectura que con
lleva el situar un discurso en un género antes que en otro.
154 RENATO PRADA OROPEZA

ojos y a los oídos. De ahí que la actitud de lectura que parece


exigir es la ética^ estrechamente soldada a la función primordial de
un discurso literario, la función estética. De ahí la fuerte carga
perlocutiva del discurso, enunciada ya en el epígrafe. Creemos que
esta dimensión perlocutiva de compromiso ético exigido para su
lectura es una de las causas de que cierta crítica sitúe estos discur
sos —como algunas novelas políticas— en el género del discurso-
testimonio.
El título. Charras., es en extremo parco, como el de un nom
bre propio antes de conocer a la persona; corresponde al apodo del
personaje central; por tanto, inicialmente al menos, su función es
meramente referencial (aunque su valor semántico se halle "va
cío", si se nos permite), apunta al personaje cuya configuración irá
articulando el discurso. De este modo, en el nivel de la significa
ción ostensiva del apodo, el discurso con suma propiedad se irá
"llenando" de otros valores; así, el origen posible del apodo:

Su apodo refleja su carácter: charrasqueado, como Juan, el de la


canción, el borracho, parrandero y jugador, pero sobre todo por
aquello de las charrascas. Una cicatriz en la muñeca marca la oca
sión en que se cayó de un árbol y se cortó con un machete que
alguien dejó clavado en el suelo. La cicatriz en el codo es el re
sultado de una caída cuando intentó un salto de garrocha con una
escoba y terminó con un brazo fracturado [...]. La cicatriz de la
pierna fue un accidente en una motocicleta, la de la frente por la
caída de un caballo. Raspones, ojos morados, cortadas, golpes,
huellas de pleitos, puñetazos, accidentes y aventurillas temerarias
(24-25).

Esta aclaración ofrece, además, elementos connotativos sumamen


te valiosos: el carácter inquieto del personaje, su temeridad, mani
festada ya en la infancia; y en el despliegue del discurso que "no
vela" su vida casi nunca se lo representará en actitud quieta, de
descanso o reposo, ni de franco ocio. Este valor connotativo inte
grará el símbolo que, al final del discurso, reviste el luchador de
las causas sociales de su contomo. Charras, o sea, en la vida real,
Efraín Calderón Huerta.
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 155

2.2. La sustancia del contenido

El autor implícito del relato articula un discurso tomando como


material de su contenido un discurso ya establecido previamente,
de manera más o menos contradictoria e imprecisa, en lo que po
dríamos llamar la "opinión pública" yucateca, en particular, y
mexicana, en general, formada después de marzo del 74. A esto se
añade el discurso "oficial", las versiones que las instituciones del
poder burgués de entonces ofrecen, también contradictorias e im
precisas, además de tendenciosas: las notas de la prensa coludida
con el poder económico-político de Mérida, en primer lugar; lue
go, las crónicas periodísticas de la Capital, ya independientes y,
por tanto, más o menos objetivas; los comunicados de institucio
nes serviles de los poderes oficialmente constituidos, como la
Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) local. En este
o, mejor dicho, en estos discursos "sobre" el asesinato de Charras
y la movilización social de indignación que ocasionó, el autor in
manente intercala, en el transcurso de su discurso, otros textos
"objetivos": cartas y las "memorias" de uno de los actores princi
pales de la conjura y el asesinato del hombre que consagró sus
fuerzas a la defensa del derecho y la justicia de los trabajadores de
su Estado, de Loret de Mola, el entonces gobernador de Yucatán.
Indudablemente, todos esos discursos ingresan al discurso nove
lesco como "material" —sustancia del contenido—, para allí reci
bir un tratamiento semiótico que los integrará a un nuevo sistema,
en cuya función serán tomados en cuenta. En otras palabras, las
acciones o sucesos político-sociales que recibieron una primera
"interpretación" por discursos distintos y previos al de Charras
son re-formulados en función de la intencionalidad del nuevo dis
curso, el estético literario. Por ello, el reportaje-novelado Charras
es en primer lugar un meta-discurso: toma reflexivamente otros
discursos y los rearticula para integrar con ellos su discurso; por
otra parte, tal operación netamente semiótica hace que este discur
so sea una nueva interpretación de los hechos ya interpretados por
los discursos que toma como materiales de su contenido.
El material preexistente, por abundante que fuera, no llegaría a
constituir un discurso de la extensión de la novela, en cada uno de
156 RENATO PRADA OROPEZA

los casos, siempre que se limitara a ofrecer el relato de los hechos.


