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2005 DEVAUCHELLE Cirugía Estética

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Bernard Devauchelle

Cirugía Estética

¿Cómo ha sido posible esto de añadir un calificativo de destinación (estética a cirugía), por
definición tan antinómico respecto al sustantivo al que se aplica? Para responder a esta
pregunta, habrá que examinar de qué manera la cirugía estética, a comienzos del siglo xx, nació
al mismo tiempo que el psicoanálisis, y de qué manera su historia remite a la vez a la filosofía y
a la etnología. Luego, habrá que explorar de qué manera la evolución de sus técnicas consideró,
en su reflexión como en sus gestos, una tercera dimensión y cómo, al invertir sustantivo y
calificativo, se convirtió en el motor de una estética quirúrgica, de una cultura del gesto. Por
último, habrá que indagar sobre la manera en que, en una relación ambigua con el cuerpo que
se apropiaba para transformarlo, la cirugía estética ha sido apropiada para ese cuerpo y cómo
de objeto del arte se convirtió en sujeto de arte. Tales son, en filigrana, las líneas de
investigación que se imponen a quien, autor comprometido en una práctica en pleno devenir,
se interroga sobre el sentido de su acción.

Nacimiento de una cirugía estética


Por esencia, solo puede haber compromiso (o algo comprometedor) entre el acto quirúrgico
que perfora la envoltura cutánea o mucosa al precio de una cicatriz, firma indeleble, y el cuidado
de dar a la forma visible del cuerpo esa belleza que no tenía o que había perdido. De manera
opuesta, desde que el acto quirúrgico modifica la anatomía normal del individuo para quitar el
tumor, reparar la fractura, restituir la función fallida, reconstruir el déficit adquirido, modificar
el crecimiento… adquiere, sin quererlo, una virtud estética. ¿Existe entonces una cirugía
estética? ¿Puede darse una definición precisa de cirugía estética? ¿Puede la cirugía ser
solamente estética?
Retomar la historia fáctica de la cirugía desde comienzos del siglo xx aclara varios
aspectos de un contexto histórico e intelectual. Casi nada se sabe de las relaciones que anudan
los equipos quirúrgicos de este lado del Atlántico con los de Estados Unidos, antes de la Primera
Guerra Mundial. Se sabe mucho menos de los intercambios con Asia. Al cristalizar en un punto
de Europa el encuentro de numerosos ejércitos venidos del mundo entero y dotados de su
propio contingente de médicos y cirujanos (es así, por ejemplo, que una personalidad tan fuerte
como el cirujano inglés Harold Gillies fue asignado a una ambulancia Belga desde 1915, antes
de unirse al British General Hospital de Rouen), la Gran Guerra reunió en un curioso mestizaje
las condiciones para que pudiera emerger una cirugía únicamente consagrada a la desgracia y
al embellecimiento. Sin embargo, algunas precisiones relativas al vocabulario: al término
desgracia (disritmia), anomalía innata o adquirida que no tiene otros efectos distintos a los
estéticos (con relación a una “normalidad” experimentada por el individuo en la sociedad en un
momento dado), se opondrán la palabra dismorfia, malformación de origen embrionario, y la
palabra dismorfosis, trastorno del crecimiento cuya repercusión orgánica se añade a la
desgracia estética misma.
No es tanto que esta cirugía no existiera antes. Miller, en Estados Unidos, hace editar
una obra titulada Cosmetic surgery of the face desde 1907. Se conocen, además, las primeras
intervenciones de Joseph en Berlín, desde finales del siglo XIX, y su obra Handbuch der kosmetik,
aparecida en Leipzig, en 1912. Sin embargo, la guerra, por la importancia en número y en
gravedad de los daños faciales que volvía a poner en manos de los cirujanos en formación, casi
siempre formación general, permitió, a la vez, la eclosión de las técnicas y de las vocaciones
especialistas. Dos verdades deben ser recordadas: el carácter indisociable de la cirugía
reconstructiva y la cirugía estética, pues son los mismos nombres de persona los que se

