La Hipotesis de Gaia
La Hipotesis de Gaia
La Hipotesis de Gaia
Según Lovelock, las pruebas demostraban que toda la biosfera del planeta tierra, hasta
el ultimo ser viviente que lo habita, podía ser considerada como un único organismo a
escala planetaria en el que todas sus partes estaban casi tan relacionadas y eran tan
independientes como las células de nuestro cuerpo. Creía que ese super-Ser-Colectivo
merecía un nombre propio, al que William Golding (autor de El Señor de las Moscas)
llamó Gaia.
A todos nos gustaría creer que existe algo (alguna clase de ser superior y bueno) que puede
intervenir y salvarnos de las cosas que van mal en nuestro mundo.
La mayoría de la gente siempre ha tenido una creencia de este tipo que la reconforte. Durante
la mayor parte de la historia de la humanidad, el candidato para este algo ha sido Dios (no
importa a qué dios se adorara en cada tiempo y lugar) y ésa es la razón por la que, en los
veranos secos, los agricultores han levantado sus ruegos para pedir lluvia. Lo siguen haciendo,
pero, a medida que los conocimientos científicos aumentan y se empiezan a encontrar cada
vez más explicaciones a los acontecimientos de las leyes naturales en vez del capricho divino,
mucha gente empieza a desear un protector menos sobrenatural (y quizá más predecible).
Por eso hubo bastante revuelo en la comunidad científica cuando, hace unos cuarenta años, un
científico británico, llamado James Lovelock, propuso algo que cumplía estos requisitos.
Lovelock dio un nombre a su nuevo concepto hipotético: lo llamó Gaia, por la antigua diosa de
la tierra.
LA HIPÓTESIS GAIA
Cuando Lovelock publicó la hipótesis de Gaia, provoco una sacudida en muchos científicos,
sobre todo en aquellos con una mente más lógica que odiaban un concepto que sonaba tan
místico. Les producía perplejidad, y lo más desconcertante de todo era que Lovelock era uno
de ellos. Tenía fama de ser algo inconformista, pero sus credenciales científicas eran muy
sólidas. Entre otros logros a Lovelock se le conocía por ser el científico que había diseñado los
instrumentos de algunos de los experimentos para buscar vida que la nave estadounidense
Viking había llevado a cabo en la superficie de Marte.
Y, sin embargo, a los ojos de sus iguales, lo que Lovelock estaba diciendo rayaba en la
superstición. Peor todavía, cometió la temeridad de presentar sus argumentos en forma de
método científico ortodoxo. Había obtenido las pruebas para su propuesta de la observación y
la literatura científica, como se supone que debe hacer un científico. Según él, las pruebas
demostraban que toda la biosfera del planeta tierra (o lo que es lo mismo, hasta el ultimo ser
viviente que habita en nuestro planeta, desde las bacterias a los elefantes, las ballenas, las
secoyas y tú y yo) podía ser considerada como un único organismo a escala planetaria en el
que todas sus partes estaban casi tan relacionadas y eran tan independientes como las células
de nuestro cuerpo. Lovelock creía que ese super-ser-colectivo merecía un nombre propio.
Carente de inspiración, pidió ayuda a su vecino, William Golding (autor de El Señor de las
Moscas), y a Golding se le ocurrió la respuesta perfecta. Así que lo llamaron Gaia.
Por lo tanto, un astrónomo marciano habría comprendido de inmediato que ese algo que
repone el oxígeno sólo podía ser una cosa: la vida. Es la vida (las plantas vivas) lo que produce
constantemente este oxígeno en nuestro aire; con ese mismo oxígeno cuenta la vida (nosotros
y casi todos los seres vivos del reino animal) para sobrevivir.
Partiendo de esto, la idea de Lovelock es que la vida (toda la vida de la tierra en su conjunto)
interacciona y tiene la capacidad de mantener u entorno de manera que sea posible la
continuidad de su propia existencia. Si algún cambio medioambiental amenazara a la vida, ésta
actuaría para contrarrestar el cambio de manera parecida a como actúa un termostato para
mantener tu casa confortable cuando cambia el tiempo encendiendo la calefacción o el aire
acondicionado.
