Historia Indigena2
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Panamá
Entre los cueva y/o chocó
Los grupos indígenas conocidos como cuevas habitaron el territorio comprendido al
suroeste de Panamá, tanto en sus costas caribeña y pacífica, incluyendo el Darién. Algunos
autores han sugerido el río Atrato como límite este, mientras, por el oeste, encontramos el
cacicazgo de Chame en el Pacífico y el de Quebore por el Caribe (Romoli 1987: 33). A
pesar de su amplia dispersión territorial, parecen pertenecer a una misma etnia y hablaban
una misma lengua: la cueva.
Adolfo Constenla, con base en análisis lingüísticos detallados que separan esta lengua
de las chibchas, sugiere que por lo menos una importante parte de los cueva pudieron ser
chocoes, por lo que aquí los llamaremos cueva/chocó. La familia lingüística chocó se extendió
en el pasado hacia el norte, por la costa pacífica de Panamá, incluyendo las cuencas de los
ríos Sambú, Tuira y Chucunaque. Se extendió hacia el sur por la costa pacífica de Colombia
(con algunos hiatos en el sur de Colombia), hasta el Ecuador, y hacia el este por las zonas de
los ríos Sinú y San Jorge hasta una línea situada al oeste del río Cauca y que alcanza el
Caribe en la región del Golfo de Urabá (Constenla 1991: 46).
Pascual de Andagoya, al hacer la relación de los sucesos de Pedrarias Dávila, aclara la
ubicación de esta gente en 1514 de la siguiente manera:
“En esta tierra está una provincia que se llama Perequete, de una mar a otra, y la isla
de las Perlas y Golfo de San Miguel, y otra provincia que llamamos las Behetrías por no
haber en ella ningún señor, se llama Cueva. Es toda una gente y de una lengua, vestidos a
la manera de los de Acla. Desde esta provincia de Perequete hasta Adechame (¿Chame?),
que son 40 leguas todavía al oeste, se llama la provincia de Coiba y la lengua es la de
Cueva, más que difiere en ser más cortesana y aún la gente de más presunción.” (Jopling
1994: 29).
Así, la gente descrita en las fuentes como de “lengua cueva” parece haberse extendido
por el suroeste de Panamá hasta las inmediaciones de Chame, como se describe en el párrafo
anterior y se sugiere en la siguiente Cédula del Rey de 1521, enviada para la delimitación de
los términos y límites de la ciudad de Panamá:
“...Por la banda del oeste, toda la tierra...que hay desde la dicha ciudad hasta la
provincia de Chirú, en lo cual entran las provincias de Perequete, Tabore y Chame porque
hasta allí llega la lengua de Cueva...” (Jopling 1994:3).
Pascual de Andagoya describe la extensión de esta provincia hasta el Caribe, en un
cacicazgo llamado Pocorosa, adonde también se hablaba el cueva. Su organización
sociopolítica ha sido identificada como la de cacicazgos (Torres de Aráuz 1975: 95; Helms
1979: 1–37), enfoque que compartimos. Andagoya narra esta gente vivía en mucha justicia,
en pueblos más bien pequeños, en los que cada principal tenía tres o cuatro casas o más
según su rango. Agrega que “los señores en su lengua se llamaban tiba, y los principales,
que eran de linaje, se llamaban piraraylos.” Los cabras eran guerreros que habían salido
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triunfantes o heridos en la guerra. A estos, como reconocimiento, el cacique les daba casa y
servicio. Las descripciones de Andagoya presentan un complejo panorama de organización
sociopolítica y religiosa.
Este cronista tuvo la oportunidad de presenciar el entierro de un principal, el del ca-
cique Pocorosa, el que describe profusamente. De esa experiencia podemos reconocer algunos
elementos importantes de la vida en sociedad de esta gente cueva/chocó, de sus creencias y
de su organización sociopolítica. Entre ellos, es importante anotar la presencia de prisioneros
de guerra,—hombres y mujeres—así como mujeres principales, esposas o parientes de los
señores o caciques, llamadas hespobe (espabe). Los hijos de la esposa principal eran quienes
heredaban el señorío o la casa. Andagoya menciona la reunión de varios señores o principales,
lo que, para los intereses de esta obra, confirma la existencia de una élite cacical dominante
entre estos pueblos.
Al diablo lo llamaban tuira, además de que contaban con especialistas religiosos,
chamanes llamados tequina, quienes supuestamente hablaban con él. Menciona “brujas” y
“brujos” que hacían daño a las criaturas por medio del diablo. Agrega que cuando moría, se
vestía a los caciques con las “armas de oro que tenían,” envueltos en muchos mantos, de las
mejores que había. En esas ocasiones, el hijo heredero se juntaba con toda la familia de su
padre y principales de la tierra para realizar la última ceremonia, un año después, acompañada
de música de tambor. Había especialistas que contaban la vida del difunto, representaciones
en miniatura de elementos que lo caracterizaron en vida, actividades que se acompañaban
de chicha. Fernández de Oviedo llama areitos a este y otro tipo de ceremonias, que representan
“sus letras o memoriales” (Fernández de Oviedo 1959 Tomo III: 322), pues se contaban
historias antiguas. Nótese la similitud con los areitos de los taínos en Las Antillas.
Es importante señalar que Andagoya dice que no había rentas ni tributos para el señor,
solo servicios personales como la construcción de viviendas, sembradío de sementeras,
pesquería o guerra que él correspondía con bebida y con chicha. Más aún, señala que los
señores tenían sus cotos donde al verano iban a cazar venados (Jopling 1994: 30–31), lo que
implicaría una complejidad sociopolítica similar a la del Guarco en Costa Rica en ese aspecto
(Fonseca e Ibarra 1987: 11). También la similitud abarca el primero de los aspectos
mencionados, pues los súbditos de Fernando Correque, cacique mayor del Guarco,
aseguraban ayudarle en sus construcciones y otras labores, y él les daba chicha.
Obviamente, los cueva/chocó mantenían intercambio con otros pueblos pues se afirma
que el oro lo obtenían de rescates o que ellos mismos lo extraían de minas que cavaban.
Helms aclara que en las cercanías del territorio de Pocorosa había riachuelos del que se
extraía oro, lo que pudo haber motivado guerras con Comogre, cacicazgo vecino situado al
oeste de Pocorosa.
El panorama cotidiano se va perfilando claramente como uno donde el intercambio
mantenía en gran movimiento a los pobladores del istmo incluyendo a diversos grupos
colombianos. Existe evidencia arqueológica prehispánica de intercambio entre Panamá y el
centro de Costa Rica y con regiones aún más al norte, como lo evidencia una cuenta tubular
de jade extraída de una tumba en Aguas Buenas (Haberland 1984: 243).
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Oscar M. Fonseca Z.y Richard Cooke (1993: 267) resumen la actividad en la zona de
la siguiente manera:
“El intercambio a mayores distancias se dio a dos niveles: entre las diferentes regiones
arqueológicas o provincias estilísticas, y con otras partes de América Antigua. Este último
se dio principalmente con la inmediata región al norte: El Salvador, Honduras, Pacífico de
Nicaragua, Guatemala y el sur de México. Al sur fue principalmente con Colombia..”
Fuentes documentales de 1526 también evidencian que importantes transacciones
ocurrían por el lado del Pacífico, cuando comentan que unos españoles toparon con
“comerciantes o mercaderes” cerca del Ecuador. Se trataba de una balsa de guaras, ocupada
por unas veinte personas entre hombres, mujeres y niños, adornados con piezas de plata y
oro. Para efectuar el intercambio, llevaban coronas, diademas, cintos, puñetes, armaduras
como de piernas y petos, tenazuelas, cacabeles, sartas y mazos de cuentas rosadas, espejos
guarnecidos de plata, tazas y otras vasijas para beber, mantas de lana y de algodón, camisas,
albujas, alcaceres, alaremes y otras ropas, de colores grana, carmesí, azul, amarillo y de
otros colores y labores, con motivos de figuras de aves y animales y pescados y arboledas.
Llevaban “pesas” chiquitas para pesar oro, como una romana. Algunas de las sartas de
cuentas traían esmeraldas y ánima. Esto lo traían para intercambiar por conchas de pescado
para hacer cuentas coloradas como corales y blancas. La embarcación venía cargada de esas
conchas (Ramírez 1995: 139).
En la zona del Caribe, nuestros resultados de investigación sobre los habitantes del
Golfo de Urabá y las relaciones con Julián Gutiérrez en 1533 nos permiten unir la ruta que
señala Bray con otra que va también hacia el Pacífico. (Mapa 11) De la culata del Golfo los
indígenas se movilizaban también en embarcaciones para llegar a diferentes sitios costeros,
entre ellos, cerca al asentamiento del cacique Careta, donde estuvo poblada la ciudad española
de Acla. Desde allí parece haber existido una ruta que comunicaba la costa del Caribe con la
del Pacífico, la que siguió Vasco Núñez de Balboa guiado por los mismos indígenas.
El angosto territorio panameño también contaba con otras rutas que unían Panamá
central con la costa del Pacífico. Allí también hay evidencia de intercambio, con base en
análisis cerámicos. Los arqueólogos identificaron tiestos representativos de pueblos del
noroeste de Costa Rica, posiblemente de Nicoya (Cooke 1980: 376–384). Mary W. Helms
identifica cacicazgos importantes situados cerca de vías fluviales, puertos adecuados y trillos
o caminos que conectaban el territorio en redes útiles para el intercambio de objetos de oro
y otros bienes (Helms 1979: 38–67).
Por su parte, Oscar M. Fonseca (1992: 38–39) se refiere a la evidencia del intercambio
de gentes que ocupaban el territorio de la actual Costa Rica con otras regiones de América,
a partir del Formativo medio, entre 1000 y 500 a.C. Entonces parece haber existido relación
con el sur de Mesoamérica, pero también con Panamá y Colombia. Comenta que obviamente
el intercambio y la comunicación se realizaron preferentemente con las regiones geográficas
más cercanas e inmediatas.
En el momento del contacto entre españoles e indígenas, Cristóbal Colón también
tuvo experiencias de intercambio con la gente cueva/chocó en 1502, cuando anduvo cerca
de Portobello, aunque, obviamente, desconocía la amplitud del territorio ocupado por ellos.
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Hernando Colón describe el ansia de los indígenas por comerciar, tanto que que hasta iban
nadando a los barcos.
Es Helms también quien ofrece información al respecto de los cueva/choco que
ocupaban el sureste panameño, aunque los datos disponibles son muy escasos. El sistema
fluvial del río Tuira constituía una importante ruta de comunicación entre Panamá y Colom-
bia. A la vez, este sistema proveía importantes cantidades de oro, lo que colocaría a los
caciques que controlaban estas vías fluviales en ventaja (Helms 1969: 65). La poca evidencia
indica que el oro llegaba hasta Comogre. En Veragua, del lado del Caribe, el intercambio de
bienes, incluyendo el oro, debió realizarse por el camino que describió Gaspar de Espinoza.
Además, se utilizaba el río Veragua como vía fluvial, como lo atestigua Colón ya desde
1503 (Lines 1952:168–170).
Fernández de Oviedo añade que los indios eran grandes maestros en hacer sal, la cual
hacían tan blanca como la nieve, y tan fuerte que no se deshacía rápidamente. En cuanto al
intercambio, dice que:
“ cuando no están en la guerra todo su ejercicio es tratar y trocar cuanto tienen unos
con otros. Y así, de unas partes a otras, los que viven en las costas de la mar o por los ríos,
van en canoas a vender de lo que tienen complimiento y abundancia y a comprar lo que les
falta. Y asimismo tratan por tierra y llevan sus cargas a cuestas de sus esclavos: unos llevan
sal, otros maíz, otros mantas, otros hamacas, otros algodón hilado o por hilar, otros pescados
salados. Otros llevan oro (al cual en la lengua de Cueva llaman irabra).(Fernández de
Oviedo 1959 Tomo III: 325). (Fig. 1)
En 1516 Gaspar de Espinoza brinda información que, además de aclarar la situación
limítrofe del territorio cueva comentada más arriba, aporta información etnográfica valiosa
que contribuye a identificar socioculturalmente a sus pobladores. Comenta este conquista-
dor que cerca de Escoria, de la que el cacique Chame fue principal, y de Tabraba, antes de
Cheru y a ocho leguas de Chame, por la costa del Pacífico, “se encontró el juego del batey
que se usa en Haití.”(Jopling 1994: 47, 55). Tabraba era una “provincia” situada a tres días
de Escoria, tierra adentro hacia la sierra, por donde pasaba el camino que atravesaba de la
Mar del Sur hacia el Caribe. O sea, se confirma que era una región de importancia estratégica,
tanto para el intercambio como para otras actividades, comprendida entre los límites definidos
para los indígenas cueva/chocó.
La importancia de la mención del juego del batey, o de pelota, en esta región de Panamá,
reside en que esa actividad ha sido identificada como parte de las costumbres de los chocó.
John M. Cooper afirma que se jugaba en América Intermedia, las Antillas, el Orinoco, la
Amazonía, Guiana, al este de Brasil al este de Bolivia y en el Chaco. Entre los chocó y los
aymará se utilizaba una bramadera, instrumento que suena al agitarlo contra el viento (Coo-
per 1949: 505–506). Esta información apoyaría la hipótesis de Adolfo Constenla en cuanto
a que los cueva pudieron ser chocoes, pues a los estudios lingüísticos se une el dato
etnográfico, fortaleciendo su propuesta.