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encontrarán más tarde ligados al desarrollo de la “cosmetic surgery”; la especificidad facial en
una y otra de esas cirugías, sin duda porque gran parte de las “Gueules cassées” sobrevivían a
sus heridas, pero también porque la cara expuesta, mutilada, visible, permaneció en la
conciencia colectiva como memoria de guerra, constantemente evocada en nuestra
imaginación.
¿Hay que afirmar que ha sido por reacción que se manifiesta en los pacientes, como en
los cirujanos, una fiebre por la cirugía estética? Nada es menos seguro: en 1919, Raymond
Passot informa en la prensa médica: “La cirugía estética llegó al punto donde se encontraba,
hace todavía algunos años, la cirugía reconstructiva. Recordamos que, en esa época, los
promotores de las grandes intervenciones plásticas tenían que combatir el escepticismo de la
profesión médica. Gran número de publicaciones de cirugía reconstructiva de la cara, durante
la guerra, modificaron la conciencia de quienes, como mi maestro Morestin, se complacían en
decir: “Si sufre de mutilación del rostro, prefiere recurrir a un artificio profético que a una
intervención quirúrgica. La cirugía reconstructiva tiene ahora derecho de ciudad, la cirugía
estética permanece en cuarentena”. En esa misma fecha, Passot publicó en Francia (al mismo
tiempo que Julien Bourguet), sus primeros trabajos sobre La Chirurgie esthétique des rides du
visage, sin citar a los autores anglosajones.
Sin embargo, acreditar la idea de que la Gran Guerra fue el elemento desencadenador
exclusivo de una disciplina quirúrgica es algo un poco reductor. No tanto porque algunos
trabajos habían sido publicados antes, sino porque Passot y Bourguet no parecen haber estado
implicados en persona en los conflictos armados. Se sabe que Bourguet visitó a Joseph en Berlín
entre 1914 y 1916 y que, en los mismos lugares y en el mismo momento, nacía el psicoanálisis.
Es mucho más a Adler que a Freud (quien, además, no estaba de acuerdo con Adler al respecto)
a quien debe su justificación la cirugía estética. Ella encontró, sus referencias somáticas en la
teoría de inferioridad orgánica que Adler estaba elaborando, acerca de la respuesta psicológica
del cuerpo a la enfermedad y a la degeneración. Esta teoría de Adler tuvo un enorme eco en
Norteamérica. De ese modo justificada, liberada de algún modo de la culpa de ser un acto contra
natura la cirugía se desarrolló a partir de este periodo y en el de entreguerras.
Volver en este estadio a la personalidad de J. Joseph quien, desde 1898, practicó, mediante
una incisión cutánea, la resección de una protuberancia desgraciada en la nariz (antes, cinco
años más tarde de perfeccionar su técnica de rinoplastia por vía natural), es plantear
deliberadamente el problema de la “judaicidad”. Joseph, hijo de rabino, cirujano ortopedista de
formación, consagrará su vida quirúrgica a la elaboración de una técnica de rinoplastia que le
valdrá renombre internacional. Esta cirugía, casi exclusivamente centrada en la nariz
prominente, hizo emplear a Jost el vocablo “rinoplastia carcinológica”. ¿No hay entonces, en un
momento preciso de la historia, esa voluntad de los judíos de librarse de la “maldición de la
nariz”? Esa es la tesis defendida por Maxwell Maltz en New faces, new futures: “El cirujano se
esfuerza [...] en liberar el alma [...] al modificar la apariencia, de manera que esta corresponda
perfectamente con la normalidad”. Esta preocupación por borrar la marca original de la raza
(no es tan paradójico que esos escritos intervengan en 1936, poco después de la desaparición
de Joseph, en Estados Unidos, en los momentos más fuertes del fascismo hitleriano),
autentificada más tarde en las pinturas de Andy Warhol, como en los japoneses haciéndose
ampliar los ojos, recurriendo al mismo bisturí, funda en adelante la cirugía estética y libera
definitivamente al cuerpo del yugo que habían hecho pesar sobre él la fisiognomonía y los
discípulos de Gall o Bertillon.
La Primera Guerra mundial selló definitivamente los lazos que unieron en adelante, a
través de los cirujanos, la cirugía reconstructiva con la cirugía estética: la palabra cosmética fue
empleada casi exclusivamente al otro lado del Atlántico. Importancia entonces de la expresión
Cirugía Plástica. Etimológicamente: cirugía de las formas que podría por extensión ser aplicable
a todas las cirugías. Adjetivo reservado a las formas visibles, o sea superficiales, sin

