Krishnamurti afirma que para vivir y morir libremente, todos los pensamientos y sentimientos deben poder florecer sin represión. Sólo en la libertad pueden florecer la bondad y la virtud. Al permitir que cada hecho florezca sin interferencia, se revelará en su totalidad y cesará el conflicto. La opción siempre genera desdicha, pero al observar los hechos sin juicios, éstos podrán florecer y morir, dejando lugar a la libertad y la madura soledad interior.
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Krishnamurti afirma que para vivir y morir libremente, todos los pensamientos y sentimientos deben poder florecer sin represión. Sólo en la libertad pueden florecer la bondad y la virtud. Al permitir que cada hecho florezca sin interferencia, se revelará en su totalidad y cesará el conflicto. La opción siempre genera desdicha, pero al observar los hechos sin juicios, éstos podrán florecer y morir, dejando lugar a la libertad y la madura soledad interior.
Krishnamurti afirma que para vivir y morir libremente, todos los pensamientos y sentimientos deben poder florecer sin represión. Sólo en la libertad pueden florecer la bondad y la virtud. Al permitir que cada hecho florezca sin interferencia, se revelará en su totalidad y cesará el conflicto. La opción siempre genera desdicha, pero al observar los hechos sin juicios, éstos podrán florecer y morir, dejando lugar a la libertad y la madura soledad interior.
Krishnamurti afirma que para vivir y morir libremente, todos los pensamientos y sentimientos deben poder florecer sin represión. Sólo en la libertad pueden florecer la bondad y la virtud. Al permitir que cada hecho florezca sin interferencia, se revelará en su totalidad y cesará el conflicto. La opción siempre genera desdicha, pero al observar los hechos sin juicios, éstos podrán florecer y morir, dejando lugar a la libertad y la madura soledad interior.
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Cada pensamiento y sentimiento deben florecer
Dijo Krishnamurti… para poder vivir y morir; todo debe florecer en
uno, la ambición, la envidia, el odio, la alegría, la pasión; en ese florecimiento está la muerte de todo ello y hay libertad. Es sólo en libertad que algo puede florecer, no en la represión, en el control; esto sólo pervierte, corrompe. En la li- bertad y el florecimiento radican la bondad y toda virtud. No es fácil dejar que la envidia flo- rezca; uno la condena o la fomenta, pero jamás le da libertad. Es solamente en libertad que el hecho de la envidia revela su color, su forma, su profundidad, sus peculiaridades; si se la reprime no se revelará a sí misma en plenitud y liber- tad. Una vez que se ha mostrado completamen- te, la envidia cesa sólo para revelar otro hecho, el vacío, la soledad, el miedo.
Y a medida que a cada hecho se le permite que florezca libremente, en
toda su integridad, toca a su fin el conflicto entre el observador y lo ob- servado; ya no existe más el censor sino sólo la observación, sólo el ver. La libertad puede existir únicamente en la consumación, no en la represión, la repetición, la obediencia a un patrón de pensamiento. Hay consumación tan sólo en el florecer y el morir; el florecer no existe si no hay un terminar. Lo nuevo no puede existir si no hay libertad con respecto a lo conocido. El pensamiento, lo viejo, no puede dar origen a lo nuevo; lo viejo debe morir para que lo nuevo sea. Lo que florece tiene que llegar a su fin. La opción siempre está engendrando desdicha. Si uno la observa, la verá acechando, exigiendo, insistiendo y suplicando, y antes de saber uno dón- de está, se halla aprisionado en su red de dudas, responsabilidades y de- sesperaciones de las que no es posible escapar. Basta observarlo para darse cuenta del hecho. Darse cuenta del hecho; uno no puede cambiar el hecho; podrá ocultarlo, escapar de él, pero no puede cambiarlo. Está ahí. Si lo dejamos solo, si no interferimos con nuestras opiniones y esperanzas, temores y desesperación, con nuestros juicios astutos y calculados, el hecho florecerá y revelará todas sus intrincaciones, sus sutiles modos de actuar -y los hay en cantidad-, su aparente importancia y ética, sus motivos ocultos, sus caprichos. Si dejamos solo al hecho, él nos mostrará todo esto y mucho más. Pero es preciso estar lúcidamente atento a ello, sin opción alguna, avanzando paso a paso. Entonces veremos que la opción, habien- do florecido muere, y que hay libertad; no que uno está libre, sino que hay libertad. Uno mismo es el que produce la opción, y uno ha cesado de pro- ducirla. No hay nada por lo que optar, nada que escoger. En este estado sin opción, florece la madura soledad interna. Su muerte es un no terminar jamás. Ello está siempre floreciendo y es siempre nuevo. Morir para lo conocido es estar internamente solo. Toda opción se halla dentro del cam- po de lo conocido; la acción en este campo siempre engendra dolor. La terminación del dolor está en la madura y lúcida soledad interior.