ATB - 0157 - LV 8.1-5
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LEVÍTICO
Capítulo 8:1 - 5
Continuamos hoy, amigo oyente nuestro recorrido por las páginas del libro de Levítico. En
nuestro estudio de este libro, llegamos hoy al capítulo 8. En este capítulo estudiaremos la
consagración de los sacerdotes que es el tema central de este capítulo. El escritor a los Hebreos,
en el capítulo 7 de su carta, versículo 28, dice: Porque la ley constituye sumos sacerdotes a
débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para
siempre. Llegamos ahora en nuestro estudio a una sección enteramente nueva con respecto a la
consagración de los sacerdotes. Creemos que este asunto sobre la consagración de los sacerdotes
es importante, porque dará mucha luz sobre lo que hoy en día en nuestras iglesias se hace pasar
por consagración. Permítanos decir, amigo oyente, que mucho de lo que llamamos consagración
a Dios hoy en día es un triste substituto de la verdadera consagración.
Ahora, notemos que nuestra atención es dirigida hacia los sacerdotes, y no a los sacrificios
como lo ha sido hasta ahora. Dejamos ahora el altar de bronce, y volvemos al lavacro. Fue en el
altar de bronce donde Dios trató de una vez por todas la cuestión del pecado para el pecador.
Pero eso no quiere decir que el pecador salvado era perfecto. Todavía pecaba, y por tanto Dios
tenía que llevarle al lavacro donde le lavaba, y donde también lo mantenía limpio.
Dios todavía nos limpia, y nos mantiene limpios en el lavacro. Jesucristo todavía está ceñido
de aquel paño de servicio, y nos limpia en el lavacro de Su sangre, la cual nos continúa limpiando
de todo pecado.
Israel tenía un sacerdocio y estas instrucciones fueron escritas para los sacerdotes. Es un
hecho que todo el libro de Levítico realmente fue escrito específicamente para los levitas. Pero la
La iglesia hoy en día es un sacerdocio, y Cristo es el Gran Sumo Sacerdote. El escritor a los
Hebreos, en el capítulo 8 de su carta, versículo 1, nos dice: “. . .tenemos tal sumo sacerdote, el
cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos”. También el Apóstol Pedro, en
su primera carta, capítulo 2, versículo 9, dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel
que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Y en Apocalipsis 5:10, encontramos estas
palabras: “Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.
Y en el capítulo 1 del mismo libro de Apocalipsis, el versículo 6, dice: y nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Una vez más en Hebreos, capítulo 13, versículo 10, leemos: “Tenemos un altar, del cual no
tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo”. Amigo oyente, aquel altar hoy en día
está en el Cielo. Está en el trono de la gracia.
En el futuro, durante el milenio, después que la iglesia se haya ido, creemos que el pueblo de
Israel servirá de sacerdote en la tierra.
La definición de un sacerdote no fue dejada al ingenio de los hombres, sino que fue explicada
en la Escritura. El mismo escritor a los Hebreos, capítulo 5, versículo 1, dice: “Porque todo
sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a
Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados”. El sacerdocio en la
Escritura no tiene semejanza alguna a ninguna orden de sacerdotes en ninguna religión del tiempo
presente.
Se puede ver que el Señor Jesús cumple tanto las funciones de Profeta como la de Sacerdote.
Salió de Dios para hablarle al hombre de parte de Dios. Reveló a Dios. Y ahora se ha ido del
hombre hacia la presencia de Dios, y allí es nuestro Gran Sumo Sacerdote. Jesucristo nos está
representando allí. El hecho es que estamos en Él. Amigo oyente, si usted no está en Él,
entonces, usted no podrá estar allí. Ni usted ni yo, amigo oyente, jamás podremos ir ante la
presencia de Dios por nuestros propios méritos.
Realmente, esto es lo que sucedió cuando el Señor Jesús murió en la cruz y se fue al Cielo.
Se llevó el tabernáculo que había tenido un significado de sentido horizontal cuando estaba aquí
en la tierra, y lo hizo vertical, o sea que ahora no tenemos sacerdote en la tierra, sino solamente en
el cielo. El altar está acá, y es el lugar donde Él murió en la cruz. Pero el Lugar Santo está allá
en el cielo. Cristo aun ahora está en el Lugar Santísimo. Escuche usted estos pasajes que
explican esta verdad.
El escritor a los Hebreos, nos dice en el capítulo 4 de su epístola, versículo 14: “Por tanto,
teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos
nuestra profesión”. Luego, en el capítulo 9 de la misma carta a los Hebreos, versículo 11,
leemos: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más
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amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación”, Y en el
capítulo 8 de la misma carta a los Hebreos, versículos 1 y 2, leemos: “Ahora bien, el punto
principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la
diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero
tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”. Y también en el capítulo 9 de Hebreos,
versículos 23 y 24, encontramos estas palabras: Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas
celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que
estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el
cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios”.