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necesariamente prejuzgar del órgano operado (esqueleto, partes blandas) o de la destinación
(reconstructiva o estética). Ese calificativo ha sido, en adelante, consagrado a la disciplina
quirúrgica que lleva su nombre: los cirujanos plásticos.
Esos lazos se traducen en la reunión en Inglaterra de los big four (Gillies, proveniente de
Nueva Zelanda, tanto como McIndoe, Mowlen y Kilner) quienes consagran la cirugía plástica
como disciplina independiente. Fue en 1931 cuando Maurice Coelst, otorrinolaringólogo
formado en las escuelas de Sebileau, en Francia, y de Joseph, en Berlín, experimentó la
necesidad de reunir las publicaciones dispersas de sus colegas, al crear la primera Revue de
chirurgie plastique (revista internacional de cirugía reconstructiva, plástica y estética), muy
pronto relevada, en 1935, por la Revue de chirurgie structive, cuya lista de colaboradores cubre
América y Europa. Este magnífico neologismo, que resume por sí mismo el espíritu de esta
especialidad, no sobrevivirá a las premisas de la Segunda Guerra mundial y la revista dejará de
aparecer en 1938. El acto de nacimiento de esta cirugía especial como sociedad científica
consagra de nuevo el principio de indivisibilidad entre cirugía reconstructiva y cirugía estética;
y si los temas de los primeros artículos fueron ante todo referencias a las reparaciones faciales,
el artículo de Coelst mismo, “Un cas de chirurgie esthétique du nez. Opération, résultats”, acredita
la idea de que esta nueva dimensión estética lideró una cirugía reconstructiva conocida desde
la noche de los tiempos.
Viene el momento de plantearse la pregunta. ¿Es tributaria la cirugía estética de un legado
filosófico? ¿Ha sido ella, como en el caso de la creación artística, partícipe de un movimiento
filosófico? ¿La apropiación de la palabra estética creada por Baumgarten carga a esta cirugía
especial de una misión, de una ética particular, de la cual habría tenido implícitamente
conciencia y que habría guiado su historia? En conjunto, la respuesta es negativa. Nacida casi
dos siglos después de que el concepto hubiera sido enunciado, ella no tiene nada que ver con la
querella entre clásicos y modernos. Punto de interrogación sobre la belleza, sus preocupaciones
están en otra parte. El objetivo primero no es tanto volver bello sino borrar las huellas de lo feo.
Es solamente con la evolución de las técnicas, la oposición de las escuelas, los combates de los
discípulos y quizás hoy con ese desgarramiento interior vivido por el cirujano mismo, dividido
entre una ética médica tradicional a la cual adhiere por definición, educado en un entorno
facultativo, y el descubrimiento de un mercado de lo bello, habiéndose convertido el cuerpo en
una nueva religión que, ipso facto, la cirugía se vuelve, respecto a la cuestión estética, un
instrumento de la reflexión filosófica. Habría desprecio en considerar que esta reflexión es
solamente de orden ético o moral, simple heredera de una tradición fenomenológica, y que la
cirugía estética no habría sido sino el instrumento de una “liberación del cuerpo”, de una
reapropiación del “carácter extraño de la carne”.