Pues, sufriría, inevitable e inexorablemente, las constricciones de
su respectivo género referencial: sujetarse a los "hechos", a los
"datos", y nada más. En el caso del asesinato del joven dirigente
Charras: algunos datos de los antecedentes, el conflicto con la lla
mada Iniciativa Privada, particularmente, en ese momento, con la
empresa CUSESA, con la CTM local aliada de la anterior; el se
cuestro, realizado ante testigos la noche del 13 de febrero de 1974;
el asesinato del secuestrado, algunas horas después, el día 14; la
denuncia y presión populares para que se esclareciera el acto delic
tivo; el descubrimiento del cadáver y su entierro; la aprehensión
de los verdugos ejecutores del acto; el juicio y la condena de los
"chivos expiatorios". Y muy pocos hechos y sucesos "objetivos"
más. Aquí descansa la urgencia y necesidad discursiva de "fíccio-
nalizar" el relato, por mínimo que sea. Ficcionalización que en un
discurso como Charras viene a constituirse en dominante y en
uno de las factores decisivos de la producción de sentido y signifi
cación, que serán luego interpretados por la lectura.

23. La sustancia de la expresión

El contenido ofrecido por los "hechos" que fueron tomados pre


viamente por otros discursos, como vimos en el párrafo anterior,
hace de este tipo de discurso un meta-discurso; es decir, un discur
so cuyo nivel de la sustancia de la expresión es otro discurso, el
cual sufrirá, a su vez, una re-formulación en función de la inten
cionalidad —estética, en este caso— propia del discurso manifies
to. De tal modo, este tipo de discurso es complejo en su constitu
ción semiótica, no en cuanto representa a una manifestación sin
crética, como el cinematográfico o televisivo, sino en cuanto se
trata de un discurso que toma para su nivel expresivo otros discur
sos a los cuales re-formula. Pues no sólo supone, como es el caso
de la novela fictiva, la lengua y los sistemas acciónales, sino am
bas semióticas, pero tomadas^ articuladas, a su vez, por otro dis
curso. A este proceso complejo de producción discursiva que rear-
ticula otros discursos lo llamamos meta-discursivo. Y el nuestro.
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVAI.A 157

Charras, lo es, no sólo al nivel de la sustancia de la expresión,


sino del contenido. La maestría con la cual el autor inmanente uti
liza este doble procedimiento es sumamente eficaz y se puede
"ver" en forma casi palpable en el contrapunteo que establece, por
ejemplo, con las "memorias" del gobernador Loret de Mola, repro
ducidas de manera fragmentaria y en sitios estratégicamente signi
ficativos, en los cuales resalta, ya sea denotativamente, ya conno-
tativamente, el oportunismo, la venalidad y falsedad del que las
escribió, típico ejemplar de la fauna política en el poder. Así, en el
siguiente pasaje (los enunciados que corresponden a las menciona
das memorias van en cursivas en el discurso novelesco, para mar
carlas en forma explícita):

[En los esfuerzos por "comprar" a Charras...] En alguna otra oca


sión, cuando ya Charras había cobrado más poder, Loret de Mola
lo invitó como funcionario de la Dirección General del Trabajo:
—Para que desde un cargo público sirvas más eficazmente a tus
representados— le había propuesto el Gobernador.
—Gracias, don Carlos —le respondió Charras—, pero su efi
ciencia me va a cambiar el rumbo y me va a poner del lado donde
no quiero estar.
—^No, Charras, no. Mis intenciones son limpias. Quiero canali
zar tus esfuerzos dentro de la ley para que puedas actuar como un
auténtico asesor obrero.
—¿Auténtico, don Carlos?
—^Bueno, auténtico eres, pero...
Tú me puedes ser útilísimo, debió pensar el Gobernador aunque
no se lo haya mencionado directamente a Charras. Calderón, apo
dado "Charras", es un líder inquieto, inteligente, inmaduro, inex
perto y deseoso de aprender a servir. Fácilmente puede ser apro
vechado por mis enemigos políticos para crearme problemas.
Ante mí siempre se porta con respeto y honorabilidad. Esto debo
decirlo con un sentido de justicia inviolable (13).

El cinismo, la ambigüedad velada de este actor de la vida política


mexicana de los 70 se pone de manifiesto en casi todas las citas
de sus memorias; y sirven, asimismo, para revelar los entretelónos
y las maniobras del gobierno, incluso en las llamadas "altas esfe-
]58 RENATO PRADA OROPEZA