Además, el batey pudo formar parte de algunas actividades particulares de intercambio,
como en Haití. La intensa actividad comercial de los cueva/chocó y su cercanía al camino
que unía el Caribe con el Pacífico nos sugiere que en esas ocasiones podían desarrollarse
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Fig. 2: Los guaymíes (Archivo Nacional de Costa Rica. Album de José María
Figueroa)
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cuatro o cinco días, comenzaban a preparar toda la comida y la bebida que se iba a consumir
y el día de la fiesta se iban a los ranchos adonde iba ser la festividad. Se dividían por linajes.
Los hombres se separaban en dos bandos y pasaban la noche entretenidos en un juego de
competencias que seguía hasta el día siguiente. Dice la fuente:
"Dos días dura este juego y al tercero hacen sus ferias cambiando unos con otros lo
que traen, y al cuarto se vuelven a sus ranchos." (Fray Adrián de Santo Tomás 1908: 94–
95).
Tal referencia es de suma importancia, pues nos permite comprender tanto la
organización de un evento de esta naturaleza, llamada feria por los conquistadores, así como
el desarrollo de ella. Recordamos inmediatamente las palabras de Cristóbal Colón, cuando
en su cuarto viaje, afirma que los indígenas de Cariay le dijeron que en Ciguare y cerca de
Veragua "usan tratar en ferias y mercaderías" (Fernández 1976: 25). Nuestro análisis de las
fuentes acerca de gente de Colombia, Costa Rica y Panamá, comprueban las palabras de
Colón. Es difícil localizar los sitios donde se efectuaban.
Otros recursos se mencionan entre esta gente como la miel, los mameyes, los pejibayes,
y las buenas frutas. A propósito, en 1578 Francisco Pavón fue enviado con gente de guarnición
a la toma del Valle del Guaymí. Fue río arriba y encontró cantidad de pejibayes y milpas de
los naturales, por lo que le puso el valle de los Pijibais y del Valderroncal (CDHCR Tomo V:
93). Los guaymíes han logrado sobrevivir hasta el presente, manteniendo muchas de las
mismas costumbres que se han descrito en el siglo XVI y quizá desde antes. Actualmente
ocupan territorios vecinos a la frontera nacional entre Costa Rica y Panamá y entre sus
costumbres se mantiene la del intercambio.
Entre los dorasques
En la región del Caribe cercana a la Laguna de Chiriquí, vivieron otros grupos indígenas
de los que las fuentes hablan ya tardíamente, en el siglo XVII, pueblos que se extinguieron.
Son los dorasques, cuya lengua pereteneció a la estirpe chibchense (Constenla 1991: 30–
32). Su cercanía con los guaymíes de las tierras bajas pudo hacerlos compartir un modo de
vida muy similar al de estos pueblos.
Los dorasques estaban organizados en cacicazgos. Nuevamente, a primera vista, su
organización sociopolítica podría compararse con la de las behetrías descritas por Andagoya,
al no haber pueblo centralizado sino un patrón de asentamiento disperso con varios ca-
ciques en cada caserío. Sin embargo, para la guerra, el cacique que convoca, quien bien
podría tratarse de la figura más importante y poderosa entre los dorasques, logra organizar
a numerosas personas, como en el caso de los guaymíes. Fray Adrián de Santo Tomás, cerca
de 1622, se refería a esto de la siguiente manera:
"dispúsoles el gobierno, porque no tenían cabeza, porque los caciques no tienen más
del nombre en tiempo de paz y solo los obedecían en el de guerra..." ( Fray Adrián de Santo
Tomás 1908: 102–103).
Este patrón de asentamiento contrastaría, por ejemplo, con el de los Dolegas, ubicados
más "hacia México," o hacia el norte, el cual se describe como la "provincia más fuerte
porque vive en un pueblo junto debajo de una cabeza" (Fray Antonio de la Rocha 1964:
104). No disponemos de más información al respecto, pero por la descripción que dan los
78 Ibarra
indígenas, bien podría tratarse de un "pueblo palenque," donde por una situación de guerra
el cacicazgo se reune y, para protegerse, construye una especie de fortaleza o palenque (Ver
Redmond 1994: 45–46). Ello los pondría bajo una cabeza, la del cacique principal.
Fray Antonio de la Rocha, quien siguió a fray Adrián en la evangelización de los
dorasques, va describiendo en su relato en 1637 su vida con estos indígenas durante la
primera mitad del siglo XVII. La información que brinda permite dibujar una élite cacical y
religiosa muy bien definida. Existe un cacique mayor, así como "cabras" o capitanes 1 ,
caciques menores, "cacicas," mujeres que deberían ser parientes importantes en esta élite, y
además, agrega que la herencia del cargo era matrilineal, de tío a sobrino.
Su territorio era celosamente resguardado, al igual que defendían el suyo los vecinos,
como los bregabas, otra "provincia" descrita, de la que se dice entró en guerra con los
dorasques al perseguir estos una danta que escapó a su territorio mientras era perseguida
por los dorasques. Aclara Fray Antonio de la Rocha (1964: 100):
" .. que todas sus pendencias son: porque pescó en mi río, porque cortó leña de su
monte, porque corrió el puerco en mis valles..."
Los dorasques eran verdaderos maestros en el aprovechamiento de los recursos
disponibles. Comían pejibayes y el palmito de este árbol, así como maíz, guayabas, aguacates,
piñas y oyamas. Había limones, mas afirma el fraile que por ser traídos por los españoles,
los dorasques no los consumían, solamente los olían. Se alimentaban de pescado de los
ríos, como el bobo, de carne de danta, de puerco de monte, y también de aves. De la costa
extraían camarones y cangrejos. Preparaban chicha y cacao. La hoja de bijagua les era útil
en más de una manera, desde sombrilla contra la lluvia, hasta como una especie de petate
para sentarse sobre ella en el suelo, o como recipiente para comer o beber, entre otros usos.
(Fig. 3)
Cubrían sus cuerpos con telas de mastate que ellos mismos preparaban. Conocían
varias especies de resinas vegetales, las que utilizaban en las diversas labores, así como el
algodón muy blanco del que hacían mantas para la vestimenta femenina o para intercambiar.
Utilizaban el achiote y el añil para teñir las telas, y el polvo de carbón para marcar sus
cuerpos, lo que puede interpretarse como símbolos externos que denotan elementos de
etnicidad.
Intercambiaban sus productos con gente de "provincias" amigas y cercanas, como los
dolegas y saritas. Entre los bienes se cuentan esas mantas, más las resinas, algunas lanzas y
chaquira. Los ríos, fronteras naturales entre territorios indígenas, servían como punto de
encuentro para la realización de ferias. El día señalado se juntaban en el río y rescataban
libremente.
Entre los aspectos importantes del intercambio de los dorasques podemos distinguir
que así como intercambiaban con sus amistades cercanas, también se desplazaban hasta
Chiriquí, donde trocaban de sus cosas y de las que habían obtenido de sus amistades. En la
sabana de Chiriquí obtenían hachas, machetes y cuchillos, chaquira para las mujeres y perros
que les ayudasen a cazar. Aún durante estos años, los dorasque se movilizaban cortas y
largas distancias, también tras la búsqueda de conocimientos esotéricos.
Entre sus vecinos se encontraban los zuríes, con quienes intercambiaban mujeres por
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Fig. 5: Los indios de la isla de Zorobaró haciendo señales de humo para intercambiar con los de la
costa (Archivo Nacional de Costa Rica. Album de José María Figueroa)
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1
Nótese como los españoles adoptaron vocablos de la lengua cueva para
describir aspectos culturales de otras etnias.
Fig. 7: Los indios de Zorobaró observando una embarcación española
(Archivo Nacional de Costa Rica. Album de José María Figueroa)
92 Ibarra
ser hospitalario se ofrece chocolate a los invitados de honor. El cacao se ofrecía también
como regalo, como indicación de amistad o para expresar agradecimiento. Si recordamos,
entre los dorasques el cacao también era regalado, lo que asemeja a los bribri con esta otra
etnia en el sentido de compartir un simbolismo similar alrededor del cacao.
Entre los cabécares, por lo menos hasta hace unas dos décadas, se consideraba al
chancho de monte como un excelente bien para intercambiar. Se les adiestraba para que
siguieran a sus dueños como perros, para que durmieran debajo de sus hamacas o a la par de
una persona y para que sirviera de mascota a los niños (Stone 1961: 62). Una relación
similar con este animal debieron mantener los huetares del Valle Central de Costa Rica, los
dorasques, los guaymíes y los pueblos al sureste de Talamanca, como los chánguinas y los
teribes entre otros, dada su mención en las fuentes documentales. Es este otro bien común
altamente apreciado entre todas las etnias mencionadas, cuyo recorrido espacial cubría el
sur de América Central en general.
En la vida bribri y cabécar existen otras ocasiones en la que se evidencia la reciprocidad,
tales como en los intercambios matrimoniales, en actividades ceremoniales y en las ofrendas
y sacrificios a los seres sobrenaturales. O sea, en las transacciones con el más allá. Así,
como entre los uwa de Colombia, encontramos una relación directa entre el intercambio,
los símbolos y el mundo de lo sobrenatural. De hecho, los bribris poseen una historia en la
que se habla de cambiar águilas de oro por granos de cacao (Gagini 1921: 166-167), el que
ha sido interpretado como la ejecución de un trato comercial o matrimonial con un grupo
ajeno y alejado del grupo propio.
En el análisis de este mito, realizado por Bozzoli, se observa el peligro que significan
los “otros.” Se destaca la desventaja de no cumplir con la expectativa recíproca. Así, el
simbolismo del intercambio se encierra en las historias bribris y cabécares (Stone 1961:
117–120) dejando al descubierto la desventaja y el peligro de no cumplir con la reciprocidad.
Es otro ejemplo en el que el intercambio se emplea como mediador entre el mundo de
"nosotros" y el de "los otros." En general, las cosas y los asuntos mágicos o de conocimientos
sobrenaturales son guardados celosamente por los miembros de las élites cacicales. Las
fuentes documentales del siglo XVI no aportan información al respecto, mientras que las de
siglos posteriores sí sugieren tales cuidados. Además, historias cabécares recogidas en años
recientes sugieren que a los caciques poseedores de mucho conocimiento se les temía
enormemente, eran considerados peligrosos, de cuidado. Por ejemplo:
"Sibú también hizo que el clan del Rey desapareciera, porque ellos, como los usegLa,
sabían demasiado y tenían dominio sobre muchas cosas. Ambos grupos eran tan poderosos
que podían hacer mucho daño."(Stone 1961:120).
Del texto queda claro que en aquellas sociedades, saber mucho equivalía a ser peligroso,
además de poderoso. Esta conceptualización indígena pudo servir como motivación para la
movilización de ciertas personas, con el objetivo de obtener conocimientos. Ello, sin lugar
a dudas, le daría más poder entre el mundo de los vivos, donde el miedo podía ser empleado
para ejercer control y ejercer presiones a su favor, incluyendo la amenaza a otros cacicazgos.
Así, el temor, el miedo, entra a formar parte de los instrumentos del poder entre los cacicazgos
del sur de América Central.1
Chapter 4 93
Este tipo de conceptualización de las interacciones humanas, de la adquisición del
conocimiento y de las relaciones con el mundo sobrenatural también prevaleció entre otros
pueblos indígenas del territorio de la actual Costa Rica, como entre los borucas. También el
miedo pudo servir como instrumento de poder en épocas pasadas.
Entre los borucas, cotos y quepos
Los borucas, cuya lengua, la boruca, pertenece a la estirpe chibchense (Constenla
1991:42), ocuparon los territorios ubicados al sur de la cordillera de Talamanca, hacia la
costa del Pacífico. Importantes vías fluviales, como el río Térraba, bañaba sus tierras. Eran
vecinos de los cotos y de los guaymíes por el sureste, de los talamancas por el norte, de los
quepo hacia el oeste.
A la llegada de Juan Vázquez de Coronado los borucas se encontraban viviendo en
palenques, al igual que muchos de los pobladores de esa zona, como los quepo y los cotos,
quienes se encontraban en guerra. Obviamente, ese tipo de asentamiento los mantenía bajo
una sola cabeza, aspecto fácilmente visualizable por el conquistador. Los pobladores de esa
zona parecen haber estado envueltos en serios conflictos a la llegada de los españoles, talvez
debido, por lo menos en parte, a presiones sobre sus dominios territoriales como consecuencia
de las presiones de la conquista.
Eran agricultores, recolectores, cazadores y tenían especialistas en diversas labores,
como el hilado, el tejido, la cestería, entre otras actividades. Sembraban maíz, yuca, frijoles
y frutos “de la tierra.” Además, torcían la pita al muslo para sacar hilos y elaborar objetos.
El cacao lo traían, en ocasiones, de las “montañas de adentro,” lo que sugiere zonas cercanas
a Talamanca. Siendo el área en que vivían apta para el cacao, tal afirmación sugiere una
relación entre el cacao y los borucas similar a la de los talamancas y esa semilla, en donde
cabe la posibilidad de que los talamancas les regalaran cacaoen algunas oportunidades. No
disponemos de más información al respecto. Había abundancia de venados, puercos de
monte, y muchas especies de peces.
