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Modulo 3

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- SEMINARIO VIRTUAL sobre VÍNCULOS y EMOCIONES desde la PSICOLOGÍA TRANSPERSONAL -

es desde Oriente / Occidente ~

Módulo 3

TRABAJANDO CON EL DOLOR

Docente:
Lic. Virginia Gawel

Objetivos del Módulo 3

o Acercarnos juntos a investigar de un modo conceptual y vivencial la naturale-


za del dolor y del apego.
o Explorar estrategias vivenciales para abrir la posibilidad de desidentificarse del
dolor.
o Brindar herramientas para trabajar con el dolor del cuerpo.
o Aproximarnos a comprender el duelo como proceso.

Ítems a desarrollar en este Módulo

La naturaleza del dolor. El dolor y la búsqueda de Sentido. El tema del dolor en las
Tradiciones de Sabiduría. El apego y el dolor: verdadero sentido de la palabra "de-
sapego". El "desapego apasionado". La identificación con el cuerpo. Atracción-
rechazo (Raga-Dvesa): la matriz del dolor. La visión del dolor desde la perspectiva
de la Psicología Budista: ejercicios monacales-laicos para la desidentificación emo-
cional. Desapego y Libertad. El "pantano de la tristeza". El sufrimiento inútil y el su-
frimiento legítimo. Dolor de duelo: la elaboración de lo irreversible. Las etapas de un
duelo. Ingresar al dolor y vivirlo.. ♣

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1
LA NATURALEZA DEL DOLOR

El dolor ha sido a lo largo de la historia de la Humanidad el motivo de los


cuestionamientos existenciales más profundos y sentidos. ¿Por qué existe? ¿Cómo
evitarlo? Estas preguntas derivan hacia planteos que hacen al fundamento mismo
de la vida: la justicia o injusticia divinas, la existencia o no de un sentido para el
dolor, los padecimientos como castigo de los dioses... Cada sistema de creencias,
cada cultura, cada religión, tienen posturas definidas respecto del sufrimiento (pos-
turas no siempre coincidentes entre sí).

No es mi intención, desde ya, pretender dar respuestas a estos planteos,


pero sí invitarle a que exploremos juntos distintos conceptos y ejercicios que con-
sidero valiosos como para vincularse de un modo inteligente con el dolor. Ojalá que
le sean de tanta utilidad como lo son para mí!

 La realidad del dolor y la búsqueda de Sentido: El dolor como factor


existencial parece algo inherente a la vida en este plano de la Realidad. En cual-
quier persona sensible e inteligente, en algún momento de su desarrollo, la pre-
sencia de este factor penoso que se multiplica en todo lo viviente puede generar re-
beldía ante las leyes del Universo, o escepticismo respecto de un orden Superior. Y
es que hay algo que se muestra de un modo evidente: la razón de la existencia del
dolor es inabarcable desde el intelecto. Somos solamente… humanitos! (Así, con
minúscula, tan difícil es llegar a ser plenamente humano…)

Aceptar esta limitación del intelecto para llegar a la comprensión del por qué
del dolor no significa que la opción sea mantenerse obediente a un dogma, ciego y
sin ánimo de ver. Hay otra manera, quizás más sabia, de mirar el tema del dolor:
siendo, sí, conscientes de que el intelecto
no puede abarcar sus raíces, pero mante-
niendo la actitud como de quien se aso-
ma hacia el otro lado de un muro, sos-
teniéndose en puntas de pie para atisbar
más allá de lo que se percibe a simple
vista, buscando respuestas que estén por
encima (y no por debajo) del razona-
miento. Y es que del otro lado del muro,
cuando llegamos a espiar, pareciera ser
que lo que avizoramos es el diseño per-
fecto e intrincado de un increíble Labe-
rinto, con su propia lógica (una lógica que sólo podrá ser comprendida por quien lo
recorra hasta la salida... o por quien viera sus vericuetos desde lo alto, como
pueden permitirlo ciertos momentos de Gracia, llamados en este paradigma Estados
de Conciencia Ampliada!).

Podría decirse que la primera opción (es decir, adoptar un paquete de cre-
encias prestadas para anestesiar todo planteo desde el sentir) sería asentarse en lo

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pre-racional, en tanto que permanecer explorando, como quien buscara "estirar su
conciencia" para abarcar lo que el intelecto no puede, sería apuntar a lo trans-ra-
cional (aquello de lo cual nos hablan algunos sabios y místicos, y que remite más
que a ningún dogma, a una experiencia del Sentido, del Orden, independiente-
mente de todo credo).

Esta visión trans-racional del Orden no se da solamente en los místicos, co-


mo uno podría presuponer: si revisamos los textos de distintos científicos (Einstein,
Pauli, Maturana, Varela, Pribram...), encontraremos también la manifestación de
que, luego de investigar hasta las fronteras de lo cognoscible, la percepción final
es la de un Sentido que desborda la posibilidad de ser captado mediante la razón.

¿Por qué es importante mencionarlo al enfocar el tema del dolor como reali-
dad vital? Porque, si lo investigamos a partir de la experiencia real de distintos se-
res humanos a lo largo de la historia, encontraremos que aquéllos que han podido
superar las adversidades más increíbles, han tenido como soporte fundamental la
percepción trans-racional de un Sentido. Y, como dijera Jung:

"El sentido hace que infinidad de cosas sean soportables; quizá que todo lo
sea. El hombre que considera su propia vida y la de sus prójimos sin sentido
alguno no es sólo desafortunado sino que está casi descalificado para vivir la
vida." (1)

Dentro de la Psicología de Occidente, posiblemente uno de los principales


autores que abordó a fondo el tema del dolor y la búsqueda de Sentido fue Victor
Frankl: habiendo estado durante la Segunda
Guerra Mundial recluido por su condición de
judío en los campos de concentración nazis de
Auschwitz y Türkheim, soportó y vio padecer el
dolor más brutal. Sin embargo, esa cruenta
experiencia le hizo ver que, en medio de las si-
tuaciones más terribles, quienes se distinguían
por su fortaleza y su capacidad de superarlas
eran los que conservaban la noción de un Sen-
tido Trascendente.

El mismo Frankl , habiendo sobrevivido al Holocausto, dio cientos de confe-


rencias al respecto y escribió una prolífera obra describiendo cómo él mismo había
transitado el dolor, y cómo el ver a otras personas sobrellevarlo con entereza le ha-
bía hecho comprender otra dimensión del ser humano.

"El interés principal del hombre es encontrar un sentido a la vida, razón por
la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que este sufri-
miento tenga un sentido. El 'homo patiens' transforma el sufrimiento en acción;
sabe que al tender hacia el sufrimiento ya lo trasciende.