Ptoses y liftings; hacia una estética en cinco dimensiones


Suprimir las desgracias de la naturaleza, después de haber reparado las mutilaciones, o corregir
las malformaciones, tal fue el punto de partida de la cirugía estética, liberada como estaba de
las coacciones técnicas de la anestesia y de la asepsia, de las coacciones morales que un siglo de
positivismo había intentado borrar, coacciones sociales que cierto cientificismo debía hacer
resurgir en el siglo XIX, liberándose por fin ella misma, gracias al psicoanálisis, de cierta parálisis
psíquica.
Corregir la desgracia de la forma afectada por el tiempo, tal fue su segundo objeto. La
historia del lifting facial es desde este punto de vista elocuente en cuanto a la evolución de los
conceptos a través de la evolución de las técnicas. La cirugía del envejecimiento facial, tal como
aparece en los primeros escritos, subyacente por algunos esquemas y reproducciones
fotográficas de calidad a veces mediocre, no reposa en la definición del concepto de
envejecimiento como ptosis gravitaria de los tejidos y su corolario, el lift corrector. Es la arruga
que marca la frente, la mejilla, el cuello la que hay que borrar, y bien parece que, como en los
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informes de Miller en Estados Unidos, luego los de Koll y Hollander, la cirugía estética propone
la escisión cutánea repartida en etapas para corregir las arrugas de los párpados, de las mejillas
o del cuello. Ciertamente y, a partir del principio según el cual la arruga de expresión se dibuja
en una dirección perpendicular en el eje del tractus muscular subyacente, esas escisiones
vuelven a templar piel y tejido celular subcutáneo, pero sustituyen una arruga por una cicatriz.
El principio mismo de esta escisión desfasada lateralmente, como para ocultar esa cicatriz en
región capilar o preauricular, es tardío. Es Bettman, quien, en 1920, publicó la primera
fotografía de esto. En 1928, Joseph mejoró el procedimiento haciendo pasar la cicatriz hacia la
región retro-auricular.
Paradójicamente, Passot, luego Bourguet en Francia, no hacen referencia a las
publicaciones norteamericanas, puesto que retoman por su cuenta las incisiones-escisiones
cutáneas segmentarias, antes de consagrarse a las prácticas de desprendimiento cutáneo. Ese
silencio con respecto a trabajos anglosajones deriva, como lo argumenta Vrebos, ¿en ausencia
completa de intercambio científico? Inmediatamente después de una guerra de la cual cuya
función catalizadora de energía médica ha sido bien subrayada, y en el momento mismo en que
los cirujanos franceses irían a visitar, algunos años más tarde, a sus colegas norteamericanos,
esta afirmación parece paradójica. Simplemente, es cierto que las revistas especializadas no
existían todavía y que la difusión de las obras podía, en esas fechas, tomar algún retraso.
Al desplazar la cicatriz de incisión cutánea hacia la región lateral del rostro, los cirujanos
hacen, en 1920, una doble revolución: del tratamiento sintomático del envejecimiento
(supresión de la arruga), hacen un tratamiento etiológico (lucha contra la ptosis); de una simple
escisión-sutura, transforman el gesto quirúrgico en vasto desprendimiento de los tejidos
cutáneos de la mejilla y el cuello. Es a Julien Bourguet a quien se le atribuye, parece, el mérito
de haber descrito e informado ese desprendimiento: “A veces, nos vemos obligados a despegar
la piel de la región parótida, para que pueda ser atraída hacia el pabellón, en el tratamiento del
surco naso-labial”.
Sin embargo, ya sea que lo resultados de esos grandes desprendimientos del rostro, a
pesar de un retorno a la tensión superficial sólida, no hayan sido suficientemente perennes, ya
sea que el acceso permitido por esos desprendimientos haya dado a los autores los medios para
ponderar que el estrechamiento de los tejidos no era solamente asunto de superficie, de
revestimiento, sino más bien de masa muscular de la que se sabía que se arrimaba a la cara
profunda de la piel, el gesto del “lifting” se complicó, volviendo a situar más el tejido en
profundidad, haciendo escisión aquí de una masa grasosa en exceso, suspendiendo y arrimando
allí un fascia ptosé.*
Es elocuente el artículo que Maurice Virenque consagró a este tema en 1925. Todo está
dicho aquí: incluso si el título del artículo sigue siendo ambiguo, la arruga “se borra” en tanto
signo de envejecimiento; el tegumento es solo el revelador de la caída por gravedad de los
tejidos de sostén del rostro. La doble originalidad del desprendimiento extensivo de la piel y de
la fijación profunda de los tejidos ha servido de base a la cirugía del envejecimiento facial hasta
los años 1970. En 1960, Aufricht había mejorado ese principio mediante la realización de
plicaturas que han sido retomadas durante muchos años.
A propósito de la historia de los liftings cérvico-faciales y del concepto de envejecimiento
es necesario, al dar un gran paso en el tiempo y enfocarse en las carnes, acompañar a Tord
Skoog en su disección profunda que permite re-extender simultáneamente planos profundos y
superficiales. En la misma fecha F. Firmin, V. Mitz, M. Peyronie, H. Quilichini, P. Tessier y A.
Thion mostraban la continuidad de un sistema anatómico muscular y aponeurótico subcutáneo
que habían presentido algunos anatomistas clásicos, y que Skoog utilizaba: ellos lo bautizaron
con el acrónimo SMAS (système musculo-aponévrotique superficiel, musculo-aponévrotique

* Fascia: membrana o tejido conectivo que rodea los músculos. (T).

