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El Credo

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15/4/2015 EL CREDO: SÍMBOLO DE NUESTRA FE

Tema 1

EL CREDO: SÍMBOLO DE NUESTRA FE


Conocer para amar y amar para conocer

No nos es posible conocer realmente lo que no amamos, como tampoco


podemos amar aquello que no conocemos. ¿Cómo podríamos conocer a una
persona sólo de oídas o porque leyó algo sobre ella? Para poder amar, es
preciso primero conocer, y conocer bien. Sólo el amor hace que alguien
revele a otra su intimidad, lo que hay en su corazón. Pero, ¿cómo conocerá
alguien a una persona si no la ama de verdad?

Conocer las verdades fundamentales de nuestra fe católica nos servirá de


mucho para hacer crecer nuestro amor a Dios, a la Iglesia y a nuestros
hermanos. Además, nos permitirá vislumbrar con mayor claridad el plan de
Dios para el hombre y para cada uno de nosotros en particular.

No basta con creer, hay que saber dar razón de nuestra esperanza. Puede
que uno esté convencido de sus creencias, pero: ¿qué ocurriría si alguien
nos pidiera una explicación valedera del porqué creemos en eso? ¿Cómo
podremos estar alertas para advertir una posible desviación de nuestra
doctrina católica apenas ésta se produce? ¿Estamos capacitados para
defender las verdades de nuestra fe ante tantas doctrinas que intentan
desvirtuar la fuerza y la verdad del Evangelio de Jesucristo?

No basta con creer. Hay que saber ayudar a creer y mantener sin
adulteración la fe que profesamos y el mensaje que anunciamos.

Hoy, más que nunca, amar a Dios debe significar también amar nuestra fe y
lo que la Iglesia nos enseña. Y no podremos amar lo que no conocemos bien.
El depósito de la fe que hemos recibido tras veinte siglos de evangelización,
tiene un valor tan grande que no podemos exponerlo a alteraciones o malas
interpretaciones. Tiene un valor tan grande, que merece conocerlo y tratar de
entenderlo lo mejor posible. Y sobre todo, tratar de vivirlo, para demostrar así
que vivimos lo que creemos, y creemos lo que predicamos.

«Yo creo»

«Yo creo» es la primera palabra de un cristiano. Ser cristiano es ser


creyente, no tanto un título adoptado por tradición. Al bautizado se le hacen
tres preguntas: ¿«Crees en Dios Padre todopoderoso? ¿Crees en
Jesucristo, Hijo de Dios? ¿Crees en el Espíritu Santo?». A estas tres
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preguntas, contesta: «creo». Esa triple afirmación de fe se opone


positivamente a la triple renuncia anterior: «Renuncio a Satanás, a su
servicio, a sus obras». La fe en Dios nos debe hacer capaces de renunciar a
aquello que se opone a la vivencia de nuestra fe. La fe es un acto vital, de
toda la persona, que es sinónimo de confianza: «Sé de quién me he fiado».
Confiar significa abandonarse totalmente y sin condiciones. Y fe es también
una gracia: «La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por
Él» (Cat. Nº 153).

«Yo creo en...»

Al proclamar el Credo de nuestra fe, delante de la alusión a cada una de las


divinas Personas y sólo ante ellas, decimos «creo en»: «Creo en el Padre,
creo en el Hijo, creo en el Espíritu Santo». Que es lo mismo que decir: «Me
confío a, me entrego a, espero en, me apoyo en».

Podemos creer una información, aceptar una verdad o doctrina, podemos


creer a muchas personas, aceptar su autoridad, dar crédito a las palabras
que dicen. En cambio, al decir «creo en», nos estamos refiriendo a esa
actitud en que se pone en juego, se arriesga y se entrega la propia persona
con una confianza que reta toda decepción.

«Yo te creo»

Decir «yo creo» significa no solamente el «creo en ti», creo en Dios, sino «te
creo», creo en esa palabra que me has dicho, creo a Dios que me ha dado
su Palabra, ha entrado en diálogo conmigo, se me ha manifestado, se me ha
revelado. La fe, este «yo creo», no es el resultado del esfuerzo pensante del
hombre, sino que es el fruto del diálogo de Dios con los hombres, en el que
Él tiene la iniciativa gratuita y misericordiosa.

Cuando digo «creo», confieso a un Dios que está antes que yo y antes que
todos nosotros. La fe no es lo que yo me imagino, sino lo que oigo y me es
dado y me cuestiona interiormente.

«Yo creo cristianamente»

Si digo el «yo creo» bautismal, estoy diciéndolo como una fe «cristiana».


Creer cristianamente significa relacionarme personalmente con el Dios de la
salvación y de la misericordia manifestada en Jesucristo.

Si creo como cristiano, esto significa que tengo que entender a Dios y vivir mi
fe de acuerdo al mensaje del Evangelio, tal como nos lo reveló Jesucristo.
Tengo que ver a Dios como ese Padre que Jesús nos mostró a través de sus
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enseñanzas, y cumplir los mandamientos que Cristo nos dio. Si soy cristiano,
tengo que reproducir en mí la imagen de Jesucristo, hasta llegar a decir: «No
soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Si soy cristiano,
tengo que hacer de Jesús mi único Salvador y Señor, y creer que Él es el
Camino, la Verdad y la Vida.

