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Breve Historia de La Restauración

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Breve historia de la restauración (1)

jueves 01 de mayo, 2008

Ma. Magdalena Castañeda Hernández. y Jennifer L. Bringas Botello

El interés de conservar y restaurar surge debido a la necesidad que tienen las sociedades de
perpetuar aquellos objetos que forman parte de su memoria cultural y de su identidad. Se tienen
referencias desde la antigüedad de reparaciones sobre objetos con el fin de asegurar su uso
dentro del culto o la vida cotidiana, sin tener una conciencia real de “conservación”.

Será durante el siglo XVIII cuando comience a plantearse científicamente el tema de la


restauración. Se dieron muchos cambios con respecto a las etapas precedentes, siendo
fundamental la aparición de una nueva conciencia de la historia, es decir, se define claramente al
pasado del presente por medio de un análisis crítico de los nuevos valores que se confieren en la
época a los vestigios del pasado, aunado al desarrollo de importantes estudios científicos, de
manera que ya no era un proceso creativo abierto que podía seguir modificándose como en el
renacimiento, y mucho menos tratar de superarlo, sino que se tuvo una valoración explícita de que
era un ciclo concluido y cerrado; pudiéndose crear a partir de las referencias anteriores nuevas
interpretaciones pero ya no corresponderían a una cultura desaparecida.

En esta época se dotó a los objetos de los valores conceptuales de antigüedad y de estética por lo
que se obligó a los intelectuales, políticos y diversos sectores culturales, a que sintieran de tomar
en cuenta los rastros del pasado como elemento de identidad. Este respeto activo es un gran paso,
ya que no se trata de objetos míticos intocables o transformables sino de objetos culturales que se
deben preservar por medio de la acciones humana tanto asiladas como de toda una sociedad.

Es muy importante hacer notar que en los inicios de la restauración como disciplina, estuvo
dirigida principalmente al rescate de monumentos arquitectónicos y posteriormente a la
conservación de zonas arqueológicas. Será hasta el siglo XX cuando los profesionales de la
conservación tomen en cuenta y regulen las acciones sobre objetos muebles, tanto culturales
como las denominadas obras de arte.
Es en el siglo XIX cuando empiezan a surgir varias posturas con respecto a la restauración, entre las
más importantes encontramos: la restauración estilística, cuyo principal representante fue el
arquitecto francés Eugène Viollet le Duc, que tenía como su primordial propósito recuperar la
autenticidad de los monumentos y por tanto regresar a los estilos originales e inclusive a los
ideales; la historia de cada época supone un estilo característico desde el punto de vista filológico
y formal, lo que le permitía establecer a partir de un estudio arqueológico de los monumentos, las
reglas generales de cada estilo.

En contra de esta postura surge la llamada anti restauración liderada por el filósofo y crítico del
arte inglés Jonh Ruskin quien postulaba el total y absoluto respeto a las monumentos, criticando
todas aquellas intervenciones que propusieran la eliminación de etapas posteriores y a la
reconstrucción excesiva de las obras; sin embargo llega al extremo declarando que se debe dejar
morir los monumentos con dignidad. Es por tanto que la teoría ruskiniana se considera fatalista,
idealista y pasiva ya que afirma que de ninguna manera se puede intervenir en los monumentos,
ya que según sus propias palabras “no tenemos el derecho de tocarlos. No nos pertenecen,
pertenecen en parte a los que los construyeron y en parte a las generaciones que han de venir
detrás”.1

A finales del siglo XIX surge la teoría del restauro moderno cuyo representante es Camillo Boito,
arquitecto italiano, quien buscó un punto intermedio entre las posturas inglesa y francesa,
estipulando que la clave de la nueva restauración sería el conseguir un criterio que pudiera
defender la historicidad del monumento y a la vez recuperar su imagen antigua del mismo, sin
llegar a los extremos de los discípulos de Viollet le Duc. Boito tuvo una influencia notable en la
política italiana sobre el patrimonio artístico y contribuyó a orientar a los legisladores a la hora de
formular una nueva ley para la conservación de los monumentos, antigüedades y obras de arte.
No obstante esta doctrina se reafirma y difunde muy lentamente, y sólo en 1931 en la Conferencia
Internacional de Atenas para la Restauración acogió estos principios recomendando una constante
labor de mantenimiento y de consolidación de los monumentos.

Surge pues un gran interés mundial por la conservación de las obras y como consecuencia de esto
se inician intercambios internacionales.

En uno de ellos, surge La Carta de Atenas de 1931, que dentro de su preámbulo considera al
patrimonio italiano y la conservación como una cuestión nacional e incluye dentro del concepto de
patrimonio además de los monumentos, a las obras de arte a la ciencia y técnica.
Establece como necesidad primordial la creación de instituciones internacionales encargadas de
regular todas las intervenciones de restauración con el fin de evitar trabajos que pongan en
peligro la correcta preservación de las obras. El contenido de esta carta sigue definiendo la acción
de la disciplina en función reparadora y de mantenimiento.

Pero es a partir de la segunda guerra mundial y de toda la devastación que dejó a su paso, que se
inició un movimiento de restauración que buscaba rescatar y recuperar la materialidad de las
obras y su significado dentro de su coyuntura cultural; y como respuesta a un valor sentimental se
hicieron reconstrucciones de reconstrucción mimética para dejar atrás el gran dolor del conflicto
armado.

La carta italiana del Restauro de 1931 promovida por Giovannoni, restaurador italiano, recoge
muchos de los principios de la carta de Atenas. Sin embargo profundiza más o toma con mayor
seriedad la responsabilidad de la nación con respecto al patrimonio.

