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Detectar Mentiras

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CÓMO DETECTAR MENTIRAS EN SIETE LECCIONES

Uno de los temas que más les atrae a las personas sobre el lenguaje corporal es
el mentir. ¿Cómo podemos saber cuándo alguien está mintiendo? ¿Existe una
fórmula sencilla, que nos permita descubrir a una persona cuando no está siendo
sincera con nosotros?

Las mentiras pueden ser detectadas, en la medida que practicamos e indagamos


en la forma de ser de quienes nos rodean. Mientras más estudiemos el lenguaje
corporal de los demás, nos haremos cada vez más sensibles a los cambios
actitudinales que inevitablemente acompañan una falsedad. Al respecto,
científicos como Paul Ekman y Allan Pease nos han permitido sintetizar algunos
de los indicios claves para determinar si una persona está mintiendo o está
diciendo la verdad.

Como su nombre lo indica, éste es un post dividido en siete partes, las cuales
están enumeradas a continuación. Pueden ser leídas en cualquier orden, pero el
orden que les propongo es el de “menor a mayor”. La número 7 es la más sutil y
sujeta a malinterpretaciones, mientras que las número 3 y 2 son las más tajantes e
infalibles, siendo el número uno la campeona absoluta. Los invito a leerlas, a
comentarlas, y a descubrir conmigo un mundo bastante particular, donde los que
nos rodean empezarán a sospechar si no tendremos poderes psíquicos. Ahí
vamos:

No. 1: Repetir la pregunta

No. 2: La boca que pica

No. 3: La sien perlada

No. 4: Los ojos fijos

No. 5: Justificarse innecesariamente

No. 6: Bajar la voz y tragar saliva

No. 7: El alivio de la retirada


REPETIR LA PREGUNGA

¿En qué consiste? como su nombre lo indica, tiene dos manifestaciones posibles:

1) Le hacemos una pregunta sencilla a una persona y ésta la repite total o parcialmente,
como si no nos hubiese escuchado o entendido. Por ejemplo, un diálogo clásico:

Andrea: “¿Se puede saber dónde estabas tú anoche?”

Beto: ¿Anoche? / ¿Que dónde estaba yo anoche? / ¿Quién, yo?

En cualquiera de los casos, los centros de procesamiento del cerebro están siendo
puestos en funcionamiento de manera sorpresiva, y con el pleno conocimiento de que a
una pregunta sencilla debe seguirle una respuesta sencilla, la mente necesita valiosas
décimas de segundo para articular una respuesta no comprometedora. ¿Cómo ganar
tiempo? repite la pregunta. Es algo que hacemos casi instintivamente.

2) Complementar la respuesta con la pregunta misma. Digamos que no repetimos


literalmente la pregunta, sino que la “adjuntamos” a una respuesta que debería ser, a
todas luces, sencilla. Por ejemplo:

Andrea: “Amor, ¿Le pusiste comida al perro?”

Beto: “Uhm, Sí amor, yo le puse comida“

Luego de una respuesta así, esperemos que Beto se asegure de que Fido no se muera
de hambre. El incluir la pregunta original como una coletilla de la respuesta (que en este
caso podría ser simplemente “Uhm, Sí amor“) es señal que el centro del lenguaje
quiere sonar convincente, cosa que no ocurre cuando nos preguntan nuestro nombre, por
ejemplo.
LA BOCA QUE PICA

Allan Pease, en su libro “el lenguaje del cuerpo”, explica cómo los gestos adultos son en
realidad evoluciones de los movimientos automáticos de los niños. Las expresiones de
emotividad, los movimientos exagerados de las manos, los ojos desmesuradamente
abiertos… todos rasgos infantiles inconfundibles llegan sin escalas a la adultez, cada vez
más y más sutiles para llamar cada vez menos la atención.

¿Qué hace un niño instintivamente cuando escucha una mentira, una grosería o algún
vocablo impropio? Su reacción natural será la de taparse con ambas manos la boca,
queriendo decir con este gesto “¡No puedo creer lo que estés diciendo!”. Al ir
creciendo, esta manifestación se hace casi imperceptible y puede derivar en un simple
toque de las comisuras de los labios o incluso la punta de la nariz.

