La Teología
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Por lo que hemos visto hasta aquí, podemos decir que Pablo de Tarso no es un hombre que haya hecho la
elección de ser apóstol, o teólogo, o místico. Fue, sí, todo eso, pero por una verdadera vocación, marcada por su
encuentro con Jesús, haciendo que este encuentro en el camino de Damasco sea la experiencia que marcará toda su
vida. Su encuentro con Cristo, lo mismo que toda la experiencia de su vida anterior, serán fundamentales para su
comprensión de la persona de Jesús y de su acción, como lo expresa en sus escritos y, en forma especial en su Carta a
los Romanos, que hemos tratado de comprender un poco más de cerca.
Sería demasiado pretencioso y difícil el querer compendiar en un breve espacio todo el pensamiento de San
Pablo, pero quizás sí podemos presentar algunos temas dominantes que marcan "su teología", y nos ayudan a
comprenderlo mejor dentro de todo el marco del Nuevo Testamento. Trataremos de presentar, en forma breve, los
temas que nos parecen dominantes.
1 J. F. ZARAZÚA
TREJO, Apuntes sobre San Pablo.
2
SCHNACKENBURG, La Théologie du Nouveau Testament, Bruges 1961, 66.
3 LYONNET, De peccato et redemptione I, 82.
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transgresión (Ro 5,12-19): tiene la capacidad de explicitarse en cada hombre, y de convertirse así en "pecado actual".
El "pecado original" se hace imputable al hombre y, por lo mismo, ocasión de condena, sólo cuando éste lo ratifica
personalmente, llevando a positivo cumplimiento la propia inclinación al mal en actos concretos.
Pero es precisamente aquí donde se manifiesta el amor de Dios (Ro 5,8; cfr. 2Cor 5,21; Ef 1,3-14; 2,4). Al
principio judío de la salvación por la retribución, y al griego del intelectualismo, Pablo contrapone una economía
salvífica basada en el libre, gratuito y soberano amor de Dios que se ha manifestado en la historia: "nosotros
predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo
mismo judíos que griegos, un Cristo Fuerza de Dios y Sabiduría de Dios" (1Cor 1,23-24). Y lo que está en el fondo de
todo y que se ha revelado en Cristo es la ca,rij, o el avga,ph de Dios por el hombre. Y es aquí donde entra otro concepto
paulino, el de la dikaiosu,nh Qeou/, opuesta a la ira vindicativa de Dios, puesto que su "justicia" se revela como
salvación, con la que Dios cumple sus promesas hechas a su pueblo, y se muestra fiel a sí mismo.
Y es de este amor y esta justicia que Cristo se presenta como revelación e instrumento, mediante su muerte.
Así es como Pablo presenta a Cristo como origen de una nueva humanidad.
En el contexto de la terminología veterotestamentaria del esquema teológico esclavitud-tierra prometida, se
encuadra la obra de Cristo, por lo que es llamado "salvador" (cfr. Hch 5,31; Fil 3,20; Tit 2,10-13), del mismo modo que
YHWH lo era por Israel en el primero y en el segundo éxodo. Pero esto nos lleva a no perder de vista que Pablo desea
subrayar no sólo la liberación, sino también y, sobre todo, los nuevos lazos que nos unen con Cristo y nos hacen "su
propiedad" (1Cor 6,20; 7,23). Lo mismo, cuando nos habla de "Expiación" (sólo en Ro 3,25), hay que tener presente
que no es de acuerdo con la concepción griega, sino a la bíblica, como lo vimos al tratar este texto 4.
Pero ¿cómo es que llega a realizarse nuestra justificación personal? Al principio judío Pablo opone
simplemente la afirmación: "Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley... Al que trabaja
no se le cuenta el salario como favor, sino como deuda; en cambio, al que, sin trabajar, cree en aquel que justifica al
impío, su fe se le reputa como justicia" (Ro 3,28; 4,4-5). Es claro: para llegar a ser "justo" no se requiere otra cosa que
abrirse con extrema confianza al amor de un Dios que se da, y de creer con serena firmeza que esto lo ha hecho por
nosotros, por mí: entonces, es como si yo mismo hubiera sido crucificado con Cristo (Gal 2,19b-20). Es así como se
comprende que la multiplicidad de "obras" morales, motivo de "kauchsij", es decir, de soberbia y vana confianza en sí
mismo, se contrapone completamente a la sólo "pi,stij" (cfr. Gal 2,16), pero, al respecto hay que tener presentes las
palabras de Sto. Tomás: "ita tamen quod hoc intelligat sine operibus praecedentibus iustitiam, non autem sine
operibus consequentibus"5, palabras que resumen con gran precisión y claridad la posición de todos los exégetas y
teólogos católicos.
