Robinson Crusoe-Capitulo 4-Defoe
Robinson Crusoe-Capitulo 4-Defoe
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He descrito ya mi vivienda, que era una tienda junto a la ladera rocosa, rodeada de un
fuerte vallado de estacas y cables al que puedo llamar ahora muro porque del lado
exterior le puse una base de tierra con césped que alcanzaba a dos pies de alto; más
tarde —pienso que un año y medio después— agregué unas vigas y cabrias que iban
de la empalizada hasta las rocas, e hice un techo con ramas de árbol y todo aquello
que pudiera protegerme mejor de las lluvias, que en ciertas épocas del año caían con
gran violencia.
Ya he dicho que había puesto todos mis efectos dentro de la empalizada y en la
caverna. Al principio estaban tan revueltos, apilados sin orden ni cuidado, que
ocupaban casi todo mi sitio, no dejándome lugar libre. Me puse entonces a agrandar la
caverna, siéndome fácil porque se trataba de una roca arenosa que cedía fácilmente.
Ya en aquel entonces estaba seguro de que no había fieras en la isla, y ahondando la
cueva hacia la derecha hice un túnel que formaba una salida más allá de la
empalizada, lo cual me permitiría salir y entrar de lo que llamaríamos la parte trasera
de mi casa y a la vez depósito de efectos. Pude luego dedicarme a fabricar aquellas
cosas que más falta me hacían, como por ejemplo una mesa y una silla, sin las cuales
no podría gozar de las pocas comodidades que tenía en el mundo, ya que era difícil
escribir o comer agradablemente sin una mesa.
Así que puse manos a la obra; y aquí debo advertir que, del mismo modo que la razón
es la sustancia y origen de las matemáticas, planteando y concordando todas las
cosas según la razón, y ateniéndose al juicio mas racional de las cosas, cualquiera
podría ser con el tiempo maestro en cualquier arte mecánica. Nunca había manejado
una herramienta en mi vida, pero con tiempo, aplicación y perseverancia descubrí que
si hubiera tenido los elementos necesarios habría podido fabricar cuanto me faltaba.
Así y todo hice muchas cosas sin herramienta alguna, y otras con la sola ayuda de una
azuela y un hacha, aunque con infinitas dificultades. Si, por ejemplo, necesitaba un
tablón, no me quedaba otro remedio que derribar un árbol, ponerlo en un caballete y
hacharlo por ambos lados hasta darle el espesor de un tablón, y lo pulía luego
convenientemente con la azuela. Con este método sólo sacaba un tablón por árbol,
pero como no encontraba otra manera de lograrlo me armaba de paciencia ante la
enormidad de tiempo que me llevaba la sola obtención de una tabla. Cierto que mi
tiempo y mi trabajo nada valían allí, y tanto me daba emplearlos de un modo que de
otro.
Así fabriqué en primer lugar una mesa y una silla, aprovechando los pedazos de tabla
que trajera del barco. Después, cuando obtuve algunos tablones de la manera ya
descrita, hice estantes de pie y medio de ancho, uno sobre otro, a lo largo de las
paredes de mi cueva, que servían para poner mis herramientas, clavos y herrajes
teniendo todo clasificado y puede decirse que al alcance de la mano. Clavé soportes
en las paredes para colgar mis escopetas y lo que en esa forma quedara cómodo,
tanto que si alguien hubiera podido ver mi cueva le hubiera parecido un depósito
general de objetos necesarios. Tenía todo tan al alcance de la mano que me
encantaba ver cada cosa en orden y, más que nada, descubrir que mi provisión era
tan abundante.