“Un momento”, dirán ustedes, “En ese caso el niño se tapa la boca porque escucha una
mentira, más no porque la dice.” Recuerden por un instante que el cerebro humano es
propenso a “representar” sensaciones que no están realmente presentes; Si, por ejemplo,
vemos a una persona mordisquear un limón, no podremos evitar sentir su gusto ácido en
nuestra propia boca, que hasta podría salivar. De la misma manera, intercambiamos el
gesto de las manos que se llevan a la boca cuando otra persona miente, por nuestra
propia mentira articulada.

¿Es realmente efectiva?

Está científicamente comprobado. De todos los “micro picores” definidos por Phillippe
Turchet en el libro “El lenguaje de la seducción”, el de las comisuras de los labios y el de
la punta de la nariz están íntimamente relacionados con el mentir.

¿Cómo podemos asegurarnos de que funcione?

Simplemente basta con imaginarse un triángulo sobre la boca y nariz de nuestro


interlocutor, estar pendientes si en algún momento se acerca las manos a él.

Una de las ventajas en cuanto a la precisión de este “indicio” de la mentira es que los
nervios que causan esa picazón en los labios rara vez son afectados por una alergia. La
nariz puede dispensarse en algunos casos de resfriado común o reacción a un olor fuerte;
pero los labios, al ser tocados, no pueden mentir. La persona está insegura de lo que está
diciendo; ya sea que esté creando todo un argumento, o simplemente esté pensando en
cómo demostrar su inocencia, las comisuras de los labios son implacables.
LA SIEN PERLADA

¿Han notado cómo una persona que se siente amenazada, empieza a sudar
copiosamente? Aun cuando escasos segundos antes tenía una frente ligeramente seca,
ahora la vemos profusamente perlada producto de… el nerviosismo.

Esta reacción es provocada de manera natural por la amígdala cuando nuestro sistema
límbico presiente que nos encontramos ante un peligro inminente. En vez de esperar a
que entremos en actividad física que eleve nuestra temperatura y que provoque la
correspondiente sudoración para calmarla, el cuerpo se anticipa provocando una
sudoración que generalmente sentimos más fría de lo normal.

¿Es realmente efectiva?

La sudoración de la frente es un indicio claro de que la persona está nerviosa. ¿Nerviosa


por qué?, se preguntarán. Puede que lo esté simplemente porque se siente acusada y
está buscando exponer su explicación; o bien no tiene ninguna explicación y tiene que
inventarla.

El problema es que en ese momento la persona que está siendo “acusada” entra en un
círculo vicioso psicológico en el que le es imposible generar palabras coherentes puesto
que su cerebro está dividido entre a) Alarmar sobre el peligro del momento, b) determinar
la intención y reacciones de su interlocutor y c) Desarrollar la mentira. Si a todo esto
añadimos el hecho de que ya está nervioso y no puede pensar con claridad, es muy
factible que termine metiendo la pata o simplemente confesándolo todo.

Este fenómeno de la frente perlada viene especialmente acompañado de los ojos fijos y la
voz ahogada, ambas explicadas más adelante.

¿Cómo podemos asegurarnos de que funcione?

Debemos estar absolutamente seguros de que no hace el calor suficiente como para que
la persona esté sudando. Una cuidadosa observación previa al “interrogatorio”, nos
permitirá determinar si la piel de su sien está seca. Cuando la reacción al peligro lo
invada, noten que la tez se volverá más clara (por compresión de los capilares) y…
empezará a sudar.
LOS OJOS FIJOS

Entre las “cartillas” de lenguaje corporal que abundan en internet, un mito muy difundido
es el siguiente:
“Los ojos de una persona que miente tratan de evadir constantemente a su interlocutor, ya
sea por vergüenza o pesar.”

Nada más alejado de la verdad.

Mentir es como jugar al baloncesto. ¿Se imaginan que estén probando sus tiros, y que
cada vez que lancen el balón, volteen hacia otro lado? Poco probable; siempre querrán
ver si acertaron o no. Y exactamente eso es lo que hacemos; mantenemos nuestra
mirada fija en la trayectoria del balón.
Cuando mentimos, lanzamos una “pelota” que esperamos nuestro interlocutor atrape.
Esperamos que se convierta en un ´punto´. Esperamos que baje la guardia y nos crea.
Hasta entonces, tratamos de escrutar cada centímetro de su rostro; el brillo de sus ojos, la
tensión en su cara, el color de la piel, la respiración… buscamos de manera
desesperadamente inconsciente una confirmación de que nuestra falsedad ha destruido
por completo la duda de la otra persona. Hasta entonces, no dejaremos de mirar.