La "pi,stij" paulina es, pues, no sólo un acto intelectual, sino fundamentalmente un acto de confianza a través
del cual el hombre reconoce su radical insuficiencia, convirtiéndose en un acto de humildad, con el que se reconoce la
necesidad, a nivel existencial, de aceptar la salvación ofrecida por Dios en Cristo. Y el bautismo establece esta unión, o
más bien, incorporación a Cristo, haciendo que esta donación realizada en Cristo se renueve continuamente.
4
Cfr. pp. 50ss. de estos mismos apuntes.
5 In epistulam ad Romanos 3,28.
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esa vida nueva que le ha sido infundida.
Pero existe también otra antinomia: entre el "presente" y el "futuro" de la salvación. Nos introducimos aquí
en el tema de la escatología paulina. Esto, desde luego, puede verse desde un doble ángulo, según que San Pablo
considere la segunda venida de Cristo desde el punto de vista del acontecimiento objetivo, o bien, desde el punto de
vista de su incidencia en la existencia cristiana.
Desde luego que ésta recibe todo su sentido y su misma posibilidad de aquél. Pero aquí todavía Pablo no hace
otra cosa que inserirse en la fe de la comunidad primitiva, recibiendo de ella los elementos fundamentales y
constituyéndose en exponente de una ulterior reflexión. Hay que tener en cuenta también que Pablo se vale del
lenguaje apocalíptico, propio del ambiente judío, pero todo esto sirve para subrayar los elementos esenciales, que
vienen a ser dos: la Parusía de Cristo y nuestra reunión con El (2Tes 2,1).
El término parousi,ía puede ser considerado como de origen griego, en donde puede tener, o bien, un sentido
político, en el que se refiere a la solemne visita del emperador, de un rey o de un alto magistrado en una ciudad, lo
que se constituye en motivo de gran entusiasmo popular; o bien, un sentido religioso, que significa la presencia o
manifestación de una divinidad. El vocabulario se enriquece, además, con todo el significado que tiene la expresión
veterotestamentaria de "el día de YHWH", que corresponde a toda la gran espera que ha alentado el Antiguo
Testamento y el judaísmo hacia la intervención divina anunciada por los profetas. En las cartas paulinas, la última
manifestación del Señor es llamada también avpoka,luyij (con particular sabor judío; 1Cor 1,7), o evpifa,neia (de
derivación cultural helenística; 1Tim 6,4; 2Tim 1,10; 4,1-8; Tit 2,13), o, aún más, "la epifanía de la parusía" (2Tes 2,8).
La afirmación paulina más antigua al respecto la leemos en 1Tes 1,10: "Se han convertido... para esperar así a
su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la cólera
venidera". Aquí se establece una íntima relación entre la resurrección y la parusía: "Porque si creemos que Jesús murió
y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús" (1Tes 4,14; cfr. 2Cor 4,14). Cristo
resucitado no sólo ya no muere (cfr. Ro 6,9), sino que se pone ante los cristianos como "el primogénito de entre los
muertos" (Col 1,18), como inicio y prenda de nuestra resurrección (1Cor 15,23). Son estas afirmaciones las que dan la
medida del carácter explosivo e irreductible de una nueva concepción del tiempo (dentro, y no fuera del cual acontece
la salvación), y del hombre (que es y será tal, sólo mediante su completa reintegración), nueva concepción ésta de
frente al mundo greco-romano.
Si quisiéramos compendiar al máximo el objeto de la esperanza escatológica cristiana, encontraríamos en
1Tes 4,17 una definición simple y sublime: "estaremos siempre con el Señor". Ante esta definición se desvanecen
todas las imágenes. Se toca aquí la esencia y el vértice del mensaje escatológico, su valor perenne, más allá de las
formas contingentes y tributarias del ambiente en el que el Apóstol lo ha formulado 6 (cfr. 1Tes 5,10; 2Cor 4,14; 2Tim
2,11; Col 3,4; Ro 8,17; Ef 2,5). Por el contrario, la "ruina eterna" podrá definirse como un "estar lejos del rostro del
Señor" (2Tes 1,9).
