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El PERÚ FRACTURADO

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EL PERU FRACTURADO: Formalidad, informalidad y economía delictiva

Francisco Durand

3. Las tres economías

Una breve acotación teórica para enmarcar el problema y entender mejor


cómo junto a las viejas divisiones encontramos superpuestas a estas tres
economías en un espectro con distintos niveles de legalidad. Hemos afirmado
que no hay mercado sin Estado. Lo que queremos decir con esta tesis es que el
mercado lo constituyen espacios donde ocurren transacciones de compra y
venta que juntan la oferta y la demanda. Las transacciones no ocurren en el aire
sino en un territorio determinado o en varios territorios si uno sale fuera del país,
todos administrados por Estados. Ni siquiera los mercados de internet que
operan en un espacio cibernético escapan a esta realidad. Sigue que ningún tipo
de transacción puede dejar de ser registrada, vigilada, observada y, si es
necesario, sancionada si es transgredida. Así está constituido el mundo
moderno. Toda operación tiene que ser legal, y debe ocurrir un pago de
impuestos dentro de ese territorio, y para ello se requiere tanto información como
capacidad de seguimiento de las transacciones. Si escapa a esta normatividad,
debe ser perseguida, al punto que constituya una excepción y tenga un peso
menor en relación con el conjunto. Esa es la legalidad, tal es su vigencia, y esta
condición, precisamente, ocurre en los países modernos desarrollados, porque
predomina la formalidad, al punto que ha sido internalizada y se toma como
normal y lógica. Allí, a pesar de sus problemas sociales, el pacto social en
general se cumple por medio del pago de impuestos: los individuos cumplen a
cambio de protección y condiciones de bienestar brindadas o generadas por el
Estado. Un mercado fuerte, entonces, existe con un Estado fuerte
institucionalmente.

Sin embargo, estos presupuestos teóricos, que son propios de países


desarrollados, de donde nace la teoría, ¿son aplicables a la realidad peruana?
Ciertamente, sir- vieron de orientación a quienes propusieron cambios y
creyeron en su optimismo ilusorio que eran repetibles, que solo estábamos “en
vías de desarrollo”. Lo cierto es que existen en pequeñas parcelas, acosadas por
las no formales, empleando a una mayoría de trabajadores y, por lo tanto, no
marcan el conjunto. Es exactamente al revés de lo que ocurre en un país
desarrollado, lo que indica que estamos frente a un neosubdesarrollo. Todo
peruano nace sabiendo o intuyendo que en nuestro país el Estado no controla
todas las transacciones, indicio de su debilidad y de que, por ende, existe un
pacto social impracticable. Necesitamos entonces otra teoría para ese Perú, que
no puede ser explicado siguiendo los modelos teóricos nacidos en los países
desarrollados e importados acríticamente en el Tercer Mundo, para que pueda
entenderse a sí mismo.

En resumen, ¿cuáles son las características generales de estas tres


economías según el espectro de legalidad que revelan la existencia de esa otra
realidad?, ¿cómo, estando separadas, se relacionan las economías formales,
las informales y las delictivas a través de vasos comunicantes?

La primera es que se trata de un fenómeno nacional, indicio de la escala e


importancia que han logrado: existen espacios de compra y venta de bienes y
servicios en todo el territorio donde operan las tres economías. La economía
informal como su mala hermana, la delictiva, no es un fenómeno exclusivamente
limeño o urbano. Opera abierta en todas las ciudades y zonas del país. En algún
momento, al mismo tiempo que se elaboró el mapa de calidad de vida arriba
citado, en 1994, se realizó por primera vez un mapa de focalización tributaria a
nivel distrito para la administración tributaria, la Sunat. El estudio, dirigido por el
autor, y documentado sobre una base de datos de gran calidad, trataba de medir
cuánto recaudaba cada distrito del país y distinguir cuáles eran más importantes
y, por lo tanto, intentaba saber dónde la Sunat debería concentrar su acción de
vigilancia, de fiscalización a evasores tributarios. Al observar el mapa, quedaba
claro que existían agujeros negros en todo el territorio, es decir, decenas de
distritos que no registraban ningún pago de impuesto ni ninguna empresa. Esos
lugares, salvo las ciudades, realidad más compleja porque concentra mayores
actividades informales y delictivas, eran prácticamente los mismos distritos de
más baja calidad de vida. El hecho común es que simplemente para ellos el
Estado era una entidad lejana, inexistente o ignorable. Allí no había tributación,
no había mayormente transacciones registradas y no existían empresas
grandes, medianas o pequeñas que tributaran al Estado. Su aislamiento y
pobreza los tenía atrapados en lo que queda de la economía tradicional, pero sin
los viejos patrones de dominación y explotación de antes que desaparecieron
con las reformas del general Velasco. Ese tema, cabe advertir, no nos preocupa
tanto, salvo si de lo que se trata es entender la pobreza extrema rural, que es un
remanente colonial que ataca solo a una parte minoritaria de la población.
Cuando a partir de los datos se hizo una verificación de campo en las ciudades,
nuevo lugar de ubicación de la mayoría de los pobres, se pudo identificar otra
anomalía en todo el país. Tributariamente hablando, existían mercados
“liberados” donde se vendían productos informales e ilegales, mezclados con los
de origen legal, lugares donde no entraba la Sunat, es decir, el Estado. A las
miles de pequeñas y medianas empresas formales detectadas en la base de
datos había entonces que sumarle muchas otras informales que no existen
estadísticamente y cuya cuantificación es muy difícil. Este fenómeno ocurría por
lo menos en toda ciudad medianamente importante del país, desde Puno y
Juliaca hasta Piura y Tumbes. El estudio indicaba de modo aproximativo que
existían lánguidas economías tradicionales desconectadas de la modernidad,
muy aisladas, y también pujantes y crecientes economías informales y delictivas
a nivel nacional.

