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MLS 2 Krishnamurti

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Cada pensamiento y sentimiento deben florecer

Dijo Krishnamurti… para poder vivir y morir; todo debe florecer en


uno, la ambición, la envidia, el odio, la alegría, la
pasión; en ese florecimiento está la muerte de
todo ello y hay libertad. Es sólo en libertad que
algo puede florecer, no en la represión, en el
control; esto sólo pervierte, corrompe. En la li-
bertad y el florecimiento radican la bondad y
toda virtud. No es fácil dejar que la envidia flo-
rezca; uno la condena o la fomenta, pero jamás
le da libertad. Es solamente en libertad que el
hecho de la envidia revela su color, su forma, su
profundidad, sus peculiaridades; si se la reprime
no se revelará a sí misma en plenitud y liber-
tad. Una vez que se ha mostrado completamen-
te, la envidia cesa sólo para revelar otro hecho,
el vacío, la soledad, el miedo.

Y a medida que a cada hecho se le permite que florezca libremente, en


toda su integridad, toca a su fin el conflicto entre el observador y lo ob-
servado; ya no existe más el censor sino sólo la observación, sólo el ver.
La libertad puede existir únicamente en la consumación, no en la represión,
la repetición, la obediencia a un patrón de pensamiento. Hay consumación
tan sólo en el florecer y el morir; el florecer no existe si no hay un terminar.
Lo nuevo no puede existir si no hay libertad con respecto a lo conocido. El
pensamiento, lo viejo, no puede dar origen a lo nuevo; lo viejo debe morir
para que lo nuevo sea. Lo que florece tiene que llegar a su fin.
La opción siempre está engendrando desdicha. Si uno la observa, la verá
acechando, exigiendo, insistiendo y suplicando, y antes de saber uno dón-
de está, se halla aprisionado en su red de dudas, responsabilidades y de-
sesperaciones de las que no es posible escapar. Basta observarlo para
darse cuenta del hecho. Darse cuenta del hecho; uno no puede cambiar el
hecho; podrá ocultarlo, escapar de él, pero no puede cambiarlo. Está ahí.
Si lo dejamos solo, si no interferimos con nuestras opiniones y esperanzas,
temores y desesperación, con nuestros juicios astutos y calculados, el
hecho florecerá y revelará todas sus intrincaciones, sus sutiles modos de
actuar -y los hay en cantidad-, su aparente importancia y ética, sus motivos
ocultos, sus caprichos. Si dejamos solo al hecho, él nos mostrará todo esto
y mucho más. Pero es preciso estar lúcidamente atento a ello, sin opción
alguna, avanzando paso a paso. Entonces veremos que la opción, habien-
do florecido muere, y que hay libertad; no que uno está libre, sino que hay
libertad. Uno mismo es el que produce la opción, y uno ha cesado de pro-
ducirla. No hay nada por lo que optar, nada que escoger. En este estado
sin opción, florece la madura soledad interna. Su muerte es un no terminar
jamás. Ello está siempre floreciendo y es siempre nuevo. Morir para lo
conocido es estar internamente solo. Toda opción se halla dentro del cam-
po de lo conocido; la acción en este campo siempre engendra dolor. La
terminación del dolor está en la madura y lúcida soledad interior.

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