En cuanto a la fecha de tal acontecimiento, Pablo recalca con fidelidad las afirmaciones de Jesús sobre nuestra
ignorancia al respecto (1Tes 5,1-3; 2Tes 2,3), y sobre el deber de vigilar (1Tes 3,13; 5,8.23). No se excluye que el mismo
Pablo haya ido madurando sus propias opiniones en esta materia, pasando de un primer momento en el que parece
dejarse seducir por la idea de participar personalmente en la Parusía (cfr. 1Tes 4,15.17, 1Cor 15,15-52), a otro en el
que acepta la posibilidad de la propia muerte (2Cor 1,9) e insiste sobre todo en el deseo de una comunión personal
con el Señor al término de su vida terrena (2Cor 4,16-5,10; Fil 1,23; 2Tim 4,6). Pasamos así a la cuestión de la existencia
ultraterrena del cristiano inmediatamente después de la muerte, durante el período que transcurre entre el fin de la
vida y la parusía. "Es innegable que el problema de la inmortalidad personal y el del destino inmediato después de la
muerte no está en el centro de la escatología de San Pablo"7. Con todo, hay algunos elementos que podemos
encontrar en 2Cor 5,1-10 y Fil 1,21-23 (cfr. 1Tes 4,14.16), que se compendian en el deseo del apóstol de "salir de este
cuerpo para vivir con el Señor" (2Cor 5,8). No importa si el concepto de la inmortalidad del alma representa el ingreso
de la filosofía platónica en la teología de San Pablo, por medio del ambiente estoico, pues el hecho es que este
concepto lo contiene en germen y tiene en cuenta la idea de un alma separada del cuerpo, santificada con Cristo a
partir de la muerte.
Es conocida la reacción suscitada por el opúsculo de O. Cullmann, "Immortalité de l'ame ou Resurrection des
morts?", Neuchatel 1956, en donde sostiene que los difuntos en Cristo entran sólo en un estado de sueño, del cual
serán definitivamente despertados en el día de la Parusía, verdadero momento de unión con el Señor.
Pero si Cristo es "la esperanza reservada en el cielo" (Col 1,5;cfr. 1,27), no deja por esto de influir
fuertemente ya desde ahora en la existencia cristiana. La actitud de esperanza se convierte así en un componente
6
P. ROSSANO, Lettere ai Tesalonicensi, Torino 1965, 43.
7 P. ROSSANO, op. cit., 38.
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imprescindible. La parusía se encuentra al final como un faro que proyecta su potente haz de luz desde el presente
diario de los precarios e insistentes acontecimientos históricos; es pues, un acontecimiento que está fuera del tiempo,
pero que lo orienta, que lo revalora y lo consuma: "Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en
Cristo, (Somos los más desgraciados de todos los hombres!" (1Cor 15,19). Nuestro Dios es, pues, "el Dios de la
esperanza" (Ro 15,13a). El cristianismo se presenta así, como la religión del optimismo (Ro 8,18), que da la última
palabra a la vida (1Cor 15,54-57) y a la alegría (Ro 15,13; 1Tes 2,19-20; 2Cor 7,4).
Si nuestro tiempo es un tiempo de transición, la esperanza es su fuerza secreta que lo mueve (Ro 8,24); si
todavía no hemos llegado a la posesión definitiva, la posesión actual del Espíritu es primicia de lo que será, pero esta
esperanza es capaz de transformar desde el interior toda la realidad terrena (1Cor 7,29b-31). Y es así como la
esperanza puede también manifestarse en la paciencia y en la constancia ante la oscuridad presente (Ro 8,25.35; 15,5;
2Cor 1,6; 6,4; Tit 2,12-13). Y la misma creación, en su totalidad, se dice que participa de la espera escatológica (Ro
8,19-22). Por eso, el cristiano puede dar gracias al "Señor Nuestro Jesucristo y Dios nuestro Padre, que nos ha amado y
nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa" (2Tes 2,16).
C. LA DIMENSIÓN ECLESIAL.
Pablo no es, ciertamente, el creador de la noción de Iglesia, sino que lo que él hace es explicitar a nivel
teológico la autoconciencia de la comunidad primitiva en la que se encuentra integrado. Perseguidor, en un principio, y
después Apóstol, pasa de un conocimiento superficial a una experiencia cada vez más profunda de la vida de la "Iglesia
de Dios" y una profundización mayor de su noción originaria. Es imposible, pues, que toda la eclesiología de Pablo esté
ya desde un principio, y que no haya experimentado progreso alguno. Al contrario, Pablo, como cualquier hombre, se
enriquece al contacto con la realidad y en la medida de sus diversas experiencias.