El término técnico para este tipo de comportamiento es homeostasis. Según Lovelock, Gaia (el
conjunto de toda la vida en la tierra) es un sistema homeostático. Para ser más preciso desde
el punto de vista técnico, en este caso, el término adecuado es homeorético en vez de
homeostático, pero la distinción solo puede interesar a los especialistas. Este sistema que se
conserva a sí mismo, no sólo se adapta a los cambios, sino que incluso hace sus propios
cambios alterando su medio ambiente siempre que sea necesario para su bienestar.
Estimulado por estas hipótesis, Lovelock empezó a buscar otras pruebas de comportamiento
homeostático. Las encontró en lugares insospechados. En las islas coralíferas, por ejemplo. El
coral está formado por animales vivos. Sólo pueden crecer en aguas poco profunda. Muchas
islas de coral se están hundiendo lentamente y, de alguna manera, el coral sigue creciendo
hacia arriba tanto como necesita para permanecer a la profundidad adecuada para sobrevivir.
Para Lovelock resultaba todavía más interesante la paradójica cuestión de la cantidad de sal en
el mar. La concentración actual de sal en los océanos del planeta es justo la adecuada para las
plantas y animales marinos que viven en ellos. Cualquier aumento significativo resultaría
desastroso. A los peces (y a otros modos de vida marinos) les cuesta un gran esfuerzo evitar
que la sal se acumule en sus tejidos y les envenene; si en el mar hubiera mucha mas sal de la
que hay, no podrían hacerlo y morirían. Y, sin embargo, según toda lógica científica normal, los
mares deberían ser muchos más salados de lo que son.
Se sabe que los ríos de la Tierra están disolviendo continuamente las sales de los suelos por
los que fluyen y las transportan en grandes cantidades a los mares. El agua que los ríos
añaden cada año no permanece en el océano. Esta agua pura se elimina por evaporación
debido al calor solar, para formar nubes que terminan cayendo de nuevo como lluvia; mientras
las sales que contenían estas aguas no tienen a donde ir y se quedan atrás.
En este caso, la experiencia diaria nos enseña lo que sucede. Si dejamos un cubo de agua
salada al sol durante el verano, se volverá cada vez mas salada a medida que se evapora el
agua. Aunque parezca sorprendente, esto no sucede en el océano. Se sabe que su contenido
de sales ha permanecido constante a lo largo de todo el periodo geológico. Así que está claro
que algo actúa para eliminar el exceso de sal en el mar.
Se conoce un proceso que podría ser el responsable. De vez en cuando, las bahías y brazos
de mar poco profundos se quedan aislados. El sol evapora el agua y quedan lechos salinos que
con el tiempo son recubiertos por polvo, arcilla y, finalmente, roca impenetrable, de manera que
cuando el mar vuelve para recuperar la zona, la capa de sal fósil esta sellada y no se
redisuelve. Más tarde, cuando la gente la extrae para sus necesidades, la llamamos mina de
sal. De esta manera, milenio tras milenio, los océanos se liberan del exceso de sal y mantienen
su concentración salina.
Podría ser una simple coincidencia que se mantenga este equilibrio con tanta exactitud,
independientemente de lo que ocurra, pero también podría ser otra manifestación de Gaia.
Pero quizá Gaia se muestre a sí misma con más claridad en la manera que ha mantenido
constante la temperatura de la Tierra. Como ya hemos dicho, en los orígenes de la tierra, la
radiación solar era una quinta parte de la actual. Con tan poca luz solar para calentarse, los
océanos deberían haberse congelado, pero eso no ocurrió. ¿Por qué no?