ras", para "por razón de Estado" ocultar la verdad sobre el sádico


asesinato de Charras: la actitud de Gutiérrez Barrios (149); la ser
vil y "competente" asesoría del Dr. Alfonso Quiroz Cuarón, "cri-
minólogo de una alta moral y de una técnica impecable", "de al
tura científica y con todas tus luces de psicólogo" (153) —como
dice de él Loret de Mola—, para preparar las declaraciones, tal
"como aparecerían luego en el expediente judicial integrado"'.
"Pérez Valdez acosadoramente interrogado por Quiroz, afirmó y
ratificó que los jefes policiales de quienes recibió órdenes jamás
le ordenaron matar a Calderón" (155). (Este personaje, una de la
personas más grises y nefastas del reportaje-novela, reprochará a
los que aprehendieron al esbirro asesino el trato que le han dado:
"¿Por qué lo traen así? [...] Este muchacho no es un delincuente,
es un servidor público"(152)).
Los discursos pertenecientes a la prensa, las "noticias periodís
ticas", también cumplirán un papel importante para revelar la
complicidad con los círculos de poder que determinaron y ordena
ron el asesinato de Charras. A este respecto son sumamente fun
cionales los reproducidos por el Diario de Yucatán: tarda tres días
en dar una versión tendenciosa sobre el secuestro de Charras. La
parcialidad del periódico local y su solidaridad con los responsa
bles del secuestro se hacen manifiestas en una nota editorial (97)
que condena el movimiento estudiantil de presión para esclarecer
el hasta entonces sólo presunto secuestro: invoca una ética cívica
que fue rota precisamente por el acto delictivo. Sólo los rotativos
capitalinos asumen una actitud informativa, aunque tampoco se ve
en sus crónicas un esfuerzo efectivo por llegar a las raíces mismas
del delito político y de sus reales autores.

2.4. Laforma de la expresión

En el nivel de la manifestación. Charras se nos presenta como un


discurso narrativo-literario impecable. La diégesis (historia) se
vierte, a lo largo de todo el discurso, en una forma narrativa frag
mentaria que es facilitada por el uso del código cronológico: fecha
(día, mes y año) y hora detalladas. El discurso se inicia relatando
las acciones del cuñado de Charras, Juan Nicolín, el día lunes 4 de
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 159

febrero de 1974 a las 14:05, día en que es abordado por Julio, un


amigo, quien le advierte que "le están poniendo precio a la cabeza
de tu cuñado", y luego desaparece fugazmente. De esta manera, la
diégesis inicia con la acción de advertencia o amenaza. La elec
ción del narrador es acertadísima: entrar a la historia desde la pers
pectiva (mediante la focalización interna) de un actor próximo al
central, pues esto le servirá como expediente narrativo para ofrecer
al narratario los antecedentes personales del amenazado: su com
promiso con varias organizaciones o grupos de trabajadores para
asesorarlos en su lucha por sus derechos laborales mínimos; sus
primeros conflictos con el poder institucional: el sindicalismo co-
mipto (siniestra base del poder estatal), la presión del gobierno,
que vela por el interés del capital privado. Además, una reunión
familiar, convocada por el amedrentado cuñado, también será la
oportunidad fluida y no forzada para configurar el medio social
del joven e incansable luchador: de clase media, sostenida por el
esfuerzo de la madre viuda.
El segundo capítulo lleva por título el nombre del Charras,
José, y su código cronológico lo descubre como una analepsis con
respecto al anterior: viernes 2 de noviembre, 1973. Es el momento
de un conflicto con la CTM en Mérida al fundar un sindicato in
dependiente de zapateros. Esta analepsis es interrumpida para que
el relato dé otro salto atrás, mayúsculo: la infsmcia de Charras,
junto a su padre, cuyo nombre, Efraín, es como el suyo. Son los
momentos de relativa felicidad bajo la protección paterna, refleja
da en la descripción casi lírica, aunque interrumpida por una esca
lofriante prolepsis (que subrayamos):

La gente estima a Efraín. Es de carácter alegre, bromista y jovial.


Se le respeta: proviene de dos familias conocidas en la región, tie
ne algún dinero logrado por su trabajo y ha mostrado ser empren
dedor y, cuando la ocasión lo ha ameritado, también valiente. No
lo imagina pero dentro de un par de años Efraín sufrirá un coma
diabético que provocará su muerte prematura. Charras se acerca a
su padre y le pide que le permita sostener la cometa. Su padre lo
mira con simpatía, el chamaco le hace gracia (22).