¿Es confiable esta lección?

Todo exceso es sospechoso. En algún momento nos habremos topado con alguien que
sabíamos que mentía… y que se esforzaba ridículamente por no establecer contacto
visual alguno. Quizás se quedaba viendo una grieta en el techo, o quizás una piedrita en
el piso… pero nunca volteaba a vernos. Lo más probable es que no tuviese un
argumento, sino que más bien se empeñara una y otra vez en negar su participación o
conocimiento de la acusación. En este caso, la certeza de que está mintiendo es aún
mayor.
En uno u otro caso, mantener la mirada fija o evadirla totalmente son signos claros de que
la persona esconde algo.
JUSTIFICARSE INNECESARIAMENTE

Una de las recomendaciones que hacen los abogados a las personas que están siendo
interrogadas, bien sea en una comisaría o en un juicio, es el de ser fríamente
concretos. “Sí” o “No” son las respuestas adecuadas; si hay que responder con una
frase completa, debe hacerse lo más sencilla posible y responder exactamente lo que
están preguntando. Si te preguntan “¿Dónde estuvo usted la noche del martes?“,
nuestra respuesta debe ser de menos de cuatro palabras. “En la discoteca tal o
cual“. Punto.

Criminólogos, abogados, psicólogos, psiquiatras y demás profesionales afines conocen


perfectamente la razón de esta recomendación. Cuando nos sentimos culpables por una u
otra razón, o cuando estamos nerviosos porque queremos demostrar nuestra inocencia o
eficiencia, tendemos a… justificarnos innecesariamente.

¿Qué podemos definir como una justificación innecesaria? todo detalle que
busca probar lo que estamos diciendo. Por ejemplo, un criminal que tenga una coartada
para “el martes en la noche”, la espetará completa sin que se lo soliciten, con tal de que lo
dejen en paz de una vez. Y aquí es cuando los especialistas nos damos cuenta si ha
estado practicando la respuesta; una persona que realmente tiene que “recordar”, se toma
su tiempo en estructurar los detalles. No tiene que practicar nada, puede responder
calmadamente, pues está hablando con la verdad.
Entonces ¿Qué ganamos hablando más de la cuenta? Absolutamente nada. De hecho
perdemos mucho, pues damos detalles muchas veces innecesarios que ayudarán a un
interrogador sagaz a contradecirnos eventualmente, incluso si estamos diciendo la
verdad.

¿Cómo es posible? el nerviosismo es el culpable. Si la respuesta a la pregunta


fuese “Estaba en la discoteca…con Juan y María“, y en realidad Juan sólo nos
acompañó diez minutos y se fue, entonces quien nos interroga podría alegar que “A las
9:30 p.m. Juan se encontraba en casa de su mamá. ¿Cómo es posible que estuviese con
usted en la discoteca?“. Ahí toca justificar aún más. Diríamos (aún más nerviosos) “Ah,
es que él se marchó a las 9:10… no volví a saber de él”. Y por ahí nos vamos. ¿Se
imaginan si a las 9:45 le enviamos un mensaje de texto a Juan y lo olvidamos? Todo se
complica. Y todo por culpa de… justificarnos innecesariamente.
BAJAR LA VOZ Y TRAGAR SALIVA

Ésta es la lección para detectar mentiras, más fácil de implementar. Cuando una persona
miente o está inventando algo, su tono y volumen de voz disminuyen dramáticamente,
casi en un 50%. De hablar con una correcta modulación, pasa de repente a bajar la voz
con discreción, y de nuevo a un tono de voz normal.

¡Inclusive, puede ocurrir varias veces a lo largo de frases concatenadas! Trata de


identificar, a medida que tu interlocutor se expresa, las subidas y bajadas de tono; pon
atención a qué detalles estaba explicando n el momento que disminuyó el volumen al
hablar; Apunta maquiavélicamente tus próximas preguntas a estos detalles que tu
“víctima” quiere pasar por debajo de la mesa.