Sintetizando, podríamos decir que la teología paulina de la Iglesia se nos presenta en dos temas: Pueblo de
Dios y Cuerpo de Cristo.
a) Pueblo de Dios.
La conciencia que la primera comunidad cristiana tuvo de sí misma se puede resumir así: "los cristianos
forman el verdadero Israel, constituido nuevo mediante la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, con el deber de
vivir obedeciéndole y en la esperanza de su no lejana venida en la gloria 8. Es ésta la conciencia que tenían de formar la
comunidad mesiánica de los últimos tiempos, la nueva creación del pueblo de Dios.
La novedad de la noción paulina es la tan acentuada oposición entre la fe y las obras de la ley, entre el espíritu
y la carne, con lo que se presenta la Iglesia como la comunidad de la justificación por la fe, el Israel según el espíritu
(1Cor 10,18; cfr. Ro 8,5), y, en consecuencia, el verdadero y nuevo pueblo de Dios. Aunque no use expresamente la
fórmula "pueblo de Dios", o "nuevo pueblo", en sus cartas está presente toda la riqueza del concepto. Toda la teología
de San Pablo, orientada a manifestar la unidad de la Revelación, propone que las promesas de salvación hechas a Israel
se han cumplido en Cristo, con lo que se verifica una transposición de los antiguos privilegios a la nueva comunidad.
Este misterio constituye el objeto de su apasionante reflexión en Ro 9-11, como hemos tenido oportunidad de
comentarlo en páginas anteriores.
El hombre nuevo, creado en Cristo, se multiplica y se convierte en pueblo: un pueblo que realiza finalmente
los designios de Dios esbozados en el primer Israel, constituyéndose así, a nivel escatológico, en el nuevo y verdadero
"Israel de Dios" (Gal 6,16).
En la terminología paulina también la expresión "la Iglesia de Dios" pertenece radicalmente a esta teología del
pueblo. La locución, ya presente en el griego de los LXX (v.gr. Dt 23,1-9; Mi 2,5; etc.) traduce el hebreo QAHAL (YHWH)
y se refiere siempre, más o menos explícitamente, a la asamblea del desierto, momento privilegiado en la historia de
Israel, bajo cuyo ejemplo se menciona toda reunión, sea cultual, política o escatológica. Pues también para Pablo los
israelitas del desierto representan una comunidad ideal, de evidente valor paradigmático: la nueva asamblea de Dios
es una convocación cristiana, debida a la libre y amorosa iniciativa del Padre y al kérygma del que Jesús es el autor y
contenido. En las comunidades cristianas no se entra para buscar valores éticos y filosóficos, sino para agruparse en
torno a un Dios que ama, con la fe en la mediación salvífica de Jesús el Señor, en la comunión fraterna, don del Espíritu
(cfr. 2Cor 13,13).
Y, aunque en principio reconoce a la comunidad de Jerusalén como la heredera legítima del antiguo pueblo de Dios, ve
también que todas las comunidades que van surgiendo en los diversos lugares, son células que van reproduciendo las
características de la Iglesia primitiva, hasta formar todas juntas una comunidad más basta, hasta constituir un "único
nuevo pueblo" del que las diversas "asambleas cristianas" son imágenes vivientes.
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Es cierto que su realización se verifica por grados sucesivos, marcados por el avanzar de la historia hacia su
término: oculto en Dios durante siglos, recibe una primera imperfecta manifestación "a través de las Escrituras
proféticas" (Ro 16,26), mientras que "en el presente, en virtud del Espíritu, ha sido revelado a sus santos apóstoles" (Ef
3,5), mientras que en la parusía se manifestará en una irrevocable y mutua presencia de amor a Dios (cfr. Fil 3,20-21;
1Cor 15,28). Pero, entre tanto, se nos da ya la posibilidad de actualizarlo incesantemente en la experiencia cristiana, y
de llevarlo a la existencia como tal, pues "el mismo que Dios dijo: 'del seno de las tinieblas brille la luz', ha hecho brillar
la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2Cor 4,6).
~6~