El cómo se sobrelleva un sufrimiento ineludible, encierra ya un sentido del


sufrimiento. El mérito de aceptar libremente el sufrimiento no se debe interpretar

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el asumir voluntariamente un dolor o sufrimiento que se podría evitar. El plano de
lo espiritual es el único en que es imaginable un sentido del sufrimiento." (2)

Este tema nos sugiere que hay al menos dos tipos de dolor: un dolor legíti-
mo, cuyas causas son bien concretas y que la vida nos exige transitar, y un dolor
evitable, inauténtico, generado por nuestra propia ignorancia ante la vida y sus le-
yes. Vayamos viendo sobre uno y otro tipo de dolor, para intentar abarcarlos a am-
bos…

UNA PROPUESTA: La Psicología Transpersonal nos dice que el ser hu-


mano va evolucionando, ampliando su conciencia y, con ello, su ca-
pacidad de comprender y de relacionarse más sabiamente con la re-
alidad.

Un símbolo universal de ello es la escalera: vamos ascendiendo y, a medida


que subimos cada escalón, tenemos una visión más panorámica respecto de quié-
nes somos y de cómo interactuamos con el entorno. Por ende, nuestra manera de
vincularnos con el dolor -propio y ajeno- se va modificando a medida que ascen-
demos por esa escalera: lo que era un problema penoso en un escalón, al madurar
en conciencia muchas veces deja de serlo; lo que nos hacía sufrir, se vuelve algo
poco digno de que nos aflijamos por ello.

Cada escalón implica un mayor nivel de desapego, una actitud más equi-
librada que permite darle importancia sólo a lo que verdaderamente la tiene. Y cada
ser humano está en uno u otro escalón, es decir, que no toda la Humanidad tiene el
mismo nivel de conciencia. Cuando encontramos a personas que están en el mismo
escalón en el que estamos nosotros, la comunicación fluye más fácilmente, pues se
habla en un mismo idioma, se percibe en forma similar, se reduce el esfuerzo recí-
proco por hacerse entender.

El dolor no es el único medio de acrecentar la conciencia, pero suele ser un


acicate ineludible. Ante lo que nos hace sufrir, más tarde o más temprano la alter-
nativa es recolocarnos internamente de un modo más maduro. Como decía Casta-
neda, "O sufrimos o nos hacemos fuertes; la cantidad de trabajo es la misma."

Mi propuesta para autorreferir esta información que le estamos compartiendo


es la siguiente: tome una hoja lo suficientemente grande y trace una línea horizontal.
Ésa será su línea del tiempo. Señale en ella los años de vida que Ud. lleva vividos,
marcando un punto visible cada cinco años, desde que Ud. nació hasta el presen-
te.

Contemple ese tiempo vivido: a lo largo de él, seguramente Ud. ha ido su-
biendo por la escalera. Si es así, han habido en el pasado situaciones que antes le
provocaban dolor, y poco a poco Ud. se fue instalando en un lugar interno donde
pudo ir viviéndolas de otra manera. Dese tiempo. Revise cada una de las áreas de
su vida: la interacción social, los afectos, el vínculo con la familia de origen, lo eco-
nómico, la relación con su propio cuerpo...

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Es probable también que encuentre zonas resistentes al cambio: un mismo
modo de sufrir que se conserva ante circunstancias similares. ¿Puede determinar
cuáles son las situaciones cotidianas que aún le producen dificultad para correrse
del dolor innecesario? A medida que caminemos juntos, quizás descubra algo más
al respecto...

 El tema del dolor en las Tradiciones de Sabiduría: Más allá del sufrimiento
como factor existencial, cuya expresión vemos en todos los rincones del planeta,
quisiéramos focalizarnos en el dolor cotidiano, aquél con el cual nos vemos obliga-
dos a lidiar en el día a día.

Probablemente la medida de la evolución de una persona estará reflejada en


su inteligencia para relacionarse con ese dolor, de manera tal que pueda evitar
generarse sufrimiento inútil, y aprovechar el sufrimiento inevitable para ampliar
su conciencia y madurar internamente. ¿Qué actitudes pueden implementarse para
que esto sea posible?

o La desidentificación de lo sutil con lo denso: Desde la visión de la Filosofía


Perenne nacer significa que nuestra esencia (esa porción del Todo encarnada en
un individuo determinado), al ingresar al plano de la materia comienza a echar ra-
íces en él para poder desplegar la experiencia humana.

Así, nuestra real identidad originaria se va proveyendo de una personalidad:


aún desde antes de nacer, en el vientre materno, recibimos la impronta de múltiples
condicionamientos que irán forjando una parte importante de nuestro modo de ser.
Aunque lo que grafica esta idea sea muy simple, elijo representarlo porque luego
este esquema nos ayudará a desarrollar otras ideas:

El centro dorado representaría nuestra esencia, y el


celeste, periférico, nuestra personalidad. La Psicología del
Yoga, por ejemplo, despliega una comprensión aguda sobre
el asunto a través del concepto de kleshas (causas de aflic-
ción). Un círculo vicioso (samsara en el Budismo) en el que
queda atrapado Purusha (el espíritu o esencia) al entrar en
contacto con Prakriti (la materia). Este circuito lo componen
Avidya (ignorancia u olvido del Sí Mismo), Asmita (la identi-
ficación del Ser con el instrumento de percepción), Raga-Dvesa (la atracción-repul-
sión que implica la interacción con otros sujetos-objetos extra e intrapsíquicos) y
Abhinivesha (el fuerte apego a esta vida).

A medida que el ser humano va echando raíces en el mundo, se va produ-


ciendo un olvido de sí: nuestra esencia, esa porción de lo Sagrado que anima a
cada persona, va siendo soterrada por los condicionamientos, los aprendizajes, los
hábitos... Nuestra identidad primigenia queda, a los efectos prácticos, como reem-
plazada por una identidad postiza. Y creemos ser eso, dado que nos identifica-
mos con ello (Asmita).

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¿Qué es lo que rige este mecanismo? Según la Filosofía Perenne, esa
esencia que pertenece al reino de lo sutil, para vivir la experiencia de lo humano
necesita aferrarse a lo que pertenece a las leyes de la materia (básicamente, al
cuerpo y sus instintos).

Ligada a los sentidos y con la necesidad vital de insertarse a este plano de la


realidad, esa Conciencia Primigenia se ve forzada a restringirse, aprendiendo a
utilizar los vehículos que le fueron dados para su encarnación. Y en esa adap-
tación al reino de lo manifestado, se van estableciendo, capa tras capa, los con-
dicionamientos que conformarán nuestra personalidad.

A medida que la esencia se inserta en este plano, nos vamos identificando


con esas capas externas. Creemos ser ese Ego nacido de la adaptación al cuerpo
y al universo de los sentidos. Lo que estaba destinado a ser un mero vehículo de
nuestro ser, termina otorgándonos una falsa sensación de identidad. Así, poco a
poco, la Esencia queda dormida, y el desafío del ser humano es, ya enraizado en el
mundo, volver a despertarla mediante un trabajo consciente sobre sí mismo.