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system). Y desde entonces, al multiplicar los planos de disección, pasando de uno a otro,
añadiendo según la región anatómica, un plano de disección todavía más profundo, por poco
que preserve bien y evidentemente el nervio facial, el cirujano se esfuerza, según las solicitudes
de su paciente, de su morfología, del espesor de sus tejidos, de la elasticidad de su piel, en re-
ascender, re-fijar lo que para ciertos tejidos el peso y los años habían hecho caer, preocupado
sin embargo por redistribuir las formas. Subrayemos, de paso, que a propósito del “face lifting”,
Tessier escribía que era una sucesión de compromisos y añadía: “Cualquiera sea el efecto de
rejuvenecimiento, no se puede retornar veinte años atrás. Parece un poco más joven o mucho
más joven, pero siempre se ha convertido en otro. ¡He ahí todo! Sin embargo, puesto que
siempre será otro, ¿por qué no aceptar o querer ser francamente otro?”.
Armado de una experiencia única en cirugía de las malformaciones cráneo-faciales,
Tessier describe el “facial mask lift”, es decir, el levantamiento de todos los tejidos óseos
subyacentes, raspando mediante una doble vía, primero coronal y endo-bucal, lo que él llama
el “deep fascia”, y volviéndolo a suspender más arriba arrimándolo al punto fijo de la
aponeurosis temporal. La revolución cultural de esta intervención no depende solamente de
esa nueva disección del rostro todavía más profunda que las demás, de ese concepto de máscara
facial viviente que engloba piel, tejido subcutáneo, músculo y glándulas, pero también disociado
de un esqueleto subyacente inmutable. Ella tampoco proviene de esa voluntad provocadora de
no solamente rejuvenecer, sino querer metamorfosear, tanto como sea posible. En el fondo,
proviene de una concepción exhibida, más arquitectural de la cirugía y de las formas de
expresión del rostro. Es, sin duda, más por cultura que por intuición que P. Tessier dio el salto
al añadir a ese mask lift osteotomías de la mandíbula de valguisación, remodelaciones orbitales
o reposiciones cantales. Al cambiar la base esquelética, modifica no solamente los relieves,
añadiendo una tercera dimensión a una cirugía que, hasta el presente, solo se esforzaba en
ascender y halar, pero que modifica la fisionomía al cambiar los puntos de aplicación de algunos
músculos esqueléticos de la mímica facial. Más allá de los resultados presentados, para algunos
magníficos, para otros perturbadores, ese enfoque “global” de la cirugía del rejuvenecimiento
facial prefigura las técnicas actuales.
En un notable artículo titulado: “Full face regeneration in three dimensions: a face lifting
for the third millenium”, Ramírez confirma el sentimiento que prevalecía hasta ese momento
en el cirujano, a saber que, si el envejecimiento era ante todo percibido como una ptosis
histológica, el efecto más visible, esa ptosis se acompañaba de una atrofia de los tejidos (graso
y óseo). Responder a la ptosis tenía que ver con gestos quirúrgicos conocidos y dominados,
incluso si se complejizaban. Más difícil era modificar sin riesgo los volúmenes, incluso si la
cirugía de la arquitectura ósea era conocida y si el mask lift había ya tomado en cuenta esa
dimensión. Es la movilización del tejido graso y el agregado eventual de adipocitos, mediante la
técnica descrita por Coleman, lo que permitirá incluir esa dimensión según factores
perfectamente definidos. Replegado sobre sí mismo, trapeado de alguna manera, el rostro
plegado, arrugado, reencuentra juventud y brillo desde que su apariencia, su sostén, sus
volúmenes le son restituidos, el brillo objetivo de la luz reflejándose sobre la superficie tensa
de los pómulos y de las mejillas. Sorprendido por la calidad del resultado mostrado a través de
imágenes fotográficas, en total coherencia con la pertinencia del razonamiento, no se puede
impedir con Jacques Lévignac pensar que, en términos de cirugía estética, “el rostro es visto, no
en tres dimensiones, sino en cinco”, incorporando aquí los datos del tiempo y los del
movimiento y hablando, como objetivo último de la cirugía facial, de euritmia.