En este cacicazgo la obtención de conocimientos esotéricos debió haber desempeñado
un papel destacado, al igual que entre los pueblos vecinos y los del otro lado de la cordillera.
A los caciques, incluyendo dentro de estos a los especialistas en la medicina, llamados
suquias, se les tenía enorme respeto, pero a la vez temor. Se sabía que sus conocimientos y
poderes podían ser empleados tanto para el bien como para el mal. Así, si en una interacción
de intercambio no se le daba lo que él creía era lo justo, el que faltaba a su compromiso de
reciprocidad podía verse castigado con cosas malas. En una leyenda boruca recogida en el
presente se aclara esta idea, adecuada a tiempos más actuales:
"Allá (en Salitre, Cabagra, Talamanca) se encuentran todavía. Allá están los suquias,
haciendo tanto el bien como el mal. ... Si no le querían pagar de aquella manera (al suquia)
se enfadaba. Entonces, a medianoche, enviaba un tigre a matar sus vacas y sus caballos."
(Constenla y Maroto 1986: 121).
La ubicación de los cacicazgos borucas era muy conveniente para el desarrollo de las
interacciones con los cacicazgos cercanos, lo que los colocaba en una situación estratégica
para el intercambio. Se encontraban muy cerca del camino que conducía a Panamá, conocido
94 Ibarra
posteriormente como el Camino de Mulas. Podían cruzar la montaña hacia Talamanca por
varios pasos que se utilizan aún en el presente. Podían navegar a la isla del Caño o a la
desembocadura del Térraba. Fueron pueblos que, al igual que los taironas y los guaymíes,
por ejemplo, supieron explotar y aprovechar diferentes pisos altitudinales y los bienes y
productos que estos ofrecían. Tenían acceso a recursos marinos y costeros, como el caracol
de múrice, del que extraían la tinta morada para teñir el hilo de algodón del que elaboraban
vistosas mantas. Además, navegaban libremente por el Térraba, por los varios brazos de su
desembocadura y en el mar en balsas, para desplazarse hacia la Isla del Caño y a Drake,
punto costero ubicado hacia el sur del Térraba, y hacia la isla Violines. La descripción de
cómo armaban esas embarcaciones nos la brinda la tradición oral:
“Las personas de aquel tiempo iban allá montadas en balsas, pues no tenían botes.
Para construirlas buscaban los balsos más grandes, los derribaban y los cortaban en tucas
de doce a quince varas de longitud. Luego arrimaban ocho de ellas y las amarraban con
bejucos. Hacían clavos de pejivalle, del tamaño apropiado para los troncos de la balsa: de
una cuarta de largo, y con ellos terminaban de unirlos. Después ponían las velas que hacían
con hilos de algodón trenzados. Entonces ya salían sobre la mar bogando con
canaletes.”(Constenla y Maroto 1986: 99).
Esto implicaría la presencia de miembros broucas en la isla del Caño, por lo menos en
algún momento de su ocupación. La presencia de cerámica de la Gran Nicoya, y la mención
de mucho oro en la tradición oral, sugiere que también fue punto de encuentro con pueblos
de origen mesoamericano, probablemente con fines de intercambio y, al igual que los
españoles, para aprovechar el agua fresca en sus travesías por mar a largas distancias. (Mapa
14)
Es de suponer que la cerámica y otros bienes provenientes de la Gran Nicoya pudieron
entrar a la región del Golfo Dulce y de la vertiente del Pacífico Sur por medio de las
interacciones de los borucas con los pobladores de Nicoya y costa pacífica de Nicaragua,
Chapter 4 95
Fig. 8a: Indio navegando el río (Girolamo Benzoni, Historia del Nuevdo Mundo)
96 Ibarra
por lo menos en algunas oportunidades. De la misma manera, otros bienes, talvez piezas de
oro, pudieron circular en sentido contrario, hacia el Golfo de Nicoya y sus islas.
La tradición oral menciona la presencia de mucho oro en las cercanías de la isla Violines.
Juan Vázquez de Coronado describió la tierra como muy rica en este metal. No es de
extrañarse debido a la cercanía con la Península de Osa, territorio riquísimo en oro. Anota
que las guerras entre los comarcanos se efectuaban para robarse el oro unos a otros. Es hasta
ahora que encontramos el robo del oro como motivo de guerra. En todos los casos anteriores
hemos encontrado una total uniformidad en señalar que la defensa de los límites territoriales
era el principal motivo de los conflictos indígenas. La observación de Vázquez de Coronado
se puede comprender mejor si tomamos en cuenta que, según aclara ese conquistador, cada
pueblo tenía por heredad un río de donde sacaba oro. A él mismo el cacique de Coctu le
entregó una aguililla de otras catorce piezas que había “sacado” hacía dos meses (Vázquez
de Coronado 1964: 31–51).
Todo parece indicar que el motivo de las guerras entre estos pueblos a la llegada de los
españoles era también por la defensa de sus territorios, en los cuales existían valiosas fuentes
de materias primas, como el oro. En este caso, no era el oro en sí, sino las fuentes auríferas
las que se defendían. En 1560, tanto los indígenas de las actuales provincias de Chiriquí y
Bocas del Toro, que podían ser los dorasques y los guaymíes, estaban siendo empujados
hacia el oeste por los avances de la conquista española desde Panamá. Esto generaba
movilizaciones forzadas de indígenas por parte de los conquistadores y, a la vez, la huída de
muchas personas hacia las montañas como señal de resistencia (CDHCR Tomo IV: 189–
191). A la vez, los talamancas, teribes, borucas, cotos y quepos estaban siendo empujados
hacia el este, encontrándose todos en la región citada alrededor de 1560. Ya los dorasques
habían mencionado la defensa de los territorios como causa de sus guerras, al igual que los
talamancas y vecinos. También, unos años más tarde, la isla de Tójar en la Bahía del Almirante
en el Caribe se vio ocupada por gentes diversas (chánguenes, térrabas y dorasques) porque
“no cabían” en Talamanca. Es de suponer que ocurría una situación similar en la región del
Pacífico sur de la actual Costa Rica.
No obstante, poseer acceso al oro pudo haber adquirido una importancia mayor en
esos años, pues el saqueo del mismo por parte de los españoles en territorios panameños
habría intervenido en el flujo “normal” prehispánico trayendo como consecuencia dificultades
para obtenerlo así como su virtual escasez. Dado el simbolismo de estas piezas entre los
pueblos de la región, puede aclararse la importancia del oro y la lucha por mantener, a toda
costa, las fuentes auríferas.
Los borucas parecen haberle otrogado al oro una capacidad casi mágica, tan poderoso
podía ser, que podía adquirir la fuerza de cegar enemigos al colocar una patena, o “comal,”
de manera que reflejara el sol hacia los ojos de sus enemigos, cegándolos. La tradición oral
boruca relata cómo cegaron de esa manera a los españoles, venciéndolos (Constenla y Maroto
1986: 75–81).
Los cotos o coutos:
Este cacicazgo, del que existe poca información documental, estaba situado al sur de
Boruca y controlaba la península de Osa, fuente riquísima de oro. Los coutos vivían en un
Chapter 4 97
pueblo palenque muy bien estructurado, cercado por empalizadas de troncos espinosos de
pejibaye (Vázquez de Coronado 1964: 33–35). Se describe su tierra como muy rica y
abundante de alimentos. Hay evidencia de guerra con los talamancas y con los quepo, de
cuya narración es posible observar el papel del intercambio en situaciones de conflicto.
Desde 1563 Vázquez de Coronado reportaba una seria enemistad entre los cotos y los de la
“tierradentro” o, los talamanqueños, la que parece haber continuado hasta el siglo XVII.
Por ejemplo, los de couto tenían presa a la hermana del cacique de Quepo junto con otras
personas importantes de ese cacicazgo. A petición del cacique de quepo, Vázquez de
Coronado intervino dándoles algunos “rescates” para que estos prisioneros fuesen devueltos
a sus casas. También se mencionan prisioneros de guerra en estas regiones, incluyendo en
Talamanca y alrededores como en el Pacífico sur. Al igual que entre otros pueblos indígenas
panameños y colombianos, los prisioneros de guerra se podían intercamabiar o enterrar con
su “dueño” cuando éste moría. (Ibidem).
A pesar de que la información documental es escasa, estudios arqueológicos en la
península de Osa demuestran que sus ocupantes estuvieron muy relacionados con los de
Boruca y con el área mayor de Chirquí (Haberland 1960). Algunas figuras de oro de la
región, analizadas posteriormente, han sido clasificadas como tipo Carbonera y se distinguen
por su gran complejidad. Sus atributos sugieren un significado cultural de origen mítico. Al
igual que Haberland, Aguilar, por medio del estudio de las piezas de oro, encuentra una
relación entre los pobladores del cacicazgo de Osa con el área chiricana (Aguilar 1967: 46–
48).
Las investigaciones de Haberland también dan cuenta de objetos de cerámica
importados desde otras áreas, como del Valle Central y de Chiriquí en Panamá, lo que
lógicamente sugiere un intercambio entre esas zonas. Estos vecinos de la costa Pacífica y
del Golfo Dulce interactuaron también con etnias de otras procedencias, como los indígenas
de la isla de Cébaca, o los cébacos.
Los cébacos: del Pacífico panameño a las costas del Golfo Dulce
Aunque no disponemos de abundante información acerca de los patrones de intercambio
indígena en estas islas del Pacífico panameño, que son Cébaco, la Isla del Cabo y la Isla de
Coiba, la disponibilidad de algunas fuentes permiten por lo menos incursionar
superficialmente entre sus pobladores. Además, a principios del siglo XVII los cébacos
desempeñaron un papel importante como vecinos de los quepos cuando fueron trasladados
por los españoles, probablemente desde la isla del Pacífico panameño. Los cébacos, desde
su isla, fueron testigos de la dinámica interregional indígena, de los procesos históricos de
la época pre-hispánica.
La isla Caubaco (¿Cébaco?) fue visitada por los españoles en 1516, al mando de
Gaspar de Espinoza. Su lengua era conocida por los indígenas que acompañaban a los
españoles, pues los intérpretes que llevaban pudieron comunicarse con sus pobladores.
Desafortunadamente, no podemos identificarla por ausencia de información.
En esa ocasión, el cacique no estaba, pues andaba “haciendo guerra a otros caciques
en la Tierra Firme.” El cacique retornó a los tres días en dieciocho canoas repletas de indios
de guerra. Como los españoles los habían tratado bien, no hubo problema y en el bohío se
98 Ibarra
desprendió de sus adornos de oro o “armaduras” especiales para cuando iban a la guerra
para dárselos al capitán (Jopling 1994: 56, 57), según dice la fuente. Este tipo de armaduras
fue descrito en la balsa que venía del Ecuador hacia Panamá. Todo parece indicar que en
algunos momentos estas armaduras doradas pudieron ser objeto de intercambio. Al día
siguiente el cacique entregó más oro a los españoles y comentó que los otros caciques se
habían llevado el resto, lo que podría significar que lo escondían adrede para no darlo a los
españoles, o que lo intercambiaban con otros caciques. Los españoles pusieron al cacique el
mismo nombre de la isla Caubaco y su hermano Pequeari acompañó a los conquistadores a
otra isla vecina, la cual bautizaron con el nombre de Isla de Varones. En ella había un bohío
enorme, cercado por palizadas y con grandes caños alrededor, que los españoles llamaron
“fortaleza.” Es esta otro ejemplo más de que cuando se estaba en situación de guerra se
habitaban grandes palenques. No obstante compartir la misma lengua que la de los de
Caubaco, cuando se les mandó llamar para que vinieran pacíficamente, no lo hicieron de
ninguna manera. En vez de acercarse, los indígenas atacaron a los conquistadores en un
afán por defender la fortaleza. Aparentemente el cacique de esta isla también era hermano
de los otros dos.
De allí partieron hacia la Isla de Coiba, para ir a otra isla que los indios llamaban
Cabo, como a siete u ocho leguas de Caubaco. Allí tomaron los bohíos del cacique Cabo, a
sus mujeres y a sus hijos y gran cantidad de oro. Los indígenas se defendieron bravíamente,
a la vez que venían protegidos con “corseletes” hechos de algodón, tan gruesos como un
colchón de cama que no los atravesaba una ballesta. El capitán les habló por medio de una
espabe, 2 mujer del cacique que había apresado, pero no hubo posibilidad de paz y se armó
una tremenda guazabara donde murieron muchos indígenas por tiros de artillería. Este ca-
cique era el más temido de aquellas partes. De allí pasaron cerca de la isla de Coiba, en la
que no bajaron a pesar de haber apresado a algunos indios que venían en canoas. De la
Tierra Firme e islas comentan que había abundancia de mameys, de frutas, de miel y mucho
oro.
Es indudable la interacción que existía entre estos pobladores insulares con los de
tierra firme, astutos navegantes se movilizaban ágilmente entre las islas y hacia la costa. La
presencia del oro en las islas sugiere actividades de intercambio. Estas islas formaban parte
del complejo mundo indígena del siglo XVI en Panamá y desempeñaron un papel importante.
La fortaleza en una de ellas sugiere conflictos y frecuentes guerras con otros pobladores.