Habiéndonos identificado con nuestro Ego, vamos quedando aislados de


nuestra verdadera identidad: nuestra Esencia queda reprimida, y es nuestro Ego
el que, por decirlo de algún modo, vive nuestra vida. De modo tal que el destino que
vinimos a cumplir queda sustituido por una existencia reactiva, disparada mecá-
nicamente desde nuestra cáscara, desde nuestra pseudoidentidad. Es como si el
actor olvidara que lo es y se identificara con el personaje que representa en el es-
cenario. Volver a contactar con nuestra Esencia va reubicando nuestra sensación
de identidad en su eje real. Tomando el gráfico anterior, podríamos representarlo
así:

A B

Nuestra Esencia está simbolizada nuevamente por el círculo interno dorado.


Los círculos concéntricos representan las distintas capas de condicionamientos
que van invistiendo a la Esencia en su enraizamiento en el mundo.

El eje de nuestra identidad (quien nos sentimos ser) se va corriendo hacia


las capas más externas: la línea vertical A (que implicaría ser lo que realmente se
es, es decir, existir desde nuestra esencialidad) se desplaza hacia la periferia, con
lo cual la identidad queda referida a esos condicionamientos, sintiéndonos ser

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"eso" (B). El hecho de que nuestra vida sea vivida desde esa identidad traslocada
es la causa de la mayor parte del dolor que nos toca vivir.

Pero, en quien trabaja sobre sí mismo, ese dolor podría cumplir un efecto
rectificador: si la vida nos duele, allí donde nos duele es donde debemos aprender
a soltar, a desidentificarnos. Este efecto rectificador que el dolor puede provocar,
acrecentando la conciencia de sí, estaría representado en el gráfico por la flecha
horizontal C: si los hechos de la vida "percuten" en la dirección de la flecha sobre
nuestra identidad mal centrada, ese dolor puede ayudarnos a mirarnos más a
fondo e ir desplazando nuestra identidad desde B nuevamente hasta A . En este sen-
tido, el dolor en sí mismo no es el camino, pero podemos convertirlo en un camino
de retorno hacia sí mismo si lo sabemos aprovechar.

En general, ese regreso del eje hacia su verdadero centro sería el proceso
completo al cual estamos destinados: retornar a nuestra real identidad esencial.
Esto se da paulatinamente, a lo largo de muchos años, y suele tener su apogeo en
la mitad de la vida, cuando la fuerza del Ego suele comenzar a disminuir, y la
muerte se ve como una realidad posible para sí mismo: si la Esencia no ha sido del
todo asfixiada, puede, -en ese momento sobre todo-, pujar por volver a nacer. Y
ésa es una gran oportunidad que requiere trabajo sobre sí mismo, lucidez, alertidad.

Una aclaración que creo importante hacer es la siguiente: cuando se habla


de desapego, si se interpreta mal la idea (y esto sucede muy a menudo) puede en-
tenderse que sería algo así como permanecer impávido, frío, desligado, impertur-
bable. En verdad, esto está muy lejos de la realidad. Por el contrario, quien vive la
vida con desapego es más fluido, más espontáneo, pues está menos temeroso. Por
ende, puede vivir una vida intensa y apasionada en todo lo que hace, pues si eso
que hace "fracasa", termina, se diluye… él no muere con eso, no se desgarra.
Por ello puede entregarse con toda su presencia: porque en ese "entregarse" no
entrega su conciencia, no coloca su identidad en el afuera.

Treya Wilber, en "Gracia y Coraje" (3) (el diario en el cual describe junto a
Ken, su marido, su propio proceso de enfermedad y muerte, le llamó "desapego
apasionado", una expresión que me gusta mucho…

EXPLORACIÓN VIVENCIAL: Quiero en este punto acompañarle a hacer un


ejercicio de revisión vital. Una de las metáforas tradicionales que
simboliza lo que le estuve compartiendo es la siguiente: nuestra Esencia
sería lo desnudo en nosotros mismos, aquello que no es de este mun-
do pero que se ve en la situación de nacer en él (lo que para muchas
Tradiciones de Oriente es considerado un privilegio).

Para insertarse en el mundo, psicológicamente se viste con distintos ro-


pajes (como el actor en el escenario, ¿recuerda?). Esos ropajes son nuestros agre-
gados mentales nacidos de los condicionamientos, y estructurados en base a los ro-
les y personajes desde los cuales interactuamos con el entorno. (Inclusive en el

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lenguaje de los sueños las ropas suelen representar nuestras vestimentas psicoló-
gicas).

Cuando encarnamos un personaje, nos sentimos ser ese personaje. Es como


un verdadero hechizo en el cual la identidad real queda sustituida por esa identidad
transitoria, que parece real. Le invito a que, tomando como base el ejercicio que
antes le propuse, observe su línea del tiempo y trate de recordar personajes in-
ternos que alguna vez fueron parte de su modo de estar en el mundo, y que en
este momento han menguado, o desaparecido.

En el trabajo de Psicosíntesis se invita a ponerles nombres a esos persona-


jes según su rasgo principal: "el Defensor de Desvalidos", "la Pobrecita", "el Muy
Bien Diez", "el Criticón", "la Posesiva"... Cada una de estas múltiples identidades
que conforman nuestra personalidad es como un ropaje más de eso "desnudo".

El trabajo de autoconocimiento implica que cada vez usemos menos ropajes,


y que los que usamos sean más acordes a la expresión de nuestra verdadera
identidad. Quizás este ejercicio le ayude a descubrir cuáles son los ropajes que viste
actualmente para interactuar con el mundo... y cuáles de ellos favorecen la auto-
creación de dolor innecesario.

o El apego y el dolor: En el proceso por el cual nuestra Esencia se identifica con


el plano de la materia, aferrándose a este mundo mediante los sentidos, es inevi-
table que, en principio, esa identidad egoica se ramifique hacia el entorno, hacién-
dose extensiva hacia todo aquello que llamamos "mío": "mis" objetos, "mis" opi-
niones, "mis" hijos, "mi" pareja...

Así, se va generando un vínculo de apego


con todo lo que constituye un objeto de iden-
tificación. Si algo le pasa a eso "mío" es como si me
pasara a mí. Y esta es una de las causas funda-
mentales del dolor. Hay un proverbio taoísta que
dice "Si te identificas con el leño, cuando lo hachen
serás cortado." Pero no es fácil echar raíces en la
tierra sin perder las que en verdad tenemos en el
cie-lo...

Desde el enfoque Transpersonal, lo que cons-


tituye el entorno del individuo está allí para ser ad-
ministrado: son los recursos con los que necesita-
mos contar para que nuestra Esencia pueda expre-
sarse y vivir las experiencias que precisa para su
evolución (dado que a eso vino). Pero el estar despierto implicará entrenarse en la
capacidad de, como dicen los sufis, "estar en el mundo sin ser del mundo". Esto
significa que no se trata necesariamente de no tener cosas, sino más bien de que
las cosas no nos tengan a nosotros. Lo mismo valdrá para los vínculos personales,
los lugares de pertenencia, las opiniones propias...