Por una historia de la grasa


Si el esqueleto protege aquí vísceras y órganos nobles, excepción hecha del abdomen, la piel
que lo recubre está separada de él por músculos que se insertan y, de este espacio de
deslizamiento, tejido celuloso o celulograso, forma informe sobre la cual se moldea y se moviliza
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el estuche cutáneo. La grasa es entonces esa interfase que da al cuerpo su forma, ginoide o
androide según su repartición, demacrada u obesa según su volumen, armoniosa o no. Ella tiene
su huella genética (esteatomeria) y su propia patología (lipodistrofia).
No es tanto por motivos estéticos sino funcionales que la cirugía se interesó en el tejido
graso. La corrección de la hipertrofia mamaria, ante todo, ha estado preocupada por las
consecuencias raquídeas de la anomalía, como la cirugía llamada de “la silueta” se esforzaba
por remediar las consecuencias infecciosas y generales de pacientes víctimas de esas
obesidades monstruosas. En ese dominio particular, todavía allí, el deslizamiento de una cirugía
de orden funcional hacia una cirugía de orden estético se hace espontáneamente, de forma
natural. Lo que podía lo más puede lo menos, no tanto en términos de objetivo, sino en términos
de técnica.
Utilizar la grasa que está en exceso para trasponerla allí donde falta, o más exactamente
donde había déficit de volumen que la grasa podría compensar, no es una idea nueva, es de
finales del siglo XIX. El implante dermograso responde así al objetivo de llenar las dehiscencias
faciales de una enfermedad de Romberg (atrofia hemifacial progresiva), por ejemplo. Sin
embargo, las contingencias de tal cirugía son elevadas: riesgo de necrosis del implante o riesgo
infeccioso que cuestiona totalmente el beneficio de la intervención; dificultad de prever sobre
la corrección necesaria, considerando la reabsorción inevitable de una parte no despreciable
del tejido trasplantado.
Quitar la grasa, sea. Y si ella está en ese punto de excedente, aceptar entonces la cicatriz.
Pero retirarla sin huella excesiva. Es a finales de 1970 cuando nace la liposucción: lipolisis, lipo-
aspiración, lipectomía selectiva, el doctor Y. Illouz usa esas diferentes denominaciones para
decir que la grasa subcutánea, infiltrada previamente con suero enfriado, adrenalinado,
adicionado en ciertos casos con hialuronidasa, puede ser aspirada mediante una corta incisión
y con ayuda de una cánula metálica, blanca y poco traumática, desde que se la empuje, en el
borde filoso y raspando cuando se la retire, en un movimiento de vaivén cuya elegancia se aleja
del gesto quirúrgico, pero cuya eficacia puede ser considerable. Esa técnica, sin embargo, no
anodina, se impuso, hecho coincidente con el momento en que el cuerpo desnudado se adelgaza
y se exhibe.
La coincidencia que mencionamos interroga respecto a la parte de responsabilidad de la
cirugía estética en esa preocupación por el adelgazamiento del cuerpo. Esta parte es nula, o
despreciable, incluso si la cirugía, prima de la medicina, tenía su responsabilidad al unir sus
voces en los consejos prodigados contra la obesidad y sus perjuicios. La lipoaspiración es un
descubrimiento técnico cuyos objetivos y medios participan de la conciencia “estética”, en el
sentido quirúrgico del término. Incluso si más tardíamente se ha mostrado poco (mini-lipo-
aspiración, uso de ultrasonido) su voluntad primera ya estaba exhibida: allí donde el régimen
era ineficaz para perder la grasa (porque genéticamente la repartición grasosa ya estaba
establecida), la lipoaspiración restauraba una armonía de las formas.
Pues las partes blandas del cuerpo, los músculos, la grasa pueden, hasta cierto punto, ser
disciplinadas: la historia de la grasa es inseparable de la de los músculos. Y la inflamación de
estos últimos, a menudo, concuerda con el adelgazamiento graso; los músculos cargados de
energía, de “forma”, la grasa de pereza y flacidez. Nada sorprendente entonces en que, al hacer
un corto paseo por esas salas de gimnasia o de musculación se encuentre allí una población
creciente de individuos “vigoréxicos”, casi dismorfo-fóbicos, obsesionados por las fallas del
cuerpo que hay que corregir, únicos jueces de la imagen que quieren ofrecer a los demás. Es
una misma población (pero no necesariamente los mismos individuos) la que frecuenta
asiduamente el gabinete del cirujano estético, pero que no necesariamente lo favorece y de la
cual él debería liberarse. Pues la lipoaspiración tiene en contra su “facilidad”, facilidad del
concepto para quien la sufre y que le retira algo sagrado al acto quirúrgico, modificando así en

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parte la relación médico-paciente, facilitada por quien la practica, incluso si numerosas
complicaciones, a veces graves, son descritas a este respecto.
Rápidamente, retirar la grasa aparece como insuficiente. La desgracia es, con mucha
frecuencia, corregida, pero sin que una verdadera armonía haya sido encontrada, incluso si la
lipoaspiración es dotada de nuevas virtudes de tonificación, de volver a tensar algunos tejidos.
Muy pronto, después de la lipoaspiración, se les ocurrió a los cirujanos la idea de que ese
material vivo que extirpaban del cuerpo humano podría ser inmediatamente reinyectado en
otro lugar del cuerpo para colmar arrugas, surcos o depresiones. El “filling” fue una decepción:
la grasa reinyectada se reabsorbía al cabo de algunos días o semanas. El principio, sin embargo,
no fue abandonado. Sydney Coleman, al asociar una muestra atraumática de adipositos y una
ultracentrifugación de tejido aspirado, para conservar solamente la parte no reabsorbible de la
muestra, obtuvo, después de inyección suave en los tejidos subcutáneos, cierta perennidad de
los resultados. La materia ideal fue encontrada, no susceptible de rechazo, poco susceptible de
infección. La lipoestructura acaba de nacer. El término es importante, y esto no sin evocar el
adjetivo efímero que Coelst en su época había utilizado para calificar este tipo de cirugía.
Lejos de ser un simple fenómeno de moda que hace sucederse al ritmo de las estaciones
delgadez exacerbada o redondeces elogiadas, la lipoestructura (¿lipoescultura?) vuelve a dar al
tejido graso sus cartas de nobleza. Ampliamente empleado hoy, consagra el lazo entre cirugía
reconstructiva y cirugía estética, y participa de esta tercera dimensión, la de la proyección de
los relieves del revestimiento cutáneo rebotado, brillante y reflejando la luz, signo de una
juventud reencontrada, de una extraversión del cuerpo, de una salud floreciente.