La segunda característica del otro Perú es que, contra lo que


comúnmente se cree, todas tienen una estructura piramidal. Es así porque en su
interior existen jerarquías, lo que permite hablar con propiedad de estructuras
sociales paralelas, asunto antes ignorado o poco discutido por los analistas más
serios. En el Perú de hoy los de arriba no son los de antes aunque entre ellos no
se junten ni se mezclen. Tenemos otros patrones. Obviamente, la élite nacional
contemporánea está comandada por ese pequeño grupo directivo y propietario
que maneja las grandes transacciones desde el vértice, sea en la economía
formal, la informal ola delictiva. Mientras unos lucran de ellas, otros trabajan en
ellas. Por lo tanto, existe una cierta modernidad donde hay grandes empresarios,
si se prefiere llamarlos así, que operan con gerentes, contadores, financistas,
proveedores y distribuidores, para abastecer a los consumidores de todo nivel de
ingreso, donde predominan demográficamente los pobres, aquellos ubicados en
la base. Se trata de toda una “estructura” piramidal bien organizada y que opera
de modo regular, que tiene su propia cotidianeidad.

En tercer lugar, hay características particulares que diferencian a cada


una de estas tres economías. Están separadas por tipo de legalidad, ubicándose
en distintos puntos del espectro de respeto a la ley, pero tómese en cuenta que
no están aisladas, ni son totalmente contrapuestas o complementarias entre sí.
A pesar de que tienen su propia dinámica, y su orden interno, operan todas en un
mismo mercado y en un mismo territorio; poseen vasos comunicantes, donde
determinados agentes operan en más de una, pasan de una a otra, o
aprovechan su existencia según les convenga a sus objetivos y estrategias de
sobrevivencia.

Los aportes de Matos Mar y De Soto

Dos autores, un antropólogo social y un economista, han contribuido a


esta discusión con algunas tesis audaces y de gran intuición, pero sin abarcar
toda la complejidad de las nuevas estructuras. Sus limitaciones son entendibles
debido al momento en que reflexionaban, pues en medio de la crisis era difícil
prever la conformación de una economía delictiva, y también por compartir una
visión optimista de la historia que los lleva a considerar posible la modernidad.
Ambos publicaron libros que se escribieron a mediados de la década de 1980, en
el preciso momento en que la búsqueda de la modernización no andaba bien y
habíamos entrado, todavía sin saberlo, por un desvío.

Los análisis de la informalidad realizadas por José Matos Mar desde una
perspectiva antropológica progresista -la migración andina y la atención estatal a
sus demandas- y los de Hernando de Soto desde una perspectiva económica
neo conservadora -el empresariado urbano informal y la necesidad de fortalecer
el mercado- tenían en común notar ciertas anomalías y mantener una esperanza
de “integración” y “formalización” centrada en los pobres. Esa esperanza no se
ha concretado y las anomalías han crecido. Lo importante de ambos autores es
su audaz acercamiento a la nueva realidad. Sus aportes, en particular sus
conceptos de desborde popular y sector informal, nos brindan una base de
partida para seguir avanzando en una interpretación que goza de la ventaja de
reflexionar algunas décadas después y dar un paso más para hablar de
desorden popular y sector delictivo.

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