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En algunas líneas de trabajo espiritual se promulga el ascetismo extremo, la
desposesión, la vida ermitaña. En mi modo de concebir el desapego coincido, en
cambio, con aquellas líneas que toman "el camino del medio". Y mi experiencia en
el trabajo con personas nos indica que esa actitud extrema (sobre todo en nuestro
medio sociocultural) con más frecuencia lleva a la neurosis que a un desarrollo de la
conciencia. La sencillez voluntaria como clave de vida creo que es, sí, una buena
guía!

El apego, entonces, deviene de una tendencia natural del instinto, vinculada


al aferrarse a la materia para sobrevivir. Pero el mamífero humano, al tener ca-
pacidad de abstracción y de simbolización, extiende su territorio a aspectos más
sutiles, como lo serían las ideas, las creencias, los afectos... Mas el mecanismo
de base es el mismo. Así como el perro orina marcando su territorio, así "impreg-
namos con nuestro olor" aquello que consideramos propio, generalmente sin nin-
guna conciencia de cómo esto constituye más tarde o más temprano la matriz de un
dolor evitable.

Practicar el desapego favorece el corrimiento del eje de identidad hacia su


justo lugar (¿recuerda el gráfico?): desde la periferia hacia el centro. Cuando puedo
soltar aquello a lo cual me aferro, si lo hago con conciencia, vuelvo a apoyar mi
identidad en eso que Es (eso que Soy). ¿Por qué esto genera alivio a la fricción, al
dolor? Porque vamos retirando nuestra sensación de identidad desde lo pere-
cedero, lo impermanente, hacia lo que no pertenece al tiempo, desde lo que no
somos, hacia lo que somos y siempre seremos...

Tener la flexibilidad para "estar en el tiempo" -como antes lo veíamos- re-


quiere la actitud de desapegarse también del pasado: asumir la impermanencia de
lo que nos rodea, y correr con ese río que es el tiempo, permite que no quedemos
varados en lo que ya fue. Ya sé que no es fácil! Pero sí posible, si se trabaja.

A veces es más simple desapegarse de los objetos, aún los más preciados,
que del pasado como contenido psicológico. Nos aferramos al pasado por lo bello
que ya no está (nostalgia), o por lo doloroso que no logramos resolver (culpa,
resentimiento) y aún por lo que anhelábamos y nunca sucedió. Soltar el pasado es
un acto que requiere mucha determinación y mucha presencia de sí. Es soltar una
parte del dolor inútil.

UNA PROPUESTA: Quisiera compartirle algo personal que quizás le


pueda acompañar en su propia exploración sobre este tema: a lo lar-
go de mi vida he impulsado muchos cambios: viajes, mudanzas,
profundas transformaciones en mis actitudes... Y desde hace mucho
tiempo decidí ir soltando objetos: me fui desprendiendo de muchas cosas in-
necesarias. Del mismo modo, asimilar a mi vida la sencillez voluntaria como prác-
tica (lo cual me fue facilitado, quizás, por haber sido criada por una familia de es-
casos recursos pero mucha creatividad y con muchísimo afecto), apuntando a una
vida simple, sin seguir el ritmo de lo que el sistema quiere venderme (pues la prác-
tica de la sencillez voluntaria también implica ese aspecto del asunto).

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Cada vez que achico mi bagaje, desprendiéndome de algo que había rete-
nido me dispongo a observar dentro de mí la naturaleza del apego. Investimos a los
objetos (igual que a todo aquello con lo cual nos identificamos) con una intensidad
psíquica tan notable que terminamos sintiéndolos como una prolongación de lo
que somos. Ésa es nuestra parte más primitiva, la que en el animal marca el terri-
torio, la que en el niño grita "¡mío!". En el gráfico de círculos concéntricos, es "la pe-
riferia de la periferia". Estamos atrapados por aquello que no soltamos.

Le propongo lo siguiente: observe en su entorno los objetos que considera


que tienen la carga del "mío". Elija diez que sienta que le representan, aquellos de
los cuales le costaría mucho desprenderse. Anótelos en una lista. Con la lista en
mano, cierre los ojos y tómese su tiempo para investigar qué siente por cada uno de
esos objetos.

Luego, imagine (sólo imagine) que tiene que elegir uno de ellos para des-
hacerse de él. Escógalo y táchelo de la lista. Observe qué es lo que siente. Así,
vaya desprendiéndose de a uno, por orden de importancia, hasta quedarse sólo
con dos. Observe paso a paso lo que le pasa, y sobre todo esa elección final que
implicaría quedarse sólo con un objeto. Preste atención a lo que le pasa en el
cuerpo, a sus sensaciones. Tome registro del modo en que el apego repercute en
el cuerpo, y de cómo es generador de dolor.

Si tiene ganas de continuar con su investigación, y se reconoce como alguien


apegado a las cosas, puede ser un buen experimento regalar (o tirar) todo aquello
que sepa que está de más: papeles, ropa que no use, objetos que tiene guardados
"por las dudas"... Como si fuera a morir y no quisiera cargar a nadie con esa tarea.
Pero, no se preocupe: hágalo como si fuera no a morir, sino a vivir... más liviano.

Será un gusto que, si quiere, luego comparta sus experiencias con el Grupo
en el Foro!

o La identificación con el cuerpo: Si relacionamos


el concepto de apego al vínculo con el propio cuerpo
encontraremos otra pista esencial para comprender la
estructura del dolor y el modo de trabajar sobre él.

Dado que nuestra Conciencia Primigenia, en su


proceso de adaptación a este plano de la realidad,
necesita afianzarse al cuerpo, la primer identificación es
con ese vehículo: nos sentimos ser el cuerpo. La Antigua
Sabiduría nos dice que esto es como si el habitante
creyera ser su casa, o el pasajero sintiera que el carro
que le lleva y él son lo mismo.

Lo que trabajamos juntos en el Módulo 2 al describir la necesidad de


observar las sensaciones-sentidas, es la punta del ovillo: lo que observa no es lo

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observado. La confusión entre el Observador y lo observado es la causa de la ilu-
sión en que vivimos.

Cuando somos conscientes de nuestras sensaciones corporales, podemos


percibir que vivimos en un cuerpo, pero no somos el cuerpo. El cuerpo es la
herramienta que necesitamos para que nuestra esencia se manifieste en el plano de
la materia: la esencia es el Tripulante de ese vehículo de carne y huesos. El
vehículo está destinado a deteriorarse, a romperse, a corromperse. Su Habitante
no. En este punto, la identificación con el cuerpo tiene dos aspectos vinculados al
dolor:

1) El automaltrato corporal: Es usual, -sobre todo en nuestra cultura-, es-


tar peleado con algún aspecto de nuestra estética corporal: tenemos un ideal de
como "tendría" que ser nuestro cuerpo, y sufrimos porque no se adecue a ese ideal.
Somos demasiado gordos, o demasiado bajos, o excesivamente altos...

