Libro APOLLONIA2
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Libro APOLLONIA2
es tinta
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huellas*
mi sangre es tinta
universo erótico ilustrado
dibujos
APOLLONIA SAINTCLAIR
huellas*- relato
LARA SADE
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Montículos amplios y tibios de
arena la rodean y siente que
está arrodillada sobre un desier-
to virgen, suyo para conquistar,
para habitar y degradar y reti-
rarse.
Se percata entonces de que
en el vacío que la rodea
no hay testigos para
su hazaña, se asusta
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ante la idea de una colonización
anónima, que nadie sepa que
ella estuvo ahí, acá, sobre esa
porción exacta de tierra blanda.
Sólo el viento la acompaña en su
lucha silenciosa por permanecer
aún habiendo partido, por que-
darse ahí cuando se haya ido.
Se acuesta boca arriba y decide
sin proponérselo, decide su cuer-
po sin pasar antes por su mente
y esto la exalta, decide usar la
playa como un patio de nieve y
dejar su cuerpo tatuado fugaz-
mente en el suelo.
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Extiende sus brazos y piernas
y los mueve siempre en con-
tacto con la arena, barriendo
la arena ante cada movimien-
to, los brazos arriba y abajo y
un hormigueo contra la piel de
remera sin mangas, cosquillas,
las piernas se abren se cierran
formando un ángel y se pregun-
ta por qué los ángeles siempre
son representados con pollera,
si no deberían mas bien volar
desnudos y dejar la vergüenza
para los que no habitan el cielo.
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Cierra con fuerza los ojos ante el
viento que le supone ahora una
compañía violenta, la arena se
vuelca sobre su rostro y la gol-
pea caliente hasta que no aguan-
ta más y se levanta cubriéndose
los ojos con las manos, casi tro-
pezando, protegiéndose de ese
ambiente hostil que la seduce y
la ataca por igual. Escupe are-
na, muerde y escucha la arena
dura contra los dientes.
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Se para a un costado de la que
espera sea su sombra, su silue-
ta, su espejo, y observa su hue-
lla deforme en la que no puede
reconocerse. No está. No que-
da nada de ella en el suelo. Se
observa fallada, amorfa, y con
cada segundo que pasa el vien-
to que avanza y la arena en
constante movimiento alteran y
transforman aún más al resto de
sí misma que quiso imprimir so-
bre esa tierra. Se siente como un
vampiro privado de su reflejo en
el espejo y piensa sabiéndose in-
fantil en su pregunta: ¿cómo ha-
cen los vampiros para cuidar su
imagen, para verse atractivos y
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así poder seducir hasta la muer-
te? Se encuentra por un instante
ausente de un mundo que le nie-
ga evidencia de su presencia, se
pregunta si los demás al verla la
encuentran igualmente deforme,
igualmente mutante que esa por-
ción de ángel que luce absolu-
tamente diferente de lo que ella
imaginaba, luce la nada, luce sin
rasgos. Ha dejado de existir en
su materialidad. Desearía tener
consigo el delineador que com-
pró horas atrás en la farmacia y
que dejó gastado, la punta chue-
ca, achatada, inútil ahora, en
el borde del espejo del baño del
hotel. Desearía poder delinear su
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forma y dibujarse entera, quizás
estilizando la zona de la cintura,
quizás agrandando la zona de las
tetas, recrearse a gusto sobre la
arena y trazar con tiza su silueta
como si de la escena de un cri-
men se tratara. Pero sobre ese
hueco que antes ocupó su cuerpo
ya no hay ni forma ni hueco, la
playa chupó su huella y de golpe
se percibe vacía, invisible, nula.
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Con una obstinación de la que
no se creía capaz camina aún
descalza en dirección hacia la
orilla, empujada por un viento
al que ahora rechaza, el pelo re-
vuelto cubriendo su rostro y se
detiene al llegar a la arcilla, la
arena fresca y húmeda donde to-
davía no llega el agua, donde ya
no llega la espuma.
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Traza con el dedo gordo del pie
una línea, hunde el dedo y lo des-
liza y al levantarlo descubre que
a pesar del viento y a pesar del
paso del tiempo la línea perma-
nece.
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Se desnuda y deja caer su ropa
en un bollo desprolijo sobre la
arena, quedándose sólo en bom-
bacha y corpiño porque todavía
guarda algo de pudor; se acues-
ta esta vez sintiendo humedad
y frío contra su piel blanda, su
piel blanca ajena al sol, su piel
enrojecida por el mismo frío y el
mismo sol que ahora la cubren,
su piel raspada por la arena y
gira sus brazos con violencia al-
rededor del cuerpo y abre y cie-
rra las piernas presionando los
muslos y gemelos con fuerza so-
bre la arcilla ahora barro, aho-
ra adherida ahora negra contra
su cuerpo, y con sumo cuidado
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se levanta como si flotara o le-
vitara para no alterar la marca
en el piso y en puntas de pie da
un paso largo alejándose de su
figura estampada hasta poder
observarse.
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Satisfecha y sucia se mira a sí
misma, satisfecha y sucia son-
ríe y sólo entonces nota su pelo
enredado, hunde sus uñas hasta
tocar el cuero cabelludo y de-
tecta arena, arena dentro de las
orejas, atrás de las orejas, pega-
da contra su nuca, raspando su
espalda cuando sacude sus ma-
nos e intenta desprenderse de ese
intercambio que le propuso a la
tierra, dejarse ella en la tierra y
quedarse la tierra con ella. Por
fin el mar la invita a lavarse.
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ilustraciones:Apollonia Saintclair
relato: Lara Sade
enero 2020