En 1522 Fernández de Oviedo menciona la isla Cebo, antes referida por Gil González
Dávila, también con ese nombre (CDHCR Tomo I: 58). Dicha referencia es importante
porque contribuye a diferenciarla de la Isla de Cébaco, (o Ceguaco, según Gil González
Dávila), ubicada a cinco leguas de Chiriquí por tierra firme. O, a cuatro leguas antes de
llegar al puerto de Tabaraba, en la península de Azuero, al frente del actual Golfo de Montijo
(CDHCR Tomo VI: 11; Sauer 1984: 392). No se brinda mayor información.
Para comprender la presencia de los cébacos en las ceranías del Golfo Dulce en Costa
Rica, la información disponible nos obliga a dar un salto temporal hasta 1607 y territorial
hasta el Golfo Dulce y Quepos en el actual territorio de Costa Rica. Existe una importante
laguna de información que impide reconocer la trayectoria histórica de los cébacos a
Chapter 4 99
cabalidad. Lo que sí está claro es que en esa época se describía el Golfo Dulce como:
“...una bahía de ocho leguas en largo y tres de ancho y muy apacible y pueden estar
surtos doscientos navíos y hay en aquella bahía y costas muchas ostras de perlas que yo
vide sacar a los indios, y es tierras de mucho cacao y a donde podrán tomar refresco los
navíos y puerto algunos necesitados de agua o de otras cosas...” (CDHCR Tomo VIII: 49).
1
El temor que se sintió por los caciques poderosos de Talamanca se extendió
al mundo de los españoles durante la época colonial, en donde, en el imaginario
colectivo, indígena y poder sobrenatural se idenitificaban. Ver Eugenia Ibarra. Las
manchas del jaguar. Huellas indígenas en la historia de Costa Rica. (San José:
Editorial Universidad de Costa Rica, 1999.
2
El empleo del vocablo cueva “espabe” en esta ocasión podría significar que
los isleños eran también cueva/chocó. O que el cueva fuera lingua-franca entre
algunos pueblos del Panamá prehispánico; o que la cercanía geográfica y las
posibles interacciones con los cueva/chocó hacían su lengua comprensible en
regiones circundantes; o que los españoles hubieran adoptado esa lengua indígena
para comunicarse como lengua principal, dada la amplia distribución espacial de
los cueva/chocó; o (Stone 1961: 117–120) la lengua cueva era lingua franca entre
los indígenas y poco a poco fue aceptada por los españoles. Otros casos se dan
entre los dorasque.
3
En 1686, los indígenas del antiguo cacicazgo eran obligados a proveer el
pescado para la ciudad de Cartago los días jueves de cada semana. Se escogieron
6 u 8 pescadores de los pueblos de Uxarraz (Uxarrací), Orosi, Güicasí,
Tucurrique, Jucaragua y Aoyaque, para que llevaran el pescado, fresco o salado.
(Ordenanzas del Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad de Cartago. 1686).
4
Debe tratarse de una especie parecida al clavo de olor.
V
Nicoya y Nicaragua
Entre chorotegas, nicaraos, sutiabas y matagalpas
Al entrar a la península de Nicoya, en ruta hacia la costa Pacífica de Nicaragua,
encontramos, en el siglo XVI, un territorio principalmente poblado de etnias cuyos orígenes
fueron claramente mesoamericanos. Ello establece un contraste interesante con las que hemos
venido analizando, tanto en algunos aspectos de organización sociopolítica, lingüísticos, de
patrones de asentamiento y religiosos. A la vez, las islas del Golfo de Fonseca se encontraban
pobladas por gente chorotega, matagalpa y nahua, manifestando una ocupación pluriétnica
de las mismas, lo que las asemeja con las del Golfo de Nicoya (Ibarra: en prensa (a)). Como
punto de partida podemos afrimar que, no obstante las diferencias históricas y socioculturales
que se puedan distinguir, estas no constituyeron un obstáculo para que el intercambio se
realizara entre ellas. Al contrario, fue una actividad buscada y propiciada por los pobladores
de la región.
Aunque la mayoría de las etnias identificadas en fuentes documentales se originan
en migraciones desde Mesoamérica, hemos topado con otras, de distinta lengua, difíciles de
identificar dada la poca información disponible. Nos referimos a una gente que ocupó el
territorio peninsular ubicado frente a la isla Venado, en el Golfo de Nicoya, conocida como
Paro, cerca de los años de 1600. También parecen haber ocupado esa isla, anteriormente
llamada Pocosi (Ibarra 1988: 45, 46) No sabemos mucho más de ellos aparte de que su
lengua no era mangue. O sea, no eran chorotegas. Otra etnia, llamada corobicí, también
ocupó algunas áreas al noreste del río Tempisque. Con base en estudios lingüísticos Adolfo
Constenla supone que pudo tratarse de indígenas rama, cuya lengua se afiliaría a las lenguas
chibchas (Constenla 1994: 198–200). Podemos observar, claramente, un patrón de ocupación
multiétnica en la zona.
Se acepta que los chorotega arribaron a la costa del pacífico de Nicaragua y Nicoya
en los alrededores del año 900 d.C, (Salgado 1996: 303) y que los nicarao llegaron unos
cuatrocientos años después, cerca del 1200 d.C. De los maribios o subtiabas, cuya lengua
estaba emparentada con la otomangue, se cree que aribaron a la costa del Pacífico de Nica-
ragua después de 1200 d.C. Estos últimos formaron una especie de enclave dentro de grupos
numéricamente mayores, como los chorotegas y nicaraos. No obstante esa situación, las
fuentes documentales presentan indicios de que mantuvieron algunos aspectos culturales
particulares, como lengua y algunas costumbres religiosas. Vivieron al norte de la sierra de
los Maribios, desde Telica, pasando por Quezalguaque, hasta el río Telica. Por el este, hacia
el lado del volcán Asososca hasta el río Tamarindo y por el sur, hasta el mar. Existen
posibilidades de que se hubieran extendido hacia el oeste, hasta Posoltega y Chichigalpa.
La lengua de los chorotegas pertenece a la estirpe otomanguense, mientras que la
de los nicarao a la familia aztécica. Es muy probable que llegaran a estas tierras como el
producto de varias oleadas migratorias y no como una sola. Ello implicaría el desarrollo de
cambios entre los antiguos pobladores de estos territorios, y el inicio de procesos
socioculturales generados por la presencia de “los otros”.
106 Ibarra
Con respecto a su llegada, es importante tomar en cuenta algunos puntos: primero,
ellos ya tenían conocimiento de las características del Pacífico de Nicaragua, obtenido de
viajeros que transitaban por de rutas de intercambio que conectaban América Central en
años anteriores. Segundo, estos inmigrantes se vieron parcialmente motivados a movilizarse
gracias a la desintegración y reorganización del sistema macroregional que distinguió a los
periodos anteriores, tanto el Clásico Tardío como el Postclásico Temprano. Dentro de esta
crisis se incluye la caída de Teotihuacán, así como el surgimiento y la caída de los toltecas
(Fowler en Salgado 1996: 297).
Ambas etnias practicaban la agricultura de maíz, frijoles, algodón, ají, tabaco,
henequén y legumbres. Eran cazadores de venado, chanchos de monte, felinos, dantas, zorros,
conejos y diversas especies de aves. Cuidaban árboles como el del zapote, nance, mamey,
guacales, nísperos y la fruta del cacao, entre algunos. También pescaban y recogían de los
campos las hierbas medicinales, la cera y la miel. Utilizaban la sal, los ocotes, pigmentos de
colores, el polvo de “tile” y otros recursos obtenidos de los diversos pisos ecológicos del
territorio y de otras etnias, por medio del intercambio.
Por ejemplo, de los matagalpas, cuya lengua pertencía a la familia misumalpa, parte
del filo macrochibcha, quienes ocupaban el territorio de los actuales departamentos de
Chontales, Boaco, Matagalpa, Jinotega, Estelí, la región sudoccidental de Nueva Segovia y
el área hondureña colindante con esta área. Esta etnia, semejante en sus costumbres culturales
a las de otras áreas del sur de América Central, parece haber sido la que ocupaba o dominaba
los territorios que fueron tomados por las etnias mesoamericanas. Sembraban maíz, frijoles,
cacao, yuca, tabaco, camote y también plátanos. Hilaban algodón en mantas listadas y extraían
resinas de pinos para alumbrarse. Sabían extraer la sal marina y conocían la orfebrería. Al
igual que entre otras etnias del sur de América Central, existen indicios importantes, tanto
etnohistóricos como lingüísticos, de que su dominio alcanzara desde las cordilleras Dariense,
Dipilto, Isabella y las serranías de Huapí y Yolaina, las zonas al noreste del lago de Managua
hasta la zonas costeras del Paífico, al noroeste de León Viejo. Ello implicaría la posible
presencia de control de pisos verticales entre esta gente, antes de la llegada de los migrantes
de origen mesoamericano (Ibarra: en prensa (b).
La manera de intercambiar o trocar de los migrantes era un poco diferente a las que
hemos venido conociendo, pues el lugar por excelencia para realizar intercambios y obtener
bienes era el tianguiz o mercado. Estos sitios tenían ciertas reglas para sus visitantes,
regulando hasta quiénes podían entrar y participar, y quiénes no. Estos mercados existían en
Nicaragua y Nicoya, en diversos pueblos, donde se juntaban cerca de dos mil personas para
realizar “contrataciones, ferias y trueques,” según narra Fernández de Oviedo (1976: 84).
Aquí los objetos se obtenían por medio de la compra con semillas de cacao, que fungían
como un tipo de moneda. También se presentaba el trueque de algunos bienes por otros,
transacciones en las que existía un acuerdo en cuanto a equivalencias consideradas justas.
Es interesante comentar que en la actualidad todavía se venden hierbas medicinales, corteza
de árboles y jícaros en los mercados de León, por parte de descendientes de indígenas de
Sutiaba, lo que indica la persistencia de una larga tradición indígena, cuya utilidad y
significado sigue vigente en nuestros días. 1
Chapter 5 107
Con los matagalpas, el interés de los chorotegas y nicaraos parece haber recaído en
el ocote de los pinos, en el polvo de tile, y en la sal, principalmente, recursos originarios de
los bosques en las serranías y de la costa. Eso cuando no realizaban incursiones en busca de
sus personas para sacrificarlos en sus ceremonias religiosas. La presencia de los bienes de
los matagalpas en los tianguiz hacen reflexionar acerca de las maneras en que llegaron hasta
allí. Si los llevaron ellos mismos, debían pertenecer a un segmento de la población que
logró mantener buenas relaciones con los de los tianguiz, o que se encontraban bajo el
dominio de los migrantes. Talvez las transacciones interétnicas no se efectuaban directamente
en estos mercados, pues los matagalpas eran considerados forasteros, eran “los otros.” Como
parte de las estrategias de sobrevivencia, tanto matagalpas como chorotegas y nicaraos
pudieron arreglárselas para que estos bienes llegaran a sus manos por medio de terceros,
localizados en algún punto de intercambio de menor importancia que el tianguiz, talvez
localizado a mitad de camino o cercano a rutas locales de pueblos matagalpas. Hay que
recordar que también era necesario contratar con los enemigos, en la búsqueda del equilibrio.
En los tianguiz de Nicoya se describen canastos de palma, cestas con tapa, jícaras
pintadas, mantas blancas, hamacas, ovillos de algodón, alparagatas y granos, como frijoles
y maíz. De la isla de Chira llegaba cerámica negra, sal de la costa, perlas, oro, conchas,
cacao, cera y miel, asemejándolos con los de Nicaragua. Las fuentes documentales
acalaran que los chorotegas y nicaraos se desplazaban y caminaban largas distancias, para
lo que se ayudaban con una hierba , yaat, que ha sido identificada por algunos como coca
(Chapman 1960: 29). Sin duda, sus caminatas los conducían al reconocimiento de otros
territorios, recursos y gentes.
Entre las observaciones más importantes que se deben destacar en esta convergencia
de etnias históricamente diferenciadas, es su situación en un mismo tiempo y en un espacio
contiguo. Nuestras investigaciones nos llevan a reconocer que estos invasores se interesaron,
obviamente, en los bienes y recursos de los antiguos pobladores. Los panes de sal podían
provenir también de la región del Golfo de Nicoya, al igual que perlas, explotadas por los
chorotegas de la zona. Sin olvidar que éstos, a su vez estaban recibiendo bienes que provenían
de los huetares del Valle Central de Costa Rica, formándose otro eslabón en la larga cadena
hasta Colombia. Hábiles navegantes y astutos negociantes, se situaron en los puntos
estratégicos de las redes de intercambio antiguas, como cerca de León, de Granada y de
Nicoya. En Costa Rica, cerca de los puntos localizados a las entradas de ríos importantes,
como el Tempisque en Guanacaste. Así podían obtener oro, sal y piedras preciosas, entre
otros. Creemos que a la llegada de los españoles, los intentos de una “mesoamericanización”
del sur de América Central estaba en la mente de nicaraos y chorotegas, en el sentido de
invadir y controlar, hasta donde les fuera posible, las redes de intercambio. Sería una astuta
manera de insertarse en la vida cotidiana de los pobladores antiguos, además de servirles
como una vía para enriquecerse y consolidar el poder político entre sus súbditos (Ibarra: en
prensa (a).