Esa actitud pierde de vista el hecho real de que el cuerpo, siendo el "estuche"
de nuestra Esencia, es algo que podría calificarse como sagrado. Es como es, tal
como nuestra esencia lo necesita. Nuestra tarea es mantenerlo lo más sano po-
sible, y si esto es así, seguramente por sí mismo adoptará la estética que le es
propia. Es más: nuestro cuerpo es el único mamífero al cual podemos percibir des-
de adentro! Si amamos a los animales, tratar a nuestro cuerpo como jamás lo ha-
ríamos con ningún otro ser vivo es una falta de congruencia… verdad?

La falta de conciencia de la sacralidad del cuerpo hace que distintos hábitos


nos lleven también a maltratarlo. Esos hábitos son causales directos de dolor. El
conservar el cuerpo tan ágil y sano como sea posible, en algunas disciplinas de au-
toconocimiento es parte de un trabajo integral, pues nuestro ser necesita que el ve-
hículo de expresión esté en las mejores condiciones posibles.

EXPLORACIÓN VIVENCIAL: El modo en que uno se vincula con su propio


cuerpo no es un tema menor cuando nos referimos al dolor. Hay males
físicos inevitables o difíciles de evitar, y otros son lisa y llanamente auto-
provocados, y, por ende, evitables.

Comenzar a tener en cuenta al cuerpo como algo sagrado cuando no es un


mero acto intelectual sino una percepción directa, deriva congruentemente en tra-
tar al cuerpo del mejor modo posible. ¡Hay quienes tratan mucho mejor a su coche,
que a su propio cuerpo!

Si refiere esto que le compartimos a su propio vínculo con su cuerpo, ¿de qué
se da cuenta? Cuando pueda, cierre los ojos y trate de percibir desde un lugar no
intelectual esta realidad: su cuerpo como la casa de carne que habita su esencia.
Si su cuerpo pudiera pedirle que lo trate mejor, ¿qué cree Ud. que le diría? ¿Qué
necesitaría su cuerpo de Ud.?

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Dado que una parte importante del fundamento de este Seminario es de-
sarrollar Maitri (esa amistad incondicional consigo mismo) el bientratar al cuerpo
forma parte de ello. Y aquí vemos que "desapego" no significa descuido ni desidia:
todo lo contrario. Significa administrar el cuerpo que nos fue dado sabiendo que
no somos él, pero que lo necesitamos en las mejores condiciones posibles para
que nuestra vida valga la pena...

2) El dolor físico inevitable: En este aspecto cabría incluir tanto el dolor


producido por la enfermedad o un accidente, como el generado por la declinación de
las facultades corporales hacia la vejez, y, por último, la muerte.

En los trances de dolor físico inevitable, es cuando más se ve la necesidad de


desidentificarse del cuerpo, reconociendo que no somos él. Tan importante es
esto que para algunas tradiciones toda la tarea de desidentificación realizada en la
vida tiene como objetivo y corolario el poder estar esclarecido al respecto para atra-
vesar desapegadamente la experiencia de la muerte.

En el abordaje del dolor físico, entrenarse en la capacidad de desidentificarse


de aquello que duele es fundamental, sobre todo en las enfermedades que produ-
cen dolor crónico o discapacidad. En la actualidad se está trabajando en distintos
centros de salud del mundo enseñando técnicas de meditación, tanto a personas
con síntomas crónicos como a pacientes terminales, para poder sobrellevar el dolor
lúcidamente y sin perderse en él.

En verdad, si tenemos en cuenta el gráfico de la página 7, desidentificarse del


cuerpo conduce a que la línea B que atraviesa la periferia (es decir, la sensación de
identidad apoyada en lo externo) tenga posibilidad de desplazarse hacia el centro

Cuando percibimos el dolor corporal desde allí, somos conscientes de que al


cuerpo le duele tal o cual parte, pero uno mismo puede sentirse estar en un lugar
interno donde no hay dolor, donde no podría haber muerte, donde, como dice el
Salmo de David, "nada me puede pasar". Quien experimenta una muerte lúcida y
desapegada, es testigo de la muerte de su cuerpo, pero desde ese Observador
que sabe que lo único que muere es el cuerpo.

UNA PROPUESTA: Durante muchos años he trabajado con personas


que padecían enfermedades físicas (incluidos pacientes terminales),
y ésa ha sido una experiencia muy importante para mí en cuanto a in-
vestigar lo que acabamos de transmitirle sobre el desapego en rela-
ción al cuerpo. Pero probablemente mi mayor experiencia al respecto es mi propio
dolor físico: desde mis 25 años mi cuerpo ha padecido de un trastorno neuro-
muscular no deformante, pero sí altamente penoso, con dolor diario, a veces
extremo (afortunadamente y luego de muchísimos cuidados hoy muy disminuido).

Esa experiencia me llevó a ir instalando una identidad que puede estar la ma-
yor parte del tiempo con una marcada independencia respecto de los estados del
cuerpo. A él puede dolerle la espalda, pero yo con frecuencia puedo no obstante
estar bien. Él puede estar cansado, con lo cual trato de cuidarlo y darle descanso,

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pero no dejo que me canse a mí: sigo adelante. Este laboratorio diario que es vivir
en este cuerpo que me tocó, me ha dado herramientas para ayudar a otros a sobre-
llevar sus propias dificultades físicas, y también he aprendido de ellos nuevas acti-
tudes para convivir con mi propio dolor dignamente.

Ojalá no sea su caso (¡ojalá su cuerpo no duela tanto!). Pero si el dolor físico
le sobreviene, en algún momento o ahora, quizás le sirvan estas palabras y la ac-
titud interna que le convido: cuando le duela o esté enferma alguna parte de su
cuerpo, cierre los ojos y percíbala. (Sé que no es fácil ni grato hacer contacto con el
dolor, pero permítase hacerlo como un experimento, por un momento.)

Una vez que la perciba, procure darse cuenta de qué actitud tiene Ud. hacia
esa parte del cuerpo que molesta. Lo más usual es que haya enojo, fastidio, hos-
tilidad hacia lo que duele o está enfermo. Es natural que, instintivamente, así sea. Y
eso, por supuesto, lejos de ayudar en la situación, la empeora, agravando el dolor,
tanto físico como moral. Aunque le parezca extraño, procure aceptar el dolor: no
luche contra él, no ofrezca resistencia. Esto no significa darse por vencido: sim-
plemente no se desgaste empujando una piedra inamovible. Y observe si puede
desplegar afecto hacia esa parte dolorida o enferma.

Como lo haría con un pequeño animal lastimado, sea tierno, benevolente con
esa parte de su cuerpo. Si ha estado mucho tiempo enojado con ella, reconcíliese,
pídale disculpas, bríndele su apoyo y su escucha. Convierta a su cuerpo en un ser
querido. Más allá del dolor y de la dificultad, como lo haría con cualquier persona
amada. Ud. y su cuerpo se acompañarán mutuamente hasta que él muera...