La razón es que por aquel entonces la atmósfera terrestre contenía mas dióxido de carbono
que en la actualidad y éste, afirma Lovelock, es un asunto de Gaia, ya que aparecieron las
plantas para reducir la proporción de dióxido de carbono en el aire. A medida que el sol subía la
temperatura, el dióxido de carbono, con sus propiedades de retención del calor, disminuía en la
medida exacta a lo largo de milenios. Gaia actuaba por medio de las plantas, indica Lovelock,
para mantener el mundo a la temperatura óptima para la vida.
Efecto invernadero, agujero de ozono, lluvia ácida... los golpes que tiene que aguantarse este
planeta. Hasta ahora nos ha protegido y proporcionado todo lo que necesitábamos: calor, tierra,
agua, aire. Y su buen trabajo le ha costado. Ha necesitado millones de años para convertir un
infierno de fuego y cenizas en un paraíso de océanos, montañas y oxígeno, superando no
pocas vicisitudes en forma de choques de meteoritos, desplazamiento de continentes y
glaciaciones brutales. Y ahora, Gaia, la Gran Madre, tiene que sufrir las bofetadas de sus
propios hijos favoritos, los hombres.
Sí, Gaia, la del ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de toda las cosas, la que fuera
diosa de la Tierra para los antiguos griegos, es un organismo vivo. Todo nuestro planeta es un
organismo vivo, magníficamente dotado para dar a luz las condiciones medioambientales
óptimas para el desarrollo de plantas y animales. O por lo menos eso postula la extraordinaria
teoría científica formulada por el bioquímico inglés James Lovelock.
En este artículo desarrollaré esta concepción del científico mencionado, y procuraré destacar la
importancia de la misma como soporte teórico de una actividad ecológica planificada que
permita salvar a la Tierra y sus habitantes de una destrucción total.
La idea de considerar a la Tierra como un ser viviente es arriesgada, pero no descabellada. Sin
embargo, cuando en 1969 Lovelock presentó oficialmente su hipótesis Gaia -publicada en
1979, bajo el título Una nueva Visión de la Vida sobre la Tierra- en el marco de unas jornadas
científicas celebradas en Princeton (Estados Unidos), no encontró ningún eco entre la
comunidad científica.
Excepto la bióloga norteamericana Lynn Margulis -con quien luego colaboraría-, ningún
investigador se interesó por tan alucinante teoría. Para la gran mayoría, Gaia no era más que
una entelequia, un interesante ejercicio de imaginación. Quién iba a creerse que nuestro
planeta sea una especie de superorganismo en el que, a través de procesos fisicoquímicos,
toda la materia viva interactúa para mantenerse unas condiciones de vida ideales. Algunos
incluso lo acusaron de farsante. Posiblemente porque, aunque irrelevante, aquella fantástica
visión del mundo que ofrecía Lovelock resultaba, si no peligrosa, por lo menos inquietante.
La hipótesis Gaia no sólo contradecía la mayor parte de los postulados científicos precedentes
y ponía patas para arriba los modelos teóricos sostenidos como válidos. Suponían, sobre todo,
poner en tela de juicio la intocable y sacrosanta Teoría de la Evolución de Darwin: a lo largo de
la historia la vida se ha ido adecuando a las condiciones del entorno fisicoquímico. Lovelock
proclamaba justo lo contrario: la biosfera -conjunto de seres vivos que pueblan la superficie del
planeta- es la encargada de generar, mantener y regular sus propias condiciones
medioambientales. En otras palabras, la vida no está influenciada por el entorno. Es ella misma
la que ejerce un influjo sobre el mundo de lo inorgánico, de forma que se produce una
coevolución entre lo biológico y lo inerte. Un auténtico bombazo científico para aquella época.
Pero la bomba no llegó a estallar. Salvo provocar las protestas airadas de los científicos más
radicales adscritos a las doctrinas clásicas, la hipótesis Gaia cayó en saco roto. Y después en
el olvido, hasta que en fechas recientes han comenzado a desempolvarla y revisar la validez de
sus postulados, forzados quizá por la crisis actual que sufre el planeta. Aunque todavía no se
ha demostrado su existencia, Gaia sí ha probado ya su valor teórico al dar origen a muchas
interrogantes y, lo que es más importante todavía, al ofrecer respuestas coherentes a las
incógnitas más curiosas de la Tierra.