La contundente eficacia del código cronológico, combinado con


las acronías (analepsis y prolepsis), permite al narrador centrar
160 RENATO PRADA OROPEZA

prácticamente todo el relato en el brutal secuestro y asesinato de


Charras. Cuando el hecho es "admitido" oficialmente, ya que el
crimen ha sido confesado por el ejecutor material, Carlos Francis
co Pérez, en estado de absoluta ebriedad y alteración psíquica pro
ducida por el consumo de marihuana, en un prostíbulo, y sigue
luego el juego de la captura de los esbirros, el narrador vuelve
continuamente sobre el asesinato, la vida sórdida de los "servido
res del orden y la justicia". Así, en uno de los capítulos finales,
XXIII: X'CAUES, somos sorprendidos por una excelente analep-
sis de Charras en manos de sus esbirros, en primera persona, que
es interrumpida, como en la señalada por nosotros, para realizar
otro salto hasta la niñez del héroe de la lucha social de su pueblo,
en el momento trágico de la muerte de su padre. Veamos el frag
mento inicial:

No sé cuánto tiempo ha pasado. Horas, días, semanas. Dónde es


toy. Cómo me trajeron. Qué hago aquí. Qué hora es. ¿De día?
¿De noche? Trato de abrir los ojos. No puedo. No alcanzo a mo
ver mis párpados inflamados, por el dolor, por los golpes o porque
los tengo cubiertos, pero no puedo. En mi oscuridad logro percibir
un vago reflejo de luz. ¿Velas? ¿La luna? [...]. Tal vez me halle
en los adentros de los mismos infiernos. No me puedo tocar la
cara. Siento sobre la frente un enorme chichón. Las manos y los
pies atados. Los oigo. Burlas. La sangre coagulada sobre mi ros
tro. Me faltan varios dientes (229).

Este capítulo carece del código cronológico. Con ello parece indi
car el narrador que después de la muerte ya no hay tiempo, el
tiempo ya no es vigente para el hombre, aunque el horror perdure
todavía: este párrafo podría ser equiparado, sin esfuerzo, a cual
quiera que relate la tortura del Pelado en la novela de Bonasso: la
crueldad contra el que amenaza el orden burgués no tiene tiempo
ni lugar.
Y he aquí los momentos finales de la víctima, interrumpidos
por una analepsis que le da mayor dramatismo al discurso:

Frío. Oigo, uno a uno: los grandes graznidos amenazantes, burlo


nes, deformados de los pajarracos. ¿Estoy maniatado contra una
charras de HERNÁN LARA ZAVAI.A |61
roca o rne tienen entre las ramas secas de un árbol a manera de
jaula? Han dejado de volar, t^int^s esperan st^bre las ramas. Otros
se me acercan a brincos a tirarme picota/os. Siento dolor en las
piernas. Humo, carne chamuscada.
—Tu padre ha muerto —me dicen.

Esta reformulación de discursos previos al que analizamos tiene


por efecto inmediato la constitución de una red de valores integra
dos(como si fueran "signos" de otro discurso) por esos discursos
precisamente, aunque con significados nuevos, surgidos en la dia
léctica de lo que de ellos permanece y lo que las relaciones
textuales, subordinadas o en función de la nueva intencionalida
discursiva, instauran. En la articulación de este sentido y
significación cumple el papel rector la ficcionalización de los a
tos" —actos, actores, sucesos concatenado.s—^ mediante procedi
mientos propios del discurso estético llamado novela, algunos de
los cuales hemos descrito al abordar el nivel de la forma de la
expresión, en el cual se manifiestan de manera explícita. Ahora
bien, en la articulación total y completa del nuevo sentido y la
nueva significación concurren todas las relaciones de los niveles
que integran, precisamente, el discurso. Por ello, la organización
discursiva del nivel de la forma de la expresión no puede dejar de
tener una incidencia decisiva en el nivel de la forma del conteni
do, en lo que significa el discurso instaurado gracias a la manipu
lación estética de "otros" discursos y a su contribución discursiva
propia, la ficcionalización de los mismos y la discursi vización de
sus propios elementos.^

8 Ficcionalización que no quiere decir ausencia de °


una parte- y, por otra, que no es un procedimiento exclusivo del discu . •
leseo ío literario en general), pues también es practicado por el reportaje P
dfeto y"rtoo his.ori como puede demos.rarlo el menor anáhs s
10*manifeslaeión de estos géneros. Claro que en el "«velesco nene la
frcToSad de constituir un nuevo d//,™
ticulares. y se piesenta como base m.sma de su construcción d.scursi
no es el caso en los discursos referenciales directos.
"""nÍraemos que para Hjelmeslev. "»delo^que seguimos la scianifica-
ción "resulta" precisamente de la unión entre forma de la expresión y
del contenido.
162 RENATO PRADA OROPEZA

2.4. La forma del contenido

Aunque no es nuestro propósito realizar un estudio exhaustivo de


este complejo, rico y excelente reportaje novelado, pues ello exce
de los límites que nos hemos propuesto, creemos que el bosquejo
ofrecido por nosotros estaría trunco si no abordáramos de manera
somera la articulación del sentido y la correspondiente significa
ción del discurso en su nivel propio. Para ello, describiremos las
configuraciones semánticas con respecto a la actorialización (que
en el nivel de la manifestación se constituyen en los personajes),
la espacialización (que se manifiesta como los espacios nombrados
o descritos) y el de la temporalización (que constituye el acto cen
tral —el ahora— en relación con el antes y el después).