Quiero compartirle poemas escritos por personas en proceso de enfermedad


penosa, quienes han logrado encontrar un lugar de desapego desde donde atrave-
sar el dolor (4).

Oh, cuerpo! Yo acepto este cáncer en mi cuerpo,


por 41 años sabiendo que eso no es yo.
1.573 expertos Mano a mano hemos jugado
con 14.355 años y practicado juntos
conjuntos de entrenamiento que todo aquél que sufre
han fracasado puede ser libre.
en curar tus heridas.
ANNABEL LAITY
En lo profundo, muy dentro,
Yo
estoy
entera.
RACHEL NAOMI REMEN

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o Atracción - rechazo: la matriz del dolor: Insertada nuestra esencia en el plano
de la materia, vamos estructurando un mecanismo perceptual que buscará lo que le
dé placer, y rechazará lo que le dé displacer. Esta bipolaridad regirá todo lo que
funcione mecánicamente en nuestra personalidad.

Si Esencia y Ego trabajan "en equipo" (es decir, si la personalidad sirve a los
efectos de que la esencia se exprese en el mundo), habrá una tendencia sana a
buscar lo que es bueno para nuestro desarrollo, y rechazar aquello que vulnera
nuestra integridad y nuestra salud. Pero en la mayoría de las personas ese equilibrio
entre la Esencia y el Ego no se da con facilidad, por lo cual se tiende mecánica-
mente a:

- desear lo que no es sano para nosotros (personas, comidas, actividades,


estilo de vida...);
- rechazar lo que podría sernos saludable o beneficioso;
- desear más de lo que nos ha dado placer, y así sufrir por no tenerlo;
- desear la permanencia de lo que nos gusta, y que, por pertenecer al
plano de la materia, está sujeto a las leyes del tiempo y, con ello, a la im-
permanencia.

La atracción y la repulsión, (Raga-Dvesa en el Raja Yoga), al darse mecá-


nicamente, nos mantienen sujetos a niveles menos desarrollados de nosotros mis-
mos: "nos gusta" o "no nos gusta", deseamos y
repelemos... Cuando interviene la conciencia,
esa danza de opuestos se modifica, dado que la
polaridad rige a la mente atada a los sentidos,
no a nuestra esencia: si podemos desidenti-
tificarnos de esa mente mecánica, podemos
elegir ya no por atracción-repulsión, sino desde
la libertad de considerar qué es lo bueno para
nosotros.

En el deseo de placer, en verdad busca-


mos sustitutos para la alegría esencial que no tenemos: al estar desconectados de
nuestro verdadero ser, procuramos que sea el afuera lo que nos dé contento: dine-
ro, pareja, reconocimiento, diversiones... Nada de eso es malo en sí mismo, por su-
puesto. Pero cuando ofician de sustituto del Todo que el alma anhela, nos aferra-
mos compulsivamente a ello, y tememos vernos privados de eso que deseamos.
Rechazaremos todo lo que nos aleje de eso que anhelamos, y lo deseado se con-
vertirá en la fuente constante de dolor.

Aquí le convido palabras de I.K.Taimni, Dr. en Química oriundo de la India,


quien diera una de las interpretaciones más lúcidas a los Yoga Sutra de Pa-tanjali
(texto fundamental del Yoga):

"Las repulsiones nos atan tanto como las atracciones. Muchas personas
tienen cierta vaga conciencia de que las atracciones las atan, pero pocas pueden
comprender que lo mismo ocurre con las repulsiones. Sin embargo, así es porque

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las repulsiones también son la expresión de una fuerza que conecta a los dos
componentes que se repelen. Estamos atados a quienes odiamos quizá más fir-
memente que a quienes amamos."

" [...] Las atracciones y repulsiones, en su forma más burda, son culpables de
la mayor parte de la miseria y sufrimiento humanos, como lo verá cualquiera que
observa la vida desapasionadamente y puede trazar inteligentemente la conexión
entre causas y efectos." (5)

EXPLORACIÓN VIVENCIAL: Estas ideas, cuya expresión verbal puede pare-


cer básica y simple, requieren para su comprensión que las veamos en
acción en nosotros mismos. Le propongo que investigue estos dos
principios de atracción (Raga, búsqueda de lo que deseamos) y repul-
sión (Dvesa, rechazo de lo que nos es displacentero). Observe cómo se
manifiestan en cada área de su vida cotidiana: los afectos, las necesidades del
cuerpo, las relaciones sociales... "Me gusta" y "no me gusta" la mayor parte de las
veces son expresiones de los círculos más periféricos de nuestra personalidad
(¿recuerda el gráfico?). Y aferrarnos a cualquiera de los polos produce fricción con
la realidad (por ende, dolor!).

La tarea no es oponerse a ello: simplemente obsérvelo, dese cuenta del


mecanismo. Un modo de no identificarse con lo que observa es autoindagándose
mediante preguntas bien concretas: ¿A quién en mí no le gusta? ¿Qué parte de mí
desea eso? ¿Qué parte de mí rechaza eso otro?

Cuidado: si Ud. se pelea con su deseo, lo único que hará será generar la
fuerza de rechazo (¡hacia su deseo!) con lo cual estará jugando el mismo juego:
desear no desear. Simplemente mírelo e investíguelo lo más desapegadamente
posible. Después decidirá qué hacer. No se trata de no rechazar nada ni de aniquilar
el deseo (como se malinterpretan algunas enseñanzas de Oriente): si estamos co-
nectados con nuestra esencia, el deseo se orientará hacia lo que sirva para llegar a
ser quienes somos, y el rechazo se instrumentará conscientemente hacia aquello
que violente nuestra individualidad.

Cuando uno se entrena en esta observación de la mecánica de atracción-re-


chazo, encuentra las raíces de buena parte del dolor en su vida. No será en un día
ni en dos: requiere de una actitud constante de alertidad para ver. Si lo necesita,
concentre su atención en ver cómo se orquesta este mecanismo en aquellas zonas
de su vida en las que experimenta más dolor. Observando allí encontrará poco a po-
co respuestas...

o Wu-wei: hacer sin hacer: La expresión china wu-wei hace al corazón mismo
del Taoísmo, pero es un concepto que también podemos rastrear en las distintas
Tradiciones de Sabiduría. Si bien es un tema como para desarrollar en varios módu-
los, (tal como sucede con muchos de los que abordamos) al menos no quisiéramos

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dejar de mencionarlo para que Ud. lo investigue por su cuenta, o bien lo profun-
dicemos juntos en otra ocasión.