¿Qué podemos imaginarnos tras ese excéntrico supuesto bautizado como Gaia? El punto de
partida de la hipótesis fue la contemplación, por vez primera en la historia de la humanidad, del
globo terráqueo desde el espacio exterior. Las naves y sondas enviadas a Marte y Venus en la
década de los sesenta para investigar y detectar eventuales indicios de vida y no encontraron
ningún vestigio biológico. Sí descubrieron, en cambio, que los pálidos colores de los planetas
vecinos contrastan espectacularmente con la belleza verdeazulada de nuestro hogar, porque
sus atmósferas son radicalmente diferentes a la terrestre.
Nuestra transparente envoltura de aire es una singularidad, casi un milagro, comparada con las
atmósferas que cubren a los planetas vecinos. Los resultados de las investigaciones espaciales
establecieron que ambas están compuestas casi exclusivamente por dióxido de carbono y un
porcentaje mínimo de nitrógeno. El constituyente más abundante de la piel azul que nos
envuelve es, por el contrario, el nitrógeno (79 por ciento), seguido del oxigeno (21 por ciento),
mientras que la cuantía de dióxido de carbono no supera el 0,03 por ciento. A estos elementos
habría que añadir vestigios de otros gases, como metano, argón, óxidos nitrosos, amoníaco,
etcétera. ¡Todo una extraña mezcla!
.02 03.
Pero además de ser una singularidad dentro el Sistema Solar, nuestra atmósfera se comporta
de manera menos ortodoxa desde el punto de vista químico. Pensemos, por ejemplo, en la
presencia simultánea de metano y oxigeno, dos gases que a la luz del sol reaccionan
químicamente formando dióxido de carbono y vapor de agua. La coexistencia de óxido nitroso y
amoniaco es igual de anómala que la anterior.
Lovelock se preguntó cómo podía la atmósfera transportar esas sustancias que la biosfera
toma por un lado y expele por el otro. ¿No presuponía esto la presencia de compuestos que
vehiculasen los elementos esenciales -como el yodo y el azufre, por ejemplo- entre todos los
sistemas biológicos? Su curiosidad estimuló la búsqueda activa de tales compuestos.
En 1971 parió hacia la Antártida a bordo del velero oceanográfico británico Shackleton, con el
propósito de investigar el ciclo mundial de azufre, detectando un componente desconocido
hasta entonces, pero potencialmente importante: el dimetil sulfuro. Estudios posteriores
revelaron que la fuente principal de esta sustancia no se encuentran en mar abierto sino en las
aguas costeras, ricas en fitoplancton. En efecto, la microflora marina, incluso las especies más
corrientes de algas, consiguen extraer con asombrosa eficacia el azufre de los iones sulfato
presente en el agua del mar trasformándolo en dimetil sulfuro. Se comprobó además que este
gas, liberado a la atmósfera estimula la formación de núcleos de condensación para el vapor de
agua, lo que a su vez eleva la concentración nubosa.
En 1987, Lovelock expuso que el ciclo de actividad de las algas es el que última instancia ha
determinado la temperatura de la tierra a lo largo de la historia. ¿Cómo lo consigue? ¿Cuál es
su mecanismo? Los científicos han podido medir una mayor concentración de dimetril sulfuro
en las cuencas oceánicas más calientes, pues es allí donde mejor proliferan las algas. La
presencia de un elevado nivel de este gas estimula la formación de masas nubosas que,
lógicamente, oscurecen la superficie permitiendo que desciendan las temperaturas. Pero del
mismo modo que el calor hace crecer y multiplicar las algas en los océanos, el frío dificulta su
proliferación, por lo tanto disminuye la producción de dimetril sulfuro, se forman menos nubes y
comienza una nueva escalada térmica. La autorregulación de Gaia en lo que se refiere a las
temperatura, está servida.