Culturalmente disímiles a los grupos localizados más al sur, su organización
sociopolítica evidenciaba variaciones en diversos aspectos. Eran cacicazgos, aunque
funcionaban de manera un tanto diferente a los de las otras áreas que se han mencionado en
108 Ibarra
apartados anteriores. Aún así, es posible que su contacto con los cacicazgos antiguos del sur
de América Central hubiera introducido algunas modificaciones que los asemejarían un
tanto a estos. Esta sugerencia se apoya también en la arqueología: Frederick W. Lange y sus
colegas observan que aunque estos pueblos mesoamericanos hubieran migrado hasta Nica-
ragua, no estaban incorporados a una esfera mesoamericana. Opinan que los chorotegas se
encontraban desvinculados de sus ancestros norteños, por lo que sería difícil creer que
mantuvieran gran afinidad cultural con Mesoamérica. Mientras, los nicarao parecen haberse
adaptado a patrones indígenas locales. A la vez, tampoco los grupos locales parecen haberse
visto influidos por prácticas culturales mesoamericanas (Lange en Salgado 1996: 305).
Con base en las fuentes documentales, en su organización sociopolítica se observa
la presencia de un cacique principal a quienes todos obedecían, el que gozaba de amplias
prerogativas y distinciones. Los viejos formaban un consejo que asesoraba al cacique mayor,
probablemente eran también miembros de una élite cacical emparentada. Su patrón de
asentamiento incluía un centro principal en el que vivía el cacique, cuya vivienda se distinguía
claramente. Disponía de despensas o sitios de almacenamiento de bienes, de excedentes y
de especialización laboral. Además, reconocían claramente que sus contiendas eran por la
tierra.
La arqueologia ha avanzado notablemente en los últimos años en cuanto a la
investigación acerca de estos grupos migrantes. Todo indica que llegaron primero a Rivas
desde donde se extendieron a otras áreas. Además, se cree que llegaron siguiendo una antigua
ruta utilizada para intercambiar. Todavía es objeto de discusión si quienes migraron fueron
miembros de élites o si fueron personas comunes; sin embargo, dada la ausencia de
arquitectura monumental característica de élites mesoamericanas, Silvia Salgado (1996:
305) propone que se trató de gente más común, o de miembros de bajos niveles de élites
locales. Así, los caciques, jefes de los cacicazgos de chorotegas y nicaraos, debieron recrear
sus élites una vez establecidos en las zonas del Pacífico norte de Costa Rica y el área del
Pacífico de Nicaragua. Probablemente esto se vio complementado por la recreación de sus
identidades y de su etnicidad, tras la búsqueda de la legitimación del poder. En este aspecto,
el intercambio representaba una puerta abierta.
Este importante aspecto a la vez es útil para aclarar que en las fuentes documentales
de la época de la conquista de Nicaragua y Nicoya, la organización sociopolítica que es
posible reconstruir es la de un cacicazgo, aunque con las variantes arriba comentadas, entre
otras. Sin embargo, podemos entender porque los conquistadores utilizaron el vocablo
“cacicazgo” para referirse a sus gobiernos, ya que lo que observaban no era radicalmente
diferente a las organizaciones sociopolíticas de otras áreas del sur de América Central, de
cuya conquista provenían principalmente (CDHN Tomo IX: 509–510).
La compleja evolución de estas sociedades, delineada por medio de información
arqueológica, deja ver que el intercambio comenzó a desempeñar un papel importante entre
estos pobaldores desde tiempos tempranos. A la vez, destacan las relaciones con la periferia
de áreas mayas y con el centro y el Caribe de Costa Rica, lo que podría implicar el arribo de
esos objetos de mano en mano, o, viajes a larga distancia. Ello podría sugerir que movilizarse
Chapter 5 109
(en términos generales) tras la búsqueda de bienes tangibles e intangibles comenzó a obtener
mayor importancia entre el 300 y el 800 d.C., probablemente vinculado al desarrollo del
cacicazgo en su proceso hacia una mayor complejización. Tal información coincidiría con
las ideas discutidas en capítulos anteriores acerca de la conveniencia de los caciques de
obtener y manejar conocimientos particulares, especiales, secretos, para el ejercicio efectivo
del poder.
Silvia Salgado (1996: 302) sugiere que por lo menos las élites emergentes en Granada
buscaron asociarse con bienes, ideas y élites de lugares lejanos, como de Quelepa y Tenampúa,
en Honduras, así como con las regiones controladas por ellos. Las élites de Granada
controlaron redes de intercambio y dentro de ellas, algunos bienes preciosos. El intercambio
de este tipo de bienes dota a las élites de la posibilidad de monopolizarlos, como también
las asociaciones establecidas a larga distancia, lo que redunda, frecuentemente, en una fuente
importante de estabilidad o cambio en las estructuras políticas a nivel local. Esto es un
ejemplo de cómo el intercambio, y el control de algunos bienes particulares, considerados
esotéricos, redunda, de diversas maneras, en la política, ya sea consolidando o fortaleciendo
la supremacía de la élite gobernante de turno, o generando algunos cambios.
Las élites de Nicaragua, al igual que otras élites en diversas zonas, buscaron participar
activamente en los sistemas macroregionales y utilizar estos sistemas para obtener bienes
que les facilitara legitimar su poder político. Esto no fue el resultado de un proceso de
adaptación de un sistema que se complejizaba, por medio de especialización o de
diferenciación. Más bien, fue el producto de la acción humana en el contexto de procesos
macroregionales.
Infraestructura vial del intercambio
Hemos identificado varias rutas que unían tanto el territorio panameño con el de
Costa Rica y Nicaragua, por las que circulaban diferentes tipos de productos. En realidad, el
territorio completo de la actual Costa Rica se encontraba atravesado por rutas terrestres que
lo unían de mar a mar y con regiones de la actual Panamá y Nicaragua (Ibarra 1990: 112–
116).
Esta infraestructura de caminos indígenas fue utilizada en muchos casos y durante
largos periodos en épocas de la colonia y hasta más recientemente. Por ellos pasaron primero
los indígenas, por rutas como estas, relativamente angostas, cubiertas de vegetación y
pantanosas en épocas de invierno. Lógicamente, en un momento determinado el paso del
español por ellos requirió de “abrirlos,” o sea, de limpiar la vegetación y hacerlos más
anchos, para que por ellos pudieran transitar bestias cargadas, como mínimo. Un ejemplo
de la transformación de camino indígena en camino de españoles se encuentra en el Camino
de Mulas que unía Costa Rica con Panamá, y que fue “abierto” en 1662 por Gonzalo Vázquez
de Coronado:
“...este testigo sabe que el Adelantado D. Gonzalo Vázquez de Coronado, con muchos
vecinos de esta provincia, fue a abrir el camino que hoy llaman de las Mulas y que lo abrió
a su costa y de dichos vecinos, y que tardó en abrirlo mucho tiempo por los muchos cerros,
ríos y montañas que en él hay y porque se detuvo también en pacificar los Borucas y Cotos
110 Ibarra
Chapter 5 111
que están en dicho camino, y que desde entonces está tratable y que es de grande utilidad
y provecho a todos estos reinos por la comunicación que por él hay...” (CDHCR Tomo VII:
259, 267). (Subrayado nuestro.)
Gonzalo Fernández de Oviedo aclara ese aspecto de “abrir” caminos, cuando comenta
que la ruta de Nombre de Dios a Panamá era bastante difícil y pantanosa y se transitaba con
mucho problema. Agrega que él la recorrió personalmente en dos ocasiones, antes de que la
abrieran para que pudiesen andar caballos (Fernández de Oviedo 1959 Tomo III: 331).
Estas observaciones tienen el objetivo de señalar la frecuencia de que tales acciones se
hubieran realizado por los conquistadores en muchas otras áreas del sur de América Cen-
tral.
Una de las rutas de mayor importancia durante la época precolonial, empleada
también para efectos de intercambio, fue la que atravesaba la península de Nicoya y llegaba
hasta Nicaragua, bordeando la costa del Pacífico por parajes y riscos cuya belleza aumenta
conforme se aproxima a la Nicaragua actual. Este camino en el presente se acicala con la
fauna propia de la zona, como monos congos, armadillos, loras, pizotes y pericos, lo que
hace pensar que así debió ser en aquellas épocas. Actualmente se conoce como el Camino
del Arreo, debido a que en el siglo XIX se arreaba ganado desde Nicaragua a Costa Rica.
Por él se transitaba para llegar al Valle Central, pasando por Nicoya; desde la costa se
pasaba en canoas o balsas a la isla de Chira y de allí a la costa este del Golfo de Nicoya,
desde donde se movilizarían “tierradentreo.” Este camino—y esta ruta—, parece ser el que
siguieron Gil González Dávila, Pedrarias Dávila, Francisco Hernández de Córdoba y el
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, entre otros. Actualmente, en los albores del año
2000, sigue en uso por parte de las haciendas vecinas que lo bordean y otros transeúntes en
su paso a Nicaragua. Hoy, igual que ayer, ese camino forma parte de las redes de comunicación
con el vecino país del norte.
Redes similares a las que cruzaban Costa Rica en el siglo XVI también atravesaban
el territorio colombiano, panameño y nicaragüense hasta Honduras y más allá. Al unir la
información recabada por la arqueología y la etnohistoria, encontramos el sur de América
Central en el siglo XVI estrechamente vinculado entre sí. La antigüedad de algunas de esas
rutas sugiere que desde hace miles de años debieron permitir el paso de seres humanos,
animales, pensamientos y noticias de aquí y de más allá.
Suerre y el Desaguadero de la laguna
La región del Desaguadero y de Suerre, así como las islas del Archipiélago de
Solentiname en el lago de Nicaragua, desempeñaron un papel fundamental en estas
actividades de intercambio. En las seis o siete islas de Solentiname se reporta gente de habla
matagalpa y nahua. Dado que los matagalpas ocupaban una importante área de la costa
noreste del lago Cocibolca, la navegación por sus aguas y la salida al Desaguadero, pasando
por las islas de Solentiname, debió ser frecuente. Los nicarao debieron rivalizar con ellos
por ganar acceso a esa ruta. De hecho, existía un enclave nicarao en la costa este del lago, a
la altura de Chontales (Ibarra: en prensa (a).
Torquemada reportó un grupo de hablantes de nahua corrupta, como el pipil, cerca
112 Ibarra
de la boca del Desaguadero. La ausencia de información no permite profundizar más en
este dato. Otra información asegura haber encontrado un pueblo pequeño, cuyo cacicque se
llamaba Talaleguale, —probablemente nicarao—, en 1544, en los alrededores de esa zona
(CDHN Tomo IX: 528,534). No hemos encontrado más mención sobre el asunto, pero la
presencia de nicaraos en diversos puntos de Nicaragua y de Panamá hacen pensar que
pudieron haberse extendido hasta allí, buscando colocarse en puntos estratégicos para
intervenir en las actividades comerciales del sur de América Central.
En conclusión, podemos observar cómo los sutiabas, los nicaraos, los chorotegas y
los matagalpas convivían difícilmente en un mundo de serias rivalidades y competencias
por dominar territorios productores de una inmensa riqueza, caracterizados por diversos
pisos altitudinales. Pueden notarse, a la vez, los serios intentos de cada etnia por defender lo
propio. En estas interacciones es posible deslindar los diversos eslabones en las cadenas de
intercambio, desde el norte de Honduras hasta Colombia, lo que presentaría un panorama
de inmensa actividad humana, expresada en relaciones conflictivas o armoniosas, de intenso
trabajo, complementado por una movilización fluvial, marítima y terrestre por las diversas
regiones del sur de América Central. A la vez, se pone en evidencia la competitividad de los
caciques y sus élites en la búsqueda de conocimientos y otros bienes para un ejercicio
efectivo del poder entre los suyos...y entre los vecinos.
Conclusiones
La diversidad etnica y lingüística no interrumpió las actividades de intercambio de
la zona. Los cacicazgos del área de Nicaragua, diferentes en varios aspectos de su organziación
sociopolítica, también se distinguieron por la presencia de una élite cacical. Se observa
también un patrón de asentamiento jerarquizado donde destaca el pueblo del cacique más
importante, aunque estuvieron dispuestos sobre el terreno de una manera más lineal, talvez
tomando en cuenta la geografía de la costa del Pacífico nicaragüense.
Estos pueblos mesoamericanos supieron insertarse en las actividades de intercambio
dominantes en el resto del sur de América Central, para lo que utilizaron sabiamente las
rutas antes descubiertas por esos otros pobladores. Diversos tipos de bienes, ideas y
conocimientos venían e iban por ellas.
Una de las diferencias más importanes entre esa gente y sus vecinos del sur es que
ellos tuvieron sitios más estructurados, especiales para intercambiar: los mercados o tianguiz.
Las mujeres controlaban las transacciones y existían serias regulaciones en cuanto al acceso
de forasteros a ellos.
No obstante las evidentes diferencias socio-históricas, estos pueblos complementaban
las actividades del intercambio en el sur de América Central de diversas maneras.
1
Observación realizada por la autora en octubre de 1997, en León.