La traducción literal de wu-wei es "hacer sin hacer". ¿Qué es lo que esto sig-
nifica y cómo se relaciona con el tema del dolor? Veamos: el Taoísmo nos habla de
un Orden Viviente, al que se le denomina Tao. La acción correcta sigue el curso
de esa Totalidad Ordenada, y, por lo tanto, encaja sin forcejear con la realidad.
Como dijo Lao-Tsé, "El principio del Tao es lo que acontece por sí mismo". Cuando
se actúa en relación a ese principio es como si una pieza encajara perfectamente en
el Gran Rompecabezas, o como si un instrumento se sumara con gracia a la Gran
Orquesta.

Toda acción que no tenga esta caracte-


rística podrá ser definida como compulsiva, ar-
tificiosa. Dice Alan Watts:

"Así, wu wuei, es el estilo de vida de


quien sigue la corriente del Tao, y debe ser
entendido principalmente como una forma
de inteligencia, o sea como una forma de
conocer los principios, estructuras y tenden-
cias de las cuestiones humanas y naturales tan bien, que uno utiliza la menor can-
tidad de energia para ocuparse de ellas.

Pero este tipo de inteligencia no es sencillamente intelectual; es también la


inteligencia 'inconsciente' de todo el organismo y, en particular, la sabiduría innata
del sistema nervioso. Wu-wei es una combinación de esta sabiduría con la actitud
de seguir, en todos nuestros actos, el camino del menor esfuerzo." (6)

Esta actitud a la cual se nos invita no implica dejadez ni pusilanimidad: por


el contrario, requiere alertidad para darse cuenta de cuándo uno está peleando inú-
tilmente para torcer la naturaleza de las cosas. Esa alertidad implica tener la flexi-
bilidad del junco: adaptarse a los cambios y al fluir de los acontecimientos. Cuando
uno se rigidiza y "va contra la corriente" de los hechos, sin aceptar las cosas tal cual
son, la resultante inevitable es el dolor y el desgaste. Cuando se aprende a "surfear"
sobre los hechos que la vida nos presenta, ya no hay desgaste inútil

Ofrecer resistencia a lo que es implica una desinteligencia en la cual los hu-


manos caemos muy a menudo. ¿Ha observado en las obras en construcción cómo
los albañiles se pasan de mano en mano los ladrillos? Cuando uno de ellos está por
recibir el ladrillo, en un ritmo parecido al de una danza, no coloca la mano dura,
pues se lastimaría. Simplemente acompaña el peso y el movimiento del ladrillo, con
gracia, y esto hace que no haya impacto: es una no-resistencia inteligente. Esta
es la base central de distintas artes marciales, particularmente del Aikido.

La actitud de acompañar a la realidad en lo que es, y no en lo que pretende-


mos que sea, puede implementarse en cada momento de la vida: si el tren que tarda

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en llegar, si la comida que se quemó, si el frío o el calor nos molestan, si adviene el
dolor físico (como veíamos recién)... Pero sobre todo cuando se presentan situa-
ciones que no está a nuestro alcance resolver. Nuestro ego quiere resolverlo YA.
Cuando esto sucede, dejar fluir, aceptar con gracia eso que es ahorra desgaste
inútil y dolor.

Esto implica soltar el control que queremos tener sobre los hechos, dejando
que la Vida haga, con su propio ritmo y sus propios tiempos de maduración.
Pretender controlar lo que no está en nuestras manos es una causa de dolor inútil
que podemos aprender a evitar. “Si la vida te da limones, has limonada”, dice un
proverbio italiano…

Le dejo este tema para que lo reflexione y para que explore cómo imple-
mentarlo en la vida práctica, sobre todo cuando haya impedimentos y observe que
surge esa fricción: ¿podemos ser como el junco, elásticos, flexibles?

DOLOR DE DUELO: LA ELABORACIÓN DE LO IRREVERSIBLE

Vamos a cerrar juntos este Módulo abordando un tema fundamental: el dolor


de duelo. Todos los conceptos que le he compartido hasta aquí nos servirán para
procurar acercarnos a algo que, sin duda, requerirá, en otra ocasión, un despliegue
más profundo.

Cuando escuchamos la palabra "duelo" es natural que la refiramos inmediata-


mente a la muerte. Y en verdad es así, aunque no sólo es aplicable a la muerte fí-
sica: todo el tiempo estamos perdiendo algo que hace a la identidad que hemos
adoptado: un rol que dejamos de ejercer, vínculos que concluyen, lugares en los
que no estaremos más, el cuerpo que pierde funciones o juventud... Cada uno de
estos cambios produce un duelo, en mayor o menor medida. Y todo duelo tiene
determinadas características en común, así como el duelo por muerte de un ser
querido tiene las suyas propias.

Como Ud. podrá advertirlo, todos los temas


que hasta aquí hemos desarrollado convergen en és-
te: el apego, la identificación con la transitoriedad que
quisiéramos fuera permanente, el asentamiento de
nuestra identidad en aquello que está destinado a pe-
recer (un rol, un vínculo, un lugar, un objeto, nuestro
cuerpo...). Los duelos son un desafío que requiere de
la ampliación de nuestra conciencia: somos llamados
a soltar lo que era. Y cuando ese proceso se da, la
resultante es el nacimiento de algo nuevo: una nueva
estructura interna, una nueva ubicación en nuestra
propia escalera evolutiva.

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 Las etapas de un duelo: Todo duelo tiene distintas etapas, que si bien tienden
a seguir el orden que voy a exponer, ese orden no es linealmente estricto: pasamos
por una de ellas, vamos a la siguiente, retrocedemos aún más para luego volver
a avanzar... Y en todo ello hay dos factores: uno de ellos es insustituible, que es el
tiempo. El otro es el trabajo activo que un duelo implica: un duelo no es un acon-
tecimiento pasivo, sino que podemos tener participación en ese proceso desde la
lucidez, ayudándonos a elaborar los hechos dolorosos..

........ "Elaborar" es el homólogo psicológico de lo que biológicamente significa "di-


gerir". Elaborar un duelo, entonces, implicará digerir una situación, extraer de ella
algún aprendizaje de madurez, y excretar lo que necesite ser excretado para que no
nos intoxique.

Los duelos (sobre todo los duelos mayores)


siempre implican un proceso de metamorfosis: el
mundo que estaba construido se destruye, y por largo
tiempo permanecemos en nuestro propio Apocalipsis.
Nuestra interioridad sufre altas presiones, como la de
los hornos alquímicos. Del trabajo lúcido que hagamos
en ese tránsito dependerá que el fuego sirva para
templarnos sin destruirnos.

Elizabeth Kübler Ross, médica que se especia-


lizara en la atención de pacientes moribundos y en la
estructuración de estrategias para acompañar en el
buen morir, describe en su clásico libro "Sobre la
muerte y los moribundos" (7) cinco etapas universales
en todo proceso de duelo, que, si bien son claras en lo
que hace a la muerte, también son aplicables a otras
situaciones: un divorcio, el exilio, la pérdida de empleo, la discapacidad física...