Prohíbe la pérdida de cualquier parte y momento histórico y artístico en los monumentos y pide
que sólo se restaure cuando sea inevitable y precisa. También demanda que los añadidos de las
anastilosis se realicen con elementos neutros y que representen el mínimo necesario para
reintegrar la línea.

Dice que los añadidos deben reducirse a lo mínimo posible y con pura simplicidad y de
correspondencia con el esquema constructivo; y que sólo puede admitirse un estilo similar.

Asume también la importancia de los materiales añadidos o empleados para la intervención y


exige la formación de un registro exhaustivo de diseño, fotografía y estudios de la totalidad de las
fases.

Aún en esta carta el objeto de preocupación es el monumento, las técnicas y métodos que se
aplican, mismas que proceden del mundo arqueológico y museístico. Una aportación importante
es la concepción jurídica del patrimonio como valor de civilización y la preferencia sobre él del
derecho público respecto al privado.
Posteriormente la Carta de Venecia de 1964 vendría a ratificar los criterios mayoritariamente
reconocidos como más apropiados en nuestros días y que podemos resumir como:.

Recuperación, protección y revitalización del monumento en su ambiente incluyendo en tal


concepto a los centros históricos, sitios arqueológicos, lugares pintorescos y naturales.

Intervenciones que propicien la reversibilidad de manera que en cualquier momento el objeto


sobre el que se ha actuado se pueda despojar de la actuación y volver al momento anterior de su
realización.

Respeto por todos los añadidos siempre que no atenten intrínsecamente al objeto y que sugieran
un documento histórico de las distintas fases por las que ha pasado. Intervenir siempre desde la
autenticidad y la honradez dejando constancia absoluta de las intervenciones realizadas para
garantizar en todo momento la autenticidad del monumento primigenio.

Valorización de la estructura de los monumentos en su sentido más amplio existente, dado que
sus características materiales, históricas y estéticas están interrelacionadas entre sí.

La corriente que contribuyó en mayor medida a la construcción teórica de los conceptos de


restauración y conservación en la primera mitad del siglo XX fue la restauración crítica, que
planteaba considerar para la intervención tanto de los valores formales o estéticos de la obra,
como su carácter histórico documental, y afirmaba que cada monumento u obra del pasado exigía
una toma de decisiones particular, un ajuste de los principios generales establecidos. La
recuperación y establecimiento de los valores propios de una obra se realizaba a través de un
proceso “Crítico”. Entre los representantes más destacados se encuentran Renato Bonelli y Cesare
Brandi. Para el caso de la restauración en México esta corriente es de suma importancia ya que se
considera la base sobre la que se desarrolló la práctica, especialmente la teoría brandiana.

Para Cesare Brandi, historiador y crítico del arte, la restauración sólo se podía explicar como una
actividad dirigida a la revaloración de las obras de arte, puesto que su objetivo era mostrar en el
presente las cualidades formales de la imagen. Brandi concibe a la restauración como una
actividad que debe estar encaminada a la conservación de objetos que realimente sustenten
valores artísticos, relegando a un segundo plano la acción encaminada a la conservación de
objetos industriales, ya que la considera como una mera actividad de reparación.

Brandi aporta a la disciplina una definición específica del concepto de restauración:


La restauración constituye el momento metodológico del reconocimiento de la obra de arte, en su
consistencia física y en su doble polaridad estética e histórica, en orden de su transmisión hacia el
futuro.2

A pesar de que no es del todo clara y que solo hace referencia a las obras de arte, simboliza un
gran avance para la disciplina ya que establece a la restauración como un momento más dentro de
la vida de los objetos, que puede modificarlo en orden de su trascendencia.

Dentro de la amplia normativa generada en el siglo XX, existe un documento de carácter nacional
que es además ley, cuya repercusión ha sido extendida a todos los países occidentales que llevan a
cabo actividades de conservación y restauración, se trata de la carta del Restauro de 1972. En ésta
se define por restauración: …cualquier intervención encaminada a mantener vigente, a facilitar la
lectura y transmitir íntegramente al futuro las obras de arte y los objetos de interés cultural.3

Con ello podemos establecer que el intento de normar la disciplina y esclarecer nuestro objeto de
estudio ha ido variando con respecto al tiempo, a las corrientes y a los intereses de cada época. No
hemos llegado todavía a dogmas definitivos ni a reglas del todo claras pero la disciplina sigue
adelante así como nuestra preocupación por la salvaguarda de nuestro patrimonio, más aún en
estos tiempos de globalización.

1 John Ruskin, Las siete lámparas de la arquitectura, Valencia, Ed. Prometeo

2 Cesare Brandi, Teoría de la Restauración, Madrid, Alianza, 1989, pág. 15 3 Carta del Restauro de
1972, Ibíd. pág. 131

3 Carta del Restauro de 1972, Ibíd. pág. 131

BIBLIOGRAFÍA

Arroyo Lemus, Elsa, “Conservación y restauración de pintura de caballete novohispana en el marco


institucional del INAH: Valoración y retrospectiva analítica ” (Tesis de licenciatura en conservación
y restauración de bienes muebles, México, ENCRM INAH, 2005) Material inédito, p. 344. Brandi,
Cesare, Teoría de la restauración, Madrid, Alianza Forma, 1996, p. 149

Fernández Alba, Antonio, et. al , Teoría e historia de la restauración, tomo I, Madrid, Munilla –
Leria, 1997, p. 269. .

Martínez Justicia, María José, Historia y teoría de la conservación y restauración artística, Madrid,
Tecnos, 2000, p. 445

Macarrón Miguel, Ana, Historia de la conservación y restauración: desde la antigüedad hasta


finales del siglo XIX, Madrid, Tecnos, 1995, p. 189

Stanley Price, Nicholas, et al. editores Historial and Phiolsophical Issues in Conservation of Cultural
Heritage. E U A. The Getty Conservation Institute, 1996

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