Precisamente la historia del clima terrestre es uno de los argumentos de mayor peso en favor
de la existencia de Gaia. A lo largo de la evolución de la Tierra, éste nunca ha sido
desfavorable para la vida. La biosfera ha sido capaz de mantener el status quo climatológico
más adecuado para salvaguardar nuestro bienestar y suministrarnos el entorno óptimo. El
registro paleontográfico de la presencia ininterrumpida de seres sobre el planeta desde hace
3.500 millones de años así lo atestigua, al tiempo que nos indica la imposibilidad de que los
océanos llegaran a hervir o congelarse. Si la tierra más que un objeto sólido inanimado, la
temperatura de su superficie hubiera seguido las oscilaciones de la radiación solar sin
protección posible. Sin embargo, no fue así.
Se sabe que, en la remotísima época en que surgió la vida, el Sol era más pequeño y templado
y su radiación un treinta por ciento menos intensa. A pesar de ello, el clima resultaba favorable
para la aparición de las primeras bacterias: no hacía un treinta por ciento más frío, lo que
hubiera significado un planeta devastado por los hielos eternos. Carl Sagan y su colaborador
George Mullen han sugerido como explicación la presencia en nuestra ancestral atmósfera de
mayores cantidades de amoníaco y dióxido de carbono que hoy, con la función de arropar la
superficie del planeta, ambos gases ayudan a conservar el calor recibido, impidiendo, por
medio del efecto invernadero, que escape al espacio.
Junto a un clima benigno, también es necesario que otros parámetros se mantengan dentro de
los márgenes favorables. Por ejemplo, el pH, el grado de acidez del aire, el agua, la tierra se
mantiene alrededor de un valor neutro (pH 8), el óptimo para la vida, a pesar de que la gran
cantidad de ácidos producidos por la oxidación en la atmósfera de los óxidos nitroso y
sulfurosos liberados por la descomposición de la materia orgánica deberían haber hecho
aumentar la acidez terrestre hasta un pH 3, comparable al vinagre. Sin embargo, la naturaleza
dispone de un neutralizador biológico para que esto no suceda: la biosfera se encarga de
fabricar, por medio de los procesos metabólicos de los seres vivos, alrededor de 1.000
megatoneladas anuales de amoníaco -una sustancia muy alcalina-, que resulta ser la cantidad
necesaria para anular la acumulación excesiva de los agresivos ácidos.
La regulación estricta de la salinidad marina es tan esencial para la vida como la neutralidad
química. ¿Cómo es posible que el nivel salino medio no supere el 3,4 %, cuando la cantidad de
sales que lluvias y ríos arrastran hacia los océanos cada 80 millones de años es idéntica a toda
la actualmente contenida en ellos? De haber continuado este proceso, el agua de los océanos,
completamente saturada de sal, hubiera llegado a ser mortífera para cualquier forma de vida.
¿Por qué entonces los mares no son más salados? Lovelock asegura que, desde el comienzo
de la vida, la salinidad ha estado bajo control biológico: Gaia ha servido de filtro invisible para
hacer desaparecer la sal en la misma medida en que la recibe.
Este increíble equilibrio que se da entre lo inerte y lo vivo y que conforma la unidad del planeta
como sistema, debe ser preservado. La ciencia de la ecología nos advierte de ello, y nos urge a
tomar medidas preventivas para que nuestro planeta no quede destruido.
04.
(Entrevista con el padre de la teoría Gaia, James Lovelock)
¿Y quién salvará la Tierra? Si James Lovelock cree que nadie puede hacerlo, por lo menos en
los próximos 50 años, entonces hay mucho de qué preocuparse. El problema -usted ha oído
hablar antes de esto- es el calentamiento global, agravado por la ignorancia colectiva acerca de
este fenómeno.
¿Gaia? Gaia o Naturaleza, o como usted quiera llamarla, dice Lovelock. Fue el Premio Nobel
de Literatura Willliam Golding quien usó el nombre de Gaia (una diosa griega) para bautizar la
teoría de Lovelock. En pocas palabras, esta hipótesis describe a la Tierra como un planeta
capaz de regularse por sí mismo de tal forma que siempre esté apto para la vida.