Veamos esas cinco etapas, al menos sintéticamente, para en algún momento


explorarlas más a fondo como lo merecen:

o Primera fase: negación: Ante la noticia de una pérdida, inminente o ya acaeci-


da, el mecanismo más básico que se instrumenta es el de negar los hechos. A
veces "no lo podemos creer", es decir, que intelectualmente no logramos concebir
la idea de lo que sucede. Otras, podemos asumirlo intelectualmente, pero emocio-
nalmente actuamos como si la realidad fuera otra: nos anestesiamos, o sentimos
que "todo se solucionará", o disminuimos al mínimo posible nuestro sentir aturdién-
donos de una u otra manera (trabajando, viajando, estando entre gente...).

o Segunda fase: ira: Cuando vamos saliendo de la negación y comenzamos a


ver las cosas tal cual son, es usual que se dispare mucho enojo ante lo que es. A
veces nos enojamos con el otro (aún con quien murió), con Dios, con la vida, con
nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con la sociedad... Este enojo tiene que ser
vivido, pues es parte necesaria del proceso, y deberá ser contenido y comprendido
como tal.

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o Tercera fase: pacto: Esta etapa es un regateo con la realidad: el mecanismo
implica intentar estrategias alternativas que permitan revertir los hechos o posponer
su ejecución: "si hiciéramos dieta... si comenzáramos una terapia... si tuviéramos un
sueño con el ser querido que no está... si..." Generalmente, ese "pacto" implica que
si la gracia de la reversión fuera concedida, "no haríamos más" determinada cosa, y
todo cambiaría para bien. Cuando esto no sucede, conectamos una vez más con la
irreversibilidad de los hechos.

o Cuarta fase: depresión: El núcleo de esta etapa es el dolor propiamente di-


cho. Vamos asumiendo lo que es. Y eso es doloroso, pues implica el desgarro del
desapego: los hechos nos obligan a soltar, y soltar significa reconocer la pérdida de
eso con lo cual estábamos identificados. Puesto que estábamos identificados con
ello, era vivido como una parte de nuestra identidad, con lo cual, en la experiencia
subjetiva, se trata de asumir la pérdida de una parte de sí mismo.

En esta etapa, pretender estar contento o procurar que quien la está viviendo "se
distraiga", "se olvide", "rehaga su vida", puede ser una torpeza. Ese dolor debe ser
vivido, y tiene que servir como peaje que se paga para pasar a otro estado, a una
reestructuración de la identidad.

o Quinta fase: aceptación: En esta fase no hay contento, como podría suponer-
se. Casi podría decirse que hay ausencia de sentimientos: lo nuevo aún no nació,
pero lo viejo ya va concluyendo su existencia. El dolor ya no es desbordante, y la
lucha ha terminado.

Es como un descanso luego de un largo viaje: cierta serenidad, cierta paz que
deviene de haber atravesado el umbral. Si la persona ha podido permitirse vivir
todas las etapas anteriores, es una paz genuina, que no deviene de haber negado o
reprimido. No es una serenidad pre-matura, sino matura: la que deviene de la
maduración de todo un proceso. Y es que el duelo no es un estado: sino un
proceso. Un proceso en el cual podemos participar conscientemente para atravesar
el umbral.

 Ingresar al dolor y vivirlo: En la filosofía china se dice


que el dolor es un lugar de paso. Es decir, un lugar que no es
para quedarse, sino para transitar.

Regodearse en el dolor es una opción neurótica. Negarlo y


evitarlo, otra tan neurótica como la primera. Transitarlo con
lucidez y dignidad es parte del Viaje del Héroe. Permitirse
vivirlo es necesario, pues eludirlo produce un modo de vivir
sintomático e inauténtico. Sackespeare nos dice en Macbeth: "Transmite palabras
de dolor; el dolor que no habla cierra el corazón sobreexcitado y le hace romperse."

Es natural necesitar ayuda, y es inteligente pedirla. Los estudios de personas


que han atravesado enormes dolores y los han superado (tales como el Holocausto
o situaciones similares) nos muestran que quienes han podido pasar al otro lado del

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umbral tienen dos características básicas en común: una es que no se han aislado,
sino que se permitieron recibir suficiente contención y apoyo. La otra es que toma-
ron una actitud activa ante lo que produce dolor, es decir, no se han quedado sim-
plemente siendo contenidos o estando aislados, sino que buscaron cómo reorgani-
zar sus vidas a partir de sus cicatrices.

Boris Cyrulnik, un especialista en el estudio del dolor y de la superación de


situaciones penosas, expresa con claridad: "Todo hombre herido se ve forzado a la
metamorfosis". Dentro de cada uno de nosotros hay recursos insospechados, y el
dolor puede ser un activador de lo mejor que somos, de lo mejor que tenemos. No
es fácil, bien lo sabemos. Pero es el desafío que, como humanos, nos toca sol-
ventar. A esta capacidad de salir transformados y fortalecidos al atravesar el dolor
Cyrulnik le llamó resiliencia, y hoy hay muchos estudios al respecto.

Quizás sea como dicen las antiguas Tradiciones: no hay un Dios que nos
someta al dolor, sino que eso Sagrado sufre en cada uno de nosotros. Tal vez ese
Todo necesite de cada ser humano para evolucionar y desplegarse a través de él.
Puede que ése sea el sentido más profundo de nuestra existencia, y el principio de
la respuesta a la pregunta "¿Para qué existe el dolor?". ♣

BIBLIOGRAFÍA CITADA:

(1).."El mito del Sentido en la obra de Carl Jung", por Aniela Jaffe, Editorial Mirach, Madrid, 1995.
(2)..."El hombre en busca de sentido", de Víctor Frankl, Editorial Herder, España, 1998.
(3)..."Gracia y Coraje", de Treya y Ken Wilber , Editorial Gaia, Madrid, 1995.
(4)..."Life Prayers from around the world", compilado por Elizabeth Roberts y Elisas Amidon, Harper
........Collins Editions, San Francisco, U.S.A., 1996.
(5)..."La ciencia del Yoga", de I.K.Taimni, Ed. Federación Teosófica Interamericana, Buenos Aires,
.........1983
(6)...."El camino del Tao", de Alan Watts, Editorial Troquel-Kairós, Buenos Aires, 1995.
(7)...."Sobre la muerte y los moribundos", de Elizabeth Kübler Ross, Editorial Grijalbo, Barcelona,
..........1972.

ILUSTRACIONES DE ESTE MÓDULO:

o Página 1: "Dukkha", de Don Tatro.


o Página 2: "Labyrinth", de Paul Richard.
o Página 3: "Holocaust", de Jerzy Gorsky
o Página 8: “Árbol de la Vida”, tapiz antiguo.de autor desconocido.
o Página 10: "Nude", de Pearl Ross.
o Página 13: "Desnudo", de Angela Soliss.
o Página 14: Antiguo grabado hindú.
o Página 16: Antigua acuarela china.
o Página 17: "Feeling blue", de James Metsoja.
o Página 18: Antiguo grabado alquímico.♣

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