2.4.1. La actorialización

Charras es un discurso polarizado, como corresponde a todo dis


curso que relate un conflicto, aunque no exprese una actitud mani-
quea por ello: simplemente articula las relaciones en la oposición
del enfrentamiento, absteniéndose el autor implícito de extemar
juicio ético alguno. Ahora bien, los actores se agrupan en los dos
polos antagónicos: los constituidos alrededor de Charras, teniendo
a éste como principal actor aglutinante y característico, y los que
se constituyen alrededor de un elemento no personalizado: el po
der^ es decir los actores (muchos de los cuales no se revisten en
personajes) representados por las instituciones que controlan los
medios de producción y represión en la sociedad mexicana actual,
como instmmento de su dominio e implantación de su voluntad.
En el primer polo el actor sobresaliente, privilegiado por el tí
tulo mismo del reportaje novelado, es el joven que organiza a los
explotados, en todo momento que se lo soliciten, y se enfrenta a
las instituciones y hombres del poder: Charras. Su configuración
casi nunca es directa, sino que se da a través de los otros actores:
de admiración, fraternidad y camaradería de parte de sus familia
res, compañeros y obreros; de odio, rechazo y agresividad moral y
física de los que se le enfrentan. En tomo a él —y con la función
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 163

antes mencionada, a la que se debe añadir la de servir de elemen


tos (valores) de configuración del polo correspondiente— están sus
hermanos, los amigos, los obreros, los estudiantes, algunos de los
cuales, al no ser nombrados ni caracterizados mediante una des
cripción, permanecen en calidad de actores y no revisten la forma
de personajes. A través de su óptica, las más de las veces lograda
mediante el mecanismo narrativo de la doble focalización (el na
rrador entra en el interior del personaje —primera focalización, la
intema— para describir desde allí los elementos del universo que
configura —segunda focalización—, a Charras sobre todo). Sin em
bargo, gracias a la utilización de otros discursos, también tenemos
la configuración adversa de Charras (como ya vimos en el ejem
plo de las "memorias" de Loret de Mola). Un momento franca
mente lúcido y elocuente por sí mismo lo constituyen las cartas de
Charras: una escrita a su madre y otra a su novia. En esta última
se extema esta declaración, que seguramente podría ser respaldada
por Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino o Leonardo Boff, para men
cionar a los teólogos de la liberación latinoamericanos más cono
cidos:

Yo te quiero a ti. Empecé diciéndote que de haber Dios yo debe


ría de estar agradecido con él. La verdad es que cuando lo pienso
resulta que tal vez psu^a mí Dios nunca ha dejado de existir se me
da a través de la gente a la que amo pero que es en ti donde lo
siento latir con más fuerza (167).

El polo opuesto al configurado por Charras y su "universo" se


halla integrado por CUNESA (ejecutivos y propietarios que en el
discurso permanecen en la sombra y apenas asoman por unos ins
tantes), el sindicato servil, la CTM (que mediante un "manifiesto"
(115) expresa la justificación de su actitud de silencio y disconfor
midad con los ideales y las acciones de los "jóvenes" rebeldes,
pues las protestas estudiantiles para entonces surecian en Mérida;
califica a Charras de "joven estudiante" y pide se esclarezca el
"alevoso hecho de sangre" y termina en una protesta de defensa
del "progreso que con tantos esfuerzos comenzamos a lograr"), el
Gobernador, reducido a un mecanismo ejecutor de la voluntad de
164 RENATO PRADA OROPEZA

la empresa privada del sindicato oficial para sacar de en medio al


molesto dirigente Charras; sus esbirros, que van en orden descen
dente desde el Coronel Gamboa, el subdirector Carlos Mamifo
Chan, el comandante Víctor Manuel Chan López, para acabar en
los tres verdugos, típicos ejemplares de los policías corruptos, re-
clutados en los grupos sociales marginales del lumpen provinciano:
Carlos Francisco Pérez, Néstor Martínez Cruz y Sáenz Castillo.'®
Sin embargo, de toda esta constelación el actor que logra en
camar la parte central del contrapunto con Charras es Carlos Fran
cisco Pérez, pues el narrador le concede mayor atención que a
cualquier otro. De este modo, realiza una excursión narrativa a lo
que, tomando el título de un capítulo, podemos llamar los "infier
nos del alma": el mundo prostibulario, el alcoholismo y la droga-
dicción (la marihuana está al alcance de estos servidores del orden
público como una aspirina al alcance del pobre, o, quizás, con ma
yor facilidad y menos costo), el matonaje, el servilismo y el des
caro. En su mente no asoma, ni por un momento, el mínimo des
tello de arrepentimiento por su sádico crimen: cumple órdenes y
espera la recompensa pecunaria ofrecida por ello. Si confiesa su
crimen es por influjo del alcohol y la marihuana, en el prostíbulo
que frecuenta y ante el sentimiento de sentirse traicionado por sus
superiores."