Rito y cirugía estética


Una definición restrictiva de la cirugía estética, una historia reciente que hace de ella una
disciplina joven, condiciones de emergencia muy singulares en el mundo occidental, deben a
priori disuadir de buscar algún lazo con ciertos ritos iniciáticos. Al contrario de ciertas
transformaciones corporales como las deformaciones del cráneo, del pie y las escarificaciones
(más inducidas con el objetivo de exacerbar el sentimiento de pertenencia que de crear lo
bello), la cirugía estética permite liberarse de las marcas étnicas o culturales características. Las
armas que utiliza, sus instrumentos, sus prácticas, sin embargo, no hacen sino retomar aquellas
empleadas durante ritos iniciáticos tribales, incluso si su destinación es diferente. La
ambigüedad existe entonces, a veces incluso cultivada. De la cicatriz a la prótesis, para terminar
(o comenzar) por Orlan.
Veamos primero la cicatriz. La escarificación exacerbada crea en numerosas poblaciones
africanas una marca, un dibujo, una geometría sobre la piel del rostro o del tórax que firma el
sentimiento de pertenencia. Una pregunta no planteada aquí (y que se planteará más adelante
con la cirugía estética) es la de indagar quién entre el gesto escarificación o la cicatriz es el que
procede del rito. La cuestión no será debatida tampoco para saber si los relieves cutáneos que
pueden parecer bellos proceden de una voluntad de belleza. Para el cirujano plástico, esas
escarificaciones son queloides. Especie de monstruosidad cutánea, esos queloides son para él
la complicación temible, imprevisible e incontrolable que hay que evitar en su ejercicio médico.
La mirada dirigida hacia la cicatriz, firma del cirujano, ha evolucionado considerablemente en
el curso de un siglo, sin ninguna duda bajo la influencia de esta nueva disciplina, la cirugía
estética.
No tanto la mirada dirigida por el paciente mismo, asimilando en un atajo ingenuo la
visibilidad de la huella cicatricial a la competencia del operador, como la preocupación
manifiesta por la profesión misma: de la cicatriz obstaculizando el rostro para sustituir una
arruga, del comienzo del “lifting” a la huella ocultada en el cuero cabelludo de las operaciones
endoscópicas, la historia de la cirugía del envejecimiento facial ilustra esta reflexión, como la

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evolución de las técnicas de mamoplastia de reducción en las cuales la cicatriz desgraciada en
forma de “ancla de marina” ha dejado lugar a las incisiones peri-areolo-mamelonarias.
En cirugía estética, la cicatriz no debe ser visible, pero tampoco invisible. En efecto, para
el paciente y para el cirujano, debe ser la memoria de la intervención (¿memoria de un ritual?).
El carácter no visto de la cicatriz ha acreditado la idea, realmente falsa con toda evidencia, de
que pertenece al poder de la cirugía estética borrar la marca cicatricial desgraciada. Cuanto
mejor sea el conocimiento de los mecanismos íntimos de la cicatrización, a pesar de los
progresos de los materiales de sutura, pegantes biológicos, desde tiempos inmemoriales se
utilizan las mismas técnicas de aproximación, de las yardas de piel de las incisiones o chambas,
de las mandíbulas de algunas hormigas guerrera (Eciton) a las grapas y al rebase de los hilos
reabsorbibles.
Veamos luego la prótesis. Al cuerpo humano no le gusta el cuerpo extraño. A veces lo
tolera. Es de esta manera que nacieron los biomateriales, así llamados, no porque tengan algún
origen animal, sino porque, metal puro o aleación, polímero o cristales podían ser “integrados”
dentro de un organismo vivo, sin otra reacción de rechazo que una especie de barrera
inflamatoria de protección circundante. La inclusión de partículas vegetales bajo la piel para
deformar su relieve forma parte de estos biomateriales, al mismo título que la escarificación o
el tatuaje de los ritos de ciertas civilizaciones.
La excelente tolerancia de los elastómeros de silicona consagró el uso de tales implantes
en cirugía estética. Ahí también la vocación primera del implante (endoprótesis) es la
restauración hacia una forma normal en un individuo portador de una malformación o de una
desgracia severa: es el caso de algunas aplasias toráxico-mamarias en el síndrome de Poland.
La reconstrucción del seno operado por carcinoma pasa también, en ciertos casos, por el uso de
las prótesis. Sin embargo, en esta cirugía mamaria, y quizás de manera menos metacrónica,
aunque sin escapar a la regla, el uso de la prótesis va a extenderse al campo de la demanda
estética. Según las modas y deseos y según incluso ciertas desviaciones, algunas mujeres se
hacen implantar (y a veces reimplantar) prótesis siliconadas en el pecho. La buena tolerancia
suficiente al material (a pesar de las querellas en uno y otro lado del Atlántico a propósito de
las prótesis prellenadas de gel), su forma cada vez más “anatómica”, la prevención de
fenómenos de capsulita retráctil, han hecho ampliar las indicaciones de estas prótesis, tanto
que la técnica de implantación, si requiere rigor y cuidados, no es muy difícil. Así como la grasa
reinyectada en el nivel del rostro infla surcos, labios y mejillas, la silicona galva en redondo
nalgas y pantorrillas (galvanoplastia). Habrá oportunidad para interrogarse rápidamente sobre
el significado de ese movimiento, particularmente sensible en estos comienzos del siglo XXI, en
ciertos países, que hace de la cirugía estética ya no una actividad destinada a corregir la
desgracia del individuo, a atenuar los efectos del envejecimiento, sino el instrumento de
“fashion victims”. Culpable de sus éxitos, la cirugía estética se ha convertido así en ritual.
Radovan, incluso si no era el primero, publicaba el principio de las prótesis de expansión.
Así, una prótesis siliconada, situada bajo la piel y asociada a un “reservorio” subcutáneo, inflada
lenta y regularmente con suero fisiológico, podía deformar, expandiéndola, una piel cuyas
virtudes elásticas siguen siendo limitadas. La piel así creada (por fuera del simple estiramiento,
había fenómeno de multiplicación celular) es susceptible de cubrir parcialmente una pérdida
de sustancia adyacente. El gesto quirúrgico reconstructivo utilizó mucho esta técnica. Sin
embargo, por fuera de la analogía, una vez más, con estos ritos de estiramientos de la piel del
labio (en los Surma Mursi del valle del O’mo), esta técnica de expansión, mediante las extrañas
deformaciones ciertamente efímeras que inducía, supo influenciar algunos comportamientos.
La cirugía estética, instrumento de interrogación del arte sobre la belleza, al mismo título
que podría serlo la abstracción, tal es uno de los sentidos que hay que dar a los procedimientos
de Orlan, esta artista contemporánea que desde hace cuarenta años se pone en escena como
objeto de arte esculpido por la cirugía estética, no solamente como resultado establecido de una