En la misma medida que el tono de voz oscila con las mentiras, hay otro detalle vocal que
no puede restársele protagonismo: tragar saliva. Éste es un proceso automático que
hacemos todo el tiempo, pero si estamos nerviosos lo hacemos casi deliberadamente, y
se nota. Los cómics han sido bastante explicativos al respecto, pues el gesto clásico del
personaje aterrado que debe halarse el cuello de la camisa para poder tragar saliva con la
parsimonia que lo caracteriza, está firmemente arraigado en nuestro léxico corporal.

Pero esta clave está más allá de una simple viñeta infantil. Es un hecho que las
personas, cuando estamos nerviosas, necesitamos (conscientemente) tragar saliva. ¡Ojos
pendientes de la garganta de tu interlocutor!
Es más fácil si el sujeto es hombre, pues la manzana de Adán es una especie de bandera
gigante que nos permitirá presenciar este fenómeno a plenitud.
EL ALIVIO DE LA RETIRADA

La última técnica que debemos aprender para detectar mentiras es, sin duda alguna, la
más difícil de aplicar. Se basa en la siguiente premisa:

“Cuando una persona está siendo interrogada de manera inquisitiva, se mantendrá a la


defensiva y su cuerpo estará tenso. En el momento que el interrogatorio termine, pueden
ocurrir una de dos cosas: O bien la persona ´contraataca´ diciendo lo injusto que hemos
sido en pensar que está mintiendo, o bien se queda callad@ y su cuerpo se relaja por
unas décimas de segundo.”

En pocas palabras, una persona culpable se sentirá aliviada instantáneamente cuando el


“interrogatorio” termine.

¿Por qué es tan difícil de poner en práctica?

Primero y principal, esta es la única técnica que implica al mentiroso en pleno


conocimiento de que lo estamos interrogando. Este proceso, en sí mismo un arte
delicado, debe ser lo suficientemente exasperante para él como para que exhiba al
menos tres de las seis claves expuestas en los posts de esta serie. En ese momento sus
hombros estarán tensos, pues el reptil ubicado en el sótano del cerebro triuno los
precalienta por si la situación amerita resistir un soberano sartenazo.

Si el interrogatorio finaliza de manera súbita, debemos estar atentos a dos claves: a) la


relajación de uno o ambos hombros y b) La respiración, que siendo superficial hasta ese
momento, se reanudará con un suspiro sordo.

¿Qué tan preciso es?

Imagínense que nos empiezan a acusar de algo que no es cierto. A pesar de lo que
decimos en nuestra defensa, siguen sin creernos. ¡Nos indignaríamos! Y no sería una
emoción que se disipe de buenas a primeras. Apenas termina el interrogatorio,
empezaríamos a reclamar la injusta acusación.

Pero si somos culpables, la actitud es otra. Por medio segundo nos relajamos, aliviados
que ya el ataque terminó; pero enseguida el hemisferio izquierdo del cerebro toma las
riendas y dice “¡Epa! se supone que debemos demostrar indignación!”

¿Cómo ejecutarlo correctamente? Existe un procedimiento sistemático para lograrlo;


requiere de cierta práctica, pero es posible lograrlo:
1) Acorrale al (supuesto) mentiroso, lanzando pregunta tras inquisitiva pregunta, tratando
de ir aumentando su estrés, pero sin que sobrerreaccione. Vaya cocinándolo a fuego
lento.

2) Verifique visualmente que, efectivamente, sus hombros se empiezan a subir y


“juntarse” un poco. Este paso es muy importante, y es el que da pie a:

3) Lance una última pregunta y espere la respuesta (cualquiera que sea), y por último…

4) ¡El punto decisivo!. Apenas el mentiroso termina su respuesta, nos quedamos de tres
a cuatro segundos mirándolo fijamente a los ojos, como considerando que está diciendo
en efecto la verdad; mientras, nuestras manos deben estar apuntaladas en la cintura,
dando a entender que no vamos a dar un paso atrás. Al terminar los tres o cuatro
segundos de mirada fija… afloja los brazos, gira tu cuerpo 45°, llévate una palma a la
frente y suspira profundamente, oscilando los ojos hacia abajo, pero sin perderlo
de vista.

Este gesto compuesto le dará a tu interlocutor absoluta certeza de que el interrogatorio


ha terminado. ¡Es el momento! ¿Empieza el contraataque inmediatamente, o hay una
fracción de segundo de alivio?

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