«Yo creo eclesialmente»

Finalmente, si cuando digo «yo creo» estoy haciendo el acto más personal
de mi existencia, al mismo tiempo e inseparablemente estoy afirmando que
este «yo creo» es en Iglesia y como Iglesia. Creemos a través de la Iglesia,
vinculados a su propia historia y participando de su experiencia. Creo dentro
de la Iglesia, siendo parte de ella: a pesar de mi miseria y limitaciones para
creer y entender, puedo conservar una fe, una confianza absoluta y humilde,
gracias a la Iglesia, creyente y oyente de la Palabra.

No puedo creer en Dios más que eclesialmente, porque es eclesialmente


que se me ha hecho presente ese Dios encarnado en Jesús. Sin la corriente
viva de los testigos de Jesucristo y de su resurrección, sin la Iglesia, no
llegaría hasta mí, hasta nosotros, el anuncio del designio salvífico escondido
desde la eternidad en Dios.

La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios


que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo,
como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie
se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe
transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a
hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran
cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los
otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros. (Cat. Nº 166)

Los símbolos de la fe

Origen del Credo

Hoy se sabe que se demoró mucho tiempo para redactar el Credo. Este
«mucho tiempo» significa aproximadamente tres siglos para llegar a su forma
definitiva.

La parte esencial del Credo se fundamenta en la enseñanza y el testimonio


de los apóstoles. Ellos convivieron con Jesús y en razón de ello:

— oyeron hablar al Maestro.


— vieron al Señor hacer milagros y señales;
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— vieron a Jesús enfrentarse a los fariseos e hipócritas de su tiempo;


— vieron al Señor perdonar los pecados;
— le acompañaron cuando las cosas empeoraron;
— a pesar del miedo, vieron morir a Jesús en el calvario;
— después, vivieron la alegría de la resurrección y la venida del Espíritu
Santo.

En base al testimonio de los apóstoles, es que se fue redactando el texto de


lo que hoy conocemos como el Símbolo de los Apóstoles.

El Símbolo de los Apóstoles

La palabra «símbolo» es de origen griego y quiere decir «reunir», «juntar de


nuevo», «reconstruir». En la antigüedad, cuando alguien era enviado como
emisario a algún general, se le entregaba un «símbolo» para que fuera la
«contraseña», una especie de «documento de identidad» de quien lo
guardaba. Al Credo se le ha llamado SIMBOLO DE LOS APÓSTOLES, es la
«contraseña» de los que nos llamamos cristianos, pertenecientes a la Iglesia
Católica, que viene directamente de los Apóstoles. Cuando profesamos el
Credo estamos presentando nuestro «símbolo», la «contraseña» de una
Iglesia netamente apostólica. (ver Cat. Nº 188).

El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia


como el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo
bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho:
«Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el
primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común» (S.
Ambrosio). (Cat. Nº 194).

Se llama, por tanto, «símbolo apostólico» porque:

— sirve de señal de reconocimiento y de unidad de los cristianos;


— a pesar de no haber sido escrito de puño y letra por los apóstoles, se
fundamenta en sus enseñanzas;
— los apóstoles fueron los primeros que profesaron que Jesús es EL
SEÑOR.

Decir «yo creo»

Decir «yo creo» es decir «yo confieso, yo proclamo» la grandeza y el


poder de Dios.

Decir «yo creo» es hacer una profesión de fe en Dios y en sus gestos


de salvación.
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Decir «yo creo» es comprometerse en aquello que se afirma no sólo por


la palabra, sino también en el estilo de vivir.

Decir «yo creo» es reconocer a Dios. (Es importante el prefijo «re».


Creer no es sólo conocer, es, sobre todo, reconocer, es decir, aceptar lo
conocido no sólo con la cabeza, sino también con toda la existencia).

Decir «yo creo» es optar con seguridad por alguien; pero esto no
elimina los momentos de duda que puedan existir. Nada ni nadie puede
suprimir la libertad de Dios y la libertad de los hombres.

Decir «yo creo» es decir ser discípulo, seguidor de ALGUIEN.

Decir «yo creo» es dejar a un lado unas seguridades que vienen de otra
parte y tomar como única seguridad a Aquel en quien creo.

Decir «yo creo» es decir yo me asiento por encima de todo en Dios y


sólo en Él encuentro solidez y consistencia.

Decir «yo creo» es vivir confiado en una ROCA que no falla.

Cuestionario

1. ¿Por qué consideras que es importante conocer y profundizar las


verdades que profesamos?

2. ¿Qué es lo que hizo que creas en el Señor como lo haces ahora?

3. ¿En qué radica la diferencia de decir «Creo en Dios» para un cristiano


con respecto a quienes no lo son: judíos, musulmanes, etc.?

4. Algunos dicen con frecuencia: «Yo me las entiendo a solas con Dios»,
«a mí Jesús me dice algo, pero de la Iglesia no quiero saber nada».
¿Qué respuesta das a estas objeciones desde el apartado «Yo creo
eclesialmente»?
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