Han pasado 35 años desde que se lanzó esta teoría, nos recuerda Lovelock. Y es
generalmente aceptada como una ciencia de sistemas, pese a que a muchos críticos no les
gusta el nombre. Durante mucho tiempo los geólogos y los biólogos trabajaron por su lado,
cada uno pensando que estaba en lo correcto. Apenas ahora están actuando juntos y bajo el
marco de esta teoría.
Lovelock, quien dirigió la creación del horno micro-ondas e inventó un dispositivo para detectar
los CFCs (clorofluorocarbonos) causantes del adelgazamiento de la capa de ozono, está
considerado por muchos como el padre del movimiento verde. Pero no es una paternidad que
le plazca. Hablando políticamente, yo no considero a los verdes necesariamente necesarios,
dice Lovelock. Ellos no tienen habilidades políticas. Quien puede luchar a favor del medio
ambiente es el político común, quien es más inteligente de lo que la mayoría de gente piensa.
La mayor parte de políticos alrededor del mundo conocen los problemas del calentamiento
global, dice Lovelock. Aunque ellos tienen también sus propias limitaciones, sobre todo a la
hora de evaluar el daño al medio ambiente: pienso que es como un carro colina abajo con una
falla en los frenos. Todo lo que usted realmente puede hacer es sacar el pie del acelerador.
Porque no hay duda de que el calentamiento global existe y de que nosotros somos
responsables de éste.
No será peor que las guerras. El Panel Internacional sobre Cambio Climático reveló que, al
analizar un período que abarca los últimos mil años, sólo durante los últimos 150 el patrón del
clima ha mostrado un repentino calentamiento. Hoy en día el daño es tan serio que aún si
detuviésemos la quema de los combustibles fósiles el calentamiento continuaría todavía por
otros 50 años, asegura Lovelock.
Habitantes de las costas, ¡estén atentos! Una de las consecuencias más dañinas del cambio
climático serían las inundaciones, debido al aumento del nivel del mar. Londres habría estado
seriamente inundado ocho veces hasta ahora si no fuera por la barrera del Támesis, dice el
científico.
Pero otras tierras, según él, pueden no contar con tal protección. Las inundaciones pueden ser
más agudas en Bangladesh: aquí tenemos un doble problema. El nivel del mar sube, el mar se
calienta más, hay más evaporación y por consiguiente más lluvia, lo que, a su vez, provoca
más inundaciones.
Plantar árboles tampoco es una solución, cree Lovelock. Los árboles pueden absorber una
gran cantidad de dióxido de carbono, sin embargo, nuevas investigaciones demuestran que los
árboles absorberán más luz del sol y calor que el suelo cubierto por ellos y esto sólo contribuirá
más al calentamiento global.
Pese a todo, Lovelock sí logra vislumbrar un rayo de luz en el oscuro panorama que pinta: el
calentamiento global causará una crisis pero no necesariamente una crisis fatal. Podría no ser
peor que la hambruna y las guerras y otros desastres; será algo con lo que la gente deberá
aprender a vivir.
Una de las más grandes causas del calentamiento global es la quema de carbón, dice
Lovelock. Y existe una cantidad horrible de carbón a nuestro alrededor. Si hay un incremento
en el uso del carbón el problema empeoraría más y más.
Por ello, el científico ambientalista continúa siendo enfático al promocionar el poder nuclear
como fuente de energía. Los franceses han sido muy inteligentes al conseguir toda su energía
de las fuentes nucleares. No hay duda de que las plantas nucleares conllevan un riesgo pero
no hay sistema energético que no lo haga, dice. Hay grandes represas que estallan muy a
menudo pero nunca decimos 'no usemos la hidroelectricidad porque una represa podría
reventar'. Las energías solar y eólica no son salidas realistas. El poder nuclear es la única
solución práctica real pero ha habido una reacción histérica al respecto.
