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Vivir Su Tiempo

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VIVIR SU TIEMPO...

Autor: Manuel Matos Moquete

¿Y el año dos mil? La preocupación por recibir ese año en condiciones mejores que las actuales
llena los sueños de los políticos. Hasta en una especie de intelectuales mesiánicos hablar del
año dos mil suena a postmodernidad, a supermodernidad. Hablar de hoy es cosa del pasado;
es vivir de espalda a los nuevos tiempos porque los problemas sociales o los problemas
mundiales son tan grandes que son insolubles a corto plazo. La mejor razón es la futurología y
vivimos nuestro tiempo bajo el signo de Nostradamus.

¿Y quién le dijo a usted que mi preocupación está en los grandes problemas sociales y en el
futuro de la humanidad? ¿Por qué gastar mi tiempo -el tiempo discurre cada día por mis venas,
por mi sexo, por mi vida y mis pasiones- componiéndoles el tiempo a los otros en años por
venir? De postergación en postergación hemos sacrificado nuestra vida ahora tratando de
inventar otra vida después.

La Edad Media falseó el sentido de la vida humana, despojando al vivir su tiempo propio. La
vida valía la muerte y como decía Jorge Manrique, “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar
en la mar,/ que es el morir”. Hoy, la muerte, convertida en tabú, es sólo obsesión instantánea
que apenas sirve para interrumpir la fiesta; y a veces ni eso. Pero el hecho es que se reduce el
tiempo de la muerte al tiempo del muerto, que es muy poco, puesto que detrás vienen los
gusanos.

Sin embargo, a pesar de esa transformación en la mentalidad frente al tiempo, hay necios que
pierden su tiempo incitándonos a perder el nuestro.

La mayor pérdida de tiempo es ocuparse de los otros ignorándose uno mismo. Es tratar de
ayudar a los demás, abandonándose uno mismo en la más miserable condición: perder su
amor propio.

En un carro público leí un escrito que me dejó estupefacto: "Si no vive para servir, no sirve
para vivir". Discutí con el chofer oponiéndole este otro lema: "Si no sirve para vivir, no vive
para servir". Y le explicaba a mi interlocutor: Es que si usted es incapaz de valorar su propia
vida, de percibir y amar su vivir como un tesoro que ha de consumirse en cada instante,
primero en provecho propio, ¿qué amor, qué bien, qué sentido de la vida se les podrá brindar
a los demás?

Servir a los demás con una vida propia aborrecible por uno mismo es hacerles un daño. Es
llevarlos a desperdiciar su propia vida, vendiéndoles por esta la fuga de sí mismo, la
irresponsabilidad, la ausencia del placer de vivir y, finalmente, la muerte. Así procedíamos en
la izquierda dominicana en los años 60. Éramos unos estudiantes sin diploma, unos
profesionales sin ejercicio y sin clientela, unos hijos sin responsabilidad con sus padres, unos
solteros sin ganas de amar a una mujer y sin amor suficiente para fundar un hogar. No nos
gustaba ni el trago ni el juego; no nos deteníamos ante un paisaje bucólico. Éramos personas
amargas y aburridas que solo pensábamos en las cloacas de la sociedad y en la utopía de la
revolución total, definitiva, en tiempos anunciados por Marx.

Y ya ustedes ven en qué resultó todo esto. Incluso la traición a los ideales de entonces por
algunos que hoy se han lanzado al disfrute del poder se explica por eso: el tiempo perdido
ayer, hoy quieren recuperarlo al galope.

Un día entró un ex-izquierdista a mi casa y me insultó: "¡He perdido veinte años de mi vida
creyendo en la revolución. Ahora soy sólo un peatón que vive de un miserable sueldo de
oficial!". El hombre me hablaba como si yo fuera el culpable de su tragedia. Ese era un
candidato a vender su alma por recuperar el tiempo perdido.

Debemos vivir ahora. Todos, viejos y jóvenes. El instante nos gobierna desde Gide y Proust. Y
más que el instante, lo instantáneo. No hay nada más instantáneo que la sensación. A eso
llamo yo vivir su tiempo: sentir sensaciones, darse al disfrute de las sensaciones, como Proust
sentía y gozaba en su novela “Búsqueda del Tiempo Perdido”, los perfumes, los sonidos, los
colores de su infancia. La emoción es fruto de la sensación, y quizás su mejor tiempo.

La sensación es la exclamación de risa o de dolor que hay que vivir ahí mismo, sin preverla
desde el día anterior o prolongarla hasta el día siguiente. Cada instante trae su sensación,
como cada amanecer su día. La sensación es el espejismo de intuición cazada al vuelo que no
se puede despreciar por realidades o por conceptos firmes. La sensación es el aroma de la piña
madura que hay que oler en el instante de su evaporación. O es la frescura cada vez inédita de
una cerveza fría, por la que cualquier revolución se detendría. En fin, la sensación es el clímax
en el coito o en la agonía, en ambos casos, vivir.

Los tiempos cósmicos, los tiempos místicos, son los tiempos de los otros. Si el tiempo humano
ha de tener un sentido, ese tiempo es el instante. Vívelo de verdad dándole toda su espesura,
todo su tiempo. Desperdícialo como te parezca, contemplando el arcoíris, arrellanado en un
sofá mirándote el ombligo, amando apasionadamente, luchando alocadamente, muriéndote
envejecidamente... Lo importante es apropiarse íntimamente de ese instante, y vivirlo, como si
el mundo encontrara en él su principio y su fin.

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