VI
Cacicazgos en movimiento
“Toma esto y dame lo otro," así describía Girolamo Benzoni la dinámica del intercambio
entre indígenas que observó en Cartagena de Indias (Benzoni 1989: 176). Lo que ignoraba
era la profundidad que se encerraba en ese toma y daca, como la esencia de los más profundos
principios de la vida indígena, orientadores de sus acciones. El principio de reciprocidad,
fuente de interacciones entre los pueblos indígenas, quedó preso entre las palabras de Benzoni.
En estas páginas analizaremos los cacicazgos del sur de América Central en
movimiento, en la guerra y en la paz, observándolos en sus interacciones entre sí y con
otros. Discutiremos el papel del intercambio en ambas ocasiones. Plantearemos algunos de
los resultados principales logrados acerca de tan importante actividad, tomando en cuenta
su relación con la organización sociopolítica del cacicazgo en el sur de América Central.
El cacicazgo en el sur de América Central
Es oportuno hacer algunas reflexiones al respecto del tema de cacicazgos o chiefdoms
tratado en el capítulo primero de esta obra. El análisis realizado con base en fuentes
documentales demuestra que la etnohistoria puede lograr reconstrucciones dinámicas de
los cacicazgos del sur de América Central en el siglo XVI. Permite, además, puntualizar las
particularidades del funcionamiento de los cacicazgos de la zona en general, a la vez que
señala particularidades étnico-culturales de algunos de ellos. Del campo "empírico," del
contenido de las fuentes documentales, han salido los datos que nutren y ayudan a reconstruir
el concepto de cacicazgo de esta área.
Si contrastamos nuestros resultados con los criterios que presentan Creamer y Haas
(1984) y Snarskis (1992) para reconocer un cacicazgo en el campo, observamos que en
nuestro análisis se encuentran la mayoría de los rasgos que indican. Sin embargo, es de la
mayor importancia señalar que la manera como se expresan esos rasgos en los cacicazgos
va a estar condicionada por el medio natural donde la geografía y la ecología tienen gran
importancia; por las relaciones socio-históricas, por los bagajes étnico-culturales de cada
uno, y por las interacciones con otros cacicazgos y pueblos, en las que se incluyen las
relaciones interétnicas, entre otras variables. Esos rasgos, estructurales y dinámicos, son
algunos de los responsables de las particularidades observadas, fuente de la definción de
los cacicazgos del sur de América Central.
Desde el norte de Colombia hasta Nicaragua, la densidad de la población indígena del
sur de América Central a la llegada de los españoles, estuvo distribuida, con diferentes
matices de concentración, de la siguiente manera: en los territorios de Panamá y de Colom-
bia se concentró el mayor número de habitantes, seguido del de Nicaragua y de último, el de
Costa Rica. En Nicaragua enfatizamos la zona del Pacífico, que sumaría 600.000 habitantes.
Si se considerara todo su territorio, la cifra sería de 1.6 millones, de los que un 75% estaría
114 Ibarra
en la zona del Pacífico (Newson 1986: 88). Panamá y Colombia siguen siendo las zonas de
mayor densidad poblacional, seguida por la costa del Pacífico de Nicaragua para finalizar
con todo el territorio de Costa Rica.
A la llegada de los españoles, en Panamá la mayor densidad poblacional parece haberse
concentrado en la costa del Pacífico, y en Costa Rica, en el Valle Central, la costa del Pacífico
y la zona de Talamanca. Estas observaciones no implican áreas vacías, o sin ocupación
humana, en las áreas no mencionadas, por ejemplo, en algunas zonas de los litorales del
Caribe de Panamá, Costa Rica y Nicaragua. Solamente que la población no se describe en
las fuentes como muy numerosa, aunque las interacciones entre los habitantes de ambas
costas es indudable, talvez con la excepción del Caribe nicaragüense. Además, algunas de
las acciones más importantes o destacadas del proceso de conquista se dieron en la costa del
Pacífico en el sur de América Central. Por ejemplo, en Panamá, en la península de Azuero,
en el Golfo de Nicoya y en la costa Pacífica de Nicaragua.
El carácter ístmico de la región, especialmente a partir del Darién hasta la provincia
de Guanacaste en Costa Rica, incluyendo la total extensión del río San Juan, permitía el
acceso a ambas costas por diversas rutas, marítimas, fluviales y terrestres. Las cordilleras y
los sistemas montañosos tampoco representaron en esta área ningún obstáculo serio para
atravesar el territorio de lado a lado en pocos días. Tales características contribuyen a aclarar
la existencia de las amplias redes de intercambio que vinculaban todo el territorio investigado.
Sus habitantes se organizaron dentro de un sistema en el que, no obstante las distancias
entre ellos,—a veces de pocos kilómetros entre unas y otras etnias—, el multilingüismo, la
variedad de ambientes ecológicos y la plurietnicidad, podían comunicarse entre sí a cortas y
a largas distancias por medio de un vehículo en común: el lenguaje del intercambio.
Reconstruidas las rutas y señalada la diversa riqueza de cada cacicazgo en cuanto a
densidad poblacional y a recursos disponibles, encontramos que los cacicazgos más poderosos
fueron los que se situaron estratégicamente cerca de las mayores rutas principales, lugares
donde confluían vías de acceso formadas por ríos, caminos terrestres y zonas costeras aptas
para la navegación. Así, los cacicazgos tairona en Colombia, los cuna del Golfo de Urabá,
los cueva/chocó de Panamá y la península de Azuero, los guaymíes, los borucas, los huetares,
los talamancas, el cacicazgo de Nicoya (chorotega) y el de Nicarao, pueden señalarse entre
los más poderosos. En comparación con los anteriores, de menor importancia podemos
señalar a los dorasques, teribes, botos y matagalpas. Entre los principales, algunos podrían
identificarse como señoríos, ya que incluían a otros cacicazgos menores entre sus dominios
los que también podían variar en importancia, algunos ejemplos son los cueva/chocó, los
guaymíes y los huetares. En estos casos, se han encontrado relaciones de parentesco entre
los caciques menores, quienes, por lo general, eran hermanos de los caciques mayores.
Aunque las fuentes apenas esbozan el parentesco entre caciques, podemos observar
que son las élites cacicales las que buscan establecer relaciones matrimoniales entre sí, pues
las fuentes a esas son las que se refieren. Tales relaciones interesaban por la posibilidad que
ofrecían a los caciques de de obtener más control y dominio sobre el territorio cacical, y
más posibilidades de obtener conocimientos. No quedan totalmente claros los mecanismo
cómo se efectuaban estos intercambios de mujeres, pero sin duda la organización clánica
Chapter 6 115
tuvo un papel principal, por lo menos entre dorasques, talamancas y huetares. De esta manera,
parentesco y política también iban unidos en la organización sociopolítica del sur de América
Central, dinamizando las interacciones.
El acceso a variados recursos era uno de los principales intereses de los cacicazgos de
la época, tanto como producto de una explotación vertical de pisos ecológicos en la mayoría
de ellos, como por medio del intercambio. Pero también, era esencial la obtención de ciertos
bienes. Por tal motivo, estar situado cerca de un centro de confluencia de rutas marítimas,
terrestres y fluviales era de la mayor importancia y, a la vez, podría ser motivo de competencia.
Por ejemplo, el cacicazgo de Boruca: el río Térraba, la costa del Pacífico y el paso del
camino hacia el norte y hacia el sur. Además, se encontraba a las puertas de la península de
Osa, la región aurífera más importante de Costa Rica, que aunque estaba bajo el control del
cacicazgo de couto estaba en sus vecindades. Al estar así situados, obtenían la ventaja de
encontrarse “entre los primeros” en obtener recursos e informaciones provenientes de lugares
distantes y cercanos, de contar con la opción de adquirir un mayor número de bienes, de los
que algunos podían ser tremendamente valiosos por escasos y raros. Además, tenían la
enorme ventaja de enterarse de noticias de otras partes de primero, talvez antes que otros
cacicazgos y pueblos menores de tierradentro, lo que les facilitaría la planificación de sus
actividades cotidianas y también defensivas. Estos bienes y conocimientos así logrados
representaban la riqueza y el poder, por lo que le eran útiles al cacique para desempeñar sus
funciones de manera eficaz.
Estas ideas se refuerzan al considerar que en el período de la conquista, eran
aventajados aquellos cacicazgos cercanos a ciudades españolas, esto debido a la ventaja que
tenían para obtener las hachas, los cuchillos, las agujas, las tijeras, entre otros bienes. La
competencia entre ellos por el logro de estos bienes se desprende con claridad de las fuentes,
como se documentó para los dorasques. En épocas prehispánicas es muy probable que la
misma competencia se diera, pero sería por estar cerca de los cacicazgos más poderosos, o
por tener acceso a esos recursos, lo que implicaría interacciones interesadas hacia crear o
mantener relaciones convenientes con ellos. Las élites poderosas los podían proveer de
importantes bienes y conocimientos que les servirían luego para re-circularlos y así construir
y equilibrar sus propias relaciones internamente y con otros vecinos.
Hay que tomar en cuenta que en el mundo de las ideas indígenas de la época, el poder
de los caciques, en términos generales, se encontraba asociado con poderes sobrenaturales,
lo que causaba temor, podríamos decir miedo, a sus súbditos. Esto nos conduce a analizar
las interacciones que podían establecerse entre ellos, a nivel local y extra-local, inclusive
regional. Si el poder de un cacique era reconocido intra e inter-cacicalmente, habría que
tener especial cuidado en el tipo de relaciones que se establecieran con él. Esto, a la vez,
fortalecía su poder político, pues al ser temido y respetado podría tener un espectro de
acción más amplio en cuanto al establecimiento de relaciones con otros cacicazgos. Así, el
miedo pudo desempeñar un papel de peso en el tipo de interacciones que se establecieron
entre los caciques en el siglo XVI. Esto es válido también para el establecimiento de alianzas.
En muchas oportunidades las fuentes documentales permiten visualizar actividades
de alianzas entre diversas poblaciones, inclusive interétnicas, como el caso de los cébacas
116 Ibarra
con los cotos. Además de la reciprocidad que nutre las actividades del intercambio, creemos
que, en muchas ocasiones, el miedo debió motivar a algunos a aliarse con otros, más poderosos
talvez. ¿Miedo a qué? En primera instancia, a represalias de diverso orden, que incidirían
en el mundo y las personas por medio de acciones con lo sobrenatural. En el mundo de lo
natural, nuestro mundo, la venganza podría expresarse en guerras, robos de parientes, muerte
de animales domésticos, incendios y pillajes, entre otros. La represalia podría expresarse
también por medio de las pestes, las malas cosechas, las picaduras de serpientes, las
inundaciones, las enfermedades y otras desgracias. Así, todo indica que en el siglo XVI, en
los cacicazgos el miedo y el poder mantenían un estrecho vínculo.
Pero pensamos que originar este miedo, ese temor, también debió ser algo deseado o
buscado por miembros de las élites cacicales. Y solo podrían obtener esa arma si poseían los
suficientes conocimientos, esotéricos y de otra naturaleza, que les permitieran alcanzar ese
respetable status. Este aspecto hace que comprendamos mejor la dinámica de los cacicazgos
de la región: obtener una categoría de persona sabia, con la capacidad de emplear tal sabiduría
para el bien o para el mal, era algo deseable. De allí que es posible que se generaran serias
rivalidades y conflictos entre los cacicazgos para lograr competir con los más poderosos.
He aquí una de las probables razones que motivaban a frecuentes guerras entre ellos: la
competitividad, pero no solo por recursos materiales, como control sobre rutas, oro y
territorios, sino los intangibles, por aquella peligrosa sabiduría que solo manejaban unos
cuantos.
Los caciques
En el sur de América Central, la figura de un cacique mayor parece haber existido en
todos los cacicazgos estudiados: los borucas, los huetares, los guaymíes, los dorasques y los
nicaraos. Las diferencias lingüísticas hace que se nombren en las fuentes de manera diferente.
También es constante la presencia de una élite cacical compuesta por caciques menores
gradados de acuerdo con el rango, en cuanto a su cercanía o lejanía del cacique mayor. Eran
reconocidos con distintos nombres según las lenguas. Por ejemplo, los cabras cueva/chocó,
los ybux y taques huetares. Es notable que, en el caso de los dorasques, para referirse a uno
de estos caciques, Fray Adrián de Santo Tomás habla de “caciques cabras,” y de un “cabra
doraz,” expresiones en las que emplea un vocablo cueva/chocó para calificar el rango de
caciques menores (Fray Adrián de Santo Tomás: 1908: 114,116,117).
Los caciques mayores se distinguían por descender de linajes principales. A la vez,
por su vestuario y adornos especiales en épocas de guerra, como por su comportamiento y
sus conocimientos, por un tipo diferenciado de vivienda y por ciertas prerogativas, como el
acceso a ciertos bienes, posesión de prisioneros de guerra, numerosas mujeres y un trato
especial por parte de sus súbditos. Entre algunos se señala su dominio sobre algunos cotos
de pesca o caza, los que visitaban en algunas ocasiones, talvez estacionalmente de acuerdo
con las migraciones de algunas especies de fauna: tortugas verdes, robalos y sábalos en las
costas del Caribe. O el paso de aves de lindo plumaje atravesando la región hacia tierras más
cálidas. Se reportan cotos de caza y pesca para el cacique entre los huetares y los cueva/
chocó. No hay que descartar que más que sitios y salidas para pesca o caza recreativas,
como parecen sugerir las fuentes, tales visitas pudieron implicar el desarrollo de importantes
Chapter 6 117
rituales y ceremonias asociadas con la fertilidad y la abundancia, tratando de asegurarse
éxitos en esos aspectos durante periodos determinados.