Finalmente todos estos esbirros cayeron en manos de la "justicia" ante la


movilización popular y el apoyo de la prensa capitalina, excepto el último, que
se dio a la fuga, y que no sena sorprendente que ahora, por el tiempo transcu
rrido que todo lo cubre, se lo encuentre nuevamente en una dependencia dedi
cada a la "protección" de los ciudadanos pacíficos de nuestro país. Todos ellos
gozan en la actualidad de una u otra forma de libertad, algunos, limitada por
las circunstancias físicas, otros, quizás, absoluta, lo ignoramos, en el reino de
los espíritus.
'' Con respecto a la actitud de los esbirros prisioneros, es sumamente signi
ficativo el párrafo del sábado 16 de marzo. 1974, y que nos relata cómo va
desde la hipocresía y el fanatismo religioso del Coronel Gamboa ("Confío en
que Dios me juzgará [...]. Quizás algún día los creyentes en Dios verán que no
defraudé su fe. Acepto el infierno que en el alma llevo, no porque me sienta
culpable ni un segundo de un daño que no hice, y pongo a Dios por testigo de
ello, sino porque al querer servir a la sociedad, a mi sombra y bajo mis pies se
cometió una infamia que nunca he cometido ni cometeré" (220). Actitud, por
otra parte, similar sin duda a la que albergan espíritus como los de Bánzer, ex
dictador boliviano, Pinochet, ex-dictador chileno, y los militares católicos de la
CHARRAS DE HERNÁN LAR A ZAVALA 165

2.4.2. La espacialización

El espacio, los lugares en los que se mueven los personajes suelen


estar semióticamente enlazados con ellos, configurar conjuntamen
te los universos semánticos propios y característicos de tal discur
so. Greimas llama espacio utópico al de la transformación de un
programa narrativo y paratópíco al que antecede (lugar de la "ma
nipulación" y "competencia" de la "performancia" transformadora)
y sigue a la acción transformadora (lugar de la "sanción"). Como
no podemos entrar en un análisis detallado y profundo, nos con
tentamos con decir que, desde este nivel de las acciones, el lugar
utópico sería el del asesinato de Charras (la acción transformadora
del macroprograma, si se quiere): el campo abierto al borde de una
carretera; el paratópico, el que sirve de escenario a la manipula
ción y competencia de los actantes que realizarán la transforma
ción: las oficinas donde se reúnen los representantes del poder real
(la empresa constructora y el sindicato servil con el gobierno), las
oficinas de los esbirros secundarios; los tugurios en los cuales se
encuentran los futuros verdugos, sobre todo el prostíbulo que fre
cuenta Carlos Francisco, El calamar inquiete, y el de la sanción
serían las calles, la universidad, el cementerio como meta de la
marcha fúnebre que acompaña los restos del asesinado; los tribu
nales públicos. Como se puede inferir: el espacio utópico es abier
to, así como el de la sanción, mientras que el dominado por los
que conjuran y deciden la muerte de Charras, igual que los que
"habitan", son cerrados, sórdidos.'^

Guerra sucia argentina, pues mientras gobernaban no era raro encontrarse, en la


prensa, con la reproducción fotográfica que los presentaba en actitud de recibir
la hostia con el rostro contrito, sumidos, al parecer, en la contemplación más
beatífica, digna de San Juan de la Cruz), hasta el cinismo de Carlos Marrufo
("¿Cuál problema? Yo no tengo problemas. Que hable el Coronel Gamboa. No
sotros no tenemos nada que decir. ¿Arrepentimiento? Aquí no estamos en la
iglesia ni caben exámenes de conciencia. Somos nosotros los que deberíamos
estar resentidos por todo esto" (221)).
Los dos hogares de los esbirros, Chan y Carlos Francisco, son también
descritos como ambientes sucios, sórdidos; en oposición al hogar de Charras y
su cuñado.
166 RENATO PRADA OROFEZA

Una descripción semiótica de los lugares que frecuentan Cha


rras y Carlos Francisco, su asesino, explicitaría las oposiciones
constitutivas de valores semánticos polares: abiertos, francos para
el primero; cerrados, sórdidos, para el segundo. (Charras apenas
puede soportar la inmovilidad y el encierro en la cajuela del co
che: es quizá el peor castigo que se le inflige; sus recuerdos de la
infancia son siempre en campo abierto, en lugares familiares de
libre desplazamiento.)