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transformación simplemente caricatural, sino como sujeto vivo y que comparte la experiencia
de la transformación, modificando deliberadamente las reglas de una estética craneofacial
canónica, haciendo de su rostro un “trazado inaudito, un monumento del arte contemporáneo,
verdadero impensado de la filosofía”, para retomar la expresión de Monique Sicard;
cuestionando los estándares de la belleza, ella sacude los fundamentos de la cirugía estética.

Conclusión
Avatar de la cirugía reconstructiva, la cirugía estética, sin verdadero pasado, sin cultura, juega
con su ambigüedad. Menos de un siglo después de su nacimiento, no está curada de su
esquizofrenia: algunos que la practican son los herederos dignos y honestos de sus ancestros
de la Gran Guerra. La cirugía estética entre sus manos podría ser un ejercicio de estilo, la
quintaesencia de un arte tanto más exigente cuanto que, siendo innecesario, no sufre de
ninguna mediocridad. Al contrario, esta exigencia de perfección, esta necesidad de respetar la
integridad corporal, han suscitado en sus pares de las demás disciplinas la preocupación por
una cirugía menos agresiva. Ciertamente, no han sido los creadores de todas las técnicas mini-
invasivas: el endoscopio existía mucho antes que ellos, y solo se lo apropiaron tardíamente,
pero su estado de ánimo, su voluntad de ocultar la marca cicatricial, en la práctica,
tranquilizaron a otros cirujanos.
En oposición, rápidamente, algunos comprendieron el beneficio que podían sacar de una
etiqueta, de un sello que los volvía ipso facto grandes sacerdotes de una religión trampantojo,
sustituto de un vacío del alma, cómplices de un sistema que juega bien el juego de liberarse de
las reglas ordinales para convertirse en mercantil. Sin embargo, ¿son ellos los autores, los
cómplices o las víctimas del consumismo ambiente y de una normalización? Así ¿la
“esquizofrenia” de la que se trata concierne a la cirugía estética o a quienes la practican? ¿Habría
que pensar que eso es lo que la amenaza? O a la inversa, ¿habría que considerar que esta
ambivalencia constituye su riqueza?

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Traducido del francés por JORGE MÁRQUEZ VALDERRAMA para actividades


académicas universitarias, Universidad Nacional de Colombia.
Medellín, 2 de marzo de 2022.
Correcciones: Cristian Camilo Rojas
Fuente: Dominique LECOURT, Dictionnaire de la pensée médicale,
Paris, PUF, 2005: 237-243

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