Hemos encontrado que en algunas regiones, en las que se refiere la presencia de los
cueva-chocó, el cacique utilizaba lo que los españoles llaman “armaduras de oro,” refiriéndose
a una especie de armadura que los cubría. Es el caso del cacique Pocorosa, quien fue enterrado
vestido con esa armadura, y el del cacique de la isla del Cabo. Hacemos la observación de
que la balsa descrita por Fernández de Oviedo en 1526, proveniente desde una dirección
sur, hacia Ecuador, traía armaduras de piernas y petos de oro. Dado que uno de los sitios
descritos en el que los caciques poseían estas armaduras es una isla en el Pacífico, cabe
preguntarse si estos objetos se obtendrían también por intercambio en las costas e islas del
Pacífico de Panamá, y si de allí circularían hacia el Caribe.
Otra distinción cacical se observa en el hecho de que en algunos casos, como entre los
cueva/chocó, en Chepo en el Panamá central, en Tubanamá, en la costa del Caribe y en la
Isla de Cabo en el Pacífico, cerca de Coiba, el cacique era transportado en hamacas. En La
Española, era llevado de los brazos por súbditos. Esta costumbre no se describe de igual
manera entre otras etnias.
La herencia del cargo de cacique variaba de etnia en etnia. Entre los cueva/chocó, era
de padre a hijo preferiblemente, entre los dorasques, heredaban los sobrinos, entre los
talamancas, también heredaban los sobrinos, así como entre los chibchas y los muiscas de
Colombia. No hay claridad en cuanto a los cunas y a los guaymíes. Entre los chorotega y los
nicarao la herencia del cargo era más bien por vía paterna. Encontramos, pues, diversidad
cultural representada.
Otra importante aspecto es que no hallamos evidencia de que se le pagara tributo
obligatorio al cacique. Más bien, se le hacían servicios, se le construían sus viviendas, se le
sembraban sus tierras y se le obsequiaban las primicias de las cosechas. Pascual de Andagoya
lo señala claramente al describir a los cueva/chocó. En general, a cambio el cacique les daba
comida y bebida a quienes le servían. Esta característica se observa también entre los huetares,
los dorasques, los borucas, los guaymíes, los bribris y los cabécares.
Se rodeaban de sus mujeres y familiares más cercanos, pero también tenían a su lado
a fieles sirvientes, quienes hacían las veces de espías y tenían el deber de informarle de lo
que sucedía en otras partes. Los caciques controlaban verdaderas redes de espionaje. Así, en
la paz y en la guerra siempre tenían la oportunidad de conocer el desarrollo de acontecimientos
lejanos y más cercanos. Ello les permitiría actuar rápidamente en la competencia por "llegar
de primero." Ello aumentaría y consolidaría su poder.
Patrones de asentamiento
El patrón de asentamiento se perfila en todos los casos, incluyendo la costa del Pacífico
de Nicaragua, de manera dispersa. No se describen centros con altas concentraciones
poblacionales tipo urbes ni enormes estructuras monumentales. Más bien, parecen haberse
dispuesto sobre el terreno de una manera en la que fuera relativamente sencillo dominar a
los súbditos mientras que se explotaban y aprovechaban los diversos recursos disponibles
en variados nichos ecológicos. En Nicaragua, el terreno plano, regular, cerca de los lagos
propició una distribución más bien lineal, contrastando con la del resto del sur de América
118 Ibarra
Central, donde las montañas no permitirían una distribución así a los diversos pueblos que
conformaban los cacicazgos.
Los caciques debieron habitar en zonas protegidas, que les permitiera resguardarse de
sus enemigos. También requerían de sitios montañosos, con cuevas o "refugios" naturales
que les posibilitara realizar sus rituales y comunicaciones con el más allá. Necesitaban
recluirse ocasionalmente, o reunirse con sus homólogos, lo que harían en sitios secretos,
especiales, protegidos. El cacique mayor del señorío del Guarco, Fernando Correque, a la
llegada de los españoles se refugió en un sitio montañoso, protegido por el cañón del río
Reventazón. En la actualidad en esa población, Tucurrique, sus habitantes guardan en la
memoria colectiva reminiscencias de la magia cacical de este personaje, como parte de un
pasado indígena que reconocen.
Es claro que entre los cacicazgos del sur de América Central, la preferencia de control
y distribución espacial trataba de abarcar los más variados recursos, lo que implicaría un
patrón de microverticalidad. Observamos este patrón entre los tairona de Colombia, los
cueva/chocó del Panamá central, los guaymíes, los talamancas, los borucas, los huetares y,
si nuestra hipótesis es correcta, se observó alguna vez entre los matagalpas del norte de
Nicaragua. Las sendas y caminillos y las redes de ríos facilitaban las tareas del cacique,
vinculando todos sus dominios entre sí. Es interesante observar que en general, se prefería
buscar una salida hacia el mar, ya estuvieran asentados en el lado del Pacífico o del Caribe.
Ello implicaba acceso a recursos particulares, a rutas de intercambio, a viajeros y a
conocimientos de más allá.
John V. Murra (1995: 61) señala un patrón similar de verticalidad entre algunas etnias
andinas, como los lupaca, donde el interés principal de un grupo étnico estaría en obtener
acceso simultáneo a la variada productividad de micro-climas, desde la costa hasta la puna.
Para ello se valían de lazos de parentesco, acciones militares y controles ideológicos. Ello
sugiere una similitud en ese aspecto entre los cacicazgos del sur de América Central con
algunos pueblos andinos.
Patrones dispersos y "centralización"
Ante el predominio de un patrón de asentamiento disperso, ¿cómo entender la
"centralización" en esta región? ¿Podemos hablar de en los cacicazgos del sur de América
Central? Pensamos que sí, según indican los datos, aunque pareciera expresarse de manera
particular y diversa según la etnia. Por ejemplo, puede percibirse de distinta manera en el
cacicazgo del Guarco, en los cueva/chocó, en los nicaraos y los chorotegas, en el primer
ejemplo, existía un pueblo principal donde habitaba el cacique mayor. Los otros pueblos
que conformaban el cacicazgo estaban jerarquizados de acuerdo con el grado de parentesco
con el cacique (Ibarra 1990: 72). Su sitio de habitación era considerado central o cabecera,
según afirmaran sus mismos súbditos. Hasta allí fluían bienes de los pueblos de su cacicazgo.
Por otra parte, nicaraos y chorotegas, aunque aparentemente adoptaron algunos rasgos
sociopoliticos de los vecinos que invadieron, alinearon sus asentamientos, talvez siguiendo
la línea de la costa del Pacífico, en un patrón de plazas principales y secundarias. El centro
se encontraba en las plazas principales, lugares de habitación de los caciques principales. El
caso de los cueva/chocó indica otro tipo de asentamiento: sus cacicazgos estaban diseminados
Chapter 6 119
por el territorio, de lado a lado de las costas. Sin embargo, aunque la información no permita
conocer cuál era la principal, todo indica que unos cacicazgos sobresalieron sobre otros,
jerarquizando la "dispersión" y sugiriendo uno principal, o central; Pocorosa es un ejemplo.
El rango del cacique, sus conocimientos, su habilidad en la guerra y sus artes para
obtener lo mejor posible por medio del intercambio, le otorgaban prestigio que a la vez
consolidaba su poderío y reconocimiento. En una situación así, no es difícil concluir que la
"centralización" se podía expresar, en algunos momentos, por medio de la capacidad de
organizar guerreros y guerras en tiempo breve. Sus súbditos sabían de antemano cómo
funcionaba el poder, cuándo se lograban reconocimientos y cuándo había llamados que
venían de la figura central del cacique. No era difícil para un cacique enviar mensajes por
sus dominios en un plazo relativamente breve.
Otra manera en la que se podía expresar la "centralización" era por medio de una
eficiente organización para el desarrollo de fiestas, ceremonias, ferias y contrataciones.
Adónde, quiénes, cuándo, cómo, eran todas respuestas que daba el cacique, ayudado por
consejeros y apoyado en la época del año, en las condiciones climáticas y en la buena
voluntad de los seres sobrenaturales, propiciada y buscada por los especialistas religiosos.
Lo mismo ocurría en cuanto a la guerra. Como discutiremos a continuación, las ferias y las
guerras requerían de tiempo para efectuar los preparativos, entre los que se incluía
alimentación y bienes, pues duraban varios días. En ambas ocasiones se requería de una
eficiente organización, emanada de un centro principal que auspiciara ambas actividades,
tanto en lo material como en lo no material.
Redistribución
¿Cómo daba el cacique reconocimiento a sus caciques menores? ¿Había redistribución
de bienes? ¿Hemos de considerar la redistribución como una constante en el sur de América
Central? Es muy raro encontrar acciones precisas de redistribución en la zona, entendida
esta a partir de un cacique que centralice recursos para luego redistribuirlos entre sus súbditos.
Por otra parte, hemos identificado una manera que podría haber sido una forma de
reconocimiento por parte del cacique principal. Allá, entre los cuna del Golfo de Urabá, fue
el cacique mayor Ebecabá quien enviaba emisarios a llamar a los diferentes caciques
deTierradentro para que vinieran a intercambiar, eso sí, después de que él había sido el
primero en “negociar” los bienes más valiosos. Nuevamente se observa la conveniencia de
ser el primero en tener acceso a recursos, regalos y conocimientos. El llamado a los otros
caciques no tiene visos de haber sido al azar, sino que Ebecabá parece haberlo hecho de
acuerdo con la importancia del cacique. Esta importancia estaba fundamentada en el tipo de
relación que mantuvieran con Ebecabá: aliados y amigos podían ser llamados de primero. A
la vez, esta oportunidad le servía políticamente, para dar prioridad a aquellos con quienes
quisiera congraciarse, en una acción cuidadosamente pensada. Esta sería otra manera de
fortalecer su poder. Al mismo tiempo, los nuevos bienes adquiridos los podría emplear a su
discreción, hasta en otra oportunidad, lo que implicaría acciones en las que intervendría el
delicado juego de la política. Así, en la redistribución pudieron desempeñar un papel
importante los bienes intangibles, como la atención del cacique en señaladas situaciones.
No hallamos descripciones de despensas o de construcciones especiales para el
120 Ibarra
almacenamiento de víveres con objetivos de redistribución de bienes o de objetos en la vida
cotidiana. En dos ocasiones, en Panamá, en situación de guerra, sin embargo, sí hay evidencia
de cierto almacenamiento de provisiones; es el caso de Comogre y de Natá. Se habla de una
acumulación de víveres suficientes para durar hasta por cuatro meses, intencionada para los
guerreros que venían de lejos. A estos se les daba hospedaje y, lógicamente, debían
alimentarse, por lo que había carne seca, ahumada, de venado y puerco, pescado seco, chicha,
harina de maíz, hierbas, maíz, yuca, chiles y frutas (Redmond 1994: 40, 41). Si analizamos
el listado, con la excepción de los alimentos secos o ahumados, el resto de los víveres se
podía descomponer fácilmente, pues la humedad no ayudaría a su conservación. Pudieron
haber sido llevados allí en periodos más cercanos a la llegada de los guerreros aliados, pero
no con mucha anticipación. El tipo de trabajo relacionado con la preparación de algunas
provisiones, como el ahumado de la carne, el secado del pescado y la preparación de la
chicha conformaba parte de las actividades cotidianas de todas las familias. Por lo que
concentrarlos en un momento determinado en una especie de despensa no debe haber
requerido de mayores esfuerzos.
Estas provisiones podrían ser el producto de ocupaciones diarias de hombres y de
mujeres, provenientes de diferentes zonas ecológicas del cacicazgo, quienes, en sus propias
viviendas, destinaban un sitio, probablemente sobre el fogón, para preparar y colgar la carne
ahumada. Ello implicaría la autosuficiencia de las familias que componían los cacicazgos,
lo que parece ser evidente. Además esto evidencia cierto excedente que podía reunirse por
órdenes del cacique para ocasiones especiales como en las ferias, las fiestas o las guerras.
Ello permitiría alimentar guerreros provenientes de zonas más lejanas, o invitados a las
ferias. En casos de guerra, hay evidencia de que el cacique vencedor repartía las ganancias,
o el botín, con los caciques que colaboraron con él (Redmond 1994: 46). En casos de ferias
y contrataciones, también pudo desarrollar negociaciones pensadas como las del cacique
Ebecabá en el Golfo de Urabá. En estos casos, más parecen acciones de intercambio que de
una redistribución formalizada.