2.4.3. La temporalización

Todo discurso literario es un discurso acabado, intencionalmente


ofrecido como un todo desde su título hasta su punto final. Por
tanto, la recepción propiamente se constituye a partir del momento
en que se termina el "recorrido de lectura", que mientras tanto vie
ne a ser una serie de proyecciones, de expectativas, más o menos
complejas según la isotopía (o isotopías) de lectura que actualice
el lector inmanente. La consideración interpretativa, que es el co
rolario esperado por un discurso simbólico como el estético, sólo
es posible cuando se tienen todos los elementos en un horizonte
de lectura y se cuenta con una competencia mediatizadora (contex
to, intertextualidad y teoría interpretativa) que lo haga posible o le
confiera la coherencia necesaria. De este modo, si se quiere, en el
discurso narrativo-literario todo ya ha pasado o pasa en cuanto se
lo considera: de ahí la convención más común de utilizar el tiem
po gramatical de pretérito o pretéritos en su nivel de expresión.
Charras, como ya lo dijimos, es un discurso sumamente rico en
acronías, en rupturas temporales que van hacia atrás (analepsis) o
hacia adelante (prolepsis) de lo que en ese "momento" está con
tando el discurso; pero este mismo se presenta en forma fragmen-

El discurso de la novela que analizamos utiliza muchas veces, cuando


narrativiza las acciones y situaciones del asesino, Carlos Francisco, el pronom
bre tú (de hecho así se titula el capítulo que lo presenta) como un expediente
para dar la impresión de puntualidad de las acciones y "entrar" en su mente
para revelar sus intenciones y motivaciones.
CHARRAS DE HERNÁN LARA ZAVALA 167

tana, lo que permite una estructuración temporal más compleja


que la lineal: si bien se empieza relatando la conjura para "silen
ciar" al inquieto dirigente laboral, luego se va hacia los anteceden
tes, o se da "saltos" incluso mayores hacia la infancia de Charras.
Mediante este procedimiento, el hecho central, el secuestro y el
asesinato de Charras, es ofrecido en varios instantes del recorrido
narrativo, y el lector se ve obligado a un trabajo constante de "re
construcción" temporal. El "después" relata las acciones de los
asesinos, protegidos por sus jefes, que deben "esconderse" por un
tiempo, lo que significa frecuentar los prostíbulos y bares que no
sean de Mérida o lugares aledaños; la fuga de los mismos, cuando
la presión pública ya hace imposible mantenerlos en la clsindesti-
nidad, su aprehensión, la "preparación" del juicio, la vida disoluta
de los condenados en la prisión, etc., etc. Sin embargo, el discur
so, inesperadamente, es decir, cuando el lector tenía ya por con
cluida la narración de los eventos, sorprende con dos capítulos: el
"XXV: Lluvia", que da un salto enorme en el tiempo para mostrar
precisamente el rápido fluir de éste: el hermano José, el cuñado
Nicolín, la novia Lupita han seguido sus propios rumbos; lo mis
mo, los propios esbirros: el Coronel Gamboa se encuentra en la
capital, agobiado por la vejez; el capitán Marrufo, aquejado por el
reumatismo; el asesino Pérez Valdez vive en Los Ángeles, des
pués de haber huido de la cárcel, fuga facilitada al extremo por
sus "vigilantes". Este capítulo, bastante distanciado emocional-
mente de los anteriores, termina con un fragmento lírico:

Llueve durante gran parte de la noche. Poco a poco la lluvia


amaina, se calma y la noche queda en una gran inmovilidad. Se
siente un silencio profundo, profundo. En la madrugada se escu
cha el graznido de un pájaro. Gotas de agua caen esporádicas de
los árboles hacia la tierra. Se empiezan a oír los pájaros, los ga
llos. El sol ilumina los cielos y en Holpelchén Rosaura y Ada, su
madre, alcanzan a ver que alguien, no saben quién, ha echado a
volar un papagayo blanco sobre el aire azul (244).

El discurso propiamente concluye con este hermoso símbolo, cuya


connotación manifiesta la esperanza y el anuncio de la libertad,
entre otros valores.
168 RENATO PRADA OROPEZA

Pero el texto ofrece un "Epílogo: el filo mayor" que, mediante


un diálogo rápido, certero, informa, con el lenguaje sutil que per
mite "muchas interpretaciones", sobre la muerte, en un accidente
automovilístico dudoso, del hombre que asumió para sí, aunque
no públicamente, el crimen ordenado por él mismo, el ex-gobema-
dor Loret de Mola, el 10 de febrero de 1986, doce años después.