El gran gurú no terminó la entrevista sin sus conocidas contradicciones. Es la quema del
carbón en el Este lo que está dañando la Tierra más que la Francia nuclear. Pero es en el Este
donde la gente está más en contacto con la Tierra, mientras en Occidente quieren tratarla
como a un gran jardín. El Este necesita enviar este mensaje a Occidente. Sin embargo, nos
tememos que, ni en uno ni en otro lado, hay suficiente gente escuchando.
1. El Planeta Tierra:
• ¿Qué es eso del Planeta Tierra?
Es el ser vivo más gigantesco del universo. El hombre, en comparación, es diminuto, pero
con la misma saña que un piojo en cuero cabelludo.
- Un Sistema Circulatorio: los ríos, que limpian, alimentan y dan vida gracias a su
sangre, EL AGUA, fluido vital.
- Un Corazón ardiente: como es el Centro de la Tierra, según se demuestra con los
volcanes, géiseres, terremotos, etc.
- Un Riñón: el manto de TIERRA, que filtra las impurezas.
- Un Sistema Respiratorio: donde LOS BOSQUES son el pulmón y la atmósfera su
Tórax.
- Unos Sentidos: pues, al igual que muchos animales o plantas, puede oír, ver, tocar,
oler y gustar.
- Un Aparato Digestivo: los MARES Y OCÉANOS, que transforman, digieren y
distribuyen la mayor parte del alimento que circula por el Planeta.
- Sentimientos y Estados de Animo: tempestades, cuando está de mal humor, buen
tiempo cuando se siente alegre y se enamora en primavera; se entristece en Otoño, etc.
- Enfermedades: CONTAMINACIÓN, agujero de Ozono, desertización y deforestación,
efecto invernadero, lluvia ácida, y un gran problema un cáncer llamado, el Hombre, su
civilización y su tecnología.
- Dos frigoríficos incorporados: el Polo Norte y el Polo Sur, que en este caso
corresponden a las partes más frías del cuerpo humano..... los pies.
- Una gran Inteligencia y Alma a la vez. ¿Cuál puede ser el nombre de esa inteligencia
suprema, de esa alma madre?..... la respuesta es evidente: La NATURALEZA.
• La Biodegradación.
Experimento 1: Biodegrádate
Sin embargo, el Hombre ha conseguido saturar los sistemas de defensa del planeta,
gracias a la contaminación, la expoliación de los recursos naturales y un
comportamiento irracional hacia los seres que le rodean.
- Todos los españoles hemos aportado casi 800.000 millones de ptas. para construir la linea férrea de
alta velocidad Madrid-Sevilla.
Posdata:
4. Cada parte está relacionada con todo lo demás: Nuestro planeta es un elemento
global e indivisible, y al mismo tiempo un conjunto de infinitos componentes
interconexionados y dependientes entre sí. Por ello, la acción del Hombre influye
directamente en los espacios y seres afectados e indirectamente sobre el conjunto de
ecosistemas que le rodea.
Fábula: La fábrica del Sr. Ramón:
3. El Planeta en la encrucijada:
Queramos reconocerlo o no, y aunque pueda parecer una opinión catastrofista, lo cierto
es que el planeta se encuentra en una encrucijada. No lo dicen solamente los ecologistas,
sino importantes investigadores, científicos, pensadores, responsables sociales e incluso
altos mandatarios políticos.
LOS PROBLEMAS:
- Un crecimiento industrial
incontrolado o falto de escrúpulos,
que provoca la emisión continuada
de partículas tóxicas y
contaminantes.
Todos los seres que habitan este planeta absorben, de una u otra forma, gases y
partículas peligrosas para su salud, capaces de desencadenar mutaciones genéticas, taras
congénitas o cáncer.
EL PROBLEMA DEL AGUA: el futuro del acuífero del planeta es incierto. Las
dificultades que soporta son entre otras:
RECUPERACIÓN, AHORRO Y
RECICLADO.
Estos son algunos ejemplos de la falta de escrúpulos, por parte del hombre, a la hora de
rentabilizar la fauna salvaje del planeta.