Una importante parte de la redistribución de bienes del cacique con sus súbditos, a
cambio de lealtad y favores, debió realizarse día a día, de diversas maneras cotidianas y
“sencillas.” En ocasiones festivas y especiales, también pudo presentarse con ellos y con
otros caciques vecinos o aliados. Refiriéndose a los cueva/chocó, Fernández de Oviedo
afirma que según la costumbre, el jefe repartía a todos en el campo, en su casa y asiento todo
lo que había de comer, que se le ponía delante, dándole a cada uno lo que le placía (Fernández
de Oviedo 1959 Tomo III: 3128). Era, sin duda, otra ocasión en la que podía afianzar o
atraer lealtades, al darles "lo que le placía." De manera que esas acciones "espontáneas"
también explican la ausencia de enormes despensas, dándole a la redistribución un carácter
cotidiano, en el momento de cosechar, como habíamos señalado. Lo que sí se encontraba
resguardado en las viviendas de los caciques era oro, por lo que los españoles saqueaban sus
casas de primero. No es de extrañar que ellos tuvieran el oro a buen recaudo, dada su utilidad
en el establecimiento de interacciones en el sur de América Central y más allá. Y, además, el
oro no se descomponía.
Chapter 6 121
La guerra
Las fuentes brindan muchísima información acerca de la maestría cacical en la
organización, preparación y desarrollo de las guerras. Existen numerosos datos acerca de
las diversas armas utilizadas, los bohíos o las fortalezas con fines defensivos, las tácticas de
guerra y otras costumbres relacionadas con esta actividad (Ver Redmond 1994; Helms 1979;
Sauer 1984; Ibarra 1990). Muchos investigadores han llamado a estos cacicazgos “guerreros,”
dejando en los lectores una imagen de continuadas contiendas, lo que ha dado pie para que
se describan como “gente belicosa.” No compartimos esa opinión, pues los conquistadores,
autores de las fuentes documentales, buscaban con intensidad todo aquello que se relacionara
con la guerra, pues debían defender sus vidas, para lo que necesitaban medir su poderío
militar con el de los enemigos. Así, las fuentes pueden presentar un marcado sesgo al describir
esa actividad, lo que puede conducir a creer que estos pueblos solamente a pelear se dedicaban,
calificándolos como “cacicazgos guerreros.” La guerra se dio, y con frecuencia, pero también
debieron presentarse momentos de paz, como claramente lo señala Gaspar de Espinoza en
1516, al afirmar que cuando no están en guerra se dedican intensamente al intercambio
(Jopling 1994: 47, 55). Estos momentos de paz dieron lugar a otro problema de las fuentes,
el que les ganó la calificación de behetrías a los cacicazgos del Area Intermedia, por no
estar claramente perfilado el “señor” ante los ojos de los españoles.
Otro aspecto importante de discutir en relación con la guerra es el de los bohíos o
fortalezas. En Panamá, en el periodo estudiado un bohío o un palenque se equipara a una
fortaleza, parecida a la de Coctu en el Pacífico Sur de Costa Rica: enormes palisadas de
madera de pejibaye con sus espinas, un caño entre palisada y palisada, toda una congregación
de hombres, mujeres y niños viviendo en él, las armas a mano, entre otras características.
En la península de Azuero, cerca del río Santa María, había otro enorme palenque, cuya
descripción es muy parecida a la de Coctu. En una de las islas del Pacífico panameño se
describe otro. Es probable que estos asentamientos fuesen temporales, para habitar en caso
de guerra. En esas ocasiones, el pueblo se abandonaba mientras buscaba refugio en una
estructura más segura (Redmond 1994: 45, 46). Esta observación complica la reconstrucción
de los patrones de asentamiento con base en fuentes documentales, así como la investigación
del azote de epidemias del viejo mundo antes de la llegada de los españoles. Muchas veces
se describen pueblos desocupados pero no sabemos si estaba la gente resguardada en otra
parte por guerras entre sí, o si de verdad estaba desolado porque los enemigos los mataron
a todos, o ¡si huyeron por la sola presencia de la llegada de los españoles!
Sin duda hubo momentos de paz, como dijimos, pero la competitividad por recursos y
conocimientos, aunado a la defensa de los territorios, fue una constante en todo el sur de
América Central. Sabemos que se agudizaron las guerras con la presencia de los españoles;
lo que ignoramos es a partir de qué momento se afectaron unas regiones más que otras. Las
crisis que ocasionó la presión territorial sobre los indígenas con el avance de la conquista
está clara, como parece haberse presentado entre los cacicazgos comprendidos entre Panamá
y Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XVI.
Es importante comentar que durante los periodos de guerra encontramos a los
cacicazgos ocupados en obtener la mayor cantidad de prisioneros de guerra. Así, durante
122 Ibarra
esos episodios bélicos, un bien importante estaría representado por humanos. Se buscaban
especialmente quienes fueran miembros de élites cacicales, incluyendo mujeres, de manera
que sirvieran como rehenes para lograr el cumplimiento de intereses o demandas particulares.
Es también en estas ocasiones cuando las alianzas debieron encontrar terreno fértil, con el
objetivo de recuperar a sus seres queridos, aunque hubiera mediado el miedo en su
conformación.
En síntesis, a pesar de las diferencias que se manifiestan entre los cacicazgos del Sur
de América Central, existieron ciertas regularidades en su funcionamiento, comprendidas
por todos los miembros de la región. Era una especie de lenguaje común, entendido por
todos, a pesar de la multietnicidad y el multilingüismo. Las faltas castigadas en este delicado
tejido de transacciones eran conocidas por todos. En mayor o menor grado, con más o
menos intensidad, el funcionamiento de un cacicazgo dependía principalmente de la habilidad
organizadora, centralizadora, del cacique, quien debía constantemente reforzar su poder
por medio de diversos mecanismos que le ayudarían a consolidar su poderío y su territorio.
Debía mantener satsifechos y complacidos a los dirigentes de otros pueblos menores o
cacicazgos menores, cuyos jefes eran miembros todos de la élite cacical. El intercambio
bien organizado era uno de estos mecanismos.
Ferias y mercados
Tenían razón los informantes indígenas que a Cristóbal Colón le aseguraron en 1502
que desde Cariay hacia el sur la gente negociaba en ferias y contrataciones. Hemos hallado
información al respecto entre los tairona, los cueva/chocó, los guaymíes, y los dorasques.
Es de suponer que también se realizaran en otras áreas para las que no disponemos de
documentación específica como la de los bribris, los cabécares y los huetares.
Encontramos ferias descritas entre los guaymíes. Además de las ferias, uno de los
ejemplos más claros de intercambio a nivel más localizado lo encontramos entre los dorasques
y los zuríes. En este caso, se ponían de acuerdo de antemano para la reunión. Preparaban
achiote, mantas y diversas resinas, entre otros. Llegado el día, se iban al “río que divide las
dos provincias” y rescataban libremente. Pareciera que entre los dorasques también se
efectuaban juegos entre los participantes. Aquí los actores eran dos clanes vecinos los que
intercambiaban, provenientes de diferentes pisos altitudinales y entre las que existe evidencia
de intercambio matrimonial de mujeres. Ello indica que el intercambio entre miembros de
los cacicazgos no tenía que ser siempre una gran fiesta con muchas etnias, sino que se
desarrollaba también entre miembros de diferentes unidades de la organización social, como
los clanes en este caso.
La documentación evidencia contactos interétnicos en actividades de intercambio,
como entre los huetares y los chorotegas y en las islas y costas de la Bahía de Zorobaró. En
esos casos, no eran enormes cantidades de gente las involucradas, parece haber sido algo un
poco más restringido. Es importante señalar que en el caso de esas etnias, como lo demuestra
el ejemplo en la Bahía de Zorobaró, cada una tenía su lugar especificado al que debía llegar,
y no a otro, lo que sugiere la presencia de fronteras étnicas.
Entre los pueblos de Nicaragua y Nicoya los mercados y tianguez se realizaban de
manera permanente, donde los bienes se llevaban a ese señalado lugar en cada pueblo.
Chapter 6 123
Habría una diferencia con el resto de la región en estudio, pues los mercados ya tenían un
sitio determinado y los bienes se llevaban allí. Aún así, algunos miembros de estas etnias
salían a intercambiar con los huetares, a la usanza de estos últimos, como describen las
fuentes. Aunque, como en toda la región, el tipo de bienes estaría en relación directa con la
época del año en que se cosecharan.
Los lugares en los que se desarrollaban actividades de intercambio son diversos. Como
comentáramos más arriba, entre los más institucionalizados se encuentran las ferias y los
mercados en sitios especialmente seleccionados para ello. Pero también destacan las plazas,
tanto en Nicoya y Nicaragua como en pueblos del Valle Central de Costa Rica, de la costa
del Caribe y de Talamanca. Destacan también putos particulares en ríos, talvez en sus
desembocaduras al mar, como lo aclara el caso de los cuna en el Golfo de Urabá. También
en las confluencias de unos con otros, toda vez que los ríos parecen demarcar territorios,
como sugiere el caso de los dorasques. Otro sitio importante para este tipo de actividades se
dio en las islas, en algunos puntos de ellas, talvez los más aptos para atracar fácilmente las
canoas.
Aunque no encontramos ports of trade al estilo mexicano según lo define Karl Polanyi,
sí podemos observar algunos sitios del sur de América Central que en el momento de contacto
parecen destacar. Los hemos denominado como sitios de encuentro. Por ejemplo, en el
Golfo de Urabá entre Colombia y Panamá, en las islas de Tójar en la Bahía del Almirante,
en Talamanca y en la desembocadura del Desaguadero, o río San Juan. Por el lado del
Pacífico, en la península de Azuero, en Boruca y en las islas del Golfo de Nicoya.
Estacionalidad y verticalidad
Una variable que debe contemplarse necesariamente para obtener una amplia
comprensión de los cacicazgos y del intercambio en el sur de América Central, es la
estacionalidad. Por ejemplo, la sal solo se procesaba en los meses de verano, la tortuga
verde solo arriba a las costas del Caribe en los meses de agosto a octubre, algunas especies
de peces también llegan a la región de Suerre y el Desaguadero en ese mes, y la cosecha de
pejibayes es en octubre. Hay evidencia de que en esas ocasiones los indígenas realizaban
actividades extraordinarias en procura de esos alimentos, así como en celebración por la
abundancia. Por ejemplo, los guaymíes realizaban grandes ferias con motivo de la cosecha
del pejibaye. Fernández de Oviedo reporta la entrada de enormes cardúmenes de peces,
lisas y mojarras, en el Golfo de Nicoya, los que los indígenas iban a pescar de noche. Todo
ello evidencia que los diversos pisos ecológicos podían producir diversos recursos
estacionalmente. Así habría una variedad de productos durante todo el año, posibles de ser
intercambiados. Estas ocasiones podían ser aprovechadas para las fiestas y las ceremonias.
Hemos observado que los dorasques obtenían bienes de una etnia que luego iban a
trocar con otras por otras cosas. Así, la circulación y re-circulación de bienes es evidente.
Esto es importante porque se pone de manifiesto el interés que tendrían los caciques por
obtener determinados tipos de bienes. El lograrlo para sí, pero además el poderlo negociar
con otros, contribuía a desplegar y difundir una imagen de cacique poderoso. Así, la
procedencia del bien también desempeñaba un importante papel entre los cacicazgos del
sur de América Central. También, del análisis queda claro que, como lo proponen los
124 Ibarra
arqueólogos, los bienes perecederos viajan cortas distancias mientras que los duraderos,
como la cerámica y el oro, cubren mayores distancias, vinculándolas de distintas maneras.
Tipos de bienes
Un estudio acerca de los bienes que intercambiaron los miembros de los cacicazgos
en la región permitirá un análisis cualitativo del tipo de productos preferidos en el sur de
América Central. A la vez, podremos clasificarlos según su uso. Seguiremos el orden de
sur a norte, empezando por la zona costera caribeña de Venezuela.
Productos y bienes del intercambio del siglo XVI
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XVI se describen como elaboradas con cuero de venado.
Bijagua- Tipo de planta (Canna edilus Ker) que por lo general se usaba para envolver
alimentos o para techar viviendas. En Talamanca todavía se le dan esos usos.
Bohío- Vivienda indígena lo suficientemente grande como para albergar varias familias a
la vez. Voz empleada en las Antillas, y el sur de América Central.
Cañutos- Piecitas de hueso, oro u otros materiales en forma de tubo delgado, utilizadas
con cuentas para formar collares.
Caricurí- Narigueras en forma de n, elaboradas con distintas mezclas de oro y cobre. Los
indígenas los distinguían por su forma, color y hasta por su olor.
Chaguala- término que se refiere a algunos pectorales de oro pero también a narigueras y
otros tipos de adornos corporales, especialmente en el área colombiana.
Guacal- Recipiente elaborado con base en la fruta del jícaro (Crescentia alata)
partido por la mitad, empleado para sacar agua o para ingerir bebidas.
Hamaca- Red tejida de pita o algodón, utilizada por los indígenas para dormir o
para cargar a alguna persona. Se colgaba de dos puntos por sus extremidades.
Jícara- Recipiente hecho del fruto del jícaro (Crescentia alata), usualmente sin
partirlo por la mitad, dejando su cuello y ajustándole una tapa.
Puñete- Pulsera
Rescates-Bienes que traían los españoles para intercambiar con los indígenas.
Rescatar- Cambiar o trocar por oro, plata y otros objetos preciosos, por
mercaderías ordinarias, adornos, cuentas y otros objetos de poco valor.
Tile- Vocablo afín al náhuatl tlilli. Polvo negro extraído de las teas de los pinos
por los matagalpas o chontales de Nicaragua, con el que se adornaban el cuerpo.
Torcer pita al muslo- Arrollar las fibras de la pita con la mano contra el muslo
para formar cordelería.