Hoy en día, amigo oyente, Jesucristo realmente está allí. Ojalá que pudiéramos incorporar
esta realidad a nuestra fe. Pero, lo que nos pasa es que vamos a la iglesia y cumplimos con cierto
ritual, que apenas puede que sea dulce, como la sacarina. En cambio, las realidades de nuestra fe
son olvidadas. Ahora mismo, amigo oyente, Jesús está allí. Sólo podemos acercarnos a Dios por
medio de Él. Se nos ha mandado a allegarnos a Él confiadamente. Jesucristo está ahora en la
presencia de Dios intercediendo por nosotros. Amigo oyente, aquí en esta tierra, usted no está
solo. Tenemos acceso directo a Dios mediante Cristo. El tabernáculo ahora tiene una orientación
perpendicular, y el Lugar Santísimo está allí.
Veremos ahora en nuestro estudio de este capítulo 8 de Levítico, que doce veces en este
capítulo se declara que el Señor mandó a Moisés. El argumento decisivo se encuentra en el
último versículo, versículo 36 de este capítulo 8, donde dice: “Y Aarón y sus hijos hicieron todas
las cosas que mandó Jehová por medio de Moisés”. En otras palabras, todas estas son las
enseñanzas que el Señor mandó. Y la consagración, amigo oyente, tiene que ser así como el
Señor manda que se haga.
Hay quienes creen que Levítico fue escrito en una fecha posterior al comienzo del sacerdocio.
Dice aquí que esto fue hecho como Dios lo mandó que fuera hecho. Ahora, ¿cree usted en la
Palabra inspirada de Dios? Entonces, no se puede aceptar como factible una fecha posterior para
la escritura del libro de Levítico sino que se debe creer en la infalibilidad de la Escritura, y que
todo esto fue hecho conforme al mandamiento de Dios.
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Veamos ahora brevemente el bosquejo de este estudio del capítulo 8. En realidad, los
capítulos 8 al 10 de Levítico, nos hablan con respecto a los sacerdotes. Todos los creyentes en la
iglesia son sacerdotes. En este capítulo 8 hablaremos de la consagración de los sacerdotes y
consideraremos este tema bajo los siguientes aspectos:
En tercer lugar, veremos las vestiduras del sumo sacerdote, en los versículos 7 al 9.
En cuarto lugar, tenemos la consagración del sumo sacerdote, en los versículos 10 al 12.
En sexto lugar, veremos la limpieza de los sacerdotes y de Aarón por la sangre de la ofrenda,
en los versículos 14 al 30.
Y en séptimo y último lugar, estudiaremos los mandamientos dados a Aarón y sus hijos, en los
versículos 31 al 36 de este capítulo 8.
En el poco tiempo que nos resta, comencemos con el primer aspecto, o sea, el llamado a la
congregación para presenciar el ritual. Leamos los primeros tres versículos de este capítulo 8 de
Levítico:
1
Habló Jehová a Moisés, diciendo: 2Toma a Aarón y a sus hijos con él, y las vestiduras,
el aceite de la unción, el becerro de la expiación, los dos carneros, y el canastillo de los
panes sin levadura; 3y reúne toda la congregación a la puerta del tabernáculo de
reunión.
En este pasaje, vemos que a Moisés se le manda traer a Aarón y a sus hijos a la puerta del
tabernáculo, con todos los artículos que serían utilizados para el rito de la consagración de los
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sacerdotes. Parece una lista de compras del mercado, pero veremos que cada artículo que se
menciona aquí es muy importante.
Luego, Moisés debía reunir a toda la congregación para presenciar el ritual de la consagración
de los sacerdotes. Este debía ser un servicio muy impresionante. Allí verían que Dios toma a
hombres débiles y los aparta para Su servicio. Y tenemos un vivo deseo aquí de decir un
¡aleluya!, porque Dios también está dispuesto, y quiere hacer lo mismo por usted y por mí, amigo
oyente.
El escritor a los Hebreos, en el capítulo 7 de su carta, versículo 28, dice: “Porque la ley
constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la
ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre”. Jesucristo fue un hombre verdaderamente
consagrado, en todo el sentido de la palabra. Y así, en cierto sentido, ningún otro es
verdaderamente consagrado. Pero lo maravilloso es que, aún así, Dios nos acepta a nosotros hoy
en día con todas nuestras flaquezas. Si Él demandara la perfección, no hay la menor duda de que
todos seríamos excluidos. Pero, gracias a Dios que Él nos toma así como somos, llenos de
flaquezas y debilidades. Leamos los versículos 4 y 5 de Levítico capítulo 8:
4
Hizo, pues, Moisés como Jehová le mandó, y se reunió la congregación a la puerta del
5
tabernáculo de reunión. Y dijo Moisés a la congregación: Esto es lo que Jehová ha
mandado hacer. (Lev. 8:4-5)
Vemos aquí, que Moisés hizo todo lo que se le mandó hacer. De igual manera, el pueblo
obedeció y se reunió para este servicio de consagración. Entonces, Moisés explicó a todo el
pueblo que él estaba siguiendo las instrucciones del Señor en todo lo que estaba haciendo.
Y aquí, amigo oyente, vamos a detenernos por esta ocasión, porque nuestro tiempo se ha
agotado. En nuestro próximo programa, continuaremos estudiando este capítulo 8 de Levítico y
comenzaremos considerando el segundo aspecto en la consagración de los sacerdotes, o sea, la
limpieza de Aarón y de sus hijos. Le sugerimos, pues, leer todo este capítulo 8 de Levítico para
estar así mejor informado y preparado para nuestro próximo estudio.