3. La significancia del discurso reportaje-novelado

Charras, reportaje novelado, saca todo el provecho posible de su


naturaleza meta-discursiva (la de estar vertida hacia otro discurso,
el referencial, y hacer de esta actitud un mecanismo constructivo
literario), pues, de una manera u otra, obliga a una lectura inter
textual: siempre está latente, en el transcurso de su lectura, el
"otro" texto, el de los hechos acaecidos o sucedidos, sobre los que
echa la luz de la "indagación" fictiva. Por ello, es altamente re
flexivo. Pero además tiene las siguientes características:

3.1. Carácter testimonial

Como ya lo dijimos, la "presencia" en la memoria colectiva del


acontecimiento luctuoso cometido por la empresa privada, el sin
dicalismo corrupto y el gobierno que los protegía, la presencia en
el alcance biográfico del lector de ese hecho (en la memoria colec
tiva, en cierto modo), la vigencia de los mecanismos de poder,
incluso algunos de ellos agudizados últimamente —al reprimir in
cluso con el genocidio innegable el reclamo de justicia—, a raíz
del "triunfalismo" de los círculos de poder y los intereses econó
micos relacionados con él, hace que los eventos presentados por el
discurso de Charras gocen de "candente" actualidad; que, en cier
to modo, el lector, sobre todo el lector mexicano actual, los sienta
sumamente "vivos". De ahí el innegable y fuerte carácter testimo
nial que acompaña a su lectura y, sobre todo, a cierta interpreta
ción, pues comparte con el discurso-testimonio la actitud o inten
ción de denuncia, aunque no se trata propiamente de un discurso-
CHARRAS DE HERNÁN LAR A ZAVALA 169

testimonio, al no ser un discurso enunciado en primera persona


por un sujeto-actor de los eventos y que asume la "verdad" de sus
afirmaciones.
También refuerza el carácter testimonial la fuerte apelación que
hace a la conciencia del lector, esta vez, personal, a tomar posi
ción frente a los eventos ("hechos") relatados: a! compromiso.
Charras no puede ser leído simplemente como una novela que nos
deje imperturbables con respecto a nuestro entorno político-social,
como no lo son, por lo demás, los otros textos similares citados en
este ensayo. Incluso, en el límite contrario, su rechazo como una
novela tendenciosa" es un efecto de respuesta a su reclamo.
Sin embargo, no podemos dejar de manifestar una ligera obje
ción, si tomamos en cuenta la magnitud de discursos como el últi
mo y el de Bonasso: el autor inmanente de Charras elige centrar
su foco de atención contrapuntística en el verdugo, un esbirro de
la peor calaña, Carlos Francisco Pérez, frente a Charras, lo que
parece delatar una influencia de Capote y Mailer, al seguir la fas
cinación que suele producir "el lado oscuro del corazón", la mente
delictiva de los bajos fondos; no intenta penetrar en la mentalidad
sórdida del real poder que decidió silenciar para siempre al joven
líder: el poder económico privado y su cómplice, el sindicalismo
corrupto. Con ello, seguramente, hubiéramos tenido un cuadro
más horrendo y bárbaro, más descamado y cínico, que el que pu
diera ofrecer un oscuro político arribista, o un típico representante
del sub-mundo llamado lumpen, abrigado por las fuerzas institu
cionales del orden de un país que logra sus conquistas a pulso y
en permanente lucha.
No obstante, no queremos —lejos de nuestra intención interpre
tativa esta actitud para con los textos que abordamos—, en ningún
momento, señalar límites inherentes al discurso, sino otras posibi
lidades, que, obviamente, hubieran hecho de Charras^ el reportaje
novelado de Hemán Lara Zavala, otro texto, obligándonos sin
duda a otro análisis.
170 RENATO PRADA OROFEZA

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Bonasso, Miguel. Recuerdo de la muerte. México: Era, 1984.


Capote, Truman. A sangre fría. Trad. Fernando Rodríguez. Barcelona:
Bruguera, 1979.
Cárdenas, Noé. "El que a hierro mata..." El Semanario Cultural. Nove
dades (México) 437(2 sept. 1990): 8.
Genette, Gérard. Seuils. París: Seuil, 1987.
Lara Zavala, Hernán. Charras. México: Joaquín Mortiz, 1990.
Mailer, Norman. La canción del verdugo. Barcelona: Anagrama, 1988.
Prada Oropeza, Renato. "El discurso narrativo «objetivo» y el discurso
narrativo «ficticio» (la novela reportaje y el hecho real): Charras."
Escritos (Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, Univ. Autón.
. de Puebla) 7 (1991).
Thurber, James. "El misterio del asesinato de Lady Macbeth." En Inge
nios del humorismo. México: García Valadés, 1988.
Travieso, Julio. Un nuevo día. La Habana: Letras Cubanas, 1984.
Walsh, Rodolfo. Obra literaria completa. México: Siglo XXI, 1981.

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