1 Pedro 1.3-9
1 Pedro 1.3-9
1 Pedro 1.3-9
El autor dirige esta carta a los cristianos convertidos del paganismo. En ella, después de dar
gracias a Dios por habernos salvado mediante Jesucristo, va desarrollando algunos aspectos
de la vida cristiana derivada del Bautismo: la llamada a la santidad, la conducta ejemplar del
cristiano en medio del mundo, la paciencia en las tribulaciones, grandes o pequeñas y,
finalmente, el buen comportamiento de los presbíteros hacia los fieles y viceversa. Concluye
detallando algunas de las circunstancias en que se escribe la carta.
El escritor sagrado utiliza en su saludo el nombre que Jesús le había impuesto: Pedro es la
traducción griega de la palabra aramea «Kefa», que significa piedra. Se presenta como
«apóstol de Jesucristo», es decir, como testigo cualificado de la vida y obras del Señor (cfr.
Ga 2,9). La «dispersión» designaba originariamente a los judíos residentes fuera de
Palestina. Pero aquí el sentido es más profundo: San Pedro se dirige a los elegidos «que
peregrinan en la diáspora», es decir, a los cristianos, que forman ahora el nuevo pueblo de
Dios y que viven en esta tierra como caminantes hacia su patria definitiva, que es el Cielo. El
cristiano ha nacido de nuevo y es revestido de una gran dignidad.
Dios Padre, con su elección, ha destinado a los bautizados a una herencia maravillosa en el
Cielo; para conseguirla son necesarios el amor y la fe en Cristo a pesar de las tribulaciones;
el Espíritu Santo, que había anunciado en el Antiguo Testamento la salvación como fruto de
los padecimientos de Cristo, proclama ahora su cumplimiento a través de quienes predican el
Evangelio.
“La esperanza en la misericordia de Dios abre los horizontes y nos hace libres, mientras la
rigidez cierra los corazones y hace mucho mal. La esperanza es esta virtud cristiana que
nosotros tenemos como un gran don del Señor y que nos hace ver lejos, más allá de los
problemas, los dolores, las dificultades, más allá de nuestros pecados. Nos hace “ver la
belleza de Dios”: Cuando yo me encuentro con una persona que tiene esta virtud de la
esperanza y se encuentra en un momento feo de su vida – ya sea una enfermedad, una
preocupación por un hijo o una hija, o por alguien de la familia, que padece algo – pero que
tiene esta virtud, en medio del dolor, tiene el ojo penetrante, tiene la libertad de ver más allá,
siempre más allá. Y ésta es la esperanza. Y ésta es la profecía que hoy nos ofrece la Iglesia:
nos quiere mujeres y hombres de esperanza, incluso en medio de los problemas. La
esperanza abre horizontes, la esperanza es libre, no es esclava, siempre encuentra un lugar
para resolver una situación”.
El mundo ha definido la esperanza como “el estado de ánimo que surge cuando se presenta
como alcanzable lo que se desea”. La forma en que conocemos la esperanza es como esa
sensación que experimentamos cuando estamos ahorrando para el viaje de nuestros sueños,
como cuando el chico que te gusta comienza a poner su atención en ti o quizás como algo
tan sencillo como ese deseo interno de que no llueva el día de tu cumpleaños. Hay algo que
tienen en común todos los casos en los que “sientes esperanza” y es que tienen un alto
porcentaje de probabilidad de que eso por lo que esperamos no suceda. Y la realidad es que
por mas que cruces los dedos o cierres los ojos y los aprietes muy fuerte con un intenso
deseo de que algo suceda, nunca tendrás ninguna garantía de que pueda hacerse realidad.
El mundo en que vivimos no ofrece ninguna seguridad para la esperanza que guardamos en
el corazón, ¡pero hay una buena noticia! La Biblia nos enseña que hay un tipo de esperanza
en la que sí podemos confiar plenamente. ¡Una esperanza que no solo es segura, si no que
también está viva!
En momentos de dificultad, tú no necesitas una “esperanza muerta”, necesitas una esperanza
real, que esté viva y eso es precisamente lo que Pedro trata de decirnos aquí. ¡Aquí hay
tantas riquezas! Miremos las palabras que están resaltadas: La razón de nuestra esperanza
está en el versículo 5: para la salvación que está preparada para ser revelada en el último
tiempo. Todo en este mundo puede fallar, pero la salvación que tenemos en Cristo es lo único
que tenemos seguro. Mira cómo los versículos anteriores describen esa salvación.
Hemos nacido de nuevo a una esperanza viva, cuando naciste de tu madre, no fue un trabajo
que tú hiciste, Dios te trajo. De la misma forma cuando pusiste tu fe en Jesús, fue gracias a la
misericordia de Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Ahora estás conectada a la familia
de Dios a través de Cristo, quien no es un Salvador distante, sino que es tu Salvador
personal y con Su resurrección Él garantiza que tú también resucitarás con Él y tendrás vida
eterna.
Pero eso no es todo, como ahora eres su hijo, también has recibido los beneficios de su
paternidad, has obtenido una herencia y no necesariamente una casa en la playa que un
ciclón puede destruir, sino una herencia incorruptible (que no puede dañarse), inmaculada
(que no está contaminada con la suciedad de este mundo) , y que no se marchitará (que no
se deteriora) reservada (que nadie puede quitártela) en los cielos para nosotros. Y mientras
ese día llega, en el que estaremos para juntos siempre, Dios que es todopoderoso,
omnipotente, omnisciente se ha comprometido a guardarte a través de la fe en Cristo. ¡No te
parece increíble que Dios mismo sea el guardaespaldas de tu relación con Él!
Él te dio la fe para creer y la preservará hasta el fin. Así que cuando los problemas de este
mundo traten de apagar tu corazón, levanta tus ojos y fíjalos en el único lugar en el que
encontrarás una esperanza viva y una seguridad eterna: Jesucristo. Que los problemas del
camino no te distraigan en tu camino a casa. Pon tus ojos en las cosas eternas y lo que no
tiene valor dejará de ser importante.
En definitiva, pidámosle al señor que nos permita entender que la Misericordia de él es
fecunda y uno de sus frutos más preciados es la esperanza y que Los que saboreamos la
misericordia sepamos a ciencia cierta que las promesas de Dios siempre se cumplen.
Amen!